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Ariel Petruccelli: "Marxismo Analítico: Breve Examen Crítico"
Ariel Petruccelli: "Marxismo Analítico: Breve Examen Crítico"
Taller, Revista de Sociedad, Cultura y Política, Vol. 4, Nro 10, julio de 1999, pp. 69-90.
Han sido tres los grandes problemas abordados por los marxistas analíticos hasta el
momento. El primero de ellos reviste carácter ético: las discusiones se han concentrado en
torno a la justicia o injusticia del orden capitalista. El segundo tiene carácter económico:
han polemizado sobre la teoría del valor-trabajo y han pretendido reconstruir la teoría
marxiana de la explotación utilizando la teoría de juegos. Pero el debate más importante ha
tenido por eje problemas metodológicos y a enfrentado a G. Cohen con J. Elster. Cohen
sostiene que el materialismo histórico puede reconstruirse como una teoría que proporciona
explicaciones funcionales; mientras que Elster ha lanzado una serie de ataques frontales
1
Entre los marxistas analíticos más destacados se cuentan Gerald Cohen, Jon Elster, Jhon Roemer, Phillipe van Parijs, Adam Przeworsky
y otros.
1 1
2
Según Cohen las tesis fundamentales del materialismo histórico pueden resumirse de
la siguiente manera:
Nos encontramos aquí ante una explicación típicamente funcional: las relaciones de
producción (estructura económica) cumplen con la función de desarrollar a las fuerzas
productivas, y pervivirán en tanto y en cuanto resulten eficaces en esta tarea; la
superestructura, a su vez, es funcional a la estabilización de las relaciones de producción, lo
cual explica su existencia. Cuando las relaciones de producción dejan de ser funcionales al
desarrollo de las fuerzas productivas se inicia un proceso de revolución social que debe
culminar en el establecimiento de una nueva estructura económica, nuevamente funcional
al desarrollo (temporalmente interrumpido) de las fuerzas productivas; y
concomitantemente se reformará la superestructura, con el objeto de estabilizar a las nuevas
relaciones productivas. Toda esta argumentación se basa en el supuesto o tesis de la
primacía de las fuerzas productivas.
Pero la teoría de Cohen tiene otro supuesto no menos fundamental: la tesis del
desarrollo, según la cual las fuerzas productivas tenderían universalmente a desarrollarse a
lo largo de la historia. Y este supuesto es primordial. Más allá de la legitimidad o eficacia
de las explicaciones funcionales, el esquema de Cohen se vendría debajo de no poder
fundamentar la existencia y férrea necesidad de esta tendencia. De ocurrir esto último, su
esquema funcional no podría explicar lo que resulta fundamental para el materialismo
histórico: la transformación social. Aún cuando el recurso al tipo funcional de explicación
estuviera teóricamente justificado (cosa que, como veremos, impugna Elster) tal recurso
debería orientarse a buscar y/o establecer otro/s tipo/s de correlaciones funcionales (por
2
En «Notas críticas a la teoría general de la explotación y de las clases, de Jhon Roemer», Bs. As., Herramienta, 5, prim.-ver. 1997-98
hemos criticado los desarrollos analíticos en lo que hace a la teoría de la explotación.
3
Gerald Cohen, Teoría de la historia de Karl Marx: una defensa, México, Siglo XXI, 1986.
4
Gerald Cohen, «Réplica a "Marxismo, funcionalismo y teoría de juegos" de Elster», Zona Abierta, 33, pág. 70-1.
2 2
3
ejemplo que las relaciones de producción perviven porque son funcionales a la necesidad
conjunta de explotar a los trabajadores y mantener bajo su nivel de combatividad y
organización; y que se transforman cuando dejan de ser funcionales a uno o ambos
aspectos).
