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La historiografía francesa del siglo XX y su acogida

en España
Benoît Pellistrandi (dir.)

Editor: Casa de Velázquez


Año de edición: 2002
Publicación en OpenEdition Books: 31 mayo 2017
Colección: Collection de la Casa de Velázquez
ISBN electrónico: 9788490961131

http://books.openedition.org

Edición impresa
ISBN: 9788495555311
Número de páginas: XVI-480

Referencia electrónica
PELLISTRANDI, Benoît (dir.). La historiografía francesa del siglo XX y su acogida en España. Nueva edición
[en línea]. Madrid: Casa de Velázquez, 2002 (generado el 05 juillet 2019). Disponible en Internet:
<http://books.openedition.org/cvz/3145>. ISBN: 9788490961131.

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© Casa de Velázquez, 2002


Condiciones de uso:
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1

Hasta hace poco determinante para la afirmación de una ciencia histórica española autónoma, la
influencia de la historiografía francesa ha retrocedido de manera progresiva hasta parecer, a
veces, secundaria. La presente obra recoge las contribuciones de historiadores franceses y
españoles que han reflexionado conjuntamente sobre la significación de esta impronta francesa.
De esta manera, se dibuja una verdadera cartografía de la influencia francesa en España, con sus
límites y envites, evocando a toda una comunidad de historiadores, de Febvre a Furet y de
Braudel a Vilar. Este libro pretende reflejar una retrospectiva de la historiografía francesa en
clave española. Los debates planteados aquí dan un repaso a las herramientas metodológicas
propuestas por los franceses y adaptadas, según las necesidades de la propia historia española,
por los historiadores españoles. Además, estos cuestionamientos sobre los métodos, los temas de
investigación y el estatus del historiador, revelan las preocupaciones actuales de sociedades cuya
memoria histórica se transforma, requiriendo sin duda una redefinición, si no de la profesión del
historiador, de su función intelectual y social.
2

ÍNDICE

Presentación
Benoît Pellistrandi

I. - De maestros y obras

Georges Duby
Jacques Dalarun
L’édifice
Traverses

La recepción de la obra de Georges Duby en España


Reyna Pastor
Primeros ecos
Los libros de Georges Duby y sus traducciones al castellano
Duby, una influencia entre otras
Sobre las mentalidades
Duby y la historia de las mujeres
Un siempre sugestivo
La mutación medieval
Un balance provisorio

Fernand Braudel
Maurice Aymard

François Furet
Mona Ozouf
Diversité et ouverture
La polémique avec l’historiographie jacobine
Quelle histoire politique ?

La recepción de François Furet en España


Antonio Morales Moya
I
II
III
IV
V

II. - Logros y métodos

De la síntesis histórica a la historia de Annales


La influencia francesa en los inicios de la renovación de la historiografía española
Pedro Ruiz Torres
La trayectoria de la historiografia española en el siglo XX
Los primeros pasos de la renovación historio gráfica en españa
Los inicios de una nueva etapa
3

L’histoire économique française est-elle encore compétitive ?


Gérard Chastagnaret
Le constat : la France marginalisée
Une triple divergence
Pour une double logique des relations scientifiques
Conclusion : un chantier partagé

L’histoire politique en France


Marc Lazar
Le développement de l’histoire politique et sa configuration actuelle
Convergences, divergences et enjeux

La historia política y el contemporaneísmo español


Elena Hernández Sandoica

L’apparition récente d’une histoire dite culturelle


Yves-Marie Bercé
Histoire littéraire et histoire culturelle
L’étape de l’histoire des mentalités
Le développement de l’histoire du livre
Le passage aux représentations
La nouvelle histoire culturelle
Des orientations comparables, à l’étranger

La historiografía francesa en la historia cultural de la Edad Moderna española


Breve balance de su influencia
Manuel Peña Díaz

III. - La presencia francesa en España

De l’Espagne musulmane à al-Andalus


Pierre Guichard

Le séminaire parisien de Pierre Vilar


Bernard Vincent

La influencia de la obra de Pierre Vilar sobre la historiografía y la conciencia española


Rosa Congost y Jordi Nadal
Pierre Vilar y España
La obra de Pierre Vilar
Las vías de penetración del método, los hallazgos y el pensamiento de Pierre Vilar
La pervivencia, a contracorriente, de la obra de Vilar

Un determinado estilo de vida


Reflexiones sobre la obra de Bartolomé Bennassar
Jaime Contreras
Valladolid
Inquisición y mentalidad española

Mes Espagnes
Pierre Chaunu

La Casa de Velázquez, lieu de formation et de diffusion de la recherche française (I)


François Chevalier
Interdisciplinarité
Un débouché sur les problèmes actuels
Étroit contact et coopération avec les espagnols
À propos de l’équipe de Séville : le témoignage d’Antonio Miguel Bernal
4

La Casa de Velázquez, lieu de formation et de diffusion de la recherche française (II)


Didier Ozanam

La Casa de Velázquez de 1989 à 1996


Joseph Pérez
Les missions de la Casa De Velázquez
Les membres
Les activités
Boursiers et hôtes de passage
Services communs

IV. - Trayectorias y generaciones : un balance crítico

Trayectorias y generaciones
Un balance crítico: la Edad Media
Miguel Ángel Ladero Quesada
Formación
Expansión
¿Renovación o crisis?

Yo también estuve en Arcadia


Pablo Fernández Albaladejo

Admoniciones, mitos y crisis


Reflexiones sobre la influencia francesa en la historiografía contemporánea española a finales del siglo XX
Jordi Canal
I
II

V. – Final

La teoría de la historia en Francia y su influencia en la historiografía española


Julio Aróstegui
La recepción de influencias a principios de siglo XX
Rafael Altamira: un erudito de formación diversa
Las consecuencias de la Guerra Civil
La recepción de los Annales: el caso de Jaime Vicens
La recepción del marxismo: Manuel Tuñón De Lara
A modo de recapitulación

El historiador en España: condicionantes y tribulaciones de un gremio


Juan-Sisinio Pérez Garzón
Un preámbulo imprescindible: las huellas de los orígenes y la marca de la historia
El historiador español en el universo internacionalizado de los especialistas
¿Dónde se juega el oficio? Tensiones, rivalidades y datos para la modestia
¿Es posible trascender lo académico? Retos para un epílogo

Le statut de l’historien en France


François Bédarida
Les deux XIXe siècles
La « révolution » des Annales
Le tournant historiographique des années 1970 et l’avènement du temps présent
Mutations actuelles et enjeux du présent
5

Resúmenes

Resúmenes

Résumés

Abstracts

Índice
6

NOTA DEL EDITOR


En couverture : Diego de Velázquez, Une sibylle (?), [ca. 1644-1648], huile sur toile, 64 x 58
cm. Meadows Museum, Southern Methodist University, Dallas, Algur H. Meadows
Collection (cliché du musée, © Meadows Museum).
7

Presentación
Benoît Pellistrandi

1 Una de las grandes aportaciones francesas del siglo XX a las ciencias humanas y sociales
ha sido la revolución historiográfica de los Annales. Bien es verdad que esta afirmación
suena ya a tópico por lo repetida que ha sido, es y será. Pero, a pesar de todo, sigue siendo
válida, especialmente si nos atenemos al sentido literal de la expresión. Hablar de
revolución no parece exagerado por las consecuencias que el giro metodológico y
temático que formularon primero Marc Bloch y Lucien Febvre, y después sus seguidores,
entre los que destaca claramente Fernand Braudel, llegó a provocar. Además, el ambiente
de lucha académica conllevó una lectura polémica de esta aventura intelectual. Buen
exponente de esta polémica es el libro de Luden Febvre, Combats pour l’histoire. Con todo el
peso de una tradición, ya asentada a lo largo del siglo XIX, la historiografía francesa
significó, con el nadmiento de la revista Annales, una profunda renovación metodológica y
temática. La influencia, más o menos tardía, de la corriente annalista ha sido honda y
duradera. A pesar de las propias dudas y crisis epistemológicas de los historiadores
franceses, el liderazgo de la escuela de los Annales ha sido lo suficientemente poderoso
como para soportar críticas y recelos de otras escuelas historiográficas. Es hoy en día
responsabilidad de los historiadores de la cultura y de la historiografía proponer nuevas
visiones que, ajenas a las pasiones y a los poderes fácticos de la universidad, dejen las
cosas en su sitio y en perspectiva.
2 Las actas del coloquio celebrado en Madrid los días 24, 25 y 26 de noviembre de 1999 por
iniciativa de la Casa de Velázquez participan, según nuestro modo de ver, de esta empresa
historiográfica. Todas las ponencias reunidas en este libro proponen elementos sueltos
que, confrontados, ofrecen materias para el debate y la reflexión. Estudiar la
historiografía francesa y su acogida en España no era un ejercicio de autocelebración o de
autocomplacencia. Al contrario, la idea de este encuentro nació de la constatación del
declive de la influencia de la historiografía francesa en el mundo universitario español, lo
cual no podía sino llamar la atención sobre sus causas. Pero, al mismo tiempo, se está
notando un renovado interés entre los historiadores españoles por lo que se hace
actualmente en Francia.
3 Este encuentro se proponía realizar un balance, suscitar debates y provocar discusiones
entre historiadores franceses y españoles. El programa de los tres días de sesiones
8

respondía a este imperativo. No abarcó la totalidad de la disciplina histórica. En cuanto a


los periodos históricos, la historia antigua no fue abordada. En el orden temático, la
historia social y la historia religiosa no fueron tratadas de manera específica. Se
aprovechó la ocasión para recordar, a través de tres ex-directores de la Casa de Velázquez
–François Chevalier (1967-1979), Didier Ozanam (1979-1989) y Joseph Pérez (1989-1996)–,
qué papel desempeña esta institución francesa, dedicada a la investigación del mundo
ibérico, en la difusión de las innovaciones intelectuales francesas. Pierre Guichard abrió
los debates evocando las aportaciones sobre la España musulmana, explicando cómo se
había acuñado poco a poco y, en parte, gracias a trabajos convergentes realizados desde la
Casa de Velázquez, el término al-Andalus. No hay que considerar la elección de los temas y
de los nombres propios como una clasificación de la producción historiográfica francesa
sino como una muestra, a partir de ejemplos preclaros, para estudiar y reflexionar sobre
los fenómenos de acogida de esta producción en España. Georges Duby y François Furet
no se interesaron principalmente por el mundo hispánico: su recepción en España revela
cómo sus afirmaciones podían ser sometidas a crítica. Después de una presentación de la
obra de Duby por Jacques Dalarun, Reyna Pastor resaltó claramente la importancia de la
lectura de Duby en la formación de los medievalistas españoles de los años 1960-1970 y
demostró cómo la renovación problemática que produjo pudo ser recibida por los
investigadores interesados en dar una nueva lectura de la Edad Media hispánica. Del
mismo modo, Mona Ozouf propuso una lectura sintética y problemática de la trayectoria
intelectual de Furet, y Antonio Morales indagó en la recepción polémica de las tesis del
historiador de la Revolución francesa. Jaime Contreras dio una visión personal y sugestiva
del papel de Bartolomé Bennassar en el campo de su especialidad, es decir, la España
moderna.
4 Es sin duda en torno a la figura de Pierre Vilar donde se cristalizaron numerosos debates.
Más profunda aún que la de Fernand Braudel (presentado por Maurice Aymard y Felipe
Ruiz Martín, y quizás más universal, ya que versó principalmente sobre una concepción
excepcionalmente fecunda de la temporalidad histórica (aunque Felipe Ruiz Martín
recordó con precisión el papel de este maestro en la formación de una escuela de
historiadores de la economía de la España moderna), la influencia de Pierre Vilar ha sido
decisiva en la transformación del enfoque de la España contemporánea. Enmarcada en un
contexto histórico que hacía de Francia un espacio de libertad para los jóvenes
estudiantes y universitarios españoles, la influencia de Vilar se explica también por tres
factores: la originalidad de su método histórico, que supo conciliar el marxismo y el rigor
científico, la importancia de su tesis sobre Cataluña y, finalmente, su dedicación a la
enseñanza. Como lo recordaron primero Bernard Vincent y después Jordi Nadal, Vilar fue
un maestro. Junto con Rosa Congost, el historiador catalán no dudó en denunciar el olvido
relativo en el que se encuentra hoy la herencia de Vilar, una herencia, desde su punto de
vista, rechazada por el anti-marxismo imperante así como por la creciente interpretación
optimista de la historia de España, en contradicción con aquella desarrollada por Vilar y
que, a menudo, servía para poner de relieve los fracasos españoles.
5 La importancia de la corriente de los Annales fue evocada primero en las comunicaciones
previstas al efecto (Jacques Revel y Pedro Ruiz Torres y, a continuación, en los
testimonios sucesivos (Miguel Ángel Ladero Quesada, Pablo Fernández Albaladejo, Jordi
Canal, entonces en la Universidad de Girona). Jacques Revel definió lo que, según él,
constituye el núcleo del proyecto analista: afirmar que existe un contrato fundamental
entre la historia y las ciencias sociales, lo que hoy en día es una trivialidad. Esta propuesta
9

original de los Annales sólo puede comprenderse con relación a la ambición


durkheimiense de realizar la unificación de las ciencias sociales según las reglas del
método sociológico del que es a la vez heredera y al que desplaza y modifica por
completo. A este modelo epistemológico muy rígido, normativo y unificador que se
prolongó en la década de los sesenta con el estructuralismo, Bloch y Febvre sustituyeron
otro más flexible –o menos imperioso– reorganizando empíricamente el intercambio
entre las disciplinas en torno a la historia. Da paso a una doble confrontación entre los
estudios múltiples del presente cuya responsabilidad es de las ciencias sociales y que
enriquecen la inteligibilidad del pasado y, en sentido contrario o, mejor dicho, recíproco,
entre la experiencia del pasado y la interpretación del presente. Es la complejidad del
tiempo social la que sirve de eje para la confrontación interdisciplinaria. Pero las
modalidades epistemológicas y también las condiciones concretas de la
interdisciplinaridad no se dan de una vez por todas. No cesan de cambiar y de redefinirse,
lo cual es otra forma de afirmar que constituyen un conjunto de interrogantes, más que
una respuesta para todo. Es, para Revel, la principal lección que nos depara la experiencia
de los Annales. Pedro Ruiz Torres quiso inscribir esta influencia dentro de un marco más
amplio: la renovación historiográfica española no se ciñe exclusivamente a la recepción
de las propuestas de los Annales. Hubo un primer intento en el primer tercio del siglo que
quedó frustrado por el régimen de Franco. Entonces sí se impuso el modelo francés como
contrapartida a la ideología franquista y a la esclerosis de la universidad española. Al
abrirse las fronteras, la corporación de los historiadores españoles no se limitó a importar
modelos de los Annales, sino que formuló propuestas propias.
6 Los debates entre Albert Carreras y Gérard Chastagnaret permitieron profundizar en las
pistas apuntadas por Pedro Ruiz Torres. En una comunicación polémica, Gérard
Chastagnaret señaló el escaso eco de la historia económica francesa reciente en España,
aun cuando algunas de sus proposiciones y de sus resultados, sobre todo en lo que
concierne a la historia de las empresas, merecen un mayor interés por parte de los
especialistas.
7 Las comunicaciones sobre la historia política (Marc Lazar, Elena Hernández Sandoica y la
historia cultural (Yves-Marie Bercé, Manuel Peña Díaz han demostrado ampliamente la
validez y los límites de la noción de influencia. Si las aportaciones teóricas y los métodos
franceses han retenido la atención de los investigadores españoles, éstos no se han
contentado con adaptarlos al estudio de las realidades ibéricas, ya que éstas exigen, por
su especificidad, una mirada particular.
8 Los testimonios –una especie de autobiografía histórica propuesta por los coordinadores
del encuentro-de los profesores Ladero Quesada, Fernández Albaladejo y Canal sirvieron
para esbozar una historia intelectual plurigeneracional destinada a subrayar las
fluctuaciones de los modelos y ejemplos franceses.
9 A modo de conclusión, se pidió al profesor Aróstegui una reflexión sobre la aportación
francesa a una teoría de la historia, y a Juan-Sisinio Pérez Garzón y a François Bédarida un
comentario sobre la condición del historiador en España y Francia. La condición
intelectual del historiador y su estatus social modifican el significado de su discurso.
Tener presentes los condicionamientos socio-políticos del discurso científico es
imprescindible a la hora de interpretar las mutaciones de la condición del historiador,
consecuencia o revelación de la transformación de la historia.
10 Así quedó demostrada la necesidad de un encuentro hispano-francés, no sólo porque la
larga relación que han mantenido las dos comunidades científicas justifica una reflexión
10

sobre su sentido y sus formas, sino también porque los desafíos que la modernidad, en el
más amplio sentido de la palabra, plantea a la historia en las sociedades desarrolladas del
mundo occidental, son similares en España y en Francia y su evolución histórica se
presenta, según todos los indicios, de manera muy parecida en los dos países.
11 Con esta reflexión damos por concluida la presentación del coloquio. Nos toca ahora
presentar rápidamente lo que este libro refleja y enriquece en cuanto a los debates.
Debemos lamentar desgraciadamente la falta de tres ponencias que, por razones sobre
todo personales, no nos han llegado. Se trata de los trabajos de Felipe Ruiz Martín, de
Jacques Revel y de Albert Carreras. A los tres les damos nuestro más sincero
agradecimiento por su participación en el coloquio. Hemos modificado ligeramente el
orden de las ponencias con la intención de presentar un libro que refleje los problemas
actuales de la historiografía. A la doble presentación hispano-francesa de grandes
maestros –Duby, Braudel y Furet– sucede una serie de reflexiones sobre áreas temáticas –
la recepción de los Annales, la historia económica, la historia política, la historia cultural–,
que permite contrastar la gran variedad de los planteamientos conceptuales y prácticos
de las dos historiografías. El apartado «La presencia francesa en España» ofrece un
panorama significativo, aunque incompleto, de los principales ejes de investigación y de
las influencias más importantes. Aquí se cita el nombre de Pierre Vilar con notable
insistencia. El testimonio de tres historiadores españoles sobre su familiaridad con la
historiografía y los historiadores franceses a lo largo de una ya larga o menos
desarrollada trayectoria profesional, así como las reflexiones finales sobre el oficio de
historiador, abren perspectivas sugestivas y no exentas de polémica. Percibimos a lo largo
de la lectura los cambios de tendencia predominante en la historiografía española, con
una acusada crítica hacia un marxismo denunciado como intolerante y esterilizante. Pero
vemos también que siguen en pie problemáticas propuestas por autores pro-marxistas.
Los lectores no dejarán de ver cómo las afirmaciones de Josep Fontana, por ejemplo,
suscitan debates apasionados.
12 No tiene el lector ante sí por enésima vez el relato de la brillante trayectoria de la
historiografía francesa, ni la de los Annales. Lo que pretende reflejar este libro es una
historia de la historiografía francesa en clave española, lo que representa su máxima
aportación. Los debates planteados dan un repaso a las herramientas metodológicas
propuestas por los franceses y adaptadas, según las necesidades de la propia historia
española, por los historiadores españoles. Creo que este libro nos ofrece una radiografía
intelectual y cultural bastante precisa de la historiografía española. Una rápida ojeada al
índice de los nombres de personas citadas deja aparecer claramente el dominio de las
referencias a Pierre Vilar, Fernand Braudel y Marcel Bataillon. Del mismo modo, los
nombres aglutinados en torno a los Annales son predominantes. Por parte española, Rafael
Altamira y Jaime Vicens Vives aparecen como los grandes renovadores de una ciencia
histórica anteriormente anclada en un marco institucional por naturaleza conservador.
Llama la atención el hecho de que falta toda una serie de referencias a los filósofos de la
historia como Raymond Aron y José Ortega y Gasset, signo evidente de una
especialización de los debates internos a la profesión. Lo más llamativo siguen siendo
estas claves españolas que explican la trayectoria singular de la historiografía española.
Recomponiendo una historia de la historiografía española, estas actas subrayan el
estrecho vínculo que existe entre la historia y la política. Pedro Ruiz Torres recuerda los
conatos de renovación de la historiografía en el primer tercio del siglo XX y cómo éstos
fueron truncados por la Guerra Civil. No hay que olvidar la brutalidad de la ruptura que
11

significó el destierro para Altamira o Sánchez Albornoz. La lenta recuperación de una


historiografía, liberada de todo control político, es el resultado del esfuerzo de varias
generaciones. Figuras individuales como José María Jover Zamora ejercieron un
magisterio fundamental. En los años 1960 y 1970, la situación política apartaba a España
de la normalidad democrática de Europa occidental, pero no de los debates apasionados
sobre el sentido de la historia, su práctica y el compromiso social de los historiadores. Al
mismo tiempo, la comunidad universitaria española estaba experimentando enormes
cambios dentro de una incomodidad absoluta. El auge demográfico tuvo como
consecuencia una masificación que se topaba con la estructura profundamente
jerarquizada de una universidad conservadora. Sabemos los cambios intensos que
afectaron a la universidad española en el periodo democrático. Pero esta historia no es
una success story. Como nos lo recuerdan las reflexiones de unos y otros y en especial la de
Juan-Sisinio Pérez Garzón, los hábitos académicos han cambiado poco, las mentalidades
de los historiadores siguen siendo determinadas por prácticas de cooptación que rigen la
corporación. A pesar de todo, los debates son extremadamente apasionados y el lugar de
la historia dentro del conjunto de las ciencias humanas y sociales, con sus repercusiones
políticas –véase, a título de ejemplo, la polémica sobre el decreto de humanidades o, más
estructuralmente, las leyes de reforma de la enseñanza secundaria y de la universidad
propuestas y llevadas a cabo por los gobiernos socialistas y populares– y sus presupuestos
filosóficos sigue y seguirá siendo objeto de enfrentamiento intelectual.
13 Lo seguirá siendo porque la actividad histórica no tiene sentido fuera de su trasfondo
social y su compromiso ético. Es para mí motivo de orgullo y de emoción haberme
encargado de este coloquio y de las actas, ambos concluidos con la magnífica exposición
de François Bédarida. Mejor que nadie, este profesor explica la naturaleza del
compromiso del historiador con la verdad, no una Verdad absoluta sino una exigencia de
honestidad absoluta y de no-falsificación de los datos. La verdad como método y ética. La
vida y la obra de François Bédarida son una ilustración ejemplar de este compromiso.
Ruego al lector me permita un comentario personal: haber recibido y tratado a François
Bédarida, por el cargo que desempeño como director de estudios en la Casa de Velázquez,
ha sido para mí una de las grandes alegrías y satisfacciones personales. Sentí muy
profundamente su muerte, ocurrida escasos días antes de la de mi padre, Stan-Michel
Pellistrandi. Quiero asociar a los dos en esta presentación: a ellos que editaron coloquios y
obras colectivas, les quiero dedicar con todo el corazón el esfuerzo que ha supuesto la
organización y la publicación de estas actas y saludar así su memoria.
12

I. - De maestros y obras
13

Georges Duby
Georges Duby
Georges Duby

Jacques Dalarun

L’édifice
1 Parler de l’œuvre historique de Georges Duby n’est pas une mince affaire. Je vais, pour
commencer, aborder l’édifice de l’extérieur, relever quelques dates, quelques chiffres,
livrer les premières impressions. En cinq mots : monumentalité, rayonnement, diversité,
globalité, écriture.
2 L’ensemble, qui s’étire exactement sur un demi-siècle (1946-1996), frappe d’abord par son
ampleur, puisqu’il comptait déjà plus de trois cents titres en 19931. Mais d’autres
historiens ont dépassé, parfois largement, le nombre des titres produits par Georges
Duby : une approche exclusivement quantitative n’aurait ici aucun sens.
3 Il est déjà beaucoup plus significatif que, parmi sa liste de travaux, Georges Duby ait écrit
seize vrais livres d’histoire (La société aux XIe et XIIe siècles dans la région mâconnaise, 1953 ; l’
Histoire de la civilisation française, 1956, en collaboration avec Robert Mandrou ; L’économie
rurale et la vie des campagnes dans l’Occident médiéval. France, Angleterre, Empire [IX e-XVe
siècle]. Essai de synthèse et perspectives de recherche, 1962 ; Le temps des cathédrales. L’art et la
société [980-1420], 1966-1967 et 1976 ; L’an mil, 1967 ; Le dimanche de Bouvines, 1973 ; Guerriers
et paysans [VIIe-XIIe siècles]. Premier essor de l’économie européenne, 1973 ; Les procès de Jeanne
d’Arc, 1973, en collaboration avec Andrée Duby ; Saint Bernard. L’art cistercien, 1976 ; Les
trois ordres ou l’imaginaire du féodalisme, 1978 ; L’Europe au Moyen Age. Art roman, art gothique,
1979 ; Le chevalier, la femme et le prêtre. Le mariage dans la France féodale, 1981 ; Guillaume le
Maréchal ou le meilleur chevalier du monde, 1984 ; Le Moyen Âge, de Hugues Capet à Jeanne d’Arc
[987-1460], 1987 ; La chevalerie, 1993 ; Dames du XII e siècle, 1995-1996), qu’il ait publié un
volume d’édition de sources (Recueil des pancartes de l’abbaye de la Ferté-sur-Grosne
[1113-1179], 1953), deux recueils d’articles qui ont fait date (Hommes et structures du Moyen
Âge, 1973 ; Mâle Moyen Âge. De l’amour et autres essais, 1988), qu’il ait collaboré à plusieurs
volumes collectifs (Histoire générale des civilisations, 1955 ; La Méditerranée. L’espace et
14

l’histoire. Les hommes et l’héritage, 1977 ; Histoire de la famille, 1986 ; Il battistero di Parma,
1992) et en ait dirigé ou codirigé au moins quatorze autres (Atlas historique. Provence,
Comtat Venaissin, Principauté d’Orange, Comté de Nice, Principauté de Monaco, 1969 ; Histoire de
la France, 1970-1971 ; Histoire de la France rurale, 1975-1976 ; Histoire de la France urbaine,
1980-1985 ; L’Eurasie, 1982 ; Histoire de la vie privée, 1985-1987 ; Civilisation latine, des temps
anciens aux temps modernes, 1986 ; L’histoire de Paris par la peinture, 1988 ; Histoire d’un art, la
sculpture. Le grand art du Moyen Age, du Ve aux XVe siècle, 1989 ; Storia delle donne in Occidente,
1990 ; L’histoire de Venise par la peinture, 1991 ; Images de femmes, 1992 ; Femmes et histoire,
1993 ; Histoire artistique de l’Europe, 1995), qu’il ait enfin consacré trois volumes à son
métier d’historien (Dialogues, 1980, en collaboration avec Guy Lardreau ; L’histoire
continue, 1991 ; Passions communes, 1992, en collaboration avec Bronislaw Geremek).
4 Si les entreprises collectives lancées par Georges Duby demeurent comme des ensembles
cohérents et novateurs, c’est cependant la présence des seize grands livres individuels qui
assurera certainement à son œuvre une durable influence comme elle lui a valu un
exceptionnel éclat.
5 Impressionnant, l’ensemble l’est aussi par sa diffusion. La presque totalité des livres et
recueils d’articles a connu des éditions françaises multiples, parfois jusqu’à sept. Un
ouvrage comme Le chevalier, la femme et le prêtre a été un bestseller en France, même s’il
n’a jamais atteint les ventes de La femme au temps des cathédrales de Régine Pernoud. Au-
delà des publications classiques, les émissions télévisuelles de Georges Duby, ses
interventions dans la presse ont contribué à répandre sa vision du Moyen Âge et à
passionner un large public pour cette période. Les traductions de ses titres existent en
italien, castillan, anglais, américain, polonais, japonais, néerlandais, allemand, suédois,
brésilien, hongrois, portugais, turc, roumain, serbe, arabe, mexicain, grec, argentin...
6 Si l’on s’en tient au domaine des langues d’origine ibérique – et sans présager des
approches qualitatives, qui viendront de Reyna Pastor –, on notera que, parmi les
ouvrages de Georges Duby, seules La société mâconnaise et Jeanne d’Arc n’ont pas reçu de
traduction à ce jour, tandis que Le Moyen Âge n’existe qu’en une version brésilienne. De
1961 à 1977 sont traduits l’Histoire générale des civilisations, l’ Histoire de la civilisation
française, L’économie rurale, Guerriers et paysans et Hommes et structures, mais avec un délai
entre l’édition originale et la version ibérique qui va de huit à trois ans. À partir de 1978
et jusqu’en 1996, le laps de temps tombe à deux, puis un an, jusqu’à ce que le livre
paraisse dans une langue ibérique l’année même où il sort en France. En 1988, L’an mil,
Bouvines et Dialogues sont publiés en traduction castillane, brésilienne ou portugaise à
vingt-et-un, quinze et huit ans de leur sortie française. Ce rattrapage simultané, au plein
cœur de la phase à délai bref, désigne sans ambages l’année où l’œuvre entier de Georges
Duby a atteint le statut de classique dans les librairies ibériques.
7 La production de Georges Duby n’est pas uniquement historienne. Ses écrits sur l’art
contemporain, d’une pertinence, d’une beauté et d’une liberté sans pareilles, ont paru de
manière continue de 1958 à 1996 et ont été rassemblés en 1998 dans le recueil Autour de
Georges Duby ; ils ne seront pas ici pris en compte. La production historique est tout
entière médiévale. Sans doute le propos de Guerriers et paysans débute-t-il à la fin du VIe
siècle, tandis que Jeanne d’Arc ou les derniers chapitres du Temps des cathédrales lancent de
fécondes incursions au cœur du XVe siècle. Mais pour le reste, le médiéviste s’est
cantonné le plus souvent aux XIe-XIIe siècles. De la même manière, s’il nous entraîne
parfois vers Byzance, les marches germaniques de l’Est ou les cités italiennes dans l’été de
leur Renaissance, s’il s’arrête sur les ruines de San Pedro de Roda ou les trésors de la
15

cathédrale de Gérone, s’il s’aventure en Provence, le centre de gravité géographique de


ses intérêts reste l’espace de la France centro-septentrionale, ouvert sur l’Angleterre et la
Flandre.
8 En revanche, dans ce cadre géographique et chronologique de prédilection, Georges Duby
ne peut être assigné à une unique spécialité. L’article fondateur s’intitule « Recherches
sur l’évolution des institutions judiciaires pendant le Xe et le XI e siècle dans le Sud de la
Bourgogne »2. Par là, l’historien ne cherchait pas à faire une histoire de la justice, mais à
saisir un indice des déplacements des centres de pouvoir dans une société donnée, La
thèse, publiée en 1953, est une monographie régionale d’histoire sociale, dont
l’émergence de la seigneurie châtelaine est le ressort. Dans les années qui suivent,
Georges Duby se concentre en effet sur le cadre de la seigneurie et la condition des
hommes, le servage en particulier. Le volume médiéval de l’Histoire de la civilisation
française en 1958, l’article « L’histoire des mentalités » en 1961 3 ouvrent des horizons
jusque-là ignorés, tandis que la publication de l’Économie rurale en 1962 prolonge un autre
rameau né de la thèse, celui de l’histoire agraire. Deux nouveaux acteurs sociaux font
ensuite leur apparition : les chanoines en 19624 et surtout les jeunes de la société
aristocratique en 19645. À ce moment, après vingt ans d’activité professionnelle, Georges
Duby pouvait être perçu comme un spécialiste d’histoire sociale ayant repris sur
nouveaux frais les problématiques de la féodalité, avec un intérêt particulier pour
l’histoire agraire et une ouverture insolite sur les mentalités.
9 La publication des albums Skira en 1966-19676, mettant en étroite relation création
artistique et évolutions sociales, donne à Georges Duby une stature définitivement
originale et un statut inclassable. En 1967, L’an mil affronte dans la foulée la question de
l’idéologie, tandis que se multiplient les articles sur les structures de la parenté
aristocratique. En 1973, si Guerriers et paysans s’inscrit dans la veine de l’histoire
économique et sociale, comme l’Histoire de la France rurale deux ans plus tard, Bouvines est
à nouveau un livre d’une absolue modernité. Saint Bernard est encore un écrit sur l’art,
mais c’est aussi la première fois que le spécialiste des chartes de Cluny affronte vraiment
une figure de clerc En 1978 paraissent Les trois ordres, où l’on retrouve certains des prélats
de L’an mil et que l’on peut définir comme un livre d’histoire sociale dans sa composante
idéologique. L’intérêt pour les structures de parenté avait depuis quelques années attiré
l’attention de Georges Duby sur le mariage, qui est au centre du Chevalier, la femme et le
prêtre en 1981. Guillaume le Maréchal, en 1984, n’est pas sans rapport avec Bouvines comme
avec les travaux sur la société aristocratique, mais il pose aussi, puisque c’est la seule
biographie de Georges Duby, la question du rapport entre l’individu et sa caste, entre
l’histoire et la mort individuelle7. Histoire de la vie privée, de « l’amour que l’on dit
courtois », Histoire des femmes : c’est le fil principal des années 1985-1990, avec l’important
colloque de Madrid publié en 19868 ; Dames du XIIe siècle , en 1995-1996, en est
l’aboutissement.
10 Ce bref survol, tout réducteur qu’il soit, donne idée de la diversité des sujets abordés et de
l’impossibilité d’étiqueter Georges Duby sous une spécialité unique de l’histoire
médiévale, alors même qu’il a été successivement perçu comme un spécialiste, puis
comme le spécialiste de chacun des domaines parcourus : histoire de la seigneurie,
histoire agraire, histoire des mentalités, histoire des femmes, etc. Lorsque, en 1996,
Gallimard assembla dans un gros volume les œuvres principales de l’historien, je me
souviens de sa difficulté à trouver un titre qui rendît compte de l’ensemble, alors même
que de Guerriers et paysans au Roman de la Rose, il était évident qu’il s’agissait bien d’une
16

seule et même réalité, d’une seule et même enquête, d’une seule et même vision. Mais
comment nommer le recueil ? Ce fut Féodalité.
11 Ce volume suffit à prouver qu’au-delà de la diversité des thèmes et des approches (ne
faudrait-il pas dire : grâce à cette diversité ?), l’œuvre de Georges Duby est d’une
singulière cohérence. Celui qui découvrirait, d’un coup, la production de l’auteur au
travers de ce dernier recueil aurait vite la certitude que l’architecture générale en a été
longuement préméditée9. Le point de départ est le substrat économique des clivages
sociaux et de leurs évolutions avec Guerriers et paysans. L’arrêt prolongé sur le moment de
L’an mil est affirmation du pouvoir de l’idéologie et c’est, aussitôt après, que sort de L’an
mil la révélation des Trois ordres. L’un des trois ordres se détache, celui des bellatores, pour
se trouver au centre de Bouvines où pointe l’éminence monarchique ; puis l’objectif se
déplace et le cadre se resserre sur Guillaume le Maréchal, « qui n’était pas à Bouvines et qui
ne s’en consola jamais10 ». S’ouvre alors l’intrigue qui occupe l’autre partie de la vie de ces
coureurs de rançons et de dots, Le mariage dans la France féodale11. Viennent ceux qui en
sont exclus, « Les jeunes dans la société féodale », mais aussi le système qui les
domestique, « l’amour que l’on dit courtois », poussé à l’épure dans Le Roman de la Rose,
avant que le recueil ne s’achève sur la leçon de synthèse « Des sociétés médiévales ».
12 Or, d’un certain point de vue, cette sensation de préméditation est illusoire, puisque la
publication des onze titres ainsi assemblés s’étire sur vingt-deux ans, de 1964 à 1986, dans
le désordre le plus complet (1973, 1967, 1978, 1973, 1984, 1981, 1964, 1983, 1986, 1976,
1972). Il n’est pas jusqu’à l’index de Féodalité qui ne crée l’impression qu’Honoré de Balzac
voulait tant atteindre dans la Comédie humaine, avec le retour des mêmes personnages à
travers les sections les plus diverses du recueil : Abbon de Fleury, Adalbéron de Laon,
Adémar de Chabannes, Aliénor d’Aquitaine, André le Chapelain, Arnoul de Guines,
Bernard de Clairvaux, Burchard de Worms, Dudon de Saint-Quentin, Foulque le Réchin,
Galbert de Bruges, Gérard de Cambrai, Géraud et Gerbert d’Aurillac, Guibert de Nogent,
Guillaume le Conquérant, Helgaud de Fleury, Henri II Plantagenêt, Hincmar de Reims,
Louis VII, Philippe le Bel, Pierre le Vénérable, Raoul Glaber, Robert le Pieux, Yves de
Chartres ; ils ne cessent de ressurgir, les grands témoins, les acteurs principaux, les
inévitables seconds rôles.
13 Si l’on remonte du dernier recueil au premier ouvrage, le test est différent, mais le
résultat est le même : il suffit de relire les notes de la Société mâconnaise pour découvrir
toutes les curiosités qui entraîneront le jeune docteur ès lettres pendant près d’un demi-
siècle, tous les thèmes que nous avons précédemment relevés : vie rurale, vie privée,
famille, relations féodo-vassaliques, les sentiments et les goûts, des paysans ou des
chevaliers, de l’individu ou du groupe... Au-delà des aléas, des sollicitations externes dont
Georges Duby souligne pourtant volontiers l’importance dans sa production, l’œuvre,
dans sa diversité, ne cesse d’apparaître comme l’accomplissement d’un projet.
14 La dernière touche vient de l’écriture12. Elle donne à l’ensemble sa coloration inimitable,
faite de tension et de sérénité. Tantôt elle ouvre les horizons les plus vastes, brosse des
fresques complexes ; tantôt elle se resserre, puis se brise, heurtée, pour suggérer la
brutalité de l’événement, le scandale d’un comportement, l’incongruité d’une situation.
Toujours plus soignée, fascinante, visionnaire, elle donne à l’œuvre entier sa pulsation, lui
insuffle une vie autonome.
15 Voilà très grossièrement l’édifice : ses mesures et son éclat, sa structure et ses motifs, la
lumière qui l’anime. Il faut, avant d’y pénétrer, prendre encore quelques précautions. Les
unes ont trait à des questions de réception ; les autres à des questions d’énonciation.
17

16 Notre rencontre est avant tout centrée sur une problématique de la réception : réception
de l’historiographie française en Espagne, dans un moment, nous prévient-on, de « net
recul ». L’idée du déclin du rayonnement de la culture française – ou du déclin de la
culture française tout court – rejoint des phantasmes nationaux récurrents sur le déclin
de la langue française comme vecteur international. Entendons-nous bien : reculs de la
culture et de la langue françaises dans le monde sont des faits objectifs. Mais nos
compatriotes ont du mal à imaginer une autre alternative que les Lumières françaises
éclairant le monde ou la montée des ténèbres réduisant la luciole gauloise au statut
d’« exception culturelle ». Notre singularité nationale la plus frappante réside dans notre
foi naïve à la prédestination de notre culture à l’universel ; toute percée du réel ne peut
dès lors être vécue que sur le mode de la déception. J’espère que seront prochainement
organisées des rencontres sur l’influence de l’historiographie espagnole, ou italienne par
exemple, sur les historiens français, car la seule véritable alternative au déclin est
l’ouverture, le dialogue et le travail ; et c’est toute la noblesse de la mission d’un
établissement comme la Casa de Velázquez que d’y contribuer puissamment.
17 L’œuvre de Georges Duby, quant à elle, a bénéficié dans la péninsule Ibérique et en
Amérique latine d’un écho remarquable et d’une influence indéniable, comme Reyna
Pastor le dira mieux que moi. Sa réception n’est pas un simple problème
historiographique, puisque l’audience du médiéviste français a largement débordé le
monde professionnel des historiens. Pour parler de cette question de manière rigoureuse,
il faudrait partir des ventes de ses ouvrages, pays par pays, puis chercher à saisir les
milieux qu’ils ont touchés. Je n’ai pas les moyens de le faire ici, mais il est évident qu’ont
été concernés, en France et sans doute plus largement, un cercle de professionnels, un
grand public cultivé, une clientèle d’étudiants. Mais tout cela est mouvant : dans ma
simple expérience et en l’espace de quinze ans, j’ai lu, étudiant, L’économie rurale comme
une question de cours, puis Le chevalier, la femme et le prêtre, en pleine rédaction de ma
thèse, comme un livre de recherche, enfin Guillaume le Maréchal pour le pur bonheur du
récit. Pour un même individu, un livre n’a pas le même statut selon le lieu, l’heure de la
journée ou de la nuit à laquelle il le fit.
18 Les chiffres des ventes des ouvrages de Georges Duby dessineraient d’ailleurs une courbe
qui n’aurait que valeur absolue. Le chevalier, la femme et le prêtre est sorti en 1981 au plus
fort de l’engouement pour les sciences humaines en France, tandis que l’on sait que les
années 1990 correspondent à un écroulement des mêmes disciplines en librairie. Il y a
donc des mouvements plus généraux qui portent un titre au zénith à un moment donné.
Mais, en même temps, ces phénomènes d’entraînement ne naissent pas de rien ; et
comment nier que Georges Duby y ait contribué, en France, de manière déterminante ?
19 L’influence de son œuvre, à l’étranger, ne saurait se réduire à une simple histoire de ses
traductions, car le milieu des professionnels en particulier a pu lire ses ouvrages en
version originale. Les traductions désignent cependant, nous l’avons vu, les temps forts
de la consécration progressive de l’œuvre. Il n’est pas étonnant qu’en Espagne comme
ailleurs, les livres les moins reçus soient ceux qui se trouvent en plus étroit rapport avec
l’histoire nationale française et ses mythes : Bouvines, Jeanne d’Arc. La question qui, pour
moi, reste entière, est celle de la perception de l’écriture de Georges Duby traduite. Sans
doute les langues romanes laissent-elles mieux transparaître sa singularité, mais
comment la rigoureuse grammaire allemande peut-elle restituer la syntaxe
volontairement « disloquée » de l’écrivain ?
18

20 Enfin, ultime précaution, le fait que l’auteur se soit abondamment expliqué sur son
œuvre, dès 1980 et surtout dans les années 1990, est à la fois une aide et un péril. L’« ego-
histoire » est aussi réécriture de ses propres faits divers en forme de parcours, cohérence
découverte ou resserrée, perception a posteriori d’une logique, voire d’une prédestination
(voyez François d’Assise dans son Testament). Il suffit de lire la citation de Claude Simon
mise par Georges Duby en exergue de son « ego-histoire »13 pour se rendre compte de la
conscience aiguë qu’il avait de ce risque assumé comme un jeu. Dans cette perspective,
mon témoignage même est ambigu. Le fait que Georges Duby m’ait demandé de rédiger
l’introduction à son recueil Féodalité 14 rend-il mon propos plus autorisé ou plus suspect ?
Sur cette interrogation, dont la réponse ne m’appartient pas, je vais tenter de pénétrer
dans l’œuvre.

Traverses
21 Face à l’ampleur de la tâche, je me contenterai de quelques chemins de traverse : les
influences historiographiques, la chronologie interprétative, les acquis, les débats.
22 À quelle tradition, à quelle école rattacher Georges Duby ? Quelles sont les filiations qui
expliquent la genèse de son œuvre, les rencontres successives qui en éclairent les
inflexions ? Comment ce grand lecteur de généalogies présente-t-il son arbre de Jessé
intellectuel ? Je tenterai de répondre à ces points à partir de deux petits sondages.
23 Relevons, dans la seule Histoire continue, les noms cités par Georges Duby lui-même jusqu’à
l’entrée au Collège de France. Des historiens : Jean Déniau, Fernand Braudel, Jean
Schneider, Philippe Wolff, Yves Renouard, Michel Mollat, Henri Pirenne, Marc Bloch,
Georges Espinas, Lucien Febvre, Charles Edmond Perrin, André Deléage, Jules Michelet,
Léon Homo, Henri-Irénée Marrou, Paul Lemerle, Jacques Le Goff, Rodney Hilton,
Emmanuel Le Roy Ladurie, Robert Mandrou... Des géographes : Etienne Juillard, André
Allix. Un démographe : Alfred Sauvy. Des économistes, des philosophes et
psychanalystes : Marx, Friedmann, Spengler, Althusser, Gramsci, Foucault, Lacan. Des
ethnologues : Lévi-Strauss, Godelier, Meillassoux, Augé, Althabe, Mauss, Polanyi, Veblen,
Lévy-Bruhl... Ces références proclamées dessinent un panorama intellectuel, de la
formation à la maturité.
24 Et puis il y a les références directement utiles à l’artisanat de l’historien. Féodalité
regroupe les bibliographies de l’ensemble des ouvrages contenus dans le recueil 15. Les
titres français y sont très largement majoritaires, avec un bon nombre de travaux
d’historiens belges. Suivent, dans l’ordre décroissant, les références anglo-saxonnes,
allemandes, italiennes, espagnoles avec Vicens Vives, Romero et Sánchez Albornoz. Parmi
les auteurs de langue française reviennent, plus souvent que les autres, les noms d’Henri
Pirenne, Marc Bloch, Yves Renouard, Jacques Le Goff, Emmanuel Le Roy Ladurie, Robert
Fossier.
25 Que conclure de ces trop brefs aperçus ? En premier lieu, si Georges Duby pratique
parfaitement la bibliographie internationale (voyez les six cent soixante titres cités à
l’appui de L’économie rurale16), les apports des historiens de langue française, belges
compris, sont prédominants dans sa formation ; et il ne faudrait pas confondre
bibliographie utile et influences déterminantes. S’il a entretenu des amitiés
internationales variées et denses (avec Bronislaw Geremek, Gilmo Arnaldi, Reyna Pastor
et tant d’autres), le médiéviste français n’a pas eu avec telle ou telle école étrangère le
19

rapport formateur, fondateur, qu’ont pu avoir Marc Bloch ou Pierre Toubert avec
l’historiographie ou la géographie allemandes. En revanche, Georges Duby revendique
hautement l’influence des géographes français sur sa formation. Par suite, son ouverture
interdisciplinaire, surtout dans les années 1970 et surtout en direction de l’anthropologie,
est nettement supérieure à la moyenne. Le structuralisme sous toutes ses formes, de
Georges Dumézil à Claude Lévi-Strauss ou à Michel Foucault, fut à la fois enrichissement
de son regard historien et stimulation à en mieux définir la spécificité.
26 Ce mouvement, chez lui très poussé, ne lui est pas pour autant propre : l’école qu’on dit
des Annales l’a connu dans son ensemble. Comment situer Georges Duby par rapport à ce
courant ? Il est évident que, s’il sait utiliser comme informateurs les historiens
positivistes et les érudits, d’Ernest Lavisse à Charles Samaran, l’auteur de « L’histoire des
mentalités » les regarde avec un sourire amusé. Son histoire, sans polémique inutile, est
résolument autre. Avec les Annales, le rapport de Georges Duby s’étend sur plusieurs
générations. L’influence de Marc Bloch est prépondérante, par l’intermédiaire de Jean
Déniau ; l’hommage rendu à Lucien Febvre et à Fernand Braudel est vibrant, même si les
périodes traitées sont différentes. Robert Mandrou, Jacques Le Goff, Emmanuel Le Roy
Ladurie ont été de véritables compagnons de travail. Par rapport à l’institution de la VI e
Section de l’EPHE, devenue EHESS, Jacques Le Goff a résumé la situation d’un mot :
« proche, mais indépendant »17 ; et j’ajoute, sans doute toujours plus détaché.
27 Que l’on regarde bien maintenant la généalogie intellectuelle de l’historien telle qu’il la
raconte. Les initiateurs lyonnais, Jean Déniau et André Allix, seraient aujourd’hui de
complets inconnus si l’élève reconnaissant n’avait pieusement entretenu leur souvenir. Le
patron officiel, Charles-Edmond Perrin, marqua un temps par son enseignement, mais son
œuvre, si elle est loin d’être négligeable, n’a pas laissé une empreinte historiographique
considérable18. Le maître indiscutable, celui dont Georges Duby a consciemment souhaité
prendre la relève, Marc Bloch, n’a jamais été rencontré. En réalité, dans un système
universitaire qui s’apparente au système féodo-vassalique, avec ses fiefs et ses parentés
artificielles, le territoire de Georges Duby est un alleu et sa généalogie ne remonte qu’à
lui-même. À un noble d’Ancien Régime qui lui disait, narquois, que ses ancêtres étaient
présents aux Croisades, un baron d’Empire répondit : « Les ancêtres, c’est moi. » Je crois
qu’il y eut, chez Georges Duby, un même sentiment de liberté et de fierté. Au terme d’
homo novus ou de self-made man, je préférerais le titre du bouleversant roman posthume
d’Albert Camus : Le premier homme. L’enfant né dans le milieu artisanal du faubourg Saint-
Antoine, tôt parti en province – un anti-Rastignac –, formé à l’université de Lyon sans être
passé par les grandes écoles, professeur à Besançon puis à Aix, proche de certains
courants sans être affilié à aucune chapelle est à tous égards « le premier homme » de son
histoire.
28 Quel ressort interprétatif anime l’œuvre historique de Georges Duby ? La réponse n’est
pas univoque, car le système évolue et s’enrichit au fil des ans. La clef peut en être
cherchée dans l’architecture de ses livres. L’auteur recourt le plus volontiers à deux
plans-types. De 1953 à 1973 domine un découpage en grandes tranches chronologiques à
l’intérieur desquelles des subdivisions articulent l’économique, le social, le politique, le
mental en un ordre mouvant ; il y a toujours eu du jeu dans le matérialisme historique de
Georges Duby. À ce modèle se rattachent La société aux XI e et XII e siècles dans la région
mâconnaise (1953), la partie médiévale de l’ Histoire de la civilisation française (1958),
L’économie rurale et la vie des campagnes dans l’Occident médiéval (1962), les trois albums de
Skira (1966-1967) tels qu’ils apparaissent réunis dans Le temps des cathédrales (1976) et
20

Guerriers et paysans (1973). À ce tronc, on peut rattacher, floraison tardive, Le Moyen Âge de
l’Histoire de France (1987).
29 Mais déjà se cherchait une autre disposition, dès L’an mil (1967), Les procès de Jeanne d’Arc
(1973), Le dimanche de Bouvines (1973), Saint Bernard (1976). À partir de 1978 s’impose la
nouvelle ordonnance, qui consiste à projeter en tête d’ouvrage un éclat critique : une
énonciation dans Les trois ordres (1978), une « affaire » avec Le chevalier, la femme et le prêtre
(1981), une mort avec Guillaume le Maréchal (1984) ; puis à revenir bien en amont, guetter
les premiers symptômes de l’éclosion à venir en lui conservant cependant sa part
d’aléatoire – après la « Révélation », la « Genèse » – ; reprendre ensuite avec plus
d’ampleur la crise, intégrée cette fois dans le fil d’une chronologie et dans la cadre d’une
synchronie – « Circonstances » – ; en tracer enfin, en aval, le destin historique ou
historiographique : « Éclipse », « Résurgence » ; mais aussi, pour Bouvines, pour Bernard :
« Légendaire », « Héritage ».
30 Cette évolution a d’abord à voir avec les sujets traités. Après une décennie (1953-1963)
consacrée aux soubassements économiques et à la terre, l’auteur, comme l’a suggéré
Robert Fossier, se serait concentré pendant la décennie suivante (1963-1973) sur l’étude
de la société et principalement de la chevalerie, avant que d’enter sur l’œuvre « un
nouveau rameau, celui de l’imaginaire19 ». Ainsi Georges Duby se déplace-t-il résolument
des « infrastructures » vers les « superstructures ». Si le plan des ouvrages se complexifie,
c’est en premier lieu parce que la matière désormais affrontée est moins aisément
saisissable.
31 Au même moment de réorientation où l’auteur abandonne le plan académique, il choisit
de s’expliquer sur son œuvre. Ces entretiens sont traversés d’un même thème : l’apport et
le dépassement du marxisme, dont Georges Duby tient cependant « à célébrer très haut –
et peut-être bien l’un des derniers – l’extraordinaire fécondité »20. Persuadé, dès 1970,
[qu’] une société ne s’explique pas seulement par ses fondements économiques,
mais aussi par les représentations qu’elle se fait d’elle-même 21,
32 il précise encore en 1974 :
Car ce n’est pas en fonction de leur condition véritable, mais de
l’image qu’ils s’en font et qui n’en livre jamais le reflet fidèle, que les
hommes règlent leur conduite22,
33 pour conclure en 1980 :
J’en suis à penser que se demander ce qui détermine en dernière instance, c’est
poser un faux problème. Il n’y a pas de dernière instance. Ce qui compte, c’est la
globalité, la cohérence, la corrélation23.
34 De nouveaux couples conflictuels en effet, en des combats plus rapprochés, plus
incertains, venaient complexifier l’affrontement dualiste de la lutte des classes : iuvenes et
seniores, privé et public, hommes et femmes. Les dernières déclarations de Georges Duby,
en 1996, où il appelait à une prise en charge totale du religieux par l’histoire sociale 24, ne
doivent en rien être conçues comme une sorte de téléologie, mais comme un
enrichissement de plus dans le jeu inextricable des interrelations.
35 Tenter d’évaluer les acquis de l’œuvre tient de la gageure ; d’autant qu’il faudrait y
intégrer les travaux de tous ceux qui se sont inspirés des avancées de Georges Duby pour
ouvrir à leur tour de nouvelles perspectives. Je n’énoncerai que quelques évidences.
L’historien n’a pas découvert de sources inédites ; il n’a pas établi, à proprement parler,
de faits neufs. Il a proposé de nouvelles interprétations, suscité de nouveaux objets,
ouverts de nouveaux horizons.
21

36 Le premier grand apport de la thèse est d’avoir échappé à une histoire strictement
économique ou strictement juridique de la société féodale pour mettre en évidence
l’émergence de la seigneurie châtelaine et son rôle structurant dans tout l’agencement
social, y compris en ce qui touche au statut réel des paysans sous la coupe seigneuriale,
dans la lignée des recherches sur le nouveau servage de Marc Bloch. Le modèle de l’
incastellamento de Pierre Toubert 25, mais surtout La Catalogne de Pierre Bonnassie 26,
trouvent sans doute là une partie de leur inspiration.
37 Une deuxième série d’apports concerne la société chevaleresque. Une des plus belles
découvertes de Georges Duby, suggérée par son élève Jacques Paul, est la mise en
évidence de la catégorie des iuvenes dans le monde aristocratique 27. Cette récurrence
lexicale est dotée de son sens anthropologique et social. Suivent les recherches sur la
littérature généalogique et l’affirmation des lignages, du haut vers le bas, à l’intérieur des
classes supérieures de la société ; puis l’étude du mariage selon ses deux versions
contradictoires, la laïque et la cléricale. La lecture des sources littéraires permet enfin de
proposer l’interprétation sociale de l’amour courtois, complément obligé du mariage, lot
de consolation des iuvenes découverts en 1964. C’est là un parcours remarquable, un des
fils les plus longuement tissés par Georges Duby, sur quelque trente ans.
38 Paradoxalement, c’est lorsqu’il traite de la littérature ou de l’art que Georges Duby se
révèle comme le plus complet historien du social. Non pas qu’il s’enferme dans une
sociologie de la création, mais parce qu’il sait considérer les frondaisons de l’art comme la
manifestation réelle de l’imaginaire qui donne à une société sa physionomie et sa
cohérence. On ne peut ici désigner une clef interprétative particulière ; tout réside dans la
manière de dire les choses, de créer les relations les plus inattendues, dans cette capacité
inouïe à relier les tourbières au Roman de la Rose, l’essor agricole aux édifices religieux, le
refus cistercien du monde à l’affirmation irrésistible des cités et des cours.
39 L’autre apport remarquable des dernières décennies de l’œuvre de Georges Duby est la
lumière jetée sur ce qu’il considère comme le côté obscur du corps social, un privé qui
participe de l’ordonnancement public, les étranges pouvoirs des femmes qui ne se lisent
qu’à contre-jour de l’arrogante domination masculine.
40 Un sort particulier doit être fait au Dimanche de Bouvines. Parce qu’il traite d’une image
d’Épinal très française, le livre a eu moins de répercussion en Espagne, alors même qu’il
se conclut, sur un ton inhabituel, par une vibrante charge contre l’idéologie de Franco,
sur fond de Brunete et de Guernica28. Cette fois-ci, ce n’est plus l’art mais l’événement,
l’événement chéri par l’histoire à l’ancienne, qui est saisi comme manifestation brutale
des structures sous-jacentes. Historien des structures économiques et sociales, Georges
Duby s’affirme là aussi comme l’historien des éclats critiques, mais pour les englober dans
une histoire totale qui révèle tout leur sens. Saint Bernard, Les trois ordres, Le chevalier, la
femme et le prêtre, qui traitent de sujets bien différents de Bouvines, ne sauraient cependant
se comprendre sans la mise en place, dans Bouvines, de cette dialectique entre
l’événement et la structure, la crise et l’ordre, l’ordre recomposé par les turbulences
mêmes qui secouent un temps le vieux monde. Ni Lavisse, ni Dumézil. Georges Duby
définit dans Bouvines le rôle exact de l’historien.
41 L’œuvre de Georges Duby, multiforme, est aussi féconde des prolongements qu’elle a
suscités. Le fait qu’elle soit bien vivante se traduit par les débats qui en découlent. Même
si l’on ne peut ici qu’y faire une rapide allusion, il serait injuste de les passer sous silence.
22

42 En 1996, du vivant du maître, paraissait le volume d’hommage Georges Duby. L’écriture de


l’histoire, édité par deux de ses très proches élèves, Claudie Duhamel-Amado et Guy
Lobrichon. Dans la diversité des contributions recueillies, on peut entendre quelques
dissonances : si Pierre Bonnassie se réjouit que Georges Duby ait employé l’expression de
« révolution féodale »29, Dominique Barthélemy souligne que
Sa réserve de 1972 concernant les interventions inédites de la parenté et son refus
de la prétendue montée des milites sont à la racine de notre radicale mise en cause
du « mutationnisme » dans le Vendômois et dans les régions voisines 30
43 tandis que, quelques pages plus loin, Jean-Pierre Poly dénonce le « niveau élevé
d’ataraxie » de ceux qui « remettent en cause l’idée même d’une mutation féodale31 ». La
juxtaposition de ces propos contradictoires, se réclamant tous de la pensée du même
auteur, pourrait prêter à sourire. Ce serait négliger deux points au moins : c’est la
fécondité même d’une œuvre qui explique qu’elle puisse donner départ à des pistes
multiples, voire à des courants qui parfois se heurtent ; en outre, si l’on y regarde de plus
près, on se rendra vite compte que Dominique Barthélemy et Pierre Bonnassie partagent
l’idée d’une continuité du groupe social dominant de part et d’autre de l’an mil, sur le
sillage des analyses de Georges Duby lui-même.
44 Il ne m’est pas possible d’entrer dans un débat de fond, parfois ponctué d’éclats
polémiques et qui, comme Laurent Feller le rappelle dans une remarquable contribution
de synthèse, met en cause
la continuité biologique de l’aristocratie, la chronologie de la militarisation de la
société, la nature de l’oppression et le degré de violence qu’elle engendre 32.
45 Dans l’optique qui est ici la nôtre, il convient simplement de noter que Georges Duby a
clairement affiché sa position en 1996. Tout en mettant prudemment en avant les
variations chronologiques des évolutions régionales, il insiste sur « la mutation réelle »
qui « s’est produite au niveau de la documentation » que lui livrait le Mâconnais « entre
980 et 1030 » et ajoute :
Il n’y a pas eu seulement « révélation » de quelque chose qui existait déjà mais aussi
une sanction, une officialisation d’un état de fait dont on prend nettement
conscience, d’un changement parallèle dans l’organisation de la société 33.
46 Un deuxième débat touche à la vision par trop pessimiste que Georges Duby aurait
donnée de la position des femmes dans un Moyen Age qu’il sentait résolument mâle. Dans
le numéro de 1998 de la revue Clio, consacré à Georges Duby et l’histoire des femmes 34, Amy
Livingstone oppose à la vision du médiéviste français les nombreux actes de la pratique
qui mettent en évidence le rôle des femmes dans la vie économique et sociale, leur
importance dans les alliances, leur participation au pouvoir politique aux siècles mêmes,
les XIe et XII e, que Georges Duby peint comme le temps d’une restriction de leur rôle
public35. Tout est ici affaire d’appréciation : on peut se réjouir que des femmes soient
présentes dans 35 % des transactions d’un échantillon de chartes de l’abbaye de
Marmoutier ; on peut faire remarquer qu’elles sont donc absentes des deux tiers des
affaires traitées. Éternel dilemme de la bouteille à moitié vide ou à moitié pleine, si ce
n’est qu’un rapport d’un à trois (car il faut bien supposer qu’il y a des hommes dans tous
les actes) ne ressortit pas exactement à la parité. Il est évidemment regrettable que
l’historienne américaine n’ait pas pris en considération, dans son panorama, les Dames du
XIIe siècle. Elle y aurait trouvé des figures comme Mahaut de Flandre, qui partit en guerre
contre un de ses vassaux et ainsi « avait agi en pleine maîtrise d’un pouvoir masculin » 36.
Mais il est indéniable que la perception de Georges Duby, même lorsqu’il s’arrête sur des
23

cas de pouvoir public féminin, reste une vision pessimiste, présentant ces figures comme
autant d’exceptions37. L’expression, sous sa plume, de « pouvoir masculin » en témoigne.
L’évolution de l’œuvre de Georges Duby l’a poussé à accorder toujours plus d’importance
à l’idéel : pour lui, il n’existe pas de faits bruts en dehors de la lecture qu’en donne
l’idéologie du temps, en particulier de celle qu’impose l’idéologie dominante ; d’où la
prédominance qu’il accorde au discours clérical. Sur ce terrain même, Amy Livingstone
réfute que tous les clercs aient partagé « la misogynie propre à Thomas d’Aquin38 »,
Hildebert de Lavardin entretient, en effet, avec Adèle de Blois une correspondance
remarquable. Il sait flatter la comtesse, exalter sa haute naissance, sa richesse et sa
beauté ; il la conseille respectueusement tant sur sa vie spirituelle que sur la manière
d’exercer la puissance comtale qu’elle détient comme veuve. Mais c’est le même homme
qui lâche à la même femme : « Caro et millier, duplex infirmitas » ; ou encore, sans attendre
Thomas d’Aquin, « Sane tantus bonorum convenías in femina gratiae est, non naturae » et qui la
remercie du don de deux candélabres qui lui permettront d’être présente à la célébration
du sacrement, « quia non potes ministrare femina »39.
47 Sharon Farmer, qui intervient dans le même volume40, a lu Dames du XIIe siècle, mais vite.
Dans son chapitre sur Héloïse, Georges Duby, contrairement à ce qu’elle avance, ne
revient pas
sur le vieil argument, désormais abandonné par la plupart des chercheurs, qui voit
dans Abélard l’auteur réel des lettres d’Héloïse41.
48 Tout en doutant, il est vrai, qu’Héloïse soit l’auteur des lettres qui lui sont attribuées, il
met l’accent, le premier, sur le fait que ce recueil de correspondance, de toute évidence
mûrement composé, se termine par une fastidieuse dissertation sur la règle qui convient
au Paraclet42. Négliger cet aboutissement, ne pas reconnaître la place qu’il occupe dans
l’économie du recueil interdisent de rendre compte du sens de l’ensemble. Mais
débordant bientôt ce dossier, Sharon Farmer généralise et, face à une historiographie
anglo-américaine éclairée, présente les historiens français comme des échos consentants
de l’idéologie dominante, incapables d’accorder aux discours de résistance la place qu’ils
méritent43. Face à une si éclatante suprématie américaine, reste à Georges Duby l’espoir
d’être un jour écouté comme discours dissident d’un groupe totalement dominé.
49 Car Georges Duby est dissident, et son histoire est subversive. Sa manière même d’écrire
ses derniers ouvrages, l’absence de notes, de bibliographie, ont souvent mis mal à l’aise
les gens du métier. Son œuvre, monumentale, résonnant aux accents d’une écriture
inimitable comme les voûtes d’un sanctuaire, a été à juste titre portée au pinacle. Il est
inévitable et salutaire qu’elle soit discutée. Le malentendu qui pourrait venir en affecter
la réception procède de sa centralité trompeuse. L’histoire que Georges Duby nous
propose est en réalité une histoire de marges, de bordures, d’essarts, dont le discours
théorique est tout entier immergé dans la pratique, et qui se donne aussi pour mission
d’explorer les limites du métier d’historien, de tracer expérimentalement les frontières
de ce qui relève encore de notre artisanat et de ce qui l’excède.
24

BIBLIOGRAPHIE

Bibliographie
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25

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26

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NOTES
1. Cl. DUHAMEL-AMADO et G. LOBRICHON (éd.), « Georges Duby. Bibliographie ».
2. G. DUBY, « Recherches sur l’évolution des institutions judiciaires ».
3. ID., « L’histoire des mentalités ».
4. ID., « Les chanoines réguliers et la vie économique des XIe et XIIe siècles ».
5. ID., « Les “jeunes” dans la société aristocratique ».
6. ID., L’Europe des cathédrales ; Fondements d’un nouvel humanisme ; et Adolescence de la chrétienté
occidentale ; tous trois repris dans Le temps des cathédrales en 1976.
7. J. DALARUN, « L’abîme et l’architecte », pp. 11-35, en particulier pp. 34-35.
8. G. DUBY, « Pour une histoire des femmes en France et en Espagne ».
9. Cf. par exemple G, DUBY, Féodalité, p. 823 : « Je m’arrête id. Après Bouvines » (fin des Trois ordres
) ; Le dimanche de Bouvines démarre aussitôt, ibid., pp. 827-1050, mais pourvu de l’« Avant-propos »
de 1984 assurant le lien avec Guillaume le Maréchal, qui suit immédiatement Bouvines dans le
recueil, pp. 1051-1160, Lien subtil, car ce qui lie Guillaume à Bouvines est d’en avoir été absent ;
cf. ci-dessous, n. 10.
10. G. DUBY, Féodalité, p. 831. Bien sûr Guillaume est contemporain de Bouvines ; certes il n’y fut
pas et sans doute le regretta-t-il (quelle source nous le dit ?) ; mais tout de même, quel tour de
force de créer du continu (Bouvines-Guillaume) sur le vide ! C’est évidemment la deuxième
relative qui fait tout : « qui ne s’en consola jamais » – à rapprocher de « la nostalgie lancinante »
qui clôt Guillaume le Maréchal.
11. Sous-titre de Le chevalier, la femme et le prêtre.
12. Je ne m’attarde pas sur ce thème que j’ai déjà traité ailleurs.
13. G. DUBY, « Le plaisir de l’historien », p. 109.
14. J. DALARUN, « Introduction ».
15. G. DUBY, Féodalité, pp. 1469-1478.
16. ID., L’économie rurale et la vie des campagnes dans l’Occident médiéval, pp. 13-52.
17. J. LE GOFF, « Georges Duby (1919-1996) », p. 202.
18. Dans L’économie rurale, Georges Duby cite l’ouvrage de Ch.-E. PERRIN, Recherches sur la seigneurie
rurale en Lorraine, sept de ses articles et deux comptes rendus. Dans les bibliographies réunies
dans Féodalité ; il n’y a plus qu’une seule référence à un article de Charles-Edmond Perrin.
19. R. FOSSIER, « Les trois temps de l’œuvre », p. 27.
20. G. DUBY, dans Georges Duby, n° 72 de la revue L’Arc, 1978, p. 90.
21. G. DUBY et A. CASANOVA, « Le Moyen Âge. Entretien avec Georges Duby », p. 206.
22. G. DUBY, « Histoire sociale et idéologie des sociétés », p. 148.
23. G. DUBY et G. LARDREAU, Dialogues, p. 140.
24. G. DUBY, « À la recherche du Moyen Âge », pp. 100-101 ; ID., « L’art, l’écriture et l’histoire », p.
180.
27

25. P. TOUBERT, Les structures du Latium médiéval.


26. P. BONNASSIE, La Catalogne du milieu du Xe à la fin du XIe siècle.
27. G. DUBY, « Les “jeunes” dans la société aristocratique ».
28. Voir ci-dessous les précisions de Reyna Pastor à ce sujet.
29. P. BONNASSIE, « Le rapport de l’homme à la terre », p. 95.
30. D. BARTHÉLEMY, « Noblesse, chevalerie et lignage dans le Vendômois », p. 123.
31. J.-P. POLY, « Le commencement et la fin », p. 193.
32. L. FELLER, « Statut de la terre et statut des personnes », p. 158. Mêlant témoignages et analyses
sans hagiographie, le numéro spécial de la revue Études rurales coordonné par Philippe
Braunstein, où figure l’article de Laurent Feller, donne tout son sens au mot « hommage ».
33. G. DUBY, « L’art, l’écriture et l’histoire », p. 178. Les positions de D. BARTHÉLEMY ont également
gagné en netteté ; ainsi dans L’an mil et la paix de Dieu, pp. 28-30, 34-37, 45, 78, 83.
34. C. KLAPISCH-ZUBER (éd.), Georges Duby et l’histoire des femmes, où il faut signaler un bel article
d’A. FURIÒ, « Les deux sexes ou l’imaginaire du “Mâle Moyen Âge” ».
35. A. LIVINGSTONE, « Pour une révision du “mâle” Moyen Age ».
36. G, DUBY, Dames du XIIe siècle, t. II, p. 220.
37. Au fond, les critiques de D. Barthélemy sur la mutation de l’an mil et celles des historiennes
américaines sur le Mâle Moyen Âge concordent sur un point : Georges Duby aurait pratiqué une
excessive dramatisation de l’histoire, ici en concentrant sur la période brève 980-1040 deux
vraies mutations survenues en 880 et 1100, là en noircissant à dessein le sort des femmes dans la
société des XIe-XIIe siècles. D. BARTHÉLEMY dévoile bien le moteur de cette dramatisation lorsqu’il
dit, dans L’an mil et la paix de Dieu, p. 29 : « Dans un beau livre, en effet, il fout une grande
mutation » ; ou il fout pouvoir dire avec Giraudoux, suggère encore D. Barthélemy (ibid., p. 45) :
« Cela s’appelle l’aurore. » Le ténébreux de la condition féminine prélude aussi à cette aurore. À
cet indéniable mouvement de dramatisation dans l’œuvre de Georges Duby sont liées la
généralisation de son propos, sa liberté croissante et l’absence de notes, qui renforcent le côté
démiurge de l’historien dispersant les brumes du passé comme les noirceurs de l’époque
considérée. Sur les points mêmes où les critiques faites à l’œuvre de Georges Duby sont les plus
pertinentes, elles ne font que souligner son tour de force. Je crois qu’on ne peut en saisir le sens
qu’en relation au défi « poétique » (au sens de la Poétique d’Aristote), qui consiste à affirmer le
genre historique comme ressortissant à la création ; voir J. DALARUN, « L’œuvre critique ». D.
Barthélemy est lui-même soumis à la loi qu’il énonce ; à une mutation historique de l’an mil qu’il
juge imaginaire, il substitue une mutation historiographique en détruisant « la fable
historienne » : « Dans un beau livre, en effet, il faut une grande mutation. »
38. A. LIVINGSTONE, « Pour une révision du “mâle” Moyen Âge », p. 148.
39. J. DALARUN, « Hagiographie et métaphore ».
40. S. FARMER, « La voix des femmes. Une réception américaine ».
41. Ibid., p. 155.
42. G. DUBY, Dames du XIIe siècle, t. l, pp. 73-110.
43. Ces contributions américaines doivent évidemment se comprendre par rapport à l’évolution
de la gender story vers la women story. La gender story (il était grand temps de s’en apercevoir) a un
indéniable effet de miroir idéologique. La women story court le risque de mettre en relief des faits
isolés de leur contexte social et mental. Je crois, pour ma part, à la nécessité absolue de la prise
en compte des voix des femmes, aussi souvent que les sources le permettent, et à la possibilité
d’une histoire « intersticielle », comme j’ai tenté de l’illustrer dans Claire de Rimini.
28

RÉSUMÉS
L’importance de l’œuvre de Georges Duby est attestée tant par son ampleur que par sa diffusion
qui, loin de se limiter aux cercles des médiévistes, a atteint un public très large. Cela s’explique
par la diversité des thèmes abordés – l’histoire des structures sociales et économiques, des
mentalités, des femmes, de l’art, des sentiments, des événements – et par la cohérence qui, peu à
peu, s’est construite à mesure que l’historien livrait ses ouvrages. La qualité de son écriture, le
croisement des regards, les interprétations proposées assurent à Georges Duby une place
spécifique dans l’école historique française, dans laquelle l’originalité de sa carrière tient aussi à
ses choix intellectuels. Il a su attirer l’intérêt et le regard vers des marges et des bordures dont la
mise au jour renouvelait en profondeur la connaissance des sociétés médiévales

The importance of the work of Georges Duby lies not only its scope but also in its influence,
which is not confined to mediaevalists but is known to a wide circle of non-specialist readers. The
key to its success lies in the variety of subjects addressed: history of social and economic
structures, history of mentalities, of women, of art, of sentiments and of particular events.
Another reason is its coherence, which grew increasingly evident as more works were published.
His polished style, his ability to intermesh interpretations and his own original intellectual
insights have all earned Georges Duby a special place in the French school of history. Duby was
adept at enlisting readers’ interest in aspects hitherto considered irrelevant –in marginal areas
which eventually led to a radical rethinking of what we know about mediaeval societies

La importancia de la obra de Georges Duby se justifica tanto por su dimensión como por su
difusión que no se limita al entorno de los medievalistas sino que llega a un amplio círculo de
lectores no especialistas. La variedad de los temas estudiados es la clave de este éxito: historia de
las estructuras sociales y económicas, historia de las mentalidades, de la mujer, del arte, de los
sentimientos y de los acontecimientos. También se explica por la coherencia que, poco a poco,
crecía a medida que el historiador publicaba sus obras. Por su estilo esmerado y su capacidad
para entrecruzar las interpretaciones y, también, por sus planteamientos intelectuales originales,
Georges Duby merece un lugar especial en la escuela histórica francesa. Supo captar la atención
de los lectores en aspectos marginados, en territorios fronterizos que renovaron en profundidad
lo que conocemos acerca de las sociedades medievales

AUTEUR
JACQUES DALARUN
Institut de Recherche et d’Histoire des Textes - CNRS, Paris
29

La recepción de la obra de Georges


Duby en España
La réception en Espagne de l’œuvre de Georges Duby
The work of Georges Duby in Spain

Reyna Pastor

1 Cuando me instalé definitivamente en España, en 1976, luego de haber gozado de dos


becas en Madrid y de haberme puesto entonces en contacto con mis colegas historiadores
y con los estudios universitarios, es cuando comencé a apreciar la influencia de Duby –con
quien yo ya había tenido una amplia vinculación académica y científica. Su influencia en
España era por entonces muy incipiente lo mismo que la de otros historiadores franceses,
especialmente la de J. Le Goff –a quien yo también había tratado con asiduidad porque
había dirigido mi trabajo en París en la École des Hautes Études, durante el curso
1963-1964, con motivo de una beca.
2 Decimos que la influencia de la historiografía francesa era incipiente, dado que primaba
en España mayoritariamente el empirismo puro y, en menor medida, la historia del
derecho y de las instituciones que, con mayor amplitud y gran rigor científico, venía
abriendo caminos desde hacía décadas. No debe olvidarse, además, que la mejor
historiografía de españoles estuvo representada desde los años 1950 por exilados
radicados en Argentina, México o Estados Unidos. La célebre polémica sostenida por
Sánchez Albornoz y Américo Castro sobre la realidad histórica de España, sobre sus
principios y sus esencias, la formación de lo español, etc., ocupaba todavía buena parte de
la historiografía hasta los años 1970 fuera y dentro de España.
3 Con el propósito de reflexionar aquí sobre Duby y su recepción en España he tratado de
conocer sus primeras influencias en la Universidad española, en los años anteriores a
1976, y he practicado una pequeña encuesta –incompleta y posiblemente sesgada– entre
los que por entonces eran profesores en las principales universidades y los que eran
alumnos, hoy destacados medievalistas.
4 Aunque ya se habían traducido al castellano en 1961 el tomo tercero de la colección
Histoire générale de la civilisation dedicado a la Edad Media1, y también la Historia de la
civilización francesa escrita por Duby y Mandrou en 1958 y traducida en 1966, la obra que
30

verdaderamente dio inicio a la incorporación de Duby como historiador importante y


señero fue L’économie rurale et la vie des campagnes dans l’Occident médiéval 2. En el ámbito
universitario representó una apertura importante por ser una historia social y económica
del núcleo central europeo, armada sobre una sólida erudición, que enfocaba desde
muchos ángulos diversos los problemas de la producción, el trabajo, los intercambios y las
estructuras sociales, entretejiéndolos con cuidado y con claridad y, sobre todo,
relacionándolos con las estructuras y dinámicas del poder señorial. Pero además, y esto
fue también en una medida una novedad destacable, se ponderaba en su obra la geografía
del paisaje, la relación entre las condiciones naturales y las estructuras agrarias. El
conocimiento, la lectura y la discusión de este libro se realizó primero en su versión
francesa, pues ya profesores y alumnos aventajados ponían en discusión sus contenidos a
fines de los 1960. Un gran amigo, profesor hoy de la Universidad de Valladolid, me contó
que en los programas de la asignatura, se recomendaba entre la gente «progresista», en
una línea manuscrita, «Hay que leer a Duby».

Primeros ecos
5 La gran eclosión de la lectura total o parcial de La economía rural se produce sin embargo a
fines de los años 1970 y comienzos de los años 1980, y está conectada con la apertura de
España a Europa y a todas las corrientes intelectuales e ideológicas que son recibidas, o
que, aunque a veces ya conocidas, pueden entonces aflorar a la superficie sin temor a
represiones.
6 Al mismo tiempo los enfoques desarrollados en esta obra abrieron perspectivas nuevas en
la investigación que, desde fines de los años 1960 en adelante y sobre todo en los años
1970 y parte de los años 1980, se iba a desarrollar mucho en España. Me refiero en especial
a los estudios dedicados a reconstruir, desde la óptica reducida geográficamente, los
señoríos: las formas de organización territorial, de extensión de los cultivos y de la
organización de las explotaciones agrarias, junto a las formas de relaciones entre los
señores y campesinos, es decir, las de la explotación de éstos y de la formación de la renta
señorial. Esta segunda parte de la temática fue enfocada de distintas maneras dado que
por entonces también entraron en discusión una amplia gama de conceptos como los de
feudalismo, señoríos, relaciones de dependencia, etc., enfocados desde la
conceptualización del materialismo histórico o desde la historia social de los Annales, que
tenían ciertas afinidades.
7 Ya en los años 960, habían comenzado a aparecer, como se apuntaba, a partir de estas
nuevas y discutidas pautas los estudios sobre los señoríos monacales, vistos en
profundidad, que prestaban especial atención a la organización del espacio y de la
producción al par que a las relaciones de la dependencia. Entre estos nuevos estudios
debe destacarse la muy importante tesis, pionera en España, del Dr. José Ángel García de
Cortázar3, publicada por la Universidad de Salamanca en 1969, sobre el monasterio de San
Millán de la Cogolla en los siglos X al XIII, que lleva el subtítulo significativo de
Introducción a la historia rural de Castilla altomedieval. Se propone en ella desvelar la vida
real de nuestros antepasados, los campesinos medievales y apartarse en su análisis del
fuerte predominio de los institucionalistas en la historia medieval. En esta obra es
indiscutible el peso de la de Duby4. Pero es a mi juicio importante recordar también la
influencia paralela que tuvo por entonces el extenso artículo que Jean Gautier-Dalché,
31

destacado hispanista francés, publicó en 1965 en el Anuario de Estudios Medievales de


Barcelona, sobre el dominio del monasterio de Santo Toribio de Liébana5.
8 Lógicamente no se puede dejar de lado la influencia de las obras de Marc Bloch, conocido
entre los medievalistas, pero no seguido especialmente en las investigaciones. Traducida
La sociedad feudal al castellano por la editorial mexicana UTEHA6, en 1958, su historia rural
francesa lo fue con posterioridad a la obra de Duby7.

Los libros de Georges Duby y sus traducciones al


castellano
9 Las fechas de las traducciones de las obras de Duby al castellano, así como las de otros
autores franceses y británicos, proporcionan pistas importantes sobre los cambios dados
en la recepción de las obras y en la difusión de las mismas así como en su demanda a la
que, lógicamente, estaba atenta la oferta editorial por entonces en plena y casi
abrumadora expansión. La société mâconnaise 8, que no está traducida todavía hoy, fue
conocida por quienes se interesaban directamente en la investigación de regiones y
monasterios. Las otras obras de los años 1950 se vuelcan al castellano en los años 1960 con
una distancia de entre seis y ocho años. La traducción más efectiva como se decía, la de
L’économie rurale, tardó seis años (1962, 1968) en poder ser conocida ampliamente en la
universidad. Estos datos son significativos dado que, aunque la cultura histórica española
apreciaba y seguía las mejores producciones y escuelas francesas, ello se realizaba en
pequeños círculos de intelectuales preparados para leer la lengua francesa y sobre todo
para aceptar los nuevos planteamientos que proponían. No debe dejarse de lado de
ninguna manera el escaso conocimiento de otros idiomas en general y lo difícil que era
hacerse con libros extranjeros aunque se tratara de los de un país vecino como Francia, a
lo que debe sumarse lo menguado de las becas, especialmente las dedicadas a
humanidades, para salir al exterior.
10 Obras polémicas, como L’an mil, o renovadoras por su enfoque y por su valor literario y de
reconstrucción histórica, como Le dimanche de Bouvines, fueron traducidas mucho más
tarde, en 1988 ambas, pese a haber aparecido en 1971, la primera, y en 1973, la segunda 9.
11 Es con Guerriers et paysans y con Hommes et structures du Moyen Âge que los intervalos se
acortan10. Se acortan todavía más a partir de las obras producidas a fines de los años 1970
y 1980, Por ejemplo Le chevalier, la femme et le prêtre. Le mariage dans la France féodale;
publicada en 1981, se conoce en castellano en 1982; Guillaume le Maréchal, que es de 1984,
aparece en 1985-. Cosa parecida ocurre con las grandes compilaciones. La Vida privada,
que se publica en francés entre 1985 y 1987, puede leerse en castellano entre 1987 y 1989 y
la Historia de las mujeres, que comienza a publicarse en italiano y en francés en 1990
aparece en castellano en 1991-1993. Los intervalos se acortaron de tal manera que las
obras se conocían con tan poca diferencia temporal que muchos de nosotros tenemos en
nuestras bibliotecas las dos versiones, en francés y en español. Con estas últimas obras
ocurrió lo mismo con relación a Iberoamérica, donde se recibieron las traducciones
españolas o se imprimieron allí por motivos de costes editoriales.
12 Dos obras en las que Duby tuvo una participación decisiva son originariamente españolas.
Fue el promotor del coloquio franco-español de historia de las mujeres medievales al que
luego me referiré, y Comisario General de la exposición sobre Vida y Peregrinación que tuvo
lugar en el claustro de la Iglesia de Santo Domingo de la Calzada (La Rioja, julio-
32

septiembre de 1993) con motivo de la cual se publicó un hermoso libro, en el que además
del catálogo, especialmente cuidadoso, de las obras expuestas se presentó un conjunto de
doce artículos de autores españoles y franceses, que él prologó11. Parece importante
destacar que, en esa segunda mitad de los años 1970, en los que bullían las
preocupaciones teóricas y metodológicas que se expresaban en debates y coloquios, se
recogieron en un pequeño libro, bajo el título de Historia social e ideología de las sociedades,
tres artículos de Duby especialmente esclarecedores para explicar su visión de la relación
entre lo social y lo ideológico12.

