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Había una vez un árbol muy grande y frondoso que vivía en un jardín. Pero
en este árbol no había nidos ni se posaban los pájaros a cantar, ni tampoco
se acercaban los niños a jugar en él o a sentarse bajo sus ramas para estar
a la sombra. Ni siquiera las flores querían crecer cerca de él. Y todo porque
aquel árbol era muy gruñón.
Un día, el dueño del jardín decidió que ya era hora de cortar aquel árbol
que no servía para nada. Ni se podía aprovechar su sombra, ni se podían
plantar flores cerca, ni había pajaritos que cantaran para alegrar el jardín.
Así que llamó al jardinero para que cortara el árbol.
Pero justo cuando el jardinero iba a empezar a cortar el árbol, llegaron los
niños que solían jugar cerca de él y le pidieron que parase.
Poco a poco, la vida alrededor del árbol se fue haciendo cada vez más
alegre. Todo iba bien hasta que un día un niño se apoyó en su tronco y el
árbol.. ¡gruñó de nuevo! Todos se apartaron asustados, hasta que el
pequeño tuvo una idea:
- A ver, árbol, si estás enfadado gruñe una vez, si estás contento, gruñe
dos veces.
El árbol gruñó dos veces. Todos los niños estaban sorprendidos con aquel
descubrimiento.
- Si te gusta que estemos aquí gruñe una vez, y si no, gruñe dos veces.
Desde entonces hay siempre mucha actividad alrededor del árbol, que no
ha vuelto a decir nada para que no se vayan los pájaros ni dejen de crecer
las flores. Aunque de vez en cuando emite su curioso gruñido como forma
de decir a los niños lo mucho que le gusta que jueguen con él.