Ahora bien, ¿cómo explica Cohen la existencia de una tendencia general al desarrollo
de las fuerzas productivas? Su argumento consta de tres postulados básicos y de uno
adicional. Veamos.
a) Los seres humanos son en cierta medida racionales, por lo que saben como
satisfacer ciertas necesidades imperiosas y están dispuestos a apoderarse de los
medios para satisfacerlas, y a emplearlos.
b) La situación histórica de los hombres es una situación de escasez, es decir que,
dadas sus necesidades y el carácter de la naturaleza externa, los hombres no
pueden satisfacer sus necesidades a menos que empleen la mayor parte de su
tiempo y energía en hacer algo que de otra forma no harían.
c) Los hombres poseen una inteligencia de un tipo y un grado que les permite
mejorar su situación.5
A estos tres postulados básicos Cohen agrega uno adicional (que le permite sortear
ciertas objeciones a los primeros), a saber, "que las sociedades rara vez reemplazan un
conjunto de fuerzas productivas por otro inferior".6
Lo curioso de todo esto es que, para justificar una de las tesis fundamentales de su
construcción teórica (el desarrollo de las fuerzas productivas), Cohen debe recurrir a una
argumentación que coloca en un lugar prioritario a la intencionalidad de los sujetos y, en
consecuencia, a la modalidad intencional de explicación. El recurso a la racionalidad de los
hombres –punto a)– sólo es compatible con algún tipo de explicación intencional, puesto
que únicamente la acción intencional de los agentes puede ser racional. En contra de su
objetivo manifiesto, Gerald Cohen no puede prescindir del recurso a la explicación
intencional, no ya para explicar «detalles menores» o las vicisitudes a corto plazo de la
lucha de clases (en contraposición a su resultado a largo plazo –que es, como veremos, el
reducido y subordinado ámbito de relevancia que le concede a la explicación intencional–,
sino para explicar un aspecto central del materialismo histórico.
De momento nos contentamos con mostrar que la tesis del desarrollo de las fuerzas
productivas (lógicamente coherente) debe incorporar en su seno un importante elemento
intencional.7 Sin embargo, también es posible oponerle una serie de objeciones: a) su
concepción de la racionalidad es a-histórica; b) nada prescribe que, por principio, esta
tendencia deba imponerse siempre sobre otras; c) la evidencia empírica nos muestra que tal
tendencia se ha visto en muchas ocasiones limitada, distorsionada o frustrada por el
«choque» con otras tendencias sociales.
5
Gerald Cohen, Teoría de la historia de Karl Marx, pág. 168.
6
Ídem, pág. 170.
7
Paulette Dieterlen, en Marxismo analítico, México, Fac. de Filosofía y Letras, UNAM, 1995, reconstruye las tesis del Prefacio de 1859
combinando explicaciones funcionales e intencionales.
3 3
4
Elster pretende que las explicaciones funcionales no pueden ser aplicadas a las
ciencias sociales (serían seudoexplicaciones). Su modelo explicativo coloca en un
primerísimo plano a las explicaciones teleológicas o intencionales, complementadas por
explicaciones causales. ¿Cuáles son las razones por las que rechaza las explicaciones
funcionales?
Como primera medida debemos advertir que las opiniones de Elster han ido
evolucionando con el transcurso del tiempo, en buena medida como resultado de una serie
de «escaramuzas» libradas con Gerald Cohen, y en las que este último –según el juicio (que
compartimos) de varios autores– ha salido victorioso.8
Otra crítica de Elster sostiene que la explicación de un hecho por sus consecuencias
beneficiosas parece confundir la atribución de una función a A con la explicación funcional
de A; sin reparar en que las consecuencias beneficiosas pueden ser accidentales o, aún no
siéndolo, en que tanto A como su función benéfica pueden ser efectos de una tercera
variable.9
8
Ver, Ph. van Parijs, «El marxismo funcionalista rehabilitado. Comentario sobre Elster», Zona Abierta, 33, 1984; A. Wood,
«Materialismo histórico y explicación funcional», Zona Abierta, 43-44, 1987; Andrés de Francisco, «Marxismo analítico: teoría y
método», Zona abierta, 48-49, 1988.