Duby, una influencia entre otras


13 Creo que hay un aspecto importante que puede explicar una cierta paradoja en la recesión
de Duby en el medievalismo hispano. Como decíamos, el pensamiento y la
conceptualización de Duby no fueron los únicos que tuvieron trascendencia en la
historiografía medievalista renovadora: ya en el decenio de los años 1970, y de allí en
adelante, los conceptos del materialismo histórico fueron discutidos y adoptados por una
parte importante de estos historiadores. Me refiero sobre todo al concepto de «modo de
producción», ampliamente discutido y aceptado en sus distintas interpretaciones según
los casos. Por otra parte, y según mi parecer, los análisis socioeconómicos de G. Duby no
contradecían estos conceptos. Pero la atención de los estudiosos españoles medievalistas
y modernistas estuvo especialmente dedicada a los grandes debates de marxistas ingleses
y norteamericanos sobre el gran problema de la transición del feudalismo al capitalismo.
Este debate fue editado por primera vez en Londres en 1954, y en castellano en 1967,
cuando ya era posible hacer algunos intentos «aperturistas»13. Tanta repercusión tuvo
entre los estudiosos españoles de la izquierda en general, que las discusiones continuaron
por espacio de mucho tiempo. Se renovaron con motivo de la reedición del debate
realizada en Londres en 1976 por el gran medievalista inglés Rodney Hilton, que llevaba
un prólogo suyo, y además, comentarios posteriores a la edición primera y nuevos
estudios. Este libro fue traducido en Barcelona en 1977. En el debate, como es sabido, se
destacaban dos grandes líneas, la argumentada por Maurice Dobb y la de Paul Sweezy.
Georges Lefebvre intervenía en él: desconozco si fue discutido en los medios académicos
franceses, pero en España, México y Argentina promovió amplias controversias e
intentos, a veces fructuosos, de reinterpretar la problemática con relación a
Hispanoamérica. En la base de esta fecunda discusión y toma de posiciones sobre el punto
de arranque de las transformaciones transicionales estaban las teorías sobre el desarrollo
de la productividad rural –con todas sus implicaciones– sostenidas en primera instancia,
desde 1946, por Maurice Dobb y difundidas en el mundo hispanoparlante desde la
traducción de sus Estudios sobre el desarrollo del capitalismo14 en 197115.
14 Hago mención en esta ponencia a estos debates de historia y teoría en los que, como ha
destacado R. Hilton
lo que polarizó el interés de los participantes [en el debate] no fue precisamente la
historia del capitalismo ya consolidado, sino que centraron sus intervenciones en el
estudio de las fuerzas que destruyeron la sociedad feudal 16,
15 con el objeto de señalar la amplia recepción que tuvieron, entre fines de los años 1960 y
durante los años 1970, las mejores corrientes historiográficas medievalistas –y
modernistas– (socio-económicas y políticas) del marxismo británico y de los grandes
historiadores franceses como G. Duby y J. Le Goff17.
33

16 Sabemos que Duby no fue ajeno a las teorías del materialismo histórico, escribió que la
relación entre estructura y superestructura establecida en la teoría marxiana estaba en la
base de su propio pensamiento aunque no aceptaba el sistema de dominancia enunciado
en la primera. También apuntaba la importancia explicativa del concepto de «conciencia
de clase» como nexo entre las condiciones materiales y las representaciones mentales 18.

Sobre las mentalidades


17 Pero también el propio Duby destaca, cuando hace en su libro L’histoire continue, una
especie de historia del desarrollo y la evolución de su historiografía, que desde sus
comienzos como historiador se sintió atraído por los temas que se fueron perfilando en el
ámbito de los Annales ESC, que se incluían en el último término del trinomio: el de
civilisations. Recuerda que fue Lucien Febvre quien le propuso el estudio de
«mentalidades». Junto con R. Mandrou escribieron su Histoire de la civilisation française 19
publicada en dos volúmenes en la que seguían las posiciones de M. Bloch y del propio L.
Febvre en lo que ellos llamaban la «atmósfera mental», los «sistemas de valores», «la
visión del mundo»20. Pero mientras que G. Bouthoul afirmaba que en toda sociedad
subsiste una suerte de residuo psicológico estable, juicios, conceptos, creencias a los que
se adhieren en el fondo todos los individuos de una misma sociedad, Duby tomó distancias
de todas estas denominaciones, de estos conceptos. Hizo reflexiones nuevas. Decía:
De una misma sociedad no existe un mismo residuo, dado que ese residuo no
presenta igual consistencia en diversos medios o estratos de los que está compuesta
una misma formación social. Estos se modifican a lo largo de las edades y
proponíamos, justamente, seguir con gran atención esas modificaciones 21.
No empleo más la palabra mentalidad [continúa diciendo en el libro mencionado], no
es satisfactoria y no tardé en darme cuenta de ello. Pero a fines de los 1950 era
necesario sobrepasar los límites de los factores materiales, las técnicas, la
producción, la población. Los marxistas, por otra parte, nos han mostrado el
camino, dado que reconocen que una clase no accede a su existencia sino en el
momento en el que aquellos que la componen toman conciencia de formar parte de
ella. Nosotros íbamos más lejos al excluir que fuera evidente que ese sistema de
representaciones mentales, más o menos claras a las que más o menos
conscientemente se remiten las gentes para conducirse en la vida, estuviera
determinado en última instancia por las condiciones materiales. Enunciamos
entonces dos principios, según nuestro punto de vista, fundamentales.
Afirmamos –como primer principio–, que el estudio del sistema no debía, en
manera alguna, estar aislado de su materialidad, y para sostener esta proposición
primordial optamos por la palabra mentalité [mentalidad]. De otra manera las
palabras: idea, espíritu, etc. y sus derivados habrían fuertemente puesto el acento
sobre lo inmaterial a riesgo de hacer olvidar que los fenómenos de los que tratamos
se anclan inevitablemente en el cuerpo en el animus y no en el anima (como diría
Hugues de Saint-Victor). Ponen en guardia sobre conceptos como el de
«inconsciente colectivo» empleado por A. Dupront, porque sólo hay un inconsciente
relacionado con una conciencia, es decir, con una persona. Por lo tanto las
mentalidades que pretendían estudiar se ubican contra una historia autónoma del
pensamiento o de la «vida espiritual»22.
18 El segundo principio que les interesaba era, no el estudio del individuo, de una
personalidad, sino el conjunto del cuerpo social:
Par mentalités nous désignons l’ensemble flou d’images et de certitudes irraisonnées
a quoi se réfèrent tous les membres d’un même groupe. Sur ce fond commun, ce
34

noyau dur en contrebas de ce que chacun pouvait imaginer et décider, nous


appelions à concentrer l’observation23.
19 Resalta luego Duby que por los años 1950 y 1960 todas las discusiones conceptuales
parecían encuadrarse entre los desafíos de la antropología estructural y el deshielo del
pensamiento marxista, lo que motivó el desvío del curso de la investigación histórica.
Lejos de separarse de la historia social, intenta acercar las dos entidades sin separarlas,
enlazándolas, por el contrario, en mutua explicación24.
20 Desde entonces y a partir de estos presupuestos teóricos, las investigaciones de Duby se
inclinan especialmente por el estudio de la sociedad caballeresca, junto a las estructuras
familiares de la nobleza y a su imaginario.
21 Mientras tanto el concepto –o más bien la denominación– de «historia de las
mentalidades» tan difundido, en primer término por Duby y por Le Goff, y a la vez tan
amplio y ambiguo, fue varias veces criticado y otras tantas veces repensado por Duby
quien, finalmente, lo desechó. Decía hace pocos años:
L’histoire des mentalités est très difficile, Je m’en suis rendu compte tout de suite.
D’ailleurs mentalités, le mot n’est pas heureux. Il ne nous satisfait plus 25.
22 En España se han tomado algunas posiciones al respecto y se ha discutido el problema 26,
pero señalamos que, en general, se ha recogido la «historia de las mentalidades» sin
profundizar en su conceptuación.
23 El libro que tuvo gran difusión en la vida académica universitaria en España fue Guerreros
y campesinos, publicado en Barcelona en 1976. En cierta medida reemplazó a La vida rural...
en la lectura de los estudiantes de historia medieval y de especialidades próximas,
posiblemente por ser más accesible y de lectura más fácil. Un poco más tarde, en 1977, se
publica en Madrid Hombres y estructuras de la Edad Media, con un prólogo de Reyna Pastor.
24 Ambos libros entran en la vida universitaria casi como manuales pero, además y
principalmente, sirven como estructuras de base en los contenidos de los programas
docentes de los sectores que impulsaban el cambio político y social en las universidades.
Esta última obra, junto a las participaciones de Duby en Histoire de la famille, orientó
numerosos estudios sobre familias, parentelas y linajes según sus supuestos y los de sus
continuadores franceses. La redefinición del matrimonio a partir de los siglos centrales
medievales, de su papel en la sociedad aristocrática, de la importancia de las mujeres
como protagonistas necesarias y valoradas para la continuidad de las familias, la
continuidad de las parentelas, la unión de linajes, la creación o la afirmación de lazos
vasalláticos, etc., tuvieron una acogida particularmente fecunda en España. Se abrieron
nuevas líneas de investigación cuyos resultados han sido por lo general satisfactorios.
25 En lo que se refiere a las estructuras familiares, abordadas desde una perspectiva
socioeconómica y a la vez cuantitativa no puede dejarse de mencionar la influencia que, al
mismo tiempo, tuvieron las hipótesis y las renovaciones metodológicas propuestas por el
«grupo de Cambridge», dirigido por Peter Laslett, sobre demografía histórica relacionada
con factores socioeconómicos. Si bien dicho grupo comenzó el estudio de estos temas
referidos a los siglos modernos preestadísticos o semiestadísticos especialmente, algunos
de sus historiadores se ocuparon de los siglos bajomedievales y discutieron
fundamentalmente los problemas relacionados con las estructuras de familias extensas o
conyugales, vinculándolas con las formas de las herencias y las de posesión y explotación
de la tierra27. Encuadraban estos problemas como partes de hipótesis de mayor alcance
como que el desarrollo de la relación entre las estructuras conyugales, la autonomía de la
35

producción de las pequeñas y medianas propiedades y la no dependencia señorial, hechos


que impulsaron, desde muy temprano (siglo XIII) los prolegómenos del desarrollo del
capitalismo en Inglaterra28.
26 Estos aportes promovieron estudios y discusiones entre historiadores españoles que, a
veces, se sumaron parcialmente a las líneas propuestas por Duby.

Duby y la historia de las mujeres


27 Un momento culminante de la relación de Georges Duby y de otros varios colegas
franceses con otros tantos españoles se produjo cuando, por iniciativa del propio Duby y
de la Casa de Velázquez, dirigida entonces por Didier Ozanam, se organizó el coloquio
hispano-francés sobre «La condición de la mujer en la Edad Media», celebrado en la
propia Casa de Velázquez en noviembre de 1984. Se contó con la colaboración de la
Universidad Complutense y con la participación directa en la organización de Miguel
Ángel Ladero Quesada y de Reyna Pastor. Se trataron en él distintos temas siempre
referidos a las mujeres de los ámbitos hispano y francés, como los literarios, jurídicos,
socioeconómicos y artísticos. El coloquio se publicó en 1986 en un libro editado por las
dos entidades; tuvo una importante repercusión en el mundo académico hispano29.
28 Las otras dos grandes compilaciones sobre la vida privada y la historia de las mujeres en
Occidente han tenido a mi juicio una influencia más relacionada directamente con las
investigaciones locales españolas. Con respecto a la historia de las mujeres cabe destacar
que las teorías e investigaciones directas anglosajonas ejercieron una enorme influencia
sobre el tema, como también lo hicieron en la propia historiografía francesa. Los estudios
tuvieron como base el concepto de genre por lo que se puso el acento más que en la
historia «propia» de las mujeres en las relaciones entre los sexos. Por entonces fue
también tema de polémicas el hecho de que las investigaciones se apoyaban
fundamentalmente sobre discursos literarios o morales hechos por hombres. Se
argumentaba y se sigue haciendo así que, de esta manera, se despojaba a la historia de las
mujeres de sus condiciones históricas materiales y se trabajaba sólo con sus imágenes. Por
lo que se retornaba, como en tantos otros temas, a una visión propia de los hombres
expresada en sus discursos30.
29 Volviendo la mirada hacia atrás, la historiografía española no estaba huérfana del todo
sobre temas referidos a las mujeres, el matrimonio, las estructuras familiares, etc. Antes
del coloquio de 1984 sobre la condición de la mujer al que hemos hecho mención, y que
parece un punto de encuentro verdaderamente importante para la historia de las mujeres
en Francia y en España y que es anterior a la programación de la obra monumental italo-
francesa, en España se habían ocupado de las mujeres algunos historiadores de prestigio.
30 Por una parte Cl. Sánchez Albornoz, estudió a la mujer en España de hace mil años, en
1935, y volvió a tocar el tema treinta años después al estudiar, en la extensa y erudita
ponencia en Spoleto, «El Islam de España y el Occidente». Hace años señalé la importancia
de esta intervención pero sobre todo la posición ambivalente, además de esencialista, de
Sánchez Albornoz, al considerar por un lado la mayor libertad de las mujeres de al-
Andalus (en realidad sólo se refiere a las de alto rango y a las de los harenes) en relación
con el resto del mundo musulmán y, por otro, la creatividad, unida a esa libertad de todo
el mundo hispano-musulmán. En ambos casos el peso de la argumentación descansa en
dos circunstancias: las mujeres musulmanas de la Península eran más libres que sus
36

congéneres del mundo islámico pero menos que las cristianas, y el mundo hispano-
musulmán más vivaz y creativo que el resto, porque en al-Andalus la base poblacional era
hispana31.También sobre este tema y como testimonio de la gran renovación de los años
1970 y al mismo tiempo que se recibían con intensidad las obras de Duby que venimos
mencionando, especialmente en los años 1976,1977 y siguientes, se abrieron caminos
nuevos en lo que concierne a la problemática de la historia medieval peninsular con
relación a al-Andalus. Es por entonces cuando los estudios de otro francés, Pierre
Guichard, publicados en 1976 y 1977, sobre la Península islamizada, sus estructuras
sociales y antropológicas conmovieron los cimientos de todo lo que se venía discutiendo
sobre su diversidad/afinidad teñido siempre por la idea de la superioridad cristiana y la
superficialidad de la impronta musulmana. A partir de la diferenciación de las formas del
matrimonio islámico, de la condición de las mujeres en él y en el resto de las relaciones
familiares –incluidas las de la heredabilidad por un lado y las de la concepción del honor
por otra–, Guichard demuestra la existencia de dos estructuras sociales en al-Andalus, las
que llama «orientales» y las «occidentales»32. Su obra junto a la de Duby y otras
aparecidas en los años 1970 y 1980 abrieron definitivamente en España las vías de una
historia de orientación antropológica.
31 Volviendo a la historia de las mujeres de los últimos años, podemos afirmar que desde
hace más de dos decenios tiene un desarrollo notable en España, en gran parte debido a la
influencia de las obras de Duby en solitario y a la compilación Historia de las mujeres en
Occidente que coordinó junto a Michelle Perrot. Sus postulados básicos sobre el concepto
de género, y abordar la historia de las mujeres como el de la relación, múltiple y compleja
entre los sexos, han sido ampliamente aceptados por buena parte de los historiadores.
Pero desde el comienzo, como decíamos, la historiografía española estuvo muy abierta a
los conceptos y puntos de partida desarrollados más por las feministas que por las
historiadoras angloamericanas.
32 Ha sido en los ámbitos universitarios españoles donde tuvieron lugar las primeras
aproximaciones y discusiones sobre los problemas conceptuales. Al mismo tiempo se
organizaron encuentros entre historiadoras e historiadores, dedicados a un variado tipo
de temas y de formas de abordaje de los mismos. En realidad sólo se trató en un principio
de acumular conocimientos, de ir construyendo un serio armazón de saberes sobre las
mujeres en el pasado, y, al mismo tiempo, ir afinando las formas de abordaje, de ir
definiendo conceptos. Al comienzo –y ello continúa casi sin excepciones– las reuniones
incluían a especialistas de todas las épocas históricas. De esta manera, y sin estar
coordinadas para ello, se optaba por el camino que también se estaba siguiendo en
Francia y que tenía como principal objeto ir viendo y deshilando las líneas de evolución –
aparición, desarrollo, transformaciones, desaparición, etc.– de cada temática a lo largo de
los siglos. El resultado de estos coloquios ha sido la publicación de casi todos ellos,
dedicados a las mujeres y el derecho, el trabajo, la religiosidad femenina, el silencio de las
mujeres (y su voz detectable), etc.33
33 Al menos dos revistas, ya destacadas por su calidad y regularidad en la aparición, se han
hecho portavoces de las investigaciones de historia de las mujeres: Arenal y Duoda, editada
la una por la Universidad de Granada y la segunda por el Centre d’Investigació de la Dona
de l’Universitat de Barcelona. Actualmente algunas medievalistas destacadas, como es el
caso de Milagros Rivera Garretas, se han alejado de las influencias francesas, de las de
Duby en primer término, para aceptar la influencia norteamericana y la italiana.
Consideran –ella y su grupo de trabajo– que la categoría de género es insuficiente para
37

conocer a las mujeres del pasado y se dedican a estudiar no las representaciones sino las
manifestaciones de todo tipo de las propias mujeres, especialmente sus propios escritos, a
fin de penetrar en sus propias experiencias. De ello resulta que su atención se ha
trasladado a conocer las formas directas de participación de las mujeres medievales, como
su religiosidad, su espiritualidad, etc.34
34 Otro grupo, el equipo Broida encabezado por María Teresa Viñolas, dedica desde hace
años sus investigaciones a la historia social de las mujeres en el seno de la sociedad
catalana siguiendo la conceptuación de Duby en su faceta de historiador social y en el de
la relación de los sexos35.
35 También en Barcelona otros historiadores, dirigidos por el profesor J. E. Ruiz-Domènec,
vienen trabajando y publicando sobre la historia de las mujeres, sobre las estructuras de
parentesco, los linajes, etc., y sobre su imaginario, especialmente el de la aristocracia
catalana, en el siglo XII. Ruiz-Domènec ha realizado sus investigaciones siguiendo muy de
cerca las líneas trazadas por Duby, tanto en lo referente a las estructuras de parentesco
como a la cultura caballeresca y cortés y al papel que las mujeres tuvieron en ella. Se
apoya, como lo hizo Duby mayoritariamente, en las fuentes literarias, se ocupa del
imaginario femenino en variados aspectos que van desde la sexualidad, la maternidad, el
cuerpo a los gestos y la vestimenta36.
36 Otra línea de trabajo que también tiene fuertes conexiones con la obra de Duby,
especialmente del Duby de las estructuras de parentesco y la historia socioantropológica,
es la que ha formado Reyna Pastor con un grupo de investigadores medievalistas
españoles y argentinos.
37 Permítaseme escribir unas frases sobre mi relación científica con Duby dado que, en este
caso, me parece pertinente. He seguido desde el principio con enorme interés, y creo que
con conocimiento, su trayectoria pero no he sido su discípula dado que he partido y sigo
haciéndolo, de las bases teóricas del materialismo histórico aunque he recogido y
aplicado a mis investigaciones muchas de las ideas, los métodos y buena parte de los
conceptos de la obra de Duby y de otros historiadores medievalistas de Annales. Prueba de
nuestro acercamiento es que, luego de enviarle un trabajo mío sobre las estructuras
familiares en Castilla, tuve la agradable sorpresa de recibir una invitación suya para
desempeñarme como profesora asociada en su departamento de Historia Medieval de Aix-
en-Provence. Acepté encantada y estuve allí en el curso universitario 1967-196837.
Terminada mi estancia en Aix, nuestra relación profesional siguió muy cercana pues dos
de mis discípulas argentinas realizaron con Duby como director en su Departamento sus
tesis doctorales, una escrita por Susana Belmartino sobre la infancia y la juventus en
Castilla38 según las fuentes literarias e historiográficas, que tenía como modelo el
innovador artículo de Duby sobre la juventus y el amor cortés publicado en Armales en
1964, en el que se destacaban importantes similitudes y no menos importantes diferencias
entre los conceptos vertidos en uno y otro caso debidas a circunstancias históricas y a
«mentalidades» también diferentes39. Pasaré por alto otras conexiones importantes con
Duby para referirme concretamente a la historia de las mujeres. He trabajado junto a
investigadoras relacionadas directamente conmigo a partir de las fuentes documentales,
del derecho aplicado fundamentalmente, vale decir sobre documentación, en la que
hemos incluido, cada una en su caso, fuentes historiográficas, cuando se creía oportuno.
Este tipo de documentación permite acercarse de otra manera a las mujeres y también –lo
que no es menos importante– a otras mujeres. He investigado sobre el trabajo de las
mujeres campesinas y sobre la condición de las mujeres en general, especialmente de las
38

campesinas gallegas de las pequeñas explotaciones dependientes40. En otro plano no


puedo dejar de mencionar que tuve a mi cargo la revisión general de la versión española
de La historia de las mujeres y la organización del agregado llamado «Una mirada
española», de los tres primeros tomos41. Otras colaboradoras españolas, Ana Rodríguez
López y Esther Pascua, acaban de presentar una visión muy sugestiva y que puede dar
lugar a otros análisis semejantes sobre la participación de las mujeres de alto rango en el
poder político42. Han demostrado que esas mujeres no sólo han servido como parte de la
negociación de las alianzas entre los reinos durante el proceso de normalización política
de los siglos XII y XIII, sino que han tenido en ese proceso de pacificación espacios propios
de participación. Los tuvieron no sobre la base de derechos sancionados sino por que
supieron aprovechar e incluso crear el poder suficiente para ejercer una influencia
informal. Por lo que es necesario comprender la calidad de esos poderes para tener una
idea más precisa de su papel en los altos rangos de la sociedad feudal.
38 Mención especial merece la obra de los historiadores de la Universidad de Santiago de
Compostela, Ermelindo Portela Silva y María del Carmen Pallares, quienes han mantenido
por años una estrecha relación científica con Duby. Fueron numerosas las veces que
nuestro historiador dictó cursos y conferencias en esa Universidad. A tal punto llegó su
magisterio que le fue otorgado en abril de 1992 el Doctorado honoris causa en una
ceremonia muy especial celebrada solemnemente en el recinto de la vieja Universidad.
Duby contribuyó a que se escribieran, en Galicia, tesis y trabajos sobre la historia
medieval de las mujeres, siguiendo sus lineamientos, pero también creando otros nuevos.
Es sobre todo en la obra de Pallares donde puede apreciarse esta combinación de las
enseñanzas del maestro y su propia creatividad43.

Un siempre sugestivo
39 Las otras obras individuales de G. Duby de gran valor teórico como Los tres órdenes han
tenido una difusión más limitada y poca influencia en las investigaciones por razones a mi
parecer estrictamente «españolas», entre las que me atrevo a señalar como muy
importante la poca preocupación por la reflexión ideológica que tenía la historiografía
medieval española por entonces. Pero hay otras causas sobre este caso concreto dado que,
efectivamente, en los reinos hispano-cristianos no hubo escritos teórico-justificativos
sobre la organización trifuncional de la sociedad elaborados por altos representantes de
la Iglesia, como ocurrió en Francia. La justificación ideológica que ocupó en los siglos
centrales medievales a las jerarquías próximas a los reyes que fueron dirigiendo el
proceso de conquista de los territorios (llamada la Reconquista cristiana, sobre todo por
los historiadores de fines del siglo pasado y de la primera mitad del actual) fue la de
encontrar una relación directa entre la desaparecida monarquía visigoda a comienzos del
siglo VIII ante las invasiones árabes y la nueva astur-leonesa del siglo IX, a fin de
legitimarlas como continuadoras del poder cristiano. Y aunque, durante el siglo XII y sobre
todo en el XIII, en las más importantes recopilaciones de leyes y en otros testimonios se
reconoce que la sociedad está compuesta por «los que trabajan la tierra y los artesanos» y
por los que hacen la guerra y gobiernan, no se reconoce una función de tripartición al
clero. Esto puede deberse por un lado a la siempre difícil relación que tuvieron los reyes
castellano-leoneses con el papado, y conjuntamente, a la fuerza y preponderancia de la
realeza frente a una cierta debilidad de la nobleza en los siglos de formación de la
sociedad feudal44.
39

La mutación medieval
40 Otro tema de importancia que ha tenido hace unos años un eco destacado en España ha
sido el de la mutación medieval.
41 Georges Duby ha llamado desde el principio de sus obras la atención sobre un gran
cambio en la organización de la sociedad, que pudo haber tenido lugar en las distintas
regiones, y que ha volcado en la documentación según un ritmo algo azaroso, en unos
decenios más o menos próximos pero siempre ubicados alrededor de fines de la décima
centuria y los comienzos de la oncena. Esta posición la sostuvo en toda su obra. Se
reafirma, por ejemplo, cuando escribe, en el prólogo al libro de Guy Bois, La mutation de
l’an mil, en 1989 que
[el] pequeño territorio de Cluny del [que se puede pensar que] es en todo Occidente
el mejor dotado de fuentes de información para fines del siglo x y los primeros años
del XI, las que muestran la existencia de un período crucial para la región dado que
una brusca ruptura arrastra consigo la evolución de las relaciones sociales 45.
42 Jacques Dalarun se ha referido en su contribución a esta posición que Duby continuaba
sosteniendo en 1996.
43 En España las ideas de Duby con sus matices y matizaciones, siguieron actuando como
impronta aceptada por la mayor parte de los estudiosos pleno-medievalistas. Pero fue
sobre todo en Cataluña donde las ideas de un cambio acelerado, más aun, de una ruptura
sociopolítica, tuvieron una gran aceptación, a partir de las tesis de Pierre Bonnassie sobre
Cataluña en las que plantea, entre muchas otras cosas, la existencia de un importante
cambio general que habría tenido lugar entre 1020 y 1060 en aquella región y que habría
dado lugar al desarrollo de la sociedad feudal, en todos sus aspectos. Han sido numerosos
sus discípulos catalanes y franceses catalanistas que siguieron sus teorías, entre los que se
destaca el profesor J. M. Salrach46.
44 El extenso artículo de Bonnassie en el coloquio organizado por l’École française de Rome,
en 1980, titulado «Du Rhône a la Galice: genèse et modalités du régime féodal» 47 tuvo gran
repercusión en España. No sólo por la validez de su intento comparativo entre regiones
meridionales, especialmente de las del norte hispano, sino por la extensión que hace de su
teoría de la mutación rápida entre los finales del siglo x y los comienzos del XI. Esta línea
de análisis social se contraponía a otra que venía desarrollándose, sostenida entre otros
por el destacado altomedievalista Abilio Barbero y sus discípulos.
45 Existía ya otra orientación de estudios más relacionada con las interpretaciones del
proceso de conquista del territorio y de poblamiento que se inclinaba por las tesis
llamadas por algunos, quizá exageradamente, «rupturistas». Fue el profesor J. M. Mínguez
Fernández quien, en un conocido y debatido artículo, formuló sus tesis rupturistas para el
Occidente peninsular48, en el que coloca el paso a la sociedad feudal entre fines del siglo X
y primeros del XI.

Un balance provisorio
46 Es muy difícil hacer un balance sobre las influencias de la obra de G. Duby en España; lo es
por varios motivos, unos directamente ligados a esa obra, otros originados por los
40

grandes cambios ocurridos en España durante los años de la estructuración democrática


del país desde 1976 en adelante.
47 De una España cerrada a una España abierta, de una España autárquica a una España
europeísta y en desarrollo acelerado. No era la primera vez que la historia del país sufría
estas alternancias y estos contrastes, pero la presente parece irreversible. Por suerte.
48 Lógicamente, como sabemos los historiadores, las grandes aperturas, como las
revoluciones y otros cambios han sido y siguen siendo emergentes de procesos de larga y
de mediana duración, según la índole de los factores intervinientes en los cambios.
España, sobre todo sus ciudades más importantes, fue desarrollando esos procesos desde
fines de los años 1960, como ya se dijo. Pero es a la muerte de Franco cuando se produce la
apertura, «la transición», la democratización y la posterior europeización.
49 La historia, los historiadores no fueron ajenos a esos cambios, por el contrario los
acompañaron y aun los organizaron, más allá del campo específico que les correspondía.
Muchos se abocaron a ello, especialmente desde el comienzo del cambio en las facultades
de Ciencias Económicas y en las de Ciencias Políticas. Así llegaron las obras de los grandes
historiadores a los jóvenes universitarios y, mucho más tarde y siempre en un grado
mucho menor, al público interesado por el pasado en general.
50 Así llegó la obra de Duby, una obra oportuna para el momento de apertura, una visión
nueva y a la vez múltiple y distinta, una obra que abría caminos a la reflexión y a la
investigación. Una obra extensa llena de propuestas, de ideas, maravillosamente escrita y,
por lo general, bien traducida.
51 Duby comenzó a frecuentar las facultades, las universidades, a ser conocido
personalmente. Presentó todos los volúmenes de la Historia de las mujeres en distintos
foros. Tuvo numerosas entrevistas en los periódicos y revistas especializadas. Fue un
elegante y distante portador de la cultura francesa a la vez que un seductor conferencista.
Le estamos agradecidos por todo ello.
52 A lo largo de estas líneas he seguido una idea, creo no haberme equivocado. He tratado de
enlazar la recepción y la influencia de un gran historiador francés con otras tan
importantes como ciertas. He tratado de mostrar, según lo pienso y según lo he vivido –en
parte como protagonista, en parte como espectadora–, que en la España del
postfranquismo hubo rupturas con el pasado, apertura y recepción de las producciones
históricas francesas y británicas especialmente. Pero estas influencias, en su conjunto,
fueron reelaboradas, discutidas, repensadas, adaptadas al mundo hispánico, por lo que
puede hablarse de aceptación y de intercambio pero nunca calificarse como «colonización
cultural».

BIBLIOGRAFÍA
41

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43

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quotidiana).

NOTAS
1. El libro dirigido por Édouard PERROY cuenta con una colaboración de Georges Duby, así como de
Jeannine Auboyer, Michel Mollat y Claude Cahen y tiene como subtítulo Le Moyen Âge. L’expansion
de l’Orient et la naissance de la civilisation occidentale, París, Presses Universitaires de France, 1955.
2. Edición francesa de 1962, castellana de 1968.
3. J. Á. GARCÍA DE CORTÁZAR, El dominio.
4. Más adelante, García de Cortázar continuó profundizando sus estudios, junto con sus
discípulos de la Universidad de Santander, sobre la relación del ecosistema y las formas de
colonización agraria, en una línea ya más apartada de la de Duby. Ver especialmente J.A GARCÍA DE
CORTÁZAR et alii, Organización social.
5. J. GAUTIER-DALCHÉ, «Le monastère». Por su parte el Prof. García Fernández y sus discípulos,
siguiendo estos caminos, llevaron a cabo valiosas incursiones en el campo de la geografía
histórica en la Universidad de Valladolid.
6. Unión Tipográfica Editorial de Historia Americana, México, DF, 1958. Esta editorial tradujo la
mayor parte de los volúmenes de la colección dirigida por Henri Berr, «L’évolution de
l’humanité». La sociedad feudal ocupó los volúmenes 52 y 53 de dicha colección.
44

7. Así lo dirá Les caracteres originaux de l’histoire rurale française, publicada por primera vez en Oslo
en 1931 al mismo tiempo que en París por la editorial Les Belles-Lettres. Tuvo nuevas ediciones a
lo largo del tiempo. En Barcelona publicó la obra la Editorial Crítica en 1975.
8. G. DUBY, La société mâconnaise.
9. Lamentablemente en la traducción al castellano del libro, publicada por Alianza Editorial,
Madrid, 1988, se suprime la última parte, titulada «Légendaire», que contiene dos
interesantísimos apartados: «Naissance du mythe» y «Résurgences». En la última página del texto
francés explica la persistencia secular de la idea de que quienes ganan las batallas son los que
defienden una causa justa, la de Dios, la religión y la fe. Termina el libro citando una alocución de
Francisco Franco, quien en 1971, en el día del Apóstol Santiago, dijo en la catedral de Compostela,
ante un nutrido grupo de militares y de obispos, que la batalla de Brunete se había ganado en el
día del Santo Patrono de España, por la voluntad de Dios, por los que combatían por la fe, por
España y por la justicia: «La guerra se hace más fácilmente cuando se tiene a Dios por aliado». En
la edición mencionada tampoco se editan los documentos ni las ilustraciones, ni la bibliografía
que figuran en la edición original francesa de Gallimard en 1973.
10. Para Guerriers el paysans, edición francesa de 1973, castellana de 1976; para Hommes el
structures, 1973 y 1977 respectivamente.
11. Reyna Pastor actuó como subcomisaria general. Vida y Peregrinación, Madrid, Ministerio de
Cultura, 1993.
12. G. DUBY, Historia social. Se trata del importante pequeño libro, justamente en 1976 –uno de sus
años cumbres para España– en el que se reúnen artículos que esclarecen su posición. La editorial
Anagrama de Barcelona reúne en este volumen su lección inaugural del Collège de France, que
lleva el título «Historia social e ideología de las sociedades», junto al artículo publicado en History
and Theory, «La historia del sistema de valores» y otro publicado en los Annales, «Las sociedades
medievales. Una visión de conjunto y notas para la elaboración de un sistema de clasificación
social».
13. Me refiero a la Editorial Ciencia Nueva. La primera traducción del debate es cubana.
Posteriormente a la nombrada se publica por Ed. Ayuso, Madrid, 1975.
14. Impreso por vez primera en Argentina en 1971 y ampliamente difundido en España y México.
15. Las discusiones teóricas de base histórico-materialista sobre problemas suscitados por las
«transiciones» siguieron profundizándose tras la aparición del extenso artículo de R. BRENNER,
«Agrarian Class» y con la obra de P. ANDERSON , Transiciones. Igualmente fueron discutidas las
obras algo posteriores de historiadores franceses: P. DOCKÉS, La libération y A. GUERREAU, Le
féodalisme.
16. G. DUBY, Historia social, p. 10.
17. El acercamiento al materialismo histórico y ciertas líneas desarrolladas por los historiadores
de los Annales ESC se dio también, al revés, tal es el caso de la obra de G. Bois, La mutation. En el
prólogo que le dedica Duby al libro, refiriéndose a la ideología de Bois dice: «Sans rien renier,
dégagé de toutes contraintes, associant ce qui’il y a de plus neuf dans l’œuvre de Fernand Braudel à des
outils conceptuels qu’il emprunte au marxisme, mais après les avoir décapés, affûtés, dérouillés en totale
liberté, faisant place sans privilégier aucunes (Telles à toutes les “instances”, qu’elles relèvent du matériel
ou de ce qui ne l’est pas, accordant autant d’intérêt aux faits religeux qu’à la démographie ou aux
techniques de production, tris attentif aussi aux discordances entre divers courants dont les rythmes
interfèrent au sein d’un même processus, Guy Bois, construit avec soin, clarté, prudence un modèle»
(«Préface», pp. 10-11).
18. G. DUBY, L’histoire continue. Gloso lo que dice en el capítulo dedicado a las mentalidades.
19. Edición francesa en 1958, castellana en 1966.
20. L. FEBVRE, Rabelais. En esta obra, L. Febvre habla de «sistema de valores». En el siglo XIX se
utilizaba para designar, vagamente, lo que pasa en el espíritu. Desde entonces se lanza el
45

concepto de mentalidad. Duby lo entiende entonces como ciertas disposiciones psicológicas y


morales para juzgar las cosas: «Derrière toutes les différences et les nuances individuelles, il subsiste une
sorte de résidu psychologique stable, fait de jugements, de concepts et de croyances auxquels adhèrent au
fond tous les individus d’une même société» (G. DUBY, L’histoire continue, pp. 119-120).
21. Ibid.
22. Ibid., pp. 120-122. Traducción de Reyna Pastor.
23. G. DUBY, L’histoire continue, pp. 124-125. En 1961, explica un poco el proyecto. Ver ID., «Les
mentalités».
24. ID, L’histoire continue, pp. 125-126.
25. G. DUBY y B. GEREMEK, Passions communes, p. 64.
26. Una discusión a mi juicio valiosa es la que siguió a la interesante ponencia del Prof. J. L.
MARTÍN, «Feudalismo y mentalidades» durante el primer congreso de Estudios medievales que se
celebró en la Fundación Sánchez Albornoz.
27. Aludo especialmente a R. M. SMITH, «Hypothèses» y a A. MCFARLANE, The Origin.
28. Nos referimos especialmente a los trabajos de Richard Smith.
29. La condición de la mujer.
30. Duby tuvo muy presente esta dimensión y las diferencias que se establecían y quedaban sin
esclarecer entre el discurso y la realidad. Ver al respecto las certeras páginas escritas por A. Furiò
cuando estudia la recepción de G. Duby en España con relación a la historia de las mujeres (A.
FURIÒ, «Les deux sexes»).
31. Cl. SÁNCHEZ ALBORNOZ, La mujer; ID., «El Islam».
32. Al mismo tiempo da una vuelta fundamental a lo sostenido hasta entonces sobre la base
fundante de población hispana en al-Andalus, al demostrar la importancia, no tenida en cuenta ni
estudiada hasta que aparecen sus investigaciones, de las migraciones norafricanas beréberes a la
Península que aportaron un importante caudal poblacional junto con sus organizaciones tribales
(P. GUICHARD, Al-Andalus y también, del mismo autor, Structures sociales).
33. Pueden verse especialmente las colecciones publicadas por las Editoriales Laya y Al-Mudaina,
editadas mayoritariamente por Cristina Segura. Esta historiadora, dedicada especialmente a la
historia de las mujeres, preside la asociación Al-Mudayna en la que se han publicado numerosos
estudios sobre mujeres medievales, especialmente de carácter bibliográfico, muchos de ellos son
obra suya.
34. Esta historiadora, junto con un grupo compuesto por otros investigadores medievalistas
como M. Cabré, ha recogido en un thesaurus las palabras claves que permiten comprender e
interpretar las fuentes escritas. Destaco asimismo el número de la Revista d’Historia Medieval
coordinado por F. GARCIA-OLIVER, «Santes, Monges i fetilleres».
35. M.T. VÍNOLAS I VIDAL, Les barcelonines; ID., La vida quotidiana.
36. G. Duby prologa el libro de J. E. RUIZ-DOMÈNEC, La memoria. Ver en la bibliografía final los otros
títulos citados de J. E. RUIZ-DOMÈNEC, director de la revista Medievalia, de la Universidad Autónoma
de Barcelona. En ella DUBY ha publicado «La mujer madre».
37. Es decir que viví, también en Francia, una época de «revolución» y de grandes cambios.
Durante mi estancia en Aix, además de dictar dos cursos de doctorado sobre España medieval,
acudí e intervine en el seminario que todos los martes dirigía Duby. Es por entonces que nuestra
relación profesional se hizo más estrecha v Los intercambios intelectuales más fluidos. Durante
ese año se celebró en Toulouse por iniciativa de Philippe Wolff el primer congreso sobre
feudalismo hispano-francés, al que concurrieron historiadores hispanos de prestigio como J. M.
Lacarra, Udina, etc. Duby delegó en mí la representación del seminario de Aix, lo que me permitió
ponerme en contacto por primera vez con estos importantes historiadores españoles.
38. S. BELMARTINO, «Estructura».
46

39. M. BONAUDO, «El monasterio». Este artículo se inspira, en parte, de las direcciones trazadas
por DUBY en La société mâconnaise.
40. R. PASTOR, «Para una historia social»; ID., «Mujer, familia y trabajo»; ID., «El trabajo de la
mujer»; ID., «Respuesta»; ID., «Textos».
41. Revisión técnica de los cinco tomos y organización de «Una mirada española» de los tomos I,
II y III (Ediciones Taurus, Madrid, 1991, 1992 y 1993).
42. A. FURIÒ, «Les deux sexes», lo ha señalado muy acertadamente. Seguimos sus comentarios al
respecto. Ver A. RODRÍGUEZ LÓPEZ y E. PASCUA «Esposas y señoras».
43. PALLARÉS MÉNDEZ, Ilduara.
44. sostenida por A. RODRÍGUEZ LÓPEZ, Crusade Discourse.
45. G. BOIS, La mutation, p, 10.
46. Su obra es muy extensa pero destacaremos especialmente J. M. SALRACH I MARÉS, «El procés».
Del mismo autor, ver también el muy sugestivo artículo «Défrichement et croissance agricole».
Ver también Ll. TO FIGUERAS, Familià.
47. P. BONNASSIE, «Du Rhône à la Galice».
48. J. M. MÍNGUEZ FERNÁNDEZ, «Ruptura social».

RESÚMENES
En la década de los años setenta, marcada por la dominación de la historia de las instituciones y
del derecho, la recepción de la obra de Georges Duby, frente a la de otras corrientes entre las que
destaca la anglosajona, supuso un profundo cambio metodológico y temático. Por otra parte, esta
renovación intelectual coincidió con la transición democrática española, lo que orientó el debate
hacia reflexiones sobre el materialismo histórico y su traducción medieval, el estamento señorial
bien sea eclesiástico o aristocrático. Entre el momento en que se publicaron las obras de Georges
Duby y su traducción al español medió cada vez menos tiempo, lo que permitió un mejor
conocimiento de su trayectoria y fomentó una corriente de investigación en el mundo ibérico.
Sus reflexiones acerca del concepto de mentalidad abren pistas que convergen progresivamente
hacia una antropología histórica. Aunque los centros de investigación españoles hayan superado
con renovadas problemáticas sus primeros planteamientos, Georges Duby fue y sigue siendo el
inspirador indiscutible de la historia de la mujer en la Edad Media en España

Dans une historiographie espagnole marquée par la prédominance de l’histoire des institutions et
du droit, la réception des ouvrages de Georges Duby, à côté de celles d’autres courants
notamment anglo-saxons, contribue, à partir des années 1970, à un profond renouvellement
méthodologique et thématique. Qui plus est, la concordance de cette rénovation intellectuelle
avec la transition démocratique met au premier plan les réflexions autour du matérialisme
historique qui, concernant le Moyen Âge, tournent autour de la seigneurie, qu’elle soit
ecclésiastique ou aristocratique. Le raccourcissement des délais entre la parution des livres de G.
Duby et leur traduction en espagnol assure une meilleure connaissance de son parcours,
inspirant ainsi des recherches similaires dans le domaine ibérique. Ses réflexions sur la notion de
mentalité ouvrent des pistes qui progressivement s’approchent d’une anthropologie historique.
L’histoire des femmes au Moyen Âge a trouvé en lui un inspirateur de premier plan, même si les
propositions actuelles des centres de recherche espagnols dépassent ses problématiques
47

In the 1960os, dominated by the history of institutions and laws, the work of Georges Duby –
unlike other currents, and particularly the Anglo-Saxon approach– gave rise to a profound
change in methodology and subject matter. This new intellectual stream coincided with the
démocratic transition in Spain, and the debate thus turned to historical materialism and its
application to the Middle Ages –that is, clergy and nobility as the upper classes. With decreasing
delays between the publication of Georges Duby’s works and their translation into Spanish, his
work became better known and indeed prompted a new current of research in the Iberian world.
His reflections on the concept of mentality open up pathways that inexorably link up with
historical anthropology. Spanish research centres may discuss new problems not originally
addressed, but Georges Duby was and still is the prime promoter of the history of women in
mediaeval Spain

AUTOR
REYNA PASTOR
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid
48

Fernand Braudel
Fernand Braudel
Fernand Braudel

Maurice Aymard

1 Présenter Braudel n’aurait guère de sens ici, présenter la Méditerranée encore moins.
Préparé pendant les quinze années qui ont précédé la guerre, rédigé presque de mémoire,
par versions successives, au cours de cinq années passées dans des camps d’officiers
prisonniers, d’abord à Mayence puis à Lübeck, corrigé et doté de ses notes et de ses
références au lendemain de la guerre avant d’être soutenu comme thèse d’État en 1947 et
publié en 1949, ce livre a fait aussitôt date. Il a imposé Braudel au premier rang des
historiens français, même si la Sorbonne a jugé bon de lui fermer ses portes, avant que le
Collège de France ne lui ouvre les siennes. Il a marqué en profondeur plusieurs
générations d’historiens, mais surtout celle, de vingt ou vingt-cinq ans plus jeune que lui,
qui arrivait à l’âge adulte au lendemain de la guerre, et y a découvert une autre façon de
concevoir et d’écrire l’histoire, et dont F. Braudel devait favoriser, dans le contexte
profondément renouvelé de l’après-guerre, l’ascension universitaire. Il a ensuite légitimé
la position institutionnelle du Président de la VIe Section de l’École Pratique des Hautes
Études (EPHE), et ses appels répétés à une coopération plus étroite entre histoire et
sciences sociales. Il lui a enfin donné un prestige international, confirmé tout à tour par
l’attrait qu’il a exercé sur de nombreux jeunes et moins jeunes chercheurs étrangers, par
sa place à la tête d’institutions nouvelles qu’il avait contribué à créer (l’Association
internationale d’histoire économique en 1960, l’Institut Datini de Prato et ses Semaines
d’histoire économique en 1968), puis par une multiplication plus tardive, mais qui se
poursuit encore, des traductions en langue étrangère.
2 La fortune éditoriale du livre apporte ainsi sur la vie intellectuelle et universitaire de la
seconde moitié du XXe siècle un éclairage original. Rapidement traduit en italien et en
espagnol, il n’a pourtant connu, pendant une vingtaine d’années, qu’une diffusion limitée
à un public de spécialistes, en France comme à l’étranger : assez cependant pour établir sa
réputation matérielle, et attirer vers lui des chercheurs de nombreux pays. Dans
l’immédiat, la seconde édition (1966), largement réécrite et enrichie par de nouvelles
recherches d’archives, mais aussi par les travaux qu’avait suscités la première, ne modifie
49

pas profondément la donne, au moins dans l’immédiat. Il faut attendre l’impact de 1968,
et le climat nouveau des années 1970 pour que le livre réussisse une double percée.
3 La première, en direction du marché anglo-saxon, est liée la publication en 1973 de la
traduction anglaise de la Méditerranée, et à son succès rapide dans les universités
américaines où une nouvelle génération d’historiens faisait basculer l’histoire, longtemps
jalousement conservée au sein des humanities, dans le camp des sciences sociales : dès
1977, l’année même de l’inauguration à Binghamton, en présence de F. Braudel, du
Fernand Braudel Center for the Study of Economies, Historical Systems and Civilizations,
créé par Immanuel Wallerstein pour exploiter cette situation nouvelle du champ
disciplinaire, la Méditerranée se vendait en soft cover dans les librairies des aéroports de la
côte est des États-Unis.
4 La seconde percée, en direction du grand public français, est exactement contemporaine :
elle coïncide avec le succès, à l’automne de 1976, de la série télévisée (douze émissions de
cinquante minutes chacune) réalisée sous la direction et avec la participation de F.
Braudel entre 1974 et 1976 : à Noël 1976, la Méditerranée se vend par piles entières à la
FNAC comme livre d’étrennes. Le livre a, d’un coup, changé de statut, et son auteur avec
lui, alors même que la seule position institutionnelle qu’il ait gardée, après sa retraite en
1972, est la direction de la Maison des Sciences de l’Homme. Trois ans plus tard, à
l’automne de 1979, les trois volumes de Civilisation matérielle, économie et capitalisme
bénéficieront de cette situation nouvelle : ce qui explique leur succès immédiat dans le
grand public, malgré les réserves d’une large partie du camp des historiens, qui, à cette
date, a tourné le dos à l’histoire économique, et qui n’avait, en 1967, accordé au premier
volume, publié seul dans une première version, qu’un succès d’estime, parfois même
formulé du bout des lèvres.
5 F. Braudel n’est alors ni le seul ni le premier à atteindre les gros tirages qui attestent
l’intérêt du grand public cultivé, mais non-spécialiste, pour une histoire ouverte à la fois
sur les sciences sociales et sur des domaines nouveaux, qui se voit alors donner – Braudel
en sourira et en rira – le nom de « nouvelle histoire ». Chacun à sa façon, Georges Duby,
Philippe Ariès ou Emmanuel Le Roy Ladurie (avec Montaillou) l’avaient précédé dans cette
voie. Mais il est le premier et le seul à réussir l’opération pour un ouvrage rédigé près de
trente ans auparavant, et qui bénéficie du prestige de l’ancienneté et de sa consécration
acquise de longue date dans les milieux savants : un ouvrage dont tous doivent
reconnaître qu’il échappe à tout effet de mode. Même s’il a son histoire – une histoire que
l’on commence à étudier aujourd’hui et qui permet de le resituer dans son contexte –, il a
largement anticipé sur une mutation de la pratique de l’histoire qu’il a lui-même
contribué à stimuler, et qui, désormais acceptée par tous, le transforme a posteriori en
référence obligée.
6 Si riche d’enseignements, pourtant, que soit la success story de la Méditerranée, elle risque
cependant de fausser les perspectives. F. Braudel a acquis le droit d’être libéré de la
contrainte qu’a fait peser sur lui, pendant des décennies, une tradition tenace dans le
milieu des historiens. Il n’est pas, il n’a pas voulu être l’homme d’un seul livre, comme
certains voudraient qu’il le soit. Mais il a fait, à l’échelle d’une vie humaine, des choix
d’écriture qui sont des choix de longue durée. Il s’est engagé dans trois grandes
entreprises auxquelles il a choisi de consacrer, à chaque fois, vingt ou trente ans, et même
plus, tout en sachant parfaitement, au moins pour la troisième, que le temps lui était
compté, et les durées de ces entreprises se sont en partie recouvertes.
50

7 La Méditerranée n’a été que la première de ces entreprises, la plus difficile sans doute, en
tout cas celle à travers laquelle il s’est formé, construit et presque inventé comme
historien. Celle dont l’idée était, dans une certaine mesure, dans l’air du temps, dans
l’Algérie coloniale qui fêtait en 1930 le centenaire de la conquête française : mais une idée
qu’il lui a fallu se réapproprier, d’abord en prenant ses distances par rapport à l’espace
observé – d’où l’importance de son séjour au Brésil – puis par rapport à son
impressionnant fichier documentaire – d’où le rôle de la captivité dans son travail
d’écriture –, ensuite en épurant sa conception de la Méditerranée de toutes références
contemporaines au passé romain ou au présent français pour en faire le cœur de son
projet d’histoire, adossée à la longue durée : un long seizième siècle, qui marquait à la fois
un point d’arrivée, et une fin, celle de la centralité d’un espace méditerranéen désormais
englobé dans un espace infiniment plus vaste, centré sur l’Europe du Nord-Ouest et
l’Atlantique, et à l’échelle du monde. L’entreprise reposait sur un pari tellement
ambitieux que son auteur n’a pas résisté à la tentation de remettre son ouvrage sur le
métier. La première rédaction était fondée sur une bibliographie impressionnante, mais,
pour la moitié orientale de la mer, limitée et souvent datée, et sur des archives qui, en
dehors de celles de Dubrovnik-Raguse, ce petit port de la côte Adriatique qui vivait « à
l’écoute de l’Empire ottoman », provenaient toutes de l’Europe et de la Méditerranée
occidentales. La seconde, achevée en 1966, soit près de vingt ans après la soutenance de la
première comme thèse, reposera sur des dépouillements d’archives encore plus
ambitieux et plus systématiques, sur les travaux d’une équipe internationale de
chercheurs réunis autour du Centre de Recherches Historiques de la VIe Section, et sur les
liens personnels établis par F. Braudel avec les plus grands historiens de la Méditerranée,
de l’Espagne à la Turquie.
8 Mais la préparation de cette seconde rédaction, dont F. Braudel choisira de faire la
dernière, coïncide avec son engagement, dès le début des années cinquante, à la demande
de L. Febvre (en 1952, confiera-t-il trente-sept ans plus tard, au début de l’édition finale
de 1979), dans une autre entreprise, celle d’une « histoire économique de l’Europe
préindustrielle ». Celle-ci allait devenir, chemin faisant et réflexion aidant, tout autre
chose : une « histoire totale » de l’économie entre XVe et XVIII e siècle, fondée sur une
triple confrontation. Entre des « structures du quotidien », qui échappent pour l’essentiel
au marché, et le niveau marchand de l’économie d’échanges. Entre l’Europe et les autres
grandes civilisations du monde. Et, enfin, entre l’économie-monde capitaliste qui se
constitue à la fin du Moyen Âge entre la Méditerranée et l’Europe occidentale et les autres
économies-mondes que la première va finir par soumettre et incorporer, mais de manière
très lente et souvent partielle et superficielle.
9 À la différence de ce qu’il avait pu faire pour l’écriture de la Méditerranée, l’oral –
l’enseignement au Collège de France, où ses cours sont sténotypés, plus encore qu’à la VI e
Section – précède l’écrit. Comme il le signale en note dans l’introduction de la première
édition de Civilisation matérielle (1967), trois cours consacrés respectivement au
« capitalisme moderne » et à « la France du XVIe siècle » (1954 et 1955), à « l’économie du
XVIIIe siècle » (1956-1957), et à « la vie matérielle du XVIe au XVIIIe siècle » (1960-1962) lui
ont permis de définir la structure de l’ensemble, et la matière du premier volume. Il en
sera de même pour Identité de la France, dont le programme et le contenu sont tracés
durant ses deux dernières années d’enseignement au Collège de France (1970-1972),
même s’il ne commencera à l’écrire qu’en octobre 1979, aussitôt donné le bon à tirer des
trois volumes de Civilisation matérielle, économie et capitalisme (XVe-XVIIIe siècle).
51

10 Mais l’ordre même des cours de 1954 à 1962 montre bien qu’ils l’ont conduit à inverser
celui, initialement prévu, de son exposé, et à partir des répétitions quasi immobiles du
quotidien, donc de la vie des masses, pour arriver « aux vainqueurs, à la vie économique,
à ses équilibres, aux prouesses et aux techniques du capitalisme ».
11 Même si, écrit-il, il aurait été possible de commencer par ces derniers pour en arriver aux
premiers, l’avantage du choix retenu est précisément d’adosser une « vie économique »,
qui s’organise autour de l’échange marchand et donne la préférence au commerce à
longue distance, à celle des paysanneries, majoritaires même dans les pays les plus
avancés, dont la vie se déroule à la frontière de l’autoconsommation, du troc et de
l’échange à très court rayon. De la même façon, dans la Méditerranée, les événements, qui
ont constitué le point de départ de son enquête, se trouvent relégués dans la troisième
partie, pour être adossés à la fois à la longue durée pluriséculaire et aux conjonctures
pluridécennales qui rythment la vie des économies. Le choix est à chaque fois d’adosser ce
qui bouge le plus à ce qui bouge le moins, ou presque pas, et qui représente de ce fait aux
yeux de F. Braudel le niveau le plus profond, ou pour reprendre la métaphore qu’il aimait
à utiliser, « le rez-de-chaussée de la maison ».
12 Ce choix initial fait, d’autres suivront, en cours d’écriture, dont le plus important le
conduira à diviser en trois volumes une matière qui devait au départ se répartir en deux
seulement, et à tirer les conséquences de l’affirmation contenue dans l’introduction de
1967 :
Il est clair, toutefois, que la vie économique n’est pas prise en son entier dans les
mailles du capitalisme naissant. Nous avons pour le moins trois plans et trois
domaines : la vie matérielle [...], la vie économique [...], enfin le jeu capitaliste [...].
13 L’impulsion définitive semble bien lui avoir été donnée, pour donner à ce troisième
domaine sa place autonome, par la crise économique internationale qui commence en
1973-1974 et le conduit à s’interroger non seulement sur la naissance du capitalisme, mais
aussi sur ses structures spatiales autant qu’économiques, sur ses hiérarchies internes et
sur son avenir, donc sur les rapports toujours tendus et conflictuels entre État et
économie.
14 Le même choix se retrouve à l’origine d’Identité de la France, même s’il n’a pas eu le temps
de mener son entreprise à son terme et s’il n’a pu en rédiger que les deux premières
parties, sans pouvoir s’attaquer au deux autres, en dehors de la brève esquisse d’un
chapitre sur l’État. Mais dans la mesure même où son sujet est la France et où le risque
serait, soit de céder après d’autres à l’illusion que celle-ci a existé de toute éternité, et de
commencer avec la préhistoire ou avec la Gaule, soit au contraire de considérer qu’elle
n’existe que lorsqu’elle commence à se constituer en État, et de commencer alors avec
Charles le Chauve ou avec Hugues Capet, il lui faut en adosser l’histoire à un ensemble de
facteurs de longue durée qui en débordent les frontières, s’inscrivent dans d’autres
durées, soulignent et expliquent une diversité que des siècles d’unification politique
patiente n’ont pas réussi à effacer : l’organisation de l’espace, le nombre des hommes, la
continuité d’une économie paysanne qui remonte loin dans le passé et a survécu jusqu’en
plein XXe siècle. Soit la France avant la France, dont le pouvoir monarchique va peu à peu
se saisir pour tenter de la soumettre et de la remodeler selon ses exigences, sans toujours
y parvenir. La suite annoncée nous aurait en revanche fait entrer de plain-pied dans les
cadres familiers de l’histoire nationale : État, culture et société, et La France hors de France.
Mais sans doute aurait-il été conduit à changer en cours de route ses hypothèses de
départ, et à modifier tant la ligne de ses démonstrations que la distribution interne de sa
52

matière. Car l’histoire est toujours chez lui affaire d’écriture autant que de
conceptualisation et de documentation.
15 D’un livre à l’autre, les affinités sont donc évidentes. Mais elles ne doivent pas faire
oublier les différences profondes. Si tous les trois sont construits autour du rapport entre
temps et espace, ce rapport prend à chaque fois une forme originale. Dans la Méditerranée,
il s’établit entre, d’une part, un espace limité dans son extension – même si ses frontières
sont incertaines et variables, et se prêtent à une pluralité de définitions, tantôt élargies et
tantôt restreintes, débordant sur les trois continents qui la bordent ou se limitant au
contraire aux seuls pays riverains –, et, de l’autre, plusieurs durées. Or celles-ci ne sont
pas, malgré les apparences, des poupées gigognes qui s’emboîteraient l’une dans l’autre,
mais des temporalités autonomes, qui désignent et permettent (y compris celle de
l’événement, qui, loin d’être une concession de Braudel à l’histoire traditionnelle qu’il
combattait par ailleurs, constitue un élément essentiel à l’équilibre de l’ensemble) de
saisir et comprendre des niveaux différents d’histoire. Mais la clef du livre comme récit,
dont la mer est, comme Braudel l’avait lui-même écrit1, le héros, se situe sur un autre
plan. Le livre est construit sur une frontière temporelle, et son ambition est de montrer à
la fois que les grandes découvertes n’ont pas signifié la « mort de la Méditerranée », que
celle-ci est restée tout au long du XVIe siècle « au cœur de la grande histoire », et que sa
propre
enquête, arrêtée aux environs des années 1600 [...] n’arrive pas à conclure, comme
un roman bien fait, par la mort du héros,
16 mais que l’heure de quitter la scène a fini plus tard par sonner. Une heure que F. Braudel
s’est efforcé, d’une édition à l’autre, de retarder : autour de 1620 dans la première, vers
1650 et pourquoi pas plus tard, vers 1680, dans la seconde. Mais les causes restent les
mêmes : le moment vient où les Méditerranéens perdent, au profit de leurs rivaux de
l’Europe du Nord-Ouest, le contrôle d’un espace océanique, et d’abord atlantique, qu’ils
avaient commencé par construire et dont ils avaient pu, pendant plus d’un siècle, garder
la maîtrise.
17 Dans Civilisation matérielle, les frontières spatiales sont au contraire abolies : toutes les
civilisations du monde se retrouvent au rendez-vous, et l’Europe occidentale, réunifiée de
la mer du Nord à la Méditerranée, joue dans le même camp. La division des rôles entre les
deux premiers volumes peut sembler dans une certaine mesure rappeler, à première
lecture, celle de la Méditerranée : d’un côté le temps long de la vie matérielle des grandes
civilisations et la lente victoire des paysans sédentaires ; de l’autre, le temps plus court,
rythmé par les conjonctures de l’économie, des « jeux de l’échange ». Mais le troisième
volume vient confirmer ce qui était déjà perceptible dans le second : l’ambition du livre
n’est pas de mettre en évidence différents niveaux de durée et de temporalité, mais, à
l’intérieur d’une durée de quatre siècles choisie comme unité d’analyse (et dont, à ce titre,
il sera possible de souligner les continuités et les ruptures avec les périodes postérieures
et antérieures), de dégager des structures. Celles de la vie matérielle, celles des formes
d’organisation des productions et des échanges marchands, celles enfin du système
économique nouveau (même s’il a eu des antécédents) qui se met alors en place à partir
de l’Europe et lui permet d’établir peu à peu et de renforcer sa domination sur le monde :
le capitalisme, solidement constitué dès avant l’industrialisation et dont le maître mot,
« hiérarchie », est un terme nouveau sous la plume de F. Braudel (il ne faisait pas partie
du vocabulaire de la Méditerranée), mais dont il va désormais multiplier l’usage. « Pas de
société sans hiérarchie », aime-t-il répéter. Ce système se trouve à son tour investi d’une
53

durée longue, fondée sur le passé (d’autres capitalismes ont existé avant le capitalisme
européen, même s’ils n’ont pas eu la même fortune), mais ouverte sur l’avenir. Devenu
mondial, le capitalisme a échappé à l’Europe, mais il aura toujours besoin d’un centre, qui
est actuellement, mais pas de manière définitive, les États-Unis, et les tensions entre
économie et État suggèrent que, loin d’être condamné à disparaître, il a encore de beaux
jours devant lui. Cette conclusion, qui nous apparaît aujourd’hui, à l’heure de la « pensée
unique », presque trop évidente, l’était, rappelons-le, infiniment moins à la fin des années
1970, quand, dix ans avant la chute du mur de Berlin, beaucoup estimaient encore que la
crise internationale commencée quelques années plus tôt était celle du seul capitalisme,
dont elle amorçait le déclin irréversible.
18 Identité de la France propose un jeu encore différent de l’espace et du temps. Pas de
frontières « naturelles », mais une construction et une sédimentation progressive de
lignes de partage aux limites d’un espace resté longtemps largement ouvert à toutes les
influences de l’Europe et de la Méditerranée : l’État national se construit en s’isolant et en
se séparant du reste du continent, mais il n’efface pas pour autant l’infinie diversité
intérieure qui a précédé sa formation et s’est renforcée parallèlement à celle-ci de
manière souterraine. Si la très longue durée, englobant la protohistoire et même la
préhistoire, est par excellence celle de « la France avant la France », c’est une autre
longue durée, plus courte, le second millénaire, qui modèle le temps du récit de ces deux
premières parties : le temps d’une France qui naît, précisément, comme l’Europe, aux
alentours de l’an mil. Mais ce millénaire, qui est celui de l’histoire profonde de la France,
est lui-même fragmenté, et comme feuilleté, par la superposition de durées plus brèves
qui en ont scandé les différentes étapes. Et surtout, si le passé est assuré, le futur cesse de
l’être pour le Lorrain inquiet qui avoue, d’entrée de jeu,
aimer la France avec la même passion, exigeante et compliquée, que Jules Michelet,
19 et qui ne saurait se résigner ni à la laisser « sortir de la grande histoire », comme la
Méditerranée, ni lui prédire l’avenir durable du capitalisme.
20 Trois livres donc, en fait trois grandes entreprises successives, assez différentes pour que
l’auteur puisse se contredire en apparence de l’une à l’autre : la Méditerranée avait ainsi
pu être définie par lui en 1949 comme une « économie-monde », un terme qu’il avait
emprunté à Fritz Rörig pour définir, après avoir pesé le pour le contre, un monde qui
« vivait pour l’essentiel sur lui-même », et qui associait des
zones particulières adaptées à la vie générale et une vie générale qui circule à côté,
au-dessus, au travers de ces petits univers économiques, jamais complètement
fermés sur eux-mêmes, entre qui se partage, quand on l’examine d’un peu près, le
vaste espace de la mer.
21 Et ceci même si
le développement, avec Constantinople, d’une ville-pieuvre [avait entraîné] la mise
hors du circuit méditerranéen (ou peu s’en faut) de la mer Noire.
22 En 1979, dans Le temps du monde, c’est l’Empire ottoman dans son ensemble qui se voit
reconnaître le statut d’une économie-monde distincte de celle de l’Europe, qui ne fait que
« l’effleurer ou la traverser » : la réunion d’un « espace caravanier » et d’un « espace
maritime longtemps sauvegardé » – car
défendu par une nuée de marchands qui limitent, contrecarrent la pénétration des
Occidentaux –,
23 qui garde force, cohérence et richesse jusqu’à la fin du XVIe siècle, sinon au-delà. D’une
affirmation à l’autre, on enregistrera moins une contradiction de fond qu’une différence
54

de point de vue. Car l’histoire braudélienne s’écrit elle aussi selon la formule, aujourd’hui
chère aux micro-historiens, d’une multiplicité de points de vue : seule différence,
importante il est vrai, ces différents points de vue ne coexistent pas dans le même
ouvrage, mais chaque ouvrage adopte le sien. Chacun d’eux doit donc être lu pour lui-
même, et non comme un simple prolongement du précédent, afin de pouvoir, mais
seulement dans un second temps, être comparé aux autres.
24 Dans l’œuvre achevée que nous pouvons aujourd’hui lire dans son ensemble, il convient
bien sûr d’intégrer les livres intermédiaires, dans la mesure même où ils font la jonction
de l’un à l’autre : ainsi le manuel de 1963 sur « le monde actuel », réédité en 1986 sous le
titre de Grammaire des civilisations, ou cette histoire de la Méditerranée de la préhistoire à
l’Antiquité, rédigée en 1968-1969 pour Albert Skira et publiée seulement en 1998 sous le
nom de Mémoires de la Méditerranée. Le premier prolonge la définition du concept de
civilisation donnée dans la Méditerranée, mais annonce aussi, sur plus d’un point, le
premier volume de Civilisation matérielle. La seconde propose au contraire une analyse de
la « naissance » et de la « construction » de la Méditerranée, dont les années 1500-1650
marqueront au contraire le dernier grand moment de splendeur.
25 Cette « pesée globale » de l’œuvre braudélienne, qu’il nous faut lire aujourd’hui dans ses
continuités mais aussi dans ses différences, ne remet pas pour autant en cause le statut
particulier qui reste, aujourd’hui encore, celui de la Méditerranée. Car c’est ce livre qui lui
permet de réaliser la première grande orchestration des concepts de l’espace et du temps,
qui servira de référence (et d’exigence) plus encore que de modèle dans les livres
suivants. Si les frontières du monde méditerranéen restent imprécises et flottantes, la
mer représente en effet un double niveau d’unité. À chaque époque, le monde
méditerranéen se définit ainsi par son pouvoir d’attraction, par les contacts qu’il établit
avec l’extérieur, par les mises en relation qu’il réussit à effectuer : l’Europe, l’Afrique
subsaharienne, l’Asie centrale et l’océan Indien, le monde russe partagé entre la mer
Noire, la Baltique et bientôt la Caspienne, et bien sûr l’Atlantique à peine découvert
rentrent ainsi, de façon temporaire ou durable, dans son orbite. Mais, à un autre niveau et
sous un autre angle, chacune des histoires particulières qui l’animent – celle des
individus, des États, des Empires, des sociétés, des civilisations – ne prend son sens que
par rapport à cet ensemble plus large dont la mer constitue le centre. Le temps fait,
parallèlement l’objet d’un traitement identique dans son principe, mais qui s’organise de
façon différente. Chaque fait, chaque événement, chaque décision, chaque comportement
individuel ou collectif, chaque information s’inscrit au moins potentiellement dans une
pluralité de durées, qui en permettent des lectures différentes.
26 Parmi ces lectures, celle de la très longue ou de la plus longue durée représente un niveau
plus profond, disposant d’un pouvoir d’explication supérieur : l’individuel s’y inscrit dans
la répétition. Mais elle n’exclut pas les autres lectures, et n’en dispense pas. Parmi les
autres, F. Braudel a choisi d’en privilégier deux. La première est celle des conjonctures
longues de l’économie, Kondratieff et trends séculaires, mais aussi de toutes les autres
formes de solidarités qu’il regroupe sous le nom de « destins collectifs ». Ces destins, à
l’échelle d’un « long XVIe siècle », engagent les hommes sans qu’ils en aient vraiment le
choix : ceux-ci ne peuvent en tirer parti qu’en composant avec eux, dont la clef est, à la
différence de la longue durée, non la répétition, mais la dynamique d’un mouvement
d’ensemble. La seconde lecture est celle de l’événement, de la durée brève, à laquelle il n’a
jamais ni souhaité ni voulu renoncer, et à laquelle il a consacré, un mois avant sa mort,
son dernier cours, sur le siège de Toulon en 1707, devant les élèves d’un collège de cette
55

ville. Mais l’éventail des durées est en fait, F. Braudel ne cesse de le rappeler, infiniment
plus large : les trois niveaux de lecture qu’il a retenus ont pour fonction de suggérer la
complexité du réel. Suggérer et non démontrer : d’où le rôle central du style dans
l’écriture braudélienne.
27 La Méditerranée, par l’influence qu’elle a exercée et par l’audience qu’elle a rencontrée, et,
à travers le statut que son livre lui a donné, Fernand Braudel lui-même, s’inscrivent en
fait dans une perspective plus large, qui constitue un chapitre de l’histoire intellectuelle
et scientifique de la seconde moitié du XXe siècle. Un chapitre dont de nombreux acteurs
sont encore parmi nous, et dont l’histoire commence à s’écrire, en associant les
documents, notamment les correspondances, qui deviennent accessibles, et les interviews
des survivants. Sur ce point, un seul souhait doit être formulé : que cette histoire soit à la
mesure des enjeux, qu’elle soit réellement une histoire intellectuelle et scientifique et ne
tombe pas dans les travers de la biographie individuelle, alimentée par les anecdotes
personnelles, que F. Braudel n’avait cessé de dénoncer.
28 Par le pouvoir académique dont il s’est trouvé investi, F. Braudel a été mêlé à des conflits
et à des rivalités, qui doivent être resitués dans leur contexte à leurs justes dimensions. Il
est sans doute conforme à la nature humaine que certains aient cru devoir critiquer a
posteriori un exercice, qualifié tantôt de « monarchique », tantôt de « féodal », du pouvoir
après avoir bénéficié de son appui. Il est tout aussi normal qu’une génération juge
nécessaire d’affirmer son indépendance en se distinguant de celle qui l’a précédée. Là
n’est pas, pourtant, l’essentiel. L’important, c’est l’assez rare et exceptionnelle ouverture
des choix de disciplines et de recrutement dont il a fait preuve à la tête des institutions
qu’il a dirigées : la VIe Section de l’EPHE n’a pas été mise au service de l’histoire de la
Méditerranée du XVIe siècle, alors même qu’elle a tiré profit, dans son développement
rapide, du prestige de l’œuvre que F. Braudel lui avait consacrée. Mais l’important, c’est
aussi la très grande liberté qu’il a laissée à ceux qui avaient choisi de travailler à ses
côtés : il ne leur a jamais demandé de « faire du Braudel » ni de s’enfermer dans la
répétition, et il les a toujours poussés, au contraire, à développer leur propre originalité.
29 Ce souci de liberté avait, il est vrai, été le sien dès le départ, dès le début de ses recherches
sur l’Espagne qui lui valurent, en 1937, d’être élu à la IVe Section de l’EPHE à une direction
d’études qu’il inaugura par un cycle de conférence sur « l’histoire des pays ibériques et de
la Méditerranée occidentale du Moyen Âge au XVIIIe siècle ». Il suffit de relire
aujourd’hui, où ces textes en apparence mineurs sont aujourd’hui réunis en volume et
aisément disponibles2, ses premiers comptes-rendus, publiés en 1927 dans la Revue
d’histoire moderne et consacrés au troisième volume de R. B. Merriman, aux deux livres sur
sainte Thérèse de J. Galzy et L. Bertrand et au saint Jean de la Croix de J. Baruzi, sans
oublier l’exécution en trois lignes du Mal héréditaire du docteur Cabanès. Ou encore son
rapport du 29 mars 1929 sur le séjour d’études de deux mois en Espagne, partagé entre
Madrid et Simancas, que lui avait permis pendant l’été précédent une bourse Jules-Ferry :
l’activité des tribunaux de l’Inquisition, les morisques, leurs relations avec le Maghreb et
la révolte de 1569-1770, le quotidien de la piraterie et de la course, la peste, mais surtout,
à Simancas, où il n’a
pu que commencer l’immense travail de dépouillement [qu’il] espère mener à bien,
30 la découverte de la centralité, dans le système espagnol, de Gênes,
grande place d’argent, grand port et puissance coloniale [...], ville passionnée et
soupçonneuse.
56

31 Ajoutons-y le Royaume de Naples, pour lequel il a dépouillé la correspondance des années


1559-1574, et la série des Costas de África : c’est bien toute la Méditerranée occidentale qui,
à partir de son observatoire espagnol, est déjà son domaine. Mais c’est aussi une méthode
qui restera la sienne, associant la recherche de vues d’ensemble et d’éclairages nouveaux
suggérés par des « petits faits significatifs ».
32 De 1927 à 1969, date de son essai biographique sur Philippe II, publié en italien dans la
série des Grandi Protagoniste, l’Espagne va l’occuper, elle aussi, pendant plus de quarante
ans. Il lui consacrera de nombreux cours et conférences, articles et comptes-rendus. Mais
il renoncera finalement, après lui avoir dédié deux années de son enseignement au
collège de France, à écrire le grand livre sur Empire et monarchie au XVI e siècle que lui avait
confié Lucien Febvre : il se contentera d’en écrire, en forme d’introduction3, ce qui aurait
dû en être le plan, construit autour d’une hypothèse centrale que résume la formule
« Chronologie de l’Espagne, chronologie du monde » :
L’Espagne impériale n’est pas le monde en son entier, mais une bonne partie de
celui-ci [...]. Le dépôt des archives de Simancas [...] est la meilleure source globale
d’information sur le monde entier [...]. La chronologie mondiale de l’Espagne
enregistre tout de même, d’une façon certaine, la vaste respiration du monde.
Quand elle marque un tournant, le monde ou a déjà pris ou va prendre le même
virage4.
33 On trouvera dans les réserves des deux dernières phrases (« tout de même », « ou a déjà
pris ou va prendre ») la clef de l’abandon de son projet. De même que Philippe II, l’Espagne
et la Méditerranée était devenu, au prix d’un déplacement significatif, La Méditerranée et le
monde méditerranéen à l’époque de Philippe II, il a, dès cette date, choisi le monde lui-même,
et non le seul Empire espagnol, comme thème de son prochain livre : pour saisir le monde
et en analyser la dynamique entre XVe et XVIIIe siècle, c’est le capitalisme qui lui apparaît
alors comme la meilleure clef.

BIBLIOGRAPHIE

Bibliographie
BAILLE, Suzanne, Fernand BRAUDEL et Robert PHILIPPE, Le monde actuel. Histoire et civilisations, Paris,
Belin, 1963.

BRAUDEL, Fernand, La Méditerranée et le monde méditerranéen à l’époque de Philippe II [1949], Paris,


Armand Colin (2e éd.), 1966.
— Civilisation matérielle et capitalisme, Paris, Armand Colin, 1967.
— Écrits sur l’histoire, Paris, Flammarion, 1969.
— Civilisation matérielle, économie et capitalisme (XVe-XVIIIe siècle), [3 vol.], t. I : Les structures du
quotidien ; t. II : Les jeux de l’échange ; t. III : Le temps du monde, Paris, Armand Colin, 1979.
— L’identité de la France (2 vol.), t. I ; Espace et histoire ; t. II : Les hommes et les choses, Paris, Arthaud-
Flammarion, 1986.
57

— Grammaire des civilisations, Paris, Arthaud, 1987 (rééd. de la contribution de Braudel à Le monde
actuel. Histoire et civilisations, Paris, Belin, 1963, cité plus haut).
— Le modèle italien, Paris, Arthaud, 1989 (original français de la conclusion de la Storia d’Italia,
Turin, Einaudi, t. II, 1974, rééd. en ouvrage séparé, Il secando Rinascimento. Due secoli e tre Italie,
Turin, Einaudi, 1986).
— Écrits sur l’histoire II, Paris, Arthaud, 1990.
— Les écrits de Fernand Braudel (2 vol.), t. I : Autour de la Méditerranée, Paris, Éditions de Fallois,
1996 ; t. II : Les ambitions de l’histoire, Paris, Éditions de Fallois, 1997.
— Les mémoires de la Méditerranée, Paris, Éditions de Fallois, 1998.

BRAUDE L, Fernand, et Ruggiero ROMANO, Navires et marchandises à l’entrée du port de Livourne


(1547-1611), Paris, Armand Colin, 1951.

BRAUDEL, Fernand (éd.), L’Europe, Paris, Arts et Métiers Graphiques, 1982,


— La Méditerranée (2 vol.), t. I : L’espace et l’histoire ; t. II : Les hommes et l’héritage, Paris, Arts et
Métiers Graphiques, 1977-1978.

NOTES
1. Édition de 1949, pp. 716-718.
2. Les écrits, I, 1996.
3. Ibid., pp. 159-170.
4. Ibid., pp. 168-169.

RÉSUMÉS
L’article propose une réflexion sur la structure de l’œuvre de Fernand Braudel qui, articulée en
trois livres, La Méditerranée, Civilisation matérielle, économie et capitalisme, L’identité de la France, se
déploie sur près d’un demi-siècle et qui se constitue de trois projets historiques similaires mais
distincts. M. Aymard en montre l’unité et la progression analysant les variations des concepts
d’espace et de temps, auxquels F. Braudel a eu recours. Réinscrivant ses autres écrits comme
autant de jonctions entre ces trois ouvrages majeurs, M. Aymard souligne que F. Braudel reste,
malgré tout, l’auteur de La Méditerranée, dont le succès public, à partir des années 1970, avait été
précédé d’une réception attentive par les milieux scientifiques internationaux, notamment
espagnols. C’est à partir de l’Espagne et des archives de Simancas que Braudel avait mûri sa
recherche qui, débordant le cadre ibérique, a eu la géniale intuition d’embrasser la Méditerranée
dans son ensemble

This article presents a discussion of the structure of Fernand Braudel’s work, as represented by
three books: La Méditerranée, Civilisation matérielle, économie et capitalisme, and L’identité de la France.
This corpus, written over a period of about fifty years, constitutes a project at once unique and
differentiated. M. Aymard seeks to show its unity and its diversity through an analysis of the
concepts of space and time developed by Fernand Braudel. The author places Braudel’s other
works within the triptych of the three great productions, but at the same time he stresses that
Fernand Braudel was after all the author of La Méditerranée, a book which had already been well
58

received by the international scientific community, particularly the Spanish community, before
it achieved publishing success in the seventies. Indeed it was in Spain –specifically the National
Archive at Simancas– that Fernand Braudel considered his task as a researcher and had the
brilliant inspiration of extending it to the entire Mediterranean world

El presente artículo propone una reflexión acerca de la estructura de la obra de Fernand Braudel,
articulada en tres libros: La Méditerranée, Civilisation matérielle, économie et capitalisme, y L’identité de
la France. Esta obra que se extiende a lo largo de unos cincuenta años constituye un proyecto
único y al mismo tiempo distinto. M. Aymard se propone mostrar su unidad y su diversidad
partiendo del análisis de los conceptos de espacio y tiempo forjados por Fernand Braudel. Aunque
el autor inscriba las otras obras del historiador francés dentro del tríptico de las obras mayores,
subraya que Fernand Braudel sigue siendo, al fin y al cabo, el autor de La Méditerranée, un libro
cuyo éxito editorial a partir de la década de los años setenta había estado precedido por una
buena aceptación en la comunidad científica internacional, en especial la española. Fue en
España, concretamente en el Archivo de Simancas, donde meditó Fernand Braudel su labor de
investigador y tuvo la genial idea de ampliarla al mundo del Mediterráneo

AUTEUR
MAURICE AYMARD
École des Hautes Études en Sciences Sociales, Paris
59

François Furet
François Furet
François Furet

Mona Ozouf

1 Présenter l’œuvre de François Furet n’est pas une entreprise simple. Il n’est pas de ces
auteurs dont l’œuvre est un monument pieusement fréquenté et unanimement célébré.
Dès l’origine, ses livres ont été entourés d’une vive polémique dans les milieux
universitaires, et bien au-delà. Cette polémique, grossissante et simplifiante comme elles
le sont toutes, est le produit du triple pas de côté opéré par Furet par rapport au moment
historiographique : alors que les historiens de sa génération privilégiaient la longue
durée, lui choisit de s’attacher à dix petites années convulsives de notre histoire, et c’est
cette étiquette – historien de la Révolution française – qui fait sa notoriété ; alors que le
récit de ces dix années était fixé dans une interprétation quasi canonique, il la bouleverse
profondément, et sans prudence académique excessive ; alors que l’école à laquelle il se
rattachait institutionnellement était celle des Annales et de l’histoire sociale, il choisit de
mettre l’accent sur une histoire politique tenue pour désuète et superficielle. C’est de la
polémique née de ce triple écart qu’il faut partir. Peut-on réduire l’œuvre de François
Furet à l’histoire de la Révolution française ? Peut-on, à l’intérieur de cette histoire, en
faire le héraut d’un combat mené contre l’historiographie dite, selon les cas, « marxiste »
ou, plus exactement, « jacobine » de la Révolution ? Peut-on enfin identifier François
Furet à un choix méthodologique, qui privilégierait l’histoire politique et illustrerait
l’adage voltairien selon lequel les idées mènent le monde ? Je me propose d’examiner
chacune de ces assertions, pour en mesurer le bien-fondé, la corriger parfois, la nuancer
toujours.

