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Marxismo analítico: breve examen crítico

Por Ariel Petruccelli

Taller, Revista de Sociedad, Cultura y Política, Vol. 4, Nro 10, julio de 1999, pp. 69-90.

¿Qué es el marxismo analítico?

El marxismo analítico no constituye una corriente filosófica homogénea. Se trata,


más bien, de un conjunto de pensadores1 interesados en ciertas problemáticas comunes, a
las que analizan siguiendo los criterios de la filosofía analítica de la ciencia. Las cuestiones
abordadas por los marxistas analíticos son primordialmente de orden teórico y
metodológico, manteniendo estos autores un imperturbable compromiso con la necesidad
de abstracción. En muchos aspectos los desarrollos teóricos de esta «corriente» se
contraponen al grueso de las «tradiciones» marxistas: por ejemplo la desestimación de la
dialéctica, el reconocimiento de la teoría económica neoclásica, la utilización de
herramientas conceptuales provenientes de la teoría de juegos, o el interés por la ética y las
discusiones en torno al carácter justo o injusto del capitalismo. Debido a esto no faltó quien
se preguntara por qué estos pensadores pueden llamarse marxistas. La respuesta
proporcionada por Jhon Roemer –uno de los principales representantes de esta escuela– es
que los temas por ellos tratados derivan directamente del pensamiento de Marx: estudian el
materialismo histórico, reflexionan sobre la explotación, se interesan por las clases sociales
y su organización... aunque lo hacen recurriendo a instrumentos conceptuales
tradicionalmente ajenos a las principales corrientes marxistas.

Este recurso a «elementos extraños» debe sonar en muchos marxistas a herejía o


revisionismo. Pero un marxismo intelectualmente vital debe ser capaz no sólo de confrontar
con otras teorías sociales, sino también de aprender de ellas e incorporar a su corpus teórico
ciertos problemas y desarrollos que puedan ser considerados legítimos. En este sentido, el
marxismo analítico sigue planteando problemas vigentes para la filosofía, la historia y la
sociología.

Han sido tres los grandes problemas abordados por los marxistas analíticos hasta el
momento. El primero de ellos reviste carácter ético: las discusiones se han concentrado en
torno a la justicia o injusticia del orden capitalista. El segundo tiene carácter económico:
han polemizado sobre la teoría del valor-trabajo y han pretendido reconstruir la teoría
marxiana de la explotación utilizando la teoría de juegos. Pero el debate más importante ha
tenido por eje problemas metodológicos y a enfrentado a G. Cohen con J. Elster. Cohen
sostiene que el materialismo histórico puede reconstruirse como una teoría que proporciona
explicaciones funcionales; mientras que Elster ha lanzado una serie de ataques frontales

1
Entre los marxistas analíticos más destacados se cuentan Gerald Cohen, Jon Elster, Jhon Roemer, Phillipe van Parijs, Adam Przeworsky
y otros.

1 1
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contra las explicaciones funcionales en general (y marxistas en particular), defendiendo la


necesidad de recurrir a explicaciones de carácter intencional. Por razones de espacio vamos
a concentrarnos en esta última polémica metodológica, con mucho la más influyente.2

Gerald Cohen y las explicaciones funcionales

Habitualmente se identifica el origen del marxismo analítico con la publicación de


Teoría de la historia de Karl Marx: una defensa, de Gerald Cohen.3 En este importante
libro su autor sostiene que el materialismo histórico es una teoría determinista tecnológica
que utiliza explicaciones funcionales.

Según Cohen las tesis fundamentales del materialismo histórico pueden resumirse de
la siguiente manera:

1) El nivel de desarrollo del las fuerzas productivas de una sociedad explica la


naturaleza de su estructura económica, y
2) su estructura económica explica la naturaleza de su superestructura.
3) La estructura económica de una sociedad promueve el desarrollo de las fuerzas
productivas, y
4) la superestructura de una sociedad estabiliza su estructura económica.4

Nos encontramos aquí ante una explicación típicamente funcional: las relaciones de
producción (estructura económica) cumplen con la función de desarrollar a las fuerzas
productivas, y pervivirán en tanto y en cuanto resulten eficaces en esta tarea; la
superestructura, a su vez, es funcional a la estabilización de las relaciones de producción, lo
cual explica su existencia. Cuando las relaciones de producción dejan de ser funcionales al
desarrollo de las fuerzas productivas se inicia un proceso de revolución social que debe
culminar en el establecimiento de una nueva estructura económica, nuevamente funcional
al desarrollo (temporalmente interrumpido) de las fuerzas productivas; y
concomitantemente se reformará la superestructura, con el objeto de estabilizar a las nuevas
relaciones productivas. Toda esta argumentación se basa en el supuesto o tesis de la
primacía de las fuerzas productivas.

Pero la teoría de Cohen tiene otro supuesto no menos fundamental: la tesis del
desarrollo, según la cual las fuerzas productivas tenderían universalmente a desarrollarse a
lo largo de la historia. Y este supuesto es primordial. Más allá de la legitimidad o eficacia
de las explicaciones funcionales, el esquema de Cohen se vendría debajo de no poder
fundamentar la existencia y férrea necesidad de esta tendencia. De ocurrir esto último, su
esquema funcional no podría explicar lo que resulta fundamental para el materialismo
histórico: la transformación social. Aún cuando el recurso al tipo funcional de explicación
estuviera teóricamente justificado (cosa que, como veremos, impugna Elster) tal recurso
debería orientarse a buscar y/o establecer otro/s tipo/s de correlaciones funcionales (por

2
En «Notas críticas a la teoría general de la explotación y de las clases, de Jhon Roemer», Bs. As., Herramienta, 5, prim.-ver. 1997-98
hemos criticado los desarrollos analíticos en lo que hace a la teoría de la explotación.
3
Gerald Cohen, Teoría de la historia de Karl Marx: una defensa, México, Siglo XXI, 1986.
4
Gerald Cohen, «Réplica a "Marxismo, funcionalismo y teoría de juegos" de Elster», Zona Abierta, 33, pág. 70-1.

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ejemplo que las relaciones de producción perviven porque son funcionales a la necesidad
conjunta de explotar a los trabajadores y mantener bajo su nivel de combatividad y
organización; y que se transforman cuando dejan de ser funcionales a uno o ambos
aspectos).