9
Elster también ha indicado que "las consecuencias positivas a largo plazo no intencionales y no reconocidas de un fenómeno no pueden
explicarlo cuando sus consecuencias a corto plazo son negativas". «Marxismo, funcionalismo y teoría de juegos. Alegato a favor del
4 4
5
Muchos autores han señalado que estas críticas están hechas "sobre la base de una
caricatura de la explicación funcional".10 Por ejemplo, Andrés de Francisco sostiene que
"cualquier metodólogo funcionalista sabe [...] que la explicación funcional no se apoya en
los efectos concretos de un hecho aislado, sino en la tendencia o disposición de una pauta
de conducta o institución para producir dichos efectos; efectos que, sobre una magnitud
temporal de largo alcance explican la permanencia de aquella institución o pauta". 11 El
mismo Cohen afirma que la forma correcta de explicación funcional, suponiendo que
tuviéramos una causa e y un efecto f, no es «ocurrió e porque ocurrió f» (lo que tendría el
defecto fatal de presentar un hecho posterior como causa de un hecho anterior), ni tampoco
«ocurrió e porque causó f»: la fórmula correcta de la explicación funcional es «ocurrió e
porque causaría f».12
Sin embargo, nos queda por reseñar su objeción más sustancial a la modalidad
funcional de explicación: un hecho nunca quedará explicado por sus consecuencias a menos
que podamos señalar una conexión retroactiva causal entre las consecuencias (explanans) y
los hechos que la producirán (explanandum). Cohen replicó a este argumento sosteniendo
que no es necesario conocer cuál es el mecanismo de retroalimentación: basta con suponer
su existencia. Luego de esta réplica Elster moderó su postura, aceptando que la explicación
funcional puede ser legítima asumiendo la existencia de algún mecanismo de
retroalimentación, aún cuando las posibilidades de encontrarlo sean prácticamente nulas.
De cualquier manera, aunque no haya podido refutar definitivamente al análisis funcional,
Elster continúa prefiriendo férreamente al individualismo metodológico.
Por individualismo metodológico entiende "la doctrina de que todos los fenómenos
sociales (su estructura y su cambio) sólo son en principio explicables en términos de
individuos (sus propiedades, sus objetivos, sus creencias y sus acciones)". Sin embargo,
Elster no es atomista, puesto que incluye dentro del inventario de propiedades de los
individuos ciertas propiedades intrínsecamente relacionales. El individualismo
metodológico elsteriano no concibe a los individuos como átomos aislados y asociales.14
Tampoco postula que los sujetos de la intención actúen en un mundo carente de
constricciones materiales y/o sociales: sus conceptos de conjunto de oportunidades y
deseos intentan dar cuenta de esto.15 Es posible que tales conceptos sean insuficientes, pero,
individualismo metodológico», Zona abierta, 33, pág. 24-5.
10
A. de Francisco, «Marxismo analítico: teoría y método», pág. 235.
11
Ídem., pág. 236.
12
G. Cohen, «Réplica a "Marxismo, funcionalismo y teoría de juegos" de Elster», pág. 67.
13
A. de Francisco, «Marxismo analítico...», pág. 236.
14
En ocasiones Elster reconoce la existencia de «individuos colectivos», como firmas o gobiernos. También sostiene que la suposición
de que los individuos son racionales y egoístas no forma parte de la doctrina del individualismo metodológico, aunque sea compatible
con ella.
15
Ver J. Elster, Tuercas y tornillos, Barcelona, Gedisa, 1996, cap. II.
5 5
6
Los argumentos de Elster han colocado a los marxistas ante la necesidad de dotar al
materialismo histórico de microfundamentos. Vale decir, la necesidad de especificar las
propiedades de los individuos que median entre los fenómenos sociales; puesto que unas
estructuras sociales explican otras estructuras sociales por las formas en que determinan las
características (propiedades, creencias, objetivos y acciones) de los individuos que, a su
vez, determinan los macroprocesos sociales. Sin embargo Elster va más lejos. Su postura es
reduccionista: sostiene que cualquier fenómeno a nivel macro puede ser reductible a
explicaciones de micronivel que involucren exclusivamente a individuos.16 Esto es lo que
niega la postura metodológica conocida como antirreduccionismo, a la cual adherimos. "El
antirreduccionismo reconoce la importancia de las exposiciones de micronivel para explicar
los fenómenos sociales al tiempo que admite la irreductibilidad de las exposiciones de
macronivel".17 ¿Por qué no es posible reducir las explicaciones de macronivel a
explicaciones micro? En realidad, el antirreduccionismo no niega absolutamente esta
posibilidad; se limita a postular que, casi con seguridad, en la mayoría de los casos ello no
es posible.18 Levine, Sober y Wright se han encargado de esclarecer esta cuestión. Estos
autores parten de la distinción entre muestras y tipos.
