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Pippa Norris
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La participación ciudadana:
México desde una perspectiva comparativa
Pippa Norris
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LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA EN MÉXICO ~ PIPPA NORRIS 15/VII/2002
Durante fines de los años ochenta y principios de los noventa, el florecimiento de las
democracias en transición y la consolidación de las de la tercera ola generaron una marejada
de creación de instituciones en el mundo entero. Las agencias internacionales, como el Banco
Mundial, se dieron cuenta de que un buen gobierno no era un lujo que pudiera aplazarse en
tanto se cubrían las necesidades sociales básicas, como el suministro de agua potable y los
servicios básicos de salud y educación, sino que el establecimiento de la democracia era una
condición esencial para el desarrollo humano y el buen manejo de la pobreza, la desigualdad y
los conflictos étnicos.1 La caída de muchos regímenes antidemocráticos en América Latina,
Europa Central, Asia y África ofreció nuevas oportunidades de desarrollo político que fueron
reconocidas por la comunidad de donantes.2 Las historias subsecuentes demuestran que el
proceso de profundización de la democracia y el buen gobierno ha estado plagado de
dificultades, con muy pocos cambios en muchos de los estados represivos de Medio Oriente,
una consolidación apenas frágil e inestable en muchas naciones africanas e incluso
ocasionales vueltas a regímenes autoritarios, como lo ejemplifican Zimbabwe y Pakistán.3
En América Latina, el proceso de profundización de la forma de gobierno democrático
también ha mostrado un historial accidentado e incierto.4 Tras la crisis de su sistema monetario,
Argentina se ha visto plagada por inestabilidad gubernamental, huelgas, manifestaciones y
bloqueos carreteros. En Venezuela, país rico en petróleo, el intento de golpe de estado en
contra del Presidente Hugo Chávez y las subsecuentes manifestaciones masivas en favor y en
contra del régimen trajeron recuerdos de épocas que habíamos considerado superadas. En
Colombia la incapacidad del gobierno de negociar un acuerdo con los guerrilleros de las FARC
ha llevado al fracaso los intentos por frenar los persistentes problemas de violencia, secuestros
y delitos relacionados con el narcotráfico. Como resultado del fraccionamiento del gobierno y la
debilidad de los partidos, Brasil ha experimentado impasses entre el legislativo y el ejecutivo y
paralizaciones en la formulación de políticas, lo que ha generado lo que se conoce como una
“democracia estancada”, o una crisis de gobernabilidad.5 A pesar de haber adoptado la
panacea de reformas de mercado radicales, gran parte de las economías de la región siguen
estancadas con problemas endémicos de desempleo masivo, deudas nacionales
desenfrenadas, pobreza generalizada, el deterioro de los servicios públicos y la proliferación de
la delincuencia.6 Las secuelas de los sucesos del 11 de septiembre de 2001 y otros
acontecimientos han desviado la atención internacional de la región hacia otros problemas
globales, como la construcción de una nación en Afganistán, el terrorismo en el Medio Oriente y
los problemas del VIH/SIDA en el África al sur del Sahara. Por supuesto que el panorama
regional en América Latina no es totalmente sombrío; otros logros importantes en años
recientes incluyen el avance acelerado y substancial de México hacia la consolidación estable y
una efectiva competencia entre los partidos, tras el desplazamiento del PRI de la presidencia
por primera vez en más de setenta años, así como la imposición de mayores límites a las
facultades de la presidencia y una renovada atención a las cuestiones de derechos humanos.7
Asimismo, las elecciones peruanas eliminaron el corrupto régimen del Presidente Alberto
Fujimori. Se han seguido llevando a cabo elecciones; de las 35 naciones de las Américas, el
informe de 2001-2002 de Freedom House calificó a 32 de democracias electorales, con 23
estados considerados libres, 10 como parcialmente libres y solamente 2 (Cuba y Haití) como no
libres.8 Sin embargo, a fin de cuentas, las esperanzas más optimistas que se expresaron en
general a principios de los noventa a menudo se han visto sustituidas por evaluaciones más
cautelosas de los avances hacia la consolidación democrática.
¿Cuáles han sido las consecuencias de la democratización en cuanto a la participación
ciudadana en América Latina? En este estudio se entiende que este concepto comprende tanto
las dimensiones conductuales, como el activismo político, como las dimensiones actitudinales,
ejemplificadas por la aprobación de los ideales democráticos y la confianza en el gobierno. Es
importante analizar la participación ciudadana porque el proceso de consolidación requiere de
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una amplia aceptación de las ‘reglas del juego’ democrático en toda la sociedad, de tal manera
que las instituciones democráticas se arraiguen profundamente en la cultura y adquieran así
una mayor resistencia a las amenazas de desestabilización y los cuestionamientos populistas.
Hay quienes han dibujado un panorama lúgubre de las tendencias en años recientes y sugieren
que el optimismo exagerado sobre las consecuencias de la democracia, común hace apenas
una década en América Latina, se ha desvanecido desde entonces para ser sustituido por
señales de una paulatina desilusión pública hacia la democracia, impulsada en buena parte,
según sugieren algunos, por el deterioro de la economía.9 Sin embargo, siguen siendo limitadas
las evidencias de encuestas multinacionales que comparen la opinión pública en
Latinoamérica, en especial en lo que toca al análisis de las tendencias a largo plazo, y el uso
de solamente uno o dos indicadores seleccionados puede arrojar una interpretación engañosa
de las pautas generales. Cualquier análisis integral tiene que derivarse de indicadores
multidimensionales de la participación ciudadana e incorporar indicadores tanto conductuales
como actitudinales, además de comparar a muchos países del globo. Este proceso puede
establecer un contexto más amplio que permita la comparación con los resultados de las
actitudes de la gente hacia la democracia en México, según las declara la Encuesta Nacional
sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas de México de 2001.
