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POR QUÉ NECESITAMOS

UNA NUEVA CONSTITUCIÓN

1. Todo el mundo habla sobre cambiar la Constitución pero… ¿Qué es una


Constitución?

Una constitución es la ley fundamental de un país. Es el conjunto de normas de


máxima jerarquía que se encarga de: a) organizar al Estado y su forma de gobierno,
b) fijar las atribuciones de los tres poderes del Estado, el ejecutivo, el legislativo y el
judicial), y c) establecer los derechos y garantías de todas las personas, o sea,
nuestros derechos humanos.

En otras palabras, la Constitución es el texto que nos define como comunidad


política. Es una carta de navegación que organiza nuestro presente y nuestro futuro
en términos políticos, sociales y económicos.

2. ¿Pero cómo funciona una Constitución?

Por ser el texto legal de más alta jerarquía, otras leyes y reglamentos no pueden
contradecir a la Constitución. Esto, normalmente, no sería un problema pero en
Chile sí lo es.

3. ¿Por qué?

Porque la Constitución vigente fue concebida en dictadura y en sus artículos están


plasmados una serie de principios y normas que impiden realizar las
transformaciones que hoy el pueblo considera urgentes.
Estas normas y principios funcionan en la práctica como candados que nos impiden
avanzar hacia el país que queremos en materia de educación, pensiones, salud,
medio ambiente o recursos naturales.

4. ¿Pero concretamente, qué tiene de malo la Constitución de 1980?

En primer lugar, al ser la base legal de nuestra comunidad, es fundamental que una
Constitución cuente con legitimidad política y la nuestra, en cambio, es ilegítima en
su origen.

Lo cierto es que desde que Chile nació como Estado independiente en el siglo
diecinueve, ninguna de sus constituciones ha sido redactada de forma democrática,
pero la Constitución de 1980 tiene un origen especialmente autoritario.

Tras el golpe de Estado de 1973 la Junta de Gobierno, integrada por los cuatro jefes
de las fuerzas armadas, asumió el poder total, suspendió la Constitución de 1925 y
se arrogó el poder constituyente. Esa Junta encomendó la preparación de una nueva

           
Constitución a un grupo de expertos, la que fue después revisada por el Consejo de
Estado, órgano consultivo integrado por civiles y militares designados por Augusto
Pinochet.

El nuevo texto constitucional, ya redactado, fue entonces sometido a un plebiscito en


septiembre de 1980, en plena dictadura y sin registros electorales. Este es el origen
de nuestra actual Constitución: redactada a puertas cerradas por un pequeño grupo
de personas nombradas a dedo por un dictador.

Y el objetivo explícito de sus redactores fue que esta Constitución estableciera una
“democracia protegida”. ¿Protegida de quién? ¡De la voluntad mayoritaria del
mismo pueblo!

¿Pero qué pasó después? ¡Han pasado 30 años desde el fin de la dictadura!

Con el retorno a la democracia, desde 1989, se han introducido 38 reformas


constitucionales. Se eliminaron los senadores designados y vitalicios y se modificó el
sistema binominal. Sin embargo, estas reformas no han logrado abrir muchos de los
candados neoliberales y anti-democráticos de su versión original, y que son en
buena parte responsables de la crisis actual.

5. ¿Pero cuáles son esos candados?

Candados neoliberales

Un eje fundamental de la Constitución de 1980 es el llamado “Principio de


Subsidiariedad”. Este principio es la piedra angular del modelo económico
neoliberal instaurado en dictadura, y explica, además, la profunda inequidad en
nuestro país.

Según este principio, la actuación del Estado debe ser de carácter subsidiaria, es
decir, excepcional y sólo secundaria a la acción de los privados. Así, en lugar de
fortalecer el rol del Estado en materia de educación y salud y garantizar que la
educación pública y la salud pública sean dignas y de calidad, nuestra Constitución
debilita el rol del Estado y promueve la actividad económica privada por sobre la
pública.

Como directa consecuencia de este principio, la Constitución de 1980


consagra de forma muy débil los derechos sociales: el derecho a la educación, a la
salud, al trabajo y a la seguridad social. En lugar de garantizar estos derechos, la
Constitución actual establece la “libertad de elegir” entre acceder al sistema
público o el privado en cada uno de estos ámbitos. ¿Pero cuántos tienen realmente
esa posibilidad de elección? Mientras unos pocos pueden pagar por servicios
privados de calidad, la inmensa mayoría queda en la desprotección.

 
 
Así, la actual Constitución mantiene este candado al rol del Estado, heredado
de la dictadura.

Entonces, si la Constitución mercantiliza nuestros derechos sociales fundamentales


¿qué pasa con nuestros recursos naturales?

