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Poseída
Poseída: ¡La saga que dejará muy atrás a Cincuenta sombras de Gre!
Muérdeme
Una relación sensual y fascinante, narrada con talento por Sienna Lloyd
en un libro perturbador e inquietante, a medio camino entre Crepúsculo y
Cincuenta sombras de Grey.
Se te está escapando…
Desde que mi amante puede por fin palpar la verdad, apenas existo para
él. Está como obnubilado, obsesionado. ¿Y qué hay de mí? Me ve cuando
tiene tiempo, me llama cuando se acuerda y me pide que le entienda. ¿Qué
otra cosa podría hacer? Es un suplicio verle alejarse de mí para acercase a
ella. Pero sería cruel privarle de ello. No sería digno del amor que siento
por él. Mi madre dice que amar no es retener, encerrar, sino dejar que el
otro se vaya y elija volver.
¿Y si Gabriel no volviera a mí nunca más? ¿Y si la encuentra y la elige
a ella para siempre?
[Ulises se fue veinte años. Dime que no tendré que esperar tanto
tiempo…]
Tras haber amenazado a mi jefe por email a mis espaldas, ¿me habrás
drogado y hecho tu esposa mientras dormía, para que no me acuerde de
mi propia boda?
A. BAUMANN
Ven, te espero.
Hace mucho que no me tumbas en un escritorio o me acorralas en un
ascensor. El de la agencia es minúsculo, pero sus cuatro paredes están
cubiertas de espejos. Creo que te gustaría.
A.
–¿Y qué haces aquí, por cierto? le comento a mi colega estirando las
arrugas que mi cabeza ha marcado en su chaqueta color malva.
–Asumo mi lado femenino. Y además, aquí se escuchan los mejores
cotilleos. ¡Y si no, mira!
Muy atento, Beauregard sujeta la puerta, aunque hubiera sido más fácil
que saliera él primero. Debo pasar delante de él, bajo su brazo, para salir
con dificultad del ascensor. De espaldas, presiento su mirada pasearse.
Por poco me atraganto con la pajita y con el trago de agua con gas.
Intento continuar en medio de mis carraspeos, que me hacen saltar las
lágrimas.
–¿Perdona?
–Me ha pedido que me case con él, ayer por la tarde.
–Cada vez mejor… ¿Qué le has respondido?
–Amandine, no es una pregunta que exija realmente una respuesta.
–¡Sí, Camille! Tienes derecho a reflexionar antes de decidirte, por una
vez. Puedes tomarte algo de tiempo antes de comprometerte para toda la
vida. ¿O piensas hacerlo cada año? Casarte, tener un bebé y divorciarte.
–No sé que me impide tirarte mi coca-cola a la cara.
–¿Quizás saber que tengo algo de razón?
–Silas ha decidido aceptar su parte de responsabilidad. Quiere tener este
hijo, educarlo, ¿cómo podría negarme?
–Pero, ¿os queréis? Es una pregunta que a menudo se hace uno, antes de
casarse…
–¡Tú y tus grandes principios! Lo que sé es que Alex nunca me ha dado
seguridades, huyó desde el principio… Silas está presente, se implica,
nunca nos abandonará.
–¿Estás segura? ¿Incluso cuando sepa que Eleanor está viva?
–¡¿Qué?! ¡¿Qué dices?!
–Lo está. No puedo decirte nada y tú no debes decírselo a nadie.
Prudence se lo ha dicho a Gabriel, Eleanor no está muerta. Le está
siguiendo la pista en este mismo instante, hace todo lo posible por
encontrarla y es lo primero que hará Silas cuando sepa la verdad.
–¡Estás aún más loca que ellos! No es culpa mía si tu chico te abandona.
No es culpa mía si se olvida de ti en cuanto aparece Eleanor. En cuanto a
mí, estoy esperando un hijo de Silas, soy su prometida, y eso no lo
soportas. Nada te une a Gabriel, me oyes, no eres nada para él, ¡NADA!
[¡Oh no! ¡Esta tarde quería lloriquear, hacerme compadecer y dar pena!]
[Lo siento, es imposible decirle que no… Pero creo que está dispuesta a
hacer un esfuerzo. Venga, vente, ¡todo irá bien!]
–Visto su estado, ¿no creo que obtenga nada de usted esta tarde, o me
equivoco?
–Francamente, creo que ya he dado bastante por hoy.
