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ELOGIO DE LO POLÍTICAMENTE INCORRECTO

Aquel refrán que reza "donde fueres haz lo que vieres" siempre me ha dejado
perpleja. Por una parte, me digo, claro, hay que asumir las costumbres y usos propios
de las culturas o ambientes en los que uno aterriza, sobre todo, para no meter la pata.
Por otra parte, pienso, ni hablar. A cuento de qué tiene uno que asimilar los defectos
ajenos, que ya bastante cuesta lidiar con los propios.
Como siempre, la sabiduría está en distinguir. No hablo de la sabiduría erudita, sino
del sentido común, de la rara virtud de la prudencia. En los tiempos que corren este
arte es cada vez más raro y difícil de practicar. Desde que lo políticamente correcto
es la norma de comportamiento omnipresente e indiscutible, ya ni os cuento.
Porque lo políticamente correcto no es sino las sensibilidades colectivas elevadas a
la máxima potencia, sin que el buen juicio pueda hacer nada al respecto. Usar la
palabra negro, en lugar de afrodescendiente, es un pecado social.
En cambio, tener todas las parejas sexuales que a uno le dé la gana (antiguamente
descrito con el sencillo término puta/o) es signo de libertad y disponibilidad ilimitada
del propio cuerpo, y según la política corrección del momento, es digno de aplauso.
Total, que en público nadie osa decir negro con cariño, ni puta con displicencia,
porque puede armarse una bronca de proporciones apocalípticas y terminar uno
viéndolas negras en el grupo de amigos y, si es en el ámbito laboral, acabar en la
puta calle.
A mí, personalmente, me gusta desafiar la falsa moral imperante. Seguirla es fácil,
adocenante y, encima, aburrido. Contradecirla, en cambio, requiere de una buena
dosis de buen humor, tino, inteligencia y verdadera libertad.
En cierto modo, ir contra corriente, es una responsabilidad en los tiempos que corren.
Es una cruzada por la libertad de pensamiento, por la defensa del lenguaje y por el
respeto, aunque no lo parezca a primera vista.
Una cosa es la buena educación, que es buena porque justamente se fundamenta
en el respeto por la dignidad propia y de los demás, y otra la idiotez colectiva
traducida a usos que impiden razonar con libertad, con apego a la verdad y con
cariño. Con estos tres ingredientes que he mencionado, se cuecen las mejores
costumbres, las que hay que seguir y cultivar. Pero, hay que atreverse.
Y si por no hacer lo que vieres, donde fueres, cuando lo que se hace es una
calamidad, no hay problema. Sólo hay que juntarse con otros que utilicen esos
ingredientes de libertad, verdad y cariño allá donde estén. Luego, hay que tratar de
que esos, cada vez sean más. Pronto se unirán otros y harán lo que ven, allá donde
van. Y no lo harán por cumplir con unas normas impuestas por la estulticia general,
como condición para ser aceptados; sino porque les gustará encontrar un ambiente
de esa categoría, en el que, por fin, les respira el alma.
De modo que el refrán vale, siempre que donde fueres encuentres esos ingredientes
tan necesarios para una dieta verdaderamente humana. De lo contrario, al refrán lo
mandamos a la lista negra y nos centramos en otros que expresan mejor la sabiduría
popular, como ese que dice: "Puta y buena mujer, ¿cómo puede ser?".

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