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A.A. V.V.

Conflictos
y estructuras
sociales en la
Hispania Antigua
-- ΐΤ'Μ i l l :-ms ig.¿.
El título que hemos dado a este libro puede parecer algo
ambicioso e inducir a pensar que comporta un estudio com­
pleto de toda la Península Ibérica bajo dichas perspectivas.
En realidad un trabajo de esta índole está por hacer. Er,
esta antología hemos recogido una serie de trabajos que
pueden servir de modelo o de punto de partida para poste­
riores estudios parciales o totales. Los tres primeros artí­
culos que incluimos en esta selección pueden responder
a la prim era parte del título general —conflictos
sociales— , mientras los cuatro restantes revisten
la form a del estudio de diversos modelos
de estructuras sociales propias de
diferentes localidades y m omentos de
la Hispania A ntigua.
A. García Bellido, E. A. Thompson, A. Barbero
de Aguilera, E. M. Schtajerman, Marcelo Vigil,
A. M. Prieto Arciniega

CONFLICTOS Y ESTRUCTURAS
SOCIALES EN LA HISPANIA
ANTIGUA

B
AKAL
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«N o está perm itida la reproducción total o


parcial de este libro, ni su tratam iento infor­
m ático, ni la transm isión de ninguna form a
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cánico, por fotocopia, por registro u otros mé­
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los titulares del Copyright.»

© Ediciones Akal, S. A., 1986


Los Berrocales del Jaram a
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M óstoles (M adrid)
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Prólogo

El título que hemos dado a esta obra puede parecer


algo ambicioso y pensar que com porta un estudio com ­
pleto de toda la Península Ibérica bajo estas pers­
pectivas.
En realidad un trabajo de esta índole está por hacer
(1). En esta antología hemos recogido una serie de traba­
jos que pueden servir de modelo o de punto de partida
para posteriores estudios parciales o totales.
Los tres primeros artículos que incluimos en esta
selección pueden responder a la prim era parte del títu ­
lo general —conflictos sociales — , mientras los cuatro
restantes revisten la fo rm a del estudio de diversos m o ­
delos de estructuras sociales propias de diferentes loca­
lidades y m om entos de la Hispania Antigua.
El artículo de García y Bellido (2) recoge todos los
datos existenes en las fu en tes literarias sobre el tema
del bandidaje en la Península Ibérica hasta la época de
César.
Precisamente el bandidaje es un tem a que se ha
prestado fácilm ente a la caricatura o al mito en todos
los períodos históricos, y sin duda en la Historia de
Hispania A ntigua tenemos gran cantidad de ejemplos
de cómo se ha enfocado con una óptica falsa. Basta
recordar los diversos tópicos usados en torno a la actua­
ción de personajes tan conocidos como Viriato, Serto­
rio, etc. Los estudios del alem án Schulten (3) sobre
todo, han contribuido a recalcar la idea de que las
bandas y guerrillas «hispanas» planeaban su lucha co-

(1) H a y q u e re se ñ a r e n ju stic ia q u e los tra b a jo s d e C A R O B A ­


R O J A J ., con u n c rite rio p rim o rd ia lm e n te e tn o ló g ico , su p o n e n la
p rin c ip a l ex cep ció n . De ellos m ere ce n d e stac arse los siguientes: «Los
pu e b lo s d e E spaña», B a rce lo n a , 1946; «R egím enes sociales y e co n ó ­
m icos de la E sp a ñ a p re rro m a n a » , en R ev ista In te r n a c io n a l d e Socio­
logía, I, 1943; so b re u n á re a c o n c re ta d e staca «Los p u eb lo s del no rte
de la P e n ín su la Ib é ric a» ' S an S e b a stiá n , 1973 ( 2 . a e d ic.).
(2) G A R C IA Y B E L L ID O , A . «B andas y g u e rrilla s en las
lu ch a s con R om a», en H isp a n ia , 21, 1945. (E n este m ism o libro,
págs. 13-60 N .E .)
(3) S C H U L T E N , Λ. «Sertorio», B a rc e lo n a , 1949; «N um an-
cia», Vol. 1-4, M u n ic h , 1914-31; «V iriato», en B o letín de la B ib lio ­
teca M e n én d e z y P elayo, 1920.

7
ιηυ una «cruzada nacional» para expulsar al romano
invasor, como si se pudiera hablar de España y de una
conciencia nacional de los supuestos «españoles» (4).
Con ello además se olvida lo que es el nudo gordia­
no del bandidaje. Como ha visto Hobsbawn (5) los
bandidos surgen cuando aparecen diferencias de clases,
o son absorbidos por un sistema fu n d a d o sobre la lucha
de clases. Se trata de una fo rm a de resistencia a las
fuerzas de los ricos o conquistadores que destruyen el
orden tradicional convirtiéndose en opresores.
Creemos que es en la línea de las observaciones de
H obsbawn como hay que concebir esta situación en el
m undo antiguo (6) y en este caso en la Historia A n ti­
gua de la Península Ibérica (7). El mérito del artículo
de García y Bellido consiste esencialmente en haber
partido para analizar este fenóm eno del lugar donde
hay que buscar estos conflictos, es decir, en las diver­
gencias surgidas en el mismo seno de la sociedad tribal
(8). L a prim era sagaz observación que apunta García y
Bellido es, que estos «bandidos» no actuaban contra su
m isma com unidad, sino que siempre robaban a ele­
mentos foráneos y «robaban» para vivir.
Por otro lado, la causa que em pujaba a estos h o m ­
bres al robo estribaba en que en sus com unidades las
tierras se estaban concentrando en pocas manos y estos
sectores com enzaban a verse desprovistos de recursos.
Como hábilm ente apunta García y Bellido la rei­
vindicación de estos «bandidos» es que se les concedan
tierras que cultivar y cuando los romanos acceden al
esta petición la oposición desaparece.
En su artículo Thom pson comienza a recalcar un
hecho que m uchos historiadores olvidan al exponer la
clave de un conflicto: la lucha de clases (9).

(4) U n a c rítica a esta c o n cep ció n p u e d e verse e n V IG IL , M.


«E dad A ntig u a» , e n H . a de E spaña p o r A rióla, vol. I. p . 27 1 s.
(5) H O B S B A W M , E .J . L es bandits, P arís, 1972, p. 7-22.
( 6 ) U n a b u e n a exposición de esta tesis con a b u n d a n te b ib lio ­
g ra fía p u e d e verse e n FL A M -Z A C K E R M A N N , L. «A pro p o s d ’une
in sc rip tio n d e Suisse (C IL , X III, 5.010): é tu d e d u p h é n o m è n e d u
b rin g a n d a g e d a n s l’E m p ire rom ain», e n L a to m u s, 29, 1970.
(7) O bsérvese V IG IL , M. op. cit., p. 263 s.
( 8 ) C on ello no q u e rem o s d e cir que todos los conflictos con
R o m a p o r p a rte d e los p u e b lo s in d íg en as o b e d e c ie ra n so la m e n te a
estas cau sas, ya q u e ta m b ié n h a b ría q u e te n e r en c u e n ta otros
fe n ó m e n o s com o la clientela, h isp itiu m y devotio, a u n q u e ta m b ié n
es c ie rto q u e la a p a ric ió n y de sa rro llo d e estas in stitu c io n e s nos sigue
re m itie n d o a u n a socied ad d o n d e el sistem a esclavista a ú n n o se
h a b ía im p u e sto al trib a l, CF. V IG IL , M. op. c it., p . 261 ss.
(9) T H O M P S O N , E. A . «P easant revolts in la te R o m a n G aul
a n d Spain», en P a sta n d P resent, 2, 1952. U n a c e rta d o e stu d io de
to d as las g a m a s d ife re n te s d e e n fre n ta m ie n to s sociales con u n a
En este sentido Thom pson pasa revista a los diver­
sos movimientos «campesinos» surgidos en el Bajo I m ­
perio en las dos zonas vecinas de Galia e Hispania.
Expone cómo la mayoría de estos movimientos no
son coyunturales, sino que tienen una continuidad (10)
señal de que se trata de una protesta perm anente. Pro­
testa ¿de qué?, o ¿contra quién?
Se trata de una protesta de las clases oprim idad
dirigidas contra los mismos sectores dirigentes del Esta­
do romano que los había abocado a esta lamentable
situación.
A l analizar los primeros precedentes —revueltas de
M aterno o de Bulla — , se ve cómo se trata de algo más
que de un simple m ovim iento de soldados desertores y
en cuanto a los objetivos, no sólo se busca enriquecer­
se, sino el acabar con los antiguos propietarios, en su­
ma, con las clases dirigentes.
Tras analizar estos precedentes se centra en lo que
es el núcleo de su trabajo: los «bacaudae».
En el siglo V en su prim era m itad estas luchas
alcanzaron su cénit. En cuanto a su programa político-
social, Thom pson demuestra cómo los «bacaudae» ha­
bían expropiado a los terratenientes de las tierras que
a su vez antes les habían pertenecido, viviéndose en
estas regiones en un clima de justicia social más equita­
tiva que anteriormente.
Por último, expone la im portancia de estos m ovi­
mientos en la propia caída del Im perio Rom ano de
Occidente ya que como dice «los imperios sólo caen
porque un núm ero suficiente de personas están sufi­
cientem ente determinadas a hacerlos caer».
Hasta ahora hemos visto el ejemplo de dos tipos de
m ovim ientos sociales, el emanado en el seno de una
sociedad tribal en el m om ento de su descomposición y
el clásico antagonismo entre ricos y pobres; resta por
ver otros movimientos semejantes a los anteriores en
cuanto a sus causas pero enmascadas bajo el aspecto
fo rm a l de una herejía religiosa (11).

n ítid a se p a ra c ió n d e los co nflictos clásicos y los c o y u n tu ra le s puede


verse en P A R A IN , C h. «Les c a ra c tè re s spécifiques de la lu tte de
classes d a n s l’A n tiq u ité classique», e n L a Pensée, 108, 1963.
(10) U n análisis m ás p ro fu n d o d e estos m ovim ientos en la
P e n ín su la I b é ric a p u e d e e n c o n tra rs e e n V IG IL , Μ . - B A R B E R O , A.
«Sobre los orígenes sociales d e la R e co n q u ista : c á n ta b ro s y vascones
desd e fines del Im p e rio R o m a n o h a sta la invasión m u su lm a n a » , en
B oletín de la R e a l A c a d e m in a de la H . a, 136, 1965.
(11) C f., p o r e jem plo, F O N T A N A , J . «La H istoria», B a rce lo ­
n a , 1973, p . 108, e n d o n d e e x p o n e c ó m o los m o v im ien to s c a m p e ­
sinos d e la B aja E d a d M ed ia, a u n q u e re a lm e n te consistían en
e n fre n ta m ie n to s d e clase, la to m a de c o n cien c ia de los sublevados

9
El artículo de Barbero (12) sobre el priscilianismo
plantea precisam ente este dilema: ¿se trata de una he­
rejía o en realidad consiste en un conflicto social ca­
m uflado bajo la fo rm a de una herejía religiosa?
Barbero observa cómo se trata de un conflicto so­
cial, al mismo tiem po que estudia el discurso religioso
priscilianista y las contradicciones ideológicas que se
plantean dentro de los diversos discursos religosos que
se iban gestando en aras de consolidar lo que iba a ser
el discurso predom inante del período feudal: el discur­
so religioso cristiano.
El trabajo de Schtajerman consiste en un capítulo
de su obra «La crisis de la sociedad esclavista en el
Oeste del Im perio Romano», precisam ente el capítulo
dedicado a Hispania (13).
Schtajerm an analiza cómo se desarrolla el sistema
esclavista en la Península Ibérica.
A través de un minucioso estudio de las fuentes
literarias expone cómo este desarrollo esclavista estaba
originando que los esclavos y los libertos fu era n obli­
gados a atarse con estrechos lazos con los patronos,
tendiendo a perpetuar el propio sistema. Sin embargo,
como expone m agistralm ente la autora el propio sis­
tem a estaba generando sus propias contradicciones que
los estaban abocando a una gradual agonía.
La fec h a de la crisis del sistema esclavista en H ispa­
nia la coloca Schtajerman a mediados del siglo I I d.
C., siendo una de las zonas del Im perio R om ano d o n ­
de antes se m anifiestan estos síntomas.
A diferencia de otros trabajos sobre el sistema es­
clavista, escritos por autores soviéticos anclados al rí­
gido esquem atismo impuesto por Stalin, aquí se parte
de una línea en absoluto dogmática, en consonancia
con la exactitud que ofrece el pensam iento marxista
cuando se em plea correctamente.
En ésta, la Península Ibérica no se concibe como
un todo, sino en fu n ció n del diferente grado de desa­
rrollo de las diversas sociedades que existían al mismo
tiem po en cada área.
En función, pues, de estas diferencias de fo rm a cio ­
nes sociales es como hay que explicarse las a su vez

a d o p ta «con fre c u e n c ia fo rm as d e ex p resió n religiosa, to m a d a del


b a g a je c u ltu r a l q u e estos c am p esin o s te n ía n a su alcance».
(12) B A R B E R O D E A G U IL E R A , A . «El p risc ilian ism o : ¿H e­
re jía o m o v im ie n to social?», e n C uadernos de H . 3 de E spaña, 1963.
(E n este m ism o lib ro , págs. 77-114 N .E .)
(13) S C H T A JE R M A N , E. M. «Die K rise d e r S klavenhal-
te ro rd n u n g in W este n des ro m isch en R eiches», B e rlín , 1964.

10
diversas form as de propiedad y de distribución en la
producción de las diferentes clases o grupos sociales.
El siguiente artículo debido a Vigil (14) analiza
precisamente una zona concreta de España —el norte —
en relación con la mayor o m enor im plantación del f e ­
nóm eno histórico conocido con el nom bre de rom ani­
zación. Vigil demuestra (15) cómo el sistema social
prevaleciente en esta zona es el tribal y cómo R om a no
consiguió modificar esta organización salvo en las f o r ­
mas más externas.
En este sentido Vigil plantea que por romanización
hay que entender «No una sim ple im itación de las f o r ­
mas más exteriores de cultura, sino como un cambio
profundo en las estructuras económicas y sociales del
país, sin el cual aquella sería imposible o pasaría de la
superficie» (16).
Con ello Vigil rom pe con el lugar com ún de pensar
que una zona está romanizada sim plem ente porque en
ella se encuentra con un objeto romano o algún rasgo
de la cultura romana. Nos parece que esta lam entable
pero, por desgracia, m uy frecuente opinión no se m e­
rece ninguna respuesta.
En nuestro artículo exponem os los problem as que
tuvo la romanización en la zona m eridional de la Pe­
nínsula Ibérica para cuyo estudio no hay que abusar
de muchos tópicos repetidos exhaustivam ente por m u ­
chos historiadores, y por otro lado, los pueblos del sur
presentaban una organización social diferente de la de
los pueblos del norte (17).
Por último, el artículo de Barbero (18) estudia otra
zona de España —los Pirineos— y en un m om ento más
tardío —siglos V III y I X — y lo analiza desde el ángulo
de la situación de esta sociedad.
En su análisis, Barbero dem uestra cómo este sector
no fu e nunca conquistado, en sentido estricto, al mis-

(14) V IG IL , M. « R om anización y p e rm a n e n c ia de e stru c tu ra s


sociales in d íg e n a s en la E spaña se p te n trio n a l» , en B oletín de lo
R e a l A c a d e m in a de la H istoria, 152, 1963.
(15) En o tro a rtíc u lo escrito en c o la b o ra c ió n con B a rb ero ,
V IG IL , M . - B A R B E R O , A. «La o rg a n iz a c ió n social d e los c á n ta ­
b ro s y sus tran sfo rm a c io n e s en re la ció n con los orígenes de la R e ­
conq u ista» , en H ispania A n tig u a , 1, 1971, a m b o s a u to re s d e m u e s­
tr a n de u n a form a irre fu ta b le , con u n a m a y o r c a n tid a d de a r g u ­
m en to s, esta inicial aseveración.
(16) V IG IL , M. o p : cit., p. 233.
(17) P R IE T O A R C 1N IE G A , A. M. «La R o m a n iz a c ió n de la
B ética». (E n este m ism o lib ro , págs. 139-150 N .E .)
(18) B A R B E R O , A. «La in te g ra c ió n social d e los h isp a n i del
P irin eo o rie n ta l al rein o carolingio», en M ela n g es offe rts a R en é
C rozel, P o itiers, 1966, vol. 1. (E n este m ism o lib ro , págs. J5 ] ¡gg
págs. 13-60 N .E .)

11
mo tiem po que se estaba operando una transformación
de esta sociedad, que de una sociedad gentilicia con-
sanguíanea estaba evolucionando a una territorial cen­
trada en el linaje.
En relación con esta situación es como se explica
después su cierta dependencia de los francos y su paso
hacia fo rm a s feudales a través de la aparición de dife­
rencias de fortunas en la incipiente aristocracia in d í­
gena.
En suma, a través de estos diferentes artículos he­
mos querido presentar otra fo rm a de concebir la H is­
toria A ntigua de España, con el ánimo de que el lector
aprenda a confrontar, y en este aprendizaje se constru­
ya la Historia que todos deseamos.

Alberto M anuel Prieto Arciniega

12
Bandas y guerrillas en las luchas con Roma*
A ntonio García Bellido

El bandolerismo hispánico en la A ntigüedad

Era frecuente entre los pueblos peninsulares, antes


y aún después de la llegada de los romanos, la form a­
ción de bandas arm adas que desgajándose de las nor­
mas corrientes de vida se lanzaban a la aventura para
vivir del robo y el saqueo. Los descontentos, los deshe­
redados de la fortuna, los segundones, los perseguidos,
los arruinados, todos los que, en sum a, no sabían o no
podían ganarse el sustento diario en paz y en arm onía
con el m edio am biente, iban a n u trir el núcleo siempre
vivo y fecundo de estas bandas de forajidos.
D ada la procedencia de sus componentes y el régi­
m en de vida a que estaban entregados, es de presum ir
— y los textos lo confirm an, como hemos de v er— que
en ellas las cualidades más destacadas habían de ser la
audacia, la agilidad y la destreza; su modo de ataque
preferido, el rápido golpe de m ano; su defensa obliga­
da, la ágil huida. A nidaban, como los pájaros de p re­
sa, en los escarpes de las sierras; allí tenían sus refugios
y allí sus familias. Del m onte o de la sierra bajaban al
llano, cayendo de m odo imprevisto sobre el pueblo o
aldea elegido como víctima. U na noche bastaba para
llevarse sus cosechas o sus ganados, volviéndose al am a­
necer a sus recónditos nidos serranos. T am bién ace­
chaban los caminos m ás frecuentados, despojando a
quien tuviese la desgracia de caer en sus m anos. Pero
a todo otro botín preferían el ganado por su facilidad
de conducción, por sus ventajas, como reserva viva y
semoviente, y por su m ayor valor. Los cereales necesi­
taban silos para su conservación, lo que no se avenía
con los frecuentes traslados de las cuadrillas, a más
que su transporte era difícil y engorroso. Los bienes de
otro orden es natu ral que no interesasen tanto, pues su
modo de vida les im pedía com erciar o cam biar. En
sum a, robaban, al parecer, p a ra vivir.
Al lector que haya pasado los ojos por el párrafo

* P u b lic a d o e n R evista «H isp a n ia », to m o V, n ° 21, M a d rid 1945.

13
anterior le h a b rá venido sin duda a las m ientes una
palabra que nosotros hemos tenido ahora m ucho cu i­
dado en evitar por im propia, aunque luego por com o­
didad hemos de em plearla con frecuencia: la de «la­
drón», «bandido» o «bandolero». Efectivam ente, los
historiadores y analistas romanos, y por ellos tam bién
los escritores griegos desde Polybios, em pleaban con
frecuencia p ara los individuos que integraban tales
bandas estos deningrantes calificativos (praedo, latro,
etc.) y, consecuentem ente, el jefe de dichas form acio­
nes no era sino un sim ple«latronun dux»o un λ/,στεύΐΐν,
a un cuando se tratase de caudillos como Kaisaros,
Púnico, Kaukeno o Viriato, que solían m an d ar sobre
form aciones de 15.000 y más hom bres, y aún cuando
estos verdaderos ejércitos batallasen a las veces en cam po
abierto y sitiasen, con todas las reglas de la poliorcética,
ciudades y cam pam entos. Es más, el m odo de luchar de
los indígenas cuando form aban pequeños grupos, como
la«guerrilla» ,se solía decir en los textos griegos ’^ oTapy'jç‘
aplicando el térm ino incluso a las tropas de Pompeyo
(en gran parte lusitanas) que tras su derrota siguieron
luchando a la ventura.

Carácter del bandolerismo antiguo

Claro es que si hemos hablado de «bandas», el dic­


tado de «bandido» se deduce por sí solo; pero tal con­
cepto no coincide con lo que en realidad fueron estas
partidas, ni con lo.que significaron dentro de las socie­
dades prim itivas de la España anterrom ana. Estas b a n ­
das no actuaban contra las tribus o pueblos de los
cuales salían sus componentes, sino contra aquellos
otros pueblos o tribus lindantes o no, con los cuales sus
connacionales estaban en guerra o sim plem ente en
enem istad, por lo general perm anente. Vivían, pues,
— aunque paradójico— de los enemigos de su tribu, a
pesar de haber sido su propio clan el que, por las
causas que fueren, y que luego procurarem os indagar, *
les obligó a echarse al cam po, apartándoles de su so­
ciedad.
T rátase de una costum bre muy antigua cuyo origen
es imposible de fijar en el tiem po y que no es exclusiva
de España, como pudiera creer con m anifiesta ligereza
el que inadvertidam ente ligase estas noticias viejísimas
con las más recientes del bandido rom ántico, tom ando
los hechos como factores de una constante histórica.
Costumbres como estas nacieron de form as económicas
m uy elem entales y en no poca p arte de la división y

14
subdivision de los pueblos en m u ltitud de tribus o cla­
nes, lo que originaba por lo com ún una perpetua ene­
m istad entre ellas; fue, por tanto, un achaque general
en todos los pueblos no entrados aún en m adurez polí­
tica. Estas circunstancias, unidas a ciertas particulari­
dades de los regímenes sociales propias de los pueblos
primitivos, dieron en muchos lugares nacim iento a ta ­
les o parecidas costumbres, que perduraron como la ­
cras endémicas hasta que un nivel superior de cultura
y una autoridad suprem a basada en leyes generales
hizo imposible tanto la lucha parcial de tribu contra
tribu como el ejercicio del libre saqueo, destruyendo,
por tanto, dos de las causas m ás im portantes de este
sistema de vida, tan semejante, exteriorm ente, con el
bandolerism o de tiempos posteriores (1).

(1) El saq u eo de las tie rra s y las a ld e as d e trib u s vecinas, el


ro b o d e g a n ad o s, los asaltos a m a n o a rm a d a c o n tra v ian d a n tes, son
co stu m b re s que, e fec tiv a m e n te, se e n c u e n tra n con frec u e n cia en
pueb lo s, ta n to a n tig u o s com o m o d ern o s, cuya c u ltu ra se h a lla b a , o
se h a lla a ú n , en u n a e ta p a in c ip ie n te . N o son re a lm e n te c o n tra v e n ­
ciones a leyes estatu id as, sino sim ples m o d a lid a d e s de vida o rig i­
n a d a s p o r causas económ icas, a g ra ria s, sociales y a u n te m p e ra ­
m en ta le s. Los q u e así o b ra b a n p o d ría n vivir c o n tra las costum bres
ge n era le s, p e ro no al m erg en de la ley, com o o c u rre con los b a n ­
doleros m o d ern o s, de cuyas a n d a n z a s y h a za m o s todos ten em o s u n a
id ea . Estos a d o p ta n tal g é n ero de v id a c o n la c o n cien c ia c lara de
q u e se c o lo can fre n te a la socied ad y las leyes; los an tig u o s, p o r el
c o n tra rio , se e n tre g a b a n a ella com o a u n a fo rm a líc ita de vida,
a m p a ra d o s p o r la socied ad d e que p ro c e d ía n , a c tu a n d o c o n tra las
trib u s vecinas y no c o n tra los c o n n ac io n a les o aliad o s d e la suya,
cosa que d isc u lp a b a y h a sta e n n o b le c ía sus fech o rías. Así, pues, si
no h a b ía leyes c o n tra tal m o d o d e vivir, n o p odía decirse que
hubiese delito , a u n q u e p a r a nosotros te n g a hoy fo rm a c la ra m e n te
d elictiva.
S ería ocioso re c o rd a r la m u ltitu d d e veces q u e en c u a lq u ie r
h isto ria p rim itiv a d e c u a lq u ie r p u e b lo lla m a d o hoy c u lto se e n ­
c u e n tra n fo rm as de vida sim ilares al a c tu a l b a n d o le rism o . P a ra
e je m p lific a r con u n solo caso, y el m e n o r, volvam os la cabeza a
G recia. E n los m itos se e n c u e n tra n frec u e n te s alusiones a u n estado
de cosas m uy a n te rio r a las leyes de D ra c ó n y S olón. Así vem os que
los m ism os dioses e je rcía n la c u a tre ría . C u é n ta n o s la ley en d a, p o r
e jem p lo , q u e A polo, q u e fu e u n tie m p o p a sto r d e bueyes del rey
A d m eto , se solía e n sim ism a r en el re c u e rd o d e sus am ores. U na
vez, al volver a sus a b strac cio n e s, se h a lló con la sorpresa d e que
H erm es, ta m b ié n p a sto r a la sazón co m o él, le h a b ía ro b a d o sus
bueyes, e scondiéndolos en las e sp esu ras del m o n te . C aco, cuyo
n o m b re h a venido a d e sig n a r e n m u c h a s len g u as al la d ró n por
a n to n o m a sia , e ra hijo de H efaístos n a d a m enos, del V ulcan o de los
latinos, lo cu al n o le im p e d ía ser u n o d e los c u a tre ro s m ás activos
del m u n d o m ítico griego. Ulises, el «astuto» y «siem pre fecu n d o en
recursos», com o le a p e llid a n los p o e m a s h o m érico s, ro b ó en Sicilia
alg u n a s reses de los re b a ñ o s d e A p o lo , lo q u e le a c a rre ó duros
castigos p o r p a rte d el e n o ja d o dios. H e rak lé s, el H ércu les de los
latinos, c u a n d o vino al O c cid e n te y llevó a c a b o la e stu p en d a
h a z a ñ a del H u e rto de las H esp érid es, a ce rtó a p a s a r p o r la región

15
Enfoque general sobre sus posibles causas

Los historiadores antiguos refieren a veces casos


que vierten raudales de luz sobre uno de los factores
principales —tal vez el p rin cip al— que dieron lugar o
favorecieron semejante régim en de vida, es decir, el
económico. A él se unieron tam bién otros coadyuvan­
tes, como fueron el social geográfico, histórico, dem o­
gráfico, etc., pero éstos se nos presentan, en general,
involucrados con el prim ero, que sume y resum e en sí
mismo todos los demás.
Efectivam ente, este género de vida tenía su origen
en causas m uy hondas que radicaban sobre todo en la
m isma tierra y en su distribución. Era, pues, un p ro ­
blem a que se nos presenta como esencialm ente a g ra ­
rio. Ni todo el suelo era igualm ente fértil, ni todas las
regiones estaban pobladas por gentes num éricam ente
proporcionadas a los recursos de la tierra. H abía ade­
m ás distintos estratos sociales, form ados, uno, por g ran ­
des terratenientes; otro (prescindo aquí de los libertos y
esclavos), por gentes libres, pero pobres hasta la indi­
gencia, que se hallaban en tal estado por m últiples
causas, mas cuya vida no hallaría curso fácil. A la
constante creación de esta capa social de menesterosos
y a su renovación continua hubo de contribuir m ucho
un sistema de herencia semejante a nuestro antiguo
mayorazgo, en virtud del cual los bienes de la fam ilia
se transm itían al mayor de los hijos, dejando al resto
en una dependencia con respecto al heredero que se
hacía a veces insoportable, o en un estado económico
rayano con la verdadera pobreza. De esta institución
de derecho civil, aunque tenemos indicios, carecemos
de pruebas fehacientes para la A ntigüedad, pero tuvo
tal arraigo en toda la Edad Media: y la M oderna que es
m uy posible que sus orígenes rem ontes a estos tiempos
de que tratam os. De su vitalidad habla claro el hecho

d el b a ñ o G u a d a lq u iv ir, d o n d e ento n ces re in a b a el le g e n d a rio , m o ­


n a r c a tartessio G erió n ; G e rió n e ra fam oso p o r sus in g en te s re b a ñ o s
d e to d as clases, p e ro p rin c ip a lm e n te d e toros (los an teceso res d e las
g a n a d e ría s a ctu a le s). Pues b ien , H erak lés le ro b ó sus g a n a d o s y se
los llevó a T irin to , n o sin h a b e r te n id o an te s u n a é p ic a lu c h a con el
rey, c o n su boyero E u ritió n y con pl p e rro O rto s, q u e g u a rd a b a n
sus g a n a d o s, todos los cuales m u rie ro n a m a n o s d el h é ro e d o rio del
a rco y la clava. E n u n a d e las m e to p a s délficas del tesoro d e los
Sicyonios, éstos, lejos de av ergonzarse del h e ch o y d e o fe n d e r con
su re c u e rd o a los héroes estelares C á sto r y P ólus, los D ióscuros,
re p re sé n ta n lo s a c o m p a ñ a d o s d e Id a s en su regreso d e M essenia,
d o n d e , co m o g ita n o s, se h a b ía n llevado los bueyes q u e p u d ie ro n .
S o b re h e ch o s m á s históricos cfr. T H O U K ., 1, 5 y ss.

16
de que haya perdurado, y aún perdure en realidad, en
ciertas regiones de España, como es bien sabido.
Conviene adelantar que esta especie sui generis de
«bandolerismo» no era corriente en toda la Península
por igual. De existir en la Bética y en el Levante había
de ser en pequeña escala. Los textos no hablan propia­
m ente de esta costum bre sino refiriéndose sobre todo a
los pueblos del Occidente y N orte de España, es decir,
de lusitanos, galaicos y cántabros, y en m enor cuantía
a los celtíberos y tribus del N .E . peninsular (ilergetes,
lacetanos y bergistanos). Ello encuentra su explicación
en la m ayor riqueza de A ndalucía y Levante y, sin
duda, en su mayor cultura. No es una casualidad que
fuese precisam ente A ndalucía la tierra preferida para
las «razzias» de estas bandas.
El desarrollo de este tema —m ero esbozo a ú n — ha
surgido directam ente del estudio y análisis de los textos
antiguos. Al tenerlo casi ultim ado, hallamos en el libro
de Costa, Tutela de Pueblos (conferencia en el Ateneo
de M adrid, en 18...) algunas coincidencias que fueron
motivo de íntim a satisfacción y que, lejos de am inorar
el interés del tem a, lo subrayan, por dem ostrarnos que
nuestras conclusiones han de erra r en m ucho con res­
pecto a la realidad pretérita, ya que, por caminos dis­
tintos, una personalidad de tan ta intuición como Costa
había llegado a parecidos resultados. No hemos consi­
derado necesario a d a p ta r nuestro estudio al anteceden­
te de Costa, pero sí el hacer la advertencia que p re­
cede.

El punto de vista romano

Los romanos, que venían ya plenam ente constitui­


dos en nación organizada, lo que quiere decir que en
sus leyes se había superado con m ucho el estado prim i­
tivo donde tenían origen costum bres como éstas, se
hallaron con que gran parte de España vivía en un
estado de cosas muy sim ilar a la anarquía, que no dejó
de extrañarles y que sin duda trataron de evitar, au n ­
que con muy poco acierto, como hemos de ver. Para
los romanos, pues, los que así vivían eran «bandoleros»
y «ladrones», sin reparar que dentro del m arco social,
económico y consuetudinario de las sociedades de que
procedían estos desgraciados, no tenían ni m ucho m e­
nos tal carácter. Dado este p unto de vista, la política
que muchos de los gobernadores o generales siguieron
en España, lejos de extirpar las bandas de salteadores,
no hizo, en un principio, sino acrecerlas en núm ero y

17
volumen. Y esto se explica porque la guerra contra
ellas, lo que equivale a decir contra las tribus de que
procedían y en las cuales se am paraban, fue llevada
como si se tratase de bandoleros o salteadores vulgares,
tom ando por ello un cariz tan enconado y b rutal que
dio lugar a trem endas represalias, no contra los b a n ­
doleros sólo, sino tam bién contra las mismas entidades
tribales, pues no era posible separar a los unos de las
otras.
Así pues, se desorganizó aún más la sociedad, d a n ­
do lugar a que creciese el desbarajuste y aum entasen
las partidas. La guerra misma, actuando de consumo
con la falta de comprensión para la verdadera raíz del
m al, acentuó la desorganización económica, creó odios
irreconciliables y exacerbó los males preexistentes,
siendo entonces las cuadrillas serranas las que sirvieron
de centros de recluta a todos cuantos, huyendo del
rom ano por una razón u otra, querían oponerse a las
brutalidades e injusticias del invasor o sim plem ente
vengar las afrenas recibidas, los pactos alevosamente
rotos o las exacciones hechas sin pudor alguno.

Consecuencias de este punto de wsta

Así nació el grandioso movimiento de resistencia


español que entonces, como durante las guerras n a p o ­
leónicas, asombró a todo el m undo, incluso a los p ro ­
pios enemigos, sirviendo de espejo y ejemplo para otros
pueblos menos decididos o más sumisos. Fue entonces
cuando las luchas y depredaciones de estas bandas a d ­
quirieron un carácter muy distinto del pasado, to m an ­
do m odalidades m ucho más violentas; se alzaban los
hom bres tanto contra los enemigos invasores como
contra aquellas tribus indígenas que, por grado o por
fuerza, se habían convertido en aliadas o colaboradoras
del intruso, ya porque sus ciudades eran bases m ilitares
del rom ano, ya porque les daban hom bres o p ro ­
porcionaban sustento a sus ejércitos. Las bandas prim i- *
tivas, poco numerosas por naturaleza, se convirtieron
pronto, ante la presencia del enemigo com ún, en n u ­
tridos ejércitos 'de diez y quince mil hom bres, en los
que figuraban gentes de tribus muy distantes y a veces
enemigas tradicionales; ejércitos que recorrían com ar­
cas enteras no sólo por procurarse modos de subsisten­
cia en m edio de una región devastada por las guerras y
arrasada por los enemigos, sino, sobre todo, por debili­
tar las fuerzas rom anas que vivían del país, por poner
en duro aprieto a sus formaciones, desorganizando sus

18
planes y privándoles en lo posible de provisiones de
todo orden. Fue una im ponente rebelión, que si no era
nacional por faltarle cohesión y unidad y por carecer
de m iras superiores, si era patriótica si entendemos
que esta palabra significaba p a ra los guerrilleros espa­
ñoles de entonces la defensa de su p a tria tribal, de sus
viejas tradiciones, de su patrim onio, de sus costumbres
propias, de su tierra, de sus cosechas y ganados. Era la
lucha en defensa de la patria pequeña, del solar de los
padres, de sus instituciones, sus ciudades y sus bienes
de todo orden.
Pero como lo dicho hasta ahora es sólo una visión
general del problem a, vayamos a continuación al estu­
dio circunstanciado de sus causas móviles y aspectos
varios.

El problema es serio

Un curioso texto de Diódoros nos da a conocer con


suficiente claridad, p arte al menos de lo que pretende­
mos. «Hay una costum bre m uy propia de los iberos
- d ic e textualm ente—, más sobre todo de los lusita­
nos, y es que, cuando alcanzan la edad adulta, aque­
llos que se encuentran más apurados de recursos, pero
destacan por el vigor de sus cuerpos y su denuedo,
proveyéndose de valor y de arm as van a reunirse en las
asperezas de los montes; allí form an bandas conside­
rables que recorren Iberia, acum ulando riquezas con
el robo y ello lo hacen con el m ás completo desprecio a
todo (2).
El texto procede de Poseidonios, que estuvo en Es­
paña hacia el año 100 antes de J. C., y escribió cosas
muy interesantes sobre la Península. Para Poseidonios,
pues, la vida aventurera de estas gentes tenía una de
sus causas visible en la indigencia de aquellos que h a ­
biendo alcanzado cierta edad no poseían medios de
vida. Sin duda alude a los desheredados en virtud de
una institución similar al mayorazgo.
El refugio, cuando era necesario, lo buscaban en
los montes. Es el mismo Poseidonios-Diódoros quien no
los cuenta en el párrafo antes citado, que ahora refuer­
za con esta otra frase: «Para ellos —d ice —, las aspere-

(2) “ISio\: ü τι παρά τοις "ίβηραι · χα! μάλιατα παρα τοίς Λοαιτανοίς έητη-
δεύεται · τών γαρ' άχμαζόντω ν ταΐς ήλιχίαις οί μάλιστα απορώτατοι ταις ούσίαις,
ρώμη δέ σώματος χαι θράσει διαφέροντες, έφοδιάσαντες αυτούς αλχγ} χαί ΐοίς
δπλοις εις τάς ορεινας δυσ/ω ρίας αθροίζονται, συστήματα 0έ ποιήσαντες αξιόλογα
χστατρέχουσι τήν Μβηρίαν χαί λ^τεύοντες πλούτου; αθροίζουσι, χαί τούτο διατε-
λούσι ζράττοντες μετα τ.άσης χαταφρονήσειυ;. D I O D . , V , 3 4 , 6.

19
zas de las m ontañas y sus fragosidades son como su
p atria, y en éstas va a buscar un refugio por ser im ­
practicables p a ra ejércitos grandes y pesados (3).
Los rom anos fracasaban cuando, queriendo resol­
ver tal estado de cosas, perseguían a estas gentes y a sus
m ujeres e hijos hasta sus propias guaridas; fracasaban
por enforcar el problem a como si se tratase de un asunto
de policía colonial, no viendo en él su carácter estricta­
m ente social y económico. Poseidonios (apud Diódo-
ros) dice: «Pudieron contener su audacia, pero no lo ­
graron, a pesar de todos los esfuerzos, term inar con sus
depredaciones (4).
No son sólo los textos de Diódoros los que nos h a ­
b lan del aspecto económico de esta costum bre. En Es-
trabón, su coetáneo, hallamos una exposición muy
lum inosa del verdadero fondo del problem a. En p ri­
m er lugar nos describe en breves palabras la riqueza
natu ral de la región sita entre el Tajo y la provincia de
La Coruña, en la que no faltan —d ice —, ju n to a la
abundancia de frutos y ganados, m uchos m etales, entre
ellos el oro y la plata (5). Luego añade que siendo, por
el contrario, las m ontañas de gran pobreza, sus gentes
«que h ab itan —viene a decir — un suelo pobre y ca re n ­
te de lo m ás necesario, habían de desear los bienes de
los otros» (6). Pero el m al no se lim itaba sólo a que las
tribus m ontañesas bajasen de vez en cuando a despojar
de sus productos a las del llano, más afortunadas, sino
que el constante estado de alarm a y de guerra hacía
que en estas últim as las labores del cam po cayesen en
el abandono, originando a §u vez la m iseria de las
tribus ricas, y, por tanto, el crear en ellas la necesidad
de lanzarse a su vez al saqueo de las tribus vecinas p a ra
poder subsistir. El m al se extendía así como un reguero
de pólvora, contam inándose unas tribus a otras y sem ­
b rando la anarquía por doquier. Es el mismo Estrabón
quien nos lo ha dicho, y p ara mayor objetividad en
nuestro juicio oigamos sus mismas palabras: «Como
éstas (alude a las tribus ricas del llano) tenían que
ab andonar sus propias labores para rechazar a los de «*

(3) Καβάλου δε τάς ¿v τοΐς δρεοι δυσχωρίας καί τρα'/ύτητας ηγούμενο»


πατρίδας είναι, εις ταότας χαταφεύγουαι, δυςδιεξοδους οΰοα; μεγάλοι; και βαρέα*
στρατοπέδοις. D IO D .. V . 34, 7.
(4) Διό καί 'Ρωμαίοι πολλάχις έπ’αύτοΰς οτρατεύ^αντες ττ,ς μ έν ζολλτ,ς
καταφρονήσεως απέστησαν αυτούς, εις τέλος δε τα ληστήρια καταλΰααι πολλάκις
<ριλοτιμηθέντες ούχ ήδ^νήθησαν. D I O D ., V, 34, 7.
(5) Εύδαίμονος δέ της χώρας ύπαρχούσης χατά τε καρπούς καί βοσκήματα
καί τό του χρυσού καί άργ ρου χαιτών παραπλήσιων πλήθος. S T R A B .,I I I , 3, 5.
( 6 ) Λϋπραν γάρ νεμομενοι και μικρά κεκτημενοι των άλλοτρίων έπεθύμουν.
S T R A B ., loc. cit.

20
las m ontañas, hubieron de cam biar el cuidado de los
campos por la milicia, y en consecuencia, la tierra no
sólo dejó de producir incluso aquellos frutos que cre­
cían espontáneos, sino que adem ás se pobló de ladro­
nes.» Poco antes Estrabón, hablando sobre lo mismo,
dice refiriéndose a estas tribus ricas de las zonas llanas
al Norte del Tajo: «la mayor parte de estas tribus han
renunciado a vivir de la tierra para m edrar con el
bandidaje, en luchas continuas m antenidas entre ellas
mismas o, atravesando el Tajo, con las provocadas
contra las tribus vecinas (7).
Los casos que acabam os de citar, con ser muy cla­
ros, no son, sin em bargo, los más explícitos. Apiano, al
hablar de ciertos acontecim ientos acaecidos en los años
180 a 177 en la región de la Celtiberia, para explicar
la distinta conducta observada respecto a ellos por las
tribus indígenas, aliadas entonces con los romanos, di­
ce lo siguiente: «Muchos iberos necesitados de tierras
desertaron de los romanos, sobre todo los lúsones que
habitan a orillas del Ebro; el cónsul Fluvio Flaco pro­
cedió contra ellos, derrotándolos en un encuentro. En­
tonces muchos se dispersaron por las ciudades, mas
aquellos que carecían por completo de tierras y vivían
como vagabundos se refugiaron en la ciudad de Kom-
plega.» (8)
Más claro es aún el testimonio con que el mismo
Apiano nos obsequia al n arrar las gestiones que Galba
hizo para apaciguar a los lusitanos recientem ente le­
vantados contra el poder de Rom a. Corrían entonces
los años graves de 151 y 150 antes de J. C. El alzam ien­
to de los lusitanos había prendido en toda la meseta,
originando aquella espantosa guerra que había de lla­
marse luego de N um ancia por el papel que en ella
tom ó la heroica ciudad. Com enzaba, pues, una guerra
que iba a durar veinte años de luchas sin cuartel, una
guerra con razón llam ada de Polybios «guerra de fue-

(7) Oí δί αμυνόμενοι τούτους των ίδιων έργων καθίσταντο έξ ανάγκη,


ώ σ τ’άντί το-ΐ γεωργεΐν έΐΐολέμουν χαι οίκτοι, καί συνέβαινε τήν χώραν ύμελουμέ-
νην στεΐραν ούσαν τών έμφυτων αγαθών οίχεΐσθαι ύπό ληστών. El p á rra fo si­
gu ie n te : οί πλείους αυτών τον άπο τής γης αφέντες βίον έν ληστηριοις διετέλομν
χαί συνεχεί πολεμώ προς τε άλλήλου; χα'ι τους όμοο^υ; αΰτοίς διαβαίνοντες τόν
Τάγον STRAB.. Ill, 3, 6.
(8) Πολλοί τών Ίβήρων γής άποροϋντες άπέατηααν άτ.ό 'Ρωμαίων, άλλοι
τε χαΐ Λούσονεί, οί ττερί τον “Ιβτ,ρα ώχ.τ,νται. Στράτευσης ούν έπ’αύτούς ύπατος
Φούλόυιο^ Φλάχχος ένίχα μάχϊ] χαί πολλοί μέν αύτών κατά r /,λεις διελύβηααν
ίσοι δέ μάλιστα (ήζ ήτιόρουν καί έξ ίλ η ς έβιότευον, ές Κομχλέγαν πόλιν
συνέφυγον.... Α Ρ Ρ ., Ib e r., 42. C o m p le g a es u n a g ra fía in c o rre c ta de
C o n tre b ia la de los lúsones, e n la r ib e ra d el J a ló n . U n p á rra fo de
D IO D O R O S (X X IX , 28) a lu d e ta m b ié n a este h ech o .

21
go». Ante tales perspectivas el cónsul Galba, p ara ata
jar el m al, ya muy delicado entonces, no vaciló en
sim ular un pacto tan ingenioso como vilmente concebi­
do y ejecutado; y fue el halagar a aquellas tribus h a m ­
brientas, m altratadas en sus sentimientos y sus intere­
ses, ofreciéndoles lo que más necesitaban, paz y tierras
que labrar para vivir de ellas. Las palabras que el
pérfido G alba dirigió a aquellos desesperados están re ­
cogidas por Apiano (Acaso tom adas de Polybios) en
estos términos: «La pobreza de vuestros suelos y la in d i­
gencia en que vivís es lo que os fuerza a hacer estas
cosas —díjoles Galba a los lusitanos en rebelión .
Pues bien, yo daré tierras buenas a aquellos amigos
que se hallen necesitados y las distribuiré para su colo­
nización sin tacañería, dividiéndola en tres lotes (9).
Ya veremos luego cómo Galba m andó al punto m atar
a todos aquellos crédulos infelices.
En el año 147-46, es decir, en plena guerra lusi-
tano-num antina, Vitelio, que se las había entonce^
difícilm ente con los lusitanos, reconocía esta misma n e ­
cesidad de tierras al tra tar con unos legados que le pe­
dían, p ara llegar a una paz perm anente, campos de
cultivo. «Enviaron a Vitelio —dice A p ia n o — una lega­
ción con signos de paz, suplicándole les diese tierras
donde establecerse y prom etiéndole que en adelante se
m antendrían en todas las cosas fieles a los romanos
(10), pero —sigue contando el historiador alejandri­
n o — entonces surgió Viriato, aún casi desconocido, y
les puso ante los ojos la perfidia usada por Galba:
rom piéronse las negociaciones ya iniciadas y la guerra
se enconó aún más de lo que estaba.
En el año 139, m uerto ya Viriato, su sucesor en la
dirección de la guerra contra Rom a, T ántalo, pactó
con Cepión, quien concedió a un cierto núm ero de
lusitanos tierra suficiente «para que la necesidad son
palabras textuales de A piano- no les impulsase a ro­
bar» (11). Diodoro añade que tam bién se les dio una
ciudad donde vivir (12).

(9 ) Τ ύ '(άρ Xuxpó'fE'.ov, i ,yri [G a lb a ], χαί itsvtypír; Ομάς ές laùTa'iva-f/.eüU·. .


δ ώ σ ω δ ’έγώ ττενομενοις φί'κο·.ς γ η ν α γα θή ν, κα ι èv αφΰο'νοις συνοικκο, δ ιελ ώ ν ές
τ ρ ία . Α Ρ Ρ . , I h e r . , 5 9 .'
( 1 0 ) ..... πρέσ βε ις ές τον Ουετίλιον επεμπον αΰν ίκετηρίαις, γήν ές συνοικισμόν
αίτοΰντες ι»; àr.b τοΟοε εσόμενοι 'Ρ ω μ α ίω ν ές πάντα κατήκοοι. Α Ρ Ρ . . / I ter., fi j,
( 1 1 ) Καί γήν εόωκεν ικανήν, ίνα μή λ^στεύοιεν ε£ απορίας. Λ Ρ Ρ . . I b c r . 75.
( 1 2 ) Έ δ ω κ ε yoj&av κα ί “ ολ'.ν είς κα τοίκη σ ιν. D I O D . . X X X I I I , 1.

22
Por estos mismos años el cónsul Julio Bruto «el ga-
llaico», así llam ado por haber llevado la guerra hasta
las por entonces desconocidas regiones sitas al Norte
del Duero, dio tam bién tierras a los que habían lucha­
do a las órdenes de Viriato, no obstante el amargo
recuerdo que tal nom bre suscitaba entre los romanos.
Y era sim plem ente porque la realidad se im ponía y el
problem a había que resolverlo rem ediando las causas.
Bruto dióles tam bién u n a ciudad, a la que llamaron
Valentia, sin duda la actual Valencia do Minho (13).
En esta verdad y en esta com prensión de las reali­
dades se basó Didio en los años 98 a 94 para cometer
una felonía tan repugnante como la de Galba. «Didio
se decidió a aniquilarlos... —cuenta Apiano al hablar
de cierta ciudad desconocida de nom bre y situación —.
Hizo saber a las personas más destacadas de entre ellos
que quería dar a los necesitados las tierras de los kolen-
danos —ciudad cercana, pero igualm ente desconocida
por nosotros—. Viendo que la noticia había sido acogi­
da con alegría, mandóles se la participasen a sus con­
ciudadanos y que se partiesen con sus mujeres y niños a
recibir la tierra. No bien llegaron ordenó a los solda­
dos salir de la em palizada y a las futuras víctimas en­
trar dentro de ella, y so pretexto de contar su núm ero
fue separando en su lugar a los hom bres y en otro a les
niños y mujeres a fin de poder calcular la cantidad de
tierra que había de serles distribuida (14). Lo que des­
pués ocurrió con estos infelices ya se verá más adelan­
te. Ahora el hecho nos interesa sólo como testimonio
de la verdadera raíz agraria del problem a.
Según Estrabón, este régim en de vida entre los lusi­
tanos no llegó a extirparse hasta su tiempo (época de
Augusto). Sus palabras rezan así: «Los romanos, po­
niendo fin a este estado de cosas, los han obligado en
su m ayoría a descender de las m ontañas a los llanos,
mejorándolos tam bién con el establecimiento de algu­
nas colonias entre ellos (15).
Tal procedim iento y no otro era el modo más eficaz
de term inar cn aquellos graves problem as que los ro­
manos hallaron como incrustados en la sociedad ibéri­
ca cuando su conquista. D esgraciadam ente, las guerras
y la falta de tacto de los generales aquí enviados, y por
supuesto del propio Senado, no hicieron sino agravar
(13) «Inius B ru tu s cos, in H isp a n ia is, qui su b V iria th o m ilita v e ­
r a n t, agros et o p p id u m d e d it, q u o d v o c atu m est V alen tia.» L IV .,’
Per., 55,
(14) A P P ., Ib e r., 99-100. V éase lu eg o .
(1 5 ) .... εωςετιαυσαν αετούς 'Po)|uoi καί κώμας r.trrza\~í^
τάζ τοΙ,εις αΰΐών τάζ -Αείοτας, ένία.ς δέ καί συνοικίζοντας βέλτιον. ST R A B
III, 3, 5.

2.‘5
hasta el paroxismo un problem a ya existente de tiem ­
pos muy atrás. O tro texto confirm ará lo que hemos
dicho.
Uno de los pocos cónsules romanos que quisieron
resolver este estado de cosas no sólo m antuvo la paz
con los indígenas celtíberos, sino que su nom bre fue
querido y respetado, aun después de m uerto, por aq u e­
llos mismos que no dudaron en lanzarse a la atroz
guerra de N um ancia unos decenios después. Este hom ­
bre preclaro fue Tiberio Sempronio Graco (padre de
los Gracos), quien supo unir a la dureza en la lucha, la
com prensión en la paz y la lealtad en el cum plim iento
de su p alabra, cosa bien distinta de lo que hicieron
Lúculo, Galba, Didio y otros. He aquí lo que de él
recordaba Apiano respecto a este problem a de la tie­
rra: «Estableció a los necesitados en colonias, re p a r­
tiendo entre ellos la tierra, cruzó con todos pactos muy
justos, con cuya observancia habrían de ser amigos de
los rom anos... Graco fue por ello famoso, tanto en '
Iberia como en Rom a y se le recibió en triunfo de un
modo brillantísim o (16).

Causas demográficas

A agravar el problem a de la tierra coadyuvaban


otros factores, como es el demográfico. Poco sabemos
sobre este particular en lo referente a la Península
ibérica en la A ntigüedad, pero casualm ente p a ra la
zona que más nos puede ahora interesar tenemos datos
bastane curiosos.
La fam a que sin duda alguna corresponde a la ver­
dad y según la cual entre todas las regiones peninsula­
res fue la Lusitania la que más quehacer dio a los
romanos en sus luchas contra los que ellos llam aban
«bandoleros», explícase además por el hecho de que
era tam bién, juntam ente con Galicia, una de las regio­
nes de m ayor densidad de población. Por datos que
vamos a exponer les acom pañaba en ello Asturias, que ,
entonces com prendía tam bién el reino de León, como
es sabido.
Ya Polybios (mediados del siglo II a .d .C ., casi coe­
táneo, por tanto, de Viriato) hablaba de Lusitania pon­
derando la fecundidad de animales y hom bres (17). De
( 1 6 ) Τούς" δέ α π ό ρ ο υ ς σ υ ν ώ χ ιζ ε , κ α ί γη ν α ’η α ΐ ς δ ιε μ έ τρ ε ι. κ α ί τΛ Ι 'ί !0 ε-ο
τοις τηδε συνθήκας ακριβείς, κα(Γ ά ‘Ρω μανόν έσονται φίλοι * ..... δ»/ α καί έν
Ί β η ρ ία καί έν 'Ρ ώ μ η διώ νυμος έγένετο ό Γρά/.yoc, καί έΟοιάμβευσε Χαατ.οωζ.
Α Ρ Ρ . , I b e r ., 4 3 . '
(1 7 ^ Κ αί τά ζ ω α πολύγονο χαί οί άνθρο>—ο·. P O L Y B ., XXX, S. en
Α Τ Η Ε Ν .,3 3 0 .

24
la densidad de la población no ya sólo de la Lusitania,
sino de toda la región occidental que cae sobre el A t­
lántico (región que aún no tiene nom bre, dice, por ha
ber sido conocida poco tiem po ha), «está ocupada en­
teram ente —añade el historiador griego— por nacio­
nes bárbaras muy populosas (18). El trozo transcrito
prom ete a continuación que luego se ocupará concre­
tam ente de estas cosas, pero desgraciadam ente el libro
en el cual lo hizo (el XXXIV) no h a llegado a nosotros
sino en fragm entos escasísimos. No obstante, hay una
noticia conservada gracias a Estrabón que parece estar
tom ada de Polybios y desde luego se refiere a la po b la­
ción de la Lusitania y de la Gallaecia, es decir, de toda
la zona occidental de la Península. Helo aquí textual­
m ente: «la tierra com prendida entre el T ajo y la región
de los ártabros (La Coruña) está ocupada por unas
cincuenta tribus (19).
Menos de un siglo después de que Estrabón escribie­
se estas líneas, Plinio, que estuvo en España y conocía
bastante bien algunas regiones, dice del Conventus Lu­
censis —este Conventus correspondía entonces aproxi­
m adam ente a nuestras provincias gallegas— que esta­
ba habitado por 16 pueblos de unos 166.000 individuos
libres (20). Así pues, en Galicia había una población
m uy densa para entonces y téngase en cuenta no sólo
las deficiencias, siempre por defecto, en los cálculos
estadísticos de entonces, sino adem ás que Plinio no
cuenta en esta cantidad ni a los esclavos ni a dos de las
tribus forasteras, o mejor no indígenas, llegadas, por lo
menos en parte, poco antes del cam bio de cóm puto,
como sabemos por otros textos.
El mismo Plinio habla luego de la población del
Conventus B racarum , que correspondía aproxim ada­
m ente al N. del Duero (entre Douro e M inho y Traz os
Montes), y da estas cantidades: «24 pueblos y 285.000
personas libres» (21). P ara las Asturiae (com prendía
entonces no sólo Asturias, sino León y parte de Zam o­
ra, hasta el Duero) da el mismo Plinio 22 pueblos y

( 1 8 ) Κ α τ ο ικ ε ί τα ι ί ε “ α ν τ/t βαρβάοοιν έΟναιν καί ι:ολυανΟρώ~(ι>ν. P O L Y B .


1 1 1 ,3 7 ,9 .

(1 9 ) Έ θ νη μέν οδ ν ~ ερ ί τρ ιά κ οντα [ o tr o s cód. τ:ενΐή κ οντα J τή ν χώ ραν


ν έ μ ετα ι τή ν μ ε τα ςύ T ú 'fo a κα ί τ ω ν ’Λ ρ τά 'ίρ ω ν . S T R A B . , 111, 3 , 5 .

(20) «Lucensis conv en tu s est sedecim , p r a e te r C elticos et Le-


m avos ig n o b iliu m ac b a rb a ra e a p ellatio n is, sed lib re o ru m c a p itu m
ferm e» C L X V I. P L IN ., N . H ., III, 28.
(21) «Simili m o d o B ra c a ru m X X I II civitates C C L X X X V capi-
uim » . P L I N ., N . H ., I l l , 28.
una población libre de 240.000 (22). Es decir, que
todo el N .E. sum aba 62 cantidades étnicas distintas y
unos 700.000 hom bres libres.
Estas cifras proceden, sin duda, de censos romanos
hechos con fines fiscales; por ello prescinde de la p o ­
blación no libre y en algunos casos de los com ponentes
de tribus recientem ente inm igradas o de vida nóm ada
pastoril, que es lo que ocurría con ciertos célticos y con
los tribus ganaderas.
Las castros o citanias, de esta época precisam ente
son numerosísimos en toda la región al N. del Duero y
denuncian una población densa distribuida en aldeas
por lo general pequeñas, pero muy próxim as. No es
raro que desde uno de estos castros se divisen ocho o
diez más, salpicando el horizonte. En Galicia se calcula
haber existido unos cuatro o cinco mil castros. Conse­
cuencia de esta densidad eran, sin duda, los conflictos
entre ciudades próximas o entre vecinos a causa de la,
imprecisión de límites y de la división de la propiedad.
Es muy curioso que la actual afición a los pleitos galle­
gos se halle atestiguada ya en una fecha que dista de la
nuestra nada menos que veintiún siglos. Cuéntanos
Plutarco al hacer la biografía de César, que cuando es­
te entró en Galicia (esto ocurría el año 61-60, cuando
el joven Caio Julio no era aún más que un simple
propretor) se dedicó entre otras cosas a dirim ir pleitos
entre ciudades o entre particulares, «arreglando las d i­
ferencias entre deudores y acreedores» (23). Como se
ve, las mismas causas provocan los mismos efectos, y
entonces como ahora el N.O. de la Península era tierra
fecunda en hombres y de propiedad casi atom izada.

La lucha mercenaria como válvula de escape

La casi totalidad de los m ercenarios españoles, cu ­


yas andanzas por el m undo clásico, por Grecia, Italia,
Córcega, Cerdeña, Africa del N orte, Sicilia, he recogí-

(22) « Iu n g u n tu r ¡is A stu ru m X X II p o p u li... n u m e ra s om nis


m u ltitu d in is a d C C X L lib e ro ru m c a p itu m » . P L I N ., N . H ., I l l , 28.
(2 3 ).. . ού χείρον ¿βράβευε τά της ειρήνης, όμονοιάν τε ταΐς πόλεσι
χαβιστάς· r.tv. μάλιστα τάς των χρεωιρειλετών καϊ δανειστών ίώμενος διαφορά?.
PLOÜT., Caes., Χ Π .
P L O U T ., Caes., X II.
S obre el fa c to r e conóm ico se sa b e poco q u e p u e d a ser aquí
a p re c ia d o . U n a id ea del e stad o a c tu a l d e estos p ro b le m a s p u e d e
a d q u irirse e n C A R O B A R O JA : «R egím enes sociales y económ icos
d e la E sp a ñ a p re rro m a n a » . R e w sta In te rn a c io n a l d e Sociología, vol: I
y I I . M a d rid , 1944.

26
do en distintos trabajos (24), fueron reclutados entre
estas gentes sin recursos. A España llegaban los «cons­
criptores» púnicos cargados de dinero para llevarse con
las prim eras soldadas y el contrato p a ra un tiempo
cualquiera, a miles y miles de hom bres que sin otro
patrim onio que su cuerpo y sus fuerzas se alquilaban
p ara defender con ellas y su sangre causas que no co­
nocían y en tierras tan lejanas como extrañas. Un texto
tardío, pero verosímil, que T. Livio pone en boca de
Aníbal, nos sale al encuentro de lo dicho como prueba
fehaciente de nuestra hipótesis.
Sabido es que en el ejército con que A níbal atrave­
só los Alpes e invadió la Península apennina figuraban
los españoles m ercenarios en u n a cantidad superior a
la tercera parte del total de las tropas púnicas de inva­
sión. Pues bien, Aníbal, poco antes de la batalla de
T rebia (año 218), en la que tanto se distinguieron los
iberos y baleares, para anim ar a los lusitanos y los
celtíberos al com bate se dirigió a ellos en estos térm i­
nos: «Hasta ahora persiguiendo los ganados por los
amplios montes de Lusitania y Celtiberia no habéis
visto el fruto de tantos trabajos y peligros; ya es tiempo
de daros esta recompensa y que logréis el prem io de
vuestra fatiga» (25). La recom pensa que ofrecía A ní­
bal, no creo fuese sólo el botín sobre el ejército venci­
do y sobre las ciudades tomadas; sin duda se refería
tam bién a la entrega de tierras para su cultivo, a la
creación de una propiedad.
De estos mismos y curiosísimos episodios en los que
vemos tan a m enudo el nom bre de los españoles ga­
nando las batallas de Aníbal en el Sur de Francia, en
Italia y Sicilia, surgen dos ejemplos que tienen valor de

(24) «Los Ib e ro s e n C erd eñ a» , E m e rita , 1935:' «Los Ib e ro s en


la G recia p ro p ia y e n el O rie n te H elenístico», B ol. de la A cad.
de la H istoria, 1934; «Los Ib e ro s en Sicilia», E m e rita , 1939. P a ra la
a c tu a c ió n en Ita lia d u r a n te la se g u n d a G u e rra P ú n ic a , vide m i libro
F enicios y C arthagineses en O ccidente. M a d rid , 1942, págs. 150
y ss., d o n d e resum o tra b a jo s a ú n in éd ito s. P a ra el N . de A frica,
véase m i tra b a jo «Una n ecrópolis Ib é ric a e n O rán » , Investig a ció n y
Progreso, 1934, y u n a n o ta en A rchivo E spañol d e A rqueología,
1941, n ú m . 43.
(25) «Satis a d h u c in vastis L u sita n ia e C e ltib e ria e q u e m o n tib u s
p e co ra c o n se ctan d o n u llu m e m o lu m e n tu m to t la b o ru m periculo-
ru m q u e v estro ru m vidistis, te m p u s est ia m o p u le n ta vos ac d itia
stip e n d ia fa ce re e t m a g n a o p e ra e m ere ri.» L IV ., X X I, 43, 8 . EI
tex to p a re c e reférirse a los la d ro n e s d e g a n ad o s, es decir, a los
«bandoleros» de q u e tra ta m o s . N a tu ra lm e n te , la frase de Livio es
p u ro in v en to re tó rico , p ero e n el fo n d o h u b o d e ser c ie rta , pues
tra d u c e u n a re a lid a d evidente, q u e el m ism o Livio conoció n o sólo
p o r los textos d e q u e se valió p a r a su h isto ria , sino p o rq u e el fe n ó ­
m e n o persistía en su p ro p io tie m p o .

