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extinción
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empezaba y luego caímos en que era el cantante de Los Elegantes, poco después pasó con el de
Los Secretos, y los tres ya habíamos comentando que se podía pasar Diego (nos hizo gracia que
Virginia llevara el papel del cassette de Cabaret Pop cuando íbamos a ver a Mikel…). Y pasó una
moto y dijo en broma: «Mira, Diego con una moto». Y, claro, no era. Pero cuando, poco después,
dice: «Mira! Viene por allí Diego!» y le vemos venir con su chaquetón, con ojeras… casi nos
caemos. Y se nos puso a ¡un metro! esperando a ver si le abrían; nos miró (ya había algo más de
gente) y le “gritó” a la gente que iba con él que ya podían pasar (iban dos chicas negritas). Uauh!
Qué impresión! Ver tan de cerca de Diego, estaba super delgado y en persona parece más alto,
aunque ya sabía yo por lo del libro que era más alto que Mikel.
Cuando entramos a la discoteca ya había gente, debían ser periodistas, gente relacionada con
Mikel y demás. En unas sillas dejamos las cazadoras. Virginia se fue hacia Diego, que le firmó lo
de Cabaret Pop, y le dijo que le gustaban sus letras y el disco. Luego la otra chica también fue a
saludarle. Yo, dando una vuelta por ahí, le toqué la espalda, en el gesto de apartarlo levemente
para poder pasar. Hablaba con mucha gente diferente. Luego yo volví donde estaban las
cazadoras y un tipo me vio mi camiseta y me dijo: «Hey! Esa foto es mía». Se dirigió a otro
hombre, debía ser el responsable de GASA, y le dijo: «Eh, jefe! Mira, mi foto!». Y la chica con la
que estaba le preguntó quién había hecho la foto de la portada de Mikel. Respondió: «Elvis
Costello». Tras unas dubitaciones, y tras ver entrar a Joaquín Luqui, me decidí y me fui derecho a
Diego, que estaba en la barra, hablaba con mucha gente y como yo esperé a ver si se quedaba solo
y nada, pues me acerqué a él. Estaba hablando con Luis Lozano y le dije: «Bueno Diego, solo
quería felicitarte por tu disco». Y le di la mano. Y él, sonriendo: «Gracias, muchas gracias». Tuve la
misma sensación que cuando le estreché la mano cuando la firma de Supernova, está muy delgado,
parecía un muñeco. En fin, la noche había empezado con buen pie. Echando un vistazo a la gente
que había, nos dimos cuenta que había muy pocos como nosotros, o sea, tipo fan, todo el mundo
llevaba su compact de Mikel, o bien, porque era periodista o discjockey o amigo o cantante…
Bajamos a lo que era la pista de baile, para estar cerca del escenario. A las 21:30 salió Mikel, con
pantalones vaqueros y una camisa de cuadros desabrochada, y el pelo suelto y largo como en el
vídeo de «A un minuto de ti». Empezó con «Gritar al viento». Sólo llevaban de acompañamiento
batería, bajo y guitarra eléctrica, aparte de su guitarra acústica. La gente no se movía apenas, solo
unos pocos ahí abajo y mucho menos daban palmas o cantaban. Dejamos las cazadoras en el
mismo escenario ¡vaya morro! Después vino «Uña y carne», que me gusta mucho y nos saludó:
«Buenas noches. Gracias por haber venido. Espero que os guste el disco y la fiesta». Y cantó el
single. Las demás fueron «No arranques más flores», «Jugando con el tiempo», «Esta luz nunca se
apagará» y «Miénteme» («Esto es una visión muy personal de lo que es una relación entre dos
personas», dijo). Durante las canciones, a nuestro lado estaban haciendo fotos y la cámara de
Canal + rodando (anteriormente enfocaron a Diego, que rehuía la luz). Yo, de vez en cuando,
miraba atrás, a Diego, que bebía sin cesar un trago tras otro de su cerveza mejicana y movía el pie
y sonreía constantemente y hablaba con la gente que estaba a su lado.
Al acabar, a las 22:05 o así, nos sentamos un rato, esperando a que saliera Mikel. Y ahí vimos a
muchos discjokeys de los 40: Juanma Ortega, ¡¡¡Yolanda Valencia!!!... Y nos acercamos a la puerta del
camerino, de la que entraba y salía gente. Virginia y Sonia le dijeron al manager que si podíamos
entrar a felicitar a Mikel., y les dijo que esperásemos un poco. Durante la espera, unos 20 minutos,
mucha gente quería pasar (fotógrafos, periodistas o conocidos); vimos a Alaska (¡superbajita!), a
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Esther Godinez (pasó a nuestro lado), a Ángel Crespo, y en la segunda barra estaban las dos
chicas negras, una era la del vídeo de Diego, que se acercó un momento con ellas y sacó unos
billetes, pero creo que no pidió nada, tampoco quería tener los ojos clavados en Diego y ver todo
lo que hacía.
