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Miguel Méndez Camacho

Tristura
–Poesía reunida–

Foto de Indira Restrepo


Miguel Méndez Camacho (Cúcuta, Colombia, 1942). Doctor
en Derecho de la Universidad Externado de Colombia (1962),
poeta, narrador, cronista, profesor y escritor. De 1991 a 2009,
Decano de la Facultad de Comunicación Social-Periodismo
de la Universidad Externado de Colombia, y desde 2009,
actual Decano Cultural, donde dirige la colección de poesía
“Un libro por centavos”, el mayor proyecto editorial de
poesía de Hispanoamérica.
Fue Subdirector del Instituto Colombiano de Cultura,
Ministro Consejero de la Embajada de Colombia en
Argentina y Gerente de Procultura, donde dirigió la colección
Clásicos de la Literatura Colombiana.
Libros de poemas: Los Golpes Ciegos (1968), Poemas de
entrecasa (1971), Instrucciones para la Nostalgia (1984) y
Memoria de tu cuerpo (2003). Antologías: Selecciones de
versos (Viernes de poesía, Universidad Nacional, 2003),
Desencantos y Cantos (Editorial Externado, 2003) y La
primera cosecha que dio pájaros (Instituto Caro y Cuervo,
2004); Los libros que reúnen sus crónicas, reportajes y
columnas periodísticas son: Papeles (1978) y La Alegría de
Escribir (Editorial Externado, 2003). Ensayos: Perfil y Palote
(1983). Publicó también la novela Malena (Editorial
Alfaguara, 2003). Y Pelé, “De la fabela a la gloria (Ed.
Miguel Méndez Camacho

Tristura
Panamericana, 2004). Fue fundador de los concursos
nacionales Jorge Gaitán Durán de Poesía, y Eduardo Cote
Lamus de Cuento, que actualmente convoca la Secretaría de
Cultura del Norte de Santander, y fundador de los concursos
universitarios nacionales de la Universidad Externado de
Ediciones Exilio Colombia, actualmente vigentes.
TRISTURA
Tristura
–Poesía reunida–

Miguel Méndez Camacho


Tristura
© Miguel Méndez Camacho

ISBN: 978-958-59592-1-7

Primera edición:
Agosto de 2016
Tiraje: 1.000 ejemplares

Editor:
Hernán Vargascarreño
fundacionexilio@gmail.com
Ediciones Exilio

Portada:
Fotografía tomada en Sintra, Portugal por HV

Impresión:
Editorial Gente Nueva
Bogotá, D.C.

Impreso en Colombia / Printed in Colombia


Instrucciones para querer y releer
a Miguel Méndez Camacho

Asomarse a la poesía de Miguel Méndez


Camacho es abrir un amplio ventanal a una
vocación creadora que nos ha dejado a los lectores
una de las aventuras más originales y generosas
de la poesía colombiana, porque si habría que
definir a Miguel en una palabra, precisamente
sería generosidad en todas sus acepciones. Y no
solo por sus esfuerzos por divulgar la poesía de
muchas generaciones, escuelas y movimientos en
la ya célebre colección Un libro por centavos sino
por la generosidad que entraña su misma obra
donde nos entrega en pequeñas dádivas lo que
su agudo ojo ve en las más sencillas situaciones
humanas, en los escenarios más comunes a todos
y en las palabras que todos usamos en la vida
diaria. El mismo Miguel sustenta esto con una
afirmación suya en una entrevista hace muchos
años que sirve como preámbulo a su arte poética:
“La poesía es un espejo que sirve de ventana: nos
permite mirar mientras nos vemos”.

Por eso recuerdo el asombro que tuve la primera


vez que lo leí. En la biblioteca de la casa estaban
los primeros libros de los autores de la llamada
Generación sin nombre, aquel grupo que tuvo su
efervescencia posterior al momento nadaísta
y que a finales de los años 60 se convirtieron en
unos genuinos animadores de la escena literaria

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nacional. A esos nombres que aparecieron en la
foto inicial -tomada en casa de Juan Gustavo Cobo
Borda- como Darío Jaramillo Agudelo, Álvaro
Miranda, Henry Luque Muñoz, José Luis Díaz
Granados, David Bonells Rovira, Augusto Pinilla
y el dueño de casa, se sumarían posteriormente
los nombres de Giovanni Quessep, Elkin Restrepo,
María Mercedes Carranza, Jaime García Maffla,
y por supuesto, Miguel Méndez Camacho, cuyo
primer libro Los golpes ciegos, recién aparecido
en 1968 en la editorial Minerva de Cúcuta, era
recibido con el aplauso y la admiración de sus
contemporáneos.

Cuando leí por primera vez poemas como


Kampeones, Escrito en la espalda de un árbol, La
formal, Recuérdame, desnuda y esa joya luminosa
sobre la lejanía de la patria que es Un aroma
de almendro en las almohadas, supe que estaba
frente a una voz auténtica, personal, despojada
de grandilocuencias y que sin ningún artificio
entregaba en clave de poesía nuestro mundo y
nuestras preocupaciones de siempre. La primera
vez que leí Kampeones pude anticiparme a las
nostalgias y ser consciente -cuando jugaba con mi
equipo de fútbol del barrio o del colegio- que en
esos instantes seríamos “brevemente inmortales”.
De igual forma, el estremecimiento ante la
sencillez expresiva en el poema Lucrecia, donde la
madre aparece en su poesía “limpiando como si
fuera oficio de la casa”.

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Es del hombre de donde zarpa la poesía de Miguel
Méndez Camacho y llega al mismo hombre, a su
corazón y sus recuerdos por caminos, a veces,
insospechados. Nos otorga la posibilidad de
conocer el asombro a través del alma humana, de
ese hombre que se sabe fugaz, en contravía del
tiempo. Consciente de que la vida es apenas una
breve parada en las estaciones de la muerte.

Ha construido una obra honesta, rigurosa y


personal. No le hace concesiones a los lugares
comunes o a las figuras literarias gratuitas. En
sus otros libros Poemas de entrecasa, Instrucciones
para la nostalgia y la antología Desencantos y cantos,
el lector también descubrirá el itinerario de una
vocación verdadera y transparente que encuentra
en el territorio de la poesía las múltiples miradas
para la belleza y también para el hastío.

Hay en esta poesía unos frescos generacionales


que dan cuenta de una época y unos símbolos
que la identifican: el Che Guevara, Natalie Wood,
Hopalong Cassidy, el cine de barrio, la música, las
lecturas, las revoluciones. Y por supuesto el amor,
el erotismo y el tiempo que nos evidencia tan
fugaces y frágiles. “El erotismo es el aprendizaje
de la muerte” y “el orgasmo es la única agonía
memorable porque es repetible”, han sido dos
sentencias que Miguel ha recordado en sus
talleres y conferencias. Poemas al padre, la madre,
sus hijas, a sus maestros Jorge Gaitán Durán y
Eduardo Cote Lamus nos llevan a una intimidad

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llena de sucesos donde todos nos identificamos.
Pero igual tienen la luz de la muerte iluminando
los zaguanes de su corazón, como lo testimonia
en Los ausentes y sus dos bellos poemas de tono
elegíaco al padre: Mi padre y Miguel.

