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Martin Riesebrodt
El dramático resurgimiento global de los movimientos religiosos desde los años ’70 hasta
la actualidad ha tomado por sorpresa a la mayoría de los investigadores de la religión. Para la
mayoría de nosotros, tal revitalización de la religión no se consideraba posible puesto que el
destino de la religión en el mundo moderno estaba signado por un irreversible camino hacia la
secularización y la privatización. De acuerdo con nuestro mito occidental de la
modernización, el futuro de la religión ofrecía varias opciones, pero ni su resurgimiento como
fuerza política y característica de identidad social ni su habilidad para componer seres
humanos de acuerdo con su propio ethos, estaban entre ellas.
Para los intelectuales formados en la academia occidental, era particularmente perturbador
que estos movimientos religiosos en resurgimiento no fueran cultural o políticamente
“progresistas”, como la teología de la liberación en América Latina, con su fusión de
marxismo y cristianismo. Por el contrario, la mayoría de estos movimientos religiosos eran
agresivamente nacionalistas o “fundamentalistas” con un fuerte énfasis en la autoridad y la
moral patriarcal, o ambas. Igualmente de irritante era el hecho de que, al sumarse a estos
movimientos, las clases bajas no se convertían en revolucionarias sino en devotas, y las
mujeres no luchaban contra el patriarcalismo sino que se sometían a él o inclusive lo
adoptaban.
Al enfrentarse con estos hechos, los cientistas sociales tenían que reconocer su disonancia
cognitiva, y lo hacían de modos interesantes. Algunos autores simplemente han insistido en
que sus expectativas de modernización y secularización son lo suficientemente seguras. Hacer
foco sobre el resurgimiento de la religión en los “países en desarrollo” les permitía suponer
que esta revitalización de la religión era aún parte de un proceso continuo de modernización.
Y, de manera nada sorpresiva, muchos se habían dado a la tarea de detectar un “espíritu
puritano” o un “ascetismo intra-mundano” en tales movimientos. Si bien esta afirmación no es
necesariamente falsa, limita nuestra comprensión de tales movimientos a aquellos aspectos
que mejor satisfacen nuestras expectativas, en tanto omite aquellos que no lo hacen. Más aún,
tal perspectiva ignora el resurgimiento de la religión como fuerza pública en Occidente.
Otros autores han elegido el camino opuesto de la conversión instantánea al negar la
existencia de cualquier tipo de proceso general hacia la secularización en Occidente y otras
partes. En particular, los teóricos de la elección racional y sus aliados, en general
funcionalistas (lo que Stephen Warner ha llamado “el nuevo paradigma”) poseen un
entendimiento bastante estrecho y una explicación simplista de la secularización. Max Weber
alguna vez sugirió que la secularización es el resultado de la emergencia instituciones
económicas, políticas y jurídicas, relativamente autónomas, en Occidente, las cuales habían
hecho imposible para los actores sociales la participación total en el “mundo” sin renunciar a
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El fundamentalismo y el resurgimiento de la religión
una conducta social basada en una ética religiosa. Ignorando estas dimensiones culturales y
éticas, los autores del “nuevo paradigma” no reconocen un proceso hacia la secularización
inherente a la diferenciación de lo institucional de lo ético, sino que simplemente lo explican
como un efecto de los monopolios religiosos, particular de la historia europea.
Una tercera respuesta al desafío del resurgimiento religioso proviene de Samuel
Huntington, quien ha radicalizado una perspectiva alguna vez formulada por Talcott Parsons.
De acuerdo con esta posibilidad, las sociedades no se han secularizado sino que han sido
permeadas por valores religiosos. Si bien la estructura religiosa puede haber desaparecido, la
moral religiosa ha dado forma fundamental a las sociedades. Para algunos, como Parsons, por
ejemplo, los Estados Unidos en la actualidad representan el país más cristiano que haya
existido alguna vez. Huntington, tomando esta opinión de manera más general, llega tan lejos
como para sostener que el moderno y emergente orden mundial estará basado en
civilizaciones, las cuales son esencialmente expresiones de valores trascendentes generados
por tradiciones religiosas. Tomando literalmente la retórica de los fundamentalistas,
Huntington cosifica y esencializa las culturas y las civilizaciones sobre la base de la religión.