Pasaron unas chicas de los 40 o algo así al camerino y al rato nos dejó pasar Íñigo. ¡Sí! Con Mikel
en el camerino, qué alucinante. Estaba con el fotógrafo de antes (el de mi camiseta). Sonia (a la
que le chifla Mikel) estaba super emocionada, y le dieron dos besos cada una y a mí me estrechó la
mano y vio que llevaba un papel y un rotulador en la mano y al verme la camiseta exclamó:
«¡Joder!» y no sé si añadió algo más, «Joder este!». Virginia le preguntó que cuando tocarían juntos
y cuándo habría nuevo disco. «Si Dios quiere para las navidades del 93 y tocar hasta el 94. En
Madrid el año pasado no tocamos, este tampoco, o sea, 4 años vamos a estar sin tocar en Madrid».
Nos dijo que el jueves salía en De tú a tú y que si acaso tocaba en vivo con su disco sería a escala
reducida. Le dijeron que nos había encantado su “concierto”. A todo esto yo estaba casi fuera de
la puerta. Detrás de mí estaba Esther Godinez, que le echó un beso y le dijo «¡Ciao cariño!» o algo
así. Y luego gente conocida suya se hizo una foto con él, y les dijo a Virginia y Sonia que se
hicieran una con él; yo no anduve presto y no me puse. El fotógrafo les daba un teléfono para lo
de la foto, mientras yo le pedí a Mikel que me firmara el folio con la caricatura. «¿Esto es para ti?»
«Sí». «¿Cómo te llamas?» «Nacho». Y no sé qué me dijo algo de un corazón o un símbolo de
Duncan Dhu. No le entendí porque había mucho jaleo por ahí. Así que nos fuimos, le volvieron a
dar dos besos y a mí me dio la mano y nos dio las gracias por haber venido. Yo le di una palmada
en el hombro, igual que antes a Diego, y salimos.
Antes de irnos vimos al cantante de OBK, y a los de Gabinete. Y Virginia y Sonia se despidieron
de Diego. Al salir pidieron un póster de Mikel (yo ya tengo uno que me dieron al comprar el disco
en Getafe) y el de OBK se nos quedó mirando como diciendo: «Pero ¿no me reconoceis? Que soy
el de OBK y no me decis nada…».
Y salimos a la realidad de la Gran Vía, lloviendo, y yo cogí el metro de Plaza de España…
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Ahora, con 27 años, Mikel continúa enarbolando la bandera de la fantasía, pero sus letras reflejan
una visión un poco más adulta de la vida, porque hasta él mismo reconoce que no se puede estar
siempre explicando cuentos, como sucedía en los inicios de Duncan Dhu.
Montse Clavero, «Mikel Erentxun. Bonito del Norte», Woman, enero 1993
«Es imposible estar toda la vida en el mismo nivel. Hay altibajos y algún día llegará una caída, pero
no pienso demasiado en el futuro. Vivo totalmente el presente. La vida es cortísima y hay que
aprovecharla a tope».
Mikel G. Gurpegui, «Mikel Erentxun. Dorado naufragio», Deia Igandea, 21 marzo 1993
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La barrera vital de los treinta le provocó a Mikel muchas dudas
existenciales y apostó por un cambio artístico que reflejaba, en 1995, sus gustos
hacia las nuevas bandas del llamado brit pop del momento. Un disco pensado
para ser un superventas pero que marcó la línea de la posterior trayectoria del
donostiarra: descendente, a nivel de repercusión comercial y mediática,
ascendente, a nivel creativo y de madurez artística. El disco más incomprendido
de la carrera de Mikel, es, sin embargo, el favorito para su creador.
Musicalmente, aportó muchas cosas novedosas, sobre todo ese sonido áspero
de la guitarra y esos textos que rozan la “madurez” de la que Mikel se jactaba
no tener ni un gramo. Son letras más reflexivas, grandes canciones que a más de
uno le hubiera gustado ver firmadas como Duncan Dhu.
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En definitiva, es un disco que, aparte de grandísimas canciones, contiene una auténtica filosofía de
vida, que, por lo menos a mí, me ha marcado muchísimo.
Bendito año 1995. Podría decir que ese fue el año en que terminé el colegio, el año que empecé la
universidad... pero eso son meras anécdotas. Para mí, 1995 es y será el año en que se editó El
abrazo del erizo.
Y recordad: «en el abrazo del erizo hay un lugar para mis amigos y para mis enemigos».
