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Día 83

Hoy salí a correr más temprano, hice una hora de más. Me siento oxigenado, con la
cabeza limpia. El ejercicio es todo lo que tengo. Es mi vicio sano, lo que mantiene, lo que
me pertenece. Estoy rendido. A veces necesito agotarme para volver.

Marisa faltó al colegio, le pregunté a la secretaria cara de anís quemado si sabía algo y
claro que no me dijo nada. Qué vieja inútil, ojalá la deje su novio horrible y se quede sola
de nuevo.

Día 82

Marisa faltó otra vez. No quiero preocuparme pero ella no es de ausentarse. Me di cuenta
que no tenía su número de teléfono. Qué bobo soy, nunca se me ocurrió pedírselo porque
sabía que ella estaba ahí en la oficina y que la podía ver todos los días.

Día 81

Llegué al colegio más temprano y fui directo a la oficina de la secretaria y vi que Marisa no
estaba. Todavía no había vuelto. Le pedí a la vieja que me diera su número y no me lo
quiso dar al principio pero la amenacé fuerte con el tono de mi voz (bueno, no tanto) y al
final me pasó un papel con el teléfono de la casa. No la llamé enseguida quería esperar a
llegar a mi casa y hablar tranquilo.

Hoy también me tocó la clase con los chicos grandes en el estatal y estaba el pibe nuevo,
el blandito, Ernesto. Lo saqué del grupo de correr y hablé con él. Le dije que no tenía que
ser tan flojo, que se les plante más a los otros o no iba a llegar a fin de año entero.
Cuando lo vi bien, me di cuenta que tenía un raspón en la nariz como si se hubiera caído.
Le pregunté por su herida y no me dijo nada. Se quedó ahí parado escuchándome en
silencio y distraído como si supiera que mi sermón mal ensayado era una formalidad, algo
para cumplir con mi rol de profesor y nada más. Me dio bronca, yo me preocupo en serio.
No quiero que le peguen, que se aprovechen o él se deje golpear. Tiene que defenderse,
aprender a luchar, no puede quedarse con los brazos quietos o la mirada vacía y honda
mientras los otros le pegan patadas o trompadas o lo empujan.
Le dije que tenía que empezar a defenderse o yo iba a hablar con su mamá, la
bibliotecaria y eso lo despertó un poco y me prestó atención.

Al otro día apareció con el brazo izquierdo enyesado porque quiso pararle la piña a uno y
ellos se enojaron más y le dieron peor, con más fuerza. Algunos chicos de otros cursos
que vieron la pelea fueron a hablar con el rector para que hagan la denuncia pero solo
suspendieron por unos días a los pibes.

Ernesto tenía la misma cara de nada, con sus pecas desparejas repartidas por todo su
rostro. No podía entender cómo podía venir al colegio como si nada, como si todo fuera lo
mismo. Nada importa, nada le importa, ni su propia vida parece. Me dio tanta bronca que
tuve ganas de romperle el otro brazo para ver si podía despertarlo así. No sé si seguir
metiéndome. Que lo maten si tantas ganas tiene de no lucharla.

Por culpa de todo esto no pude llamar a Marisa. Me siento mal.

Día 80

Llamé a Marisa. Me atendió un hombre.

-“¿Hola está Marisa?”

-“Sí, ya te paso”.

Era una voz joven, media grave, asentada, como si fuera algo de ella, tenía confianza en
el vínculo, en lo cotidiano. Traté de calmarme. Podía ser un hermano, un tío, un sobrino,
un amigo de alguno de estos. Un primo. No, un primo mejor no. No es lo mismo un primo
que un hermano.

-“¿Hola, quién habla?”.

-“Hola Marisa, soy Esteban del colegio, ¿te acordás de mí? Soy el que a veces te convida
facturas.

-Sí, claro que me acuerdo de vos. No me hacían falta tantos detalles, no soy tan
despistada.
-“Bueno lo que pasa es que hace varios días que no te veo por el colegio y medio que me
preocupé porque desapareciste así de la nada. Un día estabas y después no”.