–Amandine, es bastante rara esta manera suya de reclamar algo y de
creer que lo obtendrá siendo desagradable.
–Es que estoy muy cansada.
–¿A su edad? ¿Y en ese vestido? Es una verdadera lástima.
–¿Puedo irme?
–¿Cómo decirle que no a esa carita descompuesta?
–Gracias. Que tenga un buen fin de semana, Ferdinand.
–Déjeme que le diga algo antes de concederle la libertad. Sea quien sea,
Diamonds u otro, no permita que le minen. Una joven tan bella como usted
no debería sentirse decepcionada o abandonada nunca.
–Lo tendré en cuenta. Hasta el lunes.
–Si entre tanto se siente sola, ¡llámeme!
–Gracias, pero no, gracias.
–¡Hasta luego!
¡Desplante!
Marion intenta una vez más cambiar de tema, no tanto para evitar esta
respuesta sino para impedir que yo pierda el control.
Aterrizamos una hora más tarde en una ciudad que no conozco y tengo
que esperar un cuarto de hora de trayecto en coche para descubrir su
nombre en un panel blanco delineado en rojo: La Trinité-sur-Mer. No
tengo ni la más mínima idea de lo que Gabriel hace en Bretaña, ni por qué
me invita, pero entiendo por fin el doble sentido de las palabras “subido de
tono”. El conductor me deja en el puerto iluminado en esta noche que
empieza a caer. Los colores naranjas que se reflejan en el agua gris azulada
mezclados con el cielo se parecen al decorado de una tarjeta postal.
–¿Dónde estabas?
–Buenos tardes, Amande. Yo también te he echado de menos.
–¿Has encontrado a Eleanor?
–¿Te has casado con Ferdinand?
–Gabriel, por favor, esta tarde no. Deja ese jueguecito, ahora no.
–Seguía una pista seria, pero no ha dado frutos. Imposible encontrarla
en Estados Unidos. Creo que podría haber rehecho su vida aquí.
–¿En Francia?
–En Bretaña. Le gustaba… le gustaba mucho esta región.
–¡¿Y por eso estoy aquí?! ¿Por eso hace falta este barco, este pequeño
crucero nocturno? ¿También has invitado a submarinistas? ¿Vamos a pasar
la noche inspeccionando el océano Atlántico?
–Cállate y escucha. ¿No entiendes que no podía pasar ni un minuto más
sin ti? Quería llevarte al mar, lejos de todo. La cena en el pontón es solo
para nosotros dos.
–Pero el mundo no deja de girar por ti, ¿sabes? Tengo vida propia,
incluso cuando el Sr. Diamonds desaparece. No puedes chascar los dedos
para que aparezca cuando quieras, donde quieras.
–Es exactamente lo que has hecho: venir aquí.
–¿Estás contento? ¿Ya me puedo ir?
–Con mucho gusto. Por ahí está la costa. Pero te desaconsejo ir nadando,
el agua está fría por la noche.
–¡Te encanta reírte de mí!
–Y tú no entiendes nada.
–¡Pero tú no me explicas nada!
–Amande, quería que nos encontráramos solos en este mundo, juntos.
Porque solo así somos felices. Pagaré caro, todos los jet privados, todos los
barcos y todos los festines del mundo, para que esta noche en el océano
dure toda la vida.
Mi comandante a bordo guía una vez más mis dedos hacia sus botones y
los desabrocha uno a uno, con calma, luego sus gestos más seguros se
deslizan con naturalidad hacia el botón de su pantalón. No dejamos de
mirarnos, y nuestras respiraciones jadeantes se entremezclan. Apenas
siento cómo me desviste, hasta que nuestra piel desnuda se toca. Casi
desvanezco con este contacto divino, tan esperado, pero Gabriel me toma
en sus brazos, me sostiene, me acurruca junto a él, antes de tumbarme en el
pontón del barco. La luna ilumina nuestros cuerpos enredados y solo el
chapoteo del agua cubre nuestros suspiros de placer. Cuando, al fin,
nuestros cuerpos se hacen uno, el velero parece tambalearse al ritmo de
nuestros abrazos suaves y tiernos primero, luego intensos y apasionados.
En un instante, una inmensa ola me sumerge, no toco fondo y me dejo
hundir lentamente, abandonándome en un orgasmo rompiente. Cuando
Gabriel se une a mí en el orgasmo, el viento arroja sobre nosotros una
salpicadura vivificadora. Permanecemos inmóviles. Acunados por el
oleaje, estamos totalmente solos en el mundo, felices, serenos, ligeros,
como colgados entre el mar y las estrellas.