Vale ya de palmaditas, como a los niños, por discos vendidos; de cancioncillas consumidas por
casi niños. Hablamos de lo contrario: de la verdad de la buena que puede haber en el pop, del
género como transmisor válido de vivencias al margen de edades, de cómo se logra ser un músico
arraigado en la gente cuando, precisamente en torno a los 30 años, el personal se cansa de viajar
musicalmente entre Londres, Nueva York y California, y comienza a exigir denominación de
origen a todo aquello que suena en castellano.
Fermín Etxegoien, «La marca del erizo», El País de las tentaciones, octubre 1995
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vanguardista creado a ritmo de tecla(do). Aunque resumido así, casi de forma
peyorativa, sería fácil pasar página hacia el siguiente escalón, nada más lejos de
la realidad. Este disco contiene grandes canciones, ¡vaya perogrullada! Y la
mezcla de mantas eléctricas con las guitarras características del Erentxun sound,
son un gran acierto. Los textos de «Puedo dormir de un tirón más de una vida»
o «Lo peor de mí» se encuentran en la Capilla Sixtina del repertorio Erentxun-
Cormán, sans doute.
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donde las tibias programaciones y ritmos tiznan de renovación su sonido («En el trampolín»),
guitarras sobre guitarras, y un severo trabajo en las teclas a cargo de Joserra Senperena.
En realidad en Acróbatas hay un poco de todo, frase simple que no por ello transmite falta de
identidad, pues el hecho de Mikel es tamizar en pop personal todo lo que pase por sus labios. Un
filtro al que también se le puede llamar, talento natural.
Mikel, como en ocasiones precedentes, como en otros casos puntuales, es de esos artistas que
consiguen que olvides, la esencia del trabajo y lo cambies por el puro placer de perderte en la
escucha.
Fernando Martín, «Mikel Erentxun recrea en su nuevo disco “el pop de finales de los noventa”»,
El País, 7 febrero 1998
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El efecto 2000 para Mikel fue un disco transoceánico, grabado en
California, empapado de ese sonido clásico americano sin apenas estridencias,
«más amable, más grande, más denso, más dulce, más cálido». Mikel vuelve a
un tipo de canción más sencilla, que ya no va a dejar en sucesivas entregas. Un
disco de guitarras, con un single de mensaje optimista: «Hay poco que perder y
mucho que ganar», rezaba el eslogan de su estribillo. Sus apenas dos minutos y
pico la hicieron convertirse en una de las canciones más radiadas del 2000. En
general, con textos más iluminados, no tanto desencuentro ni desencanto como
en «torturados» discos anteriores.
Pero un disco difícil para ganarse nuevos adeptos, una música ya
hecha, madura, árida para oídos adolescentes, con grandes canciones como
«Rara vez» o «En silencio», que en directo era una auténtica delicia
housemartiniana por los coros del grupo. Un capricho en el elenco de músicos
que participaron en él, eso sí, que consiguen una melodía límpida, en ocasiones
ampulosa. El público norteamericano pudo disfrutar de una pequeña gira
(Chicago, Nueva Cork, Miami, Los Ángeles)... Mikel había alcanzado ese
momento en el que no necesita carta de presentación ni justificación alguna.
Hasta la borrosa portada en azules –en pretendida evocación de la portada de
Canciones– parecía simbolizar esa (no) nitidez del peso musical en el panorama
pop.
Concierto coral, himnos pop y abrazos amis (Plaza de Las Ventas, Madrid, 4
julio 2002)
Hola a todos.
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Voy a hacer un primer resumen del concierto de Mikel que supongo irá completando la gente que
estuvo en Las Ventas con sus opiniones e impresiones.
Mikel saltó al ruedo enfundado en una chupa de cuero de las que no calzaba desde Supernova y
con sus habituales pantalones y deportivos a lo brit.
Abrió con «A contracorriente», la única sorpresa de su corto repertorio. En «De espaldas a mí» le
siguió el cantante-pose de Los Piratas («el mejor grupo de los noventa para Mikel»). Sonó «La
herida» y la estrofa de Diego cantada por Joserra Semperena (por cierto, la banda es prácticamente
la misma que la gira de Te dejas ver, sonó muy bien). De sus discos en solitario las aclamadas «A un
minuto de ti» y «Esta luz nunca se apagará» (en la que Mikel mostraba torso descamisado y
calzoncillos a cuadros). «A pleno sol» -una de mis favoritas- sonó fenomenal en directo, tiene
mucha energía, creo que es de las grandes canciones de Mikel en solitario. Este no fue el orden
exacto de las canciones, pero bueno.
Diego salió, como el que no quiere la cosa al sonar los acordes de «Rosa gris» sin ser presentado,
taciturno como siempre, bien peinado, con su look ojerizo a lo Aute, con una camisa marrón.