Para examinar estas cuestiones, en la Primera parte se establece el marco teórico que
contrasta aquellas perspectivas en que se subraya el deterioro secular en las formas
tradicionales de participación ciudadana con las teorías de la modernización que destacan la
reinvención del activismo político. La Segunda parte describe el marco comparativo, las fuentes
de la información y las medidas que se emplearon en el estudio, derivadas tanto de indicadores
agregados como de la Encuesta Mundial de Valores. En este documento corto nos
concentramos exclusivamente en las diferencias entre países y dejamos de lado las
variaciones importantes y bien establecidas entre grupos e individuos basadas en variables
sociales estándar, como género, clase, edad, nivel educativo u origen étnico, o basadas en
otros valores sociales y políticas relacionados. Para examinar las evidencias, en la Tercera
parte se comparan tres indicadores conductuales de activismo político, incluyendo los niveles
de participación electoral, la participación a través de asociaciones civiles y las experiencias
con políticas de protesta. Posteriormente, la Cuarta parte se enfoca hacia la comparación
cultural, analizando el apoyo a la democracia como ideal y evaluando sus resultados en la
realidad, así como los patrones de confianza institucional. En la conclusión se ofrecen
reflexiones sobre los resultados más importantes relativos a la participación ciudadana y sus
implicaciones para el proceso de consolidación de la democracia en América Latina en general
y en México en particular.
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civiles, así como los niveles de activismo de protesta. En cuanto a los indicadores culturales,
las teorías de la modernización sugieren un apoyo continuo y creciente de los ideales
democráticos, incluso si los ciudadanos se vuelven más críticos del rendimiento de
instituciones, funcionarios y líderes políticos particulares.
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que abarque la totalidad del globo, si se cuenta con los datos necesarios, ofrece múltiples
ventajas. La más importante es que el marco mundial nos permite examinar si, como afirman
las teorías de la modernización de la sociedad, las pautas de activismo político evolucionan con
los cambios de sociedades rurales tradicionales con poblaciones en gran medida iletradas y
pobres, a través de las economías industriales basadas en la manufactura y con una clase
trabajadora urbana creciente, hasta las economías postindustriales basadas en una amplia
clase media del sector de servicios.
Los países se clasificaron para su análisis según su nivel de desarrollo humano. El
Índice de Desarrollo Humano que publica el PNUD anualmente nos ofrece una medida
estándar de modernización de la sociedad, combinando niveles de alfabetización y educación,
salud e ingresos per cápita. Esta medida se utiliza extensamente y tiene la ventaja de
proporcionar un indicador más amplio del bienestar de una sociedad que los simples niveles de
ingreso económico o riqueza financiera. La única distinción que se ha hecho a la clasificación
estándar del PNUD que se emplea en este documento es que las naciones con la clasificación
más alta en desarrollo humano se subdividieron en ‘sociedades postindustriales’ (los estados
con mayor prosperidad del mundo, clasificados del 1 al 28, con la calificación más alta en el
IDH del PNUD y un PNB promedio per cápita de USD $23,691) y ‘otras sociedades altamente
desarrolladas’ (clasificadas del 29 al 46 por el PNUD con un PNB promedio per cápita de USD
$9,006). Esta subdivisión se consideró más precisa y coherente que el uso convencional de los
estados miembros de la OCDE para definir la industrialización, pues unos cuantos miembros de
la OCDE, como México y Turquía muestran un desarrollo bajo, aunque en la práctica la
mayoría de los países se traslapan.32
A través de los años se han hecho múltiples intentos por medir los niveles de
democracia, y el índice de Gastil que mide anualmente Freedom House ha adquirido amplia
aceptación como una de las medidas estándar de la democratización. Freedom House ofrece
una clasificación anual de los derechos políticos y las libertades civiles en el mundo. Para este
estudio, la historia de la democracia en cada uno de los estados-nación del mundo se clasifica
con base en las calificaciones anuales obtenidas de 1972 a 2000.33 Se hace una distinción
importante entre las 39 democracias más antiguas, definidas como aquellas que han
experimentado por lo menos veinte años de democracia continua (1980-2000) y con una
calificación actual de Freedom House de 2.0 o menos, y las 43 democracias más recientes, con
menos de veinte años de democracia y una calificación actual de Freedom House de 2.5 o
menos. Siguiendo la clasificación de Freedom House, otros países se clasificaron con base en
sus calificaciones más recientes (1999-2000) en semidemocracias (conocidas a menudo como
democracias ‘parcialmente libres’, ‘en transición’ o ‘en consolidación’) y no democracias (que
incluye una amplia variedad de regímenes sin derechos políticos o libertades civiles, incluyendo
dictaduras militares, estados autoritarios, oligarquías elitistas y monarquías reinantes).
El estudio se basa en los datos agregados de 193 estados-nación independientes
derivados de muchas fuentes, como los niveles de participación electoral medidos de 1945 a
2000 por International IDEA, y gran parte del análisis se deriva de datos de encuestas de
opinión pública de la cuarta ola del Estudio Mundial de Valores que se llevaron a cabo en más
de 75 sociedades a principios de los años ochenta, a principios de los años noventa, a
mediados de los años noventa y en 1999-2001. Podemos examinar primero los indicadores
conductuales de la participación electoral, la afiliación en asociaciones y el activismo de
protesta, que ofrecen tal vez las pruebas más sólidas de las pautas de participación ciudadana,
antes de comparar el apoyo cultural de la democracia y las instituciones políticas.
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análisis sistemático, la pauta sugiere que este fenómeno nos exige concentrarnos en los
sucesos políticos de corto plazo más que en las tendencias socioeconómicas de largo plazo.
[Figura 2 aproximadamente aquí]
Para analizar la participación electoral con mayor detalla, la Figura 2 muestra las
tendencias de 1945 a 2000 divididas por país para todas las sociedades en desarrollo con
elecciones continuas durante este período. Como confirmación adicional del aserto básico de la
teoría de la modernización, el aumento en la participación electoral es más notable en toda
Latinoamérica, conforme las democracias electorales se fueron consolidando gradualmente,
como ocurrió en Nicaragua, Perú, Chile y Uruguay. Los modelos de serie temporal sirven
entonces como confirmación adicional de la proposición de que el cambio de sociedades
agrícolas a industrializadas se relaciona con un crecimiento de la participación electoral, lo cual
sugiere que debemos examinar más profunda y sistemáticamente qué características del
proceso de modernización pueden estar impulsando este aumento en la participación electoral,
en especial el papel de la educación, la riqueza y la alfabetización.
[Figuras 3 y 4 aproximadamente aquí]
Para analizar más detalladamente las tendencias en México, la Figura 3 presenta los
resultados de las elecciones presidenciales y legislativas desde 1946. Al igual que muchos
otros países de América Latina, es evidente un aumento progresivo en las elecciones
sucesivas durante los años cincuenta y sesenta, antes de alcanzar un nivel estable con una
serie de elecciones que muestran fluctuaciones sin tendencia definida alrededor de la media.