-“Tampoco es para tanto. Yo me tomé una licencia de unos cuatro días. Vuelvo la semana
que viene. Operaron a mi mamá y estamos todos acá con ella.”

-“Ah, perdoná no sabía, pero no me contaste nada de esto el otro día que hablamos”.

-“Es que en realidad le adelantaron la fecha de la operación y yo también pedí que me


den la licencia antes. Nada más, tampoco es para tanto. Me tengo que ir. Beso”.

-“Bueno que se mejore tu mamá pronto. Chau”.

-“Gracias, nos vemos el lunes. Chau”.

¿Quiénes son todos? ¿De quién habla? No quise sin cenar y me fui a la cama. Soñé con
un árbol o una planta grande, no lo pude distinguir durante el sueño. A veces uno se
confunde.

Día 79

Los suspendidos volvieron antes. Entonces corrieron y corrieron y corrieron hasta que me
dieron ganas de que se pongan a hacer series de 100 abdominales, 100 espinales y 100
flexiones de brazos. Quedaron hermosos. Todos tirados en el suelo sin poder respirar, no
les dejé ni las fuerzas que hubieran necesitado para putearme. Claro que como Ernesto
tiene el brazo roto, no puede realizar ninguna actividad física se quedó conmigo y miraba
cómo corrían los otros. Creo que por algunos momentos lo vi hasta sonreír. Lo voy a
invitar a comer. Quiero hablar con la madre y preguntarle un par de cosas.

Ayer marqué el número de Mariana y me atendió el contestador.

Día 78
Me llamó Rogelio. Se aburrió del Caribe y llega el jueves. Quiere que vayamos todos: el
Tano, Diego y yo. Cena de bienvenida que seguro va a terminar en tratar de llevarnos a
algún boliche.

Conocí a Rogelio cuando empecé el profesorado, él dejó enseguida pero igual seguimos
siendo amigos porque aunque era un poco demasiado adicto a las fiestas y a trasnochar
me gustaba esa inconciencia, la manera en que solo seguía sus impulsos y no le
importaba si le salía bien o mal. Él quería vivir y decía esto como si el resto de nosotros
no supiéramos lo que es estar vivos. Para Rogelio nunca nada era suficiente: la mejor
mina, trabajo, tener mucha plata, invertirla, perderla, volverla a recuperar. Su vida era
como una calesita que a veces giraba rápido y otras hubiese querido detenerse para
agarrar la sortija y obtener algún premio.

Después de irse del profesorado, se metió en la carrera de Administración de Empresas y


le fue muy bien, hizo un montón de contactos y terminó de ayudante de varios ejecutivos y
fue consiguiendo ayuda para llegar a donde quería: un buen puesto con mucha plata.

Siempre fue de los que les gustan todas. Para él no había mina fea o linda inconquistable.
Ellas estaban ahí para él y eso era todo. Sin compromisos ofrecía las ventajas de tener
todo por tiempo y después se iba o ellas lo dejaban cuando se daban cuenta de que no
eran las únicas o que él nunca las iba a querer de verdad. Hacía poco tiempo se había ido
al Caribe por un mes para concretar un negocio inmobiliario y se fue con una chica rubia y
volvió con una morocha. No sé en qué momento hizo el cambio. Él me cuenta todo con
detalles: cómo se las coge, el tamaño de las tetas, los lugares donde tienen sexo y me
muestra las fotos de sus trofeos de carne. Yo lo admiro pero hay algo que no me cierra,
no sé. Capaz estoy mal y debo despegarme más de la realidad y disfrutar de una vida
plena y sin sentido.

Me dijo que había hablado con los otros y quería ir a tomar unas cervezas antes y charlar
nosotros solos. Quería saber lo de mi diario. Le dije que no es un diario pero acepté ir con
él.

Día 77

Soñé con Anita. Estábamos sentados en la galería y mirábamos un limonero crecer.


