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PRÓLOGO

El sol lucía, Terencia cerró la puerta detrás de sí y miró a su padre, quien (se encontraba
tumbado) yacía en la cama. Entonces se acercó a él y le cogió la mano. Estaba pálida.
Terencio, mirando a su hija, dijo:
Terencia, es el momento de irme. Me aflige no dejarte mucho. ¡En otros tiempos fuimos ricos!
¿te acuerdas?
Terencia respondió a su padre:
¡Oh padre, me acuerdo!, pero debes dormir.
Entonces Terencio dijo:
hija mía, escucha: Ante mí está la oscuridad. Pronto voy a morir.
¡Oh padre!, exclamó Terencia.
Escucha lo que te voy a contar, dijo Terencio. Terencia se sentó junto a él. Entonces su padre
dijo:
escucha (querida) mi Terencia: casi todo lo nuestro, oro, caballos y otras muchas cosas, nos
lo quitó un hombre. Ya casi nada tengo como esto. Casi nada me resta que te pueda dar.
Su padre puso e la mano de Terencia un puñal y dijo:
Se dice que este puñal fue de Bruto. Este es el puñal que antaño apuñaló a Julio César. Quiero
que tengas este puñal De hecho este puñal te lleva a….
Terencio súbitamente se calló.
¿Padre?, exclamó Terencia. ¿Padre?. ¡Responde!. ¿A dónde me lleva?. ¡Padre!.
Terencio cerró sus ojos. Ha muerto. Terencia tenía el puñal en sus manos. Mientras sostiene el
puñal delante de sí dijo:
¡Juro por este puñal, padre, que recuperaré todo lo nuestro!.

CAPÍTULO PRIMERO

Terencia corría. Ya era de noche en Roma y Terencia corría por las oscuras calles de la
ciudad. Corría aceleradamente. Veía delante de sí una sombra. La seguía, pero la sombra corría
más rápidamente que Terencia. Terencia se paró súbitamente. La calle estaba vacía y oscura.
No veía la sombra que estaba siguiendo. Enfadada gritó:
¿Dónde estás?.
Terencia quería correr, quería seguir a la sombra, pero la ciudad y la calle eran demasiado
oscuras. Terencia miró a su alrededor. Miraba las calles y las viviendas, pero estaban obscuras.
Veía sombras, muchas sombras, pero la sombra que seguía, ya no la veía.
La noche era obscura. Era peligroso estar afuera por la noche en Roma. Terencia estaba sola y
la calle estaba vacía.
Terencia se da la vuelta y regresa por la misma calle por dónde había venido. Regresa a la
posada desde la cual tan rápidamente poco antes se había marchado. Miró la pequeña puerta de
la posada durante un corto espacio de tiempo. La puerta era roja. El nombre de la posada era
“La Burra”, dentro de la cual había luz, calor, y muchos hombres. En la calle estaba la
oscuridad, el frío y ninguna persona. Terencia estaba sola.
CAPÍTULO SEGUNDO

Terencia abandonó la calle obscura y entró en la posada. Se acercó al camarero de la