Es interesante notar que a pesar del interés y de las perspectivas de cambio que rodearon a las
elecciones del año 2000, ello no atrajo a un número excepcional de votantes a las urnas.
Asimismo, si comparamos la participación electoral promedio en México durante la década de
los noventa con la gama más amplia de 35 países de América (véase la Figura 4) los
resultados muestran que México se encuentra por debajo del promedio, con considerables
variaciones entre los líderes, como Santa Lucía, Uruguay, Antigua y Barbuda y Chile, todos
ellos con una participación electoral superior al 80%, y otros países rezagados, como Haití,
Colombia y Guatemala, con el nivel más bajo. Podemos concluir entonces que la participación
electoral en el mundo no ha experimentado una caída secular; de hecho, durante el último
medio siglo ha ocurrido exactamente lo contrario, y el creciente número de electores que
acuden a las urnas es más evidente en aquellas sociedades que han atravesado por un
período de rápida modernización social.
Las asociaciones civiles y el capital social
¿Pero qué hay de las otras formas de participación ciudadana, más exigentes? Una
buena parte de la preocupación en años recientes, generada por la labor de Robert Putnam, se
ha dirigido al capital social.35 Desde hace mucho se ha considerado que los grupos de interés
tradicionales y los movimientos sociales nuevos desempeñan un papel vital en la movilización
de la participación en las sociedades plurales. Lo más sorprendente sobre las teorías modernas
de la sociedad civil es la afirmación que las actividades deliberativas típicas frente a frente y la
colaboración horizontal con las asociaciones de afiliación voluntaria muy alejadas de la esfera
política, como los clubes deportivos, las cooperativas agrícolas o los grupos filantrópicos,
promueven la confianza interpersonal y fomentan la capacidad de trabajar en conjunto en el
futuro, con lo que crean los lazos de la vida social que sirven de base para la sociedad civil y la
democracia. Los grupos organizados no solamente logran ciertos objetivos instrumentales, sino
que, según se afirma, en este proceso generan también las condiciones para una colaboración
ulterior, o el capital social.
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Para Putnam, el capital social se define como “las conexiones entre los individuos, las
redes sociales y las normas de reciprocidad y confianza que de ellas surgen.”36 Lo más
importante es que esto se entiende entonces al mismo tiempo como un fenómeno estructural
(las redes sociales) y como un fenómeno cultural (las normas sociales). Esta naturaleza doble a
menudo genera problemas relacionados con los intentos por medir el capital social que
generalmente se enfocan a una u otra de estas dimensiones, pero no a ambas. Tres
afirmaciones básicas constituyen el núcleo de la teoría de Putnam. En primer lugar, que las
redes horizontales que comprende la sociedad civil y las normas y valores relacionados con
estos vínculos, tienen importantes consecuencias, tanto para las personas que las integran
como para la sociedad en general, y producen tanto bienes privados como públicos. Putnam va
más allá que otros teóricos contemporáneos al afirmar que el capital social tiene consecuencias
políticas significativas. La teoría puede interpretarse como un modelo en dos etapas sobre la
manera en que la sociedad civil promueve directamente el capital social y cómo a su vez se
cree que el capital social (las redes sociales y normas culturales derivadas de la sociedad civil)
facilita la participación política y el buen gobierno. Por último, en Bowling Alone, Putnam
plantea el conjunto más extenso de evidencias de que la sociedad civil en general y el capital
social en particular han sufrido una erosión substancial en los años de la postguerra en los
Estados Unidos. Putnam es adecuadamente precavido al extender estas afirmaciones para
sugerir que hay evidencias de tendencias similares en otras sociedades postindustriales
semejantes, pero si estos países han experimentando cambios seculares similares en
tecnología y en los medios de comunicación a aquellos que se afirma han provocado la caída
en la participación ciudadana en los Estados Unidos, entonces, por implicación debe haber
también ciertas evidencias de una caída paralela en el capital social de esos países.
No contamos con tendencias de serie temporal confiables, pero podemos comparar una
amplia gama de sociedades en distintos niveles de desarrollo humano y político para ver en
qué situación se encuentran en términos de la fortaleza de la afiliación en las organizaciones de
afiliación voluntaria.37 En el componente del Estudio Mundial de Valores de 1995 se midió la
afiliación en las asociaciones como sigue: “Voy a leerle ahora una lista de organizaciones de
afiliación voluntaria; ¿podría decirme, en el caso de cada una de ellas, si usted es miembro
activo, miembro inactivo o no es miembro de ese tipo de organización?” En la lista se
incluyeron nueve categorías amplias, incluyendo organizaciones religiosas o iglesias,
organizaciones deportivas o recreativas, partidos políticos, organizaciones artísticas, musicales
o educativas, sindicatos, asociaciones profesionales, organizaciones de beneficencia,
organizaciones ambientales y cualquier otra organización de afiliación voluntaria. La gama
cubría los grupos de interés tradicionales y las asociaciones civiles comunes, además de
algunos movimientos sociales nuevos. La medida nos permite analizar pautas de afiliación en
los tipos más comunes de asociaciones, incluidas las religiosas, sindicales y de grupos
ambientales que proporcionan algunas de las organizaciones clásicas de vinculación con los
partidos políticos. La confianza social se midió en el Estudio Mundial de Valores de 1995
mediante la pregunta: “En términos generales, ¿diría usted que se puede confiar en la mayoría
de las personas o que nunca se puede ser demasiado precavido al tratar con la gente?” Esta
medida exhibe múltiples limitaciones. Da a los encuestados la opción de una simple dicotomía,
mientras que la mayoría de los componentes de las encuestas modernas actuales plantean
escalas continuas más sutiles. El doble negativo en la segunda parte de la pregunta puede
resultar confuso para los encuestados. No se plantea un contexto social, ni hay manera de
distinguir entre distintas categorías, como los niveles relativos de confianza en los amigos,
colegas, familiares, extraños o compatriotas. No obstante, este componente se ha aceptado
como indicador estándar de la confianza social o interpersonal tras haberse usado como serie a
largo plazo en la Encuesta Social General (GSS) estadounidense desde principios de los años
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setenta, por lo que se adoptará en este estudio para facilitar su reproducción en distintos
estudios.
