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Actualmente el mundo vive una de las peores etapas de la historia, esta pandemia
causada por el virus COVID-19 es tildada por muchos como la tercera guerra mundial en
donde no existen balas, bombas, ni municiones y sin embargo ha cobrado la vida de un sin
número de personas a escala global sin importar edad o condición social alguna; se ha
evidenciado que el poder, el dinero y mucho menos el color de piel hacen alguna
diferencia ante esta grave situación. A diario vivimos lo que jamás hubiésemos imaginado
vivir una lejanía total entre familiares, amigos y demás miembros de la sociedad, hemos
experimentado como descansar o estar en casa algo que anhelábamos muchos se ha
convertido en una gran pesadilla y sin nada que podamos hacer para contrarrestar esta
situación. Es increíble y al mismo tiempo triste ver en los medios de comunicación como
miles de profesionales de la salud exponen sus vidas y las de sus familias para hacer
frente a este caos al que aún no se le encuentra solución, es decir, hacen frente a ciegas y
sin esperanza alguna de ver mejorías en sus pacientes en gran parte de los casos. Hace
aproximadamente 15 días atrás, tuve la oportunidad mediante la red social de instagram
de observar un reportaje hecho en un hospital de la ciudad de New York en donde
entrevistaban a una de las enfermeras de la sala de UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) y
relataba su desesperación y frustración por ver salir sin vida a cada paciente que ingresaba
en esta unidad, decía “Por más cuidado y atención que les brinde a cada una de las
personas que ingresan mueren, todos mueren”; es desesperante y frustrante la realidad de
cada uno de ellos a los que no les queda otra opción sino darlo todo y muchas veces para
nada, solo para ver fallecer a otra persona más y presenciar el aumento estadístico de la
mortalidad.
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