Las «muestras» son ejemplos concretos: por ejemplo, una huelga concreta [...]. Los
«tipos» son características que las muestras pueden tener en común [...] categorías
generales que subsumen casos o ejemplos particulares.19
Consideremos el hecho de que las sociedades capitalistas tienen una fuerte tendencia
al crecimiento económico. Esta propiedad es explicable en parte como consecuencia
del carácter competitivo de los mercados capitalistas, los cuales generan innovaciones
e inversiones continuas que, de modo acumulativo, producen el crecimiento. Este
proceso se explica, a su vez, por la supervivencia de aquellas empresas que de modo
más eficaz obtienen ganancias en el mercado. La supervivencia y la obtención de
ganancias son en esta explicación similares a la «aptitud» en la biología
evolucionista. Para cada muestra de supervivencia económica podemos identificar un
conjunto de decisiones tomadas por el individuo con unas creencias, unas
16
Sin embargo Elster ha advertido contra el riesgo de un reduccionismo prematuro. Ver por ejemplo Una introducción a Karl Marx,
México, Siglo XXI, 1991, pág. 25-6.
17
A. Levine, E. Sober, E. O. Wright, «Marxismo e individualismo metodológico», Zona abierta, 41-42, 1986-87, pág. 143.
18
El antirreduccionismo, tal y como lo entendemos, defiende no sólo la imposibilidad de reducir (todos) los fenómenos macro a sus
elementos micro, sino también la imposibilidad de reducir (todas) las características de lo micro a efectos de lo macro. Es semejante, en
consecuencia, a la postura que Bunge denomina sistemista. Ver M. Bunge, Sociología de la ciencia, Bs. As., Sudamericana, 1998, pág.
62-3.
19
A. Levine, E. Sober, E. O. Wright, «Marxismo e individualismo metodológico», Zona Abierta, 41-42, 1986-7, pág. 144
6 6
7
Hemos visto que Elster señala con acierto la necesidad de dotar de microfundamentos
a las explicaciones históricas (y hasta aquí su alegato a favor de las explicaciones
intencionales estaría justificado), pero va más allá, pretendiendo reducir toda explicación de
macro procesos a sus instancias de nivel micro. Ahora bien, no es necesario ser
individualista metodológico para aceptar la pertinencia de ciertas explicaciones
intencionales, ni hay que confundir la búsqueda de microfundamentos con la aceptación del
individualismo metodológico o la teoría de la elección racional. En nuestra opinión, la
búsqueda de microfundamentos es un paso necesario de toda investigación y cualquier
explicación histórica deberá incluir algún componente intencional. Pero el individualismo
metodológico no está justificado, puesto que no es posible reducir todo fenómeno social a
propiedades de los individuos, ni tampoco es factible explicar acontecimientos o procesos
históricos recurriendo únicamente a las acciones intencionales.
Hay algo, empero, que llama la atención en las discusiones metodológicas de los
marxistas analíticos; y es el espectro sumamente restringido de tipos de explicación que
contemplan: intencionales, funcionales y causales. Sin embargo es este un universo
sumamente restringido. A estos tres tipos podemos sumar las explicaciones estadísticas,
dialécticas, estructurales, y muchas otras. Además, la manera en que Elster define a la
explicación causal es por completo insuficiente. Con su concepción prácticamente todas las
explicaciones serían causales, perdiendo en consecuencia la determinación causal su
verdadera especificidad. Según Elster "la relación causal obedece a los tres principios
siguientes: determinismo, localidad y asimetría temporal". 22 Ninguno de ellos es, con todo,
20
Ídem., pág. 148.
21
Elster, citado por Pablo Gilabert en «Algunas notas sobre Elster, marxismo e individualismo metodológico», Doxa, 17, otoño de 1997.
