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IX -Agosto 2019
Indice
Un hechicero lo hizo pg 38
Sobre las lógicas narrativas mágicas en la fantasía ficcional
por Guadalupe Campos
Hace cinco años, nel mezzo del cammin, comenzamos el recorrido por las
cátedras de teoría literaria de la carrera de Letras de la Universidad de Buenos
Aires. Si bien nos hemos abocado brevemente a otras cuestiones, los focos
de análisis fueron siempre los programas de las asignaturas (o, en algunos
casos, seminarios del área). Una serie de interrogantes rondaba en un principio:
¿cómo se construyó el canon de teoría literaria en nuestro país?, ¿en qué
medida los cambios históricos se reflejan en los programas?, ¿hay corrientes
Estado de la cuestión
Aunque seamos enviados a diferentes lugares
es una promesa que regresaremos a casa
Ikki de Fénix, Saint Seiya
Topuzian en la presentación.
Volvamos del desvío a las cátedras de Teoría y Análisis Literario. 2001 no es
un año cualquiera: en Argentina es sinónimo de crisis. Y crisis suena en el
presente. Se oye con claridad en el ámbito de la enseñanza y la investigación,
donde los recortes del macrismo se han sentido estruendosamente. De nuevo
se habla de “fuga de cerebros”, un tópico tristemente iterativo en la historia de
nuestro país. Retomemos la ruta extraviada. A nivel Facultad, en los últimos
años se jubilan, casi simultáneamente, Adriana Rodríguez Pérsico y Jorge
Panesi, quienes estaban al frente de los dictados de la materia introductoria.
En 2017 y 2018 tenemos los primeros programas firmados por las nuevas
docentes a cargo de las dos cátedras, Nora Domínguez y Silvia Delfino.
El programa de 2002, primero posterior a ese hito, ese mojón que corta y
atraviesa, con sus complejidades, el fin del siglo XX y el comienzo del XXI, la
“crisis”, pone por delante la relación de la crítica y la teoría con los “grandes
relatos”. Podría entenderse esa inclusión como un modo de reflexionar acer-
ca de los acontecimientos sucedidos apenas en diciembre del año anterior.
Así, con un fuerte anclaje psicoanalítico (y con la presencia de Freud como
síntoma), 2002 dedica una última unidad al planteo de Lyotard en torno al
fin de esos “relatos” que han articulado la experiencia del sujeto moderno y
que entran en crisis con la emergencia del sujeto posmoderno. Esa crisis bien
podría oponerse a la emergencia del “relato” (la que daría en ser tendenciosa-
mente llamada, en términos políticos, “construcción del relato”) determinada
por Panesi en su último libro, sobre el que nos hemos detenido en la última
entrega. Dos modos de narrar, dos momentos de crisis.
Frente a la falta de relatos institucionales emerge el relato de la literatura
sobre sí misma: Por el camino de Swann, de Marcel Proust, aparece como
novela a trabajar, contrastando con el cuento de Juan José Saer, “Sombras
sobre un vidrio esmerilado”, texto que Panesi sigue dando como Profesor
Consulto en la cátedra en el presente. Una narración que busca poner por
delante las limitaciones de la prosa, en tanto discurso que busca captar el
“acontecimiento” del mundo extraliterario, pero que siempre fracasa en su
pretensión. La poesía aparecería, en ese mismo cuento, como el auténtico
Coda
Make believe I’m everywhere
given in the light.
Written on the pages
is the answer to a never ending story
Limahl, Never ending story
Bibliografía
Fuentes:
Las resoluciones de designaciones y concursos docentes fueron consultadas
en el Departamento de Letras de la UBA. Los Programas de la FFyL de la
UBA entre 2000 y 2019 editados por “Publicaciones de la FFyL” fueron con-
sultados en la Biblioteca Central Prof. Augusto Raúl Cortazar. A continuación
presentamos los programas digitalizados.
Teoría y Análisis Literario
(A y B) 2000 - 2001 - 2002 - 2003 - 2004 - 2005 - 2006 - 2007 - 2008 -
2009 - 2010 - 2011 - 2012 - 2013 - 2014 - 2015 - 2016 - 2017 - 2018 - 2019
(C) 2000 - 2001 - 2002 - 2003 - 2004 - 2005 - 2006 - 2007 - 2008 - 2009 -
2010 - 2011 - 2012 - 2013 - 2014 - 2015 - 2016 - 2017 - 2018 - 2019
Bibliografía secundaria:
Garayalde, Nicolás. 2019. “La enseñanza de Teoría literaria en la universidad.
Notas sobre la historia de la cátedra de Teoría literaria de la Escuela de
Letras de la UNC”. RECIAL. Vol. X, No 15, S/D.
Lacalle, Juan Manuel y Mariano Vilar. 2019. “Estudios literarios y lectura
distante: un primer acercamiento a la actualidad de la investigación en
las revistas académicas argentinas”. Anclajes. Vol. XXIII, No 1, pp. 19-40.
Ludmer, Josefina. 2009. Onetti. Buenos Aires: Eterna Cadencia.
Rabau, Sophie y Florian Pennanech. 2016. Exercices de théorie littéraire.
París: Presses Sorbonne Nouvelle.
Sarlo, Beatriz. 1972. “La enseñanza de la literatura. Historia de una castra-
ción”. Libros. Para una crítica política de la cultura. No 28, pp. 8-10.
Un hechicero lo hizo
Sobre las lógicas narrativas mágicas en la fantasía
ficcional
Guadalupe Campos
Aprendemos muy pronto, en la más temprana infancia, que uno de los atrac-
tivos principales de la ficción radica en su posibilidad de dejarnos habitar
historias que no se quedan encerradas entre las paredes claustrofóbicas de lo
posible. Entendemos con los años (o al menos algunos lo hacemos) que es
esta libertad la que permite, eventualmente, imaginar lo que hay más allá,
y con un poco de suerte correr esos límites, salir de lo que siempre fue así
cuando todo nos repite que no podría ser de otra manera, para cambiar la
realidad de vez en cuando.