Ahora bien, ¿cómo explica Cohen la existencia de una tendencia general al desarrollo
de las fuerzas productivas? Su argumento consta de tres postulados básicos y de uno
adicional. Veamos.

a) Los seres humanos son en cierta medida racionales, por lo que saben como
satisfacer ciertas necesidades imperiosas y están dispuestos a apoderarse de los
medios para satisfacerlas, y a emplearlos.
b) La situación histórica de los hombres es una situación de escasez, es decir que,
dadas sus necesidades y el carácter de la naturaleza externa, los hombres no
pueden satisfacer sus necesidades a menos que empleen la mayor parte de su
tiempo y energía en hacer algo que de otra forma no harían.
c) Los hombres poseen una inteligencia de un tipo y un grado que les permite
mejorar su situación.5

A estos tres postulados básicos Cohen agrega uno adicional (que le permite sortear
ciertas objeciones a los primeros), a saber, "que las sociedades rara vez reemplazan un
conjunto de fuerzas productivas por otro inferior".6

Lo curioso de todo esto es que, para justificar una de las tesis fundamentales de su
construcción teórica (el desarrollo de las fuerzas productivas), Cohen debe recurrir a una
argumentación que coloca en un lugar prioritario a la intencionalidad de los sujetos y, en
consecuencia, a la modalidad intencional de explicación. El recurso a la racionalidad de los
hombres –punto a)– sólo es compatible con algún tipo de explicación intencional, puesto
que únicamente la acción intencional de los agentes puede ser racional. En contra de su
objetivo manifiesto, Gerald Cohen no puede prescindir del recurso a la explicación
intencional, no ya para explicar «detalles menores» o las vicisitudes a corto plazo de la
lucha de clases (en contraposición a su resultado a largo plazo –que es, como veremos, el
reducido y subordinado ámbito de relevancia que le concede a la explicación intencional–,
sino para explicar un aspecto central del materialismo histórico.

De momento nos contentamos con mostrar que la tesis del desarrollo de las fuerzas
productivas (lógicamente coherente) debe incorporar en su seno un importante elemento
intencional.7 Sin embargo, también es posible oponerle una serie de objeciones: a) su
concepción de la racionalidad es a-histórica; b) nada prescribe que, por principio, esta
tendencia deba imponerse siempre sobre otras; c) la evidencia empírica nos muestra que tal
tendencia se ha visto en muchas ocasiones limitada, distorsionada o frustrada por el
«choque» con otras tendencias sociales.

5
Gerald Cohen, Teoría de la historia de Karl Marx, pág. 168.
6
Ídem, pág. 170.
7
Paulette Dieterlen, en Marxismo analítico, México, Fac. de Filosofía y Letras, UNAM, 1995, reconstruye las tesis del Prefacio de 1859
combinando explicaciones funcionales e intencionales.

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Explicaciones intencionales: Jon Elster

Jon Ester ha mantenido, a lo largo de una considerable serie de escritos, una


hostilidad intransigente contra la forma funcional de explicación, cuando la misma es
aplicada en historia o sociología (le reconoce validez en ciencias biológicas). Su crítica, sin
embargo, puede ser descompuesta en dos partes: 1) la crítica de los trabajos concretos de
investigación de historiadores y sociólogos (en especial marxistas) que recurren a
explicaciones funcionales (las cuales pueden ser erróneas o estar falsamente sustentadas,
pero ello no invalida la posibilidad en principio de utilizar explicaciones funcionales
sólidas); y 2) la condena teórica y metodológica a las explicaciones de este tipo. El primer
aspecto (como el propio Cohen lo reconoce) se haya en buena medida justificado y posee
pertinencia. El segundo aspecto, por el contrario, parece una exageración.

Elster pretende que las explicaciones funcionales no pueden ser aplicadas a las
ciencias sociales (serían seudoexplicaciones). Su modelo explicativo coloca en un
primerísimo plano a las explicaciones teleológicas o intencionales, complementadas por
explicaciones causales. ¿Cuáles son las razones por las que rechaza las explicaciones
funcionales?

Como primera medida debemos advertir que las opiniones de Elster han ido
evolucionando con el transcurso del tiempo, en buena medida como resultado de una serie
de «escaramuzas» libradas con Gerald Cohen, y en las que este último –según el juicio (que
compartimos) de varios autores– ha salido victorioso.8

Aquí presentaremos un bosquejo simplificado de sus críticas a la explicación


funcional y de la concomitante defensa del individualismo metodológico.

Elster ha definido al análisis funcional (y en este punto no ha variado) como aquél


que explica los fenómenos sociales en términos de sus consecuencias beneficiosas para
alguien o algo; contraponiéndolo al análisis o explicación por causas (explicación causal) o
por consecuencias intencionadas (explicación intencional). Comprende perfectamente que
tanto la explicación funcional como la intencional son teleológicas, pero arguye que la
primera introduce una variedad objetiva de teleologismo, caracterizada por estar orientada
hacia un fin carente de actor proponente y por ser difícilmente falsable. Por el contrario, la
explicación intencional recurre a una teleología subjetiva (cuenta con un sujeto de la
intención) que es plausiblemente falsable.

Otra crítica de Elster sostiene que la explicación de un hecho por sus consecuencias
beneficiosas parece confundir la atribución de una función a A con la explicación funcional
de A; sin reparar en que las consecuencias beneficiosas pueden ser accidentales o, aún no
siéndolo, en que tanto A como su función benéfica pueden ser efectos de una tercera
variable.9
8
Ver, Ph. van Parijs, «El marxismo funcionalista rehabilitado. Comentario sobre Elster», Zona Abierta, 33, 1984; A. Wood,
«Materialismo histórico y explicación funcional», Zona Abierta, 43-44, 1987; Andrés de Francisco, «Marxismo analítico: teoría y
método», Zona abierta, 48-49, 1988.
9
Elster también ha indicado que "las consecuencias positivas a largo plazo no intencionales y no reconocidas de un fenómeno no pueden
explicarlo cuando sus consecuencias a corto plazo son negativas". «Marxismo, funcionalismo y teoría de juegos. Alegato a favor del

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5

Muchos autores han señalado que estas críticas están hechas "sobre la base de una
caricatura de la explicación funcional".10 Por ejemplo, Andrés de Francisco sostiene que
"cualquier metodólogo funcionalista sabe [...] que la explicación funcional no se apoya en
los efectos concretos de un hecho aislado, sino en la tendencia o disposición de una pauta
de conducta o institución para producir dichos efectos; efectos que, sobre una magnitud
temporal de largo alcance explican la permanencia de aquella institución o pauta". 11 El
mismo Cohen afirma que la forma correcta de explicación funcional, suponiendo que
tuviéramos una causa e y un efecto f, no es «ocurrió e porque ocurrió f» (lo que tendría el
defecto fatal de presentar un hecho posterior como causa de un hecho anterior), ni tampoco
«ocurrió e porque causó f»: la fórmula correcta de la explicación funcional es «ocurrió e
porque causaría f».12

De todos modos, Elster sabe que su exposición de la explicación funcional tiene


mucho de parodia. Pero insiste en considerar legítima su versión «caricaturizada» porque
"piensa que es, tristemente, la versión imperante en las explicaciones marxistas".13 Esto nos
retrotrae a lo que afirmáramos líneas arriba: parece haber un desfasaje entre las críticas de
Elster a explicaciones concretas, y su crítica filosófica o teórica a las explicaciones
funcionales en general.

