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DE LA CESION DE LOS CREDITOS

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¿Puede un acreedor enajenar su crédito, es decir, transferirle a un tercero que
se hace acreedor en su lugar?
A esta pregunta los jurisconsultos romanos responden negativamente. Un
crédito no puede ser transferido como la propiedad de las cosas corporales, y
los procedimientos usados para la traslación del derecho de propiedad son
inaplicables al derecho de obligación (V. n° 490, nota 1). En efecto. la
obligación es un lazo especial entre dos personas, una relación entre un
acreedor y un deudor determinados. Si se quiere hacer pasar el crédito a un
tercero, se cambia uno de los términos de la relación, y ésta ya no es la misma:
hay otro lazo entre el antiguo deudor y el nuevo acreedor, pero ya no es la
misma obligación. Es verdad que a la muerte de un acreedor sus créditos
pasan a su heredero, pero el heredero continúa la persona del difunto: en
Derecho, es una sola y misma persona. No hay, pues, transferencia de crédito;
es como si el acreedor no hubiera cesado de existir. Sin embargo, las
necesidades prácticas exigían que se pudiera disponer de los créditos como de
los demás bienes que componen el patrimonio, por ejemplo, vendiéndolos (1).
En tal caso, el acreedor que se había obligado a procurar al comprador el
emolumento del crédito no podía, sin duda, hacerle una verdadera
transferencia. Pero, para que pudiera ejecutar su obligación, se recurrió a
medios indirectos, apropiados a la naturaleza del derecho que se trataba de
ceder: la novación por cambio de acreedor y la procuratio in rem suam.
Veamos en que consistían estos procedimientos y qué perfeccionamientos
fueron aportados en el último estado del Derecho.
I. De la novación por cambio de acreedor. _Es el medio más antiguo y el
único en uso bajo las acciones de la ley. Por orden del cedente, el cesionario
estipulaba del deudor lo que era debido. Desde entonces, el derecho del
acreedor primitivo estaba extinguido y reemplazado por una obligación nueva,
nacida en provecho del cesionario (1). Este procedimiento tenía la ventaja de
hacer adquirir un crédito al cesionario de una manera irrevocable; en adelante,
no tenía que temer nada del cedente ni de sus sucesores. Pero este resultado
no podía ser obtenido más que con el consentimiento del deudor. Además, era
imperfecto bajo muchos aspectos. El crédito no es transferido del cedente al
cesionario. Queda extinguido y reemplazado por otro, que tiene el mismo
objeto, pero no conserva ni la naturaleza ni las cualidades de la obligación
primitiva. En efecto, cualquiera que haya sido la naturaleza de la deuda
antigua, la nueva obligación es siempre verbal, puesto que nace de una
estipulación. En cuanto a los accesorios del crédito cedido, están extinguidos
como el crédito mismo; pues tal es el efecto de la novación (V. n°.0 509). De
donde resulta que el cesionario no puede prevalerse de las ventajas unidas al
antiguo crédito, tales como la hipoteca y la fianza; sólo puede obtener que se
reconstituyan en su provecho. Por otra parte, el deudor no puede, al menos en
general, oponer al nuevo acreedor las excepciones que tenía contra el antiguo
(Paulo, L. 19, D., de novat., XLVI, 2).