Mikel, como ha hecho siempre acompañaba las segundas estrofas y besó a su “ex” al acabar.
[Aproveché para llamar con el móvil a Pilar, una amiga de Palma, por lo que de mágico tenía
aquella actuación para los seguidores de Duncan.]
En ningún momento se mencionó a Duncan Dhu ni en el escenario ni, salvo pequeños cánticos
del público, que estaba entregado con las versiones clásicas de «Esos ojos negros» (supongo que
llena el ego de cualquier artista que coreen a capella la letra de uno de los himnos de Duncan,
aunque sea por tropecientas vez).
Amaia (de la Oreja) le acompañó en una versión bonita y marchosa en el estribillo de «A tu lado».
También estuvo bien el punteo inicial de «En algún lugar», en la que Mikel seguía equivocándose
–característica habitual en todos sus conciertos– pero eso es algo que ni quita ni pone en la
canción. Además (Pilar, ahí me acordé de ti), repitió la estrofa de «Y en la sombra...» dos veces.
Para finalizar, versión láit de «Cien gaviotas» con Amaia, Iván y Diego a los coros y despedida
final.
[…] Bueno, solo quería añadir unas reflexiones después de lo visto en Las Ventas el jueves
pasado:
Lo primero que me olvidé que Mikel también cantó «A tientas», una de sus canciones preferidas
porque la suele incluir en su repertorio en solitario. Yo mientras la escuchaba me acorde que
Diego solía tocar en la gira de Piedras el solo de guitarra que tiene.
En segundo lugar, vimos que Mikel tiene cuerda para rato. Se le vio con ganas, con energía,
haciendo de “anfitrión” de sus “invitados”... La salida de su quinto álbum solo puede ser
consecuencia de su prolijidad artística.
En tercer lugar, a Diego se le vio como por casualidad, en ningún momento se involucró, cumplió
con «Rosa gris» pero sin alardes, como en él es habitual, pausado, como si aquello no fuera con
él... En el fondo nadie vendió la actuación como «la última vez que se puede ver a Duncan Dhu
en un escenario». Para todos nosotros, que esperábamos los días previos algo más (varias
canciones, un guiño a Crepúsculo...) fue una pequeña decepción, verle cantar lacónicamente los
estribillos de una de las canciones bandera de los años ochenta del pop patrio, precisamente
escrita por él...
En cuarto lugar, la banda de Mikel me parece muy buena musicalmente. Cierto es que el sonido
en general, en ninguno de los conciertos fue muy bueno, pero la acústica al aire libre tiene esa
característica. Mikel siempre ha tenido muy buen acompañamiento en sus directos en solitario,
desde la gira de Naufragios.
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En quinto lugar, el resto del concierto. Me gustó bastante la apuesta de Jaime Urrutia que sí hizo
“uso” de sus invitados en plan estrella, el amanerado y arraphaeleado Bunbury le piropeó pero ni se
sabía la letra de «una de las mejores canciones del pop español», «Camino Soria», Loquillo también
cantó dos temas, Ariel Rot disfruta tocando la guitarra como pocos y le gusta alardear... Hombres
G se llevaron la palma en cuanto a seguimiento del público y fuerza, con un directo bastante
arrollador para haber vuelto tras diez años de silencio, aunque se despacharon con el repertorio
más facilón de sus discos. A Los Secretos, lamentablemente, no los vi, pero es que la una de la
mañana era como para pensarse volver a casa...
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granado, permitiéndose guiños como «Pobre diablo» cantado por Diego, o repitiendo en el último
bis «Entre salitre y sudor», llevando como teloneros a sus amigos Los ojos de Carmen. Algún día
os completaré esta crónica, la tengo por ahí redactada un día después del concierto.
Trece años, musicalmente hablando, dan para mucho. Más de uno habría desaparecido del mapa,
pero Mikel, en el sur, en el este o el oeste, sigue ahí con un gran potencial creativo, con una
energía que le permite meterse al público -en su mayoría veintimuchosañeros- en el bolsillo sin
recurrir a poses de un pasado que, cierto es, siempre fue mejor, pero que en una trayectoria
coherente le ha llevado hasta este quinto disco en solitario.
Unas seiscientas personas en el teatro Egaleo asistimos a la puesta en escena de Ciudades de paso,
un lugar excelente por su acústica, con un escenario generoso aunque con poco espacio para los
que quieren y gustan de seguirlos conciertos de pie (uno ya se aburguesa en la grada, como el que
suscribe, pero se ve igual de cerca). El sonido fue excelente, arropado por la perfecta mano
guitarrera de Fran Iturbe y una contundente batería -mi debilidad- de Michel Longarón (que ya
participó en las inéditas de Colección y en la consiguiente gira 99). Como muestra, «Palabras sin
nombre», creo que una de las mejores canciones de Duncan y no tan previsible en el repertorio
como otros clásicos.