27
prueba: a M oerico y Belligeno, dos españoles al servi­
cio de A níbal, cuyos papeles en la tom a de Siracusa
por Marcelo (año 212) tuvieron tan ta im portancia, se
les prem ió no con dinero ni riquezas, sino con tierras;
al prim ero, que era gobernador entonces de Siracusa,
se le dio la ciudad de M urgantia y su territorio, y a
Belligeno se le donaron allí mismo 400 yugadas (26).
El m ercenario era utilizado tam bién por las tribus
m ás ricas de la Bética. Los turdetanos tenían gentes
asalariadas célticas cuando las conquistas de Am ílcar,
y posteriorm ente estos m ercenarios son citados alguna
vez más durante las luchas con Rom a.

Algunos rasgos de la ocupación romana como excitan­


tes psicológicos de la rebelión. Las «guerrillas»

a) Atrocidades romanas. —H asta ahora no hemo


hecho sino exponer las razones de índole agraria que
justifican o explican, por lo menos en parte, la existen­
cia de aquellas bandas de depredadores. Pero las gue­
rras que durante dos siglos consecutivos asolaron casi
toda España no hicieron sino agravar el m al. D ada su
duración, sus dificultades y sus enconos, trajo, como es
natural, consecuencias económicas m uy duras para los
indígenas, pero tam bién determ inó reacciones de índo­
le psíquica tan fuertes que figuran entre las principales
causas que dieron lugar al nacim iento de las «guerri­
llas». Las frecuentes crueldades propias de aquellos
tiempos y de aquellas guerras, tanto por parte de unos
como de otros; las represalias atroces en las que com ­
petían invasores e invadidos, y la ru p tu ra de los tra ta ­
dos según las m om entáneas conveniencias de unos y
otros, eran procedim ientos los más apropiados para
que las causas de origen económico, agrario o dem o­
gráfico, no fuesen las únicas, antes bien se viesen fo­
m entadas por estimulantes de odio y venganza.
Ya hemos visto que la falta de tierras de labor
determ inaba, en buena parte al menos, la escapada al
m onte en busca de aventuras o el robo a m ano a rm a ­
da. T am bién hemos advertido cómo la sola oferta de
tierras era bastante para aplacar y hasta desarm ar a
los forajidos, reduciéndoles a la pacífica condición de
labradores. Pero nos falta por ver la m ucha parte que

(26) L IV ., X X V I, 21, 13 y 17; 30, 6 y 31, 4. M u rg a n tia es u n a


c iu d a d d e Sicilia sita al E. d e C a ta n a y e n las fa ld a s d e l E tn a . P a ra la
a c tu a c ió n d e M oerico y B elligeno e n Sicilia, véase m i lib ro F enicios y
C arthagineses en O ccidente, M a d rid , 1942, p á g . 162 y ss.

28
los rom anos tuvieron con sus crueldades y expoliaciones
en la aparición y m ultiplicación de las bandas arm a ­
das. Conocemos muchos hechos verdaderam ente atro ­
ces que vamos a recoger, en parte, como testimonio de
lo dicho.
H ubo casos en que am parándose los invasores en
una favorable predisposición de ánim o hacia la paz
por parte de los indígenas, llegaron a com eter verdade­
ros crímenes, saltando por encim a de la palabra dada,
de la confianza prestada, del honor jurado y toda serie
de garantías en los pactos. Hechos como los que vamos
a n a rra r fueron sin duda alguna alicientes fortísimos
en favor de la aparición de guerrilleros en m asa, de la
resistencia a m uerte, de la lucha hasta la últim a conse­
cuencia, de esas adm irables epopeyas que todos cono­
cen con los nombres de Viriato, de N um ancia, de Ga-
lagurris o de Astapa.
Citemos en prim er lugar la de Lúculo y advirtamos
de paso que éste, como los demás episodios, no han
llegado a nosotros por historiadores iberos —que no los
conocemos —, sino por los latinos y griegos; y que, por
tanto, sus negras tintas proceden de los propios escritos
romanos. Lúculo había venido a España con el decidi­
do propósito de hacerse rico a toda costa. Pero éste no
es delito que nos asombre por lo nuevo ni nos interesa
por el m om ento. Más trascendencia que su afán por el
oro tuvo la atroz crueldad y la infam ante traición co­
m etida con los habitantes de Cauca (la actual Coca, en
la provincia de Segovia). Lúculo había atacado esta
ciudad sin motivo alguno que lo justificase, y los cau-
censes, tras una inútil y corta resistencia, acabaron por
entregarse accediendo de grado a las exorbitantes im ­
posiciones de Lúculo (entre otras, a la entrega de cien
talentos de plata, es decir, 2.216 kilos). Lúculo les
pidió que como garantía de paz dejasen entrar en la
ciudad u n a guarnición rom ana, a lo que tam bién ac­
cedieron; pero tan pronto como ésta entró en el recinto
y tomó las m urallas por dentro, otras tropas romanas
la asaltaron desde fuera, dando la señal, a toque de
trom peta, de «matar a todos los caucenses en edad de
tom ar las armas», dice Appianós, y añade a continua­
ción textualm ente: «éstos (los caucenses) invocando los
pactos y los dioses testigos y execrando la perfidia de
los romanos, eran m uertos cruelm ente; de entre las
veinte mil almas sólo unos cuantos pudieron escapar
forzando las puertas (27).
(27) έσήγαγε τήν άλλην στρατιάν ό Λεύκολλος, καί -rrj σάλχι-[γι
ύττεσήμαινε κτείνειν Καυκαίουζ « τα ν τα ς ήβηδον...., έκ δισμορίων άνδρών κανί
πύλας" απόκρημνους διαφυγόντων ολίγων. Α Ρ Ρ . , I b e r . 5 2 .
La felonía ocurrió en el año 151 antes de J.C . y
justifica, como una brutal provocación que era, los
levantam ientos que poco después habían de cundir por
toda Castilla llevando al grandioso final de N um ancia.
O tra alevosía como la referida ocurría al mismo
tiempo, pero no en Castilla, sino en Portugal, en la
Lusitania. Era hacia el año 151 ó 150 antes de J.C .,
cuando G alba, que había sufrido un serio descalabro
por m ano de los lusitanos —éstos deshicieron su ejérci­
to y m ataron a siete mil romanos —, queriendo tom ar
venganza de un daño debido a su propia torpeza, pasó
a la Lusitania saqueándola a su placer. Los lusitanos,
sin duda atemorizados, se presentaron a G alba en son
de paz, diciendo que querían renovar el tratad o hecho
anteriorm ente con Atilio, antecesor de G alba, que
ellos habían violado. Pero cedamos ahora la palabra al
historiador griego Apiano para no perder ni una tilde
de lo ocurrido en aquella triste y m em orable ocasión.
«Fueron recibidos favorablem ente —dice A p ian o — y*
pactó con ellos, fingiendo lam entar el estado, en que
por necesidad se veían, de entregarse al saqueo, de
hacer la guerra y de faltar a los compromisos contraí­
dos. La pobreza de vuestros suelos y la indigencia en
que vivís —les d ecía— es lo que os fuerza a hacer estas
cosas. Yo daré tierra buena a los amigos necesitados y
las distribuiré para su colonización áin tacañería, divi­
diéndola en tres lotes. Atraídos por tales palabras,
dejaron sus propias haciendas, partiendo al lugar p re p a ­
rado por G alba. Este los dividió en tres grupos, llevan­
do a cada uno de ellos a un determ inado llano y m a n ­
dándoles que perm aneciesen en él hasta que volviese
una vez procurado el asiento definitivo. Dirigiéndose a
los prim eros, ordenóles que, como amigos que eran,
entregasen las arm as, y habiéndolas entregado los aco­
rraló dentro de una cerca, envió contra ellos soldados
arm ados y m ató a todos, aun cuando ellos se lam enta­
ban ante el nom bre de los dioses e invocaban la fe
ju rad a. Del mismo modo con gran rapidez m ató a los
del segundo grupo y a los del tercero, los cuales ignora·1
ban aun lo ocurrido con los del grupo prim ero » (28).
Orosio (29) dice que estos lusitanos eran de aquende el

( 2 8 ) A P P . 7 6 e r .5 6 y 6 0 . P a r t e d e e s t e p á r r a f o h a s id o r e c o g i d o ya c n
la n o t a 9 . E l f i n a l r e z a a s i: ως o ’ ηκεν έτ:ί τούς π ρ ώ τ ο υ ς 1, έ /.έ λ ε υ ε ν ώ ς
φίλους ΟέαΟαι τ ά ο 'λ α , Οεμένους ô 1 ¿ “ ετάφρευέ τ ε , καί μ ετά ς'.φών τ ’.νας
έσιτέμψας άνεΐλεν ά - α ’η α ς , όδυρομένους τε χαί θεών όνοματα χαί r.im z’.ç «να-
καλοϋντας. τ ω 5 ’ α ΰτω τ ρ ό π ω χαί τούς δευτέρους καί τρ ίτο υ ς ε~Ξΐ*/0είς άνεΐλεν,
άγνοοδντας ε τ ι τά π άθη τ« τ ώ ν π ρ ο τέ ρ ω ν . Α Ρ Ρ . I b e r . 6 0 .

(29) IV , 21, 10.

>0
T ajo. Valeriano M áximo añade que el núm ero de los
asesinados era de ocho mil, entre ellos la flor de la
juventud (30); pero Suetonio hace subir la cifra a trein­
ta mil. De Livio y Valerio M áximo se deduce que parte
de ellos fueron vendidos como esclavos en las Galias.
Un crim en de tal m agnitud no podía quedar oculto
ni dejar de conmover a todo ser hum ano conocedor del
hecho. Lo de menos es, tal vez, la cantidad precisa de
víctimas inútiles, con ser ello atroz; lo de más la pérfi­
da alevosía con que se cometió el crim en (31).
El crim en de Galba no podía quedar im pune, al
menos ante los lusitanos. Como un hecho delictivo,
sobre todo si ha quedado sin ejem plar castigo, suele
conducir a veces a consecuencias m ucho más trascen­
dentales que las presumibles, la atroz m atanza de G al­
ba provocó el levantam iento general conocido por
«guerras lusitanas». D urante veinte años, y paralela­
m ente a las de N um ancia, todo el Occidente de Espa­
ña se vio regado a raudales de sangre de lusitanos y
rom anos... No era sólo el problem a económico ni de­
m ográfico el que im portaba ya, era la sed legítim a de
venganza y la certeza de que con un enemigo cruel,
injusto y pérfido y sin el honor debido a su mayor cul­
tura, no había ya más que vencer o m orir en la lu ­
cha. Todo lo demás carecía de interés; no valía la
pena supervivir vencidos para caer en la m uerte de la es­
clavitud, del destierro y de la vergüenza. El incendio
estalló brutalm ente ilum inando las riberas del Tajo,
del Duero, del G uadiana y del G uadalquivir. Por do­
quier se buscaba al rom ano por todas partes se castiga­
ba al que le servía de ayuda, y hom bres de todos p u n ­
tos acudían a engrosar las filas de aquellas guerrillas
de «bandoleros» m andadas entonces por un verdadero
genio de la guerra, que a sus dotes políticas, dotes tan
extraordinarias como las guerreras, se unían el ím petu
y la rabia cosechada cuando, viendo cómo eran dego-

(30) V A L ., M A X ., IX , 6 , 2.
(31) C onocido éste p o r los ro m an o s, h a lló en C a tó n el M ayor,
n o m b re q u e h a p a sa d o a la h isto ria p o r su in te g rid a d m o ral y la
re c titu d de su co n cien cia p o lítica , u n a c u s a d o r te m ib le , al q u e se
u n ie ro n o tro s m ás, p e ro éstos a c u s a b a n ya con m óviles políticos,
in te resad o s, G a lb a , e n efecto, fue llevado al a ñ o sigu ien te, tra s el
c u m p lim ie n to de su m a g is tra tu ra , a n te los rostra, d o n d e oyó sus
p ro p io s crím enes, p e ro com o te n ía apoyos d e to d a ín d o le lo g ró la
a b so lu ció n de un trib u n a l v e n d id o al favor. Su n o m b re , e m p e ro ,
n o se b o rró d e las m en tes ro m a n a s y sus hechos y el proceso ver­
gonzoso a q u e d ie ro n lu g a r pervivió co m o caso e x ec rab le e n la
m e m o ria d e todos. C icerón, Q u in tilia n o , S u eto n io , G elio, F ro n tin o
y a lgunos m á s lo re c u e rd a n a m a rg a m e n te , com o lo h acem os a ú n
hoy, p asa d o s ya veintidós siglos.

31
liados sus compañeros, no pensó en otra cosa que en la
salvación propia p ara vengarlos. He aludido, bien se
echa de ver, a Viriato.
V iriato, en efecto, era uno de los varios miles que
cayeron en la red m ortal de Galba; pero Viriato fue
tam bién uno de los pocos que lograron evadirse en el
tum ulto del homicidio en m asa. Es entonces cuando
entra en la Historia y entra rodeado de sangre, de
traición y ardiendo en santa ira. De entonces en ade­
lante su vida ha de vivirla para perseguir al rom ano y
sus aliados, ya no en encrucijadas y caminos, como
antes, cuando siendo «bandolero», como dicen des­
pectivam ente algunos textos acechaban con un puñado
de hom bres el paso de un convoy rom ano o caía de
improviso sobre u n a ciudad aliada del invasor, sa­
queándola y llevándose sus mieses y ganados; Viriato
iba a buscar ahora a los romanos p ara dar batallas de .
m ás trascendencia, m andando no cuadrillas, sino ver­
daderos ejércitos, de varios miles de hom bres decididos
a todo. El móvil no será ya el robo de ganados, como
simples cuatreros, ni la venganza m ezquina de una
tribu contra otra, ni el problem a de la tierra, ni el del
sustento diario, sino el de aniquilar al enemigo. El arte
m enor m ilitar del golpe de m ano, de la tram pa, de la
em boscada, propia de aquellas em brionarias cuadrillas
semejantes a las de los bandoleros, se van a convenir
en un arte mayor, con grandes masas de soldados, con
objetivos im portantes y decisivos, con expediciones p e r­
fectam ente planeadas, con iniciativas trascendentales.
La guerra iba a dejar de ser para el rom ano una gue­
rra de policía colonial para convertirse en algo m ucho
más serio en una guerra para la cual no bastaban ya
los ejércitos ni los generales, era necesario sobre todo
un valor sobrehum ano, porque el enemigo no entendía
de treguas, de perdón ni de claudicaciones. Los histo­
riadores latinos mismos nos dicen que en R om a tem ­
blaba la juventud cuando se hablaba de reclutar hom ­
bres p ara España.
Los historiadores nos dicen que los muchachdS se
ocultaban, desertaban, sim ulaban servicios secunda­
rios, porque el solo nom bre de N um ancia les daba
escalofríos.
Dejemos a Viriato consagrado apasionadam ente a
su guerra de venganza, pues no es tem a nuestro en el
m om ento. Lo hemos sacado a colación porque es el
caso más típico del factor psicológico en la form ación
de estas «guerrillas», en el origen de nuestras prim eras
form aciones m ilitares, superando en m ucho a I3S p ri­
mitivas bandas que salteaban pueblos, campos y caminos
32
de las tribus vecinas, impulsadas por hábitos b a r­
baros y por regímenes económicos evidentem ente pri­
mitivos y, por tanto, poco aptos para la paz de las
tribus fronterizas. Ahora el enemigo no es ya el vecino,
con el que están por el m om ento aliados, sino el rom a­
no r y no porque fuese extranjero —que esta idea no
tenía entonces el matiz nacional de ahora —, sino por
lo que tenía de cruel, de injusto, de avariento y de
perturbador.
Antes de pasar a otro punto no estará de más el
recoger como último ejemplo la hazaña de Didio, cón­
sul de la citerior entre el 98 y el 94 antes de jesucristo.
C. T . Didio repitió la alevosía de G alba. C uenta el
historiador Apiano, entre otras atrocidades (como la
de haber m atado a cerca de 20.000 arévacos, no sabe­
mos si en guerra o en paz), que habiendo tom ado tras
nueve meses de sitio una ciudad llam ada Kolenda, de
situación desconocida p ara nosotros, vendió como es­
clavos a todos sus habitantes, incluso las mujeres y los
niños. El mismo historiador nos cuenta a renglón se­
guido cómo resolvió el problem a económico que ago­
biaba a los habitantes de cierta ciudad, que no nom bra,
sita cerca de la anterior, de Kolenda. En tal ciudad
vivían gentes celtibéricas p ro ced en tes de diversos
lugares, sin duda refugiadas de los pueblos vecinos.
Vivían a la sazón en arm onía con los romanos; es más,
cinco años antes habían servido bajo las filas romanas
com batiendo a los lusitanos. Cesadas las guerras, estos
hom bres, que no tenían hacienda propia ni modos de
ganarse la vida, vacaron en el ejército, y ante la im pe­
riosa necesidad de vivir hubieron de lanzarse al monte;
«su indigencia —empleemos las mismas palabras de
A piano— les im pulsaba a vivir del robo» (32). El cón­
sul se decidió a exterm inarlos, sin tener en cuenta la rea ­
lidad de su situación ni sus m éritos ya contraídos para
la causa rom ana. Y no cabe pensar en la m iopía políti­
ca de Didio —lo que haría en cierto modo disculpable
su decisión —, porque para atraerlos al lugar de su
sacrificio empleó el vergonzoso ardid de ofrecerles lo
que verdaderam ente necesitaban p ara la paz de todos:
tierra. Pero es mejor que leamos las mismas palabras
conque n arra el hecho el historiador alejandrino: «Di­
dio —refiere A piano— se decidió a aniquilarlos con­
tando con la aquiescencia de los diez legados entonces
presentes. Hizo saber a las personas más destacadas de
entre ellos (33) que quería d ar a los necesitados las
(32) έλήστευον S' i í ϊπ ο μ α ,ζ ούτοι.
( 33 ) τοΐς επιφ ανίω ν αύτων.

33
tierras de los kolendanos. Viendo que la noticia había
sido acogida con alegría, mandóles la participasen a
sus conciudadanos y que se partiesen con sus mujeres
y niños a recibir la tierra. No bien llegaron ordenó a
los soldados salir de la em palizada y a las futuras vícti­
mas e n tra r dentro de ella y so pretexto de contar su
núm ero fue separando en un lugar a los hom bres, en
otro a los niños con las mujeres, a fin de poder calcular
qué cantidad de tierra había de serles distribuida.
Cuando entraron en el interior del foso y de la em pali­
zada, Didio, rodeándoles de soldados, aniquiló a to ­
dos. Didio, por estas cosas, fue honrado con el triunfo
(34).
b) Exacciones romanas. —¿Para qué seguir contan­
do casos y cosas como éstas? ¿Para qué h a b la r de las
em bajadas que algunas ciudades hubieron de enviar a
Rom a quejándose ante el mismo Senado de abusos sin,
cuento, de expoliaciones sin m edida, de crímenes y de
injusticias de toda laya cometidas por los gobernadores
enviados por la ciudad del T ?„;r? Los hechos referidos
son bastantes para explicarse lo que los rom anos p a re ­
cían obstinarse en ingnorar y en no rem ediar, es decir,
que las bandas o los ejércitos de «ladrones», como ellos
decían, no eran tales sino desde su parcial punto de
vista y que fueron ellos mismos, los romanos, los que
estim ularon con sus desmanes de todo género la ap a ri­
ción de aquellas grandes unidades que dentro de poco
veremos recorrer toda España dando frente, cuando
era necesario, a verdaderos ejércitos.
No quiero extenderm e m ucho en añadir a las cruel­
dades ya recordadas la asombrosa lista de las expolia­
ciones rom anas contenidas en los autores latinos, espe­
cialm ente en T ito Livio; pero sépase que causarían
asombro si sum adas las conocidas —ya de por sí ingen­
tes— hiciésemos el cálculo de las calladas. No resisto,
empero, a dar un puñado de ejemplos para que sobre
ellos se pueda entrever un juicio, siem pre pálido, ante
lo que debió ser la realidad, escipión, el vencedor de
los cartagineses en la segunda guerra púnica, se llevó
de España 14.342 libras de plata sin acuñar, más la
acuñada (35). Léntulo, en el año 200 antes de Jesu­
cristo, transportó a Roma 43.000 libras de plata y 2.450
de oro (36). En el año 197 Blasio arrebataba a la
Citerior 1.515 libras de oro, 20.000 de plata en bruto,
más 34.550 denarios de plata acuñada, y Estertinio

(34) A P P ., Ib e r., 99 y 100.


(35) L IV ., X X V III, 38, 5.
(36) L IV . X X X I, 20, 7.

34
privó a la Ulterior de 50.000 libras de p lata (37). ¿Qué
sería el botín que se llevó de España Lucio Emilio
Paulo cuando los historiadores dicen que él era «la
m ayor cantidad de dinero» (38), «la m ayor cantidad de
oro» (39) o «riquezas inmensas?» (40). Entre Sempronio
Graco y Postumio Albino sacaron en el año 179, el uno
de la Citerior y el otro de la U lterior, la cantidad de
60.000 libras de plata (41). Lúculo, el que pasó a cu­
chillo sin piedad a los 20.000 habitantes de Cauca (Co­
ca), llevó de sus casas, además, la cantidad de 100
talentos de plata, lo que supone 2.216 kilos (42).
Estos cuantos ejemplos, repito, bastan para form ar­
se un ligero concepto de lo que significaban las expo­
liaciones rom anas. Paso en silencio otras m uchas de
m enor cuantía, pero no debo callar que tales cifras
proceden de las cuentas oficiales del Erario romano;
son, pues, datos fidedignos que Livio trasladó a sus
Historias sin ver en ello deshonor alguno, pues eran
legítimo botín del pueblo, quien lo recibía de sus gene­
rales al term inar sus cam pañas y celebrar el triunfo.
Lo que ya no sabemos son las cantidades que se queda­
ban para sí los rapaces gobernadores romanos; ni las
que daban en prem io a sus soldados, aunque de esto
tenemos algunas noticias más; ni las que los soldados se
quedaban en propiedad cuando en trab an a saco en
una ciudad o degollaban a sus habitantes. Así Catón,
el pulcro Catón, modelo de ciudadano, cuyo nom bre
conocen los niños españoles desde que em piezan a bal­
bucear nuestra lengua; distribuyó entre sus soldados la
cantidad no pequeña de una libra de plata por cabeza;
eso aparte del botín ya colectado por ellos, que era
grande, según el historiador griego Plutarco. ¡Bien
cumplió Catón su propia m áxim a, que decía era mejor
que regresasen muchos rom anos con plata que pocos
con oro! (43).
No es, sin em bargo, mi propósito hacer ahora un
balance negativo de lo que fue la conquista rom ana de
España, pues se me diría con razón que los tiempos
aquellos no daban otra cosa; que Rom a y el Senado no
enviaban a sus generales a com eter desmanes, sino a
gobernar; que a m enudo se les residenciaba por malas

(37) L IV ., X X X III, 27, 2 y 3.


(38) P O L Y B ., X X X II, 8 .
(39) D IO D ., X X X I, 26, 1.
(40) L IV ., p e r., 46.
(41) L IV ., X L I, 7, 2.
(42) A P P ., I b e r ., 52.
(43) P L U T ., C atón, 10.

35
artes en su gobierno y que, en definitiva, todo em pali­
dece al ver que por estos medios, aunque vituperables,
y a pesar de ellos, se alcanzó el bien inmenso de entrar
por am plias puertas en el recinto de los pueblos civili­
zados, en cuyas labores tan pronto y tan dignam ente
tomamos parte, dando a Rom a y a su Historia no sólo
literatos, jurisconsultos, oradores, geógrafos, legiona­
rios y generales, sino incluso em peradores y de los más
eximios. No trato, pues, de enfocar los hechos por su
lado m alo y juzgarlos sin perspectivas históricas, no; si
lo he sacado de la m em oria es p a ra argum entar en
favor de lo que parece evidente, que en la form ación
de guerrillas y en la aparición de ejércitos como los de
Viriato jugaron un papel muy im portante, a más de la
pobreza de aquellas gentes, un reactivo tan violento
como es la indignación, el odio provocado y la vengan­
za insatisfecha contra gentes que actuaban sin escrúpu·’1
los en sus procedim ientos, creándose obstáculos en lugar
de apartados con un gobierno más hum ano y sensato.

Actuación de las «guerrillas»

Pasemos ahora a n arrar algunos hechos —sólo los


más destacados— de estas «guerrillas» nutridas y fa n á ­
ticas que m andadas por jefes resueltos recorrieron la
Península poniendo en durísimo aprieto durante años
y años a las legiones de Roma.
Los brutales procedimientos que hemos visto em ­
plear por generales como Lúculo, Galba y Didio lanza­
ron a todas las tribus lusitanas a una lucha desespera­
da en la que ya no se ventilaban cuestiones de tierras o
de clases sociales, sino la disyuntiva tajante de vivir o
perecer. A aquellos que impulsados por su indigencia
vivían antes del asalto a las tribus próxim as, se unieron
los que como víctimas de la guerra, de tas exacciones y
de las atroces represalias rom anas se hallaban en ¿ina
situación parecida o tenían ofensas de sangre que ven­
gar. Todos, excepto naturalm ente una m inoría de ri­
cos latifundistas, que se sentían am parados por el o r­
den que Roma quería restablecer, aliáronse entre sí,
olvidando rencillas tribales pasadas (44). Surgieron po-

(44) L os textos no son claro s c u a n d o q u e re m o s e n tre sa c a r de


ellos algo q u e nos in stru y a so b re la posición d e las d istin ta s c ap as
sociales a n te el h e ch o revulsivo d e la p re sen c ia ro m a n a . Sólo se
lo g ra a d iv in a r q u e c o n la p e n e tra c ió n de las legiones su rg iero n
e n tr e los m ism os in d íg e n a s d isc rep a n cia s m o tiv a d a s p o r la a c titu d
de unos y o tro s c o n resp ecto al invasor, u n ié n d o se a los m otivos

36
tentes ejércitos que actuaron con sus m odalidades p e ­
culiares contra el enemigo com ún y contra los que, de
grado o por fuerza, se h allab an al lado del rom ano
como auxiliares o proveedores. Los mismos textos d e ­
ja n expreso clara y repetidam ente que las incursiones y
correrías de estas nutridas form aciones lusitanas, celtí­
beras, lacetanas o vetton.as, aliadas entre sí, y form an­
do a veces grupos mixtos, no sólo tenían por objetivo
batir como fuese al ejército invasor, sino destruir en lo
posible sus bases de operación y desorganizar sus cen-

e co n ó m ico s otros p olíticos q u e e n c o n a ro n d ifere n cia s. T a l vez el


caso m ás e lo c u en te lo h a lle m o s en u n ep iso d io d e la vida d e V iria ­
to, el d e su b o d a , c o n ta n d o con b a s ta n te s d e ta lle s p o r D iodoro,
q u e d e b e se g u ir a q u í ta m b ié n a su fu e n te P oseidonios. El c ab ecilla
ib a a c o n tra e r m a trim o n io c o n u n a m u c h a c h a h ija d e u n o de los
m a g n a te s d e aq u el tie m p o , u n tal Isto lp as. Isto lp as, p a r a a se g u ra r
su h a c ie n d a , no d u d ó ta m b ié n en fo m e n ta r al m ism o tie m p o su
a m ista d c o n los ro m a n o s. El d ía de la b o d a d e su h ija c o n V iriato ,
Istolpas, cogido e n tre estos dos c o m p ro m iso s ta n c o n tra p u esto s,
o p tó p o r p o n e r, co m o se d ice v u lg a rm e n te , u n a vela a D ios y o tra
al d ia b lo . Y a la b o d a de V iria to inv itó a c ie rto s ro m a n o s, p ro b a ­
b le m e n te m ilita re s o altos fu n c io n a rio s , a u n q u e ello n o consta.
L a so rp re sa d el c ab e cilla re b e ld e h u b o d e ser g ra n d e al e n co n trarse
co m o in v ita d o s en su b o d a a sus p ro p io s e n em ig o s, y e n tre el fu tu ro
su e g ro y el p ró x im o yerno sa ltó u n a viva d isc u sió n e n la q u e V iriato
ech ó e n c a ra a Istolpas su d oblez, re c rim in á n d o le su in c lin a c ió n h acia
el ro m a n o y su in ex p lica b le c o n se n tim ie n to e n c a s a r a su h ija con u n
hom b re d e o rig en y rú stic a ed u cació n c o m o él :
(έ-ηρώτησΐ τον Ίστόλζαν, "εΐτα ταΰϋ ’ όρώντε; οϊ 'Ρωμαίοι
τ.αοά σου χατά εστιάσει; ~ω; ~rfi τούτων πολυτελεία? ά~εί·/οντο, δυνά^ενοι
τοΰτ ’ άφαιρεΐσΟαι διά τήν έ-ουσίαν;" τοΟ δέ εί-όντο? ότι πολλών ίδόντοιν
ούδεις έπεβάλετο λαβεΐν ή αίτήσαι, "τί ούν, εΐττεν, άνβρωττε, οιδόντων σοί τήν
άδειαν και τήν ασφαλή τούτων άπόλαυσιν των κρατουντών, καταλι;:ών τούτους
έπεΟύμησας τή; έμης άγραολίας καί άγενείας οικείο; γενέσΟαι"; Diôdoros,
X X X III, 7, 4.)
Isto lp as ju g a b a c o n dos b a ra ja s p a r a s a lv a g u a rd a r sus bienes: con
u n a b u sc a b a el p a re n te sc o c o n el je fe d e la rev o lu ció n triu n fa n te ,
con V iria to , y con la o tra p re te n d ía n o p e rd e r la a m ista d con los
ro m an o s, p ro te c to re s de su h a c ie n d a , y q u e a la la rg a h a b ía n de
v en cer p o r sus fuerzas. A lgo m ás q u e u n a m e ra sim p a tía d e b ía de
h a b e r e n tre los ro m a n o s e Istolpas, p u e s la p rim e ra p re g u n ta de
V iria to p a re c e in d ic a r q u e e n v irtu d d e u n a in te lig e n c ia los ro ­
m an o s n o sólo re s p e ta b a n las riq u ez as d e Istolpas, sino q u e incluso
las p ro te g ía n , cosa al p a re c e r r a r a y e x tra ñ a , sie n d o ta n avaros de
p la ta y o ro . P ero a ú n co n o cem o s d e e sta b o d a o tro s d e ta lle s m uy
curiosos. V olvam os, pues, d e n uevo a D iodoro:
“H a b ié n d o se e x p u esto c o n m o tiv o d e sus b o d a s —dice el h isto ­
r i a d o r — g r a n c a n tid a d de co p as de p la ta y d e o ro y vestidos de
m u c h a s clases y colores, V iria to , a p o y án d o se e n la lan z a, m iró con
d e sd é n to d a s estas riq u ezas, sin a so m b ra rse y m a ra v illa rs e d e ellas,
a n te s b ien m a n ife s ta n d o d e sp rec io . Y ... q u e estas fam osas riquezas
d e su su eg ro e sta b a n so m e tid a s al q u e tuviese la lan z a, y q u e p o r
ta n to m ás bien a él se le d e b ía g r a titu d , pues n a d a le d a b a siendo
él el d u e ñ o d e to d o ” (D IO D .; X X X I J I , 7, 1).
T a m b ié n e n este p á rra fo está c la ra la ra zó n q u e m ovía a Isto l­
p a s a a liarse e n p a re n te s c o c o n V iria to y el d isg u sto q u e éste m ani-

37
tros de aprovisionam iento, aunque éstos fuesen regio­
nes o ciudades indígenas.
Como en los ejércitos romanos se apoyaban princi­
palm ente en las ricas tierras andaluzas y levantinas, ya
casi totalm ente pacificadas y en trance de rom aniza­
ción, fue hacia estas regiones donde dirigieron los lusi­
tanos y sus aliados los principales golpes de m ano. Por
ello las víctimas eran frecuentem ente poblaciones o tri­
bus andaluzas o levantinas, y por ello se explica en
parte que para los romanos, más que ejércitos de libe-

fe sta b a p o r el a la rd e de riq u ez a y p o r la in te re s a d a a m ista d de


Isto lp as c o n el ro m a n o , al m ism o tie m p o q u e m im a b a la del jefe
lu sita n o .
M as a n te s d e p a s a r a o tro testim o n io so b re las d ifere n cia s so ­
ciales, séanos p e rm itid o re la ta r el fin a l de e sta cu rio sa b o d a , en la
q u e suegro y yerno, o riu n d o s de d istin ta s clases sociales, son a d e ­
m ás rivales políticos, y e n la q u e , pese a la so le m n id a d d e la c e re ­
m o n ia y a la p re sen c ia d e los invitados, el yerno n o o c u lta su
in d ig n a c ió n h a c ia el suegro. U n a b o d a así n o d e b ía d e te rm in a r
sino con u n a r u p tu r a violenta; p ero , si bien la h u b o , el final fue
m ás bien el d e u n a m ag n ífica e sta m p a d ig n a d e f ig u ra r en la h is­
to ria novelesca de c u a lq u ie ra de aquellos b a n d id o s ro m á n tic o s a n ­
d a lu c es q u e a su g e n ero sid a d u n ía n n o b le a rro g a n c ia y m ag n ífica
m aje za . H e a q u í las p a la b ra s de D iodoro;
«V iriato, a p e sa r d e n o h a b e r sido ro g a d o in siste n te m e n te a
to m a r p a r te e n el b a n q u e te d e b o d a , n o se lavó ni to m ó asiento en
la m esa, q u e e stab a llen a d e to d a clase de m a n ja re s. U n ic a m e n te
to m ó p a n y c a rn e y la d istrib u y ó e n tre su sé q u ito , lim itá n d o se p o r
su p a rte a llevarse a la b o c a u n poco de a lim e n to . L u eg o m a n d ó
q u e le tra je se n la n ovia, sacrificó a los dioses al m o d o q u e suelen
h a c e rlo los íb ero s, sen tó a la d o n c ella sobre el c a b a llo y se p a rtió al
p u n to h a c ia la sie rra en busca de su esc o n d id a m o r a d a ” (D ió d .,
X X X III, 7).
De la e x isten cia d e siervos, a p a rte las vagas alusiones q u e p o ­
d ría n ra stre a rse e n los textos, tenem os las c la ra s p a la b ra s del d e ­
c reto d a d o p o r el g e n era l ro m a n o E m ilio P a u lo en 189 a n te de J.C .
y co n se rv a d o en el b ro n c e de L a s c u ta . P o r él se d a lib e rta d a
ciertos siervos d e los hastenses, q u e h a b ita b a n la T o r re L a s c u ta n a ,
m a n d a n d o q u e los tales sig u iera n te n ie n d o y poseyendo las tie rra s y
el “o p p id u m ” q u e en to n ces poseyeran (C. I. L ., 5 .0 4 1 ). Los hjft-
tenses son los h a b ita n te s de H a sta R eg ia, cuyas ru in a s e stá n ju n to a
Jerez, e n las M esas d e A sta. C fr. a q u í n o tas 80-81 y tex to c o rre s­
p o n d ie n te .
Los tex to s q u e fo rm a n la u rd im b re de este ensayo son ta m b ié n
a b u n d a n te s testim o n io de la ex istencia de u n a clase social d e sp o ­
seída d e to d o b ien; n i tie rras, ni casa, ni p a trim o n io a lg u n o te n ía n ,
co m o h em o s visto y a ú n verem os.
E stas d ifere n cia s en los e strato s sociales h u b ie ro n d e h a lla r su
n a tu r a l re p erc u sió n e n la a c titu d a d o p ta d a p o r los in d íg e n a s a n te
los a co n te c im ie n to s q u e su c e d ie ro n a la se g u n d a G u e rra P ú n ic a.
Sin q u e p o d a m o s tam p o c o a q u í h a lla r testim o n io s m u y explícitos,
se p u e d e d e d u c ir p o r ciertos casos aislados, co m o el d e Istolpas,
q u e n o to d o s to m a ro n u n a a c titu d o p u e sta al ro m a n o .
El re ac tiv o d e estas g u e rra s e ra lo su fic ie n te m e n te p o te n te p a ra
a c u s a r tale s d iferen cias, y, e fec tiv a m e n te, ten em o s el caso de
Itu c c i, la a c tu a l M artos, en la p ro v in cia d e J a é n , d o n d e vem os
c la ra m e n te d e fin id a s dos a c titu d e s c o n tra p u e s ta s. P e ro ced am o s la

38
ración, los lusitanos fuesen bandas de «ladrones» que
expoliaban a sus convecinos. Pero ello no era sino un
forzado recurso de guerra, que los mismos romanos
em plearon m uchas veces atacando a tribus que, sin es­
tar en guerra con Rom a, subvenían a las necesidades
de sus vecinas beligerantes. Unos y otros estaban igual­
m ente interesados en entorpecer la organización del
enemigo, privándole de vituallas y sustento o dificul­
tando su acopio en últim o caso sem brando la alarm a
en la retaguardia.
Livio, narrando las cam pañas de C atón en el 195,
dice que los bergistanos, a los que llam a «bandidos»,
como es costum bre, gentes que h ab itaban hacia la ac­
tual Berga, en la provincia de Barcelona, «hacían in­
cursiones por los territorios sometidos de la región»,
según sus propias palabras (45). H ablando el mismo
autor latino de A stapa (actual Estepa, cerca de Sevilla),
m anifiesta que a raíz de la expulsión de los cartagine­
ses, sus m oradores, a pesar de sus escasas defensas,

p a la b ra a D iodoro, q u e al tie m p o de n a rra rn o s los hechos nos va a


o b se q u ia r con el p rim e r a pólogo de n u e s tra lite r a tu r a , ap ó lo g o que
el h isto ria d o r pone e n boca del h éro e lu sitan o .
" V iria to —d ic e — m o stra b a e n la c h a rla u n in g en io o p o rtu n o
llev an d o la conversación co m o h o m b re a u to d id a c to y de n a tu ra le z a
n o m a le a d a . Así, pues, com o los h a b ita n te s d e T u k k e n o o bserva­
sen n u n c a sus com prom isos d e fid e lid a d , a n tes b ien ta n p ro n to se
in c lin a b a n d e p a rte de los ro m an o s co m o d e la suya, les refirió
c ie rta fá b u la no desprovista d e in g en io con el fin de p o n e r en
evidencia al m ism o tie m p o la in c o n sta n c ia h a c ia su c au sa. C o n tó ­
les, pues, q u e cierto h o m b re d e e d a d y a m e d ia n a se casó c o n dos
m ujeres. L a u n a , m ás joven q u e él, c o n el deseo de h a c e rle m ás
se m ejan te a sí m ism a en la a p a rie n c ia d e la e d a d , le iba q u ita n d o
los pelos canos de la c ab eza, al tie m p o q u e la d e m ás e d a d le
a tr a n c a b a los negros, de m o d o q u e e n poco tie m p o , d e p ila d o p o r
a m b a s, quedóse fin a lm e n te calvo. L o m ism o h a b ía h a b ía d e ocu-
rrirle s ta m b ié n a los h a b ita n te s de T u k k e , pues com o los rom anos
m a ta b a n a los q u e m ilita b a n en su p a rtid o y los lusitanos a su vez
m a ta b a n a los q u e fig u ra b a n com o enem igos suyos, p ro n to h a b ía
d e verse la c iu d a d despoblada» (D IO D ., X X X III, 7, 5 ).L a a n é c ­
d o ta no d e ja de te n e r u n c ie rto h u m o r, p e ro n o d e ja de ser ta m ­
b ié n u n d u ro reflejo d el a m b ie n te p o lític o e n q u e vivía aquella
so cied ad , cuyas op in io n es se p o la riz a b a n e n dos e x tre m o s to ta l­
m e n te a n tag ó n ico s, el d e los p a rtid a rio s de V iria to y el de los
secuaces del ro m a n o . U nos y otros, seg ú n los vaivenes d e las c ir­
c u n stan c ia s, e lim in a b a n sin m ás c o n sid era cio n e s a los d el p a rtid o
opu esto . S obre las clases sociales, a p a rte los lib ro s d e C osta ( T u te la
d e p u e b lo s en la H isto ria y C olectivism o agrario en E spaña), todos
m u y intuitivos, d e b e c o n su ltarse los estudios m o d e rn o s d e C aro'
B a ro ja : «R egím enes sociales y econ ó m ico s d e la E sp a ñ a p re rro m a ­
na», en la R ev ista In te r n a c io n a l de Sociología, vol. I y II. M a­
d rid , 1944.
(45) «V ergium c a stru m , re c e p ta c u lu m id m a x im e p ra e d o n u m
e r a t et in d e incursiones in agros p a c a to s p ro v in ciae eius fieb an t.»
L IV ., X X X IV , 21. 1.

39
hacían incursiones por los «campos y pueblos vecinos
aliados de los romanos», capturando a los soldados y
m ercaderes perdidos. Llegaron incluso hasta asaltar
una caravana que, sabiendo lo poco seguro del cam i­
no, discurría acom pañada de fuerte escolta a través de
su territorio (46). El episodio tiene todo el aspecto de
las fechorías que hace un siglo solían com eter por estas
mismas tierras los bandidos rom ánticos, descendientes
de estos astapenses. La identidad de paisaje, la conti­
nuidad racial de sus autores y la semejanza en los p ro ­
cedimientos (viandantes, com erciantes y diligencias
asaltadas) invita a llamarlos tam bién «bandidos»; pero
nótese que no caían sino contra romanos y aliados,
como el texto claram ente dice, lo que no im pide q u e ,,
aparte el móvil estratégico, pudiéram os decir, les espo­
leasen tam bién otros menos nobles. En todo caso, no
hay que olvidar que la acción de los astapenses tuvo
lugar en el 206, cuando Cartago perdía sus últimas·
posiciones en la Península, y que A stapa era del p a rti­
do de C artago y enemiga de los romanos. F u e,'p u es,
no un acto de bandidaje, sino lo que hoy llam aríam os
un golpe m ano.
E ran form as de lucha que entonces tenían poco o
nada que ver con el verdadero «bandidaje». Ello lo
atestigua igualm ente el hecho de que aquellas m odali­
dades se dab an tam bién en regiones donde posterior­
m ente no fructificó tal lacra social, como unos cuantos
casos que vamos a citar sum ariam ente lo acreditan.
Livio cuenta que hacia el año 195 los lacetanos,
habitantes de una parte de la C ataluña actual, saquea­
ban con súbitas incursiones a los «aliados de los rom a:
nos» (47).
La afición que estos lacetanos tenían a apoderarse
de cabezas de ganado fue bien aprovechada por Esci-
pión en el 206, quien como quisiera castigarlos jjor
cierta versatilidad partió contra ellos y para sacarlos al
cam po de batalla echó al valle algún ganado del que
llevaba su ejército. Los indígenas, refiere Polybios, al

(46) «Nec u rb e m a u t situ a u t m u n im e n to tu ta m h a b e b a n t


q u a e ferociores iis an im o s fa ce ret, sed in g en ia in c o la ru m la tro c in io
la e ta , u t excursiones in fin itim u n a g ru m so c io ru m p o p u li R o m a n i
fa c e te n t, im p u le ra n t e t vagos m ilites R o m an o s lix a sq u e e t m e rc a ­
tores e x c ip e re n t, m a g n u m e tia m c o m ita tu m q u i a p a u c is p a ru m
tu tu m fu e ra t tra n s g re d ie n te m fines pisitis insidis c irc u m v e n tu m
in iq u o loc in te rfe c e ra n t.» L IV ., X X V III, 22, 3.
(47) «L acetanos, d eviam et silvestrem g e n te m , c u m in sita fe ­
rita s c o n tin e b a t in arm is, tu m c o n sc ie n tia , d u m co n su l exercitus-
q u e T u rd u llo b ello est o c cu p a tu s, d e p o p u la to ru m su b itis in c u rsio ­
n ib u s sociorum .» L IV . X X X IV , 20, 1.

40
ver las reses al alcance de la m ano, se arrojaron a ellas,
entablándose así la batalla con las tropas rom anas en
acecho (48), Pero no deja de ser instructivo este reverso
de la m edalla, que ya no cuenta Polybios, sino Livio, y
es que aquellas cabezas de ganado que el vencedor de
Aníbal puso al alcance de la codicia de los lacetanos
eran ganados «robados por los rom anos del mismo
cam po enemigo en su mayor parte» (49).
Para Livio, los ilergetes, trib u que vivía en la re ­
gión de Lérida, no eran más que «bandidos y jefes de
bandidos que si algún valor tenían p ara devastar los
campos vecinos, incendiar poblados y robar ganados,
nada valían encuadrados en ejército y en com bate re ­
gular (50).
Ya hemos tratado antes de los «bandoleros» de la
com arca de la actual Berga. En cuanto a los pueblos
de la meseta, tenemos noticias que hablan de bandas
vettonas que acom pañaban a las lusitanas en ciertas
«razzias» por A ndalucía, como luego veremos. Los cel­
tíberos son citados por los textos penetrando en la re ­
gión de Vich en el año 183, donde se habían fortifica­
do (51). No sabemos quiénes eran los que en el 141
entraron a saco por la región de los edetanos, en la
parte de Valencia, pero iban acaudillados por un tal
Tanginus que el texto griego llam a «capitán de bando­
leros» (52); parece ser, empero, a juzgar por el aspeto
céltico del nom bre, que procedían de entre los celtíbe­
ros de la meseta superior. No era, pues, sólo en Lusita­
nia, sino tam bién, aunque sin duda en m enor escala,
en Castilla y Cataluña.
Las incursiones acabadas de citar fueron en su m a­
yoría de poca m onta; al menos, com paradas con las de
los lusitanos, que expondrem os a continuación, resul­
tan modestas, como m eras escaramuzas. Bien es ver­
dad que casi todas ellas acaecen en los primeros tiem ­
pos de la dom inación rom ana, época en la que el buen

(48) P O L Y B ., X I, 32.
(49) «... p e co ra , ra p ta p le ra q u e ex ip so ru m h o stiu m ag ris.»
(L IV ., X X V III, 33, 2.
(50) T e x to re fe re n te al a ñ o 206: «... hic la tro n e s la tro n u m q u e
duces, q u ib u s u t ad p o p u la n d o s fin itim o ru m agros te c ta q u e u re n ­
d a et ra p ie n d a p e c o ra a liq u a vis sit, ita in acie ac signis colantis
n u lla m esse.» L I V ., X X V III, 32, 9.
(51) «Eodem a n n o '— 1 8 3 — A. T e re n tiu s pro co n su l h a u d p ro c u
flu m in e H ib e ro in ag ro A u se ta n o e t p ro e lia se c u n d a c u m C e ltib e ­
ris fecit e t o p p id a , q u a e ibi c o m m u n ie ra n t, a liq u o t expugnavit.»
L IV ., X X X IX , 56, 1.
(52) .... Σηδητανίαν, ήν έδήου λήσταχοζ 6νομα Ταγγΐνοζ. Α Ρ Ρ ., lb e r .,
77.
juicio de Escipión y de Catón no llegó a excitar la
cólera e indignación de los iberos, como más tarde los
desmanes de Lúculo, Galba y Dicio, que ya hemos
narrado. Los brutales procedimientos de éstos y otros
gobernadores por el estilo crearon, andando el siglo II,
el mayor conflicto que tuvo Rom a en España; entonces
las cosas cam biaron radicalm ente, como vamos a ver
en unos cuantos ejemplos a m odo de estam pas.

Las grandes campañas de las guerrillas lusitanas

Las prim eras menciones de los lusitanos actuando *


en franca rebeldía contra las legiones rom anas datan
de los prim eros decenios del siglo II y son como p relu ­
dio de lo que van a ser bajo el caudillaje de Viriato, de
Púnico, de Kaisaron y de Kaukeno en los comedios del
mismo siglo.
En el 194, una poderosa colum na de lusitanos h a ­
bía penetrado en la provincia Ulterior (Andalucía),
devastando y pillando los campos y las aldeas. Regresa­
ba a su tierra seguida de una pesada im pedim enta,
consistente en numerosas cabezas de ganado y otra cla­
se de botín. A la altura de Sevilla, precisam ente en
Ilipa, donde está hoy Alcalá del Río, les salió al encuen­
tro P. Cornelio Escipión, hijo de Cneo. Sin duda Esci­
pión quería atajarles en su regreso aprovechando las
dificultades del cruce del Guadalquivir. El hecho es
que se com batió m ucho y con varia fortuna, hasta que
los lusitanos, fatigados por las m archas y em barazados
por el cuantioso ganado que llevaban, fueron desbara­
tados, cayendo en manos de Escipión buena parte de
su botín (53). Cuatro años después el cónsul Emiliano*
Paulo fue derrotado en un lugar llam ado Lycon, sitio
entre los bastetanos, probablem ente cerca de Baeza,
Jaén, por ciertos lusitanos entretenidos en correrías por
dichas tierras. Seis mil hom bres del ejército romano
perecieron; el resto disperso y derrotado, logró salvarse
a duras penas (54).

(53) «... idem p ro p ra e to re L u sita n o s p e rv a sta ta U lteriore


Pro v in cia c u m in g e n ti p ra e d a d o m u m re d e u n tis in ipso itin ere
adgressus a b h o ra te rtia diei a d o c ta v am in c e rto ev en tu p u g n a v it;
n u m e ro m ilitu m im p a r, su p e rio r aliis, n a m e t acie fre q u e n ti a r ­
m a tis adversus lo n g u m et im p e d itu m tu rb a p e c o ru m a g m e n et
re c e n ti m ilite adversus fessos longo itin e re c o n c u rre ra t...» L IV .,
X X X V , 1 ,5 y 6.
(54) «... adversa p u g n a in B a steta n is d u c tu L. A em iliii p r o ­
consulis a p u d o p p id u m L yconem c u m L u sita n is sex m ilia d e e x e r­
c itu R o m a n o cedidise.» L IV ., X X X V II, 46, 7.

42
El el 188-187, vemos de nuevo a los lusitanos devas­
tando los campos andaluces de las tribus aliadas del
los romanos. C. Atilio les salió al encuentro cerca de
Jerez, en H asta Regia. El núm ero de estas gentes debía
de ser grande, ya que, según se cuenta, perecieron de
los lusitanos unos seis mil hom bres, siendo dispersado
el resto (55). Al mismo tiem po los celtíberos de las
mesetas hacían tam bién incursiones sobre los aliados
de los romanos (56).
En todos estos casos y otros más que no podemos
recoger aquí porque ello sería repetir la historia de las
luchas de independencia, vemos que aquellos llamados
«bandidos» no son ni más ni menos que «guerrilleros»
que ya no caen de improviso sobre tribus vecinas y
pacíficas, sino sobre aquellas que hoy llam aríam os «co­
laboracionistas» .
La rebelión iba tom ando entre tanto grandes vue­
los. Cuéntanos Apiano que por los años 155 a 153 unas
nutridas huestes de lusitanos, m andadas por un tal
Púnico, recorrieron toda la zona m arítim a de A ndalu­
cía, la región costera que entonces estaba habitada por
los blast ophoenices —gentes en gran parte de origen
fenicio y cartaginés—, lo que equivale a decir que sus
nuevas correrías tuvieron por teatro la franja litoral
com prendida entre el Estrecho de G ibraltar y la pro ­
vincia de Almería. Esta vez los lusitanos no iban solos,
sino acom pañados de los vettones, gentes de Castilla la
Vieja, colindante con los lusitanos por el N.E. de su
territorio. Es muy posible que ambos pueblos fuesen
enemigos más de una vez, pero la causa común les hizo
olvidar rencillas pasadas y unirse contra el enemigo.
De esta acción estamos bastante bien informados. Sa­
bemos que los blastophoenices eran aliados de Roma,
lo que justificaba la larga y peligrosa expedición, en la
que vettones y lusitanos hubieron de bajar hasta objeti­
vos distantes de sus bases más de quinientos kilómetros.
Los lusitanos pusieron en fuga a dos generales ro ­
manos y m ataron a un cuestor, haciéndoles en conjun­
to más de seis mil m uertos. Púnico fue herido más
tarde de una pedrada en la cabeza, de la cual murió.
Sucedióle otro jefe, que Apiano llam a Késaro. Entre
tanto había llegado de Roma otro ejército al m ando de
M ummio. El general rom ano logró dispersar a los lusi-

(55) «... cum L u sitan is in agro A stensi signis collatis p u g n a v it,


a d sex m ilia ho stiu m su n t caesa, c a te ri fusi e t fu g a ti castrisque
e x uti.» L IV ., X X X IX , 21, 2.
(56) «... ex iis litteris c o n g n itu m est C eltib ero s L u sitan o sq u e
in arm is esse et sociorum agros p o p u la ri.» L IV ., X X X IX , 7, 6 .

43
taños, pero éstos, habiéndose vuelto repentinam ente
sobre sus perseguidores, en una m aniobra del gusto de
los guerrilleros, hicieron a M ummio nada menos que
nueve m il m uertos, es decir, las dos terceras partes de
sus contingentes, y conste que estos datos proceden de
fuentes rom anas o grkgas con base en docum entos ofi­
ciales. En manos de los guerrilleros cayeron, a más del
botín, arm as e insignias romanas, las cuales fueron
paseadas triunfalm ente por toda la Celtiberia, siendo
un incentivo p ara el levantam iento general que condu­
jo a las guerras num antinas (57).
Al mismo tiempo, como si obedeciese a un plan
general apreviam ente establecido entre los pueblos pe-'
ninsulares, comienzan a agitarse las tribus celtibéricas
y los lusitanos del N. del Tajo bajan de nuevo y entran
en el Algarve y saquean toda la región de los' cuneos o
Kynetes, súbditos entonces de Rom a, tom ando su capi­
tal, Conistorgis. Luego se corren por el S.E., llegando
hasta „el Estrecho de G ibraltar, el cual atravesaron a u ­
dazm ente, poniendo pie en el N. de Africa. Uno de los
grupos devastó esta región, m ientras otro puso sitio a
Okile, ciudad que se ha querido identificar con Arcila,
en la costa atlántica de Marruecos. El jefe de estos
lusitanos se llam aba Kaukeno. Sobre el contingente
lusitano habla bien claro el núm ero de m uertos que
M ummio logró hacerles: si las cifras no son exagera­
das, subió hasta 15.000, que los textos dicen era el
total de las fuerzas lusitanas; pero es m uÿ posible que
estén am añadas por los analistas romanos, quienes fija­
ron esta cantidad sin duda como réplica a los otros
15.000 hom bres que perdieron poco antes en las accio­
nes de Púnico y de Késaro (58). Perm ítasem e subrayar
que la acción de Kaukeno en el N. de Africa es L·.
prim era intervención m ilitar conocida en nuestra his-
toria dentro de estas tierras, y que preludia en diecisie-

( 5 7 ) Ote; έπβρ θείς ó Πούνικος τα μέχρι ωκεανού κατέδραμε, καί Ούεττονας


ές τήν στρατείαν προσλαβών έπολιόρκει 'Ρ ω μ α ίω ν υττηκόους τούς λεγομένους
Β λαπτοφοίνικα;..... Π ούνικος μέν ούν λίΟω π λ η γ ε ίς ές τήν κεφαλήν άπέΟανε,
διαδέχεται Ô’ αυτόν ανήρ ώ όνομα ήν Καίσαρος · ουΐος ¿ Καίσοροί Μουμμίω, (
μετά στρατιας άλλης επελθόντι δπο *Ρώμης, èc μάχην συνηνέχΟη και ήττώ-
>μενοΓ έφυγεν. Μ ουμμίου 0 ’ αύτδν άτάκτως' έπιστρα ^εις έκτεινεν ες έννακισχι-
λίους, και την τε λείαν τήν ήρπασμένην καί το οίκεΐον στρατόζεδον άνεσώτατο,
καί τδ 'Ρ ω μ α ίω ν π ρ ο σ έλ α βέ τε, καί διήρτ:ασεν οπλα καί σ η μ εΐα π ο λλά, ά π ερ
ο ί βάρβαροι κατα τήν Κ ελτιβηρίαν όλη π ερ ιφ έρ ο ντε; έ π ε τ ώ θ α ζ ο ν .Α Ρ Ρ .,
Ib e r ., 5 6 .
( 5 8 ) Λ υσιτανώ ν δ ’ οί έ π ί θάτερα τού Τ ά γο υ ποταμ ού, .χάχεΐνοι 'Ρ ω μ α ίο ις
πεπολεμ νιμ ενοι, Καυκαίνου σ<ρών ηγουμένου Κουνέους έπορθουν, οι ‘Ρψ μαίοις
ήσαν ϋζήκοοι, καί τό λιν αυτών μεγάλην είλον Κ ονίστοργιν. τ:άρά τ ε τ ά ς Σ τή λ α ς
τ ά ς 'Η ρ α κ λείου ς τόν ωκεανόν έπέρω ν, καί ο ί μέν τήν άλλην Λιβύην κατέτρεχον,
οϊ δ ’ ’Ο κίλην π ό λιν έπόλιόρκουν. Α Ρ Ρ . , Ib e r., 5 7 .

44
te siglos las que españoles y portugueses habían de
em prender para el dominio de la zona S. del Estrecho,
vital siempre para los intereses peninsulares. Antes y
después de la hazaña de Kaukenp los pescadores gadi­
tanos, los del Algarve y los del Estrecho pescaban no r­
m alm ente por el litoral m arroquí, bajando, como aún
hoy, hasta las Canarias y el S áhara español en busca
del rico banco pesquero de estas aguas. Los textos que
acreditan lo dicho son numerosos y explícitos y fueron
ya recogidos y comentados por m í en varias ocasiones
(59)·
Finalm ente, por no hacer interm inables los ejem ­
plos, recordemos que dos o tres años después —hacia
el 150— aparecen de nuevo los lusitanos, divididos en
dos grupos, saquean las regiones de la T u rd etan ia y las
cercanías de Cádiz, zona esta im portantísim a como b a ­
se que era de las comunicaciones de la Bética con
Rom a. El núm ero de estas tropas debía de ser tam bién
muy grande, ya que Lúculo les hizo en dos ocasiones,
según se dice, cerca de 5.500 bajas, amén de un gran
núm ero de prisioneros (60).
No es oportuno extenderse ahora en rem em orar las
epopeyas de Viriato y de los celtíberos, de todos sabi­
das. Con los ejemplos aducidos basta p a ra nuestro p ro ­
pósito, que no es otro que tra ta r de conocer las causas
que dieron origen a la aparición de la «guerrilla» en
tiempos de las luchas con Rom a. Más interés tiene el
recoger algunos testimonios antiguos acerca del modo
de guerrear de estas form aciones. A ello vamos a dedi­
car las líneas que siguen.

Aspecto y modo de combatir


de las guerrillas lusitanas

En dos historiadores griegos, ambos coetáneos de


Augusto, es decir, de hacia el comienzo de nuestra era,
hallamos las dos descripciones más precisas sobre los
guerrilleros lusitanos, que fueron los m ás destacados en
esta m anera de guerrear. Oigamos prim ero a Diodoro:
«Los más fuertes de los iberos son —dice el historiador
sikeliota— los lusitanos. Para la guerra llevan escudos
muy pequeños, tejidos de nervios, con los cuales y gra-

(59) V éase m i lib ro F enicios 31 C arthagineses en O ccidente.


M a d rid , 1942, p á g . 176 y ss. C fr. ta m b ié n m i a rtic u lo “ L a n a v e ­
g a c ió n ib é ric a en la A n tig ü e d a d según los tex to s clásicos y la a r ­
q u e o lo g ía ” , M a d rid , 1944, e n la R e v ista de E stu d io s Geográficos,
a ñ o V , n ú m . 16, p á g . 550.
(60) A P P ., Ib e r., 60.