posada y dijo (hablando así):
Hola. Aquí estuvo un joven solo.
Estuvo, respondió el camarero.
De esta posada, dijo Terentia, se marchó.
Se marchó, respondió.
Terencia, de esta manera, continuó preguntando (pidiendo, solicitando):
¿Sabes quién es (aquel)?.
Lo sé, contestó el camarero de la posada. Entonces Terencia dijo enfadada: ¡vamos, dí!, ¿quién
es, (finalmente)?.
Entonces, un hombre con anillos de oro (que llevaba puestos unos anillos de oro), se acercó a
Terencia y dijo:
(Aquel) No entiende el Latín. Es griego.
¿De verdad?, dijo Terencia. ¡Ahora entiendo por qué me respondió así!. ¡No sabe hablar en
latín!.
Entonces, ese hombre con los anillos de oro dijo: Así es. Me llamo Eneo. ¡Soy posadero y esta
es mi posada!. ¿Qué quieres?. ¿Quieres vino? ¡Tenemos muchos vinos y éstos (son) buenos!.
Saca monedas.
No quiero vino, dijo Terencia. Escucha. Busco a un joven que se fue de esta posada solo.
¿Quizás lo viste?.
¿Qué (que cosa) es lo que ya no quieres?, dijo el posadero .
Terencia, enfadada miró al posadero.
Seguí a un joven que se iba (marchándose) de esta posada. ¿Lo viste?.
Quizás lo ví, dijo Eneo. Pero ¿(qué cosa a ti) qué cosa quieres?. ¿Por qué lo buscas?.
A lo cual Terencia dijo: me quitó algo.
El hombre con los anillos de oro sonrió y entonces así dijo: ¿estás segura?, ¿te quitó?, ¿qué es
lo que te quitó?.
Me quitó un puñal, dijo Terencia.
Entonces aquel: ¿tu puñal?. Si vinieras conmigo te daría otro. Tengo muchos.
No quiero uno tuyo, sino mi puñal.
Entonces aquel: ¿Por qué te lo quitó?.
Terencia respondió enfadada: ¿quién sabe? ¡Entonces no era el momento de preguntarle! pero
¡eh, dime, el joven que me quitó el puñal!, ¿no lo conoces?.
No, no lo conozco, dijo el posadero.
¿Lo viste antes?, dijo Terencia.
Aquel respondió: a menudo lo veía.
Entonces aquella: ¿cuál es su cara?
El posadero, mirando a Terencia le dijo: ¿Qué, no sabes como es su cara? ¿acaso no lo viste
fuera?.
Miré, dijo, pero la cara estaba en la oscuridad y no la pude ver.
Entones el posadero dijo: ¡ea pues, la cual conozco (la cara que conozco, esa que conozco) te
diré (te la voy a explicar, te la voy a describir). Aquel a quien buscas es un joven hermoso con
cabello negro, de hecho es el más hermoso, y con las manos pequeñas.
¿Llevaba anillos de oro como tú?, preguntó Terencia.
Anillos no llevaba, que yo sepa, respondió.
¿Quién lo conoce?, dijo Terencia. Si a menudo estaba por aquí, tal y como dijiste, quizás
alguien lo conozca. ¿Alguien solía hablar con él aquí?.
El posadero sonrió con una sonrisa funesta.
No, pero si lo que quieres es un hombre con el pelo negro, aquí estoy yo, dijo.
Entonces Terencia, enfadada, dijo: finalmente (entonces), ¿Qué?, ¿tienes tú mi puñal?.
No tengo tu puñal, pero tengo algo mejor, respondió el posadero y se detuvo ante ella (y paró
de hablarle).
Terencia se marchó de la posada y no pensaba volver (más) allí. No solo las calles de Roma
son peligrosas por la noche, sino que también las posadas.