Sin embargo, nos queda por reseñar su objeción más sustancial a la modalidad
funcional de explicación: un hecho nunca quedará explicado por sus consecuencias a menos
que podamos señalar una conexión retroactiva causal entre las consecuencias (explanans) y
los hechos que la producirán (explanandum). Cohen replicó a este argumento sosteniendo
que no es necesario conocer cuál es el mecanismo de retroalimentación: basta con suponer
su existencia. Luego de esta réplica Elster moderó su postura, aceptando que la explicación
funcional puede ser legítima asumiendo la existencia de algún mecanismo de
retroalimentación, aún cuando las posibilidades de encontrarlo sean prácticamente nulas.
De cualquier manera, aunque no haya podido refutar definitivamente al análisis funcional,
Elster continúa prefiriendo férreamente al individualismo metodológico.

Por individualismo metodológico entiende "la doctrina de que todos los fenómenos
sociales (su estructura y su cambio) sólo son en principio explicables en términos de
individuos (sus propiedades, sus objetivos, sus creencias y sus acciones)". Sin embargo,
Elster no es atomista, puesto que incluye dentro del inventario de propiedades de los
individuos ciertas propiedades intrínsecamente relacionales. El individualismo
metodológico elsteriano no concibe a los individuos como átomos aislados y asociales.14
Tampoco postula que los sujetos de la intención actúen en un mundo carente de
constricciones materiales y/o sociales: sus conceptos de conjunto de oportunidades y
deseos intentan dar cuenta de esto.15 Es posible que tales conceptos sean insuficientes, pero,
individualismo metodológico», Zona abierta, 33, pág. 24-5.
10
A. de Francisco, «Marxismo analítico: teoría y método», pág. 235.
11
Ídem., pág. 236.
12
G. Cohen, «Réplica a "Marxismo, funcionalismo y teoría de juegos" de Elster», pág. 67.
13
A. de Francisco, «Marxismo analítico...», pág. 236.
14
En ocasiones Elster reconoce la existencia de «individuos colectivos», como firmas o gobiernos. También sostiene que la suposición
de que los individuos son racionales y egoístas no forma parte de la doctrina del individualismo metodológico, aunque sea compatible
con ella.
15
Ver J. Elster, Tuercas y tornillos, Barcelona, Gedisa, 1996, cap. II.

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en todo caso, conviene no confundir el individualismo metodológico de Elster con las


versiones más vulgares del mismo principio metodológico. En consecuencia, el alegato de
Elster a favor del individualismo metodológico tiene una considerable consistencia y no
puede ser rechazado in toto.

Los argumentos de Elster han colocado a los marxistas ante la necesidad de dotar al
materialismo histórico de microfundamentos. Vale decir, la necesidad de especificar las
propiedades de los individuos que median entre los fenómenos sociales; puesto que unas
estructuras sociales explican otras estructuras sociales por las formas en que determinan las
características (propiedades, creencias, objetivos y acciones) de los individuos que, a su
vez, determinan los macroprocesos sociales. Sin embargo Elster va más lejos. Su postura es
reduccionista: sostiene que cualquier fenómeno a nivel macro puede ser reductible a
explicaciones de micronivel que involucren exclusivamente a individuos.16 Esto es lo que
niega la postura metodológica conocida como antirreduccionismo, a la cual adherimos. "El
antirreduccionismo reconoce la importancia de las exposiciones de micronivel para explicar
los fenómenos sociales al tiempo que admite la irreductibilidad de las exposiciones de
macronivel".17 ¿Por qué no es posible reducir las explicaciones de macronivel a
explicaciones micro? En realidad, el antirreduccionismo no niega absolutamente esta
posibilidad; se limita a postular que, casi con seguridad, en la mayoría de los casos ello no
es posible.18 Levine, Sober y Wright se han encargado de esclarecer esta cuestión. Estos
autores parten de la distinción entre muestras y tipos.

Las «muestras» son ejemplos concretos: por ejemplo, una huelga concreta [...]. Los
«tipos» son características que las muestras pueden tener en común [...] categorías
generales que subsumen casos o ejemplos particulares.19

El individualismo metodológico cree que es posible reducir a microexplicaciones


tanto los casos muestra como los casos tipo. El antirreduccionismo acepta lo primero pero
rechaza lo segundo. Para justificar porqué no es posible reducir a microexplicaciones los
casos de tipos sociales recurriremos a un ejemplo tomado de los autores arriba citados.

Consideremos el hecho de que las sociedades capitalistas tienen una fuerte tendencia
al crecimiento económico. Esta propiedad es explicable en parte como consecuencia
del carácter competitivo de los mercados capitalistas, los cuales generan innovaciones
e inversiones continuas que, de modo acumulativo, producen el crecimiento. Este
proceso se explica, a su vez, por la supervivencia de aquellas empresas que de modo
más eficaz obtienen ganancias en el mercado. La supervivencia y la obtención de
ganancias son en esta explicación similares a la «aptitud» en la biología
evolucionista. Para cada muestra de supervivencia económica podemos identificar un
conjunto de decisiones tomadas por el individuo con unas creencias, unas

16
Sin embargo Elster ha advertido contra el riesgo de un reduccionismo prematuro. Ver por ejemplo Una introducción a Karl Marx,
México, Siglo XXI, 1991, pág. 25-6.
17
A. Levine, E. Sober, E. O. Wright, «Marxismo e individualismo metodológico», Zona abierta, 41-42, 1986-87, pág. 143.
18
El antirreduccionismo, tal y como lo entendemos, defiende no sólo la imposibilidad de reducir (todos) los fenómenos macro a sus
elementos micro, sino también la imposibilidad de reducir (todas) las características de lo micro a efectos de lo macro. Es semejante, en
consecuencia, a la postura que Bunge denomina sistemista. Ver M. Bunge, Sociología de la ciencia, Bs. As., Sudamericana, 1998, pág.
62-3.
19
A. Levine, E. Sober, E. O. Wright, «Marxismo e individualismo metodológico», Zona Abierta, 41-42, 1986-7, pág. 144

