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En las citas de Fra Diavolo (aria y escena núm. 10 y recitativo y aria núm. 12) una
nada despreciable parte del efecto consiste, según parece, en la mera representación o
exposición de las unidades de tiempo como tales o, más exactamente, en su acentua-
ción específica, de la que uno tiene, por lo tanto, que ser consciente cuando intenta
caracterizar —aunque sólo sea a modo de esbozo— la música de Auber. (En caso extremo
John Hayter, Carl Maria von Weber como director de orquesta, 1826 (Deutsche Staatsbibliothek, Berlín; foto y sin que se propague la monotonía, en Auber no se necesita sino que un coro o un
de la Deutsche Fotothek, Dresde). Carl Maria von Weber, que como Kapellmeister en Breslau, Praga y Dresde ensemble destile las unidades de tiempo mediante repeticiones del acorde.) Que se
fue organizador enérgico e ingeniosoa la hora de imponer reformas, formó parte de los primeros directores que trata —con independencia del tempo— de pulsos breves, puntuados o secos, de pulsos «sin
introdujeron la batuta en lugar de dirigir a la orquesta desde el piano. La innovación, que al principio resultó resonancia» (Gustav Becking), se muestra en los silencios. La continuidad de los pulsos
extraña al público y a los músicos, tuvo que parecer necesaria a un dramático musical que tanto potenció el -una cohesión interna más allá de la separación externa, una conexión sin la cual el
significado de la orquesta en la ópera tanto como se esforzó por la individualización de lo escénico y por su ritmo carecería de vida- sólo puede surgir, por lo tanto, mediante una elasticidad que
lógica conexión con la música. tras el primer pulso exija un segundo y tras el segundo un tercero para no caer en el
vacío. Y resulta evidente la interacción sugerida mediante los silencios entre el pulso y
la reverberación, en la cual se manifiesta el ímpetu de Auber.
del trasfondo sobre el cual la acción obtiene su coloración específica, esencial en una El que el -tono», esencialmente determinado por el ritmo, se volviese tan característico
ópera con diálogos. Las formas de canción, las romanzas, baladas y couplets, imagina- del género de la opera comique como más tarde de la opera bouffe creada por Offenbach
bles también como interpolaciones cantadas en una obra de teatro y cuya motivación dramatúrgica y Lecocq es, sin duda, significativo desde un punto de vista histórico, pero no basta para
no parece, en consecuencia, problemática, se asemejan funcionalmente a apostrofar el estilo individual de Auber como el estilo nacional francés. En el siglo XK el
los coros pintorescos, de los que forman la contrapartida solista (romanza num. 9 en La problema del estilo nacional iba asociado a la idea de la ópera nacional; y es evidente
que La Muetíe de Portici (1828), por característicamente francesa que la obra pueda ser,
Dame blanche), o bien intervienen en la acción (balada núm. 5) al mostrar, en tanto que
no es una ópera nacional en el mismo sentido que Der Freiscbütz (1812) o La novia
canciones narrativas, un pedazo de pre-historia. (La balada expositiva forma parte de los
vendida (1866). La concepción del siglo xrx según la cual un estilo nacional se documen-
requisitos siempre recurrentes tanto de la opéra comique como de la ópera romántica
ta en una obra sobresaliente, en una ópera nacional, en una acuñación clásica en la que
alemana; y resulta difícil de explicar el que Weber, en el primer acto de Der Freischütz, no utilizase
luego aparece desvinculada de la historia, no halló en Francia ninguna muestra destaca-
la posibilidad obvia de una balada del guardabosques hereditario, pues en
ble. Ni la conciencia nacional francesa, que en absoluto se sentía enclenque, precisaba
torno a 1820 aun no puede hablarse de evitar un estereotipo.)
un apoyo musical, ni La Muetíe de Portici, cuya trama se desarrolla en Ñapóles -o incluso
Auber, quien en cierto modo reemplazó a Boieldieu, tendría que ser declarado el
Fra Diavolo-, representaban un objeto adecuado para afirmar la propia identidad nacio-
nal. El problema del estilo nacional, tomado en sentido estricto, esen una ínfima parte un la afinidad estilística pueda determinarse en reminiscencias melódicas; y el coro núm. 1
problema de estilo. Primero la decisión -parcialmente por motivos extramusicales- de una de La Dame blanche de Boieldieu representa el mismo tipo de canción coral pintoresca
nación (o de la burguesía cultivada de una nación) de aceptar una determinada obra como expresión y transmisora del couleur lócale musical que el coro de cazadores de Weber. (La Dame
musical de la esencia nacional, constituye la condición previa para que blanche se compuso -a lo largo de siete años- aproximadamente en la misma época que
un estilo, que es en primer lugar un estilo individual -ya se trate del de 'Weber o el de Der Freischütz, y el intento de detectar analogías no apunta a la dependencia de las obras
Smetana—, sea elevado a estilo nacional. (Sin el patetismo de las guerras de liberación no entre sí, sino a premisas comunes y específicas del género.)
habría ningún estilo nacional alemán en sentido enfático, sino nada más que el fino hilo
de una tradición específicamente alemana en el conglomerado históricamente variable de
estilos en los que se ha compuesto en Alemania.) Un estilo es menos un estilo nacional
por sí mismo, más bien se convierte en tal por aclamación.
La ópera romántica alemana -cuya historia se extiende desde Undine (186) de Hoffmann
y Faust (1816) de Spohr hasta Genoveva (1850) de Schumann y Lohengrin (1848) de
Wagner. es decir, que abarca tres decenios-, en las obras con diálogos hablados, que
son más características del género que las transcompuestas, parece también separada
de la contemporánea opéra comique de Boieldieu y Auber por una barrera que puede
percibirse como diferencia nacional tanto como diferencia de género. Sin embargo, no
sería absurdo concebir el tipo operístico representado por Der Freischütz de Weber,
desde el punto de vista de la historia de la composición, como una variante de la opéra
comiqué, aun cuando el significado para la historia de las ideas que se atribuyó a la
obra mediante su elevación a ópera romántica nacional se opone a dicha caracterización
(y a un historiador que entienda la música como realidad estética y no como mera par-
titura no le está en modo alguno permitido menospreciar la historia de las ideas como
un aditamento ideológico que no -forma parte del asunto», mediante el recurso a la
historia de la composición).
