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¡Aleluya!, se avecina la lluvia, las nubes están grises, los arboles celebran y la
tierra se saborea. La tenue luz del sol se deja colar sutilmente por la ventana,
despidiéndose de lo que fue su gran temporada de derroche, cierro los ojos
brevemente para disfrutar del aroma a bosque y esta me traslada de inmediato a
un lugar muy especial. De pronto, como por arte de magia me encontraba sentado
y a la vez escondido detrás de unos árboles, en un escenario natural, con mucho
pasto, muy fresco y húmedo, la extensión era del tamaño de un campo de futbol, y
en el medio de este se dejaba ver a lo lejos una figura de una mujer, muy alegre,
cantando y danzando al ritmo de la música de las múltiples especies de aves que
se encontraban allí y en sus brazos, su pareja predilecta, su primogénito de
apenas 10 meses de edad. Iban y venían, sonreían y añoraban, aquella dama con
un vestido blanco, larga cabellera negra y de gestos nobles, junto a árboles
frondosos de todo tipo a su alrededor, con hojas multicolores que llegaban al suelo
al ritmo de sus susurros melodiosos, flores coquetas de todos los tipos, de todos
los colores y de todos los aromas y con dos montañas muy altas al fondo, todos
éramos testigos de aquel espectáculo, era como una alabanza colectiva a la
suprema felicidad.
Una tarde de estas, interrumpe la figura de una criatura muy baja de estatura, de
vestidos rojos y medias azules, con larga barba canosa y mal genio, más aún
cuando tropezó con el pié de nuestra dulce danzante haciéndola despertar de un
brinco, coloca al bebé a un lado en una manta, aún dormido, y esta se dispone a
enfocar bien su mirada y con cara de asombro trata de entender lo que estaba
visualizando.
- Está bien pequeño amigo amante de la Ciudad, yo lo dejaré ir, pero con una
sola condición…
- ¿Cuál?-Pregunta el Duende obstinado.
- De que me expliques ¿el por qué un apasionado por el ruido de los
automóviles, de la contaminación, de los grandes edificios y más aún, de la
ropa, anda paseando por estos escenarios?-Interroga la Dulce Danzante.
- Yo no estoy paseando, yo solo estoy tomando un atajo hacia la próxima
ciudad y ¡si!, me he ido de la otra porque me ofendieron regalándome unos
piches trapos! – Exclama el Duende ya harto de seguir conversando.
- Pero nosotros no vemos que hayas rechazado la vestimenta…..pero bueno,
en fin – continua Artemisa – yo le ruego a que se quede a contemplar y a
compartir en este extraordinario paraíso….
Estimado Brownei, al mismo tiempo que canto junto a mi Soterios, todas las
mañanas y todas las tardes, en este esplendido lugar, pronuncio el verbo
del futuro, he colgado mis botas pesadas junto a mis telas cansadas, en el
armario de mi casa a miles de kilómetros de aquí, con flores en las manos
busco el camino hacia el porvenir y espero con ansias, el despertar del
radiante gran Sol. He renunciado a las apariencias y a los falsos rostros de
papel con sus promesas vacías y a la habitación llena de objetos
decorativos y sus perfumes. He roto las cadenas del licor insípido que
embriaga de vergüenza, me he desecho de las vestiduras que me hacían
parecer importante y ahora visto de forma sencilla y a la vez estrafalaria. He
llegado aquí, a este lugar, abrazando y besando y amando cada rincón de
la naturaleza y encontré precisamente aquí la prosa que está incrustada en
las estrellas, y la poesía que está en el tesoro que se encuentra en el fondo
del gran océano.
El duende interrumpió:
- Pero ¿Que haremos con el hecho de que las flores se marchitan, las plagas
asechan y el comején acaba hasta con el árbol más esplendido de todos?,
y ¿Qué hay de los animales salvajes? Y que hay de solo comer frutas y
solo vivir y trabajar por y para los demás…
Y en seguida el Brownie: