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Responsabilidad derivada de las cartas de intención

1. Introducción (En qué consiste una carta de intención).

El perfeccionamiento de un contrato rara vez comienza y finaliza en un mismo acto,


con una oferta y una aceptación instantánea. Generalmente, el acuerdo final1 que suscriben
las partes es consecuencia de un proceso de negociación anterior en que, a lo largo del
tiempo, van alcanzando acuerdos parciales que de a poco las acercan a la convención
definitiva2.

Dentro de ese proceso, algunos de los puntos que eventualmente llegarán a ser parte
de ese acuerdo final toman poco tiempo en resolverse, y otros tardan tanto que su
resolución puede posponer la fecha del acuerdo final mucho más de lo previsto. Algunas
veces las partes quieren sujetar los puntos ya acordados a un eventual acuerdo sobre otros
puntos; otras veces quieren “atarse” al pactar ciertos puntos precisamente como un medio
para llegar luego a un acuerdo sobre el resto; en ocasiones inician las tratativas sin
considerar siquiera en qué términos quieren obligarse. En fin, existen una multiplicidad de
posibilidades relativas a la gestación del contrato que dependen fundamentalmente de las
características y del avance de las negociaciones.

A los efectos de lograr cierta seguridad con respecto al avance de las negociaciones
(y, como veremos a continuación, con una intensidad variable según los puntos que quieran
abarcar), las partes muchas veces recurren a la firma de una carta de intención3 también
llamada LOI 4.

Las cartas de intención, pese a lo que su nombre sugiere, no son cartas ni tampoco
manifestaciones unilaterales de voluntad. Su redacción puede variar en algunos puntos,
pero generalmente siguen la estructura de un pequeño acuerdo en que las partes describen
los antecedentes de la negociación que han entablado y los lineamientos en base a los
cuales continuarán esas negociaciones. Estos lineamientos y las obligaciones resultantes,
que dependen de la redacción de la carta, suelen variar en su grado de generalidad.

1
Al hablar de “acuerdo final” me referiré al acuerdo de fondo y definitivo al cual apunta la negociación, en
oposición a acuerdos parciales –o precontratos- que las partes pueden suscribir como una herramienta que les
facilite llegar al acuerdo final.
2
Esto no ocurre, por ejemplo, en los llamados “contratos de Adhesión” y tampoco –al menos en los términos
que importan a este análisis- en los contratos con cláusulas predispuestas.
3
No es mi propósito, en esta ocasión, abordar aspectos relativos a institutos de derecho internacional público
como por ejemplo las Cartas de Intención de los Estados soberanos a Organismos Crediticios Internacionales
tan meneadas en la Argentina de los últimos tiempos como consecuencia de las interminables negociaciones
con el Fondo Monetario Internacional. Empero, la lectura de este trabajo permitirá encontrar más de una
analogía entre ambos tipos de documentos.
4
Que corresponde a las siglas de su nombre en inglés: letter of intent.
Prácticamente todas las cartas de intención contienen obligaciones generales, que
recogen con cierto detalle cuáles deben ser los comportamientos derivados de la conducta
leal, diligente y de buena fe que las partes deben seguir mientras dure la negociación.

Ocasionalmente, las cartas de intención incluyen algunas obligaciones específicas,


cuya existencia a veces está sujeta a la firma de un acuerdo definitivo. En otros casos, las
cartas de intención incluyen además algunas obligaciones específicas que parecen exigibles
sin importar que se llegue a un acuerdo posterior.

Como es posible apreciar en los párrafos precedentes, la multiplicidad de variantes en


la redacción de estas cartas suele dar lugar a dudas sobre cuáles son los efectos jurídicos
que le siguen a su firma.

Este breve apunte intenta contestar a las preguntas de cómo (en qué grado) obliga a
las partes una carta de intención y cuáles pueden ser las consecuencias del incumplimiento
de lo dispuesto en este tipo de documentos.

2. Perspectiva sugerida para un análisis de la responsabilidad

Desde la perspectiva que propone este trabajo, el análisis de las obligaciones que
genera una carta de intención -y la eventual responsabilidad que genere el incumplimiento
de tales obligaciones- debe partir de la evaluación de los eventuales derechos que puedan
seguirse de su redacción.

