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Entrevista a Marcelo R. Ceberio,


PSICONEUROINMUNOENDOCRINOLOGÍA
Publicado  en  “Psiqueviva”,  el  3  de  diciembre  de  2014  
autor  Gema  Sánchez  Cuevas  
 

Desde Psiqueviva hemos tenido la gran oportunidad de entrevistar al


psicólogo Marcelo Rodríguez Ceberio, doctorado por la Universidad
de Kennedy de Buenos Aires y la Universidad de Barcelona, con Másters
en Terapia familiar y Psiconeuroinmunoendocrinología, así como
estudios de terapia sistémica procedentes del MRI de Palo Alto, y
formación complementaria en psicoanálisis, gestalt y psicodrama. El Dr.
Ceberio es autor de numerosos artículos, prólogos, capítulos de libros y
libros, contado con publicaciones junto a Paul Watzlawick y Juan Luis
Linares.
En esta entrevista nos hemos centrado en conocer qué es y de qué trata
la Psiconeuroinmunoendocrinología (PNIE), cuáles son los
principales mecanismos involucrados y qué relación guarda con las
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emociones y los procesos de enfermedad. Para ello, el Dr. Marcelo R.


Ceberio nos responde a nuestros interrogantes, informándonos sobre la
dialéctica de esta nueva perspectiva.

¿Qué es la psiconeuroinmunoendocrinología? Y en ¿qué


consiste?
La PNIE ante todo es un modelo terapéutico. Puede definirse como un
modelo epistemológico que reúne multiplicidad de variables
provenientes de diferentes sistemas: psicológico, endócrino,
inmunológico y nervioso. Digo que es un modelo epistemológico porque
de hecho modela nuestra percepción del caso y permite una visión
holística y compleja que aúna factores orgánicos y psicológicos.
No es un modelo que despliegue técnicas: no discrimina estrategias ni
modos de intervención, pero permite construir hipótesis de notable
complejidad y que permite enfocar el problema desde múltiples aristas
que se sinergizan. Es un modelo sistémico que para entenderlo hace
falta abandonar estructuras lineales, sino que esas mismas estructuras
se interinfluencian y potencian en sus acciones, es decir, un episodio
traumático vulnerabiliza a una persona y afecta encadenando
modificaciones endócrinas y la secreción hormonal, resienten el sistema
inmunológico y afecta el nervioso y toda su neutransmisión.

Desde la perspectiva de la Psiconeuroinmunoendrocrinología


(PNIE), ¿podemos decir que se deja a un lado el dualismo
mente-cuerpo que se ha mantenido durante años a favor de una
interconexión entre los diferentes sistemas implicados
(psicológico, neurológico, inmunológico y endocrino)? ¿Recupera
la PNIE, una versión más holística y relacional de los procesos de
enfermedad?
Absolutamente. PNIE desestructura la tan mentada dicotomía
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cartesiana. Obliga, por así decirlo, a pensar el objeto de estudio de una


manera compleja y completa. Para el modelo PNIE es inconcebible
dicotomizar, fraccionar el objeto en partes, analizarlo sumativamente.
Siempre entiende el objeto en su contexto, una unidad somatopsíquica
que entrelaza sistemas orgánico-psicológicos en suprasistemas que los
contienen. Allí es donde la enfermedad o el síntoma, surge como una
variable cualitativa resultante de múltiples sinergias que se producen de
la interacción de varios sistemas simultáneos y sucesivos.
Estas son las razones básicas que hacen que una hipótesis de ninguna
manera puede entenderse como un fenómeno objetivo, solo es una
asociación de premisas, como señala Ronald Laing, de “captos” (en
cambio de “datos”), de distinciones y puntuaciones arbitrarias trazadas
por el ojo del observador. Fuerte estocada al narcisismo del investigador
clásico, o para el terapeuta que creía en la acertividad objetiva.