[Figura 5 aproximadamente aquí]
El resultado de la comparación de la Figura 5 muestra algunas agrupaciones
sorprendentes de sociedades que se relacionan en forma marcada a legados culturales en
distintas regiones del mundo. Las sociedades más ricas en capital social, que se ubican en la
esquina superior derecha, incluyen los países nórdicos (Noruega, Suecia y Finlandia) y
Australia, Alemania Occidental y Suiza. Los Estados Unidos ocupan un lugar excepcionalmente
alto en cuanto a activismo asociativo, como han hecho resaltar otros estudiosos, como Curtis et
al.,38 al tiempo que muestran un nivel moderadamente fuerte de confianza social. Si acaso se
ha presentado una erosión sistemática en la participación organizacional estadounidense, ésta
se ha dado a partir de una base relativamente alta, y muchas otras democracias fuertes y
estables se manejan con eficacia con niveles más bajos de activismo.
Por el contrario, muchas naciones se ubican en el cuadrante opuesto, con niveles
pobres de capital social, incluidas las antiguas Repúblicas Soviéticas de Europa Central, como
Moldavia, Georgia, Azerbaiyán y Rusia, que se aglutinaron en un nivel bajo de confianza y
activismo, al lado de Turquía.39 Los países sudamericanos, como Uruguay, Venezuela y
Argentina se caracterizan por un activismo asociativo ligeramente mayor, pero vínculos
igualmente débiles de confianza interpersonal.40 Las naciones centroamericanas parecen
ubicarse entre la posición de los Estados Unidos y la de las sociedades sudamericanas,
caracterizándose por un nivel moderadamente bajo de confianza social, pero con mayores
vínculos organizacionales. Las tres naciones africanas se concentran en el cuadrante de la
esquina inferior derecha, como naciones con una afiliación extensa, pero un nivel bajo de
confianza social. Y en el cuadrante opuesto, las tres sociedades que comparten una cultura
confuciana (China, Japón y Taiwán) muestran un nivel moderado de confianza social con
participación organizacional relativamente baja.41 Japón podría tener lo que Fukuyama
denomina ‘sociabilidad espontánea’,42 con un fuerte sentido de las normas compartidas y una
cultura de confianza personal, pero asociaciones institucionalizadas más débiles. Las
sociedades ‘mixtas’ son importantes desde el punto de vista teórico, y es necesario que
consideremos las razones culturales e institucionales que conducen a que los no afiliados
confíen y los no confiados se afilien.
Estas pautas se vieron confirmadas en un análisis de variables múltiples (que no se ha
incluido aquí) donde se detectó que los países de Europa Central y Oriental son
significativamente más débiles que el promedio en cuanto a sociedad civil, mientras que
América Latina mostró un grado significativamente mayor de desconfianza y las sociedades
escandinavas obtuvieron resultados significativamente mayores al promedio en ambas
dimensiones. La distribución general sugiere que hay largas tradiciones históricas y culturales
que operan de tal manera que imprimen patrones distintivos en grupos de países, aunque
algunos caen fuera de los grupos esperados. Podemos cuestionar la naturaleza, los orígenes y
el significado del capital social, pero parecería que sea cual fuere el factor nórdico ‘X’, se trata
de un factor ausente en las antiguas sociedades soviéticas.
El activismo de protesta
Muchos estudios han llamado la atención a los niveles crecientes de protestas políticas,
entendidas ya sea como la propagación de la ‘democracia de las manifestaciones’ (Etzioni
1970), el crecimiento de la ‘sociedad de la protesta’ (Pross 1992), una expresión de la
‘sociedad civil global’ (Kaldor 2000), o la más popular entre los titulares contemporáneos: el
surgimiento de la ‘generación de Génova’.43 Los estudiosos a menudo informan que la política
de la protesta ha crecido en las últimas décadas y quizá la explicación más común, y la
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principal causa de preocupación, sugiere que una creciente desilusión política hacia las
instituciones convencionales del gobierno representativo ha generado este fenómeno. Este
enfoque tiene un ejemplo de mediados de los años setenta en el informe trilateral de gran
influencia ‘The Crisis of Democracy’, de Crozier, Huntington y Watanuki,44 que calificó
consternadamente los disturbios callejeros de mayo de 1968 y sus subsecuentes
reverberaciones como una seria amenaza a la estabilidad del gobierno representativo. No
obstante, una perspectiva distinta sugiere que considerar a los manifestantes como radicales
opuestos al estado refleja estereotipos populares comunes en la forma en que se enmarcó a
los movimientos sociales durante los años sesenta, cuando los noticieros estadounidenses se
enfocaron a los hippies, yippies y radicales Panteras Negras y la prensa europea mostró las
imágenes de los estudiantes revolucionarios de 1968 en París, Londres y Berlín, pero que esta
imagen tal vez no refleja ya las pautas de participación en el mundo contemporáneo, si la
población manifestante se ha ‘normalizado’ gradualmente a través de los años para pasar a ser
mayoritaria y convencional.45
¿Sigue existiendo una dimensión diferenciada de política ‘de protesta’ o se ha llegado a
fusionar con otras actividades comunes, como la afiliación a sindicatos o partidos? Siguiendo la
tradición establecida por Barnes y Kaase,46 el activismo de protesta se mide utilizando cinco
componentes de la Encuesta Mundial de Valores, que incluyen la firma de una petición, la
participación en boicots, la asistencia a manifestaciones legales, la participación en huelgas no
oficiales y la ocupación de edificios o fábricas. Los resultados del análisis de factores que se
presentan en la Tabla 1 confirmaron que estas actividades están comprendidas dentro de una
dimensión diferenciada en comparación con otras que se han examinado ya en el estudio,
como la participación electoral y la afiliación a grupos civiles, como sindicatos, organizaciones
religiosas, clubes deportivos y artísticos, asociaciones profesionales, organizaciones de
beneficencia o grupos ambientales.