Como vimos, el anterior no es un tema simple, ya que las llamadas cartas de


intención pueden incluir un espectro muy variable de obligaciones. Sin perjuicio de eso,
resulta posible hacer un análisis legal lo suficientemente abarcativo siguiendo una
metodología relativamente simple.

En primer lugar, teniendo en cuenta que todos los documentos que entran en la
definición de cartas de intención que aquí propongo están firmados por dos partes, es
necesario aclarar que nos encontramos en presencia de contratos5 (de alcance variable, por
supuesto). En virtud de las diferencias en ese alcance, empero, distintos tipos de cartas son
susceptibles de causar distintas consecuencias jurídicas; es decir, son aptas para obligar a
los firmantes de distintos modos.

En función de sus consecuencias, los documentos que habitualmente estarían


incluidos en la definición de carta de intención pueden ser incluidos en algunas de las
categorías enumeradas en la sección siguiente.

5
Este no es un tema menor, considerando las diferencias que existen entre el régimen legal aplicable a la
responsabilidad contractual y la responsabilidad precontractual que explicaré más adelante.
3. Una clasificación jurídica de las cartas de intención6

a) cartas de intención propiamente dichas.

En este primer grupo entran aquellas cartas de intención que establecen como única
obligación, en términos generales, la de llevar a cabo las negociaciones precontractuales
(entendiendo como tales a las negociaciones dirigidas a lograr la firma del acuerdo final).

En algún sentido es dable decir que se trata de un contrato cuyo objeto es la


negociación de otro contrato, con la peculiaridad de que no importa obligaciones de
resultado sino solamente obligaciones de medios (por eso es preferible no resaltar esta
característica a fin de diferenciarlas de otros precontratos7 que describo más adelante). En
otras palabras, establecen un estándar convencional a la luz del cual deben ser evaluadas
las conductas de las partes firmantes mientras negocian un eventual acuerdo final.

En la abrumadora mayoría de los casos, como adelanté, este estándar no es más que
un deber genérico de lealtad y buena fe.

En esos casos las cartas de intención no tienen una utilidad jurídica directa, por
cuanto la obligación de negociar en forma diligente y de buena fe8 existe con independencia
de que las partes hayan firmado una carta de intención. La posibilidad de que alguna de las
partes reclame un daño a la otra, por otra parte, depende de que el damnificado pueda
probar ese daño, pero esto es así tanto cuando dos partes que negocian firmaron una carta
de intención que contiene obligaciones de buena fe como cuando no lo hicieron.

Por eso, la utilidad práctica de este tipo de acuerdos es generalmente una utilidad
secundaria, en tanto sirven –de acuerdo al Código Civil9- como principio de prueba de las
negociaciones que se estaban llevando a cabo; un extremo necesario para evaluar un
eventual reclamo de daños.

Alguien podría objetar, sin embargo, que también tienen una utilidad adicional muy
importante, y es que la firma de estos acuerdos determina irremediablemente que cualquier
reclamo originado como consecuencia de la negociaciones debe ser considerado un reclamo
por responsabilidad contractual10. Así, el régimen legal aplicable a la hora de reclamar un

6
Esta clasificación tiene un carácter meramente estipulativo a fin de distinguir conceptos y facilitar el
análisis.
7
Las referencias a contratos o acuerdos preliminares y precontratos deben entenderse, a los efectos de este
análisis, de manera indistinta.
8
De manera de no causar ningún daño a la contraparte.
9
Arts. 1190 y ss.
10
Cabe recordar que según nos ubiquemos en el régimen que determina la ley para reclamos contractuales o
extracontractuales habrá algunas diferencias significativas en la aplicación de algunas cuestiones prácticas.
Las más importantes son las siguientes: i) probado el incumplimiento contractual la culpa se presume; ii) en
caso de incumplimiento culposo el incumplidor debe responder solamente por las consecuencias inmediatas y
necesarias de ese incumplimiento; y iii) la prescripción derivada del incumplimiento contractual tiene –como
regla- un plazo de diez años.
daño variaría notablemente en uno u otro caso dependiendo de si firmaron una carta de
intención.

Sin embargo, aun si aceptamos el punto anterior debe quedar claro qué consecuencias
podrían variar en función de la aplicación de un régimen de responsabilidad específico: en
caso de la violación de un deber genérico de buena fe establecido en el contrato no podría
reclamarse el resarcimiento de cualquier daño, sino sólo aquel que guarde una relación
adecuada de causalidad con el incumplimiento del ese deber genérico. En otras palabras,
como un contrato con obligaciones genéricas no determina ninguna obligación de llegar a
un acuerdo, los daños que un negociador defraudado pueda reclamar a quien incumple esa
pauta de conducta en base a la carta exclusivamente y sin otros elementos adicionales11
difícilmente tendrán una entidad importante.

