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El progreso solo es posible concebirlo si existe relación e intercambio entre culturas que, no

obstante, deben mantener sus propias peculiaridades. En este sentido, todas las culturas
participan de un progreso y acumulan descubrimientos. En el supuesto de que una no lo
hiciera, sería como consecuencia de su total aislamiento.
Afirma Levi-Strauss:
(...) la historia acumulativa es la forma de la historia característica de estos superorganismos sociales
que constituyen los grupos de sociedades, mientras que la historia estacionaria –si existe de verdad–
sería la marca de ese género de vida inferior, que es el de las sociedades solitarias.

El progreso no es, por tanto, patrimonio de una sola cultura (como se ha creído, de


manera etnocéntrica), sino que se da necesariamente entre varias(...) no es la propiedad de
ciertas razas o de ciertas culturas que se distinguirían así de las otras. 13
Es necesaria la coalición de las diversas culturas, que se comuniquen y, en cierto sentido, se
unan, pero que a la vez que interaccionan mantengan las diferencias, las peculiaridades que
les son propias a cada una. La civilización mundial no podría ser otra cosa que la coalición, a
escala mundial, de culturas que preservan cada una su originalidad, Ib., 97.
Estas reflexiones de Levi-Strauss le llevan a caracterizar la tolerancia de este modo: 12
(...) no es una posición contemplativa que dispensa las indulgencias a lo que fue o a lo que es; es una
actitud dinámica que consiste en prever, comprender y promover aquello que quiere ser.
La diversidad de las culturas humanas está detrás de nosotros, a nuestro alrededor y ante nosotros. La
única exigencia que podríamos hacer valer a este respecto (...) es que se realice bajo formas, de modo
que cada una de ellas sea una aportación a la mayor generosidad de los demás.

Desde los años 1950, la tolerancia se define generalmente como un estado mental de


apertura hacia el otro. Se trata de admitir maneras de pensar y actuar diferentes de aquellas
que uno mismo tiene. A nivel individual, y en una sociedad utópica libre, para que haya
tolerancia, debe haber elección deliberada. Solo se puede ser tolerante con aquello que uno
puede intentar impedir. La aceptación bajo constricción es la sumisión.
Al final de su defensa del intercambio cultural, Levi-Strauss se manifiesta
fundamentalmente pesimista, pues considera que las fricciones y conflictos interculturales
parecen responder a múltiples y complejas causas que las convierten en inevitables. 14 De este
modo, los contactos interculturales no siempre son tan productivos y, desgraciadamente,
pueden generar serios conflictos; pero no por eso hemos de renunciar a apelar a la razón para
demostrar las ventajas consecuentes del respeto y la aceptación del otro. Y si por si esto fuera
poco, la gravedad de los posibles conflictos podría conducirnos al suicidio colectivo, en este
mundo multicultural y dinámico, según el autor suizo.

La tolerancia según Locke[editar]