Nosotros nunca tuvimos árboles en el patio, ni siquiera en la vereda. Mi mamá no era
adepta a las flores o la primavera o a sonreír si le regalaban algo. Los limones no estaban
del todo maduros y no tenían ese color amarillo tan brillante que me gusta. Anita me
señalaba los frutos y se reía. Su risa era hermosa. Yo creo que hay saber reírse, es una
ciencia: cuántos dientes mostrar, la apertura de la boca, el sonido y la velocidad de la
respiración. Todo un proceso que no todos los seres humanos están destinados a cumplir.
Reír no es un despojo, es un intento de mostrar tu felicidad. Anita sabía acerca de esto y
por eso su risa me hacía más feliz cada vez que la escuchaba. Mi hermana era mi
cómplice. En el sueño nos quedábamos sentados mirando el limonero crecer hasta que
se secaba. La noche nos encontraba en la galería y después mi mamá nos llamaba para
cenar.

Día 76

Me encontré con Rogelio. Él se llama así por su abuelo. Creo que es el primero de su
generación y tal vez la única persona en el país menor de treinta años que tiene ese
nombre.

Nos sentamos en uno de esos bares que tienen una terraza con sombrillas de lonas con
colores fuertes, la nuestra era azul con los bordes rojos. El piso de madera flotante casi
sin pulir le daba un aspecto de local de playa pero sin la arena, el sol, el mar y las
vacaciones para justificar la decoración. Él se pidió unas piezas de sushi y yo una fuente
de frutas asadas. Esa modernidad aplicada a la naturaleza era lo único que me gustaba
de este tipo de bares que parecen jugar con la comida en vez de disfrutarla.

-“¿Por qué te dejó Mariana?”, dijo mientras se metió un roll en la boca y lo masticó en la
mitad de la oración.

-“Porque tuvo ganas”.

-“Pero algo tuvo que pasar, nadie se va de un día para el otro”.

-“Ella no se fue, me fui yo solo”.

-“Te fuiste porque ella te dijo que te vayas, no porque quisieras”.

Rogelio fue el único que no estuvo en mis tiempos finales con Mariana porque ya estaba
de viaje. No vio nada y un poco me alegra, mi estado post abandono no era para
enmarcar. Me pasaba los días enteros en la cama de mi antiguo cuarto de las casa de mi
papás. Ese día que volví con ellos, la que me recibió fue mi mamá y cuando la vi me
largué a llorar. No sé por qué. Mariana había sido clara, nadie tuvo la culpa, solo se había
terminado el amor como cuando uno se acaba un paquete de papas fritas o una bolsa de
caramelos masticables.

Mi mamá me dijo que yo no había llorado ni siquiera en el entierro de Anita. Era todo un
hombrecito en esa época, ahora ya no. Después de pasar por el shock inicial, me dediqué
a no hacer nada, solo me sentaba en la ventana y miraba el patio o las hormigas con sus
hojitas a cuestas o los pájaros en sus nidos o los sapos que croaban después de una
lluvia larga. No tenía ganas de hacer cosas o respirar o vivir en general o en particular: no
tenía de vivir una vida sin Mariana. El Tano una vez me dijo esto, en uno de esos días en
los que yo estaba más que me tiren en el cajón y me entierren y lo escribo tal cual,
palabra por palabra porque para mí son como los versos de algún salmo olvidado. Estas
estrofas se merecen un lugar en la Biblia como un himno eterno, una música perfecta:

“Mirá Esteban, yo soy viudo y no necesito razones para tener esperanza. La fe es mi


manera de lidiar con la verdad cruel del mundo: mi mujer ya no está pero yo quiero creer
que tal vez, si me siento a esperar en el cordón de la vereda de la vida y me porto bien, o
me mal pero salgo y vivo y sigo, estoy seguro de que la voy a encontrar de nuevo. El
amor no se pierde porque es algo que se te queda clavado como un alfiler y te traspasa
de lado a lado y no sale, y te digo Esteban, el amor no se puede dejar, el amor se va
y uno solo debe saber esperar a que vuelva y se quiera quedar otra vez con vos”.  

Día 75

Hoy fui a la biblioteca del colegio y hablé con la mamá de Ernesto. Ahora entiendo. Lo voy
a invitar a tomar algo. Una cerveza y que después me levanten todas las actas que
quieran y me echen. No me importa.

