conformados por una sola persona pasaron del 9,5% en 2010 al 11,1% en 2015. Y un estudio de Consumertrack en las cuatro principales ciudades del país reveló que el 5,9% de los mayores de 12 años dicen vivir solos (especialmente entre los 26 y los 35 años) y que quienes más se inclinan a hacerlo son los hombres (7,9% frente al 4,8 de las mujeres). También, que el tema tiene mayor incidencia en las personas con un mayor nivel de estudios (el 15,9 % de quienes tienen un doctorado vive solo) y una mejor situación socioeconómica (9,3 % de los que pertenecen al estrato 6 dicen no vivir con nadie).
“Hoy, el proyecto de vida es algo personal, no
colectivo. Se ha perdido el sentido comunitario. La gente se presenta como emprendedora de sí misma y lo que manda es el ‘sálvate solo’. En Europa hay oficinas de gobierno que se dedican a buscar a la gente que se muere sola en sus apartamentos, sin herederos, sin familiares”, cuenta Mariano Ruperthuz, psicólogo y director del magíster en Psicoanálisis de la Universidad Diego Portales, de . Y agrega: “Vivimos en tiempos que Chile
Zygmunt Bauman describe como ‘modernidad
líquida’, donde los vínculos son acuosos, poco sustanciosos”.
El tema es que la ciencia detectó hace rato que
la soledad no es buena para el ser humano. John Cacioppo, (1951-2018), pionero de la neurociencia social, describía la soledad como “una condición psicológicamente debilitante, caracterizada por una profunda sensación de vacío, falta de valor y sensación de amenaza”. Y todo esto en un contexto en el que subyace un discurso que alaba la capacidad de estar solo, de ser independiente, de no necesitar a nadie, como una fortaleza deseable, moderna y ‘cool’ TWIT FACE
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Ruperthuz suma a esto la sensación de una vida sin
legado ni significado. Mientras que la holandesa Jenny Gierveld, quien lleva años analizando el asunto, dice que la soledad tiene como base la frustración y se vincula con sentimientos de rechazo.
Pero ¿es tan malo tener pocos amigos, poca
familia o entretenerse con uno mismo? ¿Quién no ha celebrado alguna vez la oportunidad de, al fin, tener un poco de tiempo para sí mismo?
“Hay momentos en los que uno quiere estar solo
para poder reflexionar, descansar, planificar o analizar el momento de la vida en el que se encuentra”, anota Claudia Maggi, psicóloga y docente de la Universidad de los Andes (Chile). Y en este sentido la soledad es restauradora. El problema es que los especialistas en salud mental y física están convencidos de que la soledad, cuando se vuelve crónica, es peligrosa, e incluso, letal. Nos enferma El asunto es que la soledad viene en aumento y se estima que será una pandemia global para 2030. Entre otras razones, porque es contagiosa. Una investigación de Cacioppo, que siguió a más de cinco mil personas solas durante 10 años, confirmó que la gente no solo tiende a encerrarse aún más, sino que va achicando sus círculos sociales.
Desde su consulta en el centro de atención primaria
de la Escuela de Medicina de Harvard, el doctor Jeremy Nobel advierte que los efectos negativos de la soledad tienen un alcance mayor que el sospechado. Nobel, quien es conocido en todo EE. UU. por ‘The UnLonely Project’ (iniciativa que busca atenuar el sufrimiento provocado por la soledad a través de la arteterapia), está convencido de que es urgente hacer algo para frenar su avance, pues esto “aumenta el riesgo de una muerte temprana”.
“Los más afectados –dice Nobel– son los
adolescentes, en gran medida por la falsa comunicación que entregan las redes sociales; y los adultos mayores, quienes empiezan a ver morir a sus parejas y amigos”.
Según las investigaciones de la psicóloga Julianne
Holt-Lunstad, una de las figuras más destacadas a nivel internacional en el estudio de este tema según la revista ‘Psychology Today’, el no contar con vínculos significativos es un factor de riesgo mayor que la obesidad como predictor de muerte prematura y equivalente a fumar hasta 15 cigarrillos diarios. Otros estudios que ha recopilado con su equipo muestran que gente sola tiene más riesgo de morir de enfermedad cardiovascular, cáncer, enfermedades respiratorias y problemas gastrointestinales. La soledad también se relaciona con demencia senil y deterioro cognitivo: la gente sola tiene dos veces más posibilidades de desarrollar alzhéimer. No contar con vínculos significativos es un factor de riesgo mayor que la obesidad como predictor de muerte prematura y equivalente a fumar hasta 15 cigarrillos diarios FACE TWIT
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Cacioppo tiene una teoría evolutiva para explicar por
qué el dolor psicológico se expresa físicamente y termina por causar enfermedades. Según él, la colaboración entre seres humanos era vital para sobrevivir en tiempos en los que el que se quedaba solo era comido por un depredador. Hoy, cuando el hombre sobrevive por su cuenta, técnicamente no necesita a nadie y la amenaza de la soledad es más abstracta, pero el cuerpo reacciona a ella activando la respuesta del estrés que se relaciona inconscientemente con el riesgo de muerte. El fantasma del depredador aumenta el cortisol y reduce las endorfinas. La calidad del sueño empeora y se vuelve menos reparador, la presión arterial aumenta y las defensas del sistema inmune se debilitan, para orientar toda la energía del cuerpo para ponerlo ‘en guardia’.