La concepción de que la ópera romántica alemana surgió del Singspiel, si bien no es
incorrecta, sí es sesgada: resulta inatacable terminológicamente en la medida en que,
por regla general, las óperas alemanas con diálogos hablados se cuentan en su conjun-
to como Singspiele, pero se demuestra históricamente inadecuada porque ni el Singspiel
Care Gropius, decorado para DerFreischütz, Berlín, 1821 (Staatsbibliothek PreuBischer Kulturbesitz,
del norte de Alemania ni el Singspiel vienés representaron una condición previa esen- Berlín). La habitación en la casa del guardabosque, pensada por Weber más bien como un interior pequeño
cial, desde el punto de vista de la historia de la composición, para Der Freischütz. Y burgués, fue ampliada por Gropius a un salón de la alta burguesía, en el que el reclina-
tampoco la tradición mozartiana —para ser más exactos: la tradición de Díe Zauberflóte torio indispensable desde el punto de vista de la dramaturgia -a pesar de su correspondencia con
(La flauta mágica), tal como era representada en la ópera alemana de principios del la imagen de la Virgen con los santos-, constituye un requisito extraño. El retrato del guardabos-
siglo xix por Peter von Winter- fue central para Weber. No puede hablarse de una evo- que, que en la ópera se cae de la pared, aparece como parte de una gran galena de antepasados.
lución de la ópera alemana por la cual Der Freischütz estaría relacionada con Die Zau-
berflóte y con Fidelio, según los criterios de la historia del género. (Die Zauberflóte es
una mezcla de Singspiel y ópera semiseria, Fidelio una -ópera de rescate», una variante Se podría objetar que la coloración nacional de la que Weber está imbuido es más
de la opéra comique.) esencial desde el punto de vista de la historia de la música que la semejanza existente,
Para la historia de la composición, las premisas esenciales de la música de Der en lo tocante a rasgos fundamentales del género, entre la ópera romántica alemana con
Freischütz se hallan en la opera comique de principios del siglo xtx, en la cual, además diálogos hablados y la opera comique. Sin embargo, si se argumenta sobre la base de
de la configuración específica del género, que constaba de canciones y de movimien- la historia de la composición y no de las ideas, se demuestra que el tono nacional-
tos de ensemble— una configuración en la que la técnica del motivo evocativo desempe- alemán es una mera variante de un interés global por el colorido étnico que Weber
ñaba una función mediadora—, también estaban ya prefigurados los rasgos fundamentales, comparte con algunos compositores de la opéra comique, de un interés que, en el caso
precisamente aquellos que se consideran característicamente románticos. de Weber está tan documentado en asociaciones españolas, polacas o rusas como en
No sólo la Romanze de Ánnchen (núm. 13), cuya dependencia de los modelos fran- citas de melodías árabes o chinas. (El gusto por lo lejano parece que lo despertó el
ceses es palmaria, sino también los números de Der Freischütz a los que se adhiere la abate Vogler, con el que Weber estudió junto con Meyerbeer.) Lo nacional, en conse-
idea de un romanticismo musical nacional, la canción de la corona virginal y el coro de cuencia, no está en la música tan alejado de lo exótico como una estética musical ins-
cazadores recuerdan a la op>era comique. El tono popular del coro nupcial weberiano está pirada políticamente querría hacer creer, Y tendencias similares a las de Weber las en-
emparentado con el tono del coro núm. 11 de Les Deux joumées de Cherubini, sin que contramos en Boieldieu, quien, en La Dame blanche -la trama transcurre en Escocia-,
por amor al couleur lócale musical, recurrió a un -canto nacional escocés- (coro num. 16) y, en el ocasiones sacrificó la continuidad ininterrumpida que imperaba en la melodía de la
interior de un ensemble, cita una canción escocesa que utiliza además en la ópera italiana -o que cuando menos representaba su ideal- a un estilo drástico y enfá-
obertura como primer tema del allegro, con el fin de hacerla reconocible como una de las melodías ticamente «característico», referido al instante dramático y a la acentuación del ritmo. En
principales de la obra. La idea de que entre lo escocés en Boieldieu y lo los movimientos de ensemble, que se convirtieron gradualmente en la espina dorsal de
alemán en Weber existe una diferencia profunda porque Boieldieu cita desde fuera, mientras que la ópera en lugar de las arias, está, por lo demás, oculta y justificada, en tanto en cuanto se trata de
Weber consiguió ser productivo a partir del espíritu popular autóctono, ensembles dialógicos y no contemplativos, la técnica de la que se lamentaban clasicistas como
puede sugerirse desde el punto de vista de la historia de las ideas -con referencia a las Grillparzer, que podríamos caracterizar desde un punto de vista
formas conceptuales del siglo xix-, pero es difícilmente plausible sobre la base de la abstracto musical como decadencia de la forma por el hecho de que la cohesión se
historia de la composición (aun cuando no debe negarse bajo ningún concepto que la co- apoya menos en la disposición musical que en la dramatúrgica: lo disgregado desde un
loración del resultado musical por medio de una recepción de inspiración nacional punto de vista abstracto musical puede mantenerse de todo punto unido como expre-
pertenece por completo al «asunto» estéticamente hablando). sión de una situación de diálogo. Sin que se abandonase ya la división en números
El folclorismo musical constituyó, junto con una predilección por las canciones y entendidos originariamente como formas cerradas, el acento se desplazó de la unidad
coros pintorescos y la inclinación al colorido sonoro, la pintura en tonos y la música fundamentada musicalmente a la mediada escénicamente. Además, el motivo evocativo,
orquestal descriptiva, un complejo de rasgos característicos que la ópera romántica tan pronto como alcanzó cierta densidad, constituyó un corchete musical y dramatúrgi-
alemana tenían en común con la opéra comique y que en su conjunto puede entender- co que exoneró a los números aislados de la obligación dramatúrgica de ser musical-
se -en Weber y en Boieldieu tanto como en la ópera revolucionaria- como acuñación mente cerrados en sí mismos y de estar ensamblados de manera fija y sin fisuras. El
musical de la idea estética de lo característico. Friedrich Schlegel entremezcló en torno colorido sonoro como substancia de los motivos evocativos, la partición de movimien-
a 1800 lo característico con lo romántico, así como, a la inversa, la idea de lo bello tos de ememble en momentos diversificados rítmica y drásticamente, relacionados entie
aparece como idea central de una estética clásica o clasicista. Y lo característico, en el sí menos de manera musical que escénico-dialógica, y la función músico-dramatúrgica
sistema en el que se movía el pensar del siglo xrx, es lo individual en lugar de lo gene- de los motivos evocativos de crear conexiones por encima de los límites de los núme-
ral o lo típico, la excepción en lugar de la regla, lo -interesante» y lo «sorprendente» en ros, resultan ser, en consecuencia, rasgos interdependientes y asociados entre sí de la
lugar de la «noble sencillez» y lo colorido en lugar de lo plástico. ópera romántica y de la opera comique, en tanto que constituyen el correlato técnico
La cohesión interna se cuenta entre los rasgos característicos tanto del romanticismo de, los criterios estéticos que convergieron a principios del siglo XX en tomo a la idea de
alemán como de la opéra comique, en consecuencia, estéticos por una parte y media- lo característico: los criterios de lo sorprendente y lo momentáneo, el principio del cou-
dos por la categoría de lo característico. Por otra parte, puede determinarse desde el leur locale, pero también la idea de una asociación reticular en oposición a la forma
punto de vista de la técnica compositiva, como en el procedimiento de enlazar núme- plástica que se orienta conforme a la idea de lo bello.