¿Cuáles son los principales mecanismos involucrados que


permiten la conexión entre estos sistemas?
Hay un elemento que mancomuna todos los sistemas: la emoción. Las
emociones y sentimientos son el punto de intersección de todos los
sistemas. Nada parte de nada y todo parte de todo. Es un mecanismo
recursivo de feed back entrelazados. Por ejemplo, las hormonas
influencian y propician las conductas que determinan acciones y las
acciones generan interacciones sociales. Un contexto que le otorga
significado y que pauta que es lo que debe hacer (funciones sociales)
activando el eje hipotalámico hipofisiario que favorece a la producción
de esquemas cognitivos que establecen constructos. Estos constructos
gestan parcialmente un estilo de emocionar que determina cómo sentir.
Esto activará la secreción de ciertas hormonas y tal secreción exige una
estructura cerebral acorde a una conformación que sostenga tal
circulación. Por supuesto que el sistema inmunitario se encuentra
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afectado en este proceso y más aún, principalmente por la acción del


cortisol. Esta secuencia puede alterarse o iniciarse por cualquiera de los
tramos. Es decir, es UN TODO RECURSIVO INTERINFLUENCIABLE.

¿Cómo pueden llegar a influir los procesos mentales en nuestro


estado de salud y enfermedad?
Es imposible hoy dejar de aceptar que los procesos mentales
influencian, producen, son efecto y causa de salud y enfermedad. Hay
numerosas investigaciones científicas -en la actualidad más aún con las
tomografías computadas y los resonadores magnéticos- que muestran
como ciertas representaciones mentales crean realidades en nuestro
cerebro con la consecuente segregación de hormonas o
neurotransmisores. Los cognitivistas hacen una exploración y
descripción interesantísima sobre los pensamientos automáticos,
catastróficos y destructivos de la autoestima, y son estos pensamientos
los que socavan la producción de serotonina. De hecho, son los
pacientes depresivos los que son recetados con inhibidores de la
recaptación de serotonina para incrementar en el espacio intersináptico
el neurotransmisor.
Pero no debemos quedar entrampados en la linealidad: un dilema donde
en el caso de los depresivos podríamos decir “baja la serotonina por
esos se deprime o se deprime y baja la serotonina”, es como la frase
sobre el miedo que realizaba un autor que en estos momentos no se me
viene a la mente “corre porque tiene miedo o tiene miedo por eso
corre”. Ni una cosa ni la otra. Esas son ecuaciones lineales que nos
entrampan en causalismos unidireccionales provenientes de nuestro
hemisferio izquierdo. Hoy comportamiento, neurotransmisión, emoción y
pensamiento, se entrelazan e interinfluencian. Nuestro cerebro es un
poderoso órgano que mediante la imaginación constituye realidades
muy vívidas como de hecho sucede en el sueño. Si nosotros nos
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concentramos y elaboramos estructuras de pensamiento positivas,


seguramente vamos a alentar un proceso de mejoría. No se trata de
esoterismo ni magia. Si tomamos una medicación y si no la
acompañamos de la fe que nos va a curar, seguramente el proceso de
mejora enllentece.

¿Podemos intervenir conscientemente en nuestro sistema


inmune? ¿Cómo es posible?
Se han realizado diferentes investigaciones que aplican ejercicios de
relajación y meditación, mind fullnes, yoga, entre otras técnicas, con la
finalidad de actuar sobre el sistema inmunitario. De ninguna manera
debe entenderse que solamente estas técnicas bastan para reproducir
en nuestro sistema inmune el ejército de células que actúan sobre el
patógeno. Se trata de entender que somos un cuerpo y somos una
mente absolutamente integrados e influenciados entre sí e influenciados
por el contexto. Sistemas con sistemas, de sistemas, en sistemas.
Estoy hablando de una actitud de vida de cara a la vida y a la
enfermedad. Las posturas positivas, de envisten a la vida con
propuestas de evolución, crecimiento y bienestar, generan de cara a los
procesos de enfermedad, resultado más eficaces que aquellas personas
pusilánimes, negativas, cargadas con pensamientos automáticos que los
contactan con quejas y autocríticas negativas.

¿Qué papel juegan las emociones en la PNIE?