Diversité et ouverture
2 Pour commencer, il faut redresser l’image d’un François Furet enfermé dans une
spécialité étroite, la Révolution française, et rappeler la diversité et l’ouverture de ses
intérêts, ce qu’un simple coup d’œil sur sa bibliographie suffit à établir. Au cours de ses
recherches, il a croisé bon nombre d’objets. La thèse qu’il avait entreprise, puis
60

abandonnée, portait sur la bourgeoisie parisienne au siècle des Lumières, et il en reste


quelque chose dans ce qu’il écrit avec Adeline Daumard sur les structures sociales à Paris
au milieu du XVIIIe siècle1. Au fil des années, il s’est intéressé au profit industriel au XIXe
siècle2, au commerce des livres au XVIIIe siècle3, à l’alphabétisation des Français de Calvin
à Jules Ferry4, à la répartition des grandes forces politiques en France. Si on abandonne
maintenant les livres pour passer à ses très nombreux articles, on s’aperçoit qu’il s’est
interrogé sur l’Amérique, sur l’État d’Israël, sur la naissance de la discipline historique,
sur l’histoire quantitative et la construction du fait historique, sur les rapports de
l’histoire et de l’ethnologie. Le phénomène terroriste, l’idée communiste l’ont longtemps
occupé. C’est dire qu’il y a dans l’œuvre bien d’autres textes que ceux qu’il a consacrés à
la Révolution française.
3 On comprend, bien entendu, que ce soient ces livres-là qui aient fait sa notoriété 5,
puisqu’ils touchent au problème le plus névralgique de notre histoire nationale. On peut
donc maintenir l’image d’un François Furet historien de la Révolution. Mais à deux
conditions : la première, c’est qu’on se garde de faire de la Révolution française cet
événement disruptif, singulier, dramatique, qui inspirait à Fernand Braudel de dissuader
les jeunes historiens en mal de sujet de thèse de faire ce choix qu’il trouvait étroit, et
passablement niais. Ce qui a intéressé Furet dans l’objet « Révolution Française », c’est en
réalité tout un cycle révolutionnaire : en amont, un long XVIIIe siècle qui manifeste, venu
de très loin, un basculement de l’ordre du monde. Il était convaincu que la Révolution
rend visible, bien plus qu’elle ne fait surgir, quelque chose qui est déjà accompli : un
processus de désacralisation depuis longtemps engagé, obscurément à l’œuvre en dehors
de tout paroxysme révolutionnaire, et marqué par l’immense ambition des hommes de se
réapproprier ce qui, pendant si longtemps, avait été au pouvoir de Dieu. D’autre part, en
aval, il se représentait un XIXe, peut-être même un XXe siècle, qui n’en finissent pas de
dérouler les conséquences de la Révolution : car la nation française oscille en permanence
entre l’impératif de terminer la Révolution et celui de la relancer, et ne parvient pas à
enraciner les principes qu’elle professe dans des institutions stables. La Révolution peut
bien, en effet, inventer une société neuve, elle ne parvient pas à se donner une
Constitution durable. Et elle inaugure un vertigineux répertoire politique, monarchie
constitutionnelle, république, empire, monarchie, puis république encore et de nouveau
empire, qui tout au long du XIXe siècle « redonne », comme on dit au théâtre, et sur un
tempo haletant, les formes politiques essayées pendant la Révolution.
4 Historien donc, non d’un événement singulier, mais d’une nation révolutionnaire. Et, par
ailleurs, historien qui ne limite pas ses curiosités à une nation particulière. Car la seconde
condition, pour faire de François Furet un historien de la Révolution, est d’abandonner
l’épithète, qui enferme dans l’hexagone le sens de la Révolution. On voit Furet, en effet,
envisager toujours l’événement sous l’angle comparatif. Lorsqu’il choisit l’Angleterre
comme point de comparaison, il souligne que rien dans la Révolution française ne
rappelle l’idée et la pratique anglaises d’un compromis entre deux souverainetés : la
Révolution française n’est jamais modérée et, d’emblée, n’a que mépris pour l’équilibre
des pouvoirs. Lorsqu’il choisit l’Amérique, c’est pour souligner que le voyage
transatlantique a permis aux Américains de vivre la rupture, non comme un bond
vertigineux vers un avenir indéterminé, mais comme le retour, une fois l’état social
aristocratique laissé loin derrière eux, à une histoire et des valeurs originaires : ce que les
Français, qui forgent l’idée d’un Ancien Régime définitivement répudié, ne peuvent même
pas imaginer. Cette comparaison permet à Furet de mieux comprendre quelle a été la
61

nature de l’idée française de révolution et quel a été son destin. D’un côté son succès :
comme elle ouvre un avenir illimité, chaque génération peut y loger une espérance
fraîche, capable de survivre à toutes les expériences. De l’autre son échec : elle vit de
l’illusion d’une rupture alors qu’aucun peuple ne peut briser avec son passé, ce que
montrent assez les démentis que lui inflige le cours de l’histoire.
5 Ce que gagne l’historien à cette ouverture de la réflexion, c’est de voir la Révolution
comme un révélateur de tous les grands problèmes de la démocratie moderne : la
déchirure du lien social traditionnel, le caractère fragile du nouvel ordre politique, la
tension entre les droits universels de l’homme et la communauté nationale, le
constructivisme qui anime la société moderne, la dynamique de l’égalité : l’œuvre traite
de la Révolution comme du patrimoine politique de l’Europe, et même, au XXe siècle, du
monde entier. On comprend mieux alors pourquoi Furet est passé de l’étude de la
Révolution française à celle de la révolution de 1917 : celle-ci a paru accomplir la
révolution sociale dont Marx avait prophétisé qu’elle succéderait à la révolution politique
des Français, et cette révolution à recommencer à partir d’une expérience inachevée a
nourri les sympathies de toute la gauche européenne. Mais surtout, François Furet trouve
en l’une et en l’autre des objets privilégiés pour traiter les grandes questions de sa vie :
comment surgit chez les hommes l’extravagant projet de refaire de fond en comble le
Contrat social ? Pourquoi la liberté matinale des révolutions tourne-t-elle si vite en un
crépuscule meurtrier ? Comment enfin les idéologies condamnées résistent-elles aux
démentis que la réalité leur inflige ? D’un bout à l’autre de son œuvre, on voit ainsi Furet
passer de la Révolution française, tragédie greffée sur une espérance, à l’illusion
communiste, espérance greffée sur une tragédie, en parcourant dans l’intervalle toutes
les incarnations de la passion révolutionnaire.

La polémique avec l’historiographie jacobine


6 J’en viens tout de suite maintenant, et pour ne pas quitter la Révolution, à une autre
manière quelque peu réductrice de présenter l’œuvre, et qui est son identification à la
polémique menée avec l’historiographie dite, selon les cas, « marxiste » ou, plus
justement, « jacobine » de la Révolution française, longtemps dominante en France. Si
dominante que le premier livre de François Furet sur la Révolution, écrit en collaboration
avec Denis Richet, et qui était un livre d’inspiration encore très labroussienne – la
Révolution française y est toujours dotée d’une imparable nécessité historique – ce livre
donc a immédiatement suscité l’hostilité violente de l’établissement universitaire.
Violence bénéfique : elle a contraint Furet à préciser ses idées : à aggraver son cas, pour
certains, à mieux le plaider, pour d’autres.
7 L’interprétation que Furet propose de la Révolution est d’abord un refus : un
renoncement à l’idée selon laquelle la Révolution est le produit d’une stratégie de classe,
destinée à installer la bourgeoisie au pouvoir. La Révolution selon lui ne peut être dite
« bourgeoise » au sens de Marx – qui a été aussi celui des historiens de la Restauration –
car la bourgeoisie qui fait 89, et dont elle n’est du reste pas l’acteur unique, est
massivement composée de praticiens du droit, avocats, juges et procureurs : des
bourgeois sans doute, mais au sens ancien du terme et qui ne sont nullement porteurs
d’un développement capitaliste. Par ailleurs, si la Révolution française est tout uniment
l’avènement de la société bourgeoise, thèse commune aux libéraux et à Marx, le problème
est de résoudre l’énigme que voici : comment une même classe peut-elle produire à la fois
62

Mirabeau et la monarchie constitutionnelle, Robespierre et la dictature jacobine, Barras


et la République thermidorienne, Bonaparte et le despotisme de l’État centralisé ? Chemin
faisant, Furet rompt aussi avec une autre idée, proprement marxiste celle-ci, qui voit
cette Révolution bourgeoise grosse d’une révolution à venir, celle du prolétariat,
authentiquement émancipatrice : idée qui a eu l’avantage paradoxal, pour
l’historiographie dominante, d’intégrer à la Révolution bourgeoise l’épisode terroriste de
la Révolution française, à l’évidence le moins bourgeois.
8 Ce découplage de la Révolution et de la classe sociale amène Furet à substituer à la
définition de la Révolution comme geste de la bourgeoisie sa propre définition : la
Révolution comme monde des individus autonomes, qui se proposent de reconstruire la
cité sur des volontés libres en brisant avec leur tradition. Et elle entraîne de multiples
conséquences, dont chacune a fait l’objet d’un véhément débat. Je n’en retiendrai que
quelques exemples.

Révolution et fondation

9 Définir la Révolution comme la fondation conventionnelle de la société à partir de la


raison et de la volonté a pour effet de ne plus permettre le partage de la Révolution entre
une phase libérale et une phase illibérale ; distinction – pourtant exacte au niveau des
faits, puisque la suspension du droit succède à la Déclaration des droits – que Furet du
reste maintenait dans ses premiers écrits, et qu’il n’a cessé ensuite d’amoindrir. Car dans
les écrits de la maturité, la Révolution française n’est jamais une révolution modérée : dès
l’origine, les hommes de la Révolution méprisent la théorie des contre-forces, qu’ils
associent à la fois à l’aristocratie et à l’empirisme à l’anglaise, deux monstres à leurs yeux.
La Révolution n’est jamais vraiment une monarchie constitutionnelle, mais une
république au pouvoir législatif tout-puissant, où on a seulement récupéré l’ancien roi en
simple délégué de l’Assemblée. Elle comporte de ce fait dès l’origine une vision
hyperbolique de la souveraineté du peuple empruntée à l’absolutisme et des éléments
potentiellement dangereux pour la liberté.

Une interprétation nouvelle de la Terreur

10 Ceci entraîne évidemment une interprétation nouvelle de la Terreur, en laquelle François


Furet refuse de voir le pur produit des circonstances et la riposte improvisée, haletante et
nécessaire aux ennemis de la Révolution. Pour Furet, les circonstances de la radicalisation
révolutionnaire existent bien, notamment la guerre étrangère, avec son cortège de
pulsions et de peurs, et le conflit religieux. Mais d’une part, il refuse de confondre
l’inévitable violence révolutionnaire, née de l’insurrection populaire, avec la Terreur :
celle-ci est un système politique, exercé par un État au nom d’une nécessité historique,
qui comporte ses appareils institutionnels, le Tribunal révolutionnaire, ses lois spéciales
qui définissent les suspects et les privent de tous moyens de défense. Bref, la Terreur est
un régime de violence imposé de haut en bas. Or, tout ce que Furet écrit de la Terreur
montre que ce système s’est installé peu à peu sur une vue manichéenne du monde
politique, sur une impossibilité de penser l’adversaire politique en d’autres termes que
ceux du complot et de la guerre, et sur une foi presque magique dans le volontarisme
politique ; c’est-à-dire sur la croyance fondamentale que la politique peut changer de
fond en comble et instantanément la société si l’État recourt suffisamment à la violence.
63

Autrement dit, s’il y a bien entendu des circonstances qui radicalisent le conflit, elles
brodent sur des raisons de fond : l’intolérance idéologique inséparable des entreprises qui
prétendent briser avec le passé, l’incapacité d’organiser le pluralisme politique, la
propension à faire de la politique une guerre.

Individu et histoire

11 Si la Révolution enfin n’exprime plus une nécessité de l’histoire, son surgissement


retrouve son caractère énigmatique et rend aux acteurs leur initiative historique. Furet
est donc amené à accentuer au fil de ses textes le rôle des individus dans l’histoire et de
plus en plus à mesure qu’il aborde l’histoire contemporaine. Comment entrer dans
l’histoire du XXe siècle sans Mussolini, Hitler, Staline, les personnalités monstrueuses qui
l’ont marqué ? Comment comprendre l’improbable existence de l’État d’Israël sans la
volonté fabuleuse d’individualités visionnaires ?
12 En suivant Furet dans quelques-unes des conséquences de ses analyses, j’ai été amenée à
plusieurs reprises à souligner une évolution de sa pensée, de son livre de 1965 – le
premier sur la Révolution – au livre médian de 1977 Penser la Révolution, et aux textes du
bicentenaire. On constate par exemple que la thèse, un brin péremptoire, soutenue dans
Penser la Révolution6 est qu’il faut choisir entre pratiquer une histoire critique à la
Tocqueville ou bien une histoire fusionnelle à la Michelet. Dans les écrits ultérieurs, Furet
a redécouvert Michelet, auquel il accorde d’avoir mieux compris que quiconque le
caractère illimité de cette souveraineté royale qui se transmet de l’Ancien Régime à la
Révolution, et rendu toute la charge symbolique du procès du roi. Mais cette évolution ne
reflète rien d’autre que le travail de celui qui ne cesse de creuser son sujet et de se
critiquer lui-même.
13 On pourrait en dire autant du travail de reformulation par Furet de ses propres sentences,
y compris de celles qui ont fait sa notoriété. « La Révolution est terminée », cela voulait
dans un premier temps dire que les résultats de la Révolution avaient été acceptés et
intégrés en France d’un bout à l’autre de l’éventail politique. Dans un second temps,
l’accent est plutôt mis sur la manière dont ces résultats ne cessent d’être retravaillés par
la société française : un processus, davantage qu’un constat.
14 Mais l’évolution la plus flagrante, et aussi la plus problématique, est celle qui a conduit
François Furet à réévaluer la parole réfléchie des acteurs. Dans Penser la Révolution, Furet
soutenait, de façon assez convenue, que le principal devoir de l’historien de la Révolution
était de garder ses distances par rapport à l’interprétation que les acteurs donnent eux-
mêmes de l’événement, attitude soupçonneuse qui garantit son indépendance et
décourage une identification qui a été ruineuse pour l’historiographie révolutionnaire. En
effet, alors que l’historien des temps mérovingiens, par exemple, peut paisiblement
entamer ses recherches sans dévoiler ses appartenances, l’historien de la Révolution est
sommé de décliner ses préférences partisanes avant même de se mettre au travail. Mais
dans les années qui ont suivi, on a vu Furet accorder de plus en plus de place à la manière
dont les contemporains ont pensé et exprimé ce qu’ils étaient en train de faire et aux
termes dans lesquels ils ont formulé leurs questions, restées jusqu’à nos jours des
questions essentielles. Pour le dire autrement, le témoignage des acteurs, sans être tenu
pour autant pour une conscience claire, lui paraît devenu digne d’une écoute confiante :
Furet va même jusqu’à soutenir que la Révolution est probablement
64

La période de l’histoire où il est le plus trompeur de faire abstraction des intentions


et des idées des acteurs pour analyser ce qu’ils ont fait.
15 Singularité qui s’explique par l’investissement des hommes de 89 sur la fondation
conventionnelle de la société. Dans Penser la Révolution, les hommes faisaient l’histoire
sans savoir qu’ils la faisaient. Dans les textes du bicentenaire, ils font l’histoire en
sachant, sinon tout, du moins beaucoup de ce qu’ils font. Il est clair qu’avec ce beaucoup,
qui n’est pas tout, mais qui n’est pas rien, on est entré dans un dosage subtil où comptent
l’intelligence et l’art de l’historien, mais qui est aussi toujours contestable puisqu’il est
ouvert à toutes les évaluations et autorise une relance infinie des interprétations.

Quelle histoire politique ?


16 Et ceci m’amène à mon troisième point : la préférence de plus en plus affirmée de Furet
pour une histoire politique. Son grand livre sur le XIXe siècle, dont le titre emblématique
est La Révolution7, comme son livre sur le XXe siècle, Le passé d’une illusion8, négligent des
pans entiers de l’histoire : rien sur l’histoire économique, rien sur l’histoire des sciences,
rien sur la société comme telle. De là, une image de Furet triplement iconoclaste : le
pourfendeur de l’histoire sociale, le pratiquant d’une histoire abstraite des idées, le
militant de l’analyse politique et idéologique comme instance majeure de l’histoire : trois
points sur lesquels je voudrais revenir brièvement
17 A-t-il été un pourfendeur de l’histoire sociale ? Il l’a, il faut s’en souvenir, illustrée lui-
même, jusque dans les domaines réputés les plus réfractaires à l’histoire sociale :
l’ouvrage qu’il a consacré à la diffusion du livre dans la France des Lumières, Livre et
société9, traite le livre, au rebours de la tradition littéraire et de l’individualisme
romantique, comme une marchandise qui s’ordonne à la demande sociale. L’ouvrage
consacré à l’alphabétisation des Français10 ne donne à la volonté politique qu’un rôle
mineur dans les progrès de l’alphabétisation, eux aussi gouvernés par la demande sociale.
La critique de l’histoire sociale ne porte donc chez lui que sur un point précis : quand on
choisit – comme c’est le cas dans ses derniers textes – d’étudier une idéologie, la causalité
sociale est de peu d’intérêt : le communisme n’a jamais été l’expression des intérêts des
travailleurs, pas plus que le libéralisme n’est l’expression de la bourgeoisie ou le fascisme
la création du grand capital. On ne peut, à partir d’une classe ou d’un quelconque calcul
rationnel, comprendre l’illusion communiste – travail mental qui consiste à croire en une
idée politique constamment démentie par le processus historique qui est pourtant censé
lui servir de preuve – illusion qui conduit les hommes et les femmes à contre-pente de
leurs instincts, de leurs intérêts, de leurs vies, illusion, enfin, qui, selon Furet, n’a pas
seulement accompagné l’histoire du communisme, mais l’a véritablement faite.
18 Chez Furet, donc, il n’y a pas d’agressivité méthodologique, même si le tranchant du
discours le donne par instants à croire. Le déni de telle méthode, ou de telle autorité, ne
doit jamais chez lui être sorti du contexte dans lequel il est inscrit. Il n’y a pas de refus de
Marx, dont la lecture continue de lui paraître indispensable pour l’étude du capitalisme. Il
n’y a pas de discrédit sans appel de l’histoire sociale, mais seulement l’idée qu’elle ne
saurait servira tout. De même qu’il n’y a pas d’explication monocausale, il n’y a pas de
méthode capable de fournir un modèle d’intelligibilité partout valable. Tout objet réclame
donc sa méthode, ce que Pascal, contre Descartes, nous avait déjà appris.
65

19 Reste sans doute une prédilection pour l’histoire politique, et Furet est de fait un de ceux
qui ont le plus contribué au retour en force de l’analyse politique dans l’historiographie
française. Mais de quelle histoire politique s’agit-il au juste ? Ce n’est pas une histoire
institutionnelle ; ce n’est pas l’histoire que pratiquait le positivisme, réduite à une mince
frange du personnel dirigeant. C’est une instance englobante : elle englobe l’histoire des
histoires de la Révolution, c’est-à-dire la sédimentation à travers laquelle l’objet
Révolution est perçu : une des contributions essentielles de François Furet à l’histoire de
la Révolution est d’avoir fait relire une historiographie du XIXe siècle, souvent jugée
dépassée et pourtant à la fois riche et conflictuelle, porteuse déjà des grandes questions
de notre temps. L’histoire politique telle que la conçoit Furet englobe aussi le social, car
c’est sur la scène déblayée à neuf par la Révolution que se déploient désormais les
oppositions sociales. Enfin, elle englobe les productions méditées de l’esprit, non à la
manière d’une histoire des idées qui couperait l’œuvre de ses racines et de ses
prolongements, mais avec l’espoir de comprendre comment elles deviennent tout à coup
agissantes.
20 Ceci amène à un dernier procès fait à François Furet : celui d’avoir été un partisan d’une
histoire abstraite des idées. Sur ce point, il n’y a, chez lui, pas non plus d’intolérance. Rien
ne permet mieux de répondre à cette critique rebattue que le texte de 1992 publié dans
les Annales 11 sur le rapport des concepts juridiques et de la conjoncture révolutionnaire,
en réponse à un texte de Michel Troper :Troper, en intégriste du concept, estime que
l’historien doit s’en tenir à la stricte formulation juridique. Furet lui répond brillamment
sur l’exemple de la Constituante, où les votes décisifs – ainsi celui sur les deux chambres –
ont toujours été dans la dépendance des circonstances concrètes du vote, où jouaient à la
fois la pression des tribunes et la force des entraînements collectifs. Il faut donc sans
cesse marier l’histoire des concepts constitutionnels et des hommes qui les imaginent à
celle des circonstances, des pratiques politiques, des représentations et des passions du
collectif. Et avec ce vocable, on perçoit aussi à quel point il est peu équitable de voir dans
l’histoire pratiquée par Furet une simple histoire des subjectivités. Dans le livre qu’il
consacre à l’illusion communiste, il n’a pas voulu étudier les seuls intellectuels. L’illusion
n’est pas propre aux hommes de plume et de pensée. Elle est beaucoup plus répandue. Les
hommes la puisent dans l’air du temps, où ils la trouvent sous toutes les formes possibles,
de la ferveur militante à l’idée vague d’un sens de l’histoire. Mais pour tous elle illustre le
caractère d’une époque où la politique est le lieu privilégié du partage entre le bien et le
mal. Elle est le centre même à partir duquel les hommes du XXe siècle ont imaginé leur
situation dans le monde.
21 Cela dit, le livre fait une place très large aux intellectuels, de même que les derniers écrits
sur la Révolution font la part de plus en plus belle aux portraits des acteurs. Pourquoi ?
C’est d’abord que ces hommes écrivent et laissent des témoignages. C’est aussi qu’ils
tirent leur pouvoir de leur capacité d’incarner les passions collectives. C’est enfin que
retracer leur itinéraire fournit à François Furet l’occasion d’exprimer un talent de plus en
plus éclatant au fur et à mesure que son œuvre se poursuit : celui qui consiste à saisir une
personnalité et à retracer un itinéraire intellectuel.
22 L’œuvre est ainsi semée de portraits inoubliables, souvent ramassés en une formule
décisive. Ouvrons Le Dictionnaire critique de la Révolution française 12. On y rencontre
Mirabeau :
Cet homme dispersé, intermittent, infidèle, vénal, qui saisit au vol la chance de sa
vie : devenir la voix de la nation nouvelle.
66

23 Barnave, jeune homme stendhalien :


Élégant, doué, aimable, et cachant sous sa grâce un coup d’œil clinique sur le
monde.
24 Et Bonaparte,
qui tire ce qu’il a de royal d’être un héros de la République.
25 Ouvrons Le passé d’une illusion13, pour y rencontrer Pierre Pascal, chrétien d’extrême-
gauche rallié à la République soviétique, témoin moral dégrisé par le mensonge organisé
du régime. George Lukács, presque heureux d’être en personne un souffre-douleur de
l’Union soviétique. Bernard Shaw, national-bolchevique improbable pour qui « Staline est
un bon Fabien. »
26 À travers tous ces portraits, on saisit aussi les préférences existentielles de François Furet.
Ce qui lui rend un personnage attachant, c’est le parcours agité, le destin atypique, le
grain de sable qui vient troubler la vie et la fait dériver vers un rivage inattendu.
Chateaubriand, qui réunit mille hommes en un, le fascine :
Trop catholique pour ce qu’il a de libéral, trop fidèle aux Bourbons pour ce qu’il
accepte de la Révolution, trop aristocratique pour ce qu’il a compris de l’inévitable
fin du milieu où il a vécu.
27 Il admire profondément Tocqueville et son ami Kergorlay14, qui, « nés dans un monde qui
a vécu la Révolution comme un crime et l’Empire comme une usurpation », ne sont restés
prisonniers ni des intérêts ni des préjugés de ce monde, et ont su marier la critique de la
société démocratique à son acceptation. On sent que François Furet les admire pour leur
capacité à dissocier leur intelligence et leurs sentiments, et à travers cette admiration, il
n’est pas interdit de lire aussi soit un autoportrait, soit un programme.
28 Le temps est venu, il me semble, de lire François Furet autrement que dans le miroir
déformant de la polémique. Et comme notre conjoncture politique et intellectuelle a
heureusement délogé la Révolution de sa position de fin ultime de l’histoire et amorti –
sans pour autant, ne rêvons pas, l’éteindre – l’humeur batailleuse des historiens, il paraît
évident que dans la laisse de ce flot agité, on verra mieux dans ses livres ce qui y a été
longtemps caché : l’ouverture des curiosités, l’éclat de l’écriture, l’ambition du propos
jointe à la modération de l’approche, et le combat mené moins contre l’illusion
communiste que contre l’illusion de la nécessité chez les historiens.

BIBLIOGRAPHIE

Bibliographie
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).
— Penser la Révolution, Paris, 1977.
— « Des aristocrates aux yeux grands ouverts », Le Nouvel Observateur ; 11 mars 1978.
67

— La Révolution, de Turgot à Jules Ferry (1770-1880), Paris, 1988 (cité F. FURET, De Turgot à Jules Ferry).
— « Concepts juridiques et conjoncture révolutionnaire », Annales ESC, 6, 1992, pp. 1185-1194 (cité
F. FURET, « Concepts juridiques »).
— Le passé d’une illusion, Paris, 1995.

FURET, François, et Jacques OZOUF (dir.), Lire et écrire. L’alphabétisation des Français de Calvin à Jules
Ferry (2 vol.), Paris, 1977 (cité F. FURET et J. OZOUF [dir.], Lire et écrire).

FURET, François, et Mona OZOUF (dir.), Dictionnaire critique de la Révolution française, Paris, 1988 (cité
F. FURET et M. OZOUF [dir.], Dictionnaire critiqué).

FURET, François, et Adeline DAUMARD, Structures et relations sociales à Paris au milieu du XVIIIe siècle,
Paris, collection « Cahiers des Annales » (18), 1961 (cité F. FURET et A. DAUMARD, Structures et
relations sociales).

FURET, François, Jean BOUVIER et Marcel GILLET, Le mouvement du profit en France au XIXe siècle, Paris -
La Haye, 1965 (cité F. FURET, J. BOUVIER et M. GILLET, Le mouvement du profit en France).

FURET, François, et Denis RICHET, La Révolution (2 vol.), [cité F. FURET et D. RICHET, La Révolution], t. I :
Des États Généraux au 9 thermidor, Paris, 1965 ; t. II : Du 9 thermidor au 18 brumaire, Paris, 1966.

NOTES
1. F. FURET et A. DAUMARD, Structures et relations sociales.
2. F. FURET, J. BOUVIER et M. GILLET, Le mouvement du profit en France.
3. F. FURET, Livre et société.
4. F. FURET et J. OZOUF (dit.), Lire et écrire.
5. F. FURET et D. RICHET, La Révolution ; F. FURET, Penser la Révolution ; F. FURET et M. OZOUF (dit.),
Dictionnaire critique.
6. F. FURET, Penser la Révolution.
7. F. FURET, De Turgot à Jules Ferry.
8. ID., Le passé d’une illusion.
9. ID., Livre et société.
10. F. FURET et J. OZOUF (dir.), Lire et écrire.
11. F. FURET, « Concepts juridiques »,
12. F. FURET et M, OZOUF (dit.), Dictionnaire critique.
13. F, FURET, Le passé d’une illusion.
14. ID., Des aristocrates aux yeux grands ouverts.

RÉSUMÉS
L’œuvre de François Furet a très tôt suscité des polémiques. Historien de la Révolution française,
attaché à la remise en cause de l’interprétation jacobine de celle-ci et privilégiant une lecture
politique de l’événement : cette définition de Furet, liée à la parution de son livre écrit avec Denis
Richet en 1965, est-elle valable une fois pour toutes ? À une image paradoxale et marginale de
68

François Furet, Mona Ozouf oppose une réinscription de son travail d’historien dans ses multiples
dimensions, à commencer par l’appréhension large de la Révolution, non comme un événement
limité chronologiquement, mais comme un cycle qui embrasserait notre contemporanéité. De là
sa plongée dans une histoire politique qui est autant une histoire intellectuelle qu’une
historiographie. De là aussi son combat pour éliminer l’illusion de la nécessité chez les historiens

The work of François Furet raised immediate controversy. As a historian of the French
Revolution he posited an anti-Jacobin interpretation of that world-shaking event and proposed a
political reading of it. But is this reading –which saw the light in 1965 with the publication of his
book in collaboration with Denis Richet– still valid today? Mona Ozouf s article ignores the
paradoxical –one might almost say marginal– image of François Furet and instead highlights the
various facets of the historian’s work: a broad understanding of the Revolution, not confined
solely to the study of an event in its own time-frame but opening up wider perspectives,
establishing a single historical cycle running right up to the present day. From this viewpoint
Furet proposed a deeper analysis of political history in a combination of historiography and
intellectual history that sought to eradicate the misleading concept of necessity from historical
discourse

La obra de François Furet fue de inmediato objeto de polémicas. Como historiador de la


Revolución francesa, propuso una reinterpretación de corte antijacobino de este acontecimiento
mayor de la historia, promoviendo una lectura política de la misma. Ahora bien, ¿es todavía
válida esta lectura que surgió a raíz de la publicación en 1965 de su libro escrito con Denis
Richet? En su ponencia Mona Ozouf se desentiende de la imagen paradójica e incluso marginal de
François Furet y propone subrayar la labor del historiador en sus diversas facetas: su
comprensión amplia de la Revolución que no se ciñe únicamente al estudio de un acontecimiento
limitado a su propia cronología sino que se ensancha y abre sus perspectivas hasta nuestro
presente, en un solo ciclo histórico. Desde esta perspectiva, Furet propone ahondar en la historia
política que se presenta conjuntamente como una historiografía y una historia intelectual en la
que destaca la voluntad de erradicar el concepto engañoso de necesidad en la reflexión de los
historiadores

AUTEUR
MONA OZOUF
École des Hautes Études en Sciences Sociales, Paris
69

La recepción de François Furet en


España
François Furet
La recepción de François Furet en España

Antonio Morales Moya

I
1 Recientemente, Mona Ozouf1 y René Rémond, en su discurso de ingreso en la Académie
française, han glosado la obra de Furet poniendo de relieve la amplitud de sus intereses
intelectuales y su libertad de espíritu, así como la evolución de su pensamiento y la
diversidad de sus elecciones metodológicas. Furet concibe la Historia como una empresa
intelectual –«C’est une histoire qui construit ses données à partir de questions conceptuellement
élaborées»–, escapa a todo determinismo y explora muy diversos campos: la alfabetización
y el aprendizaje de la lectura, con Jacques Ozouf, las estructuras sociales de París en el
siglo XVIII, las revoluciones en la Historia, los Estados Unidos, Israel... No cabe, por tanto,
reducirle a un estereotipo, identificándole
à un objet, la Révolution française, à un type d’histoire, l’analyse politique ; à une
polémique avec l’historiographie qu’on dit, assez étourdiment, « marxiste » de la
Révolution,
2 o más exactamente, con su interpretación «jacobina» (Mona Ozouf).Tal estereotipo,
extremadamente simplificador, aunque no falso, ha venido funcionando en ciertos medios
historiográficos y está en la raíz de la escasa influencia, por no decir el absoluto rechazo,
que las ideas de Furet han ejercido, o despertado, al menos hasta fechas recientes, entre
nosotros.
3 Los libros de Furet sólo parcialmente han sido vertidos al castellano: Pensar la Revolución
francesa; La Revolución francesa; La época de las revoluciones europeas con Louis Bergeron y
Reinhard Koselleck; Diccionario de la Revolución francesa codirigido con Mona Ozouf; La
democracia en Europa, con Ralf Dahrendorf y Bronislaw Geremek; El pasado de una ilusión.
Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX; El hombre romántico, con diversos autores;
70

Fascismo y comunismo, con Ernst Nolte. Furet, por tanto, es conocido especialmente como
historiador de la Revolución francesa y de la idea, o la «ilusión», comunista en el siglo XX 2
.

II
4 Es difícil ponderar el impacto que supuso el conocimiento del trabajo de Furet para quien,
a finales de los años setenta, elaboraba su tesis doctoral sobre la nobleza y su papel en el
Estado y en la sociedad española de la segunda mitad del siglo XVIII. En aquel momento,
la visión más influyente sobre dicho periodo, simplificando, mas, entiendo, no
deformando, podría resumirse de la siguiente forma.
5 El concepto de Revolución burguesa, entendido desde una perspectiva marxista, actuaba
como clave interpretativa de la historia contemporánea española. El pacto nobleza-
burguesía, vigente a lo largo del siglo XVIII, se rompe a partir del momento en que los
estamentos privilegiados, su propiedad, impiden la reproducción de un capital burgués
que, colapsado primero y perdido después el mercado americano, no puede orientarse a
inversiones industriales, dada la estrechez del mercado interior y la competencia
exterior. Se hacía necesario desvincular, desamortizar, romper, en fin, las trabas feudales.
6 Cortada la relación entre la época liberal y un siglo XVIII privado de su carácter de
antecedente inmediato, éste se despeña en una sima feudal: «feudalismo tardío», tal es el
término con el que se le designa. Desde esta perspectiva, la política de los gobiernos
ilustrados se consideraba, a despecho de algunas medidas progresistas, como orientada,
en definitiva, a consolidar la estructura económica feudal, a «lavar la cara» de la sociedad
estamental, a partir de un Estado inevitablemente dominado por la clase que tiene el
poder económico, la alta nobleza. Se llegaba incluso a negar la existencia del Estado antes
de los años 1830 del siglo XIX, convirtiendo el sistema político del absolutismo en una
«mera organización interna del grupo dominante». De aquí la continua calificación de la
política ilustrada como «tímida», sus avances son siempre «insuficientes»,
«contradictorios», las actitudes de sus hombres más representativos se califican, una y
otra vez, de «vacilantes» y «ambiguas», etc. Valga un ejemplo, por todos, formulado con
radicalidad:
La persistencia de los tópicos es un fenómeno realmente asombroso [...] Tal sucede
con las «reformas borbónicas» del siglo XVIII hispano, que sirven para explicarlo
todo o casi todo, a uno y otro lado del Atlántico, en España y en las Indias [...]. Lo
que ocurre es que cuando nos olvidamos de las «autoridades» y tratamos de
examinar los problemas con cierto distanciamiento del saber establecido, el
tinglado entero se viene abajo. Porque, ¿qué reformaron las tales reformas? De ellas
salió España a comienzos del siglo XIX, arruinada y convertida en una potencia de
tercera categoría, mientras que sus colonias americanas una vez emancipadas,
emprenderán una vida independiente en condiciones de inferioridad respecto a
como lo habían hecho las colonias inglesas del Norte y se verán condenadas a un
futuro de subdesarrollo y de dependencia. Para tales resultados no se precisan
reformas. Es difícil imaginar que las cosas hubieran ido peor sin ellas 3.
7 Muy distintas eran las conclusiones que se desprendían de mi propio trabajo. El Estado
español del siglo XVIII no parecía ser, ni por los hombres que ocupan los puestos de
poder, ni por la política desarrollada, un instrumento en manos de las clases, la nobleza y
el clero, que controlaban los medios de producción –la tierra muy especialmente– sino
que muestra una autonomía cierta. Puede así, hasta cierto punto –no opera en el vacío,
71

sino en una realidad social compleja– modelar esa sociedad y regular las relaciones entre
las clases sociales, de acuerdo con sus intereses, centrados en la consolidación y
fortalecimiento estatal, indispensables para el logro de la «felicidad» de los súbditos 4.
8 El Antiguo Régimen fue así socavado por el pensamiento y la política de la Ilustración. No
se trata de una simple crítica abstracta a los estamentos privilegiados, sino que, mediante
el descrédito o las limitaciones, se revisan las instituciones que les sirven de fundamento,
garantizando su reproducción: señoríos, mayorazgos y vinculaciones, perpetuidad de los
oficios públicos, descalificación jurídica y social de las actividades económicas,
exenciones tributarias, derechos jurisdiccionales, etc.5 Ideología y acción ilustradas que
van entrando en contradicción con los principios esenciales de Antiguo Régimen: Sáinz
Guerra, por ejemplo, muestra cómo los intentos de reformar la justicia absolutista habrán
de suponer perjuicios para los interesados, desde el momento en que la unidad
jurisdiccional era prácticamente imposible en una sociedad fundada en la desigualdad
jurídica de los súbditos6.O la incompatibilidad entre el patriotismo de nación/Estado y el
despotismo aún ilustrado, «puesto que no existe seguridad jurídica ni participación
alguna en las tareas orientadas a la felicidad pública», que se irá lentamente resolviendo,
«imperceptiblemente pasando» a un concepto de nación fundado en la ciudadanía7.
9 El reformismo ilustrado alcanzó un grado de «desarrollo estimable»8, precisando Artola
cómo las respuestas a la consulta efectuada al país por la Junta Central en el segundo
semestre de 1809, pondrán de relieve «la importancia de la obra doctrinal de la
Ilustración, definidora de un nuevo orden social que los hombres de 1809 no hicieron otra
cosa que adoptar»9. La recuperación de España en el siglo XVIII después de la «última
crisis» (Kamen) en el declinar castellano es indudable, mas es lo cierto que todo se
sustentaba en bases en extremo reducidas: un monarca «ilustrado» de administradores,
enfrentado a una sociedad inmersa, por obra de la Historia, en un mundo de valores ajeno
a la modernidad, y en la que la alta nobleza y la Iglesia tenían un enorme peso social y
económico. La crisis de fin de siglo, extremadamente compleja al conjugarse diversos
factores, patentiza el carácter precario del Estado de la Ilustración, carente tanto del
soporte burgués como del apoyo de un pueblo fácilmente manejable por los estamentos
privilegiados, sin contar con la trascendencia – la importancia que la personalidad del
monarca absoluto alcanzaba en el orden político tiende fácilmente a olvidarse– que
habría de tener el cambio de titular de la Corona. A partir de este momento, los
problemas que España tenía planteados10, difíciles, sin duda, pero que iban resolviéndose
en la que cabe considerar como la fase «quizá más sana y equilibrada de la Historia de
España» (Marías), entran en abierta crisis –política, moral, económica– hundiéndose todo
un mundo, trabajosamente construido, de logros y esperanzas, lleno también de
contradicciones11. Furet suponía entonces un apoyo inestimable tanto para justificar la
continuidad de los siglos XVIII y XIX, pues, lo ha recordado Mona Ozouf, «él recuperó el
gran problema del siglo XIX, el de la ruptura o continuidad con el Antiguo Régimen»,
como para establecer el verdadero carácter del Estado absoluto, cumplidor,
«especialmente en el siglo XVIII, de la tarea de dislocarla sociedad de órdenes». Al final de
esta concepción, claro es, estaba Tocqueville. A partir de Furet me interesé por la
publicística de la Revolución francesa que estaba modificando sustancialmente la
interpretación «jacobina». Como escribí en 1988,
La vinculación al concepto de Revolución burguesa supone, entiendo, un cierto
provincianismo en nuestra historiografía. Creo que es desde esta concepción como
puede explicarse el desconocimiento, más exactamente la hostilidad, hacia las
corrientes interpretativas de la Revolución francesa, que llevan ya circulando más
72

de treinta años, y que sólo ahora –me refiero a los dos o tres últimos meses–
empiezan a ser conocidas entre nosotros –siquiera Soboul siga siendo la referencia
ejemplar y Furet represente la «historiografía académica»–. Probablemente ha
venido operando un bloqueo ideológico, desde el momento en que uno de los
aspectos esenciales de aquellas es la crítica a esta idea de «Revolución burguesa». La
recepción de estas ya no tan nuevas orientaciones obligará, posiblemente, a ver con
una mirada distinta no poco de lo que sobre nuestro siglo XVIII se ha escrito en los
últimos años12.
10 En torno al Bicentenario de la Revolución publiqué algunos artículos13: «El concepto de
Revolución burguesa: una revisión historiográfica», «El recuerdo de la Revolución»,
«Interpretaciones de la Revolución francesa y su recepción en la historiografía española
actual», «La Revolución francesa», «Conmemorando la Revolución francesa», «Después
del bicentenario: libros recientes sobre la Revolución francesa». En ellos se daba cuenta
de los debates historiográficos y políticos que habían rodeado al Bicentenario, así como de
las interpretaciones adversas a la vulgata marxista y de su recepción en España. Era fácil
constatar, en este sentido, cómo en nuestros manuales universitarios la interpretación
«jacobina» predominaba abiertamente: fin del feudalismo, burguesía ascendente
enfrentada a la nobleza, alusiones mínimas a la contrarrevolución, trivialización o
explicación-justificación del Terror, etc. No muy distinto era el tratamiento que daban a
la Revolución los medios de comunicación más influyentes presentándose el debate
historiográfico como limitado a un ataque de «los políticos e intelectuales de derecha
[contra] los símbolos de la Revolución francesa». Soboul se nos muestra como un modelo
de historiador comprometido, enfrentado
desde hace casi tres décadas al academicismo conservador, del que F. Furet y D.
Richet son sus más notables representantes, que intentan minimizar la importancia
de la Revolución francesa. Posiblemente con el objetivo consciente o inconsciente
«que consiste en atacar a la revolución socialista y al materialismo histórico a
través de la Revolución francesa», etc.14
11 También publiqué una introducción a Los dioses tienen sed, de Anatole France y, junto con
Demetrio Castro, un librito de divulgación, Ayer y hoy de la Revolución francesa. Ahora sí, la
condena fue sumaria, sin apelación:
Aspirando a algo más [en relación con las publicaciones españolas en torno al
Bicentenario], pero desconociendo el tema (me resisto a pensar que en tanta
simplicidad puede haber malicia), ha habido, incluso, quien ha presentado como
tesis innovadoras en torno a la Revolución francesa, a aquellas cuyos argumentos
han sido revisados incluso por sus propios autores hace ya unos cuantos años 15.
12 Ciertamente en el mismo texto en el que figuraba la anterior crítica, también se hacía la
del Dictionnaire critique de la Révolution française, dirigido por Furet y Ozouf, en los
siguientes términos:
La carrera por publicar ha sido, ciertamente, estimulante; sin embargo ha
contribuido, en algunos casos, a truncar el rigor que exigen aquellas obras que se
pretenden de consulta, instrumentales o de gran síntesis. Así se explica la
publicación bajo el título de Dictionnaire critique [...] de una obra que no es
estrictamente un diccionario de la Revolución, y cuya amplitud crítica es como
mínimo dudosa16.

III
13 Lo que venimos exponiendo sólo puede entenderse en el clima intelectual de aquellos
años, en los que todavía estaba vivo el recuerdo de una dictadura que había tenido al
73

Partido Comunista como principal fuerza de oposición y en los que el debate


historiográfico estaba dominado por el problema de la transición del feudalismo al
capitalismo, un tema propio de la historiografía marxista preocupada por el tránsito de
una sociedad a otra. El debate había surgido en los años cuarenta, momento en que la idea
revolucionaria estaba viva y resurge y llega a nosotros en los sesenta, otra época histórica
en la que no pocos recuperaron la fe en una revolución, resultado inevitable de la lucha
de clases, que concentra el dinamismo histórico. Fueron en España los años del
franquismo tardío, en los que desde una concepción revolucionaria del cambio social, se
rechazaba el reformismo. ¿Qué joven profesor de Letras, cuántos estudiantes de
Humanidades, creían entonces en una sociedad susceptible de unos ciertos equilibrios
internos entre sus componentes? Y la posibilidad de un Estado burgués que no fuera
instrumento de opresión apenas se planteaba. Por entonces, muerto ya el dictador, visitó
España Solzhenitsin: un distinguido escritor le trató de payaso cuya vesania justificaba el
Gulag. Furet ha descrito un ambiente francés que, con matices y diferencias, también se
dio en España:
La agitación estudiantil produce, más que incondicionales de la revolución, una
vasta clase media, hija de la democratización universitaria y de las ideas de 1968. El
legado más importante de los «acontecimientos» ocurridos en la Sorbona, en la
Universidad Libre de Berlín, en la Escuela Normal Superior de Pisa y en Oxford, no
es el maoísmo ni el castro-guevarismo (estrellas efímeras), sino un nuevo
progresismo burgués, más difundido que el antiguo y con distinto acento. Los
estudiantes del 68 no tardaron en contemporizar con la publicidad, con el mercado
y con la sociedad de consumo, donde a menudo se hallan como peces en el agua,
como si sólo hubiesen denunciado sus taras para adaptarse mejor a ellas. No
obstante, se empeñan en conservar los beneficios intelectuales de la idea de
revolución en medio de su posición social. En sus autores predilectos –Marcuse,
Foucault, Althusser–, el totalitarismo sigue siendo exclusivamente el del orden
burgués. En vano buscaríamos en ellos un análisis crítico del «socialismo real» del
siglo XX17.
14 Volviendo sobre el ámbito historiográfico hispano, conviene resaltar algunos puntos. En
primer lugar, nuestra escasa aportación a la bibliografía sobre la Revolución francesa:
apenas si, con ocasión del Bicentenario, se tradujeron al francés los trabajos del jurista
García de Enterría –por lo demás, apenas citados por los historiadores españoles– sobre la
Revolución y la Administración Pública. En segundo término –ya se ha hecho referencia–
la tardía penetración de las corrientes interpretativas opuestas a la versión jacobina
tradicional: sólo a partir de 1989, la presión de la nueva historiografía, propulsada por las
conmemoraciones del Bicentenario, obligó a tenerlas en cuenta. No es fácil encontrar en
nuestras monografías citas de autores como Darnton, Sutherland, Sewell, Tulard, Doyle,
Colin Jones, Hunt, Baker, Hufton, Hugonnet, Gusdorf... y las referencias, cuando existen,
suelen ser negativas. Después, hay que mencionar la actividad del Centre d’Estudis de la
Revolució Francesa i les Guerres napoleoniques y del Grup d’Historia Comparada de
l’Europa Moderna (GHCEM), de la Universidad Autónoma de Barcelona. Sus miembros se
adscriben, entiendo, a la «corriente verdaderamente científica de los estudios sobre la
Revolución», con su grandes maestros –Aulard, Mathiez, Lefebvre, Labrousse, Soboul,
Rude, Vovelle…– que llegó a ser
una auténtica locomotora de la historiografía tanto en el terreno de la renovación
metodológica, como en el de la ampliación de los campos temáticos del análisis
histórico18.
74

15 En frente está la que consideran escuela «revisionista», vinculada especialmente a Richet


y Furet, autor de La Revolución francesa (1770-1880) –para Lluís Roura, gran obra, con
comillas– cuyo «éxito editorial» se explica por
la agudeza y capacidad inquisitiva del autor [...] por lo menos tanto como por el
apoyo de los medios de comunicación19.
16 La opción «jacobina» del GHCEM –y su concepto de democracia– se manifiestan
claramente en el libro, editado por Ll. Roura e I. Castells, Revolución y democracia. El
jacobinismo europeo. Leemos:
Aunque han pasado doscientos años de la revolución jacobina y del inicio de la
democracia moderna, probablemente convenga todavía recordar un abecedario
como el que difundió en el año II el citado Alphabet républicain [...] Especialmente en
unos momentos en que Europa entera se agita entre grandes aspiraciones y
dramáticas realidades [...] y cuando éstas nos alertan de la facilidad con que todavía
se puede perder el norte20.
17 El jacobinismo, irreductible, ciertamente, «a un paradigma fijo e inmutable», alcanza su
máxima expresión en el «jacobinismo-robespierrista o maximalista»,
la plasmación más pura y típica de los ideales de la Revolución francesa, que
aspiraba, en su lucha contra el absolutismo, a crear una sociedad fundada sobre la
libertad y la igualdad21.
18 El jacobinismo, que está en el origen de la democracia moderna, busca «la identificación
entre el Estado y la sociedad»22; concibe la política
como una gran empresa de educación pública y nacional, con vista a que el interés
general se confundiera con el interés particular, excluyendo el individualismo
egoísta en beneficio de un reconocimiento mutuo que evitara todo recurso a la
fuerza coactiva;
19 y fundaba su legitimación, no en «la mayoría numérica» o en
la política de intereses, sino en los principios éticos de carácter universal. La
democracia verdadera sería una democracia virtuosa, con lo que reivindicaban una
legitimidad moral, frente a la legitimidad formal de la doctrina liberal.
20 Tratando de «evitar a toda costa la existencia en el Estado de poderes autónomos», el
Terror deviene conclusión lógica,
puede decirse que era una consecuencia llevada al extremo, de esta búsqueda de
identificación entre Pueblo y Gobierno, a fin de evitar la escisión entre ambos.
21 El Terror, «sin olvidar el peso de la contrarrevolución y la guerra», debe analizarse
en todos sus parámetros, porque surgió inmerso en un proyecto de sociedad
igualitaria, reconciliada con ella misma y regenerada, que permitiera llevar a
término una política de redistribución de bienes, educación generalizada y de
eliminación de los corrompidos.
22 En definitiva, en el jacobinismo de la Revolución francesa, cuya grandeza moral se exalta,
está el origen del liberalismo de izquierdas, en suma, de la democracia, teniendo como
divisas la libertad y la virtud:
23 Kilos no querían que la Revolución del Tercer Estado degenerase en un nuevo orden al
servicio de los intereses económicos y del egoísmo de los burgueses, sino que entendían la
Revolución como instauración de la moral del ciudadano.
24 En esta concepción, verdadera «interpretación moral de la Revolución francesa», está «la
fundación de la democracia política»23.
75

IV
25 La obra de Furet habría de suponer un ataque frontal a ideas y conceptos firmemente
arraigados en una cierta cultura progresista de los años setenta y ochenta.
26 Ataque, en primer lugar, a la idea comunista, pues entonces, como escribirá más tarde el
propio Furet,
La idea de una reforma [del sistema comunista] se encontraba por doquier desde
hacía un cuarto de siglo, y nutría de formas muy diversas un revisionismo activo
pero siempre respetuoso de la superioridad de principios del socialismo sobre el
capitalismo. Ni siquiera los enemigos del socialismo imaginaban que el régimen
soviético pudiera desaparecer y que la Revolución de Octubre pudiese ser
«borrada», y menos aún que esa ruptura pudiese originarse en ciertas iniciativas
del partido único en el poder24
27 Para Furet, él mismo subrayará su diferencia en este punto con Vovelle, –quien considera
la Revolución rusa continuación de la Revolución francesa– aquella no es sino una ilusión
que ha durado setenta años y que hay que darla ya por fracasada25. Dicho de otra forma:
frente a la ilusión cristiana, independiente de la Historia y de lo terrenal, capaz, por tanto,
de sobrevivir a sus concretas encarnaciones,
La peculiaridad de la ilusión comunista, que la torna frágil, es que se trata de una
ilusión histórica encarnada en un territorio, hasta el punto de que cuando ese
territorio ha dejado de ser comunista la creencia ha muerto con él 26.
28 Tampoco se salva la idea socialista. La izquierda abandona la convicción de que la
Revolución democrática debe ser seguida necesariamente por otra revolución socialista o
comunista:
En las postrimerías del siglo xx, la Revolución francesa concluye [afirma Furet] al
crearse el adecuado, es decir, representativo, sistema de la democracia
parlamentaria.
29 Se produce justamente lo contrario:
La idea democrática se ha convertido en el porvenir de la idea socialista, e incluso
en el futuro mundo comunista. Contemplad lo que nos llega desde la URSS: el
mercado, los derechos del hombre, la democracia denunciada como formal durante
largo tiempo. Fin, por tanto, de la revolución a la francesa, es decir, de la creencia
colectiva en la gran noche, cuyo porvenir en las sociedades democráticas es harto
dudoso27.
30 Crítica del marxismo. El materialismo histórico alcanza su mayor esplendor intelectual en el
siglo en el que ha sido más reducida su capacidad de explicación. Incapacidad no sólo para
explicar la Revolución francesa, de donde el necesario recurso a Constant, Cochin y
Tocqueville, a fin de superar una conceptualización propia de los comunistas y del Frente
Popular, sino para explicar el fenómeno totalitario, al que tiene escaso sentido relacionar
con intereses o clases sociales:
Al menos desde Kronstadt, la dictadura del proletariado, según Lenin, ya no tiene
mucho que ver con la clase obrera, para no hablar siquiera de lo que vendrá
después. Tampoco el genocidio judío está inscrito en el programa del gran capital
alemán28.
31 Rechazo radical del jacobinismo. Después de recapitular las diversas significaciones que se
aplican en los siglos XIX y XX al adjetivo jacobino, F. Furet entresaca el común
denominador siguiente:
76

Sobre toda esta nebulosa de sentidos se alza siempre dominante la figura central de
la autoridad pública soberana e indivisible, dominando a la sociedad civil, lo cual,
después de todo no deja de ser una paradoja, si es verdad que la historia del Club de
los Jacobinos es la de una incesante usurpación de la Convención que estaba
legalmente investida de la soberanía del pueblo a través de la elección de
septiembre de 179229.
32 Más trascendente y anunciando los peores males del siglo XX –para Lenin, los
bolcheviques eran «los jacobinos de la revolución proletaria»–:
Los jacobinos de la etapa más significada constituyen el inicio de un tipo especial de
partido en la medida en que más que terreno de discusión, son el templo de la
ortodoxia.
33 De aquí se desprende
la unanimidad obligatoria, la enfermedad de la sospecha y los escrutinios
depuradores, así como la obsesión de ser el pueblo, el mandato imperativo a los
representantes elegidos y la usurpación de la soberanía nacional 30,
34 semejante a la political correctness:
Parte de una idea que pretende imponer a todos a través del sermoneo militante y
los fallos judiciales invocados como textos de filosofía moral. Al hacer esto, tiende a
rechazar el pluralismo de las opiniones y de las visiones del bien común que está en
la base de la sociedad moderna. En nombre de la autonomía absoluta de los
individuos y de su igualdad no menos absoluta en el disfrute de esa autonomía,
amenaza la libertad real de estos, les dice lo que hay que pensar y cómo hay que
actuar31.
35 Manejada de esta suerte, la idea democrática se vuelve contra sí misma. El jacobinismo, en
fin, a diferencia del liberalismo, su contrario, vendrá a ser «la versión despótica de la
democracia». No hay, pues, una «utopía liberal» en nuestro horizonte32.
36 Tampoco acepta François Furet la virtualidad explicativa del concepto de Revolución burguesa.
Acepta los conceptos de burguesía y de lucha de clases, pero no cree que la Revolución,
caracterizada por el nacimiento de la abstracción democrática, pueda definirse por el
advenimiento de la burguesía. En efecto, la verdadera Revolución es la de los diputados de
los Estados Generales y de la Asamblea legislativa, pertenecientes a las élites ilustradas de
los tres estamentos, preferentemente a la burguesía –una «burguesía de toga», según
Cobban, compuesta por antiguos funcionarios monárquicos, por abogados
independientes, etc., pero que incluía también a no pocos miembros de la nobleza y el
clero–, y que tratan de establecer en Francia una monarquía constitucional. El
movimiento campesino y las revueltas de los sans-culottes son movimientos sociales que
llevan a la Revolución a un auténtico dérapage. El Terror, la dictadura jacobina no serían,
así, el momento culminante de la revolución burguesa-capitalista, sino, por el contrario,
un periodo en el que una gran parte de la burguesía será perseguida y en el que fueron
combatidos, de hecho, los principios de una «transición al modo de producción
capitalista», tanto por medio de la preferencia manifestada por el Gobierno hacia los sans-
culottes –pequeños burgueses– y a sus aspiraciones social y económicamente retrógradas,
como a través de la parcelación forzosa de las propiedades rurales. Y en cuanto a la
ideología progresista de las Luces, ésta surge de las élites liberales de la nobleza tanto como
de las de la burguesía33. Revolución burguesa, un concepto que no refleja una realidad.
37 Furet, por último, afirma la conclusión de la Revolución: el final, no del ideal permanente
de una sociedad justa, sino de la idea de conseguir el poder para construirla. Tuvo un
primer término con la IIIa República y la síntesis realizada por Ferry y Gambetta y un
77

segundo a fines de los años 1970: rápido declive del Partido Comunista, abandono de la
idea nacional («¿cómo hacer comprender a un joven de hoy lo que fueron las campañas
napoleónicas o incluso la guerra del 14?»), fin del gaullismo y de cierta cultura de la
nación; consenso sobre una monarquía democrática («la elección de un presidente cada
siete años e incluso reelegirlo no se había visto desde hace doscientos años»), consejo
constitucional («la idea de una magistratura a cargo de la constitucionalidad de las
leyes»), término de la guerra religiosa («los franceses han acabado por reconocer, al
finalizar el siglo XX, que la religión es un asunto privado»). La izquierda, como ya se dijo,
deja de creer en la culminación de la democracia por el socialismo o el comunismo 34.

V
38 Inicialmente, las escasas críticas a Furet fueron extremadamente duras, dentro,
ciertamente, de un generalizado desconocimiento público, al que, sin duda, contribuyó el
carácter de «incorrección política» que aquellas críticas arrojaron sobre la obra del gran
historiador francés. Veamos algunas especialmente significativas. Entre las primeras –
marcó el tono– la de Josep Fontana:
En los últimos años se ha producido un ataque feroz contra la interpretación social
de la Revolución francesa considerada tradicionalmente como la lucha de una
burguesía ascendente contra el Antiguo Régimen, controlado por la aristocracia.
Esta interpretación (que no es sólo la de una cadena de historiadores que va de
Michelet a Soboul, pasando por Jaurès, Mathiez, Lefebvre, Labrousse, etc., sino la
enunciada por los propios actores y testigos de los hechos revolucionarios, como
Barnave), está siendo atacada desde dos frentes distintos. En la mayoría de los
casos, el ataque surge por pura y simple frivolidad intelectual, por fatiga ante la
permanencia de una vieja ortodoxia (tal sería, probablemente, el caso de Furet y
Richet, cuya síntesis, pretendidamente renovadora, ha podido ser calificada por C.
B. A. Behrens [...] con el siguiente comentario «Messrs. Furet and Richet’s French
Révolution hardly seems a book to take seriously»). La mayoría de los casos obedece a
ambas motivaciones35.
39 Más recientemente, el historiador catalán, adscribiendo a Furet a la corriente de los
Annales, criticará la «nouvelle histoire»; en la historiografía francesa del siglo XX, frente a la
corriente socialista que viene de Jaurès y que pasa por los grandes historiadores de la
revolución (Mathiez, Lefebvre, Soboul o Labrousse),
40 está la gente que integra hoy la escuela de Annales, tras la desaparición de Bloch y la
renuncia a cualquier veleidad marxistizante de Febvre –que se produjo, bueno es
recordarlo, en plena ocupación alemana.
41 No es, pues, una casualidad
que de un lado estén unos hombres que siguen reivindicando hoy la herencia de la
Revolución francesa y del otro, del de Annales, el bloque casi entero de sus
detractores. ¿Por qué no decir en lugar de «vieja» y «nueva historia», «historia
socialista» o «historia conservadora», que sería mucho más exacto? 36
42 En fin, resultan ejemplares las entrevistas realizadas en L’Avenç a Vovelle y a Furet por
Roura y Castells. Mientras la consagrada a Vovelle resulta admirativa y aquiescente, la
dedicada a Furet reviste muy distintos caracteres: se le inquiere acerca del carácter
«revisionista» de su obra, de su deseo de que no haya más revoluciones, de sus cambios de
criterio, de su recuperación de la historiografía conservadora, del carácter dogmático del
Diccionario, en fin, de si estaba a favor de la muerte, la absolución o el exilio de Luis XVI...
78

El que ya era uno de los grandes historiadores vivos contesta con cortesía, no exenta en
ocasiones de cierta dureza. Permanentemente tachado de «neoliberal» y de
«revisionista», afirmará lo ridículo de un término que establece una comparación con
algo que tendría la dignidad de una verdad constituida. La palabra «revisionismo» surgida
de la polémica de Bernstein/Kaustky a fines del siglo XIX, supone utilizar en las
discusiones científicas el vocabulario político procedente del mundo obrero: de un lado
hay una verdad, del otro la revisión de dicha verdad37.
43 Han cambiado mucho las circunstancias en los últimos años: no se perciben en el
horizonte del mundo actual alternativas factibles al liberalismo económico y a la
democracia política. El clima intelectual es muy diferente. H ay, señala Luciano Canfora,
una lógica simultaneidad entre el fracaso de los regímenes comunistas y las tendencias
críticas a las interpretaciones tradicionales de la Revolución francesa: es entonces cuando
se produce la corriente «revisionista» que, arrancando de la visión narrativa
«antiheróica» de la Revolución de Richard Cobb, culminará con Furet38. Robert Darnton
manifiesta, respecto de la Alemania del Este, donde se encontraba cuando escribía Édition
et sédition, que la verdadera causa –en paralelismo con la Francia revolucionaria– de la
revuelta popular fue «el desfondamiento de la legitimidad del Partido Comunista y de su
autoridad»39. Entre nosotros, el término «Revolución burguesa» como forma de
conceptualizar la transición del Antiguo Régimen al Régimen liberal parece muy
desvalorizado, estando lejos de despertar el apasionado interés y las vivas polémicas de
antaño. Incluso el propio concepto y sus implicaciones vienen siendo abiertamente
cuestionados. En último término, las limitaciones de un «jacobinismo» hispano –cuyo
ahistórico concepto de la democracia le hace excéntrico a cualquier debate actual y que
en ocasiones intenta, en expresión de Fuentes,
una especie de cuadratura de! círculo: la reconciliación entre una interpretación
projacobina de la Revolución francesa y una reivindicación historiográfica de los
derechos nacionales de Cataluña40–
44 hacen posible una circunstancia historiográfica mucho más permeable a la influencia de
Furet. Dos tesis doctorales leídas recientemente avalarían este probable cambio: La Real
Academia de la Historia (1738-1792), de Eva Velasco, leída en la Universidad Complutense y
Una visión descentralizada del jacobismo. La Sociedad Popular de Poitiers (1790-1795), de Azucena
Rodríguez, leída en la Universidad de Salamanca.
45 Consecuentemente, ha sido muy distinta la acogida, claramente positiva, al Furet
historiador de la idea comunista. El pasado de una ilusión fue comentado en El País (11 de
marzo de 1995) por Antonio López Campillo, antes de ser traducido, en términos
altamente elogiosos. Y la figura del gran historiador francés será objeto, con ocasión de su
muerte en 1997, de un tratamiento en la prensa respetuoso y admirativo. Algunos
artículos, además, han mostrado el auténtico pensamiento de Furet, lejos ya de las
simplificaciones descalificadoras de antaño. Escribe así Torres Fierro:
El voluntarismo marxista se propuso, entre otras tareas, remediar la alienación
económica provocada por el sistema capitalista. No lo logró. Pero, después del
derrumbe comunista, que cierra el ciclo histórico inaugurado por la Revolución
francesa, ¿no estamos acaso regresando a un nuevo voluntarismo emblemático que
hace del mercado un nuevo termómetro social y construye de paso otro fetiche? [...]
Furet tiene una única y modesta respuesta que debemos compartir: profundizar en
una democracia con vocación universal que, así como devoró a la utopía
revolucionaria, ponga frenos y contrafrenos al frenesí de un mercado que se quiere
todopoderoso y vuelva a situar en el centro de la acción a los ciudadanos 41.
79

46 Para concluir: hoy podemos entender el mensaje de Furet contenido en el final de El


pasado de una ilusión:
La democracia genera, por el sólo hecho de existir, la necesidad de un mundo
posterior a la burguesía y el capital, en que pudiese florecer una verdadera
comunidad humana42.
47 Más la experiencia histórica nos enseña cuales son los caminos equivocados para
alcanzarla: la vía «jacobiana», la vía comunista.

BIBLIOGRAFÍA

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NOTAS
1. Ver su contribución en este mismo coloquio, pp. 53-62.
2. Ver la bibliografía al final del artículo.
3. J. FONTANA LÁZARO, Prólogo a Comercio colonial y crisis, p. II.
4. A. MORALES MOYA, Poder político; ID., «Política y Administración»; ID., Reflexiones.
5. ID., «Política social».
6. J. SÁINZ GUERRA, La administración de justicia, p. 62.
7. J. FERNÁNDEZ SEBASTIÁN, «España, monarquía y nación», p. 58.
8. B. GONZÁLEZ ALONSO, «Las raíces ilustradas del ideario administrativo».
9. M. ARTOLA GALLEGO, La España de Fernando VII, p. 442.
10. En el siglo de las Luces, señala R. Herr, surgen los principales conflictos que el país arrastrará
a lo largo de su historia contemporánea: enfrentamiento entre conservadores y progresistas,
terratenientes y reformistas agrarios, centro rural y periferia industrial, más el derivado de la
diferenciación vida rural/vida urbana. Ver R. HERR, Ensayo histórico, pp. 71 ss. y del mismo autor,
«La inestabilidad de la España contemporánea».
11. A. MORALES MOYA, «El estado de la Ilustración y su crisis».
12. ID., «El concepto de Revolución burguesa», p. 600. Hay que destacar el artículo pionero de J.
ÁLVAREZ JUNCO, «Sobre el concepto de revolución burguesa».
13. Ver las referencias en la bibliografía final de este artículo.
14. A. MORALES MOVA, «Interpretaciones», pp. 23 ss. Las citas de prensa están tomadas de Diario 16,
El País y El Imparcial.
15. Ll. ROURA, «La Revolución francesa», p. 154.
16. Ibid., p. 143.
17. F. FURET, El pasado de una ilusión, p. 561.
18. Ll. ROURA, «La Revolución francesa», p. 141.
19. Ibid., p. 144.
20. Ll. ROURA el. CASTELLS (eds.), Revolución y democracia, pp. VII-VIII.
21. Ll. ROURA e I. CASTELLS (eds.), Revolución y democracia, p. 5.
22. Ibid., pp. 23 ss.
23. Para todas las citas precedentes, Ll. ROURA e I. CASTELLS (eds.), Revolución y democracia.
24. F. FURET, El pasado de una ilusión, p. 9.
25. ID., «Lindividu i la Revolució», p. 97.
26. F. FURET y J. DANIEL, «La irrupción totalitaria», p. 79.
82

27. Las dos citaciones de F. FURET, «Lidée démocratique», e ID., «Histoire de l’idée
révolutionnaire».
28. ID., El pasado de una ilusión, p. 194.
29. ID., «Jacobinismo», en F, FURET y M. OZOUF (dir.), Diccionario de la Revolución francesa.
30. Ibid., p. 639.
31. F. FURET, «La utopía democrática».
32. F. FURET y J. DANIEL, «La irrupción totalitaria».
33. Ver especialmente F. FURET y D. RICHET, La Revolución; Fr. FURET, Pensar la Revolución francesa; ID.
«Le catéchisme révolutionnaire».
34. F. FURET, «L’idée démocratique».
35. J. FONTANA LÁZARO, La quiebra, p. 39, n. 41.
36. J. FONTANA LÁZARO, Prólogo a España en el siglo XVIII, p. 10.
37. F. FURET, «L’individu i la Revolució», p. 94.
38. El País, 22 de febrero de 1992.
39. «Un entretien avec Robert Darnton. Propos recueillis par Didier Eribon», Le Nouvel
Observateur, 26 février 1991.
40. Juan Francisco FUENTES, recensión a) libro de Ll. ROURA, Guerra Gran a la ratlla de França,
Barcelona, 1993, en Historia Contemporánea, 10, 1993, p. 239.
41. D. TORRES FIERRO, «El pasado de una ilusión y la América latina», p. 54.
42. F. FURET, El pasado de una ilusión, p. 571.

RESÚMENES
La recepción de la obra de François Furet en España fue tardía. Furet estaba en contra de la
interpretación marxista de la Revolución francesa que imperaba por aquel entonces confirmando
intuiciones de otras contribuciones históricas sobre el siglo XVIII español, en especial las que
renovaban la visión del Estado y las políticas reformistas en el periodo ilustrado. Sin embargo en
España la difusión de las obras de Furet, impulsada por el Bicentenario de la Revolución francesa
(1989-1989) se singularizó por ciertas críticas –en algunas ocasiones violentas– que llegaron
incluso a poner en tela de juicio el valor científico de su labor. Esto se explica por la coyuntura
española en la que los historiadores se encontraban, por el proceso de transición política que, en
aquel entonces, se observaba desde planteamientos de corte estrictamente marxista como la
transición del feudalismo al capitalismo. A partir de los años 1989-1990, la profunda
transformación del contexto mundial e intelectual hace posible una relectura más justa y atinada
de la obra de François Furet

La réception de François Furet en Espagne a été tardive. À l’interprétation marxiste de la


Révolution, dominante alors, Furet apportait un démenti que d’autres travaux sur le XVIII e siècle
espagnol avaient permis d’appréhender par leur approche renouvelée de l’État et de la politique
de réformes « éclairées ». Cependant, la diffusion de la lecture de Furet, notamment lors du
Bicentenaire de la Révolution en 1989, a donné lieu à des critiques souvent violentes, allant
jusqu’à mettre en cause la valeur à accorder à ses ouvrages. Cette conjoncture espagnole
s’explique par la réflexion politique sur le processus même de transition, qui, sur un plan
historique, s’incarnait dans des débats aux coordonnées proprement marxistes, celui de la
83

transition du féodalisme au capitalisme. La profonde transformation du panorama mondial et


intellectuel à partir des années 1989-1990 rend possible une lecture plus juste de l’œuvre de
François Furet

The work of François Furet was late in reaching Spain. Furet opposed the then prevailing Marxist
interpretation of the French Revolution, confirming the insights of other research on 18th-
century Spain, especially those that highlighted the notion of the State and reformist policies in
the age of Enlightenment. Nevertheless, when Furet’s works became known in Spain under the
impulse of the second centenary of the French Revolution (1789-1989), the level of criticism –
some of it highly acrimonious– was such as actually to question the scientific value of his
research. This is understandable in light of the situation of political transition in which Spanish
historians found themselves at the time, so that the Revolution could be viewed only in strictly
Marxist terms as the transition from feudalism to capitalism. Thanks to the profound changes in
world politics and intellectual attitudes since 1989-1990, it is now possible to review the work of
François Furet in a fairer and more accurate light

AUTOR
ANTONIO MORALES MOYA
Universidad Carlos III, Madrid
84

II. - Logros y métodos


85

De la síntesis histórica a la historia


de Annales
La influencia francesa en los inicios de la renovación de la historiografía
española
De la synthèse historique à l’histoire des Annales. La influence française
sur les débuts du renouveau de l’historiographie espagnole
Historical synthesis of the Annales. French influence in the early stages
of the renewal of spanish historiography

Pedro Ruiz Torres

La trayectoria de la historiografia española en el siglo


XX

1 La renovación de la historiografía española durante el siglo XX fue un fenómeno tardío


que guarda una relación muy directa con la recepción de la nueva historia de Anuales. La
mayoría de las opiniones destacan la fecha de 1950 para dar cuenta del inicio de la
renovación en España, cuando Jaume Vicens Vives acudió al IX Congreso Internacional de
Ciencias Históricas celebrado en París y tomó contacto con la nueva corriente que se
desarrollaba principalmente en Francia. Siguiendo el ejemplo del historiador catalán, un
pequeño grupo de historiadores en torno suyo y algunos otros de modo aislado habrían
adoptado los nuevos métodos y concepciones de la escuela de Annales en la década de los
sesenta y principios de los setenta y con ello renovarían una historia hasta entonces
anclada en el más rancio conservadurismo.
2 En la trayectoria anteriormente esbozada sería posible establecer dos etapas diferentes
separadas por la recepción de la escuela de los Annales. Ciertamente no todo lo que
contribuyó a la transformación que se produjo durante los años sesenta y setenta tuvo
directamente que ver con la nueva historia de los Annales, pero ésta habría provocado en
España la ruptura con la historiografía tradicional y orientado, casi en exclusiva, los
primeros pasos de su nueva andadura. En el penoso ambiente intelectual creado por la
86

dictadura de Franco, en pleno auge del nacional-catolicismo y el antiliberalismo, pocos


historiadores estaban al tanto de la renovación historiográfica procedente de Francia.
Vicens sería el primero y lo haría explícito en 1951, en la Presentación y propósito del
primer número de la revista Estudios de Historia Moderna. A partir de ese momento, como
señala José María jover, a Vicens le deberíamos la promoción de los estudios de historia
económica y social en España a la manera de los Annales1.
3 Conviene, sin embargo, tomar en consideración que son pocos los trabajos de historia de
la historiografía española en los que se fundamenta ésta o cualquier otra visión del
camino recorrido durante el siglo XX. Excepcional resulta todavía el estudio de José María
Jover, al que acabamos de referirnos, publicado en fecha tan lejana como 1974 y limitado
al objeto que su título enuncia: el siglo XIX en la historiografía española durante los años
de la dictadura de Franco. Juan-Sisinio Pérez Garzón puso más tarde de relieve, en el X
Coloquio de Pau, algunos rasgos de la evolución de la historiografía en relación con el
problema de la «revolución burguesa» en España. La ponencia fue publicada en 1980, pero
el trabajo más extenso que en ella se anunciaba quedó luego por desgracia circunscrito a
las décadas centrales del siglo XIX2.
4 Sin duda el magisterio de Juan José Carreras explica que sea el Departamento de Historia
Contemporánea de la Universidad de Zaragoza donde hoy encontramos la única línea de
trabajo colectivo centrada, desde hace años, en el estudio de la evolución de la
historiografía española durante los dos últimos siglos. Esa línea de trabajo ha dado
resultados que merecen destacarse. Gracias a ellos estamos en condiciones de reconstruir
con detalle el lento y dificultoso proceso que condujo a la profesionalización de la
historiografía en España durante la segunda mitad del siglo XIX3 y el enorme retroceso y
empobrecimiento que sufrió nuestra historiografía durante la primera década de la
dictadura de Franco4. Otros dos discípulos de Carreras, Julián Casanova y Carlos Forcadell,
se han referido al camino seguido en España por la «historia social» a partir de la
renovación de los años cincuenta. El primero, en el apéndice significativamente titulado
«El secano español»5, menciona la autarquía intelectual que trajo consigo la victoria
fascista de 1939 y que fue acompañada del predominio de la perspectiva reaccionaria y
antiliberal, mantenida aún en la década de 1950 por influyentes sectores académicos
vinculados al Opus Dei. Casanova considera, con razón, que la influencia de los Annales
durante esa década fue escasísima, si se exceptúa algún caso aislado como el de Vicens:
Precisamente de las hipótesis establecidas por Vicens Vives sobre la
industrialización y sus efectos en el crecimiento económico del siglo XI x surgió una
de las vías de renovación de la historiografía española, aquella que comenzó a
contemplar la historia económica como un ámbito especializado de la historia
general distinta a la tendencia dominante de la historia política 6.
5 Las otras dos vías de renovación, según Casanova, habrían sido la ampliación de la
historia política tradicional por medio de la utilización de conceptos prestados por la
sociología y la ciencia política (los trabajos de Miguel Artola y José María Jover) y la
historia del movimiento obrero (Manuel Tuñón de Lara)7.
6 Hay pocas dudas acerca del penoso estado de nuestra historiografía en los años de la
posguerra española. De ello trata por extenso y de forma bien documentada el libro de
Gonzalo Pasamar, al que antes hemos hecho referencia. Sin embargo, la renovación de la
historiografía española, que se inicia en los años cincuenta y sesenta y en la que la
influencia de la escuela de Annales juega un destacado papel, ¿parte casi de cero?, ¿carece
de antecedentes que merezcan tomarse en consideración?, ¿debemos entenderla como
87

una renovación «importada», traída de fuera, sin una trayectoria anterior que hubiera
propiciado en España el «fecundo diálogo» entre científicos sociales e historiadores en
que dicha renovación se fundamenta?
7 Santos Juliá opina que en nuestro país no existió diálogo entre la historia y las ciencias
sociales en el primer tercio de nuestro siglo, como en Francia, Alemania o Gran Bretaña.
En España, en opinión del citado historiador, no hubo una revolución que provocara el
hundimiento súbito del Antiguo Régimen, ni un proceso de industrialización rápido y
masivo, ni la aparición de formas capitalistas tal como fueron teorizadas por Max Weber,
ni la institucionalización de la sociología, que no se producirá hasta bien entrada la
década de 1960. Aquello que dominaba la conciencia colectiva de las élites intelectuales
era el desastre y la reflexión sobre un concepto y hasta una metafísica (el ser de España),
razón por la cual no podía nacer una corriente original de historia social. Tal vez, según
Santos Juliá, la obra de Rafael Altamira fuera la excepción, pero en todo caso la guerra y la
larga posguerra liquidaron esa posibilidad. La renovación hubo de esperar a los años
cincuenta y sesenta, y fue debida,
como se sabe bien, a la recepción entre selectos círculos de historiadores de las
corrientes francesas más que a un diálogo autóctono entre científicos sociales e
historiadores, lo que no dejará de condicionar la posterior evolución de esa
(re)naciente historia social8.
8 Josep Fontana ha valorado algo más la renovación habida en la historiografía española
con anterioridad al estallido de la Guerra Civil y al triunfo de la dictadura de Franco, pero
la centra principalmente en la figura de Rafael Altamira.
La renovación de la historia –escribe Fontana–, tanto en su concepción global como
en la práctica de la enseñanza, se produciría a fines del siglo XIX y comienzos del
XX por obra, en buena medida, de un joven historiador de la Institución Libre de
Enseñanza, Rafael Altamira, que en 1900 publicó esa Historia de España y de la
civilización española que significaría un hito decisivo en la evolución de la
historiografía española y que por primera vez trataba de integrar en una visión
histórica global tanto lo referente a «clases e instituciones sociales», como la vida
económica, la cultura y las costumbres.
9 Fontana pone a continuación un ejemplo de cómo la semilla sembrada por Altamira
estaba transformando las concepciones de la historia y produjo sus primeros frutos en los
manuales escolares. Ese sería el caso de Mi primer libro de historia, escrito por Daniel G.
Linacero, profesor de la Escuela Normal de Palencia, publicado en 1933. Sin embargo la
victoria del régimen de Franco iniciaría otra ruptura semejante, en opinión de Fontana, a
la que tuvo lugar entre 1814 y 1837. En el terreno de la historia social,
hubo que volver a partir de cero, construyendo el edificio sobre nuevos
fundamentos, puesto que en lo que el franquismo había conseguido pleno éxito fue
en cortar la relación de la nueva historiografía española con sus raíces de preguerra
9
.
10 El punto de vista que pienso exponer a continuación no cuestiona la idea de que el
franquismo representó una ruptura con la mejor tradición historiográfica española y un
enorme empobrecimiento científico y cultural. Tampoco pretende quitarle a la escuela de
Annales el protagonismo que indudablemente tuvo en la renovación de la historiografía
española. Sin embargo, para valoraren su justa medida uno y otro hecho y sus respectivas
consecuencias, es conveniente ahondar un poco más en el periodo anterior a 1936 y
averiguar si la historiografía española estaba experimentando o no, antes de esa fecha,
una renovación digna de tomarse en cuenta y en qué direcciones se producía. Mi opinión
es que en relativamente pocos años hubo una modificación sustancial de la situación
88

creada en la centuria anterior. Si tomamos en cuenta la fecha –ciertamente muy tardía,


en comparación con Francia, Alemania o Gran Bretaña– en que la historia adquirió el
rango de disciplina académica autónoma en la universidad española, es decir, no antes de
principios del siglo XX, la transformación resulta muy notable. Entre 1900 y 1936 la
incorporación al movimiento europeo de renovación de la ciencia y de la cultura tuvo
efectos positivos en la historiografía española, y ello redujo la enorme distancia que la
separaba de las historiografías con mayor tradición académica. En el primer tercio del
siglo XX un grupo cada vez más numeroso e influyente de historiadores se puso en España
al corriente de los debates provocados por la irrupción de la nuevas ciencias sociales y se
distanció progresivamente de la historia política tradicional. Sin exagerar la intensidad
de cambio, aun con las fuertes resistencias que se manifestaron en el seno de la
institución universitaria y que dificultaron la expansión y el desarrollo de la nueva
historiografía, la renovación que tuvo lugar en España merece ser puesta de relieve. Aquí
me limitaré a destacar sólo una de las direcciones que tomó esa renovación en las cuatro
primeras décadas del siglo XX, precisamente la que procede de Francia y que, en el
contexto del diálogo con la nuevas ciencias sociales, mejor cabe situar en el giro
epistemológico que condujo a la nueva historia de Annales10.