ros musicales separados mediante motivos evocativos. Tanto en Richard Coeur-de-Lion El subtítulo genérico de Euryanthe de Weber, -gran ópera romántica-, resultaba ser
(1784) de Grétry como en Les Deux joumées (1800) de Cherubini son melodías pinto- una paradoja en 1823, año del estreno en Viena, pues las grandes óperas transcompues-
rescas de canciones las que fungen como motivos evocativos, de manera que la fuerte tas no discutían abordaban románticos sino mitológicos o históricos, y óperas románti-
diferencia formal que existe entre la canción y el movimiento de ensemble aparece cas como Undine de Hoffmann, Faust de Spohr y Der Freischütz de Weber formaban
atenuada: la red de relaciones motívicas que recorren toda la ópera incluye de modo parte de la tradición genérica del Singspiel o de la opéra comique con diálogos habla-
uniforme las formas de la canción y del ensemble. Si, por otro lado, en una oposición, dos. En Euryanthe, su principal obra fracasada, entran en difícil relación recíproca los
aparentemente inesperada, a la técnica de la cita de una canción, la substancia del conceptos de ópera nacional, gran ópera y ópera romántica -que en principio no de-
motivo de Samiel en Der Freischütz consiste esencialmente en el colorido sonoro signan nada más que un idioma, una técnica compositiva y un campo temático- en ella
del trémolo de las violas, los clarinetes graves y los timbales, entonces los rasgos carac- radica el significado que la obra posee para la historia de la música, aunque también
terísticos extremos del principio del motivo evocativo, la cita de una canción y el efec- uno de los motivos de su escasa fortuna.
to sonoro se han mantenido vinculados de tal manera que demuestran ser diversas La aspiración a que la idea de ópera nacional se hiciese realidad no solamente en el
realizaciones técnicas de la misma idea, la de desarrollar como signo de la idea estéti- Singspiel, donde su realización se produjo con rapidez, sino también en la gran ópera se
ca de lo característico, a partir precisamente de lo aislado, lo estrecho, lo cerrado en remonta al siglo xvni y regresa más tarde, después de Weber, en Smetana en la relación
sí mismo y lo limitado -de la interpolación de una canción y del efecto sonoro de un entre La novia vendida (1866) y Dalibor (1868). (No quedaba claro qué rasgos, aparte del
instante-, un factor constitutivo de cohesión que trascienda los límites de los números idioma alemán, distinguían lo nacional de una ópera nacional alemana, pues estaba so-
musicales aislados. metido a transformaciones históricas: lo alemán podía consistir en un asunto de la historia
Los expertos en estética con inclinaciones clasicistas han sospechado y desconfiado nacional o de la mitología germana, pero también en una referencia a la antigua Grecia
de lo característico como tendencia a descomponer la melodía y a substituirla por una —a diferencia de la esencia romana— o a la Edad Media romántica -a diferencia de la An-
abundancia de efectos rítmico-acústicos momentáneos. Y apenas puede negarse que la tigüedad clásica-; el que la mitología germana se acuñase primero a partir de la mitología
crítica a la «descomposición» de Euryanthe (1823) de Weber, como la ejercida por escandinava y la Edad Media romántica a partir de la Edad Media francesa no parecía
Grillparzer en su diario de notas, es correcta en la medida en que Weber en no pocas molestar a nadie.) En tanto que gran ópera, la ópera nacional representaba un problema
de estilo. El hecho de que Günther von Schwarzburg (1777) de Ignaz Holzbauer, en tanto pontim a la hora de hablar de un asunto romántico; y la dramaturgia musical de Spohr
que proclamada ópera nacional, debería ser una gran ópera, obligó desde el punto de es diferente por principio de la de Weber. Se percibe poco esfuerzo por el couleur lo-
vista del estilo, puesto que en el Singspiel alemán no existían las condiciones previas de cale; no es la idea de lo característico sino la de lo bello la que constituye la categoría
la técnica compositiva necesaria para la gran ópera, a elegir entre el modelo italiano y el estética dominante de una obra cuya espina dorsal musical son formas cerradas: arias
francés; y Holzbauer se decantó por el italiano. Weber, por el contrario, en lugar de orientarse según dúos, coros y finali. (Los dúos, a diferencia de los ensembles de Weber, no son movimientos
la gran ópera de Spontini, partió de la idea de que tenía que ser posible «dialógicos» sino «contemplativos»: a semejanza de las arias, giran en torno a un
adaptar la asociación tradicional de asuntos románticos con los medios musicales del afecto o estado sentimental concreto.) No puede hablarse de una tendencia a la polari-
Singspiel o de la opéra comique a la concepción de una gran ópera. Y realizó la idea que zación en formas pintorescas de canción y en ensembles formalmente libres que tiendan
tema en mente con una habilidad para el arte músico-dramatúrgico que recuerda al prin- primordialmente a la caracterización musical del instante dramático; y los motivos evo-
cipio de la ironía trágica: números cantados, cuyo tono es romántico y que en realidad cativos, como en Méhul, son menos un vínculo que mantenga unido el andamio formal
pertenecen a la esfera del Singspiel o de la opéra comique, como la romanza de Adolar en descomposición de la ópera que una técnica músico-dramática adicional al motivo
(núm. 2), la cavatina de Euryanthe (núm. 5) o el aria de Adolar -Wehen mir die Lüfte zu» gestual tradicional del recitativo accompagnato. En el fondo, para Spohr una ópera es
(núm. 12,) junto con el dúo «Hin nimm die Seele mein» (núm.13), se integran en el entra- todavía una sucesión de imágenes afectivas en tonos (una excepción la representa la
mado trágico del sistema de la gran ópera —definida desde el punto de vista de la técnica escena coral núm. 26, la parte formalmente más avanzada de la obra). Y la trama, cuyo
musical por su carácter transcompuesto y, en lo atinente al asunto, por la trama trágica— punto crucial consiste en el conflicto estereotípico del drama clasicista, el conflicto entre amor y
por el hecho de que el idilio que expresan cae siempre bajo la sombra de una fatalidad; honor, es sólo un arreglo de situaciones según el principio del cambio de
fatalidad que el espectador, a diferencia de quienes están sobre el escenario, ya conoce afecto. Por lo tanto, no existe ningún motivo para hablar de «ópera romántica-, siempre
o por lo menos presiente. que uno no se deje llevar por la «hipótesis del espíritu de la época» y se obligue a des-
Y por amor a la posibilidad de abrirse camino hacia la gran ópera con los medios cubrir en todas las obras relevantes de la época de la Restauración el mismo espíritu
musicales de la opéra comique que él dominaba, Weber se conformó con un libreto cuyas romántico.
debilidades tuvo que intuir. Por lo demás, la realización de la idea de una ópera román- En una carta a Goethe de 1829, Zelter caracterizó el Faust de Spohr como el trabajo de un
tica y, sin embargo, -grande» —si bien el factor romántico estaba entrelazado con el nacio- compositor que es más un «artista de los tonos» que un «melodista»:
nal- fracasó: aunque no en la confusión de la trama dramática como tal -ésta confusión
es apenas menor en Nabucco (1842) o en II Trovatore (1853), sin que por ello se viese Todo es conducido con el mayor artificio y asombrosamente hasta lo ínfimo para engañar y
obstaculizado el éxito de las obras—, sino en la confusión con respecto al genéro musical abrumar al oído más despierto. Las más finas rubias de Brabante son un trabajo tosco a su
lado.