Todas estas respuestas al resurgimiento global de la religión fundamentalista (desde su
negación, pasando por la conversión hasta llegar al esencialismo) no parecen responder de
manera adecuada la cuestión de por qué estos movimientos han surgido, por qué en este punto
de la historia, y cuál puede ser su significado en el futuro. Si deseamos comprender el
resurgimiento religioso en general, y sus instancias fundamentalistas en particular, dos tareas
se presentan como necesarias. En primer lugar, deberíamos revisar nuestra comprensión de la
religión y formular una teoría de la religión que explique la simultaneidad y la
interdependencia de los procesos de secularización y resurgimiento religioso, una tarea que he
comenzado en otra parte. En segundo lugar, necesitamos utilizar una conceptualización y un
análisis comparativo más detallados de la revitalización religiosa, en general, y de los
movimientos fundamentalistas, en particular, para comprender de mejor manera el desafío que
representan para nuestro entendimiento del rol de la religión en el mundo moderno. Así pues,
no describiré movimientos fundamentalistas particulares en este ensayo, sino que intentaré
describir algunas características básicas de tales movimientos a través de tradiciones
religiosas desde una perspectiva sociológica.
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El fundamentalismo y el resurgimiento de la religión
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El fundamentalismo y el resurgimiento de la religión
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El fundamentalismo y el resurgimiento de la religión
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El fundamentalismo y el resurgimiento de la religión
Los aspectos innovadores del fundamentalismo van más allá de su reinterpretación radical
de la tradición religiosa. También, como un fenómeno social, el fundamentalismo es
innovador al integrar gente de diversos estratos sociales y de diferentes segmentos de clase en
asociaciones y movimientos novedosos, basados en ideales y prácticas culturales. Si bien los
líderes fundamentalistas también articulan ideales y programas económicos y políticos, éstos
tienden a ser mucho menos importantes y centrales que los referidos a la moral social y la
moral sexual. Desde su propia perspectiva, los movimientos fundamentalistas no son
movimientos de clase sino movimientos culturales o, como los he nombrado en otra parte, no
representan culturas de clase sino ámbitos culturales.
Hablo de ámbitos culturales cuando la identidad y la percepción de grupo de un destino
común están definidas esencialmente por ideales compartidos de un orden socio-moral y por
otros criterios no económicos. Los movimientos fundamentalistas representan estos ámbitos
culturales. Esto no implica que estos movimientos no puedan ser relativamente homogéneos
en un sentido social; algunos de ellos lo son, otros no. Pero, aun los movimientos
fundamentalistas socialmente homogéneos no se perciben a sí mismos en términos de
intereses de clase o de un destino económico común. Sin embargo, en términos sociales, la
mayoría de los movimientos fundamentalistas son en realidad de composición heterogénea.
Es cierto que la clase media tradicionalista puede ser el núcleo organizacional de algunos de
estos movimientos; pero, la membresía general es usualmente muy diversa, también en sus
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El fundamentalismo y el resurgimiento de la religión
Aunque las ideologías y los modos de vida de los diferentes grupos fundamentalistas
pueden variar considerablemente, todos tienden a idealizar estructuras patriarcales de
autoridad y moral. Todos parecen compartir una defensa de un dualismo de género “natural” o
divinamente establecido. Hombres y mujeres fueron creados diferentes, porque fueron
creados el uno para el otro. La familia es una institución sagrada que expresa el propósito de
la creación. La tarea “natural” o divinamente establecida de la mujer es procrear y criar a los
niños, y su esfera natural es la doméstica. La tarea “natural” o divinamente establecida del
hombre es tener hijos, proteger a la familia y proveerla de los recursos necesarios. Su esfera
natural es la extra-doméstica. El cuerpo femenino tiene que ser cubierto de manera decente
para evitar la generación de pasiones masculinas. En un contexto islámico, esto podría incluir
la utilización del velo; en cambio, en uno protestante, podría referirse al largo de la falda.