Ya señalé que las emociones constituyen el lazo común del sistema
inmunitario, endocrino, nervioso y psicológico. Las emociones son
fenómenos psicobiológicos que nos ayudan y han ayudado a la
supervivencia. Debo decir que las emociones han sido bastardeadas por
la sociocultura, enalteciendo a la racionalidad y la lógica, de la misma
manera que el neocortex sepultó el arquicortex límbico considerado un
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polo emocional.
Las emociones, entonces, son una expresión genética, biológica y
organizan respuestas motoras e interconectan recíprocamente las áreas
cognitivas, endocrinas e inmunitarias. Están atentas, por así decirlo, a
los estímulos ambientales e influencian con acciones hacia ellos
modificándolos. Tienen un papel relevante en las relaciones
interpersonales tanto en la emisión como en la lectura de estados
emocionales, por ejemplo, a través de la expresión facial, informan y
regulan la interacción, ya que proporcionan información a los demás
sobre nuestras intenciones y nuestra disponibilidad para actuar, como
también nos informan a nosotros sobre la intencionalidad de los otros.
Quiero aclarar que llamo emociones a las básicas como el llanto, la
sorpresa, el asco, el miedo, la alegría y la tristeza, el resto son
sentimientos donde allí confluencian estados emocionales con
cognitivos.
Tanto las emociones como los sentimientos desencadenan una serie de
péptidos que representan estados emocionales. Este hallazgo fue
descubierto por Candace Pert, una neurocientífica americana pionera en
la investigación del receptor de los opiáceos y que, lamentablemente
murió en el 2013 y que recién ahora se publicará su libro en español,
llamado “Las moléculas de la emoción”, texto en el colaboré en la
traducción y también prologué. Candace Pert ha escrito más de 250
publicaciones científicas y ha trabajado como jefa de sección de
bioquímica cerebral en la rama clínica de neurociencia del NIMH
[Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos). Ella observó que
todas las moléculas poseen un aspecto de vibración de energía y otro de
partícula o fisiológico. En el plano fisiológico, las moléculas de las
emociones se desplazan por todo el cuerpo y navegan por el espacio
intercelular funcionando como ligando en el intento de encajar en los
receptores de las células, al igual que una llave en la cerradura
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correspondiente. Cuando esto sucede, producen un cambio químico y


energético en la célula. Lo magnífico y sorprendente es que estas
moléculas de las emociones afectan a todas las células del cuerpo.
Por esta descalificación hacia el mundo emocional al que aludía
anteriormente, todavía la neurología y la medicina en general, y la
psicología aluden al sistema límbico como un centro emocional
(amígdala, hipotálamo, hipófisis, etc.). Pero el hallazgo de Pert y su
equipo fue descubrir que esas moléculas, por ejemplo las endorfinas y
sus receptores se encontraban distribuidas en diferentes partes del
organismo. Los péptidos de la emoción se encuentran en el sistema
inmunitarios, en el aparato digestivo, en la médula, en las células
adiposas, también se encuentran efectivamente en las partes del
cerebro relacionadas con las emociones, es decir, es cierto que el
límbico es un polo cerebral emocional, pero porque allí se halla una gran
cantidad de receptores de péptidos. De esta manera Pert observa que
existe un entramado de comunicación a través del cual todo el cuerpo
responde a una emoción concreta. Mientras que antes creíamos que las
emociones sólo nos afectaban psicológicamente, ahora resulta se
entiende que nos afectan físicamente.

¿Se podría explicar desde esta perspectiva los casos de


dependencia emocional?
Claro que sí, o al menos es la hipótesis que desarrollo. De acuerdo a lo
que te planteé en la pregunta anterior podría decir que una situación
genera una emoción determinada, esta emoción produce una serie de
péptidos que calzan en ciertos receptores que se activan en el espacio
intercelular. Cuando estos receptores se activan, tal como se activan en
la ingesta de drogas, “necesitan mantenerse vigentes”, con los cual es
necesario el consumo regular. Esta sería una base de la adicción a las
drogas, netamente orgánica, más allá de los elementos psicológicos.
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Cuando se interrumpe el consumo, la persona pasa por un síndrome de