A veces, sin embargo, las cartas de intención contienen algo más que una obligación
genérica de negociar de buena fe, ya que estipulan obligaciones específicas, o incluso
incluyen elementos esenciales del acuerdo final.

Un ejemplo del primer caso es la estipulación de obligaciones de confidencialidad


relativas al contenido de las negociaciones; un ejemplo del segundo caso es un acuerdo
sobre los precios que habrán de regir en caso de que el contrato que están negociando
llegue a perfeccionarse.

Ahora bien, en la medida que pueda interpretarse -en base a la redacción de la carta-
que estas obligaciones son obligaciones sujetas a condición suspensiva que dependen de la
firma definitiva, entonces estaremos en presencia de un contrato12 con obligaciones de dos
tipos: por un lado, un contrato perfecto en cuanto a las obligaciones de conducta que son
genéricas pero exigibles, a cuyo respecto me remito a lo dicho en los párrafos anteriores.
Por otro lado, obligaciones sujetas a condición, que no resultan exigibles hasta que la
condición se cumpla.

Desde el ángulo que propone este análisis (centrado en las eventuales obligaciones),
una carta de intención con obligaciones específicas sujetas a condición suspensiva no es
distinta a una con obligaciones generales. En ese sentido, y en tanto no se cumpla la
condición, las obligaciones específicas no serían exigibles, y en tanto esto sea así las
obligaciones que sí resultan exigibles se reducen sólo a aquellas obligaciones de medios
descriptas al principio. En suma, si se cumple la condición esas obligaciones específicas
serán exigibles y de lo contrario no lo serán.

En virtud de lo anterior, la existencia (acaso condicional) de obligaciones específicas


no anula lo dicho anteriormente respecto de las cartas de intención incluidas en este primer
grupo (que llamé cartas de intención propiamente dichas) , por cuanto no importa
obligación alguna de celebrar el contrato que las partes están negociando.

11
Por ejemplo, un conjunto de circunstancias que prueben que el retiro abrupto de las negociaciones provocó
un verdadero daño.
12
Como señalé, la carta de intención es un contrato.
b) Cartas de intención como precontratos

Un segundo grupo de cartas de intención, sin embargo, incluye una redacción tal que
permite concluir que su firma equivale a la firma de un precontrato.

En este punto es necesario aclarar nuevamente que al referirme a un precontrato estoy


considerando un acuerdo perfecto en sí mismo y a la vez preliminar (de allí su nombre) en
relación con el acuerdo definitivo que se negocia y en virtud del cual está concebido13.

Hecha la aclaración anterior, cabe explicar ahora qué es un precontrato y cuándo una
Carta de Intención puede ser considerada tal.

Un precontrato es “ una convención por la cual las partes se obligan a celebrar un


contrato ulterior, una vez que venza un término, o se cumpla una condición, o se pueda
satisfacer el requisito de forma probatoria impuesta por la ley o pactada por las partes14
(comprendiéndose, en su caso, el requisito de publicidad para la adquisición o la
transmisión de derechos), y teniendo por objeto este ulterior contrato el cumplimiento de
las obligaciones asumidas en la primera convención15”. En otras palabras, un precontrato
es un contrato en el que las partes se obligan a celebrar otro; un acto que manda a las partes
a llevar a cabo los actos necesarios para que sea posible perfeccionar el acuerdo final que
se está negociando.

Nótese que de acuerdo con la definición precedente un precontrato (al igual que las
obligaciones referidas en la sección 1) también tiene una existencia condicional. Entre uno
y otro caso, sin embargo, existen una diferencia fundamental: en el caso de un precontrato
el cumplimiento de la condición implica la obligación de celebrar el contrato de fondo; en
el caso de una carta de intención propiamente dicha la condición es precisamente el
perfeccionamiento del acuerdo final, y el acaecimiento de la condición sólo agrega el
nacimiento de obligaciones específicas.

