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LOS CONSTRUCTORES DE CATEDRAL.

UN ACERCAMIENTO A LOS OPERARIOS DE LA OBRA


DEL TERCER SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE SAN JUAN 1

Omar López Padilla2

Breve esbozo

La construcción del tercer santuario de Nuestra Señora de San Juan se desarrolló


entre 1732 y 1789, finalizando, ese año, con la segunda torre. La Imagen fue trasladada
en 1769. El templo estaba aún sin terminar, pero con todo lo necesario para ser el nuevo
hogar de su Señora.3 Desde el comienzo y hasta el traslado, aquella obra se convirtió en
el centro del poblado, todo giraba a su alrededor. Su influencia en lo social y en lo
económico fue evidente. Muy pronto comenzó el arribo de materiales y de personas que
se daban cita para trabajar en el nuevo templo.

Desde la historiografía de San Juan de los Lagos se ha visto el fenómeno de la


construcción del santuario como un esfuerzo del capellán Francisco del Río, una idea más
que acertada. No obstante, debemos ver esta obra como un escenario y, en ese sentido,
tenemos que ser conscientes que lo fue de varias pistas. En este artículo mi intención es
llevar los reflectores hacia aquellos hombres que trabajaron en el día a día para levantar
el monumento.

Para acercarnos a la realidad que supuso la obra dentro del contexto de los
trabajadores, el análisis de sus operarios se realizó desde dos puntos de vista: una visión
colectiva y una perspectiva particular. Partimos de lo general, conociendo la organización
del trabajo y los salarios, para después enfocarnos en lo individual. La fuente principal en
la primera parte del estudio es el libro de los gastos de la obra, en él se registraban los
pagos de todos los conceptos, era como un libro general. Para el resto de la investigación
las fuentes se desprenden del mismo libro de gastos sin formar parte de él, pues
corresponden a las cartas de un par de operarios de la obra encontradas al interior. Con
ellas abordaremos el tema de las relaciones de compadrazgo surgidas durante la
construcción, en concreto dos casos, el primero, por demás conocido, se refiere a la
relación del capellán Del Río con el maestro mayor, Juan Rodríguez de Estrada. El
segundo, menos difundido, concierne al vínculo establecido con el maestro cantero Miguel
Giménez. El trabajo concluye con las misivas de Diego Martín de Quezada, maestro
cantero propenso a meterse en líos.

La organización del trabajo y los salarios


1
Este trabajo deriva de una investigación más amplia que lleva como título “Entre la devoción y el comercio. Un santuario para
San Juan de los Lagos. (1732-1797)”, con el que obtuve el grado de Maestro en Historia por El Colegio de San Luis. A.C. (2015).
2
Alumno del Doctorado en Ciencias Sociales en el CIESAS Unidad Occidente. Email: olopez_pad@hotmail.com
3
AHCBSJL, Libro de gastos de la obra, s/f. AHCBSJL, Carpeta S.XVIII, Licencia de traslado de la Virgen al nuevo santuario,
fojas. 1-1v.
En noviembre de 1732 el entonces obispo de Guadalajara, Nicolás Carlos Gómez
de Cervantes, se dio cita en el pueblo de San Juan de los Lagos para poner la primera
piedra de lo que sería el nuevo santuario de la Virgen. Junto a él se encontraba el
capellán mayor Francisco del Río.4 Con esa ceremonia iniciaba una empresa constructiva
que había sido impulsada por el prelado y que con sus gestiones había hecho realidad el
capellán. Rápidamente se puso en marcha todo lo necesario para el comienzo de los
trabajos.

Lo primordial era contratar un maestro mayor, quien sería el encargado del diseño
y la construcción del nuevo templo. En un principio se barajó la posibilidad de que la obra
fuera ejecutada por Pedro de Arrieta, importante maestro que tuvo a su cargo varias obras
en la Nueva España, destacando entre ellas la Colegiata de Guadalupe. 5 No conocemos
que fue lo que sucedió, pero Arrieta terminó por no ser el encargado y se contrató a Juan
Rodríguez de Estrada.6 El proyecto tuvo en él, a su ejecutor.

Imaginemos por un momento lo que suponía iniciar una obra de tal envergadura;
desde la compra de los terrenos, la adquisición y acarreo de los materiales, la captación y
la gestión de los recursos. A todo eso tenía que sumarse la contratación de los operarios,
una cuestión fundamental, pues en la organización efectiva del trabajo estaba la clave
para el buen avance de la construcción. Entonces, ¿cómo estaban organizados los
trabajadores?

