Está en la página 1de 1

El tiovivo

El niño que no tiene perras gordas merodea por la feria con las manos en los
bolsillos, buscando por el suelo. El niño que no tiene perras gordas no quiere mirar al
tiro en blanco, ni a la noria, ni, sobre todo, al tiovivo de los caballos amarillos,
encarnados y verdes, ensartados en barras de oro. El niño que no tiene perras
gordas, cuando mira con el rabillo del ojo, dice: “Eso es una tontería que no lleva a
ninguna parte. Sólo da vueltas y vueltas y no lleva a ninguna parte”.

Un día de lluvia, el niño encuentra en el suelo una chapa redonda de hojalata;


la mejor chapa de la mejor botella de cerveza que ha visto nunca. La chapa brilla tanto
que el niño la coge y se va corriendo al tiovivo, para comprar todas las vueltas. Y
aunque llueve y el tiovivo está tapado con la lona, en silencio y quieto, sube en un
caballo de oro que tiene grandes alas. Y el tiovivo empieza a dar vueltas, vueltas, y la
música se pone a dar gritos entre la gente, como él no ha visto nunca. Pero aquel
tiovivo es tan grande, tan grande, que nunca termina su vuelta, y los rostros de la
feria, y los tolditos, y la lluvia, se alejan de él. “Qué hermoso es no ir a ninguna parte”,
piensa el niño, que nunca ha estado tan alegre. Cuando el sol seca la tierra mojada, y
el hombre levanta la lona, todo el mundo huye, gritando. Y ningún niño quiere volver a
montar en aquel tiovivo.

Ana María Matute


Los niños tontos (1956)

También podría gustarte