Los primeros pasos de la renovación historio gráfica


en españa
11 La transformación de la historia en una disciplina con entidad científica universitaria es
un hecho muy tardío en España. En síntesis podemos afirmar que fue durante el primer
tercio del siglo XX cuando se inició un camino parecido –a cierta distancia– al seguido en
Alemania o Francia, países en los que la profesionalización de la historia había comenzado
cien o cincuenta años antes. Entre 1900 y 1936, mientras España se incorporaba al nuevo
clima europeo de renovación del pensamiento científico y de la cultura en general,
nuestra historiografía no iba a quedar al margen de los debates provocados por las nuevas
ciencias sociales y de las respuestas más innovadoras que dieron los propios
historiadores.
12 En Europa el cambio intelectual había empezado a manifestarse en la historiografía a
finales del siglo XIX y principios del XX. El cambio era profundo y de consecuencias
radicales, por cuanto redefinía completamente el estatuto académico de la historia. La
historia no se concebía ahora como una colección de antigüedades, ni como un estudio
destinado a preservar la memoria nacional, ni como un material que debía ser tratado
filosóficamente, sino como una ciencia pensada del mismo modo que las demás ciencias
de la época, al igual que lo estaban siendo entonces las nuevas ciencias sociales. La ciencia
de la historia había de disponer de métodos, teorías e instrumentos de trabajo acordes
con la nueva «epistemología racionalista»: antimetafísica por excelencia, pluralista en sus
concepciones de la ciencia y federativa en su rechazo a una sistematización jerarquizada
de los distintos tipos de conocimiento. Una nueva epistemología que, a principios del siglo
XX, en pleno ambiente cultural de crisis, se desarrolló en oposición tanto al viejo
positivismo como a las nuevas corrientes de pensamiento «irracionalistas»11.
13 A fínales del siglo XIX, la historia se había comenzado a acercar al campo de las nuevas
ciencias sociales por tres caminos que la pusieron en contacto, respectivamente, con la
psicología de los pueblos, la sociología y la geografía humana. El primero dio pocos
89

resultados, aunque fue un camino transitado en España durante varias décadas. Con él se
relaciona, por ejemplo, el libro de Rafael Altamira, Psicología del pueblo español, publicado
en 1901, del que hubo una segunda edición corregida en 1917 y precedida de un prólogo
muy ilustrativo12. La sociología, en cambio, fue un reto y al mismo tiempo un estímulo que
proporcionó resultados de enorme trascendencia con los que se inició en realidad la
«revolución» de la primera mitad del siglo XX contra los viejos paradigmas de la historia
tradicional. Las controversias académicas en Alemania (provocadas por las ideas de Karl
Lamprecht) y en Francia (que en este país llegaron incluso a modificar en parte la
concepción de la historia de los jefes de fila de la «escuela metódica», bien asentada en la
institución universitaria13), prepararon el terreno para que surgiera una forma nueva de
concebir la historia. En este último país la disputa con la sociología durkheimiana estuvo
inseparablemente unida a la aparición de la nueva historia que desde 1900 promoverá la
Revue de synthèse historique de Henri Berr. La «síntesis histórica» se convertirá, a partir de
entonces, en un programa científico para hacer de la historia una ciencia social frente al
intento de la sociología de satelizarla, un programa científico a la vez equidistante de la
vieja historia empirista y de la filosofía idealista de la historia. Más tarde la escuela de
Annales, como es bien sabido, tendrá en la «síntesis histórica» de Berr (y a través de ella
en la geografía humana de ámbito regional, contrapuesta al determinismo de la raza) y en
la sociología durkheimiana, sus dos fuentes principales de inspiración a la hora de
elaborar su propio proyecto de convertir a la historia en una verdadera «ciencia social».
14 Por ello, al centrar nuestra mirada en España, se puede inferir la renovación o no de
nuestra historiografía por aquellos mismos años (durante las tres primeras décadas de
nuestro siglo) de controversias similares a las que se dieron en Francia y Alemania.
¿Permanecieron ajenos los historiadores españoles, con la única excepción de Rafael
Altamira, a los desafíos y a los estímulos procedentes de las nuevas ciencias sociales?
Ciertamente no podía haber en nuestro país competencia entre saberes dentro de la
universidad, dado que en España la historia hasta 1900 careció de una mínima entidad
(reducida a una materia complementaria en la licenciatura de Derecho y a unas cuantas
asignaturas en una Facultad de segunda categoría como era la de Filosofía y Letras),
mientras que la sociología tenía menos importancia aún y la geografía ni siquiera se había
incorporado como disciplina autónoma. A pesar de ese pobre panorama, ¿se encontraban
nuestros historiadores aislados de los debates y de las propuestas que la irrupción de las
nuevas ciencias sociales provocaba fuera de España?
15 Gonzalo Pasamar ha mostrado recientemente14 que no hubo aislamiento en casos poco
conocidos hasta ahora como el de Manuel Sales y Ferré, el primer sociólogo universitario
español, catedrático de sociología de la Universidad Central desde 1899 y discípulo
predilecto de Fernando de los Ríos. Su papel a la hora de tender lazos entre la historia y la
sociología en España fue importante en aquella época y así lo reconoció y valoró
enormemente José Deleito y Piñuela, catedrático en la Universidad de Valencia, que se
consideraba discípulo de Sales y Ferré y al mismo tiempo de Rafael Altamira. José Deleito
y Piñuela hizo su doctorado en historia en la Universidad Central de Madrid en 1900 con
un tribunal del que formó parte Sales y Ferré. Seis años más tarde ganó la cátedra de
Historia Antigua y Media de la Universidad de Valencia, donde permaneció hasta su
depuración por el régimen de Franco al acabar la Guerra Civil. Sus lazos con Madrid no se
rompieron al llegar en 1906 a Valencia y entre 1909 y 1911 se incorporó al Seminario de
Historia Contemporánea del Centro de Estudios Históricos y comenzó una investigación
en archivos y bibliotecas dirigida por Rafael Altamira. En 1914 la Junta de Ampliación de
90

Estudios le concedió un pensionado para estudiar en Francia, Bélgica y Suiza sobre el


tema «la emigración española en tiempos de Fernando VII», interrumpido por la primera
guerra mundial y reanudado en 1925. En 1932 y 1933 será de nuevo becado para ir a
Francia e Italia15.
16 Tras su primera estancia como investigador fuera de España, Deleito pronuncia un
discurso en 1918, con motivo de la apertura del año académico en la Universidad de
Valencia (impreso en esa misma fecha, en forma de libro de 165 páginas con el título La
enseñanza de la historia en la universidad española y su reforma posible16), que es un extenso
alegato, con numerosas referencias bibliográficas, en favor de un nuevo modo de concebir
la historia como disciplina universitaria. La «ciencia histórica» que preconizaba entonces
Deleito había de formar investigadores en la dirección de lo que ocurre
en los dos países que, aunque con distinta orientación, van a la cabeza del
movimiento historiográfico: Francia y Alemania.
17 Para lo cual era preciso cambiar en España el sistema de enseñanza de la historia e
introducir cursos superiores de investigación, poniendo a los estudiantes en contacto con
las fuentes directas y con los nuevos métodos de trabajo, y familiarizándolos con los
archivos, las bibliotecas y los museos. La «ciencia histórica», por otra parte, no debía
confundirse, en palabras de Deleito, con «el abuso de la investigación detallista». Los
historiadores no habían de ser
simples ratones de Archivo, sin cultura general ni sentido histórico, sin el espíritu
elevado del hombre de ciencia, que sólo analiza lo pequeño como base para
reconstruir lo grande.
18 La reacción contra ese tipo de historia, nos dice el catedrático de la Universidad de
Valencia, se ha iniciado en Francia y en la propia Alemania (los trabajos de Lamprecht,
añade, llamaron la atención de Monod en su intervención en el Congreso de Ciencias
Históricas de Roma, celebrado en 1903). La historia concebida como ciencia había de ser,
según Deleito, psicológica y social, lo cual no excluía ni mucho menos
las dotes que podemos llamar artísticas del historiador,
19 a la hora de relatar los hechos y de evocar el pasado,
ni la función educadora de la misma, a la manera como lo han hecho en Francia los
manuales escolares de los Lavisse, Seignobos, etc.
20 y en España Rafael Altamira, «un adelantado entre nosotros», autor del libro La enseñanza
de la historia, publicado a finales del siglo XIX.
21 Las ideas de Deleito acerca de la historia, expuestas en el discurso de 1918, contrastan
poderosamente con el panorama universitario que describe. Los estudios superiores no se
habían organizado en España conforme a directrices racionales y los estudios históricos,
en particular, se encontraban entre los que menos atención recibían. No había sido hasta
1900 que la historia comenzó a adquirir una entidad propia en las universidades, al
crearse en algunas de ellas la sección de Historia, dentro de la Facultad de Filosofía y
Letras. Cuando Deleito pronuncia su discurso, en 1918, los alumnos que iban a licenciarse
en Historia pasaban dos años, de los cuatro que debían cursar, sin estudiar otra cosa que
una asignatura de Historia de España y otra de Historia Universal. La reforma que
propugnaba el catedrático de la Universidad de Valencia incluía, en los cursos
preparatorios comunes de la Facultad de Filosofía y Letras, la psicología individual y
social, y la geografía humana (sólo había entonces una geografía política y descriptiva),
así como, en los dos últimos años, una enseñanza pedagógica y metodológica capaz de
formar profesores de secundaria e investigadores familiarizados con la ciencia histórica y
91

no, como hasta entonces, licenciados en historia con conocimientos incompletos y


superficiales. La iniciación al trabajo científico en historia tenía en España una referencia
institucional de cierta entidad: el Centro de Estudios Históricos creado en 1910. Al frente
de sus «seminarios científicos» estaban el conocido filólogo erudito Ramón Menéndez
Pidal, el eminente historiador Rafael Altamira, el arabista Asín Palacios y el filósofo
Ortega y Gasset. Otras iniciativas, nos dice Deleito, habían permitido que surgieran
centros de trabajo análogos, por ejemplo el seminario de historia de Aragon en la
Universidad de Zaragoza, el de historia del Derecho español creado por Altamira en la
Universidad de Oviedo, el seminario de árabe del profesor Codera en Madrid, el «Centro
de Estudios Históricos de Granada y su Reino», debido a la iniciativa de varios profesores
de la Universidad de Granada, y el Institut d’Estudis Catalans de Barcelona.
22 La conferencia publicada en 1918 recibió un cálido elogio en la Revue de synthèse historique.
La extensa reseña de André D. Toledano, publicada con el título «L’enseignement de
l’histoire dans les universités espagnoles», y aparecida en diciembre de 1925 17, destacó las
afinidades de las ideas expuestas por Deleito con las teorías de la síntesis histórica:
Nous en pouvons aussi que nous féliciter de voir que les théories de la synthèse
historique ont en Espagne, en la personne de M. Deleito, un partisan convaincu et
agissant. Tout en faisant des réserves sur sa conception de l’art-histoire, renouvelée
de Benedetto Croce, nous souscrivons bien volontiers à tout ce qu’il a dit
concernant l’analyse et la synthèse, et nous le remercions très sincèrement du
jugement si sympathique qu’il a bien voulu porter sur l’activité de notre revue et de
son directeur.
23 El propio Deleito publicará en diciembre de 1930, en el último número de la Revue de
synthèse historique, un artículo (el único de un historiador español en toda la historia de la
revista, de la cual se conserva en la Universidad de Valencia la colección casi completa)
titulado «Quelques données sur l’historiographie en Espagne de 1900 a 1930 du point de
vue de la synthèse»18. El artículo es muy significativo porque muestra los progresos que se
habían dado en España en el campo de la historiografía desde la fecha decisiva de 1900,
cuando, según Deleito, surge un nuevo tipo de historia, rigurosa en sus métodos de
trabajo, con sentido crítico y una «gran masa de lectores» que constituye su público, que
se contrapone a la cultura histórica del siglo XIX, caracterizada por un «lirismo
acentuado», por el «exclusivismo de la historia política» y por la «propaganda doctrinal
apasionada y tendenciosa». Sin embargo, a la hora de comprobar en qué consiste la
transformación a que se refiere nuestro autor, lo cierto es que, como él mismo reconoce:
En Espagne, il n’y a pas, comme en France, une différence bien marquée entre
l’analyse et la synthèse en histoire, et pour ce dernier sujet, il n’existe aucune revue
ou bibliothèque spéciale, bien qu’il y ait des publications et des enseignements
portant sur ces deux aspects de l’histoire19.
24 La síntesis histórica en el siglo XIX (cuyo representante más brillante, según Deleito, era
Castelar, «le Michelet espagnol»), era un género superficial, florido, ampuloso, oratorio y
poco sólido, contra el cual reaccionaron numerosos historiadores que conocían las
corrientes europeas y en particular los trabajos salidos del cuerpo de archiveros, llevados
siempre al análisis micrográfico e inspirándose en el tipo alemán de historia, que muestra
sus preferencias por los detalles y las investigaciones minuciosas. Las academias y los
centros de estudios siguieron esa tendencia y los defensores de la síntesis se encontraron
en minoría. Sin embargo, la enseñanza universitaria oficial fue ante todo sintética y en el
curso de los últimos años, la reacción necesaria en favor de la síntesis, que en Alemania
92

estuvo representada por la escuela de Lamprecht, poco a poco ganó terreno, incluso entre
los investigadores.
Mais le savant qui a fait le plus dans ce siècle pour la synthèse historique en
Espagne est M. RafaelAltamira, que je reconnais personnellement comme mon
maître20.
25 De Rafael Altamira, Deleito destaca que se formó en la enseñanza filosófica de un gran
pensador español, Giner de los Ríos, en la enseñanza histórico-jurídica de Joaquín Costa y
en la enseñanza propiamente histórica, que recibió en la Sorbona de Gabriel Monod. Su
obra Historia de España y de la civilización española es, en palabras de Deleito, el trabajo de
síntesis más extraordinario que se ha realizado hasta ese momento. La nueva dirección
indicada por Altamira ha sido seguida por la mayoría de los historiadores, nos dice Deleito
en 1930, entre los cuales nuestro autor destaca a Rafael Ballesteros Beretta y Pedro
Aguado Bleye (en el campo de la prehistoria, la figura que Deleito resalta es Pere Bosch
Gimpera, cabeza visible de una escuela de jóvenes prehistoriadores catalanes, «el más
distinguido de los cuales es Luis Pericot», también en aquellos años catedrático en la
Universidad de Valencia).
26 La tardía y débil implantación de la historia en las universidades españolas explica, qué
duda cabe, el eclecticismo de que hacen gala los historiadores más renovadores. La
«ciencia de la historia» que reclaman se contrapone al clásico trabajo erudito y detallista,
pero no es posible decantarse sólo por la «síntesis» cuando la investigación basada en
documentos está casi en sus inicios. A lo sumo se trata de poner énfasis en la necesidad de
no quedarse en el estudio monográfico particular y llegar a establecer con carácter
general «líneas» o «direcciones» fundamentales de la historia, capaces de explicarnos lo
que ha ocurrido. Eso es precisamente lo que Rafael Altamira propone en su conferencia
«Direcciones fundamentales de la Historia de España», pronunciada en la Universidad de
Valencia y publicada en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza en 1923 21, que repite y
anticipa ideas desarrolladas en las distintas ediciones de sus libros Historia de España y de la
civilización española, Historia de la civilización española y Manual de historia de España 22.
Semejante síntesis, tan alabada por Deleito, quedaba sin embargo significativamente
enmarcada en los viejos moldes de la historia nacional (la «historia-patria», como la
denomina Carolyn P. Boyd23). Se encontraba por tanto, en ese sentido, lejos todavía de la
«síntesis científica» (en el terreno de las ciencias humanas e incluso de las ciencias en
general) que defendía la nueva epistemología racionalista propugnada por Henri Berr,
recién salida de la crisis intelectual de principios de siglo.
27 Con todo, sabemos todavía muy poco acerca de cómo estaba evolucionando y
renovándose la historiografía española justo cuando hizo su aparición la revista Annales.
Por entonces no se hablaba (tampoco en España) de «escuela» alguna en torno a dicha
revista, ni mucho menos de que hubiera surgido una «nueva historia» de carácter
económico y social. Pero los primeros trabajos de Lucien Febvre y Marc Bloch eran
conocidos en nuestro país. Jaume Vicens Vives recordaba en 1951 que el libro de Febvre,
La tierra y la historia, ejerció sobre él una poderosa influencia a principios de los años
treinta,
cuando, recién salido de las aulas universitarias, emprendí la dolorosa cuesta de
aprender por mí mismo lo que allí no se me había enseñado 24.
28 El libro de Febvre acababa de aparecer en España traducido por Pericot, discípulo de
Bosch Gimpera. Pere Bosch Gimpera había sido director del Servei d’Investigacions
Arqueològiques de l’Institut d’Estudis Catalans creado en 1915 y el año siguiente ganó la
93

cátedra de Historia Universal Antigua y Media de la Universidad de Barcelona. Desde 1933


hasta 1939 fue rector de la Universidad Autónoma de Barcelona, la primera y única
universidad autónoma que había entonces en España. Vicens le debía mucho al
prehistoriador catalán, entre otras cosas buena parte de su formación universitaria, una
relación muy estrecha de colaboración en la segunda mitad de los años treinta (que en la
práctica lo convirtió en una especie de secretario personal suyo) y la visión plural de
España y de su historia. Bosch Gimpera había esbozado esa idea de España en la lección
inaugural del curso 1937-193825 en la Universidad de Valencia, donde Luis Pericot, su más
directo discípulo, era catedrático desde principios de los años treinta.
29 Significativamente en aquellos años, inmediatamente anteriores a la Guerra Civil, Vicens
lanzó una fuerte crítica a la historiografía catalana de corte nacionalista (Soldevila), que
le parecía excesivamente decantada hacia la historia política, y mantuvo una polémica
con Rovira i Virgili, en favor del análisis «económicosocial y orgánico». Vicens, como ha
mostrado en su excelente libro Josep M. Muñoz, reivindicaba su formación universitaria,
no en vano había sido en la universidad donde sus compañeros y él habían descubierto la
colección «L’évolution de l’humanité» y aprendieron a conocer a Berr y, sobre todo, a
Febvre y Bloch. En palabras de Vicens citadas por Muñoz:
D’aquestes lectures, on ja s’endevinava el rumb que anava a prendre la nova
historiografía d’Occident, ensformàrem la idea d’una historia complexa, on
s’articulaven de molt diversa manen una sèrie dinteressos humans, socials i
econòmics26.
30 En ese mismo sentido Deleito, en su artículo de 1930 publicado en la Revue de synthèse
historique, consideraba «L’évolution de l’humanité», dirigida por Henri Berr,
la síntesis más vasta y más moderna que está en curso de publicación.
31 La nueva obra veía entonces la luz en castellano gracias a la editorial Cervantes de
Barcelona, poco tiempo después de que apareciera en francés. En España la traducción la
hizo un grupo de profesores encabezados por Deleito y Pericot27.

Los inicios de una nueva etapa


32 Por todo lo expuesto en el apartado anterior, es decir, por el hecho de que una pequeña
parte de nuestra historiografía hubiera empezado antes de la Guerra Civil a introducir en
España las nuevas ideas de la «revolución historiográfica» en curso en aquellos años,
resulta muy evidente que la primera década de la dictadura de Franco significó en España
una ruptura con el movimiento renovador que se estaba extendiendo por Europa y que en
1929 había dado origen a la revista Annales. Ese movimiento transformaba profundamente
la forma tradicional de concebir la historia como ciencia. A diferencia de lo que piensa
Ignacio Olábarri28, hubo en la primera mitad del siglo XX en Europa una auténtica
revolución historiográfica, en el doble sentido epistemológico y metodológico, que sin
embargo no debe reducirse al surgimiento de la escuela de Annales, por mucho que ésta
represente una aportación original de enorme importancia y trascendencia en el camino
de esa doble transformación experimentada por la historiografía en el periodo de
entreguerras. Los fundamentos epistemológicos y metodológicos de la historia como
disciplina cambiaron en la primera mitad de nuestro siglo, lo cual no fue cosa de pocos
años, ni se produjo en los moldes clásicos creados en el siglo XIX (la «escuela histórica»
alemana, las otras escuelas históricas nacionales). A los Annales le cupo un papel muy
importante, aunque más modesto de lo que luego proclamaron sus progenitores.
94

33 En otro orden de cosas, tampoco comparto el punto de vista de Olábarri según el cual la
trayectoria de nuestra historiografía se nos mostraría como una evolución lenta y gradual
sin rupturas, una vez en nuestro país por fin arraigó (en la primera mitad del siglo XX) la
historia concebida como ciencia al modo de la escuela alemana del siglo XIX. Según
Olábarri, la «práctica historiográfica alemana» (la erudición, el método crítico), directa o
vía Francia, se introdujo en España en aquellos años y esa práctica se siguió manteniendo
antes y después de la Guerra Civil, en la España de Franco y en el exilio republicano, hasta
los primeros años cincuenta y en muchos aspectos bastante más allá.
34 En mi opinión, por el contrario, hubo durante el primer tercio del siglo XX, como
acabamos de ver, mucho más en la historiografía española que simplemente la
introducción de la erudición y el método crítico de la escuela alemana. El diálogo con las
nuevas ciencias sociales, que tuvo también sus repercusiones en la historiografía
española, trajo consigo un rechazo de la historia identificada con la práctica tradicional
de la escuela alemana y la apertura a nuevas concepciones que rompieron con la historia
entendida como ciencia empírica a la manera del siglo XIX. Una de esas nuevas formas de
historia fue la idea de síntesis histórica promovida por Henri Berr y su revista.
35 La ruptura producida por la guerra y el triunfo de la dictadura de Franco, en relación con
la trayectoria que había seguido en el primer tercio del siglo XX la parte más renovadora
de nuestra historiografía, tuvo por ello consecuencias muy negativas. Me limitaré a hacer
sólo un par de menciones a la intensidad de esa ruptura en el interior de España, con el
enorme empobrecimiento científico y cultural que trajo consigo. La primera remite al
hecho bien conocido del exilio y lo que supuso para nuestra historiografía, como en
general para nuestra ciencia y nuestra cultura. No puedo dedicarle por desgracia a ese
aspecto la atención que merece, pero bastará con recordar que Rafael Altamira murió en
México en 1951, sin volver a España, y que Pere Bosch Gimpera se exilió en 1939 y,
después de pasar por Francia, Inglaterra, Estados Unidos y Guatelama, se estableció
finalmente también en México, donde fue profesor en la universidad hasta su muerte en
1974. En México precisamente se editaron por primera vez en castellano libros
fundamentales de Lucien Febvre y de Marc Bloch y se retomó el proyecto de publicación
de «L’évolution de l’humanité», cuyos primeros volúmenes habían aparecido antes de la
guerra en España.
36 La segunda mención nos lleva a otro asunto de consecuencias igualmente importantes. Es
cierto que algunos de los historiadores que estuvieron al corriente del cambio
epistemológico del primer tercio del xx se quedaron en España o volvieron pronto a ella,
pero al acabar la guerra los vencedores crearon un clima de tal dogmatismo ideológico y
propiciaron un aislamiento y una pobreza intelectual tan asfixiantes, que poco se pudo
hacer en España por seguir las ideas y las líneas de trabajo más renovadoras que se habían
gestado antes. Durante los años cuarenta, todo aquello que no formara parte de las
esencias de la tradición católica y de los ideales que animaban la «revolución nacional-
sindicalista» estuvo bajo sospecha. En un medio tan hostil se produjo la expulsión de
Vicens Vives de la universidad. El historiador catalán hubo de iniciar un duro camino que,
tras renuncias evidentes y alguna que otra concesión al nuevo régimen29, le condujo
finalmente a obtener el preciado estatus académico que le permitirá en 1950 defender sin
miedo las nuevas ideas historiográficas. Ese mismo ambiente hostil fue sentido
dramáticamente por intelectuales como Ortega, quien después de pretender recuperar su
prestigio anterior y su influencia, se encerró en un silencio tan repleto de angustias como
vacío de nuevos proyectos30. Hubo, en fin, quien puso todas sus esperanzas en pasar
95

desapercibido, como es el caso de Deleito, después de sufrir un proceso de depuración que


le apartó definitivamente de la cátedra universitaria. Deleito iba a ser acusado de
izquierdista intransigente y sectario, apartado de la iglesia católica
37 y expulsado de la universidad por
sus lecciones de cátedra, de giro avanzado y disolventes, enraizadas en el
positivismo racionalista de finales del siglo XIX y saturadas del espíritu de
institucionistas tan destacados como Sales y Altamira, rezumantes de su fobia
clerical y criterio heterodoxo,
38 lecciones que, en opinión de quienes lo apartaron de la universidad,
repudian en bloque el caudal histórico bíblico, por su carácter religioso, y revelaban
gusto especial en zaherir todo lo grande, magnífico y original de la Historia de
España31.
39 Hasta tal punto tuvo éxito esa ruptura, que consiguió hacer que la nueva historiografía
española olvidara sus antecedentes de preguerra, aunque no siempre desaparecieran
completamente algunas líneas de continuidad entre ambas (García de Valdeavellano y su
amistad con Pierre Vilar, Ramón Carande y la influencia que iba a tener el primer tomo de
Carlos V y sus banqueros publicado en 1943, por no hablar del propio Vicens). Debido
precisamente a esa ruptura, la historia de Annales en España se convirtió, a partir de la
década de los cincuenta, en el modelo a imitar, un modelo que parecía no haber tenido
precedentes, cuando lo cierto es que la renovación había comenzado entre nosotros
bastante antes de que se creara la famosa revista.
40 La renovación que se percibe en los años cincuenta y sesenta en nuestra historiografía no
se relaciona siempre directa o indirectamente con la recepción de la escuela de Annales o
con sus remotos antecedentes. Hubo quien se mantuvo durante algún tiempo ajeno a esas
influencias, como le ocurrió a Miguel Artola, pero no al diálogo con las nuevas ciencias
sociales por otros caminos que entroncaban con la mejor tradición liberal española 32. En
el caso de José María Jover, hay que destacar su temprana y original contribución a la
historia social en un breve trabajo sobre burguesía y clase obrera publicado en 1951 33. Un
destacado discípulo de Ortega en los años treinta, José María Maravall, doctorado en 1944
con una tesis sobre la teoría del Estado en el siglo XVII, dejó atrás el nacionalismo
exacerbado y el compromiso con las ideas antimodernas que alentaba el régimen para
abrirse en la década de los cincuenta a un europeísmo en el que la influencia del
idealismo orteguiano se conjugó con lo aprendido en su estancia de varios años en París.
Allí entró en contacto con la obra de Raymond Aron, Lucien Febvre y Fernand Braudel
cuya influencia, junto con la de Ortega, se manifiesta en su libro Teoría del saber histórico
publicado en 195834.
41 Sin embargo, con las excepciones de rigor, la transformación preconizada por la escuela
de Annales y la difusión por España de sus ideas (a través principalmente de Vicens y sus
colaboradores, a los que muy pronto se añade Felipe Ruiz Martín, el único que puede
considerarse verdadero discípulo de Braudel), originó o reforzó considerablemente, en los
años cincuenta, una nueva forma de concebir la historia que sólo en la década siguiente
comenzó a predominar en algunos pocos círculos universitarios. La enseñanza de la
historia y la investigación histórica cambiaron radicalmente allí donde, como es el caso de
la universidad de la que provengo, la influencia de Vicens y de los Annales se conjugaron,
sin olvidar desde luego otras aportaciones. La Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Valencia fue uno de los pocos núcleos de renovación historiográfica que
hubo en España a finales de los cincuenta y durante la década de los sesenta. Por entonces
96

coincidieron en ella Joan Regla (estrecho colaborador de Vicens), José María Jover (al que
sucedió, tras su marcha a Madrid en 1964, Emili Giralt, discípulo de Vicens Vives), Antonio
Ubieto (convertido en crítico de las ideas de Menéndez Pidal), Miquel Tarradell (discípulo
de Bosch Gimpera) y Julián San Valero (discípulo de Deleito). De ese ambiente renovador
de la Facultad de Filosofía y Letras de Valencia salió la Introducción a la historia de España de
Ubieto, Regla, Jover y Seco, la mejor síntesis de historia de España que hubo durante
mucho tiempo.
42 De qué modo se introdujo en España, en un pequeño círculo de historiadores, la
renovación inspirada en los Annales y cómo fue luego extendiéndose y expandiéndose por
diversas universidades durante los años sesenta y setenta, es algo que requeriría de
mucho más tiempo del que ahora dispongo. En el caso de Vicens y de sus discípulos
directos (la llamada «escuela de Barcelona») existe bibliografía para reconstruir con algo
de detalle ese proceso35. Vicens y sus colaboradores y discípulos (Regla, Nadal, Giralt,
Fontana y, estrechamente unido a ellos, Gonzalo Anes) introdujeron en España durante
los años cincuenta y sesenta la «historia económica y social» de los Anuales. Vicens lo hizo
aprovechando la revista Estudios de Historia Moderna (que por desgracia tuvo una vida muy
corta), creada un año después del famoso Congreso de París, y el Índice Histórico Español
que fundó en 1953. Muy especialmente la nueva orientación se hizo patente en la visión
de la historia de España y de Cataluña que Vicens Vives desarrolló en libros como
Aproximación a la historia de España (1952), Noticia de Cataluña (1954) e Industrials i polítics del
segle XIX (1958), así como en diversos artículos 36 (algunos recogidos en el libro Coyuntura
económica y reformismo burgués37 publicado en 1969 después de su muerte) y en obras
colectivas como la Historia social y económica de España y América, aparecida entre 1957 y
1959, y la Historia económica de España (1959), escrita en colaboración con Jordi Nadal 38.
43 La recepción de la nueva historia de Annales tuvo en España unos rasgos muy particulares.
Estuvo lejos de ser una mera imitación de las ideas de Bloch, Febvre o Braudel y se limitó
a incorporar una parte del caudal renovador de los padres fundadores de dicha escuela, al
tiempo que dejó fuera otros aspectos no menos importantes. Para empezar, lo que
realmente penetró en España en los años cincuenta y sesenta fue el tipo de historia
económica y social que en aquellos años impulsaban en Francia tanto Labrousse como
Braudel, una historia económica que cabía a su vez enmarcar en el contexto del interés
creciente que el estudio de las estructuras y las coyunturas económicas había despertado
en Europa y Estados Unidos a partir de la crisis de 1929 y en especial tras el final de la
segunda guerra mundial. Por otro lado, la influencia de la historia económica de
Labrousse-Braudel sobre Vicens fue en realidad muy relativa. Vicens la adaptó a las ideas
acerca de la historia que había ido adquiriendo, ensayando y modificando desde los años
treinta, de procedencia tan distinta como la historiografía vinculada al regionalismo y al
nacionalismo catalán, la contribución alemana al cambio producido en la historiografía
europea tras la emergencia de las nuevas ciencias sociales39 y la renovación procedente de
la síntesis histórica de Berr y de los fundadores de Annales en Francia en el sentido de una
«historia total» y no sólo económica.
44 La introducción de la historia económica y social en los años cincuenta y sesenta en
España, a la manera que entonces se identificaba con la escuela de Annales, fue impulsada,
además de por Vicens, por un reducido grupo de sus más directos colaboradores y
discípulos, que se encargaron de traducir al castellano y publicar en España obras
representativas de aquella corriente. Josep Fontana recordaba, en una entrevista que
mantuve recientemente con él40, que la primera traducción de una obra de un miembro
97

de la escuela de Annales en España fue en 1952 el libro de Charles Morazé Principios


generales de historia, economía y sociología, que pasó sin pena ni gloria. Hubo que esperar a la
década de los sesenta para que aparecieran las primeras traducciones de interés
metodológico. Con anterioridad, los volúmenes de Febvre y Bloch de la serie «L’évolution
de l’humanité» habían sido editados en castellano en México por UTEHA y a principios de
los cincuenta Fondo de Cultura Económica publicó también allí el Mediterráneo de Braudel
y la Introducción a la historia de Bloch.
45 En la década de los sesenta vio la luz en España la traducción de Fluctuaciones económicas e
historia social de Ernest Labrousse, en 1962, inspirada por Gonzalo Anes, y Crecimiento y
desarrollo de Pierre Vilar, en 1964, por indicación de Jordi Nadal, libro que recopilaba una
serie de artículos del citado historiador traducidos por Nadal, Fontana, Anes y Giralt, pero
no siguiendo la edición francesa, sino incluso con originales del propio Vilar, que con
anterioridad se había visto obligado a publicar parcialmente o de forma resumida algunos
de esos textos. De Pierre Vilar existía una edición en castellano de su Historia de España
(París, Librairie Espagnole, 1960, Manuel Tuñón de Lara era el traductor), que circulaba
clandestinamente por las librerías españolas. Su gran obra Catalunya dins l’Espanya
moderna apareció en catalán entre 1965 y 1968 en cuatro volúmenes, traducida por Eulalia
Durán. Nadal estuvo detrás también de la traducción y publicación de Oro y moneda en la
historia (Barcelona, 1969) que recoge los apuntes del curso de Vilar en París y
originalmente se editó en castellano antes que en francés.
46 El primer estudio de Braudel traducido en España fue Las civilizaciones actuales, en 1966,
seguido dos años después de una recopilación de textos teóricos con el título de La historia
y las ciencias sociales, precedidos de una valiosa introducción de Felipe Ruiz Martín. De
Georges Duby el primer libro fue Economía rural y vida campesina en el Occidente medieval,
traducido por Jaume Torras y publicado en 1968, y de Le Goff, La civilización del Occidente
medieval, un año más tarde. Las obras de los «maestros fundadores», en cambio, tardaron
mucho más en editarse en España. Josep Fontana seleccionó una serie de artículos de
Lucien Febvre en el libro aparecido en 1970 con el título Combates por la historia (cuya
traducción fue encomendada a Francisco Fernández Buey y Enrique Argullol) y ese mismo
año también se publicó Erasmo, la Contrarreforma y el espíritu moderno. Un artículo de Bloch
apareció en 1975, en el volumen colectivo La transición del feudalismo al capitalismo (Madrid,
Akal), y habrá que esperar a una fecha tan tardía como 1978 para que, de la mano de
Fontana, se edite en castellano La historia rural francesa.
47 Así pues, las ideas y las obras más significativas de la «escuela de Annales» se difundieron
en los años cincuenta y sesenta en España gracias principalmente a Vicens y a sus más
directos colaboradores y discípulos. En aquellos años la «nueva historia» era la «historia
económica y social» a la manera como la concebía la historiografía francesa encabezada
por Labrousse y Braudel. Dicha renovación historiográfica despertó en España incluso la
hostilidad del mundo académico oficial. Los historiadores conservadores no sólo
ignoraron El Mediterráneo de Braudel sino que llegaron a publicar artículos condenando la
historia de Annales. Incluso un «precursor» de antes de la guerra como Carmelo Viñas Mey
atacó las ideas de Vicens. En el pequeño grupo de historiadores que entonces
experimentaba la influencia de Annales el historiador francés que llegó a ser mejor
conocido y resultó más influyente fue con mucho Pierre Vilar, especialmente entre los
universitarios catalanes y valencianos. Por ello casi desde el origen, y de modo creciente
en la década de los sesenta, la recepción de la nueva historia de Annales en España se
combinó con la influencia del marxismo, en una proporción cada vez más favorable a esta
98

segunda corriente, algo en lo que tuvo mucho que ver, además del enorme impacto de la
obra de Pierre Vilar41, el interés que despertó el debate Dobb-Sweezy sobre «la transición
del feudalismo al capitalismo», entonces en pleno auge.
48 Hasta poco antes de la muerte de Franco, con pocas excepciones como la de Felipe Ruiz
Martín, la recepción de la «historia económica y social» de Annales tuvo como principales
protagonistas a un grupo de jóvenes historiadores del entorno de Vicens, la mayoría
comprometidos con ideologías políticas antifranquistas de izquierda y muy receptivos a la
influencia del materialismo histórico en el conjunto de las ciencias sociales, una
influencia que, por cierto, había empezado a manifestarse en España con bastante retraso
42
. El intento de la historiografía oficial de marginar a ese círculo de historiadores fue
poco a poco fracasando a partir de los años sesenta. Uno de los primeros éxitos
académicos de la nueva historiografía tuvo lugar en Valencia, al predominar sus
concepciones en la Facultad de Filosofía y Letras. Las recién creadas Facultades de
Económicas, por su parte, jugaron un papel de enorme trascendencia en todo el proceso.
En Barcelona Jaume Vicens Vives, admirador entonces de Braudel y amigo personal de
Vilar, se hizo cargo en 1954 de la asignatura de Historia Económica de España en la nueva
Facultad, creada ese mismo año por iniciativa del ministro Ruiz-Giménez. El primer
profesor universitario español que ocupó una cátedra por oposición de Historia
Económica fue Felipe Ruiz Martín, que se había formado en los años cincuenta con
Fernand Braudel en París, a instancias de Marcel Bataillon. Ruiz Martín fue catedrático
primero en Bilbao, desde 1961 a 1973, y después en Madrid43. Las siguientes cátedras las
obtendrán Voltes (Barcelona), Gonzalo Anes (Santiago de Compostela), Jordi Nadal
(Valencia) y Josep Fontana (Valencia, cuando Nadal se traslade a Barcelona), estos tres
últimos muy vinculados a Vicens y a Vilar44. Aunque hubo también otros historiadores de
la economía que recibieron en la década de los sesenta la influencia de Braudel 45, es
preciso esperar a los últimos años de la dictadura de Franco para que la «historia
económica y social» a la manera de Annales saliera del círculo de la «escuela de Vicens» y
llegara a interesar a quienes hasta entonces se habían movido en una historia de corte
muy tradicional. La primera manifestación importante de este cambio y del inicio de una
nueva etapa serán las Primeras Jornadas de Metodología Histórica celebradas en 1973 en
Santiago de Compostela a instancias, entre otros, de Antonio Eiras Roel.
49 La historiografía española tomó en los años cincuenta y sesenta de la escuela de Annales
ciertas concepciones y prácticas que, en resumen, podemos relacionar estrechamente con
la historia-problema; la historia concebida como ciencia social; la importancia de la
interacción hombre-medio y en consecuencia de la geografía humana; la necesidad de
mantener una perspectiva de «larga duración» y por ello de partir del análisis de las
estructuras sociales; la importancia del factor demográfico-económico en la explicación
de los hechos sociales; el papel fundamental de los conflictos de clase o de grupos en la
dinámica social; la importancia de las coyunturas económicas; la «regionalización» de los
estudios históricos; la introducción de nuevas fuentes y nuevos métodos, en especial
cuantitativos, procedentes de la demografía, la economía, la sociología, etc. En sentido
contrario, ignoró o puso mucho menos énfasis en cuestiones tales como el papel del
individuo en la historia; las psicologías colectivas; el mundo de las ideas y de las
representaciones; y los demás aspectos de la cultura material, no menos valorados en la
renovación historiográfica preconizada por Annales.
50 A ello se añade que cuando se produjo la recepción de Annales, España vivía una situación
política que la diferenciaba de la Europa democrática. Una dictadura fuerte y dispuesta a
99

perpetuarse parecía un obstáculo imposible de salvar para una oposición dividida y


continuamente diezmada, dispuesta a integrar a España en Europa, impulsar el desarrollo
económico, recuperar las libertades y conseguir que las nacionalidades históricas fueran
reconocidas como tales y gozaran de autonomía. Los últimos años de la dictadura, así
como el inicio de la transición a la democracia, con el enfrentamiento entre quienes se
mostraban favorables a la reforma y los que eran partidarios de la ruptura con el régimen
de Franco, prolongaron durante casi toda la década de los setenta una peculiaridad que
nos diferenciaba del resto de los países del occidente de Europa, Esa peculiaridad planteó
a los historiadores contrarios a la dictadura una problemática específica de nuestra
historia, la del atraso de España, cuyas causas se remontaban al inicio de la época
moderna, a diferencia de lo que defendía el pensamiento oficial del régimen, nostálgico
de la España imperial.
51 La renovación de nuestra historiografía se produjo en ese contexto. Por semejante
motivo, la recepción de la nueva historia estuvo lejos de ser una simple transmisión
mimética de problemas, enfoques y métodos procedentes de Francia a la manera de
Annales. La historia promovida por Bloch, Febvre y durante mucho tiempo por Braudel,
quería desprenderse del viejo molde nacional, típico de las viejas escuelas históricas de
antes de la guerra, y buscaba internacionalizarse, con el fin de transformarse en
verdadera ciencia, lo que significaba de hecho desarrollar una historiografía preocupada
por otro tipo de «objetos», que no eran ya los Estados y las naciones. La historia que se
hacía en España, por el contrario, incluso la más renovadora, siguió teniendo como marco
de referencia durante esos años bien a España o bien a las naciones históricas que
formaban parte del Estado español. Esa gran diferencia, consecuencia del desarrollo
político de Europa y del atraso de España durante la dictadura de Franco, produjo
paradójicamente la originalidad más destacable en el terreno del estudio de la historia: la
influencia del «espíritu de Annales» y del marxismo se combinó con el interés por explicar
cómo había llegado a ser lo que era España (un caso singular en el contexto de la Europa
democrática) y cómo otras naciones sin Estado (Cataluña por ejemplo) formaron parte de
ella o entraron en conflicto con lo que en ciertas épocas representaba.
52 La nueva historiografía española, en efecto, siguió durante algún tiempo buscando en la
trayectoria moderna y contemporánea de España las claves del problema que por vez
primera se había planteado en el primer tercio del siglo XX y que ahora, con los nuevos
enfoques y los nuevos métodos, dio origen a explicaciones de carácter muy diferente,
basadas en una investigación histórica más desarrollada que la de los años treinta. En lo
que atañe al estudio de la época moderna, el trabajo de los historiadores franceses
(Chaunu, Bataillon, Salomon, Vilar, Lapeyre, Sarrailh, Defourneaux, Bennassar, Pérez,
etc.) y de otros como John Elliott o Richard Herr, que venían dando abundantes muestras
de una nueva forma de concebir la historia más o menos en la línea de Annales, contribuyó
decisivamente a la renovación de la historiografía española. En cuanto al periodo más
reciente, la historia de los siglos XIX y XX, conseguimos por fin tener una verdadera
historiografía en la que el peso de la renovación recayó sobre nuestros propios
historiadores. A través de Vicens y de quienes recibieron su influencia (Regla, Nadal,
Giralt, Fontana, Jutglar, Garrabou, etc.), de Miguel Artola, de José María Jover, de Manuel
Tuñón de Lara (y los historiadores que participaron en los coloquios de Pau), etc., las
nuevas formas de concebir la historia transformaron radicalmente el panorama español
en sólo un par de décadas, antes de la muerte de Franco. Fue entonces cuando se
plantearon las cuestiones que serían investigadas, debatidas y objeto luego de constante
100

revisión: el problema del atraso económico, la lenta industrialización, los cambios


agrarios y la evolución de los distintos tipos de agricultura, la transformación en sentido
moderno de la economía y los obstáculos con que tropezó, etc.; la crisis del Antiguo
Régimen y la revolución liberal, el tipo de reforma agraria y sus consecuencias, la
supervivencia de los valores aristocráticos y la «debilidad» de la burguesía y de las «clases
medias», el grupo de poder que surge de la revolución, los problemas y conflictos sociales
en el mundo rural y urbano, los orígenes y desarrollo del movimiento obrero, etc.
53 En resumen, desde una perspectiva que abarque el curso de la historiografía española
durante todo el siglo XX, la renovación comprende un tiempo más dilatado de lo que
generalmente se piensa. Se inició en el primer tercio de la centuria y sufrió en los años
cuarenta un enorme retroceso, que a duras penas fue superado en la década siguiente
gracias a unos pocos historiadores como Vicens, Artola Jover, Maravall y más tarde Tuñón
de Lara. El desarrollo experimentado a partir de la década de los sesenta tuvo un carácter
específico. La renovación se inspiró en el modelo de la historia económica y social de
Annales, pero recibió también la influencia creciente del marxismo y recuperó el interés
por el problema del atraso de España, que ahora era tratado de un modo diferente a como
lo habían hecho los intelectuales de la primera mitad de siglo, al pasar a primer plano las
causas económicas y sociales del mismo. Aunque no fuera el primer intento –tampoco en
España– de transformar desde un punto de vista epistemológico y metodológico la
historia, la escuela de Annales tuvo un protagonismo indudable entre 1950 y principios de
los años setenta. A medida que el predominio de la «historia económica y social» dejó
paso a la «nueva historia de las mentalidades» en Francia, entre nosotros se sintió con
fuerza la voz crítica de historiadores que continuaban estando a la cabeza de la
renovación, pero que se opusieron al «modelo Braudel» de Annales46. Seguir el curso de la
influencia de Annales desde los años inmediatamente anteriores a la muerte de Franco
hasta nuestros días queda fuera del propósito enunciado en el título del presente trabajo.
Nos obligaría a estudiar el desarrollo múltiple y diverso de la historiografía española en
las dos últimas décadas, una historiografía que dejó de mirar preferentemente a Francia
como lo había hecho durante la mayor parte del siglo XX.

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103

NOTAS
1. J. M. JOVER ZAMORA, «El siglo XIX en la historiografía española contemporánea».
2. Periodo que trata en su contribución al libro de P. CIRUJANO MARÍN et alii, Historiografía y
nacionalismo español.
3. I. PEIRÓ MARTÍN, Los guardianes de la historia-, I. PEIRÓ MARTÍN y G. PASAMAR ALZURIA, La Escuela
Superior de Diplomática.
4. G. PASAMAR ALZURIA, Historiografía e ideología.
5. J. C ASANOVA, La historia social y los historiadores.
6. Ibid., p. 161.
7. En palabras de C. FORCADELL, «Sobre desiertos y secanos», es en 1950 cuando Vicens Vives
descubre la escueta de Annules, un año antes de la conferencia de Jover sobre Conciencia burguesa y
conciencia obrera en la España contemporánea, «una época en la que Carande paseaba su
marginación académica o Valdeavellano trabajaba desde la Historia del Derecho; pocas
excepciones para la ruptura de una tradición que habría que ir reconstruyendo lentamente».
Luego sin embargo, el «descubrimiento» de la historia social no habría sido exactamente un
camino por el desierto, por cuanto antes de la década de los ochenta hubo «benéficos riegos»,
bien canalizados «por el espectacular desarrollo de la historia económica en particular, por las
investigaciones y debates sobre la transición del antiguo régimen, por la aplicación que Artola
llevó a cabo de conceptos e instrumental procedentes de la sociología política, por los encuentros
de Pau, por obras que resisten el tiempo y la comparación y que, cuando fueron concebidas para
elaborar las mediaciones estructurantes más relevantes de un ámbito local o regional, fuera para
Andalucía (jornaleros y luchas agrarias), para Valencia (propiedad y relaciones señoriales), para
Galicia (pequeño campesinado y foros), para Cataluña, etc. conseguían establecer hitos de
importancia en lo que puede ser hoy perfectamente definido como historia social, aunque
estuvieran más exentas de propaganda que de análisis económico y del esfuerzo de relacionar
economía, sociedad y política sobre ámbitos limitados».
8. S. JULIÁ, «La historia social y la historiografía española» (p. 58).
9. J. FONTANA, «La historiografía española del siglo XIX». Recientemente se ha publicado el texto
de G. LINACERO, Mi primer libro de historia, de 1933, junto al Manual de historia de España del Instituto
de España, aparecido en 1939, en Enseñar historia con una guerra civil por medio, introducción de
Josep Fontana, Barcelona, 1999. En la evolución de la historiografía española Altamira representa
sin lugar a dudas un hito, como bien señala Fontana, de ahí que sea muy merecida la atención que
últimamente está recibiendo su persona y su obra. Véase, en especial, el libro colectivo
coordinado por A. ALBEROLA (ed.), Estudios sobre Rafael Altamira, el capítulo que le dedica C. P. BOYD
en «Historia Patria», y el artículo de B. PELLISTRANDI, «Escribir la historia de la nación española», así
como la reciente reedición de algunas de sus principales obras: Historia de la civilización española,
Psicología del pueblo español, La enseñanza de la historia.
10. Por ello ni tan siquiera aludo a otras influencias en la historiografía española del primer
tercio del siglo XX que contribuyeron igualmente a su renovación pero que quedan fuera de este
coloquio, dedicado a la historiografía francesa en el siglo XX y su recepción en España.
11. Véanse las contribuciones de Enrico CASTELLI GATTINARA y Bertrand MÜLLER en el libro colectivo
bajo la dirección de A. BIARD et alii, Henri Berr et la culture du XXe siècle.
12. Hay reedición reciente, Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, con introducción de Rafael Asín.
13. Ver A. PROST, «Seignobos revisité».
14. G. PASAMAR ALZURIA, «LOS historiadores españoles».
15. Archivo de la Universidad de Valencia, expediente académico de José Deleito.
104

16. P. RUIZ TORRES (ed.), Discursos sobre la historia, pp. 143-246.


17. A. D. TOLÉDANO, «L’enseignement de l’histoire», pp. 183-188.
18. J. DELEITO Y PIÑUELA, «Quelques données».
19. Ibid., p. 42.
20. J. DELEITO Y PIÑUELA, «Quelques données», p. 43.
21. Publicada también en Annales de la Universidad de Valencia, cuaderno 18, 1922-1923, pp.93-126.
22. La Historia de España y de la civilización española, en cuatro volúmenes, comenzó a publicarse en
1900 y terminó en 1911. La cuarta edición, «corregida y aumentada», corresponde a los años
1928-1929. La Historia de la civilización española se publicó en 1902 también en Barcelona, en la
colección Manuales Soler, y se hicieron numerosas reimpresiones hasta la nueva edición
aparecida en 1933 en la que el autor introduce algunos cambios importantes. El Manual de historia
de España era un resumen de la primera de estas obras, que apareció publicado en Madrid en 1934
y tuvo una segunda edición, Buenos Aires, 1946. Véase J. M. JOVER ZAMORA, «Por una historia de la
civilización española».
23. C. P. BOYD, «Historia Patria».
24. J. VICENS VIVES, «Lucien Febvre y los Annales».
25. P. BOSCH GIMPERA, «España». Son muy interesantes sus Memòries (Barcelona, 1980) que cubren
en especial el periodo comprendido entre su formación como estudiante de Filosofía y Letras y
Derecho en la Universidad de Barcelona a principios de siglo y el exilio de los años cuarenta en
Francia, Inglaterra y finalmente en México, donde murió en 1974.
26. M. MUÑOZ I LLORET, Jaume Vicens Vives, p. 68.
27. También era accesible al lector español en aquellos años la Cambridge Modem History,
publicada en castellano por la editorial Sopena.
28. I. OLÁBARRI, «La recepción en España».
29. J. M. MUÑOZ I LLORET, Jaume Vicens Vives.
30. G. MORÁN SUÁREZ, El maestro en el erial.
31. Expediente de depuración recogido en la tesis doctoral inédita de Isabel María GALLARDO
FERNÁNDEZ, Un krauso-institucionista de última hora: José Deleito y Piñuela (2 vols.), Universidad de
Valencia, 1989.
32. A ello aludo en P. RUIZ TORRES, «Del Antiguo al Nuevo Régimen», pp. 160-163.
33. J. M. JOVER ZAMORA, Conciencia burguesa y conciencia obrera, en su origen una conferencia leída
en el Ateneo de Madrid el 30 de abril de 1951.
34. J. VARELA, La novela de España, pp. 323-370.
35. Los numerosos artículos aparecidos en la revista L’Avenç y en la Revista de Cataluña, las
contribuciones al libro La historiografía catalana publicado en 1990 por el Cercle d’Estudis Històrics
i Socials de Girona, el balance de B. de RIQUER PERMANYER, «Apogeo y estancamiento de la
historiografía catalana», la excelente biografía intelectual de Vicens que ha publicado Josep M.
Muñoz y que hemos mencionado varias veces en este trabajo, la primera parte del primer
volumen homenaje a Jordi Nadal, La industrialzació i el desenvolupament econòmic d’Espanya,
Barcelona, Universidad de Barcelona, 1999, etc.
36. «Evolución de la economía catalana durante la primera mitad del siglo XV», ponencia
presentada el IV Congreso de Historia de la Corona de Aragón, Palma de Mallorca, 1955; «Hacia
una historia económica de España. Nota metodológica», Hispania, 57, 1954; «Coyuntura económica
y reformismo burgués. Dos factores en la evolución de la España del Antiguo Régimen», Estudios
de Historia Moderna, 4, 1954, etc.
37. Entre ellos, además del que da título al libro, destacan «Estructura administrativa y estatal en
los siglos XVI y XVII», su contribución al XI Congreso de Ciencias Históricas, Estocolmo, 1960, uno
de sus últimos trabajos, y «La industrialización y el desarrollo económico de España de 1800 a
105

1936», publicado póstumamente en la Première conférence internationale d’Histoire économique,


París-La Haya, 1960.
38. Vicens fue nombrado en 1954 profesor encargado de curso de Historia Económica de España
en la recién creada Facultad de Económicas. Fruto de sus clases fueron los Apuntes del curso de
historia económica de España, publicados en 1956, y más tarde el manual Historia económica de España
en el que colaboraría su discípulo Jordi Nadal.
39. Y que en el conjunto de las humanidades se manifiesta tempranamente en muchos otros
casos, comenzando por el de Bosch Gimpera, quien nada más terminar sus estudios de doctorado
en la Universidad de Madrid en 1911 obtuvo un pensionado para trasladarse a Berlín (véase P.
BOSCH GIMPERA , Memòries, pp. 51-72).
40. Barcelona, Casa de las Aguas, Institut Jaume Vicens Vives, del que actualmente (9-09-1999) es
director Josep Fontana. Me ha sido muy útil toda la información que Fontana tuvo entonces la
amabilidad de proporcionarme y que parcialmente incorporo en relación con este asunto de la
introducción de la historia económica en España durante la década de los años sesenta y
principios de los setenta.
41. Lo que puede comprobarse, por ejemplo, en el volumen homenaje coordinado por R.
FERNÁNDEZ (ed.), España en el siglo XVIII, con prólogo de Josep Fontana, en el que además de poner
de manifiesto la extraordinaria importancia que tuvo Vilar en la renovación propugnada por el
grupo catalán, hay una dura crítica a Braudel y a los historiadores que integraban entonces la
escuela de Annales.
42. Otra de las vías de penetración del materialismo histórico en la historiografía española tuvo
como principales protagonistas a Manuel Tuñón de Lara y los coloquios que el citado historiador
organizó en la Universidad de Pau entre 1970 y 1980, por donde pasaron numerosos jóvenes
historiadores españoles próximos al marxismo. Tuñón estaba muy influenciado por Manuel
Núñez de Arenas, profesor de enseñanza media y destacado socialista exiliado en Francia después
de la guerra, por Pierre Vilar, a quien conoce en 1951 en el entierro de Núñez de Arenas, y por
otro importante hispanista, Noël Salomon, catedrático de la Universidad de Burdeos y marxista
también, del que Tuñón era amigo desde 1936, cuando a ambos les unió el común rechazo al
fascismo (véanse J. PÉREZ, «Tuñón de Lara»; J. FONTANA, «Manuel Tuñón de Lara»; J. ARÓSTEGUI, «La
obra de Tuñón de Lara»; M. PÉREZ LEDESMA, «La memoria y el olvido». Sobre Tuñón, J. L. de la
GRANJA SÁINZY A. REIG TAPIA [eds.], Manuel Tuñón de Lara).
43. A. GARCÍA SANZ, «Felipe Ruiz Martín».
44. En los primeros momentos jugó un papel fundamental García de Valdeavellano, típico
exponente de la antigua Institución Libre de Enseñanza, que presidía los tribunales de esas
cátedras en su calidad de catedrático de la también muy joven Facultad de Ciencias Políticas de
Madrid. Así me lo indicó Josep Fontana en la entrevista a que he aludido antes, de donde procede
también la información sobre las primeras cátedras de Historia Económica. Fontana me contó
cómo llegó a entrar en contacto con Vilar. Vicens, que había sido profesor de Fontana el último
curso de la carrera, le recomendó que pasara por Paris y visitara a Vilar, como así hizo a finales
de la década de los cincuenta. Fontana había realizado una tesina sobre el siglo XVII y se había
decantado por la historia de Cataluña con el propósito de hacer una tesis sobre la
desamortización, razón por la cual Vicens le puso en contacto con Vilar. También Gonzalo Anes y
Jordi Nadal lo habían hecho por diversos motivos, lo cual creó una relación de la que saldrá la
publicación en castellano de Crecimiento y desarrollo con las características que hemos señalado
antes.
45. V. Vázquez de Prada y Álvaro Castillo habían entrado en contacto con el destacado
historiador francés. Por otra parte, como señala el primero en «La historia económica en España
desde 1940» (p. 435), la renovación «sería también ayudada por el comienzo de actividades de la
Casa de Velázquez, institución científica destinada, como es sabido, a dar acogida en Madrid a
hispanistas franceses. Desde 1965 editaría los Mélanges de la Casa de Velázquez, en cuyas páginas se
106

acogerían las primicias de las investigaciones que estos jóvenes historiadores estaban
realizando».
46. En 1974 J. FONTANA publicó un artículo, «Ascenso y decadencia», originariamente en catalán y
publicado en el número 4 de la revista Recerques, traducido al castellano en el libro colectivo Hacia
una nueva historia, en el que contraponía el «modelo Braudel» a las concepciones de Bloch y
Febvre que habían renovado la ciencia histórica, anticipando críticas que luego recibirían en
Francia los herederos de Braudel.

RESÚMENES
Aunque en múltiples ocasiones se ha insistido en la escasez de la tradición historiográfica en
España achacando al franquismo y a su ideología conservadora gran parte de la responsabilidad,
conviene ahora valorar las primeras tentativas de renovación de la ciencia histórica desde
principios del siglo XX. La clave de esta renovación fue una relación más estrecha entre las
ciencias sociales y la historia, y también un acercamiento a los debates europeos, en especial al
contexto francés. La figura de Rafael Altamira se impone como hito y paso obligado para analizar
esta «historia nueva». También otros historiadores como Manuel Sales y Ferré, José Deleito y
Piñuela, Pere Bosch Gimpera, Luis Pericot colaboraron en esta renovación. Dentro de esta
corriente, no muy importante, es preciso situar la docencia y la obra de Jaume Vicens Vives y la
influencia de Lucien Fevbre, Marc Bloch y su revista. El progresivo despertar de una
historiografía científica en España fue el resultado de los esfuerzos aunados de varias
generaciones de historiadores maestros y discípulos que se transmitieron la antorcha de la
renovación

La pauvreté de la tradition historiographique espagnole a été soulignée à l’envi. Il convient


cependant, sans sous-estimer le recul que supposa le franquisme et son idéologie conservatrice,
d’évaluer les premiers essais de rénovation de l’histoire qui, dès le début du XX e siècle, passaient
par une liaison plus étroite avec les sciences sociales et une attention aux débats européens,
notamment français. Le nom de Rafael Altamira s’impose comme un point de passage obligé de
toute analyse de cette « nouvelle histoire ». Mais d’autres personnalités ont travaillé à cette
construction de l’histoire en science : Manuel Sales y Ferré, José Deleito y Piñuela, Pere Bosch
Gimpera, Luis Pericot... C’est dans ce mouvement, modeste certes, mais réel, qu’il faut replacer
l’action et l’œuvre de Jaume Vicens Vives ainsi que l’influence française de Lucien Febvre et Marc
Bloch et leur revue. Le progressif épanouissement d’une historiographie scientifique est ainsi le
résultat de la conjonction des efforts de plusieurs générations d’historiens, où maîtres et
disciples se sont passé le flambeau de la rénovation

It has frequently been stated that Spain lacks a historiographic tradition, much of the blame for
which has been laid at the door of the Franco regime and its conservative ideology; however, now
is a good time to appraise the first attempts at a renewal of historical science in the early 20th
century. The key factors in this renewal were the narrowing gap between social sciences and
history, and also a growing awareness of European debates, especially in France. The key
historian in any analysis of the «new history» is undoubtedly Rafael Altamira. Other historians
who participated in this renewal included Manuel Sales y Ferré, José Deleito y Piñuela, Pere
Bosch Gimpera and Luis Pericot. Also relevant if less important are the teaching and writings of
107

Jaume Vicens Vives and the influence of Lucien Fevbre, Marc Bloch and his journal. The
progressive awakening of scientific historiography in Spain came about through the cumulative
efforts of historians, masters and disciples, who passed on the task of renewal from one
generation to the next

AUTOR
PEDRO RUIZ TORRES
Departamento de Historia Contemporánea - Universitat de València
108

L’histoire économique française est-


elle encore compétitive ?
Is french economic history still competitive?
¿Es todavía competitiva la historia económica francesa?

Gérard Chastagnaret

1 Le titre est provocateur mais, à mon grand regret, je dois avouer qu’il n’est pas de moi. Il
m’a été proposé par Benoît Pellistrandi dans le but, je pense, non d’aguicher le chaland,
mais d’afficher, de la manière la plus expressive possible en ces temps de mondialisation,
un problème auquel sont sensibles tous ceux qui sont, comme nombre d’entre nous, à
cheval entre deux historiographies, espagnole et française : celui de l’audience en
Espagne de la production française en histoire économique. À ceux d’entre vous qui
seraient heurtés par le traitement du savoir comme d’une marchandise, le registre de la
mondialisation offre des ressources sémantiques plus sophistiquées, mais tout aussi
brutales sur le fond. On peut ainsi, au risque de surestimer les enjeux du savoir
historique, ranger les historiens parmi les « manipulateurs de symboles » qui, dans le
cadre de la division ternaire chère à Robert Reich, occupent les positions stratégiques
puisqu’ils participent à l’identification et à la résolution de problèmes1. Ce qui revient à
formuler la question suivante : la production française en histoire économique impose-t-
elle ses mots, ses méthodes ou force-t-elle l’attention par ses résultats ?
2 Quelle que soit sa forme, la question initiale soulève en fait de multiples difficultés. La
première concerne l’observateur, à qui le fait d’être partie prenante, même très
modestement, dans l’objet de la réflexion, devrait retirer l’essentiel de sa légitimité.
J’assume pleinement toutes les ambiguïtés de mon statut d’aujourd’hui. Je les aggraverai
même puisque, pour des raisons de compétence ou de moindre incompétence, je centrerai
mon propos sur l’histoire contemporaine avec, pour excuse majeure, le fait qu’elle
cristallise les problèmes avec une force particulière. Mon principal argument de défense
est que j’ai travaillé seulement de manière secondaire sur l’espace français et que la
présence des historiens français sur le terrain espagnol ne concerne pas vraiment notre
propos.
109

3 Sur le fond, le simple état des lieux constitue déjà un problème sérieux. Je lui consacrerai
la première partie de mon propos, sans méconnaître le caractère lacunaire et discutable
d’une entreprise qui appellerait beaucoup de nuances, notamment en fonction des sous-
disciplines. Je me hasarderai ensuite à quelques réflexions sur les facteurs qui peuvent
expliquer l’ampleur des évolutions et même sans doute des bouleversements intervenus
depuis une trentaine d’années. Ces observations me conduiront à proposer une nouvelle
formulation au débat. Pour rester dans le registre économique, le cadre de réflexion sous-
jacent à la question initiale se limite à l’analyse de l’offre, et dans un sens unilatéral. Ne
faut-il pas s’interroger aussi sur la demande et, finalement, sur la réciprocité des
relations scientifiques ?

Le constat : la France marginalisée


4 Chacun le sent bien : l’historiographie économique française n’occupe désormais qu’une
place secondaire, voire marginale, dans le cadre conceptuel de nos collègues espagnols ou
dans leurs références bibliographiques. Le temps, pourtant proche, où Ernest Labrousse,
Pierre Vilar, Pierre Chaunu ou Emmanuel Le Roy Ladurie constituaient les références
majeures en termes de méthodologie – notamment avec l’histoire sérielle – comme de
résultats paraît désormais révolu.
5 J’ai essayé de rechercher quelques indicateurs factuels à ce qui pourrait n’être qu’une
impression superficielle par un dépouillement des deux grandes revues espagnoles
d’histoire économique, La Revista de Historia Económica2, publiée à Madrid depuis 1983, et
la Revista de Historia Industrial3, publiée à Barcelone depuis 1992. Je me suis attaché
principalement aux comptes rendus d’ouvrages, qui sont à la fois un révélateur des
centres d’intérêt et une offre de lecture.
6 Pour la Revista de Historia Económica, le bilan est dépourvu d’ambiguïté. Alors que les
ouvrages anglais ou américains font l’objet de trois à six comptes rendus par numéro,
ceux consacrés en seize ans à des ouvrages d’auteurs français sont, au total, toutes
périodes confondues, au nombre de dix-sept. Encore ce chiffre comprend-il des ouvrages
sur l’Espagne, publiés directement en espagnol, comme celui de Jacques Maurice sur
l’anarchisme andalou4, traduits en castillan, comme la thèse de Bartolomé Bennassar sur
Valladolid5, ou parus en français, ceux de Denis Menjot sur Murcie médiévale6, de Pierre
Ponsot sur la Basse-Andalousie7, d’Alain Huetz de Lemps sur les vignobles espagnols8 et de
Julián Montemayor sur Tolède à l’époque moderne9. Onze recensions seulement sont
consacrées à des ouvrages français sur des thèmes non proprement hispaniques. Deux
d’entre elles portent sur des travaux d’histoire médiévale, dont un, de champ très large,
fait l’objet d’une version castillane10.
7 Restent neuf comptes rendus de travaux concernant, à des titres divers, la fin de l’Ancien
Régime et la période contemporaine. Il s’agit des ouvrages suivants, dans l’ordre
chronologique des comptes rendus :
• François DOSSE, L’histoire en miettes, en 198711 ;
• Emmanuel CHADEAU, Annuaire statistique de l’économie française12, en 1990 ;
• Jean-Charles SOURNIA, Histoire de l’alcoolisme13, en 1990 (livre de 1986) ;
• Claude JESSUA, Histoire de la théorie économique14, en 1993 ;
• Hervé MONET et Jean-Jacques SANTINI, L’économie britannique. Le libéralisme à l’épreuve 15, en
1995 ;
110

• Jean-Michel SELIG, Malnutrition et développement économique en Alsace au XIX e siècle16, en 1997 ;


• Jean-Yves GRENIER, L’économie de l’Ancien Régime17, en 1998 ;
• Jacques BOTTIN et Nicole PELLEGRIN (éd.), Échanges et cultures textiles18, en 1998 ;
• Gilles POSTEL-VINAY sur La terre et l’argent. L’agriculture et le crédit en France du XVIII e au début du
XXe siècle19, en 1998.
8 La liste est tout aussi brève pour la Revista de Historia Industrial, créée, il est vrai, en 1992
seulement. Elle se limite à six ouvrages, énumérés ci-dessous, toujours selon l’ordre
chronologique de leur recension :
• François ROBERT, Les archives d’entreprises en Rhône Alpes. Guide documentaire 20 ;
• Maurice HAMON et Dominique PERRIN, Au cœur du XVIII e siècle industriel. Condition ouvrière et
tradition villageoise à Saint-Gobain21 ;
• Denis WORONOFF, Histoire de l’industrie en France du XVIe siècle à nos jours22 ;
• Louis BERGERON et Gracia DOREL FERRÉ, Le patrimoine industriel, un nouveau territoire23 ;
• Louis ANDRÉ, Machines à papier. Innovation et transformations de l’industriepapetière en France
(1798-1960)24 ;
• et enfin Catherine OMNÈS, Ouvrières parisiennes25.
9 J’ai tout à fait conscience des insuffisances de cet indicateur, ainsi que de son caractère
déformant. J’ai par exemple moi-même contribué à la maigreur des chiffres en ne
répondant pas, faute de temps, aux sollicitations des amis de la Revista de Historia
Económica. Surtout, dans ces mêmes revues, l’offre d’historiographie française peut passer
largement par un autre canal, l’accueil d’articles. Sur ce point, la réponse est aisée, La
Revista de Historia Económica ne publie aucun article sur la France, la Revista de Historia
Industrial publie six textes. Trois d’entre eux portent sur des sujets concernant
directement aussi l’économie espagnole :
• sur l’industrie du plomb à Marseille26 ;
• sur le rôle des techniciens anglais dans l’industrie métallurgique au XIX e siècle27 ;
• sur l’introduction du mérinos en France à la fin du XVIII e et au début du XIXe siècle28
10 Un troisième texte porte sur un thème d’intérêt majeur pour l’histoire industrielle en
général : il s’agit d’une longue interview de Louis Bergeron sur le patrimoine industriel 29.
11 Restent trois articles portant plus spécifiquement sur des thèmes français :
• sur Paris et l’électrification de la France30 ;
• sur la démographie des entreprises industrielles en France 31 ;
• sur l’industrialisation de Marseille32.
12 L’offre de connaissances sur l’historiographie économique française est donc
sensiblement différente entre les deux revues et invite à nuancer l’image de désintérêt
qui m’avait servi de point de départ. Celui-ci reste manifeste pour la Revista de Historia
Económica et se traduit sous deux formes différentes. L’une, quantitative, est l’absence
d’articles sur la France et la faiblesse numérique des recensions d’ouvrages sur
l’hexagone. L’autre, scientifiquement tout aussi grave, est qualitative : si certains choix
portent sur des ouvrages importants en termes documentaires ou de problématiques, on
trouve aussi des livres plus secondaires, voire de simples manuels pour étudiants. Ce
phénomène est intéressant à un double titre, parce qu’il explique en partie la sévérité de
la critique et contribue donc à dégrader l’image de la production française, et surtout
parce qu’il révèle une absence de repères du domaine considéré, y compris en termes de
statut des ouvrages.
111

13 La Revista de Historia Industrial n’est pas dans la même situation. Les comptes rendus et
articles reçus témoignent d’une attention privilégiée envers certains aspects de la
production française : les sources, les études sectorielles, l’industrialisation et le
patrimoine industriel. La spécialisation de la revue facilite sans doute la cohérence de la
démarche mais l’attention reste sélective. En particulier, l’absence d’une forme de
production mérite de retenir l’attention : celle des grandes synthèses d’histoire
industrielle qui ont fleuri en France ces dernières années. Seule celle de Denis Woronoff, l’
Histoire de l’industrie en France, parue en 1994, retient l’attention de la revue, de manière
d’ailleurs très positive. Rien n’est dit sur l’Histoire de la France industrielle, publiée en 1996
sous la direction de Maurice Lévy-Leboyer, ni sur L’échelle du monde de Patrick Verley 33. Ce
dernier exemple de silence de la revue catalane est d’autant plus significatif que l’auteur
est l’un des disciples les plus fidèles de Pierre Vilar, dont on sait le prestige parmi les
historiens catalans. Ce silence se retrouve d’ailleurs même lorsque les auteurs ont des
liens directs forts avec le milieu scientifique : l’ouvrage codirigé par A. Broder sur la
« longue stagnation » ne fait l’objet de recension ni à Madrid ni à Barcelone 34.
14 S’agit-il de rejets ou de choix éditoriaux ? Le décryptage des démarches n’est pas aisé à
conduire : d’une part toute revue ne peut qu’être sévèrement sélective à l’égard de la
production extérieure et, d’autre part, l’offre de lecture ne doit pas être confondue avec
la culture économique des historiens espagnols. Ainsi, Albert Carreras était parfaitement
à l’aise dans le maniement des travaux de Markovitch, Crouzet et Lévy-Leboyer dans un
article de 1984 paru dans la revue même qui ignore le plus l’historiographie économique
française35.
15 Cet exemple, dont chacun sait l’éminente qualité, ne doit pas servir d’alibi, mais il invite à
se défier des formulations simplistes des problèmes. Il est certain que l’analyse des deux
revues montre l’étroitesse de l’information scientifique et de l’offre de lecture sur
l’histoire économique française. Ce phénomène exprime et aggrave, de manière
cumulative, une perte d’audience.
16 Mais cette confirmation de l’hypothèse initiale s’accompagne aussi de la mise au jour de
modulations différentes à Madrid et Barcelone. La recherche des racines conduit donc à
s’interroger à la fois sur des facteurs généraux et sur des éléments de discrimination.

Une triple divergence


17 Il ne faut pas se dissimuler que cette partie de la réflexion est particulièrement périlleuse,
en raison de la vanité de toute quête des origines, de la difficulté de réunir des preuves et
donc du caractère facilement polémique de toute argumentation. La distinction de trois
aspects, les méthodes, les problématiques et les lieux, ne relève que d’un souci de clarté
parce qu’ils sont en fait tous trois intimement liés.

Les méthodes

18 Nous touchons là un tabou puisque chaque discipline affirme le partage de ses


paradigmes scientifiques. Sans remettre en question cette volonté ni le caractère
réellement scientifique des démarches, ni l’effectivité de l’échange entre chercheurs, il
faut bien prendre acte de plusieurs réalités de base. La première est la différence des
formations. En France, l’histoire économique est toujours restée le fait d’historiens, de
112

formation générale littéraire, éventuellement complétée par une formation statistique ou


économique. En Espagne, l’histoire économique relève des sciences économiques et, de
fait, elle est de plus en plus construite par des chercheurs eux-mêmes issus de cette filière
et qui, dans leur enseignement, s’adressent à des étudiants à l’aise dans le maniement des
statistiques et des concepts. Par certains aspects, la difficulté de dialogue entre historiens
économistes des deux côtés des Pyrénées se rapproche de celle qui existe, en France
même, entre historiens économistes et économistes. Même si, à la différence de la plupart
des économistes, les historiens de l’économie partagent tous la même conscience de
l’importance du temps long, il ne faut pas sous-estimer cette difficulté, qui revêt un
double aspect, de langage – qui devient barrière au lieu d’être vecteur – et surtout de
méthode : l’historien économiste espagnol se trouve devant des démonstrations trop
littéraires pour être convaincantes ; pour lui, le raisonnement qualitatif ou l’exemple ne
sauraient remplacer la démonstration statistique ou l’argumentation selon un modèle
mathématique avec représentation graphique. Plusieurs ouvrages récents ne peuvent que
renforcer la prévention espagnole. Ainsi, un recueil de textes majeurs d’historiens
économistes français, réuni en 1992 par Michel Margairaz, serait inconcevable en
Espagne, par son déséquilibre entre le texte et l’appareil statistique36. L’auteur rappelle
d’ailleurs les réserves formulées depuis longtemps déjà envers le caractère fruste de
l’approche statistique française, la moyenne mobile faisant trop figure d’« arme
absolue », selon le mot de François Crouzet37. Le livre même de Denis Woronoff, plus
récent encore, puisqu’il est de 1994 avec réédition en 1998, L’histoire de l’industrie en France
du XVIe siècle à nos jours, est d’une texture « littéraire » propre à dérouter sinon décevoir le
lecteur espagnol et cela en dépit de l’intérêt majeur de l’ouvrage, souligné par la
recension de Jordi Nadal.
19 Le problème n’est pas la légitimité de cette disqualification – nous savons tous que mieux
vaut une argumentation qualitative étayée par des sources qu’un discours modélisateur
déconnecté du réel –, mais la nature de la représentation de la recherche et son impact
sur l’échange scientifique. Or, l’image de l’histoire économique française est celle d’une
discipline qui non seulement n’impose plus ses mots ni ses méthodes, mais ne parvient
que très partiellement à manier ceux des autres.

Les problématiques

20 Le problème précédent rejoint très directement celui des interrogations. L’histoire


économique française a été pionnière dans l’histoire des mouvements de l’économie, pour
la période moderne et pour la transition avec la période contemporaine. Elle n’a jamais eu
le même rayonnement pour l’histoire contemporaine elle-même, en particulier pour celle
de l’industrialisation, en dépit du caractère pionnier de l’œuvre magistrale de Paul
Mantoux38. Les historiens français ont apporté des contributions majeures, mais n’ont pas
imposé de grilles de lecture originales, pour des raisons tenant à la prégnance de la
« norme anglaise »39 mais aussi à des partis pris problématiques (comme la priorité aux
cycles courts chez Labrousse) ou théoriques, qui ont contribué à l’enfermement des
travaux et surtout à leur obsolescence rapide. De ce fait, et contrairement à une idée
reçue, pour la période contemporaine, le problème me paraît moins celui d’une
reconstruction que celui d’une construction.
21 Or il faut admettre que, même de ce point de vue, l’histoire économique française
éprouve des difficultés au cours des dernières décennies. Depuis la fin des années 1960,
113

elle a certes produit des résultats forts, individuellement et collectivement, dans deux
domaines : la banque et un domaine qui déborde de la seule économie, celui des relations
financières internationales, la thèse d’Albert Broder venant en 1981 couronner un cycle
exceptionnel avec notamment les travaux de Poidevin (1969), Girault (1972) et Thobie
(1977)40.
22 Ces réussites, réelles mais déjà quelque peu datées, ne sauraient masquer les insuffisances
dans d’autres domaines. L’essentiel me paraît être que l’histoire économique française n’a
pas su pleinement participer à la relance des réflexions sur l’industrialisation. En dépit
des articles précurseurs de Maurice Lévy-Leboyer à la fin des années 196041 ou des
travaux de chercheurs d’une génération plus récente, comme ceux d’Alain Dewerpe sur la
proto-industrialisation italienne42, aucun nom français n’est venu s’imposer dans les
débats à côté de ceux de Crafts ou Maxine Berg. Ce sont P. O’Brien et C. Keyder qui, dans
un ouvrage paru en 1978, ont le plus fortement revalorisé la voie française vers
l’industrialisation43. Et les recherches d’Albert Carreras sur la croissance industrielle
n’ont pas trouvé d’équivalent du côté français : l’auteur a dû s’appuyer, au prix d’une
réélaboration, sur le travail, déjà quelque peu ancien, de François Crouzet.

Disqualifications spatiales

23 À ce décalage général est venu s’en ajouter un autre, qui concerne précisément l’un des
intérêts majeurs de l’historiographie espagnole d’aujourd’hui. La remise en cause, au
cours des années 1970, des conceptions dominantes sur l’industrialisation a libéré les
approches en termes de structures, de techniques et de secteurs d’activité. Les recherches
sur l’industrialisation en Méditerranée y ont trouvé un nouvel élan, en particulier grâce à
Jordi Nadal44. Pour diverses raisons, tenant à l’ancrage des modèles anciens mais aussi au
fonctionnement professionnel de la discipline et sans doute, plus profondément, à des
représentations différentielles du territoire national, l’histoire économique française a
tardé à s’insérer dans ce mouvement et n’en a peut-être pas encore tiré toutes les
conséquences.
24 L’industrialisation de la France méridionale est longtemps apparue comme seconde, sinon
marginale ou anecdotique, et la bibliographie régionale sur le sujet, en forte progression
depuis une décennie, a beaucoup tardé à retenir l’attention de l’ensemble des historiens
économistes. Les risques de méconnaissance ou de contresens inhérents à une telle cécité
n’ont pas toujours été évités, allant parfois jusqu’à donner lieu à des prolongements
singuliers, y compris hors de la sphère scientifique.
25 Un des exemples les plus significatifs de la difficulté de l’historiographie française à
porter une attention spécifique à la Méditerranée est sans doute celui de Patrick Verley
dans L’échelle du monde, précisément parce qu’il s’agit d’un historien d’une éminente
qualité intellectuelle. Dans cette synthèse, exceptionnelle par l’ampleur de la culture et la
profondeur de la réflexion, l’auteur perçoit parfaitement, à la suite de Gerschenkron,
l’existence de modalités d’industrialisation différentes de la « canonique voie
britannique »45, mais le problème du renouvellement des cadres de lecture de
l’industrialisation est posé avec beaucoup moins de netteté que dans la bibliographie
espagnole, dont l’ouvrage illustre, involontairement, combien elle est mal connue en
France46.
26 Il ne faut toutefois pas trop accabler les historiens français. Certains travaux ont joué un
rôle précurseur, comme la thèse d’Alain Dewerpe sur l’Italie du Nord – mais aurait-il été
114

prophète en son propre pays ? En France, en effet, les historiens participent d’un cadre
général de représentation beaucoup plus large. Un ministre de l’Industrie n’est-il pas allé,
au début des années 1990, jusqu’à essayer d’expliquer ce qu’était l’industrie à un public de
Marseillais, puisque, selon lui, leur ville ne l’avait jamais connue ? Les évolutions récentes
sont surtout très rapides. Les recherches progressent, notamment sur Marseille, en
relation étroite avec les travaux conduits à Barcelone ou Athènes47. En ce domaine,
l’histoire économique française ne saurait avoir la moindre prétention au leadership, mais
simplement à la reconnaissance de son activité. Et de manière au fond très logique, la
reconnaissance extérieure a précédé celle de la propre communauté nationale, qui est
néanmoins désormais acquise.
27 Archaïsmes du langage et des méthodes, difficultés à s’insérer dans les nouveaux enjeux
de l’historiographie, décalages freinant la participation française à la construction des
nouveaux objets de l’histoire, en particulier pour l’espace méditerranéen : ce constat
abrupt est propre à dédouaner nos collègues espagnols pour leur indifférence ou, au
mieux, leur intérêt très sélectif à l’égard de l’histoire économique française. Il soulève en
fait deux problèmes. Le premier, auquel chacun aura été sensible, est celui de son
caractère partiel et injuste, à l’égard de plusieurs ouvrages et domaines de recherche,
comme l’économie d’Ancien Régime, avec l’ouvrage de Grenier48, ou l’histoire rurale, avec
les travaux de Postel-Vinay sur le financement des investissements49, deux ouvrages
d’ailleurs présentés par la Revista de Historia Económica. Aussi regrettables soient-elles, ces
lacunes, dont la liste n’est pas exhaustive, ne modifient pas réellement le constat
d’ensemble, sauf si elles sont articulées avec la seconde question : si l’histoire économique
française paraît décevante, n’est-ce pas aussi parce que l’on ne sait pas percevoir l’intérêt
de plusieurs pans de ses apports, non seulement en termes de savoirs, mais aussi de
questionnements et de méthodes ?

Pour une double logique des relations scientifiques


28 Jusqu’à présent, j’ai pleinement joué le jeu de la question posée, mais était-ce la bonne
question ? Cette réserve, qui pourrait illustrer les limites de la complicité ou de la
solidarité universitaires, vise surtout à attirer l’attention sur un biais scientifique
inhérent à notre démarche : une réflexion centrée exclusivement sur l’offre, comme je l’ai
fait jusqu’ici, empêche de percevoir les problèmes liés à la demande et contient en elle-
même une partie des réponses. Il me paraît donc nécessaire de nous interroger aussi sur
les responsabilités des historiens espagnols : savent-ils percevoir tout ce que pourrait leur
apporter l’historiographie économique française ? La question est propre à rétablir
l’équilibre entre les deux versants des Pyrénées pour les ennemis que me vaudra cette
intervention. Elle est surtout beaucoup trop abrupte et méconnaît les différences de
sensibilité à l’égard de la France que nous avons déjà aperçues à travers la politique des
deux revues et qui révèlent sans doute, en profondeur, des nuances dans les paradigmes
disciplinaires. Les contraintes de temps et d’efficacité du propos me contraignent
pourtant à sacrifier la présentation des différences au profit de celle des enjeux majeurs.
29 Il me paraît nécessaire de présenter deux cas de figure, celui où la France est
anormalement absente des débats péninsulaires et celui où, par son originalité,
l’historiographie française devrait jouer un rôle majeur, voire pionnier dans la réflexion
de nos collègues espagnols. En aucun cas, il ne s’agit pour moi de pratiquer le
balancement rhétorique qui consisterait à revaloriser ce que j’ai disqualifié dans un
115

premier temps : je ne perds pas de vue nos insuffisances, mais, pour moi, elles ne suffisent
pas à définir ce qu’est l’historiographie française.

La France oubliée dans les débats

30 L’historiographie française est présente dans plusieurs domaines de recherche. Il en est


ainsi par exemple pour l’histoire du textile avec l’abondance des références aux travaux
de Serge Chassagne, pour l’histoire des chemins de fer avec l’attention de Javier Vidal
pour les travaux de François Caron, ou de celle de l’électricité, avec le souci de Caries
Sudrià de nourrir sa réflexion de comparaisons avec la France. Il me paraît cependant
plus important ici de souligner les manques dont je ne prendrai qu’un exemple, celui de
l’histoire des entreprises, particulièrement vivante en Espagne depuis les années 1990 et
objet, en 1994, d’une très vive controverse dans la Revista de Historia Económica entre,
d’une part, J. M. Valdaliso et, de l’autre, G. Tortella et S. Coll50. Sans entrer dans le fond du
débat, hors de propos ici, deux aspects sont importants pour notre propos :
• L’omniprésence de la référence anglo-saxonne, qu’un lecteur ironique pourrait juger parfois
proche de l’américanolâtrie ;
• L’absence de toute référence française, y compris dans l’article consacré par Valdaliso en
1996 dans la Revista de Historia Industrial à plusieurs publications récentes 51.
31 Cette lacune est surprenante à un double titre. Tout d’abord, il s’agit d’un secteur où la
France a fait preuve d’une antériorité certaine, avec par exemple, dès les années 1980, les
thèses d’A. Baudant sur Pont-à-Mousson (1980), de C. Omnès sur Vallourec et de J.-P.
Daviet sur Saint-Gobain (1988), ou avec des études de secteur, comme la thèse d’E.
Chadeau sur l’industrie aéronautique en France52. Par ailleurs, et quelle que soit sa place
dans la typologie proposée par Valdaliso, la production française aurait pu alimenter
utilement la réflexion méthodologique, voire déontologique pour des travaux que je
m’abstiendrai de citer. Ne pas inclure la France dans le champ d’observation me paraît
réduire à la fois le domaine d’étude et aussi, dans une certaine mesure, le cadre de
réflexion.

Originalités françaises

32 La question se pose avec encore plus de force pour les domaines où les chercheurs
français ont fait émerger de nouveaux domaines ou proposé des cadres originaux. Ces
apports peuvent se situer à trois niveaux différents, intimement associés mais qu’il peut
être commode de distinguer pour l’exposition : les champs, les théories, les méthodes.
33 Les champs d’abord, avec un seul exemple. Dans un pays aussi marqué que l’Espagne,
depuis les Bourbons, par les modèles administratifs français, ne faudrait-il pas exploiter
réellement les pistes ouvertes par les recherches sur le haut personnel technique d’État,
celles de Philippe Minard sur les inspecteurs des manufactures53 et d’André Thépot sur les
ingénieurs du Corps des Mines54 ? Le risque de la méconnaissance est aussi celui du
contresens, avec par exemple la confusion possible, dans une comparaison mal maîtrisée,
entre des statuts différents d’ingénieurs.
34 Pour la théorie, je retiendrai volontairement deux exemples très différents. Le premier,
qui est d’ailleurs aussi innovation de méthode, puisqu’il y a eu traitement statistique
lourd et original de l’espace économique français du XIXe siècle, est le fait d’un historien,
Bernard Lepetit, sur le fonctionnement différentiel des espaces économiques55. À tort
116

peut-être, je n’ai pas connaissance que son entreprise ait suscité de profonds échos en
Espagne.
35 Le second exemple concerne la science économique, dans laquelle nos amis espagnols
sont tellement plus à l’aise que nous. L’une des nouveautés théoriques majeures des deux
dernières décennies est l’émergence, puis la construction de la théorie de la régulation, à
partir de la thèse de Michel Aglietta en 1974 (Accumulation et régulation du capitalisme en
longue période. Exemple des États-Unis [1870-1970], Paris I - Sorbonne) et des travaux de
Robert Boyer, auteur d’articles fondateurs, puis d’un ouvrage magistral56. La régulation
s’entend au sens de mode de reproduction des structures d’une société. Cette théorie dit
s’inscrire dans le fil de la démarche labroussienne en affirmant que chaque société
possède la conjoncture de ses structures, et elle s’intéresse à l’ensemble des relations qui
fonde une société en refusant la fiction d’un « homo economicus ».
36 Sans pouvoir affirmer qu’elle soit ignorée, je n’ai pas le sentiment que cette théorie soit
réellement connue en Espagne. L’ouvrage de synthèse publié en 199657 compte, parmi ses
quarante-six auteurs, trente-huit Français, deux Américains, deux Japonais, un Italien, un
Norvégien, un Marocain, un Mexicain, mais la Péninsule n’apparaît ni parmi les auteurs,
ni au nombre des centres d’intérêt, pourtant encore plus larges que l’origine des auteurs.
Je ne cherche nullement ici à défendre l’intérêt de cette théorie, qui peut être discutée, y
compris dans son substrat historique, mais la discrétion espagnole est d’autant plus
étonnante que l’école de la régulation met l’histoire au cœur de sa démarche et qu’elle
suscite un véritable engouement aux États-Unis. Lui manque-t-il un véritable label
américain ? Ou bien la réflexion sur les modes de régulation successifs du capitalisme
depuis le XIXe siècle heurte-t-elle des sensibilités néolibérales ? À moins, plus
simplement, que les tenants d’une histoire économique « dure » ne rejettent une théorie
qui veut s’ancrer dans le mouvement des sociétés ?
37 On touche là le dernier point, celui des méthodes. Et si la faiblesse majeure de l’histoire
économique française, son manque d’ancrage dans la science économique, ses concepts et
ses méthodes, était aussi l’une de ses originalités positives, voire l’un de ses points forts ?
En d’autres termes, les lacunes du côté de l’économie ne trouvent-elles pas une
contrepartie dans les liens avec les sciences sociales ? La question se pose avec d’autant
plus de force que les économistes français eux-mêmes trouvent de plus en plus de vertus
à leurs propres historiens, dont ils commencent à assumer l’intérêt pour les perspectives
de longue durée et pour l’intégration d’une dimension anthropologique et politique à
l’analyse économique : je pense aussi bien aux travaux de Pierre-Cyrille Hautcœur sur les
assurances qu’à ceux du GDR du CNRS sur les économies méditerranéennes, autour de
Bertrand Bellon et Henri Regnault. Les historiens économistes espagnols me semblent,
pour l’heure, moins sensibles à l’ouverture pluridisciplinaire que certaines autres
catégories de chercheurs : ceux d’histoire sociale, sortis de leur long enfermement dans
une histoire militante, et même les géographes : plusieurs, dans le cadre d’une approche
traditionnelle des sociétés dans la durée, savent parfaitement intégrer les sciences
sociales, notamment pour la démographie, et utilisent largement une bibliographie
française abondante et de qualité pour l’étude des migrations.
38 L’expérience déjà ancienne que j’ai de la fréquentation du milieu des historiens
économistes espagnols m’a montré que, en dépit de son dynamisme, il n’était pas épargné
par l’épuisement de certaines problématiques – le congrès de la Asociación Española de
Historia Económica tenu à Saint-Sébastien en 1993 en avait été pour moi l’illustration – et
que certaines approches souffrent d’un trop grand cloisonnement disciplinaire à l’égard
117

des autres sciences sociales. L’économie seule est une voie réductrice pour traiter du
« capital humain », et toute la réflexion espagnole sur le travail gagnerait à connaître un
ouvrage aussi riche et ouvert dans ses approches que celui d’Aimée Mouttet sur
l’organisation du travail dans l’industrie française de l’entre-deux-guerres58.
39 On pourrait multiplier les exemples de fécondité du croisement des sciences sociales.
Ainsi les théories de la décision sont loin d’épuiser les voies réelles et les enjeux de la
décision économique. Dans ces conditions, en dépit de ses faiblesses, la France peut offrir
les voies d’une relance ou d’un approfondissement, à deux titres différents : par ses
propres travaux, y compris les plus atypiques, ou par ses méthodes d’emprunt aux autres
sciences sociales. Cet éloge de l’hétérodoxie n’a rien de paradoxal : chacun sait que les
avancées scientifiques se font aux marges des disciplines ou par des croisements
disciplinaires. Au fond, en dépit de ses faiblesses, l’exemple français est une invitation
positive à se défier des puretés disciplinaires : il n’est de science forte que de science
métissée.