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7

preferencias, una información y unos recursos concretos que explican porqué


sobrevive una empresa concreta. Sin embargo, a un macronivel no tiene por qué haber
nada en común entre los mecanismos que permiten sobrevivir a la empresa X y los
mecanismos que permiten sobrevivir a la empresa Y o Z. [...] La explicación a nivel
social del crecimiento en función de los macroprocesos de una relación competitiva
de mercado sobreviene, pues, a una amplia gama de posibles micromecanismos. Por
consiguiente, el reduccionismo muestra es posible en este caso, pero el reduccionismo
tipo no lo es.
En resumen, el programa reduccionista del individualismo metodológico fracasa
porque la ciencia tiene proyectos explicativos que van más allá de la explicación de
unos casos muestra.20

Hemos visto que Elster señala con acierto la necesidad de dotar de microfundamentos
a las explicaciones históricas (y hasta aquí su alegato a favor de las explicaciones
intencionales estaría justificado), pero va más allá, pretendiendo reducir toda explicación de
macro procesos a sus instancias de nivel micro. Ahora bien, no es necesario ser
individualista metodológico para aceptar la pertinencia de ciertas explicaciones
intencionales, ni hay que confundir la búsqueda de microfundamentos con la aceptación del
individualismo metodológico o la teoría de la elección racional. En nuestra opinión, la
búsqueda de microfundamentos es un paso necesario de toda investigación y cualquier
explicación histórica deberá incluir algún componente intencional. Pero el individualismo
metodológico no está justificado, puesto que no es posible reducir todo fenómeno social a
propiedades de los individuos, ni tampoco es factible explicar acontecimientos o procesos
históricos recurriendo únicamente a las acciones intencionales.

Sin embargo Elster no aboga exclusivamente a favor de la explicación intencional


(aunque se haya detenido en ella en su oposición a la explicaciones funcionales). En
realidad, su modelo explicativo para ciencias sociales supone una combinación de
determinaciones intencionales y causales. En alguna ocasión definió las operaciones
explicativas como constituidas por tres faces: "Primero hay una explicación causal de
estados mentales, tales como deseos y creencias. Luego, una explicación intencional de
acciones individuales en términos de deseos y creencias. Finalmente, hay una explicación
de los fenómenos agregados en términos de las acciones individuales que concurren en
ellos".21

Hay algo, empero, que llama la atención en las discusiones metodológicas de los
marxistas analíticos; y es el espectro sumamente restringido de tipos de explicación que
contemplan: intencionales, funcionales y causales. Sin embargo es este un universo
sumamente restringido. A estos tres tipos podemos sumar las explicaciones estadísticas,
dialécticas, estructurales, y muchas otras. Además, la manera en que Elster define a la
explicación causal es por completo insuficiente. Con su concepción prácticamente todas las
explicaciones serían causales, perdiendo en consecuencia la determinación causal su
verdadera especificidad. Según Elster "la relación causal obedece a los tres principios
siguientes: determinismo, localidad y asimetría temporal". 22 Ninguno de ellos es, con todo,
20
Ídem., pág. 148.
21
Elster, citado por Pablo Gilabert en «Algunas notas sobre Elster, marxismo e individualismo metodológico», Doxa, 17, otoño de 1997.
22
J. Elster, El cambio tecnológico, Barcelona, Gedisa, 1995, pág. 29.

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específico de la causalidad, ni su conjunción suficiente para definir a la relación causal. El


determinismo es un rasgo que comparten todas las explicaciones científicas, pudiendo ser
definido como "aquella teoría ontológica cuyos componentes necesarios y suficientes son:
el principio genético [...], según el cual nada puede surgir de la nada ni convertirse en nada;
y el principio de legalidad, según el cual nada sucede en forma incondicional ni
completamente irregular, o sea de modo ilegal o arbitrario".23 La localidad (o contigüidad) y
la asimetría temporal no son características necesaria de los nexos causales (aunque sí
compatibles con los mismos). A Elster, finalmente, se le escapan los rasgos específicamente
distintivos de los nexos causales, a saber: univocidad (una causa o un conjunto de causas
sólo pueden provocar un único tipo de efectos –y nunca un espectro de efectos posibles–),
unidireccionalidad (en oposición a la acción recíproca), externalidad (son las compulsiones
«externas» el único elemento determinante, el cual actúa sobre una «interioridad»
completamente pasiva), y, finalmente, la necesidad de establecer condiciones de
aislamiento.24

Por otra parte, nunca se insistirá lo suficiente en que es prácticamente imposible


explicar cualquier fenómeno (natural, físico o social) recurriendo a una única modalidad
explicativa. Siempre es necesario recurrir a una combinación, tanto más amplia y
múltiplemente interconectada cuanto más complejo sea el fenómeno que se quiera explicar.
Y las explicaciones de las ciencias sociales son las más complejas de todas, pues en los
fenómenos sociales entran en escena determinaciones de los niveles superiores (sociales,
económicas) e inferiores (físicas, biológicas). Los marxistas analíticos suelen pecar de
«exceso de abstracción», al construir teorías y argumentos excesivamente desconectados de
las investigaciones empíricas, lo cual se refleja, entre otras cosas, en una poco clara
percepción de la complejidad de la explicación histórica, caracterizada por la convergencia
de distintas redes de determinación.

Problemas que subyacen a la discusión metodológica

Debemos señalar que la polémica metodológica ha ensombrecido otros dos aspectos


ampliamente desarrollados en la obra de Cohen: la postulación del carácter determinista
tecnológico del materialismo histórico, y el análisis y (re)construcción de las categorías
teóricas centrales de la concepción marxista de la historia.25

Que los desarrollos metodológicos contenidos en el libro de Cohen alcanzaran una


gran repercusión e iniciaran un prolífico debate no es algo que resulte extraño, si se tiene en
cuenta la sutileza y la profundidad de los mismos, en comparación con los niveles
habituales de discusión metodológica en ciencias sociales. Pero tras el debate metodológico
subyace una decisiva diferencia en lo que hace a la interpretación del curso de la historia,
diferencia oculta tras un aparente acuerdo sobre los fundamentos del materialismo
histórico. Al igual que Cohen, Elster entiende que el materialismo histórico es una teoría
tecnológicamente determinista. Según sus propias palabras:

23
Mario Bunge, La causalidad, Bs. As., Sudamericana, 1997, pág. 48.
24
Ídem., cap. 5, 6 y 7.
25
En nuestro Ensayo sobre la teoría marxista de la historia, Bs. As., El Cielo por Asalto, 1998, cap. I, II y III, hemos criticado en
profundidad la (re)construcción conceptual de Cohen.