Y es que son muchas voces las que habitan la


voz poética de Miguel Méndez Camacho: la
del niño atónito, perplejo ante el mundo, la de
cronista de su generación, la de amante, la del
poeta que reflexiona sobre el oficio y las palabras.
De esa obsesión por la palabra y por reflexionar
sobre la poesía vienen versos como los que cito a
continuación:

En la trivial conversación
de los obreros que recorren su calle
en los largos bostezos del alba,
en el monólogo del ebrio
que repite su historia
como un disco rayado,
o en los signos escritos sobre el muro
por la mano inestable
del amargo habitante de hospedajes,
encuentras, de pronto,
la palabra precisa que buscabas.
La única.
La indispensable en el poema
tantas veces fallido.

A lo que él mismo responde años después en


el célebre poema Don Pablo dedicado al Santo
Patrono de Islanegra:

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Yo en cambio soy tan torpe en el oficio
que no puedo hilvanar más de tres versos
para decirle a la mujer que vivo
esas cosas hermosas que usted malgasta
en congrios, alcachofas, perros muertos,
insectos y cebollas

Maldito Ud. Don Pablo,


que utiliza palabras
y las deja inservibles.

La poesía de Miguel Méndez Camacho se lee en el


siglo XXI como si hubiera sido escrita hace poco
tiempo. Su vigor y frescura revela a los nuevos
lectores muchas posibilidades para la emoción.
Ramón Cote Baraibar recuerda en el prólogo a
la reedición de Instrucciones para la nostalgia que
“Esa es una de las razones por las cuales su poesía
ha sabido mantenerse fresca, con su espontánea
aparición, intacta, como si estos poemas hubieran
sido escritos ayer mismo, y los cuales ya han
pasado la prueba definitiva del paso de los años.
Nada de descripciones adicionales, nada de
ambiciones trascendentalistas, nada de versos
resonantes pero inocuos, nada que no fuera sino
tocar esa médula del instante, nada sino hacer y
revivir el deseo, nada sino celebrar el cuerpo y
cantar sus consecuencias”. Estamos de acuerdo
con Cote en que esta obra ya ha pasado la prueba
definitiva del tiempo y del escrutinio de los
exigentes lectores y ha salido invicta y limpia para
permanecer.

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Esos registros que nos entrega Miguel vienen de
las más entrañables conversaciones de entrecasa,
de los bares, de la calle. La poesía coloquial
latinoamericana alcanzó su mayoría de edad en
la segunda mitad del siglo XX y Miguel supo
tomar de ellos los mejores elementos de su
poética. También supo dejarnos unas lecciones de
discreción y sencillez y sobre todo de rigurosidad
y oficio a la hora de escribir un poema.

El poeta Hernán Vargascarreño, fiel a esa premisa


de que cada generación debe traducir o reeditar
a sus clásicos, ha querido rendir un homenaje
a este poeta en su colección Exilio. En Tristura
el lector encontrará su poesía reunida donde
encontrará esos signos y claves de un mundo que
se reinventa en la belleza y la palabra. Es un libro
de reconocimiento y gratitudes con una obra que
merece ser releída y compartida. Las generaciones
que vienen merecen la lectura de esta poesía
que pertenecerá siempre al porvenir y que será
siempre contemporánea en todos los tiempos.

Federico Díaz-Granados

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Los golpes ciegos
(1968)
La formal

Ponte el pudor:
está allí debajo del lecho
junto a las ropas caídas.
Recógelo y dilúyelo sobre tus mejillas
como si fuese un maquillaje.
Alisa tu piel
y ese tablero de ajedrez borracho
de tu falda de cuadros.
Abróchate la blusa
y adopta otra vez
esa actitud ingenua de muchacha formal.
Ordena tus cabellos
y tus prejuicios.
Camina con esa dignidad desvencijada
que usas los domingos
para asistir a misa.

Tan pronto atravieses el umbral


serás nuevamente tú
la pequeña burguesa incomprendida
con tus veinte años de lugares comunes
y tu boca repleta de palabras usadas.

Serás la rutinaria
la formal
la limitada.

Creerás otra vez en dios


así como antes creías en tu cuerpo

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y estarás llena de moral
así como antes estabas llena de mí.

Volverás a la iglesia
con tu andar milimétrico
y estarás de rodillas observando
el rostro masoquista de Cristo
como si fuese el aviso de un circo.
Leerás con cansancio
una novela idiota
-presintiendo el final-
pero irremediablemente
tendrás húmedos los ojos
en la última página.

Aquí en mi habitación
quedó tu lujuria hipócrita
y tu doble moral.
Mañana volverás y entonces te diré
las palabras de siempre:
ponte tu cuerpo
quítate el pudor y las ropas
y ven así, desnuda
a engañarnos pensando
que no hemos empezado a envejecer.

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La soledad

Si miramos el rostro de la amada


y cerramos los ojos
para palparlo luego en la memoria
el fantasma del miedo nos traiciona.
Por eso los amantes
no se dan nunca nada el uno al otro
y las manos que recorren los cuerpos
no persiguen la piel
sino el olvido de la futura soledad.
Y las caricias se prodigan
no a los cuerpos
sino al vacío de la ausencia
al temor de quedar sin compañía.

TRISTURA 15
Diurno número uno

Tu cuerpo es tan pequeño


como un pueblo
donde las calles se aprenden de memoria
y uno las puede recorrer en sueños.

Yo conozco tu pueblo,
lo conocen mis manos
que te escalan por senderos abiertos.
No hay rincón de tu piel que no tenga
cicatrices de besos.

Es el único sitio del mundo


sin lugares secretos.

Yo que conozco todos los caminos


que recorren tu cuerpo
sé que es breve tu piel para mi tacto
y el deseo es muy denso.

Sucede que ya el sexo


no te cabe en el cuerpo.

16 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Noche de viajero

Sudas, maldices en voz baja,


cierras los ojos y persigues
un sueño grato que tuviste
en la última temporada de vacaciones.
Maldices otra vez
para apagar la luz
implorando que acabe la vigilia.

Entretanto,
la noche se diluye en ruidos vanos:
El quejido del tren que sirve de cuchillo
para punzar la oscuridad,
el ajetreo de pasajeros y equipajes,
los minutos marcados
por el reloj de agua
de un grifo que gotea.

Sudas copiosamente
y alargas la mano en la penumbra
para buscar
-con ademán de ciego-
el frasco de los tranquilizantes,
y te encierras
en esa duermevela de viajero
que teme
no estar a tiempo en la estación.

Así te sorprende el camarero


que parlotea en un idioma extraño.

TRISTURA 17
El camarero que pregunta
-en palabras ajenas-
cuál es tu viaje y hacia dónde,
cuál la ruta a seguir y
los motivos que te obligan a huir.

Sería igual si hablara tu lenguaje


pues no hay idioma conocido
para intentar, siquiera,
una respuesta.

18 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


La palabra

En la trivial conversación
de los obreros que recorren su calle
en los largos bostezos del alba,
en el monólogo del ebrio
que repite su historia
como un disco rayado,
o en los signos escritos sobre el muro
por la mano inestable
del amargo habitante de hospedajes,
encuentras, de pronto,
la palabra precisa que buscabas.
La única.
La indispensable en el poema
tantas veces fallido.

Pero si logras escribirla


o la repites innumerables veces
-para evitar que escape a la memoria-
después
-cuando la leas o la digas-
descubrirás también
que devora el poema.
Lo destruye.
Como río que se bebe su sed
y borra el cauce,
o árbol que se pisa la sombra
y se aniquila.

