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Buenos días,

“Hay un fusilado que vive”. Esta frase, que escucharía por primera vez en una
noche de partida de ajedrez, lo arrojará violentamente en la historia política
argentina.

Fue traductor, escritor de novelas policiales, periodista y revolucionario. A los 20


años, para evitar que el caballo de su padre fuese sacrificado, lo montó e hizo un
viaje de 200 kilómetros por el sur, desde su casa hasta el campo de un tío donde,
por fin, lo dejaría. Este viaje fue premonitorio de otros rumbos que tomó la vida de
Rodolfo Walsh.

Walsh trasciende por sus cuentos policiales, pero también por su investigación
periodística en “Operación Masacre” y su Carta Abierta a la Junta Militar. Pero
aquí ya hay un camino recorrido. ¿Cómo llega el escritor, que dejaba pasar
despreocupadamente la historia a su lado, al compromiso militante con el que
termina sus días? Indudablemente, hubo un hecho que lo llevó a ese momento
final. En consecuencia, ese recorrido no es más ni menos que su propia vida y,
como todo camino, tiene un principio.

Rodolfo Walsh nació en Choele-Choel, Río Negro, en 1927. Ya a temprana edad


se dedicó a los más diversos oficios: desde oficinista de un frigorífico, pasando
por lavacopas, a vendedor de antigüedades. Incluso llegó a desempeñarse como
traductor de inglés, debido a su excelente manejo de dicho idioma, puesto que
era descendiente de irlandeses. Pero recién a los 17 años consiguió entrar a una
editorial como corrector y allí dio sus primeros pasos como periodista al ingresar
a la revista Leoplán, en 1951. Mientras tanto, Walsh escribía sus primeros
cuentos: Variaciones en Rojo y Diez cuentos policiales. De esta forma, su vida
pasaba por los márgenes del clima político imperante en la Argentina. No era
algo que le preocupase, ya que lo único que tenía claro, por ese entonces, era su
antiperonismo.

En toda esta primera etapa que le tocó vivir, la Argentina estuvo marcada a fuego
por el peronismo: la dignificación de la clase trabajadora por medio de las
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reivindicaciones sociales, su participación en las ganancias de las empresas, el


estatuto del peón, la nacionalización del comercio exterior y de los ferrocarriles,
que hicieron que una gran masa de los sectores eternamente postergados de
nuestro país se volcara mayoritariamente a este movimiento. Pero estas
conquistas sociales no sólo despertaron el apoyo de los sectores populares, sino
también, por otra parte, un profundo encono de las clases dominantes que veían
amenazados sus intereses que, desde siempre, habían sido protegidos por los
gobiernos de turno. Éste era el contexto en el cual Rodolfo Walsh estaba
inmerso.

Pero volvamos a esa noche, en el Club de Ajedrez de la Ciudad de La Plata, a


esa famosa frase del principio que lo marcó a fuego. Inmediatamente, investigó la
historia de ese fusilado que vivía—Juan Carlos Livraga—y descubrió que el 9 de
junio de 1956 el gobierno de facto, encabezado por el General Aramburu, había
ordenado fusilar en el basural de José León Suárez a un grupo de civiles y
militares, encabezado por el General Valle, que se había sublevado contra el
gobierno ilegítimo exigiendo el retorno del derrocado Presidente Perón.

Walsh había conseguido la noticia. Tenía el testimonio del sobreviviente, los


datos de cada uno de los fusilados, el lugar y el momento de la ejecución. ¡Qué
ironía! ¡Los “restauradores de la moral republicana y de las instituciones” estaban
fusilando! Pero no sólo eso hicieron: además de proscribir al partido mayoritario,
desmantelaron las conquistas sociales obtenidas durante el peronismo.

De la curiosidad inicial por la cual comenzó la investigación, pasó a la indignación


que lo llevó a denunciar lo que estaba sucediendo y se ocultaba. Pero vio más
allá: comprendió que la persecución y la muerte eran el instrumento de las clases
dominantes para imponer su plan económico, con el fin de consagrar la
explotación de esa clase social que siempre había estado sometida hasta la
aparición del peronismo. Así nació “Operación Masacre” en 1957, como un
trágico prólogo de la dictadura que sobrevendría en 1976.

Fue de este modo que decidió profundizar su compromiso con el periodismo y


con su militancia. Ocurrido el golpe del 24 de marzo de 1976, Walsh debió pasar
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a la clandestinidad. Al año siguiente escribió la Carta Abierta de un escritor a la


Junta Militar, en la cual no sólo desenmascaró la tortura, las desapariciones y la
muerte, sino también, el plan económico de la dictadura cívico-militar: la
destrucción del aparato productivo del país, el congelamiento de salarios y la
apertura a los organismos multilaterales de crédito. ¡Al genocidio de los campos
de concentración se sumó el genocidio económico! En 1977, se convertiría en
uno de los 30 mil desaparecidos.

Éste fue el camino recorrido por Rodolfo Walsh. El que se asomó curioso a ver de
qué se trataba lo que parecía ser una historia interesante y terminó siendo parte
de esa historia cuando decidió dejar de jugar para siempre al ajedrez y desnudar
la farsa de los mal llamados “Libertadores”.

Decidí comenzar el recorrido de Walsh por aquella frase del principio porque es
allí donde se inicia su historia. Hasta antes de esa noche, en el Club de Ajedrez,
sólo había sido traductor, escritor de novelas policiales, periodista, pero no
revolucionario. A partir de ese momento nace el Rodolfo Walsh revolucionario;
aquél que trasciende su tiempo y llega hasta nuestros días.

Por eso, quiero dejar algo bien en claro: Walsh no hizo ni quiso hacer nunca
“periodismo independiente”. Hizo periodismo con coherencia ideológica. Hoy más
que nunca interpela a los apóstoles de la “prensa libre”, que ayer fueron
cómplices de esa dictadura que él denunció.

A todos ellos, aún hoy confronta con su ejemplo de periodista y con su ética de
revolucionario, tal como ayer lo hizo, sin esperanza de ser escuchado, con la
certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumió hace mucho
tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.

Muchas gracias a todos.

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