8 8
9

El materialismo histórico [...] es una forma de determinismo tecnológico. El ascenso


y caída de los sucesivos regímenes de propiedad se explican por su tendencia a
promover o trabar el cambio técnico.26

Esta concepción no se diferencia en nada de la de Cohen, quien defiende "un


materialismo histórico anticuado, una concepción tradicional en la que la historia es,
fundamentalmente, el desarrollo de la capacidad productiva del hombre, y en la que las
formas de sociedad crecen o decaen en la medida en que permiten o impiden su
desarrollo".27

Sin embargo Elster –a diferencia de Cohen– reconoce que Marx no defendió por
siempre una concepción del materialismo histórico concebida en términos deterministas
tecnológicos. Más aún, desde al menos 1985 considera que una teoría semejante carece de
correspondencia con la evidencia empírica y con las modernas investigaciones
historiográficas, razón por la cual entiende (más allá de algunas dudas) que la teoría
tecnológicamente determinista de las fuerzas y las relaciones de producción constituye una
de las facetas del pensamiento de Marx que se hallan actualmente "muertas". De hecho,
piensa que "el obituario de la teoría general" lo escribió el mismo Marx, "al decidir
consistentemente no adoptarla en sus propios escritos históricos".28 Pero aunque Elster
arguye que Marx no permaneció fiel al simplista esquema esbozado en el Prefacio de 1859,
continúa sosteniendo que la teoría tecnologicista de las fuerzas productivas y las relaciones
de producción constituye la base del materialismo histórico.

(Para nosotros –en esto coincidimos con Elster– los mejores y más minuciosos
escritos históricos de Marx no son en modo alguno deterministas tecnológicos; por ello no
vemos razón valedera alguna para continuar canonizando al escrito de 1859 –y en esto
disentimos tanto con Elster como con Cohen–).

Cohen se propone reconstruir el materialismo histórico como una teoría


tecnologicista, haciéndolo aceptable según los modernos parámetros metodológicos; Elster,
por el contrario, rechaza a la teoría de las fuerzas productivas y las relaciones de
producción, por considerar que forma parte del costado «olvidable» del legado de Marx.

Como se puede ver, la discusión metodológica parece tener un trasfondo más


profundo –el cual no ha sido claramente visualizado por los contendientes–: la concepción
misma de la historia y los objetivos explicativos de los historiadores. Esta no es una
cuestión menor. Quizás el marcado carácter abstracto de sus discusiones, y la base
metodológica de las mismas, haya oscurecido este aspecto; pero ello no le quita
importancia. Cohen sostiene que el materialismo histórico dispone de una teoría plausible y
defendible del curso macrohistórico (la teoría de las fuerzas y las relaciones de producción),
explicable en términos funcionales. Elster, en cambio, no se muestra concluyente ante lo
primero –y de hecho el grueso de sus explicaciones individualistas metodológicas se

26
J. Elster, Una introducción a Karl Marx, México, Siglo XXI, 1991, pág. 110-11.
27
G. Cohen, Teoría..., pág. XVI.
28
J. Elster, Una introducción a Karl Marx, pág. 201.

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refieren al nivel micro–, rechaza de plano a la teoría de las fuerzas y las relaciones de
producción, y condena a la modalidad funcional de explicación.

En relación con todo esto Cohen ha argumentado que el individualismo


metodológico, si bien no carece de utilidad, resulta por completo insuficiente para explicar
las tesis fundamentales del materialismo histórico, tal y como él –pero también Elster– lo
entiende.

Elster hace un hábil uso de la teoría de juegos en un análisis de la dialéctica de la


lucha de clases, que admiro enormemente. Y no es de extrañar que la teoría de juegos
ilumine la conducta de clases. Pero el marxismo no se ocupa fundamentalmente de la
conducta, sino de las fuerzas y las relaciones que la constriñen y la orientan. Cuando
pasamos de la inmediación de la lucha de clases a su resultado a largo plazo, la teoría
de juegos no aporta ninguna ayuda, porque este resultado, para el materialismo
histórico, está regido por una dialéctica de las fuerzas productivas y las relaciones de
producción que es el telón de fondo de la conducta de clase y no es explicable en
términos de esta. La teoría de juegos contribuye a explicar las vicisitudes de la lucha
y las estrategias que se aplican en ella, pero no puede proporcionar una respuesta
marxista a la pregunta de porqué las guerras de clase (en contraposición a las batallas)
se resuelven en un sentido y no en otro.29

Este argumento no ha recibido (hasta donde sabemos) respuesta de parte de Elster.


Sin embargo se trata de una cuestión importante. Cohen acepta el esbozo marxista de 1859
y lo defiende utilizando explicaciones funcionales, lo cual le permite construir una teoría
cuando menos coherente del curso histórico a largo plazo. Elster, por el contrario, condena
tanto el texto del Prefacio como las explicaciones funcionales aplicadas a las ciencias
sociales, y se pronuncia a favor del individualismo metodológico y la teoría de juegos,
¿pero puede con esta base construir una teoría capaz de explicar grandes procesos
históricos?

Desde el punto de vista del historiador es tan legítimo pretender explicar el resultado
de las «batallas» como el de las «guerras», pero manifiestamente parece más importante lo
segundo que lo primero, y entendemos que ambas cosas son en principio posibles. El
materialismo histórico (en cualquiera de sus versiones) pretende explicar el curso de la
historia en sus rasgos generales, por más que no desestime la explicación de los detalles o
las vicisitudes de la lucha; y en la interpretación de Cohen explica el curso general de la
historia de manera determinista tecnológica, recurriendo a explicaciones fucionales. Si
Cohen está en lo cierto, la explicación funcional se halla en el «corazón» del materialismo
histórico, explica los rasgos generales; mientras que la explicación intencional se encuentra
en la «periferia», no explicando más que los «detalles». Pero Cohen podría no estar en lo
cierto. Y en ese caso su error podría provenir de fuentes diversas.

