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15
Martínez José. Comp. (2001). El ensayo mexicano moderno I. México. FCE p. 12.
16
Martínez, José. (1997). Problemas literarios. Lecturas mexicanas. Cuarta serie. México.
Consejo Nacional para la cultura y las artes. p. 128.
17
Ibidem.
3
Pudiera, en otros términos, expresar que en el intercurso del ensayo hay
que acometer tareas, que van, desde la revisión, desde la particularidad de las
líneas temáticas, del estado del arte (fuentes bibliográficas, hemerográficas,
videográficas, iconográficas), y de sus teorías inherentes, pasando por
sistematización de la información (fichas, esquemas, notas, diagramas, sin obviar
a las referencias, al ordenamiento de la información (conforme a categorías y
subcategorías), al análisis de la información, ni a la elaboración de un esbozo del
contenido (desde la sugerencia del esquema de trabajo).
No obstante, que este artificio puede ser un recurso para elaborar un
ensayo, algún detractor puede decir que dicho recurso no es necesario para ese
menester. A ese respecto, yo podría alegar en mi defensa, que no obstante que,
“[…] los ensayistas rara vez pertenecen a una escuela propiamente dicha, cuando
más forman parte de un movimiento de ideas” 18 y que, “el ensayista expresa lo que
siente y como lo siente”19, pero, (sustentado en las ideas de Montaigne) considero
que “[…] Los más de los espíritus necesitan alguna materia ajena para ejercitarse
[…]”20 e igualmente, de mi parte, creo sería “[…] Necio […] apartarme de un millar
de personas de las que no puedo prescindir y a las que va adscrita mi fortuna,
para atenerme a una o dos separadas de mi trato, o al deseo fantástico de una
cosa que no puedo alcanzar […]” 21. Así, pues cuando escribo, debo preocuparme
igual por lo que escribo, que por quienes han de caminar conmigo en la escritura.
Y ya que estoy hablando de preocupaciones, tengo que hacer notar, que
emanan de las interpelaciones que el ensayista hace respecto a sí mismo o, a un
hecho, un suceso, un fenómeno o un acontecimiento, y con esa nota, también
convendría acotar que, cuando nos preguntamos por la pregunta que nos
convoca, esas interpelaciones no aparecen solo como interrogantes sino que se
manifiestan acompañadas tanto de una argumentación como de una intención de
interpretación, de comprensión o de solución. En suma, cuando las
preocupaciones son interpeladas, mediante el argumento, constituyen el pretexto
para ensayar el juicio22, y por ende, para escribir un ensayo.
La excepción a la regla, es la preocupación por la extensión que nos
ocupará esa preocupación (es una preocupación por una preocupación). Un
ejemplo me lo brinda la persona que tiene que hacer, por primera vez, un ensayo
cuando se pregunta más, por el número de cuartillas que tiene que realizar sobre
un tema, que por lo que sabe sobre el asunto para desarrollarlo. Sobre este
particular, yo sé que el ensayo como modalidad retórica demostrativa o persuasiva
puede llevarme un libro entero o bien, dado su carácter versátil me puede ocupar
sólo unas cuantas cuartillas. Independientemente, de la extensión, la vía del
documento habrá de de ser un argumento que no imponga verdades, sino sus
18
Prologuista anónimo de la Anthologie des ensayies francois contemporanis. Cit Martínez,
José. (2001). El ensayo mexicano moderno I. op. cit. pp. 21-22.
19
Gómez,-Martínez, José. “La codificación del texto y el autor implícito”. op. cit.
20
Montaigne. “De tres distintos tratos”. Ensayo III, del libro tercero. Ensayos completos.
México. Porrúa. p. 696.
21
Ibid p. 697.
22
Montaigne, dice: “ensayo el juicio”. Cfr. “De Demócrito y Heráclito” (Ensayo L del tomo I)
ibid. p. 249.
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posibilidades de concepción teórica, mediante una relación espiritual crítica
heterodoxa con cualquier forma discursiva, incluso con la utilización de las
palabras y con la razón última de sus disponibilidad hacia el equívoco, pero no con
la negligencia de un lenguaje perezoso de pensamiento y escritura.
Aquí, pudiera suscribir la idea de González, respecto a que “el ensayo es
un escrito, generalmente breve, sobre temas múltiples, y no lo define el objeto sobre
el cual se escribe sino la actitud del escritor frente a este objeto, es el efecto de
largas horas de meditación, reflexión, exploración y creatividad, es una aventura
del pensamiento”23 .