de la obra. Las formas musicales tradicionales en Weber, expresado enfáticamente, se han
descompuesto en «instantes musicales» cuyo sentido y cohesión consisten primariamente Frente a ello, en Marschner se distingue, con mayor decisión aún que en Weber, un
en la caractenzación dramática; por medio de motivos evocativos y del encadenamiento impulso drástico que el historiador de ópera suele elogiar por su efectividad teatral,
de números y complejos escénicos (Euryanthe, nums. 5-9) se establecen conexiones que aunque lamente su rudeza musical. No obstante, reprochar a Marschner el colorido y el
trascienden los límites entre los números. Pero una música cuyo efecto no se nutre de la patetismo de los medios musicales con los que opera, como si el efecto teatral fuese
imagen afectiva sonora en un número formalmente cerrado, sino, por una parte, de una unido a la mera despreocupación, es injusto, pues en sus obras logradas, sobre todo en
característica del detalle y, por otra, del gran impulso del desarrollo dramático, exige Hans Heiling (1833), el efecto no se apoya en los medios musicales como tales, sino en
inevitablemente, si no quiere tener las raíces en el aire, una dialéctica dramática cautiva- la función que ejercen, en una función tras la cual -como «causa» de un «efecto— sub-
dora en lo particular y una lógica implacable del curso de la trama en lo general. (La yace una cálculo dramatúrgico. El aria (núm. 3) en la que Hans Heiling, el príncipe de
crítica de Wagner en Ópera y drama, dramatúrgicamente motivada, si bien es inadecuada los espíritus que anhela su redención como ser humano, jura a su prometida serle fiel,
para Rossini, es perfectamente correcta en Weber.) Para Euryanthe, la ópera como sig- debe su patetismo a la trágica dialéctica por la cual Anna se siente repudiada por la
no de la idea estética de lo característico, a diferencia de la ópera de afectos, resultaba vehemencia, sostenida por el miedo, que podría encadenarla; y que en el finale del primer acto (núm.
por ello ruinoso un libreto endeble según criterios dramáticos -tanto en la expresión 7), en el que Anna se separa de Heiling durante un baile festivo, el tempo de vals se mantenga
lingüística como en la construcción de la fábula. también ante el arrebato de desesperación de Heiling, de manera que se produzca un contraste entre el
Las ideas que se vinculan con el concepto de ópera romántica alemana están en tal patrón rítmico y la entonación melódica, hace aún más evidente la desolación anímica que lo que
medida caracterizadas por Weber que, si bien se cuenta involuntariamente a Marschner supondría una transición hacia un recitativo accompagnato -es decir, un retroceso de la música a
dependiente de Weber, entre los románticos, en el caso de Spohr, cuya Jessonda se partir de la situación extema de la escena de danza. j
estreno en el mismo año que Euryanthe, uno duda y se ve en un apuro. Jessonda, la En tanto que parte de la obra más importante para la historia de la música se ha encomiado desde
o ra principal de Spohr, es, como Euryanthe, una ópera transcompuesta, es decir siempre el preludio, la despedida de Heiling del mundo de los espí ritus: un complejo de partes
«grande», pero no es romántica. El exotismo de la trama -se desarrolla en India y utiliza formalmente abiertas, cuya trabazón -a pesar de estar enmarcado por un coro de los espíritus
a quema de viudas como motivo dramático- resulta tan poco satisfactorio como en terrenales que retorna- está mediada y fundamentada en lo esencial de manera dramatúrgica y no
Unterbrochenem Opferfest (1796) de Peter von Winter o en Fernand Cortez (1809) de abstractamente musical. Se trata, en la herencia de Weber y en perceptible proximidad a Der
Fliegende Hollánder {El holandés errante, 1843), de música acentuadamente «característica» que, en malvado-) es un joven noble y nada más, Agathe una mujer piadosa-, y del mismo modo caracterizan un estilo
tanto que medio para el fin del drama, no rehuye un permanente «cambio de los tonos», que según los interpretativo que apenas conocía una puesta en escena en el sentido moderno y por ello obliga a los actores a
buscar apoyo en estereotipos mímicos y gestuales
criteríos clasicistas «descompone» la melodía.
LA CONCEPCIÓN WAGNERIANA DEL DRAMA MUSICAL
Con Das Rheingold puse un pie en la nueva senda en la que habría de encontrar en
primer lugar los motivos plásticos naturales que tienen que configurarse, mediante un
desarrollo cada vez más individual, en portadores de tendencias pasionales de una trama
ampliamente articulada y de los caracteres que se enuncian en ella,
El «motivo del arte» (b) no es otra cosa que un fragmento del «tema de los maestros
cantores» (a) con una continuación diferente. El tetracordo ascendente reaparece también
en el primer verso del «coral de bautismo», que además empieza con un salto de cuarta
descendente como en el «tema de los maestros cantores». Ambos momentos, el salto de
cuarta descendente y el tetracordo ascendente, aparecen en el segundo verso del coral (d), una
variante del primero, en inversión. Y finalmente en el «motivo de la muchacha» (e), si bien la cuarta
aumenta hasta una quinta, se conserva, no obstante, el tetracordo.
La asociación y afinidad interna de los motivos no significa que los nombres que se les ponen
como pequeños carteles sean etiquetas superfluas que habría que olvidar para
abandonarse a una «intelección del sentimiento» arreflexiva, que entonces ya no sería
«intelección». El «encanto de la referencia» en el que la música de Wagner sume al oyente
no puede convertirse -como una crítica hostil reprochó siempre a la «melodía infinita— en
un torrente en el que desaparecen todas las diferencias. Sin embargo, el precario equili-
brio que debe existir entre la -intelección del sentimiento» postulada por Wagner, la reflexión
sobre las conexiones ramificadas y la concentración en la acción en cuya presencia escé-
nica se «hace realidad» la música de Wagner, se transforma al final en una percepción
primariamente musical en la que, según las palabras de Wagner, «el semblante queda des-
provisto de potencia» y la música se pone de relieve como la «esencia interior» de los acon-
tecimientos escénicos. Si la acción dramática, como Wagner lo expresó en el ensayo Über
Escenografía para Parsifal de Richard Wagner (Richard-Wagner-Museum-Bayreuth). La decoración, en la que
die Bennenung «Musikdrama» (Sobre la denominación «Musikdrama», 1872), se presenta
Gurnemanz conduce al “puro necio” Parsifal al Castillo de Grial, es una mezcla extraña de elementos de
como un «hecho musical que se ha vuelto perceptible», entonces la contemplación musi-
arquitectura arcaica y de naturaleza salvaje “russoniana”. De este modo se presenta como expresión escénica de la
cal descrita vehementemente por Schopenhauer es aquello con lo cual la percepción del
idea wagneriana, procedente de la estética clásica, de que lo artificial debe permanecer oculto y el arte hacer
drama musical regresa a sus orígenes. La última palabra del teatrómano es, como Nietzsche
reconoció en 1871 en el Fragment über Musik, und Sprache, la «música absoluta». los alemanes de la época, pueden evaluarse el shock por el que la inspiración de Wagner tuvo más bien que
partir de Robert le diable de Meyerbeer que del romanticismo alemán.
Verdi fue un compositor popular antes de convertirse en uno importante. Los coros
de Nabucco (1842), ILombardi (1843) y Emani (1844), en los que se basó su celebridad
en torno a 1840 —Va pensiero sull’ali dórate», «O sígnore dal tetto natío» y «Si ridesti il
León di Castiglia—, fueron percibidos por una nación despedazada, cuyo entusiasmo
político se encendía en la ópera siempre que la política republicana consistiese menos
en los hechos que en un soñar despierto, como símbolos musicales del Risorgimento.