El más recurrente de los elementos de trama que se usan para ampliar el es-
pectro de lo posible en un mundo ficcional es también uno de los primeros que,
como receptores de historias, conocemos: la magia. Nos familiarizamos con
pensar en otras realidades y otras reglas de posibilidad escuchando los cuen-
tos tradicionales que parientes amables nos contaron o leyeron para dormir,
allá cuando no teníamos acceso al mundo escrito1 . Esta vieja familiaridad con
1
Alguien que se haya criado en un entorno más dado a las historias de robots que a los
trarse en un mundo ficcional tan despegado del nuestro que ni la lógica ni las
leyes de la Naturaleza nos acompañan nos desconecta temporalmente de las
restricciones del sentido común y de las muchas maneras en las que nuestra
internalización de las expectativas adquiridas se empeña en adaptarnos a él2 .
Tal vez sea ese recentramiento lejos de lo-que-es y lo-que-debe-ser el que
permite conectar más fácilmente con lo negado y lo reprimido, y entrar en
contacto con nuestro propio deseo de una forma mucho más honesta y direc-
ta que la habilitada por un relato sobre, pongamos, un adolescente expulsado
del colegio que deambula en invierno por una ciudad hostil, conoce un par
de chicas y habla con su hermanita. Prueba de esto puede ser el hecho de
que las historias con entorno mágico ilimitado parecen invitar a su audiencia
a volver una y otra vez a ellas, en forma de cuento de hadas que se relata
montones de veces, del establecimiento de la corte del rey Arturo como ma-
triz de la narración imaginativa occidental desde el medioevo en adelante, de
la proliferación renacentista de libros de caballerías (hasta el punto de secarle
el seso a algún hidalgo no menos ficcional), del establecimiento de la matriz
del mundo de Tolkien (y tal vez en origen de Dunsany) como piedra de toque
de la fantasía del siglo XX, juegos de rol y videojuegos de fantasía incluidos,
y de la proliferación infinita de fanfics, obras derivadas, eventos de cosplay y
representaciones basadas en el mundo de Harry Potter.
Como dice el saber popular sobre la brujería, sin embargo, la magia siempre
tiene un precio, y el de un entorno mágico ilimitado necesariamente es bas-
tante alto. En términos ficcionales, sostener un relato de largo aliento en un
mundo en el que no hay restricciones a lo posible implica el riesgo constante
de incurrir en inconsistencias, o de caer en la tentación del deus ex machina
constante: después de todo, en un mundo en el que muchos personajes tie-
nen atributos divinos para modificar la realidad, ¿por qué no dejar que siempre
estén a mano para deshacer el conflicto con un movimiento de báculo o de
varita y un par de palabras raras? Pero un relato que descansa demasiado
sobre la magia como medio de resolución de problemas tiene problemas para
establecer conflictos que resulten lo suficientemente creíbles como para in-
volucrar emocionalmente al lector3 , y para sostener una línea de sucesos que
2
Evito adrede hablar de superyó, para no limitar el alcance dentro de los casilleros freudianos,
pero por supuesto que alguien con mejor formación psicoanalítica que la mía podría pensarlo
en esos términos.
3
Algo de esto puede pensarse desde la estética de la recepción (Jauss, 1982; Iser, 1987) o
resulte medianamente coherente: ¿por qué el mago pudo definir tan fácilmen-
te una batalla, pero sin embargo no pudo ayudar en el momento crítico para
ganar la guerra, que terminó dependiendo de la acción de aquel personaje sin
poderes que gracias si sabe blandir una espada? ¿Por qué se puede volver al
pasado a salvarle la vida a un personaje, pero no a advertir a los padres del
protagonista sobre que la muerte viene a buscarlos? ¿Por qué en un mundo
en el que los magos manipulan el destino y las fuerzas cósmicas a alguien
puede importarle la historia del pobre príncipe huerfanito que hace las veces
de héroe?
En un relato breve, como lo son los cuentos de hadas, este tipo de problemas
no llegan a resultar disruptivos para la trama: la magia puede ser perfectamen-
te ilimitada y caprichosa, porque de todas maneras todo se ordena alrededor
de un único episodio, cuya lógica no necesita coordinarse con la de otros
episodios siguientes. En una fantasía de largo aliento, sin embargo, la magia
virtualmente ilimitada necesita tener algunos parámetros para no desestabili-
zar la narración. Los recursos más frecuentes incluyen:
1. El establecimiento de un puñado de reglas que impiden una solución má-
gica para problemas que hacen a la construcción del mundo o al motor de la
trama. Es lo que ocurre con la limitación para regresar a los muertos y para
falsificar mágicamente recursos vitales en Harry Potter 4 , límite necesario para
mantener la tragedia inicial de la muerte de James y Lily y la economía ca-
pitalista con base monetaria y desigualdades sociales en la que se desarrollan
los personajes del mundo mágico.
2. Una jerarquía de poderes mágicos. Tal vez este sea el más básico y exten-
dido de los recursos: ante conflictos de intereses, si ambas partes interesadas
de enfoques cognitivistas (Bruner, 2004).
4
Técnicamente éste es un poder que está reservado a una de las reliquias de la muerte,
pero aun así el poder de la piedra no es exactamente el de volver los muertos a la vida, sino
el de traerlos a un mundo de los vivos al que ya no pertenecen. Nota aparte merecen los
giratiempos: en Prisionero de Azkaban, si bien se advierte sobre las paradojas temporales,
toda la trama está estructurada en torno a una premisa más semejante a la que guía la
primera temporada de Dark: si nadie vino a visitarte hoy, quiere decir que en el futuro no
elegirás este día para visitarte. Así Harry ve a su yo-futuro intervenir, y cuando llegue a ese
punto en el tiempo no cambiará nada, sólo performará la acción que se vio hacer en el pasado.