Pero, también sé, que esa aventura del pensamiento está pautada tanto,
por la intención y el capital cultural, con respecto al tema, que posee el ensayista,
como por el conocimiento de construcción que reclama la escritura, aunque
también sé, que el ensayo no se caracteriza por un modo riguroso acerca de
alguna regla de organización ya que desconfía de cualquier construcción cerrada,
razón de más para entender que, “[…] el lenguaje del ensayista, como el de
cualquier otro escritor, surge siempre en tensión en el seno de una lengua que lo
aprisiona, que en cierto modo lo determina, pero a la que también, en la medida de
su fuerza creadora, supera y modifica” 24.
Así, el ensayista siempre está en posibilidad de imprimir su estilo personal a
la elaboración de su ensayo. Pero no olvido que ensayar la escritura también
supone una forma peculiar de ensayo de composición del autor, algunos llaman a
esto el pretexto (también puede leerse como pre-texto) para ensayar la
composición. Tal vez, sería mejor hablar de los pretextos.
Algunos pretextos de composición, para ensayar la escritura, pueden
emerger de la pregunta, porque, como dijera Larrosa: “En el estudio, la lectura y la
escritura tienen forma interrogativa. Estudiar es leer preguntando: recorrer,
interrogándolas, palabras de otros. Y también: escribir preguntando. Ensayar lo
que les pasa a tus propias palabras cuando las escribes cuestionándolas.
Preguntándoles. Preguntándote con ellas y ante ellas. Tratando de pulsar cuáles
son las preguntas que laten en su interior más vivo. O en su afuera más
imposible”25.
Así, por ejemplo, algunos ensayistas, por delante de su escrito blanden la
pregunta, bajo la premisa de que “[…] en toda experiencia está presupuesta la
estructura de la pregunta”26. Tal es el caso de un ensayo que inicia con una
interrogante doble: ¿qué hacer de la pregunta ¿«qué hacer»??27; y del texto de
Barthes: ¿Por dónde comenzar?28 ; o del controversial documento de Alfonso Caso
23
González, A. “Ensayos literarios Mexicano: Filosofía y cultura”. En: Martínez, José op cit
p 92.
24
Gómez-Martínez, José. “La codificación del texto y el autor implícito”. op. cit.
25
Larrosa, Jorge. (2003). “Prólogo a esta edición” en: La experiencia de la lectura. Estudios
sobre literatura y formación. México. FCE pp18-19.
26
Gadamer, H. (1997).Verdad y método I. Salamanca. Ediciones Sígueme. p. 439.
27
Cfr. Derrida y Mine. (1997). El tiempo de una tesis reconstrucción e implicaciones
conceptuales. Barcelona. Proyecto A Ediciones. p. 29-39.
28
Cfr. Barthes, Roland. (1983). El grado cero de la escritura seguido de nueve ensayos
críticos. 6ª. Ed. México. Siglo XXI. pp. 205-220.
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escrito allá por 1956: ¿El indio mexicano es mexicano?29; o, del hermoso prefacio
de Meirieu: ¿Hacia una ética de la escritura?30.
Y es que, “la pregunta apasiona el estudio: el leer y el escribir del estudiar. Las
preguntas abren la lectura: y la incendian. Las preguntas atraviesan la escritura: y
la hacen incandescente”31.
Otros pretextos se dan a partir de una idea sugerente y provocadora que se
presentan en el título como tesis, como una opinión o como un hecho, tal es el
caso de la presentación que Eugenio Trías hace a la obra de Foucault en el
ensayo: “El loco tiene la palabra”32.
También constituye un ejemplo, el comunitario ensayo de Larrosa, Arnaus,
Ferrer y Pérez de Lara, denominado: “Déjame que te cuente. Epi(diá)logo” 33 que
además, posibilita temas para contar algunas historias en las que nadie sigue a
nadie (“las respuestas no siguen a las preguntas, el reposo no sigue a la inquietud,
el saber no sigue a la duda, […]”34), pues se acompañan en la travesía, permiten el
desarrollo de sendos ensayos narrativos que constituyen un libro, al que, por
cierto, acompaña una invitación “Coloca, si quieres tu cuento junto a los nuestros.
Y no preguntes el camino a quien ya lo sabe, porque renunciarías a la posibilidad
de perderte”35.).
