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LUIS IGNACIO BRUSCO

Médico, investigador y educador argentino especializado en


Neurociencia

Cerebro y Lenguaje
Posted on 20 noviembre, 2018
El lenguaje es el vestido de los pensamientos.
Samuel Johnson
El filósofo y lingüista escocés Lord Monboddo hizo, anticipando a Charles Darwin y a su teoría de la
selección natural, un análisis histórico comparado de diferentes idiomas y propuso por primera vez
pensar al lenguaje como una herramienta de supervivencia desarrollada por la especie humana con el
fin de facilitar la vida comunitaria en los albores de la civilización. Ferdinand de Saussure, el suizo
fundador de la semiología, definió en cambio al lenguaje como un sistema intersubjetivo de signos
compuestos por el binomio indisoluble de significante y significado. Otros filósofos, entre ellos el
notable alemán Ludwig Wittgenstein, prefirieron vincularlo con la realidad implicada en los procesos
comunes del pensamiento, postulándolo como la manifestación directa del pensar. El problema
fundamental es entonces entender de qué hablamos cuando hablamos de lenguaje. Como las teorías de
las que disponemos difícilmente puedan alcanzar un carácter absoluto, tal vez en todas estas
definiciones podamos encontrar cierto grado de verdad. Es posible pensar al lenguaje tanto como un
instrumento que expresa nuestras ideas así como un proceso mental previo o desligado de ellas.

Numerosos estudios de resonancias magnéticas funcionales presentan actividad localizada en las zonas
cerebrales del lenguaje (área de Broca) al momento en que el sujeto analizado habla; pero esto cambia
enormemente cuando a la persona intenta comprender y se pone a pensar lo que se le hace decir. Es
entonces cuando se encienden más áreas de la corteza, de comprensión y cognitivas, siendo todas ellas
parte de un mismo proceso. De esto se deduce que una cosa es expresar y comprender palabras y otra
diferente son los procesos previos que las producen. Este acontecimiento cerebral es una de las
premisas claves para comprender la capacidad intelectual del ser humano en comparación a la de otros
animales, incluso frente a nuestro pariente vivo más cercano: el chimpancé, que comparte con nosotros
el 99% de los genes. Sin embargo, esta “capacidad superior” no es tal desde el momento en que
nacemos: estudios realizados en 1967 por Allen y Beatrix Gardner en la Universidad de Nevada
muestran que, comparativamente, los chimpancés al año y medio pueden llegar a saber más palabras (a
través de un idioma de señas) que cualquier ser humano de ese mismo tiempo de vida. Durante este
estudio ocurrió además que por primera vez un ser vivo no humano logró aprender un lenguaje de
señas: fue la chimpancé Washoe.
Luego de los veintiocho meses de vida, el humano desarrolla de forma intempestiva y repentina
cientos de ideas semánticas que antes no poseía, probablemente como expresión de genes del lenguaje
que se mantienen silenciosos hasta ese momento. Se entiende por eso que el humano nace mucho más
“inmaduro” que el chimpancé, incluso en otras funciones como la motora, dado que pueden deambular
mucho más temprano que nosotros. Es interesante destacar que, así como Kant sostenía que los
conceptos de espacio, tiempo y causalidad nos son innatos, algunos filósofos de la mente sostienen que
nacemos con pocas ideas semánticas y en el comienzo tendríamos sólo dos pares antagónicos
fundamentales: lo lindo/feo y lo bueno/malo, que luego se transformarían en lo ético y en lo estético a
través de la formación cultural y social del humano.

La información que vamos adquiriendo del medio social, como las palabras y sus significados, se
acumula en proteínas que se van expresando en nuestras neuronas, cual disco rígido personal,
conformando así nuestra subjetividad. Esto provoca a lo largo de la vida que, a partir de la toda la
información adquirida, seamos una persona con una idiosincrasia única e irrepetible. De esto a la
importancia  de que nuestras neuronas no mueran y se reproduzcan: si ellas cambiaran a diario como
las células de la piel, todos los días seríamos una persona diferente y con un lenguaje distinto.
*  Por Luis Ignacio Brusco

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