En buena medida el fracaso argumental de Harry Potter y el legado maldito radica en tirar
esta limitación por la borda, lo que genera huecos de verosímil interno imposibles de llenar.
son capaces de hacer magia, ninguna de las dos puede anular el problema tan
fácilmente. Incluso puede combinarse con una jerarquía de poderes, desbalan-
ceada en favor del Mal, que de esa manera puede dejar espacio al heroísmo
para los protagonistas. Es lo que ocurre en El Señor de los Anillos, donde
Gandalf y los elfos no pueden controlar tan fácilmente las amenazas de otro
mago poderoso como Saruman, y son fútiles para vencer de forma definitiva
en batalla directa a Sauron, que al ser uno de los más antiguos y poderosos
entre los maiar tiene demasiados recursos mágicos como para poder vencerlo
en ese terreno. Esto permite que, en última instancia, el conflicto se resuelva
por la destrucción por medios no-mágicos del Anillo que sostenía el balance
de fuerzas en favor de Mordor.
3. Por último, una forma de modulación que cayó en franco desuso después del
Iluminismo pero que supo ser muy operativa hasta entonces es la noción de que
todo lo que ocurre se ordena, quiera o no, siguiendo los designios de un orden
mayor al horizonte concreto en el que opera la magia, sea el Destino como en
las Metamorfosis de Ovidio o el designio divino en las formas cristianizadas
del relato mágico, como los relatos del ciclo artúrico desde Chrétien de Troyes
o los libros de caballerías como el Amadís de Gaula5 . Ni un mago escapa de
los Hados, y los grandes despliegues de Merlín o Urganda no son sino trucos
de feria frente a los designios del Todopoderoso.
igual de despreocupada sobre los destinos humanos que las demás, e igual
de dada (desde la perspectiva de la breve vida humana) a inclinar la balanza
hacia algo parecido a una stasis.
Algo semejante ocurre en Game of Thrones, o para el caso la saga de la
que derivan las primeras temporadas, Canción de Hielo y Fuego de G.R.R.
Martin. Allí el control humano sobre las fuerzas mágicas del mundo siempre
es problemático, muy a menudo experimental, y el origen de las fuerzas que
se blanden, cuando se las consigue manipular, puede parecer inclusive con-
tradictorio: ¿hay una conciencia divina que ordena los destinos? ¿Se trata,
en cambio, de un mundo natural con fuerzas muy vagamente conscientes y
contradictorias? En todo caso, el poder mágico es siempre limitado, y no es
garantía de victoria para las facciones que tienen acceso a él. El alcance de la
magia no es todopoderoso, apenas equivale a la posesión de otra tecnología.
Si nos atenemos a la resolución final de los conflictos en la serie, los muertos
vivos del Rey de la Noche y los dragones de Daenerys son en última instancia
ineficaces contra la más vieja de las armas: un filo en la mano de alguien que
se acerca demasiado.
Frente a una magia ilimitada, presentar un sistema sobrenatural en el que
los elementos mágicos representan un poder no por misterioso menos discre-
to sobre la realidad de los personajes implica algunas ventajas: no suele ser
necesario responder a la pregunta de por qué determinado problema no se
solucionó por medios mágicos, básicamente porque está establecido que la
magia puede fallar. De hecho, en este esquema se vuelve habitual el recurso
al conjuro fallido, en el que un intento de utilizar un hechizo o invocación
termina resultando ineficaz o incluso contraproducente para quien lo invoca.
Estos son mundos mágicos, sí, pero que no pertenecen a la magia, así que no
es necesario modularla con reglas ad hoc para mantener el verosímil: sólo hay
una energía más en juego, falible y limitada como las fuerzas de los personajes
y la naturaleza.
10
Debajo de un lago o subiéndose a una barca determinada, como en el Libro del caballero
Zifar, por ejemplo. Cabe señalar, sobre ese texto medieval, que su heterogeneidad también
es visible en la lógica diversa a la que parecen responder los elementos sobrenaturales que lo
componen.
Por último, la magia puede estar establecida como una fuerza extra de la
naturaleza, y como tal obedecer a normas explícitas y más o menos claras.
Los magos o alquimistas en este sistema no pueden hacer cualquier cosa,
sino sólo lo que sus habilidades y conocimientos les permiten, dentro de lo
establecido como posible en ese mundo, que necesariamente tendrá normas
y límites claros y mucho más restringidos que la norma de excepción que rige
a mundos mágicos ilimitados11 .
11
No contamos, entonces, a la saga de Harry Potter en este esquema porque pese a que
la existencia de una escuela de magia da a entender que lo sobrenatural obedece a reglas
precisas todo en el relato lo desmiente, y como comentamos antes, menos multiplicar dinero
y alimento o revivir a los muertos todo parece, en realidad, posible.