En otro ensayo, a modo de ejemplo, el título me convoca a conocer los
argumentos con los que Ricoeur, se propone arbitrar el conflicto de varias
hermenéuticas, pues leemos: “El problema del doble sentido como problema
hermenéutico y como problema semántico”36.
Un ejemplo más, lo constituye: “Oclusión. Carta a un discípulo que sufre de
amor” de Ortiz-Osés, nos hace suponer que su autor, habrá de apelar al recurso
37
epistolar para hacer un ensayo que aluda tanto, a la cuestión del vivir simbolizado
por la felicidad, como a la asunción de un sinsentido de la vida.
Otra forma de pretexto lo constituye el epígrafe, cuando se le presenta
como cita que presenta al texto, como sinopsis del texto o como provocador a la
lectura. “El epígrafe […] se justifica […] por la necesidad de expresar relaciones
sutiles de las cosas. Es una liberación espiritual dentro de la fealdad y pobreza de
29
Caso, Alfonso cit. Martínez José. (2001). op. cit. pp. 413-422.
30
Meirieu, Philippe. (2001). La opción de educar. Ética y pedagogía. Barcelona. Octaedro.
pp. 9-14.
31
Larrosa. “Prólogo a esta edición” op. cit. p. 19.
32
Trías, Eugenio. (1984). Filosofía y carnaval y otros textos afines. Barcelona. Anagrama.
pp.17-37.
33
Cfr. Larrosa, J. et al. (1995). Déjame que te cuente. Ensayos sobre narrativa y educación.
Barcelona. Laertes. pp. 223-236.
34
Ibid. contratapa.
35
Ibidem.
36
Cfr. Ricoeur, Paul. (2003). El conflicto de las interpretaciones. Ensayos de hermenéutica.
Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica de Argentina S.A. pp. 61-74.
37
Ortiz-Osés, Andrés. (2005). Del sentido de vivir y otros sinsentidos. Colección Huellas.
Barcelona. Anthopos. pp 137-142. (Este libro, también ofrece un enorme caudal de “razón
impura encarnada, formada por la amalgama de aferencia, intuición y humor”, mejor
conocido como aforismo).
6
las formas literarias oficiales, y deriva siempre de un impulso casi musical el alma
[…]”38. Me ilustraré con ilustraciones:
Una primera me la ofrece, Malishev, en: “El reconocimiento como expresión
del sentido de la coexistencia humana”39, como una muestra del talento de
Merleau- Ponty y como antesala de su laborioso ensayo, y así degustamos:
«El infierno son los demás» no quiere decir “«el cielo soy
yo». Si los demás son el instrumento de nuestro suplicio
es porque son ante todo indispensables para nuestra
salvación. Estamos mezclados con ello de tal manera
que necesitamos, de modo que sea, establecer el orden
en este caos.
Igual, Joan-Carles Melich recurre al epígrafe, tanto para hacer sus relatos
de ausencias como para recordarnos al Lager, entendido como, el “espacio sin
tiempo”, es el espacio en el que todo, “lo inimaginable es posible”. El preámbulo40
dice:
Dios creo al mundo y el ser humano creo Auschwitz.
Imre Kertész
El texto de Ortiz-Osés (del que ya he hecho alusión) dice:
Amor: creer que el cielo en un infierno cabe.
Lope de Vega
Larrosa, en: “Leer en dirección a lo desconocido. (La aventura de leer en
Nietzsche)” 41 también […] apela al beneficio del epígrafe:
Toda lectura es lectura de un lugar extranjero, de un
primer lugar.
E. Jabés
42
Existen, desde luego otros pretextos para ensayar la escritura, tales como
anteponer los propósitos del autor respecto a lo que pretende, algunos más se
presentan como esbozos o aproximaciones, incluso hay quien esgrime sus
razones como punto de partida para hacer sus escritos.
Junto a los pretextos para hacer ensayos, también se recurre a algunos
artificios, cuando de elaboración se trata. Uno de ellos, es elaborar un bosquejo de
presentación alrededor de una o dos ideas centrales (algunos lo llamarían
esquema inicial para ubicar la información); igualmente, por párrafo esbozar (a
partir de los propios conocimientos y conforme a secuencias lógicas o temporales,
a ejemplos, a confrontación o a contraste), el desglose de la información,
38
Torri, Julio. “Del epígrafe” en: Martínez, José Luis. op. cit. 328.
