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CREACIÓN

La creación del cielo, fragmento de un mosaico bizantino de la basílica de San Marcos, en Venecia.

El hombre se pregunta por el origen de las cosas: de cada cosa y de todas las cosas en su
conjunto, es decir, del mundo. La segunda pregunta, aunque parece responder a una
misma lógica que la primera, resulta específicamente distinta. Cada cosa, cada eslabón
de una cadena, puede explicarse por la anterior; pero, ¿cómo explicar el primer eslabón
de toda la cadena?

La necesidad de buscar una explicación a tales cuestiones llevó a los hombres, en una
primera etapa tipificada por un tipo de reflexión más imaginativa y emocional -de
expresión simbólica-, a elaborar unos mitos. En una segunda etapa, de carácter racional,
se formularon conceptos y planteamientos estrictamente filosóficos. En este ámbito, las
respuestas pueden reducirse de forma esquemática a las siguientes: la autosuficiencia de
la materia eterna, la emanación a partir de la sustancia divina o la creación.

Mitos cosmogónicos

Los mitos son las respuestas imaginativas que los pueblos elaboran acerca de los
profundos problemas emocionales y cognoscitivos que les plantean su existencia, su
historia o los fenómenos de la naturaleza. La profundidad antropológica, humana, de los
problemas consigue que tales explicaciones, aunque puedan parecer ingenuas,
encuentren resonancia en hombres de muy diversas culturas. La confluencia del
misterio, del compromiso emocional y de la impotencia humana desplaza el mito hacia
el campo de lo sagrado.
Uno de los problemas fundamentales del hombre, al tratar de orientarse en el mundo del
que forma parte, es el del origen de ese mundo -cosmogonía- que puede determinar su
servidumbre respecto a seres superiores o a fuerzas ciegas y que quizá permita
modificaciones mediante súplicas o conjuros. Cabe afirmar que no hay pueblo o cultura
que no haya elaborado -o adaptado- sus propios relatos míticos sobre el origen del
mundo.

En cierto sentido, los mitos cosmogónicos presentan semejanza con el pensamiento


filosófico, en cuanto que intentan dar una explicación al origen último de las cosas. A
diferencia de la filosofía, sin embargo, el mito cosmogónico está basado en un sistema
de símbolos, y, dado que por su importancia constituyen un punto de referencia para
todo el modelo cultural de una sociedad, incluyen tanto elementos racionales como
irracionales. Ciertamente, los mitos cosmogónicos son considerados a menudo como el
origen de la religión y la filosofía, pero su ámbito y orden son por completo distintos.

Algunos mitos sobre el origen del mundo. Antes de proceder a establecer una tipología
de los mitos cosmogónicos resulta conveniente citar algunos relatos míticos sobre el
origen del mundo, que permitirán después una mejor comprensión de los factores
imbricados en este tipo de concepciones.

Mesopotamia. Los pueblos mesopotámicos, en particular sumerios y babilonios,


desarrollaron una compleja cosmogonía conservada en textos como el Poema de
Gilgamesh y el Enuma elish, que recogen mitos desarrollados durante el tercer y
segundo milenios antes de la era cristiana. En sus rasgos generales, la mitología
mesopotámica presentaba como principios del mundo a Abzú y Tiamat, elemento
masculino y femenino de las aguas y orígenes del universo celeste y terrestre. Tiamat
produjo el cielo, del que nació Ea (el conocimiento mágico), quien engendró a Marduk.
Éste derrotó a los otros dioses y dividió el cuerpo de Tiamat, separando así el cielo de la
tierra, y, con la sangre de un monstruo derrotado, produjo el primer hombre.
La creación de los animales, detalle de un retablo del Maestre Bertram. (Iglesia de San Pedro, Hamburgo)

La Biblia. Aun cuando la Biblia constituye el texto religioso de judíos y cristianos -en
sus diferentes cánones-, hoy se acepta que sus textos deben ser interpretados a menudo
como alegorías, que varían según los autores que los escribieron.