[Figura 6 aproximadamente aquí]
En la Figura 6 se examinan las experiencias reales en distintos países de la política de
protesta y de las manifestaciones, que representan una de las formas más populares de acción
directa. Los resultados demuestran que las manifestaciones y el activismo de protesta son más
populares en las sociedades postindustriales prósperas, como predice la teoría de la
modernización. En países como Bélgica, Suecia e Italia, una tercera parte o más de la
población se ha manifestado en algún momento en su vida, un porcentaje mucho mayor al de
miembros actuales de los partidos políticos. En la mitad de la distribución se encuentra una
amplia gama de naciones, desde los Estados Unidos hasta Rusia, donde la política de protesta
varía substancialmente. Por último, en la esquina inferior izquierda se ubican las naciones que
muestran los niveles más bajos tanto de manifestaciones como de activismo de protesta, según
los datos del Estudio Mundial de Valores de 1999-2001, e incluyen a México, Venezuela y
Argentina (antes de la actual oleada de protestas), así como a Vietnam y Zimbabwe donde
oficialmente se desalientan estas actividades. Parece que las protestas y manifestaciones se
han difundido en muchas democracias establecidas y sociedades prósperas, como sugieren las
teorías de la modernización, de manera que ya no resulta adecuado considerarlas como formas
‘no convencionales’ de participación ciudadana. Las evidencias que se plantean en otras
fuentes, donde se examinan las características actitudinales y sociales de la población
manifestante en Bélgica muestra también que en estas acciones participan grupos diversos, y
que factores semejantes, como interés y eficacia, que ayudan a predecir la concurrencia en las
formas tradicionales de participación ciudadana también ayudan a predecir la concurrencia a
las manifestaciones.47
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base que el “apoyo a la democracia” varía entre los distintos países, así como por edad,
educación, nivel de información, valores e ideologías. Empero, al repetir este índice empleando
el análisis factorial de componentes principales sobre los mismos datos se reveló que de hecho
existían dos dimensiones dentro de la medida única, que reflejaban el apoyo a la democracia
como ideal y el apoyo al funcionamiento de la democracia. La desafortunada fusión de estas
dos dimensiones en una sola medida sólo puede conducir a resultados turbios y confusos, ya
que puede ser perfectamente congruente y lógico creer en el ideal democrático y al mismo
tiempo estar en desacuerdo con su funcionamiento, o vice versa.
Como se ha argumentado en otras fuentes, el apoyo a los sistemas es un concepto
multidimensional que incluye distintos indicadores.52 El importante marco que estableció David
Easton distingue entre el apoyo a la comunidad, al régimen y a las autoridades.53 Estas
distinciones aportan un punto de partida esencial, pero se pueden refinar más las categorías
para reflejar gradaciones teóricas y empíricas significativas dentro de distintas partes del
régimen. Según el concepto de Easton, el régimen constituye el marco básico para gobernar el
país: la gente no puede seleccionar entre distintos elementos del régimen y aprobar algunas
partes al tiempo que rechaza otras. Sin embargo, en la práctica los ciudadanos parecen
distinguir entre los distintos niveles del régimen y a menudo creen firmemente en los valores e
ideales democráticos, por ejemplo, mientras se muestran críticos de la manera en que los
gobiernos democráticos operan en la práctica. La gente parece también emitir juicios claros
respecto a distintas instituciones dentro del régimen, como al expresar confianza hacia los
tribunales y simultáneamente criticar al Congreso. Así pues, podría ser útil ampliar la
clasificación original de Easton para obtener un marco quíntuple en que se distingue entre el
apoyo político hacia la comunidad, los principios del régimen, el funcionamiento del régimen,
las instituciones del régimen y los actores políticos. Estos niveles pueden considerarse como
un continuo que va desde el apoyo más difuso del estado-nación a través de niveles sucesivos
hasta llegar al apoyo más concreto de los políticos individuales.
Dentro del espacio de este breve documento nos concentraremos en tres indicadores
en torno a los cuales tal vez se ha expresado la mayor preocupación en América Latina, a
saber, la opinión pública hacia los principios del régimen (el apoyo de la democracia como
ideal), el funcionamiento del régimen (qué tan bien piensa la gente que funciona la democracia
en la práctica) y la confianza institucional (la confianza en el gobierno y la administración
pública). Las medidas seleccionadas para la comparación surgieron como diferenciadas en el
análisis factorial (que no se reproduce en este documento), integrando escalas consecuentes y
las preguntas específicas que se plantearon en el análisis se enumeran después de las figuras.
[Figura 7 aproximadamente aquí]
La Figura 7 muestra las pautas multinacionales de apoyo a los ideales y el
funcionamiento de la democracia. Muchas de las democracias establecidas muestran los
niveles más altos de aprobación, entre ellas Alemania, Australia, Dinamarca y Suecia. Sin
embargo, como señaló Klingemann en un estudio anterior, el apoyo a la democracia como ideal
se ha difundido en la mayoría de las sociedades del mundo, incluidas las democracias más
recientes, como Bangladesh, Croacia y Venezuela.54 Las naciones de América Latina se
concentran en la mitad de la distribución, y México se ubica poco más abajo que sus parientes
regionales. El país que muestra la mayor desilusión tanto hacia los ideales como hacia el
funcionamiento de la democracia es Rusia, aunque muchas de las naciones de Europa Central
y Oriental también se agrupan hacia la parte inferior de la distribución. México entonces
muestra un apoyo ligeramente más bajo a la democracia que Argentina, Chile o Venezuela,
pero al mismo tiempo los mexicanos muestran una mayor fe en la democracia que muchos de
los estados postcomunistas.
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La confianza institucional
Una buena parte de la preocupación por el apoyo público a la democracia se relaciona
con la confianza en las instituciones políticas nucleares que vinculan a los ciudadanos con el
estado. Por supuesto que es de esperarse hasta cierto punto que la confianza en el gobierno
aumente y disminuya como parte de la política ‘normal’, como un reflejo de la forma en que se
evalúa el crecimiento económico logrado o los servicios públicos prestados por el estado. Pero
si se detectan patrones persistentes que indican que la gente ha perdido la fe en la eficacia y el
funcionamiento del gobierno, en la integridad y eficiencia de los funcionarios públicos o en otras
instituciones, como la fe en la legitimidad, honestidad e integridad de los procesos electorales,
esto podría tener consecuencias significativas potenciales al socavar la fe en la democracia
como ideal.55 La Figura 8 muestra las pautas de la confianza institucional en el gobierno, la
administración pública, el parlamento y los partidos políticos, medida cada una en escalas de
cuatro puntos de menor a mayor, en la docena de sociedades de América en las que se cuenta
con datos de mediados de los años noventa en adelante. Los resultados arrojan algunas
variaciones predecibles, con una mayor confianza en los países que han experimentado
democracias estables, como Canadá, los Estados Unidos, Chile y Uruguay. En contraste,
Argentina, la República Dominicana y Perú se quedan atrás. México muestra resultados medios
en su distribución con calificaciones más o menos uniformes en los cuatro tipos de
instituciones.