CAPÍTULO TERCERO

Terencia iba de manera acelerada hacia su casa por unas calles obscuras y vacías. Era
peligros estar fuera (en la calle) por la noche, y no debía permanecer fuera (en la calle) sin su
esclava. Terencia había estado con su esclava en esa posada, pero esa (la esclava) desconocía
que estuviese allí. Habiendo llegado a casa por fín, pensó consigo mismo (reflexionó) durante
un corto espacio de tiempo:
¿Cómo recuperaré el puñal?. Vi solo la sombra de un joven. Eso es todo..
Sabía que el joven era hermoso, con pelo negro, con las manos pequeñas. Aquel (el posadero)
le había explicado todas estas cosas, pero a Terencia no le ayudaban mucho.
Terencia hacía tiempo que estaba sentada (ya) en su casa cuando le vino a la mente que ¡era el
vino sobre su túnica (la clave estaba en el vino…)!. Desconocía si su esclava estaba en casa,
pero se levantó y mientras se quitaba (desvestía) la túnica, gritó:
¡Doripa! ¡mi túnica tiene manchas de vino! ¡acércate aquí!.
Doripa, esclava de ella, fue rápidamente al cuarto y cogió la túnica; se marchaba cuando
Terencia gritó: ¡ (espera) no te vayas!. ¿Cuando regresaste de la posada a dónde fuiste?. La
esclava Doripa dijo a esto: cuando regresé de la posada te seguí pero tu corriste más rápido
que yo; después de tres calles ya no te veía. Durante mucho más tiempo corrí un poco pero
todas las calles estaban vacías. No viéndote en ningún sitio, regresé a casa. ¿Hice mal?.
No, lo hiciste bien, dijo Terencia. De hecho es peligroso estar afuera (en la calle, por la calle)
por la noche.
Doripa le preguntó: ¿por qué saliste tan rápidamente de la posada?.
¿Acaso no viste al joven que huía (salía) de la posada hacia afuera?, dijo Terencia.
No lo vi, respondió. Únicamente te vi a ti, derramando aquel vino sobre tu túnica. Entonces
corriste. Nada más.
El joven me quitó el puñal, el cual estaba (yacía) en la mesa. Y así (y entonces) le seguí.
A esto, Doripa (dijo): ¿lo cogiste?.
No lo cogí porque corrió más rápido que yo.
Entonces Doripa: traes malas noticias (son malas noticias). ¿Acaso quieres algo (deseas algo
más)?.
Que me traigas la túnica limpia, dijo Terencia.
Doripa se marchó dándose la vuelta.
Poco después Terencia se fue a dormir, pero no pudo (pudiera) dormir. Todavía estaba
enfadada. No sabía como recuperar el puñal de su padre. Pensaba para sí misma: Algo haré
para recuperar la casa de mi padre, ¡lo juro por (mis) los ojos (lo juro por mi vida)!.

CAPÍTULO CUARTO
El día siguiente trajo la luz y el calor. Terencia no había dormido por la noche. Por la
noche no había cerrado los ojos. Se levantó de la cama y se puso una túnica limpia. Solía vestir
túnicas amarillas o rojas, pero aquel día (en aquel día) se puso una blanca. Su esclava quedada
en casa (se quedó en casa) (y) Terencia regresó afuera (se marchó a la calle). Miró a su
alrededor: la calle estaba llena de hombres. Aunque no quería regresó a la posada en la que la
noche anterior había estado. Fue a la posada y se acercó a la puerta, pero no entró: no quería
ver otra vez al posadero, el (ese) hombre funesto con anillos de oro. Y así se marchó de la
posada rápidamente y continuó por aquella calle por donde siguió a una sombra la noche
anterior. Quería encontrar algo que le llevase al funesto joven, el cual le había quitado el puñal.
De hecho la calle parecía ser otra (diferente en) ese día que aquella por donde había corrido la
noche anterior. Había tantos hombres que Terencia apenas veía la calle y las viviendas.
Finalmente fue allí, a dónde en la noche anterior había decidido. Terencia miró alrededor: era
otra calle. Era una calle de otras calles similares. Avanzó por la calle, pero no sabía a dónde ir.
Pasó por delante de una de las puertas de la ciudad; era (se llamaba) Puerta Flumentana
(flumen=río). No lejos de ella se puede ver el Tíber, pero no se alejó de la puerta. Se puso en
mitad de la calle. De hecho dos grandes caballos iban por esa calle. Pasaron por delante de
Terencia y entraron a otra calle. Terencia siguió a los caballos con sus ojos.
No sabía dónde ir. No sabía dónde buscar al funesto joven.
Apenas podía tener los ojos abiertos.
Miró a su alrededor dónde sentarse. Junto a ella había un carro vacío. Se sentó en el carro. No
mucho tiempo después Terencia dormía en el carro. Dormía con el sol luciente (así de
tranquilo), como si fuera plena noche.

