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SHEVCHENKO

Mykola Shevchenko regresaba a la casa de sus padres donde se encontraba Lyubov, su


mujer embarazada, y su hija Olena de dos años. Mykola, militar del Ejército Rojo
destinado en Berlín, tenía un permiso especial para volver a Dvirkivshchyna, su pueblo
natal, y ver nacer a su segundo hijo. El 29 de septiembre de 1976 vendría al mundo
Andriy Mykolayovych Shevchenko.

Un portón como portería

Dvirkivshchyna , actualmente con unos 500 habitantes, se sitúa a unos 96 kilómetros al


este de Kiev. La agricultura es la principal fuente de ingresos de un pueblo granjero con
grandes llanuras de campo. Aquí se crio el pequeño Andriy Shevchenko.

Su historia con el fútbol comenzó a la edad de 2 años, cuando el médico del pueblo le
trajo de uno de sus viajes un balón de fútbol. En el jardín de la casa familiar dio sus
primeras patadas a un esférico que rebotaba contra el portón de entrada y que utilizaba
como portería. Un niño inquieto al que también le gustaba pasar la pelota entre las
piernas de su bisabuela.

El fútbol no sería el único deporte que practicaría. Durante su infancia también boxeó e
incluso llegó a pelear en la liga junior ucraniana. Su físico hizo que colgará los guantes
ante niños más grandes y fuertes que él.

Nuevo hogar en Kiev y exilio obligado

Corría 1983 cuando el Ejército Soviético destinó a Nikolay a Kiev y toda la familia
Shevchenko se desplazó hasta el modesto barrio de Obolon. Lejos de las grandes
llanuras verdes del pueblo natal, la nueva vivienda era un bajo de un gran bloque de
pisos de hormigón. Un gran cambio de vida para un niño acostumbrado a campar a sus
anchas por el campo. Por suerte el colegio se encontraba enfrente del portal y serviría
para conocer a nuevos amigos y amoldarse más rápido al nuevo lugar.

En sus primeros días de clase Andriy descubrió junto a la escuela un campo de tierra
con dos porterías de verdad, sin portones en los que batir a porteros imaginarios. No
soltaba su balón y después de las lecciones diarias acudía a practicar. Cada tarde su
madre tenía que ir a por él al campo de fútbol.

En una de las habituales pachangas, en las que destacaba entre los otros chavales, en un
chut con gran potencia coló un balón en un tejado. La ley no escrita del fútbol de quien
la tira va a por ella, le hizo acudir a recuperarlo. La sorpresa vino cuando bajó con
varios balones que no dudó en enseñar orgulloso a su padre cuando llegó a casa. Lejos
de alegrarse, Mykola sacó de uno de sus cajones un extraño aparato que encendió y
acercó alrededor de las pelotas. El artilugio, un medidor de Geiger, empezó a emitir un
ruido ante la mirada atónita del padre y el hijo. El semblante de Mykola se tornó en
preocupación y acudió en busca de la madre para comunicarle lo ocurrido.

Era verano de 1986, unos meses después de la catástrofe nuclear de Chernobil, cuando
los Shevchenko se ven obligados a huir de la contaminación radioactiva a la costa del
Mar Negro. Aquella tragedia que dejó pueblos fantasmas como Pripyat y grandes
secuelas en la sociedad, amenazaba con alejar a Andriy de su pasión por el fútbol.

El chico que no sabía regatear

Tras un verano de exilio por los peligros de la radiación, los Shevchenko vuelven a
Kiev. El pequeño de la familia fue sometido a una serie de controles para comprobar los
niveles de radiación en su cuerpo. Nada anómalo a la vista y volvió a disfrutar del
balón. Se empeñó en realizar unas pruebas para entrar en una escuela de fútbol de la
zona donde vivían, con el resultado de ser rechazado por que carecía de la habilidad
para regatear.

La suerte cambió cuando Oleksander Shpakov, ojeador del Dinamo de Kiev, se fijó
durante un torneo escolar en las cualidades goleadoras y de liderazgo sobre el terreno de
juego. Shpakov acudió a hablar con la familia para comunicarles que estaba interesado
en añadir a su hijo a la cantera del Dinamo. En un primer momento los padres se
negaron a dejar que su hijo iniciase una carrera como futbolista. La madre por el miedo
de que su hijo tuviese que cruzar toda la ciudad para llegar a los campos de
entrenamiento y el padre porque no toleraba que ser futbolista fuese una profesión
respetable. Tras varios viajes de ida y vuelta, el ojeador consiguió convencer a Mykola
Shevchenko prometiendo que su hijo recibiría la misma disciplina que en una escuela
militar.

Ya en la escuela del Dinamo, su crecimiento fue a base de trabajo practicando a menudo


con ambas piernas para perfeccionar el golpeo y llegando a las sesiones de
entrenamiento el primero. A los 14 años viajó por primera vez al extranjero donde jugó
un torneo de juveniles en Italia. Pisó por primera vez San Siro, un estadio que le
marcaría en un futuro.

Lo que le valió un puesto en el segundo equipo fue su gran actuación en 1991 en Gales
donde fue galardonado con la distinción del mejor jugador del torneo y fue obsequiado
con unas botas firmadas por Ian Rush, el gran goleador del Liverpool a finales de los 80
y principios de los 90. Dos años después se consolidó como el máximo goleador y
llamó la atención de los técnicos del primer equipo.

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