Bibliografía
Todo intento de definir un concepto dice más que la definición misma. Así
también hay un vínculo fundamental entre la definición de un género, la histo-
riografía literaria y cultural que recupera su historia y la jerarquización de los
géneros discursivos en un momento determinado de la historia. Desde esta
premisa, este artículo propone leer algunas representaciones que del género
crónica ha hecho la periodista Leila Guerriero 1 , una de las voces de mayor
1
Nacida en 1967 en la ciudad de Junín, Provincia de Buenos Aires, Leila Guerriero comenzó
su carrera periodística en el año 1991, en la revista Página/30. A partir de ese momen-
to, sus textos fueron publicados en medios internacionales y recibió varios premios como
el CEMEX-FNPI. Sus crónicas y perfiles fueron incluidos en antologías como La Argentina
crónica (Planeta, 2007), Mejor que la ficción (Anagrama, 2012) y Antología de la crónica
latinoamericana actual (Alfaguara, 2012), entre otras. Es autora de varios libros donde cul-
tiva diversos géneros periodísticos. En Frutos extraños (Aguilar, 2009) compila una serie de
perfiles de personajes excéntricos como “El clon de Freddy Mercury”, que narra la historia
de un imitador del célebre cantante; o “El rey de la carne”, donde se perfila la figura y el
entorno del empresario ganadero Alberto Samid. Además, la compilación incorpora crónicas
sobre variados temas como problemáticas de género, las empresas de venta directa o inclu-
so la vida en la Patagonia. También ha publicado los libros Los suicidas del fin del mundo
(2005), Una historia sencilla (Anagrama, 2013) y Plano americano (Universidad Diego Por-
tales, 2013). Sus ensayos sobre periodismo narrativo fueron compilados en la antología Zona
de obras (Anagrama, 2014), donde encontramos piezas de un enorme valor para la reflexión
sobre el género. Recientemente ha salido a la luz su libro Opus Gelber. Retrato de un pianista
(Anagrama, 2019) dedicado a la vida del músico argentino Bruno Gelber. Como compiladora,
editó la antología Los malditos (Universidad Diego Portales, 2011), donde recoge perfiles de
distintos artistas latinoamericanos (Alejandra Pizarnik, Gustavo Escanlar, Jorge Barón Bi-
za, entre otros) escritos por autores contemporáneos como Alan Pauls, Mariana Enríquez,
Alberto Fuguet o Juan José Becerra. Asimismo, como resultado de un taller de periodismo
narrativo dirigido por ella misma, compiló la antología Voltios. La crisis energética y la deuda
eléctrica (Planeta, 2017), donde se investigan las causas de los cortes de suministro eléctrico
Algunos de los ensayos de Zona de obras se pronuncian sobre esa relación, que
sobrevuela (o mejor dicho, bucea) por los textos de la antología. Uno de ellos,
“(Del arte de) contar historias reales”, publicado en Suplemento Babelia, El
país (España, 2010), sugiere mantener cierta prudencia frente al diagnóstico
No sólo sintetiza allí una genealogía, sino que además contiende con cierta
doxa que excluye la no ficción del campo de lo literario o, en todo caso,
considera que la ficción es la especificidad de la literatura. Esa confrontación
que Guerriero propone se basa en dos presupuestos: por un lado, la idea
de que la ficción es uno de los componentes propios de la novela y, por
otro, la postura según la cual esa noción de novela -definida por la ficción
como andamiaje principal- se ha vuelto socialmente inofensiva. Implícita en
estas palabras hay una serie de debates de larga data y una postulación del
testimonio como elemento de denuncia. Si la crónica está en el margen de
un sistema (que, paradójicamente, la vuelve central en el mercado), es su
dimensión testimonial la que engrosa el vigor denuncialista y la contribución
que ha tenido históricamente a la cultura democrática.
En “(Del arte de) contar historias reales”, Guerriero reflexiona sobre su práctica
con un fuerte tono tanto prescriptivo como descriptivo. Pero ambas operacio-
nes a menudo suelen estar dominadas por recursos retóricos como la metáfora
o la personificación, lo que implica que estas constituyen, en sí mismas, un
artefacto literario:
La no ficción latinoamericana hace estas cosas: imposta modos,
lenguas, busca metáforas, empieza por el final, termina por el
principio, se enreda para después desenredarse, se hace la tierna,
la procaz, la estoica, se escribe en presente perfecto, en castellano
antiguo, en primera persona, se hace la poética, la minimalista, la
muy seria, la barroca. Duda. Prueba. A veces se equivoca. Pero
existe: prueba. (64)
una falla, porque siempre hay, en las reflexiones de la autora, un espacio para
la mirada o el punto de vista. Así como la ficción en la crónica amerita una
reflexión, también la realidad: “no le encuentro sentido a transformar en ficticia
una historia que se ha tomado el trabajo de existir así, tan contundente” (58).
El manual de herramientas de Guerriero se constituye, en gran medida, por
sus propios textos. Por ejemplo, la crónica “La voz de los huesos”, incluido
en Frutos extraños, comienza con la descripción de un espacio repleto de
elementos óseos: “Apenas después, el texto revelaba que ése no era el cuarto
de juegos de un asesino serial, sino la oficina del Equipo Argentino de Antro-
pología Forense [. . . ] Pero aun cuando ese párrafo tiene un tono calculado,
una métrica medida y cada palabra está puesta con intención, no hay nada
en él que no sea verdad” (57). El compromiso con lo real es indefinible en
términos gnoseológicos, pero al menos sí se puede establecer una postura en
relación a la mirada. En esa mirada y en la distancia que construye hay –inde-
fectiblemente– un grado de ficción. Habíamos planteado que Guerriero parte
de una definición simple y tradicional de periodismo narrativo. Sin embargo,
su apuesta avanza hacia una suerte de prescripción que podría parecer cuasi
mágica: “todo lo que hay que hacer es permanecer primero para desaparecer
después” (33). La utopía de superar la paradoja del observador aproxima la
práctica del cronista a la del etnógrafo y a las exigencias de la observación
participante. Se trata de encontrar el lugar desde donde la propia presencia
no obstruya la emergencia de lo espontáneo: una escena, un detalle, una fra-
se y cualquier elemento que revele la singularidad de su objeto: el carácter
universal de la historia particular 14 . Para Guerriero, el periodismo –literario
o no– es lo opuesto a la objetividad: “Es una mirada, una visión del mundo,
una subjetividad honesta” (44), que reconoce su punto de vista como tal. En
“Todos juntos ahora” (Revista Sábado, El Mercurio, 2012), el punto de vista
también aparece como objetivo principal de la práctica:
Pero aun cuando todo eso salga bien, el resultado no será bueno si el periodis-
ta no tiene aquello que más le importa: “una mirada, su punto de apoyo para
mover el mundo” (68). En “Viajar, contar, viajar”, prólogo del libro Travesías
inolvidables, que reúne las mejores crónicas de viaje de la Revista Domingo de
El Mercurio, Chile, 2009, Guerriero adscribe a la misma idea: “Se puede ser
Thoreux, y ver la enormidad y lo minúsculo, o estar allí, parado, y escribir, otra
vez, sobre la inmensidad y la leyenda de la tierra patagónica: lugar común por
el que pasó la media humanidad. Viajar para contar es, sobre todo, eso: ver lo
que está pero que nadie ve” (114). O como dice en “Tenemos que hablar de
Petty” (Revista Sábado, El mercurio, Chile, 2012), “Si no estamos atentos,
desaparecerán ante nuestros ojos bien cerrados, mundos enteros” (137). En
suma, la importancia de la mirada es una idea recurrente en los ensayos de
Zona de obras. En “El periodismo cultural no existe, o los calcetines del pianis-
ta” (leído en un seminario de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano,
en 2011), Guerriero sostiene: “Todo lo que hizo Foster Wallace, además de
escribir asquerosamente bien, fue encontrar un punto de vista adecuado. Si
Arquímedes dijo: ‘Denme un punto de apoyo y moveré el mundo’, los perio-
distas deberíamos repetir ‘Denme tiempo para encontrar un punto de vista y
escribiré un texto’ ” (147).