Pero el dramático Verdi que -como revolucionario sin ruptura con la tradición- llevó a
efecto una concepción propia de la ópera como drama, se formó paulatinamente como
un compositore scritturato que, en una década y media -que él sentía como -años de
galera»—, acumuló una obra de encargo tras otra con suerte variable; y en el genio más
bien en bruto con que se presentó el joven Verdi nadie podía vaticinar por entonces al
compositor de Otello (1887) y de Falstaff (1893). (En Alemania, donde la capa social
que sostenía la cultura musical se adhería a un concepto de cultura marcado por la fi-
losofía y la literatura, hasta 1920 no se descubrió en el tipo operístico del «organillero»,
cuyas melodías resultaban atractivas para luego ser condenadas con el menosprecio
estético, una antítesis de la «obra de arte total» wagneriana que merecía ser objeto de
reflexión dramatúrgica en lugar de un mero disfrute sin apoyo conceptual.)
La comprensión de Verdi se ve, no obstante, distorsionada por la costumbre de
oponer al Musikdrama wagneriano la «ópera cantable» italiana, es decir, por la termino-
logía que conduce al pensamiento a reservar el concepto de drama para el tipo acuña-
do por Wagner. Esta parcialidad apenas se ve atenuada por el hecho de que se conceda
a la ópera verdiana un «dramatismo» que se agota en el fulgurante movimiento de los
acontecimientos escénicos. Las óperas italianas no pueden entenderse con el concepto
trivial de la «aparición dramática». El que una de las más populares, II Trovatore (1853),
exija percibir la fórmula dramatúrgica del tipo operístico verdiano en la coexistencia de
acontecimientos que se precipitan (por lo demás, difíciles de seguir), por una parte, e
instantes de énfasis lírico o marcial -instantes en los que la acción se congela en un
tableau vivant—, por otra, no ha de negarse en modo alguno. En la ópera, el auténtico
drama, también el italiano, no consiste, pese a todo, en la turbulencia de la acción.
También la idea -convertida en lugar común hace mucho tiempo entre historiadores
de la música- de que Verdi fue pasando gradualmente de ser un compositor de ópera
que colocaba un número tras otro según el principio de la intensificación y del contras-
te, a un dramaturgo «auténtico» que en sus obras tardías partía de la idea de una «conti-
nuidad» escénico-musical, si bien es correcta como ilustración de una aproximación más
bien burda, resulta insuficiente como fórmula estética. Es evidente que se impone hablar
de una evolución -y de estadios evolutivos señalados por las obras-: el vínculo de reci-
tativo y aria y la disolución de la rígida dicotomía en incontables formas intermedias,
gracias a cuya transformación no esquemática la música es capaz de hacer justicia en
cada momento a la situación dramática, es una tendencia perseguida por Verdi con obs-
Moritz von Schwind, El torneo de cantores en el Wartburg (Wartburg-Stiftung. Eisenach; fotografía de Klaus G. tinación: tendencia que permite al historiador descubrir, en la cronología de las obra
Beyer, Weimar). El mundo –o la fantasmagoría de un mundo-que Schwind concibió en los ciclos de “Imágenes
desde Nabucco -la obra de la «consagración»- hasta Otello y Falstaff, una lógica o dia-
del pasado alemán”, era un Medioevo romántico, en el que, como él mismo expresóen una carta, uno abatía a sus
enemigos, daba la vida por sus amigos y besaba los pies de una mujer venerada». Schwind estaba muy lejos de la léctica que hace que una pieza aparezca en la evolución operística como un paso en una
“modernidad” del Tannbäuser wagneriano y, en la medida en que encontró el tono al que estaban acostumbrados dirección concreta. Por otra parte, una formulación de la historia intema del tipo operís-
tico verdiano que opere con la oposición entre las categoría de «ópera» y de «drama» es ópera es en sentido absoluto un drama en no menor grado que la obra de teatro -y no
errónea y conducente a error en la medida en que la construcción de una evolución desde la «ópera de el modo deficiente de ésta-, aunque en otro sentido, se pone de manifiesto en el primer finale de
números» o la «ópera cantable» hasta el «drama musical» o el «auténtico
drama musical» impide o, poi lo menos, dificulta el reconocimiento de que la vilipendia-
da ópera de números es un tipo de «drama» propiamente dicho, capaz de existir perfec-
tamente junto a otras variantes del mismo, apoyándose en presupuestos divergentes. (La
fónnula de la «ópeia cantable» se limitó a convertir la polémica en apología, sin intervenir
de manera determinante en el auténtico núcleo de la argumentación.) Lo que Wagner -que
no entendía tan mal a sus adversarios como se atribuye a su egocentrismo— oponía a la
ópera como un contrasentido: que ésta se propusiese extraer el drama a partir de la mú-
sica (en lugar de a la inversa, la música a partir del drama), demuestra ser, cuando el repro-
che se neutraliza como algo meramente característico, una máxima que se puede utilizar
como punto de partida para tratar de esbozar la estética de la ópera verdiana.
Verdi, que, desde Macbeth (1847) y un proyecto sobre Lear en el que persistió du-
rante varias décadas sin resultado, se esforzó con obsesión pertinaz e insistente en hacer
suyo musicalmente el drama de Shakespeare, parece haber contemplado —en extrema
oposición a ello- las obras de teatro de Schiller, a las que recurrió en no pocas ocasiones
-Giovanna d'Arco (1845), IMasnadieri (1847), Luisa Miller (1849), Don Carlos (1867)-,
como un mero material que se podía suministrar al buen oficio de los libretistas sin tener
que preocuparse por la idea que constituye la ley formal del dramatismo de Schiller. En
el texto de Luisa Miller, que, precisamente porque Kabale und Liebe de Schiller fue uti-
lizado por Salvatore Cammarano como si de una cantera se tratase, aparece como mo-
delo para un libreto —de una piéce bien faite de teatro musical—, todos los motivos de la
obra teatral están desplazados o intercambiados, aun cuando el diseño de la trama
quede intacto. La forma musical, no obstante, que señalaba por anticipado al libretista
los caminos a los que había que sacrificar la dramaturgia de Schiller, consiste en el es-
quema bipartito de los tempi del aria: cantábile y cabaletta. En la introduzione, el amor
de Luisa por Rodolfo (Ferdinand), a diferencia de Schiller, no se ve aún perturbado,
porque ella no sabe que es el hijo del conde (presidente) Walter, sino que lo considera
su igual. La expectativa anhelante (primo tempo) y la alegría de verse de nuevo (caba-
letta) constituyen la substancia afectiva de las partes en arioso, que -precisamente por
su semántica- cumplen en el movimiento de ensemble una función de armazón. En la
segunda escena, Miller rechaza las pretensiones de Wurm de obligar a Luisa a casarse
con el, como un padre que no desea ser ningún tirano (cabaletta). La mujer (Federica)
que Walter desearía casar con Rodolfo (Ferdinand) no es, como la Lady Milford de Schi-
ller, la querida del príncipe, sino una amiga de juventud de Rodolfo. Por ello, Walter, sin
aparecer como un hipócrita (algo que la música no es capaz de representar), puede
expresar en un aria sentimientos paternales. Y la conversación de Rodolfo con Federica,
bajo las premisas de la construcción dramatúrgica de Cammarano, cae sin ceremonias en
reminiscencias sentimentales (cantábile) y en violentas confrontaciones después de que
Rodolfo confiese su amor por Luisa (cabaletta). Resulta por ello indiferente que se des-
eche la técnica de Cammarano en tanto que deformación de la obra teatral, o que se dé
por buena como muestra del oficio intachable del libretista: en todo caso, es evidente Por el triunfo de Rigoletto (1851) e II Trovatore (1853), Giuseppe Verdi -después de la muerte de
que la ópera, cuyo principio estructural es el escándalo que motiva el paso del cantábi- Donizetti en 1848- se convirtió en el compositor de óperas líder en Italia. La visión transfigurada