CAPÍTULO QUINTO

El carro donde Terencia estaba sentada iba rápidamente por una calle larga. Terencia ya
durmiente (estaba durmiendo) iba en el carro y después de un largo tiempo llegó a unas oscuras
viviendas. Los caballos arrastraron el carro con Terencia hasta las viviendas.
Mucho después Terencia fue sobresaltada por un ruido. Abrió los ojos hacia (en dirección a)
este ruido. Miró a su alrededor. Se encontraba en un cuarto oscuro y silencioso. No podía ver
nada con tanta oscuridad. No le gustaba; de hecho sabía que Roma era peligrosa. Así (eso) le
dijo su padre. Ya solamente veía ante sí oscuridad, (ni) el sol, (ni) la calle llena de hombres.
(Eso) no le gustaba.
Aunque estaba sentada en el carro, no sabía dónde estaba. Entonces escuchó otra vez el sonido
que poco antes la sobresaltó. Alguien la miraba, pero en (con) tanta oscuridad Terencia no veía
quién era, pero sabía que alguien estaba ante sí y la miraba.
Ey, ¿quién eres?, dijo Terencia. ¿Por qué me miras?.
Nada respondió a Terencia reclamante (que estaba reclamando).
¡Ey, te pido que me ayudes; no sé dónde estoy, me quiero ir!; dijo Terencia.
Nadie contestó a la reclamante Terencia (a la que estaba reclamando). Terencia estaba ya tan
pálida como la túnica que (llevaba) vestía. Otra vez escuchó el sonido. Alguno ya no estaba tan
lejos de ella.
¡Te pido que me ayudes!. ¡Quiero regresar a casa!.
De repente vio dos ojos delante de sí. Eran tan grandes que incluso en la oscuridad podían
verse. Los ojos lucían en la oscuridad igual que unos soles.
¡Ahhhhhh!, exclamó Terencia.
De repente se abrió la puerta de detrás de Terencia. El sol lucía fuera. Terencia ya veía. Ante
ella había un burro. Terencia se calló. Un hombre con una gran barba entró en la habitación, y
sonriente dijo: este es Lucio, mi mejor burro, no el de oro.
¿Qué cosa (qué)? ¿qué cosa (qué) dices?, dijo Terencia.
El hombre con la gran barba dijo: ¿dormiste bien?. Dormiste en mi carro incluso sentada.
Antes no quise despertarte, pero ahora es necesario a mí (necesito) el carro. De hecho este
carro pronto parte hacia París, así que he de bajarte.
Terencia bajó del carro. Saliendo de la habitación oscura salió hacia el sol (fue hacia la luz).
Entonces entendió donde estaba: veía caballos, burros, carros. Estaba en un establo. Terencia
siguió poco tiempo con los ojos viniendo y yendo (mirando aquí y allá con los ojos). Estaba en
un establo lleno de caballos y carros. Aquí venían muchos hombres: unos para ir a otra ciudad
en carro, otros para enviar regalos a otra ciudad. Terencia también quería ir a otra ciudad.
pensaba para sí: quiero ir a Atenas, a Alejandría, a París, pero ante todas (las ciudades) a
Londres. Allí, de hecho, los hombres no son malvados, sino buenos, y tienen barba. Una vez
mi padre dijo esto. Mi padre nunca se equivoca. Las barbas le gustaban a Terencia.

