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Todas las mañanas llego a la oficina, me siento, enciendo la lámpara, abro el portafolios y, antes
de comenzar la tarea diaria, escribo una línea en la larga carta donde, desde hace catorce años,
explico minuciosamente las razones de mi suicidio.
Lleva horas golpeando el sólido muro con sus puños desnudos, y ya le han comenzado a sangrar.
Muchos años atrás, cuando llegó a Berlín a estudiar, tomó la decisión de luchar con denuedo
hasta verlo derrumbado. ¿Cuántos años han pasado? ¿Por qué aún no lo ha logrado? En ese
instante su pequeña nieta interrumpe sus cavilaciones:
—Abuelo, deja ya. Vamos a casa. Ya no estás en Berlín, esto es Jerusalén.
Aquella innombrable mañana, muchos años de lacerante espera fueron recompensados. Yuriko
recibió al ansiado hijo primogénito con sus vírgenes manos de madre. Mientras dejaba desbordar
sus sentimientos, una cansina lágrima se deslizó por su mejilla. Alzó un momento los ojos al
cielo para agradecer a sus milenarios dioses, y fue entonces que vio en las inalcanzables alturas
una luz enorme y brillante… El hijo de Yuriko nació cuando el reloj marcaba las 8:14 de la
mañana, el 6 de agosto de 1945...en Hiroshima.