Pero, en cualquiera de sus formas culturales, la familia patriarcal, la autoridad patriarcal y el
dualismo de género son centrales para la identidad fundamentalista. Y los fundamentalistas
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El fundamentalismo y el resurgimiento de la religión
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El fundamentalismo y el resurgimiento de la religión
nuevo, es la inclusión de las mujeres. Este nuevo ethos religioso tendrá un impacto no sólo en
la presente generación. Al influenciar profundamente las prácticas de socialización, su
verdadero significado cultural y social será mucho más visible en la próxima generación.
Debido a estas consecuencias no intencionales, la movilización fundamentalista y la
activación de sectores laicos podrían llegar a constituirse en una revolución cultural de gran
importancia.
Teniendo en cuenta estas características del fundamentalismo, ¿cuáles son entonces algunas
de las razones del resurgimiento fundamentalista de la religión? ¿Por qué hay personas que se
sienten atraídas a unirse a comunidades religiosas fundamentalistas y quiénes son? ¿Cuál es el
significado del énfasis en cuestiones de género y sexualidad en las ideologías
fundamentalistas? ¿Y cuál es la relación entre el surgimiento de los movimientos
fundamentalistas y la situación política global?
Parece seguro decir que la gran mayoría de movimientos fundamentalistas representan a
aquellos que han experimentado la “modernización” occidental (burocratización, expansión
de una economía de mercado y secularización) como una amenaza, una decepción o,
inclusive, una catástrofe. Esto parece ser verdad en diversos aspectos para ambas
generaciones de fundamentalistas: las clases trabajadores y medias tradicionales, así como los
hijos secularmente educados de clases más acomodadas y los nuevos conversos.
La primera generación de fundamentalistas se sintió amenazada y alienada por su creciente
marginalización y falta de representatividad. La secularización y la centralización del Estado
los privó de procesos de decisión política, interfirió con su autonomía local y burocratizó (y
secularizó) las instituciones educativas y legales. Los modernos partidos políticos a menudo
no pudieron integrar gran parte de las clases tradicionalistas de la sociedad ni satisfacer sus
intereses económicos y de status.
Más aún, estas transformaciones económicas, políticas y sociales no constituyen solamente
procesos abstractos, sino que están representadas y simbolizadas por el surgimiento de nuevas
y modernas clases trabajadoras y medias, cuyas actitudes, ethos, estilos de vida y moral se
encontraban opuestas a aquellas de las clases tradicionalistas. Ellos, que alguna vez
representaron un ejemplo de vida moral, ahora eran definidos como atrasados. Al perder su
dominio cultural y las oportunidades de pasar su modo de vida a la siguiente generación, estos
tradicionalistas se sintieron desplazados, no respetados y amenazados por la decadencia
moral.
La segunda generación de fundamentalistas representa un caso algo diferente. Suelen estar
al límite, entre el tradicionalismo y el modernismo. Muchos provienen de familias
tradicionalistas, pero han recibido una educación moderna secular y tienen una tendencia al
progreso en su status social. Otros son nuevos conversos que han crecido en hogares
seculares. Sin embargo, cuando sus expectativas de seguridad laboral, prosperidad económica,
ascenso social y prestigio no fueron satisfechas en la realidad, estos grupos fácilmente
proyectaron sus aspiraciones en un orden social justo e imaginario de un pasado distante y
dieron sus espaldas al Estado. Para todos aquellos que habían sufrido estos dramáticos
cambios, que habían experimentado una pérdida en su status social, cuyas esperanzas habían
sido aplastadas, que habían tenido problemas intentando adaptarse a las cambiantes
estructuras de las relaciones sociales y el orden normativo, o que creían que habían pagado un
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El fundamentalismo y el resurgimiento de la religión
precio demasiado alto por su nuevo status, un rechazo del presente y de aquellos a quienes se
considera responsable de ello parece ser una reacción muy posible.