Estas proposiciones sobre la práctica de escritura también se complementan
con un conjunto de “falsas prescripciones”, enseñanzas opacas que funcio-
nan como artefactos poéticos. En “Arbitraria” (Revista Sábado, El Mercurio,
Chile, 2011), Guerriero ofrece una secuencia de verbos en imperativo que
contienen muchas y muy diversas sugerencias: “Aguanten, les diría. Pasen por
las historias sin hacerles daño (sin hacerse daño) [. . . ] Y respeten. Tengan
en cuenta que trabajan con vidas humanas. Respeten” (13), pero luego agre-
ga: “Maten alguna cosa viva. Sean responsables de la muerte. Viajen. Vean
películas de Werner Herzog. Quieran ser Werner Herzog. Sepan que nunca
lo serán” (14); y más adelante enuncia: “Escriban sobre lo que les interesa,
escriban sobre lo que ignoran, escriban sobre lo que jamás escribirían” (15);
“Contemplen la música de las estrellas y de los carteles de neón” (15). La
textura de este ensayo gusta de los contrastes, los oxímoron y las contra-
dicciones, que en conjunto adquieren una fuerza argumentativa evidente, en
donde se combinan aparentes arbitrariedades con reflexiones éticas sobre la
tarea del cronista.
En suma, las aproximaciones definicionales que hemos visto proponen enun-
ciados singulares y distintivos respecto del conjunto de caracterizaciones que
prevalecen en los discursos metatextuales. En el caso de Guerriero, lejos de
toda intención de consolidar una epistemología de la crónica, las definiciones
de periodismo narrativo que propone combinan, tanto en el sintagma que lo
designa como en las descripciones que lo ilustran, una mirada que contempla
la combinación de dos ámbitos institucionales: el periodismo y la literatura.
Sin descartar la definición tradicional y normativa, la crónica es una forma
discursiva que excede los límites de la autonomía estética y que interviene al
mismo tiempo en una doble dirección: al interior de las instituciones vincu-
ladas con la literatura y hacia todo el espectro de la discursividad social. La
referencia del metatexto prescriptivo de Guerriero en relación a manifesta-
ciones empíricas se establece también en dos direcciones: hacia los grandes
referentes del periodismo narrativo convocados por la propia cronista en sus
ensayos, y hacia el conjunto de crónicas donde Guerriero pone en juego su
propuesta. Sin embargo, hay que precisar que allí donde parece que el meta-
discurso de la autora se vuelca sobre la concepción normativa o prescriptiva
del género, en rigor lo que vemos es una oscilación entre la enseñanza del
libro-taller, y la “falsa prescripción” (o prescripción lúdica) que juega con el
estilo instructivo pero termina funcionando como un aforismo que interpela
de manera urgente a sus intérpretes.
Bibliografía
Bibliografía general
Cristian Palacios
juntos para desempeñar el rol que cabe asignarle a todo juguete que se precie:
ser el objeto de juego de un niño.
A la luz de la cuarta película todo cambia, sin embargo, y comprendemos que
la primera puede bien ser considerada el preludio de una serie que ya no cuenta
una historia centrada en la infancia de Andy, sino la historia particular de un
grupo de juguetes, a los que les ocurren cosas que solo podrían ocurrirles
a un grupo de juguetes. De lo que se trata, desde entonces (por lo menos
desde la segunda película) es de la vida cotidiana de la mercancía.1 No de
cualquier mercancía, claro, porque después de todo el juguete es una forma
muy particular de la mercancía, que sin escapar a algunas de las fórmulas
clásicas del modo en que tratamos a la mercancía, se nos impone como un
modelo de bien cultural muy específico. El juguete entraña, por ejemplo, la
fetichización de la mercancía por excelencia, superado en este punto solo
por el arte contemporáneo donde a menudo la crítica a la forma-mercancía
del arte se vuelve la forma-mercancía por excelencia, aquella cuyo valor está
plenamente determinado por el propio mercado del arte. Volveremos sobre
este punto.2
En la película de 1995 el trasfondo era más bien infantil o pre-adolescente. El
despertar de Buzz a la conciencia de ser un juguete como eco de la pérdida
de la ingenuidad de la infancia; los celos de Woody ante la llegada de su
competidor como trasunto de los celos de cualquier niño frente la llegada de
1
Estamos ante un caso clásico de descentramiento de una trilogía cerrada que de pronto se
expande por razones estrictamente comerciales. Aunque en este caso el resultado resignifica
la trilogía original en lo que resulta una tetralogía de sentido pleno centrada, como hemos
dicho, en la historia particular de un grupo de juguetes.