1) Quizás el materialismo histórico no sea una teoría determinista tecnológica.


2) El recurso a las explicaciones funcionales en ciencias sociales podría ser legítimo
(cosa que Elster no acepta) y resultar de utilidad para analizar procesos de larga

29
G. Cohen, «Réplica a "Marxismo, funcionalismo y teoría de juegos" de Elster», pág. 72.

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duración, pero de lo mismo no se deduce que necesariamente deba avalar un


funcionalismo tecnologicista.
3) La explicación intencional tal vez sí pueda contribuir a explicar el resultado de las
«guerras» (no solo de las «batallas» de clase), cuando menos en algunas
circunstancias.

La explicación histórica

Vamos a intentar un breve análisis de los tres puntos arriba indicados.

Como primera medida debemos decir que no creemos que sea correcto colocar a la
simplista teoría determinista tecnológica de las fuerzas productivas y las relaciones de
producción como la base del materialismo histórico. Por razones de espacio no podemos
detenernos en la demostración de que Marx no se atuvo en lo más mínimo a una
concepción tan elemental, y que la misma guarda muy poca relación con el resultado de las
modernas investigaciones empíricas (marxistas y no marxistas).30 Nos limitamos a señalar
que ningún investigador de oficio parece defender hoy semejante teoría, marcada por el
vicio de «suprahistoricidad» que Marx condenara en otras ocasiones.31

Con respecto a los dos ítems restantes –más interesantes desde el punto de vista de
lo que hemos venido discutiendo–, debemos decir que hasta aquí hemos visto que:

1) Cohen debe recurrir a cierto elemento intencional para validar su defensa de la primacía
de las fuerzas productivas, elemento que ocupa un lugar clave, y no periférico, como
estaría dispuesto a aceptar.
2) Las críticas de Elster a la modalidad funcional de explicación no alcanzan para
derrumbar la legitimidad teórica de la misma.
3) Aceptar la necesidad de establecer los microfundamentos de los macroprocesos (y
reconocer la utilidad de ciertas explicaciones intencionales) no es lo mismo que
convalidar el individualismo metodológico.
4) Toda explicación histórica debe incluir distintos tipos de determinaciones.
5) Finalmente, las discusiones metodológicas de los analíticos están marcadas
negativamente por un exceso de abstracción, y estrictamente no tienen toda la
profundidad que en ocasiones se les atribuye.

Como consecuencia de todo lo anterior podemos decir que los historiadores están
legitimados al utilizar explicaciones de índole funcional. Pero debemos destacar que es
conveniente dotar de microfundamentos a las mismas; que difícilmente se pueda explicar
algún fenómeno histórico-social en términos exclusivamente funcionales; y que las
relaciones de producción tienen muchas funciones posibles (por lo cual es inocente creer
que pervivirán solamente por su propensión a desarrollar las fuerzas productivas o que
30
Estos temas los desarrollamos extensamente en Ensayo sobre la teoría marxista de la historia, cap. IV y V; y en «Materialismo
histórico y determinismo tecnológico: a propósito de Cohen», artículo todavía inédito (enviado para su evaluación y eventual publicación
a Anales de historia antigua, medieval y moderna –UBA–).
31
"[...] nunca se alcanzará el éxito con la llave maestra de una teoría histórico-filosófica general cuya suprema virtud consiste en ser
supra-histórica", Karl Marx, «Carta al Consejo Editorial de Otechoestvennye Zapiski», en Teodor Shanin, El Marx tardío y la vía rusa,
Madrid, Revolución, 1990, pág. 174.

11 11
12

serán «barridas» cuando dejen de hacerlo). Por otra parte, no nos parece muy conducente
intentar definir a priori cuál es la modalidad explicativa fundamental (mucho menos si las
mismas se reducen a la causal, la intencional y la funcional). Diferentes procesos históricos
requerirán distintas combinaciones de tipos de explicación. Pero si hemos de permanecer en
el plano de lo general, nos parecen mucho más instructivas las siguientes observaciones de
Mario Bunge:

[...] Los procesos históricos "de importancia histórica" son al propio tiempo
fuertemente autodeterminados (determinados internamente por la estructura del
propio grupo social implicado), decididamente dialécticos (por cuanto consisten en
luchas de grupos humanos o son resultado de ellas), de modo parcial teleológicos
(tendiendo, aunque casi siempre en forma inconsciente, a la realización de objetivos
definidos), y típicamente estadísticos (por ser el resultado colectivo de diferentes
acciones individuales en gran medida independientes entre sí); en suma, que los
sucesos socio-históricos son eminentemente no causales.32

Ahora bien, tenemos que decir unas palabras sobre el lugar de las explicaciones
propiamente intencionales. ¿Es verdad, como pretende Cohen, que ocupan un lugar
absolutamente subordinado dentro del materialismo histórico?¿Deben los elementos
intencionales de cualquier explicación reducirse a explicitar los mecanismos ideológicos y
psicológicos (socialmente determinados en forma absoluta) que permiten a los individuos
mediar entre estructuras sociales? ¿Se limitan las determinaciones intencionales a influir
sobre las particularidades y los detalles de un macroproceso cuyas determinaciones básicas
y decisivas se encuentran siempre en otro lado? Y en sentido inverso, ¿está en lo cierto
Elster cuando pretende basar la explicación histórico-sociológica sobre fundamentos
intencionales? ¿Podemos esperar que las teorías intencionalistas ocupen siempre un papel
decisivo? ¿Debemos suponer, en cambio, que jamás cumplirán tal papel? ¿O más bien
debemos inclinarnos a pensar que sólo excepcionalmente adquirirán un carácter decisivo?

Debemos reconocer que la afirmación "el marxismo no se ocupa fundamentalmente


de la conducta, sino de las fuerzas y relaciones que la constriñen y la orientan" es fuerte y
es sólida. El materialismo histórico (en cualquier acepción razonable de la concepción de
Marx) quiere mostrar las bases materiales (fundamental pero no exclusivamente
económicas) de las concepciones ideológicas; y los fundamentos sociales (económicos,
políticos, culturales e ideológicos) de las creencias, objetivos, decisiones y acciones de los
individuos. Esta característica del marxismo se relaciona con su pretensión de cientificidad.
Los mejores marxistas han combatido a las tendencias filosóficas irracionalistas,
románticas y anticientíficas que sueñan con una ilusoria libertad carente de constricciones
materiales y/o sociales; libertad que contraponen al «seco» determinismo científico. Pero en
la justa defensa del determinismo33 muchas veces se ha caído en la unilateralidad de
reconocer como determinantes únicamente a los componentes sociales (cuando no
exclusivamente económicos) «externos» al individuo, negándosele a los sujetos la más
mínima posibilidad de autodeterminación. Nosotros aceptamos que las condiciones sociales
constituyen fuerzas determinantes fundamentales, pero ello no anula la existencia de una

32
M. Bunge, La causalidad, pág. 385.
33
No hay que confundir al fatalismo con el determinismo. El marxismo se opone al primero, mas no al segundo.