Otro importante candado se ve en materia de medio ambiente, donde la


Constitución de 1980 estableció algo ÚNICO en el mundo: otorga a los particulares
un derecho de propiedad sobre las aguas. Así, un bien tan esencial como es el agua
queda en control de los privados, impidiendo al Estado velar por la protección de
este recurso y su equitativa distribución.

¿Y los candados anti-democráticos?

Se encargan de establecer un sistema político poco democrático y poco


participativo.

En una democracia debe primar el acuerdo de la mayoría de las personas: es decir,


el 50 por ciento más 1. Sin embargo, la Constitución de 1980 hace todo lo contrario:
en lugar de habilitar la expresión de la voluntad democrática mayoritaria, la limita:
permite que la voluntad de una minoría se imponga por sobre la de la mayoría.

¿Cómo ocurre esto? La Constitución establece que numerosas materias -como


la educación o la seguridad social- deben ser reguladas por "leyes orgánicas
constitucionales" y "leyes de quórum calificado". Estas leyes requieren de altos
quórums o “súper mayorías” para ser aprobadas. Así, una minoría de parlamentarios
puede bloquear las reformas impulsadas por la mayoría.

De la misma forma, la Constitución de 1980 hace extremadamente difícil


modificar su propio contenido, al requerir quórums de 4/5 o 2/3 para la aprobación
de reformas constitucionales.

O sea, los que pusieron el candado también escondieron la llave...

Y no solo eso. La Constitución actual le entrega un poder desmesurado al


Tribunal Constitucional transformándolo, en la práctica, en una "tercera cámara" que
reemplaza la voluntad mayoritaria del Congreso por la decisión de un pequeño
número de jueces. Esos jueces, en los últimos años, han bloqueado reformas
sustantivas:

●   Impidió que la Ley de Educación Superior de 2017 estableciera la prohibición


efectiva del lucro por las universidades.

 
 
●   Debilitó la aplicación de la ley de aborto en tres causales, al declarar que no
solamente los individuos sino las instituciones tienen derecho a una "objeción
de conciencia".
●   Impidió que se reforzara el poder de los sindicatos en la Reforma Laboral de
2016, al declarar que la titularidad sindical era inconstitucional y permitir la
presencia de grupos negociadores en la negociación colectiva.

Y no solamente se trata de los candados que van contra las mayorías. Hay además
otras dimensiones de la Constitución de 1980 que la hacen poco democrática.

La Constitución del 80 consagra un modelo presidencialista autoritario: el


Presidente de la República controla en gran medida el proceso legislativo. Decide,
por ejemplo, qué tratados internacionales suscribe el país, dejándole al Congreso
únicamente la facultad de aprobar o rechazarlos. Además, el Presidente tiene
amplísimas facultades para decretar estados de excepción como el que decretó hace
pocas semanas y que nos tuvo con toque de queda. Esto no contó con ningún
control previo ni participación del congreso nacional.

Sumado a esto, la Constitución consagra la llamada “doctrina de Seguridad


Nacional”, que entrega amplias atribuciones y privilegios a las fuerzas armadas y
policías. Ello explica por qué hemos vuelto a ser testigos de masivas violaciones a los
derechos humanos -decenas de muertes y torturas, centenares de personas heridas y
miles de detenciones- en las últimas semanas de movilización.

¡Y esto no termina aquí! La actual Constitución consagra además un modelo de


Estado altamente centralista que le da muy poca autonomía a los gobiernos
regionales y locales.

Y por si esto fuera poco, la Constitución del 80 no reconoce a los pueblos


originarios, es decir, niega el carácter multicultural de nuestro país, perpetuando un
conflicto a través de leyes que vulneran los derechos humanos de los pueblos
originarios y promueven la criminalización de sus demandas.

Finalmente, no establece mecanismos vinculantes o consultivos de participación


ciudadana, tales como plebiscitos, referendos o audiencias públicas que nos
permitirían participar activa y directamente del futuro de nuestro país.

7. ¿Cómo podemos cambiar la Constitución?

Por primera vez en nuestra historia, millones de personas nos hemos unido exigiendo
una nueva constitución de origen de democrático, la primera. Hay distintos
mecanismos para crearla, pero el más democrático y participativo es una Asamblea
Constituyente donde el pueblo escoja delegados representativos que redacten
nuestra nueva carta de navegación. Así, una vez aprobado ese texto, tendremos una

 
 
Constitución verdaderamente democrática que, si bien no va a solucionar todos los
problemas de la noche a la mañana, es esencial para proyectar un mejor país para la
mayoría y no solamente para unos pocos. La nueva constitución es la llave que nos
permite liberarnos de los candados neoliberales y anti-democráticos, y abrirnos la
puerta de una nueva forma de entendernos como sociedad.

abogadasrenegadas@gmail.com

 
 

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