La cuestión, ahora, es explicar por qué estos grupos no se organizaron sobre la base de
intereses de clase sino en términos de ideales socio-morales compartidos. Por mi parte,
sugiero que tales situaciones de transición, de un cambio social dramático en la forma de una
movilización ascendente, descendente, horizontal y demográfica no sólo hacen difícil una
definición de la identidad personal sino también de los intereses económicos. ¿Cómo se
definen los intereses de una persona y a con quién se debe ser solidario? ¿Están determinados
por el pasado, el presente o un futuro imaginario? Esta definición aparentemente simple de los
intereses materiales depende de la imbricación individual en las relaciones sociales. Si yo no
sé quién soy y a quién pertenezco, una articulación de los intereses materiales parece más
problemática de lo que a uno le parecería. Cuando viejos lazos sociales e identidades ya no
son lo suficientemente fuertes y aún no se han desarrollado otros nuevos, una cosmovisión
como la fundamentalista supera todas las contradicciones y dudas. Ofrece una visión holista y
culturalmente orientada, una crítica social, ideales de un orden justo de la sociedad y una
visión de la historia que refleja apropiadamente las experiencias difusas y confusas de sus
diversos seguidores.
Más aún, la identidad y la composición social heterogénea de los ámbitos de clase implican
una imposibilidad de articular los intereses materiales comunes, más allá de la categoría
abstracta de “justicia”. De manera adicional, para las clases sociales que no se perciben a sí
mismas en términos de intereses de clase sino en términos de status (honor), como las clases
medias tradicionalistas, una articulación de la protesta en términos de simples intereses
materiales es altamente improbable. Para ellos, todo un estilo de vida está en juego. Este tipo
de factores hacen que el mensaje de un retorno a un orden moral de justicia, religiosidad,
autoridad patriarcal y modestia sea atractivo tanto para la primera como para la segunda
generación de fundamentalistas. La utopía modernista de la historia como un proceso
interminable de perfección social y oportunidades individuales es puesto en contraste con un
escenario dramático de una historia de salvación en la que la sociedad está en decadencia y
los enfrentamientos no se producen entre las clases sino entre el bien y el mal, las fuerzas de
Dios y las fuerzas de Satán.
¿Cuál es el significado del fuerte énfasis en la autoridad y moral patriarcal? ¿Por qué
cuestiones de género y moral sexual son tan importantes en la ideología, la retórica y la
práctica fundamentalista? En parte, la respuesta ya ha sido sugerida. Puesto que el
fundamentalismo constituye un ámbito cultural, temas de orden socio-moral son
prevalecientes. Pero, ¿por qué la autoridad patriarcal y la moral sexual, en vez de una
preocupación por el pobre o por la creación de Dios? El problema tiene varios aspectos. De
mayor importancia, la familia y las relaciones de género son áreas en las que los cambios
sociales se experimentan de manera directa y dramática. Si las relaciones de pareja se
deterioran, los hijos dejan de aceptar la autoridad de sus padres y nuevas normas de conducta
pueden no ser aun aceptables: una típica crisis de anomia durkheimiana se ha producido.
Tales crisis pueden producirse de manera más severa que cualquier dificultad económica
puesto que socava la confianza en la más básica, personal y sensitiva de las relaciones
sociales.
¿Por qué la gente simplemente no se adapta a las nuevas formas de vida y relaciones
sociales? Muchos lo hacen. Pero, los fundamentalistas están seriamente comprometidos con
los valores y la moral de la familia patriarcal, así como los modernistas lo están con los
derechos humanos y la igualdad de género. Ciertos valores no son negociables. Más aún,
cuestiones de relaciones de género y moral sexual han adquirido un significado simbólico
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El fundamentalismo y el resurgimiento de la religión
central en el conflicto entre modernistas y fundamentalistas. En tanto que todos los síntomas
de decadencia social están en definitiva explicados por la ideología fundamentalista en
términos de un abandono de la fe y medidos por una adhesión a la moral social patriarcal,
incluso los conflictos políticos o económicos pueden ser percibidos y representados en
términos de una Kulturkampf [lucha cultural] entre los secularistas y su Estado, por un lado, y
los devotos religiosos y su dios, por el otro.