“Nuestros estudios llegaron a la conclusión de que
tanto la soledad (subjetiva) como el aislamiento social (objetivo) son predictores de una muerte temprana. Incluso si la gente no se siente sola, pero lo está”, subraya Timothy Smith desde Brigham Young University.
El asunto es que combatir la soledad es cada vez
menos fácil en una sociedad en la que la comunicación está muy mediada por internet y las redes sociales, donde la conexión profunda con otros es más difícil.
Se trata sin duda de un problema complejo, pues la
gente sola siente muchas veces que no tiene valor en la sociedad y eso hace más difícil que se atreva a salir de su ostracismo.
Parte de la solución pasa por la propia
persona, por su decisión de trabajarse a sí misma para romper el círculo de la soledad. “Uno debe invertir tiempo en cuidar sus redes de amigos y también la familia”, dice Claudia Maggi, quien propone ir poniéndose metas simples, como llamar a los amigos cada cierto tiempo u obligarse a buscar encuentros.
Pero también está la parte del entorno familiar y
social, que debe y puede ayudar mucho. Y estas son las conversaciones que, como sociedad, necesitamos comenzar a tener.
Imagine una afección que hace que una persona se
vuelva irritable, deprimida y egocéntrica, y se asocia con un aumento del 26% en el riesgo de mortalidad prematura. Imagine también que en los países industrializados alrededor de un tercio de las personas se ven afectados por esta condición, con una persona cada 12 afectada severamente, y que estas proporciones están aumentando. Los ingresos, la educación, el sexo y la etnia no son protectores, y la condición es contagiosa. Los efectos de esa condición no son atribuibles a alguna peculiaridad del carácter de un subconjunto de individuos, sino que son el resultado de la condición que afecta a la gente común. Tal condición existe: es la soledad. La soledad a menudo es estigmatizada, trivializada o ignorada, pero con el creciente número de personas mayores en países industrializados, la mayor probabilidad de muerte prematura, la mortalidad global y los efectos nocivos de la soledad que se han identificado en modelos animales e investigaciones longitudinales humanas hacen que la soledad está emergiendo como un problema de salud pública. Nuestros resultados indican que la soledad no es un problema de debilidad personal. Por el contrario, es parte de la variación genética que encontramos en los humanos. Los médicos se encuentran con esta afección, pero la mayoría no cuenta con la información necesaria para tratar eficazmente la soledad de sus pacientes. La soledad es una condición única en la que un individuo se percibe a sí mismo como aislado socialmente, incluso cuando está entre otras personas. La soledad se ha asociado con el aislamiento social objetivo, la depresión, introversión, o habilidades sociales pobres. Sin embargo, los estudios han demostrado que esas caracterizaciones son incorrectas, y esa soledad es una condición única en la que un individuo se percibe a sí mismo como aislado socialmente, incluso cuando está entre otras personas. Los factores que hemos comprobado que predicen la soledad son los factores relacionados con la disrrupción de nuestras relaciones sociales. Además, los estudios longitudinales humanos y los modelos animales indican que los efectos nocivos de la soledad no son atribuibles a alguna peculiaridad de individuos que están solos, sino que se deben a los efectos de la soledad en la gente común. Existen medidas rápidas y válidas que pueden diagnosticar si un paciente tiene niveles anormalmente altos de soledad, y aunque los llamados tratamientos de sentido común (p. Ej., capacitación en habilidades sociales y provisiones para apoyo social y contacto social) han probado su ineficacia, la disponibilidad de programas comunitarios, las intervenciones conductuales y los recursos en línea están aumentando para abordar el problema de la soledad. Las personas solitarias difieren de las no solitarias en su tendencia a percibir las circunstancias estresantes como amenazas en lugar de como desafíos y a afrontar pasivamente ese stress al fallar su solicitud instrumental de apoyo emocional. La soledad es un problema de salud pública que puede resolverse en gran medida en nuestra vida, pero para hacerlo será necesario el pleno compromiso y apoyo de la comunidad médica. La salud física y la salud mental de un creciente número de personas afectadas y sus familias y amigos están en juego.