Los temas fueron los ya esperados para quienes ya le hemos podido ver en esta gira o leer
crónicas de otros lugares. Mikel tiró de armónica y mucho movimiento para cantar «La respuesta
está en el tiempo» y solo presentó un poco «Amara» («todos hemos tenido un barrio donde hemos
nacido y crecido, donde hemos dado nuestro primer beso»). En ese sentido, siguió su sempiterna
línea de chico tímido y agradecido, como cuando el público coreaba su nombre en algún
momento.
Repasó pues los principales singles de sus discos, con especial mención de la versión más desnuda
de «De espaldas a mí», una canción bandera desde siempre y más ahora que rozamos la treintena,
y una medio sorpresa -la incluyó en el concierto del año pasado de Las Ventas- como «A
contracorriente». Entre las que rescató de Duncan, casi todas al final del concierto o en los bises,
es bonito cantar «Siempre», o escuchar «A tu lado» con la melodía del disco original; aunque uno
se acordaba de Diego en “sus” estrofas. Para finalizar, con «Esta luz nunca se apagará», salió el
guitarra («un amigo de Madrid") que acompañó a Mikel en la gira de Acróbatas (yo solo lo vi en un
concierto en la Arganzuela y era un tío que vivía las canciones, muy bueno).
Uno hubiera escogido otras canciones, no en vano, allí estábamos quienes habíamos pagado 12
euros -precio razonable, por otra parte- por verle, por eso uno siempre espera algún guiño a
canciones olvidadas, no tanto baño de nostalgia duncandhubera, aunque, ahora que ya no existe el
grupo, será un bagaje que Mikel sacará a relucir siempre. Esperemos que en los próximos trece
años, Mikel se deje ver más a menudo por estos lares del profundo sur (madrileño)
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leche de su discografía, «Grandes éxitos», que continuaba el discurso entre
angustioso y realista de «¿Quién se acuerda de ti?».
Este disco marcó la línea de una música adulta, directa, sin
concesiones, con letras algo más profundas de lo habitual, más líricas pero
también con guiños sociales (la magnífica y desconocida «Sparring»), que
continuará el “hermano mayor” de este disco, El corredor de al suerte. Unas
melodías limpias que te atrapan como enredadera tras la segunda, la tercera, la
cuarta escucha y se cuelan sin remisión en lo más granado del repertorio de
Mikel.
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avanzaba el espectáculo; primero «A tientas», luego esa versión rockera que tanto gusta de «A tu
lado» y la sorpresa, «una canción que hace muchos años que no tocamos», «Una calle de París», en
versión edulcorada, acústica, hasta con escobillas, tema que Mikel interpreta por vez primera en
solitario, creo, que no sonaba desde Colección y que ni siquiera fue incluido en el Victoria Eugenia, a
pesar de su simbolismo. El respetable, enfundado en sus camisetas de las distintas peñas, con sus
minis y sus porros, coreó el «...no entre el sol» con cierta timidez, pero con ganas de oír mas
estribillos acordes a la nueva serie de Coronado y Aitana Sánchez-Gijón.
Mikel demostró su imagen habitual de chico tímido y aplicado, sin presentar las canciones apenas,
agradeciendo los aplausos y rayando a buen nivel en la ejecución de los temas. Una chica,
retomando una de las “costumbres” pasadas, salió a cantar las estrofas de Leire en «Ahora sé que
estás», la banda hizo sus coros housemartinsnianos en «California» y Mikel disfrutó cantando que era
una especie en extinción: y cierto que lo es, maneja el escenario sin estridencias, ya no tiene esa
frescura de giras como Autobiografía, Supernova, Naufragios, o El abrazo..., pero destila cierta pose de
atracción traviesa con su look despeinado y sus pantalones y zapatillas a lo brit. Y no tiene que
demostrar nada a nadie, solo desgranar su ramillete de buenas canciones, con la dosis conveniente
de temas duncandhuberos para cada ocasión (hasta siete en Ciempozuelos, el mejor, sin duda, el rif
guitarrero y la magnífica batería de «Entre salitre y sudor»). Cerró el grifo, ya como un acto de
consagración histérico, con «Grandes éxitos», aunque la gente no cambió el estribillo.
La gente se fue a seguir la fiesta a la espera de los encierros, aunque no, Mikel no cantó «Tarde de
fiesta»...