[Figura 8 aproximadamente aquí]
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Figura 1: Tendencias de participación electoral por década por tipo de sociedad, 1945-2000
Votación promedio/ Población en edad de votar
Postindustrial
Alto
Medio
Bajo
Tipo de sociedad
Postindustrial
Desarrollo alto
Desarrollo medio
Desarrollo bajo
Nota: Se calcula la participación electoral como el número de votos válidos emitidos como
proporción de la población en edad de votar en todas las elecciones legislativas y
presidenciales.
Fuente: Calculado a partir de la base de datos de International IDEA Voter Turnout from 1945
to 2000. <www.idea.int>.
Figura 2: Participación electoral promedio por década en las sociedades en desarrollo con
elecciones ininterrumpidas, 1945-2000
Votos/PEV
Antigua Argentina Barbados Bolivia Brasil Chile
Colombia Costa Rica Rep Dom. Dominica Ecuador El Salvador
Grenada Guatemala Honduras India Jamaica Liechtenstein
México Nicaragua Panamá Paraguay Perú Sri Lanka
San Cristóbal San Vicente Tailandia Trinidad Turquía Uruguay
Venezuela
Década
Nota: Se calcula la participación electoral como el número de votos válidos emitidos como
proporción de la población en edad de votar en todas las elecciones legislativas y
presidenciales. Véanse en el Anexo A los detalles de la clasificación. La comparación incluye a
todas las sociedades en desarrollo que han llevado a cabo por lo menos una elección nacional
por década de 1945 a 2000. Fuente: Calculado a partir de la base de datos de International
IDEA Voter Turnout from 1945 to 2000. <www.idea.int>.
20
LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA EN MÉXICO ~ PIPPA NORRIS 15/VII/2002
Figura 4: Participación electoral en las Américas en la década de los noventa (votos emitidos
como proporción de la población en edad de votar)
Guat
Col
Hait
Jam
EUA
Ven
Para
Hon
RepDom
ElSal
Bol
Méx
Can
Perú
Beli
Bar
Ecu
Bahm
Tri
Sur
SanC
Pan
Guy
Bras
SanV
Nic
Arg
Dom
CRica
Gren
Chil
Ant
Uru
StaL
Total
Fuente: Base de datos de International IDEA Voter Turnout since 1945. <www.idea.int>.
21
LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA EN MÉXICO ~ PIPPA NORRIS 15/VII/2002
Figura 5: Capital Social (confianza social y activismo asociativo), mediados de los años noventa
Confianza social
Activismo asociativo
Capital social alto
Capital social bajo
Brasil
Turquía
Filipinas
Perú
Puerto Rico
Macedonia
Colombia
Eslovenia
Venezuela
Azerbaiyán
Argentina
Rumania
Moldavia
Georgia
Estonia
Ghana
Sudáfrica
Bulgaria
Bangladesh
Rusia
Nigeria
Hungría
Latvia
Uruguay
Croacia
Eslovaquia
Alemania Oriental
Chile
Ucrania
Rep. Checa
Serbia
España
Montenegro
Bosnia Herceg
India
Corea del Sur
22
LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA EN MÉXICO ~ PIPPA NORRIS 15/VII/2002
México
Rep Dominicana
Japón
Suiza
China
Taiwán
Alemania Occidental
Nueva Zelandia
Australia
EUA
Finlandia
Suecia
Noruega
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LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA EN MÉXICO ~ PIPPA NORRIS 15/VII/2002
24
LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA EN MÉXICO ~ PIPPA NORRIS 15/VII/2002
Nota: Algunos de los materiales para este documento se tomaron de un libro por publicarse: Pippa Norris. Otoño de
2002. Democratic Phoenix: Reinventing Political Activism. Nueva York: Cambridge University Press. Véase también
Pippa Norris. Primavera de 2003. Institutions Matter: Electoral Rules and Voting Choices. Para mayores detalles,
incluidos los borradores de los capítulos, consultar <www.pippanorris.com>.
1
Véase uno de los argumentos más explícitos en favor de esta tesis en Amartya Sen. 1999.
Development as Freedom. Nueva York: Anchor Books.
2
Véase Thomas Carothers. 1999. Aiding Democracy Abroad: The Learning Curve. Washington DC:
Carnegie Endowment.
3
Véase una evaluación anual del estado de la democracia y los cambios en el mundo en Freedom
House. Freedom in the World. Véase <www.freedomhouse.org>.
4
Véanse Larry Diamond, Jonathan Hartlyn, Juan Linz y Seymour Martin Lipset. Eds. 1999. Democracy
in Developing Countries: Latin America. 2ª edición. Boulder, Co.: Lynne Rienner Publishers; Juan Linz
y Alfred Stephan. 1996. Problems of Democratic Transition and Consolidation: Southern Europe, South
America, and Post-Communist Europe. Baltimore: Johns Hopkins University Press; Jorge I.
Dominguez. 1998. Democratic Politics in Latin America and the Caribbean. Baltimore: Johns Hopkins
University Press.
5
Barry Ames. 2001. The Deadlock of Democracy in Brazil. Ann Arbor: University of Michigan Press;
Leslie Bethell. 2000. ‘Politics in Brazil: From Elections without Democracy to Democracy without
Citizenship’. Daedalus. 129 (2): 1-27.
6
Las estimaciones del Banco Mundial indican que después de aumentar del 0.6 por ciento en 1999 al
3.8 por ciento en 2000, el crecimiento anual del PIB de América Latina y el Caribe se redujo al 0.6 en
2001 y se espera que permanezca alrededor de ese nivel en 2002. Esta situación es resultado de una
economía global débil, el deterioro de la situación económica de Argentina, la caída del comercio
mundial, la baja en los precios del café, las sequías y el descenso de los ingresos derivados del
turismo. A pesar de sus inmensos recursos y de sus sociedades dinámicas, persisten profundas
desigualdades en la riqueza en América Latina, donde casi la tercera parte de la población (168 de los
510 millones de habitantes de la región) viven en situación de pobreza (con ingresos inferiores a $2
dólares por día). No obstante, existen evidencias de avances a largo plazo durante la última década:
el Banco Mundial estima que la proporción de personas que viven con ingresos inferiores a un dólar
por día en la región se redujo del 16.8 por ciento en 1990 al 12.1 por ciento en 1999. Véase
<http://lnweb18.worldbank.org>.
7
Véanse las discusiones en Howard Handelman. 1997. Mexican Politics: The Dynamics of Change.