3. Advertencias
Tras dos días en la mar, sigo tan feliz como ligera. Algo más bronceada
que antes y más enamorada que nunca. Gabriel acaba de hacerme pasar el
fin de semana más tranquilo y más reponedor que nunca. Justo lo que
necesitaba. Ningún otro hombre podría adivinarlo, subsanarme a ese punto.
Hemos navegado un poco, hecho el loco a toda velocidad en el viento o
saltado del barco como niños. Hemos hecho una breve escala en la pequeña
isla perdida de Hœdic para devorar platos de marisco enteros rociados de
champán. Hemos dado paseos en las dunas al anochecer, hemos tomado el
sol y huido de las multitudes, nos hemos bañado en las olas y desplomado
en la arena. Hemos reído y hablado durante horas, nos hemos quedado sin
habla ante la belleza de ciertos paisajes. Hemos hecho el amor por todas
partes en el velero, nos hemos abrazado fuertemente y nos hemos mimado
mucho tiempo. Hemos hablado del futuro y aprovechado el momento
presente, hemos intentado detener el tiempo… Pero ya el barco se acerca a
tierra firme y nos devuelve a la realidad.
–¿Estás seguro de que no puedes volver conmigo? Dime Gabriel, insisto
con mi mejor puchero de súplica.
–Debo quedarme en esta región, tengo que encontrar a Eleanor,
Amande.
–Me mata que me dejes por ella.
–No te dejo. Voy a encontrarla por Virgile, no por mí.
–Lo sé…
–Y también sabes que no ya no la amo. La he amado mucho tiempo,
también después de su muerte, pero no desde que estoy contigo. Hoy, la
odio por lo que nos ha hecho. Por su desaparición, por su traición, por su
abandono.
–No digas eso.
–Ella no nos separará, Amande. Nadie lo hará.
–El tiempo va a hacerse tan largo sin ti.
–Voy a darte un pequeño souvenir que te aliviará la espera…
En la cabina del barco que nos ha servido de nido de amor desde hace
dos días, mi sublime amante se me echa encima como un tigre sobre su
presa. No me da tiempo a responderle y ya me toma por la cintura y me
pega brutalmente contra él. A través de mi vestido marino, un enésimo
regalo de él, siento la dureza y el calor que emanan de su cuerpo
musculoso. Al tomarme por sorpresa, dejo escapar una risita que él
interrumpe pegando su boca ávida contra la mía. Su lengua hambrienta me
besa, siento ya mi vagina palpitar de impaciencia. Sus manos se
entremeten en mi vestido, separan mi tanga y me prodigan caricias divinas.
Animada por este primer contacto carnal, desato torpemente el cinturón de
Gabriel y, entre dos gemidos, logro desabotonarle el pantalón. Tomo entre
las manos la erección magistral de mi Apolo y comienzo un vaivén tierno y
lánguido, que le arranca gruñidos de satisfacción. Aumento la cadencia y
adopto el mismo ritmo que él. Mi amante de hierro y yo jadeamos al
unísono, nuestros suspiros se responden en eco en la suntuosa cabina de
este velero de placer.
Ya te echo de menos.
Todavía tengo tu perfume en la piel. Y en los dedos…
G.
–Pobre Ortie, le han roto el corazón. ¡Pero qué amarga puede llegar a
ser!
–¿Pero todas, realmente todas? respondo a mi compañero, incrédula.
–Todas las que han querido. Es decir, sí, todas.
–Entonces por eso es por lo único que es simpático conmigo…
–Es tan conmovedora tu ingenuidad. Me dan ganas de llorar.
–Y pensar que le defendí… Gabriel tenía toda la razón.
–No, espera, puede que te aprecie de verdad.
–Sí, porque me resisto…
Mi decepción está a la altura de la estima que tenía por Ferdinand. A pesar
de sus aires de Don Juan, le encontraba inteligente, divertido,
condescendiente. Estaba convencida que había descubierto en mí un
potencial, algo de más, cualidades que justificaban esta promoción
precipitada. Creo que esperaba de él que fuera mi mentor. Me faltaba esta
revelación de Hortense para abrir los ojos sobre este personaje… pero
también para darme cuenta de mi apego a él. No soy de naturaleza a
confiar en el primero que pasa, aún menos tratándose de un hombre, pero
este me había seducido con su inteligencia, su humor, su personalidad
compleja. Y me irrita aún más sentirme así de decepcionada.