abstinencia. Allí los receptores de membrana “desesperan” por la falta
del ligando de la droga específica, que podríamos llamarla hetero-droga.
Pero el mismo proceso es desarrollado por nuestras “autodrogas”, es
decir, por las producidas por nuestro propio organismo. Es el caso de las
endorfinas, tan segregadas en el deporte, que ésta sana adicción si es
interrumpida genera abstinencia con síntomas parecidos a los de la
abstinencia. Una vía intermedia es la misma adicción al juego, cuya
acción de jugar y el riesgo que incluye produce una clara adicción a la
adrenalina, su interrupción hace que la persona se desespere. Desde
esta perspectiva, en el caso de los péptidos emocionales, la teoría de
Pert daría explicación a la tan mentada “compulsión a la repetición”
freudiana y al concepto de “recaída” que los Paloaltinos tan claramente
han descripto. O sea, una situación genera una serie de emociones se
regularizan en la medida que la situación perdura. La constancia de los
péptidos emocionales generan los receptores de membrana y se
produce una adicción no solo a los péptidos sino a la situación que
genera la emoción que los produce. Por tal razón es necesario reiterar la
situación, repetir aunque nos proporcione malestar.
En mis investigaciones fui más allá. Me pareció que leer desde esta
faceta biológica era solamente una parcialidad. Razón por la cual
desarrollé lo que di en llamar la ecuación de la resistencia al cambio.
Esta ecuación analiza 4 variables: la frecuencia del síntoma, la
intensidad (de 0 a 100), la cantidad de síntomas y el tiempo. Este
resultado conecta con cuatro inercias, son cuatro factores inerciales que
completan esta tendencia a repetir, uno de ellas es la que analiza Pert
que forma parte de una inercia neurobiológica. Hay una inercia
sistémica, generada por la situación que termina construyendo un
sistema con sus peculiaridades, sistema que se estereotipa atrapando a
la persona. Por lo tanto, frente a la constitución de un problema o a una
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situación problemática, se construye una forma de intentar solucionarla


que dada su ineficacia termina edificando un sistema. Una vez que se ha
confeccionado el sistema da inicio a una serie de interacciones y formas
de comunicación que sostienen funciones, reglas y todo un código que
rige las relaciones y el funcionamiento general.
Al mismo tiempo, se desarrolla una tercer inercia, la cognitiva, o sea la
forma en que se procesa la información se haya sistematizada en un
efecto “cascada o dominó”, ensayando el más de lo mismo en la forma
de pensar el problema y en la forma de resolverlo, más allá de la ilación
de pensamientos automáticos que se encadenan lacerando la
autoestima en la medida que el problema no se resuelve y termina
dominando la vida de la persona. La cuarta inercia es la emocional. Las
emociones son identitarias: el tono emocional y el humor que nos
caracteriza se halla sistematizado en nuestra vida. El surgimiento de las
emociones que merodean a la situación y que activan una serie de
neuropéptidos, crean receptores de membrana que esperan el péptido
específico en el espacio intercelular. Con lo cual volvimos al punto de
inicio.
Estas cuatro inercias son recursivas y se potencian sinergizándose y
todas colaboran a la tendencia a repetir y a recaer. Si en el decurso de
las sesiones terapéuticas se suprime o resuelve la situación-problema,
se bloquean la forma de procesar la información y las emociones
subsecuentes, razón por la que se suprime la producción de los péptidos
asociados a las emociones dejando a los receptores de membrana
“sedientos” y a la espera de abastecimiento. Reiteramos, este efecto no
es ni más ni menos que el llamado “síndrome de abstinencia”.
La debacle inercial impide resistiendo el cambio que si se produce,
venciendo a la resistencia, es factible que haya recaída: el sistema
buscará reencontrarse con los parámetros conocidos: sistémico (el
sistema con sus características le proporciona una identidad a los
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integrantes), cognitivo (reiterando esquemas, valores, formas de


proceso de información), emocional (el tono, las emociones conocidas e
identitarias) y por último, la inercia neuroquímica (el neuropéptido
ligado a un receptor de membrana).
En conclusión y uniendo las cuatro inercias: la situación genera una
serie de pensamientos anticipatorios negativos y las emociones
subsecuentes, y éstas producen neuropéptidos acordes. No obstante la
secuencia no opera con tal linealidad. Los pensamientos negativos crean
la situación / la situación genera emociones y las emociones
pensamientos negativos / las emociones crean situaciones y las
situaciones pensamientos negativos / los neuropétidos producen
emociones y éstas crean situaciones, etc. En síntesis, un todo recursivo
de interinfluenciabilidad. Es decir, un todo inercial del cual es muy
dificultoso salir, más aún, desde las dos observaciones clínicas que
operan como llave efectora y que favorecen el sostén de la inercia
generando resistencias al cambio que son: la baja autoestima y las
soluciones intentadas fracasadas.