45
cias a su dureza pueden defender su cuerpo holgada­
m ente. En la lucha lo m anejan con destreza, m ovién­
dolo a uno y otro lado del cuerpo y rechazando con
habilidad todos los tiros que caen sobre ellos. Usan
tam bién picas hechas enteram ente de hierro y con la
p u n ta a m odo de arpón y llevan casco y espada muy
parecida a la de los celtíberos. Lanzan sus picas con
precisión y a larga distancia y causan a m enudo heri­
das muy graves. Son ágiles en sus movimientos y ligeros
en la carrera, por ello huyen o persiguen con rapidez;
pero en cuanto a tenacidad para resistir al enemigb
quedan muy atrás de los celtíberos... En el com bate
avanzan rítm icam ente, entonando cantos guerreros
cuando atacan a los enemigos. Hay una costum bre
m uy propia de los iberos, pero principalm ente de los
lusitanos, y es que cuando alcanzan la edad viril, aq u e­
llos que se encuentran más apurados de fortuna, pero
destacan por la fuerza de su cuerpo y por su denuedo,
se proveen de valor y tom ando sus arm as se reúnen en
las asperezas de los montes; allí form an im portantes
bandas que recorren Iberia am ontonando riquezas con
el robo. Y esto lo llevan a cabo sin gu ard ar respeto a
nada. Teniendo, pues, ligeras arm aduras y siendo muy
ágiles en sus movimientos y muy vivos de espíritu, difí­
cilmente pueden ser vencidos por los demás. Conside­
ran las anfractuosidades y asperezas de las sierras como
su patria y en ellas van a buscar refugio p ara ser im ­
practicables para los ejércitos grandes y pesados. Por
ello, los romanos, que h an hecho numerosas cam pañas
contra ellos, si bien han contenido sus audacias, no
lograron poner fin a sus depredaciones a pesar de sti
empeño» (61).
El texto de Diodoro que acabam os de traducir es
de suma im portancia y ha de proceder de Poseidonios,
que escribe sobre los lusitanos hacia el año 100 antés
de J.C ., es decir, unos lustros después de finalizar las
guerras lusitanas y num antinas. Como Poseidonios to­
m a estos datos en la misma España y por boca de
romanos, m ilitares o civiles, y él mismo ha visto con sus
propios ojos parte, al menos, del teatro y de los perso­
najes de aquellas sangrientas escenas, no es m ucho d e ­
ducir que las palabras de Diodoro son docum entos fi­
dedignos como pocos. Y, en efecto, los testimonios
arqueológicos confirm an a satisfacción estos datos lite­
rarios, según luego veremos.
Pasemos ahora al otro texto, al de Estrabón, que

(61) D IO D ., V. 34. 4 a 7.

46
com pleta el de Diodoro. «Dicen de los lusitanos —es­
cribe el geógrafo— que son diestros en prep arar em ­
boscadas y en perseguir al enemigo; que son listos,
ágiles y disimulados. Su escudo es m uy pequeño, de
dos pies de diám etro, y cóncavo por el lado anterior; lo
llevan suspendido por delante con correas y no tienen
abrazaderas ni asas. Van arm ados tam bién de un p u ­
ñal o cuchillo que llevan junto a la espada. La mayor
parte de ellos usan corza de lino y no pocos cota de
m alla y casco de tres cimeras; los demás se cubren con
cascos tejidos de nervios. Los infantes usan perneras y
llevan varias jabalinas; algunos sírvense de lanzas pro­
vistas de punta de bronce. Los lusitanos hacen sacrifi­
cios y exam inan las visceras sin separarlas del cuerpo;
observan asimismo las venas del pecho y adivinan pal­
pando. T am bién auscultan las visceras de los prisione­
ros cubriéndose con m antos. Cuando la víctima cae
por m ano del adivino, hacen una prim era predicción
por el m odo de caer el cadáver. A m putan la mano
derecha de los cautivos y las ofrecen a los dioses» (62).
Los datos son tam bién sum am ente interesantes y
com pletan, sin repetir, a los de Diodoro. Es que en el
texto de Estrabón ha de proceder de Polybios, autor
que el geógrafo m anejó m ucho para escribir el libro
que dedica a España en su Geografía m onum ental.
Precisamente la parte que Polybios escribió sobre los
lusitanos se ha perdido y es probable —como hemos
dicho — que tengamos en este párrafo de Estrabón un
resumen de ella. Como Polybios recorrió parte de Es­
paña justam ente cuando se desarrollaban los últimos y
más trágicos momentos de la larga rebelión de celtíbe­
ros y lusitanos (Polybios llegó por lo menos hasta la
provincia de Soria, pues estuvo presente en el año 133
a la caída de N um ancia), sus datos son de máximo
crédito.
Sobre el arm am ento de estas tropas, aparte de las
noticias de Diodoro y Estrabón, tenemos los testimo­
nios arqueológicos, que coinciden en todo y por todo
con los literarios. El escudo pequeño y redondo, muy
apto para la lucha cuerpo a cuerpo y para p arar los
dardos, escudo que, como dice Diodoro, m anejaban
con sum a destreza y agilidad moviéndolo alrededor del
cuerpo, es lo que en los textos latinos se llam a «caetra».
Este escudo era corrientem ente usado por los pueblos
de estirpe ibérica en general y tam bién a veces por los
célticos o celtíberos. De él se h an encontrado más de

(62) S T R A B ., I II. 3, 7.
un testimonio, pero aparecen m uchísimas veces em pu­
ñados o colgados por delante o por detrás del tronco
en los soldados de a pie y de a caballo, representados
en centenares de figuritas de bronce coetáneas. T a m ­
bién los vemos en escenas esculpidas de Osuna y en las
pintadas sobre los vasos ibéricas, singularm ente los de
Liria (Valencia), en los que se percibe m uy bien la
particularidad recogida por Estrabón de ser cóncavos
por la parte delantera. Ello tendía sin duda a evitar
que los dardos o piedras resbalasen hacia afuera (63). ,
T am bién conocemos muy bien la espada, a cuya
funda iba adherida otra vaina pequeña que contenía
un cuchillo. Así en una sola arm a llevaban dos: la
espada y el cuchillo. Es lo que el texto de Diodoro
llam a «paraxiphís» ( παραξιφίς ) y que era realm ente un
arm a celtibérica usada tam bién por los lusitanos, como
advierte el texto de Diodoro. En cuanto a la pica la r­
ga, toda ella de hierro (punta, asta y contera), llam ada
por los griegos «holosíderon» ( όλοαίδηρον )y por latinos
«soliferreum» que significa lo mismo (todo hierro), te ­
nemos tam bién muchos ejemplares, y de las específica­
m ente lusitanas, que tenían una pu n ta en form a de
gancho, como la de un anzuelo, arm a terrible que
m ordía en los cuerpos sin separarse de ellos, causando
herida m ortales, como advierte Diodoro, conócense
tam bién algunos ejemplares hallados en Osuna (64).
Los cascos de cimeras, con crines volantes, nos son
conocidos por dos relieves tam bién de Osuna y oriun­
dos de algún m onum ento donde César representó a los
lusitanos que servían a uno de los hijos de Ponpeyo
cuando la guerra civil, y a los cuales venció precisa­
m ente en la citada ciudad andaluza. Tam bién se ven
en ellos y en otros relieves del mismo yacimiento las
corazas de lino de que.hablaba Estrabón (65).
Sobre el m odo de guerrear, estos textos no hacen
sino abundar en lo que se desprende directam ente de
los hechos ya expuestos y de otros que no hemos reco­
gido por superfluos. Su coincidencia con los p ractica­
dos por las guerrillas en nuestra G uerra de la In d e­
pendencia es absoluta. Todas las m aniobras de ataque
y de defensa estaban plegadas a la naturaleza del terre-

(63) S o b re la “c a e tra " véase J. C A B R E : B o le tín d el S em inario


de E stu d io s d e A r te y A rq u e o lo g ía de la U niversidad de V alladolid.
T o m o V I, fase. X X II a X X IV (V a lla d o lid , 1939-40).
(64) V e d m i lib ro L a D a m a de E lc h e y el c o n ju n to d e piezas
arqu eo ló g ica s reingresadas en E sp a ñ a en 1941, M a d rid , 1943,
fig. 98.
(65) Id e m .

48
no, que de intento se solía buscar entre los de condi­
ción más áspera, con el fin de facilitar el ocultamiento
tanto al dar el golpe como al rechazar la réplica. Evi­
taban, como es natural, todo encuentro a la descubier­
ta, y si lo iniciaban era para sim ular una huida y con
ella atraer a los generales inexpertos a emboscadas cer­
teram ente endidas. Así pereció, como se recordará, lo
más florido del ejército de M ummio, al que Késaro,
m ató 9.000 hombres, vale como decir las dos terceras
partes del total de sus fuerzas. Y es que el ejército de
M ummio acababa de llegar de Rom a y se envalentonó
tanto con la prim era aparente victoria que Késaro su­
po sim ular, que persiguiendo a los enemigos no supo
defenderse cuando éstos de improviso se volvieron co­
mo rayos contra los incautos perseguidores. Tales h e ­
chos son muy frecuentes y a ellos aluden los epítetos de
ligeros, ágiles de movimientos, rápidos, listos, vivos de
espíritu, disimulados, diestros en emboscadas, con que
los textos transcritos aluden a los lusitanos y otros no
recogidos a todos los demás iberos o celtíberos del resto
de España. Es que entonces, como en 1808, las carac­
terísticas del terreno y la falta de grandes ejércitos re­
gulares y bien organizados im ponían la aparición de
guerrillas y el empleo de una táctica peculiar. Ello lo
hemos visto repetirse tam bién en nuestros días en paí­
ses distintos al nuestro, pero en condiciones de terreno
y en circunstancias políticas m uy similares.
Sobre el sacrificio de víctimas hum anas, corriente
entre los lusitanos, a lo que aluden Estrabón y otros, es
signo del nivel cultural en que estos pueblos del Occi­
dente de la Península se hallaban al llegar los romanos.
Pero el desarrollar este tem a es salirse del propósito
que nos ocupa en el m om ento, por lo que lo soslaya­
mos. No he de cerrar, em pero, este punto sin recoger
otro testo, breve y curioso, sobre los lusitanos. Apiano,
hablando de Viriato, dice que sus tropas se presenta­
ron en un asalto a la ciudad de Itucci (la actual Mar-
tos, en Jaén), en núm ero de seis mil hombres, con gran
clam or y estrépito, exhibiendo largar cabelleras, que
sacudían para im poner pavor al enemigo (66). A esta
misma costum bre alude Lucilio cuando refiriéndose al
caudillo lusitano dice de él que tenía la costumbre de
m enear la cabeza dando al viento su larga cabellera,

( 6 6 ) Κ αί το ν ΟύρίαΟον, έξαχ.'.σ'/ιλίοις άνοράσιν έ π ιό ν τα οί μ ετά τε κραυγής


καί OgoúJWj βαρίαο'.κοΰ καί κ ό μ τ,ς μ α κ ρ α ί, ή ν έν τ ο ΐ ; π ο λ έ μ ο ις επισειουσι
τ ο ΐ ς έχβ ρ ο ΐς. Á P P . , I b e r ., 6 7 .

49
que le caía sobre la frente (67). Los relieves de Osuna
m uestran tam bién a las claras esta p articu larid ad (68).

Fortines y torres de aviso contra las incursiones de los


«bandoleros» y las «guerrillas»

Los fragm entos textuales recogidos y com entados


líneas atrás aluden con m ucha frecuencia, como se
hab rá reparado, a Andalucía y en m enor grado a L e­
vante. La Baetica, en efecto, atraía con especial p redi­
lección a los bandoleros cuando el propósito de éstos
era sim plem ente el robo, y a las guerrillas cuando,
levantándose el ánim o de todos, contra el rom ano, iba
abiertam ente en busca del enemigo o a debilitar sus
principales bases de apoyo. Como éstas' estaban preci­
sam ente en los puertos de la costa y en las ricas ciudades
y tierras de A ndalucía, allí iban aquellos guerrilleros
que al m ando de Púnico, Kaukeno, Késaro, V iria­
to, T áutalo, etc., vemos «razziar» varias veces las tie­
rras y costas de Cádiz, las orillas del G uadalquivir, las
playas de M álaga y del Estrecho y hasta cruzar el brazo
de m ar para recorrer el Norte de M arruecos. Acciones
como estas y como las de los simples ladrones de g a n a ­
do hubieron de dar lugar a una reacción defensiva
organizada y a una serie de m edidas perm anentes que
evitasen o am inorasen los daños de estas incursiones.
No son muy parcos los textos en darnos noticias de
ello. Ni la arqueología ha guardado tam poco con d e­
m asiado celo los restos com probatorios de los textos.
Unos y otros testimonios van de la m ano, como ah aja
veremos.
Una form a muy particular de nuestra prim itiva a r­
quitectura m ilitar fueron las torres aisladas, con oficio
m ixto de fortaleza destacada, de vigías o atalayas pre­
ventivas, alzadas acá y allá en las cimas estratégicas
cercanas a costas o vías o ciudades.
Los historiadores latinos llám anlas de diverso m o­
do, pero con un significado sim ilar en todos los casos
cítanse como «turres», «speculae», «propugnacula»,
«praesidia». En alguna mención se le llam a tam bién
«turres Hannibalis», aunque su atribución no se halla
del todo justificada. Los testimonios de esta nom encla­
tura se verán a lo largo de mi exposición en citas opor­
tunas,

(67) « la c ta ri c a p u t a tq u e com as flu ita re c a p ro n a s a lta s, fro n ­


tib u s inm issas, u t m o s fu it illis.» L U C ., V , 288.
( 68 ) V ide m i lib ro L a D a m a de E lch e, etc., ya c ita d o .

50
De los textos se desprende que dichas torres-atala­
yas fueron especialmente abundantes en el Mediodía y
Levante de la Península. En efecto, dada la riqueza
natural de estas dos regiones, su m ayor población, su
im portancia estratégica para los cartagineses o rom a­
nos, el carácter m ontañoso predom inante y la proxim i­
dad de la costa, estaban más expuestas que las ciuda­
des del interior a golpes de m ano imprevistos, razón
que explica suficientem ente la m ultiplación de estos
fortines, cosa que además de constar reiteradam ente
en los mismos textos coetáneos lo confirm an hallazgos
arqueológicos.
Su existencia parece datar, sin em bargo, de tiem ­
pos muy anteriores a la dom inación cartaginesa y ro ­
m ana. Las posibles incursiones piráticas a que debían
estar expuestas las poblaciones de la costa y la división
étnica, frecuentem ente hostil, de las poblaciones del
interior, debieron aconsejar desde tiempos remotos la
construcción de estos fortines-atalayas para defensa y
aviso de las ciudades, campos y costas amenazados por
tales peligros, siempre posibles.
Al iniciarse las guerras anibálicas, los púnicos m ul­
tiplicaron, al parecer, su núm ero, alzando en todos los
cabos atalayas vigilantes, según nos dice Livio (69). A
ellas debe referirse tam bién Plinio al llam ar, tanto a
las de España como a las de Africa, «turres de H anni­
balis» (70). La im portancia que desde el prim er m o­
m ento tuvieron las luchas entre cartagineses y romanos
en nuestra Península, a lo largo de la segunda Guerra
Púnica, explica tam bién que estos fortines-atalayas se
prodigasen igualm ente en el interior. Luego, term ina­
das estas guerras, comenzaron los frecuentes levanta­
mientos de los indígenas contra sus nuevos dom ina­
dores.
Véase en el texto que sigue una breve pero elocuen­
te demostración de lo dicho. C uenta el anónimo autor
de Bellum Hispaniense —que estuvo actuando en las
cam pañas de César contra los pompeyanos en la Ulte- ,
rior (año 45) —, que p ara precaverse de las frecuentes
incursiones de los bárbaros, todos los puntos alejados
de las ciudades de la Ulterior se hallaban en su tiempo
protegidos con torres y fortificaciones que servían al
mismo tiempo de atalayas, que por su elevación po­
dían descubrir m ucha tierra a la redonda (71).
(69) « C arthaginienses q u o q u e c u m speculis p o r onia p ro m u n -
tu a r ia positis p e rc u n c ta n te s p a v e n te sq u e a d singulos n u n tio s solli­
c ita m h iem e n egissent.» L IV ., X X IX , 23, 1.
(70) P L IN ., N . H ., II, 181, y X X X V , 169.
(71) «... h ic e tia m p ro p te r b a r b a r o r u m c reb as excursiones

51
Idéntica referencia hallamos en Livio, quien escri­
biendo a propósito de las guerras anibálicas en la P e­
nínsula dice: «Tiene España m uchas torres dispuestas
en lugares elevados y usadas como atalayas y defensas
contra los ladrones» (72).
Dice tam bién el citado historiador latino que en el
año 212, Cn. Escipión, derrotado por los cartagineses,
hubo de buscar refugio en una de estas torres, sita* en
cierta altura desnuda y rocosa, tanto que no sólo fue
imposible reforzar su defensa con em palizadas por c a ­
recer de vegetación, sino que ni aun siquiera pudieron
abrir trincheras o alzar parapetos de tierra por ser todo
el cerro de roca viva (73).
El ya citado autor del Bellum Hispaniense dice que
la torre donde se refugió C. Pompeio tras de M unda
(año 45) estaba situada en una región de difícil acceso,
naturalm ente condicionada p a ra que, aun atacando
una gran m ultitud, pudiesen defenderse en la torre
unos cuantos hombres. En efecto, allí se resistió Pom ­
peio con su guardia lusitana, rechazando varias veces a
los asaltantes, hasta el punto que, p ara obligarle a
rendirse, éstos tuvieron que cercar por entero el reduc­
to con trincheras y vallas (74).
De los textos recogidos se desprende, pues, que las
citadas torres-atalayas eran abundantes y que su situa­
ción las hacía inexpugnables por alzarse en cerros
abruptos y bien defendidos naturalm ente, al modo de
nuestros castillos medievales. Servían principalm ente
p ara vigilar las costas y vías interiores. Su eficacia exi­
gía adem ás que estuviesen enlazadas con otras, a fin de
transm itir rápidam ente, por medio de señales, el peli­
gro que se avecinase, tal como se ha usado hasta hace
poco. H acían, pues, el oficio de verdaderos semáforos.
De noche, y tam bién quizá de día, em pleábase el fuego
como señal d e'alarm a. Plinio habla de ellos ocasional­
m ente refiriéndose a las torres costeras de España y
Africa a propósito de ciertas observaciones sobre la
m archa y sucesión de la noche al día (75).

o m n ia lo ca q u a e su n t ab o p p id is re m o ta , tu rrib u s e t m u n itio n ib u s
r e tin e n tu r, sic u t in A frica; ru d e re n o n tegulis te g u n tu r, sim u lq u e
in his h a b e n t speculas et p r o p te r a ltitu d in e m la te lo n g e q u e p ro sp i­
c iu n t.» B ell. H isp ., V III, 3.
(72) «M ultas et locis altis positas tu rris H isp a n ia h a b e t, q u ib u s
e t speculis e t p ro p u g n a c u lis adversus la tro n e s u tu n tu r.» L IV .,
X X II, 19, 6 (seguim os la re cien te e d ic ió n d e los libros X X I y X X II
del señ o r V A L L E JO ).
(73) L IV ., X X V , 36, 2 y 13. E sta to rre d e b e situ a rse en la
re g ió n del S. E. d e la P en ín su la.
(74) B ell. H isp ., X X X V III, 3 y ss.
(75) «... in qu is p re a e n u n tio s ignes sex ta h o ra d iei accensos

52
Su estructura arquitectónica era varia y nos es co­
nocida en parte por los restos estudiados. Eran circu­
lares, cuadrangulares y elípticas; si tuvieron varios p i­
sos no es más que una conjetura verosímil; que eran
relativam ente grandes se desprende de los dos hechos
antes citados, referentes a Cn. Scipión y Cn. Pompeio.
El prim ero pereció en ella con su séquito. Tenía ade­
m ás varias puertas que incendiaron los sitiadores para
poder penetrar (76). El segundo se defendió con sus
lusitanos hasta el último m om ento (77). Eran por lo
general de tapial, hecho con moldes de m adera y muy
resistentes al fuego y a la intem perie, tanto como si
fuesen de cemento. En tiempos de Plinio el Viejo (siglo
I después de J.C .), que estuvo en España y de quien
proceden estos datos, aún veían por doquier estas vie­
jas torres casi intactas. (78). Su techo era, al menos en
cierta zona de la región de Córdoba, no de teja, sino
de m ortero tam bién (79).
.Que estas torres pudieron d ar lugar en algún caso a
la concentración de un pequeño núcleo de viviendas
alzadas a su am paro, se desprende de un texto lap ida­
rio en el cual se habla de una ciudad llam ada Turris
Lascutana (80). Plinio habla de una com unidad de
nom bre Lascuta, sita en el Conv. gaditanus (81). Sería
pues, una aldea nacida alrededor de una de las torres
que vigilan la zona circundante a Lascuta (82). Casos
ciertos son los de T orre C rem ada (en el Bajo Aragón) y
Lucena del Cid (Castellón), de los que luego hablare­
mos.
Estas torres-atalayas conocidas por la arqueología
fueron estudiadas por mí recientem ente (83). De ellas
harem os aquí una ligera m ención. En la partida de los
Hoyos, térm ino de Lucena del Cid, población asentada
a unos mil m ' "ros sobre el nivel del m ar, en un escalón
que hace de avanzada de la meseta aragonesa, hay

saep e c o n sp e ctu m est te rtia noctis a terg o u ltim is visos.» P L IN .,


N a t. H ist., II, 181.
(76) L IV ., X X V , 36, 13.
(77) Bell. H isp ., X X X V III.
(78) P L IN ., N a t. H ist., X X X V , 169.
(79) «... ru d e re n o n tegulis te g u n tu r.» B ell. H is., V III, 3.
(80) C .I .L ., II, supl. 5.041, tex to fe c h a d o en 189 antes de
J .C . C fr. a q u í n o ta 44, h a c ia el fin al.
(81) P L IN ., N a t. H ist., I l l , 15.
(82) P e m á n la coloca e n M esa d e O rte g a , e n el lím ite e n tre los
térm in o s d e M ed in a y A lc alá d e los G azules V ide C. PE M A N :
“ M em o ria sobre la situ ac ió n a rq u e o ló g ic a de la p ro v in cia de Cádiz
e n 1941” , C orona de E studios, I, 1941 (p u b lic a d a e n 1943),
p á g . 274.
(83) L a a rq u ite c tu ra en tre los iberos, M a d rid , 1945, p á g . 49
y ss.

53
restos de una torre de éstas. Alzábase sobre una pro m i­
nencia dom inando un amplio valle que actualm ente
cruza la carretera a Puebla de Arenoso y que antes fue
paso obligado p ara ascender a las serranías turolenses.
T rátase de cierta construcción elíptica que en planta
acusa dos recintos, el exterior de doble m uro, y un
interior sencillo. Entre uno y otro corre todo alrededor
un estrecho pasillo de sólo un m etro de anchura. T ie ­
nen ambos recintos sendas entradas con luz, de algo
más del m etro, pero situadas una con respecto a otra
de modo que no se corresponden; esto no puede expli­
carse sino como una entrada de fortín, ya que está
concebida para que el supuesto enemigo, si lograba
franquear el prim er recinto, se hallase, em pero, ante
el m uro del segundo, viéndose así sometido a un eficaz
tiro cruzado antes de poder penetrar por el segundo
vano. Estaban cerradas con puertas de m adera, a juz­
gar por las huellas de sus jam bas. El aparejo de sus
m uros es de sillares grandes, labrados ligeram ente al
exterior, colocados con cierta regularidad sin m ortero
alguno. Su situación estratégica, así como la reciedum ­
bre de los muros, con un espesor que alcanza los cuatro
m etros en el doble exterior y dos en el interior, a p a r­
te el reducidísim o espacio interno, habla en favor
de la interpretación dicha, ya que además excluye
cualquier otra. Los hallazgos sueltos pertenecen a una
época que va del siglo III antes de J.C . al I de la Era
por lo menos. Es posible que en este últim o m om ento,
es decir, ya en plena romanización, cuando la torre
había perdido su estricta razón de ser, se alzaran a.sus
alrededores las viviendas de un pequeño poblado cuyos
restos parecen haberse descubierto. Recuérdese lo d i­
cho antes a propósito de Turris Lascutana (84).
O tra torre por el estilo sería la llam ada T orre Cre-
m ada, en el térm ino de Valí del T orm o, en el Bajo
Aragón, es decir, a unos 50 kilómetros tierra adentro y
en línea recta del delta del Ebro. Presidía, como la
anterior, un caserío de cierta extensión no excavado.
La torre alza aún varios m etros y tiene form a más o
menos circular; adosada a ella hay varias habitaciones
dispuestas radicalm ente. Sus muros son como los de
Lucena (85). Hay indicios de varias torres más en esta
misma región, de los alrededores de Calaceite, pero ni

(84) F u e p u b lic a d a p o r B O S C H G IM P E R A : A n n u a r i, vol. V I,


19151920. Sin re la c io n a rla con las to rres d e q u e h a b la m o s a q u í.
(85) C fr. B O S C H G IM P E R A : A n n u a r i, V I, 1915-20, y V II,
1920-1931. C ró n ica A rqu eo ló g ica.

54
se han excavado ni de ellas hay descripción alguna
( 8 6 ).
Una torre, quizá con poblado circundante, fue, al
parecer, la que se alzó cerca del Castillo de Lucubín,
m unicipio de la provincia de Jaén, en las proximidades
de la de G ranada, cerca de Alcalá la Real. Hállase en
m edio de la sierra, en un extenso y elevado cerro desde
cuya cúspide se divisan dilatados panoram as. Todavía
subsisten fuertes muros de dobles m urallas que rodean
la cum bre del cerro a modo de fortaleza. Cerca de
ella y en otra em inencia se ven tam bién muros derrui­
dos de un antiguo castillo (87).
Torres-atalayas fueron tam bién algunos recientos
pequeños, pero de gran aparejo,: que Góngora vio en la
provincia de Jaén, como el que dicen Los Corralejos,
sito cerca del puente de Mazuecos, sobre el G uadalqui­
vir (entre la G uardia y Pegalajar); o el Castillo de
Ybros, cerca de Beza, de planta rectangular y unos 15
metros de lado. Este último tiene sillares, algunos colo­
cados en la parte superior, que m iden 3,60 metros de
largo por 1,63 de ancho. El Casarán del Portillo (al N.
de C abra) es un cuadrado de 16,20 m etros de lado y
m uros de 1,70 m etros de grueso, de piedras que miden
a veces 2,50 metros de longitud (88).
Las mismas necesidades que obligaron a los indíge­
nas a construir torres-atalayas hicieron que los rom a­
nos las conservasen y aun las repitiesen por lo general,
sirviéndose para ello de los mismos procedimientos y
formas indígenas. Por ello, en ciertos casos, es difícil
saber si se trata de réplicas rom anas, pero en todo caso
es claro que siguen la vieja tradición local.
Por ibéricas han de tenerse las torres de San Pol de
M ar y la de Seros. La prim era (pocos kilómetros al
N.E. de Barcelona) es rectangular, de sólo 9 por 12
m etros. Por delante de ella se ven aún los restos de dos
recintos am urallados que defendían el escarpe de acce­
so antes de llegar al tercero y más alto, en cuyo centro
se alza la torre (89).

( 86 ) Se c ita n en la C ró n ica A rq u e o ló g ic a del vol. VI del


A n n u a r i (1925-1930), pág. 16 de la tir a d a a p a rte .
(87) E. R O M E R O D E T O R R E S : “C astillo d e L u c ib in ” , n o ti­
cia escueta e n el Bol. R . A c a d . H ist., t. L X V I, 1915, p á g . 564.
S up o n e q u e se tra ta d e las ru in as d e Ip o lc o b u lc a . Es lástim a que
estos vestigios n o se h a y an e x p lo ra d o c o n m ás d e te n im ie n to . H em os
c o p ia d o casi al pie de la le tra la d e sc rip c ió n d e estas ru in a s, pues
carecem o s d e a u to p sia y las n o ticias n o son su fic ie n te m e n te claras.
( 88 ) G O N G O R A : A n tig ü e d a d e s preh istó rica s de A n d a lu c ía ,
M a d rid , 1866, págs. 90 a 94 y figs. 104 a 106.
(89) SE R R A R A F O L S : F o rm a C o n ven tu s Tarraconensis I,
B a e tu lo -B la n d a , p á g in a 70.

55
La de Seros, en la confluencia del Segre y el Cinca
(Lérida), es trapecial y está construida con grandes
piedras en hiladas, de las que se conservan hasta ocho;
algunas de las piedras m ieden un m etro de largas (90).
Más dudosa, en cuanto a su atribución, es la de
Castellnou de Meca, entre A gram unt u Ossor (Lérida).
Juzgando por su aparejo, se trata, probablem ente, de
una obra rom ana, pero es claro tam bién que sigue la
tradición indígena, de cuyos poblados hay restos en la
com arca. T rátase aquí de una torre circular con un
diám etro de 8,30 metros, rodeada en parte de un m u ­
ro de 2,60 metros de grueso. Es posible que la pequeña
cám ara circular del interior de la torre estuviese cubier­
ta con cúpula de tapial, como era tradición y los textos
dan como corriente. El m uro exterior, de traza casi
sem icircular, defendía el acceso por la ladera del ce­
rro. La buena labra de los sillares y el hecho de dejar
en bruto la parte central del param ento denuncia obra
rom ana (91). R om ana por. entero parece ya la torre de
Llinás, cerca de Valles (T arragona), de planta circular
aparejo muy perfecto (92).

Los últimos «bandoleros» españoles de la Antigüedad.


Las campañas de César en la Sierra de la Estrella

Ya hemos visto reiteradas veces que el centro del


«bandolerismo» peninsular estaba en la Lusitania. D en­
tro de esta extensa región, que entonces iba sólo del
Duero al Algarve, pero que hacia al Este llegaba a
penetrar como una cuña hasta cerca de Toledo, había
una zona m ontuosa, muy dislocada, llena de bosques y
de peñas, de hondos barrancos y de erguidas cumbres,
que constituía por su propia naturaleza el lugar ideal
p a ra refugios de bandoleros. Era el Mons Herm inius
que citan los textos, que quizá habría de rectificarse
m ejor como Aeminius (93). El Mons Herm inius o Ae-
m inus es justam ente la hoy llam ada Serra de Estréla y
constituye, como es sabido, la últim a estribación hacia
el Este del Sistema Central o Carpeto-Vetónico, ya que
por la Sierra de Gata viene a enlazar con la de Gredos.
El Mons Herm inius estaba, pues, situado justam ente

(90) A n n u a r i, 1927-1931, p á g . 75.


(91) P U IG Y C A D A F A L C H I: L 'a rq u ite c tu ra ro m a n a a C ata­
lunya, I (se g u n d a e d ic .), p á g . 72 y ss., de d o n d e n u e stra s ilu s tra ­
ciones.
(92) P U IG Y C A D A F A L C H I, loe. c it., p á g . 71.
(93) D el m ism o n o m b re q u e la c iu d a d y río q u e c ita e n estos
p a ra je s P lin io e n IV , 113.

56
sobre las fértiles y risueñas llanuras del Duero por el
N orte y del Tajo por el Sur, circunstancia esta que
unida al carácter abrupto de la sierra y de sus estriba­
ciones secundarias (G uardunha, M uradal, L apa, etc.)
explica la im portancia que en su tiem po tuvo como
sede y reducto de los «bandidos» lusitanos, «siempre
abundantes en ella», dice Dión Cassio (94).
Cuando César fue enviado a la Península como pro­
praetor de la Ulterior hubo de dedicarse a com batir a
estos lusitanos. De sus cam panas no tenemos ab u n d an ­
cia de datos, pero son suficientes para saber lo fu n d a­
m ental de ellas: en los propósitos de César entraba el
llegar a las regiones del N .O ., a Galicia. Por entonces
no había más camino practicable p ara pasar al otro
lado del Duero que el camino de la costa, es decir,
siguiendo la orilla atlántica portuguesa de Sur a Norte
y cruzando los ríos por sus desem bocaduras. La tierra
por esta zona litoral era rica y adem ás el ejército podía
tener siem pre el apoyo de la escuadra, si era necesario.
Esta es la 'razón por la cual César no pretendió resolver
el problem a de los «bandoleros» por vía pacífica y eco­
nóm ica, que hubiese sido lo más eficaz, pero tam bién
lo más largo, sino que hubo de intentar someterlos
rápidam ente, pues no era prudente dejar atrás un foco
de amenazas tan activo como el del Mons Herminius.
Parece ser que los indígenas de la Ulterior, de la
Baetica, pacificados de tiempo atrás, habían llam ado
a César urgentem ente p ara librarlos de los lusitanos,
que por lo visto seguían haciendo incursiones de ra p i­
ña (95).
César, que había salido de Rom a precipitadam ente
por esta razón, o según se sospecha p ara huir de sus
acreedores, llegó a su provincia y se puso al punto en
m archa para someter a los depredadores. Estos no eran
todos los lusitanos, como es lógico suponer, sino sólo
los que h ab itaban en las sierras y hacían vida de aven­
tura y saqueos. El futuro dictador, para extirpar de
una vez tan molesta plaga, se dirigió sin rodeos al
Monte Herm inio, a cuyos pobladores les exigió bajar a
la llanura con la idea de que en ella ya no podrían
dedicarse a sus «razzias» acostum bradas.
César, sin em bargo (seguimos casi al pie de la letra
la narración de Dión Cassio, historiador griego de co­
mienzos del siglo II, después de J.C .), sospechaba con

(9 4 )... τά ληστρικά, ánsp που άε! παρ'αΰτοϊς ήν. D IO CASS. X X V II,


52.
(95) «... a n q u o m tu riu s sociis im p lo ra n tib u s subveniret.»
S U E T ., Caes., 18.

57
razón que tal orden no había de ser obedecida, y en
ello procuró precisam ente apoyarse p ara declarar la
guerra, salvando las fórm ulas. Los lusitanos, en efecto',
no accedieron y la guerra estalló. Parece ser que César
pudo someterlos por el m om ento (96). El pánico entre
las poblaciones cercanas debió ser grande, pues las
fuerzas de César sum aban, según Plutarco, treinta co­
hortes, como era lo norm al en un ejército pretoriano,
es decir, unos 15.000 hom bres (97). Cassio nos dice
que los pueblos vecinos, tem iendo ser atacados por los
romanos, huyeron precipitadam ente al otro lado del
Duero, llevándose a sus mujeres y sus niños, así como
sus enseres y ganados. Parece ser que estas gentes vivían
en el llano, a orillas del Vouga y del M ondego (en la
actual provincia de Beira M ar), que no h ab ían p a rtici­
pado en la guerra del Mons Herm inius. De todos m o­
dos César ocupó los lugares por ellos abandonados y los
atacó en su huida (98).
C uando César estaba en estas operaciones, sin duda
ya a orillas del Duero, tiene noticia de que los del
M onte H erm inio se h an levantado de nuevo. César se
volvió y atacándoles por otro punto (acaso por la parte
occidental de la sierra) les obligó a retirarse hacia el
m ar.
Los lusitanos hubieron de refugiarse en una isla, tal
vez de las Berlangas, o acaso m ejor, la actual penínsu­
la de Peniche, antes islote. César envió a ella parte de
sus huestes, que fue exterm inada porque la corriente
arrastró las balsas, quedando los soldados dispersos y
sin com unicación con tierra. César m andó venir de
Cádiz navios de mayor porte, con los que pudo desem ­
barcar su ejército y someter a los huidos (99). Así ter­
m inó, si no el bandolerism o, al menos uno de los focos
m ás peligrosos, el de la Sierra de la Estrella.
Que las cam pañas de César no fueron bastante para
poner térm ino a las depredaciones de las bandas in d í­
genas, dícelo los rebrotes que pronto salieron acá y

^ ( 9 6 ) Ά π 'ο ύ ν το ύ τω ν , έ 'ό ν αύτόί είρηνεΐν, ώ τπ εο ε π ο ν , π ρ ο ς τό ορος το


Κ ρ μ ιν ιο ν έτρ χπ ετο κ α ί έκέλευσε το ύ ς οίκήτορας' αύτού ές τά πεδινά μεταατήααι,
πρόφασιν μέν οπως μή από των έρυμνών όομώμενοι λγ,ατεύω οιν, ξργω δε ευ είδώς
δτι ούκ αν ποτε αύτό ποιήσειαν, κακ τούτου πολέμου τινα αφορμήν λ ή γετα ι, ο καί
έγένετο. τούτους τε οδν ές ό'πλα έλΟόντας ^ / ¡ ( d ( c ™ C A S S . D I O .X X X V I I , '5 2
( 9 7 ) ’Ώ α θ ' ήμέραις ολίγα!; δέκα o“ ïipGc; συν«γαγεΐν ττρός χαϊς χρότερον
οϋσαις είκοσι, καί ατρατεύσας έπι Καλαικούς καί Λυαιτανούς . . . P L O U T . ,
C aes., 12.
( 9 8 ) Κ α ί επειδή τω ν πλησιόχωρων τινές, δείσαντες μή καί έπί σιρας όρμήοη,
τούς τε παιδας και τάς γυναίκας τοί τ ε άλλα τα τίμ ιώ τα τα ύπερ το ν Δ ώ ριον
ΰπεξεθεντο, τ ά ς πόλεις σφών έν φ τοΰτ επραττον προχοιτέσχε, καί μ ετά ταυτα
καί έκείνο.ς π ρ ο σ έμ ιξε.C A S S . D I O . , X X X V I I , 5 2 - 5 3 .
(9 9 ) C A S S . D ., X X X V I I , 52 y 53.

58
allá. Doce años después, en el 48, Casio Longino tuvo
que volver al Mons Herminius para som eter a los me-
dobrigenses allí refugiados tras la tom a de su ciudad,
M edobriga (100). Varrón, por ejemplo, que estaba en
España durante las guerras civiles de César con los
pompeyanos, recom ienda en su A gricultura que no se
cultiven tierras cercanas a Lusitania por muy fértiles
que fueran, ya que estaban expuestas a las correrías de
los lusitanos (101). Algo más tarde Virgilio alude toda­
vía en sus Geórgicas a la costum bre lusitana de robar
ganados (102).
Parece ser que la Bética no se vio libre del bandole­
rismo aislado a pesar de la vigilancia rom ana. Hay
indicios de que en pleno siglo I antes de J.C ., es decir,
m ucho después de term inadas las guerras lusitanas,
existían al parecer en la M ariánica algunas partidas
sueltas. Es muy curiosa la carta que Asinio Polión es­
cribe a Cicerón. Polión era legado de César en la U lte­
rior desde el año anterior. En ella dice que sus correos
a Rom a habían sido detenidos siem pre en Sierra M ore­
na y que los latrocinios habían sido frecuentes por en­
tonces (103). En el año 45, la región de Córdoba p a d e ­
cía aún de incursiones de esta clase (104).
En tiempos de Estrabón, si juzgamos por sus afir­
maciones, ya recogidas líneas antes al tra tar de las
causas económicas de esta costum bre, los latrocinios
habían cesado en virtud de la única m edida justa y
eficaz con la entrega de tierras a los menesterosos de
los pueblos serranos. Estos fueron obligados a bajar a
los llano y a cultivar como pacíficos labradores sus
campos (105). Ello no fue tal bastante, pues la práctica
de este género de vida debió crear una costum bre difí­
cil de desarraigar; no todos los componentes de las
bandas que hemos visto tra tar con los romanos estaban
dispuestos a deponer las arm as en cuento les diesen
tierras; hubo de haber muchos que prefiriesen, por su

(100) De B. A le x ., X L V III, 1, 2.
(101) «... m u lto s enim agros egregios colere n o n e x p ed it p ro p ­
te r la tro c in ia vicin o ru m , u t in S a rd in ia q u o sd a m , qui su n t p ro p e
O eliem , e t in H isp a n ia p ro p e L u sita n ia m .» V A R R O , R . R ., I,
16, 2.
(102) «... n u m q u a m c u sto d ib u s illis / n o c tu rn u m stab u lis fu ­
rem in cu rsu sq u e lu p o ru m / a u t im p a c a to s a terg o h o rreb is H i­
beros.» V E R G ., G eorg., III, 406-08. V éase ta m b ié n los c o m e n ta ­
rios d e Servio a los versos dichos.
(103) «N am saltu s C astulonensis, q u i se m p er te n u it nostros t a ­
b ellario s, etsi n u n c fre c u e n tio tib u s la tro c in iis in festio r factu s est...»
C IC . A d J a m ., X , 31, 1.
(104) B. H isp ., V III, 3.
(105) E str., III , 3, 5.

59
tem peram ento u otras razones, la vida de la aventura.
En el siglo II, por ejemplo, A driano hubo de dirigir
aún a la Bética un rescripto sobre el delito de abigeato
o cuatrería (106), rescripto que Ulpiano trasladó luego
a su De officio proconsulis y formó parte más tarde del
Digesto (107).
El últim o foco vivo quedó en la región del N. y
N .O ., adonde no llegaron las arm as rom anas sino con
las cam pañas de Augusto en las llam adas Guerras C ánta -
bras, a fines del siglo I, anterior a la Era. Allí existía
una anarquía sem ejante a la que hubo de existir entre
las tribus del N. del Tajo antes de las acciones ya
referidas (108). T erm inadas las Guerras C ántabras en
el año 19 antes de J.C ., la región m ontuosa del N. y
N .O . se limpió de esta vieja costum bre, entrando en
los caminos norm ales de vida gracias a las arm as ro m a­
nas. Pero aún quedaron algunos rescoldos que les die­
ron que hacer. Se cita el nom bre de un jefe, un tal
Corocotta, que los textos dicen era «muy poderoso», a
cuya cabeza se le llegó a poner el público precio, no
pequeño por cierto, de 200.000 sestercios. Como este
caso se cita no bien term inaron las referidas guerras, es
de suponer que la banda de Corocotta recogía a todos
los fugitivos indígenas que por no entregarse a los ro ­
manos preferían vivir de la aventura y el asalto (109).
Al comienzo de la Era aún pululaban en C antabria los
bandidos, si bien en trance de desaparecer o ya to tal­
m ente reducidos (110).

(106) Coll. L e g ., I l l; 1, 3.
(107) D ., I, 6, 2.
(108) D e G a lic ia d ecía T R O G O P O M P E Y O (e n JU S T IN O ,
X L IV , 3, 7) e n esta época: «Fem inae res d o m estic as a g ró ru m q u e s
c u ltu ra s a d m in is tra n t, ipsi a rm is e t ra p in is serv iu n t.» S o b re la f a ­
cies c u ltu ra l en q u e vivían los galaicos y c á n ta b ro s en estas fechas
véase C A R O B A R O JA : L o s p u e b lo s d e l N o rte d e la P en ín su la
Ib é rica , M a d rid , 1943.
(109) CASS. D ., L V I, 43, 3.
(110) E S T R ., I I I , 3, 8.

60
Revueltas campesinas en la Galia e H ispania
Bajo Im perial

E. A . Thom pson

A unque m uchas teorías h an sido expuestas para


explicar la caída del Im perio Rom ano de Occidente,
en todas ellas no se ha dado la suficiente im portancia
a las series prolongadas de revueltas que tuvieron lu ­
gar, durante los últimos tiempos del Im perio, en las
zonas rurales de la Galia e H ispania, así como en
otras regiones del mismo. Nuestras fuentes parecen su­
gerirnos que estas revueltas fueron debidas esencial­
m ente a los esclavos agrícolas, o en cualquier caso que
esos esclavos jugaron un papel preem inente en ellas
(1). Pero los esclavos ciertam ente no lucharon solos,
obtuvieron aliados entre otros sectores de la sociedad,
incluyendo a las clases medias (incluso sabemos de un
m édico que se unió a su m ovimiento) por lo que si hace­
mos referencia a estos levantam ientos como revuel­
tas «campesinas», debemos reconocer que estamos
usando la palabra «campesinas» en tanto térm ino más
adecuado para definirlas (2). Los rebeldes mismos, en
la Galia e Hispania, tom aron el nom bre de Bacaudae
(sólo un pequeño m anuscrito utiliza la form a Bagau­
dae) cuya prim era aparición está relacionada con uno
de sus levantam ientos a fines del siglo tercero y que
pronto pasó a ser usado por aquellos contra quienes los
campesinos se levantaron (3). Yo no tengo autoridad

(1) C hron. M in. I. p. 660, «G alia u lte rio r T ib a tto n e m p r in ­


c ip em rebellionis secuta a R o m a n a so c ietate discessit, a q u o tra c to
in itio o m n ia p aen e G a llia ru m servitia in B a c a u d a m conspirarvere.»
R u tiliu N a m a tia n u s , ver n o ta 51. D esde el siglo terc ero en a d e la n te
es c a d a vez m ás difícil d istin g u ir e n tre esclavos ru ra le s y siervos,
a m b o s tie n d e n a ser d e n o m in a d o s c o n p a la b ra s com o “servus”,
“se rv itia ” e n oposición a “in g e n u u s’’ d e n a c im ie n to lib re , m ie n tra s
q u e “ru sticu s" incluye ta n to a unos co m o a otros p e ro p o b re s en
oposición ta n to a “nobies" co m o a los h a b ita n te s d e las ciu d ad es.
(2) P a ra a y u d a n o servil ver S A L V IA N O , v. 21; C hron, M in,
I, p p . 662: «Eudoxius a rte m ed ic u s, p ra v i sed e x e rc ita ti in g en u i, in
B a c a u d a id tem p o ris m o ta d e la tu s ad -C hunos c o n fugir.»
(3) E u tro p iu s, IX , 20: «ita re ru m R o m a n a ru m p o p titu s, cum
tu m u ltu m ru stic a n i in G allia c o n citassen t e t fa c tio n i suae B acau-
d a ru m n o m e n im p o n e re n t, d u ces a u te m h a b e re n t A m n d u m e t A e­
lia n u m , a d sub ig en d o s eos M a x im ia n u m H e rc u liu m C esarem m isit,
qui levibus proeliis agrestes d o m u it e t p a c e m G allies reform avit.»
A U R E L IU S V IC T O R , caes. X X X IX , 17. « m am q u e u b i com -

61
para discutir los métodos precisos de explotación o,
para ser exactos, qué gota colmó el vaso hasta el p u n to '
de obligar al campesino finalm ente a tirar sus aperos
desesperado y echarse al m onte. Pero m ientras tanto
puede ser preferible recoger los datos que se refieren a:
a) la extensión en el tiempo y en el espacio de los
movimientos campesinos de la Galia e H ispania.
b) la organización y tácticas de los B acaudae y
c) los objetivos de su movimiento.
Los levantam ientos de los B acaudae, y no digamos
nada sus objetivos y organización, han sido casi total­
m ente silenciados por los escritores contem poráneos a
su actividad. Todas nuestras fuentes en m ayor o menos
m edida pertenecían a las clases propietarias del Im pe­
rio y, por lo tanto, en mayor o m enor grado tenían
razones p a ra tem er a los Bacaudae. Cuando se le am e­
naza peligrosam ente, una clase propietaria frecuente­
m ente ocultará (si puede), e incluso negará, la existen­
cia real de aquellos que pretenden su destrucción. Esta
es la causa de que el autc>r de un panegírico del E m pe­
rador M axim iano, por cuya victoria sobre los B acaudae
en el 286 no podía evitar mencionarlos juntos (pues era
la prim era y, en cierto modo, la más interesante de las
victorias del Em perador), se satisfizo a sí mismo aludien­
do brevem ente al carácter de los enemigos del E m pera­
dor, añadiendo a renglón seguido: «Paso sobre ello
rápidam ente, pues veo preferirías el olvido de esta vic­
toria más que su gloria». Y poco después no se atreve a
tanto sino que desprecia todo el tem a en una breve
frase en la que se m enciona explícitam ente a los odia­
dos Bacaudae: «Omito tus innum erables luchas y victo­
rias por toda la Galia», en las que sus enemigos habían
sido campesinos romanos (4). Esta costum bre de om itir
a los B acaudae se repite en un historiador, por otra
parte, escrupuloso, del siglo cuarto que nunca se c a n ­
saba de asegurar a sus lectores que falsificar la historia
no es menos crim inal que om itir m encionar los hechos

p e rit C a rin i discessu H e lie n u m A m a n d u m q u e p a r G a llia m excita


m a n u a g re stiu m ac la tro n u m , quos S ag au d es in co la e vocent, p o p u ­
latis la te agris p le ra sq u e u rb iu m ten ta re » , etc. ; J E R O N IM O , C hron.
a. 2303; O rosio, V II 25, 2 «dehinc c u m in G a llia A m a n d u s et
A e lia n u s collecta ru stic a n o ru m m a n u , quos B a c a u d a s v o c a b a n t,
pern icio so s tu m u ltu s excitavissent», etc. E n C hron. M in g ., la p a ­
la b ra B a c a u d a n o h a c e re fe re n cia a u n c am p esin o q u e to m a p a rte
en el m o v im ien to , sino al m ov im ien to m ism o. N o h a y a c u e rd o
so b re la e tim o lo g ía d e la p a la b ra .
(4) P a n e g , L a t. X (II) 4 .4 . «quod ego cu rsim p ra e te re o : video
e n im te, q u a p ista te est. oblivionem illius victories m eile q u a m
gloriam », 6.1 «transeo in n u m e ra b ile s tu a s to ta G a llia p u g n a s a tq u e
victorias».

62
im portantes (5). De la misma m anera, sobre los objeti­
vos de los rebeldes se da el hecho exasperante pero en
absoluto inesperado de que en la literatu ra de la E uro­
pa Occidental de los siglos tercero, cuarto y quinto,
sólo una frase, una línea de un poeta apoético, un
m ero pentám etro, nos habla de ello (6). Parece correc­
to deducir entonces que las revueltas campesinas fue­
ron considerablem ente más frecuentes y extensas de lo
que nuestras fuentes explícitam ente nos refieren de
ellas. Y a pesar de que la palabra Bacaudae no fue
usada hasta fines del siglo tercero, el fenómeno que
designa se había forjado en la atención de los historia­
dores de un siglo antes.
La prim era gran revuelta gala e hispana del tipo
que nos interesa tuvo lugar a fines del siglo segundo,
cuando las calamitosas guerras de M arco Aurelio y la
interm inable plaga, fueron seguidas por las guerras
civiles de Septimio Severo y sus rivales. Esto es, que los
grandes propietaros hicieron cuanto pudieron por p a ­
sar las cargas colosales creadas por estos desastres sobre
los hom bros de las clases más pobres. Y la masiva reac­
ción de los oprimidos se inició en los años ochenta del
siglo segundo. La revuelta de M aterno es, en su m agni­
tud, y sin duda en su fin tam bién, única en la historia
del Alto Im perio (7).
M aterno era un soldado con grandes hazañas en su
haber que desertó del ejército sobre el año 186 y persua­
dió a algunos de sus cam aradas de hacer lo mismo. «En
poco tiempo», escribe nuestra única fuente sobre su
carrera, «reunió una banda num erosa de malhechores,
y al principio recorría pueblos y campos y los asolaba;
pero cuando fue más poderoso agrupó una mayor m u l­
titud de m alhechores con promesas de buenos botines y
una porción de los ya obtenidos, de tal m odo que no
tuvieron más el status de bandidos sino de enmigos.
Pues ellos ahora atacaban las ciudades m ás grandes y
abriendo las prisiones liberaban a aquellos que habían
sido confinados en ellas, no im porta de qué se les hubie­
ra acusado, les prom etían la im punidad y con buenos
tratos conseguían que se les unieran. R ecorrían toda la
tierra de los galos e hispanos atacando las ciudades más

(5) A m m . M arc, c ita d o S idonius n o utiliza la p a la b r a Ba-


cauda.
(6) R U T IL IU S , ver n o ta 51.
(7) P a ra m a te rn o ver H E R O D IA N O I. 10.3, I I . 5; SH A , Pese
N ig. III 3f. P a ra ver sobre las T e rm a s c erc a de Y onne q u e p u ­
d ie ro n ser d e stru id a s p o r estos h ô m b re s ver, R e v u e des é tu d es a n ­
ciennes, X L I, 1939, p. 1943.

63
grandes; quem ando parte de ellas y asolando el resto
antes de retirarse».
M aterno tuvo solo que levantar el estandarte de la
revuelta p ara ser secundado por «una banda de m alh e­
chores». Eran, evidentem ente, hom bres oprim idos y ex­
propiados prestos a recurrir a la violencia en m uchas
partes del oeste del Im perio (el mismo M arco Aurelio se
había visto obligado a enrolar «a los bandidos de Dal-
m acia y Dardania» (8) en sus ejércitos en un período de
crisis desesperada durante sus luchas contra los b á rb a ­
ros) y cuando M aterno puso en m archa sus operaciones
pudo obtener (como debemos suponer) un vasto núm e­
ro de esclavos huidos, colonos, granjeros arruinados,
desertores del ejército y demás. O tra fuente reseña que
durante la revuelta de M aterno «innumerables deserto­
res arrasaron las provincias de la Galia»; y llam a a la
revuelta «la G uerra de los Desertores», para anunciar la
cual «los cielos se abrieron en llamas» (9).
Pero el movim iento fue claram ente algo más que un
problem a de desertores del ejército a pesar de que éstos
sin duda proveyeron los líderes. Independientem ente de
la descripción de Herodiano de aquellos que tom aron
parte en ella, su misma am plitud indica que era un
peligroso levantam iento de las clases oprim idas de la
Galia e H ispania: era el prólogo de los B acaudae (10).
Un movim iento como éste no puede ser explicado sola­
m ente por el deseo de un grupo, de pobres y solitarios
soldados, de enriquecerse a través del robo y el asalto de
carreteras; por eso Herodiano no tra ta de explicarlo.
Esta era una organización que operó desde la Galia
Lugdunensis hasta Hispania durante unos cuantos
años, y, como un em inente jurista rom ano puntualizó,
los «bandidos» no podían escapar a la destrucción a
menos que fueran sostenidos por la población entre la
que actuaban (11). Más aún, eran tan poderosos que
podían atacar «a las mayores ciudades» con éxito. Inclu­
so el eficiente y cruel Septimio Severo, que fue gob ern a­
dor de la Galia Lugdunensis, fue incapaz de suprim ir­
los, tuvo que pedir ayuda al gobierno central, quien se
vio obligado a enviar un ejército a la Galia central y
m eridional.
Las grandes zonas de las provincias que cayeron
bajo el control de los hom bres de M aterno pueden ser

(8) SH A M a rc u s X X I, 7.
(9) Ib id . Pese. N ig. I l l , 4; C o m m o d , X V I, 2.
(10) A . D . D M IT R E V , D vizh en ie B a g a u d o v, V estn ik D revnei
Isto rii, 1940, III , IV , p p . 101-114, p rim e ro in d ic a el sig n ific a d o d e
M a te rn o y sus seguidores.
(11) U L P IA N O , D igest, 1, 18, 13 p r.

64
difícilm ente consideradas como zonas de pillaje en m a ­
sa. M uchas propiedades debieron haber pasado al po­
der de M aterno y es difícil creer que los propietarios
continuaran ejerciendo sin problem as la posesión de sus
tierras y explotando tranquilam ente a aquellos esclavos
y otros trabajadores que no se habían sum ado ya a las
bandas de M aterno. No tenemos m uchas pruebas direc­
tas acerca de lo que les ocurrió a los propietarios de
tierras, pero pudo ser que fuesen expropiados y posible­
m ente esclavizados: de cualquier m anera, esto es lo que
parece que les sucedió durante las revueltas Bacaudae
posteriores.
Como quiera que fuese, cuando un ejército del go­
bierno central fue enviado a la Lug’dunensis, los hom ­
bres de M aterno, o algunos de ellos, se retiraron de la
escena de sus actividades, pero solam ente para acom e­
ter lo que fue después su em presa m ás dram ática y la
causa inm ediata de su caída. En pequeños grupos co­
m enzaron a infiltrarse en Italia y Rom a, como Rómulo
y sus pastores tiem po atrás, determ inados a asesinar al
E m p e ra d o r C om odo c u a n d o to m a b a p a r te en un
festival a la M adre de los Dioses y hacer a M aterno
em perador en su lugar. El plan mismo nos sugiere que
M aterno y sus seguidores no eran representantes ni p re ­
decesores de form a alguna de sociedad futura: sus ideas
no incluyen ningún nuevo m odo de vida social. Su fin
era solam ente reem plazar un E m perador por otro, si
bien éste sería uno de los suyos. Métodos «anarquistas»,
de terrorism o personal ju nto a fuertes ambiciones perso­
nales hicieron su aparición, y, como ha sucedido
frecuentem ente bajo circunstancias similares, la desinte­
gración de la banda no estaba lejos. Los éxitos y am b i­
ciones de M aterno le hicieron perder el contacto con los
intereses de sus seguidores, y fue traicionado por algu­
nos de sus cam aradas contentos de ser dirigidos por un
bandido pero no por un ««señor y un Em perador».
M aterno fue cogido y decapitado, pero el movimiento
que él había dirigido de ninguna m anera desapareció
totalm ente. A proxim adam ente unos veinte años des­
pués, un general se vio obligado a operar en la Galia
con destacam entos de no menos de cuatro legiones con­
tra «disidentes y rebeldes», sin duda m uchos de ellos del
mismo tipo de personas que habían actuado bajo las
órdenes del mismo M aterno; y no se dice que las fuerzas
gubernam entales obtuvieron im portantes victorias (12).
(12) D ESSA U , 1153. P ro b a b le m e n te ellos fu e ro n reforzados
p o r los re m a n e n te s d e e jé rcito d e C lodio A lb in o . S o b re u n eje'rcito
d a to a l b a n d o le ris m o tra s su v ic to ria ver L IB A N IU S , O r X V III,
104 (M a g n en tiu s).

65
Para H erodiano, M aterno era un m ero desertor, es
decir, un agitador, y sus seguidores una banda de crim i­
nales y terroristas. De hecho, a pesar de todo, parecían
más un poderoso ejército, una· com binación de solda­
dos, campesinos y otros, cuya actuación fue el prim er
acto en la larga historia de los Bacaude. El carácter de
su movimiento debe ser distinguido claram ente del típ i­
co bandolerism o que podía ser encontrado en las esqui­
nas del Im perio por aquel tiempo y cuya elim inación
era parte de los deberes diarios de las fuerzas arm adas
gubernam entales (13), para los bandidos norm ales era
de poco interés obtener el control de amplias zonas d i
las-provincias y expropiar a los propietarios de tierras.
Sería conveniente, a fin de contrastar con M aterno,
acercarnos a una de estas bandas de bandidos, la única
de la que nos queda inform ación detallada: pues captó
la atención de un historiador porque operaba con éxito
en las mismas puertas de Roma y en el corazón de la
misma Italia. Es la banda de Bulla, alias Félix (14).
Bulla era un italiano, quien con 600 cam aradas
«saqueó Italia» durante un par de años a comienzos del
siglo tercero, y nada de lo que el E m perador y sus
ejércitos pudieran hacer pudo p a ra r su actividad. T enía
un m agnífico sistema de espionaje centrado fuera de
Roma y Brindisium y era sostenido por m iem bros de la
población local (bien porque los persuadía astutam en­
te, tal como nuestra fuente sugiere, bien porque ellos
sim patizaban con sus acciones). A la m ayoría de sus
víctimas les quitaba solamente una p arte de su propie­
dad y luego les dejaba ir inm ediatam ente. Pero cu a n ­
do captu raba artesanos o trabajadores m anuales no les
quitaba nada, sino que hacía uso de su pericia durante
algún tiem po y les pagaba razonablem ente antes de
soltarlos. Sus,hazañas, tal como las relata un Senador
rom ana, que habla de él como una tolerandia que jam ás
habría m ostrado por los Bacaudae, no fueron sino aven­
turas. Septimio Severo, cuando fue inform ado de los
«golpes» de Bulla, contestó que m ientras sus generales
pudiesen ganar guerras en Bretaña, él no era adversa­
rio de un bandido en Italia (nefastas palabras para las
clases propietarias si el bandido hubiese pasado a ser
algo más que un simple bandido). Pero los éxitos, de

(13) S. N . M IL L E R , C a m b rid g e A n c ie n t H isto ry, X II,


p p . 21 f . , h a c e re fe re n c ia al b a n d o le rism o e n estas fechas. U n
h e ch o d e sta c a d o d e los b a n d id o s d e los A lpes Julios es recogido en
D essau, 2646.
(14) P a ra B u lla ver D iocasio L X X X V I, 10; Z o n ras, X II, 10
(I II, p p . 104 f., D in d o rf).

66
Bulla son insignificantes en com paración con su co­
m entario a un centurión a quien capturó y más tarde
dejó libre, com entario en el que explicó la causa básica
del bandolerism o en todo tiempo y lugar: «Di a tus
señores que si quieren poner fin al bandolerism o deben
alim entar a sus esclavos».
Al final Bulla fue traicionado por su m ujer y tras
su arresto, el Prefecto de la ciudad le interrogó y pre­
guntó: «¿Por qué te hiciste ladrón?» A lo que Bulla,
alias Félix, respondió: «¿Por qué eres Prefecto?» Fue
prontam ente echado a los animales salvajes en la are­
na, y éstos com pletaron con satisfacción el trabajo de
restauración de la ley y el orden.
Si se está de acuerdo en que M aterno expropió a los
grandes terratenientes (y sin duda sería extraño que las
tierras no hubiesen sido tocadas por hom bres como él),
entonces parece desprenderse que el movimiento de
Bulla fue totalm ente diferente al de M aterno. C ierta­
m ente eran distintos en am plitud, p ara cazar a Bulla
fue considerado suficiente, durante un tiem po, un cen­
turión y una com pañía de soldados, m ientras que con­
tra M aterno fue concentrado un ejército entero. Y
m ientras Bulla fue sim plem ente un ladrón simpático,
un agradable Robin Hood, M aterno, parecía haberse
ganado el favor del cam pesinado de la Galia e H ispa­
nia de tal m anera que podía atacar ciudades y propie­
dades de la misma m anera. La, diferencia entre Bulla y
M aterno, parece ser, es la diferencia que va del pillaje
a algo parecido a la revolución.
Lo que es de la mayor im portancia para nosotros, es
registrar el hecho de que en este período del Imperio,
m ientras algunos romanos escapaban de la opresión de
la vida rom ana uniéndose a M aterno, otros hacían lo
mismo de otra m anera, huyendo hacia los bárbaros
Y una y otra vez, en sus tratados con los bárbaros del
norte, hallamos, a fines del siglo tercero, a los em pera­
dores pidiendo el regreso de estos «desertores». Esto
tam bién nos viene a dar una idea de lo que iba a venir
(15).
Para concluir este esbozo de la pre-historia, como
podíam os llam arla, de los Bacaude, es preciso p u n tu a ­
lizar que no todos los bandidos perm anecieron pobres
y honrados toda su vida. Se cuenta de un usurpador de
fines del siglo tercero que, com enzando su vida como
bandido, era poco menos que un noble en su patria
chica, los Alpes M arítimos, proveniendo de un linaje

(15) D iocasio, L X X I, 11.2,4,20, I, L X X II. 2 .2 .; p a ra el tie m ­


p o d e T ra ja n o , P e d ro del P a tric io , fra g . 5.