Día 74

Casi llamo a Mariana de nuevo. Colgué justo después de terminar de marcar.

Día 73

Salí a correr más temprano. Casi que no duermo mucho estos últimos días. Cambié el
recorrido y me alejo un poco. A la noche me encuentro con ellos. Extrañaba al Tano y a
Diego, desde que tuvo su hijo que no le veo. Voy a regalarle un vino o algo para su bebé.
-“Está fuerte el pesto, menos mal que soy viudo y no tengo que salir a besar a nadie
después”. Dijo el Tano.

-“Vos no podés besar a tu gato Tano, hasta él se escapa”, dijo Rogelio.

-“Ojalá pudieran crecer ustedes, eh”, dijo Diego.

-“Ya habló el señor madurez, me casé y tuve hijos. Callate, querés, mirá que yo te vi en
esas épocas que te tomabas el vodka del pico y los tintos de las cajas. Conmigo no eh
querido”, dijo el Tano.

-“Yo todavía no puedo creer que estés casado y tengas tu hijo Diego”, dije.

-“No sabés lo lindo que es. No me deja dormir a la noche pero como que te acostumbrás.
Eso que parecía que no ibas a aguantar, te pasa y ya no podés hacer nada”, dijo él.

-“Este se volvió místico. Pará un poquito que solo le acabaste adentro a una mina y
después de nueve meses parió un crío”, dijo Rogelio.

-“Sos tan bruto que ni matarte puedo porque tengo que llevarte a un cotolengo adentro de
una canasta y abandonarte ahí. Burro”, dijo el Tano.

-“Pero tampoco es para tanto, no sé por qué hacen escándalo. Todos los días nacen
pibes y pibes y pibes por cualquier lado”, dijo Rogelio.

-“Es distinto cuando es tuyo, ya vas a ver”, dijo Diego.

-“Ni loco, antes me la corto”, dijo Rogelio.

-“Yo de verdad te deseo lo mejor Diego, estoy contento por vos. Muy”, dije.

-“Gracias Esteban, y dentro de poco lo vamos a bautizar y quería aprovechar ahora que
estamos juntos para pedirte que seas el padrino de mi hijo”.

Me quedé en silencio un rato pero porque no podía pensar en nada. Estaba muy
sorprendido y le dije que sí. Iba a ser un padrino, un papá de repuesto por si el original
falla.
Diego estudió psicopedagogía y se recibió en tiempo y forma. Él era estructura, todo
sostén y firmeza. Era de esas personas que ya nacen maduras, comprensivas y serias.
Fuimos compañeros de primaria y secundaria. Cómplices en el frente de batalla que es el
paso de dos chicos torpes por el colegio. Él fue quien me ayudó a darme cuenta de que
podía dedicarme a ser profesor de educación física porque me gustaba correr. Pasamos
muchos sábados en las puertas de los boliches afuera porque nos rebotaban por parecer
menores o tarados o todo junto. Hablábamos con las chicas y tal vez alguna se prendía
para ir hacer algo a otro lado.

Me enseñó a fumar y a dejar el cigarrillo cuando se dio cuenta de que podía afectar mi
futuro de profesor. Él siguió fumando hasta el día de hoy pero me prometió que iba a
intentar a dejar por su hijo Bautista, mi futuro ahijado.

Al volver de la cena y después de dejarlo al Tano y sacarnos de encima a Rogelio con su


invitación de ir a un cabaret porque conocía al dueño y teníamos champagne y chicas de
primer nivel casi gratis y no había que desperdiciar. Estacionamos en la puerta del
cabaret y lo vimos entrar corriendo como si estuviera participando de alguna maratón a
favor de todos los vicios.

Nos quedamos solos en el auto de Diego, porque él casi que no toma y yo quería brindar
mucho y no iba a poder manejar después. Mi Ford Mondeo negro hace rato que no salía
del garaje. Estaba abandonado.