22
J. Elster, El cambio tecnológico, Barcelona, Gedisa, 1995, pág. 29.
7 7
8
23
Mario Bunge, La causalidad, Bs. As., Sudamericana, 1997, pág. 48.
24
Ídem., cap. 5, 6 y 7.
25
En nuestro Ensayo sobre la teoría marxista de la historia, Bs. As., El Cielo por Asalto, 1998, cap. I, II y III, hemos criticado en
profundidad la (re)construcción conceptual de Cohen.
8 8
9
Sin embargo Elster –a diferencia de Cohen– reconoce que Marx no defendió por
siempre una concepción del materialismo histórico concebida en términos deterministas
tecnológicos. Más aún, desde al menos 1985 considera que una teoría semejante carece de
correspondencia con la evidencia empírica y con las modernas investigaciones
historiográficas, razón por la cual entiende (más allá de algunas dudas) que la teoría
tecnológicamente determinista de las fuerzas y las relaciones de producción constituye una
de las facetas del pensamiento de Marx que se hallan actualmente "muertas". De hecho,
piensa que "el obituario de la teoría general" lo escribió el mismo Marx, "al decidir
consistentemente no adoptarla en sus propios escritos históricos".28 Pero aunque Elster
arguye que Marx no permaneció fiel al simplista esquema esbozado en el Prefacio de 1859,
continúa sosteniendo que la teoría tecnologicista de las fuerzas productivas y las relaciones
de producción constituye la base del materialismo histórico.
(Para nosotros –en esto coincidimos con Elster– los mejores y más minuciosos
escritos históricos de Marx no son en modo alguno deterministas tecnológicos; por ello no
vemos razón valedera alguna para continuar canonizando al escrito de 1859 –y en esto
disentimos tanto con Elster como con Cohen–).
26
J. Elster, Una introducción a Karl Marx, México, Siglo XXI, 1991, pág. 110-11.
27
G. Cohen, Teoría..., pág. XVI.
28
J. Elster, Una introducción a Karl Marx, pág. 201.
9 9
10
refieren al nivel micro–, rechaza de plano a la teoría de las fuerzas y las relaciones de
producción, y condena a la modalidad funcional de explicación.
Desde el punto de vista del historiador es tan legítimo pretender explicar el resultado
de las «batallas» como el de las «guerras», pero manifiestamente parece más importante lo
segundo que lo primero, y entendemos que ambas cosas son en principio posibles. El
materialismo histórico (en cualquiera de sus versiones) pretende explicar el curso de la
historia en sus rasgos generales, por más que no desestime la explicación de los detalles o
las vicisitudes de la lucha; y en la interpretación de Cohen explica el curso general de la
historia de manera determinista tecnológica, recurriendo a explicaciones fucionales. Si
Cohen está en lo cierto, la explicación funcional se halla en el «corazón» del materialismo
histórico, explica los rasgos generales; mientras que la explicación intencional se encuentra
en la «periferia», no explicando más que los «detalles». Pero Cohen podría no estar en lo
cierto. Y en ese caso su error podría provenir de fuentes diversas.
29
G. Cohen, «Réplica a "Marxismo, funcionalismo y teoría de juegos" de Elster», pág. 72.
10 10
11
La explicación histórica
Como primera medida debemos decir que no creemos que sea correcto colocar a la
simplista teoría determinista tecnológica de las fuerzas productivas y las relaciones de
producción como la base del materialismo histórico. Por razones de espacio no podemos
detenernos en la demostración de que Marx no se atuvo en lo más mínimo a una
concepción tan elemental, y que la misma guarda muy poca relación con el resultado de las
modernas investigaciones empíricas (marxistas y no marxistas).30 Nos limitamos a señalar
que ningún investigador de oficio parece defender hoy semejante teoría, marcada por el
vicio de «suprahistoricidad» que Marx condenara en otras ocasiones.31
Con respecto a los dos ítems restantes –más interesantes desde el punto de vista de
lo que hemos venido discutiendo–, debemos decir que hasta aquí hemos visto que:
1) Cohen debe recurrir a cierto elemento intencional para validar su defensa de la primacía
de las fuerzas productivas, elemento que ocupa un lugar clave, y no periférico, como
estaría dispuesto a aceptar.