En los libros de los pagos de salarios encontramos que los encabezaba el maestro
mayor, encargado general de la ejecución. Le seguía el sobrestante, quien era una
especie de capataz de obra, encargado de hacer los pagos y registrarlos, además de
otras tareas. Desde el inicio de la obra y hasta 1765 hubo dos sobrestantes. El primero
fue Cayetano Escoto. No conocemos mucho de él, salvo que ganaba cuatro reales al día
y seis los sábados. Su nombre desaparece de los registros a partir de 1737. Ese año y
algunos posteriores, fue el capellán Francisco del Río quien cumplió con esa función.

Es hasta mediados de 1742 cuando nos encontramos con el segundo sobrestante,


Nicolás Cayetano de Ibarra. En los libros volvemos a ver algunas diferencias, pues él
manejó de manera más organizada los pagos, ya que los registró de forma individual
llevando la cuenta de cada uno de los operarios, 7 quienes estaban divididos según su
función en la obra. En el registro aparecen barreteros,8 canteros,9 albañiles, medias
cucharas y arrieros.10 No existió un número constante de trabajadores a lo largo de toda la
4
AHAG, Gobierno, Parroquia de San Juan de los Lagos, Hechos y actos de los obispos a favor de Nuestra Señora de San Juan,
caja 1, foja. 8
5
La que conocemos hoy como la antigua Basílica de Guadalupe.
6
AHAG, Hechos… foja. 8v.
7
AHCBSJL, Libro de pago a operarios (Nicolás Cayetano de Ibarra) año de 1742.
8
Barreteros: encargados de sacar la piedra de la veta, generalmente utilizaban una cuña o barra, de ahí el nombre.
9
Canteros: labradores de la piedra.
10
Los arrieros eran contratados por el santuario para utilizar las carretas de su propiedad y acarrear la piedra y otros
materiales como el ripio.
construcción, la cantidad de operarios trabajando en la obra dependía fundamentalmente
de dos cuestiones: la necesidad que en ese momento tuviera el avance y la cantidad de
dinero disponible.

A los trabajadores se les daba un pago por concepto de “gasto por semana” y al
finalizar el año se les hacía la cuenta. Se sacaba el total de los días trabajados y se
restaba la cantidad que semana a semana se les había pagado, de esa manera, algunos
terminaban con saldo a su favor y se les daba el restante. Otros terminaban con saldo
negativo. En ese caso debían pagar la deuda con días de trabajo. Existía, además, la
práctica de trabajar a manera de limosna, es decir, el trabajador decidía laborar un día sin
paga ofrendándolo a la Virgen. Por lo anterior, el salario no era fijo, ya que se basaba en
los días trabajados. Por ejemplo, en diciembre de 1746 se le realizó el corte anual de su
salario al maestro mayor Juan Rodríguez de Estrada. Trabajó doscientos cuarenta y un
días ese año, le correspondían cuatrocientos doce pesos, ya se le habían dado
cuatrocientos uno, pero el santuario le debía otros trescientos dieciocho pesos y siete
reales, sin explicar el concepto, con lo cual terminó con saldo a su favor de trescientos
veintinueve. Al cobrarlo decidió donar cien pesos a la fiesta de San José.11

A los arrieros se les pagaba un peso a la semana, a los barreteros cuatro reales
por carreta sacada y a los albañiles cuatro reales por día de trabajo. Había algunos
operarios que se dedicaban a varias labores dentro de la construcción. Un ejemplo es
Miguel Giménez –de quien hablaremos más adelante−, él era maestro cantero pero en
ocasiones trabajaba como albañil. En 1755 ganó veintiocho pesos haciendo labores de
albañilería.12

Una visión sintetizada de la organización de la obra sería la siguiente: el primer


paso correspondía a los barreteros, encargados de sacar la piedra en la zona de
extracción ubicada en La Purísima a un par de leguas del poblado. 13 Tras llenar las
carretas llegaba el momento de los arrieros. Aunque el santuario siempre contó con
carretas propias, era necesaria la contratación de arrieros que las llevaran al lugar de
construcción. En el clímax de la obra, por el año de 1757, el 57% de los arrieros que
llevaban cantera al santuario eran indios de Mezquitic.14 Llegado el material era turno de
los canteros quienes lo labraban. La mayor parte de esta labor iba destinada a formar los
bloques de cantera de sillería para montar las paredes externas e internas del templo. Los
albañiles y las medias cucharas eran el último eslabón, pues estos se dedicaban a pegar
el material trabajado, así como a otras tareas que se requerían. También se llegaban a
contratar herreros y carpinteros para cumplir tareas específicas, es decir, se contrataban
por trabajos.

