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Eduardo Galeano

La vida es darse. Darse, no hay alegría más alta.

Archivo de la categoría:Narraciones
(audio)
7 enero, 2012

La pequeña muerte
Por Eduardo Galeano

Escuchar en voz de Eduardo:

No nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo de su viaje, a lo más alto de su vuelo: en lo más
hondo, en lo más alto, nos arranca gemidos y quejidos, voces de dolor, aunque sea jubiloso dolor, lo
que pensándolo bien nada tiene de raro, porque nacer es una alegría que duele.

Pequeña muerte, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta
y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeña  muerte, la llaman; pero grande,
muy grande ha de ser, si matándonos nos nace.

El libro de los abrazos


Cuando terminó el largo abrazo, un aroma espeso, de flores y frutas, invadió el aire. De los cuerpos, que yacían juntos, se
desprendían vapores y fulgores jamás vistos, y era tanta su hermosura que se morían de vergüenza los soles y los dioses.
Enciende el fuego

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27 diciembre, 2011

La función del arte/1
Por Eduardo Galeano

Escuchar en voz de Eduardo:

Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.

Viajaron al sur.

Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.

Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar,
la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó
mudo de hermosura.

Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:

—¡Ayúdame a mirar!
El libro de los abrazos

–Yo quiero saber de qué color ve usted las cosas. –Del mismo que tú –sonrió el director. –¿Y cómo sabe usted de qué color
veo yo las cosas?
Enciende el fuego

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22 diciembre, 2011
Si se te pierde el alma en un descuido
Por Eduardo Galeano

Escuchar el texto en la voz de Eduardo: 

¿Qué hace esa india Huichola que ésta por parir? Ella recuerda. Recuerda intensamente la
noche de amor de donde viene el niño que va a nacer. Piensa en eso con toda la fuerza de su
memoria y su alegría. Así el cuerpo se abre, feliz de la felicidad que tuvo, y entonces nace el
buen huichol, que será digno de aquel goce que lo hizo.
Un buen huichol cuida su alma, su alumbrosa fuerza de vida, pero bien se sabe que el alma
es más pequeña que una hormiga y más suave que un susurro, una cosa de nada, un
airecito, y en cualquier descuido se puede perder.

Un muchacho tropieza y rueda sierra abajo y el alma se desprende y cae en la rodada, atada
como estaba nomás que por hilo de seda de araña. Entonces el joven huichol se aturde, se
enferma. Balbuceando llama al guardián de los cantos sagrados, el sacerdote hechicero.

¿Qué busca ese viejo indio escarbando la sierra? Recorre el rastro por donde el enfermo
anduvo. Sube, muy en silencio, por entre las rocas filosas, explorando los ramajes, hoja por
hoja, y bajo las piedritas. ¿Dónde se cayó la vida? ¿Dónde quedó asustada? Marcha lento y
con los oídos muy abiertos, porque las almas perdidas lloran y a veces silban como brisa.

Cuando encuentra el alma errante, el sacerdote hechicero la levanta en la punta de una


pluma, la envuelve en un minúsculo copo de algodón y dentro de una cañita hueca la lleva
de vuelta a su dueño, que no morirá.

Memoria del Fuego II,  las Caras y las Máscaras

Que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folklore.
Enciende el fuego

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