2
Ello sucede en mayor o menor medida en todos los lenguajes artísticos pero se hace más
evidente en la esfera de lo que en algún tiempo se llamó artes visuales. Mientras que para el
cine, el teatro, la música o la literatura sigue primando la ilusión de que el valor de cambio se
encuentra en alguna medida determinado por el esfuerzo que la obra ha llevado en realizarse
o por la cadena de valores que su producción pone en juego (enorme en el caso del cine,
el circo o la ópera) para el caso de las artes visuales contemporáneas ha llegado a quedar
cada vez más claro que el valor no reside en absoluto en la cosa misma sino en las relaciones
sociales que legitiman tal o cual obra, tal o cual artista en absoluta independencia de la virtud
técnica o intelectual que comporte, sin que esto le impida ni por un segundo a un subastador
de Sotheby’s declarar que el bien que pone a la venta es una obra maestra que soportará los
embates del tiempo y la crítica (http://www.sothebys.com/en/departments/contemporary-
art/videos.html?bctid=1917824946001bclid=699981330001). Ver también Graw 2017.
Bibliografía
Daniel G. Gutiérrez
Este trabajo se centra en El mundo de cristal (1966), una de las cuatro no-
velas de J. G. Ballard que conforman –siguiendo la clasificación propuesta por
Capanna (2019, pp. 72-73)– la fase catastrófica de su obra literaria. Según
Umberto Eco (1998), todo texto es pasible de tres grandes posibilidades de
interpretación. Por un lado, hay interpretaciones legítimas, por las cuales el
texto exige ser interpretado de una determinada manera en función de las
marcas o señales explícitas que guían su correcta decodificación. Por otro
lado, hay interpretaciones legitimables, que posibilitan interpretar un texto de
acuerdo a las marcas o señales implícitas que habilitan una lectura consisten-
te. Por último, hay interpretaciones aberrantes, que son aquellas que no se
desprenden de ninguna manera del texto, es decir, no hay forma de sostener
ciertas interpretaciones basándose en el material textual. Con el afán de jus-
tificar la interpretación legitimable que se ofrecerá en el presente trabajo, se
brinda a continuación una breve semblanza de la poética ballardiana.
En la llamada tetralogía catastrófica, Ballard realiza una operación textual en
buena medida idiosincrática. Dejando de lado su problemática filiación gené-
rica (fantástico, ciencia ficción, clima ficción)1 , el rasgo procedimental que
1
No está dentro de los límites del presente trabajo abordar esta espinosa problemática, pues
las obras que conforman la tetralogía catastrófica de Ballard no son fáciles de encasillar
en un género determinado. Según una de las definiciones más extendidas, cualquier obra
en la que un hecho inesperado irrumpe en el curso normal de los acontecimientos dejando
en la duda permanente tanto al lector como a algún personaje acerca de la explicación
racional de esa irrupción es una obra fantástica (v. Todorov, 1981, p. 15). También es
considerada fantástica toda obra cuya diégesis “se localiza en alguna parte indeterminada”
entre lo real y lo irreal (v. Jackson, 1986, p. 17-18). En este sentido, la obra catastrófica de
Ballard puede ser considerada literatura fantástica. Sin embargo, la producción ballardiana
suele ser encasillada dentro del género de la ciencia ficción, aunque se trata de una ciencia
ficción (intimista) un tanto heterodoxa (v. Capanna, 1993, p. 20-25; 2009, p. 18; 2015, p.
10). Darko Suvin sostiene que la ciencia ficción es un género meta-empírico y no realista
que produce extrañamiento cognitivo (es decir, incita a la reflexión crítica e instala la duda
metódica a la vez que exige tanto del autor como del lector no sólo un conocimiento positivista
y especializado sino también una comprensión orientada a la madurez crítica y creativa; v.
Suvin, 1973). Esta acepción amplia de ciencia ficción permitiría incluir dentro de las fronteras
del género obras tan heterodoxas como las de Ballard. Por otra parte, la tetralogía que
comienza con El viento de ninguna parte (1962) y con El mundo sumergido (1962) sienta
las bases de un nuevo (sub)género (inevitablemente distópico) denominado clima ficción, el
En términos más subjetivos, la mirada (que puede ser vinculada con el polo
subjetivo o con el yo) en su inherente movimiento hacia configura el afuera,
a la vez que este afuera determina las posibilidades de su configuración. De
todos los actos intencionales hay uno que resulta privilegiado: la percepción.
La percepción da el objeto ‘en carne y hueso’ (leibhaftig), sin mediaciones.
Esto garantiza el conocimiento del objeto (mundo o afuera). Pero este co-
nocimiento del objeto nunca es total ni acabado, sino que lo conocido por la
percepción es una cara, un perfil, un escorzo del objeto. Fenomenológicamen-
te, se habla del objeto como aquel fenómeno que presenta un horizonte de
indeterminación determinable 5 . El conocimiento del objeto se puede ir com-
plejizando y cumplimentando recorriendo perceptivamente más y más caras
del mismo, aunque nunca se dará de forma completa. El conocimiento es, en
de su devenir material y temporal. Quizá la diferencia más evidente con El mundo de cristal
radique en que en “El hombre iluminado” la acción está más estancada –lo que, por otra
parte, significa mejor el tema que aborda– en tanto se centra en la crisis espiritual del ser
humano ante la perspectiva de cristalización eterna. Sin embargo, como bien observa Baker,
tanto en “El hombre iluminado” como en El mundo de cristal (pero también en las otras
tres novelas del período catastrófico), “this itself has an interior, psychological root: slowing
or freezing time is connected to the ‘fugue’ states which the protagonists of these fictions
increasingly experience” (2008, p. 17).
4
Ver Husserl (1992, §47).
5
Ver Husserl (1992, §§24, 27, 28, 29, 41).