John Locke en 1697

Locke elaboró una de las más famosas y clásicas defensas de la tolerancia, en una obra que
dio mucho que hablar en su tiempo. En la citada obra, desarrolla una serie de argumentos a
favor de la tolerancia de los gobiernos; argumentos que en algunos aspectos aun se puede
considerar que tienen una enorme vigencia. Se trata de la Carta sobre la tolerancia, escrita
en 1685.15 Esta obra, como la naciente idea de tolerancia, resulta estrechamente vinculada al
surgimiento del mundo moderno; representa la expresión y el reflejo de una concepción del
estado que ha desembocado en las actuales democracias liberales, las cuales reposan sobre
la libertad de los individuos; libertad que se ha de materializar, entre otras cosas, en la
posibilidad de mantener cualquiera de los cultos religiosos. De hecho, el propósito estricto de
la Carta fue fundamentar sobre bases firmes la libertad religiosa.
Pues bien, frente a ello, el modelo de estado democrático liberal, nacido con la Modernidad,
considera necesario establecer una serie de libertades en los individuos, dentro de las cuales
está la libertad religiosa, hoy, equiparable a la libertad de conciencia. Resulta inseparable la
defensa de la tolerancia como consentimiento del surgimiento de este tipo de estado. La lucha
contra la intolerancia y, consecuentemente, la consagración de la libertad religiosa y de
conciencia como un derecho político, ha estado ligada históricamente al proceso de
constitución del Estado democrático liberal, uno de cuyos elementos integrantes es el
reconocimiento de la personalidad individual como origen, fin y limitación de la actividad
estatal.
Pedro Bravo Gala, en la introducción a la edición citada de la obra de Locke, también señala
que la marcha hacia la tolerancia aparece ligada a la marcha hacia la idea de libertad y la
eliminación de coacciones por parte de los estados. En esta realización histórica de los
principios individualistas, fueron hitos la Reforma Protestante, las revoluciones inglesa y
americana y francesa y la Ilustración. Estos principios se resumen en la idea de libertad
personal, que considera un dominio de acción exclusivo del individuo, inmune a la acción del
poder político. Se defiende, desde esta perspectiva, la reducción al mínimo del grado de
coacción ejercido por el estado y su influencia en la vida del individuo. Dentro de este ámbito,
exclusivamente individual, se ubica la creencia religiosa. Esta tolerancia ligada a lo religioso,
acabará estando a la libertad personal en todas las esferas, además de la religiosa, que no
afecten al prójimo. La tolerancia, una vez desborde el campo de lo religioso, acabará
íntimamente vinculada a la libertad de pensamiento.
Pero la realización práctica de la tolerancia, en un primer momento, se dio cuando grupos
religiosos dominantes dejaron manifestar su diferencia al disidente, renunciando a imponer
sus puntos de vista. Esto implica la separación de la política y la vida religiosa; el estado solo
ha de intervenir en lo público. Lo religioso, como perteneciente al ámbito de lo privado, deja de
ser de su incumbencia. Esta será la idea fundamental de la Carta; la separación entre la
Iglesia y el Estado, entre el Trono y el Altar. La defensa de la tolerancia hecha por Locke, por
tanto, deriva de su filosofía política, la cual propugna un modelo de estado cuyas funciones
son tan solo preservar la vida, libertad y propiedades de sus ciudadanos. El camino para ser
feliz o adorar a Dios que cada uno escoja no pertenece al ámbito de la regulación estatal.
Pero veamos los argumentos desarrollados en la Carta, de modo más analítico.
Comienza esta obra con la aseveración La tolerancia es la característica de la verdadera
Iglesia (pág. 3). La coacción para convertir no es algo que se desprenda del mensaje cristiano,
sino la caridad y la virtud. No se puede "amar" persiguiendo y atormentando. Más bien,
del cristianismo se desprende todo lo contrario:
la tolerancia de aquellos que difieren de otros en materia de religión se ajusta tanto
al Evangelio de Jesucristo y a la genuina razón de la humanidad, que parece monstruoso que haya
hombres tan ciegos como para no percibir con igual claridad su necesidad y sus ventajas
(pág. 8)

.
Esta sería la justificación teológica de la tolerancia religiosa, en la que Locke usa el sentido del
propio cristianismo para justificar una tolerancia de raíz cristiana.
El argumento más poderoso parte de la separación de lo civil y lo religioso. Locke insiste en
descubrir el engaño que supone cometer maldades encubriéndose en el interés general o en
la religión. No debe ser esa la actuación o función del Estado. Más bien, este es una sociedad
de hombres constituida solamente para procurar, preservar y hacer avanzar sus propios
intereses de índole civil (pág. 8). El magistrado ha de velar por estos intereses de manera
justa, pero no es de su competencia la salvación de las almas, porque:

1. El cuidado de las almas no está encomendado al magistrado civil ni a ningún otro


hombre (pág. 9), ni por Dios ni por los otros hombres.
2. Su poder no alcanza el ámbito de la creencia, pues todo lo más que se puede hacer
en este terreno es persuadir, pero no mandar. No es posible mandar que se crea algo;
los castigos no son eficaces para producir la fe verdadera. La fe no es fe si no se
cree (pág. 10).
3. Si el magistrado tuviera que ver en las cuestiones de salvación, los hombres deberían
su felicidad o su miseria eternas a los lugares donde hubieran nacido (pág 12),
quedando descartada la responsabilidad del propio individuo.
Y si no es labor del magistrado coaccionar para convertir a la religión, tampoco lo es de la
Iglesia, la cual es una sociedad libre y voluntaria (pág. 13) que no debe ejercer autoridad. Al
menos, Cristo nunca lo dijo. Afirma nuestro filósofo: yo no comprendo cómo puede llamarse
Iglesia de Cristo una Iglesia que esté establecida sobre leyes que no son de Él (...) (pág.
16). Cristo jamás expresó que hubiera que perseguir para convertir. En todo caso, se puede
exhortar y aconsejar, e incluso expulsar de la Iglesia, pero nada más. Ejercer la fuerza solo le
corresponde al magistrado, quien tampoco la debe emplear para algo más que para garantizar
las libertades.
¿Hasta dónde se extiende el deber de tolerancia y en qué medida obliga a cada uno? Locke
aborda el tema de los límites de lo tolerable en cuatro puntos:

1. Ninguna Iglesia está obligada en virtud del deber de tolerancia a retener en su seno a
una persona que, después de haber sido amonestada, continúa obstinadamente
transgrediendo las leyes de la sociedad (pág. 18). Nunca cabe el uso de la fuerza o el
castigo, pero sí se justifica la expulsión del propio seno de quien no se amolda a las
reglas de la sociedad eclesiástica.
2. Ninguna persona privada tiene derecho alguno, en ningún caso, a perjudicar a otra
persona en sus goces civiles porque sea de otra Iglesia o religión (pág. 18). La
tolerancia no Solo debe ejercerla el magistrado, sino las propias Iglesias entre sí, pues
el poder civil no les corresponde. Solo el poder civil puede coaccionar, pero tampoco
puede hacerlo para obligar a seguir una religión determinada. Resulta intolerable, por
tanto, quien procure emplear la fuerza para coaccionar en materia religiosa.
Quien debe decidir qué Iglesia es la verdadera es solo Dios. No se puede saber cuál lo es, y
aunque se supiera, la verdadera Iglesia no tendría derecho a destruir a la otra. En esto, Locke
propugna una amplia libertad religiosa:
Nadie, (...), ni las personas individuales ni las Iglesias, ni siquiera los Estados, tienen justos títulos para
invadir los derechos civiles y las propiedades mundanas de los demás bajo el pretexto de la religión
Pág. 22

.
Esto es porque
Ni la paz, ni la seguridad, ni siquiera la amistad común, pueden establecerse o preservarse entre los
hombres mientras prevalezca la opinión de que el dominio está fundado en la gracia y que la religión ha
de ser propagada por la fuerza de las armas
Pág. 23

.
Lo cual quiere decir que nunca habrá paz mientras no haya tolerancia. Este es uno de los
principales motivos esgrimidos por numerosos pensadores para pretender la universalización
de un espíritu de tolerancia que englobe diversos aspectos.
3º. La autoridad de los curas no puede ir más allá de lo estrictamente religioso: La Iglesia en
sí es una cosa absolutamente distinta y separada del Estado (pág. 23). En esta idea se
soporta todo argumento a favor de la tolerancia. Si se mezclan Iglesia (Religión) y Estado, si el
Estado asume funciones religiosas, será imposible que tengamos una sociedad tolerante, por
lo menos en lo religioso. Con este espíritu, las constituciones de los actuales estados
democráticos declaran la aconfesionalidad de los mismos. Si un estado es confesional, las
libertades no están garantizadas, en la medida en que se impone un modo de vida. La
tolerancia política requiere un Estado neutral en cuanto a religión se refiere.
4º. Nuevamente insiste Locke: El cuidado de las almas no corresponde al magistrado (pág.
26). No se puede salvar a los hombres contra su voluntad y, además, la mayoría de las veces
las discrepancias lo son en cuestiones frívolas. Cuál sea el camino correcto lo dilucida cada
hombre en privado. Sea o no por consejo de una Iglesia, si no hay íntima convicción, no hay
salvación. Solamente la fe y la sinceridad interior procuran la aceptación de Dios (pág. 33).
En suma, todo el razonamiento de Locke se basa en la separación de lo civil y lo
religioso. El bien público es la regla y medida de toda actividad legislativa (pág. 35). Esto
quiere decir que el Estado solo debe prohibir aquello que perjudique a terceros. Es cierto que
no debe permitir las opiniones contrarias a la sociedad humana o a las reglas morales
necesarias para la preservación de la sociedad civil, pero normalmente, este no es el caso de
las religiones. El papel de las leyes no es cuidar de la verdad de las opiniones, sino de la
seguridad del Estado y de los bienes y de la persona de cada hombre en particular (pág. 48).
La perdición de un alma no conlleva perjuicio a terceros. Si el Estado se inmiscuye en la
"salvación" de sus súbditos, si obliga en materia religiosa, la paz no está garantizada. En
cambio, «Los gobiernos justos y moderados están tranquilos en todas partes, y en todas
partes seguros, pero la opresión levanta fermentos y hace a los hombres luchar para liberarse
de un yugo molesto y tiránico» (pág. 65).
En síntesis, no se debe intervenir o coaccionar en asuntos religiosos. Esto se justifica a partir
de varios argumentos:

1. Un argumento político: Los males de la sociedad provienen de la intolerancia, no de la


división. No es necesaria la unidad de fe y culto para mantener el orden; aun más, la
tolerancia es lo que garantiza la paz social.
2. Varios argumentos teológicos:
1. La Iglesia es una sociedad libre y voluntaria.
2. La creencia y el culto han de ser sinceros.
3. La persecución es anticristiana.
3. Un argumento racionalista: La conciencia es incoaccionable. Se ha de aceptar,
además, la natural ignorancia humana ante la oscuridad del mundo y se ha de confiar
en las virtudes de la discusión para descubrir la verdad. Esta idea la desarrollará
principalmente, en el pensamiento liberal, John Stuart Mill.

Voltaire y el Tratado de la tolerancia[editar]


Voltaire

Jean-Baptiste Rousseau

La tolerancia por respeto al individuo se podría formular como:


No estoy de acuerdo contigo, pero te dejo que lo hagas por respeto a las diferencias.

La tolerancia para la defensa de un ideal de libertad, está perfectamente ilustrada

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