12 12
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cuota variable de autodeterminación subjetiva, capaz de tener alguna influencia incluso en


el curso macrosocial.

Pues bien, para que las decisiones y acciones de los individuos contribuyan a
explicar el curso de la historia a nivel macro (y no sólo las vicisitudes de la lucha u otras
cuestiones «menores») debe ser posible 1) actuar de distintas maneras, y 2) que esas
acciones diferentes provoquen resultados diversos. Sin estas condiciones Cohen lleva la
razón: los sujetos habrán de comportarse de la única manera posible, o bien, si tuvieran
opciones, las mismas no influirán en las líneas generales de desarrollo. Obsérvese que
reconocer la existencia posible de la primer condición supone aceptar que la conducta de
los sujetos no se encuentra exclusivamente determinada por la situación económica.
Empero, podría argumentarse que la conducta de los individuos, si bien no se explica
exclusivamente por las condiciones económicas, sí se explica por el contexto social
entendido en sentido amplio: la entera configuración de situaciones económicas, políticas,
culturales e ideológicas; y que si tal fuera el caso la posibilidad real de «elección» de los
sujetos sigue siendo nula. La elección no es más que una ilusión, puesto que los sujetos se
hayan absolutamente determinados por el entorno, careciendo de cualquier grado de
autodeterminación. Sin embargo esta es una afirmación excesivamente extremista
(defendida, empero, por algunos althusserianos).34 Para moderarla podría afirmarse que la
elección, posible en el plano individual, carece de repercusiones en el plano macrosocial.
Para ejemplificar esto último podemos acudir a los argumentos antirreduccionistas
utilizados anteriormente: un cúmulo de acciones individuales disímiles y simultáneas
pueden provocar, a un macronivel, un desarrollo que no es reductible a ninguna de las
microacciones individuales. Aunque los individuos puedan optar –y de hecho opten–, sus
diferente opciones no alteran el curso macro social, que se encuentra completamente al
margen del más mínimo "control" por parte de los sujetos. Si las cosas fueran así los
desarrollos de Elster perderían fuerza, quedando relegadas las explicaciones intencionales a
complementar teorías cuya base explicativa es (siempre) sustancialmente no intencional.
Pero las cosas no ocurren siempre de esta manera. En ciertas circunstancias –muy
especialmente cuando los individuos dejan de actuar atomizadamente, se convierten en
auténticos sujetos sociales y llevan a cavo distintas formas de acción colectiva (cuya
expresión más elevada la constituye la lucha política)– la diversidad de acciones de los
sujetos no ocurre simultánea sino alternativamente: sólo es posible actuar de una u otra
manera. En tales ocasiones, las decisiones tomadas (y sólo parcialmente determinadas por
el contexto) pueden tener una incidencia decisiva en el curso macro social (cuando menos
en los casos en que las fuerzas en pugna poseen similares posibilidades de imponerse). En
tales circunstancias, la capacidad de enormes grupos sociales para llevar a la práctica
masivamente decisiones en principio apoyadas por una ligera mayoría, la incidencia de
pequeños grupos altamente integrados y organizados, e inclusive la personalidad
excepcional de un dirigente, pueden convertirse en factores determinantes fundamentales.
Debe considerarse, también, que las acciones de los sujetos no son todas del mismo
grado ni poseen el mismo interés para el historiador. Perry Anderson distingue entre los
objetivos y acciones de carácter «privado», los objetivos y acciones (individuales y
colectivos) de carácter «público» pero con alcances limitados, y aquellos objetivos y
acciones que se proponen transformar conscientemente las relaciones sociales. Esta última
34
La defensa más sólida de esta tesis es, a juicio nuestro, la que intenta Carlos Pereyra en El sujeto de la historia, México, Alianza,
1996, donde argumenta extensamente en favor de la tesis Althusseriana según la cual la historia es «un proceso sin sujeto».

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categoría, si bien no estuvo ausente por completo en el pasado, se ha desarrollado


particularmente en los últimos dos siglos. Aunque hay ámbitos de la vida social que se
encuentran tradicionalmente por fuera del dominio de cualquier opción social consciente, es
indudable que el "área de autodeterminación [...] se ha venido ampliando en los últimos 150
años", por más todavía sea "mucho menor que su contrario".35

Es innegable que los individuos poseen la capacidad de elegir; pero esta capacidad
no se da en un marco de indeterminación, sino en un contexto en el que el espectro de
acciones posibles es limitado. Tampoco es razonable negar que en todo proceso social
existen distintos niveles de determinación (económico, político, etc.); y que estos niveles
no poseen un peso igual: su capacidad de determinación es jerárquica. Sobre esta base el
argumento de Cohen podría ser convalidado postulando que, a la larga, los niveles
superiores habrán de imponerse –al menos estadísticamente– sobre los inferiores. Aunque
los fenómenos ideológicos posean un cierto grado de autodeterminación, a la larga se
impondrán aquellas ideologías que mejor sirvan a las necesidades de la economía. Si bien
pueden aparecer individuos brillantes, en el largo plazo su capacidad para interferir o
desviar el curo de la historia –determinado por los niveles de determinación estructurales
(económicos, sociales)– será nula. Esta postura, si nos cuidamos de extremarla demasiado,
puede ser de alguna utilidad. Cuando menos nos arma para enfrentar la tentación de
concebir el curso histórico como una eterna sucesión de accidentes, como un proceso
sustancialmente azaroso y carente de determinaciones (o guiado por personalidades
todopoderosas). Pero la creencia en que las determinaciones económicas habrán de
prevalecer inexorablemente no es correcta. El «choque» de distintas cadenas y niveles de
determinación configura el curso histórico sin que se impongan fatalmente las tendencias
de origen económico. De todos modos, se podría argumentar que, llegados al nivel de los
individuos, sí podemos concluir que su capacidad intrínseca para influir en el desarrollo
histórico es nula: los individuos se comportarán tal y como lo determinen las condiciones
económicas, políticas, culturales e ideológicas imperantes. Sin embargo hay situaciones en
las que las presiones sociales para optar entre dos o más alternativas son semejantes. Y aún
cuando las presiones "fuercen" a los individuos a elegir cierta alternativa, muy difícilmente
esta elección sea adoptada por la totalidad de los sujetos: será simplemente la opción
estadísticamente mayoritaria. Por muy poderosas que sean las determinaciones sociales,
ellas no anulan un cierto grado de autodeterminación individual. Además, toda regla tiene
su excepción, y allí donde algo es sumamente probable existe algo muy improbable que,
llegado el caso, puede de todos modos suceder. Sería erróneo pretender encontrar a cada
paso pequeños grupos organizados, accidentes imprevisibles, dirigentes excepcionales o
tácticas particularmente acertadas o afortunadas que desvían o influyen decisivamente en el
curso determinado por condicionantes más básicos. Pero no podemos descartar que,
eventualmente, ello suceda. En condiciones de paridad de fuerzas un pequeño «detalle»
puede inclinar la balanza. Cuando dos (o más) tendencias antagónicas semejantemente
poderosas chocan entre sí, puede suceder que algún elemento «menor» cobre una
importancia decisiva. Una sumamente improbable combinación de determinaciones puede
desviar o destruir un desarrollo aparentemente inevitable o estadísticamente "casi seguro".