67
de bandidos como él mismo; y, «en consecuencia», era
muy rico en ganado, esclavos y cualquier otra cosa que
hubiesen robado. Como resultado, cuando ciñó la co­
rona im perial, pudo arm ar a no menos de 2.000 escla­
vos de su propiedad p ara que le ayudasen en sus aven­
turas (16).
Fue cerca del 283-4 cuando los B acaudae hicieron
su prim era aparición bajo ese nom bre. Las calam ida­
des de la m itad del siglo tercero cayeron más pesada­
m ente sobre las clases más pobres; y nuestras fuentes
hablan, tan breve y desganadam ente como les es posi­
ble, de la ferocidad con que los campesinos galos res­
pondieron a sus opresores (17). El em perádor Carinus,
totalm ente ocupado con los bárbaros en alguna parte
del Im perio, n ad a pudo hacer contra ellos; y no fue
sino hasta el 286 cuando el em perador Diocleciano se
vio obligado a nom brar a M axim iano, como co-gober-
nador en el Oeste, con la función específica de aplastar
a los Bacaudae (18). En esta misión M axim iano tuvo
éxito, por lo menos algún tiempo, aunque parece que
hubo de reunir a las tropas del oriente para conseguir
com pletar su victoria; y una extendida tradición sobre
estas tropas afirm a que se sublevaron antes de com ba­
tir a los Bacaudae, teniendo que ser reprim idos por
M axim iano (19). Realm ente, con posterioridad, algu­
nas personas parecían haber tenido relaciones más am ­
biguas aún con los bandidos. No eran en absoluto
anorm al en los últimos tiempos de Rom a, entre los
oficiales de los ejércitos imperiales, buscar un pacto
con los bárbaros allende la frontera: por ejemplo, p e r­
m itían a partidas de saqueo salir y e n tra r del territorio
rom ano a cam bio de una parte del botín tom ado de las

(16) SH A . P ro c u lu s, X II, 1-2,5 F u en tes so b re los m ov im ien to s


c am p esin o s (com o p a ra casi c u a lq u ie r o tra cosa) de la m ita d del
siglo te rc e ro son, p o r su p u e sto n ecesarias: p e ro q u e tale s m o v i­
m ie n to s e x istiero n d e hech o se p ru e b a p o r las p rogresivas m ed id a s
represivas to m a d a s p o r el g o b iern o : ver M. R O S T O V T Z E F F , S o ­
cial & E c o n o m ic H istory o f th e R o m a n E m p ire (O x fo rd , 1926),
p. 620.
(17) P a n e g . L a t. V II (V I), 8.3 «Gallias p rio ru m te m p o ru m
in iu riis e fferatas» , X I (III), 5.3 “e x a c e rb a ta s saeculi p rio ris iniu-
riis ... provincias».
(18) V e r los pasajes d e E u tro p io , V icto r y O rosio de la n o ta 3.
(19) V e r la ju icio sa discusión so b re la leg ió n te b a n a p o r C.
J u llia n , “N o ta s G a lo -ro m a in e s” R e v u e des é tu d e s a n cien n es, X X II
(1920), p p . 41-7: p e ro su p u n to de vista (p. 45, n. 1) d e q u e las
tro p a s se n e g a ro n a c o m b a tir “p a r a m o u r p r o p re d e m étier» , p o r ­
q u e los B a c a u d e e ra n c o n sid erad o s “ n o n c o m m e des en em is h o n o ­
ra b le s, m ais u n ra m a s d e b rig a n d s" es m uy im p ro b a b le .

68
desafortunadas provincias (20). No h ab ía ninguna ra ­
zón por la que unos hom bres así no fueran a trabajar
en perfecta arm onía con los Bacaudae tan decidida­
m ente como lo hicieron con los bárbaros, si satisfacía
sus intereses el hacerlo. Algunas líneas del poeta Auso­
nio sugieren que no dejaban escapar sus oportunidades
por muy desusadas que fueran (21).
El teatro principal de las actividades Bacaudae en
la Galia fue el tractus A rm oricanus (22), área que p a ­
rece se extendía por lo menos desde la desem bocadura
del Loira a la del Sena. Fue aquí donde la gran revuel­
ta del 407 estalló (la mayor y más fructífera revuelta
Bagauda conocida por nosotros, pues no fue aplastada
hasta el 417). Fue aquí, tam bién, donde T ibatón capi­
taneó la rebelión del 435-7, y, otra vez, la del 442 (23).
Pero los bacaudae estuvieron tam bién activos entre los
Alpes a comienzo del siglo quinto (24) y, sin duda, si
nuestras fuentes fuesen más explícitas, los encontraría­
mos, por lo menos localmente, a lo largo y ancho de la
Galia (25). En Hispania, m ediado el siglo quinto, los
Bacaudae estaban levantados en arm as en la T arraco ­
nense, donde eran tan fuertes, que n ad a más y nada
menos que el Jefe de los Dos Ejércitos, Flavio Asturio,
hubo de viajar a Hispania p ara llevar a cabo la cam pa­
ña contra ellos en el 441. Se nos ha dicho (26): m ató
«una m ultitud de Bacaudae de la Tarraconense»; pero
evidentem ente no m ató suficientes (desde su punto de
vista) pues su sucesor y yerno hubo de continuar el
trabajo de «mantener el orden». Este era el poeta Me-

(20) C th . V il, I, I; A m m . M a rc. X X V III, 3, 8, X X X , 5,


3 etc.
(21) A usonio, E pist. X IV , 22-7: esp e cu la so b re la im p ro b a b le
p e ro n o im p o sib le a c tiv id a d d e T h e o n e n M edoc: «An m a io ra g e ­
ren s to ta reg io n e v ag an tes. P e rse q u eris fures, q u i te p o stre m a
tim w ntes In p a rte m p ra e d a m q u e v o cen t ¿tu m itis et osor S anguinis
h u m a n i c o n d o n as c rim in a n u m m is E rro re m q u e vocas p re tiu m q u e
in p o n is a b a c tis B u b u s e t in p a r te m sceleru m d e iu d ice transis?».
(22) Z osim o, V I, 5, 3; R u tilio , I, 213. Sidonius, c a rm V II
247; M ero b au d e s. P a n e g , II, B; J u a n d e A n tio q u ia , frag . 201, 3.
(23) P a ra la del 407-17 ver Zosim o, V I 5 .3 , R u tilio y sobre las
d e T ib a tó n ver Chron. M in . p. 660 (n. 1) y s. a. 437 <<capto
T ib a tto n e et ceteris seditionis p a rtim p rin c ip ib u s victis, p a rtim n e ­
c atis B a c a u d a ru m c o m m o tio conquiescit». C o n sta n cio , V ita G er­
m a n i X X V III, X L ; J u a n de A n tio q u ia tex to c ita d o .
(24) Zosim us, V I 2.5; S ulpicius Severo V it. M a rtin . V. 4-6. En
N oyon e n la G e rm a n ia su p e rio r h a b ía u n oficial m u n ic ip a l lla ­
m a d o p ra e fe c tu s arcendis latrociniis; C IL . X II I, “ 5010 d o n d e sé
c ita o tro caso: el g riego ληστοδιωκτης c a z a -b a n d id o s” .
(25) A m m . M are A u so n iu s...
(26) H ydacio, s .a. 441 (C h ro n M in , II, p. 24) 'A stu riu s dux
u tris q u e m ilita e a d H isp a n ia s m issus T a rra c o n e n s iu m c a e d it m u lti­
tu d in e m B a ca u d aru m » .

69
robaudes «quien en el corto tiempo de m andato q u e­
brantó la insolencia de los bacaudae de Aracelli», en el
443 (27). Pero incluso entonces llegaron a ser tan acti­
vos como siem pre hasta m edia docena de años después
si no antes. Pues en el 449 un tal Basilio reunió a los
Bacaudae de la vecindad, entraron en Turiaso y m a ta ­
ron al Obispo Leo en su iglesia (28); en el 454 los
rom anos m andaron a algunos visigodos sobre los B a­
caudae de la T arraconense (29). Los dos lugares con
los que están especialmente asociados, Turiaso y Ara-
celi, se encuentran en las tierras altas de la cabecera
del valle del E b ro , pero cerca del 456 se pueden encontrar
incluso bastante lejos en el distante noroeste de la p e­
nínsula en la vecindad de Braga, donde fueron lo sufi­
cientem ente activos como para que encontrem os una
mención en nuestras pobres crónicas (30). T eniendo
en la m ente cuan insuficientes son nuestras fuentes so­
bre la historia del siglo quinto y con cuanta desgana
recogen las luchas de las clases oprim idas, no nos debe
quedar m ucha duda de que Hispania y la Galia se
vieron inundadas por campesinos en abierta rebelión
conform e la historia del Im perio de Occidente tocaba a
su fin.
Al ser la gran masa de los Bacaudae «paletos»,
«rústicos», «granjeros ignorantes», como nuestras fu en ­
tes les llam an (31), sus ejércitos eran ejércitos de cam ­
pesinos donde los agricultores form aban la infantería y
los pastores la caballería (32). En cuanto a su estrate­
gia, recuerda m ucho, si es que no fue de hecho copiada,
la estrategia de los invasores bárbaros del Im perio (33)
y las reform as del ejército rom ano del Bajo Im perio
debieron ser menos efectivas frente a los rebeldes cam-

(27) Id e m , s. a. 443 «... b ra v it te m p o re p o testa ris su a e A ra-


c e llita n o ru m f ra n g it in so lem tia m B a c a u d a ru m » .
(28) Id e m s. a. 449 «Basilius ob testim o n iu m a g reg ii a u su s sui
c o n g re g a tis B a c a u d is in ecllesia T y riasso n e fo e d e ra to s o c c id it, u b i
et L eo e iu sd em ecclesiae episcopus a b isdem , q u i cum B asilio a d e ­
ra n t, in eo loco o b iit vulneratus».
(29) Id e m s. a. 454 «per F re d e ric u m T h e u d e ic i regis fra tre m
B a c a u d a e T a rra c o n e n se s c a e d u n tu r ex a u c to rita te R o m an a» .
(30) Id e m s. a. 456 «in c o n v en tu s p a rte B ra c a re n sis latro ci-
n a n tu m de o p ra e d a tio p e rp e tra tu r» . Salviano dice (de G u b D ei,
V , 23) «hi q u i a d b a rb a ro s n o n c o n fu n g iu n t b a rb a ri ta m e n esse
c o g u n tu r, scilicet u t est p a rs m a g n a H isp a n o ru m et n o n m in im a
G a llo ru m , o m n es d e n iq u e q uos u niversum R o m a n o ru m o rb e n fecit
R o m a n a in iq u ita s ia m n o n esse R om anos».
(31) E u tro p io : IX , 25,3 agrestes; V ictor, C aes X X X IX , 17
a g restiu m ac la tro n u m ; O rosio, V II 25,2 ru s tic a n o ru m ; P a n e g .
L a t. X (II) 4 ,3 ig n a ri agrico lae.
(32) P a n g e L a t X (II) 4 ,3 .
(33) Ib id ; C. Ju llia m , H isto ire de la G aule, V II, p . 54.

70
pesinos de las provincias de lo que lo fueron frente a los
bárbaros (pudieron en un prim er m om ento enfrentarse
tanto a unos como a otros). De cualquier m anera, el
carácter de esta estrategia que era com ún a los B acau­
dae y así mismo a los bárbaros, se m anifiesta en la
historia de m uchas incursiones bárbaras: los atacantes
se dividían en un cierto núm ero de pequeñas bandas,
que eran más fáciles de alim entar que un gran ejército y
que practicarían una güera de emboscadas, sorpresas,
tram pas diversiones y guerrillas m ás que de verdaderas
batallas. La cam paña de M axim iano en el 286 fue
precisam ente del mismo tipo: oímos de escaramuzas e
«innumerables enfrentam ientos y victorias» que con­
dujeron a la destrucción de algunos Bacaudae y a la
rendición de otros (34). No es un pobre tributo al
generalato de M aximiano que fuese capaz de «restaurar
el orden» en la Galia en el curso de un solo verano.
Probablem ente dividió la zona en sectores militares,
separó a los grupos Bacaudíte unos de otros, los aisló
enfrentándose con ellos uno a uno (35); y en com para­
ción con la experiencia y pericia de M axim iano, se dice
que los «rústicos» habían reaccionado confundidos y
lentos (36). Tras su victoria se vio obligado a m ostrar
una clemencia por la que no podía sentirse muy con­
tento (37): pues m atar a un B acaudae era desposeer a
un terrateniente de una de sus escasas fuerzas de tra b a ­
jadores. T al vez la paz con la que M aximiano restauró
el orden de la Galia en el 286 puede ser descrita con las
palabras con las que un obispo del siglo séptimo con­
cluye su relato de la represión de una revuelta egipcia
por las fuerzas del Em perador M auricio: «un gran m ie­
do prevaleció sobre toda la tierra de Egipto y sus habi­
tantes vivieron en el disfrute de la tranquilidad y la
paz» (38).
Una estrategia sim ilar parece ser que fue em pleada
contra V alentiniano I (364-75) en los prim eros años de
su reinado, cuando, según Am m iano «muchas otras (es
decir, otras que aquellas contra los bárbaros) de menor

(34) P an eg . L a t X (II), 6,1 c ita d o e n n o ta 4; E u tro p io IX 20.3


c ita d o en n o ta 3; V icto r, C aes X X X IX , 19, «sed H e rcu liu s in
G a llia m p ro fec tu s fusis h o stib u s a u t a ccep tis q u ie ta o m n ia brevi
p a tra v era t» . P ero su extension y m o v ilid ad de los B a c a u d a e , les
sirvió poco fren te a los h u n o s d e L ito rio en el 437, pues estos e ran
m ás rá p id o s q u e ellos. C o n sta n cia V ita G e rm a n i, X X V II.
(35) Ju llia m .
(36) O rosio, V II, 25.2, «qui facile a g re stiu m h o m in u m im p e ­
ritia m et c o n fu sam m a n u m m ilita ri v irtu te conposuit».
(37) P a n e g . L a t X (II), 4.3 ; X I (III), 5.3.
(38) J u a n d e N ikiu, X C V II, 29 (p . 160, e d ita d o p o r R . H .
C harles).

71
interés de reseñar se realizaron a lo largo de varias
regiones de la Galia, las cuales es superfluo n a rra r tanto
porque no m erece la pena hablar de sus consecuencias
(¿lo habría dicho si Valentiniano de hecho hubiese teni-
de éxito en aplastar a los campesinos?) como porque es
im procedente prolongar una Historia con detalles in ­
nobles» (39). Además, el dedicarse a hacer em bosca­
das a lo largo de las carreteras de Hispania y Galia pudo
ser altam ente beneficioso y en una ocasión fue c a p tu ra ­
do y m uerto en una de estas emboscadas un cuñado de
Valentiniano (40). Pero este tipo de actividad pudo
dañ ar poco la posición de la clase propietaria como un
todo y la actividad principal de los B acaudae radicaba,
sin duda, en sus ataques a las fincas e incluso a las
ciudades, a pesar de que la simple destrucción de las ciu­
dades gajas les interesaba menos de lo que ha sido
supuesto (41). Probablem ente como u n a regla general
invadían las ciudades en busca de aquellos elementos
que no podían producir ellos mismos en el cam po. Tras
el ataque se retirarían a los bosques con el botín logra­
do (42) y reem prenden su vida allí bajo sus «leyes de los
bosques», a lo que nos referiremos ahora.
Cuando M aximiano llegó a la Galia en el 286
encontró que los Bacaudae tenían dos jefes, llamados
Aeliano y A m ando, quienes pueden haber tenido suce­
sores en el siglo cuarto (43), No hay razón p ara llam ar
a estos hom bres «emperadores»: nuestras fuentes sim ­
plem ente dicen que los Bacaudae eran «dirigidos» por
ellos o que eran ellos quienes «azuraron la revuelta», y
no proveen ninguna razón para suponer que la organi­
zación de los B acaudae era en este aspecto una répli­
ca del Im perio del que ellos se proponían liberarse. En
las décadas tercera y cuarta del siglo quinto, cuando un
tal T ibatón los dirigió, no se le da título alguno en nues­
tras pobres fuentes y sus oficiales son denom inados p rin ­
cipes, p alab ra que nos dice poco (44). Lo que es cierto

(39) A m m . M a rc X X V II, 2.11, X X V III 2 .iiff; A n ó n d e reb u s


bellicis 113 «nam s a e p e ... q u a m su c c en d it a u d ac ia » .
(40) A m m . M a rc. X X V III, 2.10.
(41) V ic to r, v e r n o ta 3. Eis significativo q u e p o r c ie n to s d e
años a los e d ito res les d u e le a c e p ta r d e los B a c a u d a s la sensible
d e stru c c ió n d e A u tu n e n 169-70 inclu so los m a n u s c rito s d e E um e-
n iu s IV , I d a n B a ta v ica e y n o B a g a u d ic a e , q u e es u n a c o n je tu ra de
L ipsius: ver P . le G e n tilh o m m e "L e d esastre d ’A u tu n ” R e v u e des
é lu d e s an cien n es, X L V (1943), p p . 233-40.
(42) M e ro b a u d e s P a n e g , I I, 9f.
(43) E u tro p iu s y V ic to r, ver n o ta 3; Z o n ara s X II, 31; E. A.
T H O M P S O N , A R o m a n R e fo r m e r a n d In v e n to r. (O x fo rd , 1952),
p p . 33f. ; e n d e re b u s belicis, c ita d a an tes.
(44) C hron. M in . I, p . 660; C o n sta n cio V ita G e rm a n i X L .

72
es que los B acaudae intentaron separarse todos juntos
del Im perio Rom ano y levantar un estado independien­
te propio (45).
El único pasaje extenso que tra ta de la vida en
tiem po de paz de los B acaudae es m uy difícil de eluci­
dar, pues el escritor asume que sus lectores están ya
fam iliarizados con los B acaudae. Sucede en una come­
dia llam ada Querolus (46), que ha sobrevivido, según
parece, desde principios del siglo quinto. Querolus pide
al L ar de su fam ilia que le de un lugar en la vida que le
haga feliz, pero no puede decidir cual h a de ser este. El
Lar lanza proposiciones, una de ellas sugiriéndole la
palabra latrocinium , bandolerism o, esto es:
LAR: Ya lo tengo: tan bueno como que estas
pidiendo. Vete y vive en las m árgenes
del Loira.
QUEROLUS: ¿Qué pasa allí?
LAR: Los hombres viven allí bajo la ley n a ­
tural (47). Allí no hay dolor.
Las sentencias capitales se pronuncian
allí bajo los robles y están grabadas en hue­
sos (48). Allí incluso los rústicos hablan y los
particulares em iten juicios. Puedes hacer lo
que te plazca. Si fueres rico serías llam ado
patus (que es como nuestra Grecia habla! Oh
bosques, oh soledades ¿quién dijo que erais
libres?). Hay cosas m ucho m ás im portantes
de las que no digo nada, pero esto será sufi­
ciente p ara continuar.

(45) C hron. M in. I, p . 660; J u a n d e A n tio q u ía , c ita a n te rio r.


(46) P p . 16 ss., ed. R . P e ip e r (T e u b n e r series), q u e el pasaje
h a c e re fe re n c ia a los B a c a u d a e es la o p in ió n g e n era l y la m ía
ta m b ié n : L . H av ete e d itio n (P arís, 1880), p p . 2, 4 ni: P. T H O M A S
L e Q uerolus et les ju stic e s de villages. M elanges L ouis H a v et (P arís,
1909), p p . 531-5; Ju llia m , H isto rire V III, p. 176, n. 3; F. L ot La
G a u le (P a rís, 1947), p p . 472 ss., P T O , e tc ... P e ro F. L. G a n sh o f
"N o tes su r le sens d e L igeris a u titre X L V II d e la loi sa liq u e et
d a n s le Q u e ro lu s", H isto rica l Essays in H o n o r o f Ja m e s T a i r (M a n ­
c h este r, 1933), p p . 111-20, lo h a ce re fe rir a los ala n o s ase n ta d o s en
el L o ira p o r A ecio, m ie n tra s otros lo h a c e n a los g erm an o s:, pero
estos p u n to s de vista son poco c o rrie n te s y no e x p lic a n p o rq u e ta n to
g e rm a n o s com o a la n o s h a n d e ser d e n o m in a d o s r u s tid . V er T h o ­
m a s e n el a rtíc u lo c ita d o . E n su e d ic ió n (P a rís, 1937), L . H e rr­
m a n n , p. X IX , a u n q u e c o n sid era q u e h a c e re fe re n c ia a los B a c a u ­
d a e a su m e g ra tu ita m e n te q u e los B a c a u d a e re n u n c ia ro n a la ley
ro m a n a p a r a c o p ia r la ley b á rb a ra .
(47) Iu re g e n tiu m tra d u c id o p o r H a v e t y H e rr m a n (citados
ya) fre n te a G anshof.
(48) P a ra la in te rp re ta c ió n d e este p a sa je ver P. T H O M A S
O bservationes a d scriptores latinos», M nem osynes, X L IX (1921),
p p . 1-75.

73
QUEROLUS: Yo no soy rico y no me sirve
para nada un roble. No quiero esas le­
yes del bosque.
LAR: Entonces bien, busca algo más cóm o­
do y honorable si no sabes pelear.

La vida de Loira, entre los Bacaudae, es algunas


veces considerada como libre en el sentido en que la
vida rom ana no lo es («ibi totum licet») y Salviano y
otros frecuentem ente hablan de hom bres escapando
hacia la libertad entre las Bacaudae o los b á rb a ­
ros (49), tal como hicieron en tiempos de M aterno, pero
el Lar desea reírse de esta creencia comp de un sinsenti-
do: la vida está reglam entada en el Loira tam bién, y
allí, la reglam entación es im puesta no por jueces res­
ponsables o policías, sino por «rústicos» y «particulares
que adm inistran justicia bajo los robles». Parece, pues,
que hay pocas trazas de un aparato de Estado a lo largo
de las m árgenes del Loira. La palabra patus, ante la que
el Lar se sonríe, es presum iblem ente celta (50), p e­
ro dado que su significado es desconocido es difícil
averiguar qué le ocurriría a uno si hubiese sido rico
antes de caer en m anos de los Bacaudae. Lo que podía
ocurrir es que un terrateniente poderoso si caía en las
manos de los B acaudae acabara siendo el esclavo de sus
propios esclavos. Pues Rutilio N am atiano, a quien a
veces se ha creído que estaba dedicado el Querolus, dice
que ese fue el destino de los m agnates territoriales de
Arm orica entre 407-417. Exuperantio, nos cuenta, en ­
señaba a A rm orica a agradecer la recuperación de la
paz (había aplastado el gran levantam iento surgido en
el 417) y «restituyó las leyes, restauró la libertad y no
perm itía que los propietarios fueran esclavos de sus
propios esclavos» (51).
Estas palabras son prácticam ente la única eviden­
cia de las pretensiones sociales de los B acaudae y a p u n ­
tan a la idea de que los B acaudae habían expropiado a
los terratenientes, haciéndoles cultivar los campos que a n ­
tes les habían pertenecido. Las leyes y la libertad que
Exuperantio había devuelto eran las leyes y la libertad
de la antigua clase poseedora de la tierra, a los que

(49) S alv ian o , V , 22, 26 y ss.; O rosio, V II, 41, 7; Zosim o,


V I, 5, 3.
(50) P a ra la su g e ren c ia d e q u e es g rieg a ver H a v e t, p . 218,
n .° 1; H e rrm a n n , p p . X X II, 93, η. 42. P ero, ¿ q u ié n h a b la g riego
e n A rm o rica ?
(51) R u tilio I, 2136 «cuius A re m o ric a s p a te r E x u p e ra n tiu s
o ra s N u n c ... n o n sin it esse suis». Los p ro p ie ta rio s d e la tie rra in ­
cluso c la m a b a n q u e su so c ied a d e ra lib re .

74
habla devuelto algo parecido a lo que había sido su
antigua posición. El testimonio de Rutilio es apoyado en
cierta m anera por las palabras de un poeta algo poste­
rior, llam ado M erobaudes, al que ya nos hemos encon­
trado derrotando a los bacaudae de H ispania en el 443.
Dice que después de la supresión del jefe de los B acau­
dae T ibatón en el 437, las «leyes» fueron restauradas en
A rm orica, y los cultivadores de la tierra no escondieron
más su rapiña crim inal en los bosques. De cualquier
m anera, el pasaje del Querolus parece la obra caracte­
rística de distorsión de una sociedad sin terratenientes,
con sólo un aparato de Estado rudim entario, descrita
por un escritor hostil. Y aunque el L ar lo desprecia
considerándolo ni cómodo ni honorable, podemos su­
poner que la justicia era más equitativa y la vida más
agradable bajo los robles del Loira que en los calabozos
y cám aras de tortura del gobernador.
Sea cual fuere la frecuencia de las revueltas cam ­
pesinas durante los siglos tercero y cuarto, alcanzaron
un «climax» tal en la prim era m itad del siglo quinto que
fueron casi continuas. Sería extraño realm ente si este
factor fuese considerado de poca im portancia en el
estudio de la caída del Im perio de Occidente: los im pe­
rios sólo caen porque un núm ero suficiente de personas
están suficientem ente determ inadas a hacerlos caer,
aunque estas personas vivan dentro o fuera de sus fro n ­
teras. Pero, por otro lado, aunque tuvieran éxito de una
m anera continua durante años, no liberaron nuevas
fuerzas productivas. Si Aeliano y A m ando hubiesen
podido ganar la independencia perm anente para A r­
m orica, no hubiesen podido introducir ningún cambio
fundam ental en la estructura de clase de su sociedad.
Solam ente hubieran em pezado, de otra m anera, el p ro ­
ceso que había producido que la propiedad de bastas
áreas de tierra se concentrase en pocas manos y lo que
había causado en la sociedad rom ana el mismo estado
de cosas contra lo que ellos mismos se habían rebelado
en un principio. Además, incluso en la m itad del siglo
quinto, se habló de un suceso, , que si realm ente es un
hecho, nos sugeriría que un cam bio significativo se
había producido en las relaciones de los Arm oricanos
con el m undo exterior. En el 451, cuando Aecio, el
campeón de los grandes terratenientes galos, se enfrentó
a Atila y los hunos en la batalla de los Campos Catalaú-
nicos, se ha dicho que fue ayudado por los Armoricanos.
Que estos hubiesen luchado para su enemigo es tan
sorprendente que algunos historiadores se inclinan a
d u d ar de la fuente que lo recoge. Pero incluso si la
historia es falsa (y esto está lejos de ser seguro) el mismo

75
hecho de que pudiese circular la historia es revela­
dor (52).
Aeliano y A m ando, entonces, si hubiesen tenido
éxito, podrían hab er cam biado los m iem bros de las
clases dirigentes en A rm orica, pero no podrían haber
cam biado la naturaleza de las clases mismas. Pero el
significado de las rebeliones no debe ser subestim ado
por tal razón. A unque al final del proceso la estructura
de clase de la sociedad arm oricana pudiera hab er sido
la misma como había sido al principio, los seres h u m a ­
nos que form aban las diferentes clases tenían que haber
sido muy distintos. Y esto es precisam ente el hecho que
los invasores bárbaros del Oeste fueron capaces de c a u ­
sar: cam biaron a los miembros de las clases dirigentes.
Hemos visto que ya en una época tan tem p ran a como la
de M aterno m uchos romanos de las clases m ás pobres
identificaron a los rebeldes y a los bárbaros hasta tal
punto que creían en la existencia de una libertad entre
estos que no podían ser hallada bajo el poder del gobier­
no im perial. En los días de Salviano (53) m uchos h o m ­
bres se dirigían indiscrim inadam ente hacia los godos,
los B acaudae u otros bárbaros: en lo que respecta a la
«libertad», de cualquier m anera, no había diferencia
entre ellos. De hecho, es difícil resistir a la im presión de
que las invasiones bárbaras hubiesen sido conducidas
con éxito, en los siglos cuarto y quinto, si no hubiese
sido por la ayuda que el cam pesinado rom ano y otras
clases oprim idas entre los romanos, fueron capaces de
dar directa o indirectam ente a los recien llegados. El
significado de los movimientos campesinos sólo se podrá
ver en su totalidad cuando sean estudiadas en conjun­
ción con las invasiones bárbaras.

(52) J o rd a n e s , G et. X X X V I, 191. Q u e los a rm o ric a n o s lu c h a ­


ro n p a ra A ecio e n el 451 h a sido p u e sto en d u d a p o r F. L o t. Les
in v asio n s g e rm a n iq u e s (P a rís, 1945), p . 108.
(53) S alv ian o , V . 22, « ita q u e p assim vel a d G o th o s vel a d B a ­
c a u d a e vel a d alios u b iq u e d o m in a n te s b a rb a ro s m ig ra n t, e t c o m ­
m ig ra sse n o n p a e n ite t» .

76
El priscilianismo: ¿herejía o movimiento
social?*
Abilio Barbero de Aguilera

Orígenes sociales del priscilianismo.


F.l priscilianismo ha sido objeto de numerosos trabajos
de investigación en los últimos ochenta años, es decir, a
partir del descubrim iento en W ützburgo de un m anus­
crito conteniendo obras surgidas de un am biente prisci-
lianista y atribuidas con toda probabilidad a Prisciliano
(1). El hallazgo de estas nuevas fuentes replanteó los
problem as que la historia del prisciplianismo sugería y
sirvió de incentivo a los estudiosos que desde entonces se
han ocupado de tem a con fortuna desigual (2). El inte-
* De C uadernos de H isto ria de E spaña. In stitu to de H istoria
d e E sp a ñ a. F a c u lta d de Filosofía y L e tra s. B uenos A ires, 1963.
(1) Se tr a ta d e Unos m a n u s c rito s latin o s, 140 folios escritos
con c a ra c te re s u n c ia les de fines de siglo V o com ienzo del V I.
D iferen tes m o d a lid a d e s p a le o g ráfic as lo id e n tific a n com o d e origen
e sp a ñ o l. Cf. G a rcía V illa d a . H . a E clesiástica de E sp a ñ a I. 2 .a
p a rte , 104 y ss. El h isto ria d o r D o llin g e r a trib u y ó c o rre c ta m e n te los
escritos a P riscilian o , o p in ió n re c o g id a p o r G . Schepss "Ein
n e u a u fg e fu n d e n e r lat. S ch ritseller des 4. ja r h u n d e r ts " . Philolo-
g ish h -H isto risc h en G esellschaft X X IV , 1886.
(2) Los m ás im p o rta n te s de estos tra b a jo s son: G. SCH EPSS,
P risciliani q u a e su p e rsu n t, C SE L , X V III, V ie n a, 1889; P a re t, Pris-
cillia n u s ein R e fo rm a to r des. 4. J a rh u n d e rts . W íz b u rg o , 1891; Hil-
g e n feld , “ P risc illian u s u n d seine n e u e n d e c k te n S c h rifte n " Z etschit
fü r w issen ch atlich e T h eo lo g ie X X X V , 1892, 1892; D ierich , Die
Q u e lle n z u r G eschichte P riscillian u s, B reslau 1897; L av e rtu jo n , La
C ro n iq u e d e Sulpice Sevére, P arís, 1889 (sobre el priscilian ism o en
p a rtic u la r véase el vol. II); K U N S T L E , A n tip risc illia n a , F rib u rg o
de B risgovia, 1905; B A B U T , P riscillien et le P riscillianism e, París,
1909 (sin d u d a , el m ejo r e stu d io so b re el priscilian ism o ) PU EC H ,
«Les origines d u priscillianism e», B u lle tin d 'a n c ie n n e littéra tu re et
d ’a rchéologie c h rétien n e, 1912 (c o n tra B a b u t); B A R D E N H E W E R ,
G eschichte d e r a ltc h ristlic h e n L ite r a tu r , III, 1 9 1 2 ; M O R IN , «Pro
In stan tio » , R e v u e B é n é d ic tin e , X X X , 1913; H A L T B E R G E R , «Ins­
ta n tiu s o d e r Priscillianus», T h e o lo g isch e Q u a rta lsch rift, LV ; G a r­
cia V illla d a, H isto ria E clesiástica de E sp a ñ a , I, 2 . a p a rte , 91-145,
M a d rid , 1929; A. D ’Ales, P riscillien et l ’E sp a g n e C h ré tie n n e d u I V
siècle, P aris, 1935; Pérez d e U rb el, «La teo lo g ía tr in ita r ia en la
c o n tie n d a priscilianista»', R ev ista E sp a ñ o la de Teología, V I, 1936,
189-606; R am o s L oscertales, P risciliano. Gesta R e r u m , S a la m a n ­
ca, 1952. El tra b a jo d e M eñéndez y P elay o in se rto en la H istoria de
lo s'H e tero d o xo s E spañoles y d e d ic a d o al p risc ilian ism o adolece de
fa lta d e se n tid o crítico y e n co n se cu e n cia es d e escaso v a lo r c ie n ­
tífico. L a p rim e ra e d ic ió n d e la H isto ria de los "H etero d o xo s E s­
p a ñ o le s”, M adriçl, 1880, es a n te rio r a los d e sc u b rim ie n to s de
W ü rz tb u rg o y la ju v e n tu d d el a u to r se refleja en el a rd o r y la falta

77
rés de las investigaciones en general se centró en torno a
una doble polém ica. Por una parte la lectura de los
opúsculos creaba serias dudas sobre una cuestión hasta
entonces apenas debatida. ¿Fué Prisciliano v erdadera­
m ente un hereje o se m antuvo dentro de la ortodoxia ?
En segundo lugar: ¿los tratados publicados por Schepss
se debían todos a Prisciliano o eran obra, total o p a r ­
cialm ente, de algunos de sus compañeros.
En general la m ayoría de las obras que resultaron
de esta polém ica se lim itaron a ser piezas de una discu­
sión académ ica entre eruditos o bien ardorosos escritos
hechos por apologistas con una intención religiosa y que
quedaban fuera del cam po propiam ente dicho de la
investigación histórica. El aclarar estos puntos en discu­
sión tiene indudablem ente su interés siem pre que el
debate no constituya un fin por sí mismo y las conclu­
siones se encuadren dentro de unas perspectivas históricas
más am plias. De entre los autores citados más a rri­
ba (3) el que lo com prendió así fue B abut que in te rp re ­
tó al priscilianismo no como un fenóm eno aislado o un
episodio singular de la historia de su tiem po y por lo
tanto dentro del desarrollo de la historia universal (4).

de s e re n id a d c o n q u e re c a rg a las acu sacio n es c o n tra P risc ilia n o .


C asi veinte años m á s ta rd e , es d e cir c u a n d o los tra ta d o s priscilia-
n istas e ra n b ie n conocidos y h a b ía n sido e stu d ia d o s en va ria s p u ­
b licacio n es, M en én d ez y P elayo re c tific a b a sus o p in io n e s p rim itiv a s
en o tro tra b a jo . Se tr a ta d e la serie d e a rtíc u lo s a p a re c id o s en la
R ev ista de A rc h iv o s, B ib lio teca s y M useos con el títu lo «O púsculos
de P risc ilia n o y m o d e rn a s p u b lic a cio n es a c e rc a d e su d o c trin a» .
L as conclusiones d e este tra b a jo q u e d e b ie ro n d e h a b e rse reco g id o
en u n ú ltim o a rtíc u lo a n u n c ia d o p o r el a u to r, q u e d a ro n , sin e m ­
b a rg o , in é d ita s. Estos estudios, a d e m á s de h a lla rse e n el v o lu m e n
d e 1899 d e la revista c ita d a , p u e d e n e n c o n tra rs e ta m b ié n e n la
e d ic ió n de la H isto ria de los H e te ro d o x o s españoles h e c h a p o r B O ­
N IL L A y SA N M A R T IN , M a d rid , 1917, 321-362. B o n illa y San
M a rtín en su e n ju ic ia m ie n to d el p risc ilian ism o su fre u n a ev olución
a n á lo g a a la d e M enéndez y Pelayo, cf. H isto ria de la F ilosofía
E spañola, M a d rid , 1911, 466 y ss. P a ra la b ib lio g ra fía so b re el
p risc ilian ism o a n te r io r a la p u b lic a c ió n de Schepss, véase P. B.
G A M S, D ie K irc h en g e sc h ic h te von S p a n ien , II, I, 35 g ., G raz,
1956. D a n T a m b ié n a b u n d a n te b ib lio g ra fía G a rc ía V illa d a , op.
cit., 3.57 y ss. y C uevas y D om ínguez e n A lta n e r, P atrología, M a ­
d rid , 1956, 48).
(3) (V éase la n o ta a n te rio r.)
(4) El tra b a jo de R am o s L oscertales, a u n q u e p u e d e situ arse
e n tre los m ejo res d e la b ib lio g ra fía d e d ic a d a al p risc ilia n ism o , se
re sien te d e las lim ita c io n e s q u e le im p u so v o lu n ta ria m e n te su a u ­
to r. C f., P risciliano. Gesta R e r u m , S a la m a n c a , 1952, 6 y 7: «La
f in a lid a d p e rse g u id a —dice R am o s L o sc e rta le s— será sólo u n a :
b u sc a r e n la exposición de los hechos u n o rd e n q u e p e rm ita ver con
a lg u n a c la rid a d có m o fu e ro n siendo conocidos a lo la rg o del tie m ­
po el m o v im ien to p risc ilia n ista y sus c a ra c te rís tic a s y la m a n e ra de
h a b e rse ido c o n d e n s a n d o e n el ju ic io d e sus c o n te m p o rá n e o s el
c o n o c im ie n to de las d istin ta s fases d e a q u él. A l lím ite c ro n o ló g ico ,

78
El representante más característico del grupo de
apologistas confesionales es el P. Z. García Villada. Al
publicar su Historia Eclesiástica de España pretendió
hacer un trabajo definitivo sobre el priscilianismo. R e­
cogió y estudió en su libro la mayor p arte de la biblio­
grafía precedente, así como las fuentes más directas. Sin
em bargo su obra está dom inada por dos ideas precon­
cebidas que la desvalorizan considerablem ente: la de
dem ostrar la heterodoxia de Prisciliano y desacreditar
en todo lo posible la obra de B abut (5). Los historia­
dores protestantes como Paret y Schepss han considera­
do al priscilianismo no como un desvío del dogm a pro ­
fesado por el cristianismo oficial de su tiempo, sino
como un movimiento de protesta contra la alta jera r­
quía eclesiástica. En esta apreciación absuelven al pris­
cilianismo de las acusaciones tradicionales de gnosticis­
mo y m aniqueism o, pero en su investigación no van más
allá del aclaram iento de unos hechos que para ellos
conciernen exclusivamente a la historia del cristianis­
mo. Los historiadores católicos, Puech, Villada, d ’Alés,
con una concepción m ás estática de la historia del cris­
tianismo que los protestantes, justifican am pliam ente
que el movimiento priscilianista fuera tachado de heré­
tico y contrario al dogm a establecido (6).
Morin fue el planteador de lo que ha sido luego
otro de los problem as críticos suscitados por el estudio
del priscilianismo . Bardenhew er había ya señalado la
diferencia entre el Prisciliano descrito por Sulpicio Se­
vero —facundus m ulta lectione eruditus, disserandi ac
tiis putandi promptissimus, fe lix profecto si non pravo
studio corrupisset optim um in g en iu m — y la poca cali­
dad literaria que m anifiestan los tratados de W ürtzbur-

q u c n o p o d rá ser casi n u n c a e x ac to , se su m a rá el espacial m ás


im p reciso to d av ía en a lg u n a s ocasiones. D e n tro de este m arc o y
p a rtie n d o del cero, se in te n ta rá la re c o n stru c c ió n del proceso h istó­
rico im p rim ié n d o le un se n tid o re alista. Q u e se p re te n d a b u scar en
to d o esto no q u iere d ecir q u e p u e d a e n c o n tra rs e siem pre. U n as­
p ecto del p ro b le m a h a d e q u e d a r to ta lm e n te o rilla d o en la inves­
tig ació n : del fo n d o teológico del p risc ilian ism o , así com o el de su
c o n tin u id a d después d e la m u e rte d e su p ro p a g a d o r, lím ite final
p u esto a este trab a jo » . Se tr a ta , p u es, d e u n a descrip ció n de los
a co n tec im ie n to s q u e fo rm a n la p rim e ra ép o ca del priscilianism o,
p ero sin p ro fu n d iz a r en las causas del proceso q u e describe.
(5) L a ausen cia d e e c u a n im id a d d e G a rcía V illa d a se advierte
ig u a lm e n te en la in c o n tin e n c ia de sus expresiones. A P risciliano le
calific a d e obispo in tru so y a B a b u t d e a u to r d e a rg u m e n ta c ió n con
d e le zn a b le tra m a . C f., op. c it., 91 y ss. L a le c tu ra de V illad a, si
bien no d a u n a im p resió n o b jetiva o al m en o s in te lig e n tem en te
c o n stru id a d e lo q u e fue el p riscilian ism o , p ro p o rc io n a n o o b sta n te
u n a b u e n a in fo rm a c ió n b ib lio g rá fic a y fa m ilia riz a d a con los hechos
m ás sobresalientes.
(6) Cf. la b ib lio g ra fía c ita d a en la n o ta 2.

79
go (7). M orin además de insistir en la observación de
Bardenhewer añadió otra objeción: la dificultad de em ­
plazar correctam ente al tratado priscilianista conocido
por Liber Apolegeticus (8). M orin sostuvo que el Liber
Apologeticus había sido escrito para presentarlo al síno­
do de Burdeos, pero no por Prisciliano, sino por In stan ­
d o , realzando la personalidad de éste a lo largo de la
historia priscilianista hasta deducir que fue el autor de
los once tratados publicados por Schepss. Sin em bargo
la opinión de M orin no fue com partida por la m ayor
parte de los críticos (9). La tesis de M orin es difícilm en­
te sostenible. M ientras que por San Jerónim o sabemos
que Prisciliano fue autor de muchos opúsculos (10) no
tenemos noticia de que Instancio dejara ningún escrito.
Liber Apologeticus fue sin duda redactado por Prisci­
liano. A parte de las razones de prestigio como jefe de la
secta que inducen a suponerle autor de este escrito de
defensa, hay otras que lo confirm an. La acusación de
m agia de que se defiende el autor del L iber A pologeti­
cus coincide con la sentencia que le costó la vida a Prisci­
liano y al com parar esta sentencia con la de destierro
que obtuvo Instancio, es preciso concluir que solamente
aquél fue acusado de semejante delito (11).
En este trabajo se va a intentar com prender el
priscilianismo de form a que quede relacionado con
otros movimientos religiosos del Bajo Im perio, algunos
de ellos prolongados o resurgidos durante los tiempos
medievales. De un modo general se va a buscar el origen
y la causa de estos movimientos dentro de las contradic­
ciones provocadas de un lado por- la crisis económ ica y
social del Im perio Rom ano y de otro por las nuevas
condiciones que determ inaron la estructura de la Iglesia

(7) B A R D E N H E W E R , G eschichle d e r a ltk irlic h en , L ite ra tu r,


III, 406; S U L P IC IO S E V E R O , C hronica, II, 46.
(8) G . M O R IN , R e v u e B en e d ic tin e , 1912. «Pro In s ta m io c o n ­
tre Priscillien». P a r a Shepss, P a re t e H ilg en fe ld el L ib e r A p o lo ­
g e tic u s se tr a ta b a d e u n a defensa p re s e n ta d a e n el C on cilio de
Z aragoza d e 380: p a r a D ierich , d e u n a a p o lo g ía d irig id a al de
B u rd e o s e n 384, y p a r a B a b u t e ra u n a p rofesión d e fe re d a c ta d a
p o r P risc ilia n o a p e tic ió n d e los laicos d e M é rid a e n 383. P u e c h no
e n c o n tró u n a solu ció n co n v en ien te al p ro b le m a .
(9) E n c o n tra : H A L T B E R G E R , T h e o lo g isch e Q u a r ta lsc h rift,
LV ; SC H E PSS, «Pro Prisciliano», W ie n e r S tu d ie n X V R A M O S
L O S C E R T A L E S , op. cit., p á g . 117. El L ib e r A p o lo g e tic u s, según
R am o s, n o fue d irig id o al C oncilio d e B urdeos, sino q u e fu e r e d a c ­
ta d o con a n te rio rid a d . Cf. op. c it., p á g . 114 y ss. A fa v o r D ’A L E S,
P riscillien et l ’E sp a g n e c h ré tien n e à la f i n d u I V o siècle, P aris,
1936.
(10) D e viris illustribus, 121: P riscillianus, A b ila e episcopus,
..., e d id it m u lta opuscula, de q u ib u s a d nos a liq u a p e rv e n e ru m .
(11) S u lp . Sev. C h ro n ., II, 51.

80
de Cristo, al convertirse el cristianism o en una religión
prim ero tolerada y luego profesada oficialm ente por el
Estado.
Las fuentes que n a rra n los comienzos de la historia
priscilianista consideran a Prisciliano a veces gnóstico y
otras m aniqueo (12).
El relato más completo es el que hace Sulpicio
Severo. Según él «entonces se descubrió en España esta
infam e herejía de los gnósticos, superstición execrable
que se ocultaba en el secreto y en el m isterio. El origen
de este m al es Oriente y Egipto, pero no sería fácil
exponer cuales fueron sus comienzos y progresos. El
prim ero que lo introdujo en España fue Marcos, un
hom bre venido de Egipto, nacido en Menfis. Sus discí­
pulos fueron Agape m ujer noble y el retórico Elpidio.
Por éstos fue instruido Prisciliano (13).
A fines del siglo IV debió de existir una evidente
confusión entre la gnosis y el m aniqueism o. La gnosis
cristiana había preocupado a los antiguos Padres antes
del triunfo de la Iglesia, y el m aniqueism o nacido en el
siglo III constituyó un problem a para el Estado, siendo
objeto de persecución a p artir de Diocleciano y durante
el Im perio cristiano (14).
--------f-------
(12) F IL A S T R IO , D iversarum , h a e re su m liber, 84; Je ró n im o ,
D e vtris illustribus, 121, E p. L X X V , I n isaiam p r o p h e ta m , E p. a d
C te sip h o n te m ; S U L P IC O S E V E R O , C hronica, II, 46; P R O S P E R O
D E A Q U IT A N IA , E p ito m a C h ro n ic o ru m , a. 382. P a ra la c rítica
d e estos tex to s véase D IE R IC H , D ie Q u e lle n z u r G eschichte Pris-
cillians, B R E S L A U , 1897, y B A B U T , op. cit., 26 y ss.
(13) «... t u m p r im u m in fa m is illa G n o stic o ru m haeresis iiitra
H isp a n ia s d eprehensa, su p e rstitio exitiabilis, arcanis- o ccu lta ta se ­
cretis. O rigo is tim m a li O riens a tq u e A e g ip tu s, se d q u ib u s ib i in i­
tiis coaluerit, h a u d fa c ile est disserere. P rim u s e a m in tra H ispanias
M a rc u s in tu lit, A e g ip to p ro fe c tu s. M e m p h is ortus. H u iu s auditores
f u e r e A g a p e q u a e d a m , n o m igno b ilis m u lier, et rh e to r H elp id iu s.
A b his P riscillianus est in stitu tu s...»
(14) Su p e rsec u c ió n fu e d e c re ta d a p o r u n a c o n stitu c ió n de
D io c le cia n o del a ñ o 297 d irig id a a J u lia n o , p ro c ó n su l de A frica . En
e lla el e m p e ra d o r c o m ie n za p o r h a c e r u n elogio d e las a n tig u a s
cree n cia s religiosas. El d e b e r de los q u e g o b ie rn a n es d e fen d e rla s
c o n tra q u ie n las a ta q u e , p e ro e sp e c ia lm e n te c o n tr a los m an iq u e o s,
g e n te s perversas y d e u n e sp íritu d e te sta b le . « R e cien tem en te los
in v en to res d e ese p ro d ig io in o p in a d o h a n v e n id o a P e rsia p a ra
c o m e te r m il c rím en es c o n tra R o m a , p e r tu r b a r las p o b lac io n es a p a ­
cibles y a r ru in a r las c iu d a d e s. C on el tie m p o y la c o stu m b re los
h o m b re s d e raza ro m a n a , n a tu r a lm e n te in o ce n tes y tran q u ilo s,
p o d ría n se r seducidos p o r la p e rv e rsid a d e n v e n e n a d a d e estos ex ­
tra n je ro s. Es de u n a p ru d e n c ia e le m e n ta l q u e el p ro c ó n su l d e A fri­
ca vigile y castig u e a los se c ta rio s d e la re lig ió n c o m p u e sta d e toda
clase d e m alificios.» E n c o n se cu e n cia , se in v ita a Ju lia n o a h a c e r
q u e m a r p ú b lic a m e n te a los p rin c ip a le s d irec to e s d e la se c ta , j u n ta ­
m e n te con sus a b o m in a b le s libros. E n c u a n to a los sim ples adeptos
b a s ta ría c o n c o n d e n a rlo s a m u e rte d e sp u é s de h a b e r co n fiscad o sus
bien es. T e rm in a im p o n ie n d o la p e n a d e c o n fiscació n d e todos los

81
Para muchos occidentales de fines del siglo IV no
existía distinción entre gnósticos y m aniqueos; una m o ­
ral austera análoga im pedía que se diferenciaran. San
Jerónim o añade sobre Sulpicio Severo que la gnosis de
Marcos se rem onta a Basílides, y que este M arco en
cuestión es el mismo del que habla Ireneo (15).
Basílides nació a fines del siglo II fue discípulo de
M enandro en A ntioquía y se estableció en A lejandría
donde se dedicó a la enseñanza de su sistema. San
Ireneo se ocupa de él en efecto, pero no hace a Marcos
discípulo suyo sino de Valentino (16).
La enorm e distancia que los separa en el tiempo
hace imposible la conexión casi directa entre Prisciliano
y las grandes figuras gnósticas. El Marcos de Menfis de
Sulpicio Severo y el Marcos de Ireneo tienen de común
el nom bre y el supuesto gnosticismo del prim ero. Pero
Ireneo no habla de su paso a las Galias y a España. San
Jerónim o los confunde y la presencia de Elpidio y Agape

bienes y el tra b a jo fo rzad o e n las m in a s a todos los a n tig u o s f u n ­


c io n a rio s y g ra n d e s d ig n a ta rio s del Im p e rio q u e se h u b iesen h ech o
m a n iq u e o s. Cf. L A V E R T U JO N , op. c it., II, 672, S obre el m an i-
q u eísm o véase F. C . B U R K IT T , T h e R e lig ió n o f th e M an ich ees,
C a m b rid g e , U niversity Press, 1925.
(15) E p . L X X X V , M igne P. L . X X II, 687-668: re fe rí Ire-
naeus, vir a p o sto lic o ru m te m p o ru m , el P apiae, a u d ito ris evange-
listae Io a n n is, d iscipulus, ep isco p u sq u e ecclesiae lu g d u n en sis, q u o d
M a rcu s q u id a m de B asilidis g n o stic i stirp e descendens, p r im u m a d
Gallias ven erit et eas partes, p e r q uas R h o d a n u s et G a ru n n a
f lu u n t , sua d o c trin a m acu la verit, m a x im e q u e no b iles fe m in a s ,
q u a e d a m in o c cu lto m ysteria re p ro m itten s, h o c errore se d u x erit,
m agicis a rtib u s et secreta c o rp o ru m v o lu p ta te a m o r e m s u i c o n ci­
lians: in d e P y r e n a e u m transiens H isp a n ia s o c c u p a n t, et h o c stu d ii
h a b u e rit, u t d e v itu m d o m o s et in ipsis fe m in a s m a x im e a p p e te re t,
q u a e d u c u n tu r variis desideriis, se m p e r d iscentes et n u n q u a m a d
s c ie n tia m v erita tis p e rv en ien te s. H o c ille scripsit a n te a n n o s circiter
trecentos. E I scripsit in his libris, q uos adversus o m n e s haereses,
d octissim o et e lo q u en tissim o se rm o n e c o m p o su it. Id . I n Isa ia m
p ro p h e ta m , X V II, 64. M igne P. L. X X IV , 622: et p e r h a n c occa-
'-sionem m u lta q u e h iu sc em o d i, H isp a n iu ru m et m a x im e L u sita n ia e
d e c e p ta e su n t m u liercu la e, onepeccatis, quae d u c u n te r variis desi­
deriis, se m p e r discen tes et n u n q u a m a d sc ie n tia m verita tis p e rv e ­
nientes, u t B asilidis, B a lsa n ii a tq u e T hesauri, B a rb e lo n is q u o q u e
et L e u sib o ra e ac re liq u o ru m n o m in u m p o r te n ta su scip eren t. De
q u ib u s d ilig en tissim e vir a postolicus scribit Iren a eu s, episcopus
lu g d u n en sis et m artyr, m u lta r u m origines exp lica n s haereseon, et
m a x im e g n o stic o ru m , q u i p e r M a rc u m A e g y p tiu m G a llia ru m p r i ­
m u m circa R h o d a n u m , d e in d e H isp a n ia ru m n o b ilis f e m in a s d e c e ­
p e ru n t, m isc e n te s fa b u lis v o lu p ta te m et im p e ritia e suae n o m e n
scien tica e vin d ica n tes.
(16) C ont. H a e r., I, 24; B. A L T A N E R , P atrología, M a d rid ,
1956, p á g . 130 y ss. U n e stu d io d e c o n ju n to d el gnosticism o en
H . L E IS E G A N G , L a Gnose, P aris, 195 . S obre B asílides, V a le n ­
tin o y M arco s d e M enfis cf. ta m b ié n : V A C A N T y M A N G E N O T ,
D ictio n a ire y T h é o lo g ie C atholique, s. v.

82
cuyos nom bres coinciden con los de dos eones gnósticos
hace todavía más sospechosa la inform ación. Ambos
Marcos, el de Sulpicio Severo y del de Jerónimo- son
originarios de Egipto y a su llegada a España divulgan
sus doctrinas especialmente entre las mujeres nobles.
Sulpicio Severo puntualiza sobre este esquema que la
ciudad egipcia de la que era oriundo Marcos, era Men-
fis y que la más sobresaliente de la mujeres nobles era
Agape, episodios tam bién m encionados por San Jeróni­
mo (17).
T anto Sulpicio Severo como Jerónim o debieron de
inspirarse en un relato anterior como h an venido m an ­
teniendo Dierich y B abut (18).
Se apoyan en una noticia transm itida por San Isi­
doro: El obispo español Itacio, famoso por su sabiduría
y elocuencia, escribió un libro en el que dem uestra las
creencias detestables de Prisciliano y sus crímenes de
concupiscencia, poniendo de m anifiesto que un cierto
Marcos de Menfis había sido discípulo de Manes y m aes­
tro de Prisciliano (19).
Esta fuente debió de ser la crónica perdida de
Itacio, perseguidor de Prisciliano, y cuyas acusaciones
debieron de servir de base a las fuentes de la historia
priscilianista (20).
Prisciliano en el Liber Apologeticus, al rechazar los
cargos hechos contra él, enum era en consecuencia los
errores que se le im putaban. Además de condenar a di­
versas sectas cristianas, lanza el anatem a contra los que
em pleaban como signos, águilas, asnos y serpientes; a
los que todavía prestaban culto al sol, la luna y los
planetas; a los que adoraban a seres infernales: Sacian,
Nebroel, Samael, Belcebut, Nasbodeo y Belial; contra
el dualismo m aniqueo y las fornicaciones de los nicolaí-

(17) A dem ás de los textos ya c ita d o s de Je ró n im o ver tam b ién


Ep. a d C tesip h o n te m : In H ísp a n la s A g a p e E lp id iu m , m u lie r v i­
rum , coeca d u x it in fo v e a m , su ccesso rcm q u e su i PriscH lianum
h a b u it, Zoroastris m a g i stu d io sissim u m , et ex m ago episcopum ,
Cf. M E N E N D E Z Y P E L A Y O , H istoria de los H e tero d o xo s E spa­
ñoles, M a d rid , 1917, C X V .
(18) D IE R IC H , op. c it., 21 y s s .; B A B U T , op. cit., 106.
(19) De Scrip to rib u s Ecclesiasticis, X V , 19. M igne P. L.
L X X X III, 1902: Ita ciu s H isp a n ia ru m episcopus, c o g n o m en to et
e loquio clarus, scripsit q u e m d a m lib r u m sub a p o lo g etici specie,
in q u o d e te sta n d a P risciliani d o g m a ta et m a le fic io ru m eius artes
lib id in u m q u e eius p ro b a d e m o n stra t o ste n d en s M a rc u m q u e m d a m
M em p h itic u m d isc ip u lu m fu is se M anis et P riscilliani m agistrum .
(20) Lo c o n firm a el p a p e l d e se m p e ñ a d o p o r Itac io en el juicio
c o n tra P risciliano. Itac io d irig ió la acu sac ió n , y esta acusación
d e b ía de hacerse p o r escrito. Sulp. Sev., C hron, II, 49-50; Cod.
T h ., IX , I, 5.

83
tas, y contra los gnósticos: ofitas, Saturnino y Basilides,
term inando con los eones gnósticos A rm ariel, Leel, B al­
samo y Barbelón, y rechazando de m anera especial la
acusación de m aleficio que más tarde sería la causa de
su m uerte (21).
Es difícil a través de estas fuentes asentir a la
creencia de que Prisciliano fue el jefe de una secta
gnóstica española. Se ha pretendido p robar la existen­
cia del gnosticismo en España a través de testimonios
arqueológicos (22).
Se refieren estos testimonios a los bronces de Be­
rrueco, la estela de Q uintanilla de Somoza y unos a n i­
llos de procedencia diversa. Las piezas de Berrueco y
Q uintanilla de Somoza no tienen nada que ver con las
sectas gnósticas según h an dem ostrado Blanco Freijeiro
y García y Bellido (25) y los anillos, con inscripciones
ininteligibles h an sido relacionados con el gnosticismo
arbitrariam ente.
De lo que fue el priscilianismo en sus orígenes nos
da una im presión más objetiva el estudio de los cánones
del I Concilio de Zaragoza del 380. En él, según la
Crónica del Sulpicio Severo, se obtuvo la prim era con­
denación del priscilianismo, pero en cam bio el L iber ad
Damasum desmiente esta noticia. Los cánones que nos
han llegado del Concilio parecen dar la razón al L í­
ber. (24).
Se reunieron en Zaragoza doce obispos españoles y
aquitanos cuyos nom bres se han transm itido, y debió de
presidirlos el m etropolitano de M érida, H idacio. Los
ocho cánones conservados dictan norm as de carácter
m oral y no dogm ático. Se prescribe que las mujeres
fieles sean separadas de los varones extraños, que no se
ayune en los domingos, ni se ausenten los fieles de la
iglesia en tiem po de cuaresm a, que se reciba la Eucaris­
tía en la iglesia y se consuma allí mismo, que ninguno se
ausente de la iglesia en las tres semanas que predecen a
la Epifanía, que no reciban otros obispos a los que han
sido excomulgados por los propios, que se excomulgue

(21) El L íb e r A p o lo g e tic u s, p rim e ro d e los tra ta d o s p u b lic a ­


dos p o r S chepps, se e n c u e n tra ta m b ié n e n la e d ició n d e B O N IL L A
y SA N M A R T IN d el to m o II d e la H isto ria d e los H e tero d o xo s
E spañoles, X I ss.
(22) G A R C IA V IL L A D A , op. c it., I, 1 .a p a rte , 86-87.
(23) A . G A R C IA Y B E L L ID O , E l c u lto a Serapis e n la P e n ín ­
sula Ibérica. B R A H C X X X IX , 1956, 330 y ss. A . B L A N C O F R E I­
JE IR O , Z e p h yru s, 1960, 1 5 4 y s s .
(24) T E JA D A y R A M IR O , C olección de C ánones de la Iglesia
E spañola, M a d rid , 1849, II, 124. S u lp . Sev. C hron, II, 47. L ib e r
a d D a m a su m , ed. B o n illa y S an M a rtín X X X V II: n u llu m a u te m in
C aesaraugustana S yn h o d o fu is s e d a m n a tu m .