le a la cabaletta, representa, a pesar de tener una trama de un perfil semejante, un drama de este -Viva Verdi- comprendía los fracasos de sus -años de galera», como él llamaba a los años cua-
radicalmente distinto de la obra de teatro. renta del siglo xix bajo la misma idealización que los éxitos. El medallón y la musa, elementos de una
La diferencia entre estos dos géneros y, al mismo tiempo, la razón por la que la popularidad que se ha vuelto algo kitscb, se rodean de pequeñas imágenes que se asemejan mas a
tabléatec viisants de los protagonistas que a verdaderas escenas. Están estilizados hasta tal grado que resulta ción de las personas en la que se documenta la intención de Verdi de ilustrar los carac-
difícil distinguir a Luisa Miller de Lady Macbeth (Museo Teatrale alla Scala, Milán). teres de manera consecuente y no sólo momentánea. (En una carta a Marzari escribió
en 1850: «Dico francamente che le mié note belle o brutte che siano non le scrivo mai acaso e che
de Luisa Miller, un movimiento de ensemble de dimensiones y ambición extre- procuro sempre di darvi un carattere-.) El cantábile, que transita de una
mas, de una manera tan drástica que ilumina, por así decirlo, de un plumazo la estética persona a otra, está diferenciado melódicamente en lugar de construir una fórmula
de la ópera italiana. En el segundo acto de Kabale uncí Liebe, modelo de la escena, musical común para los sentimientos antagónicos. Sin embargo, por otra parte, las frases
Luisa, no interviene con una sola palabra en la confrontación entre Walter, Ferdinand y cambiantes están asociadas entre sí por una conexión latente que podría llamarse aso-
Miller, de la que ella es objeto y víctima. Escarnecida por Walter como una prostituta, ciación melódica, sin que pueda decidirse si la semejanza que resulta de la repetición
ella guarda silencio, paralizada por una conmoción para la que no existe un lenguaje de los Grandioso
Andantino. tonos Re-Do sostenido-Re-La es fruto de una técnica consciente de la variación
que fuese diálogo y no un balbuceo. Pero precisamente un silencio, como reconoció o de un involuntario insistir en un estrecho círculo de topoi melódicos.
nada menos que Wagner, puede constituir la substancia de una escena, a saber, una
substancia absolutamente dramática.
En el enmudecimiento de Johanna -que en la Jungfrau von Orleans de Schiller con-
nota la peripecia del drama, es decir, es tremendamente «dramático—, señala Wagner un
límite estético de la obra teatral que únicamente puede superarse por la música, el «si-
lencio convertido en resonancia»: lo que en la obra de teatro se queda en un instante Deh! mi sal - va, deh! m’a • i - ta
huidizo aunque profundamente conmovedor, en la ópera puede extenderse. Resulta
innegable que Wagner tendía a una estética de la melodía orquestal en el Musikdrama,
pero en modo alguno excluye la posibilidad de pensar de manera opuesta a su inten-
ción en la melodía cantada de la ópera; tan pronto como los textos de los números
En el contexto musical del finale, la diferenciación melódica y la individualización
operísticos cerrados no se conciben como diálogos y monólogos «realistas», sino como
del cantábile pueden entenderse como nivelación del principio estructural de la primera
imágenes de lo indecible, se muestra de manera inequívoca que la substancia de las
parte, de la scena: el procedimiento de encadenar periodos que se mantienen unidos
frases líricas, con las que los libretos italianos economizan sus palabras, consiste en
desde dentro mediante motivos característicos, al tiempo que quedan delimitados hacia
sentimientos y confusiones de sentimientos que «en realidad» permanecen mudos, y
fuera. La diferencia entre partes en recitativo y partes cantables ya no se manifiesta -como
cuyo silencio sólo puede romperse a través de la música, una música para la que el
en la tradición italiana a la que se adhirió Verdi en otras partes de la ópera- como opo-
texto no representa más que un vehículo, una condición externa de la posibilidad.
sición entre forma -abierta- y forma -cerrada», sino en el hecho de que una técnica común
El«ensemble contemplativo», como Richard Strauss llamó a este tipo de composición
y abarcadora (la técnica de engarzar secciones cuyo contenido musical cambiante se
-un ensemble en el que las personas, en lugar de hablar unas con otras, encuentran la
adecúe a la situación dramática) esté determinada en primer lugar, bien de manera ins-
expresión musical a partir del ensimismamiento en uno mismo-, cumple -frente al
trumental, bien de manera vocal: si lo expresamos con una fórmula, el «motivo del pe-
prejuicio que convierte el «drama» en una acción en movimiento-, en tanto que «silencio
riodo» que oculta su unidad es, en la sema, una figura de la orquesta y en el cantábile,
resonante», una función dramática. En el andantino, la parte central y cantable del pri-
por el contrario, una frase cantada. Sin embargo, el principio estructural de la sucesión
mer finale de Luisa Miller, cada personaje se siente conmocionado de manera diferen-
fundamentada dramatúrgicamente es en ambos casos el mismo; y el retorno formalmen-
te, pero en todos la situación en la que se ven envueltos afecta en cierto modo al len-
te redondeado de secciones, que en la tradición operística producía fonnas cerradas, en
guaje, en todo caso real o realista; y las palabras que son capaces de pronunciar son el
absoluto fue abandonado por Verdi, sino que está presente en la scena, en la que -vista
mero vehículo de una música en la que se descarga una multiplicidad de afectos que
históricamente— genera una estabilidad casi con la misma frecuencia que en el cantábile,
no permiten un diálogo. Pero también la dialéctica de los afectos es, como la dialéctica
donde aparece -como indicio musical inverso- como residuo de un armazón que se des-
de la disputa racional, un drama. Si en la obra teatral la oposición de sentimientos que
compone gradualmente.
mueve a las personas actuantes constituye más bien la condición previa no enunciada
Rigoletto —la obra con la que Verdi ascendió de compositore scritturato a compositor
de un diálogo y no su objeto, en la ópera es a la inversa: el diálogo, que encuentra su
de fama mundial- se compuso dos años después de Luisa Miller, en 1851, y el salto
lugar en el recitativo o en la scena, no es más que un medio para poner de manifiesto
cualitativo que separa la ópera posterior de las anteriores es menor de lo que parece a
los afectos, cuya esencia -según la metafísica de Schopenhauer- sólo puede expresarse
los historiadores de la música que parten de la concepción de que una obra que hace
a través de la música. El conflicto representado por medio de afectos sobre el fondo de
época en la historia de la recepción de un compositor tiene que ser también un hito en
un diálogo no es, sin embargo, menos dramático que el desarrollado en diálogos sobre
la historia de la composición. Sin menoscabo de la importancia de Rigoletto, también
el fondo de una configuración de afectos. Incluso podría decirse que se trata del mismo
cabe enfatizar, en lugar de las diferencias, las conexiones con las óperas de finales de
drama visto desde perspectivas diferentes.
los años cuarenta. Una de las escenas que destacan en la historia de su evolución, el
El andantino del primer finale se distingue del tipo del ensemble contemplativo, que
opresivo diálogo entre Rigoletto y Sparafucile del primer acto, es en el fondo una scena;
desde Rossini no está ausente de casi ninguna ópera seria, mediante una individualiza-
sin embargo, la música instrumental que la fundamenta llega a tal grado de fuerza del
lenguaje musical e incluso -en la melodía del violonchelo -desfigurada- por el contraba-
jo- de cantabilidad, que la denominación -dueño-, a la que Verdi no tenía miedo, parece justificada.
