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El Cuervo Schmuckräuber.
El Cuervo Schmuckräuber.
Un cuervo que vivía en Mesopotamia, “entre los dos grandes ríos” robaba
joyas divinas en un tiempo en que los hombres trabajaban para los dioses.
Los dioses culpaban a los hombres por la desaparición de sus joyas.
Schmuckräuber roba en las tinieblas y las joyas lo atraen por su brillo. Él las
esconde en un hueco de aquél viejo árbol seco olvidado entre las inaccesibles
peñas al final del valle. Por las noches la luna incide sobre las piezas robadas
emitiendo indescriptibles reflejos.
Claudia, una diosa famosa por poseer el mayor tesoro de rubíes, diamantes,
amatistas y otras piedras preciosas tiene una flaqueza: es demasiado
compasiva. Los dioses dispusieron poner un escarmiento a los hombres
exterminándolos con un torrente de aguas ardientes y salobres. Claudia no
estaba de acuerdo, sabía que los hombres eran buenos y que, en caso de que
alguno de ellos fuera el ladrón, no sería justo castigarlos a todos con tan
radical pena. Los dioses conocen su debilidad y decidieron no escucharla. El
día del castigo se acercaba, Claudia se encontraba muy angustiada y aquella
noche tendría que encontrar una solución para salvar a los hombres. ¿Si
acaso repartiera sus gemas entre los dioses para aplacarlos? La idea la llevó
a abrir su secreto baúl. A la luz de una lámpara las joyas emiten fulgurantes
brillos de distintos colores, que relumbran más allá de las ventanas de su
palacio. Los brillos llegan hasta el acantilado. Schmuckräuber percibió esas
luces jamás antes vistas.
- Pero ¿por qué se mueve con tal velocidad y a dónde es llevada? Y más
importante aún: ¿quién la porta? ¡No es un hombre! Apenas distingo
una negra sombra … ¿qué es? ¿Y dónde es ese lugar?
- ¿Quién eres? ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿De qué me acusas?
- Soy Claudia, la diosa poderosa de Mesopotamia, poseedora de tesoros
invaluables y protectora de los hombres. Y tú, un ladrón de joyas, que
no sólo has robado a los demás dioses y esta noche a mí, sino que
además, por tu culpa morirán muchos hombres inocentes a quienes los
dioses dispusieron poner un escarmiento exterminándolos con un
torrente de aguas ardientes y salobres.
- ¡Yo no he robado nunca joya alguna!
- Y por encima mentiroso: ¿Qué es todo esto dentro del hueco tronco y
que así brilla bajo la luna?
- ¡Luz!
- ¿Luz? ¡Son joyas robadas!
- ¡No, es luz! Luz que ha estado atrapada y encerrada en cofres, baúles y
jarrones sin que nadie pueda gozar de ella. Es luz. Lo único que yo
busco es la luz. Y sí, debo confesar que en noches de tormenta y las de
luna nueva, siento una terrible desilusión al ver que no hay luz en mi
casa. Cuando todo se obscurece en el interior me doy cuenta que mis
esfuerzos han sido inútiles. Pero no me cansaré de buscar una luz
hermosa, la más radiante y concentrada, la que no se extinga bajo
ninguna condición, la que más brille mientras mayores sean las
tinieblas. Hoy vi hermosísimos rayos luminosos que salían de un
palacio y fui a liberar esa luz, es ésta, mírala. ¿No es hermosa? Y su
color llena la vista de esperanza… ¡No, yo nada te he robado, ni nada
se de dioses y de hombres! Yo solo busco LUZ.
- ¡Oh, buen cuervo! Qué gran lección me has dado. Muchas cosas nos
preocupan y una sola es necesaria: La LUZ. Pero no una luz física, no el
brillo de las joyas ni las fantasías de la pirotecnia. No la luz falsa y
efímera de espectáculos y aparadores. No la luz de la fama ni del
nombre en marquesinas. No la luz del sol que se oculta en las noches o
tras las nubes ni la luz de la luna que sólo es un reflejo…
- Schmuckräuber.