84
al clero que por entregarse a la licencia quiera hacerse
m onje, que nadie se titule doctor sin habérselo concedi­
do, y por últim o que no se de el velo a las vírgenes
consagradas a Dios hasta la edad de cuarenta años. Las
prohibiciones y condenas de estos cánones no son muy
precisas y parecen referirse a personas que no acataban
la jerarq u ía eclesiástica y la disciplina que de ella em a­
naba. Al lado de esto se advierte el carácter rigorista de
la secta que haría fácil, por analogías externas, que
cayera sobre ella la acusación de gnosticimo y mani-
queismo.
Después del Concilio de Zaragoza de 380 se consoli­
da el cisma surgido entre Hidacio de M érida e Itacio de
Ossonoba por una parte y Prisciliano, In sta n d o y Sal-
viano por otra. Los prim eros apelaron entonces al poder
civil, y exigieron del gobierno de G raciano que se expul­
sara a sus rivales de las ciudades y de sus iglesias y que
sus bienes fueran incautados (25).
Graciano accedió y ordenó por un rescripto im pe­
rial que abandonaran las iglesias y que sus tierras fueran
confiscadas. Visto el cariz que tom aban los aconteci­
mientos Instancio, Salviano y Prisciliano salieron para
Roma con la intención de justificarse ante el obispo de
la ciudad (26).
Hicieron el viaje a través de la A quitania interior
donde recibieron una buena cogida y aum entaron el
núm ero de partidarios, especialm ente en la localidad de
Elusana. Sin em bargo el obispo de Burdeos, Delfidio,
no les recibió. Perm anecieron algún tiem po en las tie­
rras de Eucrocia, dam a distinguida de la región, y desde
allí continuaron el viaje a Rom a, seguidos de numeroso
cortejo. Era entonces obispo de Rom a, Dámaso, ante el
que presentaron el escrito de apelación conservado y
publicado con el título de Liber ad D am asum . En él se
rechazan las acusaciones de m aniqueism o, y se hacen

(25) S u lp . Sev., C hron II, 47. P a ra el re la to q u e se d a a c o n ti­


n u a c ió n se se g u irá la C hronica de S u lp icio Severo.
(26) El p ro c e d im ie n to p a ra so lv e n ta r las d ifere n cia s surgidas
e n tr e los obispos venía re g u la d o en O c c id e n te p o r los cán o n e s III.
IV y V del C oncilio de S á rd ic a de 348. L as c au sas de los obispos
d e b ía n resolverse e n sínodos p ro v in ciale s e n el caso de q u e los dos
litig an te s fu e ra n obispos d e sedes p e rte n e c ie n te s a la m ism a p ro v in ­
cia y n in g u n o de ellos p o d ía lle m a r p a r a to m a r p a rte e n el ju ic io a
los obispos d e o tra . Si el o b isp o d p u e sto e n u n co ncilio pro v in cial
no a ç e p ta b a la d ecisión del sín o d o y q u e ría q u e se vier a d e nuevo
su c au sa, p o d ía a p e la r al o b isp o d e R o m a . El obispo d e R om a,
c o n sid e ra b a si la c a u sa d e b ía tr a ta ta r s e o no d e nuevo, y si tenía
lu g a r este úlyim o su p u esto se e n c a rg a b a d e d e sig n a r los ju ec es que
reso lv ieran la a p elac ió n . P o r ú ltim o , m ie n tra s n o se h u b ie ra fa lla ­
do la a p e la c ió n in te rp u e s ta n o se p o d ía d e sig n a r u n nuevo obispo
p a ra la diócesis v a c a n te .

85
protestas de ortodoxia, insistiendo en que han sido con­
denados por la facción de Hidacio sin haber sido antes
escuchados. «Tu has llegado escriben a D ám aso— a
la gloria de la Sede Apostólica después de h ab er sido
form ado por la experiencia de la vida y eres p a ra noso­
tros que somos obispos, él más antiguo. Si Hidacio
—continúan — está seguro de probar lo que nos echa en
cara y quiere llevar hasta el fin su celo por el Señor, que
no desdeñe com parecer ante la corona del eterno sacer­
docio (27).
Dám aso no les recibió, y de R om a m archaron a
M ilán donde residía la corte de G raciano y era obispo
Ambrosio desde 374. En M ilán, Ambrosio les fue tan
poco propicio como les había sido Dámaso en Rom a.
Entonces cam biaron de plan; dejaron las autoridades
eclesiásticas y se dirigieron a las civiles. De M acedonio,
magister officiorum de Graciano, obtuvieron un res­
cripto que anulaba los decretos anteriores y ordenaba
restituirles en sus iglesias (28).
Fortalecidos por esta decisión Instancio y Prisci­
liano volvieron a España, pues Salviano había m uerto
en Rom a, y sin ninguna dificultad pudieron rein teg rar­
se a sus iglesias.
Cuando los priscilianistas hubieron recobrado sus
iglesias, el procónsul Volvenció persiguió a Itacio por
p e rtu rb ar el orden y la paz en España. Este tuvo que
h uir a las Galias buscando refugio en la ciudad de
Tréveris. Allí se presentó al prefecto Gregorio y le infor­
mó de lo sucedido. Gregorio ordenó que los priscilia­
nistas fueran detenidos y se presentaran ante él para
rem itir luego el asunto al em perador. Pero una decisión
im perial retiró el conocimiento de la querella al prefec­
to Gregorio y lo transm itió al vicario de España que en
esta época había dejado de ser gobernada por un p ro ­
cónsul. Al mismo tiempo el magister ojficiorum m andó
agentes a Tréveris para detener a Itacio y renviarle a
España, pero Brito, obispo de la ciudad, le brindó
protección. Entre tanto se había extendido el rum or de
que M áximo, general al m ando de las tropas de Brita-
nia, se había hecho con el poder y se p rep arab a para
invadir las Galias. La sublevación de M áximo hizo cam ­
biar el giro de los acontecim ientos, la historia de los
priscilianistas entró entonces en una fase trágica y deci­
siva.
M áxim o con sus tropas desem barcó en las bocas del
(27) L ib e r a d D a m a su m , ed. B o n illa y S a n M a rtín , X X X IX .
(28) S u lp icio Severo, sig u ien d o p ro b a b le m e n te a Ita c io , ex p lic a
esto p o r el so b o rn o de q u e fue o b je to M a c ed o n io . Cf. C hronica,
/ /, 48: c o rru p to M a c ed o n io tu m m a g istro o ffic io ru m .

86
Rin y poco después se le unió el ejército de G erm ania en
el m om ento en que Graciano se disponía a com batir a
los alem anes en R hetia. Se enfrentaron cerca de París y
G raciano fue abandonado por sus tropas y m uerto en
Lyon, en la retirada, por un magister equitum . Maximo
entró victorioso en Tréveris y, a posteriori, desautorizó
la m uerte de Graciano que fue enterrado en la misma
ciudad con todos los honores. Itacio no perdió la opor­
tunidad que se le presentaba y se apresuró a sacar
partido de la nueva situación. «Dirigió contra Priscilia­
no y sus amigos una denuncia llena de odio y acusa­
ciones criminales» (29).
Los acontecim ientos que siguieron son los m ás co­
nocidos de la historia del priscilianismo. Prisciliano y
sus com pañeros com parecieron ante un sínodo episco­
pal en Burdeos. In stan d o fue depuesto allí de su sede y
Prisciliano apeló al poder civil. H ubo un nuevo juicio en
Tréveris, cuya iniciativa en la acusación correspondió a
Itacio y la dirección del mismo a Evodio, nuevo prefecto
del pretorio nom brado por M áxim o. Prisciliano fue
objeto de tres acusaciones: la de m aleficio, la de cien­
cias obscenas, es decir la m agia, y los conciliábulos
nocturnos (30).
Los cargos form ulados contra Prisciliano eran gra­
vísimos, la legislación penal los castigaba duram ente
(31). Prisciliano se confesó autor de numerosos críme-

(29) S U L P IC IO S E V E R O , C hronica, II, 50.


(30) P o r S ulpicio Severo, q u e e ra ju ris c o n s u lto , sab em o s q u e el
proceso siguió to d as las fases del p ro c e d im ie n to c rim in a l: Priscillia-
n u m g e m in o iu d ic io a u d itu m c o n v ic lu m q u e , C hronica, II, 50. G e­
m in o l u d i d o in d ic a la d o b le in stru c c ió n d e sig n a d a p o r la p a la b ra
c o m p e r e n d in a tio . E n to d o ju ic io p ú b lic o c u a n d o la p rim e ra acción
h a b ía te rm in a d o se in stru ía u n n uevo in fo rm e p e re n d in o die, de
a q u í su n o m b re .
(31) C o n sta n tin o e stab lec ió u n a d istin c ió n e n tre u n a m a g ia y
a d iv in a c ió n p e rm itid a s y o tra s p ro h ib id a s. S egún la p rim e ra ley del
títu lo D e P aganis Sacrificiis et T e m p lis del C ó d ig o T eo d o sia n o , se
a u to riz ó e n 320, es d e cir e n la é p o ca d e la re fo rm a religiosa de
C o n sta n tin o , el a rte d e los arú sp ices, la c o n su lta d e los fu lg u ra to re s
y el e x a m e n d e las e n tra ñ a s d e las v íctim as, p e ro so la m e n te en los
tem p o s y edificios p ú b lico s. U n a ñ o a n te s, en 319, h a b ía p e rm itid o
las a rte s m ág ic as q u e p o d ía n p ro d u c ir b en eficio s Como la c u rac ió n
d e e n fe rm e d a d e s , p e ro c o n d e n ó las p rá c tic a s q u e a te n ta b a n c o n tra
la v id a .d e los h o m b re s o p r o p a g a b a n rito s im p ú d ic o s. Los que
e je rc ía n esta m a g ia delictiv a e ra n lla m a d o s m a le fic ii y la rep resió n
d e su a c tiv id a d a u m e n tó a lo larg o d el siglo. C o n sta n cio II p e rsi­
g u ió e sp e cialm en te la m a g ia según A m ia n o M a rce lin o , X IV , 5 y
X IX , 12, y d u r a n te su re in a d o fu e ro n m u c h a s las p e rso n as que
p e re c ie ro n víctim as de esta a cu sa c ió n . E n 353 p ro h ib ió los sa c rifi­
cios n o c tu rn o s re stab lec id o s p o r M a g n e n cio . C od. T h . IX , 16, 4.
D el 5 d e ju lio de 358 d a ta el re scrip to d e l m ism o e m p e ra d o r en el
q u e se p ro h ib e te rm in a n te m e n te el e k ercicio d e la m a g ia y a d iv in a ­
ció n y se a d v ie rte q u e q u ien es e je rza n a rte s se m ejan te s « d e b erá n ser

87
nes: se había consagrado al estudio de doctrinas obsce­
nas, había tenido reuniones nocturnas con m ujeres y
tenía el hábito de orar desnudo (32). El inform e fue
transm itido por el prefecto del pretorio, Evodio, al e m ­
perador, y M áxim o decidió que Prisciliano y sus com ­
pañeros debían de ser condenados a la pena capital.
Terlulo, Potam io y Juan, tres procesados de baja con­
dición, fueron juzgados dignos de m isericordia porque
habían denunciado a sus cómplices bajo to rtu ra. Ita-
cio, que h ab ía llevado el papel de acusador en la p ri­
m era p arte del juicio decidió luego retirarse, posible­
m ente p ara no atraerse el odio de algunos eclesiásticos,
y M áximo designó entonces para m antener la acusa­
ción a un tal Patricio abogado del fisco (33). La p ri­
m era sentencia se confirm ó y Prisciliano fue d ecap ita­
do y con él los clérigos Felicísimo y Arm enio, el poeta
Latroniano, y Eucrocia viuda del retórico de Burdeos
Delfidio. Instancio, ya depuesto por los obispos de
Burdeos, fue confinado en la isla Scilly. Por sentencias
posteriores fueron condenados a m uerte Asarivo y el
diácono Aurelio, y T iberiano Bético a la deportación
en la m ism a isla con la pérdida de sus bienes.
Se puede adm itir que el priscilianismo fue fu n d a ­
m entalm ente u n a secta rigorista que buscaba la p e r­
fección espiritual a través de prácticas ascéticas y que
realizaba sus fines religiosos en com unidad de m ujeres
y hom bres no Controladas por la jerarquía eclesiástica.
El dogm a no difería del profesado por el cristianismo
ortodoxo, pero su separación de la disciplina de los

p re n d id o s e n m i sé q u ito y o en el del C ésar, y n o e s c a p a rá n del


castig o d é la to r tu n a p o r la p ro tec ció n de su a lto rango». Cf. Cod.
T h . IX , 40, 40, 16. V a le n tin ia n o I p ro h ib ió b a jo p e n a d e m u e rte
los e n c a n ta m ie n to s y los sacrificios n o c tu rn o s , y V a le n te e x te n d ió
e sta p ro h ib ic ió n a to d a clase d e sacrificios, n o c tu rn o s y d iu rn o s.
V é a s e J . M A U R IC E , «La T e r r e u r de la M agie a u I V o siècle». R e v u e
H isto riq u e de D ro it F rançais et é tra n g er (1927), 108-120; F. M A R -
T R O Y E . «Le R ep ressio n de la M agie e t le C u lte des G en tils a u IV o
Siècle», IB . (1930), 669 ss; C. SU IS. «La S e n ten c e P o rté e c o n tra
Priscillien», R e v u e d ’H isto ire E cclesiastique X X I , 530 ss. L as leyes
q u e c o n d e n a n la m a g ia en el S. IV se h a lla n re co g id as en el libro
IX del Cod. T h e o d .
(32) E sta co n fesió n fue p ro b a b le m e n te o b te n id a p o r to r tu r a , a
la q u e se so m e tía a los a cu sad o s d el ejercicio de la m a g ia seg ú n el
d e c re to d e C o n sta n c io II d e 5 de hylio d e 358 c ita d o en la n o ta
a n te rio r.
(33) L a r e tir a d a d e Ita c io d e la se g u n d a p a r te del ju ic io es u n
in d íc e n te d e im p o rta n c ia desd e el p u n to de vista ju ríd ic o . Ita c io
d e b ía h a b e r llevado la a cu sac ió n h a sta el fin a l b a jo p e n a d e ser
con v icto d e los m ism os c rím en es d e q u e a c u s a b a a P risc ilia n o . P a ra
re tira rs e del p u e rto d e Fiscal sin se n tir el peso d e la ley e ra precisa
u n a c o n cesió n e sp ecial del e m p e ra d o r. L A V E R T U JO N . O p. c it., II,
667; D igest., X L V I II 16 c ita d o p o r L a v e rtu jo n .

88
obispos por m edio del ejercicio de una m oral rígida y
del desprecio de las apetencias m ateriales hizo posible
la acusación del gnosticismo y m aniqueism o.
Ireneo que escribió a finales del siglo segundo con­
tra los gnósticos y los m ontañistas, fue uno de los g ran ­
des organizadores de la jerarquía eclesiástica. Detrás de
los dogm as religiosos debatidos en la polém ica se deci­
día una cuestión que afectaba a la fu tu ra estructura
de la iglesia. Los adversarios de Ireneo que reducían la
vida del cristiano a los estados carism áticos de altas
tensiones espirituales dificultaban la progresiva a d a p ­
tación del cristianismo, cada vez más extenso, a las
form as de vida de la sociedad en que se desenvolvía.
P ara evitar esta dificultad y hacer posible la a d a p ta ­
ción, se opuso a los individuos o com unidades que co­
mo los m ontañistas y gnósticos sostenían que era posi­
ble el conocimiento de la verdad religiosa por la reve­
lación mística o las interpretaciones alegóricas, una
dogm ática más firme cuyos depositarios eran los suce­
sores de los apóstoles. Se realizó así una transform ación
dentro del orden interno de la Iglesia. Los obispos,
hasta entonces adm inistradores de los bienes de las p ri­
mitivas com unidades cristianas, que ejercían eJ control
de la vida económica, asum ieron además una función
de índole espiritual, se convirtieron en los sucesores
directos de los apóstoles. Con esta unificación de p o d e 1
res m ateriales y espirituales quedaban fuera de la Igle­
sia tanto los que disintieran del dogm a establecido co­
mo los que no aceptaran la disciplina im puesta por el
episcopado (34). Pero la distinción entre los que in tro ­
ducían novedades en el sistema de creencias o rechaza­
ban las introducidas por las jerarquías, y los que
pretendían realizar el ideal cristiano de form a indepen­
diente, aunque estuviesen de acuerdo con las autorida­
des eclesiásticas respecto a la fe profesada, fue en la
práctica inexistente. Los cismas degeneraban inevita­
blem ente en herejías y los obispos se servían de su po­
der de decisión espiritual para a tacar y destruir a los
que eran solamente sus enemigos personales o am ena­
zaban el orden m aterial de la iglesia. La acusación de
gnosticismo por Prisciliano y sus partidarios se explica
fácilm ente a partir de esta perspectiva.
Se puede llegar a una delim itación geográfica de
la zona donde triunfó el priscilianismo en sus primeros

(34) B. A lta n e r, P atrología, M a d rid , 1956, p á g . 130 ss. y 138


ss. e sp e c ia lm e n te 140; C H . G U IG N E B E R T , E l C ristianism o A n tig u o ,
M éxico, 1956, 128-146; A . H A R N A C K , O u tlin e s o f th e H isto ry o f
D ogm a, B oston, 1957, 95 ss.

89
años de existencia y donde perm anecería arraigado
luego con un enraizam iento popular. Los núcleos u r ­
banos donde repercutió en sus orígenes este m ovim ien­
to religioso provocando hostilidad o apoyo fueron As-
torga, M érida y Córdoba. Las actitudes m antenidas
por el norte y el sur de la Península frente al m ovi­
m iento priscilianista fueron m uy diferentes. La p rim e­
ra reacción antipriscilianista se produjo en una iglesia
m eridional, la de Córdoba, y m eridionales tam bién
fueron los más encarnizados adversarios de Prisciliano,
los obispos de M érida y Ossonoba. Las regiones del sur
no tuvieron contactos con el priscilianismo, sino p ara
oponerle su más absoluta intransigencia, m ientras que
las com unidades cristianas del noroeste le fueron favo­
rables a p artir de la celebración del concilio de Z ara­
goza de 380. En 404 Inocencio I dirigió una carta a los
obispos de la Bética y la Cartaginense que no querían
que los obispos priscilianistas que habían abjurado de
Prisciliano en el concilio de Toledo de 400, pudieran
ser m antenidos en sus sedes. En la carta se llam a galle­
gos a los priscilianistas, lo que evidencia la fuerza de la
secta en la provincia de Galicia, y se m enciona el jefe
de la oposición a los gallegos, que fue un cierto Juan
probablem ente obispo de Iliberris (35). La superviven­
cia de las com unidades priscilianistas en esta región es
bien conocida y todavía a finales del siglo octavo exis­
tían restos de priscilianismo en la m ism a, o su recuerdo
era muy vivo (36).
El priscilianismo debió de ser tam bién una fuerza
impulsora y propagadora del cristianismo en medios
rurales donde hasta entonces apenas había penetrado.
El cristianismo comenzó a extenderse en las ciudades
como es fácil de com probar históricam ente. Los p ri­
meros puntos de apoyo de la religión cristiana fueron
las grandes urbes del Imperio Rom ano: A ntioquía,
Efeso, Esm irna, Tesalónica, A lejandría, etc. Era n a tu ­
ral que la actividad de los evangelizadores se desarrolla­
ra sobre las aglomeraciones m ás densas, donde el proseli-
tismo fuera más fácil y perm itiera más amplios resultados.
Además las colonias judías, hacia las que la predicación
(35) M IG N E , P . L ., X X 485 ss.; R . T H O U V E N O T , E ssai sir la
P rovince R o m a in e de B é tiq u e , Paris, 1940, 351. S obre la ex ten sio n
de la p ro v in ia d e G a lic ia e n la época ro m a n a c f.: C. T O R R E S , L i ­
m ite s g eo g rá fico s de G alicia en los siglos I V y V, C u a d ern o s de E s tu ­
dios G allegos, 1949, t. IV , 367-395; C. S A N C H E Z -A L B O R N O Z .
D ivisiones trib a les y a d m in istra tiv a s d e l solar d e l rein o de A stu ria s,
B R A H , 1929, 374 ss.
(36) Así está a te stig u a d o p o r u n a c a r ta d e A d ria n o I al p r e s b í­
te ro E gila o J u a n e sc rita e n tre 785 y 791. T e x to e n M .G .H ., E p ist.,
III, 644 ss.

90
se dirigió al principio con m ás intensidad, estaban
agrupadas en las ciudades. El cristianism o se difun
dió, pues en las provincias donde la vida u rb an a era
más intensa, como Siria, Egipto, Asia M enor, Italia,
N orte de Africa, Sur de las Galias y Valle del Ródano, y
en España: en la bética, sur de la L usitania y valle del
Ebro (37).
L a Bética contaba en tiempos de Plinio con 55
ciudades privilegiadas y 120 tributarias, la T arraco n en ­
se con 44 y 135 respectivamente y la Lusitania con 9 y 36
solam ente. La Tarraconense tenía una extensión muy
superior a la de la Bética, y la m ayoría de sus centros
urbanos estaban situados en la región m editerránea y
cuenca del Ebro. Las estructuras económicas y sociales
del extrem o occidental de la T arraconense, constituido
en la provincia de Gallaecia por Diocleciano, eran sim i­
lares por su arcaísmo a las del norte de la Lusitania,
provincia que contaba con menos centros urbanos. Ins­
tituciones como la del Convento Jurídico se m antuvieron
en el siglo IV en el moroeste de la Península, m ientras
que en otras regiones h ab ían dejado de ser el víncu­
lo de unión social y adm inistrativa. Su perm anencia,
sólo en esta zona, se explica por el primitivismo de la
organización social que le hacía necesario como ele­
m ento centralizador de la adm inistración. En este sen­
tido el priscilianismo m arca una clara oposición entre
las regiones rurales de cristianización más reciente y
menos sometidas al control del episcopado, y las p ro ­
vincias más intensam ente rom anizadas, de predom inio
urbano y una tradición cristiana m ás antigua, en estos
m om entos dirigida por los obispos de las ciudades que
estaban íntim am ente identificados con el orden econó­
mico y social representado por el Im perio R om ano (38).
La dimensión social del priscilianismo que explica
sus orígenes y fue la causa de su ráp id a expansión ha
sido escasamente puesta de relieve antes de ahora (39).
La conversión del Estado Rom ano había dado lugar a
una nueva fase de la organización cristiana. El clero,
con u n a m ayor confianza en su porvenir y con la seguri-

(37) J. Z E IL L E R , P aganius, é tu d e d e te r m in o lo g ie historique,


P a ris y F rib u rg o , 1917, 48; A . H A R N A G K , D ie M issio n u n d A u s-
b re itu n g dès C h riste n tu m s, II, 255-262. cf. m a p a s n ú m e ro s 2 y 10
e n la m ism a h o ra .
(38) R . T H O U V E N O T op. c it., 201; F . A L B E R T IN I, L e s D iv i­
sions A d m in is tr a tiv e s de l ’E sp a g n e R o m a in e , P a ris, 1923, 122.
' (39) H a n lla m a d o la a te n c ió n so b re el se n tid o so cial d el p risc i­
lia n ism o a u n q u e d e fo rm a m u y g e n e ra l. C. V IÑ A S M EY , a p u n te s
sobre H isto ria Social y E c o n ó m ic a d e E sp a ñ a (co n clu sió n ), A rb o r,
fe b re ro , 1959, 252 s.; E. L . W O O D W A R D , C h ristia n ity a n d N a tio ­
n a lis m in th e L a te r R o m a n E m p ire , 1918, 12 ss.

91
dad de no ser objeto de nuevas persecuciones, term inó
de organizarse en el siglo IV. La Iglesia C ristiana que
frente al Estado representaba la totalidad del pueblo
cristiano, tendió a m odelar su organización conform e a
la estatal, convirtiéndose en una ram a de la adm inistra­
ción pública. Entró así en un proceso de secularización
progresiva que afectó principalm ente a sus dirigentes,
los m iem bros de la clase episcopal. Desde el m om ento
en que la Iglesia C ristiana fue aceptada por el Estado
consiguió de éste una serie de privilegios económicos
que alteraron definitivam ente la organización interna
de ella, reflejando fielmente la estructura social y eco­
nóm ica del Im perio Rom ano. Estos privilegios se con­
cedían a aquellos eclesiásticos que eran considerados
por el Estado como verdaderos representantes de la fe
ortodoxa, es decir de la fe profesada por el Em perador.
Constantino ordenó la restitución de la propiedad ecle­
siástica confiscada por Diocleciano, y en la disputa
donatista decidió que Ceciliano era el verdadero obispo
de C artago haciéndole al mismo tiempo una cuantiosa
donación en dinero y eximiendo de cargas públicas a los
cecilianistas (40). En 319 la exención de num era se
extendió a todo el clero, y siete años más tarde se
expecificaba que los herejes habían de quedar excluidos
de los privilegios concedidos a la Iglesia (41). La in ­
m unidad de las obligaciones económicas respecto al
Estado fue considerablem ente aum entada en la Iglesia
en la época de Constantino (42). Ya en la época de
Constancio, la Iglesia Católica había sido exim ida de la
annona (43) y Constancio excusó a los clérigos de los
impuestos en el comercio y la industria, de las co n trib u ­
ciones p a ra la ayuda m ilitar y trabajos públicos,y de la
función curial (44). El hecho de que los clérigos estuvie-

(40) E U S E B IO , H ist. E ccl., 5, 15-17. W . K. B O Y D , T h e e c c le ­


siastical edicts o f th e T h e so d o sia n Code, N u ev a Y ork, 1905. C o lu m ­
b ia U niversity, S tu d ies in H istory, X X IV , 35. W . H . C. F R E N D ,
T h e D o n a list C h u rc h , O x fo rd , 1952, 145.
(41) Cod. T h ., X V I, 2, 2: «qui d ivin o c u ltu i m in iste ria relig io ­
nis im p e n d u n t, id est i q u i cle rici a p p e lla n tu r, a d o m n ib u s o m n in o
m u n e rib u s e xc u se n tu r, ne sacrilego livore q u o r u n d a m a d ivin is o b ­
sequiis a v o ce n tu r. Ib id ., 5, I: p rivilegia, q u a e c o n te m p la tio n e reli-
g io n is in d u lta su n t, c atholicae ta n tu m legis o b serva to rib u s prodesse
a p o rte t. H a e re tic o s a u te m a tq u e sch ism a tico s n o m s o lu m a b is p r i­
vilegiis alienos esse v o lu m u s se d e tia m diversis m u n e r ib u s c o n strin g i
et subici».
(42) L a legislación d e los e m p e ra d o re s a rría n o s en esta m a te ria
se conservó p o ste rio rm e n te , a u n q u e otros e d ic to s re la c io n a d o s con
p ro b le m a s e s tric ta m e n te d o g m ático s n o fu e ra n in clu id o s e n el C ó ­
d igo T e o d o s ia n o , C F. B O Y D , op. c it., 13 y 74.
(43) Cod. T h ., X I, I.
(44) Cod. T h ., X V I, 2, 8-10.

92
ran exentos de las obligaciones curiales tuvo como con­
secuencia que dentro de la Iglesia aum entara su n ú m e­
ro. Para im pedir esta form a de evasión fiscal se prohibió
en 364 (45) que los plebeyos ricos fueran recibidos como
clérigos por la Iglesia. De esta form a los miebros del
episcopado procederían en su m ayor núm ero de la clase
senatorial, y la alta jerarquía de la Iglesia se identifica­
ría con esta misma clase. Además de ejercer el comercio
y la industria, los obispos, como los senatoriales, fueron
propietarios de grandes latifundios. Alcanzar el episco­
pado representaba un privilegio económico, y este cargo
había perdido gran parte de su carácter religioso como
testimonio S. Jerónim o (46). Muchos eclesiásticos pres­
taban el dinero con usura a pesar de las prohibiciones
de los cánones. Era frecuente tam bién que un obispo
tra tara de usurpar el territorio de un colega o que
dejara la ciudad donde tenía la sede por o tra de mayor
im portancia, la causa de esto no era sino la am bición y
la avaricia (47).
Se puede afirm ar que fue du ran te el siglo III c u a n ­
do el cristianismo alcanzó su expansión más rápida en el
Im perio Rom ano. En este mismo siglo se produce una
grave crisis de la sociedad esclavista que había encon­
trado su form a superior de desarrollo político en el
Im perio. Una de las consecuencias de esta crisis fue el
éxito, tanto del cristianismo como del m aniqueism o,
considerados por el Estado, consciente de la crisis, pero
desconocedor de su causa, como doctrinas destructoras
de la vieja sociedad rom ana (48). D urante el siglo III se
vió en el cristianismo la prom esa de un nuevo orden
social que se oponía al m antenido por el Estado. La
secularización de la Iglesia y la conversión del Estado
im pidieron que el cristianismo siguiera desem peñando
este papel. Pero la identificación de la Iglesia oficial con
el orden social establecido no significaba, como es n a tu ­
ral, la elim inación de las contradicciones que había
(45) Cod. T h ., X V J . 2. 7.
(46) E p ist., L IX , 9; M igne, P L . X X II, 664, ig n o ra t m o m e n ta ­
neus sacerdos h u m ilita te m et m a n s u e tu d in e m ru stu c o ru m , ignorat
b la n d itia s Christianas: nescit se ip su m c o n te m n e re : de d ig n a ta te
tra n sfe rtu r a d d ig n ita te m , de c a th e d ra q u o d a m m o d o d u c itu r ad
c a th e d ra m , d e su p erb ia a d su p e rb ia m .

(47) C á n o n es 19 y 20 del C oncilio d e Ilib e rris. C á n o n es 6, 8, 9,


10 y 13 del C oncilio d e c a rta g o , d e 248. C a n o n 12 d el C oncilio I de
A rlés. C a n o n I del C oncilio d e V a len c ia d el D e lfin a d o d el 374.
C a n o n I d e l C oncilio de S á rd ica d el 348: u n d e a p p a re t avaritias eos
ard o re in fla m a n et a m b itio n i servire et u t d o m in a tio n e m e x e r­
ceant.
(48) Cf. a rrib a n o ta 14, el e d ic to d e c re ta n d o la p e rsec u c ió n del
m a n iq u e ism o .

93
producido esta difusión del cristianismo. La crisis era
más profunda, ya que durante el siglo IV y el V conti­
núan existiendo movimientos de tipo social que unas
veces tom an una expresión religiosa y otras no, como los
bagaudas: movimientos revolucionarios rurales en los
que se alian contra el orden social establecido los p eq u e­
ños propietarios por el régim en de latifundio, los colo­
nos y los esclavos (49). La única ideología que en este
m om ento podía concretar las aspiraciones colectivas era
la religiosa, y por eso los grupos revolucionarios a p a re ­
cen a m enudo bajo esta form a, o están unidos a los disi­
dentes del cristianismo estatal. Tal es el caso de los cir­
cumcelliones del norte de Africa, con características
externas análogas a las de los bagaudas, pero ín tim a ­
m ente relacionados con los donatistas (50).
Los cismas y herejías surgidos en el seno del cristia­
nismo en los prim eros siglos de su historia tienen m u ­
chos de ellos el carácter de cismas y herejías sociales.
Coincidían con el rigorismo, en ser opuestos al alto clero
privilegiado por la ley y en extenderse fácilm ente por las
zonas rurales. Estos rasgos que hemos señalado como
distintos del priscilianismo, se encuentran tam bién en el
el donatism o de Num idia y en el resurgim iento del
m ontañism o en Frigia. El origen del m onacato en E gip­
to es el mismo que el de las herejías sociales; un resulta­
do de las condiciones económicas y sociales existentes.
Como señala Stein (51) el m onacato se propagó fu n d a ­
m entalm ente entre la población indígena de Egipto,
que buscaba, entregándose a la vida religiosa, la huida
de la opresión y de las difíciles condiciones de existen­
cia. La Iglesia representada por el poderoso episcopado
de las ciudades trató de contener este movim iento o de
canalizarlo dentro de su disciplina. El Estado y la Iglesia
fueron solidarios en el m antenim iento de un mismo
orden social y se enfrentaron eficazmente contra todos
los que intentaban alterarlo.
En el Concilio de Gangres, celebrado a m ediados
del silo IV en Asia M enor, se condenó una pequeña

(49) Cf. E. A . T H O M P S O N , P easant R e v o lts in la te R o m a n


G aul a n d S p a in , Past a n d P resent n ú m e r o 2, 1952. 11-21.
(50) P R E N D , o p . c it., 172 ss. F. M A R T R O V E . U n e T e n ta tiv e
de rév o lu tio n sociale e n A friq u e , R evue des q u e stio n s h isto riq u e s,
L X X V I(1 9 0 4 ), 353-416 y L X X V II (1905), 1-53, C H . S A U M A G N E ,
O u m ie s agricoles o u rôdears de celliers?, L e s C irconcellions d 'A fr i­
que, A n n a le s d ’histoire é c o n o m iq u e ej sociale, V I (1934), 351 ss.
(51) H isto ire d u B a s-E m p ire, vol. I, 1959, 146 ss., ed. P a la n -
q ue.

94
secta rigorista (52). Su jefe fue probablem ente E usta­
quio de Sebaste, tal vez de tendencias sem iarrianas,
pero condenado en Gangres porque propugana una
m oral muy estricta. Los cánones de este sínodo tiene
m ucha semejanza con los de Zaragoza de 380, donde
por prim era vez se alude a lo que luego sería el priscilia­
nismo, y en ellos se pone de m anifiesto el sentido social
de las sectas rigoristas. Los eustaquianos, como los pris-
cilianistas, exaltaban la virginidad y se enorgullecían de
ella, vivían al m argen de la disciplina eclesiástica, se
reunían privadam ente fuera de la iglesia en casas p a rti­
culares en unión de los presbíteros o sin ellos y despre­
ciaban la autoridad de los obispos. En Gangres se hace
especial m ención de que distribuían los bienes a los
pobres sin intervención o consentim iento del obispo o su
representante, y en el canon III se condena de un modo
expreso a los que bajo pretexto de piedad enseñan a un
esclavo a despreciar a su dueño o rechazar el servirle, en
lugar de que continue siendo un servidor lleno de
buena voluntad y respecto (53). No es éste el único
docum ento de esta época en el que la Iglesia defiende el
orden social del Imperio Rom ano. En el norte de Africa
San Agustín en 408, en una carta a su rival donatista
Macrobio denuncia el carácter socialmente revolucio­
nario del movimiento donatista: «Se rehuye la unidad
de form a que los campesinos pueden alzarse audazm en­
te contra sus señores, y tam bién los esclavos, en contra
del precepto apostólico. Los esclavos fugitivos no sólo
escapan del control de sus dueños, sino que les am ena­
zan, y no se contentan con las amenazas, sino que pasan
a los más violentos ataques y rapiñas a sus expensas.
Tienen por jefes a sus confesores, los agonistici, que te
honran con gritos de Deo Laudes, y al Deo Laudes
derram an la sangre de los otros (54). Diez años más
tarde Agustín escribió al comes Bonifacio u n a relación
sobre los donatistas: «Entre los donatistas, m ultitud de
hombres abandonados p ertu rb ab an la paz de los ino­
centes, por una razón u otra, en el espíritu de la más
desenfrenada locura. ¿Qué señor había que no se viera
obligado a vivir bajo el tem or de su propio siervo, si éste
se había puesto bajo la tutela de los donatistas? ¿Quién
se atrevía siquiera a am enazar con castigos a quien
buscaba'su ruina? ¿Quién se atrevía a exigir el pago de

(52) H E F E L E -L E C L E R C Q .,.I , vol. I I, 1029 ss. T E JA D A Y R A ­


M IR O , I 50 ss, M ansi, II, 1095 ss. N o h a y a c u e rd o sobre la fecha
e x a c ta del C oncilio, q u e oscila e n to d o caso e n tre 340 y 370.
(53) H e fele -L e cle rcq , op. c it., 1034.
(54) E p ., 108, 6, 18.

95
una deuda a quien había consumido sus existencias, o
de cualquier deudor que buscase su asistencia o pro tec­
ción? Bajo la am enaza de golpes, incendio y m uerte
inm ediata, todos los documentos que com prom etían al
peor de los esclavos eran destruidos, de form a que p o ­
dían m a rc h a re n libertad» (55). En estos pasajes se ponen
de manifiesto las ideas sociales conservadores de San
Agustín, defensor del orden establecido incluyendo la
esclavitud (56).
Las dos grandes figuras de la Iglesia latina, que tan
poco propicias fueron a Prisciliano, Dámaso de Rom a y
Ambrosio de M ilán, estaban en la misma línea que San
Agustín, los eclesiásticos reunidos en Gangres y los obis­
pos perseguidores del priscilianismo. San Dámaso fue
uno de los obispos de Rom a que más contribuyó a
aum entar el poder y las riquezas de su sede, atrayéndose
el favor de las clases altas y obteniendo de ellas legados y
donaciones. D urante su pontificado, los em peradores
V alentiniano, Valente y Graciano se vieron obligados a
reprim ir la actividad de los clérigos romanos ordenando
la confiscación de las donaciones y legados que prove­
nían de las viudas y menores y habían sido solicitados
por los eclesiásticos (57). La ley parece justificar el título
de auriscalpius m atronarum que dieron a Dámaso sus
enemigos y la energía que desplegó para hacerse elegir
obispo de la sede rom ana (58). San Ambrosio fue un
decidido defensor de la propiedad eclesiástica que se­
gún él, era propiedad de Dios y debía de ser adm inistra­
da por los sacerdotes sin perm itir que volviera al m undo
(59). Desempeñó un papel de prim er orden en la corte
im perial, prim ero con Graciano y luego con su sucesor
V alentiniano II, siendo uno de los prim eros eclesiásticos
que ejecutó funciones estrictam ente políticas; desempe-

(55) E p ., 185, 4, 15.


(56) Cf. F R E N D , op. cit., 75.
(57) Cod. T h ., X V I , 2, 20. C on fecha d e 20 d e ju lio d e 370
ñlos e m p e ra d o re s V a le n tia n o , V a len te y G ra c ia n o al o b isp o D á m a ­
so d e la c iu d a d de R o m a, p a r a q u e fu e ra leída en las iglesias de
R o m a.
(58) C ollectio A ve lla n a , I, 7 ss. S egún A M IA N O M A R C E L I­
N O , X X V II, 8, 12-14, las lu ch a s e n tre D á m aso y su rival U rsin o
p a r a a lc a n z a r el e p isco p a d o d e R o m a c o sta ro n 137 m u e rto s, c a n ­
tid a d e le v ad a a 160 p o r la fu e n te c ita d a a n te rio rm e n te q u e es
a d v ersa a D á m aso . El p o d e r y las riq u ez as q u e p oseía el o b isp o de
R o m a se re fle ja n e n la a n é c d o ta re fe rid a p o r S a n Je ró n in o , de có m o
el p a g a n o P re te x ta to , p re fe c to de la c iu d a d , d e c la ró q u e no te n ía
in co n v e n ie n te e n h a ce rse c ristia n o si e ra n o m b ra d o o b isp o d e R o ­
m a: F a cite m e R o m a n a e u rbis ep isco p u m ; et ero p ro tin u s C h ristia ­
nus. V éase E. G IB B O N , T h e D ecline a n d a F alla o f tge R o m á n
É m p ire , e d . B ury, L o n d res, 1944, III, p á g . 31, n o ta 90.
(59) E p ., X X fe c h a d a e n 385. Cf. B O Y D , op. c it., 35.

96
ñó dos em bajadas de la corte de M ilán cerca de Máximo
establecido en Tréberis (60).
Los herejes además de ser los enemigos de la Iglesia
oficial eran tam bién los del Estado. En las acusaciones
de herejía además de los argum entos en que estaban
fundadas existía otros que declaraban a los herejes co­
mo seres antisociales, peligrosos p a ra el Estado y la socie­
dad. El Estado persiguió a los herejes como antes había
perseguido a todos los cristianos y aún lo continuaban
haciendo con los m aniqueos. Los heterodoxos no po­
dían gozar de los privilegios de la Iglesia estatal y se
hallaban sometidos a diversas lim itaciones jurídicas co­
mo la libertad de reunión, el derecho a testar y el
desem peño de determ inados empleos imperiales. El
priscilianismo es m encionado cinco veces en la legisla­
ción rom ana antiherética entre el año 407 y el 428 (61).
Fue asociado a otras sectas perseguidas como, los
m ontañistas, donatistas e incluso m aniqueos, lo que
prueba y pone de m anifiesto una vez más el carácter
social de estos movimientos religiosos. El legislador civil
al equiparar o confundir las diversas sectas, lo hacía no
por sus afinidades dogm áticas, sino por sus análogos
efectos sociales.

Las reglas de f e y los anatem as incluidos


en el Prim er Concilio de Toledo

Las actas del Prim er Concilio de Toledo constitu­


yen, como es sabido, una de las fuentes fundam entales
p ara conocer la historia del priscilianismo. T al como se
nos han transm itido en las colecciones canónicas m a­
nuscritas, constan de tres partes. La prim era se halla
encabezada por una noticia que nos inform a del núm e­
ro de obispos participantes y de la fecha de celebración.
El consulado de Estilicón nos rem ite al año 400 de la
Era vulgar, en concordancia con el escrito por Idacio
del mismo Concilio, y con m ayor seguridad que las refe­
rencias a la Era hispánica, variables según los m anuscri­
tos (62). Después se dan los nom bres de los obispos
participantes y se insertan veinte cánones referentes a la
(60) P a r a la a c tiv id a d p o lític a d e A m b ro sio véase J. R . P A L A N -
Q U E , Saint A m b ro ise et l ’E m p ire R o m a in , P arís, 1933. Cf. esp ecial­
m e n te so b re las e m b a ja d a s, p á g . 122 ss.
(61) Cod. T H ., X V I, 5, 40; X V I, 5, 43; X V I, 5, 48: X V I, 5,
59; X V I, 5, 65.
(62) C f. T E JA D A Y R A M IR O , C olección de Cánones d e la Igle­
sia E spañola. M a d rid , 1849, II, 174. C ita d o e n a d e la n te co m o T . y
R . D e ce m e t n o vem episco p o ru m a c tu m A rc a d ii e t H o n o rii tem por-
lib u s su b d ie VII id u u m S ep tem b riu m Stilich on e consule. E n el

97
disciplina eclesiástica, en conform idad nuevam ente con
la Chronica de Idacio.
La segunda parte de las actas está colocada in m e­
diatam ente después de las firmas de los ciecinueve obis­
pos y consiste en una Regla de Fe y dieciocho anatem as
dogm áticos. Para term inar, la parte tercera nos relata
la condenación que hicieron de la doctrina de Prisci­
liano sus antiguos seguidores, en especial Simposio y
Dictinio, y otros obipos gallegos según especifica Idacio.
La prim era parte y la tercera, parecen ser piezas
docum entales auténticas y corresponder a las fechas y
circunstancias señalas en el encabezam iento. No ocurre
lo mismo con la Regla de Fe y los anatem as cuyo encua-
dram iento en su correcto m arco histórico ha sido objeto
de discusión en núm eros trabajos científicos (63).
Las colecciones que contienen el Prim er Concilio
de Toledo según Maassen son tres (64), el llam ado E pí­
tom e Español, basado en una colección española más
antigua ordenada históricam ente; la Colección H ispa­
na, y la colección de origen galo de m anuscrito de St.
Am and-Cod. L at. París 1455 que depende de la H ispa­
na (65). La Regla de Fe y los 18 anatem as se encuentran
en las dos colecciones que contienen com pleto el Prim er
Concilio de Toledo, es decir la Colección H ispana y la
Colección del M anuscrito de St. A m and, m ientras que
la parte de ias Actas con la retractación de Dictinio y
Simposio y la sentencia del Concilio se encuentran sólo
en la H ispania aum entada del códice Em ilianense. Por
otra parte el texto del símbolo fue editado en 1675 por

có d ice A lb eld en se o V igilano se in d ic a la E ra 436 y e n los T o le d a ­


nos I y II la E ra 430. T E JA D A Y R A M IR O , loe. c it., n o ta 1 y I, p á g .
X X V III. L a n o tic ia d e Id a c io en C o n tin u a tio C h ro n ic o ru m H yero-
n im ia n o r u m , M . G . H ., C hronica M in o ra , II, 16: In pro vin cia
C a rth a g in ie n si in civilita te T o le to sy n o d u s e p isco p o ru m c o n tr a h i­
tu r, in q u o q u o d gestis c o n tin e tu r. S y m p h o siu s et a lii c u m his
G allaciae p ro v in cia e e p isc o p i P riscillia n i in secta to res h a e re sem eius
b la sp h e m issim a n c u m adsertore e o d e m professionis suae suscriptio-
ne c o n d e m n a n t. S ta tu m iu r q u a e d a m e tia m o b serv a n d a d e ecclesi-
ne d isc ip lin a c o m u n ic a n te in eo d en concilio O rtygio episcopo, q u i
C elenis f u e r a t o rd in a tu s, se d a rg e n tib u s P riscillianistis p r o f i d e C a­
th o lic a p u lsu s fa c tio n ib u s e xu la b a t.
(63) Cf. e sp e c ia lm e n te Flórez,' E sp a ñ a S a grada, M a d rid , 1751,
V I, 77-129; G A M S, K irc h en g e sc h ic h te v o n S p a n ie n , II, 391 ss., 457
s., 478 s., R O S L E R , D e r h a th o lisc h e D ic h te r A u r e liu s P ru d e n tiu s,
364-369; M E R K L E , Das F ilio q u e a u f d e m T o le ta n u m 447. T heolo-
gische Q u a rta lsc h rift, 75 (1893), 408-429; A L D A M A , E l S ím b o lo
T o le d a n o I su te x to , su origen, su p o sic ió n e n la h isto ria de los
sím b o lo s, A n a le c ta G regoriana, R o m a , 1934.
(64) F . M A A SS E N , G esch ich te d e r Q u e lle n u n d L ib e r a tu r des
c a n o n isch e n R e c h ts , Grtz, 1870, 215 ss.
(65) A L D A M A , op. c it., 22, a ñ a d e o tra s colecciones d e p e n d ie n ­
tes to d as d e la H isp a n a .

98
Quesnel (66). Se halla en la colección canónica publica­
da por él como apéndice a las obras de León Magno y
atribuido a San Agustín con el título: Libellus A ugusti­
ni de fid e Catholica contra omnes haereses (67). Para
Quesnel el Símbolo pertenece no al Prim er Concilio de
T oledo sino al que se celebraría después del 21 de julio
de 447 por m andato del Papa León en su escrito a
T oribio de Liébana. Los padres del Concilio de 447
utilizaron como base de la redacción del suyo un sím bo­
lo anterior, transm itido en la Q uesnelliana y que sería
probablem ente obra auténtica de San Agustín. Flórez
creyó que el símbolo se debía efectivam ente al Concilio
del 400 y Gams por el contrario negó la relación de la
Regla de Fe con este concilio y asimismo la existencia
del Sínodo de 447. Hefele le atribuyó sim plem ente al
supuesto Concilio 447 (68), y Rosier siguiendo a Gams
negó la existencia del Sínodo de 447, pero afirmó que la
Regla de Fe pertenecía al Prim er Concilio de Toledo del
año 400 (69). Se basa en que Prudencio que escribió
antes del 400 conocía la doctrina de la procedencia del
Espíritu Santo, del Padre y del Hijo im plicada en sím­
bolo. Por lo tanto no habría el m enor inconveniente en
adm itir que la Regla de la Fe puede pertenecer al
Concilio del 400. Merkle en la obra citada arriba y
apoyándose en la crónica de Idacio, en el párrafo aludi­
do, concluye que no se pueden adjudicar al Prim er
Concilio de Toledo más que los veinte cánones y la
sentencia con las profesiones. En consecuencia, la regla
de Fe y los anatem as pertenecían al Concilio que debió
de celebrarse en 447.
El intento más notable p a ra calificar adecuada­
m ente al Símbolo y a los anatem as se debe a J. A. de
Aldama y fue el objeto de su tesis doctoral (70). El
punto de partida de su investigación es la distinción
hecha por Quesnel entre las dos redacciones diferentes
del símbolo y los anatem as. El texto de estas dos redac­
ciones tom ado de la edición de A ldam a es el siguiente (71 ).

(66) E n la e d ic ió n d e los B a lle rin i e n M IG N E , P . L ., 46 c. 582 ss.


(67) S o b re la C olección Q u e sn e llia n a d e o rig e n g a lo -ro m an o
cf. M A A SSEN , op. cit., 485-500; F O U R N IE R -L e B ras, H isto ire del
C ollections ca n o n iq u e s en O c c id e n t d e p u is les fa u sse s décrétâtes j u s ­
q u ’a u décret d e G ratien, P aris, 1931, I, 26 s.; A L D A M A , op. cit., 5.
(68) H E T E L E -L E C L E R C , II, I, 122 ss.
(69) O p. c it., 364-369.
(70) O p. c it., en la n o ta 2.
(71) Op. cit., 2 9 ss.
Redacción larga Redacción breve

In c ip iu n t reg u la e f i d e i c a th o ­ R e g u la f i d e i ca th o lica e c o n ­
licae c o n tra o m n e s haereses, et tra o m n e s haereses.
q u a m m a x im e c o n tra Priscillia-
nos, q u a e p isc o p i T a r ra c o n e n ­
ses, C arthaginenses, L u s in a ti et
B aetici, fe c e r u n t, et c u m p r a e ­
c ep to p a p a e U rbis L e o n is a d
B a lc o n iu m e p is c o p u m G alliciae
tra n sm iseru n t. Ip s i etia m et s u ­
pra sc rip ta v ig in ti c a n o n u m c a ­
p itu la sta tu e r u n t in Concilio
T o le ta n o .

1 C re d im u s in u n u n v eru m C re d im u s in u n u m v eru m
D e u m , P a tr e m et F iliu m et S p i­ D e u m , P a tr e m et F iliu m et S p i­
r itu m S a n c tu m , v isib iliu m et ritu m S a n c tu m v isib iliu m et in ­
in v isib iliu m fa c to r e m , per v isib iliu m fa c to re s, p e r q u e m
q u e m creata su n t o m n ia in creata su n t o m n ia in coelo et in
coelo et in terra. terra.

2 H u n c u n u m D eu n , et h a n c H u n c u n u m D e u m , et h a n c
u n a n esse d iv in a e su b sta n tia e u n a m esse d iv in i n o m in is T r in i­
T r in ita te m . ta te m .

3 .P a tre m a u te m nos ip su m P a ire n n o n esse F iliu m ; sed


filiu m ; sed h a b e re F ilium , q u i ha b ere F iliu m , q u e P a te r n o n
P a ter n o n sit. sit.

4 .FiU ium n o n esse P a trem ; F iliu m n o n esse P a tren ; sed


sed F iU ium D ei, de Patris esse F iliu m D e i esse n a tu ra .
natura.

5 S p ir itu m q u o q u e P aracli- S p ir itu m q u o q u e P a ra c litu m


tu m esse, q u i n e c P a ter sit ipse esse, q u e n e c P a te r sit ipse nec
nec F ilius; a P atre F ilio q u e p r o ­ F ilius; sed a P a tre procedens.
cedens.

6 .E st ergo in g en itu s P ater, Est ergo in g e n itu s P ater, g e ­


g e n itu s F ilius, n o n g e n itu s Para- n itu s Filius, n o m g e n itu d P a ra ­
clitu d , sed a P a tre F ilioque P ro ­ clitus, sed a P atre procedens.
cedens.

7 .P a te r est c u iu s vox haec es­ P a te r est c u iu s vox h aec est


to a u d ita de coelis: h ic est F ilius a u d ita de coelis: H ic F ilius d i­
m eu s in q u o b ene c o m p la cu i; lectu s in q u o b ene c o m p la cu i:
Ip s u m a u d ite . H u n c a u d ite .

8 .Filias est q u i ait: E go a P a ­ F ilius est q u i ait: E g o a P atre


tre e xivit et a D eo v e n i in h u n c e x iv i et a D eo v e n i in h ú n c m u n ­
m undum . dum .

9 .P a ra clitu s S p iritu s est, de P araclitus ipse est, d e q u o F i­


q u o F ilius ait: N is i abiero ego a d lius ait. N issi a b iero a d P a trem ,
P a trem , P a ra c litu d n o n ven iet P araclitus n o n v e n ie t a d vos.
a d vos.

100
10 .H a n c T r in ita te m , p e rso ­ H a n c T r in ita te m , personis
nis d istin c ta m , s u b s ta n d a m d istin c ta m , su b s ta n tia m unam ,
u n ita m , v irtu te et p o testa te et v ir tu te m , p o te s ta te m , m aiesta-
m a ie sta te in d iw sib ilem , in d iffe ­ te m in d iv isib ile m in d ife re n te m .
re n tem .

11. . P raeter hanc, n u lla m P ra eter illa m n u lla m d ivin a m


c re d im u s d iv in a n esse n a tu ra m esse n a tu r a m velangeli, vel sp iri­
v el angeli, vel spiritus, vel v ir tu ­ tu s vel v ir tu tis alicuis, quae
tis alicuis, q u a e D eus esse c re d a ­ D eus esse credatur.
tur.

12 .H u n c ig itu r F iliu m Dei, H u n c ig itu r F iliu m Dei,


D e u m , n a tu m a P atre a n te O m ­ D e u m n a tu m a P atre a n te o m n e
n in o P rin c ip iu m , santificasse o m n in o p rin c ip iu m , sanclificas-
u te r r u m M ariae Virginis, a tq u e se in u tero B e a ta e M a ria e V irgi­
ex ea v e r u m h o m in e m sine v irili nis, a rq u e ex ea v e r u m h o m i­
g e n e r a tu m sem in e, suscepisse. n e m sin e v iri g e n e r a tu m sem ine
suscepisse.
13 .D u a b u s d u m ta x a t n a t u ­ id est d o m in u m n o stru m I e ­
ris, id est d e ita tis et carnis, u n su m C h ristu m .
u n a m c o n ve n ie n tib u s o m n in o
perso n a m , id est D o m in u m n o s­
tr u m Ie su m C hristum .

14 .N e c im a g in a riu m c o r­ N o n im a g in a riu m corpus, aut


pus, a u t p h a n ta sm a tis alicuis in fo r m a sola c o m p o situ m , sed so­
eo fu isse ; sed so lid u m a tq u e v e ­ lid u m .
rum .

15 .H u n c et esuriisse, et siti­ A tq u e h u n c et esurisse et siti­


sse, et doluisse, et fevisse, et o m ­ sse et doluisse et fle v isse el o m ­
nes corporis in iurias pertulisse. nia corporis e xitia sensisse.

16 .P o strem o , a J u d a e is c r u ­ P ostrem o c ru c ifix u m , m o ­


c ifix u m et se p u ltu m , et tertia tu u m et s e p u ltu m , te r tu a die
d ie resurrexisse. resurexisse.

17 .C o m v e rs a tu m pasim o- V o n ve rsa tu m p o stm o d u m


d u m c u m discipulis suis. c u m discipulis.

18 Q uadragessum a po st re ­ Q u a d ra g essim a die a d coelos


su r re c tio n e m die a d c o elu m ad- ascendisse.
cendisse,

19 .H u n c F iliu m H o m in is, H u n c F iliu m h om inis, etiam


e tia m D e i F iliu m dici; F iliu m D e i F ilia m apellari, F iliu m a u ­
a u te m Dei, D e u m , h o m in is F i­ te m Dei, D e u m F iliu m H o m in is
liu m apellare (sic). n o n (sic) vocari.

20 .R e su rr e c tio n e m vero f u ­ R e s u rre c tio n e m vero hum a­


tu r a m h u m a n a e c re d im u s c a r­ nae c re d im u s cam is.
ni.

21 .A n im a n a u te m h o m in is A n im a n a u te m h o m in is non
n o n d iv in a m esse su b sta n tia m , d im n a m esse su b s ta n tia m , aut
a u t D e i p a rte m ; sea c re a tu ra m D ei p a rte m , se d c re a tu ra m divi­
d ic im u s d ivin a v o lu n ta te c re a ­ na v o lu n ta te n o m prolapsam .
ta m .

101
1 S i quis a u te m diserit a u t 1 .S i quis ergo d ix e rit a rque
crediderit, a D eo o m n ip o te n te crediderit, a D eo o m n ip o te n te
m u n d u m h u n c f a c t u m n o n fa is- m u n d u m hunc fa c tu m non fu is ­
se a tq u e s eius o m n ia in s tr u m e n ­ se a tq u e eius o m n ia in s tr u m e n ­
ta, a n a th e m a sit. ta; a n a tk e m a sit.

2 .S i quis d ixe rit vel c re d id e ­ 2 .S i quis d ix e rit a tq u e c re d i­


rit, D e u m P a tr e m e u n d e m esse derit, D e u m P a tr e m e u m d e m
F iliu m vel P a ra c litu m ; a n a th e ­ F iliam esse vel P a ra c litu m ; a n a ­
m a sit. th e m a sit.

3 . S i quis d ix e rit vel c re d id e ­ 3 .S i quis d ixe rit, D e u m F i­


rit, D e i F iliu m e u n d e m esse P a ­ lium e u m d e m esse P a tr e m vel
tre m vel P a ra c litu m ; a n a th e m a P araclitum ; a n a th e m a sit.
sit.

4 .S i quis d ixe rit vel c re d id e ­ 4 .S iq u is d ix e rit a tq u e c red i­


rit, P O a ra c litu m 'vel P atrem derit. P a ra c litu m S p ir itu m vel
esse vel F iliu m , a n a th e m a sit. P a trem esse vel F iliu m ; a n a th e ­
m a sit.

5 .S i quis d ix e rit vel c re d id e ­ 5 .S i quis d ix e rit a tq u e cred i­


rit, c a rm e n ta n tu m sine a n im a a derit, h o m in e m Ie su m C h ristu m
Filio D e i fu is se su scep ta m ; ana- a Filio D e i a s u m p tu m n o n f u i s ­
th a m a sit. se; a n a th e m a sil.

6. S i quis d ixe rit vel c re d i­ 6 .S i q uis d ix e rit a tq u e c re d i­


derit, C h ristu m in n a sc ib ilem d erit, F iliam Dei, D e u m , p a s­
esse; a n a th e m a sit. su m ; a n a th e m a sit.

7 . S i quis d ix e rit vel c re d id e ­ 7 .S iq u is d ix e rit a tq u e c re d i­


rit, D e ita te m C h risti c o n v e rtib i­ derit, h o m in e m Ie su m Chris-
lem fu is s e vel p a ssib ile m ; a n a ­ th u m , h o m in e m ; im p a ssib ilem
th e m a sit. fuisse; a n a th e m a sit.

8 .S i quis d ix e rit vel c re d id e ­ 8 .S i quis d ix e rit a tq u e c re d i­


rit, a lte r u m D e u m esse priscae derit, a lte r u m D e u m esse p ris­
legis, a lte ru m evangeliorum ; cae legis, a lte r u m e va n g e lio ­
a n a th e m a sit. r u m ; a n a th e m a sit.

9 . S i quis d ix e rit vel c re d id e ­ 9 .S i q uis d ix e rit a tq u e c re d i­


rit, a b altero D eo m u n d u m f a c ­ derit, ab allero Deo m u n d u m
tu m fu isse , et n o n ab eo de quo fuisse fa c i u m , q u a m a b illo de
s c r ip tu m est: In p rin c ip io fe c it quo s c r ip tu m est: In p rin c ip io
D eus c o elu m et terra m ; a n a th e ­ fec it D eus c o e lu m et terra m :
m a sit. a n a th e m a sit.

10 S i quis d ixerit vel c re d i­ 10 .S i qu is d ix e rit a tq u e cre­


d erit, corpora h u m a n a n o n re ­ d id erit, corpora h u m a n a non
surgere post m o r te m ; a n a th e m a resurrectura p o st m o r te m : ana-
sil. th a m a sit.
11 .S i quis d ix e rit vel c red i­ 11 .S i quis d ixe rit a tq u e cre­
d erit, a n im a n h u m a n a m D ei d id erit, a n im a n h u m a n a m . D et
p o rtio n e m v el D e i esse su b s ta n ­ p o rtio n e m v el D e i esse s u b s ta n ­
tia m ; a n a th e m a sit. tia m ; a n a th e m a sit.

12 .S i quis d ix e rit vel c re d i­ 12 S i q u is a liq u a s S cripturas


d e rit, alias Scripturas, p ra e te r p ra e ter q uas ca th o lica ecclesia
q uas E cclesia c atholica recipit, recepit, vel in a u c to r ita te h a ­
in a u c to r ita te h a b e n d a s vel esse ben d a s esse c re d id e rit, v el fu e r it
v enerandas; a n a th e m a sit. veneratis; a n a th e m a sit.

102
13 .S i qu is d ix e rit v el c re d i­
d e rit, D e ita tis et c a m is u n a m es­
se in C hristo n a tu ra m ; a n a th e ­
m a sit.

14 .S i qu is d ix e rit vel c re d i­
d erit, esse a liq u id q u o d se e xtra
d iv in a m T r in ita te m possit e x ­
te n d e re ; a n a th e m a sit.

15 .S i qu is astrologiae vel
m a th e ria e (sic) (72) a e stim a t es­
se c r e d e n d u m , a n a th e m a , sit.

16 .S i quis d ixe rit vel c re d i­


d erit, c o n iu g ia h o m in u m , quae
s e c u n d u m leg e m d iv in a m licita
h a b e n tu r , exeera b ilia esse; a n a ­
th e m a sit.

17 .S i q u is d ixe rit vel c re d i­


d e rit, carnes a v iu m sea p e c u ­
d u m , q u a e a d escam d a ta e su n t,
non ta n tu m pro castigatione
c o rp o ru m a b stin en d a s, se d e x e ­
c ra n d a s esse; a n a th e m a sit.

18 S i qu is in his erroribus,
P riscilliani se c ta m se q u itu r vel
p ro fite tu r, ut a liu d in sa lu ta re
b a p tis m i co n tra se d e m P etri f a ­
cial; a n a th e m a sit.

EI exam en de los dos textos que corresponden a las


dos redacciones induce a suponer que la redacción bre­
ve es de mayor antigüedad que la larga. A ldam a (73)
llam a la atención sobre el hecho de que todos los m a­
nuscritos de la redacción larga contienen la partícula
Filioque y todos los de la redacción breve la om iten. Así
es preciso adm itir la conclusión de que el Filioque se
hallaba auténticam ente en la redacción larga originaria
m ientras que faltaba en la breve. La doctrina im plicada
en la expresión filioque, que sostiene la procedencia del
Espíritu Santo a través del Padre y del Hijo, parece
rem ontarse a finales del siglo II (74). Sin em bargo su
inclusión en fórm ulas de fe privadas, debidas a los
teólogos occidentales, es propia de los siglos siguientes.
Estas fórm ulas eran incluidas dentro de las obras de
autores eclesiásticos m uy anteriores, como es el caso de
las dos reglas de fe atribuidas erróneam ente al papa

(72) P o r m a th e m a tic a e .
(73) O p. c it., 40.
(74) P A L M IE R I, F ilioque. V A C A N T y M A N G E N O T , D ictio-
naire d e T h éo lo g ie C atholique.