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destacable la versión rockera de «La casa azul», cuyo estribillo casi deja sin aire a más de uno,
enlazada con «En algún lugar» y esa atemporalidad sublime de canción eterna e inmortal, con
maracas –a lo Machín- tras el inexistente punteo, pese a sonar rara sin la famosa melodía…
En los bises continuaron las sorpresas. La primera batería fue otro salto al vacío en el tiempo,
según anunció el propio Mikel. Y el bajo de Txarlie con los acordes de ¡¡¡¿¿ «Casablanca»??!!!... Por
la mañana la había escuchado en mi cinta «Selección» con los éxitos de Duncan en mi coche
(matrícula BDH, por cierto: Bólido Dhu). «Cien gaviotas» y «Jardín de rosas» hicieron bailar al
público. Se retiraron y al salir, Mikel cantó a capella la primera estrofa de «Fin de amor»… pero a
continuación se marcaron otra canción de retrospectiva infantil, «Naïf», y después, una de las más
sorprendentes, por cañera y extraña en el repertorio en directo de Mikel: «Observatorio», una de
las letras más enrevesadas, rabiosas y con más mala leche de J. M. Cormán. Increíble; esto es lo
que un seguidor de a pie le pide a Mikel: cambios en la selección de canciones, sorpresas, amén de
los consabidos guiños a Duncan –al mencionarlo, todos nos acordamos de que este año es su 20
aniversario–… Para finalizar, una versión anglosajona con Mikel cantando en plan falsete y acedecé,
y la histeria colectiva, una vez más a capella, de «Esos ojos negros».
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canción «Grandes éxitos» aviva de nuevo la llama de este incendio. Del incendio donde algunos
piensan cocinarse un Mikel a la parilla. “Algunos” que suelen ser los de siempre. Baja de la cresta
de la ola y te pisarán la cabeza. No falla.
No vamos a negar ahora la torpeza de Mikel Erentxun y todos los que le rodean al manejar el
asunto. Sinceramente no creo que «Grandes éxitos» se trate de un plagio consciente. Pero lo
mejor que pudo hacer Mikel, tras soportar cientos de preguntas en los últimos años sobre esta
canción, es reconocer lo sucedido con pelos y señales. Tanto si se trató de un plagio consciente
como si fue simplemente una mala jugada del subconsciente, cosa bastante habitual entre los
compositores.
Como nadie ha sido capaz de dar una respuesta convincente, el líder de Lighting Seeds se ha
puesto manos a la obra con idea, supongo, de pagarse unas vacaciones en España a costa del
exitoso tema que, versionado luego por Fran Perea, fue bandera de Los Serrano y canción del
verano.
Sea un plagio consciente o no, alguien debe darnos cuanto antes una explicación. Única y
exclusivamente por el bien de Mikel Erentxun. Porque no sería justo empañar a estas alturas la
carrera musical de un –más que demostrado– excelente compositor y reconocido intérprete.
Colíder de una de las bandas de pop más importantes de la historia de nuestra música, Duncan
Dhu.
Que esta tontería no empañe el homenaje a Duncan Dhu que se va a publicar en los próximos
días.
Itxu Díaz, director de Popes80, «Pisoteando a Mikel Erentxun», 26 septiembre 2005
Efectivamente, el incidente podría empañar la brillante carrera de Mikel, que siempre ha sido
respetuoso con las obras originales de otros artistas, de hecho, ha firmado varias versiones de
distintos grupos o solistas extranjeros.
Algo debería haber hecho al respecto en Ciudades de paso. El “pecado” de Mikel es que esa canción
de mala leche llamada «Grandes éxitos» hubiera pasado desapercibida de no ser por el inesperado
«Gran éxito» de Fran Perea-Serrano a costa de la desvirtuación de la letra y melodía original.
Y poderoso caballero es Don Dinero, que decía un clásico. Pero los oyentes, que son gente
inteligente y soberana y no juzga el interés económico del asunto, sino el creativo, ha encajado la
noticia como una falta de honestidad en el big bang del asunto –convertido a día de hoy, más de
dos años después de editado el disco, en affaire– y en seguida a practicar vudú con el muñeco de
Erentxun.
El caso resulta sorprendente porque el donostiarra no es novato en esto precisamente, ni puede
echar la culpa –que cantaba Albert Hammond– a los documentalistas (como la inclasificable Ana
Rosa Quintana, escritora de pro a la madurez).
Y eso que en Literatura está muy estudiada la teoría de la poligénesis, aquella que dice que dos
cosas pueden “inventarse” en dos lugares lejanos entre sí sin “contaminación” previa. Pero los
oyentes, agnósticos convencidos pero celadores de la verdad cual abogado de teleserie de Canal +,
no quieren ya mitos intocables.
Si es que era sospechoso eso de que uno más uno son siete. Vamos a quitarle a Armstrong la
proeza de ganar el Tour siete veces consecutivas de un plumazo. Yo también me apunto.