TRISTURA 19
Los ausentes

Me he estado preguntando
quiénes ocuparán ahora
nuestro pequeño albergue transitorio
y qué rostro distinto
colgará en el espejo
en el mismo lugar donde quedabas
doblemente desnuda.

Me pregunto también
si los mensajes de los muros
tendrán significado
para otros habitantes.
Si todavía se ignoran los vecinos
-nadie sabe de nadie
del otro lado del tabique-
y utilizan fantasmas como criados.

Si es necesario, por ejemplo,


anunciar la salida
con tres golpes de aldaba
para evitar encuentros sospechosos.

De seguro,
los ocupantes de la pieza contigua
siguen oyendo ruidos similares
-respiraciones fatigadas
monosílabos
ropas y persianas caídas
risas nerviosas hacia el amanecer-
y siguen ignorando nuestra ausencia.

20 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Sin embargo,
yo sigo preguntando
si fue cierto que un día
nos tomamos los cuerpos por asalto
y ocupamos la casa.

Si no es, por el contrario,


una mentira fácil que inventamos
para tapar la mutua soledad.

TRISTURA 21
Los antiguos asuntos

Dices: es un asunto concluido


y para refrendar la decisión
rompes sus cartas largo tiempo guardadas,
los retratos que muestran
su alegría de la primera noche juntos.

Pero el miedo socava


la negativa que lanzaste
y te obliga a eludir los amigos
que les fueron comunes,
a evitar los rincones que ocuparon juntos.
Los hoteles donde se desnudaba
para que comenzara a oscurecer,
y donde hicieron
sus antiguos asuntos.

Pero descubres
que es inútil negarla
porque a veces basta un ademán,
un gesto vibrando en el rostro
de la reciente compañera,
la risa de otra mujer,
para que regreses a la habitación
y la encuentres idéntica
con el vacío de lecho indispensable
y el sitio en el espejo
para colgar su desnudez.

Algo muy trivial es suficiente


para sumirte en el pasado,

22 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


a pesar de que sigas repitiendo
hasta el último día
de tu tristeza inmemorial:
es un asunto concluido,
es un asunto concluido,
es un asunto concluido.

TRISTURA 23
Corozopando

Si la palabra soledad
tuviera dimensiones
sería el llano.

La tierra carcomida por la luz


en la estación de la sequía,
la misma tierra que el invierno arrastra
a latigazos de agua
en la otra estación: la de las lluvias.

No se siente el silencio
pero pesa
encima de la piel
sobre los actos.
El silencio se ve
como se ven los días
en la cara de un muerto,
como se ve el amor
en las muchachas recién acariciadas.

Y digo que este llano


es una ruina
de algo que no existió.
De algo caído desde abajo
sin llegar hasta el fondo.

24 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Diurno número tres

No te será difícil regresar


a tus asuntos memorables
si reencuentras su rastro.

El eco de una trivial conversación,


el gorgoteo de una carcajada incontenible,
el hallazgo de unos senos maduros
en la penumbra
de tu primera casa de alquiler,
la tristeza de una mujer
recién inaugurada,
los acordes de una canción
que no recuerdas haber aprendido,
la misma desnudez ante un espejo
de un almacén de amor,
la calle 22 y el tercer piso
de una ciudad desconocida,
el ademán oculto
en la sonrisa de tu compañera,
la fecha y el lugar y los detalles
de una decisión irrevocable.

TRISTURA 25
Diurno número nueve

Podría repetir las palabras que dije


recostado en tu pecho
en la primera temporada de vacaciones.
Podría, incluso, repetir el ademán
de acariciarte con la morosidad
de quien descubre una piel
largo tiempo buscada en otros cuerpos,
de quien encuentra unos senos
de la misma estatura de su tacto
y se aferra a ellos como palo de náufrago.

Pero de nada serviría


obligar la memoria
a ocupar un sitio que no le corresponde.
Las palabras perdieron su sentido
así como tu cuerpo perdió sabor a mar
desde el mismo día del regreso.

26 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Los sueños

En la mitad del sueño


una risa profunda, densa, desmedida,
una carcajada persistente,
vastísima,
y un parloteo indescifrable
de palabras usadas en la infancia,
de nombres de mujeres
hace mucho olvidadas,
de ciudades que nunca visité.
Luego un espeso silencio
mientras el sueño cae por el rostro
y sume la memoria
en la más absoluta oscuridad.

Tal vez la risa


de una antigua alegría.
El afán de sucesos lejanos
escarbando en el sueño.
Indicios quizá de una muerte
que se anuncia
en el recuerdo de unos días felices.
De una muerte que reencuentra el camino
por las huellas
que ha venido dejando.

TRISTURA 27
Nosotros: Los amantes

Alguien dejó caer una pregunta


con la misma violencia de un guijarro
sobre el lomo del río.
Alguien utilizó la luz como cuchillo
para romper la soledad,
y poco a poco
-socavando sombras-
en el vacío de los cuerpos juntos
fue levantando muros.

Alguien trajo el olvido necesario


y edificó la ausencia.

Alguien
-no sé quién-
tal vez nosotros mismos,
contaminó el silencio con el tacto
y a zarpazos despobló los rostros
de la falsa sonrisa de la máscara.

28 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Elegía en azul

Cómo has crecido, Eduardo,


desde el último agosto,
desde aquella mañana
que fuimos a Pamplona
con tu muerte recién inaugurada.

Presentimos entonces
que tenías la estatura de tu muerte
y sin embargo, te hemos visto crecer.
Ir más allá del mármol y los cinco sentidos,
ser más Eduardo Cote en el silencio.

Más alto, más espeso,


más definido que la espada
que tenías en la barba y
te cruzaba el cuerpo.

TRISTURA 29
II

Me dicen
que venías a bordo de algún sueño
ensayando la muerte
y te caíste de bruces contra un árbol.
Fue en la Garita y en el mes de agosto,
pero nada supiste del destino
que te estaba acechando.

30 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


III

Ahora sabemos
que no perdiste nada
fuera de la memoria,
y con rabia decimos
-como si fuera una consigna-
no es necesario estar de pie
con las palabras puestas
si el odio continúa acaudillando
los antiguos fracasos.
No hace falta la voz
si el eco sigue tomando decisiones.

TRISTURA 31
Elegía en rojo y gris

A Jorge Gaitán Durán

De seguro tu muerte
fue el infarto de un ave migratoria
y tu cuerpo fue cayendo al abismo
como caen los amantes al amor.

Solo sabemos
que entre lluvia y relámpagos
resbalaste al vacío
que pisaste en falso
sobre la oscuridad de Guadalupe
y no tuviste nada a qué aferrarte.

32 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


II

De seguro traías en tu equipaje


fotografías obscenas de muchachas de Ibiza
con su boca nocturna clavada en las axilas
y pupilas en lugar de pezones,
libros oscuros hediendo a metafísica,
que era tu droga favorita,
y apuntes con el nombre de tu amada
con quien hiciste los poemas
que no escribías.

TRISTURA 33
III

Lo que importa es saber


que todo fue una simple escaramuza
porque antes de dar el paso en falso
ya habías caído desde los abuelos,
y tu erotismo solo perseguía
dejar que diera tumbos
tu vocación de muerto prematuro.
Como toro de casta.