II
de sus ramas brotaban haces de luz que parecían flores líquidas” (El mundo
de cristal, p. 181), “Una leve capa de polvo cubría la carrocería y los asientos,
y parecía que el coche no fuera ya sino un recuerdo lejano de sí mismo, y el
tiempo se hubiera condensado sobre él como un rocío” (La sequía, p. 43),
“La luz de miríadas de organismos fosforescentes se acumulaba en cardúme-
nes, como halos sumergidos” (El mundo sumergido, p. 73). Reflexionando
fenomenológicamente sobre la imagen poética, Bachelard resalta el carácter
ontológico de la misma, en tanto unidad viva de sentido. A tal efecto, indica
que toda imagen poética posee dos notas co-esenciales: la repercusión y la
resonancia, donde la primera llama “a una profundización de nuestra propia
existencia”, mientras que la segunda se disemina de manera exuberante “sobre
los diferentes planos de nuestra vida en el mundo” (Bachelard, 2000, p. 12).
Ahora bien, ¿cómo aparece toda esta imaginería hilada en la trama textual
de El mundo de cristal?
Puede pensarse que en el texto hay dos niveles que manifiestan la residualidad
de lo humano: un nivel intra mundum y un nivel extra mundum. En el primer
caso se trata del espacio de lo humano representado por los personajes (aún)
no infectados (por ejemplo, Sanders), espacio que desecha a esa porción de
lo humano ya infectado (por ejemplo, Suzanne y los leprosos). En el segundo
caso se trata de lo humano como un todo, que es tomado como desperdicio
a reciclar por el movimiento cósmico de cristalización.
En efecto, el mundo diegético presenta un otro absolutamente radical, incog-
noscible, una naturaleza-otra que va expandiéndose por y compenetrándose
con todo el espacio de lo conocido. Para que este otro indecible e indescifrable
se manifieste no es necesario el contacto epistemológico ni el choque cognos-
citivo, en términos de Pratt, sino que basta la fuerza absorbente de lo mismo
en lo sustancialmente otro. El contacto se establece entre dos territorialida-
des inconmensurables. Entre la de un movimiento cósmico de cristalización
que está más allá de las constantes valorativas de lo cotidiano y la de un es-
pacio inherentemente familiar que no concibe lo otro-imposible (la catástrofe,
que etimológicamente –del griego kata-strophé–, supone la inversión total del
orden natural).
El movimiento cósmico de cristalización se manifiesta en su ser como una
inercia desencarnada pero material, posesiva y obsesa por la pulsación hy-
“del otro lado”, sin ver nada en particular, sólo por mirar, como el movimien-
to cósmico de cristalización que los infecta y avanza imperturbable desde
una inaprehensible zona cognoscitiva. El texto, mediante el dispositivo de la
mirada, construye y relaciona así una dualidad espacial cuyo “único vínculo
existente” con lo otro-de-sí reside en la diferencial potencia perceptiva inhe-
rente a cada uno de sus habitantes como un todo. En ambos casos, pues, hay
completitud y carencia en el mismo movimiento. Lo otro está ahí, frente-a. Es
kinético, sintiente. El movimiento cósmico es voraz, como las miradas de los
leprosos en la oscuridad 9 . Va en busca de alteridades completantes, acalla-
das pero constitutivas. El movimiento cósmico se autoinstala como principio
ontológico de una nueva configuración de la materia cifrada en la disolución
de la diferencia entre espacio y tiempo.
Esta nueva configuración de la materia es celebrada por los únicos seres ma-
teriales que logran intuir su naturaleza redentora: el cortejo de leprosos en-
cabezados por Suzanne; una célula social habitada por miembros mutilados,
lacerados, degradados y carentes ya de toda proyección mundanal:
Una vez más, el texto logra construir una imagen poética (esta vez de todo
el cosmos y ya no de una ínfima porción del mismo), mediante la vinculación
de dos estados de cosas que se revelan antitéticos, el inicio temporal y la
transformación material del universo frente a la consumación material y la
quietud temporal de su ser11 .
III
IV
13
Respecto del carácter filosófico de sus primeras novelas, Firsching apunta que Ballard “has
designed the fiction to frustrate conventional expectations so as to confront the reader with
uncertainty and doubt, with a world of multiple meanings... or perhaps of no meaning at all”
(1985, p. 297).
Bibliografía
El slam
El tercer-espacio
El teórico Homi Bhabha plantea que en las zonas de contacto cultural, allí
donde el colonizador se encuentra con el colonizado, lugar que él llama “tercer-
espacio” (Bhabha, 2013, p. 13), es donde surgen “identidades híbridas”. Me-
lissa Lozada-Oliva, como hija de inmigrantes latinos6 y perteneciente a la
primera generación latina nacida en los Estados Unidos, es un ejemplo per-
fecto de las identidades híbridas de las que trata Bhabha. La posición en un
tercer espacio le otorga a Lozada-Oliva una visión particular, ya que le son
asignadas etiquetas y roles que van más allá de aquello que ella puede com-
batir. Por un lado, Lozada-Oliva nace en Estados Unidos, lo cual le asigna su
nacionalidad estadounidense, al mismo tiempo que es presionada (no solo por
su familia, sino como ella misma menciona a lo largo del poemario, por sus
compatriotas norteamericanos) a mostrar sus raíces latinas a través del modo
de pensar y de actuar: “americans need a name for everything & I changed /
mine before they could butcher it / your eyebrows they look like trees / ay
/ ay / ay / ay / mami says let me tell you about sadness” 7 . De este modo,
hasta la cualidad más intrínseca como la emoción queda comprendida en una
norma regida por la cultura y la tradición que le son asignadas y, a su vez, a
las que no cree pertenecer. Es esa misma grieta la que habitan identidades
como la de Lozada-Oliva, quienes son presionados8 a integrarse tanto a una
sociedad que conocen y que los estigmatiza, como a una que no conocen y
no habitan pero con cuya tradición cultural cargan (Lozada-Oliva, 2011):
6
En el presente trabajo, se tomará el uso de los términos “latino” y “americano” del mismo
modo que es tratado en la poesía de Lozada-Oliva; es decir, como expresiones cristalizadas
que permiten definir las dos identidades que son puestas en juego en el poemario.