Conclusion : un chantier partagé


40 On ne saurait imaginer deux visages plus différents d’une même discipline. D’un côté, une
histoire économique forte, en nombre et en qualité, de plus en plus solidement ancrée
dans une culture économique anglo-saxonne, de l’autre, une histoire économique souvent
incertaine dans ses concepts et ses méthodes, de plus en plus marginalisée dans les
centres d’intérêt des étudiants et des chercheurs, et pour laquelle les appuis
institutionnels prennent parfois des allures d’assistance à malade. Mon propos a sans
doute creusé les oppositions, ignoré les points de contact, mais il n’a pas créé
artificiellement les divergences et les déséquilibres. Il a su surtout voulu montrer que,
loin de conduire au constat de séparation des esprits, ces figures des contraires traçaient
le chemin des rencontres nécessaires.
41 Imaginons le parcours idéal de l’apprenti chercheur qu’aucun de nous ne cesse jamais
d’être, celui d’une double formation acquise par des séjours alternés en France et en
Espagne. Cette formation conduirait à des questionnements économiquement rigoureux
mais ouverts sur les évolutions globales des sociétés et cela dans l’humilité la plus
profonde à l’égard du document, ce qui est sans doute la différence la plus profonde de la
démarche française à l’égard d’une histoire modélisante, dont on sait trop qu’elle sert
plus souvent la carrière de ses promoteurs que l’avancée des savoirs.
42 Est-ce vraiment une utopie, ou la simple anticipation d’une nécessité, à laquelle il importe
de faire face ? Celle de la rencontre de deux historiographies nationales qui ont besoin de
se vivifier mutuellement. La première urgence est pédagogique, puisque l’une n’a plus
conscience de cette nécessité et que l’autre n’a toujours pas clairement compris ni la
gravité de sa situation ni les voies possibles de reconstruction. Le reste sera affaire
d’institutions et de volonté d’aboutir. L’essentiel, pour la vitalité de l’histoire économique
des deux pays est de retrouver, sans refus d’autres ouvertures mais avec fermeté, une
direction méridienne et de parcourir, dans les deux sens cette fois, les chemins qui, pour
avoir été trop exclusivement fréquentés du Sud vers le Nord pendant des décennies,
étaient tombés en déshérence.
118

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elle est éditée par la Fundación Empresa Pública.
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Compte rendu parjordi NADAL, RHI, 8, 1995, pp. 211-213.
23. Louis BERGERON et Gracia DOREL FERRÉ, Le patrimoine industriel, un nouveau territoire, Paris,
Éditions Liris, 1996. Compte rendu par Juan HELGUERA QUIJADA, RHI, 10, 1996, pp. 235-238.
24. Louis ANDRÉ, Machines à papier. Innovation et transformations de l’industrie papetière en France
(1798-1960), Paris, École des Hautes Études en Sciences Sociales, 1996. Compte rendu (joint à celui
de Gary BRYAN MAGEE, Productivity and Performance in the Paper Industry. Labour, Capital and
Technology in Britain and America [1860-1914], Cambridge, Cambridge University Press, 1997) par
Miquel GUTIÉRREZ I POCH, RHI, II, 1997, pp. 247-250.
25. Catherine OMNÈS, Ouvrières parisiennes. Marchés du travail et trajectoires professionnelles au XX e
siècle, Paris, École des Hautes Études en Sciences Sociales, 1997. Compte rendu par Carmen
SARASÚA GARCÍA, RHI, 12, 1997, pp. 265-269.
26. G. CHASTAGNARET, « Marsella en la economía internacional del plomo ».
27. O. RAVEUX, « El papel de los técnicos ingleses ».
28. É. TEYSSIER, « La introducción de los merinos en Francia ».
29. G. DOREL FERRÉ, « Arqueología industrial, pasado y presente ».
122

30. A. BELTRAN, « París y la electrificación de Francia ».


31. M. LESCURE, « La demografía empresarial en Francia ».
32. X. DAUMALIN et O. RAVEUX, « Una revolución industrial ».
33. M. LÉVY-LEBOYER, Histoire de la France industrielle ; P. VERLEY, L’échelle du monde.
34. Y. BRETON et alii (dir.), La longue stagnation en France.
35. A. CARRERAS, « La producción industrial española ».
36. M. MARGAIRAZ, Histoire économique.
37. Ibid., p. 21.
38. P. MANTOUX, La Révolution industrielle au XVIIIe siècle.
39. G. CHASTAGNARET, « L’industrie en Méditerranée ».
40. R. POIDEVIN, France et Allemagne ; R. GIRAULT, France et Russie ; J. THOBIE, Intérêts et impérialisme
français ;et A. BRODER, le rôle des intérêts économiques étrangers.
41. M, LÉVY-LEBOYER,« La croissance économique » ; ID. « Prix, profits ».
42. A. DEWERPE, L’industrie aux champs.
43. P. O’BRIEN et C. KEYDER, Two Paths to the 20th Century.
44. J. NADAL et J. CATALÁN (éd.), La cara oculta de la industrialización española. Voir aussi G.
CHASTAGNARET, « L’industrialisation masquée ».
45. P. VERLEY, L’échelle du monde, p. 73.
46. Ainsi, les ouvrages de J. NADAL postérieurs à El fracaso de la revolución industrial n’apparaissent
pas dans la bibliographie de l’ouvrage.
47. Cf. notamment O. RAVEUX, Marseille.
48. J.-Y. GRENIER, L’économie de l’Ancien Régime.
49. G. POSTEL-VINAY, La terre et l’argent.
50. J. M. VALDALISO, « Algunas reflexiones » ; G. TORTELLA, « Comentario a las reflexiones » ; S. COLL,
« El profesor Valdaliso ».
51. J. M. VALDALISO, « Las diversas caras de la historia empresarial en España ».
52. E. CHADEAU, L’industrie aéronautique.
53. P. MINARD, La fortune du colbertisme.
54. A. THÉPOT, Les ingénieurs des Mines.
55. B. LEPETIT, « Sur les dénivellations de l’espace économique ».
56. R. BOYER, La théorie de la régulation. Une analyse critique.
57. R. BOYER et Y. SAILLARD, Théorie de la régulation. L’état des savoirs.
58. A. MOUTTET, Les logiques de l’entreprise.

RÉSUMÉS
La production française en histoire économique impose-t-elle ses mots, ses méthodes ou force-t-
elle l’attention par ses résultats ? À cette question, G. Chastagnaret apporte des éléments de
réponse en se fondant sur l’observation de la réception de l’historiographie économique
française en Espagne. Partant du constat de sa marginalisation progressive, il montre comment la
différence de formation des historiens économistes de part et d’autre des Pyrénées aboutit à des
incompréhensions qui se prolongent par des méthodes et des problématiques distinctes, mais
aussi à cause de centres d’intérêts parfois divergents. Pourtant, tout indique, dans le
123

renouvellement des enquêtes et des recherches, le bénéfice que les deux communautés
scientifiques auraient à retirer d’une meilleure connaissance réciproque

Is French economic history successful because it exports its concepts and methods or because of
its past achievements? Gérard Chastagnaret proposes some answers to this question based on
observation of how French economic historiography is received in Spain. Taking as given that
the influence of this historiography is gradually waning, Chastagnaret shows how the difference
in the training of economic historians in Spain and France produces areas of misunderstanding
in the form of differing methods and identification of problems, and also divergent points of
interest. Nonetheless, it is to be hoped that with the renewal of investigations and surveys the
two communities will achieve more synergies through improved mutual acquaintance

¿Destaca la producción francesa en historia económica poique exporta sus conceptos y sus
métodos, o se impone por los resultados que ha conseguido? A esta pregunta, Gérard
Chastagnaret propone elementos de respuesta basándose en la observación de la recepción de la
historiografía económica francesa en España. Partiendo del hecho que dicha historiografía pierde
poco a poco su influencia, Chastagnaret muestra cómo la diferencia de formación de los
historiadores de la economía en España y en Francia genera una serie de malentendidos que se
manifiestan en métodos y problemáticas distintas, o se plasman también en puntos de interés
divergentes. A pesar de todo, es de esperar que, gracias a la renovación de las investigaciones y
encuestas, las dos comunidades científicas podrán sacar el mayor provecho conociéndose mejor

AUTEUR
GÉRARD CHASTAGNARET
Université de Provence
124

L’histoire politique en France


Political history in France
La Historia Política en Francia

Marc Lazar

1 L’ampleur du sujet m’incite à limiter mon propos. Je me contenterai de livrer quelques


réflexions sur certains développements récents de l’histoire politique en France, en
insistant plus particulièrement sur celle dite du temps présent. Depuis trois décennies,
cette histoire, qui ne se confine pas à la seule sphère du politique, enregistre une
vigoureuse expansion. Sa période chronologique de prédilection s’étend de la seconde
guerre mondiale à nos jours. D’un point de vue conceptuel, elle cherche à penser son
rapport avec la mémoire, notamment du fait de la présence de nombreux survivants,
acteurs et témoins d’un passé qui, souvent, obsède le présent. Elle étend son corpus à de
multiples objets autres que les seules sources écrites cependant que ses méthodes
d’investigation l’incitent au dialogue avec les autres sciences sociales. Enfin, elle accepte
de pratiquer l’expertise sociale et de répondre aux demandes institutionnelles ou sociales
1
.
2 Je n’entends pas dresser un bilan exhaustif des recherches sur la seconde guerre
mondiale, Vichy, la Résistance, la guerre d’Algérie, la reconstruction des villes depuis
1945, la mémoire collective, les politiques publiques, les intellectuels, la culture, etc.,
autant de thèmes qui ont donné lieu à une exceptionnelle moisson de travaux, en
particulier à l’Institut d’Histoire du Temps Présent. Je ne prétends pas non plus passer en
revue les autres recherches qui ont connu un formidable essor ces dernières années, que
ce soit sur le communisme, la vie politique nationale, les relations internationales ou
encore l’histoire militaire. Assumant le risque d’être incomplet, voire déséquilibré, dans
l’appréciation de cette histoire, j’ai choisi de dégager des tendances générales, de repérer
des dynamiques en cours et d’indiquer quelques-uns des problèmes qu’elle pose. Ce sont
les évolutions d’ensemble qui m’intéressent et non point une évaluation précise et
mesurée d’une historiographie abondante qui nécessiterait, au demeurant, une
observation fine des conditions de sa production. Aussi, lorsque je mentionnerai des noms
et des titres d’ouvrages, c’est à titre de repères, sans décerner ni bons ni mauvais points,
125

sans dénigrer les uns ou encenser les autres, sans traquer les rivalités de pouvoir ou
d’institution qui sont, parfois, étroitement imbriquées dans les postures de recherche.
3 Car l’histoire politique du temps présent constitue, moins encore qu’une autre, du fait de
ses objets, de son caractère très contemporain et des effets qu’elle peut provoquer dans
les débats publics, un domaine complètement apaisé et neutre de la recherche
universitaire. En outre, sa situation présente un aspect paradoxal : l’intérêt croissant pour
l’objet politique rompt avec une longue atonie, mais il se décline en diverses sensibilités
qui ne partagent pas les mêmes présupposés et méthodes. En d’autres termes, l’histoire
politique française connaît à la fois un développement incontestable et une réelle
fragmentation. Toutefois, le panorama actuel de l’histoire politique française me semble
davantage caractérisé par l’existence de nébuleuses que par une structuration en écoles
bien organisées : à mon avis, la fluidité et l’ouverture continuent de l’emporter sur
l’ossification et la fermeture, même si, dorénavant, se fait jour un certain penchant à
l’affrontement qui, si l’avenir devait le confirmer, provoquerait la consolidation des
antagonismes. La tendance à rigidifier les courants provient de certains chercheurs ou
groupes de chercheurs qui non seulement s’efforcent d’expliciter leurs orientations, ce
qui est naturel et même souhaitable, mais encore se définissent par opposition à d’autres
sensibilités qu’ils appréhendent comme des ensembles cohérents et rationalisés et à qui
ils prêtent des visées hégémoniques.
4 Or, le plus frappant est l’exact opposé. L’examen attentif de la production historique
amène à constater qu’hormis quelques recherches qui aiment à se situer clairement, la
plupart des autres oscillent continûment d’un pôle à l’autre, voire n’hésitent pas
revendiquer la pratique d’un bricolage, assez typique des historiens français, qui
emprunte aux uns et aux autres. Dans un pareil contexte, l’observation de cette histoire
politique suppose doigté et prudence, sous peine, à son tour, de contribuer à figer ce qui
dans la réalité ne l’est pas encore. Il s’agit donc de montrer ce qui unit et divise les
diverses sensibilités historiographiques en leur sein et entre elles, sans consolider à
l’excès leurs postulats et leurs désaccords.
5 À cet égard, une ultime remarque s’impose : étant moi-même impliqué dans l’histoire
politique par mes propres recherches, et, ajouterai-je à l’attention de ceux qui pratiquent
l’histoire et la sociologie de l’histoire et des historiens, appartenant à une institution qui
joue en ces domaines un rôle important, mais nullement exclusif et encore moins
dominant, j’ai essayé, à une exception près, de m’abstraire de ma propre production, de
mes propres idées et de ma propre situation pour établir une présentation la plus
distanciée possible. Je laisse aux lecteurs le soin de décider si, au bout du compte, cet
objectif leur paraît atteint.

Le développement de l’histoire politique et sa


configuration actuelle
6 Indice de sa vitalité retrouvée, l’histoire politique a donné matière à de nombreuses
études « objectives », autocélébratrices ou critiques. Mais toute considération en ce
domaine doit partir d’une donnée fondamentale. En France, l’histoire politique fut
longtemps déconsidérée, voire disqualifiée, en tout cas marginalisée sous l’influence d’au
moins quatre facteurs, liés en partie entre eux : l’attrait de la sociologie durkheimienne,
une certaine conception de l’histoire défendue par des historiens des Annales, la vigueur
126

du marxisme et la domination du structuralisme. Il faudrait évidemment étudier plus


profondément et de façon extrêmement nuancée chacun de ces éléments : je me
contenterai de consacrer quelques trop rapides mots aux deux premiers d’entre eux pour
expliciter ce à quoi je viens de faire allusion et qui est susceptible de soulever des
controverses.
7 Sociologue intéressé et impliqué dans les combats politiques, auteur de cours consacrés à
des sujets politiques (Le socialisme, par exemple) et d’écrits qui inspireront les
responsables politiques, Émile Durkheim n’a pas véritablement désigné la politique
comme l’une des priorités de la sociologie naissante : en effet, à son avis, elle ne résultait
que de « combinaisons qui ne sont jamais semblables à elles-mêmes », ce qui interdisait
l’élaboration de lois et donc l’analyse scientifique2. La position dominante des
durkheimiens a éclipsé les propositions antagoniques d’autres sociologues qui
s’intéressaient à la politique (René Worms, puis plus tard Raymond Aron) 3. Cela contribue
à expliquer cette étrange situation qui perdure presque jusqu’à nos jours, même si
certains changements s’opèrent : l’enseignement de la sociologie politique ne relève
guère des départements de sociologie de nos universités et elle est donc professée dans
les facultés de droit (au sein des rares départements de science politique, ou, à défaut,
dans le cadre des enseignements de science politique à l’intérieur des départements de
droit) et dans les IEP de Paris et de province.
8 À cause précisément de l’influence de Durkheim sur les Annales, qui s’est exercée, entre
autres, par l’intermédiaire de François Simiand4, mais aussi du fait de leur stratégie plus
générale de positionnement à l’égard du reste des historiens de leur époque, les
fondateurs de la revue, Marc Bloch et Lucien Febvre, ont fait de l’histoire politique,
notamment sous ses formes d’histoire-récit, d’histoire-chronique et d’histoire
diplomatique, leur « bête noire5 ». Cette « négation du politique6 » a longuement
caractérisé la plus inventive revue d’histoire. Ce qui ne signifie pas que celle-ci se
désintéressait des questions du contemporain ou même de ce que l’on appelle
aujourd’hui, le temps présent. Ainsi que le note François Dosse, des articles étaient
consacrés à l’URSS, et notamment à ses performances économiques qui fascinaient
certains de ses rédacteurs. En revanche, le stalinisme, le nazisme et le fascisme, comme
phénomènes politiques, étaient globalement ignorés. Certes, il y eut quelques exceptions
notables. Lucien Febvre publia avant-guerre des articles sur le nazisme, il édita entre 1934
et 1937 des textes de Franz Borkenau sur le fascisme, l’Autriche et l’évolution des partis
sociaux-démocrates en Europe, tandis que sa correspondance avec Marc Bloch montre
qu’il suivait avec attention ces questions7. Par la suite, la revue, tout en s’ouvrant à des
problématiques d’histoire sociale de la politique, livrera des contributions non
négligeables concernant Vichy (en 1951), Khrouchtchev (en 1960), la Tchécoslovaquie (en
1970) ou encore Mao Zedong (en 1979) : de même, une Annie Kriegel, par exemple,
historienne pionnière du communisme, pourra y publier quelques comptes rendus
d’ouvrages et un article qui exploraient des domaines peu fréquentés par la majorité de
ses collègues publiant dans les Annales8. Car, dans l’ensemble, les rapports plutôt distants
avec la politique ont continué. En atteste l’analyse que livre Jacques Le Goff en 1971. Il
condamne en termes virulents l’histoire politique traditionnelle, « un cadavre qu’il faut
encore tuer », et lui oppose une autre histoire politique de type anthropologique et
sociologique dont il dessine les grandes lignes programmatiques, arguant, notamment, de
l’impérieuse nécessité de prendre en compte les « profondeurs politiques »9. Sept ans plus
tard, le grand médiéviste revenait sur le sujet :
127

Détrôner l’histoire politique, ce fut l’objectif numéro un des Annales et cela reste un
souci de premier rang de l’histoire nouvelle, même si [...] une nouvelle histoire
politique, ou plutôt une histoire d’une conception nouvelle du politique, doit
prendre sa place dans le domaine de l’« histoire nouvelle 10 ».
9 De la sorte, Jacques Le Goff confirmait la position de recherche de son mouvement tout en
la modifiant quelque peu ; en effet, dans la même contribution, il précisait :
La phobie de l’histoire politique n’est plus un article de foi, car la notion de
politique a évolué et les problématiques du pouvoir se sont imposées à l’histoire
nouvelle11.
10 En dépit de ces infléchissements qui concernaient avant tout l’histoire médiévale et
moderne12, Jacques Le Goff ne cachait pas une réticence fondamentale à l’égard de
l’histoire politique, qui
même de bonne volonté, [...] reste la plus fragile des histoires, la plus sujette à
succomber aux vieux démons13.
11 En vérité, les apports fondamentaux des Annales sont autres : en particulier, l’exploration
de l’économie, du culturel, des mentalités, des pratiques sociales, l’extension presque sans
limites des objets de l’investigation historique, le recours à des méthodologies novatrices
parfois empruntées à d’autres disciplines (la géographie, la sociologie, la démographie,
l’ethnologie, l’anthropologie, etc.), le souci constant de la longue durée. La liste n’est pas
close et signale la richesse de ce courant qui, sur le fond, n’accordait à la politique qu’une
position marginale. En outre, plus le mouvement des Annales montait en puissance, plus il
imposait ses problématiques et ses préoccupations. L’effet de mode qui s’ensuivit dans les
médias amplifia son rayonnement. De ce fait, les études historiques sur la politique
semblaient quelque peu en perte de vitesse.
12 Quoi qu’il en soit de ces diverses raisons, le constat s’impose. Il y eut donc, jusqu’aux
années 1960-1970, un étonnant paradoxe : pays politique par excellence, saisi en outre par
de nouvelles et fortes fièvres politiques, la France souffrait d’un déficit académique pour
la politique. Comme on le sait, cette situation s’est inversée. Aujourd’hui, une nouvelle
configuration de l’histoire politique s’ébauche. Une configuration, au sens de Norbert
Elias, soit
un équilibre fluctuant des tensions, un mouvement pendulaire d’équilibre des
forces, qui incline tantôt d’un côté, tantôt de l’autre14.
13 Quatre mouvances en sont partie prenante. Mais je tiens à répéter qu’il s’agit là de
regroupements tout à fait contestables où les classifications tendent à homogénéiser ce
qui est souvent divers et particulier. En outre, ces regroupements résultent parfois de
conceptualisations élaborées par certains historiens, alors que la majorité des chercheurs
n’éprouvent pas la nécessité de théoriser leurs recherches empiriques, au demeurant
extrêmement convergentes. Enfin, les noms qui apparaîtront ne sont mentionnés qu’à
titre indicatif. Ils servent, en quelque sorte, de balises qui signalent autant de chenaux
dans une mer légèrement agitée.
14 1. – L’histoire politique, organisée autour de René Rémond, composée de différentes strates
et générations de chercheurs et qui, en plusieurs occasions, par divers de ses adeptes, a
réfléchi sur ses activités et présenté l’état de ses travaux dans des ouvrages et des articles
15
.
15 2. – La galaxie historique, rassemblée autour de François Furet et composée, entre autres,
de Mona Ozouf, Claude Lefort, Marcel Gauchet ou Pierre Rosanvallon. Ces personnalités
très différentes ont ouvert de multiples chantiers de recherches, chacune avec ses
128

propres spécificités mais en partageant néanmoins une volonté commune de réaliser une
histoire problème (François Furet) ou une histoire conceptuelle (Pierre Rosanvallon) sur
lesquelles j’aurai l’occasion de revenir. Certains d’entre eux ont voulu expliciter leurs
démarches, notamment François Furet et Pierre Rosanvallon16. On pourrait y associer
Pierre Nora, bien que ce rapprochement soit contestable tant son entreprise
historiographique et éditoriale dispose de sa propre autonomie et est marquée du sceau
personnel de son maître d’œuvre. Néanmoins, Pierre Nora me semble ériger la politique
en lieu central de ses lieux de mémoire en ce que, selon lui, elle fait nation et qu’elle
participe par conséquent de la rédaction d’un roman national dont les dernières pages
s’écriraient aujourd’hui sous nos yeux. D’autres chercheurs, venus d’autres horizons,
pourraient aussi se reconnaître dans cette démarche, même s’ils peuvent, à l’occasion,
exprimer quelques désaccords avec le contenu des travaux de François Furet et de ses
amis. Ainsi, par exemple, Marc Sadoun ou Dominique Colas, professeurs de science
politique, ne dissocient pas la théorie politique de l’histoire.
16 3. – L’histoire sociologisée de la politique, elle-même répartie en trois ensembles. Le premier
est constitué par l’histoire sociale de la politique écrite par de nombreux historiens qui
n’éprouvent guère le besoin de systématiser leurs approches. Ils s’efforcent d’associer les
études politiques avec celles de la société, en soulignant les relations qui s’établissent
entre ces deux sphères. Un bon exemple en est fourni par la grande quantité de travaux
consacrés aux implantations des partis politiques dans tel ou tel département ou aux
relations existant entre la stratégie d’une organisation politique et ses composantes
sociologiques17. Relèvent, me semble-t-il, également de cette démarche les recherches qui
s’intéressent prioritairement à un groupe social ou à un territoire géopolitique mais
débouchent sur une étude de la politique18. Le deuxième ensemble est formé par ceux qui,
à l’instar de Gérard Noiriel, se lancent dans des tentatives assez ambitieuses de
construction théorique et programmatique. Noiriel, après avoir plaidé pour une histoire
sociale du politique, en est venu, avec des sociologues et des politistes, notamment Michel
Offerlé, à proposer une socio-histoire du politique. Tout en se défendant d’obéir à une
stratégie concertée, ses adeptes ont créé une association qui fit long feu et ils disposent
désormais d’une collection chez la maison d’édition Belin. La sociohistoire du politique
critique l’histoire de la politique de René Rémond, on aura l’occasion d’en reparler, en lui
reprochant notamment de trop accorder d’importance à l’expertise, et elle reproche à
l’histoire conceptuelle du politique de faire une part trop belle à la philosophie. Désireuse
de se démarquer d’une histoire sociale de la politique, trop « fourre-tout » à son goût, la
socio-histoire se définit comme « le courant de recherche qui s’appuie de façon
privilégiée sur la sociologie », sachant, comme on le verra, que le terme générique de
sociologie se réfère ici, en fait, à une branche bien précise de cette discipline 19. Dans
d’autres domaines de l’histoire, ces propositions sont assez proches de celles d’un Roger
Charrier et d’un Michel Vovelle, qui s’intéressent aux rapports entre les structures, les
hommes, les mentalités – ou plutôt les représentations –, la culture et le politique. Enfin,
il existe la sociologie historique du politique, promue par une autre sensibilité de la
science et de la sociologie politique qui se réfère aux travaux classiques de la sociologie
historique comparée, notamment anglo-saxonne (avec, comme figures de proue, Perry
Anderson, Barrington Moore, Charles Tilly, Theda Skokpol, etc.), mais souhaite les
dépasser en combinant la construction de problématiques sociologiques et le recours à
une démarche historique qui passe par l’accès aux archives. Ce faisant, ce courant
entreprend une double rupture : avec la sociologie, en mettant l’étude du politique au
cœur de sa démarche et avec la science politique modélisatrice, pour y incorporer
129

l’histoire et les pratiques de l’histoire, ce qui ne manque pas d’alimenter des controverses
à l’intérieur de cette dernière discipline20. Cette sensibilité – qu’incarnent en France,
entre autres, et chacun avec ses marques, Bertrand Badie, Pierre Birnbaum ou Guy
Hermet –, dispose désormais d’un manuel de référence21.
17 4. – Reste l’histoire de type anthropologique, dans laquelle j’aurais tendance à classer Maurice
Agulhon et ses proches. Proche de l’histoire sociale puisqu’elle se penche sur la sociabilité
et les pratiques sociales de la politique, elle s’en démarque par l’importance qu’elle
accorde à la symbolique politique. Il en découle une approche particulière du politique
qui se concentre sur les mentalités collectives et entend délibérément se distinguer de
celle proposée par l’histoire des idées et des opinions, des politiques théorisées et
organisées, qui « n’explique pas la totalité des comportements22 ». Les conséquences en
sont notables. Pour Maurice Agulhon,
Un pouvoir politique [...] n’est pas seulement composé d’hommes qui instaurent et
manœuvrent certaines institutions et qui se réclament de certaines idées et
procèdent à certaines actions. Il vise à se faire reconnaître, identifier et, si possible,
favorablement apprécier grâce à tout un système signes et d’emblèmes, dont les
principaux sont ceux qui frappent la vue23.
18 Cette définition, qui rompt en partie avec les définitions wébériennes du pouvoir et de la
domination politique, converge fortement avec celle d’un anthropologue comme Georges
Balandier, qui écrit :
Le pouvoir établi sur la seule force, ou sur la violence non domestiquée, aurait une
existence constamment menacée ; le pouvoir exposé sous le seul éclairage de la
raison avait peu de crédibilité. Il ne parvient à se maintenir ni par la domination
brutale ni par la justification rationnelle. Il ne se fait et ne se conserve que par la
transposition, par la production d’images, par la manipulation de symboles et leur
organisation dans un cadre cérémoniel24.
19 Encore une fois, remarquons que tous ces courants forment des sensibilités plus que des
écoles et ont, évidemment, un point commun : un intérêt fondamental pour l’objet
politique. Mais ce qui m’intéresse, c’est de montrer les convergences qui s’opèrent entre
ces sensibilités, les divergences qui se manifestent et les enjeux des confrontations qui se
nouent.

Convergences, divergences et enjeux


20 Sans même évoquer les rivalités intellectuelles et/ou institutionnelles, je me contenterai
d’aborder trois exemples des rapprochements et de désaccords entre les diverses
sensibilités historiographiques. Ces trois exemples démontrent également la formation de
dispositifs mouvants entre ces sensibilités, selon les sujets de recherche et les méthodes
mobilisées.

La construction de l’objet politique

21 Les deux premières historiographies s’accordent sur l’autonomie de la politique et sur le


fait que, pour reprendre les termes de René Rémond (que, je crois, pourraient signer les
amis de François Furet), le politique, sans tenir « tout le reste en sa dépendance »,
est le lieu de gestion de la société globale, il commande en partie les autres
activités ; il définit leur statut, il réglemente leur exercice 25.
130

22 Mais ce point d’accord qui unit les deux sensibilités et les oppose aux autres, qui le
contestent vigoureusement, s’avère circonscrit. En effet, les courants de René Rémond et
de François Furet (par commodité de langage on les désignera parfois du nom de leurs
représentants les plus éminents) divergent à propos de la définition du concept de
politique, même si dans la pratique ils aboutissent à des conclusions parfois fort proches.
Pour simplifier et mettre en valeur les différences, on dira que René Rémond et ses
proches insistent davantage sur la politique. Prise dans une acception large, celle-ci
intègre
le pouvoir suprême, celui qui s’exerce dans une société globale, à l’intérieur d’un
territoire défini par des frontières, disposant du pouvoir de coercition, définissant
la règle avec la loi et sanctionnant les infractions[...]. Mais il y a aussi la conquête et
la contestation de ce pouvoir, et la relation de l’individu à la société globale
politique – d’où l’étude des comportements, des choix, des convictions, des
souvenirs, de la mémoire, de la culture26.
23 Cette conception de la politique est assez proche de ce que la science politique qualifiait,
il y a encore peu, d’étude de la vie politique, tout en lui donnant une grande profondeur
de champ, en particulier par le souci d’y intégrer la culture. Comme le note René Rémond,
reprenant à son compte une formule de Nicolas Rousellier,
Je me suis intéressé aux faits politiques « comme expression des faits culturels » 27.
24 En revanche, François Furet, Claude Lefort et leurs proches pensent le politique en tant
que concept philosophique selon lequel la société se pense et s’auto-institue. Pour ces
derniers, l’histoire se fonde sur une réflexion empruntée pour une large part à la
philosophie politique qui nourrit le questionnement et oriente la recherche empirique :
autrement dit, la théorie, en tant que telle, y occupe une place centrale, ce que les
premiers (davantage d’ailleurs chez Serge Berstein et Jean-François Sirinelli que chez
René Rémond) refusent explicitement, au nom d’une histoire avant tout empirique28. Cela
explique, par exemple, que ces deux sensibilités historiques donnent des contenus
différents aux notions de cultures et de représentations. Chez Serge Berstein et Jean-
François Sirinelli qui les étudient depuis quelques années, ouvrant ainsi un nouveau
terrain de recherche que René Rémond avait seulement signalé29, les cultures politiques
obéissent à une définition extensive : elles comprennent les idées, les valeurs, les normes,
les sensibilités et les représentations, entendues ici comme quelque chose proche des
mentalités, soit la façon dont des groupes et des individus se représentent le monde (ce
qui montre, au passage, l’influence que les travaux de Maurice Agulhon exercent sur eux,
notamment sur Jean-François Sirinelli). Par conséquent, ces cultures peuvent être saisies
au niveau d’un pays comme à l’intérieur de ce même pays par familles politiques. Il existe
alors une culture de droite et une culture de gauche, comme il existe une culture
républicaine, gaulliste, libérale, socialiste, communiste, anarchiste ou démocrate-
chrétienne30... À l’inverse, chez Pierre Rosanvallon – je mentionne cet auteur parce que
c’est lui qui a proposé une réflexion d’ensemble sur ces problématiques –, c’est le concept,
notamment philosophique, qui construit des systèmes de représentations et de cultures
politiques :
L’objet de l’histoire conceptuelle du politique est de comprendre la formation et
l’évolution de rationalités politiques, c’est-à-dire des systèmes de représentation qui
commandent la façon dont une époque, un pays ou des groupes sociaux conduisent
leur action et envisagent leur avenir31.
25 Les autres sensibilités (histoire sociale de la politique, socio-histoire du politique,
sociologie historique du politique, anthropologie historique du politique) se gardent bien
131

de donner une définition claire de la politique. Et pour cause. Dans leur optique, la
politique se dilate de manière démesurée puisque, précisément, ces historiographies
mettent en exergue l’interaction permanente qui existe entre les domaines du politique,
du social, voire du culturel. On pourrait dire, d’une formule synthétique, que pour les
chercheurs qui combinent histoire et sociologie, les faits politiques déterminent les faits
sociaux tout comme les faits sociaux modèlent les faits politiques ou ont des effets
politiques, quand bien même ceux-ci s’exercent selon des modalités qui ne sont pas
officiellement répertoriées comme étant politiques. Pour sa part, Maurice Agulhon
s’intéresse aux relations qui s’établissent entre la politique et les mentalités collectives,
afin de repérer les différences de conception et de perception de la politique selon les
groupes sociaux : sa célèbre formule – « Le politique vu du côté de sa réception, c’est
notre problème » – résume parfaitement l’une de ses préoccupations essentielles32. Cela
contribue à rendre compte, par exemple, de ses recherches et de celles de ses disciples sur
la symbolique et les processus de politisation. Mais, ce faisant, l’autonomie du et de la
politique s’en trouve singulièrement remise en cause.

Les rapports entre histoire politique et sciences sociales

26 En ce domaine, une convergence semble actuellement se profiler. La sensibilité


rassemblée autour de Furet avait, dans le passé, fortement critiqué les sciences sociales
dans leur ensemble pour affirmer l’autonomie du politique et par réaction à ce qu’elle
considérait être une dérive trop marquée de marxisme et de structuralisme : or, là aussi,
une évolution récente paraît se faire jour. Du moins chez un Pierre Rosanvallon qui, dans
Le peuple introuvable, écrit :
C’est à un niveau bâtard qu’il faut penser le politique, dans l’entrelacs confus des
pratiques et des représentations. Histoire sociale et histoire intellectuelle sont pour
cette raison inséparables. Pour le dire autrement, le projet d’une histoire autonome
des idées ne saurait avoir aucune consistance33.
27 De son côté, René Rémond a toujours proclamé sa volonté de dialogue et d’ouverture avec
la science politique et même sa dette à l’égard de celle-ci, en particulier pour ce qui
concerne la sociologie électorale et les études de l’opinion publique. Or, la socio-histoire
et la sociologie historique du politique doutent de ces affirmations parce qu’elles se
réfèrent, très souvent, soit presque exclusivement à la sociologie de Pierre Bourdieu, soit
à l’œuvre de Michel Foucault, soit à la sociologie constructiviste qu’elles ne retrouvent
pas dans les travaux de « l’école Rémond ». L’anthropologie historique se situe
évidemment dans une perspective de collaboration étroite avec l’anthropologie, plus ou
moins théorisée (faiblement chez Agulhon, davantage chez certains de ceux qui se
réclament de son héritage intellectuel).
28 Néanmoins, cette évolution actuelle des rapports entre histoire et sciences sociales amène
à formuler trois remarques d’inégale importance.
29 Tout d’abord, les rapports différenciés des historiens aux sciences sociales (notamment, la
sociologie, la science politique et l’anthropologie) contribuent à expliquer les différentes
approches méthodologiques des spécialistes de l’objet politique : certains choisissent la
macro-histoire, d’autres une perspective assez influencée par la micro-histoire, certains
règlent leur focale sur les institutions vues d’en haut alors que d’autres se penchent sur la
réception de la politique, ses usages sociaux, ses modalités d’appropriation, etc. Ils
rendent compte également des controverses qui se déclenchent sur la manière de
132

combiner le social, le culturel et le politique selon que les historiens se réfèrent ou non à
telle ou telle discipline ou, encore, qu’ils choisissent telle ou telle école au sein d’une
autre discipline.
30 Deuxième remarque : la convergence entre historiens sur la nécessité d’un dialogue avec
les sciences sociales repose sur un compromis épistémologique – implicite ou explicite,
selon les auteurs – assez largement accepté. Il consiste à renoncer à l’unification –
illusoire – des sciences humaines et sociales, et à rechercher plutôt une intégration. Cela
suppose d’accepter l’idée qu’aucune science sociale ne peut se suffire à elle seule et,
parallèlement, que l’articulation entre disciplines relève elle-même d’une histoire qui
n’est pas fixée une fois pour toutes mais peut évoluer. Enfin, il ne s’agit pas d’imposer
l’hégémonie d’une discipline sur les autres mais de pratiquer des synergies en respectant
les différences de « savoir-faire », ainsi que le précise Jean-Claude Passeron34. Néanmoins
ces ambitions programmatiques butent sur certains obstacles.
31 Notamment sur la question de l’articulation entre social et politique. Ainsi, pour le dire
rapidement, l’histoire sociale de la politique, la socio-histoire, la sociologie historique du
politique et l’anthropologie historique veulent élargir la définition et donc les
investigations du politique : elles affichent leur souci constant de repérer les interactions
en œuvre entre idées, institutions, organisations et comportements politiques, groupes
sociaux et représentations culturelles. Leur démarche évoque irrésistiblement le bilan des
recherches des anthropologues politistes que dressait Georges Balandier, il y a près d’un
quart de siècle :
Ils ont aussi révélé certains des détours que la politique emprunte dans ses
cheminements ; elle est présente dans les sociétés les plus démunies, comme elle
reste agissante dans les situations les plus défavorables à sa manifestation 35.
32 En fait, les désaccords surgissent sur l’agencement des influences réciproques entre ces
instances. Ainsi, la déclaration d’intention d’Yves Déloye ne peut que susciter
l’approbation générale :
Faire une histoire sociale du politique capable d’établir les logiques sociales à
l’œuvre dans la vie politique, mais aussi une histoire politique du social apte à
identifier l’empreinte du politique sur le social36.
33 Cependant, il serait périlleux d’appréhender le politique comme l’expression quasi
mécanique du social. Or l’inclination est récurrente en France, aussi bien chez les
sociologues – du fait de l’empreinte durkheimienne et de la constitution de la sociologie
comme science des faits sociaux ayant eu tendance à se désintéresser de l’étude des
phénomènes politiques –, que chez les historiens marqués par l’école des Annales (du
moins d’un certain courant au sein de cette école) ou par le marxisme, et pour lesquels les
structures économiques saisies dans la longue durée modèlent le social qui, à son tour,
détermine le reste. Tout au contraire, le social « brut de décoffrage » n’existe pas : il est
lui-même le produit d’une construction historique, de l’action concertée et réfléchie des
acteurs au terme d’un processus culturel et politique qu’il s’agit de reconstituer. Ainsi est-
il nécessaire de méditer les fortes remarques de Marcel Gauchet, pour qui l’histoire
politique englobe l’histoire sociale – car « ce qui assure la cohérence globale des sociétés,
c’est l’élément politique » – et qui propose « de réintégrer la part réfléchie de la conduite
des acteurs, les idées qu’ils s’en forment, les traductions qu’ils essaient de s’en procurer 37 ».
Il y a là matière d’un débat déjà engagé et qui sera, sans conteste, appelé à se développer
dans les années à venir. J’ajouterai ici ma seule note plus personnelle. En effet, mes
travaux sur le communisme m’ont amené à considérer que celui-ci n’est pas seulement le
133

reflet du social mais qu’il résulte d’une étroite interaction entre politique et social au sein
de laquelle le premier structure, pour l’essentiel, le second en tant qu’organisation,
idéologie, croyances, culture et identité. Ce faisant, il procure des instruments cognitifs
que s’approprient les acteurs sociaux, de manière inégale selon leurs possibilités et les
conjonctures. Il leur offre ainsi l’occasion de se repérer, de s’identifier, de s’orienter, de se
déterminer et d’agir. Il est vrai, néanmoins, que ces processus peuvent se produire, en
particulier dans les milieux populaires, hors des lieux institutionnels de la politique, à
travers des attitudes en apparence infrapolitiques, voire dissociées de la politique, en
décalage par rapport aux discours officiels, par le biais d’un langage codé, d’un gestuel
singulier, de rituels spécifiques et de symboliques particulières38. Tout compte fait, ces
difficultés présentes à penser le politique et le social n’ont rien de nouveau. Elles
renvoient à une dissociation, presque structurelle en France, entre l’histoire de l’idée et
celle du fait : or, comme le note Marc Sadoun,
L’idée ne dit pas toute la vérité du réel [...], mais, sans elle, on est bien convaincu
que l’explication reste pauvre et infirme39.
34 Troisième et dernière remarque. Les rapports entre histoire et social provoquent le
retour plus ou moins revendiqué d’une histoire totale. L’histoire totale est refusée
officiellement par René Rémond – mais implicitement présente chez Jean-François
Sirinelli, avec son histoire culturelle de la politique ou ses études d’institutions à trois
dimensions (chronologique, sociologique et culturel, au sens large) –, et par l’histoire
sociale, la sociologie historique et l’anthropologie : elle est aussi explicitement
revendiquée par Pierre Rosanvallon dans plusieurs de ses plus récentes interventions et
par Marcel Gauchet, qui explique qu’une recherche, fut-elle partielle, peut esquisser une
perspective d’ensemble, voire participer d’une histoire totale en tant qu’elle
se propose de rendre intelligible l’organisation d’ensemble et les interactions des
différentes composantes d’une collectivité à l’intérieur d’une séquence donnée 40.
35 Or, on le sait, ces intentions n’ont rien de nouveau et l’expérience des années 1960 n’a pas
été concluante en la matière, car soit la perspective de l’histoire totale représente un
horizon – ce qui, par définition, ne peut constituer un programme de recherche –, soit
elle prétend ouvrir un vrai un champ de recherche qui, sur la base de l’expérience du
passé, s’avère impossible à exploiter41.

L’approche de la démocratie

36 Longtemps ignorée, la démocratie est désormais fortement étudiée par les historiens 42 :
mais selon des modalités quelque peu différentes. Du côté de René Rémond, l’insistance
est notamment portée sur l’histoire de l’opinion, des partis, des institutions et, désormais,
sur la dimension culturelle des systèmes et des comportements politiques ou encore sur
la nécessité du comparatisme. Chez René Rémond et ses adeptes, la démocratie est
conçue, avant tout, comme une synthèse réussie (la synthèse républicaine) ou, de temps à
autre, remise en question. Pierre Rosanvallon, quant à lui, privilégie les questions de
l’individu, de la représentation et de la « très difficile formulation d’une théorie positive de
la démocratie43 ». Les trois autres sensibilités s’intéressent davantage aux modalités
d’imposition et de diffusion de l’idée démocratique en se répartissant selon deux lignes
interprétatives, l’une qui souligne l’appropriation républicaine et démocratique par « les
masses », l’autre, influencée par la sociologie de Pierre Bourdieu, qui entend dévoiler les
134

formes subtiles et violentes symboliquement de domination qui seraient à l’œuvre dans le


processus de démocratisation et qu’il faudrait dévoiler.
37 En conclusion, nous pointerons quelques problèmes de l’histoire politique du temps
présent.
38 Si, en dépit de ses divergences, l’histoire politique en France a réalisé d’incontestables
percées, elle présente néanmoins un bilan contrasté. Des avancées évidentes se réalisent
sur de nombreuses questions (l’opinion, les partis, le suffrage universel, l’État 44, le
communisme, le socialisme, le fascisme, la seconde guerre mondiale, les rapports entre
histoire et mémoire, les intellectuels, etc.) ; des chantiers sont en cours (sur les cultures
politiques, les assemblées parlementaires45, le rôle de la guerre dans la conception de la
politique au XXe siècle, dans la lignée des livres de George Mosse, qui inspirent en partie
ceux de Stéphane Audoin-Rouzeau et d’Annette Becker sur « la culture de la guerre »46).
En revanche, on ne peut que constater d’étonnantes et troublantes béances : le désintérêt
pour les questions juridiques ou encore, la présence encore très clairsemée des historiens
français sur le nazisme.
39 Mais surtout, la vitalité de l’histoire politique en France ne concerne que la France : à
l’instar des autres spécialités de l’histoire, « elle a accentué sa tendance au repli sur le pré
carré national47 ». En conséquence, elle ne s’intéresse guère aux autres pays et rencontre
les plus grandes difficultés à procéder à une histoire comparative. Heinz-Gerard Haupt
attribue cela à trois facteurs principaux : la tradition de l’histoire régionale et locale,
l’importance des débats de politique intérieure et autour des grands paradigmes, et la
spécificité nationale, qui tourne de façon presque obsessionnelle autour de la Révolution
française48. À l’évidence, l’histoire politique, ou mieux les histoires politiques françaises,
dont j’espère avoir montré un peu de la richesse y compris dans les controverses qui
opposent ses différents producteurs, doit désormais sortir de ses frontières pour mener
des investigations sur d’autres pays et pratiquer le comparatisme.

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NOTES
1. Voir, notamment, le texte de François BÉDARIDA, pp. 425-432, du présent volume ; H. ROUSSO, La
hantise du passé ; ou, pour une vision critique qui bascule souvent dans la polémique, G. NOIRIEL,
Les origines républicaines de Vichy, chap. I.
138

2. É. DURKHEIM et P. FAUCONNET, « Sociologie et sciences sociales », t. I, p. 147. Aux faits qu’ils


venaient d’énumérer (les guerres, les traités, les intrigues des cours et des assemblées, les actes
des hommes d’État), les deux auteurs opposaient les institutions, qui « tout en évoluant,
conservent leurs traits essentiels pendant de longues périodes et même, parfois, dans toute la
suite d’une même existence collective ».
3. P. BIRNBAUM, Préface ; P. FAVRE, Naissance de la science politique ; J.-Cl. FILLOUX, Durkheim et le
socialisme ; A. GIDDENS (dir.), Durkheim on Politics and State ; A. KRIEGEL, Préface ; B. LACROIX , Durkheim
et le politique ; S. LUKES, Émile Durkheim ; F. MÉLONIO , Tocqueville et les Français ; L. MUCCHIELLI, La
découverte du social.
4. Voir, notamment, J. REVEL, « Micro-analyse et construction du social », Dans un autre genre,
Pierre Bourdieu estime que la réussite de l’école des Annales tient au fait qu’elle aurait présenté
« une forme adoucie, édulcorée et euphémisée » de l’héritage de Durkheim (P. BOURDIEU, R.
CHARTIER et R. DARNTON, « Dialogue à propos de l’histoire culturelle », p. 89). Le sociologue a
réitéré plusieurs fois sa féroce critique des Annales, notamment dans P. BOURDIEU, « Sur les
rapports entre la sociologie et l’histoire ».
5. J. LE GOFF,« L’histoire nouvelle », p. 215.
6. F. DOSSE, L’histoire en miettes, p. 224.
7. P. SCHÖTTLER, Lucie Varga.
8. Je suis ici la contribution très stimulante de J.-F. SCHAUB, « L’histoire politique sans l’État ».
L’article d’A. KRIEGEL s’intitule « Les communistes français ».
9. J. LE GOFF, « L’histoire politique », p. 759.
10. ID., « L’histoire nouvelle », pp. 226-227.
11. Ibid., p. 238.
12. Ainsi qu’il ressort de la contribution de J.-F. SCHAUB, « L’histoire politique sans l’État ».
13. J. LE GOFF, « L’histoire politique », p. 770.
14. N. ELIAS, Qu’est-ce que la sociologie ?, p. 158.
15. Voir notamment R. RÉMOND (dir.), Pour une histoire politique ; ID., « Le retour du politique» ;
ID., Introduction ; J.-F. SIRINELLI, « Le retour du politique » ; J.-F. SIRINELLI et B. GUENÉE, « L’histoire
politique » ; J.-F. SIRINELLI, « De la demeure à l’agora ».
16. F. FURET, L’atelier de l’histotre ; P. ROSANVALLON, « Pour une histoire conceptuelle du politique » ;
ID., « Faire l’histoire du politique » ; ID., « Le politique ».
17. Sans se résumer à cela, relèvent, en partie, de cette approche les travaux de Ph. BUTON, Les
lendemains qui déchantent ; P. LETAMENDIA, Le Mouvement républicain populaire ; ou encore B. LACHAISE
, Le gaullisme dans le Sud-Ouest.
18. Voir, à titre d’exemple, C. DELPORTE, Les journalistes en France et M. LUIRARD, La région
stéphanoise.
19. G. NOIRIEL, Les origines républicaines de Vichy, n. 56, p. 295. Notons que cette proposition est
légèrement contradictoire avec la présentation de la collection « Socio-Histoires », rédigée par le
même Gérard Noiriel en compagnie de Michel Offerlé, qui en appelle à « des formes d’hybridation
entre histoire et sciences sociales » dans « une perspective pluraliste, mais exigeante, [qui]
rejette toutes formes d’impérialisme disciplinaire » (Lettre de Belin, mai 1999). Voir aussi G. NOIRIEL
, « Une histoire sociale du politique est-elle possible ? » ainsi que Qu’est-ce que l’histoire
contemporaine ?
20. Voir M. OFFERLÉ, « De l’histoire en science politique. L’histoire du politiste », ainsi que le point
de vue opposé de P. FAVRE, « De l’histoire en science politique » ; et Y. DÉLOYE et B. VOUTAT (éd.),
Autour de la sociologie historique du politique.
21. Y. DÉLOYE, Sociologie historique du politique.
22. M. AGULHON, « Conflits et contradictions », p. 299.
139

23. ID., « Politique, images, symboles », pp. 283-284.


24. G. BALANDIER, Le pouvoir sur scènes, p. 16.
25. R. RÉMOND (dir.), Pour une histoire politique, pp. 383 et 384.
26. R. RÉMOND, « Le retour du politique », p. 63.
27. Ibid, p. 62.
28. « Il reste que l’historien, représentant d’une discipline empirique, n’ayant guère le souci de
théoriser [...] » (S. BERSTEIN , « Nature et fonction des cultures politiques » [p. 10]) est une
formulation courante. Cette position, reprise plusieurs fois dans ce même texte, est
régulièrement rappelée par son auteur et partagée par Jean-François Sirinelli,
29. « Enfin, la notion de culture politique, qui est en passe d’occuper dans la réflexion et
l’explication des phénomènes politiques une place à proportion du vide qu’elle vient de combler,
implique une continuité dans la très longue durée » (R. RÉMOND [dir.], Pour une histoire politique, p.
30).
30. S. BERSTEIN, « L’historien et la culture politique » ; ID., « La culture politique » ; ID. (dir.), Les
cultures politiques en France ; J.-F. SIRINELLI et É. VIGNE, « Des cultures politiques J.-F. SIRINELLI, « De la
demeure à l’agora ».
31. P. ROSANVALLON, « Pour une histoire conceptuelle du politique », pp. 99-100.
32. M. AGULHON, « Conflits et contradictions », p. 305.
33. P. ROSANVALLON, Le peuple introuvable, p. 362.
34. J.-Cl. PASSERON, Le rationnement sociologique, en particulier le chap. 111.
35. G. BALANDIER, Anthropologie politique, p. 230.
36. Y. DÉLOYE, Sociologie historique du politique, p. 27. L’auteur fait, aux pp. 14-27, une présentation
succincte, mais à notre avis contestable, des différents rapports des historiens du politique au
social.
37. M. GAUCHET, « L’élargissement de l’objet historique », p. 144 et p. 134, souligné dans le texte.
Voir aussi, du même auteur, « Changement de paradigme en sciences sociales ? ».
38. Je me permets de renvoyer, entre autres, à M. LAZAR, « La culture communiste ».
39. M. SADOUN, Introduction, pp. 21-24.
40. M. GAUCHET , « L’élargissement de l’objet historique », p. 144. Précisons que ces propos de
Marcel Gauchet nous semblent hautement suggestifs et éclairants, même s’ils sont discutables.
41. Voir, sur ce sujet, les remarques de H. COUTAU-BÉGARIE, Le phénomène « Nouvelle histoire », pp.
92-100.
42. Elle a même été au programme de l’agrégation d’histoire, sous l’intitulé « La démocratie aux
États-Unis et en Europe (1918-1989) », entre 1998 et 2000.
43. P. ROSANVALLON, Le sacre du citoyen, p. 449, souligné dans le texte.
44. Voir les travaux de P. ROSANVALLON, notamment L’État en France de 1789 à nos jours et,
récemment, ceux de M.-O. BARUCH, Servir l’État français.
45. N. ROUSSELLIER, Le parlement de l’éloquence.
46. S. AUDOUIN-ROUZEAU et A. BECKER, « Violence et consentement » ; ID., Retrouver la guerre. Dans
ces dernières notes, je me contente de signaler, à titre indicatif, quelques recherches.
47. S. AUDOIN-ROUZEAU, Préface, p. xv.
48. H.-G. HAUPT, « La lente émergence d’une histoire comparée ».
140

RÉSUMÉS
Remise en cause par l’attrait de la sociologie durkheimienne, par l’école des Annales, par la
vigueur du marxisme et du structuralisme, l’histoire politique en France connaît un nouveau
développement. La consolidation de l’histoire du temps présent dans le champ scientifique y a
beaucoup contribué, ainsi que des personnalités dont les travaux ont renouvelé les
problématiques (René Rémond, François Furet, Maurice Agulhon…). Fragmentée en plusieurs
nébuleuses, l’histoire politique française alimente des débats autour de son objet, de ses rapports
aux autres sciences sociales, de la nature des phénomènes qu’elle étudie. Vigoureuse et
dynamique, elle n’en risque pas moins, si elle ne s’ouvre pas à la comparaison avec l’histoire
d’autres pays, de s’enfermer dans une logique uniquement fondée sur les débats politiques
intérieurs et la spécificité nationale française

Under pressure from the sociology of Durkheim, the Annales school and the vigour of Marxism
and structuralism, political history in France is acquiring new life. This is also helped by the
consolidation of the history of present rimes in the scientific sphere, and by those whose work
has served to set the problems in new lights (René Rémond, François Furet, Maurice Agulhon...).
Split into several different fields, political history in France is the subject of numerous debates as
to what it is, how it relates to other social sciences and the nature of the phenomena that it
examines. Although currently vigorous and dynamic, if it eschews comparison with the history of
other countries, political history in France runs the risk of becoming imprisoned within the
boundaries of internal political debate and addressing only specifically French national issues

Cuestionada por el empuje de la sociología durkheimiana, por la escuela de los Annales, por el
vigor del marxismo y del estructuralismo, la historia política en Francia experimenta un nuevo
desarrollo. La consolidación de la historia del tiempo presente en el ámbito científico también
contribuye, al igual que algunas personalidades cuyos trabajos renovaron las problemáticas
(René Rémond, François Furet, Maurice Agulhon...). Fragmentada en varios campos, la historia
política en Francia es el centro de muchas controversias acerca de lo que es, de sus relaciones con
las demás ciencias sociales, de la naturaleza de los fenómenos que estudia. Vigorosa y dinámica,
la historia política en Francia corre el riesgo, si no se abre a la comparación con la historia de
otros países, de encerrarse en una lógica basada únicamente en los debates políticos internos y
en la especificidad nacional francesa

AUTEUR
MARC LAZAR
Institut d’Études Politiques de Paris
141

La historia política y el
contemporaneísmo español
L’histoire politique et l’histoire contemporaine espagnole
Spanish political history and contemporaneism

Elena Hernández Sandoica

1 Convocados a hacer balance de los logros, más que notables, de la historiografía francesa del
siglo XX y, en lo que a mí respecta, a hacer notar las luces y las sombras de la específica
recepción en España de la historia política, lo primero que he de decir, tan obvio como
necesario, es que tal desarrollo se halla entre nosotros indisociablemente vinculado al
final del franquismo, ligado estrechamente a los cambios socioculturales que precedieron
a la muerte de Franco. Y en cierto modo, pero no principal, a las premisas políticas que
gobernaron la transición.
2 Una compleja trama de mutuas influencias, entre institucionalización del
contemporaneísmo y hechos claves de la transformación política hacia la democracia, se
estableció en torno a la desaparición física del dictador, aportando una dimensión
particular al bautizo español, después de algún tanteo previo que no llegó a cuajar, de la
llamada historia reciente o «historia del tiempo presente». Es decir, de aquella manera de
intentar el análisis de la contemporaneidad con instrumentos de la crítica histórica y las
ciencias sociales que, sin distinciones de método ni perfiles del todo claros, algunos
prefirieron llamar, para llevarla con tal rótulo a los planes de estudios renovados, historia
actual1.
3 De hecho, a la muerte de Franco quedaba más de un siglo entero (lo que iba del XX y, en
alto grado, también el XIX)2 por conocer y explorar en los archivos españoles. A su
riquísima y aún ignota documentación habían ido accediendo, acaso por azar, algunos
hispanistas animosos3. Sorteando mayores obstáculos, sobre todo si se trataba de asuntos
vivos, de cuestiones abiertas, de vez en cuando algún investigador español. Pero una
buena parte de la historia políticoadministrativa, inaccesible aún la enorme producción
documental y con frecuencia sin catalogar (además de los vetos y limitaciones que
pesaban sobre fondos enteros), permanecía prácticamente imposible de abordar.
142

4 Unos diez años después, a mediados de los años 1980, y más claramente aún al final de la
década, tendría sin embargo lugar en la historiografía española uno de aquellos
aplaudidos reencuentros, uno de esos retornos jubilosos y célebres que, incluso aunque no
fueran comprendidos del todo, tanto papel iban a desempeñar en los cambios internos de
la disciplina de la historia en aquellos momentos. Ya fuese en masivos congresos o en
selectos ámbitos, lo mismo que en dossiers o monográficos de más de una revista, y
también a través de algún acercamiento (más ficticio que real) a la teoría y al método, iba
a comunicarse a la profesión lo que se presentaba como una buena nueva. A saber que a
todos los efectos y con todas las consecuencias epistemológicas, había vuelto la historia
política.
5 Conviene reparar ante todo en lo específico y particular de la situación española. Y afinar
instrumentos preguntándose cosas insustanciales como por ejemplo: volver, ¿a dónde? y,
quizá con total impertinencia, volver, ¿por qué, y para qué... ? ¿Acaso se entendía que contra
algo...?
6 Una vez más, la estrecha conexión con la historiografía francesa, con sus problemas y sus
modulaciones, la recepción aquí de su manera propia y particular de abordar una crisis de
orientación teórica (que no académica), con sus salidas propias y sus estrategias
específicas para resolverla, producía en España un efecto reflejo, especular. Las
discusiones sobre el giro post-estructuralista y su múltiple facies, leídas desde Francia y
su particular trayectoria de historia política, engañaban a algunos de nuestros colegas y
permitían a otros, posiblemente mucho menos ingenuos, apuntarse unos réditos
intelectuales cuya legitimidad sólo se hallaba libre de sospecha al otro lado de los
Pirineos.
7 No creo exagerar si digo que en España se trató de un retorno tan improbable como caído
del cielo4. La rehabilitación de la historia política se apoyó en una vuelta, si no puede
decirse que «inventada» del todo, sí decididamente reapropiada y de hecho
instrumentalizada por un puñado de profesionales, esencialmente contemporaneístas,
para tomar partido en una discusión (ni fuerte ni profunda, por otra parte) sobre los usos
y valores de la historia. Una discusión, eso sí, sensiblemente ideologizada, y que más que
tratar de métodos y objetos de estudio, aludió a la teoría como telón de fondo. En su rápido
pero vigoroso desarrollo, mostró una indiscutible eficacia en cuanto a la consolidación y
el refuerzo de las jerarquías profesionales, fijándose a la par el actual catálogo de los tipos
de historia que se consideró factible y legítimo hacer, en tanto que se recomponían y/o
reestablecían los grados y secuencias de la hegemonía y el prestigio gremiales. Todo ello
contará además con una cierta resonancia exterior, facilitada por los medios de prensa.
8 Hay que añadir aún que, en España, la pretendida vuelta de la historia política no suele
aparecer en conexión con la creciente rehistorización de otras disciplinas (que explicaría a
su vez una parte del proceso aquél), ni se establece el puente o conexión pertinentes con
un neohistoricismo, propio o difuso, hoy tan en hoga en otras latitudes y que en conjunto
hace de la política, en toda su amplitud, un eje indiscutible del contexto. Es más, no
siempre se repara en aquello que no debe faltar en una disciplina, sea cual sea ésta, cuando
esa disciplina se presenta bautizada como «nueva». Es decir, no hay apenas alusión
general a la influencia en la historia política de las ciencias sociales y sus enfoques propios,
ni mucho menos se le presta atención al referente teórico que debería sustentar, en
cualquier caso, aquella novedad (como por el contrario sí ocurre en cambio en recientes
estudios de historia social)5.
143

9 De esta manera, al referirse a esa nueva historia política sólo muy pocas veces se hacía
alusión explícita sino a una manera de ejercer el oficio que viene a ser por excelencia
«clásica» y convencional, aunque en diverso grado y con tintes distintos. Sólo
últimamente (y aun no siempre) se llega a renunciar a un tipo de ejercicio informativo o
descripción narrativa de hechos del pasado ya bien conocido, que es extremadamente
realista y objetivista y que, si bien se mira, nunca había llegado a desaparecer de entre
nosotros. Ni siquiera a batirse en retirada.
10 Por el contrario, animada por nuevas fuentes y nuevas problemáticas –como sucede con
la floreciente historia de las relaciones internacionales–, esa metodología y su referente
teórico, encriptado, volvieron a prosperar ya en los albores de la transición. Pero, todavía
más, esa historia política (bien fuese hecha desde el periodismo o desde la historiografía
profesional, a veces próximos hasta lo inseparable) convivió sin problemas con otras
formas varias de inyectar la política, de manera indirecta o matizada, en el discurso
histórico. Una dual operación, en fin, de saldo y reinterpretación de la historia reciente
que a su vez vendría a ser propiciada, en la España del final del franquismo, por la
fractura urgida por la rápidamente cambiante situación política y cultural.
11 Tan evidente resultará esa doble dimensión, a mi modo de ver, que no creo preciso
rememorar ahora con qué fuerza y bravura embistieron ciertos historiadores, por
aquellas fechas, contra las estrategias de la escuela de Annales, para adecuar en cambio
claves explicativas de la historia política a la rejilla de fundamentación socioeconómica,
como hace buena parte del marxismo español y, a su frente, Fontana. Ni tampoco es
preciso rastrear la pervivencia del tradicionalismo narrativo de la historiografía española
contemporaneísta anterior al implante marxista (conservadora en método, pulcra en
estilo pero no exquisita, y consciente del todo de los usos políticos de la «memoria
histórica», entendida de hecho, las más de las veces, como sinónimo de «memoria
oficial»). Baste con mencionar la vigencia retórica y empírica de un Fernández Almagro,
por poner un ejemplo de indudable interés6.
12 Bien es verdad que, de manera cada vez más visible y en paralelo a aquello, se ha ido
dando entretanto cierta preocupación por la teoría de la ciencia política y sus
aplicaciones específicas, acercándose a veces los historiadores a versiones o focos, no
siempre coincidentes, de aquella fuente de inspiración fundamental7. Y también es verdad
que, aun a mediados de los años 1970, hubo quien ya aceptó el reto y el envite de otras
ciencias sociales y sus derivaciones sistemáticas, que tanto han transformado el taller de
la historia político-social8.
13 En efecto, hace ya un cuarto de siglo (el tiempo al que se circunscribe en líneas generales
esta reflexión) que los estudios históricos de sociología electoral dejan de ser ajenos a los
historiadores españoles. También es cierto que en la última década (años 1990), ha venido
a añadirse al trazado antedicho –más bien circuito abandonado, de momento, que filón
agotado– un número creciente de aportaciones varias, de originalidad indiscutible. Son,
con frecuencia, muchos de esos estudios conscientes por completo de las limitaciones
hermenéuticas, y vienen a abordar distintas perspectivas mixtilíneas con aire novedoso 9,
la mayoría de ellas sensibles a las sociologías cualitativas (si no incluso volcadas hacia la
múltiple apertura antropológica que es propia de la etapa post-estructural).
14 Pero, no obstante, no se discute propiamente ni –lo que más importa a mi
argumentación– nadie discutió nunca (como sí se hizo en Francia realmente tiempo atrás)
el interés prioritario de la historia política. Máxime, teniendo en cuenta que la historia
144

económica ha encontrado en España su ruta específica y particular en un tiempo


comparativamente corto, y que tampoco es frecuente aquí –sólo lo he visto en Fusi, y muy
discretamente– reivindicar, al modo anglosajón, los modos y principios de legitimidad
historiográfica que Ranke puso en circulación10.
15 Llegados a este punto, cabría especular sobre las razones más escondidas o íntimos
motivos de quienes se alegraron tanto del supuesto retorno. La afirmación y la
vindicación de un estilo de análisis que es eminentemente positivista (real-objetivista
cabría decir mejor) a la hora de presentar sus datos y argumentos, como es sin duda el
caso de Tusell, alcanzaron un primer plano favorecidas por su presentación doctrinal (en
la revista Claves de Razón Práctica ) ante un público más amplio que el de la estricta
comunidad de historiadores11. La historia política se postulaba, así, como sostén de un
alegato fervoroso a favor de una reconstrucción del género y el zurcido de la trama
original de una historiografía fragmentada, que debería en cambio hacer de la política el
eje principal. De un modo más discreto, o menos publicitado, se pronunciaron de modo
similar otros autores, algunos de ellos de la «escuela de Oxford».
16 Cabría también acaso hacer amago de desentrañar los nexos indudables, explícitos o
implícitos, que aparecen tendidos entre el dicho retorno de la historia política (que no de
lo político en su sentido lato, hay que advertirlo pronto) y el, no menos aireado, retorno del
sujeto. Especialmente cuando se entiende éste como sujeto libre, y no tan sólo como un
actor o agente de los hechos sociales, constreñido a su vez en más o menos grado por unas
condiciones de posibilidad.
17 De tal modo y manera que, a su rescate como objeto de estudio por los historiadores, se le
sumaría el plus de haberse finalmente liberado, bajo el impulso de la historia reciente y el
fin del comunismo, del pesimismo antropológico propio del marxismo y su particular
limitación en el tema espinoso de la libertad individual. Se primaría así este aspecto
moral y filosófico sobre el marco científico, sumergido a su vez en un proceso de
disolución, acelerada si no vertiginosa, del nudo obstruccionista del estructuralismo 12. De
un modo u otro y en resumidas cuentas, el interés creciente por el cultivo de la biografía
individual y el género biográfico, que se abre de este modo en su obviamente prometedora
perspectiva, convocará entusiasmos y cierta expectación13.
18 No creo que explotar estas notas distintivas de la situación española, atendiendo aquí a
ellas con mayor profusión o tratando de justificarlas mediante comparación con otras
situaciones similares, nos condujera ahora a ninguna conclusión interesante. A lo sumo,
como ya se percibe en lo antedicho, nos aproximaría a detectar los cauces y estrategias de
oficio que han permitido a determinados contemporaneístas españoles –más bien pocos
que muchos– lograr o mantener nichos científicos de privilegio y cuotas de mercado edito
rial. Pero no rozaríamos siquiera, de seguir esa senda, la imprescindible identificación de
nexos y contactos entre autores, de redes de intercambio y microescuelas científicas que
sería exigible en una reconstrucción historiográfica de cierta calidad. (Operación, no
obstante, deseable, que nutriría una articulación más eficaz de la crítica histórica.
Subgénero a su vez que aún sigue en España, si no ya descuidado como antes, no siempre
cultivado con el suficiente conocimiento interno de cómo está formada y cómo se
comporta la comunidad científica en su totalidad, ni cuál es el estado contextual de la
investigación en particular que se pondera. Y que, por todo ello, resulta al fin carente del
rigor imprescindible)14.
19 Conviene todavía sin embargo una última precisión, que espero no sea ociosa. La
mencionada recuperación de la historia política y el alivio de tensiones, temporal, que a
145

algunos les supuso, les permitió lanzar en público, de modo ocasional, alguna que otra
burla y más de una queja contra quien se propusiera buscar (es obvio que ya no en el
marxismo) algún tipo de fundamentación teórica para la disciplina.
20 Rápidamente, se consideró tal proceder como una vía estrecha y periférica, espúrea en
todo caso, para cubrir o camuflar el colapso de las seguridades que aquél proporcionaba.
En el mejor de los casos, se urgiría a pasar apresuradamente la última página del manual
marxista. En el peor se llegó a ironizar acusando de inventar «metahistorias» para
camuflar el colapso de las seguridades ideológicas. La pretensión teórica (conceptual más
bien) debería quedar reubicada lejos, lo más lejos posible del historiador.
21 Diré también que, puestos a saludar festivamente otras generalizadas modificaciones de la
situación historiográfica, también entre nosotros se aplaudieron los ecos de aquella duda
fundamental, esa creciente convicción emergente que se expandía en círculos cada día
más amplios, aquí y allá, poniendo en cuarentena si sería la historia como disciplina, en
sus supuestos y en sus protocolos, una ciencia social. Pero, en lugar de inquirir
previamente qué cosa podía ser, en la práctica, a principios de los años 1990 (por no
hahlar de abstracciones peligrosas, tras tanto movimiento de episteme), una ciencia
social, resultaba más fácil lanzar al aire la picara pregunta, la inferencia inmediata con
talante infantil: ¿O no importa ya nada, siquiera, que lo sea…?
22 Pero no todo van a ser lunares. A raíz de la enumeración que acabo de hacer de ese
puñado desigual de tópicos, no sería legítimo deducir sin embargo que no ha cambiado
nada en la historiografía española, si la abordamos en su doble dimensión de historia
política y contemporaneísta. No sería en absoluto justo trivializar la muy considerable
producción histórica, abundantísima y de una calidad media al menos presentable, que el
último cuarto de siglo, ya sea por unos conductos o por otros, la situación ha ido dando de
sí. La cantidad de libros y de artículos que los contemporaneístas españoles hemos dado
en publicar, en las últimas décadas, es muy grande ciertamente.
23 Decir, en fin, que la historiografía española ha bajado la guardia y aflojado tensiones
perdiendo así vitalidad y espacio, una vez que se ha adelgazado sensiblemente su textura
social –al debilitarse el peso y la hipoteca de lo social sobre lo político, como ha sucedido
ciertamente por doquier en la última década–, sería del todo erróneo15. Y es preciso
añadir, sin más demora ya, que buena parte de las modificaciones acaecidas tienen que
ver, de manera sensible, con la influencia creciente de los autores franceses: F. Bédarida,
R. Rémond, J.-R Rioux, J.-F, Sirinelli, P. Nora, M. Agulhon, S. Berstein o P. Milza, son
ciertamente los más citados por los españoles16.
24 Es del todo importante retener del conjunto que, finalmente, se ha hecho real la
posibilidad, antes negada, de escribir en España una historia verdaderamente
contemporánea. Y ello, no sólo gracias a la apertura y organización de los archivos a las
que me referí más arriba, viniendo a ser no demasiado largo en realidad el periodo que
sigue aún cerrado a la consulta (y a pesar de las abundantes «carpetas rojas»). Sino
también, y muy principalmente, con la fabricación constante, a toda prisa, de ese
instrumento nuevo, radical en sus usos y casi inagotable en sus derivaciones, que es la
fuente oral Toda una relectura política intensamente emotiva del periodo franquista, de
sus miedos y aniquilaciones (físicas o simbólicas), de sus ausencias y de sus olvidos, así
como un considerable esfuerzo por la reconstrucción de la memoria del exilio, ha
derivado de esa combinación, más que rentable, de recursos en marcha17.
146

25 Porque hay que indicar aquí también, aunque sea brevemente, que procede
principalmente de la fuente oral esa emergente innovación en la empresa y el quehacer
historiográficos que marcan hoy los vientos dominantes. Innovación muy última, aunque
no inesperada, que ha hecho derivar una parte importante del contemporaneísmo desde
la pretendida objetividad realista hacia la consideración privilegiada de la experiencia y la
subjetividad, hacia la exploración de los significados compartidos y las atribuciones
simbólicas, restándole atención a los acontecimientos mismos. Una innovación que es, al
tiempo, en extremo consciente de la importancia de atender totum simul a las
modulaciones de la sensibilidad histórica, es decir, al papel desempeñado por el
historiador y, con él, a las construcciones historiográficas que sucesivamente va
produciendo y poniendo en circulación.
26 Sus consecuencias son aún difíciles de valorar en el plano concreto del análisis político,
mas no ya tanto en el terreno extenso de la historia social, donde se muestran a esta hora
firmes y perceptibles sus avances, a pesar del tenue y vacilante referente teórico exhibido
hasta aquí y (aunque ello sea menos cierto cada vez) de alguna deficiencia metodológica 18.
27 En cualquier caso, convendría insistir en que, tanto como la subjetividad misma –que
también se valora por ciertos historiadores, aunque menos sin duda que por los nuevos
antropólogos–, proporciona la historia oral los instrumentos más preciados y útiles para
explorar las redes de significados en las que los seres humanos, conscientemente o no,
inscriben sus acciones. Permeables ya otros ámbitos periféricos de la historiografía
occidental a estas solicitudes, no se ha introducido todavía una perspectiva global similar
en los análisis españoles de historia política. Ni siquiera en los que, más correctamente,
podríamos identificar como de alcance y objetivo político-cultural, aunque vayan
abriéndose paulatinamente vías de exploración que, en principio pero no sólo, tienen que
ver con la imagen y la representación simbólica y visual19. También en este aspecto es
importante destacar la influencia de autores franceses, como Carlos Serrano, cuyo
esfuerzo por aplicar lecturas sobre símbolos nacionales al caso español trasciende sus
estudios concretos sobre «el héroe de Cascorro» y la imagen de «Carmen»20.
28 Por otra parte, hay que reconocer que seguimos experimentando los españoles una
carencia casi absoluta de historia institucional en términos extensos, y que nuestras
instituciones políticas, salvo excepciones breves y poco difundidas, no escapan a esa
elusión generalizada. La tarea que hubiera debido acometer esa escuela histórica
«metódica» que en España frustró la Guerra Civil, no se ha llevado a cabo más tarde
tampoco, en parte por razones obvias y excusables, y en parte por otras cuantas que, a
estas alturas, ya no lo son. Sin esa rejilla básica que pueda soportarlas con rigor y fortuna,
resulta incómodo o incluso arriesgado acometer a veces otro tipo de lecturas, menos
convencionales o lineales, en historia política. Incluso el debate, no muy intenso aquí,
sobre el papel de la memoria y el pasado reciente se ve afectado, en última instancia, por
esa circunstancia de doble privación: en cuanto a datos ciertos y fiables, en los casos más
graves, y more extenso aún más, por el consabido déficit o ausencia entera de
interpretación.
29 A pesar de ello, y coincidiendo con el claro interés de las comunidades autónomas por
reforzar las identidades locales, hay que notar la gran cantidad de estudios producidos
para el ámbito de la historia contemporánea. Muchos de ellos, ocioso es advertirlo, están
inscritos en el campo extensísimo de la historia social, pero otros muchos van destinados
a entroncar la política actual desarrollada en la esfera local con las líneas pretéritas de la
organización del Estado21. Caso especial sin duda es el de Cataluña, donde además de los
147

abundantísimos estudios sobre el nacionalismo catalán, en términos estrictos, y de su


posición relativa frente al nacionalismo español22, ha ido creciendo una importante
reconstrucción histórica del republicanismo y sus actores con una interesante dimensión
cultural23.
30 Porque, aunque es bien sabido que ese segmento (importante sector de la comunidad
contemporaneísta española) que hace historia política, por lo general se ha inclinado por
una defensa extrema de la «autonomía» de la historia política (interpretada
erróneamente acaso como una independencia recobrada), hay sin embargo cada vez más
intentos de fundar el análisis político en lo cultural, entendido este ámbito en términos
muy amplios24.
31 No obstante, pienso que por razones cronológicas y de usos historiográficos declinantes
hemos perdido ya de hecho la primera oportunidad de establecer un puente entre
categorías o herramientas conceptuales (distintas y heteróclitas, sin duda alguna, pero
útiles acaso en su combinación) como serían las de cultura política y mentalidades, por
ejemplo. Entre ambas no podrá darse ya, seguramente, la mixtura de análisis que todavía
hubiera podido intentarse hace diez o quince años.
32 Nadie podrá negar, por otra parte, que la historia política (no sólo ella, pero sí ocupando
ésta un lugar principal) ha comenzado ya a desempeñar en España, realmente, un papel
importante de legitimación del presente, de confirmación de la situación política recién
vivida o que está siendo experimentada, y a la vez una función impulsora de sus
expectativas de futuro. Y creemos saber, a estas alturas, que el presente no es otra cosa que
el punto en que se cruzan, en nuestras actuaciones, todo lo que nos queda del pasado y
todo lo que esperamos del íuturo. Pienso que, del modo preciso en que ha ido
produciéndose esa ligazón práctica entre nosotros, a lo largo de la década de los 1990,
nunca antes se había mostrado.
33 Por lo demás, las escasas polémicas que salpican de vez en cuando las aguas reposadas de
la historiografía política tienen por lo regular detrás, aunque no las mencionen o las
mencionen poco, las nuevas perspectivas de la historia económica, su creciente
optimismo en cuanto a la normalidad del caso español. Sólo el franquismo, su brusca
irrupción, permitiría al cabo mantener todavía la vieja idea de la diferencia en nuestro
devenir contemporáneo25.
34 Pero más allá de esta retirada súbita de interpretaciones anticuadas de la historia de
España, unas veces sutiles y otras clamorosas, existe un tipo de actuaciones distintas, no
siempre arriesgadas mas sí siempre entusiastas, que no esconden su componente
presentista ni eluden, normalmente, los juicios de valor. Entre las recientes y por lo
general benévolas valoraciones de la Restauración y su artífice Cánovas (a su vez
derivadas de una nueva lectura científicosocial del caciquismo y de sus clientelas,
técnicamente muy bien elaborada), en las que se hace radicar en la misma naturaleza de
aquel sistema de partidos un germen democrático que sin embargo no se desarrolló 26 y,
por ejemplo, los fervorosos escritos de un García Escudero en 1945, buscando también en
la Restauración nada menos que los orígenes del franquismo, media sin duda un
imponente abismo historiográfico27. En cualquier caso, es indiscutible que las formas de
utilizar la evidencia y la demostración se han mejorado desde entonces muy
sensiblemente.
35 Pero, a los lados de esa honda brecha –ya repleta de sólido acarreo, de textos importantes
y estudios variados– se mantiene visible una tenaz retórica, apenas diferente y por igual
148

solemne y efectiva. Me refiero a la que tiene que ver con su común, implícita capacidad de
movilización de los colectivos sociales, y con su función activa en la conformación de los
significados políticos vigentes. La abundancia de conmemoraciones y efemérides se ha
convertido así en una nota distintiva de nuestro quehacer práctico, y no tan sólo en lo que
se refiere al contemporaneísmo, como es público y notorio. Con todo, de esas operaciones
de refuerzo dinástico y monárquico, en paralelo con la validación de la práctica política
del conservadurismo a las que se convoca a los historiadores, algo viene a quedar,
forzosamente, como parte del patrimonio historiográfico. Y son sólo unos pocos en la
profesión los que parecen encontrar en tales diversiones motivo de preocupación.
36 Tampoco es posible ahora detenerse en este punto, empero, entre otras cosas por la
complejidad de actuaciones historiográficas particularizadas, por la variedad de autores
diferentes y de objetos de análisis que convergen en tales lugares de memoria – las
conmemoraciones oficiales–, y a pesar del interés simbólico y los efectos contradictorios y
curiosos que a veces se derivan del énfasis y ardor que algunos depositan en tan frágil
sustento. Más vale quizá en cambio reparar en la muy escasa consideración, no tanto
empírica, sino ya teórica, que ha venido a merecer entre nosotros el concepto
historiográfico mismo de memoria.
37 En efecto, apenas se ha esbozado un debate pregnante (ya sea filosófico, político o
cultural) sobre el papel desempeñado por la memoria histórica en nuestra historia reciente
y en nuestro modo propio de afrontar el presente. Y ello a pesar del meritorio empeño de
Josefina Cuesta, quien más esfuerzo ha hecho, sin duda alguna, por trasladar aquí las
claves y los nombres propios de la discusión en Francia (no siempre aplicables sin
embargo, en su engañosa ejemplaridad, a nuestras circunstancias específicas, a mi modo de
ver). Tampoco se ha entrado, por ejemplo, a discutir con la muy combativa perspectiva
radical, dotada voluntariamente de un afán político-ideológico de incidencia actual, de
algún conocido estudioso de la Guerra Civil, como es el politólogo Alberto Reig28. A
cambio, una revitalización esencialista del asunto espinoso del ser de España no parece
dispuesta a dejar, aunque con aproximaciones de ideología y valor muy diferentes, de
reaparecer sin interrupción en nuestras prensas y nuestros escaparates29.
38 Por otra parte, cuando se ha elegido aproximarse, bajo la perspectiva de la memoria y el
olvido a un objeto de estudio historiográfico propio de nuestra historia –como hace por
ejemplo la muy celebrada obra de Paloma Aguilar30 con la memoria de la Guerra Civil en la
transición–, resulta que la autora viene a primar la ágil escritura, el hilo columpiado
sobre una idea fuerte, en lugar de sumergirse en una cuidadosa descomposición de las
piezas del puzzle, procurando la atenta consideración de los contextos y sus círculos
amplios y, sobre todo ello, sin plantearse sino la indagación de las razones más aparentes,
incluso hasta obvias, de su imposición.
39 Quiero concluir ya, recordando que la historiografía española –y el contemporaneísmo no
es una excepción a esta especie de norma– ha venido a ser, en este punto y hora,
extremadamente libre en sus opciones y elecciones (de método e inspiración teórica,
sobre todo, pero también de objeto) y por ello también, y necesariamente de momento,
resulta muy dispersa en sus enfoques la producción extensa que se viene ofreciendo.
40 En la última década, la irrupción de un colectivo profesional que ya supera los treinta
años y no llega a los cuarenta y cinco, cuyos contactos profesionales con el exterior han
sido, en términos generacionales, mucho más coherentes y a la vez variados que los de la
generación anterior31, ha venido a ampliar extraordinariamente esa diversidad. Y ha
orientado, además, de preferencia la historiografía política hacia inspiraciones
149

anglosajonas y politológicas (y ya mucho menos francesas), cuando no a enfoques


relacionados con la alemana historia de la vida cotidiana, la Alltagsgeschichte, como es
sabido un discurso sociohistórico dotado de una explícita politización.
41 Pero esas trayectorias ahora en curso, además de otras que no se han hecho seguramente
del todo visibles, merecen en sí mismas una más cuidadosa prospección.