103
Dámaso (75) y redactada utilizando modelos preceden­
tes en los que faltaba el Filio que. Este parece ser el
proceso que siguió la elaboración de la Regla de Fe y los
anatem as, atribuidos al prim er Concilio de Toledo. La
redacción breve, atendiendo a razones de crítica exter-
~na, se rem onta por lo menos a finales del siglo V, fecha
en que se form a la Quesnelliana. Como esta redacción
se ha transm itido por caminos independientes de los
que siguió la colección canónica (76) se puede afirm ar
que en el siglo V no existía el Filioque en la redacción
breve. No hay razón p a ra suponer que la partícula cuyo
uso iría cada vez en aum ento, hasta incorporarse de
form a oficial a la liturgia visigoda y luego a la carolin-
gia, fue suprim ida en la redacción breve y al mismo
tiem po considerar a ésta como un resum en de la red a c ­
ción larga. El contenido interno de las dos versiones
confirm an esta suposición. La preocupación fundam en-
taU del redactor de la versión breve parece haberse
centrado en los problem as trinitarios, en torno a los que
se desenvuelve la teología del siglo IV, m ientras que el
autor de la larga añade en el anatem a N .° 13 una
condenación expresa relacionada con los problem as
cristológicos que ocuparon a los teólogos en el siglo V.
Se tra ta de la anatem atización del del monofisismo; Si
quis dixerit vel crediderit, Deitatis et carnis u n a m esse
in Christo naturam ; anatem a sit. Esta doctrina de las
dos naturalezas en la peçsona de Cristo se repite en el
apartado n .° 13 de la versión larga del Símbolo: D ua­
bus dum taxat naturis, id est deitatis et carnis, in unam
lesum Christum . No hay cláusulas semejantes en la
redacción breve cuyo Símbolo se relaciona tanto por su
estructura como por su contenido con otros símbolos
latinos de la segunda m itad del siglo IV.
A ldam a (77) ha probado esta relación con el L ib e­
llus Vi de i de Gregorio de Elvira, antes atribuido a Feba-
dio de Agen (78).

(75) H A H N , B ib lio th e k d e r S ym b o le, B re slau , 1897, 275.


(76) A trib u c io n e s a S. A g u stín y S. Je ró n im o , A L D A M A ,
op. c it., 22.
(77) Op. c it., 89.
(78) E. C uevas y U. D om ínguez e n A L T A N E R , P atrología,
M a d rid , 1956, 22.

104
Toledano Libellus Fidei
1 a) C re d im u s in u n u m .ve­ 1 a) C re d im u s in unum
ru m D eum . D e u m ...
b) P a tr e m n o n esse F iliu m ... b) N e c e u n d e m q u i ipse sib i
c) E st ergo in g en itu s P a ­ P ...
ter. .. c) P a tr e m q u i g e n u it...
d ) U n u m ta m e n D e u m ...
d) H a n c T r in ita te m ...
2 a) C red im u s. I. C ., D o m i­
2 a) H u n c ig itu r F iliu m Dei. n u m n o s tr u m ... n a t u m ...
b) H u n c et essurisse et si­ ex v irg in e M ...
tisse. b) H u n c e u n d e m a d im p le s­
c) P sotrem o a Iu d e is c ru c i­ se legem .
f ix u m . c) P assum , c r u x ifix u m ...
3. R e s u r r e c tio n e m ... cred i­ 3. E x p e c ta m u s ... rem issionem
m u s ... A n im a m ... h o m in is... p e c c a la r u m ... resu scita n d o s...
c r e a tu r a m ... d ic im u s ... a c ce p tu ro s p ro e m iu m .

La semejanza se refiere a los puntos fundam entales


de la T rinidad, Cristología y cláusula final escatológica.
Teniendo en cuenta la extraordinaria difusión que tuvo
el Libellus Fidei, habría que a c e p ta rla dependencia del
Símbolo T oledano respecto a éste.
Q ueda ahora por determ inar quién pudo ser el
autor del que venimos llam ando Símbolo Toledano, en
su redacción breve. Aldam a creyó h ab er resuelto el
problem a atribuyéndolo a los Padres toledanos del año
400 (79). Se basa para ello en un texto de sentencia
definitiva del Concilio, con la que finalizan las actas:
R eliqui q u i ex provincia Gallaecia ad, concilium conve­
nerant,... accepta fo rm a a concilio missa, si subscrip­
serint, etiam ipsi in caelestis pacis contem platione
consistant;... Si autem subcriptionem form ae, quam
missinus, nom dederint, ecclesias quas detinen, non reti­
neant; neque his com unicent q u i reversi de synodo, da­
tis professionibus ad suas ecclesias reverterunt. Forma
hab ría que interpretarla en el sentido de Regla de Fe, y
cita en su favor otros textos eclesiásticos (80). La form u­
la nueva se inspiraría en la tradición española del siglo
IV, sin añadir novedad alguna y repitiendo contra los
nuevos herejes priscilianistas las viejas condenaciones
antiarrianas y antisabelianas (81). La conclusión de
A ldam a es sin em bargo difícil de adm itir, y las razones
que inducen a considerar la redacción breve del Símbo-

(79) O p. cit., 47 y ss.


(80) R ecogidos en T h e sa u ru s L in g u a e L a tin a e , V I, 1066-1087.
(81) A L D A M A , op. c it., 91. El c a rá c te r n o sólo a n tia rria n o
sino a n tisa b e lia n o está p u e sto d e m a n ifie sto de m o d o e xpreso en el
L ib e llu s F id e i d e G reg o rio d e E lvira: S a b e lii a u te m et P h o tin i, nec
n o n A r ii se c ta m , e tsi q u a alio su n t q u i co n tra re g u la v erita tis v e ­
n iu n t c o n d e m n a m u s; cf. M IG N E , P L. X X , 50.

105
lo como una obra independiente del Prim er Concilio de
Toledo y anterior a él, son muy num erosas.
Idacio que según confesión propia debió de cono­
cer las actas del Concilio (82) no hace la m enor alusión
a una regla de fe compuesta en él. Su silencio es signifi­
cativo por cuanto su noticia resume fielm ente lo o cu rri­
do en el Sínodo y no es verosímil que dejara pasar por
alto un extrem o de tanta im portancia como la inclusión
de una regla de fe entre las actas. Nos dice por el
contrario que la adhesión escrita, exigida por el Conci­
lio a Simposio, Dictinio y otros obispos gallegos (83),
consistió en una condenación del priscilianismo o profe­
sión contra esta secta y su fundador (84). Quienes eran
los obispos que debían de suscribir esta profesión nos lo
dicen las actas del Concilio; los que habiendo ido al
Concilio desde Galicia hubiesen siem pre com unicado
con Simposio la fo rm a no es pues una regla de fe, sino el
precepto dado por el Concilio, la norm a general que
im ponía la obligación de profesar contra Prisciliano y el
priscilianismo. Este sentido general de regla, precepto,
norm a o ley, es el que tiene la p alab ra fo rm a en los
textos eclesiásticos contem poráneos, contrariam ente al
deducido por A ldam a (85). De la lectura del fragm ento
de las actas del Concilio, citado arriba, se puede con­
cluir que dare professiones y subscribere fo rm a m son
equivalentes. Creemos que queda así suficientem ente
probado por el texto de Idacio confrontado con las
actas del Concilio, que en éste no se compuso ninguna
Regla de Fe, y que las profesiones de fe se referían a

(82) In p ro v in cia C a rth a g in ien si in civ ita te T o le to synodus


e p isc o p a ru m c o n ta h itu r, in q u o gestis c o n tin e tu r , véase a rrib a
n o ta i.
(83) S y m p h o siu s et D ic tin u s et a lii c u m his G allaciae p r o v in ­
ciae e p isc o p i P riscillia n i insectatores haeresem eius blasphem issi-
m a m c u m asertore e o d em professionis suae su b sc rip tio n e c o n ­
d e m n a n t.
(84) L as c o n d e n a c io n e s llevan el títu lo d e E x e m p la ria P ro ­
fe s sio n u m in C oncilio T o le ta n o contra se c ia m P riscilliani, T E JA D A
y R A M IR O , II, 194.'
(85) P r u e b a n esto los pasajes c ita d o s p o r el p ro p io A L D A M A ,
op. c it., 48, n o ta 15': tex to d e In o c en c io I en 405. Post h a ec s i quis
a dversus f o r m a c a n o n u m ... le n ta v e r in t... q uales vero e lig e n d i sunt
in o rd in e c le rico ru m evidens f o r m a declarat, id est, q u i a b in e u n le
a e ta te b a p t iz a ti f u e r in t ... Cf. ta m b ié n T h e sa u ru s L .L . VI, 1085-
1086: R u fin .: e m e n d a tio n is vitae fo r m a m m o d u m q u e : C y p e r.: o r­
d in a tio n is et religionis fo r m a m ; s e c u n d u m f id e m n o stra m et d ivine
p ra e d ica tio n is d a ta m fo r m a n ; P risc ill. : a p p o sto lo c i fa r m a p ra e c e p ­
ti; A M B R .: ie iu n iu m fo r m a sobrietatis, n o rm a v irtutis; B e n ed .:
a b b a s a p o sto lic a m d e b et fo r m a servare. P a ra el se n tid o ju ríd ic o ,
cf. R . D E M IG U E L , D iccionario L a tin o -E sp a ñ o l, s. v., en U lpiano:
fo rm a é d ic ti es el «tenor d el decreto», es d e c ir, lo c o n te n id o o
p re c e p tu a d o en él.

106
suscribir lo preceptuado en el Sínodo. Por consiguiente
la redacción breve del Símbolo y los anatem as, al no
pertenecer al Prim er Concilio de Toledo, debe a trib u ir­
se a un autor desconocido, posiblem ente del círculo de
Gregorio de Elvira, de la segunda m itad del siglo IV.
Es im portante tam bién el considerar cuáles son las
principales variantes entre la redacción breve y la larga.
Estas variantes se refieren a la aparición del Filioque, a la
distinción de dos naturalezas y u n a persona en Cristo y a
otros anatem as dirigidos, según parece, contra el prisci -
lianismo de un modo expreso. Se tra ta de la condena­
ción del dualismo, de la astrologia, de la abstención
sexual y de la carne como alim ento, y p a ra term inar, de
la secta priscilianista (86). Pero hay otra variante que es
sin duda la más interesante. El párrafo sexto de la
prim era redacción de los anatem as dice: Si quis dixerit
atque crediderit, Filium Dei, D eum , passum: anathem a
sit. En la segunda redacción es: Si quis dixerit vel credi­
derit, Christum innascibilem esse: anathem a sit. La
condenación de Prisciliano de m antener en uno de sus
escritos que Cristo es innascibilis se debe, como es sabi­
do, al Concilio de Toledo (87). Si en las actas del Prim er
Concilio de Toledo se condena de un modo expreso a
Prisciliano por escribir que el Hijo es Innascibilis, y en
el misrño Sínodo se elaboró una Regla de Fe seguida de
anatem as donde se prescinde de condenar esta doctri­
na, hab ría que adm itir una inconsecuencia y absoluta
falta de lógica por parte de los asistentes al Concilio.
Este hecho confirm a nuevam ente, en contra de lo soste­
nido por A ldam a, que la prim era redacción del Símbo­
lo y los anatem as no fue escrita en el Prim er Concilio de
Toledo, ya que no aparece en absoluto en ella la conde­
nación de la doctrina de la «innascibilidad» del Hijo.
Que en esta redacción haya una intención antiarriana y
antisabeliana no lleva a la conclusión de que fuera
escrito contra los priscilianistas, porque esto es norm al
en muchos de los símbolos del siglo IV (88).
(86) Cf. los p á rra fo s 14, 15, 16, 17 y 18 d e la versión larga de
los a n a te m a s.
(87) Sy m p h o isiu s e piscopus d ix it: Ia x ta id q u o d p a u lo a n te
l e d u m est in m e m b r a n a nescio qua, in q u a d ic e b a tu r F ilius innas­
cibilis, h a n c ego d o c trin a m , q u a e a u t d u o p rin c ip ia dicit, a u t F ilium
in n a sc ib ilem , c u m ipso a u c to re d a m n o , q u i scripsit. Ite m d ixit: date
c h a rtu la m : ipsis verbis c o n d e m n o . E t c u m a ccepisset c h a rtu la m , d e
scrip to recitavit: o m n e s libros haereticos, et m a x im e P riscilliani
d o c tr in a m , iu x ta h odie le c tu m est, u b i in n a sc ib ile m F iliu m serpsisse
d icitu r, c u m ipso a u cto re d a m n o . Cf. T E JA D A y R A M IR O , II, 191.
(88) A ld a m a m ism o lo p o n e d e m a n ifie s to al re b a tir a K unstle
q u e e n A rtip riscilia n a , F rib u rg o de B risgovia, 1905, ve u n origen
a n tip risc ilia n ista en la m a y o ría d e los sím bolos latin o s. C f. A L D A ­
MA, op. c it., 96 ss. y 105 ss.

107
El carácter expresam ente antipriscilianista con que
fue escrita la versión posterior del Símbolo y los a n a te ­
mas, está por el contrario fuera de cuestión. G. M orin
ha identificado (89) al autor de la segunda redacción
del Símbolo con el obispo Pastor que alcanzó el episco­
pado en Lugo en el año 443 (90). Pastor es citado por
Genadio de M arsella (91) y fue autor de un librito en
form a de símbolo en el que se resum ían los puntos
principales del dogm a cristiano de su tiem po. C ondena
en él diversas herejías sin nom brar a los autores, excep­
tuando a los priscilianistas y a Prisciliano que m enciona.
Pastor utilizó la prim era redacción del Símbolo, proce­
dente del siglo anterior, y añadió algunos apartados
transform ando otros para poner la obra al día. Los
anatem as que siguen al Símbolo son obra tam bién del
mismo Pastor que los añadió en form a de apéndice,
siguiendo el modelo que im itaba. Es precisam ente en
esta parte donde se halla la condenación de las herejías y
especialmente de los priscilianistas (92).
La nueva redacción del Símbolo y de los anatem as
sirvió de ahora en adelante como fuente literaria para
los escritores eclesiásticos que escribieron o legislaron
contra los priscilianistas. La antigua versión del Símbolo
y los anatem as, de origen prepriscilianistas, se en riq u e­
ció con las nuevas concepciones cristológicas del siglo V
y las conclusiones de la polém ica contra Prisciliano y sus
partidarios. Se llegó así a form ar un pequeño código
antiherético que proporcionaría los cargos supuestos o
reales contra los priscilianistas. La nueva obra era útil
para desacreditar a una secta socialmente peligrosa que
amenzaba la organización jerarquizada de la Iglesia,
reflejo a su vez de las estructuras sociales de la época.
Este procedim iento de atacar a los enemigos religiosos
era el habitual en las querellas eclesiásticas de estos
siglos, y los hom bres de la Iglesia Española no tenían
por qué ser una excepción en el com portam iento ge­
neral.
En el ano 447 el Papa León I respondió al obispo
Toribio de Astorga con una larga carta en form a de

(89) E n su tra b a jo «P astor e t S ygarius, d e u x é criv an s p a rd u s du


Vesiècle», R e v u e B én é d ic tin e , 1893, 385 ss.
(90) N o tic ia q u e p ro c e d e d e Id a c io , seg ú n M o rin , loc, cit.
(91) D e vir, ill., 16. M igne, P .L ., 58, c. 1103: P a sto r ep is­
copus, co m p o su it lib e llu m in m o d u m sy m b o li p a rv u m , to ta m p e n e
ecclesiasticam c re d u lita te m p e r se n ten tia s c o n tin e n te m . In q u o in te r
caeteras d isse n tio n u m p ravitates, q uas p ra e te r m issis a u c to r u m v o ­
cabulis a n a th e m iza t. P riscillianos c u m ipso a u c to ris n o m in e d a m n a t.
(92) Cf. a p a rta d o 18 d e la version larg a d e los a n a te m a s.

108
tratado dogm ático, dirigido contra los priscilianistas.
El notario papal que la redactó, no hizo sino repetir el
texto del escrito enviado por Toribio, y sancionar las
opiniones de éste con la autoridad de la sede rom ana.
Sugiere esta suposición, aparte del contenido general
de la carta, el hecho de que se afirme en ella la proce­
dencia del Espíritu Santo del Padre y del Hijo, doctri­
na que estaba m uy lejos en aquel m om ento de ser ofi­
cialm ente profesada por el P apa de Rom a (93). El
docum ento está dividido en 16 capítulos donde se trata
detalladam ente del priscilianismo y cuyos títulos son
los siguientes:
I. C ontra P riscillianistas, q u i sa n c ta m T r in ita te m n o n
personis, sed ta n tu m n o m in ib u s d istin q u u n t.
II. A d ve rsu s id q u o d D o m in u m D e u m p ro P atre c re d u n t
fuisse.
III. A d ve rsu s id q u o d d ic u n t id ea U n ig e n itu m d ic i C hristum ,
q u ia solus sit de virgine n a tu s.
IV . D e n a ta li D o m in i q u o d in eo P rincillianistas ieiunia
c elebrarent.
V. A d ve rsu s id q u o d a iu n t a n im a n h o m in is ex d ivin a esse
su b sta n tia m .
VI. C ontra illu d q u o d a iu n t d ia b o lu m ex se vel ex chao esse, et
p ro p r ia m habere n a tu ra m .
VII. C ontra illos q u o d n u p tia s et p ro c re a tio n e s filio r u m
a d stru a n t esse p e c c a tu m .
V III. C ontra id q u o d corpora h u m a n a d ic u n t esse fig m e n ta , et a
d a e m o n ib u s in u te ro fo r m a r i.
IX . C ontra illu d q u o d filio s rep ro m issio n is ex Sa n cto S p iritu
d ic u n t esse conceptos.
X. C ontra id q u a d a n im a s in coelestibus p ecca re c re d u n t, et
s e c u n d u m q u a lita te m p e c c a ti in h o c m u n d o accipere
so rte m v el b o n a m v el m a la n .
X I. C ontra id q u o d fa ta lib u s stellis d ic a n t a n im a s h o m in u m
obligatas.
X II. C ontra id q u o d su b aliis p o te s ta tib u s p a rte s a n im a e sub
aliis corporis m e m b r a d escrib u n t.
X III. C ontra id q u o d p a tria rc h a ru m n o m in a p e r singula
corporis m e m b r a d isp o n u n t.
X IV . C ontra id q u o d d u o d e c im signa q u a e m a th e m a tic i
observant, p e r c o rp u s o m n e d istin g u u n t.
XV. .D e apocryphis sc rip tu ris e o ru n d e m P risciallinorum .
X VI. E n m e n d a n d a de libro D ictinii.

Parece evidente la relación entre la carta del Papa


León y los escritos de Pastor y de su contemporáneo Siga-
rio, conocido este último a través de la descripción hecha

(93) L a c a rta se h a tra s m itid o e n tr e las o b ra s del p a p a L eón I


y a d ic io n a d a a las colecciones c an ó n ica s e sp añ o las. Se h a lla e d ita ­
d a e n M IG N E , P .L ., 54, c. 677· ss. A sim ism o en M E N E N D EZ
P E L A YO, H istoria de los H e te ro d o x o s E spañoles, II, A péndices
C X IX -C X X X , E d. B onilla y S a n M a rtín , 1917. E sta es la edición
u tiliz a d a e n este tra b a jo . S o b re la p ro c e d e n c ia d e l E sp íritu Santo,
Cf. p á g . C X X 1, alius q u i d e u tro q u e p ro c e d it.

109
también por Genadio de Marsella (94). El prim er c a p ítu ­
lo se identifica con el contenido del tratado de Sigario. Son
condenados los sabelianos y con ellos los priscilianistas,
conforme venía ocurriendo desde el Prim er Concilio de
Toledo. Los capítulos segundo y tercero están escritos
contra Arrio, Paulo de Samosata y Fotino, siguiendo la
tradición heresiológica del siglo IV. Los restantes desarro­
llan las viejas acusaciones hechas contra Prisciliano, gnos­
ticismo, maniqueismo, astrologia, abstención sexual y uso
de apócrifos. Se intenta relacionar a los priscilianistas con
los herejes más famosos del pasado, especialmente con los
maniqueos, e incluso demostrar su heterodoxia frente a las
declaraciones dogmáticas más recientes. Así en el capítulo
IV se deduce el monofisismo de los priscilianistas unido al
docetismo de la práctica del ayuno en el día de la Nativi­
dad (95). Muchos de estos puntos están tom ados con
toda probabilidad del Símbolo y los anatem as, y explica­
dos con ayuda de los tratados heresiológicos más divulga­
dos. Se puede afirmar que la carta del Papa León es un
documento lo bastante tendencioso para que resulte de
utilidad como fuente informativa de la situación de las
comunidades priscilianistas a mediados del siglo V. De él
se puede solamente deducir que en esta fecha existían en la
antigua provincia romana de Galicia grupos de priscilia­
nistas no asimilados por el cristianismo oficialmente orto­
doxo. Las diferencias con este último se debían de referir
al carácter ascético generalizado que se traducía en prác­
ticas más frecuentes de ayuno. Las divergencias doctrina­
les más'señaladas consistían en el uso de los apócrifos, uso
más restringido en el cristianismo oficial pero conservado
hasta la actualidad con el nombre de Tradición. El sentido
popular de la secta, que hacía difícil su extinción, borraría
las diferencias jerárquicas entre el alto clero y el pueblo
(94) 65, M IG N E , P .L ., 58, c. 098: Sygarius scripsit d e F ide
a d v e rsu m p ra esen tu o sa h a e re tic o ru m voca b u la , q u a e a d d e s tr u e n ­
da v el a d im m u ta n d a S. T rin ita tis n o m in a a su rp a ta s u n t, d ic e n ­
tiu m P a tre m n o n deb ere P a trem dici, ne in P atris n o m in e Filius
co n so n et, sed in g e n itu m et in fe c tu m et so lita r iu m n u n c u p a n d u m
ut q u id q u id e xtra illu m est persone, e xtra illu m sit n a tu ra o ste n ­
dens et P a trem , q u i e ju sd em est n a tu ra e , posse d ic i in g e n itu m , et
S c rip tu r a m dixisse, et ex se genuisse in p erso n a F iliu m , n o n fecisse,
et ex se p ro tu lisse S p ir itu m S a n c tu m , in p erso n a non gen u isse ne-
q u e fecisse.
(95) Q u o d u tiq u e ideo fa c iu n t q u ia C h ristu m D o m in u m in
vera h o m in is n a tu ra n o tu m esse non c re d u n t, sed p e r q u a n d a m
illu sio n e m o ste n ta ta v id e ri-vo lu n t q u a e vera n o n f u e r in t, se q u e n te s
d o g m a C erdonis a tq u e M arcio n is et cognatis suis m a n ic h a eis p e r
o m n ia consonante·;

110
poniendo en peligro los privilegios cada vez mayores de
aquél.
La carta de León J termina con la indicación de que
se debe celebrar un concilio general contra el priscilianis-
mo entre los obispos de la Tarraconense, Cartaginense,
Bética, Lusitania y Galicia (96). Este sínodo no llegó
jam ás a celebrarse, puesto que no existen las actas de él ni
le menciona el obispo Idacio, cronista contemporáneo de
los hechos. Se trata, pues, de una invención histórica, la
referencia a la celebración de un concilio por orden de
León, que se hace en el de Braga de 561 (97). La relación
que se da en este concilio de cómo el Papa León dirigió un
escrito contra los priscilianistas a un sínodo de Galicia por
medio de su notario Toribio, es un cúmulo de errores.
Igualmente lo es el añadir que por orden papal se reunió
otro concilio entre los obispos de la Tarraconense, Carta­
ginense, Lusitania y Bética, donde se compuso una Regla
de Fe con algunos capítulos, tam bién contra los priscilia­
nistas, que fue luego enviada al obispo de Braga, Balco-
nio. Toribio no era el notario papal, sino el destinatario de
la carta y los dos concilios nunca se celebraron. Balconio
fue efectivamente un obispo de Braga que ejerció su minis­
terio con una anterioridad de unos 30 años a la carta del
Papa León (98).
Los capítulos antipricilianistas del Concilio de Bra-

(96) M E N E N D E Z P E L A Y O , op. c it., C X X X : D e d im u s ita ­


q u e littera s a d fr a tr e s coepiscopos no stro s T arraconenses, C artila­
gineuses, et Lusitanos, a tq u e G allaecos, cisque c o n ciliu m synodi
'y n o d i g e n e ralis'in d ix im u s.
(97) C redo a u te m vestrae b e a titu d in is fr a te r n ita te m nosse,
(¡nía eo te m p o re quo in his re gionibus n e fa n d issim a P riscillianae
S ectae venena serp e rb a n t, beatissim us p a p a u rbis R o m a e Leo q u i
(¡uadragesstm us fe r e e x titit a p o sto li P e tr i succesor, per T u r ib iu m
n o ta riu m sedis suae a d sy n o d u m G allaeciae c o n tra im p ia m Pris
cilliani secta m scripta direxit. C uius e tia m p ra e c ep ta T a rra c o n e n ­
sis et C a rth a g m en sis episcopi. L u s ita n i q u o q u e et B a e tic i fa c to
in te r se c oncibo regulam f i d e i contra P riscillianam haeresem cum
a liq u ib u s c a p itu lis c o n scrib en tes a d B a lc o n iu m tu n c h u iu s Braca-
rensis ecclesiae p ra esu lem d ire x e ru n t. U nde q u ia et ip su m praes­
crip ta e fid e i e x e m p la r c u m suis c a p itu lis prae m a n ib u s h ic h a b e ­
m us, pro in stru c tio n e ig n o ra n tiu m si vestrae p la cet reverentiae,
recitetur. T E JA D A Y R A M IR O , II, 608.
(98) Es co n o cid o p o r u n a c a rta q u e le escribió A vito desde
Je ru sa lé n en 416, a n u n c iá n d o lo el en v ío d e u n a re liq u ia d e S. Es­
te b a n p o r m ed io d e O rosio, C f. E. C U E V A S y U . D O M IN G U E Z en
A L T A N E R , P atrología, M a d rid , 1956, págs. 56 y 82. Es m uy
im p ro b a b le q u e c o n tin u a ra siendo o b isp o de B ra g a después de 447
y p u d ie ra ser al m ism o tie m p o c o n te m p o rá n e o d e A vito y O rosio,
p o r u n a p a rte , y p o r o tra d e T o rib io de L ié b a n a y L eón I. en
a m b o s casos después d e h a b e r a lc a n z a d o el e p isco p a d o .
ga, según se hace constar en el mismo, proceden de la
Regla de Fe y los anatem as, unidos a las cartas del
Prim er Concilio de Toledo, y sobre todo de la epístola
de León a Toribio. Su texto es el siguiente:

P roposita co n tra P riscillia n a ru m h a e re sem c a p itu la , er


relecta c o n tin e n t haec.
I. S i qu is P a tre m el F iliu m et S p ir itu m S a n c tu m n o n
c o n fite tu r tres p e rso n a s u n iu s esse su b sta n tia e et v ir tu tis ac
p o testa tis, sicut ca th o lica et apostolica ecclesiae d o c et, sed
u n a m ta n tu m ac so lita ria m dicit esse p e rso n a m , ita u t ipse
sit P a te r q u i Filius, ipse e tia m sit P araclitus Spiritu s, sicut
S a b elliu s et P riscillianus d ix e ru n t, a n a th e m a sit.
II. S i qu is e xtra S a n c ta m T r in ita te m alia nescio quae
d ivita tis n o m in a in tro d u cit dicens, q u o d in ipsa d iv in i­
ta te sit T rin ita s T rin ita tis, sicut g n o stic i et P riscillianus
d ix e ru n t, a n a th e m a sit.
III. S i qu is d ic it F iliu m D e i D o m in u m n o stru m a n te q u a m ex
virgine n a sc e retu r n o n fu isse , sic u t P a u lu s S a m o sa te n u s et
P h o tin u s et P riscillianus d ix e ru n t, a n a th e m a sit.
IV . S i q u is N a ta le m C h risti s e c u n d u m c a rn e m n o n vere
h o n o ra t sed h onorare se sim u la t ieiu n a n s in e o d e m d ie et in
d o m in ic o , q u ia C h ristu m in vera h o m in is n a tu ra n a tu m
esse non crediderit, sicut C erdon, M a rcio n , M a n ich a e u s
et P riscillianus d ix e ru n t, a n a th e m a sit.
V. S i q u is a n im a s h u m a n a s vel angelos ex D e i credit
su b s ta n tia extitisse, sicu t M a n ich a e u s e t P riscillianus
d ix e ru n t, a n a th e m a sit.
VI. S i quis a n im a s h u m a n a s d icit p riu s in co elesti h a b ita tio n e
peccasse et p ro hoc in corpora h u m a n a in te r ra m detectas,
sic u t P riscillianus d ixit, a n a th e m a sit.
V II. S i q u is dicit d ia b o lu m n o n fu is se p riu s b o n u m a n g e lu m a
D eo f a c t u m n ec D e i o p ific iu m fu is s e n a tu r a m eius, sed
d icit e u m ex chaos et ten e b ris emersisse, n e c a liq u e m su i
h a b ere a u c to rem , sed ip su m esse p r in c ip iu m a tq u e
su b s ta n tia m m a li, sicut M a n ic h a e u s et P riscillianus
d ix e ru n t, a n a th e m a sit.
V III. S i q u is cre d it q uia a liq u a n ta s in m u n d o crea tu ra s d ia b o lu s
fe c e r it et to n ilu ra et fu lg u r a et te m p e s ta te s et siccitates
ipse d ia b o lu s sua a u c to rita te fa c ia t, sic u t P riscillianus
d ixit, a n a th e m a sit. r
I X . St qu is a n im a s et corpora h u m a n a fa ta lib u s stellis credit
a d strin g i, sicut p a g a n i et P riscillianus d ix e r u n t, a n a th e m a
sit.
X . S i quis d u o d e c im signa de sideribus, q u a e m a th e m a tic i
observare solent, p e r sin g u la a n im i vel corporis m e m b r a
disposita cre d u n t et n o m in ib u s p a tria rc h a ru m a d se rip ta
d ic u n t, sic u t P riscillianus d icit, a n a th e m a sit.
X I. S i quis c o niugia h u m a n a et p ro c re a tio n e m n a sc e n tiu m
p erhorrescit, sic u t M a n ich a e u s et P riscillinus d ix e ru n t,
a n a th e m a sit.
X I I . S i quis p la sm a tio n e m h u m a n i corporis d ia b o li d ic it esse
fig m e n t u m , et c o n ce p tio n e s in u teris m a tr u m o p e rib u s
d icit d a e m o n u m fig u r a r i p r o p te r q u o d et re su rre ctio n em
c a m is n o n credit, sicut M a n ic h a e u s et P riscillianus
d ix e ru n t, a n a th e m a sit.
X I I I . S i qu is d ic it c re a tio n em universae carnis n o n o p ific iu m D e i
sed m a lig n o ru m esse a n g e lo ru m , sic u t M a n ic h a e u s et
P riscillianus d ix e ru n t, a n a th e m a sit.

112
X I V . S i qu is im m u n d o s p u ta t c ib o s c a rn iu m q uos D eus in usus
h o m in u m d e d it, et n o n p r o p te r a fflic tio n e m corporis su i
se d q u a si im m u n d itia m p u ta n s ita a b eis a b stin e a t u t ne
oleia cocta c u m c a rn ib u s p ra e g u ste t, sic u t M a n ich a e u s et
P riscillianus d ix e ru n t, a n a th e m a sit.
X V. S i q u is c le rico ru m vel m o n a c h o r u m p ra e le r m a tr e m aut
g e r m a n a m vel th ia m v el q u a e p r o x im a sib i c o n sa n g u in i­
ta te iu n g u n tu r , alias a liq u a s q u a si a d o p tiv a s fe m in a s
se c u m re tin e n t et c u m ipsis c o h a b ita n t, sic u t P riscilliani
secta d o c et, a n a th e m a sit.
X VI. S i quis q u in ta f e r ia p a sc h a li q u a e v o c a tu r C oena D om ini,
hora leg itim a p o s t n o n a m ie iu n u s in ecclesia m issas n o n
ten e t, sed s e c u n d u m s e c ta m P riscillia n i fe s tiv ita te m ipsius
d ie i a b hora te rtia p e r m issas d e fu n c to r u m so lu to ieiunio
colit, a n a th e m a sit.
X V I I . S i quis scripturas, quas P riscillia n u s s e c u n d u m su u m
d e p ra v a vit e rro rem vel tra c ta tu s D ic tin ii quos ipse
D ic tin iu s a n te q u a m c o n v e rte r e tu r scripsit v el q u a e c u m ­
q u e h a e re tic o r u m scrip ta su b n o m in e p a tria rc h a ru m ,
p r o p h e ta r u m vel a p o sto lo ru m suo e rro ri c onsona c o n fix e ­
ru n t, legit et im p ia e o ru m f ig m e n t a se q u ita r a u t d e fe n d it,
a n a th e m a sit (99).

Estos 17 capítulos repiten casi literalmente los títulos


de la carta del Papa León a Toribio, y muchos de los
anatemas, mencionando en cada caso, como lo hace el
texto de la carta, al lado de cada herejía el nombre de su
autor y añadiendo además el de Prisciliano. Resulta así
que Prisciliano fue discípulo de Sabelio, de los gnósticos,
de Paulo de Samosata, de Fotino, de Marción, de Cerdón,
de Manes, practicó todos los maleficios e infamias, fue
astrólogo y matemático, aborreció la procreación y coha­
bitó al mismo tiempo con mujeres extrañas. El camino
récorrido por el priscilianismo sería, pues, muy largo si
hiciéramos caso de sus acusadores. Del gnosticismo y el
maniqueismo se pasó a la herejía trinitaria y de ésta a un
conglomerado de doctrinas y prácticas contradictorias,
resumen de todas las sectas del cristianismo desde su ori­
gen histórico y que sobrevirían en un pobre medio rural y
pagano muy lejos de la cultura de las ciudades y en los
confines de lo que había sido el Im perio Rom ano ( 100). El
largo camino seguido aparentem ente por el priscilianismo,
a lo largo de todas las herejías, es paralelo al desarrollo de
los documentos inspiradores de las acusaciones de sus de-

(99) T E JA D A Y R A M IR O , II, 609-610.


(100) R efirién d o se a los p risc ilian istas c o n te m p o rá n e o s se dice
e n el P rim e r C oncilio d e B ra g a d e 561: Q u i in ipsa e x tre m ita te
m u n d i et in u ltim is h u iu s p ro v in cia e re g io n ib u s c o n s titu ti a u t e x i­
g u a m a u t p a e n e n u lla m reclae e ru d itio n is n o titia m c o n tig e ru n t,
T E JE D A Y R A M IR O , II, 608.

113
tractores durante los siglos V y VI. Este es el proceso que se
ha intentado explicar en este trabajo; cómo al mismo
tiempo que se iba perdiendo todo recuerdo coherente del
priscilianismo histórico del pasado, o se ignoraba el con­
temporáneo, era preciso combatir a este último sobre una
base teórica. La prim era redacción del Símbolo y los ana­
temas, escrita en el siglo IV contra los herejes trinitarios,
como Pablo de Samosata, Fotino, Sabelio y Arrio, contra
los gnósticos como Marción y Cerdón, y contra los mani-
queos, fue el punto de partida de la literatura antiprisci-
lianista estudiada aquí. Este documento anterior al prisci­
lianismo, y escrito contra herejías de los siglos II, III y
prim era m itad del IV, fue relaborado introduciéndose en
él al priscilianismo. Fruto de esta relabolación es la segun­
da versión, larga, del Símbolo y los anatem as debida al
obispo Pastor, e incluida posteriorm ente en las actas del
Prim er Concilio de Toledo, unos 40 años anterior a esta
nueva redacción. La misma versión, olvidado el nom bre
de su autor o bien por razones de prestigio, fue a trib u i­
da a un concilio im aginario que se celebraría por m a n ­
dato de León I después de 447. Debió de servir, con la
ayuda de otros tratados heresiológicos que desarrollarían
los puntos que contiene, para la redacción del escrito
conocido con el nom bre de C arta del Papa León a
Toribio de Liébana. Pof últim o, sobre estos precedentes
literarios, se com pondría en Braga en 56, una nueva
serie de capítulos antiheréticos donde se enum eraban
las herejías cristianas anteriores, junto al nom bre de
Prisciliano.

114
Las provincias hispanas

F. M . Schrajerman

Las regiones sudorientales de H ispania (Bética y el


Sur de la Tarraconense) estaban entre las partes más
rom anizadas del im perio. De ello d an testimonio las
num erosas ciudades, el desarrollo del artesanado, del
comercio y de los preciadísim os productos agrícolas.
(Por tanto, hay que suponer la especialización de las
villas y una planificación económica racional en esas
villas).
Sobre el desarrollo de la esclavitud en Hispania
existen diversos testynonios. En las leyes m unicipales de
Salpensa y M alaca (1) se dedica m ucho espacio a los
libertos. Estas leyes prevén que las personas que h an ob­
tenido la ciudadanía rom ana conserven, respecto a sus
libertos, que no han obtenido ciudadanía rom ana y
respecto al dom inio sobre ellos, los mismos derechos que
tuvieran en el status primitivo, esto es, según el derecho
indígena adm itido en H ispania. Estas leyes regulan la
em ancipación de los esclavos en presencia de un duunviro
y el status que deben observar los libertos. Se m enciona
constantem ente a esclavos en las leyes concernientes a la
vida en las explotaciones m ineras y al arrendam iento de
las mismas (2), pero tam bién con relativa frecuencia
son m encionados esclavos (adm inistradores en su mayor
parte) (3) y libertos en otras inscripciones. En una ins­
cripción de un lugar de la Bética se notifica que, por
prim era vez en su fam ilia, el liberto Suavis y el adm inis­
trador Faustus habrían ofrecido en acción de gracias,
de sus propios recursos, imágenes de los lares y del genio
junto con una pequeña capilla (4). Según se desprende
de aquí, tam bién en H ispania se form aron colegios
fam iliares con los acostum brados cultos de la familia.
Uno de los colegios fam iliares de este tipo (sodaliciun
vernarum ) honraba a Isis (5). Los esclavos de la ciudad
tam bién estaban congregados en colegios. T enían en

* In tro d u c c ió n d el a le m á n d e A lfonso M a rtín e z Diez.


(1) C IL , II, 1963; 1964 -D essau, 6088; 6089 - F ontes, I, 23; 24.
(2) C IL , II, 5181; Fontes, I, 104.
(3) C IL , II, 1552; 1742; 1980: 5298 y o tra s m ás.
(4) Ib id e m , 1980.
(5) Ib id e m , 3730.

115
ellos sus propios dignatarios m ateriales y espirituales
Un colegio de esta clase es m encionado en u n a inscrip­
ción de C orduba que está dedicada a A. Publicius G er­
m anus, un liberto de la ciudad. Desempeñó el cargo de
sacerdote en el colegio. La inscripción fue erigida por el
m agistrado del colegio, un esclavo que, al parecer
había sido com prado a la ciudad por un tal G erm a­
nus (6). Es interesante una inscripción de la Bética que,
sobre la base del análisis paleográfico, es situada en el
siglo I. Contiene un contrato típico entre dos partes, a
saber, L. Baianius y el esclavo de L. Titius, D am a, que
en representación'de su señor, otorga un préstam o a L.
Baianius bajo hipoteca de una propiedad, incluidos los
esclavos (7). Así pues, debe haber sido necesaria la
publicación de un contrato de este tipo p ara uso gene­
ral. De aquí se deduce que tales convenios estaban rrtuy
extendidos y que la posesión típica, que podía ser h ipo­
tecada, era la villa explotada con ayuda de esclavos.
Según se deduce de las inscripciones, los libertos no
desem peñaron ningún papel im portante en la artesanía.
Sólo muy rara vez se m enciona a libertos como artesa­
nos. Incluso en las m arcas de ánforas que h a n sido
descubiertas en Roma en el m onte Testaccio y que en
Hispania provienen de los tallesres de alfarería de época
im perial, no se encuentra ningún nom bre de esclavos y
libertos, por m ás que, en R om a y en Italia, éstos ap a re ­
cen frecuentem ente como arrendatarios y operarios de
los talleres imperiales. En Hispania, según m uestran las
m arcas (8), los arrendatarios eran libres. Esto se explica
tal vez por el hecho de que estas m arcas provienen de
época m ás tardía. La cerámica en que-se encuentran
fue fabricada a finales del siglo II y en el siglo III,
cuando el núm ero de esclavos y libertos h ab ía dism inuido
en H ispania como consecuencia de la crisis del régim en
esclavista. Pero tam poco en inscripción más tem pranas
encontram os apenas datos sobre libertos y esclavos como
artesanos.
En cam bio, en los siglos I y II, los libertos jugaron
papeles m uy notables y en la vida m unicipal. Así ocurrió,
por ejem plo, con el liberto C. Sempronius Nigellio, el
antiguo esclavo de un m iem bro de la adinerada y presti­
giosa fam ilia de los Sempronios séviro en la Colonia
Patricia (C orduba) en el m unicipio Singili (a) Barba.
Este le adm itió entre sus convecinos le concedió to­
dos los honores que podían ser trasferidos a u n liberto y

(6) Ib id e m , 2229.
(7) C IL , II, 5042.
(8) C IL , II, 2560-2567; 3973; 3984.

116
decretó erigirle una estatua cuyo coste indem nizó la ciu­
dad (9). En Suel (m unicipium Suelitanum ), L. Junius
Puteolanus, séviro augustal, ofrendó un sacrificio a N ep­
tuno y dio una fiesta porque él había sido el prim ero
que en vida, por un decreto de los decuriones, fue inves­
tido con todos los cargos honoríficos que los libertos po­
dían poseer (10). El liberto M. Egnatius Venustus recibió
del consejo m unicipal de A rba una estatua y las insignias
de decurión (11). En m uchas ciudades, los libertos fue­
ron séviros y, en el desempeño de este cargo, erigieron
estatuas o templos a los dioses e instituyeron banquetes
y juegos p ara sus conciudadanos. Así el liberto y séviro
L. Caelius Saturninus ofreció un sacrificio a Liber Pater
y dio representaciones teatrales (12), L. Licinius Adamas
ofrendó a Pantheus Augustus (13) y L. Catinius, a M ar­
te (14). S. Quintius Fortunatus llevó u n a ofrenda a
Pollux y además a petición del pueblo, repartió dinero,
dio una fiesta a los ciudadanos y habitantes y organizó
juegos circenses (15) L. Licinius Crescens hizo ofrenda a
Pax Augusta (16), M. Egnatius a Virtus Augusta (17), y
su coliberto, el anteriorm ente m encionado M. Egnatius
Venustus, erigió bancos de m árm ol y revistió de m árm ol
u n a colum na (18).
Para podersufragar tales gastos, los libertos, aunque
desem peñasen el cargo de séviro, debían poseer riquezas.
Puesto que sólo en raras ocasiones ejercían un oficio, es
de presum ir que, en libertad, fuesen propietarios y
obtuviesen ingresos de sus bienes. Si esto es correcto,
tam bién ha de serlo que estos libertos probablem ente
obtenían los lotes de tierra de sus señores con la carga de
entregarles una parte de la cosecha, o que com praban la
tierra que, como esclavos, h ab ían tenido arrendada de
sus señores. De u n artículo de la m encionada ley de
Salpensa se desprende que los señores, aunque no fuesen
ciudadanos romanos, reclam aban a los libertos una
p arte de sus ganancias (19).
Es interesante la inscripción que contiene el testa-

(9) C IL II 2026.
(10) Ib id e m 1944.
(11 ) Ib id e m 1066.
(12) Ib id e m 1108.
(13) I b id e m 1165.
(14) I b id e m 1301.
(15) I b id e m 2100.
(16) Ib id e m 1061.
(17) C IL II 1062.
(18) I b id e m 1066.
(1 9 ) Ib id e m 1963 X X II.

117
m ento del centurion L. Caecilius O ptatus. Vivió en
tiempos del em perador M arco Aurelio y legó a sus
conciudadanos de la ciudad de Barcino 7.500 denarios
bajo la condición de que sus libertos y los de éstos «que
fuesen llam ados a desem peñar el cargo de séviro debían
ser liberados de todos los gastos del sevirato». Caso de que
esta condición no sea observada, el dinero legado debía
ser entregado al erario de T arragona (20). Esta inscrip­
ción enseña, en prim er lugar, que los gastos anejos al
desempeño del sevirato eran dem asiado oprensivos p ara
los libertos a m ediados del siglo II; en segundo lugar,
perm iten conocer que los patronos tra ta b a n de aligerar
las obligaciones de sus libertos para con la ciudad, tal vez
con la finalidad de que éstos pudiesen cum plir más
fácilm ente con las obligaciones para con su patrono y los
hijos de éste dándoles la parte establecida de sus benefi­
cios. Dos inscripciones dan noticia de la íntim a unión
que los libertos m antenína con la fam ilia de su p a tro ­
no. Una de ellas proviene de T arragona (T arraco) y
estaba colocada sobre el sepulcro de Antonio C lem entina
y de su m arido P. Rufus Flaus, el cual, p a ra p erp etu ar su
m em oria y la de su m ujer (in m em oriam perp etu a m ), le­
gaba los «huertos limítrofes a las posesiones de la ciudad»
a cuatro libertos, hom bres y mujeres, de la fam ilia de su
m ujer con la'determ inación de que debían se invendibles
y pasar dentro del genos (clan), bien a parientes o liber­
tos (21). O tra inscripción, que ya hemos citado y que p ro ­
viene de L am inium fue dedicada a Allia C andida por un
colegio que llevaba su nom bre (?) y congregaba a sus li­
bertos y clientes (22).
Del mismo modo que en Italia, pues, tam bién en
H ispania los libertos perm anecían en íntim a unión con la
fam ilia en el clan de su patrono. Esto era m ucho más
posible, si los libertos m antenían con los patronos
una unión económica, esto es, si arrendaban o poseían
parcelas que eran sustraídas de las fincas de los patronos
si daban a éstos una parte de la cosecha o ejecutaban
algún tipo de trabajo en las villae en que se form aban los
colegios de culto familiares. Una unión tal m uestra que

(20) Ib id e m , 5414.
(21) C IL , II, 4332; seg ún esta in sc rip c ió n , ta m b ié n e sta b a
d ifu n d id a en H isp a n ia la p ra x is fre c u e n te m e n te in d ic a d a en el
D igesto co sisten te en tra n s m itir posesiones a los lib e rto s b a jo la
c o n d ic ió n d e q u e las p a rce la s no fuesen e n a je n a d a s y d e q u e fuese
p a g a d a u n a d e te rm in a d a c a n tid a d al p a tr o n a to o a sus h e re d e ro s
(Dig. 31. 77.15, 88.6; 3 2 .3 8 .5 ; 3 3 .1 .1 8 , e tc .). C o m o c la ra m e n te se
ve, esto e ra u n a c o n se cu e n cia del a u m e n to d el la tifu n d io .
(22) C IL , II, 3229; cf. su p ra p . 62, n o ta 69.

118
los libertos, cuando todavía eran esclavos, trab ajab an en
la agricultura y que los dueños, a consecuencia del tem ­
prano comienzo de la crisis en H ispania, convirtieron a
esclavos y libertos en colonos.
En H ispania existieron muchos m enos colegios de
artesanos que en Italia y las Galias. Son m encionados
colegios de m arineros (23), de zapateros (24), de artesa­
nos (25) y un colegio de centonariri que h ab ía sido creado
con cien socios con perm iso del em perador A driano (26).
La últim a inscripción m encionada atestigua un desarro­
llo de los colegios relativam ente débil, ya que en una
ciudad tan grande como era Hispalis el m uy extendido
colegio de los centonarii fue creado por vez prim era bajo
A driano.
Por otro lado, el artesano estaba am pliam ente
especializado. En las inscripciones son citados un m a r­
molista (27), un tintorero (28), un fabricante de arm a­
duras (29), un joyero (30), un cantero (31), un plate­
ro (32), el jefe de un taller de banderines (33) y un dorador
(34). Estos artesanos eran libres. En consecuencia, el
trabajo de los libres, a pesar del desarrollo de la esclavi­
tud, no estaba com pletam ente alejado de la producción.
Atestiguan esto tam bién leyes sobre la m inería (35) que
tienen por objeto el arriendo de parte de m inas a reduci­
do núm ero de arrendatarios libres. Estos arrendatarios
trab ajan allí solos o con ayuda de algunos esclavos.
Además de los arrendatarios de m inas había aún en los
yacimientos otros hom bres libres a quienes com petía el
aprovisionam iento de los m ineros (guardas de baños,
zapateros, bataneros, sastres, peluqueros, maestros, su­
bastadores y demás personas que, bajo determ inadas
condiciones y m ediante pago, m antenían el derecho a
abrir talleres o a ofrecer sus servicios en la m ina. Además

(23) C IL , II, 1198; 1169, 1183, cf. ta m b ié n 1182,


(24) Ib id e m , 2813.
(25) Ib id e m , 4498.
(26) Ib id e m , 1167.
(27) Ib id e m , 1724.
(28) Ib id e m , 2235.
(29) Ib id e m , 3359.
(30) Ib id e m , 496.
(31) Ib id e m , 2772.
(32) Ib id e m , 3749.
(33) Ib id e m , 3771; q u i fa b r ic a e alas et sig n o ru m p ra e fu it.
J . B u ria n , e n su recen sio n d e la o b r a (Ztschr. f . Gesch. Wiss, 7,.
1959, 2, 420-425; e n especial 424) in d ic a a d e m á s q u e p u e d e tra ta rs e
a q u í ta m b ié n d e u n ta lle r d e o rn a m e n to s y e sta tu illa s votivas (signa).
(34) Ib id e m , 6107; e n j . B U R IA N , 1, c., p . 4 24, este a rte sa n o es
d e sig n ad o c la ra m e n te com o verna.
(35) C IL , II, 5181; F ontes, I, 104.

119
de los arrendatarios había tam bién allí gentes a las que,
asimismo bajo determ inadas condiciones, estaba p e rm i­
tido extraer cobre y plata de la escoria y de los residuos.
Evidentem ente eran dem asiado pobres p a ra arrendar
una parte y buscaban su bienestar de esta form a más
barata. Como se ve, había en Hispania una cuantiosa
población libre que era pobre; ésta, em pero, había
salido de los campesinos indígenas, que habían perdido
toda su tierra (36).
La capa de población pobre, pero libre, era ta m ­
bién cuantiosa en las ciudades. La aristocracia m unici­
pal debía ofrecer una parte de sus beneficios a su cortesía.
Una inscripción de Gades perm ite calcular cuán
elevadas eran estas dádivas; m enciona una persona espe­
cial que en los erarios públicos adm inistraba las sumas
legadas a la ciudad (testamentarius) (37). En m uchas
inscripciones son consignadas distribuciones hechas al
pueblo. Así, por ejemplo, en Clunia, el sacerdote de
Rom a y del Divus Augustus, en una carestía de cereales,
distribuyó grano al pueblo (38), y en Aeso dos colegios,
de los que uno se reunía en las Calendas y otro en los Idus,
honraron a L. Valerius Faventinus, un duunviro de la
ciudad, porque había com prado grano y ayudado al
pueblo (39). En D ianium , alguien cuyo nom bre y cargo
se desconocen, llevaba agua a la ciudad p ara los vecinos y
les socorría m ediante distribución de grano en una época
de carestía (40); en Nescania, u n a vez más, una Fabia
Restituta dio en honor dé su hijo un banquete a los
decuriones y sus hijos y distribuyó dos denarios entre los
vecinos y residentes y uno entre los esclavos que servían
como guardianes (41). En Hispalis, Fabia H adrianilla,
hija y m ujer de un consular, herm ana y m adre de un
senador, escribía que quería donar «anualm ente el 6 por
ciento de la sum a de 50.000 sestercios» bajo la condición
de que dos veces al año, a saber en el cum pleaños de su
m arido y en el suyo propio, los niños nacidos libres
recibiesen cada uno 30 sestercios adicionales p a ra ali­
m entación y las niñas 40 (42). El sacerdote de la ciudad
de C artim a, L. Porcius Saturninus, donó 20.000 sester-
(36) L as m in a s e sta b a n situ ad a s en u n a re g ió n re la tiv a m e n te
p o c o ro m a n iz a d a , e n la q u e la p o b la c ió n c a m p e sin a q u e q u e d a b a
era to d av ía b a s ta n te n u m ero sa.
(37) C IL , II, 1734; p e ro cf. la n o ta del e d ito r: te sta m e n ta riu s
de o ffic io a c c ip ie n d u s est a d e x e m p lu m lib ra rii q u i te s ta m e n ta
scripsit a n n o s X I V sine turis consulto.
(38) C IL , II, 2782.
(39) Ib id e m , 4468.
(40) I b id e m , 5961.
(41) Ib id e m , 2011.
(42) Ib id e m , 1174.

120
cios a la ciudad para liberarla de sus deudas (43). Por lo
demás, la últim a inscripción citada dem uestra que las
ciudades estaban adecuadas. Esto concuerda con la de­
cadencia de la organización de los m unicipios.
Puesto que las donaciones son frecuentem ente
m encionadas, quizá muchos hom bres pobres han tra ­
bajado en las misnas o en la agricultura. En las malas
cosechas y carestías de grano, la nobleza del m unicipio
se veía forzada, por tem or a la rebelión de los h am ­
brientos, a nivelar el desequilibrio social m ediante el
auxilio a los pobres. Este fue, según se ha dicho, uno de
los motivos que precipitaron al estallido de la crisis del
régim en esclavista cuando las referencias basadas en la
esclavitud habían logrado una elevada cota.
Las ciudades hispanas tenían evidentem ente una
organización aristocrática. Ya com erciantes y artesanos
enriquecidos, como en las Galias, ya veteranos como
en las provincias del Rhin y del D anubio, ocuparon
aquí los cargos de las ciudades. Los m ilitares licenciados
de la legión asentada en H ispania no jugaron absoluta­
m ente ningún papel en la vida m unicipal.
Al parecer, las propiedades y la fortuna que conse­
guían a su licénciam iento o que había ganado durante
su tiem po de servicio, eran dem asiado pequeñas en
com paración con la fortuna de la nobleza indígena,
como p ara perm itirles una intrusión en el círculo de
aquella.'S i miembros de la nobleza indígena tuvieron
relación con el ejército, esto sólo ocurrió en el m arco de
la carrera de servicios m ilitares establecida para los
caballeros. Prestaban servicio como prefectos de las
alas, tribunos de la legión o prefectos de una cohorte.
T ras su servicio m ilitar ocupaban en su tierra los cargos
m ás elevados (ordinariam ente cargos sacerdotales) (44).
Del poderío de los aristócratas indígenas, propor­
cionan u na observación dos inscripciones. C. Venaecius
Voconiamus, sacerdote de los augustos alzados a los
dioses, había servido como prefecto de la prim era co­
horte de Calcedonia, como tribuno de la tercera legión
de las Galias y como prefecto del prim er ala de los
lemaferos y erigió a la Fortuna, conform e a su promesa,
una estatua de oro de cinco libras y una estatua seme­
jan te de M ercurio de igual peso. Además donó una

(43) Ib id e m , 1957; h a y n u m ero so s e jem p lo s de inscripciones


so b re d istrib u c ió n d e g ra n o en las c iu d a d e s h isp a n as. M uchos d e
ellos e stán e n co n ex ió n con é p o cas d e c are stía y es d e s u p o n e r que los
g ra n d e s p ro p ie ta rio s a p ro v e c h a b a n las c irc u n sta n c ia s favorables
p a r a su b ir el precio d el g ra n o .
(44) C f. C IL , II, 2103; 3008-5837; 4188; 4189; 4211; 4214;
4219; 4232; 4239; 4245; 4251; 4264, e tc.

121
bandeja de oro de una libra y dos copas de plata de
cinco libras de peso cada una (45). Fabia Fabiana, de
la ciudad de Acci, elevó como donación a Isis 112 libras
de plata y objetos artísticos de diversas clases que en su
m ayor p arte estaban guarnecidos con m uchas piedras
preciosas (en total, 56 perlas, 36 esmeraldas, 5 gemas,
dos de ellas de diam antes, y 26 piedras preciosas que
estaban trabajadas en form a de cilindro) (46).
Pero, por otra parte, las ciudades incurrieron en
deudas desde el comienzo del siglo II; hacia la m itad del
siglo II comenzó su decadencia, el núm ero de los c u ra ­
dores de ciudades aum entó y entre los vecinos cuñdió el
descontento ju n to con m edidas del gobierno (47). El
biógrafo del em perador M arco Aurelio (48) habla
tam bién de las exhaustas ciudades hispanas, m enciona
revueltas en Lusitania (49) donde, evidentem ente,
hubo insurrecciones populares. Cesaron estas, empero,
al igual que el movimiento de M aternus y el de los
Bagaudas en las Galias, con el aum ento del latifundio y
la reforzada opresión de los campesinos y colonos en
conexión.
El aum ento del latifundio, que acom paña a la
decadencia de las ciudades y a la crisis de la esclavitud,
lo atestiguan tam bién las enormes confiscaciones reali­
zadas por Septimius Severus en H ispania; su resultado
fue que los productos agrícolas, que antes eran sacados
de propiedades particulares, ahora fueron exportados a
través del fisco im perial (50). Los Severos confiscaron
la tierra no en las m edianas propiedades de los m unici­
pios, sino en las grandes. Sobre propiedades imperiales
anteriores a los Severos (abstracción hecha de las tierras
en los lugares de las m inas), aparecen pocos datos. Q,ue,
no obstante, sucedió tal cosa, lo enseña una Inscripción
de la Bética, que m enciona un procurador im perial en
la Bética para el cultivo del vino de Falerm o — ad fa l
(ernas) veget(andas) (51).

(45) C IL , II, 2103. E sto, c a lc u la d o en p la ta , a rro ja 160-170


lib ra s. P a ra c o m p a ra c ió n se p u e d e a d u c ir u n a in sc rip c ió n del p a d r e
de S e p tim iu s Severus, q u e d ed icó a su h e rm a n a u n a e s ta tu a d e 144
lib ra s d e p la ta 0 · M . R E Y N O L D S , J . B. W A R D P E R K IN S , T h e
In sc rip tio n s o f R o m a n T rip o lita n ia , R o m a , 1952, 607).
(46) C IL , II, 3386.
(47) S H A , A d ria n o , 12.4.
(48) S H A , M a rcu s A n t. P h il., 11.6.
(49) Ib id e m , 22.11.
(50) J. J. V A N N O S T R A N D , R o m a n S p a in (A n e co n o m ic
su rvey o f A n c ie n t R o m e ), 111, B a ltim o re , 1937, 216, cf. Ib id e m ,
198-199.
(51) C IL , II, 1029.

122
Pero por m ucho que quiera haberse desarrollado la
esclavitud y el régim en de m unicipios en H ispaniam no
habrían sido desplazados definitivam ente en ella la fin­
ca rústica ni las formas de la organización com unal. En
las regiones del Noroeste poco rom anizadas (en la parte
noroccidental de la T arraconense y Lusitania), se en­
cuentra corrientem ente gentes, tribus y clanes indíge­
nas, que presentaban com unidades autónom as (52).
Son conocidas por las inscripciones gentes: Abilico-
rum (53), A blaidacorum (54), Alvogigorum (55), Ca-
bruagenigorum (56), C antrabrorum (57), Pembelo-
rum (58), Peniorum (59), Pintonum (60), R atrium (61),
V accaeorum (62), V irom enicorum (63), Visaligorum
(64), Zoelarum (65), etc.
Un elem ento de la gens era la pequeña unidad de
la gentilitas, que probablem ente correspondía al clan
(66). Así, existe una inscripción dedicada a los dits
Laribus Gapeticorum gentilitatis. Los Lares aparecen
aquí como divinidades del clan. En ocasiones u n a gens
constituía un m unicipio rural. Así, en una inscripción
que está dedicada al dios indígena Netus, se dice que el
sacerdote procede del pueblo de los Baedorum de la
tribu délos Pintones (67); Jo que quiere decir que el p u e­
blo pertenecía a la gens P intonum (68). Seguram ente tri­
bus más grandes ocupaban tam bién varios poblados, que
pertenecían a distintas gentilitates. Por ejemplo, en el
territorio de la tribu de los cántabros se encontraba el
poblado Vellicum, y en una conocida inscripción una
persona se denom ina a sí m ism o Vellicus (69). Según
parece, los Vellici eran u n a p a rte (una gentilitas) de los
cántabros y tenían su propio poblado.
Es interesante una inscripción de Asturica cuya
I

(52) A . S H U L T E N , «Die p e re g rin e n G a u g a m e in d e n des ro-


m isch e n R eich». Rheinisch.es M u seu m 50, 1895, 489-557, e n espe­
cial, 496.
(53) C IL , II, 2698.
(54) Ib id e m , 5731.
(55) Ib id e m , 2633.
(56) Ib id e m .
(57) Ib id e m , 4192; 4233.
(58) Ib id e m , 5729 y 2707.
(59) Ib id e m , 5736.
(60) I b id e m , 365.
(61) Ib id e m , 5749.
(62) Ib id e m , 4233; 6093.
(63) Ib id e m , 5741.
(64) Ib id e m , 2633.
(65) Ib id e m .
(66) A . S C H U L T E R , a rt. c it., 504.
(67) C IL , II, 804.
(68) Ib id e m , 365: d e vico B a ed o ro g e n tis P in to n (u m ).
(69) I b id e m , 6297 (vid. ta m b ié n el c o m e n ta rio d el e d ito r).