Miviejorincon, opinión en www.popes80.com, 27 septiembre 2005
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El corredor de la suerte, un título de premeditada ambigüedad, recoge a
un Mikel en plena forma, en plena madurez creativa y en plena variedad de
recursos artísticos. Un tópico que en este caso no tiene trampa ni cartón, pues la
prolijidad temática y creativa –sin llegar a calificativos absolutistas y abusivos
como los del salmón acalambrado– es su sello de identidad: un viaje interior como
«Me recuerdas tanto a mí cuando era yo», ecos de la más rabiosa actualidad en
«Moneda de tres caras» o el single «Cartas de amor», rock guitarrero y
nostálgico en «Arde Madrid», «Generación» y «1977», canciones amables
ensalzando la amistad («Amigos de guardia»), una qasi nana («Solo tú»),
reivindicaciones por un mundo en paz («Marcos y Nerea») y más justo («Sweet
Home Louisiana») o canciones “sencillamente” bellas dentro de la línea
romanticucha –dicho sea sin connotaciones peyorativas, au contraire– del Mikel
más genuino («Dispárame un tequiero», «Locuras», «Placebo»…). Una paleta de
canciones de trazos impresionistas, con la sugerente luz musical de la catedral de
Rouen que más nos convenga, y la admiración a gusto del consumidor.
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Así, y aunque el disco gira en torno al amor desde su primer tema «Cartas de amor (para cuando
no hay amor)», son por lo general historias «ambientadas en una realidad social» y con las que toca
temas como el problema vasco o las drogas.
Es el caso de «Marcos y Nerea» –«quizá la canción que más me gusta»– y que relata «una historia
de amor entre una chica de una familia vasca adinerada que, por el problema del terrorismo, ha
tenido que instalarse en Madrid, donde se enamora de Marcos, un chico de barrio», explica el
compositor donostiarra, que ve «con optimismo» un posible fin de la violencia en su tierra.
El título del disco, además de constatar su fe en la suerte, hace referencia a otra historia social y
real que canta en el tema «Sweet Home Louisiana», dedicada a un chico vasco –un familiar del
boxeador Urtain– en el corredor de la muerte de una prisión de Estados Unidos.
Una generación que ha cambiando «los collares de perro por los de Chanel» y un año, 1977, en el
que, entre otras cosas, murió Elvis Presley, uno de sus ídolos de toda la vida (a los 13 años se
pintaba las patillas con un corcho quemado), son otros de los temas que circulan por El corredor de
la suerte.
Un trabajo en el que Mikel Erentxun habla también del paso del tiempo, de un periodo tan largo
en el mundo de la música que a él le ha dado tiempo a «estar arriba, abajo y en el medio», a valorar
que lo que define como «una carrera de fondo» y a asegurar que «canto mejor ahora».
Isabel Laguna, «Mikel Erentxun publica su trabajo más `ambicioso y complejo´»,
El Mundo, 29 septiembre 2006
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La propia confección de la grabación del disco fue minuciosamente
detallada por el mismo Mikel, todo un acróbata internauta ya pese a sus
iniciales reticencias antitecnológicas. Un ramillete de canciones con las que
Mikel decía dar carpetazo a una época, que no volvería a cantar más en el
futuro y que resumían su buen hacer musical, cerrando también una
concepción sonora de banda de rock –en multiformato, eso sí– que nació con la
gira de Ciudades de paso. Por mencionar algunas, entre lo más granado del
repertorio en directo, sobresale la contundencia de «Cartas de amor», la fibrilar
«Acróbatas» con su particular in crescendo y la dulce orfebrería de «Interludio» o
«El cielo es del color de las hormigas». Durante varios meses, Mikel fue
trasladando el Victoria Eugenia por numerosas ciudades de la geografía
española, con gran variedad de escenarios, presentaciones y repertorios.
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público. Honestidad, creatividad, versatilidad, savoir faire, lirismo, humildad, en fin, no está demás
decirlo… han sido siempre sus armas.
Pronto el repertorio hizo un guiño a etapas pretéritas: «Observatorio», «Naïf», «Esta luz nunca se
apagará» ofrecieron un comienzo cañero y representaban las dos facetas que siempre representa la
buena música: el disfrute del momento, ese carpe diem del vivo, de las melodías, el estribillo ad
infinitum, las sensaciones emocionales, las piernas que no paran de moverse… Y, en segundo lugar,
la carga narcótica de canciones antiguas, que te transportan por unos instantes al lugar y al tiempo
en el que eran verdadera banda sonora de tu habitación, a los tiempos de ensoñaciones y carpetas
forradas, de pasillos universitarios y besos a desmano, del ni contigo ni sin ti.