BIBLIOGRAFÍA

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152

NOTAS
1. La clarificación conceptual más importante corresponde a Julio Aróstegui, que ha hecho un
esfuerzo progresivo de adecuación de la percepción española a las inspiraciones europeas más
coherentes. Véanse J. ARÓSTEGUI (ed.), «Historia del tiempo presente». El marco teórico general lo
proporciona el mismo autor en La investigación histórica. Una de sus últimas aportaciones, puede
verse en «El análisis histórico social». Un balance de nuestra percepción de la historia reciente,
siempre eligiendo el rótulo de «historia actual», es el de C. NAVAJAS, «¿Qué es la historia actual?».
2. Decisivo, en aquellos momentos, fue el balance y trazado prospectivo, a la vez, que hizo de las
tendencias de investigación que se hallaban en curso J. M. JOVER ZAMORA, «El siglo XIX en la
historiografía».
3. Comienzan a prosperar, afortunadamente, las reflexiones sobre el papel del hispanismo en
nuestra historiografía. Entre ellas, I. SAZ (ed.), «España. La mirada del otro».
4. La vigencia constante de la historia política en España puede comprobarse a simple vista, sólo
con repasar títulos y obras. Por su parte, la Asociación de Historia Contemporánea, fundada en
1990, y su revista Ayer, que comenzó a salir sólo un año después, dan buena muestra de lo
representativo en la profesión de los análisis y aportaciones en historia política.
5. Sólo a título de ejemplo tres textos importantes, en esta otra proyección: M. PÉREZ LEDESMA ,
«Cuando lleguen los días de la cólera»; J. ÁLVAREZ JUNCO, «Aportaciones recientes»; y Á. BARRIO,
«Historia obrera».
6. Una somera contextualización de todo ello la intenté en el ensayo de crítica historiográfica
«Tendencias recientes».
7. Importante resulta ser esa preocupación teórica en algunos de los historiadores que se ocupan
de los nacionalismos. Muyen especial, J. BERAMENDI, «La cultura política».
8. Posiblemente los trabajos sobre violencia política realizados o estimulados –ambas cosas– por
Julio Aróstegui deban contarse entre los que merecen mayor consideración. Por ejemplo, véase su
edición de «Violencia y política en España» en la revista Ayer y la miscelánea en tomo a «La
militarización de la política en la II República», en Historia Contemporánea.
9. Hay que mentar la importante reinterpretación del tradicionalismo vasco-navarro que ofrece
J. UGARTE TELLERÍA, La nueva Covadonga insurgente.
10. Eludo aquí la fundamentación y referencias críticas que incluí ya en mi libro Los caminos de la
historia. En A. MORALES MOYA y M. ESTEBAN DE VEGA (eds.), La historia contemporánea en España; se
contienen aportaciones útiles para contrastar mi argumento, al haberse polarizado el interés de
los organizadores en la historia política y la cuestión del Estado.
11. J. TUSELL, «Historia y tiempo presente».
12. Sólo con señalar que todo ello se halla en relación con el descenso en las aplicaciones del
materialismo histórico en España, con la pérdida de prestigio metodológico del marxismo y, en
fin, con el deterioro generalizado de las versiones estructuralistas que viven de él o le son más
cercanas, no adelantaríamos posiblemente nada. Habría que reparar en esos elementos más
reposada y detenidamente, con instrumentos válidos de medición y crítica, para poder hacer
balance con exactitud.
13. A. MORALES MOYA, «En torno al auge de la biografía» y «Biografía y narración». Últimamente,
aunque quizá prometiendo más que ofreciendo, I. BURDIEL BUENO, «La dama de blanco».
14. La voluntaria renuncia a ejercer esa crítica, con todas sus consecuencias, que exhibió la
revista Ayer después de ciertos números anuales de revisión historiográfica, puede servir de
indicio de esa debilidad. Mejores o peores, aquellas recopilaciones anuales, con la elección de
153

autores arriesgada por los respectivos responsables de la confección de cada número, eran
enormemente representativas, a mi juicio, del estado real de la profesión.
15. Una interesante percepción de algunas de las inquietudes más recientes puede seguirse en la
revista Historia y Política. Ideas, Procesos y Movimientos Sociales, Madrid, 1999 para el primer número.
16. De todos ellos son quizá François Bédarida, Pierre Nora y Maurice Agulhon los que han
dispuesto aquí de agentes difusores más entregados, merced a las respectivas actuaciones
historiográficas de J. CUESTA BUSTILLO, «La historia del tiempo presente» y su edición de «Memoria
e historia» en Ayer o muy acertadamente, J. CANAL (coord.), «Sociabilidad. En torno a Agulhon».
17. Pueden seguirse éstas, en líneas generales, en G. SÁNCHEZ RECIO (ed.), «El primer franquismo»;
Á. CENARRO et alii, «Franquismo»; y R. MORENO FONSERET y F. SEVILLANO CALERO (eds.), El franquismo.
18. Interesa citar, sobre esto último, las diversas Jornadas de historia y fuentes orales, especialmente
las quintas Jornadas (1996). J. M. TRUJILLANO SÁNCHEZ y P. DÍAZ SÁNCHEZ (eds.), «Testimonios orales»,
así como, naturalmente, la revista Historia y Fuente Oral, que abordó su segunda etapa como
Historia, Antropología y Fuentes Orales.
19. Entre otros, R. RODRÍGUEZ TRANCHE y V. SÁNCHEZ-BIOSCA, NODO. Aun con metodologías en nada
obedientes a perspectivas simbólicas, y además muy distintas entre sí, quiero citar aquí también
dos importantes textos de historia político-cultural, ambos sobre el pensamiento político de
Ortega: A. ELORZA DOMÍNGUEZ, La razón y la sombra, y V. CACHO VIU, Los intelectuales y la política..
20. Así C. SERRANO (ed.), Nations en quête de passé o C. NARANJO OROVIO y C. SERRANO (eds.), Imágenes e
imaginarios nacionales. Asimismo, puede verse otra fuente de activación, también francesa, en
Imaginaires et symboliques dans l’Espagne du franquisme.
21. Sobre esto, A. RIVIÈRE GÓMEZ, «Envejecimiento del presente».
22. B. de RIQUER, «Nacionalidades y regiones».
23. Véanse últimas perspectivas de esos estudios en Á. DUARTE y P. GABRIEL (eds.), «El
republicanismo español». Por otra parte, la historia intelectual ha venido a perfilarse, en Cataluña,
con específica personalidad; véase J. CASASSAS (coord.), Els intel.lectuals.
24. Reviso más extensamente muchos de estos asuntos en «La historia cultural en España:
tendencias y contextos de la última década» que aparecerá en breve en Cercles. Revista d’Història
Cultural. Además de autores imprescindibles que ya he citado antes, como Cacho o Elorza,
conviene recordar a Álvarez Junco, Santos Juliá, Javier Varela o Jon Juaristi, entre otros. Y desde
luego, aunque muchos de ellos sortean con cuidado lo que podría entenderse como
«contaminaciones» de las sociologías cualitativas o la antropología, no es éste el caso de los ya
citados Canal y Ugarte, ambos renovadores indudables de la historiografía sobre el carlismo.
25. Así se sostiene por ejemplo en J. P. FUSI y J. PALAFOX, España (1808-1996). Puede verse también S.
JULIA, «Franco: la última diferencia española».
26. Véanse entre otros textos los de C. DARDÉ, «Un siglo» y «Liberalismo, despotismo y fraude».
27. El mismo J. M. GARCÍA ESCUDERO se encargaba en pleno centenario, sin embargo, y para la
Fundación Cánovas del Castillo, de reeditar el texto Cánovas, un hombre para nuestro tiempo. Del
mismo año y la misma entidad editora es, también, la obra colectiva Cánovas y la vertebración de
España, cuya benévola consideración de la figura del político conservador es todavía desbordada
por otros textos. Entre ellos, A. BULLÓN DE MENDOZA y L. E. TOGORES (eds.), Cánovas y su época,
publicada por la misma Fundación, ligada al Partido Popular. Cayendo en intensidad apologética,
y con importantes dosis de pragmatismo político, puede verse el catálogo de la exposición oficial
Cánovas y la Restauración (Madrid, 1997) e, igualmente de la misma fecha ambas recopilaciones,
Cánovas del Castillo y su tiempo, un empeño conmemorativo de la Academia de la Historia, así como
Antonio Cánovas del Castillo. Homenaje y memoria.
28. A. REIG TAPIA, Memoria de la Guerra Civil.
29. De finales de 1999 y principios del 2000, basta con evocar las obras de Javier Varela, Juan
Pablo Fusi, Javier Tusell, Julián Marías o Juan María Sánchez Prieto, todas ellas sobre a qué
154

responde la identidad de España y en qué consiste, en fin, ser español. La rememoración del 98,
junto con el problema político que genera el terrorismo vasco, convergen en la aceleración del
ritmo asumido por esta resurgencia.
30. P. AGUILAR FERNÁNDEZ, Memoria y olvido.
31. Algo de ello traté en «La historia contemporánea en España. Presente y futuro».

RESÚMENES
La historia política contemporánea en España experimentó cambios coincidentes con las
mutaciones de la sociedad española en general. Siendo su trayectoria inseparable de la transición
democrática, de la transformación de la Universidad y, concretamente, de la institucionalización
de la historia contemporánea, ella da fe de una diversidad que es, al mismo tiempo, real e
ilusoria. Esta paradoja se explica por la permanencia de una historia política que vacía de
contenido cualquier problemática del «retour de», como se da el caso en Francia, y por otra parte
se explica por las divergencias entre los historiadores acerca del contenido y los métodos de la
historia política

L’histoire politique contemporaine en Espagne a vécu ses mutations en même temps que celles de
la société espagnole dans son ensemble. Indissociable de la transition démocratique, de la
transformation de l’université – et, très concrètement, de l’institutionnalisation de l’histoire
contemporaine –, l’histoire politique présente une diversité à la fois réelle et illusoire. Ce
paradoxe tient d’une part à la permanence de l’histoire politique, qui rend vaine toute
problématique de « retour de », similaire à la situation française et, d’autre part, aux divergences
existant entre les historiens quant à l’objet et aux méthodes de l’histoire politique

Contemporary political history in Spain has altered in tune with changes in Spanish society in
general. Inseparably linked to the democratic transition, the transformation of the universities
and more specifically to the institutionalization of contemporary history, it reflects a diversity
that is at once real and fictitious, The key to the paradox lies in the survival of a kind of political
history that renders any problems of «retour de» meaningless as happens in France, and in the
disagreements among historians as to the content and methods of political history

AUTOR
ELENA HERNÁNDEZ SANDOICA
Universidad Complutense, Madrid
155

L’apparition récente d’une histoire


dite culturelle
The recent emergence of «cultural history»
La reciente aparición de una historia bautizada «historia cultural»

Yves-Marie Bercé

1 Aborder un sujet d’historiographie, quel qu’il soit, c’est envisager un moment dans
l’évolution des connaissances, c’est mettre en jeu les concours d’idées et de travaux qui
donnent ses caractères propres à une génération d’historiens. Dans ce tableau intellectuel
interviennent de façon subsidiaire mais inévitable des facteurs étroits et prosaïques qui
tiennent à la logique des institutions universitaires et aussi aux courants de modes qui,
comme partout, peuvent avoir cours dans ce milieu. Il est vrai que la chronique du petit
monde des historiens implique des filiations de maître à disciple, des généalogies d’écoles,
des liens du chercheur à ses collègues, de l’écrivain d’histoire à ses éventuels lecteurs. Ce
grand jeu de pistes est légitime ; on peut même dire qu’il est indispensable à tout
historien, qui se doit à quelque moment de sa trajectoire, personnelle ou collective,
d’effectuer ce retour sur soi-même1. C’est bien ce souci qu’a traduit en 1987 le volume
intitulé Ego-histoires qu’avait suscité Pierre Nora. Des historiens notables y étaient invités
à retracer des étapes historisées, en quelque sorte, de leur parcours de praticiens de
l’histoire. Il s’agissait pour les participants d’identifier leur juste place dans le flot des
événements dont ils avaient été les contemporains, et aussi de montrer quel pouvait être
le rôle des historiens dans l’élaboration des idées de leur temps. On pourrait assimiler cet
exercice à l’exigence pour les psychanalystes de se soumettre eux-mêmes à une
psychanalyse avant être admis à pratiquer, comme s’il fallait être capable de comprendre
sa propre histoire pour prouver sa capacité d’écrire celle des autres.
2 Avant d’examiner la naissance et la tradition d’une histoire dite culturelle, il faut avouer
tout de suite que l’actuel engouement pour cette catégorisation résulte sans doute d’effets
de mode et de la banale désuétude de concepts antérieurs plus ou moins équivalents qui
ont été emportés par le passage des générations. On peut aller jusqu’à y deviner des
inflexions corporatistes ; elles sont encouragées par la coutume universitaire de
multiplier les citations d’auteurs contemporains voisins. Le décompte des citations
156

servirait, dit-on, de critère d’évaluation dans les sciences exactes ; l’usage s’en est
répandu outre-Atlantique, même chez les historiens. Serait enfin décelable dans cette
vogue une pratique opportune des médias, lesquels sont, comme chacun sait, capables de
promouvoir des concepts, des travaux, des écoles de pensée et de faire de ces instances
intellectuelles un simple et honnête commerce. C’est ainsi que le marché de l’histoire, qui
a sa modeste mais réelle présence économique en France2, a fait se multiplier depuis les
années 1970 les entreprises éditoriales qui entendaient présenter des tableaux de
l’historiographie. Peut-être est-ce un peu ce qui se passe aujourd’hui avec l’étiquette
d’histoire culturelle qui apparaît dans les titres et dans les orientations de nombreuses
publications récentes.
3 Parmi ces livres on peut prendre l’exemple majeur de l’Histoire culturelle de la France parue
en quatre volumes aux éditions du Seuil, à l’initiative de Jean-François Sirinelli et Jean-
Pierre Rioux, deux historiens contemporanéistes connus pour leurs travaux d’histoire des
idées politiques. La lecture des volumes révèle des manières d’envisager le sujet très
différentes selon les spécialités chronologiques des auteurs et suggère donc des
divergences non négligeables sur les objets attribués à cette histoire dite culturelle 3.
4 Les auteurs des chapitres médiévaux s’attachent aux convictions, sentiments et pratiques
religieuses, aux représentations du savoir, aux productions des arts, aux niveaux de
langue, à l’expression littéraire, etc. Dans le volume sur l’âge moderne, les champs de
l’imaginaire quotidien se sont vu encore attribuer une large place : les âges de la vie,
l’intimité avec la nature, les communautés d’existence et d’habitat, la famille et la
paroisse, l’intervention banale du surnaturel dans les vies de chacun, les étapes de
l’apprentissage des savoirs et les manières de la sociabilité sont présentées dans leurs
dynamiques propres, sans correspondance nécessaire avec les cadences des annales
politiques. Il en va autrement pour les volumes des XIXe et XXe siècles, qui sont pleins du
bruit et de la rumeur des événements dont ils épousent le rythme chronologique. Cette
importance nouvelle accordée à la chronique traduit sans doute des changements
effectifs dans la genèse des cultures collectives ; on peut envisager que du fait d’une plus
vaste et plus intense participation aux débats de la cité, les instances culturelles
recevraient à ces époques plus récentes une plus forte emprise des structures politiques.
Mais la filiation historiographique des auteurs n’est peut-être pas non plus étrangère à
ces choix ; il s’agirait alors d’un regard d’école différent, plus caractéristique des
historiens de la période contemporaine, spécialement s’ils appartiennent par leur
formation et par leur enseignement à la tradition des sciences politiques.

Histoire littéraire et histoire culturelle


5 Si l’on veut assigner des origines plus lointaines au genre de l’histoire culturelle, si l’on
imagine que des auteurs intuitifs ont pu, bien avant l’identification de cette démarche
particulière, anticiper ses curiosités et visiter les mêmes objets, il est possible de faire
remonter ses cheminements au moins à l’entreprise de l’Histoire littéraire de la France
imaginée par les bénédictins de Saint-Maur et inaugurée en 1733 par un premier volume,
dû aux recherches de Dom Rivet. Le programme de cette « histoire littéraire » était de
traiter
des sciences, du goût et du génie pour les lettres, des anciennes écoles, de
l’établissement des universités et des principaux collèges, des académies des
sciences et des belles-lettres, des meilleures bibliothèques, des plus célèbres
157

imprimeries et de tout ce qui a un rapport particulier avec la littérature [...], en un


mot, des diverses révolutions arrivées dans l’empire des lettres.
6 Ainsi, l’entreprise n’arrêtait pas son propos aux seules œuvres magistrales, ni même aux
écrits qui avaient revendiqué un statut littéraire : elle commençait significativement son
enquête avec la présentation, voulue exhaustive, des rhéteurs gaulois. C’est dire que le
but visé était d’embrasser complètement le domaine de la culture écrite nationale, sans
sélectionner les auteurs sur leur talent ou leur mérite au regard de la postérité, mais en
les retenant tous comme témoins d’un moment de l’évolution de la civilisation de l’écrit.
7 Si l’on se reporte, cent ans plus tard, au cours du XIXe siècle, c’est sous cette bannière de
l’« histoire littéraire » qu’on a la chance de rencontrer une attention savante étendue aux
auteurs mineurs, qu’on peut trouver une compréhension des interactions entre les
annales événementielles et les productions artistiques ; c’est dans ce champ universitaire
que l’on peut découvrir les premiers pas d’une histoire des connaissances, des
enseignements, des présupposés propres à chaque époque du passé. L’inventaire de ces
enquêtes, plus ou moins pertinentes, plus ou moins ingénieuses, montrerait les intuitions
que les historiens de la littérature pouvaient avoir sur les valeurs admises en un temps,
sur le train des générations, sur les incarnations sociales des idées et des opinions 4.
8 La tradition de l’histoire littéraire ne s’est pas évanouie de nos jours ; elle est encore bien
vivante et la Société d’Histoire littéraire de la France a pu en 1995 fêter son centième
anniversaire. Le comparatisme, l’histoire sociale des auteurs et des écoles, l’étude de la
genèse des textes, les variations de leur réception et de leur appropriation, qui sont, je
crois, ses thèmes les plus actuels, ne sauraient dérouter les historiens. La large ignorance
réciproque des historiens de la société et des historiens de la littérature ne résulte pas,
bien sûr, d’une étrangeté irrémédiable de leurs objets, mais plus simplement et
banalement des œillères corporatistes de chacun.
9 Le champ d’une histoire culturelle ne se résume donc pas aux courants qui aujourd’hui
revendiquent expressément cette dénomination. Si l’on revient au domaine des historiens
de la société, on doit reconnaître que pendant longtemps les aspects culturels du passé
ont relevé surtout de ce qu’on appelait l’histoire des mentalités.

L’étape de l’histoire des mentalités


10 À peu près pendant trente ans, des années 1960 aux années 1980, l’étude des faits de
croyance, de sensibilité, de comportement a été rangée sous la rubrique incontestée
d’histoire des mentalités. Comme beaucoup d’autres, j’ai découvert – avec un plaisir dont
je me souviens très vivement – ce style d’historiographie dans le livre imaginatif et
aventureux de Robert Mandrou intitulé Introduction à la France moderne, paru au début de
l’année 1961. Mandrou s’y attachait à caractériser les originalités des modes de penser et
d’agir des individus qui ont vécu à l’époque dite de la Renaissance. En 1998, une réédition
très opportune a été accompagnée de postfaces dues à des disciples ; l’une d’entre elles,
composée par Philippe Joutard, retrace l’accueil de ce livre, son retentissement auprès
d’historiens plus jeunes et la fortune du concept d’histoire des mentalités, dont l’essai de
Mandrou pouvait être regardé comme la fondation. La recension par Joutard des œuvres
novatrices qui dans les décennies 60 et 70 se rangèrent dans le camp de l’histoire des
mentalités et étendirent ses terrains d’enquête, m’autorise ici à en abréger le palmarès.
158

11 On a pu dire que cette manière d’aborder le passé devait s’interpréter comme un


contournement de l’histoire politique, et aussi comme une façon d’éviter les
déterminismes socioéconomiques qui étaient de rigueur en ce temps. On sait bien, en
effet, que ces références semblaient alors s’imposer, selon une logique positiviste qui
pouvait au premier chef dériver du marxisme, mais qui, il faut l’avouer, régnait bien au-
delà des cercles des historiens qui revendiquaient explicitement cette démarche et ses
enchaînements supposés.
12 L’attention aux inflexions culturelles ne pouvait pourtant jamais à juste titre s’effacer.
Elle revenait d’autant plus vivement que la classe politique découvrait alors les enjeux
collectifs des loisirs, les difficultés liées à l’urbanisation incontrôlée, aux déracinements
et aux brassages de population. Disons que la conscience de ces phénomènes et le besoin
de les analyser se généralisaient à la fin des années 1960. Les sociologues dans
l’environnement immédiat étaient donc amenés à envisager des permanences ou des
émergences de cultures minoritaires locales, sociales, ethniques et religieuses. Ils
percevaient des types d’appropriation culturelle propres à certaines situations, des modes
d’expression qui varient avec les professions ou les conditions économiques ; ils
distinguaient des niveaux de culture et opposaient schématiquement des cultures des
élites et des cultures populaires. Les historiens essayèrent de s’engager sur les mêmes
pistes de recherche et de retrouver des catégories comparables dans leurs études des
passés. Des témoins majeurs de ces préoccupations pourraient être Michel de Certeau,
attentif aux phénomènes du langage et aux pratiques de la vie quotidienne, ou encore
Maurice Crubellier, très injustement méconnu, qui dès 1974 intitulait Histoire culturelle
une approche brève et suggestive des rythmes de vie, des croyances et des connaissances
des gens simples au cours du XIXe siècle.
13 L’avènement d’un nouveau concept, tel que ceux de mentalités ou de cultures, suppose un
renouvellement des sources, en amont peut-être ; à coup sûr, il entraîne en aval une
lecture innovante des archives. L’histoire du livre peut être prise pour exemple privilégié
d’un tel renouvellement des objets.

Le développement de l’histoire du livre


14 Un débat académique classique fait contraster deux modèles de renouvellement de
l’écriture de l’histoire, celui qui met en valeur la capacité des professionnels de la
conservation à découvrir dans les fonds dont ils ont la charge des sources inconnues et à
offrir ainsi de nouvelles orientations à l’histoire, et puis celui qui insiste sur la primauté
d’une exigence historienne théorique qui finit par faire discerner des matériaux
dormants et à leur donner une légitimité historiographique. Dans la première hypothèse,
les avances historiennes dépendraient de l’identification de richesses documentaires
insoupçonnées jusque-là. Dans la seconde hypothèse, l’apparition de curiosités originales,
l’émergence de concepts innovants provoqueraient la reconnaissance d’une source qui
auparavant n’avait pas semblé digne d’attention, qui ne paraissait pas porteuse de sens.
Bien entendu, les deux propositions ont leur pertinence. Dans le domaine de l’histoire
culturelle tout spécialement, on peut observer une circulation constante entre l’étude
érudite des sources et les orientations de l’écriture de l’histoire.
15 Ces considérations abstraites peuvent un peu mieux se comprendre avec l’exemple d’une
des voies les plus fréquentées de l’histoire culturelle, soit l’histoire du livre. On peut dire
159

qu’à son commencement se trouve l’œuvre d’Henri-Jean Martin, qui eut la chance et le
mérite de se situer personnellement au croisement des deux orientations exposées ci-
dessus. S an expérience de conservateur dans des bibliothèques célèbres pour leurs riches
patrimoines anciens, à Paris ou à Lyon, lui permettait de constater l’écart entre le très
petit nombre d’œuvres consultées par les usagers, même les plus savants, et l’océan des
livres conservés dans les bibliothèques ; elle l’amenait à imaginer les virtualités que
pourrait révéler l’exploration de ces immenses fonds. En tant qu’historien, la rencontre
de Lucien Febvre le conduisait à réfléchir sur les concepts de production et de
consommation des livres, et sur les variations qu’à force d’érudition on pouvait leur
attribuer à chaque moment du passé. Grâce à cette conjonction, Henri-Jean Martin
pouvait dès 1959 publier un texte essentiel sur L’apparition du livre et soutenir ensuite en
1969 une thèse monumentale sur Le commerce du livre à Paris au XVII e siècle avec le sous-
titre significatif de Livre, pouvoirs 5 et société. L’histoire du livre dans ces études pionnières
n’était plus seulement une science auxiliaire, une expertise particulière réservée aux
spécialistes des bibliothèques : elle devenait un pan de l’histoire culturelle, un élément
capital de l’histoire de la civilisation écrite. L’écriture et l’imprimerie n’étaient plus
étudiées seulement pour elles-mêmes, mais comme des traductions des logiques de la
société.
16 Il appartenait encore à Henri-Jean Martin d’envisager l’organisation des textes en
fonction des conditions de la lecture. Dans ces directions nouvelles, les travaux de Roger
Charrier allaient illustrer les divers usages du livre et les innombrables réceptions des
textes ; ainsi, les travaux de Martin et Chartier ouvraient la voie au concept de lectorat et
à une histoire de la lecture ; ils inauguraient des champs de recherche qui étaient tout
simplement inimaginables auparavant, impossibles à exprimer dans ces termes quelques
années plus tôt.
17 Inventer, construire de nouveaux objets, c’est le défi qu’ont relevé des auteurs qu’on peut
qualifier d’inventifs ou, si on veut les chicaner, de présomptueux.

Le passage aux représentations


18 La revendication d’une historisation toujours plus étendue – et aussi parfois beaucoup
d’ignorance des capacités des sources – ont suscité de multiples enquêtes et entreprises
éditoriales avec une prolifération de titres comme « histoire des loisirs », de « la vie
quotidienne » ou encore de « la sensibilité », « histoire intellectuelle », « histoire de
l’imaginaire », des « comportements », des « représentations », etc.6
19 La caractérisation la plus générale de cet élan pourrait se ramener à ce que j’appellerais
un passage aux représentations, passage survenant dans un peu tous les secteurs de la
connaissance historique. D’un regard normatif et institutionnel sur des faits particuliers,
on passerait à la description des images de ces faits, c’est-à-dire à ce qu’en ont connu les
contemporains, à l’idée qu’ils s’en sont formée, et encore à ce qu’en a fait la postérité.
Pour parler d’exemples, on passait de la quantification de la mort aux images de la mort ;
on passait du calcul de tables d’espérance de vie et de mortalité à la description des
attitudes devant la mort, à des expressions du deuil et du souvenir (Michel Vovelle). Du
catalogue des idées pédagogiques et des institutions d’enseignement, l’histoire de
l’éducation passait avec les travaux de Dominique Julia aux expériences vécues des écoles
et des collèges. Au-delà de l’histoire du droit pénal et de la répression des crimes, Yves
Castan utilisait les sources judiciaires pour illustrer non seulement la notion de déviance
160

mais aussi celle d’« honnêteté ». De la philologie romane classique, qui se propose
l’analyse des premières formes des langues vernaculaires, on passerait à la
sociolinguistique, qui imagine les rapports de l’oral et de l’écrit, le statut social de
certaines formes de langage à certaines époques. On pourrait multiplier les références à
des passages analogues, de la description d’un objet supposé achevé et parfaitement
observable à l’attention accordée au regard sur cet objet. Ce changement dans la
démarche de l’historien est, à tout prendre, récent, du moins dans cette forme affichée,
revendiquée. On ne voit pas pourquoi cette méthode devrait arrêter ses conquêtes et
quels domaines de la connaissance pourraient lui échapper.
20 Certainement pas, en tout cas, le domaine du politique. C’est dans ce secteur que le
renouvellement est actuellement le plus sensible et ce sont ses praticiens qui ont fait la
fortune présente du concept d’histoire culturelle.

La nouvelle histoire culturelle


21 Si la naissance de l’histoire des mentalités avait été due partiellement au désir inavoué,
voire même inconscient, d’échapper aux impasses d’une historiographie étroitement
politique, on peut avancer pareillement qu’à la fin des années 1980 les historiens
contemporanéistes, et parmi eux les spécialistes de la politique, auraient ressenti une
insuffisance de leur discipline. En effet, le champ historique ne saurait se limiter aux
bonnes ou mauvaises fortunes des États et de leurs institutions. Il y a une myopie
inhérente au genre ; elle résulte peut-être du talent des politologues de réduire le chaos
des annales et de soumettre le flot des événements à une logique de leur choix ; quant aux
praticiens du droit public au service des États, leur métier est justement d’effacer les
ruptures et contradictions au profit des continuités constitutionnelles ou au nom des
enchaînements du progrès.
22 À ces inadéquations s’ajoute éventuellement une frustration corporative. En effet, la
connaissance du proche passé ou du temps présent est désormais souvent revendiquée
par les journalistes et praticiens des médias, et parfois même accaparée avec succès parce
que ces professionnels disposent de plus puissants moyens d’investigation et surtout de
plus de retentissement social. Il appartenait donc aux chercheurs travaillant sur le XIX e et
le XXe siècles de promouvoir une approche différente, moins vulgarisée, plus réfléchie et
plus savante.
23 Il se trouve que ce tournant de la politologie coïncidait avec le déclin de l’histoire des
mentalités – non pas de sa pratique implicite, qui n’a pas de raison de s’interrompre 7,
mais de sa revendication comme catégorie du savoir historique. Il lui était reproché de
prendre pour objet un domaine défini trop vaguement et trop arbitrairement, de ne
s’intéresser qu’à une pensée rudimentaire, celle des pauvres gens, de passer ainsi à côté
des grandes étapes de civilisation, et encore d’effacer la force des événements et des
personnalités.
24 Des historiens de l’époque contemporaine ont donc alors hissé la bannière de l’histoire
culturelle. Leur première et évidente orientation envisage tout simplement les
interventions des pouvoirs publics dans les domaines culturels. Il s’agit d’une lecture
institutionnelle directe qui recense les engagements étatiques dans les fêtes,
anniversaires et commémorations, dans l’offre de loisirs, dans les processus de
production et de réception des arts, dans les horizons de la communication de masse. Il y
161

aurait de la naïveté à faire commencer cette chronique avec l’apparition de départements


ministériels chargée de tels projets. En fait, dans le cas français tout particulièrement, où
la montée en puissance de l’État est plus précoce qu’ailleurs, ce type de chronique peut
avoir sa pleine légitimité même pour de hautes époques. Le devoir de spectacle du
souverain, la compréhension des virtualités d’un contrôle de l’opinion par la maîtrise de
l’imprimé et par les procédés de mise en scène du pouvoir, le mécénat des puissants, le
rôle d’entraînement des cours princières et des villes capitales marquent des liaisons
simples entre le cours des annales politiques et les productions culturelles qui leur sont
contemporaines.
25 Cette orientation se limite en somme à une histoire des politiques culturelles. Il est
certainement plus difficile et plus fructueux d’imaginer une histoire des cultures politiques.
On peut entendre par là, en suivant les pistes judicieuses proposées par Jean-François
Sirinelli, la collection des représentations qui soudent un groupe humain au regard des
affaires de la cité, la vision du monde que partagent ces individus, leur commune lecture
du passé et leur projection dans un avenir vécu ensemble. L’histoire politique n’est plus
alors enfermée dans le court terme. Ces cultures politiques peuvent être beaucoup plus
durables que les actions politiques brèves et changeantes ; leur histoire se conjugue avec
l’histoire des comportements ; elle peut se confondre avec une plus solennelle histoire
des idées8.
26 Rétrospectivement, il est permis de rattacher à cette orientation l’histoire politique de la
Provence due à Maurice Agulhon. Dès 1964, cet auteur s’attardait moins sur la cadence
des événements que sur les réseaux de relations qui les précédaient. Le terme de
« sociabilité », qu’il créait alors, est maintenant entré dans la langue et les usages qu’il
désigne sont devenus désormais des chapitres obligés de toute étude des cultures
politiques.
27 L’attention portée aux révoltes populaires de l’époque moderne, étude à laquelle j’ai
participé, se proposait, me semble-t-il, le même angle de vue. Aucune de ces insurrections
n’a eu assez d’importance pour mériter de s’inscrire dans l’histoire politique, sinon dans
une surenchère d’érudition, c’est-à-dire qu’aucune de ces violences n’a réussi à infléchir,
si peu que ce fût, les grandes décisions des gouvernants. Pourtant la collection de ces
petits événements prend un sens historique si l’on considère leur répétition et leurs
similitudes. Elles prennent alors figure de mode d’intervention politique populaire ; elles
deviennent une virtualité reconnue dans la gamme des comportements, autrement dit
une instance de la culture politique propre à ce moment du passé.
28 Pour mieux convaincre des vertus du genre, il faut dire qu’il n’y a pas d’épisodes de la
grande histoire politique qui ne soit lui aussi susceptible d’une approche dite culturelle,
plus ou moins banale et répétitive, plus ou moins neuve et suggestive. C’est ainsi que les
récents essais d’histoire culturelle ont effectivement osé soumettre à cette perspective
des ensembles aussi gigantesques et aussi apparemment bien connus que la Révolution
française (Antoine de Baecque) ou la première guerre mondiale (Stéphane Audouin-
Rouzeau). Ces entreprises suffisent à montrer la capacité savante, la lucidité, le profit de
la démarche.
162

Des orientations comparables, à l’étranger


29 Il y aurait bien de la suffisance à rechercher les prémisses et les coups de maître dans ce
secteur de la connaissance historique seulement chez des auteurs français. Nombreux
sont les noms illustres de langue anglaise qui ont abordé ces thèmes, sans nécessairement
recourir à des catégorisations dont l’habitude est assez caractéristique des usages
français. Pour se limiter à des travaux portant sur des sujets d’histoire de France, les
livres de Natalie Davis, Peter Burke, Robert Darnton, Simon Schama, Théodore Zeldin ont
tous été des précurseurs, ouvrant des perspectives dans l’exploration des cultures
populaires, de la diffusion des écrits ou de la construction des identités politiques.
30 On peut reconnaître en Allemagne le développement récent d’une famille de pensée
voisine, une histoire dite du quotidien, Alltagsgeschichte9. Son but clairement exprimé
serait de donner un statut théorique aux enquêtes empiriques sur les manières de penser
et d’agir des groupes sociaux populaires. Son point faible trahit une intention doloriste et
moralisante, qui se veut une revanche des humbles, des « dominés », de ceux qui, comme
on dit, semblent sans voix, privés de tout écho dans une écriture classique de l’histoire. Sa
légitimité me semble plutôt de participer dans son genre à l’utopie de la pan-
historisation, de marquer une nouvelle étape dans la reconnaissance de nouveaux objets
d’histoire.
31 À peu près au même moment, parmi certains chercheurs italiens, le concept de micro-
histoire a vu le jour. Il refuse de se fonder sur l’analyse d’une masse historique statistique
et confuse, il se donne l’élégance de choisir des cas emblématiques dont l’examen
exhaustif, représentant du grand nombre ou au contraire contrasté et atypique, est
supposé illustrer le milieu et l’époque où ils sont survenus. Les cas exposés se
recommanderaient par leur situation historique « privilégiée » pour ainsi dire – par leur
situation de « sémiophores » pour employer un vocable lancé par Krzysztof Pomian – et,
en outre, par l’abondance exceptionnelle de leur documentation propre, qui les rend plus
éloquents que tous les autres faits de la même catégorie. Jacques Revel a présenté
l’originalité de cette démarche aux lecteurs français10. Il me semble que l’élection de tels
exemples ne peut résulter que de l’immense érudition, de l’expérience exceptionnelle, de
l’intelligence historienne particulière des auteurs. J’imagine donc que, comme jadis le
« grand genre » dans la peinture classique, ce mode d’écriture de l’histoire ne peut être
accessible qu’aux maîtres et devrait certainement leur être réservé.
32 L’histoire culturelle aujourd’hui s’écrit donc dans des directions et selon des méthodes
très diverses. Ses plus spectaculaires évolutions ont eu pour théâtre les registres
politiques, mais d’autres pistes ont été ouvertes dans une multiplicité de domaines.
Observons que lorsqu’on croit bon parfois de compléter le vocable d’« histoire culturelle »
en y ajoutant un adjectif comme « social » ou « politique », cette précision du champ
d’application revient inévitablement à réduire ses ambitions. Si, en revanche, on évoque
une « histoire culturelle » vague et générale, donnée comme la somme des
représentations de chacun des individus, on l’engage alors vers des horizons toujours plus
lointains, on lui assigne des projets dont on sait bien qu’ils ne seront jamais finis.
L’histoire culturelle doit, en effet, se vouloir généraliste et embrasser, selon le sens que
les anthropologues ont accordé au mot de culture, l’ensemble des productions et des
représentations d’un moment de civilisation. Notons que cette définition, qui il y a
seulement vingt ans aurait demandé une justification laborieuse, est aujourd’hui
163

complètement passée dans l’usage commun. Il appartiendrait donc à l’histoire culturelle


d’explorer ces immenses domaines en sachant dessiner leur place dans le cours du temps.
33 Avec un tel programme, voici que reparaît l’utopie qui avait inspiré l’idée d’une « histoire
totale ». C’est sans surprise que l’on retrouve à cette étape l’ambition optimiste et
globalisante qui doit toujours légitimement revenir hanter les rêves des historiens.
34 Il reste, en guise de conclusion, à pousser plus loin encore le projet utopique, à imaginer
que cette histoire culturelle pourrait, mieux que toute autre démarche, remédier à une
incapacité essentielle de la méthode historique classique en s’efforçant de dépasser le
simple et exigeant registre des faits accomplis. Il me semble alors que l’histoire culturelle
–ou du moins, si les vocables viennent à changer, les ambitions qu’elle a traduites en cette
fin de XXe siècle – aurait dans l’avenir quelques chances de reconnaître un peu de la
réalité infiniment complexe des représentations. Cette histoire culturelle idéale devrait
essayer de deviner la multiplicité des possibles qui sont ouverts à chaque instant et que
l’événement effectif efface constamment11. En retrouvant ainsi les apories d’une époque,
c’est-à-dire les espérances et les angoisses sans lendemain, les sentiments, les goûts et les
opinions oubliés, cette méthode dite culturelle rendrait à l’histoire sa part d’imprévisible
ou d’accident ; elle pourrait tenter de mieux rendre compte de la liberté des destins.

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2. G, THUILLIER et J. TULARD, Le marché de l’histoire.
3. Voir la bibliographie en fin d’article.
4. On peut trouver un exemple de la continuité et de la relative fécondité des approches de
l’histoire littéraire dans F. SIMONE (éd.), Culture et politique en France.
5. Au pluriel.
6. On peut deviner beaucoup des tendances actuelles de l’historiographie dans un récent recueil
d’entretiens avec certains historiens tous liés plus ou moins aux méthodes de l’histoire sociale :
J.-Cl. RUANO-BORBALAN, L’histoire aujourd’hui.
7. H. MARTIN, Mentalités médiévales.
8. S. BERSTEIN et P. MILZA (dir.), Axes et méthodes en histoire politique.
9. A. LÜDTKE (dir.), Histoire du quotidien.
166

10. G. LEVI, Le pouvoir au village. La première édition en Italie avait été publiée chez Einaudi, à
Turin, en 1985. La traduction française est précédée d’une présentation par Jacques Revel,
« L’histoire au ras du sol », pp. I à XXXIII.
11. P. VENDRYES, De la probabilité en histoire.
12. La présente bibliographie reprend quelques-uns des travaux d’auteurs évoqués dans l’article.
Elle ne prétend pas être exhaustive.

RÉSUMÉS
L’histoire culturelle bénéficie actuellement d’un effet de mode qui, au-delà de la visibilité qu’elle
en tire, trahit aussi une définition à la fois large et floue. Il convient d’abord de retracer ses
origines – l’histoire littéraire –, ses évolutions avec le passage par l’histoire des mentalités, la
conquête qu’elle a faite de nouveaux champs – l’histoire du livre, des représentations – et enfin
ses enrichissements problématiques liés aux variations propres à chaque époque étudiée. Une
histoire culturelle du Moyen Âge ne partage ni les mêmes objets ni les mêmes ambitions que celle
de l’époque contemporaine. Pour cette dernière, l’extension à la dimension politique d’enquêtes
attentives aux phénomènes culturels contribue puissamment à la fortune présente de l’histoire
culturelle. L’apport de la bibliographie étrangère à la connaissance de l’histoire française est
décisif, ainsi que ses propositions méthodologiques, qu’il s’agisse de l’Alltagsgeschichte ou de la
micro-histoire. Par sa richesse et son succès, l’histoire culturelle n’est-elle pas tentée de devenir
une histoire totale ?

«Cultural history» is in fashion. However,– the fact that it is in the limelight does not make its
definition any less vague and imprecise. We need first of all to recall its origins (in literary
history), the way it has developed, by way of the history of mentalities and the exploration of
new fields (history of books, history of plays), and finally the enrichment of its textures as a
direct result of specific variations in each period studied. A cultural history of the Middle Ages
neither has the same objects nor pursues the same ends as a history of contemporary rimes. In
the latter case, cultural history is of greater interest and is more successful because studies of
cultural phenomena can be given a political dimension. The non-French bibliography on the
cultural history of France, and likewise the methods applied, like Alltagsgeschichte or
microhistory, has been decisive. Given its richness and success, will cultural history become all
history?

La «historia cultural» está de moda, lo que le proporciona un evidente protagonismo pero que no
le permite ocultar la imprecisión o vaguedad de su propia definición. Conviene primero recordar
sus orígenes –la historia literaria–, sus evoluciones, con su paso por la historia de las
mentalidades y la exploración de nuevos campos (historia del libro, historia de las
representaciones), por fin, el enriquecimiento de sus problemáticas, estrechamente vinculado
con las variaciones específicas de cada periodo estudiado. Una historia cultural de la Edad Media
no tiene los mismos objetos ni las mismas finalidades que la de la época contemporánea. En este
último caso, la posibilidad de conceder a los estudios de los fenómenos culturales una dimensión
política, proporciona a la historia cultural un mayor interés y justifica su éxito. La bibliografía no
francesa sobre la historia cultural de Francia, y también sus métodos como la Alltagsgeschichte o la
167

microhistoria han sido determinantes. ¿La historia cultural no está, por su riqueza y su éxito,
llamada a convertirse en una historia total?

AUTEUR
YVES-MARIE BERCÉ
École des Chartes
168

La historiografía francesa en la
historia cultural de la Edad Moderna
española
Breve balance de su influencia
L’historiographie française dans l’histoire culturelle de l’époque
moderne espagnole
French historiography in the cultural history of the spanish modern age

Manuel Peña Díaz

1 Si la trayectoria de la historia social en nuestro país durante el siglo XX ha sido calificada


como el secano español, los frutos de la historia cultural son bastante escasos y bien podría
denominarse el desierto español. A fines del siglo XX hemos asistido a un cierto retorno de
la historia de la cultura y, sin ser paradójico, también a un cierto interés por la historia
cultural aunque –como apunta Peter Burke– todavía «no sepamos o no estemos del todo
de acuerdo en lo que dicha disciplina sea exactamente», entre otras razones porque «no
hay más acuerdo sobre lo que constituye la historia cultural que sobre lo que constituye la
cultura»1 De forma esquemática, se podría decir que la historia cultural una minúscula
parte de la historiografía española intenta desarrollar, no tiene un campo propio sino que
define una manera nueva de acercarse a los temas clásicos de la historia económica, social
y política, mientras que la historia de la cultura que se ha realizado durante el siglo XX se
ha planteado desde un enfoque reduccionista del concepto cultura como legado,
patrimonio, o el más reciente de identidad. Esta historia de la cultura ha sido muy elitista
en sus objetos históricos y, a menudo, ha estado protagonizada por el clero y
monopolizada por el conservadurismo; incluso los primeros estudios sobre la cultura
popular en el siglo XIX estuvieron vinculados con el folklorismo viajero, y sobre todo con
un pretendido o pretencioso esencialismo, o si se quiere con los correspondientes
paleonacionalismos centrales o periféricos.
2 Esta precaria situación de la historia de la cultura en España a mediados del siglo XX fue
analizada con gran lucidez por Jaume Vicens Vives. En 1953, este historiador apuntó:
169

La historia cultural no ha sabido hallar un método convincente para fijar el peso de


las aportaciones y materiales de un país o de una sociedad.
3 Llegaba a esta conclusión después de reflexionar sobre otros dos defectos:
Toda historia de la cultura ha exigido un esquema mental previo: ortodoxo o
heterodoxo, idealista o materialista, unitarista o evolucionista [... y] hasta hoy la
historia de la cultura no es más que un estudio de minorías intelectuales,
4 Vicens Vives concluía que los que él denominaba «culturalistas» se habían convertido
en punta de lanza no ya de la vanguardia de la ciencia histórica, sino de mesnadas
políticas dispuestas a la conquista del poder2.
5 Una lección que bien podría aplicarse a los que todavía hoy insisten en elaborar
repertorios subvencionados de historia de la cultura, excelentemente ilustrados pero
caducos en planteamientos teóricos y metodológicos.
6 Desde un concepto de cultura y desde una disciplina distintos, y en un contexto socio-
político diferente, Maxime Chevalier llegó a conclusiones semejantes. En el IV Congreso
Internacional de Hispanistas de 1982, el admirado profesor francés afirmó que «No
tenemos hasta la fecha historia de la lectura, ni historia de la cultura de la España del
Siglo de Oro», señalaba además que no faltaban «para construirla materiales en razonable
cantidad y de calidad excelente»3. Quizás por su brevedad, la demoledora crítica de Vicens
y la constatación de Chevalier, sin dejar de ser del todo ciertas, no señalaban otros
factores que habían sido determinantes en el devenir de esa deficitaria historia de la
cultura desde mediados de nuestro siglo.
7 Ricardo Garría Cárcel ha destacado varias razones que explican la debilidad de la historia
de la cultura en la España contemporánea4. En primer lugar, la falta de un territorio
académico propio; el gremialismo, la defensa de intereses corporativos vinculados a la
disciplina de historia económica arrinconó en la universidad la historia de la cultura en
un espacio indefinido que fue la desembocadura de especialistas del más diverso signo:
científicos, filólogos, filósofos, historiadores del arte, bibliotecarios, etc. Las
consecuencias más evidentes de esta situación ha sido el desmigajamiento y el
minifundismo productivo. Un buen ejemplo son los innumerables trabajos sobre la
historia del libro y de la imprenta en España, elaborados con desiguales criterios y con
ausencia de métodos –en muchas ocasiones, meras recopilaciones documentales–, que
con un incesante goteo se han publicado durante este siglo. Otra consecuencia bien
conocida ha sido lo que García Cárcel ha denominado el guerrillerismo solitario de los años
1960 y 1970. Entre los historiadores españoles que cultivaron individualmente la historia
de la cultura destacaron José Antonio Maravall, Miquel Batllori y Julio Caro Baroja.
Maravall intentando, desde el sociologismo cultural, explicar la cultura como un producto
resultado de la servidumbre respecto a los grandes poderes de la Iglesia o el Estado, de ahí
su interpretación de los intelectuales orgánicos del Siglo de Oro y la inevitable
reconstrucción de un espacio de oposición en la España de los Austrias. Batllori,
procedente de la filología salió del texto en busca del contexto y, como Maravall, se
interesó por las alternativas a la cultura oficial (utopistas, reformistas, exiliados). Caro
Baroja, tuvo el mérito de interrelacionar tempranamente historia y antropología; con sus
estudios sobre las fiestas, sobre el modelo cultural de los moriscos o sobre el nacionalismo
como imaginario colectivo, hizo historia de las mentalidades mucho antes de que aquí se
recibiera la influencia francesa. Para García Cárcel, no hay duda que
El salto cualitativo de la concepción esencialista de la cultura española a la
interpretación sociológica, política o antropológica constituyó un paso importante
170

en la historia de la cultura. Pero ni Maravall ni Batllori, ni Caro Baroja, por distintas


razones, han tenido discípulos continuadores de su obra5.
8 Este guerrillerismo solitario español es semejante a la labor de determinados hispanistas
franceses, entre los que destacó muy especialmente Marcel Bataillon que, a diferencia de
los historiadores anteriores, sí dejó discípulos como Joseph Pérez, Augustin Redondo,
Charles Amiel o Daniel Devoto. Sin embargo, la influencia de la obra de Bataillon en la
historiografía española ha sido bastante discutida. Las razones quizás haya que situarlas
en el rechazo autóctono a asociar el progresismo español exclusivamente con la
influencia erasmista. No se ha admitido la tesis liberal e irenista de Bataillon que no
hubiera ni herejes ni heterodoxos sino simplemente erasmistas. Pista generalización del
principio erasmista es criticada, empezando por Eugenio Asensio y su reivindicación de
las corrientes espirituales afines, continuando con Tellechea que cuestionó el
entrecomillado que sugería Bataillon al hablar de los luteranos, poniendo en duda –cosa
que no admite Tellechea– los criterios de los inquisidores. Críticas y matices a la obra de
Bataillon presentes, también, en el coloquio de Santander de 1985, donde incluso Joseph
Pérez ahonda en la importancia del legado medieval. Estudios recientes han continuado
en la desconstrucción de la tesis de Bataillon. Para José C. Nieto, Bataillon negó la herejía,
y en su lugar estableció el «mal entendido», o falta de entendimiento entre hermanos,
integrando a los heterodoxos en una historia a la cual no pertenecieron ni quisieron
pertenecer. Para Nieto no es posible admitir que España no tuviera Reforma y sólo formas
de un Renacimiento cultural y espiritual de raíces y sentimiento erasmistas. Además, la
interpretación de Bataillon de que sólo en el extranjero se hicieron los españoles
protestantes confirma, según Nieto, la tesis de los heterodoxos de Menéndez Pelayo de
que el alma y la lengua española no habían sido hechas para la herejía. En síntesis,
La visión sintética queriendo ser tolerante y justa se hace injusta en su intolerancia
y niega además el supremo derecho histórico humano del haber sido 6.
9 También Ricardo García Cárcel ha propuesto una periodización del erasmismo español
sensiblemente distinta a la defendida por Bataillon, al tiempo que ha criticado la visión
demasiado castellanocéntrica de Erasmo y España, además de insistir en la necesidad de
diferenciar entre el patrimonio erasmista y los usos y apropiaciones del mismo en fundón
del espacio y del tiempo y de las coordenadas de la identidad de sus lectores. Aunque la
influencia de Bataillon en la historiografía española ha sido cuestionada, las críticas, los
matices o los coloquios lo único que han demostrado es que su libro sigue siendo una
referencia obligada de toda investigación sobre el tema y, por su extensión, sobre la
historia cultural de España – o si se quiere de Castilla– en el siglo XVI 7.
10 En los años del tardofranquismo, y a pesar de estos esfuerzos más o menos solitarios, la
historia de la cultura navegó –y sin duda, lo sigue haciendo– con una ausencia de
definición teórica y metodológica. Y en este contexto de estancamiento y de relativo
aislamiento académico, la historia de la cultura recibirá la influencia en los años 1970 y
1980 de dos corrientes. En el ámbito de la crítica literaria (a fin de cuentas, como recuerda
García Cárcel, han sido los historiadores de la literatura los mejores estudiosos de la
cultura: «En España la cultura ha sido durante mucho tiempo esencialmente literatura» 8),
el sociologismo hará mella desde la vertiente funcionalista o marxista. Las
interpretaciones de Tierno sobre la novela picaresca, de Salomon sobre el teatro de Lope,
o los coloquios de sociología de la literatura que se celebran en la Casa de Velázquez son
buenos ejemplos9. Son conocidas las críticas a esta historia social de la cultura o de la
literatura por su fijación a la hora de asociar indefectiblemente la identidad social del
171

autor con la ideología de la obra. Pero no me voy a detener en la proyección del


hispanismo francés entre los filólogos españoles, las deudas son muchas, las polémicas
también, y debería ser uno de ellos quien hiciera balance de esa evidencia.
11 En los años 1980 llegará la influencia de la historiografía francesa y su historia de las
mentalidades, que se empezará a manifestar entre algunos historiadores procedentes de
la historia social. Al margen de las furibundas críticas que la historia de las mentalidades
a la francesa recibió en España de parte de los guardianes de la historia –además de algún
que otro bloqueo editorial– su influencia y su eco fueron bastante débiles y muy dispersos
sus resultados10. A pesar de los obstáculos y las limitaciones, la receptividad fue algo más
intensa en dos grupos de historiadores. En el ámbito gallego, el profesor Eiras Roel
recogerá e impulsará el uso de las fuentes notariales, así como la insistencia por contar y
medir realidades cualitativas consideradas antes como demasiado abstractas. En
Barcelona, el grupo formado alrededor de García Cárcel, la revista Manuscrits y el Centro
de Estudios de Historia Moderna «Pierre Vilar» profundizará en la historia de Cataluña
con las mismas fuentes y los mismos métodos. Temáticamente, será la historia de la
muerte la que generará un abundante número de trabajos hasta la cansina repetición del
modelo vovelliano en casi todos los rincones de España. La obra de Martínez Gil puede
considerarse como la que ha cerrado esta línea de trabajo y el trabajo de José Luis Bertrán
el que ha consolidado una nueva vía de historia sociocultural, no de la experiencia del
morir sino del vivir, en estrecha relación con la historiografía italiana11.
12 En otros campos temáticos la influencia ha sido menor. Los estudios sobre las fiestas de
Bercé, Ozouf o Le Roy Ladurie tuvieron una discreta difusión entre los historiadores
españoles, aunque suficiente para retomarse el análisis de las fiestas en la España
moderna que tan brillantemente había (re)iniciado Caro Baroja12.
13 Aunque Fernand Braudel mostró una débil inclinación por el estudio de las creencias y las
mentalidades, su interés por las fronteras y las persistencias culturales 13 influirán
notablemente –sin olvidarla controvertida interpretación de la historia de España
propuesta por Américo Castro– en una generación de hispanistas franceses e
historiadores españoles interesados en el universo de la imaginación social y de las
creencias, y en concreto en las fronteras religiosas; en esta línea destacan, por ejemplo,
los trabajos de Louis Cardaillac que han analizado el choque de mentalidades entre
moriscos y cristianos14.
14 La documentación inquisitorial, a pesar de los problemas metodológicos que plantea,
amplió las posibilidades de investigación sobre la mentalidad colectiva, las minorías
religiosas, la brujería y la religiosidad popular, el sexo o la situación de la mujer. Los
estudios franceses sobre las acritudes frente a la sexualidad (Solé, Lebrun, Foucault o
Flandrin) tendrán su proyección en España, aunque escasa, en investigaciones como las
de María Helena Sánchez Ortega, autora de un excelente estudio sobre la visión pecadora
del sexo femenino y los intentos de castidad impulsados por el mundo religioso 15. En
realidad, el desarrollo de los estudios sobre historia de las mujeres en España ha tenido
una débil relación con la historiografía de la nouvelle histoire. Aquí los primeros estudios se
centraron en ámbitos de historia social contemporánea, mientras en Italia y en Francia
una parte importante de la investigación académica realizaba una aproximación
sociocultural a la vida cotidiana, al cuerpo, a la reproducción o a la maternidad 16. En el
tránsito del sexo al género en los estudios de historia de la mujer no ha influido
especialmente la historiografía francesa vinculada a la historia de las diferencias sexuales,
si se compara con las decisivas reflexiones de la historiografía italiana que ha optado por
172

la vida «vivida» y la americana, basada en la historia del género. Ni siquiera la


participación española en la versión en castellano de la Histoire des femmes en Occident,
dirigida por Georges Duby y Michelle Perrot17, ha sido valorada como un reflejo de dicha
influencia, según Isabel Morant,
Una parte considerable de los textos no es exigente con el tipo de historia que se
hace. Parece ignorante de todo cuanto ha tenido que ser pensado y debatido para
que el proyecto vago que fue la Historia de las mujeres sea hoy un proyecto de
historia que tiene sus exigencias [...]. En mi opinión, los historiadores españoles
piensan que la Historia de las mujeres es un tema o algunos temas más y no
encuentran obstáculo en trabajarla con los presupuestos que les son habituales 18.
15 Sin embargo, hay que señalar dos importantes excepciones. En primer lugar, sobresale la
labor ejercida desde París por Redondo y sus coloquios de la Sorbona sobre la España de
los siglos XVI y XVII como los dedicados a la imagen de la mujer, a las relaciones entre
hombres y mujeres, a los amores legítimos e ilegítimos y al cuerpo como metáfora en la
historia y la literatura19. Y en segundo término, la influencia de Roger Chartier y su
enfoque de la historia cultural (prácticas y representaciones), claramente perceptible en
recientes estudios que analizan la socialización de la emotividad y la construcción de los
discursos amorosos como coacciones simbólicas20.
16 Tampoco se puede hablar de una influencia directa de la historiografía francesa en los
estudios españoles sobre historia de las universidades, frente al conocido impacto de los
trabajos de Lawrence Stone y su tesis sobre la revolución educativa21. El grupo más
importante en los últimos veinticinco años es el organizado en tomo a Mariano Peset –
principalmente en la Universidad de Valencia–, que ha llevado a cabo numerosas
investigaciones sobre universidades españolas y americanas. Quizás en su evolución de un
enfoque de historia institucional a otras perspectivas más sociales, basadas en los estudios
y sus contenidos, en la ideología y el poder, pueda percibirse cierta influencia de los
grandes trabajos de los historiadores franceses como Chartier o Revel22. De hecho, en 1987
el propio Peset sugería que
Los nuevos enfoques que estamos viendo, la vuelta a la narración o la atención a los
temas cotidianos, al amor, a la muerte, las mentalidades colectivas, tal vez
permitirán una intensa recuperación de este sector23.
17 En el ámbito educacional las colaboraciones hispano-francesas más fructíferas se han
producido entre historiadores de la literatura, y el mejor exponente de ellas son las actas
de uno de los citados coloquios dirigidos por Redondo, en el que se aborda el estudio de
los manuales escolares, la formación intelectual, moral religiosa y de los códigos de
sociabilidad24.
18 Pero si existe un campo temático en el que la influencia metodológica de la historiografía
francesa ha sido decisiva, este es el de la historia del libro y la lectura. Fueron hispanistas
franceses quienes durante los años 1970 y principios de los 1980 introdujeron en España
nuevas perspectivas de investigación y análisis documental. Un antecedente temprano lo
encontramos en la obra de Bartolomé Bennassar Valladolid en el Siglo de Oro (1967), que
contiene unas sustanciosas páginas sobre la actividad de la imprenta, comparada con la
de otros centros tipográficos del reino de Castilla y un índice estadístico de los temas de
los libros que fueron impresos. Bennassar se adentró en la posesión del libro a través de
los inventarios de veintinueve bibliotecas, para descubrirnos la fuerza de la tradición, la
huella del humanismo cristiano y la curiosidad por la naturaleza que caracteriza al
Renacimiento castellano. Años más tarde, Maxime Chevalier se planteó para el caso
español las tres primeras preguntas que surgen al enfrentarse al problema de la lectura:
173

¿quién sabía leer?, ¿quién tenía la posibilidad de leer? Y ¿quién llegó a adquirir la práctica
del libro?25
19 El coloquio de la Casa de Velázquez de 1980 sobre Libro y lectura en España y en Francia en el
Antiguo Régimen supuso un punto de inflexión notable en las investigaciones sobre la
historia del libro en España, al tiempo que se constató la enorme distancia entre el nivel
de conocimientos alcanzado en Francia y el existente entonces en nuestro país. A
principios de los 1980, los estudios sobre bibliotecas particulares recobraron un renovado
interés entre los historiadores y comenzó un goteo continuo de artículos, así como de
reuniones científicas acerca del proceso histórico de alfabetización y la cuestión de la
escolarización, sobre la imprenta, los libros y la lectura en la España moderna, en su
mayoría inspirados en la metodología cuantitativista que una década antes habían llevado
a la práctica Martin, Furet, Quiénart, etc., y que hispanistas como Berger, Larquié,
Bennassar, Vincent, Soubeyroux o el grupo de Burdeos dirigido por Lopez trasladaron a
España. Lo importante no fue tanto esa fiebre cuantificadora de impresos y de firmas que
nos contagió a muchos, sino el lento proceso de acercamiento que se estaba produciendo
entre historiadores, bibliógrafos, filólogos y paleógrafos a finales de los ochenta al
interesarse por la historia de la cultura escrita. Es en ese contexto en el que sobresale la
labor y la influencia de dos historiadores franceses. En primer lugar, la de François Lopez
y su empeño por reunir a especialistas españoles y franceses de las disciplinas citadas
fuera en Burdeos o en la Casa de Velázquez para profundizar sobre la educación y las
lecturas de los españoles, en definitiva para ayudar a construir la gran asignatura
pendiente de nuestra historia moderna: la historia cultural. Llegado a este punto, es justo
recordar el gran papel jugado en este proceso pluridisciplinar por el Bulletin hispanique,, al
permitir que compartieran sus páginas la erudición filológica, la historia socio-cultural y
las ciencias de la educación26.
20 En este momento de renovación de la historia de la cultura escrita –parte fundamental de
la historia cultural– destaca la labor de Roger Chartier. Sus reflexiones sobre los
conceptos de cultura, de libro y de lectura, y sus propuestas metodológicas sobre las
prácticas de la lectura y de la escritura, han incidido en la reciente historiografía
española. Pero, del tándem teórico práctica-representación, aquí nos hemos interesado
sobre todo por las prácticas, quizás por el riesgo de disolver las prácticas dentro de sus
representaciones, aunque con excepciones importantes como el reciente libro de
Fernando R. de la Flor en el que desvela el capital simbólico del Barroco español y analiza
las estrategias de representación de los valores dominantes a través de los cuales se
construyeron los significados ideológicos27.
21 A pesar de la influencia ejercida por Charrier, los especialistas de las tres áreas fronterizas
sobre las que se proyecta la historia cultural de lo social –la crítica textual, la historia
formal del libro y la sociología de las prácticas de la lectura y de la escritura– no han
pasado de deseos interdisciplinares, reiterados con cierta frecuencia, pero sin un trabajo
de conjunto que aúne esas intenciones, y todavía no se ha avanzado lo suficiente en la
reconstrucción de las distintas comunidades de lectores, es decir, las normas, las reglas,
las convenciones y los códigos de lectura propios de cada una de esas comunidades
particulares de interpretación. Entre los trabajos de los historiadores españoles existe una
clara preponderancia de la sociología de las prácticas; mientras, queda pendiente un
estudio de la lectura en la España moderna como una práctica de invención de sentido,
inscrita dentro de coacciones, restricciones y limitaciones compartidas28.
174

22 Esta discutible interdisciplinariedad, en lugar de suponer una revitalización de la historia


cultural entre los historiadores españoles, ha supuesto una oxigenación, en primer lugar,
para los filólogos más interesados en la renovación de la historia de la literatura que han
encontrado en la historia cultural –y en concreto en la historia del libro y la lectura– un
campo en expansión, al tomar en mayor consideración no sólo la materialidad del texto,
sino también la corporeidad del lector, social y culturalmente construida29. En segundo
lugar, la nueva historia cultural ha liberado a algunos paleógrafos de la rigidez positivista
de muchos de sus colegas, y les ha permitido enlazar la historia de los signos gráficos con
el estudio global de los usos y prácticas del escrito, prestando especial atención a la
función y extensión social de éste. Así, al amparo teórico y metodológico de Armando
Petrucci y de Roger Chartier, principalmente, la historia social de la cultura escrita en
España ha ofrecido en los últimos años un buen número de excelentes publicaciones 30.
Caso singular es el seminario Litterae que dirigen los profesores Enrique Villalba y Emilio
Torné en la Universidad Carlos III de Madrid, foro permanente de discusión y puesta en
común de investigaciones procedentes de las diversas disciplinas que participan en la
construcción de la historia cultural española.
23 Aunque el núcleo fundamental de la historia cultural, o al menos el que más frutos esté
dando, sea en estos momentos la historia de la cultura escrita, la fragmentación del
discurso histórico y la emergencia de nuevos objetos de análisis ha abierto el campo de
trabajo de la historia cultural, y en él se podrían incluir los trabajos sobre cultura política
y el poder del lenguaje, sobre historia religiosa y el disciplinamiento, etc. 31
24 A comienzos del siglo XXI, y en el contexto de la debatida crisis de la historia –o más bien
de los historiadores–, el desplazamiento de la historia de las estructuras dura –
pretendidamente objetiva– a la historia blanda de las representaciones –manifiestamente
subjetiva– supone una búsqueda, como apunta Aróstegui, de una nueva comprensión del
sistema de la cultura y de cómo funcionan históricamente los sistemas culturales 32, pero
sobre todo significa superar las lógicas escolásticas unirracionales y reconocer la
pluralidad de las lógicas racionales. La imposibilidad de consensuar un concepto preciso
de cultura entre los historiadores, que no sea importado de tal o cual «ciencia
referencial», es sin duda el obstáculo más importante en el desarrollo de la historia
cultural que puede caminar a una historia de las culturas con escasa presencia de lo social
y orientada a la búsqueda, sin escrúpulos de ningún tipo, de supuestas y rentables
identidades de grupos. De ahí el peligroso manoseo que del término cultura están
realizando algunos legitimadores de determinadas historias nacio-regionales, en busca de
la genealogía de lo nacional. Quizás sea esa la razón por la que aquí no se disponga de
ninguna historia cultural como la realizada por nuestros colegas franceses, y sí podamos
poseer, por ejemplo, una historia de la cultura de Cataluña y de los países catalanes. Reitero
una historia de la cultura, porque lamentablemente –por los esfuerzos humanos y las
subvenciones económicas– no es una historia cultural. El matiz no es simplemente
semántico.
25 Nadie duda que la historia deba (re)escribirse en cada generación, el problema es la (re)
adaptación de historiadores a supuestas modas. Una y otra vez se escribe sobre el canon
(artísticos, literarios, etc.) de grupos concretos de las sociedades contemporáneas que
presuponen o inventan una unidad cultural en el pasado que conforma la tradición e
identidad de un pueblo. En fin, discursos rancios bellamente ilustrados que ignoran los
principales objetos de la historia cultural como las diversas apropiaciones o las múltiples
representaciones de los hechos sociales a lo largo de la historia, y en el que el modelo del
175

encuentro –según la propuesta de Burke– es quizás una de las vías alternativas para evitar
esos (re)estudios de aquellas culturas que algunos imaginan homogéneas y singulares.

BIBLIOGRAFÍA

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MARTÍNEZ MILLÁN y Virgilio PINTO CRESPO (coord.), Política, religión e Inquisición en la España moderna.
Homenaje a Joaquín Pérez Villanueva, Madrid, 1996, pp. 331-338.

JULIA, Dominique, y Jacques REVEL (eds.), Les universités européennes du XVe au XVIIIe siècle: histoire
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universités européennes).

Livre et lecture en Espagne et en France sous l'Ancien Régime (Madrid, 1980), Paris, Éditions ADPF, 1981.

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MORANT, Isabel, «El sexo de la historia», Ayer, 17, 1995, pp. 29-66.

MORANT, Isabel, y Mónica BOLUFER, Amor, matrimonio y familia. La construcción histórica de la familia
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Social, 9,1991, pp. 137-161 (citado M. NASH, «Dos décadas de historia de las mujeres en España»),

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Études sur l'Espagne et l'Amérique, Madrid, Collection de la Casa de Velázquez (70), 2000, pp.
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RODRÍGUEZ - SAN PEDRO, Luis Enrique (ed.), Las universidades hispánicas. De la monarquía de los Austrias
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1965 (citado N. SALOMON, Recherches sur le thème paysan dans la «comedia»).

SÁNCHEZ ORTEGA, María Helena, Pecadoras de verano, arrepentidas de invierno. El camino de la


conversión femenina, Madrid, 1995 (citado M. H. SÁNCHEZ ORTEGA, Pecadoras de verano).

TELLECHEA, José Ignacio, «El protestantismo castellano (1558-1559). Un “topos” (M. Bataillon)
convertido en “tópico historiográfico”», en El erasmismo en España, Santander, 1986, pp. 306-321
(citado J. I. TELLECHEA, «El protestantismo castellano [1558-1559]»).

TIERNO GALVÁN, Enrique, Sobre la novela picaresca y otros estudios, Madrid, 1974 (citado E. TIERNO
GALVÁN, Sobre la novela picaresca).

VICENS VIVES, Jaume, Aproximación a la historia de España, Barcelona, 1960.


177

NOTAS
1. P. BURKE, «De la historia cultural a las historias de las culturas», p. 3; ID., Formas de historia
cultural, p, 15.
2. J. VICENS VIVES, Aproximación a la historia de España, pp. 7-8.
3. M. CHEVALIER, «Para una historia de la cultura española del Siglo de Oro».
4. R. GARCÍA CÁRCEL, «Aproximación a la historia de la cultura en España a lo largo del siglo XX».
5. R. GARCÍA CÁRCEL, «Aproximación a la historia de la cultura en España a lo largo del siglo XX».
6. Ibid.
7. E. ASENSIO, «El erasmismo y las corrientes espirituales afines»; J. I. TELLECHEA, «El
protestantismo castellano (1558-1559)» y J. PÉREZ, «El erasmismo y las corrientes espirituales
afines»; J. C. NIETO, El Renacimiento y la otra España, pp. 769-771; R. GARCÍA CÁRCEL, «Bataillon y las
corrientes espirituales periféricas».
8. R. GARCÍA CÁRCEL, «Aproximación a la historia de la cultura en España a lo largo del siglo XX», p.
35.
9. E. TIERNO GALVÁN, Sobre la novela picaresca; N. SALOMON, Recherches sur le thème paysan dans la
«comedia»; J.-F. BOTREL y S. SALAÜN (eds.), Creación y público en la literatura española.
10. Las referencias bibliográficas que siguen son puntuales y orientativas.
11. F. MARTÍNEZ GIL, Muerte y sociedad en la España de los Austrias; J. L. BERTRÁN MOYA, La peste en la
Barcelona de los Austrias; véase también el reciente libro de J. I. CARMONA, Crónica urbana del malvivir.
12. Entre los numerosos trabajos que desde fines de los ochenta del siglo XX se han publicado
sobre las fiestas destacan, entre otros, las singulares reconstrucciones de L. C. ALVAREZ SANTALÓ,
«El espectáculo religioso barroco»; «La fiesta religiosa barroca»; el excelente dossier de Espacio,
Tiempo y Forma. Historia Moderna, 10, 1997, y las Actas del II Seminario de Relaciones de Sucesos
dedicados a la fiesta en la época moderna (A Coruña, 1998), El Ferrol, 1999, en las que se puede
constatar una vez más la convergencia con la historia cultural de los filólogos españoles con la
inestimable colaboración de hispanistas franceses entre los que sobresale, sin duda alguna,
Augustin Redondo.
13. Tal como se puede apreciar en sus trabajos sobre el Mediterráneo.
14. L. CARDAILLAC, Moriscos y cristianos.
15. M. H. SÁNCHEZ ORTEGA, Pecadoras de verano.
16. M. NASH, «Dos décadas de historia de las mujeres en España», p. 139.
17. G. DUBY y M. PERROT, Historia de las mujeres.
18. I. MORANT, «El sexo de la historia», p. 55.
19. Véase la excelente colección, dirigida por Augustin Redondo, de los «Travaux du Centre de
recherche sur l'Espagne des XVIe et XVII e siècles», punto de encuentro entre filólogos e
historiadores.
20. I. MORANT y M. BOLUFER, Amor, matrimonio y familia.
21. Véase J. AMELANG, «The Cultural History of the University».
22. En concreto tuvo una importante difusión los dos volúmenes editados por D. JULIA y J. REVEL
(eds.), Les universités européennes. Esta historia social de las universidades es perceptible en los
trabajos incluidos en los congresos que sobre temática universitaria se han realizado en los
últimos diez años. Véase L. E. RODRÍGUEZ - SAN PEDRO (ed.), Las universidades hispánicas, o las actas de
los congresos de Tours celebrados en 1990 y 1992 dirigidos por Jean-Louis Guereña.
23. Prólogo de Mariano PESET en Universidades españolas y americanas, Valencia, 1987, p. 11. Véase
además sus prólogos a las obras colectivas: Claustro y estudiantes (2 vols.), Valencia, 1989 y Doctores
178

y escolares. II Congreso Internacional de Historia de las Universidades Hispánicas (Valencia, 1995), [2


vols.], Valencia, 1998.
24. A. REDONDO (dir.), La formation de l'enfant en Espagne.
25. M. CHEVALIER, Lectura y lectores.
26. Véanse los números especiales del Bulletin hispanique: La cultura de las élites españolas en la época
moderna, 97, 199 5; Los libros de los españoles en la época moderna, 99, 1997; y Leyentes y lectores en
España entre los siglos XV y XIX, 100, 1998.
27. F. R. de la FLOR, La península metafísica.
28. Cabe una excepción, es el último libro de F. BOUZA, Comunicación, conocimiento y memoria, en el
que muestra la complementariedad de los recursos modales de comunicación en la España
moderna –fueran orales, visuales o escritos– sin conciencia alguna en la época de la falsa
dicotomía antiguo-moderno.
29. El mejor exponente de esta orientación es el profesor Pedro M. CÁTEDRA, no sólo por sus
trabajos o por los estudios publicados por discípulos suyos, sino también por la estrecha y
fructífera colaboración con María Luisa LÓPEZ-VIDRIERO. Ambos son responsables de los numerosos
coloquios que desde 1986 se vienen celebrando y que han conformado la mejor colección de
estudios sobre El libro antiguo español (5 vols.), Salamanca, 1988-1998. No en vano, el último tiene
por subtítulo Prácticas y representaciones y ha sido codirigido por Augustin Redondo.
30. Destaca especialmente la labor ejercida por los grupos de Valencia (Francisco Gimeno Blay,
María Luz Mandigorra, etc.) y de Alcalá de Henares (Antonio Castillo, autor de un excelente
trabajo sobre las prácticas de la escritura en el Alcalá del Renacimiento – Escrituras y escribientes–
y coordinador de Signo. Revista de Historia de la Cultura Escrita).
31. P. BURKE, «Unidad y variedad en la historia cultural», pp. 231-232.
32. J. ARÓSTEGUI, «Símbolo, palabra y algoritmo», p. 233.