Expresado de otra manera: la nivelación de recitativo y cantábile, de las par-
tes originariamente contrarias, cuyo principio estructural común se perfila en el primer
acto de Luisa Miller como sucesión de periodos dramático-musicales, permitió aplicarla
técnica del «motivo periódico» instrumental de la scena a un diálogo que podía llamarse
«duetto», y ello en la medida en que la melodía instrumental fuese cantable -si no todo
el tiempo, sí al menos parcialmente.
Una tendencia similar a la nivelación de los opuestos, como la que se impuso gra-
dualmente -sin el rigorismo de Wagner, pero con todo perceptible- en la relación entre
la scena y las partes en arioso, la desarrolló Verdi en el tratamiento de la segunda dico-
tomía fundamental de la ópera italiana del siglo xix: la articulación en cantábile y caba-
letta que, como se ha mostrado en Luisa Miller, dictaba la dramaturgia de los libretos.
En el dúo entre Rigoletto y Gilda, la escena central del primer acto, la diferencia tradi-
cional es «superada» en el sentido de la dialéctica hegeliana: al mismo tiempo se conser-
va y se disuelve. Si se cuenta -no sin cierta violencia y arbitrariedad- el primer allegro
vivo («Figlia») como scena introductoria y el segundo («11 nome vostro») como scena
transitoria, a partir de la diferencia de tempo entre el andante («Deh non parlare al misero)
El cuadro final de Falstaff (1893) muestra a Sir John, engañado por las -alegres comadres de Windsor»,
con la máscara del -cazador salvaje», con unas astas de ciervo sobre la cabeza y bajo el roble en el bos-
que de Windsor. La última ópera de Verdi, que, pese a su indiscutiblecelebridad sigue siendo esotérica,
exige del oyente que desee comprender una música de tono más gestual que arioso, una atención
alerta durante un tempo arrebatado. Al final de su vida, el -hombre de teatro» Verdi parece haber perdido
casi por completo la consideración del público por causa de una música que es verdaderamente “música teatral”
(Stadt- und Universitäts-bibliothek Frankfurt am Main, Musik- und Theagersammlung).
Escenario del primer acto del estreno de Otello de Verdi en la Scala de Milán, 1887 (Staatsbiblio-
thek PreulSischer Kulturbesitz, Berlín). La escena de la tempestad con la que se inicia -de forma
semejante a Die Walküre de Wagner— el Otello de Verdi cumple dramatúrgicamente la función de
una obertura por el hecho de que el tumulto de la naturaleza exterior anticipa la de la interior, que
irrumpirá en Otello. La técnica del «tiempo atmosférico alegórico», que Verdi comparte con Wagner.
es para la ópera, que se apoya en la evidencia sensual, más importante que para el teatro, más
abstracto y que se despliega en el lenguaje: la tormenta, mencionada por Shakespeare con pocas
palabras, se convierte en Verdi en un espectáculo escénico sobrecogedor.
Cuando en el segundo periodo del andante (-Oh, quanto dolor») se repite el fenó- tos dramatúrgicos que Hugo compartía con los libretos tradicionales, las dimensiones a
meno del cómputo de tiempo doble o dividido (negra y corchea), resulta inconfundible las que décadas más tarde se vio impulsado, por el espíritu de la tragedia de Shakespea-
la intención de Verdi de hacer que la transición al allegro siguiente (-11 neme vostro») re, hacia un «realismo operístico" verificado en Otello son difícilmente determinables en la medida
no aparezca como un cambio repentino y abrupto, sino como el desplazamiento interno en que, a la inconfundible intención de apoderarse de la substancia del drama
del énfasis desde uno de los cómputos de tiempo coexistentes al otro. Y en el allegro en la ópera, se opone el hecho de que Boito intervino de manera mucho más profun-
está de nuevo interpolado un cantábile en notas blancas («Giá da tre lune») que actúa da en la estructura de la fuente original de lo que Piave había juzgado necesario en Rigo-
como un andante, sin que se haya indicado un cambio de tempo. letto. El entusiasmo por Shakespeare no impidió que Otello apenas tuviese un tratamien-
La distancia que, con respecto al esquematismo heredado, Verdi -sin romper con la to diferente a Kabale undLiebe. Que a través de la eliminación del primer acto ubicado
tradición- consiguió en Rigoletto es tanto más asombrosa cuanto que la fuente de la ópe- en Venecia surgiese «a drama of the most exact and scrupulous regularity» —como previo
ra, la tragedia de Víctor Hugo Le rois’amuse (1832), se reescríbió para el libreto sin cam- el Dr. Johnson (Joseph Kerman, Opera as Drama, 1956)- es tan discutible como la de-
biar la estructura dramática, de manera que del drama que suministró el asunto no partió formación de la dialéctica trágica que resulta de la transformación del drama de Shakes-
la menor motivación para intervenir en la convención operística. «Hugo, c’est de l’opéra», peare en una piéce bien faite. La premisa de los celos de Otelo —la escisión de la persona
sostenía Louis jouvet; y de hecho la técnica de Hugo de construir, sin escrúpulo estéti- en el capitán al que se confía la flota de Venecia y en el negro de quien no cabe imagi-
co alguno, una trama con el fin, por una parte, de activar la retórica lírica de la que era nar que fuese capaz de ganarse el amor de Desdémona de una manera que no fuese
insaciable y, por otra, de introducir tableaux escénicos cuya confusión trágica quitase al utilizando la magia-, si no es suprimida por completo en el texto de Boito, es cuando
público el sentido, no se distinguía en nada del oficio de un libretista en lo que concier- menos imperceptible. «Títere is no reason for Othello to be black» (Kerman). Boito y
ne a la representación del drama y del estilo dramático. Sin embargo, seria injusto no dar Verdi hicieron caso omiso del hecho de que en el palacio del Dux se colocó la primera
por válido como drama -en tanto que desarrollo cohesionado y dialéctico de una cons- piedra del conflicto que Otelo iba a portar consigo posteriormente. La consecuencia fue
telación trágica- el drama de los afectos al que Hugo, al igual que los libretos, tendía y que Yago, quien en Shakespeare arroja luz sobre los celos prefigurados en Otelo hacía
hablar de una teatralidad efectista, en la que la trama —como intriga- no sería nada más tiempo, aparece en la ópera como el responsable de los mismos, por lo que tiene que
que un mecanismo para motivar situaciones que -como «números— se agotan en sí mis- ser demonizado: desde el punto de vista dramatúrgico, el Credo de ó ago es, expresado
mas. Si en 1853 Verdi, en una carta a Antonio Somma, elogió el texto de Rigoletto porque de manera enfática, el «sustituo del acto veneciano».