La creación de Eva, de Jacopo Della Quercia, detalle de la iglesia de San Petronio, Bolonia, Italia.
El Génesis, primer libro del Antiguo Testamento, describe el origen del mundo y el
hombre con unas imágenes y un lenguaje afines a los de los relatos mesopotámicos. Así,
su primer capítulo dice: "Al principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba
desierta y vacía. Había tinieblas sobre la faz del abismo y el espíritu de Dios aleteaba
sobre la superficie de las aguas. Dijo Dios: haya luz; y hubo luz. Y vio Dios que la luz
era buena... Y hubo tarde y mañana: día primero... Dijo Dios: bullan las aguas en un
hervidero de seres vivientes... Y creó Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios
los creó; varón y hembra los creó." El segundo capítulo del mismo libro del Génesis
recoge un relato más antiguo de la creación: "Entonces Yahvé-Dios formó al hombre
del polvo de la tierra, insufló en sus narices aliento de vida y fue el hombre ser
viviente."

América. El pueblo de los onondagas, perteneciente a la familia iroquesa, y que residía


en lo que luego sería el estado de Nueva York, Estados Unidos, elaboró una cosmogonía
mítica sumamente característica. En esencia, el relato puede resumirse así: el gran
cacique de las praderas celestiales había aborrecido a su mujer y la había arrojado a las
infinitas aguas turbias; ésta pidió ayuda a los animales marinos para que sacaran el
fango del fondo del mar; el sol desecó el fango y pudo aposentarse en él la Mujer
celestial, o gran madre tierra.

Entre los pueblos mesoamericanos fueron probablemente los mayas quienes


desarrollaron un mito más coherente sobre el origen del mundo. Su explicación se
remontaba al último principio y concebía la creación en trece etapas. En la primera,
Hunab Ku, el dios uno, se hizo a sí mismo y creó el cielo y la tierra. En la novena etapa
inventó el mundo oscuro de las cosas malas. En la decimotercera tomó tierra y agua, los
mezcló y moldeó al primer hombre. Consideraban asimismo los mayas que se habían
sucedido varios mundos, finalizado cada uno de ellos como consecuencia de un diluvio.
El Popol Vuh de los mayas quichés constituye un extraordinario relato cosmogónico, y
recoge la creación del primer hombre con maíz.

Tipología de los mitos cosmogónicos. Pese a su diversidad, las concepciones míticas


del origen del mundo remiten por lo general a dos modelos básicos.

Creación por un ser supremo. Los estudiosos del siglo XIX pensaron que el tema de
la creación por un ser supremo pertenecía a un estadio cultural avanzado. Sin embargo,
investigaciones posteriores observaron esta creencia entre pueblos primitivos de África,
islas del norte del Japón, América, Australia central y otras muchas partes del mundo.

La naturaleza y características de este ser supremo pueden ser muy diversas


(frecuentemente está acompañado de algún ser de inferior categoría). La creación se
realiza mediante su pensamiento, su palabra -según se destaca en la Biblia y el Popol
Vuh -o, a veces, lo que presenta cierto sentido de emanación, con su calor o con su
sudor. Sin embargo, en todos estos mitos se dan unas características comunes: (1) el ser
supremo es omnisciente y todopoderoso; (2) el acto de la creación es consciente,
deliberado, ordenado -planificado- y libre, ya que la deidad no queda ligada a la
creación; (3) la deidad se retira hasta que se produce un acontecimiento catastrófico; y
(4) la creación es un paraíso que se deshace a causa de un pecado.

En las concepciones míticas acerca de la creación por un ser supremo, sin embargo, no
cabe hablar de creación "de la nada" en el sentido filosófico y religioso de la expresión,
sino que suponen una materia -generalmente el océano o las aguas primordiales,
consideradas como caos- a partir de la cual se realiza la creación.

Creación por división de una materia primordial. A la otra tipología de los mitos
cosmogónicos responden aquellos que, si bien presentan ciertas concomitancias con los
anteriores, ya que puede aparecer un dios o ser supremo, ponen el énfasis en la propia
energía interna de la materia, bajo formas como un caos amorfo, un huevo primordial o
una primera pareja.