7
Esta y todas las citas subsiguientes de los poemas de Lozada-Oliva corresponden a su libro
Peluda (2017).
8
Lozada-Oliva sugiere que la presión social se ejerce particularmente a través de dos formas:
políticas gubernamentales y presión social. Para la primera, ver Lozada-Oliva (2011) “Donald
Trump’s fear of Spanish reveals the power in our language — and identity”. La segunda,
aparece a lo largo del poemario al representar otras voces de vecinos, compañeros/as, como
por ejemplo la transcripción que hace del discurso de Katherine en “House Call”; también
aparecen estas voces en el artículo “a light-skinned latina like me will never be able to live in
the light of whiteness” (Lozada-Oliva, 2015). Sin embargo, también es importante resaltar
que muchas veces esa presión proviene de sí misma, de querer encajar en los estereotipos
sociales de su ambiente (“saying yes, yes, this is how i am supposed to be”)
Así, todo aquello que traiga desde afuera hacia su hogar genera rechazo (en
especial por parte de su madre como aparece en “You know how to say arroz
con pollo but not what you are”), así como todo aquello que lleve desde su
hogar hacia afuera también le impide ser comprendida (por la “white peo-
ple]” 9 ) como norteamericana. En sus poemas, las etiquetas siempre aparecen
impuestas por los espacios y su condición de híbrida la condena a ser latina y
estadounidense, así como a no ser por completo ninguna de las dos.
En sus poemas se da un fenómeno frecuente en bilingües, el “code-switching”:
cambiar de idioma de una palabra a la otra, frases mixtas, repletas de présta-
mos. Muchas veces esto aparece al ponerles voz a los miembros de su familia,
o para mencionar algo que une profundamente con la cultura latina o con su
propia historia latina: “I always wear heel to la fiesta” (entonación en “fies-
ta”). Lozada-Oliva marca las voces de su familia hispanohablante a través de
la emulación de la oralidad: “Ay -carajo-shit! has a medal around her neck”.
Otro de los mecanismos que utiliza Lozada-Oliva es la deformación ortográ-
fica, con el objetivo de imitar los sonidos: “let me tell you about e-starving.
about no college no high e-school. Melissa” o también “joo should do dis, joo
don’t need my help”. También realiza intercambios de palabras basados en su
parecido fónico, como por ejemplo: “he doesn’t leave here anymore. live”. Su
lengua se encuentra en los in-betweens, de modo tal que su español, como
ella misma dice en su poema “You Know How to Say Arroz con Pollo but not
What you Are”, es como “[a] phantom limb-reaching for words & only finding
air”.
Esta visión muchas veces se tiñe de estereotipos norteamericanos sobre la
9
“It means that I’m the color white people want to be, but white people don’t actually want
to be me” “a light skinned latina like me will never be able to live in the light of whiteness”
(Lozada-Oliva, 2015)
Lo femenino
cuerpo.
Peluda
Todos estos temas confluyen en la construcción del retrato que la autora pinta
de sí: una mujer peluda, una mujer-lobo, un monstruo. Esta imagen aparece a
lo largo de todo su libro Peluda, desde el nombre hasta la imagen de portada.
Sin embargo, la valoración va cambiando, al comienzo con una valoración
negativa: el monstruo lo consume todo, ella es todo monstruo y nada mujer
(“we can see jor face now.”). Sin embargo, a medida que Lozada-Oliva reclama
su identidad la imagen cambia: “ode to brown girls with bangs”, “i always
choose the tail”. El título es una oda a su aceptación. En una entrevista
explica que Peluda es un “term of endearment”, una forma cariñosa de referirse
a aquello que sería motivo de inseguridad.
En otro artículo para The Guardian, titulado “Donald Trump’s fear of Spanish
reveals the power in our language — and identity”(2011), la autora añade:
Scholar Jeffrey Jerome Cohen argues that monsters are “born only
at [a] metaphoric crossroads, as an embodiment of a certain cultu-
ral moment” which “quite literally incorporates fear, desire, anxiety,
and fantasy . . . giving [monsters] life and an uncanny indepen-
dence.” The political rhetoric of our time is one in which political
leaders have demonized woman caught at a political crossroads.
With this definition in mind, we can follow Lozada-Oliva’s speaker
transformation into the very monster our president and this po-
litical environment fear most: a person not easily classified, who
does not conform to idealized beauty standards. (Ponce, 2017)
emociones, para lograr insertarse en una sociedad que los integra al mismo
tiempo que los condena a una función meramente utilitarista.
Conclusión
Bibliografía
trumps-fear-spanish-power-language-identity
Lozada-Oliva, Melissa (2015, 8 de agosto). “A light-skinned Latina like me will
never be able to live in the land of whiteness”. The Guardian. Recuperado
de: https://www.theguardian.com/commentisfree/2015/aug/08/light- skinned-
latina-never-live-in-land-of-whiteness.
Lozada-Oliva, Melissa (2017). Peluda. Minneapolis, United States of America:
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Ponce, Gionni (2017). “Monstrous Woman: Peluda by Melissa Lozada-Oliva”.
En Kenyon review. Recuperado de: https://www.kenyonreview.org/reviews/
peluda-by-melissa-lozada-oliva-738439/.
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of Multi-Disciplinary Research Volume 1, Issue 2, February 2017.
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chos: notas sobre cosmopolitismos vernáculos. Buenos Aires: Siglo Vein-
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Conferencia.
Somers-Willett, Susan B. A. (2009). The Cultural Politics of Slam Poetry:
Race, Identity and the Performance of Popular Verse in America. Michi-
gan: The University of Michigan Press.