2) Las críticas de Elster a la modalidad funcional de explicación no alcanzan para
derrumbar la legitimidad teórica de la misma.
3) Aceptar la necesidad de establecer los microfundamentos de los macroprocesos (y
reconocer la utilidad de ciertas explicaciones intencionales) no es lo mismo que
convalidar el individualismo metodológico.
4) Toda explicación histórica debe incluir distintos tipos de determinaciones.
5) Finalmente, las discusiones metodológicas de los analíticos están marcadas
negativamente por un exceso de abstracción, y estrictamente no tienen toda la
profundidad que en ocasiones se les atribuye.
Como consecuencia de todo lo anterior podemos decir que los historiadores están
legitimados al utilizar explicaciones de índole funcional. Pero debemos destacar que es
conveniente dotar de microfundamentos a las mismas; que difícilmente se pueda explicar
algún fenómeno histórico-social en términos exclusivamente funcionales; y que las
relaciones de producción tienen muchas funciones posibles (por lo cual es inocente creer
que pervivirán solamente por su propensión a desarrollar las fuerzas productivas o que
30
Estos temas los desarrollamos extensamente en Ensayo sobre la teoría marxista de la historia, cap. IV y V; y en «Materialismo
histórico y determinismo tecnológico: a propósito de Cohen», artículo todavía inédito (enviado para su evaluación y eventual publicación
a Anales de historia antigua, medieval y moderna –UBA–).
31
"[...] nunca se alcanzará el éxito con la llave maestra de una teoría histórico-filosófica general cuya suprema virtud consiste en ser
supra-histórica", Karl Marx, «Carta al Consejo Editorial de Otechoestvennye Zapiski», en Teodor Shanin, El Marx tardío y la vía rusa,
Madrid, Revolución, 1990, pág. 174.
11 11
12
serán «barridas» cuando dejen de hacerlo). Por otra parte, no nos parece muy conducente
intentar definir a priori cuál es la modalidad explicativa fundamental (mucho menos si las
mismas se reducen a la causal, la intencional y la funcional). Diferentes procesos históricos
requerirán distintas combinaciones de tipos de explicación. Pero si hemos de permanecer en
el plano de lo general, nos parecen mucho más instructivas las siguientes observaciones de
Mario Bunge:
[...] Los procesos históricos "de importancia histórica" son al propio tiempo
fuertemente autodeterminados (determinados internamente por la estructura del
propio grupo social implicado), decididamente dialécticos (por cuanto consisten en
luchas de grupos humanos o son resultado de ellas), de modo parcial teleológicos
(tendiendo, aunque casi siempre en forma inconsciente, a la realización de objetivos
definidos), y típicamente estadísticos (por ser el resultado colectivo de diferentes
acciones individuales en gran medida independientes entre sí); en suma, que los
sucesos socio-históricos son eminentemente no causales.32
Ahora bien, tenemos que decir unas palabras sobre el lugar de las explicaciones
propiamente intencionales. ¿Es verdad, como pretende Cohen, que ocupan un lugar
absolutamente subordinado dentro del materialismo histórico?¿Deben los elementos
intencionales de cualquier explicación reducirse a explicitar los mecanismos ideológicos y
psicológicos (socialmente determinados en forma absoluta) que permiten a los individuos
mediar entre estructuras sociales? ¿Se limitan las determinaciones intencionales a influir
sobre las particularidades y los detalles de un macroproceso cuyas determinaciones básicas
y decisivas se encuentran siempre en otro lado? Y en sentido inverso, ¿está en lo cierto
Elster cuando pretende basar la explicación histórico-sociológica sobre fundamentos
intencionales? ¿Podemos esperar que las teorías intencionalistas ocupen siempre un papel
decisivo? ¿Debemos suponer, en cambio, que jamás cumplirán tal papel? ¿O más bien
debemos inclinarnos a pensar que sólo excepcionalmente adquirirán un carácter decisivo?
32
M. Bunge, La causalidad, pág. 385.
33
No hay que confundir al fatalismo con el determinismo. El marxismo se opone al primero, mas no al segundo.