11
AHCBSJL, Libro de pago a operarios… (cuenta del maestro mayor), foja. 2v.-3.
12
AHCBSJL, Libro de pago a operarios… (cuenta de Miguel Giménez), s/f.
13
No toda la cantera venía de La Purísima, aunque si la mayoría y esta era llevada por las carretas del santuario . Otro tanto era
traído del pueblo de Villanueva, en la jurisdicción de Zacatecas.
14
López Padilla, Omar, “Entre la devoción y el comercio. Un santuario para San Juan de los Lagos. 1732-1797”, p. 114.
Como ya se mencionó, la cantidad de trabajadores activos dependía de la
situación de la obra y de los recursos que se tenían. Además, los primeros quince días de
diciembre la construcción prácticamente se paralizaba por la feria, hecho claramente
evidenciado en el libro de gastos, ya que sólo se pagaba a un par de albañiles para que
realizaran algunas tareas menores.15

En ese tenor, es difícil identificar en qué momentos la obra tuvo más trabajadores,
pero, por ejemplo, a lo largo de todo el año de 1749 se emplearon en la construcción
ochenta y seis personas, incluyendo, por supuesto, al maestro mayor y al sobrestante,16 y
aclarando que no todos estuvieron al mismo tiempo. Esto nos presenta un panorama de lo
que debió haber sido aquella construcción, un espacio que a lo largo de las décadas sirvió
como lugar de trabajo y que, además, favoreció el establecimiento y consolidación de
relaciones entre sus participantes.

Las relaciones de compadrazgo en la obra.

El compadrazgo fue parte fundamental de la forma de relacionarse en la época


colonial y en general en las sociedades del Antiguo Régimen. Este elemento no estuvo
exento durante la construcción del tercer santuario. Ya se ha dicho que el maestro mayor
Juan Rodríguez de Estrada no fue la primera opción para el encargo, sin embargo, los
hechos subsecuentes nos muestran que su relación con el capellán mayor Francisco del
Río fue muy buena. Tal vez, debido a esto, el maestro permaneció en su puesto a pesar
de una enfermedad contraída en julio de 1759,17 mal que lo llevó a la muerte en octubre
de 1760.18

La interacción no fue sólo laboral, de empleado y empleador, su trato llegó hasta el


ámbito personal y familiar. Es lamentable que los documentos no nos permitan reconstruir
con gran fiabilidad esta relación, sin embargo, el hecho de que el capellán haya
apadrinado el bautismo del hijo del maestro nos habla de la dimensión de cercanía entre
ambos. El ahijado en cuestión era Pablo, nacido en San Juan de los Lagos en 1741,
cuando su padre ya llevaba más de ocho años trabajando en la obra.

El afianzamiento de las relaciones vía compadrazgo aseguraban el apoyo de uno y


otro durante diferentes circunstancias, entablándose una relación recíproca y familiar. La
influencia del capellán mayor sobre el joven ahijado fue determinante para su futuro, pues
Pablo eligió la carrera eclesiástica como medio de vida. En 1761 tras la muerte del obispo
de Guadalajara, fray Francisco de San Buenaventura Martínez de Tejada, fueron
fundadas tres nuevas capellanías para el santuario, Pablo con tan sólo veinte años de
edad, se convirtió en el sexto capellán.19
15
López, “Entre la devoción…” p.117.
16
AHCBSJL, Libro perteneciente al santuario de Nuestra Señora de San Juan. En el cual se asientan los maestros operarios y
demás oficiales de la fábrica del Nuevo templo en enero de 1749. s/f.
17
López, “Entre la devoción…” p. 123.
18
AHCBSJL, Entierro del maestro mayor Juan Rodríguez de Estrada, foja. 1.
19
Márquez, Pedro María, Historia de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos y el Culto de esa Milagrosa Imagen, Ed. Gráfica
Positiva-Diócesis de San Juan de los Lagos, Facsimilar de 1966., pp 137-138.
Otro caso de compadrazgo lo encontramos con el maestro cantero Miguel
Giménez. Debido a la falta de registros no sabemos cuándo llegó a trabajar en la obra,
pero podemos decir que también llevó una estrecha relación con el capellán Del Río. El
sacerdote se convirtió en padrino de uno de sus hijos, Antonio Giménez, quien se dedicó
a trabajar en la obra labrando cantera como su padre.