34 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Poemas de entrecasa
(1971)
El mundo es verde y sin embargo
no hay ninguna esperanza

Si es cierto que el criminal regresa


al lugar de sus culpas
tú deberías haber regresado
al parque infantil donde hacíamos el amor
los domingos hacia el atardecer,
y frecuentar también
el bar de nuestras citas
con sus rincones de oscuridad indispensable,
y ese cine de barrio
que visitaba Gary Cooper
de donde siempre salías
con los ojos lluviosos
por la tristeza cursi del final
o la torpeza de mis manos
en la tibieza de tus muslos.

Si es cierto aquello
no habré perdido la fe de encontrarte
en los mismos lugares
donde hicimos del amor
un crimen perfecto.

TRISTURA 37
La Babel habitada

Debes sospechar de esa historia amorosa


que recuerdas fielmente
incluso en sus detalles más triviales.

Debes desconfiar de tu memoria sobornable


de la confusión de tus sentidos
de la Babel de tu pasado.

Sucede que la historia comenzó


al mencionar esa mujer inexistente
a alguien que te contaba confidencias
que deseaban ser correspondidas,
e insinuaste, sin mayor convicción,
una extraña y misteriosa intimidad,
una amistad indescifrable.

Y la mentira te fue comprometiendo


con la curiosidad de los amigos
para que ella surgiera
-llena de circunstancias-
con el color de ojos y de piel
que siempre descubrías
en las mujeres deseadas.

Y sin querer lograste


una hazaña amorosa,
conmovedora hasta las lágrimas,
con una mujer inconfundible
de risa y ademanes estrictamente suyos
y unos senos pequeños que decías acariciar

38 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


en los asuntos que gastaban su ternura de grill
precediendo su entrega
-con lujuria de hotel-
al final de una cita imaginaria.

Concluida tu relación de intimidades


a la historia solo le faltaba
que tú la creyeras, para que fuera más hermosa.

Y en eso estás, ahora


escribiendo el poema que ella habrá de leer
en el sitio del mundo donde espera
que tú la rescates
para amarla
como solo ella sabe que tú puedes hacerlo.

TRISTURA 39
La buenasuerte

La gitana toma tu mano izquierda


la abre con ansiedad
-casi con temor-
como si fuera un cofre de secretos.

La mira con lentitud y


minuciosamente la recorre
con sus dedos expertos
y empieza a decirte
el presente – pasado – futuro
que ella jura estar viendo flotar
en la superficie de tu mano:
la línea de la vida que se trunca,
que no quiere llegar hasta la línea del amor
que se bifurca en aventuras,
el monte de venus con la inicial de una mujer
que no conoces, pero conocerás
al regreso de un viaje que soñaste
y harás, por fin,
al final de un año que es bisiesto,
y el monte de júpiter, la línea de los sueños,
la maraña de rasgos donde ella ve (lo jura)
tu número mágico
el infalible para suerte y azar
y etcétera etcétera.

La gitana sonríe profetizando


tus amables asuntos venideros,
pero tú que sabías

40 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


que solo lo pasado es predecible
te sorprendes tristísimo
porque en algún momento de su largo monólogo
ella sin darse cuenta
ha esculcado en otros días mejores
y ha tropezado con un recuerdo grato
que creías olvidado para siempre.

Porque fue suficiente que rozara tu piel


y pronunciara la palabra propicia
para que regresaras a un lugar conocido
y la sintieras a tu lado
respirando muy fuerte después del amor,
una tarde cualquiera que te fue memorable.

A ella, la inolvidable-olvidada
que regresa a vivir el tiempo justo
que gasta la gitana en recitar tu buenasuerte.

TRISTURA 41
Escuchando la voz de Alicia Francis

El movimiento de la mano
que coloca la aguja sobre el disco
se convierte de golpe
en un pase de magia
que logra este milagro cotidiano
de tu voz
saliendo del parlante
como si allí estuvieras escondida.

La música destruye los objetos


y los muebles no son,
desaparecen lámparas y cuadros,
la alfombra cambia hilos por arena,
crecen palmeras sobre las paredes
y el mar difícilmente azul
se empieza a desbordar
por las ventanas.

Si tu cuerpo abandona el escondite


en compañía de la orquesta de negros,
el milagro ya queda consumado.

Cierro entonces los ojos


y sentado en la arena de la isla
bebo un vaso de whisky
mientras cantas una vieja canción
al ritmo del muchacho que toca la trompeta
(y una mano negrísima golpea,
melancólicamente,

42 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


la pobre cuerda que une la tina
con el palo de la escoba
queriendo remedar un contrabajo).

Hace sol en la playa


y las palmeras en trance de postal
mecen un mar que lame pieles ávidas,
mientras sigo soñando en la desconocida
que religiosamente deseé, todos los días,
cuando se desnudaba para entregarse al mar.

TRISTURA 43
Largometraje

Creías que los grandes amores


son los que “cambian el curso de la Historia”
como esas superproducciones, a todo color,
del señor y la sierva
o del alto militar norteamericano
con la enfermera japonesa,
donde el amor se reduce
a largas escenas de desfallecimientos,
entre suspiros y lágrimas
de música de fondo.

Y todo es del tamaño de la pantalla gigante


incluso las escenas de alcoba
transformadas en un bosque propicio
donde la cámara elude los cuerpos
cuando las caricias se prolongan,
para mostrar un mar rabioso contra las rocas
y regresar, por el camino de las ropas caídas,
a ese primer plano de los rostros fatigados
-con la ternura inevitable-
que parece pedirle excusas al público.

Ahora te ríes de esta ingenua tristeza


de tus días de niña,
porque ya descubriste
que no hay grandes ni pequeños amores
sino una costumbre de cuerpos
que justifica el alma.

44 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Una serie de pactos y convicciones secretas
-siempre, casi siempre en la oscuridad-
de citas y caricias en el mismo lugar,
de claves no convenidas,
de ceremonias cotidianas.

Y que si la cámara se ocupara de nosotros


sería en el tono sepia de la ciudad
cuando es habitable
y en los monótonos escenarios
donde hablamos por horas y horas
antes de hacernos el amor
en algún motelito de autopista
donde la ciudad es más fría
y más sola y más cómplice.

Y no habría música distinta


a la canción que escogimos de amuleto.
Ni tema alguno interesante
-excepto para nosotros-
para quienes es importante
incluso lo que nunca nos sucede,
como esto de saber
que todas las secuencias amorosas
también sirven de escena final
a esta costumbre de cuerpos
que lo único que puede cambiar
es el curso de nuestras pobres historias.

TRISTURA 45
El tiempo como una canción

Hubo días distintos


hechos a la medida
de nuestro deseo de estar juntos.

Tan generosamente breves


como una canción
que no recordamos haber aprendido.

Y hubo noches también: irrepetibles


iniciadas antes de toda oscuridad
y concluidas
mucho después del alba.

Era que bastaba una caricia


para que el tiempo ya no fuera
esta mentira que nos vive.

46 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Escrito en la espalda de un árbol

No recuerdo si el árbol daba frutos


o sombra,
solo sé que dio pájaros.

Que era el centro del patio


y de la infancia.

Que en la madera fácil


tallé tu nombre encima
de un corazón flechado.

Y no recuerdo más:
tanto subió tu nombre con el árbol
que pudiste escaparte
en la primera cosecha que dio pájaros.