En muchas cartas de intención, las partes declaran –por ejemplo- sus intenciones de
comprar y vender un bien o prestar un servicio determinado, y en el mismo texto se
comprometen a celebrar un contrato definitivo con el resto de los detalles.

c) Contratos finales (perfectos) a los que se llama carta de intención

13
Como vimos, asimismo, en un sentido estricto toda carta de intención es un contrato perfecto en tanto haya
un acuerdo de voluntades.
14
El hecho de que los precontratos sujeten la firma al vencimiento de un plazo o al cumplimiento de una
condición puede no parecer estrictamente necesario a priori. Sin embargo, resulta difícil concebir un caso en
que las partes puedan firmar un precontrato (en el que precisamente acuerdan la firma del contrato definitivo)
sin sujetarlo a modalidad alguna. Dicho de otro modo: si las partes no requieren que se cumpla una condición
o un plazo en el precontrato mismo, resulta difícil encontrar una razón que explique por qué no firmaron
directamente el acuerdo definitivo.
15
Spota, Instituciones-Contratos, vol. II, Depalma, Buenos Aires, 1979, p. 1, n° 226.
En un tercer grupo de casos, menos habitual que los anteriores pero no por eso
imposible, las partes firman, bajo el nombre de carta de intención, un documento que es en
realidad un verdadero contrato. No un contrato que define obligaciones genéricas de
conducta en la negociación (como vimos en el punto 1) ni un precontrato que importe la
obligación de firmar un segundo contrato (el acuerdo final posterior), sino un verdadero
contrato que ya es un acuerdo final, definitivo y plenamente exigible.

Esto es así porque cuando en una carta de intención, sin perjuicio de su nombre, estén
presentes los elementos esenciales de un contrato, es dable afirmar que las partes habrán
concluido el acuerdo definitivo.

Un ejemplo extremo de estos casos estaría dado por una “carta de intención” que
establezca, (sujetándolo o no a plazo o a condición) que una de las partes dará a la otra un
producto determinado a cambio de un precio determinado, y que ambas partes deberán
negociar las modalidades de entrega y los plazos de pago, y que lo volcarán en un contrato
definitivo16.

Resulta claro que en caso de que surja una controversia relativa a las obligaciones que
genera la firma de un documento semejante, y aun cuando el segundo contrato allí pactado
nunca se hubiese llegado a celebrar, una parte podría obligar a cumplir a la otra las
obligaciones acordadas. Esto es así porque en la pretendida carta de intención están
presentes todos los elementos necesarios para concluir que estamos en presencia de un
verdadero contrato.

4. Conclusión y resumen

Las partes que intervienen en una negociación muchas veces firman documentos de
diversas clases a fin de asegurarse en mayor o en menor grado la conclusión del acuerdo
final. En algunas de esas ocasiones llaman a estos documentos cartas de intención. Este
apunte muestra que esos documentos o acuerdos deben redactarse con mucho cuidado, ya
que muy fácilmente se convierten en un arma de doble filo. Esto se debe a que son
susceptibles de obligar a las partes en un grado mayor del buscado en un escenario que
refleja la tensión de dos intereses opuestos. Por un lado, la protección contra un posible
apartamiento de las negociaciones por la contraparte; por otro, la libertad de no obligarse
hacia ella. Estos intereses son, en un contrato con derechos y obligaciones recíprocos,
contradictorios por definición, y deben ser balanceados con especial cuidado al firmar una
carta de intención.

16
En muchos negocios es habitual diferir aspectos menores relacionados con modalidades de pago, entrega,
garantías y/o declaraciones de las partes que tornan la negociación final más complicada. Sin embargo, los
elementos esenciales del contrato (especialmente el objeto –determinado con precisión- , el precio y las
partes) suelen acordarse rápidamente. En esos casos las partes quieren “olvidarse” de estas cuestiones
“simples” y las incluyen en lo que creen una carta de intención, que firman para luego proseguir con los
puntos que a su juicio constituyen los aspectos más complicados e importantes de la negociación;
posiblemente creyendo que todavía no firmaron un contrato.
Este apunte muestra las distintas consecuencias jurídicas que pueden seguirse de la
firma de un documento de este tipo; muestra que muchas veces esas consecuencias van más
allá de lo buscado por las partes que firman una carta de intención. El análisis prueba que
lo que las partes llaman carta de intención puede ser una carta de intención propiamente
dicha, pero que también puede ser un precontrato o un contrato perfecto y exigible.

Agustín Waisman.
Abogado, Universidad Torcuato Di Tella.

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