RESÚMENES
Más que una historia de la cultura, que suele limitarse al estudio de las élites o del folklore, la
historia cultural representa una nueva forma de enfocar vivencias concretas. Esta historia estuvo
marginada durante largo tiempo, pero se la he dado carta de naturaleza y prestigio gracias a los
trabajos de Antonio Maravall, Miquel Batllori y Julio Caro Baroja, quienes no tuvieron verdaderos
continuadores. La influencia del hispanismo francés, con Marcel Bataillon, Joseph Pérez,
Augustin Redondo, François Lopez, Bartolomé Bennassar y otros, ha sido determinante, tanto a
nivel de las problemáticas como de los temas y la metodología. Es el caso de la historia del libro,
que se ha convertido en un terreno de investigación fecundo, alimentado por los trabajos de
otros investigadores como Roger Chartier. La historia de las mentalidades tal y como la haría la
«nouvelle histoire» en Francia ha provocado debates y adaptaciones en España. Hoy en día, el reto
de la historiografía española consiste en inventar un discurso que pueda reflejar la pluralidad y la
polisemia de las prácticas culturales en la España de la época moderna

Plus qu’une histoire de la culture, souvent limitée à l’étude des élites ou du folklore, l’histoire
culturelle est un nouveau regard posé sur des situations vécues. Longtemps marginalisée, elle a
acquis ses lettres de noblesse grâce aux travaux de José Antonio Maravall, Miquel Batllori et Julio
Caro Baroja, restés cependant sans véritable descendance. À leur côté, l’influence de l’hispanisme
179

français, représenté par Marcel Bataillon, Joseph Pérez, Augustin Redondo, François Lopez,
Bartolomé Bennassar, etc., a été considérable tant dans les problématiques et les thématiques
que pour la méthodologie. C’est ainsi, par exemple, que l’histoire du livre est devenue un champ
de recherches fécondes qui s’ouvraient à l’influence d’autres auteurs comme Roger Charrier.
L’histoire des mentalités, telle que la « nouvelle histoire » française la pratiquait, a suscité des
débats et engendré des adaptations en Espagne. Mais aujourd’hui, l’enjeu historiographique est
de trouver un discours qui permette de rendre compte de la pluralité et de la polysémie des
pratiques culturelles de l’Espagne à l’époque moderne

Far from being a history of culture, normally confined to the study of elites or folklore, cultural
history is a new way of looking at concrete experiences. This kind of history was long held at
arm’s length; it gained recognition and a measure of prestige thanks to the works of Antonio
Maravall, Miquel Batllori and Julio Caro Baroja, but these had no true disciples. The influence of
French hispanists, including Marcel Bataillon, Joseph Pérez, Augustin Redondo, François Lopez,
Bartolomé Bennassar and others, has been decisive in mapping out the problems and defining
subjects and methodology. This is true of the history of books, which is proving a fruitful field of
research thanks to the works of other researchers like Roger Chartier. The history of mentalities
as expounded in the «nouvelle histoire» in France has been the subject of debates and adaptations
in Spain. The challenge facing Spanish historiography today is to come up with a discourse
capable of reflecting the plurality and polysemy of cultural practices in Spain in the modern era

AUTOR
MANUEL PEÑA DÍAZ
Universidad de Córdoba
180

III. - La presencia francesa en España


181

De l’Espagne musulmane à al-


Andalus
From muslim Spain to al-Andalus
De la España musulmanaa al-Andalus

Pierre Guichard

1 J’ai un peu hésité à répondre à la demande de Benoît Pellistrandi et de Patrice Cressier de


présenter une vision d’ensemble de l’historiographie française sur l’Andalus et de la façon
dont elle a été reçue en Espagne depuis le début du XXe siècle. J’étais en très mauvaises
conditions pour le faire à Lyon, dont l’université est sinistrée depuis l’incendie de sa
bibliothèque. Le manque quasi total d’ouvrages et surtout de revues pose évidemment des
limites gênantes à un tel travail. J’ai pu quelque peu compenser cette difficulté par un
bref séjour préalable à la Casa de Velázquez, que je remercie de m’avoir donné cette
possibilité.
2 Nous sommes, avec Michel Terrasse et Rachel Arié, entrée à la Casa en 1963 quelques
années avant nous, les plus anciens membres de la section scientifique à avoir travaillé
sur le domaine hispano-musulman1. Il n’était donc peut-être pas illogique de demander à
l’un d’entre nous de prendre quelque recul par rapport à une historiographie
évidemment marquée en premier lieu par l’œuvre particulièrement prestigieuse
d’Évariste Lévi-Provençal, mort en 1956. Son Histoire de l’Espagne musulmane, publiée en
1950-1953, signale le milieu du siècle et reste, cinquante ans après sa publication, une
référence indispensable à toute étude portant sur les premiers siècles de l’islamisation de
la péninsule Ibérique. Il faut ensuite attendre la publication en 1973 de la thèse de Rachel
Arié sur l’émirat nasride de Grenade pour trouver une autre œuvre française marquante
dans le domaine des études arabo-hispaniques2.
3 C’est à Miquel Barceló que je dois la publication, en 1976 à Barcelone, de mon livre sur al-
Andalus. Je ne sais pas s’il aurait pu être facilement à cette date publié à Madrid, ou par
un autre éditeur que le peu conformiste Carlos Barral. Cet ouvrage a eu un certain impact
sur les études consacrées à la phase islamo-arabe de l’histoire ibérique3. Je suis, de ce fait,
acteur autant que témoin, situation qui fait qu’il ne m’est peut-être pas toujours facile de
m’abstraire complètement des polémiques ou des réactions que les thèses que j’y
182

présentais ont pu provoquer – et sont encore susceptibles de susciter, si j’en crois une
récente publication4. Je décevrais probablement si je ne parlais pas de mon propre
parcours, mais j’agacerais certainement si j’en parlais trop ; j’essaierai donc de garder une
juste mesure.
4 L’un des faits les plus marquants des vingt-cinq ou trente dernières années est, me
semble-t-il, le passage de l’utilisation habituelle de l’expression « Espagne musulmane » à
l’emploi courant du terme « al-Andalus ». Lorsque j’ai publié mon premier article sur le
peuplement de Valence, dans les Mélanges de la Casa de Velázquez de 1969 5, j’avais même,
sans penser à mal, parlé dans le titre de « domination musulmane », ce qui devait me
valoir une remontrance de Miquel Barceló, avec qui devait être ultérieurement choisi le
titre du livre publié en 1976. C’est à cette évolution, évidemment chargée de sens, que je
fais allusion dans le titre de cette communication. Elle témoigne d’un changement de
perspective : d’une sorte de récupération de l’histoire et de la civilisation andalusíes dans
une vision plus ou moins nationaliste des choses, on en est venu à considérer l’Andalus
pour lui-même, en lui rendant l’appellation que, dès les tout premiers temps de la
conquête de 711, lui avaient donnée les conquérants Arabes6.
5 Adopter un tel titre, c’est exclure de mon champ d’observation l’histoire des musulmans
restés dans les régions d’Espagne occupées par les royaumes chrétiens du Nord lors de la
Reconquête, c’est-à-dire les mudéjars, puisqu’ils ne font plus partie de l’Andalus, terme
qui ne s’applique qu’aux régions de la Péninsule obéissant à un pouvoir musulman. À plus
forte raison les musulmans de Grenade après 1492, puis évidemment les morisques, ne
seront-ils pas pris en compte. Centré sur les siècles médiévaux, je n’ai vraiment pris
conscience de cette exclusion que lorsque Bernard Vincent m’en a fait amicalement la
remarque, lors de cette rencontre même. Mais j’assume ce choix, justifié par des raisons
de cohérence chronologique et thématique. C’est ici l’Andalus comme objet historique qui
m’intéresse. Les mudéjars n’en font plus partie et posent d’autres problèmes. Je devrai
aussi laisser de côté une thèse aussi importante que celle de Jean-Pierre Molénat sur
Tolède7. Mais évidemment, j’aurai à considérer les travaux de cet auteur sur la langue des
mozarabes, car leurs conclusions ont une portée certaine pour l’histoire de l’évolution
linguistique de l’Andalus.
6 Dans la première moitié de ce siècle et jusqu’aux années soixante-dix, domine en Espagne
une historiographie qui peut être d’une érudition insurpassée, mais qui s’inspire très
majoritairement, en dehors de quelques cas « périphériques » comme celui d’Ambrosio
Huici Miranda, d’une idéologie fortement teintée de nationalisme et que l’on peut
qualifier de continuiste ou de traditionaliste, pour reprendre la terminologie utilisée par
James T. Monroe dans son excellente étude de l’orientalisme espagnol8. Les « Arabes
d’Espagne » du début du XIXe siècle sont au début du XX e devenus les « musulmans
espagnols »9. La façade d’islam et d’arabisme qu’affiche leur culture écrite dissimule une
réalité profonde enracinée dans le terreau hispanique auquel les rattachent leurs
coutumes, leur mentalité et la langue qu’ils parlent usuellement. Fondé depuis Simonet
sur de tels présupposés, qu’exprime avec force au milieu du XXe siècle un Sánchez
Albornoz10, « l’arabisme espagnol ne s’est jamais considéré comme un orientalisme »,
ainsi que le remarque fort justement Manuela Marín11.
7 L’arabisme français du XIXe siècle et du début du XXe est tout autre, dans ses origines et
son inspiration. Pour des raisons évidentes, il n’a aucun ancrage historique dans le sol
national, et a toujours été beaucoup plus tourné vers l’Orient et le Maghreb, vers lesquels
s’est orientée l’expansion coloniale du pays. Il est largement déterminé par cette dernière
183

vers le nationalisme, qui l’inspire tout autant que son voisin espagnol mais d’une façon
différente. C’est en fait du Maghreb que sont venus les auteurs français qui,
antérieurement aux années soixante, se sont intéressés à l’Espagne musulmane, et ce
n’est pas la Péninsule mais le Maghreb qui, du moins à l’origine, les concerne
prioritairement. Ainsi le XXe siècle s’ouvre-t-il avec deux publications importantes : la
traduction par Émile Fagnan des premiers livres du Bayân al-Mughrib de l’historien
marocain Ibn ‘Idhârî (qui a vécu aux XIIIe-XIVe siècles), parue en 1901 à Alger sous le titre
Histoire du Maghreb et de l’Espagne,, et celle du livre d’Alfred Bel intitulé : Les Benou Ghânya,
derniers représentants de l’Empire almoravide et leur lutte contre l’Empire almohade, publié à
Paris en 1903 dans la série des publications de l’École des Lettres d’Alger, alors que
l’auteur était professeur à la médersa de Tlemcen. Ces dernières précisions et le lieu de
publication de la traduction du Bayân suffisent à montrer dans quel contexte se sont
élaborés ces travaux, dans lesquels la perspective andalouse ne vient de toute évidence
qu’au second plan. C’est d’abord l’aventure africaine des Banû Ghâniya, issus de la
dynastie des émirs de Majorque, qui intéresse Bel, et la publication des premiers livres du
Bayân est en premier lieu destinée à servir la construction de l’histoire du Maghreb.
8 Si les grands historiens, archéologues et historiens de l’art français de la première moitié
du XXe siècle, William et Georges Marçais, Georges S. Colin, Robert Brunschwig, Henri
Terrasse – dont on rappellera qu’en 1957 il est venu du Maroc prendre la direction de la
Casa de Velázquez – ont abordé l’histoire de l’Andalus, cela n’a été pour eux qu’un dérivé
de leur intérêt pour celle du Maghreb. Il suffirait d’étudier d’un peu plus près la carrière
et les travaux scientifiques de n’importe lequel de ces « orientalistes » pour le vérifier.
C’est aussi du Maghreb que vient Henri Pérès, qui doit pourtant sa notoriété à son étude
devenue classique sur la poésie andalouse, publiée en 193012. La « réception » de tous ces
auteurs dans la Péninsule ne paraît pas avoir posé de problèmes. Les thèses de Pérès sur la
« liberté de la femme » en al-Andalus vont tout à fait dans le sens des idées
« nationalistes » des historiens et arabisants espagnols de l’époque. Ainsi Sánchez
Albornoz les utilise-t-il largement dans sa défense d’une permanence immémoriale de la
mentalité et des coutumes hispaniques depuis les temps les plus reculés jusqu’à nos jours,
car elles veulent montrer la continuité profonde entre l’époque romano-wisigothique et
l’époque musulmane13.
9 Le cas le plus significatif est certainement celui d’Évariste Lévi-Provençal. Il est
profondément maghrébin dans ses origines et dans tout le début de sa vie et de sa
carrière universitaire – mais aussi quelque temps militaire –, du lycée de Constantine à la
faculté des Lettres d’Alger puis de là au Maroc, où il est pendant trois ans officier des
affaires indigènes à Warga, vallée du centre-nord du Maroc entre le Rif et Fès. C’est sur ce
terrain qu’il commence à publier de premiers travaux de linguistique, d’ethnographie et
d’archéologie en 1917-1918. Il enseigne ensuite l’arabe au Maroc, et l’on ne peut trouver
plus « marocaine » que sa thèse soutenue en 1923 sur les Historiens des Chorfa. Les
circonstances – la mort prématurée du berbérisant Henri Basset – l’amènent à prendre la
direction de l’École des Hautes Études Marocaines en 1926, et ce n’est qu’un peu plus tard,
en 1928, qu’il prend contact avec l’Espagne pour une visite à l’Escurial et à ses manuscrits.
De cette perspective exclusivement maghrébine, il oriente progressivement son intense
activité d’éditeur de manuscrits et d’historien vers la Péninsule, L’y poussera aussi
l’amitié qu’il va entretenir avec Emilio García Gómez qui le crédite, dans la belle
biographie qu’il lui consacre après sa mort en 1956 dans la revue Al-Andalus 14, de la
184

promotion de la notion d’« Occident musulman », et fait ainsi l’éloge de son


« hispanisation » :
Al simple interés del objeto de estudio, al desdén no siempre velado por la España
moderna, al complejo de superioridad innato en el galo diplomado que tanto rasca
en el orgullo español, va poco a poco sustituyendo la comprensión y el afecto a todo
lo hispánico.
10 L’affection et l’estime réciproque entre les deux savants se concrétise dans diverses
publications communes15 et surtout peut-être dans la traduction en espagnol, par Emilio
Garda Gómez, de l’Histoire de l’Espagne musulmane parue presque en même temps dans les
deux pays16.
11 Les relations étroites qui unirent les deux arabisants espagnol et français,
complémentaires en quelque sorte dans la mesure où le premier était bien davantage un
« littéraire » qu’un historien, servirent évidemment la notoriété en Espagne de l’œuvre
du grand savant français. Et cela d’autant plus que la domination de García Gómez sur
l’arabisme espagnol devint, durant les années qui suivirent la seconde guerre mondiale,
incontestée. Les polémiques qui purent opposer Lévi-Provençal au « poids lourd » du
médiévisme espagnol qu’était pour sa part Sánchez Albornoz, par exemple à propos de la
valeur historique de la chronique dite Akhbâr madjmû‘a 17 ne pouvaient entamer en rien
cette notoriété, Sánchez Albornoz, quelle qu’ait pu être la force de ses arguments, vivait
en exil en Argentine, et sa situation de non-arabisant le mettait dans un tel débat en
situation de faiblesse. Les étroites relations réciproques qui lient Garcia Gómez et Lévi-
Provençal se retrouveraient jusqu’à un certain point, avec une intensité bien moindre
cependant, dans le domaine de l’histoire de l’art et de l’archéologie, entre Henri Terrasse
et Leopoldo Torres Balbás : c’est en effet au premier qu’est confiée l’édition de l’œuvre
posthume du second, Ciudades hispanomusulmanas, parue à Madrid en 1971.
12 Un prolongement particulièrement curieux de cette imbrication des deux
historiographies espagnole et française vers le milieu du XXe siècle se trouverait dans la
publication toute récente à Madrid du fac-similé d’un manuscrit d’une immense
importance pour l’histoire de l’Andalus, la partie du Muqtabis du grand historien du XI e
siècle Ibn Hayyân relative au règne de l’émir al-Hakam Ier (796-822) et aux premières
années de celui de son fils ‘Abd al-Rahmân II (de 822 à 846). L’existence de ce manuscrit
au Maroc était connue depuis longtemps et les arabisants et historiens espagnols avaient,
dès la fin du XIXe siècle, essayé sans succès d’en obtenir la communication. La position de
Lévi-Provençal dans le protectorat français lui permit de l’« emprunter » à la bibliothèque
de la Qarawiyyîn de Fès et de l’utiliser pour la rédaction de son Histoire de l’Espagne
musulmane. Après sa mort, le manuscrit resta introuvable, et l’on n’a cessé durant près
d’un demi-siècle, en Espagne, de s’interroger et de se lamenter sur cette perte
inexplicable. Ce n’est qu’en 1999, quatre ans encore après le décès de García Gómez en
1995, que la solution de l’énigme, simple et logique après tout, est apparue avec la
publication du fac-similé mentionné ci-dessus par l’un des arabisants qui avaient
conservé des relations assez étroites avec le grand orientaliste : le manuscrit se trouvait
tout simplement, depuis la disparition de Lévi-Provençal, en possession de son ami García
Gómez, qui en envisageait vaguement la publication sans avoir jamais rien révélé à
personne18.
13 À la même veine maghrébine de l’historiographie française sur l’Andalus participe plus
marginalement un auteur comme Hady Roger Idris qui, après avoir étudié dans sa thèse
publiée en 1962 les Zirides de Kairouan, consacre un article à leurs cousins andalous de
185

Grenade, article paru dans la revue Al-Andalus en 1964 19. En dehors de cette « retombée »
de ses travaux sur le Maghreb, Idris avait engagé une œuvre plus importante et de bien
plus longue haleine, en s’engageant, à la suggestion de Lévi-Provençal, dans la réalisation
d’un répertoire de consultations juridiques ou fatwâ-s contenues dans l’un des principaux
ouvrages de jurisprudence maghrébine, le Mi‘yâr du Tlemcénien – mais ayant surtout
vécu à Fès – du XVe siècle Ahmad al-Wansharîsî. Des douze volumes de ce monumental
ouvrage, il avait entrepris d’extraire les consultations ayant un rapport avec la vie
économique et sociale du Maghreb et d’al-Andalus, et avait commencé d’en publier les
analyses dans quelques articles, se centrant en particulier sur les problèmes relatifs au
commerce maritime20 et, surtout, au mariage 21. L’intérêt de ces publications pour
l’histoire économique et sociale de l’Andalus ne semble guère avoir été perçu à cette
époque, bien qu’il y ait eu déjà en Espagne, mais avant la Guerre civile, quelques auteurs
pour s’intéresser au même type de sources22.
14 Après la mort d’Idris en 1978, son seul « héritier scientifique », Vincent Lagardère,
poursuivit dans la même voie, utilisant largement les fatwâ-s d’Al-Wansharîsî dans de
nombreuses publications, dont la première à attirer l’attention sur un type de sources
très délaissé jusqu’alors parut en 1986 sous forme d’un gros article dans la revue Al-
Qanṭara23. En 1995, la Casa de Velázquez, associée au Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, publiait un important catalogue des fatwâ-s tirées du Mi‘yâr qui lui avait été
proposé depuis plusieurs années pour publication par Vincent Lagardère, aboutissement
du projet engagé par Idris dans les années soixante24. Si des réserves ont été émises en
Espagne sur les conditions, difficiles à déterminer, dans lesquelles a pu se transmettre de
l’un à l’autre des deux auteurs concernés le corpus ainsi publié et sur l’ampleur du travail
déjà effectué par Idris25, l’intérêt de la publication de cet ensemble ne fait de doute pour
personne, même si on ne le concevrait peut-être pas tout à fait de la même façon
actuellement26. Il est trop tôt pour dire quel impact aura cette publication sur
l’historiographie andalouse. Il y a là une considérable réserve d’informations « brutes »
sur la vie économique et sociale d’al-Andalus, mais qui ne peuvent guère être exploitées
que par des arabisants, compte tenu de la nécessité de se reporter au texte arabe – dont il
facilite considérablement le maniement – pour en tirer utilement parti. L’ouvrage sera
d’ailleurs sans doute bien plus exploité que cité.
15 La décolonisation a complètement et presque brutalement tari le courant français de
médiévisme maghrébin. Vincent Lagardère, qui en est le dernier héritier bien qu’il n’ait
pas lui-même à ma connaissance d’attaches maghrébines, fait figure d’exception dans le
panorama historiographique français, qui s’est après les années soixante presque
complètement détourné du Maghreb. Il faudrait sans doute apporter quelques nuances à
cette dernière affirmation en ce qui concerne le Maghreb lui-même. Jacques Berque
s’intéresse sans doute encore à l’« intérieur du Maghreb » ; mais si sa longévité lui permet
de marquer encore scientifiquement la période postérieure à 1960-1970, il n’a guère de
continuateurs en France, dans le domaine de l’histoire en tout cas27. Mais son œuvre ne
concerne que de façon très marginale le Moyen Âge28, et ne s’intéresse pas du tout à
l’Andalus. Si l’historien de l’art et archéologue Lucien Golvin, resté actif jusqu’à ces toutes
dernières années est, quant à lui, médiéviste, il n’a touché qu’accidentellement en
quelque sorte aux monuments d’al-Andalus29, un peu comme cela avait été avant lui le cas
de Georges Marçais30.
16 Mais pour l’historiographie française sur l’Andalus, le tournant des années soixante est
incontestable. Il n’était semble-t-il plus possible, dans les décennies qui suivent
186

l’indépendance algérienne, que de jeunes médiévistes français travaillent sur le Maghreb,


tant ce pays avait été au cœur du Maghreb « français ». En tout cas ils ne l’ont pas fait, et
les générations d’arabisants « occidentalistes » enracinés au Maghreb ont été remplacées
par une génération de chercheurs qui peuvent éventuellement, au cours de leur vie, avoir
eu des contacts avec le Maghreb, mais dont l’œuvre scientifique part maintenant de
l’Espagne et se consacre en premier lieu à l’Andalus. Dans cette réorientation, la Casa de
Velázquez, et les opportunités qu’elle offre en début de carrière universitaire, jouent un
rôle fondamental. Rachel Arié assure en quelque sorte la transition : ses premiers travaux
portaient sur l’Égypte31, mais elle publie dès 1960 une traduction de deux traités de hisba
de l’Occident musulman antérieurement édités par Lévi-Provençal32, et se tourne
décidément vers l’histoire de l’Andalus à partir de son séjour à la Casa de Velázquez
(1963). Elle écrit, on l’a déjà rappelé, la première synthèse arabisante sur l’émirat nasride
de Grenade, publiée en 197333. Il s’agit d’une histoire encore très « positiviste », dans la
tradition de Lévi-Provençal, dont la réception en Espagne ne pose pas de problème et
rencontre une acceptation unanime. C’est elle qui rédige le premier manuel universitaire
d’ensemble de l’histoire de l’Espagne musulmane, publié par les éditions Labor en 1982 34,
et l’université de Grenade la fait docteur honoris causa en 1988.
17 Agrégée d’arabe, Rachel Arié est sans doute la plus arabisante de cette nouvelle
génération de chercheurs, dont aucun ne peut prétendre à une « intimité » avec l’arabe
comparable à celle qu’avaient eue les grands maghrébinistes de la période antérieure.
C’est peut-être sur ce point que le « déracinement » du Maghreb se marque le plus
fortement. Il ne s’agit pas ici de comparer ou d’évaluer le niveau de connaissance
arabisante de tel ou tel, mais seulement de constater objectivement que le rapport à la
langue et aux textes donnant accès au domaine historique concerné n’a plus été le même,
les conditions historiques ayant radicalement changé. Il faudrait sans doute mieux étayer
ou nuancer ces affirmations en fonction de chaque cas particulier, et je ne prétends pas
avoir une connaissance très exacte ni très approfondie de la façon dont chacun d’entre
nous a eu accès à l’arabe. Je ne voudrais pas non plus juger d’autres chercheurs à l’aune
de mes propres insuffisances dans cette langue, que je peux exactement mesurer 35. Mon
propos est seulement de constater, par exemple, qu’alors que les éditions de textes sur
l’Occident musulman se sont activement poursuivies en Espagne au cours des quatre
dernières décennies, elles se sont pratiquement arrêtées en France avec la disparition de
Lévi-Provençal, ce qui indique bien que le rapport aux sources sera désormais,
globalement, différent de celui qu’avaient pu entretenir avec elles les chercheurs de
l’époque précédente.
18 Les historiens français36 qui ont commencé à travailler sur l’Andalus dans les années
soixante ont eu dans l’ensemble – à l’exception de Rachel Arié dont les perspectives me
paraissent, ainsi que je l’ai dit, plus classiques – des approches inspirées du
renouvellement des sciences humaines alors en cours. Peut-être aussi leur immersion
moins précoce ou leur accès moins direct et moins aisé aux textes les ont-ils amenés à
davantage innover méthodologiquement que leurs prédécesseurs. Le cas de Michel
Terrasse est un peu particulier. Il représente bien une certaine continuité dans le
domaine de l’archéologie, mais après son séjour à la Casa il retourne vers le Maghreb, où
il contribue à la formation de chercheurs que l’on retrouvera ensuite en Espagne, de
façon durable ou plus circonstancielle37. J’étais pour ma part également conscient, dès la
fin de ces mêmes années soixante, de l’intérêt d’une recherche archéologique pour un
renouvellement des connaissances historiques sur l’Andalus38 et j’avais commencé à
187

orienter une partie de mes recherches vers l’archéologie, mais ce n’est qu’un peu plus
tard, lorsque une collaboration étroite a pu s’engager avec André Bazzana, que ces
velléités archéologiques ont pu donner des résultats vraiment positifs, sur lesquels il me
faudra revenir.
19 C’est d’un autre champ disciplinaire alors en plein renouvellement en France39, celui des
sciences sociales, que se sont inspirés les travaux que nous avons, Dominique Urvoy et
moi, engagés vers la même époque, à assez peu de temps d’intervalle40, dans une
perspective plus anthropologique en ce qui me concerne, plus sociologique pour
Dominique Urvoy, et avec je crois un certain succès dans le renouvellement des
problématiques. Peut-être n’est-ce pas tout à fait un hasard si nous avons été l’un et
l’autre les élèves d’un philosophe arabisant, Roger Arnaldez. J’ai été pour ma part très
influencé par le structuralisme dans les recherches que j’avais commencées en 1966 sur
« les tribus arabes et berbères dans l’Espagne musulmane » et qui ont finalement donné
lieu à la publication en 1976 de mon Al-Andalus. Estructura antropológica de una sociedad
islámica en Occidente41. Dominique Urvoy, dans l’introduction de son Monde des ulémas
andalous du Ve/XIe au VII e/XIIe siècle paru deux ans plus tard, se place franchement sous
l’invocation de la sociologie : il sous-titre en effet son livre : Étude sociologique, et déclare
dans l’introduction :
Le présent travail n’est pas d’ordre historique. Il s’en tient volontairement à un
nombre limité de sources, auxquelles sont appliquées certaines méthodes des
sciences sociales42.
20 Il ne m’est pas très facile de déterminer l’influence exacte qu’a pu avoir en Espagne ce
travail de Dominique Urvoy, annoncé antérieurement par des articles parus en 197243,
dont l’Américain Thomas F. Glick avait alors bien perçu la nouveauté44. Mais publié un
peu après le mien, et seulement en français, d’accès plus difficile aussi, son livre n’a peut-
être pas bénéficié dans l’immédiat du même effet « médiatique » et l’on n’en a peut-être
moins vite, outre Pyrénées, perçu tout l’intérêt. À terme un peu plus long cependant, son
parti pris d’utilisation systématique des recueils biographiques pour éclairer l’évolution
de la civilisation d’al-Andalus a fait école, comme le suggère Manuela Marín dans
l’introduction du chapitre sur la vie intellectuelle qu’elle a rédigée pour le tome VIII de la
grande Historia de España Menéndez Pidal consacré aux taifas 45, et l’on peut penser que ses
travaux n’ont pas été sans influence sur les orientations de la recherche espagnole
postérieure, de nombreux livres et articles ayant été publiés après 198046 à partir des
mêmes sources biographiques, qui sont maintenant la base principale de la grande
collection des EOBA, en cours de publication par le CSIC47.
21 Mon Al-Andalus de 1976 a quant à lui provoqué de vives réactions, positives et négatives.
J’ai déjà dit qu’il n’aurait probablement pas été publié sans l’intervention de Miquel
Barceló, alors directeur chez Barrai, à Barcelone, d’une collection appelée « Breve
Biblioteca de Reforma ». Tous ceux qui ont quelque idée du contexte de l’immédiat post-
franquisme, et de la nervosité qui régnait alors en Espagne, comprendront que chacun de
ces noms propres de personnes ou de villes a son importance48. Ils ne s’étonneront pas
qu’avec les thèses qu’il défendait49, le livre ait trouvé une audience au-delà des milieux
universitaires arabisants et historiens auxquels il était destiné50, et rencontré une
violente hostilité, en particulier de la part des arabisants attachés au courant
« traditionaliste » que j’ai évoqué dans mon introduction51. Ceux qui connaissent
l’historiographie postérieure relative à l’Andalus savent aussi que c’est, au bout de
quelques années, sur un point précis des idées que j’avais défendues déjà dans un article
188

publié en 1969, la question de la « berbérisation » d’al-Andalus, que s’est focalisée ensuite


une assez vive polémique52.
22 D’autres secteurs du médiévisme et de l’arabisme espagnol se montraient plus favorables
ou, dans certains cas, développaient des travaux dans le même sens, allant même parfois
beaucoup plus loin dans l’effort de démonstration du caractère fondamental de la rupture
intervenue dans l’histoire de la Péninsule avec la conquête arabo-berbère53. À l’heure
actuelle, je crois que les thèses présentées dans mon Al-Andalus se sont finalement
incorporées, au moins formellement, à la « vulgate » des idées courantes dans la
littérature relative à l’Andalus. J’en veux pour preuve le chapitre consacré à la société
dans le tome VIII de 1’Historia de España Menéndez Pidal paru en 1994, où María Luisa Ávila
écrit les lignes suivantes, que l’on n’aurait pu guère pu trouver vingt ou trente ans plus
tôt dans une histoire aussi « officielle » :
En contra de lo que muchos historiadores opinan, esta escasez numérica [des
conquérants de la Péninsule] no es sinónimo de escasa influencia [...] Por muy
numerosa que fuese la población visigoda [...] los árabes y los beréberes arabizados
les impusieron su lengua, su religión y en consecuencia su cultura y su modelo de
sociedad54.
23 Cela ne signifie sans doute pas une adhésion sans faille, ni toujours en profondeur, à tous
les aspects des thèses qui insistent sur l’orientalisation de la Péninsule 55, et la discussion
sur l’ampleur des transformations induites par la conquête arabe de l’Espagne se
poursuivra sans doute56, en se décalant en partie du problème de la « réalité historique »
vers celui de la fiabilité des sources, ainsi qu’on le verra plus loin.
24 À l’appui du dossier en faveur d’une profonde « orientalisation » – linguistique en
l’occurrence – des populations de la Péninsule à l’époque musulmane, la recherche
française a produit plus récemment une pièce importante avec les travaux de Jean-Pierre
Molénat sur la langue parlée par les mozarabes de Tolède. De l’étude de la documentation
mozarabe tolédane et des conditions générales de l’évolution de la population urbaine au
lendemain de la reconquête, il conclut qu’à la veille de l’occupation chrétienne de 1085 la
langue couramment utilisée dans l’ancienne capitale wisigothique était non pas le
dialecte romance à la permanence duquel avaient cru jusqu’ici tous les philologues, mais,
dans une forme écrite, la variété dialectale de l’arabe pratiqué en al-Andalus 57. Cette
thèse, très cohérente et fortement argumentée, introduit un élément de poids et d’une
grande nouveauté dans les débats sur l’évolution linguistique de la Péninsule à l’époque
musulmane. Si l’on admet – ce que–, me semble-t-il, Jean-Pierre Molénat n’affirme pas de
façon tranchante, mais suggère tout de même très fortement – que l’ancienne langue
« mozarabe » n’était pratiquement plus parlée dans la ville dans le troisième quart du XI e
siècle et que c’était l’arabe dialectal qui y était couramment utilisé y compris par la
population mozarabe58, on remet radicalement en question tout ce qui s’est dit longtemps
sur la vitalité du substrat linguistique « hispanique » dans la civilisation andalouse, au
moins jusqu’aux invasions africaines59. On ne peut encore savoir si après la controverse
« berbère » s’en produira une sur le problème linguistique soulevé, du point de vue de
l’histoire plus que de la philologie auquel il est plus ou moins resté cantonné jusqu’à
présent, par Jean-Pierre Molénat.
25 Il faut faire une place à part à un autre domaine où les travaux français ont notablement
contribué à enrichir l’historiographie andalouse : celui de l’archéologie. J’ai indiqué plus
haut que ce n’était qu’à partir du moment où j’avais pu collaborer avec un chercheur
formé aux techniques archéologiques que mes premières tentatives d’utiliser
189

l’archéologie au service de l’histoire d’al-Andalus avaient pu véritablement se concrétiser


et donner des résultats positifs. Cette collaboration est ancienne, puisque la première
fouille menée en commun avec André Bazzana, sur le site de Torre Bufilla auquel j’ai déjà
fait allusion, date de 1972. Elle a été, je crois, fructueuse60. Il n’est pas question d’en
rappeler ici les étapes, mais seulement d’indiquer qu’elle s’est déroulée principalement
entre cette date et 1986, année où nous avons réalisé notre dernière fouille commune sur
le site du château d’Uxó. Par la suite, engagés chacun sur des itinéraires respectifs qui ne
nous ont plus amenés à travailler ensemble sur le terrain, nous avons poursuivi sur des
voies plus indépendantes, bien que toujours associés dans une même formation de
recherche. Le recrutement d’André Bazzana comme membre scientifique de la Casa de
Velázquez en 1977, sa nomination comme directeur d’études de 1988 à 1993 et la création
d’une formation CNRS orientée vers l’Islam d’Occident en 1985 ont considérablement
favorisé le développement des recherches archéologiques médiévistes tournées vers
l’Andalus, dans le cadre d’une politique délibérée de l’institution61. C’est dans ce contexte
que d’autres chercheurs sont venus renforcer ce qui a pris la forme d’une équipe
scientifique : Patrice Cressier en 1981, Jean Passini en 1983, François Amigues en 1984,
Philippe Sénac en 1985, Marie-Christine Delaigue en 1988. Il faudrait aussi évoquer le rôle
d’André Humbert, un géographe, mais à qui sont dues toutes les photographies aériennes
qui illustrent par exemple l’ouvrage sur les Châteaux ruraux d’al-Andalus qu’André
Bazzana, Patrice Cressier et moi-même avons publié en 198862. Ce n’est évidemment pas le
lieu ici de suivre la trajectoire propre de chacun de ces chercheurs, ni de dresser un bilan
d’une formation dirigée d’abord entre 1985 et 1988 par le directeur de la Casa de
Velázquez lui-même, Didier Ozanam, et dont j’ai eu ensuite la responsabilité quelque peu
nominale, puisque je ne résidais pas à Madrid, jusqu’en 1994, alors que le suivi au jour le
jour était assuré sur place par André Bazzana.
26 On me demande plutôt de parler de la « réception » de nos travaux en Espagne. Avec
d’autant moins de fausse modestie que je ne suis pas seul en cause, et que l’aspect
archéologique de ce que nous avons fait en commun, d’abord avec André Bazzana puis
avec les membres de l’équipe venus nous rejoindre, ne m’est pas principalement
imputable, je crois que l’on peut dire que les recherches françaises menées sur des sites
d’époque musulmane ont été déterminantes pour la recherche espagnole elle-même et
que les archéologues espagnols reconnaissent en général non seulement cette antériorité
globale de nos travaux mais aussi l’importance qu’ils ont eue pour leurs propres
orientations63. Travaux de terrain, ils ont évidemment eu un impact local ou régional qu’il
serait difficile de suivre dans chaque cas64. J’ajouterai que si cette importance donnée à
l’archéologie d’al-Andalus a pu susciter çà et là quelque grogne ou quelque aigreur en
France de la part de chercheurs estimant que ce succès était susceptible de porter
ombrage aux recherches d’un autre type65, son intérêt scientifique a été pleinement
reconnu dans d’autres contextes. Ainsi des regards américains comme celui de Thomas F.
Glick, qui parle de ce qu’ont apporté et provoqué en Espagne les travaux français comme
d’une « archaeological revolution »66, ou celui de James L. Boone et Nancy L. Benco qui, dans
une toute récente synthèse sur le peuplement d’époque islamique en Afrique du Nord et
dans la péninsule Ibérique, consacrent de longs développements à l’impact de nos
recherches sur le développement de l’archéologie en Espagne67.
27 Les chercheurs français des trois dernières décennies ne se sont pas dirigés seulement
vers l’archéologie, mais il est vrai que, activité d’équipe rendue possible par l’existence
d’une formation CNRS, cette discipline a été sans doute un point particulièrement fort des
190

recherches françaises en Espagne durant cette période. Si l’on se place du point de vue de
l’histoire en général, la Casa de Velázquez a été aussi pendant ces années le cadre le plus
fréquent de la formation des chercheurs français, relativement nombreux, ayant travaillé
sur l’Andalus. Il y a cependant eu des exceptions : Christophe Picard d’abord, dont les
perspectives sont portugaises davantage qu’espagnoles et qui a développé une originale
et intéressante vision de l’« Atlantique musulman »68. On peut constater au passage que
cette carrière scientifique orientée vers l’histoire d’al-Andalus mais extérieure à la Casa
montre bien que l’intérêt pour ce domaine d’étude, en France au cours des dernières
décennies, a débordé l’action de cette institution, qui a répondu à une demande de jeunes
chercheurs français désireux de travailler sur l’Islam occidental – privés de la possibilité
de le faire au Maghreb ? – plutôt qu’elle n’a entretenu un peu artificiellement ou
étroitement une recherche trop spécialisée comme elle en a été accusée69. On pourrait
situer un peu de la même façon l’itinéraire scientifique pourtant bien différent de
Mohamed Méouak, dont la thèse sur le personnel politique de l’émirat et du califat
omeyyades, soutenue à Lyon en 1989, vient d’être publiée également tout à fait en dehors
de la Casa de Velázquez70. Ses nombreuses publications dans des revues espagnoles
témoignent de sa bonne insertion dans le milieu scientifique d’outre-Pyrénées71.
28 Gabriel Martinez-Gros, membre de la section scientifique en 1982, a quant à lui vu sa
thèse publiée dans les collections de la Casa en 199272. Je ne suis sans doute pas le mieux
placé pour parler de ses travaux dans la mesure où je suis en désaccord assez fondamental
avec ses idées sur les déformations que l’« idéologie omeyyade » auraient fait subir à
l’histoire de l’Andalus des premiers siècles telle qu’elle nous est présentée dans les
sources arabes écrites « sous la dictée du califat », et évidemment avec son jugement très
critique sur la façon dont j’ai moi-même « écrit l’histoire »73, Nos divergences ayant déjà
été exposées publiquement, il ne serait pas gênant d’en parler davantage ; mais l’objet de
cette communication n’est pas de relater les controverses entre auteurs français, et en ce
qui concerne l’impact dans la Péninsule des thèses défendues par Gabriel Martinez-Gros,
je me contenterai de renvoyer aux comptes rendus de son livre publiés dans les revues
espagnoles74. Gabriel Martinez-Gros s’insère dans un courant en quelque sorte
postmoderne de relativisation de la croyance « naïve » en une « réalité historique » que
l’historien « positiviste » pourrait atteindre en s’appuyant sur les textes. À mon avis, il va
beaucoup trop loin dans son effort de réinterprétation des sources75, et je ne peux
évidemment souscrire à ses critiques contre mes propres travaux dans la mesure où elles
mettent en cause ma conception même de l’histoire, mais c’est bien sûr l’avenir qui dira
jusqu’à quel point les thèses qu’il a présentées ont pu avoir ou non un effet sur
l’historiographie espagnole, engagée d’ailleurs pour sa part dans une réflexion sur les
sources qui conduit à des révisions relevant un peu du même type, mais beaucoup moins
« extrémistes » dans leur formulation et leurs conclusions76.
29 On peut souhaiter qu’un travail nécessaire sur les sources arabes, leur portée et leur
fiabilité, leur rapport à la « réalité historique », soit au centre d’une bonne partie des
recherches des années à venir. Nous nous sommes toujours efforcés, dans le cadre de
l’équipe médiéviste de la Casa de Velázquez, d’associer le plus étroitement possible
l’étude des textes et le travail de terrain. À cela est dû, je crois, une partie de l’intérêt que
les chercheurs espagnols ont porté à nos travaux et du rôle novateur qui leur a été
reconnu. Les recherches ultérieures, comme celles menées par Philippe Sénac sur la
frontière aragonaise, se sont situées et se situent encore dans la même ligne
méthodologique. Il y a là, à mon sens, s’agissant de « réalité historique », un utile
191

correctif aux possibles dérives d’une histoire textuelle tentée parfois de douter à l’excès
de la « validité » ou de la « fiabilité » des sources écrites, par le contact obligé qu’impose
l’archéologie avec la réalité indiscutable du donné matériel. Reste à voir évidemment
comment celui-ci s’articule avec le donné textuel. Nous avons essayé d’y réfléchir avec les
collègues espagnols lors d’une table ronde organisée en commun, à la Casa de Velázquez,
par les arabisants du CSIC et les chercheurs de l’UMR 5648 de Lyon, sous le titre :
« Urbanisme et organisation de l’espace habité dans l’Occident musulman : aspects
juridiques », publiée en 200077. C’est dans ces perspectives que s’efforcent actuellement de
travailler des chercheurs déjà en poste universitaire, comme Christine Mazzoli 78, ou qui
commencent leur carrière scientifique, comme Jean-Pierre Van Staëvel79.
30 Une recherche sérieuse et valable sur l’Andalus ne peut se limiter, comme cela a été
longtemps le cas, à la Péninsule. La civilisation parfois quelque peu mythifiée qui s’est
épanouie dans ses limites fait partie d’un ensemble plus vaste qui inclut au minimum le
Maghreb occidental et ne peut en fait se comprendre sans être replacé dans le contexte
de l’espace arabo-musulman tout entier (Dâr al-Islâm). La recherche française, héritière
d’une brillante tradition d’intérêt arabisant pour l’histoire musulmane, n’a guère
actuellement les moyens d’avancer seule dans ce domaine. Ce n’est qu’en association avec
le développement des études arabisantes en Espagne que les chercheurs français
intéressés seront à même de s’insérer dans un cadre scientifique solide sur lequel
puissent s’appuyer les jeunes chercheurs. C’est aussi dans un cadre au moins en partie
franco-espagnol que se situent les recherches archéologiques de Patrice Cressier au
Maroc80. On vient d’évoquer l’une des rencontres communes qui ont déjà eu lieu et ont
commencé à configurer plus institutionnellement, on peut l’espérer, un tel cadre. On peut
terminer en évoquant la parution en 1998 du beau volume sur la Genèse de la ville islamique
en al-Andalus et au Maghreb, résultat de deux tables rondes organisées conjointement par
le CSIC et la Casa de Velázquez en 1994 et 1995. Édité par Mercedes García-Arenal et
Patrice Cressier, avec la collaboration de Mohamed Méouak, il rend compte d’une très
utile et neuve confrontation des arabisants et des archéologues français, espagnols et
maghrébins autour du problème de la renaissance du phénomène urbain à l’extrême
occident du monde musulman. C’est, à l’avenir, dans un tel contexte que l’on souhaiterait
pouvoir travailler sur l’histoire andalouse.

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NOTES
1. Nous sommes entrés l’un et l’autre à la section scientifique en 1967. En dehors de Rachel Arié,
je crois que le seul membre de cette section ayant travaillé sur l’histoire de l’Espagne musulmane
antérieurement à cette période a été Maurice Lombard, entré à la Casa en 1929 (je remercie
Bernard Vincent d’avoir attiré mon attention sur ce séjour à Madrid de Maurice Lombard, que
j’ignorais). Pour la période antérieure à 1980, les informations sur les années de séjour à la Casa
des membres de la section scientifique cités dans cette contribution sont tirées de l’ouvrage de J.-
M. DELAUNAY, Des palais en Espagne.
2. R. ARIÉ, L’Espagne musulmane (1232-1492).
3. Une réédition de ce livre a été publiée en 1995 par l’université de Grenade. L’étude
préliminaire d’une quarantaine de pages qu’a bien voulu lui donner Antonio Malpica Cuello porte
sur la « dimension historiographique » de cet Al-Andalus publié vingt ans plus tôt. Il commence
ainsi : « il libro que hoy se reedita ha significado, sin ningún género de dudas, un hito importante en
nuestra más reciente historiografía. Incluso se podría decir que hay un antes y un después de Al-
Andalus ». Déjà dans son Islamic and Christian Spain in the Early Middle Ages, Thomas F. GLICK
écrivait : « The entire countenance of andalusí studies has been altered substantially by the publication of
Pierre Guichard’s Al-Andalus » (p. 304).
4. Je reviendrai plus loin sur l’ouvrage de G. MARTINEZ-GROS, Identité andalouse, en partie consacré à
une critique de mes thèses.
5. P. GUICHARD, « Le peuplement de Valence ».
6. On sait en effet que le nom d’al-Andalus se substitue, dès les toutes premières années de la
conquête arabe du début du VIIIe siècle, à celui d’Hispania sur les monnaies dites « de transition »,
d’abord en latin, puis dans les deux langues, enfin uniquement en arabe, frappées dès 712-720 par
les autorités arabes de la nouvelle province du califat.
7. J.-P. MOLÉNAT, Campagnes et monts de Tolède. Jean-Pierre Molénat est entré à la Casa en 1969.
197

8. J. T. MONROE, Islam and the Arabs in Spanish Scholarship, p. 100.


9. Ibid.
10. Cl. SÁNCHEZ ALBORNOZ, « Espagne préislamique et Espagne musulmane ».
11. M. MARÍN, « Arabistas en España ».
12. H. PÉRÈS, La poésie andalouse.
13. Cl. SÁNCHEZ ALBORNOZ, « Espagne préislamique et Espagne musulmane ».
14. C’est de cette nécrologie publiée dans Al-Andalus, 21, 1956, que sont tirées les indications
biographiques qui précèdent et qui suivent. Licencié ès lettres (mention arabe) en 1913, Lévi-
Provençal est mobilisé et blessé aux Dardanelles en 1915. Après une convalescence en Égypte, il
exerce la fonction d’officier des affaires indigènes dans la vallée de l’Ouergha de 1917 à 1919,
avant d’être rendu à la vie civile et d’enseigner au lycée de Tanger, puis d’être nommé professeur
d’arabe classique à l’École supérieure de langue arabe et de dialectes berbères de Rabat,
transformée peu après en Institut des Hautes Études Marocaines.
15. É. LÉVI-PROVENÇAL et E. GARCÍA GÓMEZ « Textos inéditos » et la traduction espagnole des
« Mémoires » de l’émir ziride ‘Abd Allâh de Grenade, texte fondamental pour l’historiographie du
XIe siècle (É. LÉVI-PROVENÇAL et E, GARCÍA GÓMEZ, El siglo XI en primera persona), œuvre posthume
comme son titre l’indique. C’est également à une collaboration entre les deux auteurs qu’est due
la publication de la Chronique anonyme de ‘Abd al-Rahmân III.
16. E. LÉVI-PROVENÇAL, Histoire de l’Espagne musulmane.
17. LÉVI-PROVENÇAL fait allusion à ce débat dans son Histoire de l’Espagne musulmane, t. III, pp.
504-506, avec, me semble-t-il, une certaine dose de mauvaise foi dans la mesure où il avait, dans
le premier volume de la même Histoire (pp. 91 sqq. du t. I) utilisé très largement et valorisé la
chronique dont il nie l’intérêt quelques années plus tard.
18. Il faut se féliciter de la promptitude avec laquelle Joaquín Vallvé, à qui le manuscrit avait été
confié après le décès d’Emilio García Gómez, a permis la réalisation de l’édition fac-similé publiée
sous le titre : BEN HAIAN DE CÓRDOBA, Muqtabis II. Anales de los Emires de Córdoba Alhaquem I (180-206
H./796-822 J.-C.) y Abderramán II (206-232/822-847). Edición facsímil de un manuscrito árabe de la Real
Academia de la Historia (Legado Emilio Garcia Gómez), éd. Joaquín VALLVÉ BERMEJO , Madrid, Real
Academia de la Historia, 1999. Dans l’introduction figurent quelques indications sur les
circonstances de la découverte et de la publication du texte. On pourra lire, au sujet de ce
manuscrit, de sa longue occultation et de sa réapparition, un article de M. MARÍN, « El “Halcón
maltés” del arabismo español ».
19. H. R. IDRIS, La Berbérie orientale ; ID., « Les Zirides d’Espagne ». Dans les volumes de 1965 de la
même revue, Idris fit paraître deux autres articles sur les dynasties également berbères des
Aftasides de Badajoz et des Birzalides de Carmona.
20. ID., « Commerce maritime ».
21. Dans trois articles portant le même titre : « Le mariage en Occident musulman d’après un
choix de fatwâ-s médiévales extraites du Mi’yâr d’Al-Wansarisî ».
22. Voir à ce sujet la mise au point de M. J. VIGUERA, « Aportaciones de Salvador Vila ». L’un des
travaux les plus intéressants est celui de J. LÓPEZ ORTIZ, « Fatwâ-s granadinas ».
23. V. LAGARDÈRE, « La haute judicature ».
24. ID., Histoire et société en Occident musulman.
25. Voir le compte-rendu de l’ouvrage par Francisco VIDAL CASTRO dans Al-Qanṭara, 17(I), 1996, pp.
246-254. Vincent Lagardère aurait sans doute dû préciser davantage la part prise par Idris dans
l’élaboration de ce catalogue. Pour ma part, je n’ai aucune autre information que ce qu’a écrit F.
Vidal. Dans la préface de l’ouvrage, nous avions seulement écrit, avec Manuela Marin, que V
Lagardère avait poursuivi, après la mort d’Idris, l’entreprise de ce dernier.
26. L’entreprise engagée par Idris et menée finalement à son terme par Lagardère était
essentiellement centrée sur les informations d’ordre économique et social que l’on pouvait
198

extraire du Mi’yâr, conformément aux orientations qui étaient celles de l’historiographie dans le
troisième quart du XXe siècle. On accorderait sans doute actuellement une plus grande
importance aux aspects juridiques du texte d’al-Wansharîsî, qui ne sont pas pris en compte dans
l’ouvrage finalement publié.
27. C’est seulement à l’École des Hautes Études en Sciences Sociales que se maintient un courant
d’études sur le Maghreb, dans la tradition berquienne d’anthropologie historique (Lucette
Valensi, Jocelyne Dakhlia, Houari Touati, Hassan Elhoudrari).
28. Je pense à l’utilisation qu’il fait dans son Intérieur du Maghreb, publié en 1978, des Nawâzil
Mazûna, recueil de fatwâ-s du Maghreb central qu’il avait déjà étudié à Rabat en 1940 (Les Nawâzil
al-muzâra’a du Mi’yâr al-Wazzânî, étude et traduction de l’arabe).
29. L. GOLVIN, Essai sur l’architecture, où il traite évidemment de la mosquée de Cordoue.
30. L’architecture andalouse trouve bien sûr sa place dans G. MARÇAIS, Architecture musulmane.
31. R. ARIÉ, « Juliette Adam et le nationalisme égyptien de 1880 à 1924 » ; ID., « L’opinion publique
en France et la question d’Egypte de 1885 à 1895 ».
32. ID. « Traduction des traités de hisba d’Ibn ‘Abd al-Ra’ûf et de ‘Umar al-Garsîfî ».
33. ID., L’Espagne musulmane (1232-1492).
34. ID., España musulmana. Lors de la réédition de l’ouvrage en 1990, Joaquín Vallvé lui consacre
un compte-rendu dans Al-Qanṭara, 12, 1991, pp. 286-289, qui se conclut par ces lignes : « L’Espagne
musulmane au temps des Nasrides sigue siendo sin duda alguna la mejor contribución al conocimiento
de la historia de este período tan complejo e interesante de nuestro pasado. »
35. Rachel Arié, comme on vient de l’indiquer, vient d’Égypte et est agrégée d’arabe. Dominique
Urvoy a quant à lui effectué deux séjours à l’Institut français d’études arabes de Damas et
enseigne l’arabe.
36. Au risque d’être incomplet, et faute de temps, je laisserai de côté dans ce panorama l’œuvre
de L. BOLENS (Les méthodes culturales), qui vient d’être traduite en espagnol, marque certainement
un moment important de l’historiographie de langue française sur l’Andalus et a eu une réelle
influence en Espagne. Il s’agit d’une thèse soutenue en 1972, dont l’auteur, professeur à Genève
pendant de nombreuses années, est elle-même originaire du Maghreb et doit une partie de sa
formation à l’université française (voir la page de remerciements qui ouvre son livre).
37. Henri Terrasse avait traité de l’architecture hispano-maghrébine (voir H. TERRASSE, L’art
hispano-mauresque) et plus spécifiquement de l’Espagne dans « Les forteresses de l’Espagne
musulmane ». Lors de son séjour à la Casa de Velázquez (1967) Michel TERRASSE semblait devoir
approfondir la direction andalouse de ces travaux en travaillant à une thèse sur l’architecture
militaire mudéjare de Castille et en publiant en 1968 un article sur « La fortification omeiyade de
Castille ». Mais il dirige ensuite des chantiers de fouilles au Maroc (Belyounech) et en Tunisie
(Sabra-Mansûriya). Ces travaux n’ont malheureusement pas donné lieu à des publications, mais
c’est là qu’ont commencé à se former à l’archéologie Patrice Cressier et Marianne Barrucand,
cette dernière devant publier en 1992 son Architecture maure en Andalousie.
38. J’avais obtenu en 1969 une autorisation pour engager des sondages sur le site du village
musulman de Torre Bufilla, aux limites de la huerta de Valence. Le mémoire des travaux effectués
lors de la campagne de la même année, financée par la Casa de Velázquez et menée avec la
précieuse collaboration de Juan Zozaya, qui avait été désigné comme inspecteur par la Comisaría
General, n’a pas été publié dans la mesure où d’autres campagnes devaient suivre. Les résultats en
ont été en partie incorporés au compte-rendu de la fouille de 1972, publié en 1976 dans le
Noticiario Arqueológico Hispánico, Arqueología 4, [Madrid], 1976, pp. 608-643.
39. Le « second programme » des Annales « identifié à l’anthropologie historique » correspond
aux années soixante-dix (R. CHARTIER , Au bord de la falaise, p. 10). On peut rappeler la publication
des travaux de P. BOURDIEU , Esquisse d’une théorie de la pratique, ou celle du dossier paru dans les
Annales de mai-août 1980 et intitulé « Recherches sur l’Islam : histoire et anthropologie » (pour
199

l’Occident musulman médiéval, on y trouve des contributions de Abdessalam Cheddadi, Bernard


Rosenberger et Lucie Bolens).
40. Nous sommes entrés à la Casa de Velázquez en 1967 en ce qui me concerne et en 1970 pour
Dominique Urvoy.
41. Je rappellerai seulement que les Structures élémentaires de la parenté de Claude LÉVI-STRAUSS
sont de 1968, mais que j’ai été encore plus fortement influencé par le très grand et très beau livre
d’une autre ethnologue de terrain, Germaine TILLION, dont le Harem et les cousins est paru en 1966,
l’année même où je déposais mon sujet de thèse de troisième cycle.
42. D. URVOY, Le monde des ulémas andalous.
43. D. URVOY, « Une étude sociologique » ; ID., « La vie intellectuelle et spirituelle ».
44. T. F. GLICK, Islamic and Christian Spam in the Early Middle Ages : « Andalusi islam is analyzed from the
standpoint of the sociology of knowledge in two important articles by Dominique Urvoy : “Une étude
sociologique.”, a methodologically innovative reconstruction of the social networks of religious scholars...
» (p. 306). Le livre de Glick ne fait pas mention de l’ouvrage d’Urvoy sur les Ulémas, publié trop
peu de temps avant le sien. Il l’aurait certainement largement valorisé et utilisé s’il avait pu en
avoir connaissance.
45. M. MARÍN, « La vida intelectual » : « En los últimos años [...] se ha registrado una tendencia a
estudiar el conjunto de la producción intelectual de una época determinada tomando como base el
riquísimo legado bibliográfico andalusí ; en esta linea se sitúa, por ejemplo, la obra de D. Urvoy sobre los
ultemas de los siglos V-VI/XI-XII y algunos de sus trabajos monográficos » (p. 501).
46. Il faudrait signaler les travaux de J. M. FORNEAS (« Les Banû ‘Atiyya » ; mais la thèse de ce
chercheur, consacrée aux recueils biographiques andalous et soutenue à Madrid en 1970, n’a pas
été publiée) ; M. M. RIERA FRAU, « Prosopografía dels “ulamâ’” » ; M.L. ÁVILA, La sociedad
hispanomusulmana ; M. L. ÁVILA et M. MARÍN, « Le Ta’rikh ‘ulamâ’ al-Andalus d’Ibn al-Faradî » ; M.
MÉOUAK, « Les données onomastiques ».
47. L’équipe espagnole de l’Onomasticon Arabicum, qui s’est consacrée principalement à l’étude des
dictionnaires biographiques et publie les Estudios Onomástica-Biográficos de al-Andalus (EOBA)
depuis 1988, s’est constituée en 1982.
48. De cette atmosphère quelque peu enfiévrée témoignerait par exemple un article du
chroniqueur Sempronio, publié dans l’hebdomadaire barcelonais Destino n° 2008 (des 25-31 mars
1976, p. 45), où l’on pouvait lire : « Barral acaba de llegar de Sevilla, donde ha presentado la traducción
de un importante libro de la Labor cuyo autor es Guichard y cuyo título Al-Andalus, antropología de una
sociedad islámica en Occidente. Y vengo impresionado –me aseguró– por el exacerbado andalucismo de
quienes hemos tenido ocasión de tratar. ¡Diciéndote que he visto banderas de los omeyas for doquier ! me
explicó ».
49. Je renverrai, pour un résumé de ces idées « anti-continuistes », à l’article que j’ai publié dans
la revue Arabica (P. GUICHARD, « À propos de l’identité andalouse »).
50. Je pourrais citer par exemple un article élogieux de José Luis Aranguren paru dans la tribune
libre de la Vanguardia de Barcelone du vendredi 28 mai 1976, intitulé « Una concepción del Islam
hispánico. Mas allá de Américo Castro y Sánchez Albornoz ».
51. Dans un premier temps, cette hostilité s’est traduite par le silence et je n’en aurais guère de
preuves concrètes si je ne conservais une lettre d’un universitaire espagnol qui m’écrivait alors
en réponse à l’envoi de l’ouvrage : « El libro sigue siendo importante y, mucho me temo, polémico [...]
Me sentiré muy feliz de hacer una recensión pero no sé dónde. Al-Andalus no acepta recensiones y, en las
restantes revistas orientalistas españolas, temo no poder publicarla porque los historiadores oficiales se me
echarían encima. »
52. Les principales critiques de mes thèses « berbérisantes » se trouvent, à ma connaissance, dans
les articles suivants : J. VALLVÉ BERMEJO , « España en el siglo VIII » ; M. J. RUBIERA, « Toponimia
arabigo-valenciana » ; C. BARCELÓ TORRES, « Galgos o podencos ? » ; j’ai tenté pour ma part de
200

répondre à certains au moins des arguments qui m’ont été opposés dans P. GUICHARD, «A
propósito de los “Barbar al-Andalus” » ; ID., « Els “Berbers de València” » ; ID., « La toponymie
tribale berbère valencienne » ; ID., « Els berbers de València, una vegada mès » ; ID., « Quelques
notes méthodologiques sur l’histoire du Haut Moyen Âge andalou ». On peut voir aussi, sur cette
polémique, l’introduction du livre de H, de FELIPE, Identidad y onomástica, pp. 28-30, et tout
récemment une allusion de Manuela Marín dans un article consacré à la réapparition et à la
publication du manuscrit du tome II (I) du Muqtabis d’Ibn Hayyân (M. MARIN, « El “Halcón maltes”
del arabismo español »). Dans ce passage de son article, Manuela Marin semble considérer la
polémique comme terminée, car désormais dépourvue d’objet du fait de la confirmation très
évidente dans ce texte de l’existence des « Berbères de Valence » qui ont fait couler tant d’encre.
Je ne suis pas si sûr que le problème ne sera pas encore discuté, car il touche aux tabous les plus
anciens et les mieux enracinés de l’arabisme espagnol.
53. Une version presque « extrémiste » des thèses « rupturistes » a été défendue parles
médiévistes de l’Université Autonome de Barcelone, autour de Miquel Barceló. Voir, entre bien
d’autres travaux : M. BARCELÓ, « Vespres e feudals. La societat de Sharq al-Andalus » et ID., El sol
que salió por Occidente.
54. Dans M. J. VIGUERA MOLINS (dir), Los reinos de taifas. Al-Andalus en el siglo XI, p. 302, et à la page
suivante : « La no mención de una taifa árabe, como muy bien señala Guichard, se debe a que todas,
excepto las eslavas y las beréberes africanas, se pueden considerar como tales, mientras lo que realmente no
hay es una taifa muladí. »
55. Par exemple aux mêmes pages de l’ouvrage cité à la note précédente : « Guichard sostiene la
pervivencia del tribalismo y demas estructuras sociales “orientales” entre la población autóctona por medio
de matrimonios, como asegura que la hubo entre árabes y beréberes. Hay, sin embargo, que diferenciar
distintas etapas en todo el período de dominación islámica. » Il est d’ailleurs très excessif, sinon
inexact, de laisser entendre que j’ai défendu l’implantation ou la persistance du « tribalisme »,
sans autres précisions, dans la population indigène et durant toute l’histoire de l’Andalus !
56. Je citerai à l’appui de cette « prévision » quelques lignes de Miquel BARCELÓ dans la préface
qu’il a donnée au livre de H. KIRCHNER, La construcció de l’espai pagés a Mayûrqa : « La ja vella i molt
amistosa discussió amb Pierre Guichard, començada l’any 1970, està, per a mi, ben resolta. I cree saber el
perquè de tot plegat o, en tot cas, com es pot saber. El que es curiós, i ben significatiu, és que la
problemàtica exposada per Pierre Guichard, ara fa vint-i-cinc anys, ha estat intermitentment declarada
com a « “superada”, qualsevulla cosa que aquest terme vulgui dir. Es vergonyosament frivol dir aixo quan,
en rigor, aquesta problemàtica no ha estat realment introduïda en els plantejaments historiogràfics que es
fan en els àmbits acaddèmics universitaris. »
57. Sur cette thèse : J.-P. MOLÉNAT, « L’arabe à Tolède » ; ID., « Les Mozarabes. Un exemple
d’intégration » et surtout les pages consacrées à « L’arabisation linguistique des mozarabes »
dans Campagnes et monts de Tolède.
58. « La langue des documents mozarabes de Tolède n’est pas un aljamiado, une langue romane
transcrite en caractères arabes, mais de l’arabe, bien qu’influencé par des traits dialectaux, des
fautes par rapport à la norme de l’arabe écrit [...] qui prouvent que l’on est bien en présence
d’une langue parlée en même temps qu’écrite » (J.-P. MOLÉNAT, Campagnes et monts de Tolède, p. 39).
59. La démonstration de J.-P. Molénat rejoint et confirme pleinement l’idée, déjà exprimée par F.
CORRIENTE CÓRDOBA , Árabe andalusí y lenguas romances (voir notamment p. 34), mais que cet auteur
ne fonde pas avec la même solidité documentaire, que le bilinguisme latino-arabe n’était plus
guère, aux XIe-XIIe siècles en al-Andalus, qu’un fait résiduel.
60. Individuellement, elle nous a chacun servi dans l’élaboration de nos thèses : la mienne sur Les
musulmans de Valence et la Reconquête et celle d’A. BAZZANA : Maisons d’al-Andalus.
61. Ce développement des activités archéologiques médiévistes était déjà bien souligné par
Bernard Vincent, alors secrétaire général, dans une présentation de la Casa de Velázquez publiée
201

dans la revue Archeologia, n° 135 d’octobre 1979. Je ne peux que renvoyer à ce que dit de la mise
en place de cette équipe Didier Ozanam dans son intervention dans cette même rencontre.
62. A. BAZZANA et alii, Les châteaux ruraux d’al-Andalus.
63. Je citerai seulement l’éloge de ce rôle d’initiateur que l’on peut lire dans le manuel
d’archéologie récemment publié par S. GUTIÉRREZ LLORET, Arqueología. Introducción a la historia
material de las sociedades del pasado : « Aunque [el trabajo de P. Guichard] fue preferentemente
documental, su temprano interés por las fuentes materiales, canalizado en una estrecha colaboración con el
arqueólogo André Bazzana, marcó el inicio de un importante desarollo cualitativo de la arqueología
andalusí, especialmente en Levante y Andalucía oriental, que terminó por transformarla en uno de los
mejores instrumentos de análisis de la islamización social y de las transformaciones en la cultura material y
en el poblamiento que dicho proceso entraña. Una de sus mayores aportaciones fue, sin duda, la aplicación
y desarrollo de nuevas técnicas de documentación – como la arqueología extensiva, de la que los
investigadores como P. Guichard, André Bazzana y Patrice Cressier fueron pioneros–, que permitieron
comenzar a superarla arqueología anticuarista, apegada al objeto y al edificio monumental, en beneficio del
estudio del territorio (transformaciones del poblamiento rural y de las áreas de cultivo, el origen de las
fortificaciones, etc.) ».
64. Cette « réception » au niveau local mériterait d’être suivie dans chaque cas particulier. Je ne
citerai que deux ou trois exemples des collaborerions rencontrées régionalement : Patrice
CRESSIER a dirigé un volume collectif d’Estudios de arqueología medieval en Almería, publié en 1992, et
Philippe SÉNAC, qui a publié en 1991 avec Carlos LALIENA une intéressante étude intitulée
Musulmans et chrétiens dans le Haut Moyen Âge. Aux origines de la Reconquête Aragonaise, collabore
étroitement avec les historiens et archéologues aragonais. On peut rappeler aussi le prix de la
Real Fundación de Toledo accordé en 1998 à Jean Passini pour son activité scientifique de
sauvegarde du passé urbain de Tolède.
65. « Spanish medievalists do not frequent the Casa de Velázquez, which has, for that matter, never
foreseen a Medieval Section like that of the École française de Rome. The Spanish Middle Ages is limited to
archaeology there, and, with excuses provided by some historians, research is restricted to al-Andalus,
Islamic Spain in the ninth to thirteenth centuries. This lack of interest in the Middle Ages therefore reduces
the possibility of a diffusion of French historiography and occasions for meetings. When meetings are held,
it is inevitably the same two or three medievalists from Madrid whose names are kept in the files of the
Casa de Velázquez who turn up, no matter what the subject » (A. RUCQUOI, « Spanish Medieval History
and the Annales »). Il ne me revient pas de défendre la politique de la Casa durant ces années,
mais j’observerai que tes moyens de cette institution ne sont pas ceux de l’École de Rome, que
jusqu’à nouvel ordre les chercheurs intéressés par l’histoire de l’Andalus sont aussi des
« medievalists », qui parfois ont davantage publié sur l’Espagne chrétienne qu’Adeline Rucquoi ne
l’a fait sur l’Espagne musulmane, et, enfin, que s’il fallait faire des choix, il valait peut-être mieux
que l’institution de recherche française soit présente, et de façon novatrice, dans un débat
fondamental de l’historiographie (et non de l’archéologie) hispanique du dernier demi-siècle
plutôt que de disperser ses efforts dans des recherches parcellisées sur l’énorme documentation
du Bas Moyen Age, que les chercheurs espagnols font très bien et sont mieux placés pour faire, et
qu’elle n’a, au reste, pas ignorées. J’ignore si je fais partie des quelques historiens alibis qui sont
censés avoir cautionné la politique incriminée, mais en ce qui me concerne, ce n’est pas
principalement la Casa de Velázquez qui a diffusé mes idées auprès des médiévistes espagnols.
66. T. F. GLICK, From Muslim Fortress to Christian Castle, p. XI et passim.
67. J. L. BOONE et N. L. BENCO, « Islamic Settlement in North Africa and the Iberian Peninsula ».
68. C. PICARD, L’océan Atlantique musulman.
69. Voir supra n. 65.
70. M. MÉOUAK, Pouvoir souverain, administration centrale et élites politiques dans l’Espagne umayyade.
Mohamed Méouak, après des études supérieures à Lyon, vit depuis plusieurs années en Espagne.
202

Après avoir été boursier du CSIC à Madrid, puis professeur associé dans cette même ville, il
enseigne actuellement à l’université de Cadix. S’il a été en contact fréquent avec la Casa lors de
son séjour madrilène, son parcours s’est aussi effectué indépendamment de cette institution.
71. Il a été en particulier étroitement associé au développement des recherches de type
prosopographique menées dans le cadre d’abord de l’Onomasticon arabicum, puis des EOBA (cf. ci-
dessus n. 46).
72. G. MARTINEZ-GROS, L’idéologie omeyyade.
73. ID., Identité andalouse, en particulier dans le chapitre « Identité andalouse et “structures
sosociales” », pp. 115-175.
74. Comptes-rendus par Pedro CHALMETA dans Anaquel de Estudios Arabes, 5, 1994, pp. 181-184 et
par Maribel FIERRO dans Al-Qanṭara, 14, 1993, pp. 523-526.
75. J’ai rendu compte de son Idéologie omeyyade dans le Bulletin critique des Annales islamologiques, II,
1994, pp. 155-158. Sur le courant de critique des « régimes d’historicité qui postulaient une
coïncidence sans distance entre les faits historiques et les discours qui avaient charge d’en
rendre raison », l’un des meilleurs ouvrages récents me semble être celui de R. CHARTIER, Au bord
de la falaise.
76. On peut en donner comme exemples deux articles récents de M. MARÍN, « L’invention d’une
tradition : l’Algarve médiéval » et H. MANZANO MORENO, « Las fuentes árabes sobre la conquista de
al-Andalus ». Dans ce dernier travail, par ailleurs fort intéressant, E. Manzano évoque au passage
« les historiens obsédés par la question de savoir “ce qui est réellement arrivé” » (p. 391), J’avoue
continuer à m’inscrire dans cette catégorie !
77. P. CRESSIER et alii, L’urbaninne dans l’Occident musulman.
78. C. MAZZOLI, Villes d’al-Andalus. Depuis la publication de sa thèse, Christine Mazzoli a engagé un
intéressant programme de recherche axé en particulier sur l’exploitation de la littérature
jurisprudentielle arabe.
79. J.-P. VAN STAËVEL, Les usages de la ville. Les rapports étroits que nous entretenons avec les
arabisants du CSIC de Madrid, en particulier Maribel Fierro, ont été déterminants dans
l’encadrement scientifique de cette thèse.
80. Le programme de recherche franco-marocain sur « La naissance de la ville islamique au
Maroc : Nakûr, Aghmât, Tâmdûlt » dirigé par Patrice Cressier et Larbi Erbati, est mené en
collaboration avec des archéologues espagnols. On peut espérer que par la suite de telles
initiatives prendront un caractère européen et associeront institutionnellement les formations
de recherche de plusieurs pays.

RÉSUMÉS
C’est en 1976, avec le livre Al-Andalus. Estructura antropólogica de una sociedad islámica en Occidente,
que Pierre Guichard opère un renversement historiographique décisif dans l’étude de l’Espagne
musulmane. Dans la présente contribution, il examine les antécédents de ses travaux et le
développement des pistes qu’il a ouvertes, notamment les critiques. La récupération du terme al-
Andalus suppose aussi une restriction : elle écarte de fait l’étude des musulmans placés sous
domination chrétienne et celle des morisques. Cependant, elle permet de sortir d’une
historiographie par trop nationaliste et de poser les questions spécifiques à une domination
politique, territoriale et sociale islamique. L’historiographie française et espagnole sont
203

étroitement liées dans leur exploration parallèle ou commune d’al-Andalus. Les relations
scientifiques anciennes entre des personnalités marquantes sont devenues des relations
institutionnalisées entre centres de recherches. Elles portent aussi l’empreinte de l’histoire de la
présence européenne au Maghreb et de la décolonisation. Enfin, le recours de plus en plus fort à
l’archéologie, auquel ont contribué de nombreux chercheurs français avec l’aide de la Casa de
Velázquez, a enrichi les connaissances et multiplié les hypothèses proposées au débat. C’est dans
ce contexte général que Pierre Guichard retrace les grands apports de la recherche actuelle.

In 1976 Pierre Guichard’s book Al-Andalus. Estructura antropológica de una sociedad islámica en
Occidente marked a turning-point in the historiography of Muslim Spain. In this article the author
examines the trajectory of his own prior contributions, the perspectives that he has opened up
and the criticisms that he has received. The retrieval of the term al-Andalus implies a restriction
in that the scope of the work excludes the Muslims under Christian dominion and the Moriscos.
On the other hand, it provides a way out of an excessively nationalistic historiography and makes
it possible to address the problems relating specifically to an Islamic political, territorial and
social dominion. French and Spanish historiography run side-by-side in their parallel or common
exploration of al-Andalus. What were once scientific relations between prominent personalities
have developed into institutionalized relations between research centres. Developments also
reflect the importance of the European presence in the Maghreb and decolonization. Finally,
Pierre Guichard highlights the growing role of archaeology, in which numerous French
researchers have been involved, with the assistance of the Casa de Velázquez. Archaeology has
considerably enriched the fund of knowledge and has generated hypotheses for future research.
Pierre Guichard gives an account of the latest research on the subject within this general
framework.

En 1976 el libro de Pierre Guichard Al-Andalus. Estructura antropológica de una sociedad islámica en
Occidente transformó de forma decisiva la historiografía de la España musulmana. En este trabajo,
el autor estudia los pasos previos de sus propias contribuciones, las pistas que ha abierto y
también las críticas recibidas. La recuperación de la palabra al-Andalus implica una restricción: de
hecho descarta el estudio de los musulmanes bajo dominio cristiano y de los moriscos. Sin
embargo, permite superar una historiografía excesivamente nacionalista y plantear
problemáticas propias de una dominación política, territorial y social islámica. La historiografía
francesa y española corren parejas en su exploración paralela o común de al-Andalus. Las
antiguas relaciones científicas entre personalidades relevantes han cuajado en relaciones
institucionalizadas entre centros de investigación. También reflejan la importancia de la
presencia europea en el Magreb, y la descolonización. Por fin, Pierre Guichard subraya el papel
creciente de la arqueología que ha implicado a numerosos investigadores franceses con la ayuda
de la Casa de Velázquez. La arqueología ha enriquecido de forma notable los conocimientos
disponibles y ha generado hipótesis de futuros trabajos. Dentro de este marco general, Pierre
Guichard hace un balance de las últimas investigaciones en la materia.

AUTEUR
PIERRE GUICHARD
Université Lumière - Lyon II
204

Le séminaire parisien de Pierre


Vilar
The Paris seminar of Pierre Vilar
El seminario parisino de Pierre Vilar

Bernard Vincent

1 Rosa Congost et Jordi Nadal rappellent ici même l’influence exceptionnelle de Pierre Vilar
sur l’histoire espagnole, sur le monde intellectuel espagnol et, serait-on tenté de dire, sur
la société espagnole – à travers la société catalane – tout entière, surtout des années 1960
aux années 1980. Aux multiples preuves ou exemples que l’on peut accumuler, j’en
ajouterai trois dont j’ai été le témoin. Le 20 décembre 1968, Pierre Vilar donna à la Casa de
Velázquez une conférence intitulée « Histoire générale et histoire économique » qui attira
beaucoup d’auditeurs parmi lesquels Ramón Carande, José Antonio Maravall, Antonio
Domínguez Ortiz, Gonzalo Anes, José Luis Sampedro, etc. Dans une période où la tension
était forte – l’état d’exception allait être déclaré quelques jours plus tard par Franco –, la
présence de l’historien français était un événement1. Entre le 17 et le 21 décembre 1984
eut lieu le premier congrès d’histoire moderne catalane à Barcelone. Pierre Vilar était
naturellement présent et Pasqual Maragall, le maire de la ville, tint à avoir un entretien
avec lui. Enfin, en novembre 1998, à l’occasion du congrès Felipe II y el Mediterráneo, réuni à
Barcelone, Jordi Pujol fit un discours de clôture où il souligna ses liens étroits à la science
historique, se présentant comme un disciple de Pierre Vilar.
2 Il ne fait pas de doute que Pierre Vilar a été l’hispaniste français le plus lu par une et
même deux générations d’Espagnols. Seule sans doute l’œuvre de Marcel Bataillon a
éveillé un écho similaire. Mais alors que l’on peut s’interroger sur les raisons du
détachement opéré depuis quelques années par rapport à l’œuvre vilarienne, il convient
aussi d’évaluer la place de l’enseignement de Pierre Vilar à Paris. Elle n’est pas l’aspect le
plus connu de l’activité de l’auteur de La Catalogne, au point que court parfois l’idée d’une
faible attention portée aux travaux de Vilar en France, Il y a à cela en apparence quelques
raisons. La vie de Pierre Vilar a, on le sait, été singulièrement marquée par les grandes
commotions de la première moitié du XXe siècle : la Guerre civile espagnole l’a éloigné de
son poste barcelonais et de ses sources, la seconde guerre mondiale l’a privé de liberté.
205

Ces événements, et une mesure administrative brutale qui l’obligea à abandonner


l’Institut français de Barcelone en 1948, paralysèrent la recherche et empêchèrent un
développement harmonieux de sa carrière. De surcroît celle-ci fut, dans une première
phase, très espagnole. De 1933 à 1948, Pierre Vilar a, outre ses cinq années de captivité,
passé neuf ans en Espagne (École des Hautes Études Hispaniques et Institut français de
Barcelone) et seulement trois en France (au lycée de Sens et au lycée Carnot de Paris). Et
si, nous allons le voir, la deuxième étape a été française, les liens avec l’Espagne sont
restés très étroits. Les échanges épistolaires avec nombre d’amis, les voyages fréquents
effectués dans la péninsule Ibérique et au premier chef à Barcelone, que l’historien aime
sentir vivre depuis l’hôtel Colón, situé face à la cathédrale, les visites régulières à Paris ou
à Montero, au Pays Basque français, de Josep Fontana, Jordi Nadal ou Ernest Lluch pour ne
citer que quelques noms, les rencontres parisiennes avec les Espagnols de l’exil comme
par exemple Claudio Sánchez Albornoz, sont autant d’aspects de cette réalité.
3 À ces faits s’est ajoutée la très singulière diffusion d’une partie de l’œuvre. Pierre Vilar n’a
jamais manifesté de zèle à faire connaître ses travaux. Nombre de ses manuscrits lui ont
été arrachés par ses amis et élèves, qui souvent se sont chargés de la publication. Et, dans
cette démarche, les disciples espagnols ont largement précédé les disciples français. Ainsi
Crecimiento y desarrollo, qui regroupe onze essais des plus importants, vit le jour à
Barcelone en 1964. Il fallut attendre 1982 pour la publication d’Une histoire en construction :
approche marxiste et problématique conjoncturelle, volume aux caractéristiques similaires ;
ainsi encore Oro y moneda en la historia (1450-1920) fut-il publié en 1969 à Barcelone et
seulement en 1974 à Paris.
4 Que la pensée vilarienne ait eu une influence plus intense à Barcelone et Madrid qu’à
Paris, cela ne fait pas de doute. Pour autant il ne faut pas sous-estimer l’étendue de sa
réception en France. Tout d’abord, l’Histoire de L’Espagne parue en 1947 dans la collection
« Que sais-je ? » a connu un considérable succès. La quatrième édition date de 1958, la
cinquième de 1962 et la vingtième de 2001. Elle a été passionnément lue par tous ceux –
nombreux, puisque 175.000 exemplaires ont été vendus à ce jour – qui voulaient
comprendre l’histoire d’un pays qui paraissait alors à la fois si proche et si lointain.
Ensuite, Pierre Vilar put enfin, à partir des années 1950, donner toute sa mesure dans le
domaine de l’enseignement. En effet, après un séjour d’un an et demi au CNRS puis un
ultime poste dans l’enseignement secondaire, au lycée Montaigne de Paris, il fut nommé
en 1951 directeur d’études à l’École Pratique des Hautes Études (VIe section).
5 Pierre Vilar fut élu par ses pairs lors de la réunion du conseil de l’EPHE du 10 décembre
1950. Une commission d’histoire destinée à étudier les candidatures avait été
préalablement composée. Ernest Labrousse la présidait et Fernand Braudel en était le
secrétaire ; avec eux siégeaient Gernet, Maurice Lombard, Charles Morazé, Petot et Pierre
Renouvin. Après le rapport de Fernand Braudel, un seul des 21 suffrages manqua à Pierre
Vilar. Avec lui furent élus deux autres historiens, Jean Meuvret et Paul Leulliot, ainsi que
Ruggiero Romano à titre étranger. Une élection si consensuelle montre à elle seule quel
était le crédit du candidat auprès des chercheurs français en sciences sociales, et des
historiens en particulier. Dans un entretien qu’il a accordé en 1992 à Jean Boutier, Pierre
Vilar rappelle que si, à l’origine, il a été géographe, il n’a cessé d’avoir des liens privilégiés
avec les historiens et en particulier, lors de son séjour à l’École Normale Supérieure, avec
Jean Bruhat, Henri-Irénée Marrou et Alphonse Dupront2. Et de fait, l’enseignement
parisien de Pierre Vilar eut dès lors un écho considérable. Le lien principal en fut le
séminaire de la VIe section, qu’il anima de manière presque ininterrompue de 1951 à 1988.
206

Au séminaire s’ajoutèrent les nombreuses interventions à l’École Normale Supérieure de


la rue d’Ulm et à partir de 1963 son enseignement à l’Université de Clermont-Ferrand,
puis de 1965 à 1976 à la Sorbonne, où il a succédé à Ernest Labrousse à la chaire d’histoire
économique. Si cet enseignement a eu un début tardif, il n’en a pas moins marqué
profondément de très nombreux historiens, en particulier entre la parution, en 1962, de
La Catalogne dans l’Espagne moderne et le moment de la retraite, survenu en 1976.
6 Le séminaire de la VIe section a donc été le lieu pivot des recherches de Pierre Vilar. Bien
entendu, il a eu, entre autres fonctions, celle de l’accueil et de la formation de chercheurs
espagnols et latino-américains et celle de l’examen de questions d’histoire espagnole.
Celles-ci étaient d’autant plus importantes dans les années 1950 que Vilar était, à Paris,
presque seul à s’y consacrer alors même que la demande « hispanique » était pressante.
Fernand Braudel avait bien des relations privilégiées avec Felipe Ruiz Martín, Alvaro
Castillo ou Nicolas Cabrillana mais ses contacts avec l’Italie étaient alors autrement plus
intenses. Nous avons une bonne illustration du rôle de Vilar en ce domaine grâce aux
comptes-rendus que lui-même a fidèlement donnés des travaux de son séminaire. Très
souvent, il établit la liste annuelle des participants assidus. Ainsi sont mentionnés au fil
des années des Espagnols – Gonzalo Anes Álvarez, Carmen Batlle, Francisco Bustelo, Irene
Castells, Aron Cohen, Luis García Ballester, Ernest Lluch, Borja de Riquer, Núria Sales,
Nicolás Sánchez Albornoz –, des Latino-Américains – comme la Vénézuélienne Nidia
Cárdenas, les Péruviens Héctor Bonilla et Pablo Luna, l’Uruguayen Carlos Rama et le
Chilien Álvaro Jara. Les hispanistes français ou relevant d’autres nationalités n’ont pas été
en reste : Renato Barahona, Jean-Pierre Berthe, Guy Bourdé, Lucienne Domergue, Jacques
Maurice, Joseph Pérez, Nathan Wachtel, Michel Zylberberg.
7 Mais l’audience du séminaire allait bien au-delà du milieu hispaniste. Dans ses
chroniques, Pierre Vilar cite la présence d’André Berelowitch, Louis Bergeron, Michel de
Certeau, François Furet, Jacques Girault, Maurice Godelier, François Hincker, Dominique
Julia, Jacques Le Goff, Rémi Pech, Jean-Claude Perrot, Gilles Postel-Vinay, Denis Richet,
Jacques Rougerie, Lucette Valensi, Denis Woronoff, etc. De la sorte, le séminaire a réuni
durablement des chercheurs d’horizons très différents et aux intérêts très divers.
8 La démarche de Pierre Vilar incitait à cette concentration. Le séminaire, programmé
initialement sous le titre « Histoire et statistiques économiques », figura longtemps à côté
des séminaires de Jean Meuvret, Pierre Goubert, Jean Bouvier, Pierre Jeannin, François
Furet, Emmanuel Le Roy Ladurie... dans un ensemble intitulé, de manière significative :
« Histoire générale et histoire sociale ». L’une de ses principales et constantes
caractéristiques a été de placer les réflexions et les travaux de son animateur sur le
monde espagnol moderne et contemporain dans une perspective d’histoire générale ou,
pour employer le vocabulaire de Pierre Vilar, d’histoire totale. Les titres des séquences
annuelles en témoignent imparfaitement car si « Les études sur la pensée économique
espagnole (1955-1958) » ou « L’analyse historique des relations entre croissance
économique et structures sociales (le cas de la Catalogne du XVIIIe siècle) » de 1959-1960
sont explicites, derrière l’énoncé de 1961-1962, « Rapports entre structures et
conjonctures économiques et pensée économique naissante » se cache l’analyse de textes
d’économistes ou de théologiens-économistes du XVIe siècle espagnol tels que Martín de
Azpilcueta, Domingo de Soto, Tomás de Mercado et surtout le Memorial para que no salgan
dineros de España de Luis Ortiz. Et à propos des « Recherches historiques sur la notion
d’accumulation » de 1963-1964, le point de départ a été l’utilisation des comptes d’une
exploitation agricole catalane pendant dix ans (1761-1772) et de la correspondance
207

concernant la maison de commerce Alzina, dont l’activité s’exerce entre Catalogne et


Amérique.
9 Pourtant les références de Vilar n’ont cessé d’être multiples. Quand il aborde le
mercantilisme, il examine aussi bien les traités de Montchrestien et de Laffemas ou ceux
de Mun et de Josiah Child que des auteurs espagnols et quand il s’agissait des sciences
sociales en général, il s’intéresse à François Perroux et à Kusnetz, à Ricœur et à Althusser,
à Schumpeter et Keynes, à North et à Fogel, à Akerman et à Poulantzas. De même, Vilar se
montra toujours attentif à tous types de travaux récemment publiés : le séminaire
examina en 1960-1961 l’étude de Guillermo Lohmann Villena sur le rôle de la famille
Espinosa dans la conquête du Pérou et, l’année suivante, celle de Miguel Artola sur les
origines de l’Espagne contemporaine, mais tout autant, en 1965-1966, celle de Richard
Cobb sur les armées révolutionnaires françaises de 1793 ou, en 1966-1967, celle de Clark
sur guerre et société au XVIIe siècle. Enfin les intervenants ponctuels n’appartenaient pas
davantage au seul monde hispanique ou hispaniste. Si Fabián Estapé put, dès 1960,
présenter les projets de développement économique de l’Espagne de l’époque franquiste,
Joseph Pérez dès 1964 ses recherches sur les Comunidades et Richard Herr dès 1972 celles
qu’il menait sur la désamortisation, François Furet, en 1963, fit un exposé sur l’entreprise
Oberkampf et en 1970, Holmes traita de « structure régionale et résolution industrielle » à
partir d’exemples anglais. Dans le cadre du séminaire fut organisé, en 1967-1968, un
colloque sur la notion de société féodale qui réunit Claudio Sánchez Albornoz, Boris
Porchnev, Roland Mousnier, Ernest Labrousse, Jean Meuvret, Jacques Le Goff...
10 Le séminaire fut un lieu d’échanges intellectuels exceptionnel. Les participants eurent la
chance de voir émerger de nombreux textes importants de Pierre Vilar. En 1956, le Temps
du Quichotte ; en 1960, Croissance économique et analyse historique, destiné au Congrès de
Stockholm ; en 1961, Les primitifs espagnols de la pensée économique : quantitativisme et
bullionisme ; en 1967, Histoire économique et économie rétrospective ; sans oublier La Catalogne,
qui y prit forme progressivement. Ils virent s’exprimer une pensée pour laquelle tous les
observatoires étaient bons, pour peu qu’ils fussent bien instrumentalisés par les
praticiens. De la comptabilité d’une entreprise agraire ou industrielle à l’Empire espagnol
en passant par la région (ou par la nation) catalane, Vilar a joué de toutes les échelles.
Pour cela aussi, son enseignement attirait. Aussi a-t-il été à la fois un des maîtres de
l’histoire espagnole et de l’histoire française du XXe siècle3.

ANNEXES

Annexe. Vingt-cinq ans de séminaire : les thèmes

Structures économiques et histoires nationales dans la formation du capitalisme


1951-1952
moderne.
208

Structures sociales et problèmes nationaux (XIX e-XXe siècles). Procédés d’analyse


1952-1953
des structures sociales.

Structures sociales et problèmes nationaux : bourgeoisies et nations. Recherches sur


1953-1954
la notion des rapports de production.

Études sur la formation de la bourgeoisie en Espagne et en France (XVIII e siècle).


1954-1955
Recherches sur la notion des rapports de production.

Études sur la pensée économique espagnole (XVI e-XVIIe siècles). Histoire et


1955-1956
marxisme devant la pensée contemporaine.

La pensée économique espagnole des XVI e et XVIIe siècles. Les rapports de l’histoire
1956-1957
et du marxisme dans la pensée contemporaine.

Études sur la pensée économique espagnole (XVI e-XVIIe siècles). Analyse


1957-1958
économique et analyse historique ? Études critiques.

1958-1959 Les notions de croissance, de stagnation et de déclin.

Analyse historique des relations entre croissance économique et sociale (le cas de la
1959-1960
Catalogne au XVIIIe siècle). Croissance et développements économiques inégaux.

1960-1961 Études sur l’Espagne contemporaine. Croissance économique et analyse historique.

Rapports entre, d’une part, structure et conjoncture économiques et, d’autre part,
1961-1962 pensée économique naissante. Études des entreprises comme élément de l’histoire
économique.

1962-1963 Mercantilisme et nation. Libéralisme et nation.

1963-1964 Recherches historiques sur la notion d’accumulation.

Critique historique des sociologies de la guerre : application à la guerre de


1964-1965
l’Indépendance espagnole (1808-1814).

1965-1966 Critique historique des sociologies de la guerre (I).

1966-1967 Critique historique des sociologies de la guerre (II).

1967-1968 L’historien devant la notion de structure.

1968-1969 Relations entre théorie et pratique dans la recherche historique.

1969-1970 Méthodes d’analyse des phénomènes de luttes de classes.

1970-1971 Théorie et pratique dans la recherche historique : l’analyse des luttes des classes.

1971-1972 La question nationale.

1972-1973 La problématique classes-nations.

1973-1974 [Pas de données].


209

1974-1975 Analyse historique des dépendances.

NOTES
1. La conférence du 20 décembre 1968 a été publiée sous le titre « Histoire économique et histoire
générale », Moneda y Crédito, 168, mars 1969, pp. 3-21. Elle a fait aussi l’objet d’une analyse de
Pierre CONARD et Bernard VINCENT, « Histoire et sociologie : à propos de deux tables-rondes à la
Casa de Velázquez », Mélanges de la Casa de Velázquez, 5, 1969, pp. 479-501.
2. « La mémoire vive des historiens », entrevue avec Jean Boutier (avril 1992) dans Dominique
JULIA et Jean BOUTIER (éd.), Passés recomposés. Champs et chantiers de l’histoire, Paris, Autrement,
1993, pp. 264-293.
3. Je remercie Mme Brigitte Mazon, archiviste de l’École des Hautes Études en Sciences Sociales,
qui a mis à ma disposition le dossier des séminaires de Pierre Vilar.