Nueva York: St Martin’s Press; Jorge I. Domingues y Alejandro Poire. Eds. 1999. Toward Mexico’s
Democratization: Parties, Campaigns, Elections and Public Opinion. Nueva York: Routledge; Roderic Ai
Camp. 1999. Politics in Mexico: The Decline of Authoritarianism. 3a edición. Nueva York: Oxford
University Press; Vikram K. Chand, 2001. Mexico’s Political Awakening. Notre Dame, Ind.: University
of Notre Dame Press; George W. Grayson, 2001. Mexico: Changing of the Guard. Nueva York: Foreign
Policy Association; Daniel C. Levy y Kathleen Bruhn. 2001. Mexico: the Struggle for Democratic
Development. Berkeley: University of California Press.
8
Véase una evaluación anual del estado de la democracia y los cambios en el mundo en Freedom
House. Freedom in the World. Véase <www.freedomhouse.org>.
9
Marta Lagos. 2001. ‘Between Stability and Crisis in Latin America’. Journal of Democracy. 12(1);
Juan Linz. 2000. ‘The Future of Democracy’. Scandinavian Political Studies 23(3); Roderick Ai Camp.
10
Véase la discusión en David Held. 1987. Models of Democracy. Stanford: Stanford University Press.
11
Joseph A. Schumpeter. 1952. Capitalism, Socialism and Democracy. Londres: George Allen &
Unwin, 4ª edición.
12
Sobre la caída en la participación electoral en las sociedades postindustriales, véase Mark Gray y
Miki Caul. 2000. ‘Declining Voter Turnout in Advanced Industrial Democracies, 1950 to 1997’.
Comparative Political Studies 33(9): 1091-1122.
25
LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA EN MÉXICO ~ PIPPA NORRIS 15/VII/2002
13
Sobre las tendencias de la deserción partidista, véanse Peter Mair. 2001. ‘Party Membership in
Twenty European Democracies 1980-2000’. Party Politics. 7(1): 5-22; Susan Scarrow. 2001. ‘Parties
without Members?’ En Parties without Partisans. Ed. Russell J. Dalton y Martin Wattenberg. Nueva
York: Oxford University Press.
14
Véase un resumen de las teorías y evidencias de deserción partidista en Russell J. Dalton y Martin
Wattenberg. Eds. 2001. Parties without Partisans. Nueva York: Oxford University Press.
15
C. Kerr. 1983. The Future of Industrial Societies: Convergence or Continuing Diversity? Cambridge,
MA: Harvard University Press; L. Griffin, H. McCammon y C. Bosko. 1990. ‘The Unmaking of a
movement? The Crisis of U.S. Trade Unions in Comparative Perspective’. En Changes in Societal
Institutions. Eds. M. Hallinan, D. Klein y J. Glass. Nueva York: Plenum. Véase, empero, el punto de
vista contrario de que los arreglos institucionales afectan los niveles de densidad sindical en Bernhard
Ebbinghaus y Jelle Visser. 1999. ‘When Institutions Matter: Union Growth and Decline in Western
Europe, 1950-1995’. European Sociological Review. 15(2): 135-158. También S. Blashke. 2000.
‘Union Density and European Integration: Diverging Convergence’. European Journal of Industrial
Relations. 6(2): 217-236; Organización Internacional del Trabajo. 1997. El Trabajo en el Mundo 1997-
98. Ginebra: OIT. <http://www.ilo.org/public/spanish/bureau/inf/pkits/wlr97.htm>.
16
Steve Bruce. 1996. Religion in the Modern World: From Cathedrals to Cults. Oxford: Oxford
University Press; Sheena Ashford y Noel Timms. 1992. What Europe Thinks: A Study of Western
European Values. Aldershot: Dartmouth; Wolfgang Jagodzinski y Karel Dobbelaere. 1995.
‘Secularization and Church Religiosity’. En The Impact of Values. Eds. Jan W. van Deth y Elinor
Scarbrough. Oxford: Oxford University Press; L. Voye. 1999. ‘Secularization in a Context of Advanced
Modernity’. Sociology of Religion. 60(3): 275-288. Véase, empero, el argumento contrario en Peter L.
Berger. Ed. 1999. The Desecularization of the World. Washington DC: Ethics and Public Policy Center;
Rodney Stark. 1999. ‘Secularization, RIP’. Sociology of Religion. 60(3): 249-273.
17
Véase una discusión sobre las evidencias de la diversidad de tendencias en muchas sociedades
postindustriales en Robert Putnam. Ed. 2002. Democracy in Flux. Oxford: Oxford University Press; Jan
Willem Van Deth. Ed. 1997. Private Groups and Public Life: Social Participation, Voluntary Associations
and Political Involvement in Representative Democracies. Londres: Routledge; J.E.Curtis, E.G. Grabb y
D.E. Baer. 1992. ‘Voluntary Association Membership in 15 Countries – a Comparative Analysis’.
American Sociological Review 57(2): 139-152.
18
Robert Putnam. 2000. Bowling Alone. Nueva York: Simon & Schuster. P. 46.
19
Respecto a las tendencias de la confianza en el gobierno estadounidense, véanse John R. Hibbing y
Elizabeth Theiss-Morse. 2001. What is it About Government that Americans Dislike? Cambridge:
Cambridge University Press; Joseph S. Nye. 1997. ‘Introduction: The Decline Of Confidence In
Government’. En Why People Don’t Trust Government, Eds. Joseph S. Nye, Philip D. Zelikow y David
C. King. Cambridge: Harvard University Press. En cuanto a otras naciones, véase, Hans-Dieter
Klingeman. 1999. ‘Mapping Political Support in the 1990s: A Global Analysis’. En Critical Citizens:
Global Support for Democratic Governance. Ed. Pippa Norris. Oxford: Oxford University Press.
20
Véase una discusión en Joseph Nye. 1997. ‘Introduction: The Decline Of Confidence In
Government’. En Why People Don’t Trust Government, Eds. Joseph S. Nye, Philip D. Zelikow y David
C. King. Cambridge: Harvard University Press.
21
Véase una discusión detallada de esta tésis en Pippa Norris. 2002. Democratic Phoenix: Reinventing
Political Activism. Nueva York: Cambridge University Press; véase también, sobre la teoría de la
modernización, Ronald Inglehart y Pippa Norris. 2003. Rising Tide: Gender Equality and Cultural
Change Around the World. Nueva York: Cambridge University Press.