TRISTURA 47
Para alcanzar el paraíso

Podemos inventar un paraíso artificial


en los lugares más insospechados;
solo se necesita
una mujer que ha sido deseada,
un poco de oscuridad,
una lujuria más fuerte que el pudor
y la certeza de dar
un poco más de lo que se recibe.

48 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Para leer en voz baja

Compartimos los cuerpos,


que era lo único nuestro que teníamos,
y eso fue suficiente
para que todo aquello que soñamos
y que nunca tuvimos,
también nos fuera dado.

TRISTURA 49
Poema que te hace más frágil

La falda se desliza y cae a tus pies


con ronroneos de animal doméstico
acostumbrado a espiarte
en esta ceremonia de tus actos rituales
para desnudarte:

Primero tu mano que suelta los cabellos


para oscurecer la habitación
y el movimiento de tus dedos
-con precisión de cirujano-
que desatan la prenda
para que los senos se liberen
y muestren
el lugar más hermoso de tu piel.

Y un aleteo de pájaros puestos en libertad


anuncia el momento
en que tus muslos se iluminan
precediendo ese último ademán
que te descubre toda
como un deslumbramiento
con ese abandono de tu cuerpo desnudo
que te hace más frágil
y más indescifrable.

50 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Ceremonia para la oscuridad

Mira qué simple es:


cierro los ojos
pronunciando tu nombre
y basta entonces
a
l
a
r
g
a
r
la mano
para tocar tu cuerpo.

TRISTURA 51
Hicimos el poema
que no pude escribirte

En últimas resulta
que los buenos poemas, los mejores,
nunca fueron escritos.
Y no podía ser de otra manera:
hay que reconocer, humildemente,
que bastó con vivirlos.

Lo demás es caer en tentaciones


de buscar el ahogado aguas arriba
de la pobre memoria.

52 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Lucrecia

Mi madre nunca tiene en mis poemas


un lugar muy exacto;
siempre está dando vueltas
huyendo y regresando,
aquí y allá,
de la vigilia al alba
limpiando y remendando mis palabras
como si fuera oficio de la casa.

TRISTURA 53
Jesús

Mi abuelo no sabrá
que lo hice descender de su caballo
para montarlo aquí, sobre palabras
que nunca le gustaron.

Le gustaba la hacienda, los ganados,


la violencia en historias de combates
a los que nunca fue
porque no tuvo el miedo suficiente
para amar un fusil.

Le gustaba el tabaco, el tinto fuerte,


la gente dura, las mujeres frágiles
y el amor en razón de compañía.

Mi abuelo no sabrá
que le quité su pedestal de potros
y le falté al respeto a su bravura.
Mejor así: mi abuelo no admitía
que utilizara la memoria en vano.

54 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Paula

El mundo de Paula es redondo y brillante


como su globo de colores.
Tiene muy pocas cosas, en verdad,
y sin embargo, no es un mundo pequeño:
cuatro o cinco muñecas, un gato de madera,
media docena de pezones de caucho
y aro blanco de plástico,
un disco ya rayado de la vaca lechera
y unas treinta palabras sin sentido.

Si Paula tuviera un río de juguete


y un caballo distinto al abuelo,
no pediría nada más.

TRISTURA 55
Miguel

Treinta años de amistad


y mucha vida que nos hemos dado.
Él, su nariz, su nombre,
un ademán prestado de su infancia,
un gesto que copié de su tristeza
y su vejez que me estará esperando.

Yo, la risa que falta


a su antigua alegría,
los mismos sueños que no pudo soñar,
las aventuras que quizá no tuvo.

Esto para decir que bien se puede


entenderse con él y hablar conmigo,
o al revés si prefieren:
juzgarlo por los versos que yo escribo.

Sucede que de tanta amistad


ya no sabemos
si mi padre soy yo,
porque ignoramos
quién tiene más edad
y menos muerte encima.

56 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Rosana

Con Rosana no hemos podido hablar.


No dice nada.
Y ha vivido tanto como nosotros
o quizá más
porque un día en la vida es suficiente
para tener historias por contar.
Lo digo yo que cuento sueños
o mejor
que vivo menos de lo que quisiera.

Sin embargo,
Rosana nunca nos dice nada
o no entendemos
su lenguaje cifrado
de silencios y gestos,
como si se negara
a compartir su mundo con nosotros,
que somos tan distintos
que no tendríamos nada qué contarle
si ella supiera hablar.

TRISTURA 57
Rosaema

Bastaría su nombre con mayúsculas


en la mitad de un verso o de una página
para que el poema se lograra.
Aunque en letra menuda
-estoy seguro-
el efecto es igual.

Incluso sin nombrarla:


con su letra inicial
y la palabra amor al borde de la página.

Más simplemente aún:


el libro entero
con las páginas blancas.

58 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Kampeones

En la revista del colegio


una fotografía de treinta años atrás
donde estamos posando sudorosos
después de la victoria.
Todos tenemos un aire de grandeza
que hemos ido gastando:
El gallego Tomás,
el pecoso Pedroza
el maracucho Antonio
que hizo un gol memorable
y ahora tiene
una casa de citas en Valencia.
El tatareto Vega
que era puntero izquierdo
y ahora juega a político
por el ala derecha.
Siboney el negrito centro-medio
y Juan Ramón “Pocillo”
-porque tenía una oreja, solamente-.

Al respaldo con mi letra de entonces


una larga leyenda que comienza:
Campeones (con K)
el nombre y los apodos del equipo
los goles y su hazaña
-con fecha y hora-
de esa tarde de marzo
cuando fuimos
brevemente inmortales.

TRISTURA 59
“Prudencia”

La sonrisa ensayada ante el espejo


imitando el estilo de Rita Hayworth.
Una discreta flor en el cabello.
Un aire distraído en la mirada
que no logra ocultar la expectativa
de tu perfil en trance de retrato.

Por el revés tu letra que decía:


“Cuando esta foto te hable, no te quiero”.
Y un corazón goteando tinta roja
con puñal en el centro.
Luego tu nombre lleno de arabescos y
una fecha cualquiera
de aquel tímido amor de colegiales
que por ser tan oculto
ni por nosotros era descubierto.

60 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Los juegos

El camino más corto


de regreso a la infancia
son los primeros juegos.
La cacería de pájaros
y la vuelta a casa
con las piezas cobradas
en altas varas de bambú
para que nadie ignorara la hazaña
ni pudiera eludir nuestra alegría.

Luego las citas en el río


y el baño interminable
con las conversaciones
que imitaban el diálogo de adultos,
las primeras bromas obscenas
y las confesiones
sin penitencias ni remordimientos.

En agosto el desafío de cometas


-a quién vuele más alto,
a quién llegue más lejos-
Los combates a golpe de puño
-historia de nuestras primeras cobardías-
y en las noches propicias
el hallazgo de unos tímidos senos
bajo la blusa de una colegiala
en la esquina del barrio
donde fuimos
aprendices de dioses.

TRISTURA 61
Ernesto “Che” Guevara,
viejo amigo

No sé si alguna vez estuvimos


en el mismo lugar
si ocupamos una misma mujer
si intercambiamos signos de saludo
en oscuros corredores de hotel.
Pero ahora descubro que tuvimos
una larga amistad,
que siempre fuiste la cara conocida
de rasgo inconfundible,
el compañero de aventuras
con su nombre olvidado
en la punta de la lengua
y sus lentas hazañas escondidas
en algún callejón de la memoria.