Tiro a Marion del brazo para que avance. Se pasa todo el trayecto
extasiada por “su nuevo pretendiente”. Casi tengo que arrastrarla por la
calle cuando nos acercamos al edificio privado de Gabriel. Introduzco
febrilmente la llave y entramos en el local todo nerviosas, como dos
ladronas sin experiencia. Dejo a mi amiga al acecho cerca de la puerta de
entrada mientras que yo me dirijo a la habitación de mi amante, esperando
encontrar el famoso collar.
Sí, bueno...
–¿Amandine, te he despertado?
–¿Eh? No, yo…
–Bueno, escucha, no te asustes, pero tienes que vestirte. Estoy en
urgencias con Camille.
–Silas, ¡¿qué ocurre?!
¡Está viva!
Nos reunimos con ella los tres en su habitación, unas plantas más arriba.
Silas casi se abalanza sobre ella para abrazarla, apretarla contra él,
consolarla y reconfortarse él también. Camille le rechaza violentamente.
–No hace falta que estés aquí. Se acabó, ya no estoy embarazada, puedes
largarte e ir a buscar a Eleanor.
–Camille, ¿pero qué…?
–¡Decídselo! ¡Y dejadme en paz!
–¿Pero quién puede dormir de verdad con esa ropa? susurro a Marion
ocultando discretamente mi boca con la mano.
–Mírame, cómo podría yo contestar a esa pregunta, me responde mi
mejor amiga, lanzándole una sonrisa hipócrita a Iris.
–Cariño, Amandine toma café también, creo.
Demasiado tarde.
¡Auxilio!
Continua, Iris, alcanzo sin prisa pero sin pausa el punto de no vuelta
atrás.
–No, no, para nada, se suaviza. Pero puedo imaginar lo que puede ser
estar enfrente de la mujer a la que se ha amado, con la que tenía que
haberse casado y que creía muerta desde hace tantos años.
–Yo no me imagino nada, confío en Gabriel. Y me lo ha dicho
claramente: no la ama, no la quiere en su vida, no piensa perdonarle lo que
hizo. Busca la verdad por su hijo.
–Oh, sabes, las promesas se las lleva el viento, es tan fácil decirlas. Pero
cuando esté enfrente de Eleanor, creo que tendrán cosas que decirse y
tiempo que recuperar.
¡Esta chica debe ser la jugada del siglo para que logre soportarla!
Retiro lo dicho, jamás podría ser Iris y pasearme con el culo al aire
delante de mis amigos.
–Amande…
–Gabriel, ¿qué quieres?
No se lo merece…
–Gabriel, espera…
–No me rechaces, Amande. Te necesito tanto.
–¿Me necesitas… o necesitas esto?
–¡Todo! ¡Me estoy volviendo loco!
Mis tres horas de sueño no pueden hacer nada para aminorar la energía,
la ligereza y la felicidad que siento al ir a trabajar este lunes por la
mañana. Ver a Gabriel dormido, en mi cama, ha hecho esta noche incluso
más bella e intensa que nunca. Besarle antes de tomar el café, después,
antes y después de la ducha, entre cada prenda que me he puesto y diez
veces más antes de decidirme a marcharme va a hacer que este día sea
maravilloso.
¡Qué idiota!
Brrr…
A las doce en punto, me voy del despacho para ir al piso de los Aubrac
en el distrito once de París. Durante el trayecto en metro desde los Campos
Elíseos, doy vueltas una y otra vez a todas las frases asesinas que voy a
lanzarle a Marion. Y luego, me entra la compasión al darme cuenta de que
Beauregard ya la ha sacado de su vida y que ella todavía no lo sabe
seguramente. Su corazón tierno y ella están probablemente haciendo planes
de futuro: boda, viaje de novios a Honolulu, vida lujosa en París, fortuna
que gastar y cuatro o cinco bebés.
¡Créanme, lo es!
Dejo este debate inútil conmigo misma cuando Iris retoma el suyo por
teléfono. Logra cada vez menos ahogar sus palabras, medio susurros,
medio gritos, que me llegan muy claramente:
Continuará...
¡No se pierda el siguiente volumen!
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