12 12
13
Pues bien, para que las decisiones y acciones de los individuos contribuyan a
explicar el curso de la historia a nivel macro (y no sólo las vicisitudes de la lucha u otras
cuestiones «menores») debe ser posible 1) actuar de distintas maneras, y 2) que esas
acciones diferentes provoquen resultados diversos. Sin estas condiciones Cohen lleva la
razón: los sujetos habrán de comportarse de la única manera posible, o bien, si tuvieran
opciones, las mismas no influirán en las líneas generales de desarrollo. Obsérvese que
reconocer la existencia posible de la primer condición supone aceptar que la conducta de
los sujetos no se encuentra exclusivamente determinada por la situación económica.
Empero, podría argumentarse que la conducta de los individuos, si bien no se explica
exclusivamente por las condiciones económicas, sí se explica por el contexto social
entendido en sentido amplio: la entera configuración de situaciones económicas, políticas,
culturales e ideológicas; y que si tal fuera el caso la posibilidad real de «elección» de los
sujetos sigue siendo nula. La elección no es más que una ilusión, puesto que los sujetos se
hayan absolutamente determinados por el entorno, careciendo de cualquier grado de
autodeterminación. Sin embargo esta es una afirmación excesivamente extremista
(defendida, empero, por algunos althusserianos).34 Para moderarla podría afirmarse que la
elección, posible en el plano individual, carece de repercusiones en el plano macrosocial.
Para ejemplificar esto último podemos acudir a los argumentos antirreduccionistas
utilizados anteriormente: un cúmulo de acciones individuales disímiles y simultáneas
pueden provocar, a un macronivel, un desarrollo que no es reductible a ninguna de las
microacciones individuales. Aunque los individuos puedan optar –y de hecho opten–, sus
diferente opciones no alteran el curso macro social, que se encuentra completamente al
margen del más mínimo "control" por parte de los sujetos. Si las cosas fueran así los
desarrollos de Elster perderían fuerza, quedando relegadas las explicaciones intencionales a
complementar teorías cuya base explicativa es (siempre) sustancialmente no intencional.
Pero las cosas no ocurren siempre de esta manera. En ciertas circunstancias –muy
especialmente cuando los individuos dejan de actuar atomizadamente, se convierten en
auténticos sujetos sociales y llevan a cavo distintas formas de acción colectiva (cuya
expresión más elevada la constituye la lucha política)– la diversidad de acciones de los
sujetos no ocurre simultánea sino alternativamente: sólo es posible actuar de una u otra
manera. En tales ocasiones, las decisiones tomadas (y sólo parcialmente determinadas por
el contexto) pueden tener una incidencia decisiva en el curso macro social (cuando menos
en los casos en que las fuerzas en pugna poseen similares posibilidades de imponerse). En
tales circunstancias, la capacidad de enormes grupos sociales para llevar a la práctica
masivamente decisiones en principio apoyadas por una ligera mayoría, la incidencia de
pequeños grupos altamente integrados y organizados, e inclusive la personalidad
excepcional de un dirigente, pueden convertirse en factores determinantes fundamentales.
Debe considerarse, también, que las acciones de los sujetos no son todas del mismo
grado ni poseen el mismo interés para el historiador. Perry Anderson distingue entre los
objetivos y acciones de carácter «privado», los objetivos y acciones (individuales y
colectivos) de carácter «público» pero con alcances limitados, y aquellos objetivos y
acciones que se proponen transformar conscientemente las relaciones sociales. Esta última
34
La defensa más sólida de esta tesis es, a juicio nuestro, la que intenta Carlos Pereyra en El sujeto de la historia, México, Alianza,
1996, donde argumenta extensamente en favor de la tesis Althusseriana según la cual la historia es «un proceso sin sujeto».