La estima que le tenía Miguel al capellán quedó demostrada en un pequeño


mensaje a manera de felicitación por su santo. Expongo un fragmento:

Dar los días majestuosos, con júbilos y alegrías,


pues llegó el dichoso día de su Santo tan glorioso,
postrado humilde a sus pies, rendido viene mi amor
aunque no con el primor, a que este día tan suntuoso
y los más e ilustres años compadre y señor que cumple
hoy por hoy prospero se lo dan,
los vea tan multiplicados como mi amo don Juan
y aquellos ilustres bienes que les deseo Miguel Giménez
[…], en fin gran señor lo más,
que mi firme amor desea que acabado este santo templo
vea que es lo más que mi compadre […]20

El mensaje nos muestra la proximidad entre el cantero y su familia con el capellán,


esto, claro, sin dejar de lado las dos figuras que representaba, postrándose a sus pies
como sacerdote, pero mostrándole un cariño que espera incluso sobreviva y crezca más
allá del compadrazgo y más allá de la obra. Encontrar estos “vestigios” representativos de
las relaciones humanas en un momento en particular, es sumamente complicado. Esta
carta escrita en media hoja de papel ha sobrevivido gracias a que tuvo un segundo uso,
pues en algún momento se utilizó para realizar sumas y restas provisionales, registradas
posteriormente en el libro de la obra. El papel quedó ahí, dónde seguramente sirvió de
separador para los que revisaban aquel libro. Gracias a esto, hemos podido observar no
sólo el afecto, sino también la manera de expresarlo.

Al encontrar el mensaje anterior traspapelado dentro de los registros de la obra,


nuestra búsqueda se centró, por un tiempo, en esos pequeños papeles. Como resultado
positivo encontramos otras cartas, dirigidas a Francisco del Río, con un mismo remitente,
el cantero y albañil Diego Martín de Quezada. Los mensajes son más o menos amplios y
demuestran naturalidad, aunque también reflejan una relación diferente si se comparan
con el mensaje de Giménez, un trato desarrollado a partir de la dependencia y la
reciprocidad.

Las cartas del cantero Diego Martín de Quezada.

20
AHCBSJL, Carta-felicitación de Miguel Giménez a Francisco del Río (sin fecha), foja. 1.
La primera carta está fechada el 12 de agosto de 1756,21 fue enviada desde
Guadalajara y es una respuesta a una misiva anterior del capellán. Llama la atención el
inicio, donde Quezada le responde “Mi muy amado y querido padrecito de mi corazón”, en
una muestra de singular complicidad. La lectura posterior del documento nos explica el
por qué. Se trata de una respuesta llena de alegría ya que el capellán le había mandado
cincuenta pesos. La efusividad cariñosa se debe a que estaba “con ninguna ocasión tan
necesitado como esa”, porque su hermana sufría una enfermedad que los doctores
llamaban “humores vidriosos” y que, según cuenta, había riesgo de que se le cayeran los
dedos de las manos “a pedazos”. Un año después, ese préstamo y otro anterior de veinte
pesos fue pagado por Quezada trabajando en la obra.

La necesidad de dinero pareció ser una constante en la vida del cantero Quezada.
Dos años después de la carta anterior, −concretamente el 1 de julio de 1758−,22 de nuevo
se puso en contacto con el capellán, una vez más desde Guadalajara. En este caso no
para agradecer la ayuda, sino como rogativa de “socorro”. El texto revela algunos
aspectos de la personalidad del cantero. En principio parece ser un personaje que solía
inmiscuirse en algunos problemas, a tal grado, que lo llevó a disculparse ante el capellán
por tantas “impertinencias”, además, cuando en su carta dice “no sé qué me dio en
volverme a meter en el asunto pasado”, alude a una situación anterior de similares
características.

La cuestión era que el cantero se había enamorado de una joven, aunque aclara
que no era la misma muchacha de la ocasión anterior, sino otra de “de mejores y más
realzadas prendas y buenas obligaciones”. Quedó con ella y la llevó ante un sacerdote,
quien preguntó a la moza frente a sus padres si era “[su] gusto” estar con Quezada. La
joven “dio a entender que sí”. El papá otorgó su aprobación, pero la mamá pidió tiempo
para pensarlo y se llevó a su hija a su casa. La madre no daba razón y trajo al cantero “de
día en día”. Sintiéndose engañado, Diego se violentó y avisó al padre provisor para que
sacara a la muchacha de su casa y la guardara en una honrada. El cantero se quedó a
cuidado.

La joven declaró y se dio por válido el trato, pero la palabra del provisor no fue
cumplida. Quezada sintió que aquel sacerdote lo hacía a un lado y no lo dejaba salir de su
“cuidado”, provocándole una molestia tan grande que lo llevó a catalogar al provisor como
“gente ruin”, concepto que según el cantero ya le había hecho saber el capellán en una
conversación anterior.