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II. De la procuratio in rem suam. A pesar de estas imperfecciones, la
novación por cambio de acreedor fue sólo practicada mientras duraron las
acciones de la ley. Pero, bajo el procedimiento formulario, se pudo obrar en
justicia por un mandatario: desde entonces se aplicó a la cesión de los créditos
un procedimiento más perfeccionado:
la procuratio in rem suam. Es un mandato en virtud del cual el cesionario
ejerce, a título de cognitor o de procurator, la acción que pertenece al acreedor
cedente. Pero, en lugar de dar cuenta de su mandato, guarda para él el
producto del crédito; es, pues, un mandato en su propio interés, de donde el
nombre de procuratio in rem suam (1). El ejercicio de la acción del cedente por
el cesionario presentaba una dificultad de procedimiento. En efecto, el
demandante debe afirmar en la intentio de la fórmula un derecho que le
pertenece. Ahora bien, aquí el derecho pertenece al mandante. El pretor
imaginó una fórmula tal que la intentio era concedida en nombre del cedente, y
la condemnatio, en nombre y provecho del procurator. El juez tenía, pues, que
investigar si el cedente era verdaderamente acreedor; después condenaba al
deudor a pagar al cesionario (Gayo, IV, 86.-V. n° 735).
La procuratio in rem suam era un procedimiento más perfecto que la
novación. Se podía realizarla sin consentimiento del deudor. Además, daba al
cesionario la acción misma del cedente. Gozaba de todas las ventajas que le
estaban unidas. Pero el deudor podía oponerle las excepciones que tenía
contra el mandante. La procuratio in rem suam tenía también inconvenientes.
Era revocable como todo mandato. El cesionario estaba a merced del cedente,
que podía revocar la cesión expresa o tácitamente; por ejemplo, recibiendo
pago del deudor o haciéndole remisión de la deuda por aceptilación. Además,
la procuratio se extinguía por la muerte del mandatario o la del mandante. Es
verdad que el cesionario tenía un medio de evitar este peligro: era persiguiendo
al deudor tan pronto como vencía el plazo. La litis contestatio producía el efecto
de una novación: el procurator tenía en lo sucesivo un derecho propio e
irrevocable; se hacía dueño del proceso dominus litis (2). Con mayor razón, la
suerte de la cesión estaba asegurada cuando había recibido pago voluntario
del deudor. Pero, en cualquier otro caso, la revocabilidad del mandante daba a
la procuratio in rem suam un carácter incierto.
III. Último progreso del Derecho. _hacia el fin de la época clásica se vino a
hacer desaparecer casi completamente los inconvenientes de la procuratio in
rem suam. y el progreso se realiza definitivamente bajo Justiniano.
1. El cesionario fue admitido a hacer al deudor una notificación de la cesión,
denuntiatio. A partir de este momento, el deudor no puede ya prevalerse de su
ignorancia: ni el pago que hace al acreedor cedente, ni la aceptilación que
puede obtener de él, son oponibles al cesionario. Esta facultad está
expresamente consagrada por una constitución del emperador Gordiano (L. 3,
C., de novat., VIII, 42, año 239). Pero parece haber existido ya en la práctica
antes de esta época. Por otra parte, y para poner al cesionario al abrigo de la
revocación del cedente, se le reconoció, a partir de la convención de cesión, un
derecho propio sancionado por acciones útiles; de manera que conserva estas
acciones contra el deudor a pesar de la revocación del mandante.
Es lo que se admitió primero en casos especiales. Las acciones Útiles son
dadas por;
Antonino Pio al comprador de una herencia (L. 14, pr., D., de pact., II, 14).
Por Alejandro Severo, a aquel que ha recibido un crédito en prenda (L. 4, C.,
quae res pign., VIII, 17, año 225.-V. número 248, nota 3).
Y al comprador de un crédito (L. 5, C., de her. Vel act., IV, 39, año 424).
Por Valeriano y Galiano, al marido que ha recibido un crédito en dote (L. 2, C.,
de oblig., IV, 10, año 260).
Por Diocleciano, al que ha recibido un crédito en pago (L. 5, C., quando fisc.,
IV, 15, año 294) o en legado (L. 18, C., de legat., VI, 37, año 294), en fin,
Justiniano ha generalizado la solución concediendo acciones útiles al
cesionario, aun cuando la cesión hubiera tenido lugar a título de donación (L.
33, C., de donat., VIII, 54, año 528) (1).
Arras. Pág. 210
Los romanos llamaban arras a una cierta cantidad, y aun a veces a cualquier
otro objeto, que una de las partes daba a la otra en señal de quedar concluida
una convención. Esta dación, que se hacía más frecuentemente en el contrato
de compraventa, podía tener distintos objetos, ya que unas veces
desempeñaba una función probatoria, a fin de justificar con más evidencia la
conclusión de un contrato, otras daba al acreedor una compensación cuando la
otra parte no cumplía lo convenido, prefiriendo perder las arras, y en otras
ocasiones aumentaba las consecuencias gravosas para el deudor que no
cumplía, ya que perdía las arras y era además posible exigirle la prestación.
También las arras eran como pago de parte de la deuda contraída, de modo
que el deudor sólo tenía que pagar lo restante, más aparte de que los
interesados se conviniesen en darlas otro carácter. desempeñaban tan sólo la
función probatoria a que antes hemos aludido.
Los textos de las fuentes romanas sobre la materia de arras no son lo
suficientemente explícitos para determinar si, además del valor de las arras
como prueba, era posible la perdida de las mismas y la subsistencia de la
exigibilidad de la prestación. A nuestro juicio, como se ha expuesto
anteriormente, era compatible el ejercicio de ambas funciones de las arras;
pero, no obstante, no se encuentra un texto terminante en el Derecho
antijustinianeo que lo demuestre. Pero posteriormente Justiniano modificó el
Derecho anterior, y desde entonces había que distinguir si se daban las arras
antes o después de perfeccionado el acto; en el primer caso, esto es, cuando
se daban para el caso en que alguna de las partes quisiese retractarse, o se
dieran sin pactar nada, podían arrepentirse los contratantes, y el que diera las
arras las perdía en beneficio del otro, y si quien se retractaba era el que las
recibiera, tenía que devolverlas dobladas. En otro caso, es decir. cuando se
daban después de perfeccionado el acto, no había lugar al arrepentimiento si
se daban como parte del precio convenido y como señal de estar concluido y
perfecto el acto, pero si cambia la posibilidad del arrepentimiento si se daban
para el caso de retractación, observándose entonces lo que dejamos
consignado.