-“¿Cómo es eso de tu plan de olvidarte de Mariana? ¿Cien días? No te la vas a poder


sacar de la cabeza ni en cien años Esteban”.

-“Pero quiero intentarlo igual, no sé hacer otra cosa”.

-“Podrías hablar con ella, cerrar la historia de una vez y dejarte de dar vueltas. Esto es
bueno por un lado porque te ayuda a descargarte pero no tapes tampoco”.

-“Yo no estoy tapando, mirá tengo este cuaderno, que no es un diario, y anoto todo lo que
hago y cómo no la llamo ni nada”.

-“¿Y por qué estaría mal que la llames? No es obligatorio que te lleves o termines mal con
tu ex. No seas así Esteban, tenés que saber encontrar el equilibrio. No todo es blanco o
negro.
-“Ya sé pero mirá, leélo y vas a entender” dije mientras le daba el cuaderno para que lo
lea. Era la primera vez que le mostraba lo que había escrito a alguien.

Diego se quedó un rato en silencio y leía y pasaba las páginas con mucha atención y
meneaba la cabeza de lado a lado en algunas partes y asentía en otras. Me quedé
mirándolo y esperaba su veredicto. Estaba ansioso.

-“Esteban esto está muy bien pero te falta. Hay cosas que están a la vista, tan en tu cara y
vos elegís hacerte el boludo y dejarlas pasar. No huyas amigo, no te alejes tanto de vos y
lo que sentís”.

Me dejó en mi casa y me metí en la cama enseguida. Releí mi cuaderno tratando de


encontrar eso que él me había dicho y al final de estas páginas encontré un mensaje
escrito por él en margen superior de una de las hojas: “Hablá con M”

¿Quién era M? ¿Por qué me escribió solo la inicial? No me puede dormir otra vez.

Día 72

Fui al estatal y le dije a Ernesto que ya había hablado con mamá y que tenía permiso de
salir conmigo después de clases. Me miró serio casi como con reproche pero yo le di una
orden, no se lo estaba pidiendo.

Llevé mi auto, por fin iba a salir, lo tuve que llevar a lavar de tanta tierra pegada encima.
La última vez que lo usé fue cuando me tomé el café con Romina.

Lo subí casi de prepo y a los empujones. Manejé una rato largo hasta que llegamos a la
costanera y nos sentamos en uno de esos bancos largos de cemento que hay puestos ahí
para que nadie se sienta muy cómodo pero tampoco se quede parado. Compré un par de
cervezas y le invité una. Me miró desconfiado y casi se la meto en la garganta enterita y
sin abrir. Me tenía harto con sus remilgos.

-“Yo hablé con tu mamá, sé todo”.

-“Sos un metido de mierda”, me dijo con tuteo e insulto incluido.

-“Me importa tres carajos si te parezco un metido o no, yo fui y pregunté porque quise y
tuve ganas”.
-“¿Y a vos quién te dijo que tenés derecho? No nos hables más a mí o a mi mamá.
Estamos bien solos. No nos jodas”.

-“Yo quería decirte que lo que hiciste fue muy heroico y sos muy chico para haber sufrido
tanto. Yo solo quería que sepas que te respeto más que a mi viejo. Eso nada más. Ahora
me podés mandar a la mierda tranquilo”.

Nos tomamos siete cerveza, tres yo y cuatro él. El pibe tenía aguante, se le notaba en los
ojos. Su mirada te decía eso, que lo profundo de los pozos estaba metido ahí.

-“Yo no sé qué le ves de heroico. Yo no hice nada. Solo casi mato a mi padrastro. Le
pegaba a mi mamá y solo la defendí.

Llegué un jueves a la noche de gimnasia me había quedado con mis amigos boludeando
por la plaza y cuando cruzo la puerta de mi casa la veo a mi vieja llorando sobre el sofá
del living. Se tapaba la cara. Tenía un ojo reventado, negro, rojo, verde oscuro, estaba
casi ciega. Me enfermé de bronca. Encima el tipo salió de la cocina y le siguió gritando.
Me volví loco, quería matarlo, sentir que le sacaba toda la sangre a trompadas, quería
deformarle la cara como él se la había deformado a mi mamá. No paré, te juro que le
habré dado cien o más piñas todas al rostro, una tras otra, sin parar. Yo sentía mis manos
hechas pedazos pero no podía parar, quería que se ahogue en su propia sangre sucia de
golpeador.