62 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


II

¿Acaso no eras
(antes de usar la barba y los combates)
el Hoppalong Cassidy de mi barrio?
¿El cowboy invencible?
¿El que golpea más duro
y dispara más rápido,
el vencedor empedernido?

¿Acaso no eras
el vaquero triunfante
de la primera cinta de bandidos
donde todos soñamos el papel principal
con una muerte aparatosa?

TRISTURA 63
III

Esto lo digo porque tú no sabías


de esta larga amistad.
Porque eras nuestro Hoppalong Cassidy,
nuestro Joe Paloka, nuestro Zorro Veloz,
y ya no queda nadie
que repita el ademán de darse entero,
sino en aquellas películas
donde tuve la sensación de haberte visto,
antes de que usaras la muerte
en una escena
que no estaba incluida en el libreto.

64 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Eduardo

De pronto la costumbre
de no contar contigo para nada.
De no saber si vas
si llegas tarde
y en compañía de quién.
Ni cuándo y dónde
la fiesta concertada
el compromiso inevitable.
De olvidar el abrazo
y la pregunta de
¿Cómo estás Eduardo,
y cómo están tus versos, tus asuntos?

De salir a la calle
con la sonrisa al viento
sin tropezar contigo en las esquinas.

De hablar con los amigos


y esculcar la memoria
-sorprendidos-
de no saber de ti
desde que habitas
tres metros debajo de un ciprés
en el cementerio de Pamplona.

TRISTURA 65
Elías

Te hubiera gustado
regresar de un combate
-vencedor o vencido-
satisfecho de haber participado.
Te hubiera gustado
un mostacho estilo novecientos,
una daga oriental,
una casaca de color definido,
una trinchera
con posibilidades de heroísmo
en la guerra civil.

Tu nombre precedido
de un cierto rango militar
un tintineo de medallas sobre cicatrices
un recuerdo de hazañas
-te hubiera gustado-

Se acabaron las guerras


y no tuviste a tiempo,
una causa perdida
y un poco de miedo,
un cierto aburrimiento,
un desapego de ataduras.

Tienes que hacer tu guerra solo


y hacia dentro:
de un lado tú y al otro lado el resto.

66 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Sietemachos

Jacinto Hernández Contreras:


Sietemachos
Mago de feria fúnebre
Animador de pobres novenarios.
Brujo aprendiz de sacerdote a cuotas.
Agente autorizado de indulgencias plenarias.
Plañidor porque sí,
porque le da la gana,
porque le sobran lágrimas.

Domingos y feriados con tarifa especial


y traje oscuro.
Servicio a domicilio.
Novenarios en latín familiar y
condolencias en tres modalidades.
Tarifas financiadas por sistema de clubes
y descuento especial
en catástrofes cívicas,
epidemias
o accidentes de muerte colectiva.
Siete rosarios por el precio de tres
e indulgencias gratuitas.
Oficina: cementerio central.

Jacinto Hernández Contreras:


Sietemachos.
Especialista en derecho mortuorio
y misas negras.
Animador del circo

TRISTURA 67
de las benditas ánimas del purgatorio.
Ruega por nosotros
los pecadores sin remordimientos
en la gozosa hora de nuestra muerte,
amén.

68 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Ernesto

Che: no me culpes a mí
por incumplir la cita de los montes.
Juro que quise ir
pero no tuve el valor suficiente.
Me dio pavor la selva
la puntería del hambre
los mosquitos y los boinas verdes.
Me dio miedo
cambiar tecla por gatillo
máquina por fusil
sueños por revolución.

Che: no me culpes a mí,


soy un cobarde
juro que quise ir.

TRISTURA 69
Don Pablo

Señor, doctor, don, excelentísimo


Máster, míster, monsieur, su señoría
Don Neftalí, don Pablo, don Neruda.

Conste que no me burlo:


es el respeto disfrazado de risa
pero no lo soporto,
no le permito tamaña humillación
tan grave ofensa
como escribirle un verso a la cebolla
y hacerlo bien.

Yo en cambio soy tan torpe


en el oficio
que no puedo hilvanar
más de tres versos
para decirle a la mujer que amo
esas cosas hermosas
que usted malgasta
en congrios, alcachofas, perros muertos,
insectos y cebollas.

Maldito usted, don Pablo,


que utiliza palabras
y las deja inservibles.

70 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Instrucciones para la nostalgia
(1984)
Los amantes

¿Quién puede condenar a los amantes


por construir sus castillo en el aire
de los hoteles clandestinos ?

¿Quién puede prohibirles que se engañen


fabulando pasiones que no sufran
esa misma fatiga de sus cuerpos ?

¿Quién puede censurarles que ambicionen


una memoria no tan infiel
como ellos deben serlo ?

No podrán repudiarlos
por torturarse mientras se disfrutan
y destruirse cuando se confunden.

Hay que dejar a los amantes libres


de tantas ataduras.
Dejar que hagan del mundo
lo que les venga en gana
y compartan dichosos el infierno
si no pueden buscar el paraíso.

Hay que dejar que los amantes sean


esclavos de sí mismos,
y cumplan su destino
de amargarles la vida
a quienes los censuran
los repudian

TRISTURA 73
los niegan
los proscriben
y los envidian.

74 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Para asumir la soledad

En los aeropuertos
donde nadie te espera
ni despide
ondea tu sonrisa
y responde a las manos que saludan.
Y al subir o bajar la escalerilla
el rito del brazo levantado
hacia la bandería
de los pañuelos que se agitan.

No olvides la variante
de las pequeñas tiendas de turismo:
pregunta por el perfume
de la muchacha que te hubiera esperado,
si tuvieras alguna.
O el licor favorito de tu amigo
que no puede beber
porque la muerte no se lo permite.

Duty free significa simplemente


libre de explicaciones
para asumir la soledad.

Y cuando los altoparlantes anuncien


que el viaje continúa
vuelve y levanta el brazo
hacia la muchedumbre,
que es posible que quienes te saludan
sean también solitarios
que no tienen
ni visitas ni ausencias.

TRISTURA 75
Letanía

Señor, dale una oportunidad a los virtuosos


y déjalos caer en tentación
para que no condenen
a quienes descubrimos que el abismo
es solo otra variante del camino.

Señor, no prohíbas la gula de los míseros


ni la violencia de los débiles
ni la avaricia de los desposeídos.

Señor, otórgale soberbia a los humildes


para que no rediman a sus amos
permitiéndoles ser caritativos.

Refresca, Señor, la desmemoria moralista


y diluye las sombras que confunden
la castidad del indeciso.

Permítenos, Señor, desear la mujer


y no la ruina de nuestros deudores
y deja que sea el prójimo
quien tenga que poner la otra mejilla.

Señor, si este reino no es tuyo


-como dicen-
quita la viga de mis ojos
y cámbiala por la paja de los de mi vecino
y déjanos el goce de caer y recaer
en el viacrucis de culpas inconclusas
para el juicio final de los remordimientos,

76 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Canto I

En esa tempestad que desatamos


fuiste lo irrescatable del naufragio
el norte de mi brújula caótica
el faro que se hundía
señalándome
la ruta de mi playa salvadora.

TRISTURA 85
Para dos solitarios habitantes

Qué vasto nuestro imperio


de tres por cuatro metros
al final de una cómplice escalera,
que a veces sube
a hacernos la visita.

Qué inexpugnable fortaleza


de cielos alquilados
con puertas de frontera
y cortinas de puentes levadizos.

