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Schmuckräuber.

Un cuervo que vivía en Mesopotamia, “entre los dos grandes ríos” robaba
joyas divinas en un tiempo en que los hombres trabajaban para los dioses.
Los dioses culpaban a los hombres por la desaparición de sus joyas.
Schmuckräuber roba en las tinieblas y las joyas lo atraen por su brillo. Él las
esconde en un hueco de aquél viejo árbol seco olvidado entre las inaccesibles
peñas al final del valle. Por las noches la luna incide sobre las piezas robadas
emitiendo indescriptibles reflejos.

Claudia, una diosa famosa por poseer el mayor tesoro de rubíes, diamantes,
amatistas y otras piedras preciosas tiene una flaqueza: es demasiado
compasiva. Los dioses dispusieron poner un escarmiento a los hombres
exterminándolos con un torrente de aguas ardientes y salobres. Claudia no
estaba de acuerdo, sabía que los hombres eran buenos y que, en caso de que
alguno de ellos fuera el ladrón, no sería justo castigarlos a todos con tan
radical pena. Los dioses conocen su debilidad y decidieron no escucharla. El
día del castigo se acercaba, Claudia se encontraba muy angustiada y aquella
noche tendría que encontrar una solución para salvar a los hombres. ¿Si
acaso repartiera sus gemas entre los dioses para aplacarlos? La idea la llevó
a abrir su secreto baúl. A la luz de una lámpara las joyas emiten fulgurantes
brillos de distintos colores, que relumbran más allá de las ventanas de su
palacio. Los brillos llegan hasta el acantilado. Schmuckräuber percibió esas
luces jamás antes vistas.

- ¿Qué es aquel encantamiento? ¿De dónde viene?

El infeliz cuervo, esclavo de su vicio, no pudo resistir la tentación y


emprendió el vuelo guiado por aquella luz. El palacio irradia por todas sus
ventanas con intensos destellos.

Schmuckräuber hacía varios giros en torno al palacio buscando por dónde


introducirse sin ser visto. De una torre a otra, de una almena a otra aparecía
y desparecia la obscura sombra del ave. Por fin, allí está, justo detrás de
Claudia quien, embelesada, juega con sus gemas.
- ¿En qué momento se distraerá? ¡Ya no resisto más! Son todas tan
brillantes y luminosas …

Claudia se levanta, suspira y reflexiona en voz alta:

- Son mi mayor tesoro. ¿Por qué he de darlas a esos dioses malvados


que no sólo tienen esclavizados a los hombres, sino que además
quieren castigarlos tan cruelmente? Además ¿Qué garantiza que
aceptarán esta prenda a cambio de la vida de sus esclavos? ¿Si tan sólo
pudiera entregarles al ladrón de joyas?

Estaba en estas cavilaciones cuando Schmuckräuber aprovechó la distracción


y se lanzó sobre una preciosa esmeralda. Con ella en el pico emprendió raudo
vuelo a través de la ventana. Claudia, entonces, percibiendo apenas un leve
movimiento, volteó hacia sus joyas y de inmediato se percató de la ausencia
de la esmeralda. ¡Al menos no desapareció la esfera de cristal que un día le
regaló aquella buena gitana por salvar la vida de su hijo! Como toda una
diosa poderosa no tardó en visualizar dentro de la hermosa esfera su
carísima esmeralda.

- Pero ¿por qué se mueve con tal velocidad y a dónde es llevada? Y más
importante aún: ¿quién la porta? ¡No es un hombre! Apenas distingo
una negra sombra … ¿qué es? ¿Y dónde es ese lugar?

Pronto, había que actuar. Las horas corrían y al amanecer se exterminaría a


un ejército de inocentes. Rápido cerró de un golpe el cofre e hizo venir a dos
grandes tecolotes que la levantaron en vuelo y en un instante estaba ya allá,
junto a aquél viejo árbol seco olvidado entre las inaccesibles peñas al final del
valle. ¡Qué asombro al asomarse en aquel hueco tronco! Cientos de
relucientes alhajas cuya belleza apenas las superaba su propio tesoro. Encima
de ellas como azorado Schmuckräuber. Tan fascinado con su nueva
adquisición no se ha percatado de la llegada de la diosa.

- ¡Ladrón! –gritó ella- y además muy pronto ¡asesino!


No fue poco el sobresalto del cuervo al ver a aquella hermosa deidad
flanqueada por dos enormes y poderosos tecolotes.