Después vinieron los vecinos que nos separaron. Nadie llamó a la policía porque todo el
barrio sabía que él le pegaba a mi mamá pero jamás se animaron a denunciarlo por temor
o porque todo es mejor a veces de lejos.

Yo cuando lograron despertarme del shock violento y me tiraron agua en la cara y me


vendaron las manos y comprobaron que el tipo respiraba, llamaron a la policía. Todos
estaban de acuerdo en decir que habían entrado a robar y que le habían pegado hasta
casi matar a mi padrastro. Ex padrastro por suerte.

Yo me fui corriendo, entré a disparar con las piernas no quería detenerme y no sobre todo
no quería volver nunca más. No me importó nada. ¿Sabés de lo que me acordé mientras
corría? De mis pinceles y mis óleos. Justo me habían comprado unos carísimos y quise
volver a buscarlos, te juro que casi me vuelvo. Estaba triste porque no iba a poder a
seguir pintando. Yo quería ser pintor, ¿sabías?”
-“¿Y por qué no podés serlo ahora? Si sos joven, hacé lo que quieras. Estás a tiempo
Ernesto”.

-“Ya no quiero. Desde ese día que no toco un pincel. Ahora solo quiero morirme. Todos
los días me despierto y deseo estar muerto. Yo ya no estoy, yo me fui para siempre ese
día”.

Día 71

Mi papá me llamó para ir con él a la cancha. Mi viejo es de Racing porque le gusta sufrir,
porque cree y espera un milagro. Yo no puedo compartir esa creencia, yo no quiero sufrir.
Yo quiero ser feliz, quiero ganar un campeonato, festejar los goles y que no me carguen
porque hace treinta mil años no doy la vuelta. ¿Qué clase de hombre hace socio a su
pobre e inocente hijo de un equipo que ya no tiene gloria? No se vive del pasado. Mi viejo
cuando era chico me tendió la más certera de las trampas: me hizo querer ser de Racing,
que ir a la cancha a alentar a tu equipo era lo mejor que te podía traer la vida, que la
camiseta de Racing era casi como la de la Selección Argentina y que nuestro equipo
tenías los colores de la bandera, de todo un país. Mentiroso de mierda.

Ahora es tarde. Lo tengo que acompañar porque prefiero amargarme para siempre que
decirle a mi viejo que odio a Racing y matarlo de tristeza. Entonces voy y finjo entusiasmo
y aliento y me como tres choripanes para bajar la angustia.

Día 70 (Marisa)

Llegué al colegio apurado y entré a la secretaría corriendo a buscar las planillas y no la vi.
Es la verdad. Me estaba yendo cuando escuché su voz:

-“¿Vos ya no saludás? Fea la actitud, eso no se hace”.

-“No te vi, perdonáme”.

-“No importa, si estás apurado hablamos después cuando vengas a devolver las planillas”.
-“Sí, sí, no hay problema, yo vuelvo y me contás cómo le fue a tu mamá con la operación
y eso”.

-“Dale, te espero”.

Los pibes corrieron una maratón y media porque no tenía ganas de dar la clase. Tuve que
decirles que paren porque uno empezó a vomitar amarillo. Flojos.

Me fui a mi casa, me tomé el colectivo porque no uso el auto los días que trabajo, que ya
son casi todos los de la semana y doble turno ahora también, porque quiero ahorrar, no
sé bien para qué pero supongo que tener una reserva por si pasa algo nunca viene nada
mal.

Cuando apoyé el teléfono sobre la mesa del comedor vi que tenía un mensaje de Marisa.
¿Cuándo le di mi número? Quiero dormir, no quiero pensar.

Día 70 (Mariana)

Un mes sin Mariana. Treinta días corridos de su ausencia pura. No hay más, no estamos,
no somos. No puedo.

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