39
Malishev, Mijail. (2005). op. cit. p. 23.
40
Mélic, Joan-Carles. (2001). La ausencia del testimonio. Ética y pedagogía en los relatos
del Holocausto. Barcelona. Anthropos p 11.
41
Larrosa, Jorge. (2003 ). La experiencia de la lectura. op. cit. p. 361.
42
Desde la idea que son los pretextos más conocidos, no subestimo al lector incorporado
ejemplos al respecto.
7
convendría, en pocas palabras, escribir sin ligazones cuanto se pueda decir,
superando el bloque de la página en blanco favoreciendo así la fluidez de la
escritura. Aquí, emanaría el bosquejo del ensayo.
Considero que, un siguiente momento lo constituiría el leer, en voz alta, lo
escrito, y “ensayar” (para encontrar el estilo propio) varias modificaciones (párrafo
descriptivos, expositivo o analítico) para corregir la congruencia de la redacción
(conjugaciones, conexiones), posteriormente, apoyados en la información
sistematizada habría, desde luego, que incorporar, armónicamente al texto
información y garantía (referencias y notas) que fortalezcan la argumentación
(demostrativa o persuasiva).
De igual manera, juzgo conveniente analizar la coherencia del texto en su
conjunto, teniendo presente que la coherencia 43 consiste tanto en seleccionar la
información pertinente como en organizarla en una estructura comunicativa, de tal
manera que pueda ser percibida de forma clara y concluyente por parte del
receptor de nuestro mensaje. En síntesis:
“Aíslas lo que has leído, lo repites, lo rumias, lo copias, lo varías, lo
recompones, lo dices y lo contradices, lo robas, lo haces resonar con otras
palabras, con otras lecturas. Te vas dejando habituar por ello. Le das un
espacio entre tus palabras, tus ideas, tus sentimientos. Lo haces parte de ti.
Te vas dejando transformar por ello. Y escribes 44”
También creo que podría, incluso, hacer la escritura conforme a una
composición informativa45 mediante, una escritura secuencial, cronológica,
descriptiva, explicativa, comparativa o clasificadora; o, a una composición lógico-
científico46, partiendo de un problema-solución, una tesis-demostración, una
hipótesis- verificación, una condición-conclusión, un antecedente-consecuente,
una apariencia realidad.
Quisiera, aclarar que la condición informativa y la lógica científica, no son
excluyentes entre sí, ni son requisito de composición para elaborar un ensayo,
pero pueden constituir, aunque no el único, un recurso para el ensayista.
En el mismo tenor de ideas, y desde el supuesto, que el ensayista se
asume como tal, a partir del momento en que pretende hacer un escrito bajo la
modalidad de ensayo, y que esa asunción conlleva un desarrollo de ideas
conforme un estilo47 propio, y que tras ese estilo, se transparenta su personalidad,
43
La coherencia viene desde las frases que constituyen un texto conforme a: las
estructuras de modo, tiempo y aspectos de los verbos; la presencia de artículos que
constituyen un índice previo del sustantivo, al que acompañan; los pronombres o las
palabras mostrativas, que señalan al sujeto; y, al objeto del discurso, concordancia de
género y número. Cfr. Cerezo, Manuel (1997). Texto, contexto y situación. Guía para el
desarrollo de las competencias textuales y discursivas. Barcelona. Octaedro.
44
Larrosa, Jorge. “Prólogo a esta edición”. op. cit. p .13.
45
Frías, Matilde. (2002). Procesos creativos para la construcción de textos. Interpretación y
composición. Bogotá. Aula abierta Magisterio. pp. 51-54.
46
Ibid. pp. 54-58.
47
El Estilo representa el sello personal del autor, aunque suele confundirse con la técnica
(que por cierto entiendo es un aprovechamiento artificioso que reduce los recursos del
lenguaje y las reacciones de la sensibilidad de un texto literario a la lógica y a la
8
considero entonces, que el escritor, desde un principio debe ganarse la atención
de sus potenciales lectores. De esa suerte, pienso que al estilo hay que tenerle
aprecio y, al mismo tiempo, tratarlo con cautela, porque cuidar la apariencia
exterior y mostrarse en público exige la sabiduría práctica que proporciona la
equilibrada combinación de la gracia, la elegancia, la astucia y la seducción.