123
prim era p arte proviene del año 27, m ientras que la
segunda p arte pertenece al año 152. En su prim era
parte se nos participa que la gentilitas Desoncorum, de
la gens Zoelarum , y la gentilitas Tridiavorum , de la
m ism a gens, h ab ían renovado su antiguo tratad o de
hospitalidad (hospitium ) y, de com ún acuerdo, h ab ían
dado cabida a sus hijos y descendientes entre sus clien­
tes. En el cierre del contrato tomó parte el m agister de
los zoelas ju nto a los representantes de ambos lados, que
llevan nom bres indígenas. En la segunda parte de la
inscripción, com unican las dos mismas gentilitates que
dan cabida entre sus clientes y com unidad a Sem pro­
nius Perpetuus O rniacus de la gens de los Avolgigorum ,
a A ntonius Arquis de la gens Visaligorum y a Flavius
Fronto de la gens Cabruagenigorum. Firm an el c o n tra ­
to L. Dom initius Silo y L. Flavius Severus (70).
O tras tres personas que son acogidas a la hospi­
talidad son designadas como zoelas. Al parecer, habían
sido acogidas en la tribu de los zoelas si bien por n a c i­
m iento pertenecían a otra tribu. En otras inscripciones
son m encionadas (71) personas que pertenecían a dos
tribus y en un caso incluso un mismo hom bre fue p rin ­
ceps, jefe por tanto, de dos tribus. La inscripción citada
enseña que, en el siglo I, las genstilitates eran com uni­
dades cerradas, aún cuando pertenecieran al efectivo de
u n a gens. En la m itad del siglo II, conservan form al­
m ente ese carácter, pero decaen estensiblemente; al­
gunos de sus m iem bros se separan de todos sus orígenes u
se adhieren a otras com unidades que les dan cabida
entre sus huéspedes y clientes.
Se puede im aginar fácilm ente que el desm orona­
m iento de la gentilitas y de la gens fue u n a consecuencia
de la segregación de los aristócratas ricos e influyentes,
pero éstos, a pesar de todo, m antenían una unión con
sus com pañeros de clan y tribu. Así, una sacerdotisa de
la provincia de H ispania citerior procede de la gens
cantabrorum , m ientras que su m arido había salido de la
gens Vaccaeorum (72). Es interesante la ya citada
inscripción del poblado de la tribu de los Vironem ici,
Segisamo, del año 239: Vot (a )fe l (iciter)sue ( “e ”perunt)
liben (tes) patronis merentissimis et f e (licissimis) et
prestantissimis et pientissimis cives pientissim i et am icis­
sim i Seg (isamonenses) dom (ino) nostro A ug.G or (dia-

(70) C IL , II, 263.


(71) Ib id e m , 5714; A E , 1946, 121-122.
(72) C IL , II, 4233.
no) et Avióla cos. G. Sempronio Flavo, Valerie Séveri­
ne patrone nostre, G. Severio Presso, G. Valerio Lupo,
“g ” (entili?), G. Turellio Cassiano. Pub (licius) Paratus,
pub (licius) Martialis libertus gen(tilis), Pub(licius)
M aritim us lib (ertus) gen(tüis), Pub (licius) Mascellio
lib (ertus) gen(tilis), Pub(licius) M ercator lib (ertus)
gen (tilis), val(erius) Candidus pectenarius, Val (ertus)
Quintio, Jul(ius) Morinus, Beb(ius) Valdoddus Julio,
A n t (onius) Missilius sutor, Ju l (ius) E ufem us Amainius,
Elenus fu llo , Aevaristus ser(vus) gen(tilis). Emilius
Secundus, Pelagius clavarius, A n ti (stia) Caliope, Val
(eris) Donata, Botia, Valeria, Britta, Va(“l ” eria) Ava-
na, Oct. (avia) Severa (73).
Según m uestra esta inscripción, todavía quedaban
gentes a m itad del siglo III. Poseían esclavos comunales,
a algunos de los cuales dejaron libres de com ún acuer­
do . Por consiguiente, se tra tab a n de unas com unidades en
cuya propiedad colectiva había bienes movibles. Sabido
es que esta población tenía sus propias fincas (74).
Por otra parte, el desm oronam iento de la com unidad
estaba ya muy avanzado. En su seno vivían distintas
personas opuestas, unas de las cuales eran artesanos y
sobre todo «gente insignificante», m ientras que otras
pertenecían a los acomodados, como los dos patronos
mencionados en la inscripción. De la tribu se destaca­
ban familias ricas —en el caso presentado, los Valerios,
que tam bién habían sido elegidos patrones. Probable­
m ente el resto de los Valerios m encionados en la ins­
cripción procedía de los libertos que asimismo estaban
establecidos en el territorio de la tribu. Todo esto lleva­
ba a que los simples miembros de una trib u estuvieran
dependiendo de la nobleza y a que la com unidad tribal
pasase a ser una com unidad territorial.
En este contexto, son de interés las inscripciones de
C apera en Lusitania. C apera era una ciudad, según
Schulten (75), el centro de una com unidad tribal. En
su territorio fue encontrada la inscripción antes m en­
cionada dedicada a los Lares gentilitatis Gapeticorum,
que evidentem ente tenía aquí su colonia. Otras inscrip­
ciones m uestran que tam bién vivían en C apera oriun­
dos de Em erita (76) y de Hispalis (77), además de un

(73) Ib id e m , 5812.
(74) Ib id e m , 5807; ter. A u g u st, d im d it p r a t leg. I l l et a g ru m
Se gisa m o n .
(75) A . S C H IL T E N , art. c it., 498: o p p id u m sólo (es) o tro '
té rm in o p a r a ca stellu m , seg ú n in d ic a n té c n ic a m e n te los sitios d e las
c o m u n id a d e s.
(76) C IL , II, 824.
(77) Ib id e m , 825.

125
m iem bro de la tribu de los Limici (78), gentes de
Clunia, com unidades vecinas suyas —vicinia Clunien-
sium (79)— y finalm ente un antioqueno (80). T oda
esta población o una parte de ella pertenecía a las
com unidades vecinas de Capera —vicinia Caper en­
sis— (81).
En oposición a los Lares de una determ inada gen­
tilitas aparecen los dioses protectores de toda la com u­
nidad, los lares pu b lici, y colegios de sus adoradores
(82). En algunas ocasiones fueron adm itidos en la
com unidad los que habían vuelto como vecinos de C a­
pera (83). Como consecuencia de la mezcla de la p o ­
blación y de la conversión de la com unidad tribal en
una com unidad territorial, C apera adquirió el status de
una ciudad o de una organización casi m unicipal: el
concejo de C apera (ordo) dedicó una inscripción a Julia
Dom na (84). Algunas com unidades tribales tenían
tam bién su propio concejo, por ejemplo, los zoelas (85).
C uando las com unidades se derrum baron, au m en ­
tó el latifundio; las gentes, por otra parte, perdieron sus
tierras y fueron arrancadas de sus com unidades. T a l vez
los m iem bros de las com unidades, arruinados, buscaron
trabajo precisam ente en las m inas. Y es que las m inas se
encontraban en su mayor parte en lugares donde había
sólo unas pocas ciudades y predom inaba la organiza­
ción rural.
Además de las gentes, en las inscripciones hispa­
nas, aunque más rara vez que en las galas (ver más
abajo), son m encionadas comarcas, y estas com arcas
hispanas se asem ejaban en más de un aspecto a las
com unidades. En una inscripción del año 193 se contie­
ne el comienzo de una disposición del gobernador de la
provincia en un proceso entre los com pagini rivi Laren-
sis y Valeria Faventina (86), una terrateniente cuyas
posesiones lindaban con el suelo perteneciente a la co­
m unidad com arcal.
La nobleza, que se segregaba de las com unidades
rurales y tribales, aquí como en otras partes, habrá
explotado a los simples m iembros de las com unidades.
Por ello, los nobles figuraban como patronos, según lo

(78) Ib id e m , 827.
(79) Ib id e m , 818-822.
(80) Ib id e m , 830.
(81) Ib id e m , 806.
(8 2 ) Ib id e m , 816; 817.
(83) Ib id e m , 813.
(84) Ib id e m , 810.
(85) I b id e m , 2606.
(86) Ib id e m , 4125.

126
encontram os en la inscripción de Segisamo. En una
inscripción de Arva, el sacerdote Fulvius Carisianus es
designado como patrono centuriae (87) Ores (is), M a­
nens (is), Halos (is) (?), Peres (is), Arvabores (is), Isines
(is). Isurgul (ana) (88). El editor de la inscripción
opina que se alude aquí a un colegio de terratenientes.
Probablem ente en Hispania los pequeños propietarios y
terratenientes se unieron para ayudarse recíprocam ente
en los trabajos agrícolas, tal como fue el caso en Africa,
según la Apología de Apuleyo. (Más sobre esto en el
capítulo Africa). En favor de esta suposición habla el
que en H ispania aparecen citadas com unidades vecinas
(xncinia). A veces los campesinos vecinos fueron asigna­
dos a las ciudades como incolae contributi, no tenían
ningún acceso a los cargos, pero eran obligados a pagar
impuestos (89). En u n a inscripción se m enciona un
decreto del senado y del pueblo de la ciudad de Term ae
según el cual los Dercinoassedenses vicani m antenían en
la ciudad los mismos derechos que los ciudadanos (90),
sin em bargo, tales casos eran raros, y la m ayor parte de
los campesinos no eran adm itidos en la com unidad de
los vecinos de la ciudad.
A unque los testimonios son escasos, con todo, pue­
de adm itirse que en Hispania, hacia la m itad del siglo
II, se hacía claram ente perceptible la crisis del régimen
esclavista. Fue acom pañada de la decadencia de las
ciudades, del crecim iento del latifundio y de la explota­
ción de los campesinos por los grandes propietarios, por
lo que, entre los campesinos, se conservaron algunos
rasgos del régim en com unal. Según se ha dicho, las
revueltas atestiguadas por los sha en Lusitania, donde
eran típicas las com unidades tribales, pueden ser consi­
deradas como efecto de este proceso.

(87) C IL , II, 1064; o rig in a ria m e n te estas cen tu ria e e ra n d is­


tin ta s colonias. S egún la o p in ió n d e A . H O L D E R (A ltc eltisc h e r
S p ra c h sc h a tz, L eipzig, 1896, to m o I, 232) «A rraboresis» p u e d e sig­
n ific a r « p arte b a ja d e Arva». «Halos» se e n c u e n tr a en u n a m o n e d a
h is p a n a c o m o o rig en d e u n a p e rso n a d e sig n a d a co m o a q u ella.
(88) Ib id e m , 2049.
(89) R . T H O U V E N O T , E ssai su r la p ro v in ce ro m a in e de Bé
tiq u e , P a rís, 1940, 205.
(90) A E , 1953, 267.

127
Rom anización y perm anencia de estructuras sociales
indígenas en la España Septentrional *
Marcelo Vigil

La rom anización del norte de España presenta una


serie de problem as cuya aclaración es de gran interés
para el conocimiento del desarrollo histórico de la re­
gión en época rom ana y en épocas sucesivas. En este
trabajo se intentan aclarar algunos de estos problemas.
Me he lim itado a los que plantea una inscripción con­
servada en el Museo Arqueológico Provincial de San­
tander. Se trata de un ara dedicada al dios indígena
Erudino, que se encontró hacia 1925 en el pico de
Dobra, cerca de Torrelavega. El epígrafe, según la
lectura de Gómez-Moreno y Maza Soriano, es el siguien­
te (1) Corne (lius) uicanus A unigainu (to), Cestif (ilius),
M a (n lio ) E u (tr o p io ) c o (n )s(u lib u s). Su im p o r ta n ­
cia histórica ha sido puesta justam ente de relieve por sus
editores, sobre todo en lo que respecta a la cristianiza­
ción de la región (2). El que en el año 399 d. C.
— fecha de la dedicación, el 23 de ju lio — se pudiera
erigir públicam ente un ara a un dios pagano en el norte
de la Península, después de las leyes dictadas por Teo-
dosio contra cualquier tipo de religión que no fuese la
cristiana niceísta, prim ero con el edicto de Tesalónica
del año 380 y más tarde con nuevas disposiciones de los
años 391, 392 y 394 (3), indica no sólo la escasísima
difusión del cristianismo en la región, sino tam bién la
im posibilidad de los funcionarios im periales para poner
en ejecución la legislación oficial. Esta obserbación es de
gran interés para com prender la situación de la parte
septentrional de España a fines del Im perio Romano.
Se ve, pues, en la inscripción, una pervivencia de los
usos y cultura indígenas: la dedicación a un dios local
desconocido, ju nto a una expresión que puede conside­
rarse oficial del Im perio, como es el fechar por los
* P u b lic a d o e n el B o le tín de la R e a l A c a d e m ia de la H istoria.
T o m o C L II, c u a d e rn o II, p p . 225-234.
(1) V éase A. G A R C IA y B E L L ID O y J . G O N Z A L E Z E CH EG A -
R A Y , T res p iezas d e l M useo A rq u e o ló g ic o P ro v in c ia l de San ta n d er.
A e r q ., 1949, p p . 244 y ss., fig. 2; A. G A R C IA y B E L L ID O , La
P en ín su la Ib é rica en los c om ienzos de su historia. M a d rid , 1953; p p . ,
571 y ss., fig. 32.
(2) V éanse los tra b a jo s cita d o s e n la n o ta a n te rio r.
(3) C ód. T h e o d ., X I, 39, 11; X V I , 7, 4-5; 10, 10-12. C ita d o en
A. G A R C IA y B E L L ID O , L a P en ín su la Ib é rica e n los c o m ien zo s de
su historia, 573.

129
cónsules del año. Esto, unido a la observación hecha
antes sobre la escasa o nula cristianización de la región y
la ineficacia de las leyes prom ulgadas en m ateria reli­
giosa por el em perador, puede llevar a plan tear la
situación de C antabria, en este m om ento, del siguiente
modo: por un lado la soberanía política del Im perio
Rom ano y la llegaba de las órdenes im periales, como se
desprende del uso del año consular, y por otro lado, la
no aplicación de leyes anteriores en varios años, cuya
existencia no se debía de ignorar allí, y la pervivencia de
formas de vida indígenas, no sólo de tipo religioso, según
se verá más adelante. La no áplicación de las leyes
contra el paganism o indica, entre otras cosas, que la
Iglesia carecía de organización y de fuerza en la región a
finales del siglo IV y principios del siglo V d C ., ya que
los obispos, convertidos en la práctica en funcionarios
oficiales, se encargaban de hacerlas cum plir, pues esta
dedicación no fue un acto privado, sino público, que
debió de revestir cierta solem nidad, y que, sin duda,
no fue aislado. Y eran precisam ente los actos públicos
de paganism o los que estaban prohibidos expresam en­
te. La ausencia de obispos en la región es m anifiesta,
tanto en este m om ento como posteriorm ente, de donde
se deduce la prácticam ente nula existencia de fieles más
o menos organizados. No puedo en trar aquí en el estu­
dio de todos los problem as que plantean estas conside­
raciones, ya que voy a lim itarm e a un punto concreto de
la inscripción del norte de España. Este es un proceso
de carácter complejo y especial, y aunque, en líneas
generales, podría intentarse una explicación de él, sin
em bargo, se está aún muy lejos de haber llegado a su
comprensión. Desgraciadam ente, los datos de época
rom ana no son tan abundantes como sería de desear,
pero, a p a rtir de los que poseemos, es posible ir esbo­
zando las líneas generales de este proceso con el estudio
concreto de cada proceso parcial que va a integrarse en
el proceso general.
Lo que en este m om ento interesa de la inscripción
es el nom bre dél dedicante, la form a de llam arse. A
p artir de ella intentaré hacer un estudio somero de un
cierto tipo de la form a de ser conocidas las personas
que aparece en la España prerrom ana, rom ana y m e­
dieval, para ver qué indicaciones puede d ar sobre el
desarrollo social. El dedicante escribe su nom bre com ­
pleto al principio de la inscripción: Cornelius uicanus
A unigainum Cesti filius. El nom bre consta de tres ele­
mentos que expresan claram ente su origen y filiación.
En prim er lugar, el nom bre propio Cornelius. A conti­
nuación uicanus A unigainum indica su origen: Corne-
130
lio era del vico de los Aunigainos. La form a Aunigai-
nu m , genitivo de plural de tipo celta, es la corriente con
que los indígenas, no romanizados expresan su pertenen­
cia a una organización de tipo gentilicio. Es decir, el
segundo elem ento es un gentilicio. El tercer elemento:
Cesti filiu s da la filiación, hijo de Cestio. La prim era
observación que surge de la lectura de este nom bre es
que Cornelio era un rom ano, es decir, que tenía un
nom bre latino, como su padre Cestio. El fenómeno no
tiene n ad a de extraño y es lo norm al encontrarlo en
esta época. Pero lo que ya no es tan norm al es el hallar
en 399 d. C. un gentilicio prerrom ano, aunque usado
de form a un tanto peculiar, sobre la que volveré más
adelante. Este uso, unido a la pervivencia de un culto
indígena local, lleva a considerar que el simple empleo
de nom bres rom anos no es prueba segura de una ro ­
m anización profunda, y que por debajo de la onom ás­
tica e incluso de un derecho rom ano oficial, pueden
continuar existiendo formas de vida sociales a las que
nos corresponden las instituciones externas. Es decir,
poder asim ilar plenam ente unas instituciones y un de­
recho producto de otra sociedad estructurada de m a ­
nera diferente. Este fenóm eno que se pone de m anifies­
to en la inscripción y que podría verse tam bién en
otros testimonios, confirm a que la dom inación rom ana
no logró rom per, en gran p arte del norte de España, la
organización social allí existente, y que, por lo tanto,
la sociedad evolucionó en estas regiones de m odo dis­
tinto al que lo hizo en las más rom anizadas.
La organización social de la m ayor parte de la
España prerrom ana era la tribal. El área ocupada por
pueblos organizados de tal m odo abarcaba, poco más o
menos, el norte, el noroeste y la m eseta. Los escritores
clásicos daña estas organizaciones tribales los nombres
de gentes y gentilitates. En las inscripciones aparecen
tam bién estas organizaciones. A unque las referencias
literarias no son dem asiado explícitas en estos casos y
hay confusión en las denom inaciones, parece ser que
las gentilitates son grupos m enores que se integran en
otros mayores, las gentes. D entro del sistema gentilicio
la gentilitates son grupos m enores que se integran en
mayores, las gentes. D entro del sistema gentilicio las
gentilitates corresponderían a clanes y las gentes a tri­
bus (4). En el noroeste aparece en las inscripciones un
,i
--------------------------------- I
(4) V éase J. C A R O B A R O JA : L o s P ueblos d e E spaña. B a rce ­
lo n a, 1946; p p . 212 y ss.; id .: E sp a ñ a p rim itiv a y ro m a n a . B arcelo ­
n a , 1957; p p . 75 y s s ., d o n d e resu m e lo d ic h o en tra b a jo s an terio res.
A q u í el a u to r usa los térm in o s frac c ió n y su b fra cc ió n .

131
grupo especial, la centuria, que podría asimilarse a un
grupo gentilicio m enor semejante a las gentilitates. P a ­
rece que las centuriae desalojan a estas últim as, pues
donde unas aparecen la otras faltan (5). Las gentilitates
se hallan expresadas en el m aterial epigráfico por m e­
dio de un genitivo de plural norm alm ente de tipo cel­
ta -um. La lista de ellas ha sido hecha por Tovar (6). Su
área de distribución, según el m apa hecho por Tovar (7),
se extiende por el norte de la Península y la Meseta,
sobre todo del T ajo para arriba. Los individuos que
aparecen en estas inscripciones expresan la relación
gentilicia y tam bién, m uy a m enudo, la filiación (8). En
estos casos el nom bre consta de tres elementos que se
pueden ver, por ejemplo, en el núm ero 86 (9): Caenia
L u p if(ilia ) Elanicum : a) el nom bre propio Caenia; b) el
nom bre de filiación consistente en el del padre en geni­
tivo L u p i seguido de f(ilia), y c) el gentilicio en genitivo
de plural Elanicum . Estos tres elementos no se presen­
tan siem pre siguiendo el mismo orden, pues lo norm al
es encontrar el gentilicio inm ediatam ente detrás del
nom bre propio: núm . 58, L Efondo Calnicum Cratu-
nonis f(ilio) = CIL II, 2825, de Uxam a. T am poco el
nom bre del padre en genitivo va siem pre seguido de
f (ilius): n ú m . 104, Tritia M agilonisM atu (e) niq (um) =
M orán, Epigrafía Salmantina, 42, de Yecla de Yeltes.
Este sistema, el mismo que aparece en la inscrip­
ción del dios Erudino, es el corriente de los indígenas y
refleja la organización social en que estaban constitui­
dos. La presencia de Rom a e incluso la obtención del
derecho rom ano no rom pía del todo esta organización
social, ya que se encuentra tam bién en inscripciones de

(5) V éase o b re estas o rg a n iz ac io n es d e tip o d e c im a l, F. R O ­


D R IG U E Z A D R A D O S : E l sistem a g e n tilic io d e c im a l d e los in ­
d o eu ro p eo s o c cid en ta les y los orígenes de R o m a . M a d rid , 1948.
(6) V é a s e ‘A . T O V A R : E stu d io s sobre las p rim itiv a s lenguas
hispánicas. B uenos A ires, 1949; p p . 96 y ss., la lista de las g e n ti­
litates va e n la p. 114 y su d istrib u c ió n g e o g ráfica e n el m a p a II. Esta
lista y el m a p a h a n sido re p ro d u c id o s p o r J. M a lu q u e r de M otes en
M E N E N D E Z P ID A L : H istoria d e E spaña, to m o I, v o lu m e n III.
M a d rid , 1954, p p . 33 y ss., n o ta 32, fig. 81.
(7) V er n o ta a n te rio r.
(8) D e los 174 ejem plos c atalo g a d o s, e n 72 casos a p a re c e n in d i­
v iduos q u e e x p re sa n su filiació n a la vez d e su re la ció n g e n tilic ia.
Estos son los n ú m e ro s siguientes del c a tá lo g o d e T o v a r: 1, 2, 5, 7,
11, 14, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 25, 28, 29, 31, 37a, 41, 42,
44, 45, 46, 48, 49, 50, 51, 58, 64, 65, 67, 68, 69, 70, 74, 75, 78,
79, 81, 86, 91, 94, 99, 102, 104, 106, 108, 110, 111, 112, 113, 114,
116, 121, 122, 128, 129, 130, 134, 136, 138, 139, 140, 141, 142,
143, 145, 146, 148, 152, 161.
(9) C. M O R A N : E p ig ra fía S a lm a n tin a , p . 36, d e Y ecla de
Yeltes.

132
individuos que ostenta los tria nom ina y la tribu ro ­
m ana a que pertenecían, es decir, que eran oficialm en­
te ciudadanos romanos, como, por ejemplo, en los
núm s, 6: C. Norbanus Tancius A blicu (m) = B R A H
X L I V , 1904, 123, de Salvatierra, Cáceres; 37: L. Lici­
nius Seranus A uuacum = CIL II, 2827, de Uxama; 45:
L. Valerio C.f. Gal (eria) CrescentiBundalico = CI LI I,
2785, de Clunia; 74: Q. Coron. Q. Coron (icum ) Vernif .
Quir (ina) = CIL II, 3050, de Avila; 106: C. Iulius
Barbarus M edutticorum C. f . = B R A H , L X X X V ,
1924, 24, de Uxama. (El uso del nom bre de padre en
genitivo es tam bién com ún a los romanos, de forma
que se puede ver aquí la unión de dos costumbres: la
rom ana y la indígena. El que en la inscripción de la
provincia de Santander, fechada en el 399 d. C., el
dedicante exprese su nom bre de esta m anera, revela
que en el norte de España la organización gentilicia
conservaba aún cierta vigencia en época tan tardía.
Si se pasa a estudiar la m anera de ser conocidas las
personas en el norte de la Península durante la Edad
Media, se encuentra tam bién u n a form a generalizada.
Esta form a consta de tres elementos característicos (10):
El prim ero a) es el nom bre propio o de pila; el segundo
b) es un patroním ico form ado a p artir del nom bre de
pila del padre al que se añade un sufijo especial; y el
tercero c) un topónim o precedido de la preposición de
Estos tres elementos son necesarios p ara la identifica­
ción de las personas —aunque en la práctica no se
exprese m uchas veces al tercero —, no sólo porque el
empleo único de los dos prim eros puede llevar a confu­
siones, sino porque representan un todo orgánico que
refleja la estructura de la sociedad en el m omento en
que su uso tuvo plena vigencia. Cada uno de los ele­
mentos tiene su significación propia. Los ejemplos son
innum erables. El nom bre del Cid, por ejemplo, era
Rodrigo Díaz de Vivar y constaba de los tres elementos.
El nom bre de pila, Rodrigo; el patroním ico, Díaz, hijo
de Diego, y el topónim o Vivar, precedido de la preposi­
ción de, que expresa el solar del linaje. Sus hijos ten­
drían el patroním ico Rodríguez, hijo de Rodrigo, como
él tenía Díaz. Es decir, que el patroním ico cam bia de
padres a hijos como en época rom ana. El topónimo, sin
em bargo, no cam bia y lo siguen conservando los indivi­
duos pertenecientes al mismo linaje, que se consideran
descendientes del tronco com ún asentado prim itiva­
m ente en un territorio determ inado. Hay, no obstante,
cambios debidos a la form ación de nuevos linajes a
(10) V éase J .C A R O B A R O JA : V asconiana. M a d rid , 19 5 7 p p . 26 y s.

133
p artir de la fundación de un nuevo solar (11). Este
sistema es característico de la Alta Edad M edia. En la B a­
ja Edad Media sufre un proceso que cristalizará en el si­
glo XV en una nueva form a que se desarrollará en siglos
posteriores. El patroním ico y el topónim o se funden
form ando los apellidos compuestos. En ellos se fija a un
topónim o un determ inado patroním ico que ya no va­
ría (12).
A prim era vista se observa un cierto paralelism o
entre este sistema altomedieval de ser llam adas las p e r­
sonas y el sistema indígena conocido a través de las
inscripciones de época rom ana. Superponiendo los dos
sistemas se ve que los elementos a) y b) se corresponden
claram ente; a) nom bre propio en ambos, y b) genitivo
de filiación en uno y patroním ico en el otro. El tercer
elem ento c) ya no se adapta tan fácilm ente, pues en el
prim er sistema es un gentilicio y en el segundo un
topónim o. Sin embargo·, este topónim o va unido a la
idea de u n a unidad real o ficticia del linaje. Es conside­
rado como el solar del que procede el tronco del linaje.
Esto es, que entre todos los individuos en cuyo nom bre
entraba como com ponente un mismo topónim o había
una com unidad de sangre representada por un an tep a­
sado com ún, que, aunque en muchos casos fuera ficti­
cia, era tenida, sin em bargo, como real. Se puede sos­
pechar que esta idea se ha desarrollado a p a rtir de las
organizaciones de tipo gentilicio existentes en la España
prerrom ana y rom ana en la misma región, ya que,
como es sabido, la organización tribal o gentilicia tiene
su base igualm ente en una consanguinidad real o ficti­
cia, como se ha observado en todos los pueblos con este
tipo de organización, tanto entre los germ anos prim iti­
vos, como entre los africanos, amerindios, árabes p rim i­
tivos, etc. Creo que es posible rastrear en parte este
proceso, y la inscripción del pico de D obra puede p ro ­
porcionar un eslabón im portante.
En ella el gentilicio A unigainum no está em pleado
de m anera aislada, sino que va unido a la palabra
uícanus, aldeano, lo que reveíala existencia de un uicus

(11) V éase J . C A R O B A R O JA : V asconiana, p . 27, el o rig en


d e l lin a je d e G a m b o a c u a n d o S ancho Pérez, h ijo d e P e d ro V elas de
G u ev era, va a p o b la r U líb a rri G a m b o a e n A lava.
(12) El p ro ceso p u e d e o bservarse c o n m u c h a c la rid a d e n el País
V asco, d o n d e este tip o d e apellid o s c o m p u esto s tie n e p le n a vigencia
h a s ta el siglo X V III. V er J . C aro B a ro ja : V asconiana, p . 28: “a
p a r tir d e fin es d e l siglo X V III, so b re to d o e n c ie rta s regiones,
e m p e zó a a b a n d o n a rs e el sistem a co m p u e sto , d e su e rte q u e se e m ­
pleó co m o a p e llid o el n o m b re del lu g a r o so lar ta n solo o, al revés, el
viejo p a tr o n ím ic o ... P ero esto n o o c u rría en el siglo X V I y m enos
a n te s” .

134
A unigainum . Es decir, que el gentilicio está usado
tam bién como topónim o y no sim plem ente p a ra indicar
la pura consanguinidad de trib u o de clan. Y de hecho,
en este caso, el gentilicio se convierte después en urí
topónim o que puede identificarse con el actual pueblo
santanderino de Ongayo próxim o al pico de Dobra
donde se encontró el ara (13). Este fenóm eno no está
aislado y puede verse en la m ism a región en el caso
del pueblo actual de Pembés, Santander, que deriva del
gentilicio Pem becrum correspondiente a un grupo tri­
bal (14). Tam poco es un caso aislado la utilización de
un gentilicio con valor de topónim o (15). El proceso
se ve claram ente si se considera que estas unidades
gentilicias, de vida, más o menos nóm ada, se van asen­
tando en un territorio determ inado al que dan su nom ­
bre, conservando, sin em bargo, la conciencia de una
relación de sangre o parentesco entre todos los m iem ­
bros que habitan el poblado o territorio, como lo de­
m uestra el uso del gentilicio. La acción de Rom a con­
tribuya a fijar estos grupos y a rom per la organización
tribal, sobre todo en su expresión más ám plia, es decir,
las organizaciones correspondientes a tribus y confede­
raciones de tribus. Los grupos menores, rotos ya los

(13) El paso d e A u n ig a in u m a O ngayo p u e d e ex p licarse del


sig u ien te m o d o . El d ip to n g o au- se c o n v ie rte e n o, la i p ro tó n ic a de
-ni- d e sa p are ce , y -g a in u m su friría u n a m etátesis, -g a n iu m , que
h a r ía y o d p a la tiz a ra la n. T e n d ría m o s así A u n i (i) g a in u > Ora-
g a n iu = O ngaño. L a ú ltim a sílab a su friría u n c a m b io fonético
d e b id o a u n a eq u iv a len c ia acú stica ( L L = Ñ ) q u e se d a “e n ciertas
m o d a lid a d e s d e la a b e rtu ra a rtic u la to ria , d e n tro del m ism o p u n to
d e la a rtic u la c ió n ” . V er R . M E N E N D E Z PIDAL-. M a n u a l de G ra­
m á tic a H istó rica E spañola (10). M a d rid , 1958; p á g in a 201, d o n d e se
d a n los e jem plos escaña y escalla; e m p e lla y e m p e ñ a ; descabellado y
a n t. d escabeñado. O ngaño p a sa ría a O ngallo y este ú ltim o a Onga-
yó p o r yeísm o. E n la p a r te o c c id e n ta l d e la p ro v in cia d e S a n ta n d e r
h a y o tra a ld e a lla m a d a O ngallo, e n el p a rtid o ju d ic ia l de Potes. Esta
n o ta h a sido re p ro d u c id a p rá c tic a m e n te al p ie d e la le tra por
J . M . IG L E SIA S G IL en su libro O n o m á stic a p re rr o m a n a en la
ep ig ra fía cán ta b ra , S a n ta n d e r, 1974, p á g . 38, sin c ita r la fu e n te de
d o n d e c o p ia el p á rra fo . N o ta del a u to r.
(14) C IL , II, 5729: M ( o n u m e n tu m ) P {o situ m ) D(is) M (anib us).
B u ec io B o d e (ri? filio ) ciues O rgnom (escus) ex g e n te P em b elo r(u m );
u i(u u s) tu m u lu m ( m ) p o s u it... C it. p o r A. G A R C IA Y B E L L ID O y j.
G O N Z A L E Z E C H E G A R A Y , en A E A r q ., 1949, p. 245, d o n d e se
c ita el p u e b lo s a n ta n d e rin o d e O n g ay o com o posible d eriv ació n de
A u n ig a in u m .
(15) E n tre o tro s p u e d e n verse C I L I I , 365: N e to V alerius A u it.
A tu r r a n iu s Sulpici, de uico B a ed o ro (m ) g e n tis P in to n (u n ), de Con-
d e ix a a V elha, C on im b rig a ; C IL II, 170: I o u i O p tu m o M a x u m o Ui-
c a n i C a m a lo c (u m )... d e G ra to , c erc a d e P o rta le g re , n o rte de P o rtu ­
g a l. Ig u a lm e n te las fo rm as F o ru m G ig u rru m , e tc ., m u e s tra n q u e el
g e n tilio va to m a n d o c a rá c te r d e to p ó n im o .

135
lazos que los integraban a los sistemas más amplios, se
irían identificando con el territorio que ocupaban, pero
sin perder la noción de una unidad de origen. De esta
form a desaparecerían los gentilicios y en su lugar se
em plearían los topónimos —que no tenían por qué
derivar del gentilicio— para expresar la u n id ad de san­
gre, de linaje. Esta es la situación que aparece en el
norte de España en la Edad M edia, sobre todo en el País
Vasco y C antabria. La im portancia del ara del pico de
D obra radica en que presenta este proceso en el m o­
m ento en que el gentilicio se h a convertido en topónim o
sin haber perdido aún su valor gentilicio. Es decir,
m uestra claram ente una fase en el paso de la organiza­
ción tribal prerrom ana al sistema m edieval de linajes
radicalizados en solares. La fecha de la inscripción es aún
m ás im portante, ya que pone de relieve la lentitud y lo
tardío de este proceso. Es decir, que a finales del siglo
IV y principio del siglo V d. C. en C antabria, los restos
de la organización tribal, no habían perdido aún del
todo su significación. El proceso debió de ser m ucho
m ás lento en el País Vasco, aunque se carece de docu­
m entos coetáneos. La peculiaridad del desarrollo social
en estas regiones se hace evidente si se considera que la
inscripción es pocos años anterior a la desintegración
del poder im perial en España y si se tiene en cuenta,
además, que esta área nunca fue dom inada enteram en­
te por los visigodos, según se desprende a cada m om ento
de las fuentes históricas de la época.
Es un lugar común que el norte de España fue
rom anizado tardíam ente y con poca intensidad; la m is­
m a existencia del vascuence, cuya extensión en la Alta
Edad M edia era muy superior a la actual (16), pone de
m anifiesto que en ciertos puntos la influencia de Rom a
tocó apenas la superficie. A unque la conservación de
un idiom a indígena no es en sí índice de u n a no rom ani­
zación —si consideramos a ésta no como una simple
im itación de las formas más exteriores de cultura, sino
como un cam bio profundo en las estructuras económ i­
cas y sociales del país, sin el cual aquélla sería imposible
o no pasaría de la superficie —, sí es un síntom a, en una
región que se hallaba en un nivel cultural tan bajo en el
m om ento de la conquista, de que allí las estructuras
económicas y sociales no fueron m odificadas sustancial­
m ente du ran te el Im perio, y debieron de seguir su
desarrollo independiente, teniendo tam bién en cuenta,
claro está, las influencias, en muchos casos decisivas,

(16) V éase R . M E N E N D E Z P ID A L : O rígenes d e l E sp a ñ o . M a ­


d rid , 1956, m a p a fr e n te , p. 464.

136
que el contacto con los romanos hizo que se ejercieran
sobre este desarrollo, como, por ejemplo, la introduc­
ción de nuevas técnicas y la m ism a presión política. Este
proceso debió de ser sim ilar en casi todo el norte, aun en
donde las lenguas indígenas se perdieron totalm ente.
Creo que este breve estudio puede d ar una luz parcial
sobre la evolución del norte de España durante la época
rom ana, cuyo conocimiento puede servir p ara explicar
fenómenos históricos posteriores.

137
La Rom anización de la Bética

A lberto M anuel Prieto Arciniega

H asta ahora es m uy frecuente entre los historiado­


res del m undo rom ano, el concebir la Romanización
como u n a m era transform ación del nivel jurídico, o
incluso, como una simple área bajo el dom inio político
rom ano (1).
En otros casos se plantea exclusivam ente como una
influencia artística o ideológica, o incluso, más grave
aún, con un criterio seudo-arqueológico. Nos explica­
remos. Para muchos historiadores basta la sola presen­
cia de «villae» rom anas, trabajos de explotaciones m i­
neras o la simple presencia de algún trozo de cerámica
rom ana p ara declarar solem nemente que esas zonas
estuvieron rom anizadas (2).
En suma, si aplicáram os estos conceptos igual
podríam os decir que España es budista porque exista
alguna secta de este tipo, o que está am ericanizada p o r­
que se m astique chicle o se beba whisky, o germ aniza­
da porque se vendan objetos de precisión procedentes
de este país.
N ingún estudioso serio se atreve hoy a exponer que
Suecia estuvo rom anizada por el hallazgo de unas
cuantas monedas rom anas en este país, o del mismo
modo que China pasó por circunstancias semejantes
m erced a unos simples contactos diplom áticos m ante­
nidos en la época de los Antoninos.
En el mismo sentido se m iran las causas de la Ro-

(1) U n a cosa m u y d istin ta és q u e R o m a sq m eta m ilita rm e n te


u n a zona y o tra m u y d ife re n te es d e c ir q u e esta zona está ro m a n i­
z a d a . E n el m ism o sen tid o , el h ech o d e q u e en u n a re g ió n oficial­
m e n te las n o rm a s ju ríd ic a s e stén b a s a d a s en el D erech o R o m an o y
o tra d e q u e estos cán o n es se c u m p la n e n S C H T A JE R M A N , E. M.
L a crisis de la sociedad esclavista en el oeste d e l Im p e rio R o m a n o ,
B e rlín , 1964, (en a le m á n ). E n este m ism o lib ro se incluye el c a p í­
tu lo d e d ic a d o a la P e n ín su la Ib é ric a (N .E .); c o n m ás d e d ic ac ió n a
H isp a n ia p u e d e c o n fro n ta rse V IG IL , M . «E dad A ntigua», en H . a
d e E sp a ñ a A lfa g u a ra , vol I. M a d rid , 1973, so b re todo el c a p ítu lo 4.
(2) E n estos casos se c o n fu n d e u n a sim p le in flu e n cia q u e a fec ­
ta e n m a y o r o m e n o r se n tid o a u n a clase o g ru p o social m uy
c o n c re to p a r a h a c e rlo extensivo e n to d a la zona; o ta m b ié n se
c o n fu n d e la p re sen c ia d e a lg ú n ro m a n o o la «rom anización» de
a lg ú n in d íg e n a , c o n la R o m a n iz a c ió n to ta l d e to d a el á rea .

139
m anización de una form a «evangélica»; es decir, se
piensa que son los vehículos de Rom anización la verda­
dera razón de que una zona se romanice. En esta línea
se piensa que basta que un soldado o un com erciante
rom ano convenza a un jefe o a todo un clan indígena,
p ara pasar de u n a sociedad tribal a una esclavista (ro­
m ana), o bien a d a p ta r una sociedad dividida en clases
a la form a rom ana.
En todos estos enfoques se tiende a concebir la R o­
m anización como algo m eram ente superficial, eviden­
ciando a todas luces la falta total de un tratam iento
científico del problem a (3).
U na definición correcta de lo que debemos e n te n ­
der por Rom anización es la aportada por Vigil (4),
entendiendo la Rom anización «no como una simple
im itación de las formas más exteriores de cultura, sino
como un cam bio profundo de las estructuras económ i­
cas y sociales del país, sin el cual aquella sería im posi­
ble o no pasaría de la superficie».
De esta form a, la Romanización significa la im ­
plantación plena del sistema esclavista, pero no sólo
eso, sino del sistema esclavista según el modelo ro m a­
no.
Por otro lado, el hecho de que se quiera im plantar
el sistema esclavista bajo la form a rom ana, no quiere
• decir que esto se consiga totalm ente en todas partes, ya
que en cada zona los romanos se encuentran con una
form ación social concreta y el a d ap tar estas form acio­
nes al sistema rom ano no siempre se iba a conseguir
enteram ente (5).
Según la m ayor o m enor oposición que cada for­
m ación social ofrezca, la Rom anización se realizará o
se quedará en los meros aledaños.
Concebida la Rom anización bajo este prism a, falta

(3) L a o b ra m á s im p o rta n te p la n te a d a e n este se n tid o y con


g ra n in flu jo en m u ch o s estudiosos es la de S A N C H E Z A L B O R ­
N O Z , C. «Proceso d e la ro m a n iz a c ió n de E sp a ñ a desde los Esci-
p io n es h a sta A ugusto», en A n a le s de H istoria A n tig u a y M e d ie ­
val, 1949.
(4) V IG IL , M . «R om anización y p e rm a n e n c ia d e e stru c tu ra s
sociales in d íg e n a s e n la E sp a ñ a se p ten trio n al» , e n B o le tín de la
R e a l A c a d e m ia d e la H istoria, 112, 1963, p . 233. (E n este m ism o
lib ro se in clu y e el a rtíc u lo c ita d o . N .E .).
(5) U n e je m p lo de lo q u e d ecim os p u e d e verse e n S C H T A -
JE R M A N , E. M. op. cit.; con re fe re n cia m ás c o n c re ta al n o rte de
la p e n ín su la ib é ric a y las d ific u lta d e s ro m a n a s en fu n c ió n d e la
o rg a n iz a c ió n in d íg e n a p u e d e verse V IG IL , M . - B A R B E R O , A.
«La o rg a n iz a c ió n social d e los c á n ta b ro s y sus tra n sfo rm a c io n e s en
re la c ió n c o n los oríg en es d e la R eco n q u ista» , e n H isp a n ia A n ­
tig u a I, 1971.

140
pasar a una zona concreta p a ra contem plar el funcio­
nam iento délos mecanismos planteados anteriorm ente.
El área escogida es el de la Bética. El concepto de
Bética, como ya hemos dicho en otra parte, plantea
diversos problem as (6).
En prim er lugar, el em pleo de la p alab ra Bética
para la época republicana no es correcto, ya que lo
que existía era la provincia Ulterior que com portaba
un escenario geográfico bastante m ás amplio.
En segundo lugar, los límites en época imperial,
por diversas circunstancias no siem pre fueron los m is­
mos (7); y en tercer lugar, no se puede olvidar que la
Bética hay que concebirla no como algo aislado, sino
como una parte de un todo m ás am plio como era el
E sta d o R o m a n o te n ie n d o c la ro s los dos c o n c ep to s
— Rom anización y Bética —, podemos pasar a intentar
fundirlos en un solo cuerpo; pero antes debemos pro ­
fundizar más en la m etodología antes esbozada.
D entro de esta m etodología hay que tener en cuen­
ta dos fuerzas o dos organizaciones sociales —la indíge­
na y la rom ana — , de cuya simbiosis va a salir una
form ación social concreta que va a ser diferente en
cada zona a tenor de sus mayores o m enores contradic­
ciones.
En la Península Ibérica se iban a producir diversos
tipos de form aciones sociales, siendo algunos de los ti­
pos más propicios a integrarse con las formas rom a­
nas y otros presentando nfayores dificultades (8).

(6) P R IE T O , A . «La P ervivencia del e le m e n to in d íg e n a en la


B ética», actas V I C ongreso In te r n a c io n a l de E stu d io s Clásicos (en
p re n sa).
(7) U n e stad o d e la c u estió n p u e d e verse en M A R IN , N.
P R IE T O , A, «En to rn o a u n nuevo p la n te a m ie n to de los lím ites de
la p ro v in cia ro m a n a de la B ética», e n H isp a n ia A n tig u a IV , 1974.
(8) L a zona m e rid io n a l y el L e v a n te c o rre sp o n d e al p rim e r
g ru p o , m ie n tra s las dos M esetas, P o rtu g a l y el valle del E bro,
o c u p a n u n a posición in te rm e d ia y el n o rte y la zona p ire n a ic a se
s itú a n e n u n tip o d o n d e la R o m a n iz a c ió n n o existió o fu e b a sta n te
d é b il. P a ra lo p rim e ro , cf. P rie to , A . « E stru ctu ra social del c o n ­
v en tu s co rd u b en sis d u ra n te el A lto Im p e rio rom an o » , G ra n a d a ,
1974; « E stru ctu ra social d e l "c o n v en tu s g a d ita n u s ”» en H ispania
A n tiq u a I, 1971; «La p e rv iv e n cia ...» ; S A N C H E Z L E O N , M .a L.
«E conom ía d e la A n d a lu c ía ro m a n a d u r a n te la d in a s tía de los
A ntoninos», S a la m a n c a , 1974; p a r a la M eseta N o rte Cf. P R IE ­
T O , A . «La o rg a n iz ac ió n social d e los celtíberos», en A c ta s S y m ­
p o siu m In te r n a c io n a l de A rq u e o lo g ía ro m a n a . Segovia (en p rensa);
p a r a el n o r te Cf. los tra b a jo s de V IG IL , M . y B A R B E R O , A. ya
m e n c io n ad o s; p a r a los P irin eo s Cf. B A R B E R O , A . «La in te g rac ió n
social d e los “h isp a n i” del P irin eo o rie n ta l al re in o carolingio», en
M e la n g e s o ffe rt a R e n e t C rozet, P oitiers, 1966. (E n este m ism o
lib ro se incluye el a rtíc u lo c ita d o . N .E .)

141
La Bética corresponde precisam ente al prim er tipo,
pero de todas formas la Rom anización en este lugar
presenta sus propias peculiaridades y, además, hay que
tener en cuenta que la Rom anización de la Bética,
como de cualquier zona, no se produjo de golpe, ni
con igual intensidad en toda la provincia.
En la organización indígena nos encontram os con
un epicentro en Tartessos y, por otro lado, una mayor
0 m enor influencia de diversas culturas a las que pode­
mos colocar el nom bre genérico de «orientalizantes».
Al hablar de la «Bética» indígena, es evidente que un
nom bre absorbe a los restantes: Tartessos.
La serie de debates sobre lo que sería Tartessos han
ido llevando a la conclusión de que se tra taría de una
ciudad estado que im pondría su hegem onía a las res­
tantes ciudades no sólo de esta zona, sino tam bién de
la región de C artagena (9).
Con la disolución del reino tartésico este sistema de
dominio de unas ciudades por otras, iba a proseguir,
pero nunca con la misma intensidad con que lo habían
realizado los tartesios siglos antes (10).
Por lo que respecta al sistema de gobierno, la m o­
narquía es el sistema característico tanto de Tartessos
como de los núcleos que se form an con sü desintegra­
ción (11).
El sistema m onárquico de Tartessos en función de
las diversas fuentes que se conservan h a sido in te rp re ­
tado de diferentes formas (12).
D entro de estas fuentes, un lugar im portante ocu­
pan los mitos, que como ha sabido ver M aluquer (13),
corresponden a tradiciones distintas.
La prim era de ellas con los nom bres de Gerión y
Norax, más que a una tradición indígena, hay que
relacionarla con el recuerdo de expediciones griegas
1

(9) V IG IL , M . «E dad A ntigua», p á g . 234.


(10) Cf. C A R O B A R O JA , J. «La realeza y los reyes en la
E sp a ñ a A n tig u a» , e n E studios sobre la E spaña A n tig u a , M a d rid ,
1971, págs. 125 ss.; ju n to c o n este sistem a, e n a lg u n o s c en tro s
com o A s ta p a , e n lu g a r d e la m o n a rq u ía , el g o b ie rn o d e la c iu d a d
p a re c e q u e e sta b a e n m an o s de u n se n a d o , Cf. L ivio 28, 22; A p ia ­
no, Ib . 33.
(11) C A R O B A R O JA , J. op. cit., tén g ase e n c u e n ta q u e casos
com o el d e A s ta p a d e b ie ro n de existir p o r el resto d e la B ética,
a u n q u e e n u n lu g a r se c u n d ario con resp ecto al sistem a m o n á r ­
quico.
(12) V éase C A R O B A R O JA , J. op. c it., p ág s. 78-125; M A L U ­
Q U E R , J. T artesos, B a rce lo n a , 1970, págs. 37-59; P E R E Z -P R E N -
D ES, J. M . «El m ito d e T artessos», e n R e v ista d e O c cid e n te , 154,
1974, com o los estudios m ás rep resen tativ o s.
(13) M A L U Q U E R , J. op. c it., p á g . 37.

142
por el M editerráneo, enm arcados en tom o a viajes de
personajes mitológicos. En este caso los contactos grie­
gos con los indígenas se centran en los Trabajos de He-
rakles, concretam ente en el décim o de ellos: el robo de
los bueyes de Gerión.
De todo el relato, lo que más interés puede tener
para nosotros es la narración de la sucesión de Gerión
y, por ende, de toda esta legendaria dinastía.
A Gerión le sucede su hija Eritia, quien tiene un
hijo con Hermes, N orax, que fundó la colonia de N o­
ra en Cerdeña.
En muchos de estos casos, aparte de una persecu­
ción del recién nacido en algunos casos, es frecuente el
hecho de que el niño gobierne en su lugar de proce­
dencia.
En estas ocasiones, la razón estriba en que la des­
cendencia venía por línea fem enina. Esta es la explica­
ción de que Rómulo y Remo no p u edan gobernar en
Alba Longa, quedando en el trono N um itor, su abuelo
m aterno, teniendo los herm anos que fundar una nueva
ciudad en la que igualm ente la m onarquía seguiría un
sistema m atrilineal (14).
(¿uizá esta misma hipótesis podría aplicarse a N o­
rax, ya que sale de Tartessos p a ra fundar una nueva
ciudad (15).
Si analizamos el tem a de la sucesión en el otro
m ito, tam bién nos encontram os con diversos proble­
mas.
El tem a que hallamos aquí es el del incesto. El rey
de Tartessos, Gargoris, tiene u n hijo fruto de relacio­
nes incestuosas con su hija al que se le da el nom bre de
Habidis (16).
T ras ser abandonado y expuesto a los animales,
como ocurre en otros relatos semejantes, finalm ente es
reconocido por Gargoris como su sucesor.
Lo prim ero que tenemos que plantearnos es, que
significa el incesto en una sociedad prim itiva (17).
(14) Cf. FR A Z E R , J. G . L a r a m a dorada, M éjico, 1969 (4
re im p .), págs. 189 s.; T H O M S O N , G . T h e P rehistoric A egean,
L o n d o n , 1961, (re im p .), págs. 97 s.
(15) N o está m u y c la ro en las fu e n te s (P a u s. X , 17, 5), si
N o ra x llegó o n o a re in a r y, p o r ta n to , si esta ex p ed ició n significó
q u e N o ra x n o lle g a rá a r e in a r e n T artesso s. D e este m o d o , con esta
reserva e x p resam o s n u e stra a n te rio r te o ría .
(16) El m ito a p a re c e reco g id o p o r Ju stin o , q u ien a su vez lo
to m a de T ro g o P om peyo. U n b u e n e stu d io d e estos p ro b lem as
p u e d e verse en C A R O B A R O JA , J. op. c it., p ág s. 103 s.
(17) El tem a h a sido tr a ta d o de fo rm a d ife re n te p o r la crítica.
U n a síntesis a u n q u e n o m u y c o m p le ta sobre el p ro b le m a p re sen ta
F O X , R . S istem as de p a re n tesco y d e m a trim o n io . M a d rid , 1967,
p ágs. 51-72; U n a o p in ió n a p ro v e c h a b le e n p a r te es la p re sen ta d a

143
Como ha expresado Godelier (18) «Toda form a de
m atrim onio im plica una form a de prohibición conyu­
gal porque el m atrim onio no es una relación “n a tu ra l”
sino una relación social que concierne al grupo en ta n ­
to que tal y que debe ser com patible con las exigencias
de la vida colectiva... la explicación de la prohibición
del incesto y de la exogamia debe por tanto burearse
en la vida social y no en la vida biológica».
Pasando, por tanto, al m ito que nos ocupa, cabe
pensar que los artífices de él, al no ser capaces de
explicarse un sistema m atrilineal, recurren a la analo­
gía.
De esta form a al no poder explicar lo que era n o r­
m al en esa situación social —la sucesión por línea fe­
m en in a —, se recurre a la «invención» del incestó.
De todas form as, dentro de esta posible explicación
que estamos planteando, queda un punto oscuro. ¿Có­
mo se explica entonces, que, a pesar de todo, H abidis
suceda a Gargoris?
Godelier (19) afirm a que todos los signos de un
mismo m ito se invierten «cuando se pasa de una ver­
sión de ese m ito recogida en el seno de una sociedad
patrilineal a otra versión recogida en el seno de una
sociedad m atrilineal».
En este caso caben, pues, dos lecturas del m ito que
corresponden a dos sistemas de sucesión diferentes.
El m ito de Gargoris y Habidis puede representar
una fase de transición de un sistema m atriarcal a uno
patriarcal, debiéndose las contradicciones que presenta
al mismo hecho de referirse a un período de transición.
En esta línea, como expresa Pérez-Prendes (20),
Habidis supone la consolidación del sistema patriarcal.
Los otros relatos mitológicos, a través de las fuentes
mitológicas se observa cómo los pueblos del sur cono-

p o r F R E U D , S. T o te m y ta b u , M a d rid , 1975 (sexta e d .), págs.


7-29; la e x p lic a c ió n d e M o rg a n ha sido se v e ra m en te c ritic a d a p o r
G O D E L IE R , M . E co n o m ía , fe tic h is m o y religión, M a d rid , 1974,
p á g . 25. «La ex p lic ac ió n q u e p ro p o n e M o rg a n d el o rig e n d e la
p ro h ib ic ió n d el in cesto y d e la ex p o g am ía se re d u c e al a rg u m e n to
biológico d e la selección n a tu ra l» ; p o r ú ltim o , las p a la b ra s d e E n ­
gels so b re el te m a creem os q u e sig u en te n ie n d o u n a a b so lu ta vi­
g e n cia. E N G E L S , F . E l origen de la fa m ilia , la p ro p ie d a d p riv a d a
y el E stado. S a n S e b a stiá n , 1969, p á g . 37. A n te s d e la inven ció n
d el incesto (p o rq u e es u n a inven ció n y h a sta d e las m á s preciosas),
el co m e rcio sexual e n tre p a d re s e hijos n o p o d ía ser m á s h o r r ip i­
la n te q u e el h a b id o e n tre dos p e rso n as q u e p e rte n e c ie ra n a g e n e ­
ra cio n es d ife re n te s. D e esta fo rm a, el tem a d e l incesto es sólo un
te m a social y su invención, asim ism o, es u n a in v en c ió n social.
(18) G O D E L IE R , M . op. c it., p á g . 26.
(19) Id e m , p á g . 396.
(20) P E R E Z -P R E N D E S , J . M. op. c it., págs. 200 s.

144
cieron como sistema de gobierno la form a m onárqui­
ca, estando basada en una prim era fase en un sistema
m atriarcal para llegar con el legendario Habidis a una
fase patriarcal.
Pasando a las características del poder de estos re ­
yes se han planteádo diversas hipótesis (21).
Se ha querido ver en estos reyes un carácter teocrá­
tico, así como un poder despótico, pero todas estas
interpretaciones creemos que carecen de una confir­
m ación histórica.
Como dice Vigil (22) «En realidad no conocemos el
carácter de la m onarquía tartésica de la época históri­
ca. Las leyendas sobre sus reyes míticos sólo prueban
en definitiva el carácter sagrado de la realeza en sus
orígenes, pero de ellas no se puede deducir la constitu­
ción de una m onarquía teocrática. En este caso ten­
dríamos que adm itir la existencia de una m onarquía
teocrática en Rom a, ya que las narraciones legendarias
sobre Rómulo y Remo son semejantes».
Pasando al sistema de organización burocrática,
Caro Baroja (23) m enciona a una clase burocrá­
tica, que unido a otros datos que tenemos podrían dar
pie a hab lar de un supuesto m odo de producción asiá­
tico en esta área.
Nos encontram os con una m onarquía con ciertos
privilegios, una burocracia y un sistema de dependen­
cia que, como veremos más adelante, no se basa en la
m ano de obra esclava.
Los trabajos obligatorios a través de la etnología
com parada podrían centrarse en las faenas mineras.
Godelier (24) ha visto como en Africa occidental la
aparición de los reinos de G hana, de Malí y de Son-
ghai, no se debe a la organización de grandes trabajos
colectivo, sino que aparece ligada al control del co­
mercio intertribal o interregional, ejercido por aristo­
cracias tribales sobre el intercam bio de productos pre­
ciosos entre Africa Negra y Africa Blanca: oro, marfil,
perlas, etc.; asimismo en M adagascar había aparecido
el reino de Scalave, cuya base era la ganadería nóm a­
da y el comercio de vacunos y esclavos.
Farain, por otro lado, opina que en las civilizacio-

(21) C A R O B A R O JA , J . L os p u e b lo s de E spaña, B a rce lo n a ,


1948, p á g . 123; L a re a leza ..., págs. 173 s.; M A L U Q U E R , J . op. cit.,
p ágs. 45 ss.
(22) V IG IL , M . E d a d A n tig u a , p á g . 231.
(23) C A R O B A R O JA , J . L o s p u e b lo s, p á g . 127.
(24) G O D E L IE R , M . E l m o d o de p ro d u c c ió n asiático. Prólogo.
C o rd o b a 1966 p a g . X L s.

145
nes m egalíticas habría que ver igualm ente u n a relación
con el m odo de producción asiático (25).
Por este cam ino se podría llegar a una gam a am plí­
sima de paralelism os con lo cual podríam os dem ostrar
lo que quisiéramos, pero realm ente las fuentes que te ­
nemos hasta el m om ento no dan más de sí y, por otro
lado, tam poco la polémica sobre el m odo de pro d u c­
ción asiático está ni m ucho menos resuelta (26).
Dejando, pues, de lado toda la polém ica sobre si se
trata de un modo de producción asiático o esclavista, y
de si realm ente se puede hablar de este prim ero, cree­
mos más conveniente ver qué organización social nos
encontram os soslayando el nom bre teórico que debe­
mos darle.
Nos encontram os con una clase dirigente a la cual
debía de pertenecer la amplia serie de tesoros y ricas
tum bas localizadas por toda A ndalucía.
La base de riqueza de este sector serían las básicas
de la zona: m inería, agricultura y ganadería. A ello
podríam os agregar otro papel básico desprendido de lo
anterior: el comercio.
Pasando al sistema de dependencia, parece que son
dos las form as que nos encontram os: la semiesclavitud
y esclavitud.
La fuente principal para el prim er m odo es un
decreto de Emilio Paulo de 189 a. d. C.
Como ha subrayado Vigil (27) en este caso se trata
de un sistema de semiesclavitud semejante a los ilotas
espartanos.
En el decreto, Emilio Paulo concede la libertad a
los «esclavos» que habitaban la Torre Lascutana y no
sólo eso, sino que les devuelve el «oppidum» y los cam ­
pos que poseían.
Se puede ver, pues, que se trata de algo diferente
al sistema esclavista rom ano, ya que estos «esclavos»
poseían un «oppidum» y sus campos.
«En la región de A ndalucía actual, dice Vigil, exis­
tiría, por consiguiente, un régim en de esclavitud espe-

(25) P A R A IN , C h. « P rbtohistoire m é d ite rra n é e n n e e t m o d e


d e p ro d u c tio n asiatique», e n S u r le m o d e de p ro d u c tio n asiatique,
P a ris, 1974, p â g . 174-178.
(26) U n a h isto ria de la polém ica p u e d e verse en S O F R I, G. E l
m o d o de p ro d u c c ió n asiático. B a rce lo n a , 1971. Es p re fe rib le la
e d ic ió n ita lia n a c o n ig u al títu lo . T u r in , 1969. V éase la c rític a a la
tra d u c c ió n e sp a ñ o la e n B A R C E L O , M . in tro d u c c ió n a A M IN , S.
«Sobre el d e sa rro llo d esigual d e las fo rm ac io n e s sociales». B a rc e lo ­
n a , 1974, p ág s. 9 s.; com o co m p en d io s p u e d e n verse S u r le m o d e
de p r o d u c tio n a siatique, P arís, 1974: C H E S N A U X y o tro s E l m o d o
de p ro d u c c ió n asiático, M éjico, 1969.
(27) V IG IL , M . E d a d A n tig u a , p á g . 251.

146
cial que consistiría en que una ciudad pudiera exten­
der su hegemonía sobre otras, quedando los habitantes
de estas últim as en una relación de dependencia servil
con los de la prim era, y que sería asimilado por los
romanos a su régim en de esclavitud (28).
El segundo tipo de dependencia sería el de la escla­
vitud clásica al modo griego y rom ano (29).
En el desarrollo de este sistema no serían ajenos los
centros púnicos de la costa, ya que era su sistema usual
<30>·
El segundo sistema gradualm ente se iría im ponien­
do al prim ero, pero p a ra alcanzar esta consolidación
habría que esperar cierto tiem po (31).
Esta misma distinción que estamos m arcando entre
estas dos formas de dependencia, expresan asimismo
las diferencias entre la zona propiam ente indígena y el
área de colonizaciones.
De un a form a recíproca ambos m undos se iban a
influir, acentuándose cada vez más un acercam iento
entre am bas sociedades no sólo en el plano artístico-
cultural, sino tam bién en el social.
De esta form a los objetos a los que se les viene
dando el nom bre de «orientalizantes» no son más que
la expresión de la nueva simbiosis que se estaba ges­
tando.
Por último, queda otro dato por analizar. Se trata
de concebir toda la organización social de los pueblos
del sur como algo compacto y en igual form a de desa­
rrollo. N ada más lejos de la realidad.
Si recordamos una frase de Estrabón (III, 2, 15)
referente a la Rom anización de la Bética, en ella se
subraya que la zona de H ispania más rom anizada en
su tiem po era la Bética, pero dentro de ella traza una
diferenciación entre los turdetanos y el resto de los
pueblos héticos, y geográficam ente destaca como los
más romanizados a los que viven en la ribera del Betis.
La conclusión que podemos sacar es que la organi­
zación indígena no era igual en toda la Bética y las
zonas con una organización m as cercanas a la rom ana,

(28) V IG IL , M ., p á g . 252.
(29) Id e m .
(30) Cf. K A JD A N , A . H . a de la A n tig ü e d a d . O riente, M éji­
co, 1966, págs. 241 s. so b re la e sclav itu d fen icia; K O V A L IO V ,
H . a d e R o m a , M a d rid , 1973, vol. I, p á g . 199, sobre la esclavitud
c a rta g in e sa .
(31) Pensem os q u e el m o m e n to d e u n a m a y o r fusión sería en
la se g u n d a m ita d d e l siglo I I a .d .C ., q u e c o in cid e con el auge del
sistem a esclavista e n la p ro p ia R o m a . Cf. P R IE T O , A. L a p e rv ii
v e n d a ...