Qué poderoso nuestro reino


de reyes, siervas, amos,
esclavos y princesas
para dos solitarios habitantes.

86 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


A veces potro, a veces amazona

Rozo apenas tu piel


y el erizo que ocultas te traiciona
alertando tu cuerpo
que el deseo pone tenso
como cuerda que esconde alguna música
si mi mano es el arco que la toca.

La caricia es culpable
que te vuelvas gacela y amazona
pantera en celo
potro rebelde
paloma quejumbrosa.

Los más bellos y crueles


habitantes del bosque
se recrean contigo y te derrotan.

Lloras
gimes
te ríes
te desbocas
por la blanca llanura de las sábanas,
a veces potro
a veces amazona.

TRISTURA 87
La indulgente, la piadosa nostalgia

La indulgente nostalgia
nos permite
mirar atrás
para vernos amándonos.

Nunca supimos
si los labios seguían
la partitura de las manos,
si la sedosa sombra de tus muslos
maduraba mi barba,
quién anudaba a quién
en esa danza
de enemigos o aliados,
si el temblor digital eran tus senos
o mi galope fueron tus espaldas.

Admitamos que nunca lo sabremos;


la piadosa nostalgia nos permite
retroceder imágenes
-cada vez más borrosas y lejanas-
para vernos amándonos.

88 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


La celestina

El vino y una memoria apresurada


arman estas tristezas desmedidas
donde el eco es mejor que la canción
si cambiamos el ritmo de la música.

La nostalgia es infiel
y si se embriaga
regresa dando tumbos
a cumplir su labor de celestina:
retocando retratos
zurciendo decorados
y barriendo debajo de la alfombra
la miseria de todos los olvidos.

TRISTURA 89
Preguntas

¿Qué alegría colegial pide desquite


en el llanto de atrás de tu mirada?
¿A cuántos abandonos equivale
el azar de un encuentro inevitable?
¿A qué muerte cercana le debemos
esta tonta tristeza inmotivada?

90 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Visto de cerca

Visto de cerca el puerto no es tan bello


ni el cielo tan azul
y el paisaje no está policromado.
La postal hace trampas
retocando arreboles
en lugar de las nubes desteñidas.
No hay relucientes barcos:
son pesqueros
con un dudoso aroma de mariscos.
Los marinos que ves
no están cantando
mientras recogen un velamen viejo,
blasfeman repitiendo palabrotas
fatigados de hacer el mismo oficio.

TRISTURA 91
Un aroma de almendro en las almohadas

Es pequeña la patria desde lejos


como si la mermara la distancia,
menos controvertida
más amable,
como si la puliera la nostalgia.

La viajera memoria la reduce


a tres o cuatro rostros
una calle
el ebrio tarareo
de la canción que nunca recordamos,
el gol de la derrota
y el coraje
de la tarde perdida en un estadio.

Una broma de amigos,


una brisa llevando serenatas,
el temblor de unos senos,
un aroma de almendro en las almohadas,
los muertos de entrecasa transpirando
su siesta en los zaguanes,
un aguardiente hiriendo la garganta,
la textura, el sabor y la fragancia
de una fruta, una piel
o de una lástima.

92 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Para Natalie Wood

Nunca supiste que tuvimos amores hacia finales


del cincuenta y siete.

Eras entonces una actriz de reparto y yo


simplemente un extra en el rodaje de mi rumboso
sexto de bachillerato.

Por eso tu recuerdo, en la falsa neblina de los


fumadores aprendices, era tan pegajoso como los
chicles Adam’s, tan enervante como el coctel de
ron con cocacola y más contagioso que los boleros
de los Panchos.

Tengo viva la rabia por tus incumplimientos a


mis fiestas de rumbas y nostalgia, donde estuve
esperándote. Y no acepto todavía tu tonta excusa
de filmar en Hong Kong o viajar la Metro Goldwen
Mayer a recibir el Robert Wargner que te habías
mandado hacer sobre medidas.

Te fui entonces infiel con una colegiala, que


impedida de copiarte los senos, te plagiaba el
peinado, y prometí incumplir las descaradas citas
que me dabas en el neón tristón de los teatros.

Sin embargo, seguimos tropezando en las


penumbras de mi cine continuo de los sábados,
y era evidente que algunas de tus miradas más
picantes tenían la dirección de mi butaca. Pero tu

TRISTURA 93
escandalosa vida de farándula me obligó a desistir
de ofrecerte el papel estelar en la película de mi
historieta provinciana.

Ahora, un poco más antiguo pero igual despistado,


me entero de tu muerte, ahogada en un lago de
uisqui, y el colegial que ocultan mis solapas me
ordena enlutecido que te escriba esta carta.

94 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Memoria de tu cuerpo
(2003)

TRISTURA 95
96 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO
Recuérdame, desnuda

¿En qué bar estarás


donde tu risa
suene más que la música?
¿Donde tu pelo sea
el rincón más oscuro de la fiesta
y tu escote
la ventana mejor iluminada?

Alguien sabrá que eres impredecible


de la cintura para abajo,
hacia arriba te salva la sonrisa
y esa mirada ausente
como si no quisieras compañía.

¿A quién decidiste seducir?


¿Algo tiene de mí
tu próxima aventura?

Recuérdame, desnuda
y no olvides
que nadie sabe más de tu cuerpo
que mis manos.

TRISTURA 97
Un ángel por la calle

Un fulgor de miradas te persigue


cuando vas por la calle
como si flotaras
en la brisa celeste de la tarde.
Humilde de cintura y altanera de pechos
no usas ni maquillaje ni perfume,
nada llevas debajo de la blusa
y te sientes liviana
porque bajo la falda
solo llevas el pubis.
Una fiesta comienza en tus caderas
y tu risa es la música.

¿Cómo haces para danzar cuando caminas?


-se preguntan algunos.
¿Por qué parece que tuvieras siempre
todos los labios húmedos?
Son distintos los ojos que te siguen,
los delatan la codicia o la envidia:
el opaco rencor de las mujeres
y en los hombres el lujurioso brillo.

Pero tú los ignoras


porque sabes
que es mi oficio nocturno
desnudarte de miradas ajenas,
para que flotes como un ángel
en el aire impoluto de las sábanas.

98 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Penélope

Espérame impaciente
como si no supieras
que llegaré tardío
-tejedora de fábulas-
que te viene de estirpe
engañarte nocturna
devolviendo los hilos
de la urdimbre
que tejiste de día.

Heredaste la gracia
de simular esperas:
tu abuela tejía redes
junto a un río que dejó de pasar
y ella siguió esperándolo.
Y tu madre
-tejedora de músicas-
hilvanaba canciones
para sordos amantes
sin dejar de cantar.

Tú aprendiste el oficio
de entretejer palabras
sintiéndote Penélope,
para que otros te amen
sin sentirte culpable,
mientras llego incumplido
a competir para que no me olvides.

TRISTURA 99
El amuleto de tu nombre

De discreto rumor
se convirtió en escándalo
la algarabía de tu nombre
en boca de los amantes
que visitan el hotel
donde me llevas
a enseñarme a cantar
agonizando
encima de tu cuerpo.

Se descubrió el secreto
para alcanzar
las cumbres del deseo
jadeando
en un coro de voces,
en un salmo
de plegarias eróticas
que invocan
los presurosos habitantes
acariciando a gritos
el amuleto de tu nombre.

