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Microrrelatos

1. “Milagros de la pobreza”, de Edgar Bayley (Argentina)


Mi amigo Isaías necesitaba un empleo. Entonces publicó un aviso: Joven decidido, entusiasta,
aptitudes, teléfono... Nadie podía precisar si se trataba de una solicitud o de una oferta de
empleo. Y llovieron los pedidos: casos realmente conmovedores. Postergaciones inexplicables.
Jóvenes aptos, llenos de posibilidades, que por un motivo u otro habían sido olvidados. Él no
podía ciertamente ofrecerles el empleo que necesitaban, pero, a lo menos, podía responder sus
cartas, calmar algunas de sus inquietudes, darles algunas esperanzas... Y en eso pasó Isaías todo
el tiempo de su juventud que hubiese debido destinar a labrarse una situación.

2. “La carta”, de Luis Mateo Díez

Todas las mañanas llego a la oficina, me siento, enciendo la lámpara, abro el portafolios y, antes
de comenzar la tarea diaria, escribo una línea en la larga carta donde, desde hace catorce años,
explico minuciosamente las razones de mi suicidio.

3. “Hablaba y hablaba”, de Max-Aub Mohrenwitz

Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo


soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar.
Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo
mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese
sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de
más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se
le reventaron las palabras por dentro.

4. “El muro”, de Gonzalo de Córdoba

Lleva horas golpeando el sólido muro con sus puños desnudos, y ya le han comenzado a sangrar.
Muchos años atrás, cuando llegó a Berlín a estudiar, tomó la decisión de luchar con denuedo
hasta verlo derrumbado. ¿Cuántos años han pasado? ¿Por qué aún no lo ha logrado? En ese
instante su pequeña nieta interrumpe sus cavilaciones:
—Abuelo, deja ya. Vamos a casa. Ya no estás en Berlín, esto es Jerusalén.

5. “Un minuto de vida”, de Gonzalo de Córdoba

Aquella innombrable mañana, muchos años de lacerante espera fueron recompensados. Yuriko
recibió al ansiado hijo primogénito con sus vírgenes manos de madre. Mientras dejaba desbordar
sus sentimientos, una cansina lágrima se deslizó por su mejilla. Alzó un momento los ojos al
cielo para agradecer a sus milenarios dioses, y fue entonces que vio en las inalcanzables alturas
una luz enorme y brillante… El hijo de Yuriko nació cuando el reloj marcaba las 8:14 de la
mañana, el 6 de agosto de 1945...en Hiroshima.

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