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El arte de la guerra: la búsqueda de la verdad en el debate.

Pensar en una paz perpetua es negar la realidad de lo que representa construir una sociedad. Es
negar verdades y diversidad, reduciéndolas a una verdad definitiva. Sesgar la realidad es dañino, y
es algo que se puede adjudicar a ciertas tendencias ideológicas contemporáneas que plantean un
mundo de abundancia, paralelismo y perfección áurea impalpable. Idealizar una sociedad en
nombre de conceptos utópicos sobre la misma conduce inevitablemente al terror, a la censura.

Para combatir el conflicto, es necesario conocer la naturaleza del mismo, su arte. Pues el conflicto
es propio de la sociedad, casi tan representativo de la misma como la interdependencia. Es un
origen natural que se da en cualquier contexto en el que se presenten verdades diversas, y
conceptos de la libertad simultáneos, que chocan entre sí.

La noción de una sociedad armónica es, en el principio de los conceptos, una contradicción.
Eliminar los conflictos de una sociedad es una meta que no es alcanzable, ni deseable. Por el
contrario, la sociedad debe procurar crearse desde el conflicto, y garantizar espacios sociales y
legales en los cuales el conflicto se pueda manifestar, sin que exista la supremacía de ideas, ni la
censura, ni el asesinato de quienes no conviven en una misma verdad. Sin reducir minorías, donde
las verdades puedan batirse en duelo, presentarse, ser atacadas y defendidas, rebatidas con
argumentos, no con armas. El testimonio de la verdad se da con la lógica y dialéctica, no con la
sangre.

La construcción de una sociedad justa y racional radica en su capacidad de tener mejores


conflictos, de reconocerlos, de ofrecerles discusión y alternativas, de contenerlos, de no vivir por
ellos, si no edificar productivamente desde ellos. La diversidad de verdades precisa que todas las
verdades sean escuchadas y dialogadas para poder afirmar que, en efecto, se tiene participación e
inclusión. Requiere del diálogo, de la búsqueda de puntos medios que favorezcan los intereses de
verdades opuestas, pues de esto se constituye la democracia, la verdadera participación
ciudadana, de la premisa base del conflicto. Del reconocimiento de las multitudes de verdades.

Así pues, la cultura democrática se enseña a través del debate. Una sociedad madura para el
conflicto es una sociedad madura para la paz. Debemos comprender a madurar frente al conflicto,
a comprender los intereses varios que juegan roles fundamentales dentro de una misma sociedad,
a identificar las propias posturas y opiniones, a comprender cómo atacar y desmontar posturas
ajenas, a comprender a usar los mismos criterios para las opiniones propias, a aceptar el cambio
de ideas y premisas, al análisis y estudio de las mismas. El sembrar dichas prácticas fomenta dos
aspectos fundamentales para la construcción de sociedades pluralistas e inclusivas: El
pensamiento crítico y el respeto por la dignidad humana desde el altruismo que representa la
escucha de verdades.

El falsacionismo, de Karl Popper, plantea que las ideas se caen por su propio peso. En dicho orden
de ideas, la forma de refutar ideas es por medio de contraejemplos, que dado el caso de que no
pueda ser refutada, queda corroborada, y puede ser aceptada. El pensamiento crítico se construye
desde allí. Las opiniones sólidas, el liderazgo de las comunidades, el buen debate, y en esencia, la
búsqueda de una verdad equitativa que funcione como motor de la sociedad, se construyen desde
allí. La cultura debe aprender a debatir, y a hacerlo bien, pues es la forma correcta de construir
sociedades, de construir ciudadanos, de ser escuchados y respaldados.

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