las peripecias de la acción brotaban forzosamente de las relaciones de los caracteres No obstante, la dramaturgia de la ópera italiana no fue, a diferencia de la transfor-
entre sí: mación de Kabale wtd Liebe en Luisa Miller, la única por la que se guiaron Boito y
Verdi cuando convirtieron la tragedia de Shakespeare 'en libreto. Las seis óperas de Verdi
Vi sono posizioni potentissime, varietá, brío, patético: tutte le peripezie nascono dal per- surgidas entre La Traviata y Otello estaban esencialmente caracterizadas por su plan-
sonaggio leggero, libertino del Duca, da questi i timori di Rigoletto, la passione di Gilda ecc. teamiento de grand opéra. Verdi, convertido en el indiscutible representante musical de
ecc., che formano molti punti drammatici eccelenti, e fra gli altri la scena del quartetto, che Italia después del triunfo de la tríada operística (Rigoletto, II Trovatore, La Traviata) a
in quanto ad affetto sará sempre una delle migliori che vanti il nostro teatro. principios de los años cincuenta del siglo xix, parece haber buscado en París, la ..capital
del siglo xix», la confirmación de que la ópera italiana podía crecer en el seno de la -gran
la distinción del cuarteto del tercer acto como «punto drammatico eccelente» mostraba forma» que había construido Meyerbeer, con el fin de hacerse universal sin renunciar a
lo que preocupaba a Verdi por encima de todo en el drama musical, que él concebía los fundamentos nacionales. Los vestigios de la grand opéra son aún perfectamente
como drama de los afectos: la simultaneidad de sentimientos contrastantes en el andan- reconocibles en Otello, donde fueron confundidos con ..wagnerismo» por una crítica par-
te («Bella figlia delPamore-) -la efímera consternación del duque, la burla de Maddalena, cial y anclada en la atracción o el repudio de Wagner.
la desesperación de Gilda y la vulnerabilidad de Rigoletto, convertida en deseo de ven- La escena de la tempestad -que funge como obertura-, que en algunos momentos
ganza— significaba que el drama se desplaza hacia un punto en el que se ponía de recuerda el «Dies irae» del Réquiem (1874) verdiano, la canción del fuego (»Fuoco di
manifiesto la substancia, una substancia que no consistía en la representación aislada gioia») y el brindis, cuyo estribillo (-Chi all’esca ha morso») se intensifica hasta alcanzar
-en tanto que «números— de afectos, sino en su constelación dialéctica. El cuarteto un ímpetu como si de un coro revolucionario se tratase, conforman juntos una exposi-
sintetiza el principio estructural de la ópera en una fórmula musical e inmediatamente ción que, en tanto que tableau musical y escénico, parece la realización de un soñar
sensible: el principio de que, en lugar de abandonarse exclusivamente al instante mu- despierto meyerbeeriano, para el que la introducción de Robert le diable sólo suministra
sical, uno debe tener en todo momento presente la trabazón de los afectos entretejidos un esbozo. Sin embargo, el genio dramatúrgico de Verdi, inspirado por el texto de Boito,
desde el punto de vista trágico, una trabazón cuya imagen -por tratarse de la imagen se manifiesta menos en el tableau como tal, por impresionante que resulte, que en las
de una acción interior que paulatinamente emana de una acción exterior- puede figu- funciones que éste cumple. La escena de la tempestad es sin duda -según las reglas que
rarse ante los ojos con relativa independencia de los detalles de la intriga, cuyos hilos dominan el tiempo atmosférico en el drama como en la épica- una alegoría de la inquie-
recorren las escenas. tud suscitada por Yago, en la que se ven sumidos los personajes, y asimismo del desaso-
Si, en virtud de la fuente literaria , Verdi se mantuvo en Rigoletto, a pesar de los ex- siego que más tarde invadirá a Otelo. Las escenas tumultuosas en las cuales la discusión
perimentos formales a los que se aventuró en algunas escenas, dentro de los fundamen- entre Cassio, Rodrigo y Montano puede equipararse al estallido de una fuerza de la na-
turaleza, contribuyen a que crezcan de manera sobredimensionada las figuras tanto del nalmente, en las que constituyen el concepto popular de «melodía», y puestos en rela-
intrigante como del héroe de la tragedia -en la primera aparición de Otelo parece como ción «irregular» unos con otros. Con una técnica semejante en la pane narrativa, de cuya
si la tempestad hubiese sido calmada por él mismo-. Pero el caos exterior es también un anticipo melodía en estilo a medias recitativo la «cuadratura» de la sintaxis constituye una con trapane, la
del caos interior en el que caerá Otelo. La motivación socio-psicológica de la simplicidad métrica se ve perturbada por el hecho de que los tonos melódi-
tragedia, de la que Shakespeare puso el fundamento en el acto veneciano, es sustituida, cos fundamentales (Do-Re-Mi-Fa) aparecen desplazados en una negra en el compás del
poi lo tanto, por una motivación natural y mitológica, cuyos medios escénico-musicales segundo verso. Pero precisamente en la diferenciación, que en absoluto significa con-
proceden de la grand opéra, pero que se ven elevados por Verdi a su «verdad poética», fusión, se apoya en Verdi, en lugar de una superación del carácter -melódico», la con-
la verdad a la que él se refería cuando hablaba de «inventare il vero» en una carta a Boí- dición previa de las melodie lunghe que parecen extenderse -con medios diferentes a
to de 1876. No obstante, a través de la sombra proyectada por la tragedia, las apariciones los de Bellini, aunque con la misma finalidad estética- hasta lo imprevisible.
de Otelo, en las que la gloria del general se expresa de un modo tan exaltado como la
felicidad del amante, adoptan un perfil nítido que no se daría en una introducción ca-
rente de tensión y no dialéctica. En consecuencia, el tumulto escénico que Boito y Verdi
destacan en el primer acto es, en un estrecho entrelazamiento de las funciones, tanto la
exposición de la intriga como el anticipo de la trágica ceguera de Otelo, y finalmente el
negativa contraste de una grandeza por la que se mide, en palabras aristotélicas, la «al-
tura de la caída» del héroe.
Con la diferenciación dramática que, dentro de la tradición de la grand opéra, hace
peiceptible la distancia respecto a su esquematismo, se corresponde una diferenciación
musical que al final del acto, en el dúo entre Otelo y Desdémona («Giá nella notte den-
sa»), alcanza un grado para cuya caracterización resulta insuficiente la terminología
teórico-musical del siglo xix: sólo mediante las experiencias con la Nueva Música del
siglo xx, analistas e historiadores han sido conscientes de que ya en el siglo xtx se com-
puso disolviendo las relaciones establecidas entre los «parámetros» de la composición.
Del cantábile que constituye el inicio del dúo se destaca, contrastante, el tono na-
rrativo de la prolongación («Quando narravi»), Pero desde el punto de vista sintáctico,
frente a las expectativas instintivas, la parte lírica es «irregular» y la épica «cuadrada».