- ¿Quién eres? ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿De qué me acusas?
- Soy Claudia, la diosa poderosa de Mesopotamia, poseedora de tesoros
invaluables y protectora de los hombres. Y tú, un ladrón de joyas, que
no sólo has robado a los demás dioses y esta noche a mí, sino que
además, por tu culpa morirán muchos hombres inocentes a quienes los
dioses dispusieron poner un escarmiento exterminándolos con un
torrente de aguas ardientes y salobres.
- ¡Yo no he robado nunca joya alguna!
- Y por encima mentiroso: ¿Qué es todo esto dentro del hueco tronco y
que así brilla bajo la luna?
- ¡Luz!
- ¿Luz? ¡Son joyas robadas!
- ¡No, es luz! Luz que ha estado atrapada y encerrada en cofres, baúles y
jarrones sin que nadie pueda gozar de ella. Es luz. Lo único que yo
busco es la luz. Y sí, debo confesar que en noches de tormenta y las de
luna nueva, siento una terrible desilusión al ver que no hay luz en mi
casa. Cuando todo se obscurece en el interior me doy cuenta que mis
esfuerzos han sido inútiles. Pero no me cansaré de buscar una luz
hermosa, la más radiante y concentrada, la que no se extinga bajo
ninguna condición, la que más brille mientras mayores sean las
tinieblas. Hoy vi hermosísimos rayos luminosos que salían de un
palacio y fui a liberar esa luz, es ésta, mírala. ¿No es hermosa? Y su
color llena la vista de esperanza… ¡No, yo nada te he robado, ni nada
se de dioses y de hombres! Yo solo busco LUZ.

Claudia entonces comprendió que Schmuckräuber era un pobre ser atrapado


en tinieblas, ignorante y que aunque obraba mal, no tenía la intención de
dañar a nadie. Ella le explicó entonces como Mesopotamia era una tierra en
que dioses y hombres se ocupaban y preocupaban por muchas cosas:
producción, economía, política, espectáculos, deportes, relaciones con otros
reinos y miles de asuntos más. Confesó cómo ella misma había caído en el
vicio de atesorar joyas, más costosas y exuberantes que las de los demás
dioses. Pero ahora, se daba cuenta de que no son las joyas, ni el poder, ni los
beneficios que los dioses parecen otorgarles a los hombres lo que vale.

- ¡Oh, buen cuervo! Qué gran lección me has dado. Muchas cosas nos
preocupan y una sola es necesaria: La LUZ. Pero no una luz física, no el
brillo de las joyas ni las fantasías de la pirotecnia. No la luz falsa y
efímera de espectáculos y aparadores. No la luz de la fama ni del
nombre en marquesinas. No la luz del sol que se oculta en las noches o
tras las nubes ni la luz de la luna que sólo es un reflejo…

Estaba hablando Claudia, cuando los tecolotes comenzaron a inquietarse y


por fin la interrumpieron:

- ¡Divina Claudia, Señora Nuestra! Perdonad que os interrumpamos,


pero el alba se acerca y debemos volver a Palacio.

¡Qué impresión! Ya amanecía y los hombres morirían, mientras ellos seguían


ahí sin resolver nada.

- ¡Pronto! –dijo a los Tecolotes- llevadme y convocad a la asamblea de


los dioses. Y tú Schmuckräuber, ven con nosotros; es necesario que
confieses delante de los dioses que tú tomaste las joyas, para que así
salves a los hombres.

Todos emprendieron el vuelo. El dios Sol, Auro, se desperezaba y ya había


salido. Brillaba radiante sobre los cristalinos espejos del Tigris y del Éufrates.
Schmuckräuber miraba fascinado el espectáculo. Pero… ¿qué ha sucedido?
Los tecolotes que conducían a la diosa, desacostumbrados a la luz del día,
han quedado deslumbrados y han perdido la orientación. Claudia,
desesperada gritaba desde lo alto, en pleno vuelo, a ver si los demás dioses la
escuchasen. ¡Inútil! Ya han puesto en ejecución el decreto. Desde su altura
Claudia y Schmuckräuber observan cómo Auro hace hervir las aguas de los
ríos, y el dios del viento sopla impetuoso sobre ellos para que se desborden.
Invirtiendo el curso normal de las aguas son ahora las del mar las que se
internan en los lechos de ambos ríos que no dejan de vomitar su ardiente
contenido salobre sobre pueblos, villas y ciudades.

- ¡Todo ha sido en vano! –se lamenta Claudia.- No hemos logrado salvar


a los inocentes.
- ¡No claudiques! –responde Schmuckräuber. – La Verdad los hará libres.
Tú y yo hemos conocido hoy la Verdad. Hemos vivido engañado por
falsas luminarias. Es momento de acabar con los engaños. ¡Volaré
incansable por la Luz de la Verdad!

Y dirigiendo su vuelo impetuoso, con más velocidad y energía que nunca,


Schmuckräuber se aparta de Claudia y enfila contra la más radiante luz de esa
mañana. Vuela decidido contra el rostro del Sol.

Un impacto, una conflagración indecible. De pronto tras un cegador destello


todo es tinieblas. Allá en la tierra las aguas que ya habían anegado todo el
valle tardan en bajar a su nivel habitual una semana. Sí, muchos murieron;
pero muchos otros se salvaron.

Por fin un día después de aquella nefasta semana de tinieblas, de muerte y


de flagrante derrota de la diosa, Claudia sentada al lado de los supervivientes
ve algo muy brillante entre las inaccesibles peñas al final del valle que la
atrae. Aunque brilla como una esmeralda no es una alhaja, sino luz de
Verdad. Sólo una palabra sale de su boca:

- Schmuckräuber.

Jorge E. Bonilla O. Diciembre 2013.

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