Una vez más conviene citar a Bunge:

35
Perry Anderson, Teoría, política e historia, México, Siglo XXI, 1985, pág. 23.

14 14
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No sólo los sucesos más frecuentes son importantes y por eso interesantes para el
historiador: también las desviaciones de la media, carentes de interés estadístico, son
a veces eminentemente interesantes para el historiador, pues pueden estar asociadas
con profundos cambios cualitativos. Un caso obvio de tales sucesos poco comunes
(improbables) es el de los profundos cambios que pequeños sectores de la humanidad
(y hasta individuos excepcionales) pueden llegar a provocar de tanto en tanto: por
ejemplo, reajustes sociales y políticos. Pero hasta estos sucesos excepcionales, lejos
de carecer de leyes, son el resultado de las leyes del desarrollo social.36

Los historiadores, de cualquier manera, han sido sensibles a esta dialéctica de


determinaciones estructurales y subjetivas. Contraviniendo una creencia bastante extendida,
Carlos Astarita ha mostrado que –al menos en el ámbito de los estudios medievales– no
existió jamás un «paradigma» estructuralista (supuestamente hoy en crisis) con su
correspondiente correlato marxista : el althusserianismo. "Los historiadores no han
participado del contenido general althusseriano, y ello por efecto de un punto de partida
diametralmente opuesto. Mientras esa escolástica marxista partía de conceptos [(...)] los
historiadores han partido del estudio de los documentos rechazando de hecho una
hiperteoría desligada de la manipulación factual".37 El modelo funcional de Cohen
comparte un defecto semejante de desprecio por los datos empíricos. En cambio, al
historiador que trabaja con «documentos» los sujetos no dejan de aparecerle
permanentemente. Decretar la «muerte del sujeto» es una arbitrariedad quizás tan grave
como desconocer los poderosos elementos «exteriores» que determinan la subjetividad de
los individuos. La estructura posee un peso enorme, y en buena medida se desarrolla "por sí
misma", pero...

Cuando el sujeto se constituye, cuando se da la ruptura con el poder del entorno,


cuando el agente renuncia al orden de las cosa convirtiéndose en sujeto, el
movimiento de las estructuras queda por completo relegado. Entonces todo es acción
y subjetividad, y aflora el predominio discrecional de la voluntad.38

Aunque los sujetos se encuentran fuertemente determinados por las condiciones


sociales, poseen una cierta capacidad de autodeterminación (a la que no hay que confundir
con indeterminación ontológica). Las determinaciones internas de los individuos (de orden
psicológico o biológico) disponen de su propia especificidad; si bien no son en modo
alguno "independientes" del contexto, resultan, de todos modos, irreductibles al mismo. Y
estamos de acuerdo en que es inaceptable establecer una diferenciación absoluta entre lo
externo y lo interno: sabemos que el hombre interioriza el medio social y exterioriza su ser.
Pero insistimos: aunque no podamos trazar una línea de demarcación demasiado nítida, ello
no anula la respectiva especificidad e irreductibilidad de lo interior a lo exterior, del sujeto
a la estructura.

Tan pronto como se toma en cuenta la autodeterminación, tan pronto como se


comprende que nada es consecuencia exclusiva de condiciones externas por
36
M. Bunge, La causalidad, pág. 388.
37
Carlos Astarita, «Crisis y cambio de paradigma en la historiografía. Una perspectiva desde el medievalismo», Trabajos y
comunicaciones, (segunda época), 24, 1996, pág. 163.
38
Ídem., pág. 158-9.

15 15
16

importantes que ellas sean, un chispazo de voluntarismo ilumina la escena histórica:


no por supuesto un chispazo tal que afirme la voluntad arbitraria, irresponsable e
ilegal de Fhürers ilustrados, sino un voluntarismo compatible con el determinismo
científico. La libertad aparece entonces como un valor positivo, como el esfuerzo
activo para alcanzar la autodeterminación óptima.39

Es equivocado pensar que los sujetos pueden ser libres en el sentido de carecer de
condicionantes. Las creencias, objetivos, decisiones y acciones de los sujetos (individuales
y colectivos) poseen determinaciones; pero entre tales determinaciones se incluye la
autodeterminación. Aunque las condiciones sociales moldean fuertemente a los individuos,
ello no anula una cuota (históricamente variable) de autodeterminación, ni elimina la
posibilidad de que aquello estadísticamente excepcional emerja eventualmente como una
fuerza decisiva en el curso histórico.

Finalmente, si entendemos a la libertad como el despliegue de la capacidad de


autodeterminación se torna comprensible y teóricamente fecunda la distinción marxiana
entre el «reino de la libertad» y el «reino de la necesidad», y cobran toda su pertinencia
política los objetivos liberadores del socialismo revolucionario, puesto que "el verdadero
propósito del materialismo histórico ha sido, después de todo, dar a los hombres y mujeres
los medios para ejercer una auténtica autodeterminación popular por primera vez en la
historia".40

39
M. Bunge, La causalidad, pág. 278.
40
P. Anderson, Teoría..., pág. 23.

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