CAPÍTULO SEXTO

Terencia, mirando (como mirara) un momento al burro Lucio, prosiguió. Otra vez
pensaba en el puñal robado. No sabía qué hacer, pero sabía que algo tenía que hacer.
De repente se puso en mitad de la calle. Miró la puerta que estaba junto al establo. Era
pequeña. Era roja. Así pensaba para sí: ¿Dónde vi antes esta puerta roja?.
Entonces comprendió que ella había estado allí con su padre hace tiempo. El padre de Terencia
habló allí brevemente con un hombre. En efecto una de las esclavas de su padre se fugó:
Su padre había ido enseguida con su hija Terencia hacia (al encuentro) de un hombre
mezquino, y había rogado a (ese) hombre mezquino que le encontrara a la esclava.
Terencia no sabía nada de esa cosa (ese asunto).
En aquellos tiempos habían tenido (tantas) muchas esclavas, pero ahora el hombre funesto
estaba cerca de tenerlas todas. Solamente (le) quedaba Doripa.
Terencia se quedó de pie en silencio durante un corto espacio de tiempo frente a la puerta roja.
Entonces puso su mano en ella (sobre ella). Estando la puerta abierta, entró.
Detrás de la puerta estaba la oscuridad. Terencia ya estaba en un pequeño cuarto oscuro. El
cuarto era rojo. Delante de Terencia había otra puerta y encima de ella además otras puertas.
De repente una de ellas se abrió y una pequeña mujer entró en la habitación. Se acercó a
Terencia y durante largo tiempo la observó.
Hola, dijo Terencia.
Entonces, Úrsula, de hecho este era el nombre de la mujer, preguntó:
¿qué? ¿quieres ver a Clodio?.
Terencia no sabía quien era Clodio, pero entendía que él debía ser quien hace mucho tiempo
ayudara a su padre.
Quiero, dijo Terencia.
Este no es el momento, dijo Úrsula.
La mujer menuda miró a Terencia de abajo arriba.
Puedo esperar, dijo Terencia. ¿Sabes cuanto tiempo he de esperar?.
No, dijo la mujer enojada.
La mujer menuda observó a Terencia durante un largo tiempo, entonces se fue en silencio.
pronto regresó al cuarto con una silla, la cual puso ante Terencia. Entonces dijo: siéntate aquí.
Terencia se sentón en silencio en la silla. La mujer se marchó otra vez.

CAPÍTULO SÉPTIMO
Terencia se sentó durante un largo tiempo en una silla pequeña en una habitación oscura y roja.
De repente de una de las puertas abiertas, entró un hombre alto con una gran barba. Terencia
sonriendo pensó para sí misma que aquella gran barba era bonita. El hombre de la gran barba
no vio a Terencia sentada en la oscuridad, pero inmediatamente se acercó a la puerta, la cual
llevaba afuera (a la calle), por la cual, abierta, salió. Parecía que estaba enfadado.
¡Hey!
Alguien estaba detrás de ella. Terencia giró la cabeza. Detrás de ella había un hombre menudo
con una gran barriga. No tenía ni pelos en la cabeza ni barba en la cara.
Sonriente, Terencia, dijo: hola
Hola, respondió el hombre con la gran barriga.
Mi nombre es Terencia, dijo; ¿me puedes ayudar?
Quizás. Mi nombre es Clodio, dijo el hombre menudo. Sígueme y explícamelo todo.
Clodio se llevó con él a Terencia a un cuarto cercano, el cual era amarillo.
Siéntate, dijo Clodio. Terencia se sentó en una de las sillas rojas. Clodio preguntó a Terencia:
¿quieres para beber? (¿quieres beber algo?).
Quiero vino, si tienes, dijo Terencia. Clodio, saliendo del cuarto, se dirigió a otro cuarto y abrió
la puerta por la que poco antes esa mujer (la de antes) se marchó. Algo dijo de la mujer,
entonces regresó hacia Terencia. Se sentó en una de las sillas y mirando a Terencia le preguntó:
Venga, dí, ¿en que cosa te puedo ayudar?.
Me robaron un puñal, dijo Terencia; quiero recuperarlo.
¿Por qué piensas que te puedo ayudar?. Siendo yo pequeña, dijo, ayudaste a mi padre en
encontrar a una esclava, así que pensé que tu podes ayudarme a encontrar otra (esclava).
Clodio exclamó: ¡a tu padre! ¡eres hija de Terencia Aecio! ¡Ya sabía que te había visto antes!.
Ciertamente te puedo ayudar en encontrar el puñal. De hecho sé encontrar cosas de manera
óptima. No hay nada que no pueda encontrar.
¿De verdad?, respondió Terencia. ¿Acaso encontraste la esclava de mi padre?. Pues nunca la
ví después.
No la encontré, dijo.
Excelente, respondió Terencia de inmediato.
Muerta, prosiguió Clodio, en el Tíber.
A lo que Terncia: ¿qué dices?.
Entonces Clodio dijo: Sin embargo la encontré, ¡te lo juro por estos ojos!.

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