Un mito de los dogon, pueblo del África occidental, relata que la divinidad creó
originariamente un huevo en el que había dos pares de mellizos que debían madurar
dentro. Uno de los mellizos escapó con parte de la sustancia para producir y dominar lo
creado que, por lo mismo, resultó imperfecto. En estos mitos el huevo representa la
androginia -macho y hembra- que constituye la totalidad perfecta que se deshace al
separarse los mellizos. Los maoríes de las islas de Oceanía pensaban que el cielo y la
tierra estaban en un principio estrechamente abrazados, sus hijos, oprimidos en la
oscuridad, cortaron los tendones que unen el cielo y la tierra e hicieron alejarse al cielo,
con lo que penetró la luz.

Una variación de estos mitos podría ser la creación por desmembración de un gigante
que simbolizaría la materia. A este modelo respondería el sacrificio de Purusha que
cuenta el Rig Veda hindú: de su cabeza salió el sol, de sus pies la tierra, de su
conciencia la luna, de su respiración el viento, y así aparecieron también las diversas
castas.

Pensamiento filosófico y religioso

Sistemas fundamentales. El pensamiento racional, al depurar y sistematizar los


conceptos intuidos por los mitos, se plantea tres orientaciones básicas, como ya queda
dicho, sobre el origen del mundo.

Materialismo. De acuerdo con las concepciones materialistas, no hay que buscar ni un


comienzo ni un origen o causa del mundo. Sólo existe la materia y ésta es eterna,
dinámica, en continua transformación. Si el universo se encuentra en expansión a partir
de una explosión inicial -lo que los científicos llaman big bang- puede tratarse de una
fase que alternaría con otra de compresión energética hasta su núcleo inicial, y así
cíclicamente.

Emanatismo. Las doctrinas emanatistas -de las que sería un ejemplo clásico el
neoplatonismo- establecen la necesidad de un ser supremo, infinito, como principio o
causa del mundo. Éste se desprendería de Dios mediante una emanación -deliberada o
accidental- de su propia sustancia. Para explicarlo, estas doctrinas acuden a los símbolos
de la luz que se desprende del Sol, o recurren a la imagen del feto que se desarrolla en el
seno materno. El emanatismo se convierte con frecuencia en panteísmo, es decir, en la
identificación del mundo con Dios.

Creación. El concepto de creación designa fundamentalmente la producción total del


ser por parte del ser supremo. Esto implica la absoluta dependencia respecto a él y la
total distinción entre ambos. La idea estricta de creación implica además la producción
sin materia precedente, ex nihilo.

En lo que respecta a la relación de Dios con su creación, existen dos posturas básicas: el
teísmo -común a las religiones monoteístas- considera que Dios continúa interviniendo
en el curso del mundo; el deísmo -desarrollado sobre todo por los pensadores ilustrados
del siglo XVIII- afirma que, una vez consumado el acto de la creación Dios se
desentiende del mundo, que continúa su propia evolución.

Problemas inherentes al concepto de creación. Aun cuando se acepte la idea de


creación, la incapacidad de concebirla en términos humanos arroja sobre ella una
oscuridad que puede ser aceptada razonablemente -pero que no se disipa- por la fe
religiosa en la palabra revelada.

Uno de los grandes problemas que suscita el concepto de creación es el de la existencia


del mal en un mundo creado por Dios. Los mitos ya se plantearon esta cuestión, e
introdujeron para explicarlo un dualismo e incluso un antagonismo. El pensamiento
cristiano -al que se debe la explicación más completa y rigurosa del concepto de
creación- entiende el mal como privación del bien, como limitación propia del ser finito.

Otra noción que escapa al entendimiento humano es el concepto negativo de la nada.


Ahora bien, si por el contrario se aceptara algo precedente al acto creador, se
retrocedería a la materia incausada o a la emanación, con sus problemas inherentes. Por
otra parte, las teorías científicas sobre el big bang como origen del universo implican
asimismo la idea de la nada.

Los filósofos y los teólogos se han visto obligados a explicar otros problemas, tales
como la libertad de Dios en el acto de la creación, su continua acción preservadora sin
invalidar la acción causal humana y la finalidad de Dios al crear. Puede decirse, en
suma, que el concepto de creación, en cuanto que una de las posibles explicaciones
sobre el origen del mundo, constituye un punto central de referencia en la historia del
pensamiento.
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