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Una rebanada de vida contada que deviene en obra de trayecto desarrollada con el ímpetu

infantil de una salida familiar, que transporta a recuerdos de una manera casi meditativa. “De
jueves a domingo” es la opera prima de la chilena Dominga Sotomayor, quien en sus dos
largometrajes explora a libertad que puede desencadenar el campo abierto ante realidad
reprimida, sean familiares, políticas así como amorosas.

Con un buen uso de los valores de producción que ofrecen los paisajes chilenos, esta “road
movie” remite a la exploración del vacío y el silencio entre el caos de la incomunicación, el espacio
que brinda salir del espacio abrumador del hogar y la necesidad de pureza que se encuentra en el
campo para dejar difundir los dolores que atraviesan a la pareja de padres, que no dejan de
mostrar la violencia y descontento contenido entre ellos, misma que solo es contemplada por el
desconcierto de Lucía, la protagonista.

Destaca la última secuencia donde se revela y aprecia la separación de la pareja, la cual asienta la
metáfora entregando esta información al espectador varados en un desierto, en medio de la nada
y sin posibilidad de ver más allá del vacío que los rodea, el color, el silencio, la contemplación y el
aburrimiento decantan en el clímax dramático que Sotomayor cocina a fuego lento durante una
hora.

Una película completamente sensorial de la clase media chilena, en la cual los niños tienen un
peso fundamental, características que sin duda alguna remiten al cine del japonés Yasujiro Ozu,
pero que no por ello pierde la identidad que la directora ha comenzado a crear en su cine, el cual
también estampa de manera subtextual el espacio geográfico y político de un chile golpeado, que
sin problemas se puede extrapolar a toda américa latina.

¿De qué nos sirven los recuerdos si no son para cuestionar nuestro presente?

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