100 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Dedicatoria

Ando perdido
pero jubiloso.
Confieso que no sé
a dónde voy,
pero la alegría me delata:
todos saben
que vengo de tu cuerpo.

TRISTURA 101
Felina

Ronroneas impúdica
como si reposaras o durmieras
cuando estás al acecho
para entreabrir la trampa
de tus muslos,
en la jaula-aposento
donde esperas
que asome mi deseo.

102 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


El extranjero de tu cuerpo

Necesito que sepas


que soy el que te habita
y no te reconoce,
el que te invade
y huye deseándote.

El viajero del tren que ya partió,


el polizonte del barco que no vino.

El que te sabe de memoria


pero se pierde acariciándote,
el que muerde tu lengua
y no traduce tus algarabías,
el que lame tu piel
pero sigue sediento.

El extranjero de tu cuerpo
que no sabrá jamás
si no ha podido entrar
o no lo dejas ir,
porque te extraña incluso
cuando está contigo.

TRISTURA 103
Cartagena de Indias

¿Para qué gritar el mar


invitándome a entrar
si en silencio tu cuerpo
me ha cerrado las puertas?

¿Para qué este paisaje


donde sobran colores
pero falta tu risa?

¿Y esta playa vacía


donde no cabe nadie
porque tú no la ocupas?

Si estuvieras conmigo
sería
el paraíso que perdimos.

104 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


A la deriva, siempre

Los recuerdos golpean


mucho más que las olas
-eso dicen los náufragos-
porque más traicionera
es la memoria.

A la deriva, siempre
te busco olvidadiza
en la mitad del mar
como un faro de lástimas.

No puedes rescatarme
-sirena rencorosa-
tienes manos de adioses
y perdiste la brújula
de tu bella canción.

TRISTURA 105
A veces, en las noches

Con la alegría de los sobrevivientes


los mutilados vuelven
a desfilar dichosos
con las medallas de sus cicatrices,
saludando sin manos
y marchando
sobre la pierna que perdieron,
como si nada les faltara.

A veces, en las noches


mutilado de ti,
me despierto abrazado
al perfume de tu piel,
en la trinchera que dejaste vacía.

A veces, en las noches


respiro por la herida
de la memoria de tu cuerpo,
crucificado
sobre la huella de tus brazos,
como esperando la resurrección.

106 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Mi padre

Para Julia Elena

Mi padre me enseñó
que la música es mágica
porque nos lleva a donde nunca iremos
y nos regresa
a donde fuimos y no lo recordamos.

Los instrumentos simples le encantaban


y los tocaba mal.
Su dulzaina era triste
desentonaba en la guitarra
y era un inofensivo bandolero
porque no disparaba la bandola.
Siempre creyó que el arpa
era mejor que el piano:
se tocaba de pie como a una potra,
y se dejaba cabalgar.

La música, toda la música,


lo ponía nostalgioso
-un adjetivo que aprendió en el Sur-
donde hicimos academia de tangos.
Le gustaba el coñac pero no se embriagaba.
Y no aprendió a fumar.

Como tenía la voz espesa


se permitió el pudor de no cantar.
Pero fue un excelente bailarín,

TRISTURA 107
inmejorable indicio
de ser un buen amante.

El ajedrez fue una pasión tardía


que nunca supo dominar:
no aprendió a replegarse para combatir.
El ajedrez, decía, lo inventó una mujer
porque la reina es libre y el rey manumitido.
Y un homenaje a los humildes
al permitirle a los peones alcanzar el poder.
Respetaba las torres por atacar de frente,
no como los alfiles, traicioneros,
es decir, obispales;
ni como los caballos,
impredecibles por lo solapados.

En la vida es igual, reflexionaba;


un paso en falso, un torpe movimiento,
y la derrota nos persigue.

A mi padre le encantaba vivir


y se reía para que lo supieran.
Mirándolo de lejos y despacio,
reconozco apenado
que no pude heredarle su alegría.

108 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Habitación 513

Brindas con el espejo


presintiendo que el viento
estará lamentándose
cuando empiece a llover.

Miras hacia el abismo


viendo pasar un río perezoso y triste
y al descubrir que estás sin compañía
corres a la ventana
para escuchar las voces
que te llaman de abajo, suplicantes.

Te sorprendes al ver
que el río fluye como si cantara
y ese viento es la música
anunciando la fiesta
a la que olvidaron invitarte.

Solo llueve por dentro,


esa llovizna es tuya,
tan mentirosa como tu nostalgia.

Sollozas otra vez


ante el espejo empañado de lágrimas
que no te reconoce y se niega a brindar.
Decides embriagarte y evitar tentaciones
cerrando con tus ojos la ventana,
como si fuera tu memoria,
para que mañana no recuerdes
que te faltó el coraje de saltar.

TRISTURA 109
Tristura

Las primeras señales del olvido


no son ritual de puertos o viajeros,
las ausencias
no requieren de adioses.
Los abandonos
no necesitan ceremonias.

Uno se va sin trenes


sin aviones,
uno se va sin barcos.
Uno se va.

110 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Contenido

Instrucciones para querer y releer


a Miguel Méndez Camacho 5

Los golpes ciegos


(1968)
La formal 13
La soledad 15
Diurno número uno 16
Noche de viajero 17
La palabra 19
Los ausentes 20
Los antiguos asuntos 22
Corozopando 24
Diurno número tres 25
Diurno número nueve 26
Los sueños 27
Nosotros: Los amantes 28
Elegía en azul 29
Elegía en rojo y gris 32

Poemas de entrecasa
(1971)
El mundo es verde y sin embargo
no hay ninguna esperanza 37
La Babel habitada 38
La buenasuerte 40
Escuchando la voz de Alicia Francis 42
Largometraje 44
El tiempo como una canción 46
Escrito en la espalda de un árbol 47

TRISTURA 111
Para alcanzar el paraíso 48
Para leer en voz baja 49
Poema que te hace más frágil 50
Ceremonia para la oscuridad 51
Hicimos el poema
que no pude escribirte 52
Lucrecia 53
Jesús 54
Paula 55
Miguel 56
Rosana 57
Rosaema 58
Kampeones 59
“Prudencia” 60
Los juegos 61
Ernesto “Che” Guevara, viejo amigo 62
Eduardo 65
Elías 66
Sietemachos 67
Ernesto 69
Don Pablo 70

Instrucciones para la nostalgia


(1984)
Los amantes 73
Para asumir la soledad 75
Letanía 76
Viajera 78
La otra 80
Villa Cariño 81
Postal número tres 82
Historia 83

112 MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO


Esa niña 84
Canto I 85
Para dos solitarios habitantes 86
A veces potro, a veces amazona 87
La indulgente, la piadosa nostalgia 88
La celestina 89
Preguntas 90
Visto de cerca 91
Un aroma de almendro en las almohadas 92
Para Natalie Wood 93

Memoria de tu cuerpo
(2003)
Recuérdame, desnuda 97
Un ángel por la calle 98
Penélope 99
El amuleto de tu nombre 100
Dedicatoria 101
Felina 102
El extranjero de tu cuerpo 103
Cartagena de Indias 104
A la deriva, siempre 105
A veces, en las noches 106
Mi padre 107
Habitación 513 109
Tristura 110

TRISTURA 113
Otros títulos de Ediciones Exilio

Miguel Méndez Camacho


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9 789585 959217
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