¿Por qué estas personas se vuelcan hacia la religión en lugar de hacia las ideologías
seculares? ¿Qué ofrece la religión que las ideologías seculares carecen? Por supuesto, en
algunas sociedades muchos se han volcado hacia ideologías seculares o seudo-religiosas,
como el fascismo o el populismo, especialmente cuando las instituciones religiosas se
encuentran íntimamente conectadas con el Estado modernizador y cuando la definición de la
religión legítima se encuentra fuertemente controlada. En algunos casos, la represión política
les ha facilitado a las personas organizarse en asociaciones religiosas. Pero, por lo general, la
atracción hacia la religión puede tener varios motivos.
Por supuesto, para aquellos vinculados a una tradición religiosa (a sus prácticas, sus
creencias y sus valores), una articulación religiosa de la protesta es obvia y muy plausible. Sin
embargo, como ya hemos visto, algunos de los atractivos de la religión tienen que ver con la
dinámica de grupo. Hay muchos fundamentalistas de segunda generación que han crecido en
ambientes moderadamente religiosos e incluso seculares para quienes la aproximación a la
religión es nueva. Cuando el secularismo militante es asociado con la postura modernista, la
oposición contra aquel seguramente utilizará a la religión para articular la protesta. La religión
ofrece la contraposición más fuerte, enfrentando a la postura modernista y su modo de vida
secular. También provee a los actores con un algo grado de legitimidad al unirlos en una
comunidad de justos, un partido de dios, que trasciende los límites e intereses de clase. La
religión ennoblece la lucha contra un enemigo común y constituye a los fundamentalistas en
soldados que comparten un destino en una batalla apocalíptica.
Pero el fundamentalismo no es solamente una crítica hacia los otros o un lenguaje
conveniente, sino que también ofrece una posición fuerte, institucionalizada en asociaciones
religiosas y sus prácticas. Los ámbitos fundamentalistas a menudo son exitosos en
reestructurar cognitivamente y emocionalmente las cosmovisiones de sus seguidores, y
prácticamente reinventan sus identidades sociales y los ayudan a recobrar el sentido de
dignidad, honor y respeto. En verdad, las religiones ya poseen la infraestructura de rutinas
diarias, semanales, mensuales y anuales que las ideologías seculares tardan mucho tiempo en
inventarse.
Finalmente, ¿cuál es la relación entre los movimientos fundamentalistas y el emergente
orden global? Huntington ha sostenido que el mundo estará constituido por conflictos entre
civilizaciones basadas, en última instancia, en valores religiosos. A partir de mi análisis del
fundamentalismo, me gustaría sugerir un escenario diferente. Si bien las tradiciones religiosas
pueden ser la base de la identidad y la solidaridad social, todas las tradiciones en el mundo
contemporáneo tienden a estar fragmentadas en una variedad de ámbitos culturales que
exponen las diferentes actitudes frente a las particularidades de la vida moderna. Existen
ámbitos culturales comparables en diferentes tradiciones religiosas que podrían tener tanto en
común como ámbitos opuestos dentro de la misma tradición. Por lo tanto, un escenario
realista de las posibles relaciones de solidaridad y conflicto tiene que ser mucho más
complejo y móvil que el sugerido por Huntington. En tanto que el secularismo y el
fundamentalismo se constituyen mutuamente, tanto social como ideológicamente, el
fundamentalismo no es la realización final del núcleo religioso de ninguna “civilización” ni
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El fundamentalismo y el resurgimiento de la religión
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Tomado de: Martin Riesebrodt, “Fundamentalism and the Resurgence of Religion”, Numen, vol. 47
(2000), pp. 266-287.
Traducción: Emanuel Pfoh
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