Y no obstante que sé, que el ensayista imprime a sus escritos su estilo (de
él y de nadie más), considero necesario que el escritor novel, en los menesteres
del ensayo, debe tener presente: primero, que en cada párrafo el sentido principal
debe quedar completo, claro y libre de interferencias de las ideas secundarias o
suntuarias; su texto debe caracterizarse por la sencillez y precisión en el léxico y
simplicidad en la construcción sintáctica; emplear sólo un tono de redacción a lo
largo del escrito (primera persona singular, plural mayestático o construcciones
impersonales); y asociar los conectores 48 coherentemente con las ideas a resaltar.
Y segundo, que el texto es el cuerpo central de la argumentación y el motivo de la
discusión del trabajo, distinción aparte merecen los recursos probatorios, que se
emplean (textualmente o como paráfrasis) en la redacción para fortalecer y
justificar nuestra exposición cuando se manifiestan como acompañantes o amigos
con los que, al tiempo que se comparte una mesa se departe sobre un asunto.
Son aquellos préstamos culturales (tal vez sea mejor acotarlos como
epistemológicos), mejor conocidos como citas.
A ese respecto, recuerdo que Montaigne dice:
“[…] He descubierto que otros se protegen con armas ajenas, sin ni
siquiera mostrar la punta de los dedos y llevan adelante sus propósitos
-como es fácil a los doctos de cualquier materia común- bajo muchos retazos
de invenciones antiguas, que ellos disimulan y quieren hacer propias. Más
esto es injusticia y ruindad porque equivale a quien no tiene valor alguno
trate de presentarse común mérito puramente extraño. Además constituye
gran tontería, puesto que tales entes se conforman así con adquirir la
ignorante aprobación del vulgo, mientras las personas de entendimiento,
únicas, cuya alabanza pesa olfatean en seguida que ese aparato está tomado
a préstamo”49.
Tal vez, en muchas ocasiones, no sólo yo sino otros conmigo, nos hayamos
preguntado, cuándo emplear la cita, al respecto, he visto que nuestra duda deja de
existir cuando cede su lugar a la necesidad de fortalecer la exposición escrita,
porque yo, al igual que Montaigne, “[…] no cito a los demás sino para explicarme
mejor […] hágole tanto en beneficio de mi aplicación como en beneficio de mi
invención y fuerza […]”50. Por cierto, las citas que siembro en mis textos suelen
hacerse acompañar de las referencias que dan cuenta de las fuentes de las que
51
Cuando éstas son breves, suelen verse, como artificio tipográfico, incorporadas entre
corchetes en el texto.
52
Larrosa, Jorge. “Prólogo a esa edición”. op. cit. p. 15.
53
Elizondo, Salvador. (1985). Farabeuf. Lecturas mexicanas. México. Joaquín Mortiz p. 15.
10
nuestro pueblo que es nuestra raíz y en la que podamos encontrar nuestra razón
de ser, nuestra misión y la tarea que nos está confiada” 54
Finalmente, diré que, el abordaje del el tema es infinito (“a que hora se
acaban las horas”55), lo que lo hace finito es la idea del autor con respecto al saber
que desea plasmar en su texto, ya que, “el ensayo no pretende ser exhaustivo” 56.
Así, yo quiero cerrar éste, pero no como una conclusión, sino como una pausa de
escritura (para mí), y como un momento de reflexión (para nos-otros), del texto,
enviado desde Barcelona, por Jorge Larrosa:
“Ahora estos estudios son tuyos. Tómalos, si quieres como una invitación a
tus propios estudios. Hazlos resonar, si quieres, con tus silencios y tus
pájaros nocturnos. Pregúntales lo que quieras y déjate preguntar por ellos.
Busca en ellos, si quieres, tus propias preguntas. Yo por mi parte, nunca
sabré lo que es leer, aunque para saberlo continué leyendo. Con un lápiz en
la mano y escribiendo sobre una mesa llena de libros. Nunca sabré que es lo
que he escrito, aunque lo haya escrito para saberlo. Y nunca sabré qué es lo
que tú vas a leer, aunque te haya inventado para poblar los márgenes de mi
escritura y para que, desde allí, me ayudases a escribir. No seré yo el que
diga si ha valido la pena.57
54
Martínez, José Luis. Problemas literarios. op cit p. 129.
55
Paz, Octavio. op. cit. p. 180.
56
Gómez-Martínez, José op. cit.
57
Larrosa, Jorge. (2003). La experiencia de la lectura. op. cit. p. 21.
11
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