La narración no terminó ahí, prosiguieron una serie de ruegos con exclamaciones


exageradas y cómicas, muestra de su desesperación. Rogó al capellán invocando a toda
la Sagrada Familia. Le pidió “[por] las entrañas de Jesucristo y por las de su madre María
Santísima, Nuestra Señora, y por [el] casticismo corazón de su padre putativo”. Y como si

21
AHCBSJL, Carta y recibo de Diego Martín de Quezada (1756), fojas. 1-2.
22
AHCBSJL, Carta de Diego Martín de Quezada a Francisco del Río (1758), fojas. 1-2.
esos ruegos no fueran suficientes, prometió le escribiría a Miguel Giménez –el ya
mencionado compadre del capellán– para que en su nombre le “hiciera el favor de
ponerse a las plantas” del capellán.

Para el cantero el momento era de desesperación. Necesitaba ochenta pesos de


fianza sólo para salir del cuidado del provisor, aunque con seguridad requeriría más
dinero para los gastos de su futura esposa, pues en su carta escribió que igual con esa
cantidad, los 80 pesos, no “quedase bien […] pues es menester darle desde los zapatos
hasta el listón del pelo porque es sumamente pobre”. El problema era que ya debía al
capellán setenta y uno o setenta y dos pesos, no lo recordaba con exactitud, y con el
nuevo préstamo la cuenta crecería hasta ciento cincuenta. A pesar de lo abultado de la
deuda, el mismo cantero dio la solución, pues mencionó que yéndose por fin con su
esposa podría volver a la obra y pagar el dinero con su trabajo, argumentando que la
temporada que no hubiera algo que hacer en la cantería trabajaría como cuchara.

No tenemos la respuesta de la carta, sin embargo, seguramente el capellán apoyó


al trabajador pues en septiembre de ese mismo año ya aparece dentro de los pagos a los
operarios. Esta petición al capellán por parte de Quezada no fue ni la primera y tal vez ni
la última. Es muy probable que este cantero fuera uno de los más allegados a Del Río,
siendo un trabajador con presencia constante en la obra. Por otra parte, el hecho de
haber mencionado a Giménez en su carta, junto al posible favor que le pediría si fuera
necesario, es una muestra clara del tipo de confianza y relación que floreció entre los
trabajadores de esta construcción.

En fin, la obra como espacio social sin duda sirvió para concretar relaciones como
las del maestro mayor y el cantero Giménez con el capellán del Río. También fue el medio
de vida para decenas de trabajadores y en algunos casos, como el de Quezada, sirvió de
garantía para salir de algún apuro.

A guisa de conclusión

Una aproximación al estudio de una época o un hecho concreto más que dejar
certezas llena la investigación con más preguntas por resolver. Conocer una parte de la
vida de dos operarios como Miguel Giménez y Diego Martín de Quezada fue una aventura
fascinante y al mismo tiempo inacabada. Construir el nuevo hogar para la Virgen de San
Juan supuso una aventura larga, de décadas. Quedaron enmarcadas en la construcción
un sin número de historias, algunas con opción a reconstruirse, otras ya perdidas para
siempre. En este trabajo tuvimos la oportunidad de acercarnos desde dos perspectivas a
los operarios que hicieron posible la construcción del tercer santuario. Vimos una
estructura coherente en la organización del trabajo, además de exponer los salarios y su
forma de pago.

Las cartas nos permitieron conocer –de manera parcial− al individuo. El mensaje
de Miguel Giménez demuestra una relación estrecha con el capellán. Las dos cartas de
Diego Martín de Quezada exponen un individuo en dos momentos, uno de
agradecimiento, donde al leer las líneas se observa la felicidad de haber salido de un
problema, y otro de desesperación ante una situación complicada.

Ni Giménez ni Martín de Quezada pueden venderse como una excepción o como


la regla. Su lugar, como el de todos, es el que la historia −con ayuda del historiador−,
decida. A manera de colofón hago mías las palabras de Borges, “la historia universal es la
de un solo hombre”.

FUENTES

ARCHIVOS

Archivo Histórico de Catedral-Basílica de San Juan de los Lagos (AHCBSJL)

Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara (AHAG)

BIBLIOGRAFÍA

MÁRQUEZ, Pedro María, Historia de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos y del Culto de esa Milagrosa Imagen .
Ed. Facsimilar de 1966, Gráfica Positiva-Diócesis de San Juan de los Lagos.

LÓPEZ PADILLA, Omar, Entre la devoción y el comercio. Un santuario para San Juan de los Lagos. 1732-1797. (Tesis
para obtener el grado de Maestro en Historia). Colegio de San Luis, San Luis Potosí, 2015.

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