Especial relevancia alcanzaron dos clásicos, dos primeros singles, dos temas muy representativos
de los éxitos erentxunianos. En «De espaldas a mí» la batería logra unos momentos sublimes y
enlazada a la existencial «¿Quién se acuerda de ti?» –una canción redonda, perfecta, de manual en
su versión de estudio si no fuera por la manida interpelación a la luna: comienzo acústico,
susurrante, letra elegante, estribillo pegadizo– alcanza momentos de contundencia sonora muy
agradecidos. La versión del «gran Diego Vasallo» de «La garganta del caimán» y ese pozo lleno de
diamantes que es siempre el futuro evocó la antediluviana –perdón por el palabro– gira de
Naufragios en la sala Aqualung, en la que Mikel rescató «Sombra de ti», la única canción de
Supernova interpretada por Diego.
Quedaron qasi inéditos los discos Te dejas ver y Ciudades de paso salvo en sus conocidos primeros
singles, tal vez las dos canciones más radiadas de Mikel en los últimos diez años. La hora y cuarto
inicial concluyó con la espléndida «Marcos y Nerea», en la que el público coreó aquello de que el
tiempo, la vida y la suerte es un huracán. Verdades como puños salidas de la pluma de Mr.
Cormán. Toda la fuerza de la banda se resumió en esta canción, con una energía desbordante y
una inusitada alegría en los intérpretes que hicieron que la complicidad con los asistentes fuera
constante, como se mostró en el final instrumental in crescendo en intensidad sonora de varios
minutos de «El abrazo del erizo».
Los bises sorprendieron a la parroquia. Piano y luz fija para Mikel. En la gira de la primavera de
1989 Mikel se atrevía con una introducción al piano en «No puedo evitar». Aquí al sonar los
primeros acordes, nos llevan de nuevo al non nato Crepúsculo de Duncan: «Imagino», una
declaración de amor atemporal, algo así como el «Temblando» de Hombres G pero sin mucho
efectismo; después, el qasi vals de Duncan, «Piezas», un viento dulce, que podía haber sido una de
las joyas de Autobiografía, y «una canción nueva, bueno, vieja pero que nunca hemos tocado: la
tarde está muriendo», el corte más Duncan del disco-despedida sin duda. El punto álgido del
concierto llegó con «Cartas de amor», que en directo gana muchos enteros. El acordeón de Mikel
en «El cielo es del color de las hormigas» puso la nota folklórica a una cita tan roquera que, no
obstante, concluiría con una versión funky de «Juegos de amor» envuelta en pompas de jabón.
Los asistentes salieron satisfechos con su cheque al portador que es hoy una entrada para ver al
corredor de fondo Erentxun.
20
En 2009 Mikel cumple 25 años en el mundo de la música, y sí, es cierto
que tiene un nombre que es de verdad… Un cuarto de siglo en el que ha
conocido de todo y se ha sabido adaptar a las circunstancias y vaivenes del
mercado también, desde las grandes mieles del éxito multitudinario como
banda pop de consumo, con perdón, qasi exclusivo adolescente hasta sus
últimos discos en solitario que rezuman la serenidad del que va a
contracorriente pero con el salvoconducto de una experiencia bien cincelada.
Mikel anda preparando nuevo material, a su aire, sin agobios ni presiones
externas. Aquí hay que indicar la magnífica relación que siempre ha mantenido
con su discográfica, que ni siquiera en los años de mayor repercusión impuso
aquellos contratos asfixiantes de disco por año que “sufrieron” algunos artistas
a finales de los ochenta, en plena vorágine del show business musical.
Las canciones, los discos –obviamente, los discos que nos marcaron, los
que nos gustaron– son como un mojón cronológico de nuestras vidas. Por eso
ese regusto nostálgico en escuchar canciones o artistas de hace 10, 20 o 40 años.
El componente fibrilar de la música es intrínseco a su valor como composición
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artística. Es esa lectura que a todo creador le eriza el ego y el orgullo, al conocer
casi de refilón, que tal historia o tal canción supuso para tal persona tal cosa.
Algo impagable, vamos.
Duncan Dhu creó un estilo musical identificable, con un sonido acústico,
de melodías sencillas, letras cotidianas de aromas grises y estribillos que se
entonaban como una deliciosa espiral... Una brisa de aire fresco para la música
española. Cerrado con buen criterio “a lo Arconada”, desde lo alto, cuando
todavía tenían cosas que decir y creaban buenas canciones. Mikel Erentxun ha
sabido evolucionar desde la coherencia y la honestidad musical, sin excesivos
virtuosismos, pero labrando pequeños diamantes cotidianos de tres minutos en
cada uno de sus discos.
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