Pág. 209 ¿En qué consiste la cláusula penal?


La cláusula penal (stipulatio poenas)
Consiste en cualquiera prestación que se imponían las partes del negocio para
el caso de que no cumpliesen en todo o en parte lo que se había convenido en
el plazo señalado.
Es preciso para su eficacia la existencia previa de una obligación principal, y
puede adoptar la forma de una estipulación. de un simple pacto o intervenir
también en la obligación del heredero de pagar el legado per damnationem. La
cláusula penal puede desempeñar una función acumulativa si va unida a la
obligación principal, pudiendo el acreedor utilizar la acción de la obligación
principal que no se ha cumplido, y de la que resulta de la cláusula penal; no se
excluyen la una a la otra y pueden pedirse las dos cosas a la vez si asi se
había estipulado expresamente, pero en otros casos cumple una finalidad
electiva, porque sustituye la cláusula penal a la obligación principal dejada de
cumplir, en cuyo caso el acreedor tenía la elección entre pedir la ejecución de
lo que se pactara o la pena impuesta, y ya en la época justinianea se
autorizaba al acreedor que hubiera utilizado uno de los dos medios, poder
ejercitar el otro para obtener la diferencia de lo que obtuvo por un medio y lo
que pudiera haber obtenido de emplear el otro.

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Juramento.
Es la invocación que se hace a la divinidad como testigo de la verdad y
vengadora de la mentira y de la mala fe para dar más fuerza a una promesa o
para corroborar algún hecho alegado.
En el primer caso se decía juramento promisorio;
En el segundo, asertorio, y;
En el Derecho Romano el promisorio no producía por si solo una obligación
particular, de modo que sólo servía para fortalecer más la obligación contraída,
si era válida, porque, si era nula, lo era también el juramento.
Aparte del juramento denominado necesario, existía también el voluntario, que
es al que en este lugar nos referimos, manifestación de partes de un negocio, a
fin de remitirse a la afirmación solemne de una de ellas, cuando entre las
mismas hay duda sobre la existencia de un derecho. Tal convención juratoria
podía intervenir en toda clase de derechos, tanto de obligaciones como reales,
pudiendo tener por objeto Incluso las cuestiones de Estado El pretor obligaba a
respetar la convención, si era restado por una de las partes, o la otra le hace
dejación, concediendo o denegando la acción in factum, sean se afirme o
niegue la existencia del derecho, y en caso de duda sobre el juramento,
otorgando al deudor una excepción.

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