¿Puede producir la vivencia de una experiencia conflictiva o


traumática cambios orgánicos?
Por supuesto. Si estamos decididos a desestructurar la dicotomía
cartesiana, es inevitable que cualquier situación nos afecta en un todo.
La vivencia, como bien dices, -puesto que es una situación particular y
atributiva semántica- vulnerabiliza a la persona. Y la vulnerabilidad se
produce en contextos que nos laceran íntimamente, nos lastiman
nuestra autoestima y por ende, no afecta nuestro sistema inmunitario.
También un episodio traumatizante produce una crisis en el protagonista
que eleva niveles de cortisol y adrenalina, con lo cual estamos en
presencia de factores estresores que incrementan la vulnerabilidad
original.
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Si además tenemos en cuenta que una situación traumática nos llena de


malestar, rabia, angustia, tristeza, es de esperan que desciendan los
niveles de serotonina, por lo tanto estamos en presencia de un cuadro
del cual es dificultoso salir. Los pensamientos negativos también nos
acucian y vulnerabilizan e incrementan la falta de serotonina. Ni que
hablar la factibilidad del desajuste de interacciones en nuestro sistema.
Otra vez nos encontramos con el cuadro de cuatro inercias.
Los síntomas emergentes se constituyen en la denuncia de la
disfuncionalidad. En ese caso, la acción oportuna de la psicoterapia
puede torcer el timón de la dirección de la catástrofe, para no procrear
daños orgánicos y psicológicos aún peores.

¿Cómo podemos observar el fenómeno del estrés desde la PNIE?


Una de las principales especialidades que se han estudiado desde PNIE
justamente es el estrés. Y es una buena oportunidad que me das para
que afirme que el estrés está un tanto banalizado. De la misma manera,
que la depresión ha alcanzado a constituirse en un término de la
sociocultura, o la misma sintomatología del pánico, que tienden a
interpretarse equívocamente, más bien superficialmente, el estrés es
una patología grave. Podría decirte que es la enfermedad del siglo XXI.
Si bien el estrés es un fenómeno natural que se produce en nuestro
organismo frente a situaciones de cambio, por ejemplo, resulta
estresante cuando hay 40º a la sombra y entramos en un shopping
refrigerado y la cadena de frío nos cae en la misma entrada. Ese cambio
abrupto nos estresa.
Pero el estrés emocional o psicológico es la puerta de entrada a todas
las enfermedades. Si el cortisol es el combustible que nos despierta y
activa, y es segregado por la glándula suprarrenal, estimulada en el
sistema portahipofisiario, la sobrecarga tensional en contextos que
hiperexigen llevarían a abusar de la actividad del eje hipotalámico
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hipofisiario suprarrenal, en pos de segregar el cortisol suficiente para el


afrontamiento de la situación. En pos del equilibrio y con finalidad
adaptativa el mecanismo que llamó McEwen “alostasis”, es el que regula
o posibilita llegar a una homeodinamia –un equilibrio en movimiento-
mal llamado homeostasis, un equilibrio estático.
Esta hiperactividad del eje crea un estado alostático y al final crea o
sedimenta una carga alostática afectando al organismo entero,
emocional y orgánicamente. Tal cual un auto que permanentemente
circula a 200 km por hora, es inevitable que ese motor se dañe. Cuando
no decimos NO a tiempo o no colocamos los límites adecuados el
síntoma es la señal de alarma que termina colocando los límites por
nosotros mismos: isquemias miocárdicas, contracturas severas,
enfermedades autoinmunes, úlceras grastroduodenales, gastritis, etc.,
operan como factor de freno. De todos ellos el síntoma estrella es la
depresión, tratándose entre otros fármacos con IRSS (inhibidores de
recaptación de serotonina). Como se observa, una visión holística PNIE
del estrés, es entenderlo como un fenómeno de alta complejidad.

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