13 13
14
Es innegable que los individuos poseen la capacidad de elegir; pero esta capacidad
no se da en un marco de indeterminación, sino en un contexto en el que el espectro de
acciones posibles es limitado. Tampoco es razonable negar que en todo proceso social
existen distintos niveles de determinación (económico, político, etc.); y que estos niveles
no poseen un peso igual: su capacidad de determinación es jerárquica. Sobre esta base el
argumento de Cohen podría ser convalidado postulando que, a la larga, los niveles
superiores habrán de imponerse –al menos estadísticamente– sobre los inferiores. Aunque
los fenómenos ideológicos posean un cierto grado de autodeterminación, a la larga se
impondrán aquellas ideologías que mejor sirvan a las necesidades de la economía. Si bien
pueden aparecer individuos brillantes, en el largo plazo su capacidad para interferir o
desviar el curo de la historia –determinado por los niveles de determinación estructurales
(económicos, sociales)– será nula. Esta postura, si nos cuidamos de extremarla demasiado,
puede ser de alguna utilidad. Cuando menos nos arma para enfrentar la tentación de
concebir el curso histórico como una eterna sucesión de accidentes, como un proceso
sustancialmente azaroso y carente de determinaciones (o guiado por personalidades
todopoderosas). Pero la creencia en que las determinaciones económicas habrán de
prevalecer inexorablemente no es correcta. El «choque» de distintas cadenas y niveles de
determinación configura el curso histórico sin que se impongan fatalmente las tendencias
de origen económico. De todos modos, se podría argumentar que, llegados al nivel de los
individuos, sí podemos concluir que su capacidad intrínseca para influir en el desarrollo
histórico es nula: los individuos se comportarán tal y como lo determinen las condiciones
económicas, políticas, culturales e ideológicas imperantes. Sin embargo hay situaciones en
las que las presiones sociales para optar entre dos o más alternativas son semejantes. Y aún
cuando las presiones "fuercen" a los individuos a elegir cierta alternativa, muy difícilmente
esta elección sea adoptada por la totalidad de los sujetos: será simplemente la opción
estadísticamente mayoritaria. Por muy poderosas que sean las determinaciones sociales,
ellas no anulan un cierto grado de autodeterminación individual. Además, toda regla tiene
su excepción, y allí donde algo es sumamente probable existe algo muy improbable que,
llegado el caso, puede de todos modos suceder. Sería erróneo pretender encontrar a cada
paso pequeños grupos organizados, accidentes imprevisibles, dirigentes excepcionales o
tácticas particularmente acertadas o afortunadas que desvían o influyen decisivamente en el
curso determinado por condicionantes más básicos. Pero no podemos descartar que,
eventualmente, ello suceda. En condiciones de paridad de fuerzas un pequeño «detalle»
puede inclinar la balanza. Cuando dos (o más) tendencias antagónicas semejantemente
poderosas chocan entre sí, puede suceder que algún elemento «menor» cobre una
importancia decisiva. Una sumamente improbable combinación de determinaciones puede
desviar o destruir un desarrollo aparentemente inevitable o estadísticamente "casi seguro".
35
Perry Anderson, Teoría, política e historia, México, Siglo XXI, 1985, pág. 23.
14 14
15
No sólo los sucesos más frecuentes son importantes y por eso interesantes para el
historiador: también las desviaciones de la media, carentes de interés estadístico, son
a veces eminentemente interesantes para el historiador, pues pueden estar asociadas
con profundos cambios cualitativos. Un caso obvio de tales sucesos poco comunes
(improbables) es el de los profundos cambios que pequeños sectores de la humanidad
(y hasta individuos excepcionales) pueden llegar a provocar de tanto en tanto: por
ejemplo, reajustes sociales y políticos. Pero hasta estos sucesos excepcionales, lejos
de carecer de leyes, son el resultado de las leyes del desarrollo social.36
15 15
16
Es equivocado pensar que los sujetos pueden ser libres en el sentido de carecer de
condicionantes. Las creencias, objetivos, decisiones y acciones de los sujetos (individuales
y colectivos) poseen determinaciones; pero entre tales determinaciones se incluye la
autodeterminación. Aunque las condiciones sociales moldean fuertemente a los individuos,
ello no anula una cuota (históricamente variable) de autodeterminación, ni elimina la
posibilidad de que aquello estadísticamente excepcional emerja eventualmente como una
fuerza decisiva en el curso histórico.
39
M. Bunge, La causalidad, pág. 278.
40
P. Anderson, Teoría..., pág. 23.
16 16