147
lógicamente adquirieron antes la Rom anización que
las dotadas de formas más débiles (32).
Esta es, pues, la organización social que se encuen­
tra en Rom a. La actitud rom ana obviam ente sería la
de acercar esta form ación a la suya. Como era la orga­
nización rom ana, es de sobra conocido.
A grandes rasgos entre ambas form aciones no se
perciben diferencias fundam entales, es decir, no se tra ­
ta de modos de producción diferentes. A hora bien,
aunque cualitativam ente no existan disparidades, sí las
encontram os cuantitativam ente, y es en este terreno
donde tenemos que analizar la Rom anización de la
actuación rom ana en el ám bito rom anizador será la de
fom entar la vida urbana, pero no sólo eso, sino: la
form a ciudadana rom ana. Dado que la vida u rb an a se
perdía en el tiem po en esta área, la tarea rom ana sería
la de transformar estas ciudades indígenas en ciudades
a la fo rm a romana.
En esta faceta como en las restantes hay un hecho
que norm alm ente parece olvidarse:el tiem po histórico.
En m uchas de las obras sobre el tem a de la R om a­
nización aparte de incidir en el enfoque que a p u n tá b a ­
mos al comienzo de este trabajo, se piensa que la Ro-
m anizaciton se produjo de golpe sin tener en cuenta
que incluso en las zonas con estructuras sem ejante se
necesitó que transcurriera cierto tiempo para ir «adap­
tando» am bas sociedades.
Finalm ente, nos parece conveniente referirnos a
otros tópicos m uy empleados con relación a la rapidez
con que la Bética se romanizó: el pacifismo y la rique­
za (33).
Estos dos lugares comunes han sido los expresados
por la m ayoría de los historiadores como los argum en­
tos más sólidos al explicarse la Rom anización de la
Bética.
La afirm ación del pacifismo es obvio que se cae por
su propio peso. Se trata de concebir la historia como
em anada de pueblos bélicos y no bélicos, en la que los
prim eros se van imponiendo siempre a los segundos.
En este caso se dice que la Bética se rom anizó pronto
porque los indígenas eran pacíficos.
Con esta afirmación, aparte de la tendenciosidad
con que está planteada, se olvida de la serie de guerras
desencadenadas en la Bética tanto contra los cartagi­
neses como contra los romanos, o incluso entre los mis-

(32) V éase u n d e sa rro llo m ás a m p lio d e esta tesis en P R IE ­


T O , A . L a p e rm v e n c ia ...
(33) V éase u n tra ta m ie n to m ay o r a este p ro b le m a en íd em .

148
mos indígenas, en las que los propios indígenas ju g a­
rían un papel más que descollante.
Q ueda otro argum ento que podría defender la tesis
anterior. Se trata del esgrimido por Schulten (34) al
afirm ar que a los indígenas como no les gustaba la
guerra, preferían contratar ejércitos m ercenarios de la
Meseta, ya que estos pueblos sí que estaban acostum ­
brados a la guerra.
Aquí, asimismo, se olvida o se palia la verdadera
causa.
En prim er lugar, si un pueblo puede contratar un
ejército m ercenario es porque se ha producido una
acum ulación de riquezas lo suficientem ente numerosa
como p a ra poder alistar estos voluntarios; y, en segun­
do lugar, la tropas se contratan en zonas donde la
situación social es más precaria y, por tanto, existe una
m ayor necesidad de vender la fuerza de trabajo: la
Meseta (35).
En sum a, el problem a del pacifismo es sólo un pro­
blem a social. Según sea la organización social de cada
pueblo o cada coyuntura, su beligerancia directa o
indirecta será diferente.
El otro tem a, el de la riqueza, es igualm ente un
razonam iento demagógico. Se trata de dem ostrar que
los indígenas eran pacíficos porque eran ricos, para, a
renglón seguido, esgrimir de nuevo el trillado argu­
m ento de que la Rom anización fue ráp id a en la Bética
porque los indígenas eran pacíficos.
H abría que tener en cuenta, en prim er lugar, que
no todos los indígenas eran ricos; y, en segundo lugar,
por qué la clase dom inante indígena prefería contratar
m ercenarios.
Por últim o, hablar ecológicamente de zonas pobres
y ricas carece en gran parte de fundam ento (36).
Las series de laudes sobre la riqueza de la Bética
son efectivamente ciertas, pero lo que no es tan cierto
es que estas riquezas fueron posibles de ser utilizadas
por otras sociedades. De nuevo llegamos a una respues­
ta. «La riqueza de la Bética no era u n don natural,
sino que necesitaba un desarrollo social previo para
poder obtener un rendim iento realm ente im portante,
del mismo modo que Egipto sólo era un don del Nilo,
desde el m om ento en que todos sus habitantes empren-

(34) S C H U L T E N , A . Tartessos, M a d rid , 1945, p á g . 141. La


a firm a c ió n la to m a de L ivio (34, 17), ya q u e le in te resa para'
in te n ta r d e m o s tra r su ideo lo g ía.
(35) S o b re la situ ac ió n d e los c eltíb e ro s G. P R IE T O , A . L a
o rg a n iza c ió n ...
(36) P R IE T O , A . L a p e r v iv e n d a ...

149
dieran trabajos colectivos en torno a la construcción de
diques, surgiera un conocimiento del calendario para
conocer la fecha de las crecidas y se m antuviera una
un id ad política (37).
En sum a, volvemos al punto de p artida: la ro m an i­
zación de la Bética se produjo con cierta rapidez p o r­
que las organizaciones sociales indígenas y rom anas
eran semejantes y ambas sociedades estaban interesa­
das en que esto se produjera.
En conclusión, en estas páginas hemos querido
acercarnos a un período de la historia del sur de la
Península Ibérica intentando rehuir las explicaciones
m etafísicas.
Como se puede ver en estas páginas, la “España del
Sur” presentaba hace más de 2.000 años una organiza­
ción social por encim a del resto del país lo que ha
ocurrido en el posterior período es labor que com pite a
otros especialistas.

(37) Idem ..

150
La integración social de los «hispani» del Pirineo
oriental al reino carolingio

A bilio Barbero

Las fuentes de la época carolingia que se refieren a


la región m ontañosa del Pirineo oriental, a C ataluña y a
Septim ania, nos hablan a m enudo de los refugiados
españoles que se establecieron allí a finales del siglo
V III y durante el siglo IX (1).
Las capitulares nos explican cómo estos hispani
huyeron del dominio m usulm án y se som etieron por su
propia voluntad al poder franco. Así están descritos en
una capitular de Ludovico Pío del 1 de enero de 815
donde los clérigos de la cancillería im perial resaltan la
dureza de la opresión sarracena que obligó a muchos
españoles a dejar sus bienes y a refugiarse en Septim ania
y en la M arca de España al am paro y defensa de los
m onarcas carolingios (2). Sin em bargo, esta versión
«M elanges o fferts à R en é C ro z et, S ociété d 'E tu d e s M edievales, Poi-
tin és, 1966.
(1) L a m ejo r e d ic ió n d e las fu e n te s es la d e R . A B A D A L y de
V IN Y A L S , C a talunya carolingia, B a rc e lo n a , 1926-55. S eobre este
te m a : J. A . B R U T A IL S . E tu d e su r la c o n d ic ito n des p o p u la tio n s
rurales d u R o u ssillo n a u m o y e n âge, P aris. 1891; IM B A R T de la
T O U R , L e s colonies agricoles et l ’o c c u p a tio n des terres désertes à
l ’é p o q u e carolin g ien n e, P aris, 1902. E. D E H IN O JO S A . E l régim en
se ñ o ria l y la cu estió n agraria en C a ta lu ñ a d u ra n te la E d a d M edia,
M a d rid , 1905, re ed . en E. D E H IN O JO S A , O bras, t. II, M a d rid ,
1955, 35-232, e d ic ió n u tiliz a d a e n este tr a b a jo d e l à C O N C H A ,
L a «P resura». L a o cu p a ció n de tierras e n los p rim e ro s siglos de la
R e c o n q u ista , M a d rid , 1946; J. C O S T A , C olectivism o agrario en
E spaña, ré é d ., B uenos A ires, 1944, p . 187 y ss.; Im p o r ta n s consi­
d éra tio n s su r la colonisation et la vie ru ra le dans le R o u ssillo n et la
M a rc h e d ’E sp a g n e e siècle, «Ann. d u M idi», t. L X V II, 1955;
E. C A U V E T , E tu d e h isto riq u e su l'éta b lisse m e n t des E spagnols dans
la S e p tim a n ie a u x V III e et I X e siècles et su r la fo n d a tio n de
F outjoucause, p a ra l ’esp a g n o l J e a n , a u V I II e siècle, «B ull C om m .
a rch é o l, e t litté r, d e N a rb o n n e» , t. I, 1877, m e es c o n o cid o por
tira d a a p a r te ; E. M U L L E R -M E R T E N S , K a rl d e r Grosse, L u d w ig
der F ro m m e u n d die F reim , B e rlín , 1963, p . 61 y ss.
(2) «.. .q u a lite r a liq u i h o m in e s p r o p te r in iq u a m opressionem et
c ru d elissim u m ju g u m q u o d e o ru m c erv icib u s in im icissim a c h ris tia ­
n ita ti gens s a rra c e n o ru m im p o siu it, re lic tis p ro p iis h a b ita tio n ib u s et
fa c u lta tib u s q u a e a d eos h e re d ita rio iu re p e rtin e b a n t d e p a rtib u s
H isp a n ia e a d nos c o n fu g e ru n t, e t in S e p tim a n ia a tq u e in p o rtio n e
H isp a n ia e q u a e a n o stris m a rc h io n ib u s in so litu d in e m r e d a c ta fu it
sese a d h a b ita n d u m c o n tu le ru n t, e t a s a rra c e n o ru m p o te s ta te se
su b tra h e n te s n o stro d o m in io lib e ra e t p ro m p ta v o lu n ta te se su b d i­
d e r u n t, ita a d o m n iu m v e stru m n o titia m p e rv e n ire volum us, q u o d
eosdem h o m in e s su b p ro te c tio n e e t d e fen sio n e n o stra rece p to s in

151
tradicional de los documentos oficiales que presenta a
los hispani como emigrados de la España m usulm ana
que ocupan tierras del reino franco y se convierten en
súbditos del mismo, plantea demasiados problem as p a ­
ra que pueda ser aceptada sin reservas. P ara resolver
estos problem as o al menos p ara ponerse en el cam ino
de su resolución, es preciso reconsiderar tanto la histo­
ria de la región donde se realizaron las ocupaciones de
tierras o aprisiones y las circunstancias reales en que
éstas fueron hechas, como la especial condición social
de los hispani dentro del reino carolingio.
En prim er lugar hay que poner de relieve que las
form as de vida existentes en toda la cordillera c a n tá b ri­
ca y pirenaica fueron desde la antigüedad m ucho más
prim itivas que las de las otras regiones de la Península
Ibérica. Nos lo atestigua un conocido texto de Estrabón
(3) que especifica además, cómo los m ontañeses del
norte de la Península, galaicos, astures y cántabros,
hasta los vascones y los habitantes del Pirineo tenían el
mismo m odo de vivir (4). Este m odo de vivir que
describe Estrabón correspondía a un grado de cultura
m aterial y espiritual muy bajo y a u n a organización
social, la gentilicia o tribal, diferente y antagónica de
la representada por el Imperio Rom ano. A unque estas
estructuras sociales tan arcaicas se m odificaran en el
curso de los siglos, no cabe duda que conservaban en
parte su arcaísm o a fines del Im perio rom ano y durante
la época visigoda (5). Este desarrollo diferente de la
sociedad entre los pueblos montañeses del norte de Es­
p a ñ a hizo posible que, después de la desaparición del
Im perio rom ano de Occidente, éstos alcanzaran una
independencia política total o parcial respecto a los
reinos visigodos y merovingio. En el Pirineo occidental
es m anifiesta la independencia de los vascones. D u ­
rante los siglos VI, VII y VIII presionaron co n tinua­
m ente sobre el sur de A quitania, que cam bió su nom bre
lib e rta te c o n se rv a re decrevenim us». Cf. A B A D A L , op. c it., t. II,
2 . a p a r te , p . 147. E n el m ism o sen tid o las de C a rlo m a g n o d e dos de
a b ril d e 812, d e L udovico Pío d e 10 d e fe b re ro d e 816 y d e C arlos el
C alvo de 11 d e ju n io de 844. V éase A B A D A L , op. c it., t. II,
2, p . 420 y 423.
(3) S T R A B O N , III, 3, 7-8.
(4) A . G A R C IA Y B E L L ID O , E sp a ñ a y los E spañoles h ace dos
m il a ñ o s se g ú n la G eografía de S tra b o n , M a d rid , 1945, p . 136 yss.
(5) P . B O S C H -G IM P E R A , L a fo r m a c ió n d e los p u e b lo s de
E sp a ñ a , M éxico, 1945, p. 293; M. V IG IL , « R o m an iz ac ió n y p e r m a ­
n e n c ia d e e s tru c tu ra s sociales in d íg e n a s en la E sp a ñ a se p te n trio n a l» .
B o le t. R . A c a d . H ist., 1963, p. 225-234; M . V IG IL Y A . B A R B E ­
R O , So b re los orígenes sociales de la R e c o n q u is ta : C á n ta b ro s y
Vascones desde fin e s d e l Im p e rio ro m a n o hasta la invasión m u s u l­
m a n a , ib id ., 1965, p . 271-339.

152
en Gascuña, y sobre el valle del Ebro en España. Los
vascones occidentales conservaron su lengua indígena, y
los habitantes del Pirineo central la perdieron en fecha
tan avanzada como los siglos VI y V II. Menéndez Pi-
dal pone la frontera lingüística de la rom anización en
estos siglos, ligeram ente al este y sur del actual princi­
pado de A ndorra, es decir, dentro de la provincia
catalana de Lérida (6). Además de estos datos de tipo
lingüístico, una noticia de la Historia W ambae de J u ­
lián de Toledo, de fines del siglo VII parece confir­
m ar que la región oriental y central de la cordillera
pirenaica no estuvo nunca, desde el punto de vista
político y social, com pletam ente asim ilada al reino visi­
godo. Al n a rra r la rebelión del conde Paulo contra el
rey W am ba, el cronista nos da im portantes inform a­
ciones sobre el sistema de fortificaciones visigodo en este
área (7).
W am ba tomó prim ero Barcelona y Gerona y luego
dividió su ejército en tres cuerpos y atravesó los Pirineos.
Se apoderó de las fortalezas situadas en estos montes
que defendían los pasos sobre las antiguas vías rom a­
nas. Las fortalezas de Caucoliberi y V ulturaria, iden­
tificadas con Collioure y unas ruinas situadas junto a
Sorede protegían la vía Augusta o H erculea cercana a
la costa, m ientras que el castillo llam ado Clausuras,
l’Eduse o la Cluse, junto al Perthus, desem peñaba una
función semejante en la vía Dom itia. Más al interior
sobre una tercera vía que debió de pasar por el actual
Puigcerdá se encontraban en la región de Cerdeña,
otras dos fortalezas: Libia que es ahora Llivia, y Sordo-
nia, posiblemente las ruinas de Cerdane, no lejos de
Llivia (8).
Los Visigodos debían de m antener este complejo

(6) R . M E N E N D E Z P ID A L , O rígenes d e l E spañol, M a d rid ,


1956, m a p a fre n te a p. 464.
(7) H ist. W a m b ., c a p ., II, E sp a ñ a Sagrada, t. V I, p. 550
y ss.: «egressus ig itu r post h a e c p rin c e p s d e G e ru n d a c iu ita te ... ad
P y rin a ei m o n tis iu g n a p e ru e n it, u b i d u o b u s d ie b u s e x erc itu re-
p a u sa to , p e r tre s ... tu rm a s e x erc itu s P y rin aei m o n tis d o rsa ordi-
n a u it, c a s tra q u e L ib ia e ... c ep it, a tq u e p e rd o m u it, m u lta q u e in his
castris a u ri a rg e n tiq u e in u e n ie n s... n a m in c a s tru m q u o d o u c a tu r
C la u s u ra s ... p e r d u ces d u o s irru p tio fa c ta est, u b i q u o q u e R ano-
sin d u s, et H ildigisus c u m c e te ro a g m in e p e rfid o ru m , q u i a d d e fen ­
sionem c astri ipsius c o n flu x e ra n t, c a p iu n tu r... W ittim iru s tam e n
u n u s e c o n iu ra tis, q u i se in S o rd o n ia m c o n stitu tu s e lu sera t, nostros
irru p isse p e rsen tien s, sta tim a u fu g it, e t ta n ta e c la d is n u n tiu m P aulo
in N a rb o n a m p e rla tu ru s a cc essit... p rin c e p s u e re religiosus p ra e d ic ­
to ru m c a s tro ru m s u b iu g a tu e x erc itu , e n p la n a p o st tra n s itu m P y ri­
n a ei m o n tis d e sc e n d e n s...»
(8) R e su m o a q u í el e stu d io d e ta lla d o h e c h o e n V IG IL -B A R -
B E R O , op. c it., p. 315 y ss.

153
defensivo en el Pirineo oriental no sólo p a ra evitar
posibles ataques desde las Galias, sino p ara sujetar a los
pueblos independientes o casi independientes del P iri­
neo central y oriental. Julián de Toledo al referirse en
otro lugar a estos tres caminos que unían las provincias
visigodas de la Tarraconense y la Narbonense, califica
exclusivamente al más oriental, la antigua vía Augusta,
de cam ino público (9). Esta denom inación del públi­
ca, reservada a la calzada que pasaba junto al m ar, de
recoger u n a designación rom ana p ara las vías im por­
tantes, puede indicar que era la más utilizada para el
tránsito quizá porque las otras dos no reunían las seguri­
dades suficientes.
Al producirse la invasión m usulm ana y la caída del
reino visigodo, los Arabes se convirtieron política y m i­
litarm ente en los sucesores de los Visigodos. Los pueblos
que perm anecieron independientes frente a los m usul­
m anes fueron los mismos que no pudieron ser dom ina­
dos por los Visigodos, y de ellos en las m ontañas septen­
trionales de España surgirían los primitivos estados
cristianos bajo la form a de reinos o condados. La base
social de estos territorios con una m ayoría de hom bres
libres y con una organización en la que es posible reco­
nocer un pasado no muy lejano tribal o gentilicio, haría
posible esta situación histórica. A ellos se unirían algu­
nos habitantes procedentes de las regiones m ás p ró ­
ximas del desaparecido reino godo. Así el historiador
árabe al-M aqqari al hablar de los valíes al-H urr y
al-Samh que consolidaron la conquista nos dice que
«conquistaron Barcelona por la parte de oriente, los
fuertes de Castilla y sus planicies por el norte de m anera
que los pueblos godos quedaron deshechos y los gallegos
y cristianos que quedaron se refugiaron en las m ontañas
de Castilla y de N arbona y en los pasos de los caminos
m ontañeses donde se fortificaron (10)». A unque el
cronista escriba en fecha muy posterior a los aconteci­
m ientos, su relato se debe de ajustar en lo esencial a la
realidad y, sin duda, al m encionar «las m ontañas de
Castilla y Narbóna» se refiere a la cordillera C anta-
brica y a los Pirineos. Los historiadores que como Code­
ra y Millás Vallicroca han estudiado la conquista m u ­
sulm ana, h a n llegado unánim em ente a la conclusión de
que en las regiones pirenaicas de Sobrarbe, Ribagorza y
(9) H ist. W a m b ., 10, E sp a ñ a Sagrada, t. V I, p . 549: «ita u t u n a
p a rs a d c a s tru m L ibye, q u o d est C irrita n ie c a p u t, p e rte n d e re t:
se c u n d a p e r A u so n en sem c iv itatem P y re n a ei m e d ia p e te re t, te rtia
p e r v ian p u b lic a m ju x ta o ra m a ritim a g ra d e re tu r» .
(10) C ita d o p o r R . d e A b a d a l e n «El paso d e S e p tim a n ia d ei d o ­
m in io g o d o a l franco». C uadernos his. E sp a ñ a , t. X IX , 1953, p. 16.

154
Pallars nunca penetraron los m usulm anes y lo mismo
ocurrió en las sierras catalanas en las zonas de Urgel,
Bergadá, Ripollés y Besalú (11). Los m usulm anes al
establecerse en C ataluña y Septim ania ejercieron un
control m ilitar solamente de las antiguas ciudades go­
das y de las fortalezas de los Pirineos. Por la Crónica
m ozárabe de 754 sabemos que la fortaleza más im por­
tante de Cerdeña, Libia, citada como hemos visto arri­
ba por la Historia W ambae de Julián de Toledo, estaba
en poder de los m usulm anes en el año 731 cuando el jefe
bereber M unuza, pactando con los Francos o A quita­
nos, se rebeló contra el gobernador de Córdoba (12)
Pero esta ocupación m ilitar de los puestos fortificados
y los núcleos urbanos m ás im portantes, no significó
tam poco el dominio político absoluto de la región.
D urante el período de tiem po que m edió entre la
caída del reino godo y la incorporación de estos territo­
rios a los francos, existieron algunos personajes que
lograron ejercer el poder en p arte de los mismos. Dos de
ellos, Achila y Ardo, son nom brados como reyes a con­
tinuación de W itiza en un m anuscrito catalán del siglo
IX , escrito en letra visigótica y que entre otros docu­
m entos contiene la serie de reyes godos conocida como
Chronica regun visigothorum (13). La existencia real
del gobierno de Achila, posiblem ente hizo de Witiza,
com probada por el hallazgo de m onedas con su nom bre
acuñadas en T arragona, y la corrección cronológica
con que éstan reseñados todos los reinados en el mismo
docum ento hacen pensar en que esta noticia es au tén ­
tica (14). O tra inform ación que poseemos sobre la
conquista de las ciudades de la Septim ania, revela que
los descendientes de la antigua población goda conti­
n u a b a n rigiéndose por la Ley Gótica. Según los Anales

(11) C O D E R A , «L ím ites p ro b a b le s d e la c o n q u ista á ra b e en la


C o rd ille ra P iren áica» , B olet. R . A c a d . H ist., 1906, p. 289; J. M I­
L L A S V IL L A C R O S A , L a c o n q u ista m u s u lm a n a d e la reg ió n p ir e ­
naica, «Pirineos», t. IV , 1946. E n c o n tr a A B A D A L , op. c it., t. III,
1 .a p a rte , p. 76, a u n q u e a d m ite q u e el d o m in io m u su lm á n no
p ro d u jo c am b io s sensibles.
(12) E d. M o m m sen ., c ita d o e n A B A D A L , op. c it., n . 10,
p . 24: « A b d irra m a n vir b ellig er in e ra D C C L X V III... u n u s ex
m a u ro r u m g e n te n o m in e M u n u z, a u d ie n s p e r L ib ie fines ju d ic u m
seva te m e ritá te o p p rim i suos, p a ce m n e c m o ra agens c u m Francos,
tira n n id e m ilico p r e p a r a t adversos S p a n ia e S a rra c e n o s ... N em p e
u b i C e rritan p n sem o p p id u m r e p p e ritu r b e lla tu s ...»
(13) P u b lic a d o en M . G . H ., L e g Sectio I, t. I, X X I y 461,:
«A chila re g .,a n n . I II. A rdo reg. a n n . V II. E t f u e ru n t reges G o th o ­
ru m q u i re g n a v e ru n t X L». T a m b ié n e n C hron, m in ., III, p. 461 yss.
E l m a n u s c rito está fe c h a d o e n 828.
(14) «Fôntes H isp a n ia e a n tiq u a e » , t. IX , p . 384 y 385; A B A ­
D A L , E lp a s o de S e p tim a n ia ..., p. 16, sig u ien d o a C oll y A le n to rn .

155
de Aniano en el año 759 los Francos de Pipino al Breve
entraron en N arbona y expulsaron a la guarnición m u ­
sulm ana con la com plicidad o ayuda de los Godos de la
ciudad cuyas leyes ju raron respetar (15). La misma
situación se debió a producir en la M arca hispanica en
cuyas ciudades, tom adas por los Carolingios a finales
del siglo V III y comienzos del IX , se aplicó siem pre y se
continuó aplicando la Lex Gothica o L iber Judiciorum
(16). Se puede concluir de todo esto que el grado de
independencia de la población u rb an a en estas zonas
fue efectivam ente muy grande y que el dom inio m usul­
m án no pasó de ser, como indicábam os arriba, una
ocupación m ilitar.
Si los m usulm anes no lograron im ponerse com ple­
tam ente en las ciudades de Septim ani y de la futura
C ataluña y en los tiempos inm ediatam ente posteriores a
su conquista, hasta 720, hubo allí quien se tituló rey
como sucesor de los m onarcas de Toledo, es fácil com ­
prender que los pueblos montañeses del Pirineo oriental
y central eran en este tiempo libres e independientes^ Su
libertad e independencias se puso realm ente en juego al
ser alcanzados por el proceso de expansión del reino
carolingio. Algunos de los jefes de estos pueblos pire­
naicos, con toda probabilidad indígenas rom anizados
como señala Bosch-Gimpera (17), m antuvieron activi­
dad m ilitar frente a los m usulm anes. Por un m anuscrito
de Ripoll, conocido por Villanueva (18), sabemos que
uno de ellos, de nom bre Quintiliano, se m antenía en las
m ontañas catalanas. De su linaje, o de nom bre idéntico
al menos, aparece citado en el m artirologio de San Juan
de las Abadesas otro personaje que lleva el nom bre de
Señor de M ontgrony y cuya m uerte se registra en 778
(19). En el Pirineo central A bderrahm án I, hacia el
780, asoló las tierras de otro señor que los cronistas
árabes llam an Ibn Belascut que ha sido identificado

(15) «A nno D C C L V III F ran ci N a rb o n a m o b sid e n t, d a to q u e


sa c ra m e n to G otis q u i ibi e r a n t u t si civ itatem p a rtib u s tra d e re n t
P ip in i, regis F ra n c h o ru m , p e rm itte re n t eos legem s u a m h a b e re ;
q u o facto , ipsi G oti S a rrac e n o s, qui in presidio illius e ra n t, o c c id u n t
ip sa m q u e c iv itatem p a rtib u s F ra n c h o ru m tra d u n t» .
(16) S eg ú n la cró n ic a d e M oissac, e n 785 G e ro n a se e n tre g ó a
C a rlo m a g n o . Cf. A B A D A L , «La d o m in a tio n c a ro lin g ie n n e en c a t a ­
logne», R e v u e histo riq u e, t. C C X X V , 1961, p . 319-340. B a rce lo n a
e n 801, cf. E. L E V I-P R O V E N Ç C A L , H isto ire d e l'E spagne m u s u l­
m a n e , P a ris /L e id e n , 1950, t.I , p. 121 y ss. S o b re la p e rm a n e n c ia del
d e re c h o visigodo e n C a ta lu ñ a , v. A. G A R C IA G A L L O «A p o rtació n
al e stu d io d e ‘los fueros», A n u a r. hist, derecho esp., 1956, p . 391
y 395.
(17) B o sc h -G im p era , op. c it., p. 303 y ss.

156
rom o el Galindo Belascotenes de las genealogías de
Roda (20).
En los últimos años del siglo VIII los Francos fue­
ron logrando el control político de estos valles pirenái-
cos que nunca habían sido dom inados por los m usul­
manes. La base social diferente que había hecho posible
hasta entonces la independencia de estos territorios se
había transform ado en parte, lo que facilitaba su asimi­
lación política. La lejana organización gentilicia había
dado paso a grupos m ás lim itados de consanguíneos,
organizados m ilitarm ente y dirigidos por un jefe del
linaje. La tierra que explotaban y sobre la que estaban
asentados no podía salir originariam ente del grupo fa ­
m iliar, entendiendo fam ilia en el sentido amplio de
parentela. La expansión dem ográfica y la posibilidad
de poner en cultivo tierras hasta encontes incultas, lle­
varían a nuevas fam ilias a ocupar otros parajes. Esta es
la situación de los hispani, que conocemos por los do­
cum entos oficiales carolingios, aunque se añadirían
modificaciones a su condición social como consecuencia
de su com etim iento a la soberanía franca.
De 795 data la noticia m ás antigua conocida de
estas ocupaciones de tierra o aprisiones que ahora ne­
cesitaban ser confirm adas o concedidas por los sobera­
nos francos y sus representantes. Un jefe m ilitar espa­
ñol, de nom bre Juan, fue confirm ado por Carlom agno
en la ocupación o aprisio de Fontejoncosa cerca de
N arbona, lugar hasta entonces no cultivado. La fórm u­
la de la confirm ación nos sitúa en un m undo feudal;
Juan se encom ienda al rey de los Francos y alega como
motivo de la petición, su victoria obtenida sobre los
Sarracenos en el pago de Barcelona (21). A la m uerte
de Carlom agno, Juan, así como sus hijos y la descen-

(18) C O D E R A . L ím ite s p ro b a b le s . ., p. 308.


(19) Ib id ., p. 308, η. I.
(20) V. J. M. L A C A R R A , «T extos n a v a rro s del C ódice de
Roda», en E stud. E d a d M edia Cor. A ra g ó n , t. I, Z aragoza, 1945,
p. 211 yss. Cf. L E V I-P R O V E N Ç A L , op. cit., p. 126, η. I.
(21) .A B A D A L , C atalunya carolingia, t. 11, 2 .a p a rte , p. 310
y ss.: «... J o h a n n e s ipse su p e r e retico s sive S a rrac e n o s infideles
nostros m a g n u m c e rta m e n certav it in pago B a rc h in o n e n s e ... et
p e tie ra t ei in pago N a rb o n e n se villare e re m u m a d la b o ra n d u m que
d ic u n t Fontes; ... Et cum a d nos venisset cum ipsa e pistola, quod
filius n o ste r ei fe ce rat, in m a n ib u s n o stris se c o m m e n d av it et petivit
nobis ja m d ic tu s fidelis noster J o h a n n e s u t ipsum v illarem q u o d filius
n o ste r ei d e d e ra t, co n ce d ere fecissem us. Nos vero c o n ced im u s ei
ip su m villarem c u m om nes suos term in o s vel p e rte n e n c ia s suas ab
in te g re et q u a n tu m ille cum h o m in e s suos in villa Fontejoconsa
o c cu p a v it vel o ccu p a v erit vel de h e re m o tra x e rit vel in fra suo te r­
m in o in aliis loquis vel villis seu villares o c cu p a v erit vel aprisione
fecerit cum ho m in es suos».

157
dencia de éstos, son cofïrmados en la posesión de
Fontejoncosa y, como contrapartida, se repite la enco-
m endación con el nuevo em perador franco en 815 (22).
Sin em bargo el carácter colectivo de la apriso desapa­
reció enseguida. La confirm ación de Carlos el Calvo se
refiere de form a concreta a uno de los hijos de Juan,
Teodofredo, que disfrutaba en 844 de todas las tierras
fam iliares (23) y cinco años más tarde se había conver­
tido en pleno propietario de las mismas (24).
En otro docum ento de gran interés, del año 812,
Carlom agno se dirigió a los conde Bera, Gauscelino,
Gisclafredo, Odilón, Erm engario, A dem ar, Laibulfo y
Erlín que gobernaban las ciudades y distritos de B arce­
lona, Rosellón, Gerona, Am purias, N arbona, Carcaso-
na y Béziers (25) y les notificó las quejas y reclam acio­
nes de cuarenta y dos hispani, que sufrían opresión por
parte de los condes y sus agentes, y eran desposeídos de
sus aprisiones (26). De los cuarenta y dos h isp a n i cita­
dos, algunos eran presbíteros y la m ayor p arte de ellos
m ilites, es decir, jefes m ilitares. Uno de ellos era el
mismo Ju an , que después de haber derrotado a los
m usulm anes en Barcelona ocupó con sus hom bres y

(22) Ibid., p. 320-321, c ap . de 1 de e n ero d e 815 d e L udovico


Pío: «... q u id a m h o m o fidelis n o ster, n o m in e Jo h a n n e s veniens in
n o stra p ra e se n tia q u e in m a n ib u s nostris se c o m e n d a v it... N os vero
alia ei fa c e re jussim us, sive m elio rav im u s, e t c o n ce d im u s eidem
fideli n o stro J o h a n n e in p a g o . N a rb o n e n se v illa re F o n te s e t villari
C ello, C a rb o n ile s c u m illo ru m term in o s e t p e rte n e n tia s ... o m n ia s
p e r n o stru m d o n itu m h a b e a n t ille e t filii sui e t p o ste rita s illo ru m
a b sq u e u llu m cen su m vel a licujus in q u ie tu d in e » .
(23) Ibid., p . 339: «ut p ra e d ic tu s fidelis n o ste r T e o d e fre d u s qui
m o d e rn o h a b e t sa e p e d ic ta m villam F o n tes p e rp e tu o te n e a t, h a b e a t
e t a b sq u e ulliu s in q u ie tu d in e possid eat. Et c o n ce d o tib i q u ic q u id
p a te r tu u s a u t W ilim iru s a v u n cu lu s tu u s a u t h o m in e s illo ru m in
villa F o n tejo n co sa h a b u e r u n t p e r a p risio n e ...»
(24) Ibid., p . 334: «... co n ce d im u s eidem fideli n o stro T eu e fre-
do ad p r o p iu m q u a sd a m res iuris n o stri sitas in p ag o N a rb o n e n se ,
v illare F o n tes in te g re c u m suo term in o e t q u ic q u id in F o n tejo n co sa
p a te r suus p e r a p p risio n e m ju ste visus fu it h a b e r e ... I ta videlicet
u t q u ic q u id a b h o d ie rn a d ie et te m p o re e x in d e p ro su a u tilita te
a tq u e c o m m o d ita te ju re p ro p rie ta rio d e cre v erit, lib e ra m in o m n i­
bus h a b e a t p o te s ta te m fa cien d i, d o n a n d i, v e n d e n d i seu c o m m u ­
ta n d i et h e re d ib u s re lin q u en d i» .
(25) L a c o rre sp o n d e n c ia de los co n d es con las c iu d a d e s h a sido
h e c h a p o r A U ZIA S, L 'A q u ita in e carolin g ien n e, p . 71, η. 5. Cf.
A B A D A L , op. c it., p. 313, d o n d e se h a lla el tex to : « K a ro lu x ...
B e ra n e , G a u sc elin o , G isclafredo, O d ilo n e, E rm e n g a rio , A d e m a re ,
L a ib u lfo e t E rlin o com itibus».
(26) A B A D A L , op. c it., p. 314: «... a d nos v en ie n tes suggesse­
rin t q u o d m u lta s o ppressiones su s tin e a n t d e p a rs vestra e t ju n io ru m
v e stro ru m , e t d ix e ru n t q u o d a liq u i pag en ses fiscum n o s tru m sibi
a lte r a lte riu s, te stific a n t a d e o ru m p ro p rie ta te m e t eos e x in d e e x p e ­
lla n t c o n tra ju stic ia m ...»

158
parientes las tierras de Fontejoncosa, ju nto a N arbona,
según hemos visto arriba (27). Otros dos nom bres de
estos milites hispani llam an la atención particularm en­
te: Q uintila y Asinarius (28). Q uintila es relacionado
por Codera, con sus hom ónim os los señores indepen­
dientes de M ontgrony en el siglo V III, y de ser esto
cierto sería el jefe de un grupo de campesinos militares,
cuyo centro estaría en el castro M ochoronio, fortifica­
ción todavía existente a finales del siglo IX (29). Asi­
narius o Aznar puede ser identificado con el abuelo de
tal Witisclo que en 862 vio legalm ente reconocida su
propiedad sobre la villa de Cedret, en C erdaña. W itis­
clo alegó en su favor la donación hecha por su tía
Ailona, la cual había recibido la villa de su padre
Asenari Galindonis comite, habiendo transcurrido más
de treinta años desde que el padre de la donante entrara
en la posesión del predio per ruptura et aprisione (30).
Por otra parte la personalidad de Aznar Galíndez es
muy reconocida gracias a las llam adas «Genealogías de
Roda o de Meyá» (31). En las «Genealogías», Aznar
Galíndez aparece como cabeza del linaje de los condes
de Aragón y padre de tres hijos, dos varones, Centullo y
Galindo Aznárez, y una hem bra, M atrona. La hija casó
con otro señor pirenaico, García, hijo de Galindo Belas-
cotenes, perteneciendo probablem ente este último a la
fam ilia de Ibn Belaskut contra el que com batió Abde-
rrahm an I en 781 según el A jbar M aÿmua (32). Gar-
(27) Ib id ., p. 313: «N otum sit vobis q u ia isti Isp an i de vestra
m in iste ria : M a rtin u s p re sb ite r, Jo h a n n is, Q u in tila , C a la p o d iu s, A si­
n a riu s ... m ilité is...» .
(28) V éase la n o ta a n te rio r.
(29) C O D E R A , L ím ite s ..., p. 308. L a ex iste n cia del castillo de
M o n tg ro n y e n el siglo IX , está a te stig u a d a p o r el a c ta de d o tac ió n
de 885 del m o n a ste rio de S an J u a n d e las A b ad esas, h ech a p o r los
condes W ifre d o y W in id ild es, y del q u e sería a b a d e sa su h ija E m ­
m a . Cf. A B A D A L , C atalunya carolingia, t. II, 1 .a p a rte , B a rce lo ­
n a , 1926-50, p. 215: «... c astro M o ch o ro n io c u m suas a p en d itio n es
seu dom os, curtes, té rra s c u lta s et in c u lta s, silvis, g arricis, aquis,
v ied u c tib u s, et re d u ctib u s, c u m exiliis e t regressis e a ru m , q u i nobis
a d v e n iu n t ex c o m p a ratio n e» .
(30) A B A D A L , op. cit., t. II. 2 .a p a rte , p. 325 y ss. «... per
sc rip tu ra d o n a tio n is, e t illic evenit de p a tr e suo A sen ari G alindonis
co m ite p e r sua r u p tu r a et a p ris io n e ... in fra os X X X an n o s per
ru p tu r a e t ap risio n e d e p a tre suo A senarius».
(31) E stas g e n eralo g ías e stá n re d a c ta d a s e n su p rim e ra re d a c ­
ció n a fin ales del siglo X . L a se g u n d a re d a c c ió n p ro c e d e n te de un
m a n u s c rito d e L eó n es p o ste rio r y h a te n id o en c u e n ta o tra s fuentes.
V éase J. M . L A C A R R A , T e x to s n avarros d e l C ódice d e R o d a ,,
Z arag o za, 1945, e sp e cialm en te el e stu d io q u e p re c e d e a la e d ic ió n de
los textos.
(32) E. L A F U E N T E -A L C A N T A R A , «Colección de o b ra s a r á ­
bigas de H isto ria y G e o g rafía q u e p u b lic a la R e a l A c ad e m ia de la
H istoria», t. I, p. 105; L A C A R R A , op. c it., p. 51.

15!)
cía que había sido burlado por su m ujer y su cuñado
Centulo, repudió a M atrona, dio m uerte a Centulo y
expulsó a su suegro de sus tierras, con la ayuda de los
Moros y del jefe vascón Iñigo Arista. A znar Galíndez
pasó a Francia, se sometió y encom endó a C arlom agno
que le concedió el derecho de poblar en U rgen y Cerde-
ña (33). Las tierras pobladas en estas com arcas, se­
rían ocupadas por el tradicional procedim iento de la
aprisio, como explica el docum ento de 862. Todos estos
sucesos debieron de ocurrir en los últim os años del
reinado de Carlom agno de acuerdo con las «Genealo­
gías» y la capitular del 812. El poblam iento o aprisio
realizados por A znar Galíndez en Urgel y C erdaña de­
bieron de ser im portantes y de simple miles hispanus,
categoría con que le conocemos en 812, llegaría a ser
algunos años m ás tarde, el comes de toda la región. Esto
significa que fue el jefe m ilitar más im portante de la
misma y que controló políticam ente bajo la dependen­
cia carolingia gran parte del Pirineo oriental. En 824
fue enviado por los Francos, ju n tam ente con Eblo, al
frente de tropas de vascones contra Pam plona, pero los
m ontañeses del naciente reino navarro, aliados de los
m usulm anes, les hicieron prisioneros y Eblo fue m a n ­
dado a C órdoba, m ientras que A znar fue puesto en
libertad gracias a su parentesco con sus enemigos (34).
La historia de Aznar Galíndez es altam ente significativa
p ara com prender la historia de todo el Pirineo en este
tiempo. En tanto que los vascones occidentales conser­
varon su independencia frente a los Francos y Arabes,
los habitantes más civilizados de las com arcas orientales
fueron asimilados al Im perio carolingio. El Pirineo cen­
tral fue terreno en litigio cuya suprem acía debieron de
disputarse las familias indígenas. C arlom agno apoyó a
una de ellas, y el jefe de la m ism a, A znar Galíndez,
llevó el título de comes, prim ero en el alto Aragón y
luego en Urgel y C erdaña, equiparándose así a los dig-

(33) L A C A R R A , op. c it., p. 50 y ss.: «Item g e n e ra c o m itu m


A ra g o n e n siu m . 18. A sn ari G a lin d o n e s acc ep it u x o r (lac ) e t g e n u it
filios C e n to lle A sn a ri, e t G a lin d o M alo A sn ari, e t d o m n a M a tro n a 19.
Ista M a tro n a tu it u x o r G arsie M alo, filiu m G a lin d i B elasco ten es et
d o m n e F ak ilo , e t q u a re in villa q u e d ic itu r B ellosta in lu s e ru n t e u m
in o rre o in d ie m S an cti Jo h a n n is o c cid it C en to lle A s n a ri e t dim isit
su a filia (u x o re m , dice c o rre c ta m e n te la se g u n d a re d a c c ió n d e las
G en ealo g ías) e t a cc ep it alia u x o r filia d e E n n e c o A re sta e t p e p ig it
fed u s c u m illo e t c u m m a u ro s, et e ie c itq u e e u m d e c o m ita to o , 20.
P e rre x it ig itu r a d F ra n z ia m e t p ro ie c it se p e d ib u s C a rli M agni et
d o n a v it illi p o p u la tio n e m C e rre ta n ia e t O rie llo , u b i e t tu m u la tu m
iacet».
(34) A n n . royales a d a n n . 824: V ita H lu d . X X X V II. Cf.
A U ZIA S, op. c it., p. 9 0 y s s .

160
natarios carolingios que gobernaban u n a ciudad o un
territorio.
Este proceso de incorporación política al reino
franco, de las regiones fronterizas pirenaicas se realizó
pues por la asimilación de la aristocracia indígena, es
decir, por la integración social de los m ilites hispani al
m undo feudal carolingio. Como es n atu ral esta síntesis
no se produjo de form a repentina sino que el proceso
atravesó varias fases en su desarrollo histórico. Algunas
de ellas han sido ya puestas de relieve al estudiar cómo
la propiedad de Fontejoncosa pasó a m anos de un solo
m iem bro del linaje prim itivo. Se extinguió de esta for­
m a, en algo más de m edio siglo, un grupo de soldados
campesinos unidos por parentesco y dirigidos por un
jefe, y en su lugar surgió un gran propietario rural con
vínculos de dependencia personal respecto a los m onar­
cas francos. Nuevos ejemplos del mismo tipo nos los
ofrecen la fam ilia de Aznar Galindo y, muy probable­
m ente, el linaje de los Q uintila de M ontgrony, un
M iembro del cual disponía a fines del siglo IX de la
plena propiedad de la antigua aprisio colectiva y se la
vendió el conde W ifredo y a su m ujer (35). Otros casos
de transform ación de aprisiones en plenas propiedades
no colectivas se encuentran en las capitulares del 18 de
diciembre de 832, 27 de mayo de 874, 7 de julio de 854
y en el acta de dotación del m onasterio de San Ju an de
las Abadesas de 885 (36).
Del estudio de la condición jurídica de los hispani
tal como viene descrita en las capitulares se deduce la
confirm ación de las conclusiones a que hemos llegado
anteriorm ente (37). Las fuentes fundam entales para
llevar a cabo este estudio son las capitulares de 2 de
abril de 812, 1 de enero de 815, 10 de febrero de 816, 11
de junio de 844 y otras que, aunque de m enor im por­
tancia, ayudan a una m ejor com prensión de éstas que
hemos calificado de fundam entales (38). Hay que indi­
car en prim er lugar la calidad de hom bres libres de los

(35) «... qui nobis a d v e n iu n t ex c o m p a ra tio n e » . C f. a rrib a


η. 29.
(36) A B A D A L , op. c it.. ι. II, 2 . a p a rte , p . 327, 340 y 347;
t. II, l . a p a rte , p. 215.
(37) U n a exposición d e sc rip tiv a d e esta c o n d ic ió n ju ríd ic a se
e n c u e n tra en el tra b a jo de D U P O N T c ita d o en n .° 1. D iscusión de
los h isto ria d o re s del d e rec h o q u e se h a n o c u p a d o de este p ro b lem a
en M U L L E R -M E R T E N S , o b ra y p a sa je c ita d o s ta m b ié n e n n .° 1.
(38) A B A D A L , op. cit., t. II, 2 . a p a rte , p . 312 y ss., 417 y ss.,
420 y ss.

161
hispani, registrada en las capitulares de 815 y 844 (39) y
que se refiere a los hom bres de m ás baja condición social
en aquellos casos en que su libertad necesitaba ser afir­
m ada por los preceptos reales (40). El antagonism o e n ­
tre estos hom bres de baja condición, pero libres, y sus
jefes lo recoge la capitular de 10 de febrero de 816, al
narrarnos los conflictos surgidos entre los potentiores y
majores de los h isp a n iy los minores o infirmiores. En es­
te docum ento que contiene dos capítulos, el em perador
Luis el Piadoso trató de defender en la posesión de sus
tierras a los minores y de m antenerlos en su condición
de hom bres libres. La posesión de las tierras y la liber­
tad de estos minores se veía gravem ente am enazada por
las pretensiones de sus jefes y parientes mayores, p o ten ­
tiores et majores. Muchos de éstos serían los mismos que
aparecen en la capitular de 2 de abril de 812, y basaban
sus pretensiones precisam ente en este precepto de Car-
lom agno y en el de 1 de enero de 815 de su sucesor (41).
Adem ás, los hispani que se habían encom endado a los
condes vasallos del em perador o a los vasallos de los
condes, y h ab ían recibido lugares desiertos p a ra culti­
varlos y habitarlos, no podían ser expulsados de las
tierras que estaban labrando ni ser privados de su pose­
sión, ni sus tierras podían ser concedidas como beneficio
a otros (42).
Las dos capitulares m ás interesantes, hechas con el
fin explícito de aclarar en los preceptos reales la situ a­
ción jurídica de los hispani, son las ya nom bradas de 1
de enero de 815, de Luis el Piadoso, y la de 11 de junio

(39) «... u t sic u t c ae te ri liberi h o m in e s c u m c o m ite suo in


e x e rc itu m p e r g a n t ... ; u t sicut c eteri F ra n c i h o m in e s cum c o m ite suo
in e x e rc itu m p e rg a n t...» . E v id e n te m e n te lib e ri y F ra n c i son sin ó ­
nim os.
(40) C a p . d e 1 d e e n e ro d e 815: «... q u o d eosdem h o m in e s sub
p ro te c tio n e e t d e fen sio n e n o s tra re ce p to s in lib e r ta te co n se rv a re
decrevim us».
(41) C a p . d e 10 de fe b re ro de 816: «... q u o d , q u a n d o iidem
H isp a n i in n o stru m re g n u m v e n e ru n t e t lo cu m d e se rtu m , q u e m a d
h a b ita n d u m o c c u p a v e ru n t, p e r p re c e p tu m d o m n i e t g e n ito ris n o s­
tri ac n o s tru m sibi ac successoribus suis a d p o ssid e n d u m a d e p ti
su n t, h i q u i in te r eos m ajo re s et p o te n tio re s e r a n a d p a la tiu m
v en ien tes, ipsi p r a e c e p ta re g a lia su sc e p e ru n t, q u ib u s susceptis eos
q u i in te r illos m in o re s et in firm io res e r a n t, lo ca ta m e n su a b e n e
excoluisse v id e b a n tu r, p e r illo ru m p r a e c e p to ru m a u c to rita te m a u t
p e n itu s ab eisd em licis d e p e le re a u t sibi a d se rv itiu m su b jice re
c o n a ti sunt».
(42) C a p . de 10 d e fe b re ro d e 816: «... et a d c o m ites sive vassos
no stro s vel e tia m a d vassos c o m itu m se c o m m e n d a v e ru n t e t a d
h a b ita n d u m a tq u e e x c o le n d u m d e se rta lo ca a c c e p e ru n t, q u a e , u b i
a b eis e x c u lta su n t, ex q u ib u s lib e t o cca sio n ib u s eos in d e e x p ellere
e t a d p ro p riu m o p u s re tin e re a u t aliis p r o te r p r a e m iu m d a re v o lu e ­
ru n t; q u o ru m n e u tru m ju s tu m a u t ra tio n a le no b is esse vid etu r» .

162
de 844 de Carlos el Calvo. Se tra ta de textos que no
regulan una situación concreta, sino que se ocupan de
una form a más general y abstracta del estatuto jurídico
de los hispani de la Septim ania y de la M arca Hispánica.
La capitular de Carlos el Calvo está basada en la ante­
rior, cuyos puntos fundam entales recoge y por eso va­
mos a centrar en ella nuestro com entario. En el párrafo
prim ero, después de enunciar la protección y defensa
que el m onarca dispensaba a los hispani, se declaran sus
obligaciones militares: concurrir al ejército del conde y,
bajo la dirección de éste, realizar los reconocimientos y
centinelas. Debían tam bién de sum inistrar caballos a
los enviados reales, así como a los legados que desde
España se dirigieran al rey. Los caballos deberían serles
devueltos y en el caso de que esto no se hiciera por
negligencia y por misma razón sobreviniera la p érdi­
da o m uerte de los animales, los hispani serían com pen­
sados de acuerdo con la ley de los Francos (43). En el
apartado segundo se les exime de cualquier clase de
impuesto (44) y a continuación el precepto especifica
claram ente cuál era su organización social. Se les auto­
riza a regirse por sus propias leyes con excepción de los
casos de hom icidio, rapto e incendio que caen dentro de
la jurisdicción del conde o su representante (45). Sa­
bemos que los condes a los que estaban sometidos los
hispani eran por lo menos los de las siete ciudades de
Septim ania y la M arca hispánica identificadas por m e­
dio de los nom bres de los condes de la capitular de
abril de 812 y que están directam ente citadas en la del
10 de febrero de 816; es decir, los condes de las ciudades
y pagi de N arbona, Carcasona, Rosellón, Am purias,

(43) « ...c u m co m ite suo in e x e rc itu m p e rg a n t, et in m a rc h a


n o stra ju x ta ra tio n a b ile m eju sd em c o m itis o rd in a tio n e m a tq u e a d ­
m o n itio n e m e x p lo ra tio n e s e t e x cu b ias, q u o d u sita to v o c ab u lo guai-
tas d ic u n t, fa ce re n o n n e g le g a n t, e t m issis n o stris quos p ro re ru m
H y sp an ia e a d nos transm issi f u e rin t p a r a ta s f a c ia n t et ad su b v e n tio ­
n e m e o ru m veredos d o n e n t... Si a u te m q u i veredos a c c e p e rin t red ere
eos n e c le x e rin t ac e o ru m in te rv e n ie n te n e g le g e n tia p e rd iti seu m o rtu i
fu e rin t, se c u n d em legem fra n c o ru m eis q u o ru m f u e rin t sine
d ila tio n e r e s titu a n tu r vel re sta u re n tu r» .
(44) «alius vero census, id est nec p a sc h u a lia in e o ru m term in is
vel e o ru m villis, nec th e lo n e a in fra c o m ita tu m in q u o c o n sistu n t, nec
a lia ... exig atu r» .
(45) «Et nisi p ro trib u s c rim in a lib u s a c tio n ib u s, id est h o m ic i­
d io ra p to et in ce n d io , nec ipsi n ec e o ru m h o m in e s a q u o lib e t com ite
a u t m in istro ju d ic ia rie p o te s ta tis u llo m o d o ju d ic e n tu r a u t d is trin ­
g a n tu r , sed lic e at ipsis se c u n d u m e o ru m legem d e aliis (om nibus)
ju d ic ia te rm in a re et p re te r h e c tria e t d e se e t d e e o ru m h o m in ib u s
se c u n d u m p ro p ia m legem o m n ia m u tu o definire».

163
Barcelona, Gerona, y Béziers (46). Pero estas ciudades
V sus comarcas se regían por la antigua ley goda, el
Líder Judiciorum , que era aplicada por los condes y sus
representantes. Así consta, tanto por las condiciones de
incorporación de estas regiones al reino franco, a lo
largo de la segunda m itad del siglo VIII y prim eros años
del IX, como por la situación jurídica conocida en las
mismas en las décadas finales de este siglo. En una carta
de 18 de agosto de 878, dirigida por el p ap a Juan VII, a
las autoridades religiosas y civiles de la Gothia y de
H ispania, se ordena que se añada a los códices de la Ley
Gótica la pena que hay que im poner a los sacrilegos, de
treinta libras o seiscientos sueldos de plata. Allí se in d i­
ca adem ás que esto se hace a instancias del obispo de
N arbona y de sus sufragáneos, y que el obispo llevó a
Juan VIII el libro de la Ley Gótica donde no se precep­
tuaba nada contra los sacrilegos (47). Q ueda así p ro ­
bado, de una parte, que los hispani tenían su propia ley
o derecho consuetudinario y, de otra, que esta ley era
opuesta y diferente a la Ley Gótica, puesto que esta
últim a era la oficialm ente vigente y a la que se tenían
que som eter en los casos de homicidio, rapto e incendio
(48). La Ley Gótica era la expresión jurídica del reino
visigodo y en consecuencia correspondía a las estru ctu ­
ras sociales del mismo: predom inio del gran latifundio,
cultivado por u n a población servil o semiservil en su
inmensa m ayoría, acom pañado de una vida u rb an a de
cierta im portancia. Las regiones rurales habitadas por
hom bres libres, con propiedad m uchas veces com unal y
diferencias de clase poco acusadas, habían conservado
su independencia política y social en la época goda. La
Cordillera cantábrica, el país de los vascones y el P iri­
neo central y oriental se hallaban en este caso y no
pudieron por esta razón se conquistados por los á ra ­
bes. La conquita o asimilación por godos, francos o
m usulm anes significa la desaparición de la organiza­
ción y estructuras sociales propias de estos montañeses,
que se hallaban tam bién expresadas por sus costumbres

(46) Cf. a rrib a n. 25 y c a p . de 10 d e fe b re ro d e 816: «... D e hac


c o n stitu tio n e n o stra septem p ra e c e p ta u n o te n o re co n sc rib e re
jussim us: q u o ru m u n u m in N a rb o n a , a lte ru m in C a rc a sso n a , te rtia m
in R o scilio n a, q u a r tu m in E m p u riis, q u in tu m in B a rc h in o n a , sextum
in G e ru n d a , se p tim u n in B iterris h a b e ri p ra e c e p im u s...» .
(47) V. dei tex to de la c a rta en A B A D A L , op. c it., t. II,
2 .a p a rte , p. 436 y ss.
(48) El m a rg e n d e acción de la ley g o d a en las re lacio n es j u r íd i ­
cas d e los «hispani» es m u c h o m ay o r en la c a p itu la r d e 1 d e e n e ro de
815, a q u í j u n to con los tres d elito s señalados, a p a re c e n o tro s m u ch o s,
a p a rta d o s 2 .° y 3 .° ; cf. A B A D A L , op. c it., t. II, 2 .a p a rte , p. 418.

164
o derecho consuetudinario. A esta evidencia se llega por
el exam en de las noticias que poseemos de los hispani,
los montañeses del Pirineo oriental que se iban inte­
grando en el Im perio Franco. Los párrafos 4.° y 5.° y
7. ° de la capitular de 844 explican muy claram ente cuál
era su form a de estar organizados socialmente; el vínculo
de unión era el linaje, la consanguineidad, y el pertene­
cer al linaje daba derecho, en los casos de ocupaciones
colectivas de tierras, a cultivar una porción del to­
do. Posteriorm ente se autorizaría a que u n m iem bro del
grupo fam iliar originario llevara a otros hom bres que
venían de otros linajes y les perm itiera hab itar con él en
su porción o lote de tierra, pudiendo servirse de ellos sin
ningún im pedim ento (49). Si estos recién llegados a la
aprisio colectiva elegían como señor a otro que no fuera
el del linaje y entraban en el patronazgo del conde, el
vizconde u otro hom bre cualquiera, podían m archarse
de la tierra, pero sin llevar nada consigo y todo volvía al
dominio y potestad plena del prim er señor (50). Las
porciones de las aprisio total, llam adas tam bién apri­
siones, podían venderse, cam biarse o ser objetivo de do­
nación solamente entre los m iem bros del grupo, y en
caso de m uerte de uno de los poseedores, pasaba la
aprisio a los hijos o nietos del difunto y, en su defecto, a
los otros consaguíneos que debieran de heredar con­
form e a las propias leyes de los hispani y no según la
Ley Gótica (51).
Estas limitaciones a la libertad de testar y de dispo­
ner de las aprisiones que debían de quedar siempre
entre las personas que form aban parte de la parentela,
constituyen, juntam ente con la obligación de que el jefe
del grupo, o pariente m ayor, perteneciera al linaje, los

(49) C a p . de 11 de ju n io d e 844 (4): «Et si q u isp ia m e o ru m in


p a r te m q u a m ille ad h a b ita n d u m sibi e x co lu it alios ho m in es de aliis
g e n e ra tio n ib u s venientes a d tra x e rit et secum in p o rtio n e su a, quam
ap risio n es vocant, h a b ita re fecerit, u t a t u r illo ru m servitio absque
alic u ju s c o n tra d ic tio n e vel im p e d im e n to » .
(50) C a p . de 11 de ju n io d e 844 (5): «Et si a liq u is ex ipsis h o m i­
n ib u s q u i a b e o ru m a liq u o a d tra c tu s est in sua p o rtio n e collocatus,
a liu m , id est com itis vel vicecom itis a u t vicarii a u t c u ju slib e t hom inis,
se n io ra tu m eleg erit, lib e ra m h a b e a t lic e n tia m a b e u n d i, v eru m ta-
m e n ex his q u e possidet, n ic h il h a b e a t n ic h ilq u e secum fe ra t, sed
o m n ia in d o m in iu m et p o te s ta te m p rio ris senioris plenissim e
re v e rta n tu r» .
(51) C a p . d e 11 de ju n io d e 844 (7): «Et o m n es e o ru m possessio­
nes sive aprisiones in te r se v e n d ere, c o n c a m b ia re seu d o n a re poste-
risq u e re lin q u e re o n m im o d o liceat, e t si filios a u t n ep o tes n o n h a ­
b u e rin t, ju x ta legem e o ru m ip so ru m p ro p in q u i illis h e re d ita n d o
su c c e d a n t, ita videlicet u t q u ic u m q u e successerint, servitia superius
m e m o ra ta persolvere n o n c o n te m n a n t» .

165
dos rasgos más sobresalientes que dem uestran la super­
vivencia de su antigua organización gentilicia. El acceso
a grados m ás elevados de desarrollo m aterial, la depen­
dencia m ilitar de los Francos, la jefatu ra que se fue
haciendo hereditaria, la regulación de las causas crim i­
nales por la Ley Gótica fueron hechos que rom pieron
definitivam ente las formas sociales del pasado y facili­
taron la incorporación política del Pirineo oriental a las
estructuras feudales del reino franco.

166
Indice

Pág.
A L B E R T O P R IE T O A R C IN IE G A
P ró lo g o .................................................................................................... 7
A N T O N IO G A R C IA B E L L ID O
B a n d a s y g u e rrilla s e n las lu c h a s c o n R o m a ........................... 13
E. A . T H O M P S O N
R e v u eltas c am p e sin a s e n la G a lia e H is p a n ia B ajo Im - 61
i m p e r i a l .......................................................................................... 61
A B IL IO B A R B E R O D E A G U IL E R A
El p risc ilian ism o : ¿ h ere jía o m o v im ie n to s o c i a l ...................... 77
F. M . S C H T A JE R M A N
L as p ro v in cias h isp a n as ..................................................................... 115
M A R C E L O V IG IL
R o m an iz ac ió n y p e rm a n e n c ia d e e stru c tu ra s sociales in d í­
g en as en la E sp a ñ a S e p te n trio n a l ....................................... 129
A L B E R T O M . P R IE T O A R C IN IE G A
L a R o m an iz ac ió n d e la B ética ...................... ........................... 139
A B IL IO B A R B E R O
L a in te g ra c ió n social d e los «hispani» d el P irin e o o rie n ta l
al re in o c a r o lin g io ....................................................................... 151

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