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Camino a Uinapú

A orillas del camino a Uinapú, podían verse los esqueletos calcinados de viejos
autobuses escolares. Era la tarde y el aire reverberaba entre los almendros polvorientos.
Trepados a aquellos cadáveres insepultos, unos niños compartían sitio con las abejas. El
pueblo agonizaba. Algunos dicen que lo desencadenó el asesinato de Josephine, la
camarera, adjudicado a Núremberg, el gourmet alemán. La chica apareció degollada
cerca del río. El presunto asesino fue llevado a la corte. Un testigo cometió perjurio.
Gracias a una brillante apelación, modestia aparte, logré mis propósitos como defensor
de oficio. No encontraron el arma, y nadie pudo reclamar. Declararon inocente a mi
defendido. El almanaque dice que fue hace muchos años, pero Uinapú ya nunca sería el
mismo. Mientras avanzo, pienso: “pueblo de fantasmas”. Veo que un niño ha
encontrado algo y se lo muestra a los demás sin malicia. Es una cuchilla oxidada de
cocinero. Sigo mi camino.

PERJURIO, MALICIA, CALENDARIO, PROPÓSITOS, RECLAMAR

En silencio entró en el cuarto, cerrando la puerta tras de sí. En la penumbra, soltó un


largo suspiro mientras tanteaba en el aire, rastreando el centenario roble de la
cómoda. Cuando lo encontró, guardó sigilo durante unos segundos, para incorporar los
ecos de la casa. Se tranquilizó en el instante en que reconoció, que el mundo real se
mantenía distante y lejano. No había pasado llave a la puerta, pero para lo que iba a
hacer, ese era un detalle menor. Despacio, como en trance, buscó y abrió el tercer
cajón. Extrajo de entre las ropas prolijamente dobladas, un viejo Smith & Wesson,
modelo 44 Magnum. Con impropia destreza, comprobó que estuviese cargado el
tambor de la recámara. La confirmación no la alegró. El arma le supo fría y pesada
entre los dedos. Con manos temblorosas se llevó la punta del revólver a la boca. Luego
cambió de idea. La infausta tarea podía no salir bien a la primera, y además, era
desagradable el gusto del acero en los labios. Bajó el arma a la altura de los pechos.
Con la mano izquierda se buscó el corazón. Ubicó el cañón donde le pareció acertar los
latidos. Inspiró profundamente y cerró los ojos. Se disparó sin remordimientos. La
detonación retumbó en toda la casa. Los pájaros que anidaban en un árbol cercano, se
alejaron espantados, sin saber la muerte que había ocurrido.

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