22
Daniel Bell. 1999. The Coming of Post-Industrial Society: A Venture in Social Forecasting. Nueva
York: Basic Books; Russell Dalton. 2001. Citizen Politics: Public Opinion and Political Parties in
Advanced Western Democracies. 3ª edición. Chatham, NJ: Chatham House; Ronald Inglehart. 1997.
Modernization and Postmodernization. Princeton, NJ: Princeton University Press.
26
LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA EN MÉXICO ~ PIPPA NORRIS 15/VII/2002
23
Véase Pippa Norris. 2002. Democratic Phoenix: Reinventing Political Activism. Nueva York
Cambridge University Press. Capítulo 10.
24
Véase Pippa Norris. 2002. Democratic Phoenix: Reinventing Political Activism. Nueva York
Cambridge University Press.
25
Véase Pippa Norris. 2002. Democratic Phoenix: Reinventing Political Activism. Nueva York
Cambridge University Press.
26
Adam Przeworski y Henry Teune. 1970. The Logic of Comparative Social Inquiry. Nueva York:
Wiley–Interscience.
27
Sidney Verba, Norman Nie y Jae-on Kim. 1978. Participation and Political Equality: A Seven-Nation
Comparison. Nueva York: Cambridge University Press. Tabla 3.2, pp. 58-59.
28
Sidney Verba, Kay Schlozman y Henry E. Brady. 1995. Voice and Equality: Civic Voluntarism in
American Politics. Cambridge, MA: Harvard University Press.
29
Sidney Verba, Kay Schlozman y Henry E. Brady. 1995. Voice and Equality: Civic Voluntarism in
American Politics. Cambridge, MA: Harvard University Press. Figura 3.4, pág. 80. Véase una discusión
de algunas de las razones de este fenómeno, por ejemplo, en Seymour Martin Lipset. 1996. American
Exceptionalism: A Double Edged Sword. Nueva York: W.W. Norton.
30
Véanse John A. Booth y Mitchell A. Seligson. 1984. ‘The political culture of authoritarianism in
Mexico: A reexamination’. Latin American Research Review 19(1): 112-117; John A. Booth y Mitchell
A. Seligson. 1994. ‘Paths to democracy and the political culture of Costa Rica, Mexico and Nicaragua’.
En Political culture and Democracy in Developing Countries. Ed. Larry Diamond. Boulder, Co: Lynne
Rienner; Roderic Ai Camp. Ed. Citizen Views of Democracy in Latin America. Ed. Pittsburgh: University
of Pittsburgh Press.
31
Adam Przeworski y Henry Teune. 1970. The Logic of Comparative Social Inquiry. NY: Wiley–
Interscience.
32
Las principales diferencias son la exclusión de Hungría y Polonia (clasificadas por el PNUD como
altamente desarrolladas), México y Turquía (clasificados ambos como medianamente desarrollados) y
la inclusión de Singapur como país postindustrial. Hong Kong está incluido también en la lista del
PNUD, pero se ha excluido de este estudio como territorio dependiente. Véase en el Anexo A la
clasificación detallada de todos los países.
33
Las sociedades se definen con base en las calificaciones anuales que les ha asignado Freedom
House desde 1972. El nivel de libertad se clasifica de acuerdo con la calificación promedio combinada
de derechos políticos y libertades civiles en las encuestas anuales de Freedom House de 1972 a 2000.
Freedom of the World. <www.freedomhouse.org>.
34
Sidney Verba, Norman H. Nie y Jae-on Kim. 1971. The Modes of Democratic Participation: A Cross-
National Analysis. Beverley Hill, CA: Sage; Sidney Verba y Norman Nie. 1972. Participation in
America: Social Equality and Political Participation. Nueva York: Harper Collins; Sidney Verba, Norman
Nie y Jae-on Kim. 1978. Participation and Political Equality: A Seven-Nation Comparison. Nueva York:
Cambridge University Press.
35
Las obras fundamentales son Robert D. Putnam. 1993. Making Democracy Work: Civic Traditions in
Modern Italy Princeton, NJ: Princeton University Press; Robert D. Putnam. 1996. ‘The Strange
Disappearance of Civic America’. The American Prospect, 24; Robert D. Putnam. 2000. Bowling Alone:
The Collapse and Revival of American Community. NY: Simon and Schuster. Véanse investigaciones
comparativas más recientes en Susan Pharr y Robert Putnam. Eds. 2000. Disaffected Democracies:
What’s Troubling the Trilateral Countries? Princeton, NJ: Princeton University Press; Robert D. Putnam.
Ed. 2002. Democracies in Flux. Oxford: Oxford University Press.
36
Robert D. Putnam. 2000. Bowling Alone: The Collapse and Revival of American Community. Nueva
York: Simon and Schuster. Pág. 19. Putnam ofrece también otra definición relacionada: “Por ‘capital
social’ me refiero a las características de la vida social —redes, normas y confianza— que permiten a
27
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54
Hans-Dieter Klingemann. 1999. ‘Global Support for Democracy’. En Critical Citizens: Global Support
for Democratic Governance. Ed. Pippa Norris. Oxford: Oxford University Press.
55
Véase una discusión en J.A. McCann y Jorge Dominguez. 1998. ‘Mexicans React to Electoral Fraud
and Political Corruption: An Assessment of Public Opinion and Voting Behavior’. Electoral Studies 17
(4): 483-503; A. Schedler. 1999. ‘Civil Society and Political Elections: A Culture of Distrust?’ Annals of
the American Academy of Political And Social Science 565: 126-141.
56
Gabriel A. Almond y Sidney Verba. 1963. The Civic Culture: Political Attitudes and Democracy in
Five Nations. Princeton: Princeton University Press. Pág. 39. Véase una crítica en Ann L. Craig y
Wayne A. Cornelius. 1980. ‘Political Culture in Mexico: Continuities and Revisionist Interpretations’. En
The Civic Culture Revisited. Ed. Gabriel A. Almond y Sidney Verba. Boston: Little Brown.
57
Matthew Kenney. 2001. ‘Transition to Democracy: a Mexican Perspective’. En Citizen Views of
Democracy in Latin America. Ed. Roderic Ai Camp. Pittsburgh: University of Pittsburgh Press. Véase
también Timothy J. Power y Mary A. Clark. ‘Does Trust Matter? Interpersonal Trust and Democratic
Values in Chile, Costa Rica and Mexico’. En Citizen Views of Democracy in Latin America. Ed. Roderic
Ai Camp. Pittsburgh: University of Pittsburgh Press.
29