RÉSUMÉS
L’importance de Pierre Vilar dans l’historiographie espagnole a occulté son influence en France.
À l’École Pratique des Hautes Études, de 1951 à 1976, il a animé un séminaire où la présence
d’historiens tant espagnols que français ou d’autres nationalités a permis des débats féconds.
Soucieux de toujours associer sa recherche sur la Catalogne et l’Espagne à un cadre théorique,
mais aussi géographique, plus vaste, Pierre Vilar a aussi été un maître en France

The influence of Pierre Vilar in Spanish historiography has outshadowed his influence in France,
the country where he taught. From 1951 to 1976, Vilar directed a seminar at the École Pratique
des Hautes Études, which was attended by historians from France, Spain and other countries. The
debates were highly productive. Pierre Vilar always managed to extract theoretical lessons from
his research on Catalonia and Spain and to place it within a wider geographical context. In this
sense he was an exemplary teacher

La influencia de Pierre Vilar en la historiografía española ha ocultado su influencia en Francia


donde ejerció su magisterio. Desde 1951 hasta 1976, el historiador dirigió un seminario en la
École Pratique des Hautes Études, al que acudían historiadores españoles y franceses y de otros
países. Los debates eran fecundos. Pierre Vilar siempre supo hacer coincidir sus investigaciones
sobre Cataluña y España con una reflexión teórica, y también con un marco geográfico más
amplio. Por eso fue un maestro ejemplar

AUTEUR
BERNARD VINCENT
École des Hautes Études en Sciences Sociales, Paris
210

La influencia de la obra de Pierre


Vilar sobre la historiografía y la
conciencia española
L’influence de l’œuvre de Pierre Vilar sur l’historiographie et la
conscience espagnoles
The influence of the work of Pierre Vilar on spanish historiography and
Spanish consciousness

Rosa Congost y Jordi Nadal

Pierre Vilar y España


El momento decisivo: la elección de Cataluña como objeto de
estudio

1 París, 1927. Un joven estudiante de Geografía e Historia prepara sus estudios


universitarios en el ambiente privilegiado de l’École Normale Supérieure; siente cierta
inquietud, porque sabe que antes de finalizar el curso ha de decidir «su» tema de
investigación. Más atraído por la geografía que por la historia, busca un espacio-región
para analizar y reflexionar. En un principio, todo parece apuntar a un retorno a su
Languedoc natal. Y el tema de investigación parece también bastante evidente: la
viticultura. Pero un geógrafo prestigioso, Maximilien Sorre, sugiere al joven Pierre Vilar,
inesperadamente, el estudio de otra región, industrial, y no francesa: la región de
Barcelona. Pierre Vilar ha recreado aquel momento decisivo, que se produjo durante una
excursión de profesores y estudiantes de geografía:
En un rincón de una mesa de uno de estos albergues, Maximilien Sorre me dijo un
día: «He estudiado Cataluña, sus montañas, sus campos. Pero entre los Pirineos y el
mar existe una Cataluña industrial. Por qué usted, que está buscando un tema de
investigación, no estudia el sentido de esta industria? Sus orígenes, sus causas, su
situación actual. Nosotros le facilitaríamos los medios para la investigación», Y así
211

supe que pasaría el mes de septiembre de 1927 entre el Mediterráneo y los Pirineos 1
.
2 La elección contó con la aprobación de Albert Demangeon, el profesor de geografía,
colaborador de Lucien Febvre, que más había influido en el joven Vilar y que sería el
director de su trabajo. Cataluña sorprendería muy pronto a Pierre Vilar. El idioma, en
primer lugar. Nadie había advertido a Vilar de la vitalidad de la lengua catalana. A Vilar
no le sirvió su referente más próximo, la lengua que casi ya no se hablaba en el
Languedoc. Es cierto que su abuela apenas sabía hablar francés; pero por esta misma
razón, ha recordado Vilar, hablaba muy poco en una casa familiar donde el francés se
había convertido en la única lengua que hablaban los hijos con los padres. En Cataluña, en
cambio, muy pronto frecuentó a jóvenes intelectuales que leían los últimos éxitos
editoriales de Francia pero los discutían en catalán y se interesaban tanto por sus
orígenes occitanos como por la educación elitista de la École Normale Supérieure de París.
Pierre Vilar ha recordado sus primeras impresiones cuando, en 1927, llegó a Barcelona:
Mi primera mirada sobre el mundo barcelonés me reveló pronto, sin que yo la
hubiera buscado, una realidad diferente de la que exponían orgullosamente los
optimistas oficiales. Realidad de orden psicológico, pero muy sorprendente, y que
me obligó a considerar bajo una nueva luz aquello que se llamaba el «catalanismo»,
o el «autonomismo» de los catalanes2.
3 Y no sólo esto, entre los industriales y hombres de negocios con los que tuvo que
relacionarse para llevar a cabo su investigación sobre la industria catalana había poetas y
literatos:
Entre los rasgos sorprendentes, divertidos a veces, de los medios económicamente
dirigentes, constaté los lazos continuamente perceptibles entre estos medios y el
movimiento intelectual. Entre los que visité, industriales, comerciantes de cierta
importancia, raros eran los que no fuesen poetas o folkloristas, escritores o
pintores, o los que no frecuentasen el Ateneu. Y como que estaban muy
predispuestos a colocar sus aficiones o su mecenazgo por encima de su actividad
económica o de su técnica, sus temas de conversación pronto coincidían con los de
mis amigos universitarios o historiadores. El secretario de la Unión Metalúrgica era
el poeta Alexandre Plana; el de la Federación Textil, Caries Pi i Sunyer, futuro
ministro de la República y futuro alcalde de Barcelona, escribía sus admirables
ensayos sobre «las aptitudes económicas» de su país, cuyas notas eruditas eran para
mí valiosísimas. En la Cámara de Comercio, Bartolomé Amengual entremezclaba
citas románticas con sus pertinentes observaciones sobre el Puerto Franco. Y a la
inversa, yo sabía que el filólogo Pompeu Fabra tenía título de ingeniero, que el
arquitecto Puig i Cadafalch, arqueólogo de fama mundial, había presidido la
Mancomunitat en nombre de un partido «regionalista» cuyos vínculos con la alta
burguesía no se ocultaban, que el historiador del derecho Valls i Taberner, director
del Archivo de la Corona de Aragón, político «regionalista» también, estaba ligado
por vínculos familiares a la industria de las zonas montañosas de Cataluña, de la
que no se daba de menos informarme. Así pues, el «catalanismo» intelectual no
podía separarse de la opinión, de la acción de las clases materialmente influyentes 3.
4 El resultado de su primera estancia en Barcelona es un trabajo consagrado a la vida
industrial en la región de Barcelona, su maîtrise, es decir su tesis de licenciatura, que fue
publicada, en forma de artículo, el 1929 en la revista Annales de géographie. El geógrafo Pau
Vila publicó una elogiosa reseña de este trabajo en La Publicitat en octubre del mismo año,
calificándolo de «estudio de geografía económica». Más tarde, Vilar, ya graduado, obtiene
una beca de la Casa de Velázquez y regresa a España, con el objeto de profundizar en el
tema y realizar su tesis doctoral. A partir de esta visita, y ya definitivamente acompañado
de Gabriela Berrogain, a quien había conocido en Madrid en 1930, entrará en contacto con
212

otras realidades españolas –Madrid, Las Hurdes– ampliando así sus conocimientos sobre
la realidad española y, al mismo tiempo, sobre la especificidad de Cataluña.
5 La proclamación de la Segunda República la vivió en Barcelona; cuando hacía muy poco
que se había instalado (de acuerdo con la Casa de Velázquez) en la capital catalana. En
este ambiente de la Cataluña republicana, entre 1931 y 1936, el período más largo en que
ha residido de forma continuada en Cataluña, Vilar escribió y publicó sus primeros
trabajos, siete en total. Uno de estos artículos, que lleva por título «Barcelona», refleja la
actividad de Vilar como «guía» de un grupo de estudiantes franceses de geografía.
También las reflexiones sobre el puerto de Barcelona responden a un encargo oficial. Los
artículos sobre la industria del corcho y sobre los transportes, en cambio, fueron escritos
siguiendo una sugerencia de Marc Bloch, para las revistas Annales d’histoire économique et
sociale y Annales de géographie. Pero desde el punto de vista de la evolución intelectual de
Vilar tal vez merezca la pena destacar el artículo sobre la utilización hidroeléctrica de los
ríos españoles, presentado en el Congreso Internacional de Geografía, en 1931. Por aquel
tiempo Vilar empezaba a preparar, como segunda tesis, un trabajo sobre la utilización de
las cuencas hidráulicas. Le interesaba ver hasta que punto «el hombre podía actuar,
modificar e intervenir en la naturaleza». Pero este proyecto –que había significado un
primer contacto con el ingeniero Lorenzo Prado– quedó interrumpido por la Guerra Civil.
6 ¿Por qué fue tan decisivo este primer contacto de juventud de Pierre Vilar con Cataluña y
España? Algunos compañeros de promoción de Vilar, como Aron y Sartre, también
viajaron al extranjero para culminar sus estudios, pero sus estancias en Alemania no
condicionarían de un modo tan decisivo y tan evidente su obra intelectual futura. En el
caso de Pierre Vilar es evidente que esta aventura de juventud marcó su obra de madurez.
Desde entonces, es decir, desde sus primeros escritos, sus reflexiones y sus intereses
tuvieron siempre presente a Cataluña. Constituye la mejor prueba de ello el predominio –
y la continuidad– de los temas catalanes en sus publicaciones. Por ejemplo, antes de la
publicación de su tesis doctoral, diecisiete trabajos de los treinta y tres firmados por Vilar
ya contenían claras referencias a Cataluña en su mismo título; la proporción se
mantendría a lo largo de su vida. Entre 1980 y 1990, por ejemplo, treinta títulos sobre
cincuenta cumplen el mismo requisito. Por otro lado, el hecho de que progresivamente
haya publicado más en España que en Francia (antes de 1962, sólo 3 títulos sobre 33; en la
década de los ochenta, 29 sobre 50) y, por lo tanto, que muchos de sus artículos traducidos
al catalán y al español no hayan sido nunca publicados en francés es un indicio claro de
que la influencia de la obra de Vilar ha sido mucho mayor en España que en Francia. Es
sintomático, por ejemplo, que los editores franceses, tan amigos de los libros de memorias
y del género de la «egohistoria», no se hayan interesado por la publicación del libro Pensar
históricamente que Pierre Vilar dictó a los ochenta y ocho años.
7 La continuidad e insistencia en los temas españoles –y en particular en los temas
catalanes– de la obra de Vilar resulta más relevante si tenemos en cuenta la evolución, de
la geografía a la historia, del pensamiento de Vilar. Hasta 1936, como hemos dicho, sus
trabajos de investigación y sus publicaciones fueron, básicamente, estudios de geografía.
Acabada la segunda guerra mundial, Pierre Vilar regresa a Barcelona para reanudar su
investigación sobre Cataluña, concebida ya como un trabajo de investigación histórica.
Paralelamente, escribió su Histoire d’Espagne, para la colección «Que sais-je?», que ve la luz
en 1947. En 1948 es expulsado de España, pero ello no impide que Pierre Vilar prosiga la
redacción de su tesis doctoral sobre Cataluña y España, en Francia, y consolide su proceso
de hispanización con diversas aportaciones.
213

8 La secuencia del proceso que acabamos de describir explica que entre las amistades
establecidas antes de la guerra hubiera más geógrafos –Pau Vila, Gonzalo de Reparaz– y
economistas –Carles Pi i Sunyer– que historiadores. Ferrán Soldevila y Jaume Vicens Vives
no entrarán en contacto con Pierre Vilar hasta después de la segunda guerra mundial,
cuando Vilar ya era conocido por la publicación de su pequeña Histoire d’Espagne. Pero
para escribir esta obra, cuya difusión sería prohibida en España, y que por eso mismo
puede ser catalogada de obra de introducción a la democracia, Pierre Vilar ha reconocido
en diversas ocasiones sus deudas hacia Rafael Altamira, un historiador que admiraba pero
que nunca llegaría a conocer personalmente. El conocimiento de la obra de este
historiador facilitará las primeras relaciones con Jaume Vicens Vives después de 1945. Sin
olvidar en este punto la importancia de un hombre que sí había conocido Pierre Vilar en
su primera etapa e incluso antes de su llegada a Barcelona, y que ejercería su mayor
influencia en la Universidad de Barcelona después de 1945: Luis García de Valdeavellano.
Habrá que hablar de él más adelante.

La formación como historiador

9 De los ocho primeros trabajos que publicó el Pierre Vilar de menos de treinta años, dos
tienen carácter histórico y, en cierta medida, historiográfico. Uno se refiere a Capmany y
su pensamiento, y el otro a la «historia social de Cataluña». Su artículo sobre Capmany,
publicado por primera vez en el Butlletí del Centre Excursionista de Catalunya, fue reeditado
en 1973 en el libro Assaigs sobre la Catalunya del segle XVIII. Este mismo año Vilar presentó
una comunicación en el Congreso de Hispanistas celebrado en Dijon con el título «Antonio
de Capmany: des lumières et des ombres». Esta coincidencia puede servir de ejemplo de la
coherencia temática de la obra de Vilar, que empezaba esta comunicación con un
elocuente y sincero: «Il y a quarante-cinq ans que je vis avec Capmany»4.
10 El segundo artículo de carácter histórico fue publicado con motivo del Congreso de
Historia del Derecho de 1935; la reseña de este congreso le lleva a reflexionar sobre las
relaciones entre Historia y Derecho, avanzando unas sugerentes hipótesis sobre la
historia medieval de Cataluña, que también demostrarán su fecundidad años más tarde,
en La Catalogne, y unas preocupaciones teóricas que se hallarán definitivamente
plasmadas cuarenta años más tarde en su comunicación «Historia del Derecho, Historia
Total», presentada en Granada en el primer Coloquio Internacional de Historia del
Derecho en 19735, Queremos indicar con ello que muchas de las reflexiones del
historiador maduro arrancan de las inquietudes del joven geógrafo.
11 El prefacio de La Catalogne –que hoy podría ser catalogado como un ensayo de
«egohistoria»– responde a la necesidad que sintió Vilar de explicar el proceso y las
circunstancias en que había desarrollado su investigación y su método de reflexión. Por el
hecho de que «El historiador está dentro de la historia...»6, así empieza este texto. En él,
Pierre Vilar va desgranando su evolución intelectual y desvela el paso gradual que le lleva
de la geografía a la historia. Se decidió por la formación de geógrafo porque le parecía la
mejor manera de acercarse a los grandes problemas contemporáneos (economía, pero
también colonización y civilizaciones lejanas). Vilar sitúa la búsqueda de una ciencia que
fuera a la vez historia y geografía humana7 en sus recuerdos de normalien. El proceso y las
circunstancias que habían convertido al geógrafo Pierre Vilar, preocupado por los
fenómenos contemporáneos y las visiones amplias, en el historiador Pierre Vilar,
defensor de un programa de análisis histórico basado en la necesidad de concebir la
214

realidad histórica como un todo, tenían relación con la compleja realidad psicológica,
sociológica, económica catalana. Por esto sus reflexiones teóricas, en las que suele abogar
por los estudios de caso, y la propia reivindicación de la Historia Total tendrá casi siempre
como referente sus investigaciones sobre Cataluña y España.

La obra de Pierre Vilar


12 Los numerosos títulos firmados y publicados por Pierre Vilar (la lista fue publicada en
Recerques8), pueden ser clasificados en tres grandes apartados: obra de investigación
propiamente dicha, obras de reflexión teórica-epistemológica y obras de síntesis y
divulgación. Esta clasificación facilita la presentación de sus libros más significativos, que
proponemos en la bibliografía final de este artículo. Muchos de estos títulos obtuvieron
en su momento un gran éxito de ventas. Es pues innegable el impacto de estas obras en la
historiografía española y latinoamericana.
13 La influencia de Pierre Vilar ha sido indiscutible en cada uno de los apartados propuestos.
Para entender este triple éxito, es preciso hacer explícito uno de los caracteres más
originales de la obra de Vilar: los estrechos y sólidos lazos que unen en su caso la
reflexión teórica y la investigación empírica. Esta interacción no sólo caracteriza la obra
de Vilar (la frecuencia con la que el caso catalán ilustra sus trabajos de reflexión teórica
constituye la mejor prueba de ello) sino también la forma de percibir su obra (por
ejemplo, el impulso renovador que La Catalogne supuso en el conjunto de la historiografía
española, reconocido explícitamente en el volumen colectivo de homenaje a Pierre Vilar
España en el siglo XVIII que editó Roberto Fernández).

Cataluña en la España moderna

14 Al analizar la obra de Pierre Vilar conviene que nos detengamos en su obra mayor, su
tesis doctoral: los tres volúmenes (cuatro en la edición catalana) de La Catalogne dans
l’Espagne moderne. En primer lugar, porque una tesis doctoral leída a los cincuenta y seis
años bien puede ser considerada la obra culminante de un historiador; en segundo lugar,
porque en esta obra, sobre todo en su largo prefacio y en su significativa introducción,
Pierre Vilar se refiere explícitamente a su concepción de la historia en el momento de
escribirla.
15 Hay una tercera razón. En los manuales de historiografía francesa, la obra es
sistemáticamente calificada como una tesis de historia regional de las muchas que
proliferaron bajo la órbita de Labrousse. Se sobreentiende que estas tesis consistían en la
mera aplicación del modelo labroussiano a distintas realidades regionales. Pero aunque
Vilar nunca ha negado su gran admiración hacia el maestro francés, es evidente que su
tesis no encaja en esta tipología, y no sólo porque analiza un espacio geográfico no
francés. ¿Es necesario recordar que la obra había sido empezada y concebida mucho antes
de que Vilar «se hiciera» historiador? En el prefacio de la obra, Vilar resumió el proceso
complejo y dinámico de continua interacción entre el presente vivido y su formación
intelectual que significó la elaboración de su obra:
Podría decir, en pocas palabras, que sin la Guerra Civil española esta obra habría
sido probablemente una clásica tesis de «geografía regional». Sin la guerra mundial
y cuatro años de cautiverio, se habría centrado en un estudio de historia económica
coyuntural. Sin la medida que me hizo regresar de España, donde daba clases en el
215

Instituto Francés de Barcelona, en 1948, se habría beneficiado más de prisa y más


ampliamente de las encuestas que había vuelto a realizar, Pero se habría construido
menos sistemáticamente en función del problema histórico de la «nación», del
problema económico del «crecimiento» y del «despegue», que las enseñanzas
impartidas por mí en la École Pratique des Hautes Études de Paris me permitieron
volver a pensar y profundizar9.
16 En este mismo prefacio, Labrousse se halla presente, pero no como director y diseñador
del proyecto, sino casi como compañero de viaje en la ardua tarea de convertir al lenguaje
histórico las reflexiones de Simiand y otros sobre la necesidad de estudiar
sociológicamente los fenómenos económicos. Era una manera común de participar del
gran movimiento renovador de la historiografía de la década de los treinta. Todo hubiera
sido distinto si la obra de Vilar no hubiera continuado animada por el espíritu que
«conduce al historiador al camino de lo concreto», que «coloca al observador en los
límites de su campo de observación y toma para él la medida de éste», y que «no da a
priori las "constantes" de ningún problema»:
Si no hubiera contemplado los sótanos de las viejas casas barcelonesas, medido las
«barques de mitjana» sobre las playas de la Marina, seguido el itinerario de los
carromateros que transportaban fardos de indianas, barriles de granza y monedas
de oro, fotografiado las masías del Vallés y los molinos de papel de Carme y
Capellades, comparado el Urgell de regadío con el Urgell árido y con el desierto de
los Monegros, pasado diez veces por el puerto de la Bonaigua y descubierto, en lo
más recóndito de los Pirineos, los altos campanarios de Boí, ¿habría comprendido
algo del informe del doctor Santpons sobre el hacinamiento humano en la
Barcelona de 1780, de las cuentas de los patrones de barca de Canet y de Calella, de
las facturas del comerciante-fabricante Alegre a sus transportistas, del viaje de
Young, de las notas de Zamora, de la «Carta» de Caresmar e incluso, simplemente,
de los hermosos libros que ayer nos brindó Ramon d’Abadal sobre la Cataluña
carolingia o el abad Oliva?10
17 Sin este espíritu, que Vilar define como «espíritu de geógrafo», tal vez Vilar hubiera sido
insensible a los cambios que en 1936 le anunciaron «la exigencia de una historia
coyuntural». En el prefacio de La Catalogne, Vilar explica como se le «revela» una historia
nueva, que requería otorgar una especial importancia a la precisión en el tiempo y
preocuparse de la estricta cronología. Una corriente general de pensamiento proponía la
observación histórica del «movimiento general de los precios» y, en general, de las
«coyunturas». En el prefacio cita cuatro obras fundamentales: de Simiand, Le salaire,
révolution sociale et la monnaie (1932), de Labrousse, Esquisse du mouvement des prix et des
revenus en France au XVIIIe siècle (1933), y aunque fueran leídas más críticamente, dos obras
de Hamilton, American Treasure and the Prtce Révolution in Spain (1500-1650), [1934] seguida
por Money, Prices and Wages in Aragon, Valencia and Navarra (1350-1500), [1936]. Respecto a la
influencia de las obras de Labrousse:
No me atrevo a insistir aquí en todo lo que les debo: pongo mi libro entero como
testimonio de esta deuda. Pero la génesis de este libro quedaría pésimamente
relatada si silenciara el cambio de orientación que determinó mi primer contacto
con la Esquisse. A partir de este contacto supe que la historia de los precios, la
historia coyuntural, no se limitaba a ser, como en Simiand, base de sustentación de
generalizaciones psicológicas o sociológicas, sino que podía fundar la historia social
más profunda, la de las clases en la dinámica de sus contradicciones, y finalmente
arrojar luz, en sus orígenes y en su desarrollo, no sólo sobre movimientos
económicos, sino también sobre ideas, doctrinas, instituciones, acontecimientos. La
historia cuantitativa, una vez demostrado aquello de lo que era capaz, tendía hacia
216

una historia total, mucho mejor que hacia una síntesis geográfica pertrechada de
métodos demasiados imprecisos y fascinada por una actualidad ilusoria 11.
18 Una de las influencias que Vilar reconoce explícitamente de las lecturas de Labrousse fue
la conveniencia de ampliar el estudio del siglo XVIII con el análisis detallado del
movimiento de los precios y las rentas. Cualquiera que haya leído su obra, y la de
Labrousse, sabe que no se trataba de una repentina conversión a la historia cuantitativa,
sino de una profundización en el conocimiento de la dinámica de las relaciones sociales.
Pero la magnitud del trabajo ayudó a que la obra de investigación se detuviera a finales
del siglo XVIII.
19 Es necesario insistir en este hecho, porque a Vilar le hubiera gustado sin duda
profundizar en el siglo XIX; ello resulta evidente a partir del subtítulo de su obra:
Investigaciones sobre los fundamentos económicos de las estructuras nacionales. Vilar siempre ha
sospechado que este subtítulo no gustó en Francia, en 1962, en pleno conflicto de Argelia.
Sin la larga introducción a la obra, que no hay que confundir con el prefacio, este
subtítulo podría parecer forzado. Leamos primero el titulo de esta introducción: «España
y Cataluña: examen retrospectivo da las relaciones entre los dos agrupamientos». Y
examinemos las fases de esta visión retrospectiva: en su primer apartado «La consciencia
de grupo: una constatación sociológica», el periodo analizado es un periodo que ha vivido
en la contemporaneidad de 1917 a 1936; en el segundo apartado «La cristalización del
grupo: fases históricas y estructuras sociales», las fases analizadas van de 1885 a 1917, de
1820 a 1885 y por fin de 1720 a 1808. Este apartado concluye con una afirmación que
parece una conclusión:
Cronología y coyuntura, estructura y psicología de las clases: éstos son los
fundamentos necesarios de todo estudio de los agrupamientos humanos y de la
forma «nación»12.
20 El tercer apartado de la introducción se titula «El pasado antiguo, la “lengua”, la “raza” y
la “tierra”».
21 ¿Por qué esta larga introducción, referida a problemas contemporáneos? La obra de
investigación de Vilar se detiene a finales del siglo XVIII. Cuando las mentes privilegiadas
que le han servido para conocer el pensamiento de los grupos dirigentes catalanes
hablaban y escribían en español y cuando escribían «patria», pensaban en España. Cuando
la
España interior, la España intelectual, no pone mala cara ante el impulso catalán
[...y] los choques entre región y nación, entre Cataluña y España, entre Estado y
«fuerzas vivas» provinciales parecen amortiguados [porque] no hay nada entonces
que anuncie los inconvenientes futuros [ni] nada que recuerde las luchas pasadas 13.
22 Esto no era así en 1927. Y es la realidad que él había conocido, «descubierto», aquel año,
cuando había llegado a Barcelona, la que es sometida a este sintético pero apasionante
ejercicio de historia retrospectiva. Pierre Vilar nos invita de esta forma a una relectura
del hecho «nación»:
¿Hay que reducir, pues, la existencia de una nación a un asunto de política
económica y de coyuntura? Ciertamente no. Pues el marco de la comunidad
depende del pasado. Y la coyuntura no actúa más que a través de las clases sociales
que la sienten. Pero estas clases, por su parte, miden sus solidaridades históricas
con el metro de sus descontentos, de sus satisfacciones, de sus posibilidades de
acción14.
23 Por todas estas razones, pues, es demasiado simple clasificar la tesis de Vilar como una
obra más de historia regional. El esfuerzo no había ido en esta dirección:
217

Me he esforzado por esclarecer un punto: el despegue de una región hacia la


estructura moderna, industrial, capitalista, burguesa. He querido plantear (no
resolver) un problema en su integridad: las relaciones del hecho «nación» con la
estructura de las sociedades y la coyuntura de los siglos 15.

Pierre Vilar y las modas: pensar históricamente

24 En 1995 Pierre Vilar decidió titular su último libro, constituido, en su mayor parte, a
partir de recuerdos, Pensar históricamente. La fórmula no es nueva y por ello la decisión
resulta más significativa. En 1974, Vilar la había utilizado para defender y contraponer su
concepción marxiana de la historia al pensamiento de Althusser. Más tarde, la fórmula es
desarrollada explícitamente para definir la complicidad de pensamiento que podía unir a
historiadores de tendencias ideológicas contrapuestas16.
25 Para Pierre Vilar pensar históricamente significa también, y sobre todo, combatir las
modas que sucesivamente han triunfado en el mundo académico. Porque, como escribe en
el prefacio, en su formación como historiador desempeñó un papel importante su
«aversión por las teorizaciones apresuradas, por las construcciones “a la moda”» 17.
26 Ello explica la originalidad del pensamiento de Vilar, y también la sensación de profunda
«soledad» que nos transmite la lectura de algunas de sus intervenciones en congresos,
cuando han sido publicadas18. Porque, aunque es evidente que la obra de Pierre Vilar no
sirve para el estudio de las sucesivas modas historiográficas que han invadido el mundo
académico, lo cierto es que Pierre Vilar no ha vivido ni ha escrito al margen de estas
modas. Además, sus sucesivos «ensayos de diálogo», para utilizar la expresión que él
mismo acuñó en uno de estos trabajos, con algunos de los autores más influyentes del
momento, constituyen una parte importante de su obra de reflexión teórica y
metodológica. Rostow, Hamilton, Althusser, Foucault son algunos de los nombres que han
sido objeto de atención por parte de Pierre Vilar. Al mismo tiempo, sabemos que no
desaprovechaba las ocasiones para discutir con Braudel y emplazarle a tener en cuenta el
«corto plazo»19. Y en 1969, Vilar se dirige a sus colegas marxistas para reflexionar sobre
los peligros de la «moda marxista» porque «moda no significa argumento». Insiste, pues,
en la necesidad de leer y tener en cuenta los trabajos de las nuevas corrientes –
antimarxistas pero, sobre todo, antihistóricas– porque
El marxista que se alza de hombros ante la incontinencia verbal de los filósofos
olvida que no hay mejor reclamo, para los espíritus jóvenes o atormentados, que
una pedantería bastante solemne20.
27 Pero dejemos que sea él mismo quien explique la necesidad que ha sentido siempre de
combatir determinadas teorías. Las palabras que siguen corresponden al texto que sirvió
de introducción, en 1982, al libro Une histoire en construction, que recogía la primera
recopilación, en una edición francesa, de muchos de sus trabajos:
Beaucoup des articles ici réunis témoignent, justement, d’anciens combats contre
ces enfermements où s’organise l’illusion des explications uniques : contre le
pandémographisme a l’enseigne de Malthus, contre le panmonétarisme inspiré de
Keynes, contre le schématisme des « propensions » de Rostow, contre un
quantitativisme économique aux prétentions ingénues, contre les « savoirs » figés
de Michel Foucault, contre l’histoire de Raymond Aron en retard d’un demi-siècle,
contre le subjectivisme d’Henri Marrou, qui pourtant avait fini par m’accorder
(nous nous aimions bien) que « L’historien est dans l’histoire » est, après tout, une
formule marxiste ! Cela fait beaucoup de « contre ». Est-il besoin d’ajouter que je ne
m’en suis jamais pris aux hommes ? Ni même aux pensées, dont chacune, dans le
218

cadre oit elle naît, joue son rôle, que l’analyse historique peut dégager. Je m’en suis
pris seulement à l’utilisation abusive par les historiens des modes de pensée anti-
historiques. On me dira que, dans une pareille utilisation, ces « modes de pensée »
étaient souvent des « modes » tout court. Et que je me suis donc battu contre des
moulins à vent. Le rappeler pourra toujours servir à mettre en garde contre les
girouettes21.

Las vías de penetración del método, los hallazgos y el


pensamiento de Pierre Vilar
En el mundo académico

28 De forma directa, mediante la asistencia de futuros investigadores españoles (exiliados,


empezando por Nicolás Sánchez Albornoz; no exiliados, empezando por Gonzalo Anes) a
los cursos del maestro en la École Normale Supérieure, la Sorbonne y la École Pratique des
Hautes Études. Sería interesante rehacer la nómina más o menos completa de esos
alumnos llamados a convertirse en discípulos22.
29 De forma indirecta, a través de la enseñanza de académicos especialmente sensibles a las
aportaciones de Pierre Vilar. Damos la referencia de los que nos parecen más
representativos:
• Luis García de Valdeavellano, catedrático de Historia del Derecho en la Universidad de
Barcelona de 1935 a mediados de los años cincuenta y de Historia de las Instituciones en la
Complutense en los años siguientes. Los matrimonios Valdeavellano - Pilar Loscertales y
Vilar - Gabriela Berrogain eran ya amigos íntimos antes de la Guerra Civil. En la posguerra,
el seminario de Valdeavellano en la Facultad de Derecho barcelonesa fue la única tribuna
universitaria ofrecida a Pierre Vilar a partir de 1946 23. Ya en los años sesenta, sería Fabián
Estapé, discípulo eminente de Valdeavellano, quien, como decano de la Facultad de Ciencias
Económicas de la Universidad de Barcelona, proporcionaría a Pierre Vilar el primer baño de
masas en España y se convertiría en el verdadero «editor» de Crecimiento y desarrollo;
• Jaume Vicens Vives y Pierre Vilar se conocieron en 1950, en París, con ocasión del IX
Congreso internacional de Ciencias Históricas. Desde ese momento y hasta el final
prematuro de Vicens, en 1960, los dos historiadores se respetaron, admiraron y ayudaron
mutuamente24. Como discípulo directo del gran historiador catalán, uno de los dos autores
de esta comunicación puede dar fe de que el seminario de Vicens (Mercader, Regla, Gubern,
Giralt, Nadal, Fontana...) fue, como el de Valdeavellano unos años antes, otra caja de
resonancia de la obra vilariana a finales del primer franquismo 25:
• Manuel Tuñón de Lara, español exiliado en París desde los años cuarenta, ha sido
probablemente el discípulo más directo y más constante de Pierre Vilar. Alumno suyo en la
École Pratique des Hautes Études, le debió lo esencial de su formación y una parte
considerable de su promoción en la carrera académica26. En justa correspondencia, el
discípulo ejerció como devoto, activo y constante propagador del pensamiento y el método
vilarianos. Una tarea cuyo alcance aparece claro cuando se conocen las tiradas de los libros
más divulgados de Tuñón: más de 100.000 ejemplares en el caso de las ediciones hechas en
España (antes hubo otras, parisinas) de La España del siglo XIX y La España del siglo XX, por la
barcelonesa Editorial Laia, a partir de 1973 y 1974;
• Josep Fontana, muy próximo a Pierre Vilar, también ha organizado su obra en tres grandes
apartados: investigación, teoría de la historia y síntesis. Fontana, autor de gran proyección,
viene divulgando y defendiendo desde hace muchos años el método y la concepción
219

histórica de Vilar, por medio de numerosísimas conferencias a lo largo y a lo ancho de la


geografía española, a menudo en centros de enseñanza media, así como en sus libros más
teóricos, como por ejemplo Historia. Análisis del pasado y proyecto social, e Introducción al estudio
de la historia en cuya presentación el autor manifiesta sin ambages la influencia que ha
ejercido sobre él el maestro francés. Esta Introducción desea estimular a practicar aquello que
Pierre Vilar llama «pensar históricamente».

Más allá del mundo académico

30 Además de influir muy profundamente en los cultivadores de la Historia y otras ciencias


sociales, la obra de Vilar ha tenido también una fuerte incidencia sobre un público mucho
más amplio, incluida una fuerte representación del «hombre de la calle». Esta incidencia,
que podría dar lugar a una encuesta del mayor interés, queda corroborada, en todo caso,
por las tiradas de los principales libros de Pierre Vilar incluidas en el cuadro (ver p. 235).
31 Los números son tan contundentes que hacen inútil la tarea de comentarlos. La
proyección de Pierre Vilar como historiador no ha tenido parangón en la España del siglo
XX.

La pervivencia, a contracorriente, de la obra de Vilar


El descrédito del marxismo

32 Estamos ante una actitud general, no exclusivamente española, de desprestigio del


marxismo, acentuada en los años 1990 a partir de la caída del muro de Berlín y el
hundimiento del mundo soviético. No parece necesario insistir en ello, pero había que
mencionarlo. Porque Vilar no ha abdicado nunca de la influencia marxista. En 1982, en
ocasión de la publicación del volumen que agrupaba sus principales artículos, Une histoire
en construction, no dudó en subtitularlo: Approche marxiste et problématiques conjoncturelles.
Y haciéndolo así Vilar ya sabía que estaba jugando en campo contrario.

Ediciones españolas de obras de Pierre Vilar*

FECHA DE LA Ia
TÍTULO EDITORIALES TIRADA
EDICIÓN

Librería Española 552.000 (12.000 en


Historia de España 1959
Crítica catalán)

Catalunya Edicions 62 Crítica 1964-1968 16.000 (11.000 en catalán)

Crecimiento y
Ariel 1964 19.500
desarrollo

Oro y moneda Ariel 1969 50.000

Hidalgos, amotinados Crítica 1982 10.000

Economía, derecho Ariel 1983 4.000


220

La Guerra Civil
Crítica 1986 36.000 (6.000 en catalán)
española

Pensar históricamente Crítica 1997 4.000

* Datos comunicados, en otoño de 1999, por J. L. Castillejo, director de Ariel, S. A., G.


Pontón, director de Crítica, y X. Folch, director de Edicions 62. A los tres, nuestro
agradecimiento

33 En este contexto, no es extraño que algunos historiadores, en nombre de las nuevas


corrientes, consideren caducado el pensamiento de Pierre Vilar. Ahora bien, estos
autores, convirtiendo a Pierre Vilar en el representante de la historiografía de los sesenta
y de los setenta, están simplificando y olvidando que Pierre Vilar no participó de muchos
de los «tics» estructuralistas dominantes en la historiografía de aquellos años –siempre
ha reivindicado la necesidad de tener en cuenta las coyunturas– y que su visión global de
la Historia, atenta siempre a los problemas nacionales, difícilmente puede ser calificada
de economicista y/o determinista. Por ello, resulta bastante incongruente e injusto que el
olvido o el silencio impuesto a la obra de Pierre Vilar por «marxista», «estructuralista» y
«economicista» se extienda también a sus reflexiones y publicaciones, en su momento tan
innovadoras, sobre cuestiones de vocabulario y problemas de pertenencia, hoy tan de
moda –el famoso «giro lingüístico», la reivindicación de la «identidad» como tema de
estudio– entre los historiadores que preconizan los «nuevos enfoques».
34 Vilar ha dedicado muchos años de su vida al estudio del hecho «nación» y en sus estudios
no ha dejado nunca de recomendar el análisis del vocabulario en los textos históricos para
comprender hechos materiales y actitudes mentales. Es difícil encontrar a otro autor que
le supere en el uso de entrecomillados y cursivas. Y si en 1967 criticó a Foucault no fue
porque no considerara importante el análisis del lenguaje sino porque entendía que en
sus trabajos el filósofo «subordinaba las cosas a las palabras». Su último proyecto, que
desgraciadamente no ha podido terminar, tenía que titularse Pays, peuple, patrie, nation,
état, empire, puissance. Quel vocabulaire pour une Europe? Las circunstancias han impedido
que Vilar terminara esta obra, pero es suficiente leer su primer capítulo, titulado «Lo
común y lo sagrado», publicado en Pensar históricamente, para reivindicar la complejidad y
la fecundidad del pensamiento de Vilar frente a aquellos que pretenden marginar esta
forma de pensar a partir de una simple etiqueta.

El rechazo de la historia de España como «anomalía» y «fracaso»

35 La visión tradicional de la historia de España como «anomalía» y «fracaso» ha dado paso,


en los últimos años, a otra visión distinta, incluso antagónica, según la cual esa historia,
considerada en sus diversos aspeaos, no sería diferente de la de los países avanzados de la
Europa occidental. El «pesimismo» con que durante tanto tiempo se ha mirado la
trayectoria española está cediendo el puesto a un «optimismo» de nuevo cuño fundado en
la imposibilidad de explicar, de otro modo, con el viejo paradigma, los grandes progresos
realizados últimamente en el camino de la convergencia. La idea es que si la España actual
«va [tan] bien», no es posible que la España precedente fuera «tan mal». La nueva tesis,
que ya se hallaba más o menos implícita en los enunciados de ciertos textos de historia
económica27, se ha hecho expresamente explícita en otros libros más recientes, como los
de Ringrose28, Fusi y Palafox29 y, de forma más matizada, en el de Joseph Pérez30.
221

36 La obra de Vilar, a contar desde su pequeña-gran Historia de España, de tanto éxito e


influencia, ha constituido durante los últimos cincuenta años uno de los avales más
solventes de la corriente «pesimista» de los historiadores españoles. Esta solvencia se ha
convertido hoy, cuando arrecia el vendaval revisionista, en motivo de crítica y repudio31.
37 El giro historiográfico al que estamos aludiendo merecería un debate a fondo que no
podemos entablar aquí. A pesar de ello, los firmantes del presente texto sentimos la
necesidad de advertir que los sostenedores de la tesis «optimista» parten de una
concepción inmanente y gradualista del quehacer histórico que, en lo que se refiere a
nuestra historia contemporánea por lo menos, no se ajusta a la realidad de los hechos.
Consideremos tan sólo la etapa franquista. De 1936 a mediados de los cincuenta, el
retroceso general, unánimemente reconocido, a consecuencia de la Guerra Civil y de la
política autárquica que la siguió, marcó una ruptura sin paliativos32 con los logros
alcanzados durante el primer tercio de la centuria33. De 1959 a 1975, un faaor tan exógeno
como la irrupción de Europa en España (anterior, pues, a la admisión de España en
Europa), que tuvo su expresión en la llegada masiva de capitales y en un flujo incesante de
divisas por turismo y remesas de emigrantes, le proporcionó, al fin, después de siglos de
espera y de atraso, los instrumentos necesarios para el despegue. En el «desarrollo» de los
años sesenta, que se halla en el origen del «ir bien» hodierno, cuenta bastante menos la
trayectoria pretérita que el emplazamiento de España en la periferia de una Europa
extraordinariamente próspera. El tiempo presente no tiene la clave explicativa del tiempo
pretérito; el «presentismo» es una manera inadecuada de acercarse al pasado. «Pensar
históricamente», la divisa que ha inspirado la obra entera de Pierre Vilar, se ofrece como
la vacuna más eficiente para combatirlo.

BIBLIOGRAFÍA

Bibliografía
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CHARLE, Christophe (ed.), Histoire sociale, histoire globale? Actas del coloquio (Paris, 27-28janvier 1989),
París, Maison des Sciences de l’Homme, 1993 (citado C. CHARLE [ed.] Histoire globale?).

CONGOST, Rosa, y Núria SALES, «Bibliografía de Pierre Vilar», Recerques, 23, 1996, pp. 203-219 (citado
R. CONGOST y N. SALES, «Bibliografía»).

FERNÁNDEZ, Roberto (ed.), España en el siglo XVIII. Homenaje a Pierre Vilar, Barcelona, Critica, 1985.

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— Introducción al estudio de la historia, Barcelona, Crítica, 1999 (1 a ed. catalana, Introducció a l’estudi
de la història, Barcelona, Crítica, 1997).

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Madrid, Espasa Calpe, 1997 (citado J. P. FUSI AIZPURÚA y J. PALAFOX GAMIR, España [1808-1996]).
222

GRANJA SÁINZ, José Luis de la, y Antonio REIG TAPIA, Manuel Tuñón de Lara y su compromiso con la
historia. Su vida y su obra, Bilbao, Universidad del País Vasco, 1993 (citado J. L. de la GRANJA SÁINZ y
A. REIG TAPIA, Manuel Tuñón de Lara).

JULIÁ, Santos, «Anomalía, dolor y fracaso de España», Claves de Razón Práctica, 66, 1996, pp. 10-21
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OLIART, Albert, Contra el olvido, Barcelona, Tusquets, 1998.

PÉREZ Joseph, Historia de España, Barcelona, Crítica, 1999.

RINGROSE, David, España (1700-1900). El mito del fracaso, Madrid, Alianza Editorial, 1996 (citado D.
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SÁNCHEZ ALBORNOZ, Nicolás, La modernización económica de España (1830-1930), Madrid, Alianza


Editorial, colección «Alianza Universidad» (431), 1985 (citado N. SÁNCHEZ ALBORNOZ, La
modernización económica).

TORTELLA CASARES, Gabriel, El desarrollo de la España contemporánea. Historia económica de los siglos XIX
y XX, Madrid, Alianza Editorial, colección «Alianza Universidad Textos» (148), 1994 (citado G.
TORTELLA CASARES, El desarrollo).

VICENS VIVES, Jaume, Epistolari de Jaume Vicens Vives, Gerona, Cercle d’Estudis Historiques i socials,
1998 (citadoJ. VICENS VIVES, Epistolari).

VILAR, Pierre (obra de investigación propiamente dicha).


— La Catalogne dans l’Espagne moderne. Recherches sur les fondements économiques des structures
nationales (3 vols.), Paris, SEVPEN, 1962. La edición catalana, en cuatro volúmenes (Barcelona,
Edicions 62) se publicaría entre 1964 y 1968. A fines de la década de los setenta aparecería una
versión resumida en francés y en catalán. La edición castellana de la versión completa (en tres
volúmenes) se publicaría entre 1978 y 1987: Cataluña en la España moderna, Barcelona, Crítica, t. I,
1978 y t. II, 1987 (citado P. VILAR, Cataluña).
— Le Manual de la Companyia Nova de Gibraltar (1709-1723), París, SEVPEN, 1962.
— Assaigs sobre la Catalunya delsegle XVIII, Barcelona, Curial, 1973 (recopilación de artículos).
— Hidalgos, amotinados y guerrilleros. Pueblos y poderes en la historia de España, Barcelona, Crítica,
1982 (recopilación de artículos).
— «Antonio de Capmany: des lumières et des ombres», en Le XVIII e siècle en Espagne et en Amérique
latine. Actes du IXe Congrès de la Société des Hispanistes français (Dijon, 1973), publicado en Hispanistica,
20,1987, pp. 175-196 (citado P. VILAR, «Antonio de Capmany»).

VILAR, Pierre (obra de reflexión teórica y epistemológica).


— «Jaime Vicens Vives (1910-1960)», Bulletin hispanique, 62, 1960, pp. 474-476, reproducida en
Revue historique, 255, 1961, pp. 250-253 (citado P. VILAR, «Jaime Vicens Vives»).
— Crecimiento y desarrollo. Economía e historia. Reflexiones sobre el caso español [1964], Barcelona,
Ariel, 1982 (citado P. VILAR, Crecimiento y desarrollo).
— «Marxismo e historia en el desarrollo de las ciencias humanas. Para un debate metodológico»,
en Pierre VILAR, Crecimiento y desarrollo. Economía e historia. Reflexiones sobre el caso español,
Barcelona, Ariel, 1982, pp. 347-381 (citado P. VILAR, «Marxismo e historia»).
— Une histoire en construction. Approche marxiste et problématique conjoncturelle, Paris, École des
Hautes Études en Sciences Sociales-Gallimard-Le Seuil, 1982 (citado P. VILA R, Une histoire en
construction).
— Economía, Derecho, Historia, Barcelona, Ariel, 1983.
— Pensar históricamente, Barcelona, Crítica, 1997.
223

VILAR, Pierre (obras de síntesis y de divulgación).


— Histoire d’Espagne, París, Presses Universitaires de France, colección «Que sais-je?» (275), 1947.
La primera edición española (no autorizada) apareció en 1959 (París, Librairie Espagnole). Otras
traducciones: alemán, inglés, coreano, griego, húngaro, italiano, japonés, holandés, polaco y
portugués.
— Oro y moneda en la historia (1450-1920), Barcelona, Ariel, 1969. El texto original, en francés, se
publicó más tarde: Or et monnaie dans l’histoire (1450-1920), Paris, Flammarion, 1974. También ha
sido traducido al alemán, inglés y portugués.
— Iniciación al vocabulario del análisis histórico, Barcelona, Crítica, 1980. Traducido al italiano en
1985. La parte más extensa (pp. 15-200) del libro constituye la traducción de un curso
universitario que solamente existía policopiado.
— La Guerre d’Espagne, París, Presses Universitaires de France, colección «Que sais-je?» (2338),
1986. El mismo año aparecieron las versiones catalana y española. Otras traducciones: al alemán,
italiano y portugués.

NOTAS
1. P. VILAR, Pensar históricamente, p. 96.
2. P. VILAR, Cataluña, t. I, p. 52.
3. Ibid., p. 56.
4. P. VILAR, «Antonio de Capmany», p. 175.
5. Ponencia retomada en P. VILAR, Une histoire en construction, pp. 265-291.
6. ID., Cataluña, t. I, p. 9.
7. Ver ID., Pensar históricamente, pp. 69-71.
8. R. CONGOST y N. SALES, «Bibliografia». Esta bibliografía suma ciento setenta y tres referencias
hasta 1990.
9. P. VILAR, Cataluña, t. I, p. 10.
10. P. VILAR, Cataluña, t. I, pp. 15-16.
11. P. VILAR, Cataluña, t. I, p. 18.
12. Ibid., p. 96.
13. P. VILAR, Cataluña, t. I, pp. 93 y 94.
14. Ibid., p. 96.
15. Ibid., p. 102.
16. En 1987, en una conferencia homenaje a Sánchez Albornoz, y en 1990, en un homenaje a
Maravall.
17. P. VILAR, Cataluña, t. I, p. 26.
18. Podemos poner dos ejemplos bastante distantes en el tiempo. «Le marxisme et l’histoire de
France», La Pensée, 1954 y C. CHARLE (ed.), Histoire globale?
19. Ver F. BRAUDEL, «La Catalogne de Pierre Vilar».
20. «Marxismo e historia», p. 349.
21. P. VILAR, Une histoire en construction, p. 9.
22. Véase en esta obra la contribución de Bernard VINCENT, «Le séminaire parisien de Pierre
Vilar», pp. 217-222.
23. Véase ta «Presentado de Pierre Vilar per Fabià Estapé» dentro del opúsculo Joan Miró, Frederic
Mompou, Pierre Vilar doctors honoris causa. Universitat de Barcelona. Acte inaugural del curs 1979-1980,
Barcelona, 1979, y el libro de «memorias» de A. OLIART, Contra el olvido, p. 211.
24. Véase P. VILAR, «Jaime Vicens Vives».
25. Véanse las cartas de Vicens a Vilar incluidas en el primer volumen de! Epistolari.
224

26. J. L. de la GRANJA SÁINZ y A. REIG TAPI A, Manuel Tuñón de Lara.


27. Por ejemplo, los de N. SÁNCHEZ ALBORNOZ, La modernización económica y G. TORTELLA CASARES, El
desarrollo.
28. D. RINGROSE, España (1700-1900).
29. J. P. FUSI AIZPURÚA y J. PALAFOX GAMIR, España (1808-1996).
30. J. PÉREZ, Historia de España.
31. S. JULIÁ, «Anomalía»; la descalificación de la Historia de España de Vilar se halla en la p. 16.
32. «Discontinuidad» la llama S. Juliá, en el artículo citado en la nota anterior, p. 19.
33. S. Juliá, quien no elude en su escrito la dificultad de conciliar «una guerra civil tan sangrienta
y una dictadura tan prolongada» con «una economía más dinámica de lo que se había supuesto,
una sociedad que experimentaba profundos cambios en su estructura de clases, y una cultura
floreciente», en los años que precedieron al conflicto armado, sólo alcanza a paliar con un
interrogante la vacuidad de su respuesta: «¿quizá porque, a pesar de todo, los políticos y el
sistema de la política se mantuvieron arcaicos hasta acabar reducidos a lo que Ortega llamó la
vieja España?», S. JULIÁ, «Anomalía», p. 20.

RESÚMENES
La vida y la obra de Pierre Vilar giran en torno a Cataluña, una región y una realidad que fue la
puerta por la que tuvo acceso a la historia de España. Puso su empeño en hermanar su práctica de
historiador con una reflexión teórica sobre la historia, y lo hizo valiéndose de forma casi
permanente de ejemplos sacados de la situación catalana. Esta peculiaridad no se puede entender
sin los datos biográficos de Pierre Vilar y de sus largas estancias en Cataluña y de las amistades
que allí consolidó. Su incorporación al mundo universitario español fue tan importante que le
valió el reconocimiento académico y, más tarde, el éxito con los lectores. Es de subrayar la
fecundidad de la obra de Pierre Vilar en unas circunstancias históricas que pretenden
infravalorar sin fundamento las aportaciones del marxismo. Los libros de Pierre Vilar siguen
siendo de gran ayuda para los españoles a la hora de reflexionar sobre su propia historia.

La vie et l’œuvre de Pierre Vilar tournent autour de la Catalogne, la région et la réalité par
laquelle il a abordé l’histoire de l’Espagne. Il s’attacha particulièrement à conjuguer sa pratique
historienne avec une réflexion théorique sur l’histoire, et il y parvint par un recours quasi
permanent à des exemples empruntés à la situation catalane. Mais cette donnée ne peut se
comprendre qu’à la lumière de la biographie de Vilar, de ses séjours prolongés en Catalogne et
des amitiés qu’il y a nouées. Son insertion dans les milieux universitaires espagnols a été telle
que c’est par là que lui est venue la reconnaissance académique, à laquelle il convient d’ajouter
celle de ses lecteurs. La fécondité de l’œuvre de Pierre Vilar demande à être soulignée, au
moment même où l’éclipse intellectuelle du marxisme pourrait faire croire, à tort, à sa caducité.
Les livres de Vilar continuent d’aider les Espagnols à mieux penser leur histoire.

The life and work of Pierre Vilar hinge upon Catalonia, a region and a reality through which he
made the connection to the history of Spain. He consistently endeavoured to combine his praxis
as a historian with theoretical reflections on history, for which he almost always drew on
examples from the situation in Catalonia, This peculiarity can only be understood in the context
of Pierre Vilar’s, long sojourns in Catalonia and the friendships that he developed there. His
225

importance in the world of the Spanish universities earned him first academic recognition and
later success with readers. It is worth highlighting the value of Pierre Vilar’s work at a time when
the contributions of Marxism tend to be undervalued. Pierre Vilar’s books still provide Spaniards
with enormously helpful insights for reflection on their own history.

AUTORES
ROSA CONGOST
Universitat de Girona

JORDI NADAL
Universitat de Barcelona
226

Un determinado estilo de vida


Reflexiones sobre la obra de Bartolomé Bennassar
Un certain style de vie. Réflexions sur l’œuvre de Bartolomé Bennassar
A certain life-style. Reflections on the work of Bartolomé Bennassar

Jaime Contreras

Valladolid
Se podría decir que la catástrofe no es algo que pertenezca al mañana puesto que
los signos de su llegada ya se dejan sentir1.
1 Se refería nuestro autor a la profunda crisis que, a finales del siglo XVI, arrastraba en
general al conjunto de la Corona de Castilla y a la singular participación que, en la misma,
tenía la que él denominaba «mi ciudad», cuando estaba ya culminado su trabajo.
2 La ciudad de Bennassar fue, por supuesto, Valladolid. Y con ello quiero indicar que no fue
el espacio quien se impuso al historiador sino que, por el contrario, fue éste quien creó y
construyó los límites de un territorio intelectual del cual surgió, como de las brumas
imprecisas de un pasado retórico, un sujeto colectivo y delimitado. Un sujeto de
personalidad jurídica propia; una ciudad: Valladolid en el Siglo de Oro.
3 Efectivamente los hechos ocurrieron así: Bennassar eligió a Valladolid y no al revés. Y fue
una elección de voluntad intelectual, consciente y plena, pero no meramente individual
sino académicamente compartida tras una fructífera dualidad dialéctica que, en la tarea
universitaria, vinculó al maestro y al discípulo. A dos maestros, Fernand Braudel y Ernest
Labrousse, y al discípulo Bartolomé Bennassar que, en aquellos momentos –finales de los
años 1950 –, aceptó la sugerencia de sus mentores. La idea compartida, que fue el origen
de todo, explicaba que desde Valladolid se podría entender mejor las implicaciones, en la
historia de Europa, de la decadencia de España tras un rutilante siglo XVI. Y esa
decadencia debía ser explicada desde los principales parámetros –historia económica,
social y cultural– que, entonces, la escuela de los Annales defendía. Tres variables
primeras y principales del paradigma de la llamada, con éxito indudable, historia total.
Variables, entonces, suficientemente jerarquizadas y no convenientemente integradas,
todavía, entre sí.
227

4 Porque el problema fundamental era explicar por qué si en el siglo XVI la Península
Ibérica había protagonizado desarrollos y empujes significados en la historia de Europa –
como El Mediterráneo de Braudel había manifestado– luego, después, durante más de 150
años, entre 1600 y 1750, España había quedado desplazada de los dinamismos
estructurales europeos. Era evidente que existía un profundo divorcio entre los efectos
«modernizadores» de estos desarrollos europeos y la paralización de las actividades
hispanas que, hasta finales de la centuria, habían motivado el gran espectáculo del
imperio español cabalgando en la grupa de la dinastía de la Casa de Habsburgo.
5 Era éste, y es todavía, un problema de enormes implicaciones historiográficas, las cuales
no pueden entenderse en términos de proposiciones mecanicistas. Bennassar lo
comprendió muy bien y precisó, de entrada, que en este asunto, ni la Europa occidental
había sido el espacio plenamente dinamizador sobre el cual los términos de crecimiento y
desarrollo se habían expresado en plenitud, ni tampoco el territorio hispano había
cerrado sus fronteras totalmente, ni había dejado su interior como un erial esclerotizado.
Dicotomías, perfiladas de tal manera, no explicaban nada o muy poco; porque si el siglo
XVI había expresado fenómenos semejantes, a uno u otro lado de la frontera, la
experiencia del siglo XVIII manifestaba en España la claridad de las luces y el dinamismo
del reformismo borbónico. Y en este punto los españoles no habían andado tan a
trasmano de sus homólogos europeos.
6 Las investigaciones que P. Vilar realizaba en la Cataluña del siglo XVIII indicaban que –
por mucho que tuvieran un carácter regionalizado– se habían producido
transformaciones importantes. Que éstas no eran, desde luego, un espejismo y que podía
sospecharse de la existencia de otras manifestaciones importantes en otros espacios
peninsulares, como la historiografía posterior lo confirmaba.
7 Pero, en cualquier caso, Valladolid había sido descubierta por B. Bennassar para sacarla
de una historia de clásicos oropeles y demostrar que, desde esa ciudad, podía emitirse un
juicio significado y valioso del «destino posterior de España»2.
8 Había una razón de fondo que asegura una afirmación como ésta. Hela aquí: Valladolid,
durante muchos años del siglo XVI, de la primera mitad sobre todo, había sido el corazón
mismo de la propia Monarquía. Y ese corazón político determinaba también la asistencia
de todo el aparato jurídico y administrativo de la misma.
9 Por estas razones la ciudad podía ser entendida como un observatorio adecuado de la
famosa decadencia. Porque si aquel juicio, tan lúcido, de Cellorigo era cierto –aquel de
que a fines del siglo XVI los reinos de la Monarquía eran «una república de hombres
encantados que viven fuera del orden de la Naturaleza»3– en Valladolid había ejemplos
manifiestos de este encantamiento. Y en efecto, Bartolomé Bennassar los encontró; pero
este encuentro fue el producto de largos y esforzados años de trabajo. Años de reflexión y
de estudio, desarrollados en un espacio cotidiano un tanto pacato y mediocre, como era el
vivir ordinario de los vallisoletanos de aquellos años, fines de los 1950 y primeros de los
1960; encantados también de algún modo, a la manera como decía Cellorigo. Bennassar
conoció aquel ambiente, lo vivió y yo diría que también lo amó.
10 Era aquel un Valladolid un tanto somnoliento, adormecido en su cuerpo ciudadano y que
apenas lograba desperezarse de los límites estrechos y rigurosos de una cultura de
posguerra. Allí vivió soportando el rigor de su clima, padeciendo las extremosidades
rigurosas de los veranos sofocantes o maldiciendo el frío húmedo que entumecía sus
228

dedos en aquellas jornadas de invierno, solitarias e interminables, las del Archivo de


Simancas o las del Archivo de la Chancillería. Me lo contó así en una ocasión.
11 Porque Bartolomé Bennassar es un historiador de hombres y de espacios. Y vivió la
España de aquellos tiempos difíciles comprendiendo muy bien –por su rica sensibilidad
emocional e intelectiva– el significado del vivir cotidiano de hombres y mujeres inmersos
en sus relaciones sociales, políticas, siempre bajo los valores que imponían determinadas
conductas. En tal sentido debe decirse, de manera inmediata, que nuestro autor conocía
muy bien la metodología que debía emplear en su trabajo. Las concepciones teóricas de
los Annales se expresaban entonces, prolíficas y dominantes. Bennassar se sintió deudor
de estos bagajes historiográficos aprendidos; unos los entendió por razón de la obviedad
de sus propios enunciados y por causa de la autoridad de sus maestros; y otros fueron
producto de un debate compartido con las experiencias de sus colegas de generación,
embarcados entonces en investigaciones semejantes y paralelas:
Me sentiría apenado [escribió en el prólogo de su libro] si al menos algunas de estas
páginas no aparecieran dignas de las enseñanzas de mis maestros 4.
12 Y esto lo decía con un no disimulado temor, porque muy pronto entendería que no podría
manejar todas las variables que, en su expresión cuantitativa, exigía la metodología de
que era deudor.
13 ¿Qué decir, por ejemplo, de la estructura de la propiedad del entorno del espacio
vallisoletano, que no podía reconstruirse plenamente por falta de catastros, de censos o
de amillaramientos? ¿Y el problema del volumen de habitantes? Faltaban libros
parroquiales, se quejó con desesperación, cuando comparaba sus magras cifras con las
series que, por ejemplo, P. Goubert había descubierto en el Beauvaisis. Bennassar conocía
perfectamente la metodología y le hubiera gustado decir, como su amigo Goubert, que
todo censo de habitantes es producto de una decisión política y que, por lo mismo, no
tienen carácter absoluto. Le hubiera gustado decir algo así pero no tenía los censos como
hubiera deseado.
14 Y sin embargo hizo de la necesidad una virtud. Recorrió una y otra vez la tierra, viajó sus
paisajes insólitos, habló con alcaldes que apenas entendían nada de lo que aquel francés
decía y encontró, también, viejos y humildes párrocos que, animados por las palabras de
aquel historiador extranjero, no dudaron en arremangarse la sotana para buscar, en un
desván destartalado de un pueblo olvidado de la meseta, un pequeño registro de
bautismos o defunciones, los cuales, tras resucitar a la luz después de centurias de
silencio, amenazaban desintegrarse tan sólo por el roce de las manos. En verdad no podía
utilizar las partidas de defunciones, al modo serial que se exigía, ni tan siquiera las
partidas de matrimonio para precisar con exactitud las tasas de nupcialidad, una de sus
principales obsesiones, pero con todo, el historiador descubrió algo también importante:
los espacios de solidaridad de las comunidades de vecinos; también sus marcos de
sociabilidad, la cultura, en fin, de sus «investigados». Y eso con sólo oír hablar; porque allí
en aquellas tardes de desesperanza, con frío o con calor, vio y entendió a los hombres y a
sus cosas. A los universos que éstos explicaban y a las obras de artistas desconocidos que
habían pintado hermosos lienzos, ahora descoloridos; o habían hecho retablos luminosos,
ennegrecidos hoy por el humo secular de velas y antorchas sucediéndose por los años y
por los siglos. E. P. Thompson llamó a todo esto «economía moral» de la multitud; para
Bennassar todo aquello respondía a un «estilo de vida». Los dos, en realidad, decían lo
mismo.
229

15 Porque, sobre todo, Bartolomé Bennassar entendió muy pronto que su ciudad y el entorno
de la misma, no podían explicarse sólo por las dinámicas intrínsecas de los factores
productivos, sino esencialmente por las relaciones sociales; y éstas se definían, primero y
principalmente, por lo que describió como «un determinado estilo de vida». Bennassar
explicó con rotundidad:
Este estilo de vida me parece ser el elemento más importante de la explicación 5.
16 ¿De qué explicación? debemos preguntarnos. Y el autor responde enunciando la
aportación más definitiva de su hermoso libro. La decadencia de Valladolid, como
paradigma de la decadencia de España, estuvo determinada por dos modelos culturales
que, a finales del siglo XVI, se enfrentaron, el modelo señorial y el modelo burgués. La
victoria del primero sobre el segundo condicionó aquel presente español y vallisoletano y
determinó el correlato de su inmediato futuro. Dos modelos culturales, «dos estilos de
vida». Uno mirando al pasado, triunfador; y otro oteando el futuro pero cortocircuitado
por el primero. «Estilos de vida»... finalmente.
17 Porque, desde luego, como Pierre Jeannin había demostrado en su pionero trabajo sobre
Les marchands au XVIe siècle6, en el Valladolid de Bennassar aparecían también fórmulas de
gestión comercial que, sobrepasando la mediocridad de la estructura productiva artesanal
y gremializada, habían posibilitado la aparición de manifestaciones de gestión capitalista
en el sector de la manufactura. Tales manifestaciones habían sido trabajadas hasta la
saciedad por nuestro autor. Nadie mejor que él conocía las organizaciones empresariales
que se habían organizado, ni nadie tampoco sabía de aquellos «empresarios». Recordemos
algunos que Bennassar descubrió. Pedro Hernández de Portillo, el primero; el propietario
de los molinos de Simancas, hombre conocedor de todas las maquilas de la región, capaz
de organizar en su entorno una compañía con más de 80.000 ducados de activo. Dinero
contante y sonante que sirvió, además, para satisfacer la falta de activos del duque de
Sesa o del conde Alba de Liste. Acreedor, pues, este Hernández de Portillo y de qué gente,
nada menos. Otro hombre, empresario singular también: el pellejero Pedro Gutiérrez, que
organizó una red de colaboradores, a sus órdenes todos, capaz de controlar la producción
de pieles de áreas tan distanciadas como Salamanca, Soria o Sigüenza. Pedro Gutiérrez
respondía al modelo y, en consecuencia, sabía cómo asegurarse los servicios de otros
artesanos para curtir dichas pieles. También prestaba dinero y compraba inmuebles
urbanos en las calles más significadas de Valladolid, poseía viñedos y compraba tierras.
Para su desgracia, murió sin descendencia; y su fortuna, de más de 30.000 ducados, se
distribuyó, dilapidándose finalmente, en hinchadas mandas que su mujer Isabel Díaz
determinó.
18 Hubo otros hombres y otras fortunas. Pero ello no obstante, tanto empuje y tanta
ansiedad por la riqueza, no fueron suficientes para conmover la fortaleza de la tradición
aristocrática. Porque, escribe nuestro maestro, que la riqueza allí en Valladolid nunca fue
un bien en sí mismo; sólo el camino hacia los honores y una invitación a vivir de las
rentas. Porque conforme el siglo va declinando, la fiebre de las rentas se generaliza. Y no
era ya una renta que, en principio, fue instrumento de crédito, sino un proceso distinto;
una huida hacia delante en la creencia falsa de que la confortabilidad del presente había
de garantizar el futuro. A esta confortabilidad del hoy inmediato respondía el ideal
señorial. Un estilo de vida un tanto necio porque cegaba sus propios ojos a las realidades
evidentes. Y éstas eran muy simples: los campesinos, los verdaderos productores,
cerraban sus labranzas por estar cargados de deudas. Uno trabajaba y treinta
230

descansaban; y el oro y la plata de América producían el famoso «encantamiento» del que


hablaba González de Cellorigo.
19 Pero en Valladolid apenas se veían campesinos y, por otro lado, los abastecimientos, tan
necesarios siempre, por lo general estuvieron garantizados gracias a la acción del
regimiento. Por eso, para las gentes ordinarias, nada malo pasaba; únicamente las mentes
más audaces e inquietas lograron detectar la carcoma que corroía aquella sociedad de
fastos y oropeles. Era verdad que la pobreza crecía, pero ésta se iba acomodando
paulatinamente en los brazos adormecedores de una concepción providencial de la
riqueza.
20 Y a todas estas percepciones, sentimientos y actitudes, Bennassar las conjuntó como
partes integrantes de un «estilo de vida». Y a este estilo, el maestro dedicó las páginas
más importantes y singulares de su libro. Años después la historiografía francesa, en la
secuencia evolutiva de los Annales, llegó a denominar estas inquietudes como la historia
de las mentalidades, una denominación no demasiado feliz, reconozcámoslo, que tuvo
grandes dificultades para ser definida. Percibida como una historia encaramada en un
tercer nivel impreciso, se dijo de las mentalidades que se ubicaban allá arriba, en el
granero de la casa, donde el historiador, curioso de antigüedades, entraba en un espacio
viejo y oxidado, lleno de telarañas, en busca del recuerdo, de aquellas cosas que dejó la
abuela y que, de hecho, delimitaban nuestro «inconsciente colectivo». Algo que
pertenecía a todos, algo que nadie sabía, algo que todos, finalmente, sentían. He buscado
por el Valladolid de Bennassar el término mentalidad y no lo he encontrado. No niego que
me he sentido complacido, porque leyendo al maestro con detenimiento, y aun entre
líneas, he llegado, creo yo, a entender lo que el quiso proponer en el libro III de su
monumental obra, bajo el epígrafe de «Definición de un estilo de vida».
21 No le costó demasiado trabajo explicar a Bennassar que los sujetos de su Valladolid,
encontrado y recreado, estaban divididos y diferenciados por el privilegio. Pero era
verdad que dicho privilegio, que no había roto las barreras de los estamentos, no impedía,
sin embargo, la existencia de clases sociales. Y era verdad, igualmente, que si los
estamentos eran jurídicamente rígidos, la estructura de clases se filtraba por las aberturas
de porosidad que se precisaban entre los límites de unos y otros. Muchos sujetos habían
ascendido finalmente, porque el proceso de ventilación social no podía detenerse cuando
empujaba irresistible la riqueza. Pero ascender socialmente no suponía transformar nada,
sino, principalmente, acomodarse confortablemente en el pleno reconocimiento de los
derechos políticos, donde el privilegio expresaba la triada esencial de su fortaleza: honor,
linaje y riqueza, y por encima de todo un espacio abrumadoramente cristiano,
unánimemente cristiano, donde todo se justificaba, naturalmente.
22 Y Bennassar entendió ese espacio desde las coordenadas de un sistema cultural
hegemónico. No lo dijo así con estas palabras, que son mías, pero le bastó leer con
detenimiento al gran maestro, L. Febvre, para subrayar con él que en aquellas sociedades
todos los actos, todos los días estaban saturados de religión. Era la tesis principal de aquel
maravilloso libro denominado Le problème de l’incroyance au XVI e siècle 7. Quizás hoy
podamos decir que mejor que de religión podemos hablar de religiosidad; pero para el
caso es lo mismo. Bennassar entendió que el «estilo de vida», que propugnaba como
sustancial en aquel Valladolid del siglo XVI, había de explicarse como si se tratase de una
Iglesia que era sociedad y como de una sociedad que era Iglesia. Y en aquella
Iglesiasociedad se había diseñado un orden cultural dominante, casi unánimemente
cristiano. No explicaba el autor, porque no era ésta la cuestión, las formas a través de las
231

cuales se expresaba tal unanimidad; pero ello no impedía entender que, en las «visiones»
concretas de aquel mundo, también existían diferencias. Porque, aun compartiendo un
ideal de vida y un conjunto de actitudes generales, también se dibujaban disfunciones y
relaciones entre diferentes espacios y niveles.
23 B. Bennassar habló de cultura de élites y cultura de masas y con ello abordó entonces el
moderno problema de las relaciones entre «alta y baja cultura». Y esas relaciones
Bennassar no las entendió bajo los formatos de circularidad, sino a través de elementos
mutuos que se situaban en el quid donde se rozaban los estamentos, los grupos o las clases
sociales. Eran los gremios que regulaban ciertas comunidades de intereses económicos; y
eran también, por otro lado, las cofradías que agrupaban intereses profesionales,
parroquiales o devocionales. En cualquier caso, estructuras así, garantizaban la
adecuación relativa de la igualdad y la diferencia; y por medio de las formas de
sociabilidad, que estas instituciones manifestaban, dulcificaban de algún modo las
tensiones y los conflictos entre clases, entre clases dominantes principalmente, las que
habían ascendido comprando el honor y la hidalguía gracias a la riqueza obtenida; y la
nobleza titulada y tradicional, la cual oponía el discurso de una genealogía de la memoria
construida a expensas de la hipérbole del linaje.
24 Porque, finalmente, la riqueza, el lujo, la fiesta continua y el espectáculo permanente,
fueron medios en los que participaron todos los vallisoletanos del siglo XVI; los pobres
también, por supuesto. La sociedad, paulatinamente más católica, que recreó Bennassar
en su Valladolid, sólo se entiende si se cuenta con la existencia de un orden cultural
dominante –confesional obviamente– cuya característica primera es la diferenciación
complementaria que caracteriza a una república cristiana. Porque, si en ella todos son
hijos de Dios, destinados para la salvación, los caminos y los medios para alcanzar tal fin
son diferentes y se hallan escritos en la naturaleza y, por lo mismo, en el orden social.
Ricos y pobres son, pues, necesidades de la naturaleza, necesidades de Dios, igualmente;
porque, con algunas excepciones, muy poco significadas, la idea paulina del trabajo no
arraigó verdaderamente en el Valladolid cortesano y aristocrático.
25 Allí, en aquella república de cristianos, rentistas los más respetados, los pobres no
trabajaban. No eran pobres por tener poco, sino por no tener nada. Si trabajaban no eran
pobres del todo porque así no podían representar la necesaria justificación de la riqueza.
¿Cómo conseguir, si no, que un rico pudiera pasar por el estrecho ojo de la aguja que
explicaba el Evangelio? Solamente mediante la caridad asistencial con los pobres. Y es por
esto, por lo que aparecen hospitales, obras pías, cofradías que cuidan de casar a huérfanas
y de enterrar a difuntos, luego de reconfortarles para bien morir. Los pobres, en
Valladolid fueron un lujo porque excitaban y provocaban el ejercicio de la caridad
compasiva, y porque expresaban el modelo con el que había de afrontarse los últimos
días. Vivir rico y morir pobre. Ahí, entre ambos polos, se debía organizar todo el «estilo
de vida», toda la cultura de la ciudad cristiana que habría de entender el lujo privado y
público como servicio a Dios, a través de sus pobres mendigos. La cultura de la renta, que
buscaba y se alimentaba de la riqueza, no debía vivir de otro modo sino con el
contrapunto del pobre.
26 Aquel estilo de vida suponía, pues, un cierto atolondramiento de las conciencias, porque,
en aras de un parco y melancólico presente, desentendíase del futuro. La idea de salvación
personal había organizado una estructura en que los esfuerzos económicos y sociales
cristalizaban en rentas y estas disfrutaban de la vida y preparaban la propia muerte a
través de mandas y otras obras pías. Muy pocas conciencias se revelaban ante tal
232

procedimiento. Cellorigo sí se reveló; y por eso afirmaba, con rotundidad, que por las
rentas
El labrador se pierde, el hidalgo se corrompe, el caballero se desanima, el grande se
humilla y el reino se resiente8.
27 Valladolid, que había nacido a la historia moderna por el trabajo de Bennassar, mostraba
así la razón principal de su decadencia; y con la suya propia, la de España también. Un
ideal señorializado que negaba la realidad de las cosas en aras de su encantamiento
esteticista que justificaba el presente.
28 La obra de Bennassar, su opus magna, sigue siendo válida en lo esencial de su metodología
y en lo principal de sus conclusiones. Nada hay todavía que
corrija sustancialmente el cúmulo de datos por él manejados ni que modifique la
interpretación que se ofrece en ella9.
29 Obra clásica, por lo tanto.
30 Podría yo acabar aquí la reflexión sobre la obra de Bartolomé Bennassar. Podría hacerlo y
con ello se habría cubierto el objetivo principal de esta reflexión; ubicar la historiografía
de nuestro autor en el lugar privilegiado que le corresponde. Pero después de 1967, el
maestro continuó produciendo y reflexionando, siempre en el sentido de repensar la
historia de España en clave europea. En 1969, en un periodo de dedicación intensa a la
enseñanza en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de Toulouse, Bennassar sacaba a
la luz otra obra significativa: Recherches sur les grandes épidémies dans le Nord de l’Espagne à
la fin du XVIe siècle.
31 Aquella obra no era, ni mucho menos, una reflexión positivista de los azotes demográficos
que comenzaban a castigar al ya cansado siglo XVI con el rigor malthusiano. Se trataba de
algo más: de un análisis social y cultural, también político, de la enfermedad, de la peste y
de la muerte. Aquellos azotes, queridos por Dios, podían ser, de alguna manera,
corregidos por la acción de los hombres. Claro que éstos podían hacer algo, pero si se
organizaban podían hacer más. Bennassar demostró la acción de los corregimientos en las
medidas de profilaxis y prevención para detener los efectos de aquellos azotes. Azotes de
Dios que habían de ser entendidos como pruebas para fortalecer la solidaridad entre los
hombres. Y esos azotes de Dios, como predicaban frailes-misioneros, se expresaban
particularmente violentos cuando se manifestaban en un medio de pobreza. Diríase que el
furor divino enviando la peste, se agigantaba ante las situaciones de miseria. Allí morían
muchos más que en las zonas donde vivían los ricos. Una manera diferenciada de la
justicia de Dios para practicar la caridad distributiva. Aquellas epidemias, por otro lado,
demostraban el inicio de la decadencia. Y ésta, otra vez, tomaba un particular «estilo de
vida».

Inquisición y mentalidad española


32 Con tales premisas conceptuales –derivadas todas ellas del análisis metodológico del
Valladolid– B. Bennassar emprendió su investigación sobre el Santo Oficio. No fue un
ejercicio intelectual el suyo, condicionado por la moda historiográfica que entonces se
abría en España al socaire de los nuevos aires políticos que la transición democrática
demandaba. A decir verdad, B. Bennassar conocía gran parte de la documentación que,
entonces, estaba sirviendo para la renovación citada. Ya, en el Valladolid famoso había
usado algunas de las relaciones de causas y procesos de fe que le permitieron analizar
233

bastantes de las disfunciones que se producían en el esquema general del famoso «estilo
de vida». En este sentido el maestro conocía con anterioridad estas fuentes que tanto
juego dieron posteriormente.
33 Pero no era éste, únicamente, el objetivo de sus reflexiones sobre la Inquisición española.
Lo que verdaderamente le preocupaba era entender el qué y el cómo de aquella
institución. La Inquisición había fascinado a cientos de historiadores, entre otras muchas
razones, porque expresaba una naturaleza política, cuya naturaleza podía asimilarse a la
del Estado totalitario. Bien sabía B. Bennassar que la eficacia más evidente de un régimen
político de tal naturaleza, se basaba en la imposición, desde la infancia, de una ideología
acabada y determinista que excluía la disidencia. El Tribunal por eso había causado la
repulsa del liberalismo político y, por eso, había sido «comprendido» tan
benevolentemente por las posiciones políticas más cerradas y autoritarias.
34 El problema no era determinar qué cosa era la herejía, sino qué sujetos y por qué fueron
definidos como herejes. El Tribunal obedecía a razones políticas más que eclesiales o, al
menos, a razones eclesiales que tenían, de algún modo, una extraordinaria connotación
política. Porque de otro modo no se entendía nada o muy poco de esa Institución que
había cubierto con homogeneidad casi 350 años de la historia de España. La herejía nunca
fue cuestión específica ni de España ni de los españoles; y las desviaciones respecto del
dogma y la moral habían cubierto todos los tiempos y todos los espacios del Occidente y
del Oriente Europeo. En algunos territorios se apeló, con frecuencia, al modo excepcional
del proceder jurídico-procesal del juez-inquisidor, pero ello no determinó ninguna opción
definitiva ni permanente por una estructura institucional, como la Inquisición, que fue
«inventada» por los Reyes Católicos.
35 Opus monárquica, indicó B. Bennassar en oposición a la corriente más institucionalista
que la había venido entendiendo como opus romana, o mejor, pontificia.
36 Y en tal sentido, no faltaban las razones para esta opción. Las acciones contra los
conversos que judaizaban, en primer lugar; luego las persecuciones contra los moriscos,
después el asunto de los alumbrados, las reticencias contra los erasmistas, el asunto de
Carranza, Antonio Pérez, Macanaz y tantos otros. Arma absoluta de la Monarquía, llegó a
decir y a demostrar cargando las tintas por este lado, estrictamente político, de la famosa
y tristemente célebre institución. Y esto, evidentemente, no puede ser ningún reproche;
aunque ahora las reflexiones historiográficas se hayan esforzado en elaborar
matizaciones más ajustadas. Porque si ciertamente aquella institución fue el arma
ideológica del absolutismo monárquico, lo fue esencialmente porque dicho absolutismo
estaba plenamente confesionalizado, es decir, su propia naturaleza interna estaba
eclesializada. Y el Tribunal del Santo Oficio fue el ejemplo más evidente de dicha
confesionalización. Tribunal de justicia para el delito de herejía, delito primero contra la
ley de Dios y delito, igualmente primero, contra la ley positiva.
37 Pero esta ley no puede entenderse en sí misma si no es como reflejo de aquélla; y en este
espacio la iniciativa jurídica era de la Iglesia, de Roma primeramente. Así lo han
reconocido en el propio seno de la Santa Sede, cuando, desde ese espacio, hoy se ha
pedido comprensión y perdón para la propia Iglesia, en el proceso que ésta actualmente
se ha autoimpuesto de «purificación de la memoria». Obra e institución eclesiástica, sí,
por supuesto, pero operando ritualmente en el espacio interior de la Monarquía, hasta
inspirar no sólo las conductas, sino también las normas de representación. Bennassar no
lo dijo así, como hoy se suele definir el problema, pero supo entender la funcionalidad
234

operativa de los dos actores principales Monarquía e Iglesia. La primera siendo el


receptáculo a través del cual operaba la segunda, la cultura dominante que la Iglesia
inspiraba y, ahí, en ese territorio aparece el Tribunal del Santo Oficio, como
fascinante ilustración del drama que amenaza a los hombres cada vez que se
establece una relación orgánica entre el Estado y la Iglesia 10.
38 Ahí, en ese espacio, la amenaza se llama «pensamiento único», el viejo sueño, siempre
amenazador de Leviatán.
39 Por lo tanto, el Tribunal quedaba definido como el marco jurídico-procesal excepcional,
plenamente eficaz y capaz de ocupar todo el territorio. Un tribunal asentado en el
consenso y la aceptación de grandes y de pequeños; un tribunal más escrupuloso que
ningún otro; que practicó muy poco la tortura y que sin embargo impuso el miedo como
sensación colectiva; y sobre todo discurso conformador de voluntades y de conductas. Lo
dijo él con una frase ya famosa: el Tribunal expresó una «pédagogie de la peur», la
pedagogía del miedo. Y eso significaba, primero y principalmente, que aquella famosa
institución impuso «por mucho tiempo el reino del conformismo»11.
40 Y el conformismo fue la consecuencia final, no de perseguir y castigar las herejías, que el
propio pueblo de Dios expulsaba de su seno, sino de reprimir también las conductas
desviadas, los pensamientos atrevidos y las proposiciones disonantes. Allí ocurrió que la
duda y el temor se apoderaron tanto del verbo, la palabra, como de la idea que lo
inspiraba. Lo definió magistralmente Martín de Cantalapiedra al final de su proceso: «Es
mejor ir con cuidado y no propasarse».
41 Otra vez se imponía el reino de la mediocridad. Los discípulos de Bennassar, algunos de
los cuales ocupan hoy respetados lugares en el pensamiento historiográfico francés,
confirmaron las hipótesis que el maestro había prefijado. Allí se confirmaron las
disciplinas del lenguaje, la devaluación del verbo femenino, los engranajes del secreto, el
miedo por la singularidad y la represión de los escándalos. Y todo ello, para deducir,
finalmente, que no fue posible en los siglos de la modernidad española discutir
abiertamente el orden del mundo. Las iniciativas del pueblo de Dios, aun después de las
precisiones de Trento, habían sido controladas y acalladas por la potestas eclesial,
jerarquizada y redefinida por su convivencia con las estructuras políticas. Por ahí, podía
entenderse también el divorcio con el espacio europeo.
42 Porque esta es la idea esencial en el pensamiento del Bennassar historiador, ese
determinado divorcio, esa sutil diferencia. El Tribunal del Santo Oficio no pudo cerrar las
fronteras al pensamiento europeo; en este sentido material fracasó rotundamente;
tampoco organizó una presencia abrumadoramente omnipresente: por el contrario,
muchos españoles de entonces nunca vieron un auto de fe ni divisaron jamás a un
inquisidor merodeando cerca de sus campos y de sus hogares. Las cárceles del Santo
Tribunal estuvieron vacías muchas veces, y sin embargo, aquella institución había creado
cárceles interiores mucho más lúgubres, mucho más estériles, mucho más medrosas. Allí
las certezas eran verdaderos actos de fe y los temores convertíanse en arrepentimientos.
Hubo poco tiempo para razonar, dudar o experimentar. Cuando Alejo de Venegas
publicaba, en la segunda mitad del siglo XVI La agonía del tránsito de la muerte, indicaba que
el cuarto gran vicio de los españoles era el desprecio del saber. A Bartolomé Bennassar no
le importaban en realidad los tres primeros vicios: el interés de lujo, el relativo desprecio
por el trabajo y la manía por los linajes. El cuarto verdaderamente, sí. Y en gran parte a
analizar este problema dedicó otro libro famoso, L’homme espagnol. Attitudes et mentalités
du XVIe au XIXe siècle, publicado en 1975.
235

43 Fue éste un libro ciertamente polémico porque en principio planteaba una osada
pretensión llena, inevitablemente, de contradicciones. Y sin embargo, B. Bennassar
asumió y aseguró la existencia de tales contradicciones, y aceptó también la fragilidad de
muchas hipótesis y de otras tantas ideas. Pero, con todos los riesgos, precisó que su
atrevimiento se basaba en el hecho evidente de que la historia de España, hasta el primer
tercio de este siglo, ofrecía más permanencias que cambios12. Y es a esas permanencias a
las que recurre; y no desde las instituciones o los acontecimientos, sino desde un plano
más elemental, el de la existencia misma. Pero captar la existencia de una colectividad,
imprecisa en su conjunto, es agrandar el inventario de incoherencias.
44 El autor corre el riesgo y lo hace marcando directamente los diferentes espacios en los
que desea ubicar su reflexión. Recurriendo a una imagen taurina, que tanto le agrada,
Bennassareligió los terrenos donde desarrollar la «faena» y, en consecuencia, realizó una
enumeración temática sobre la cual su dominio era absoluto: los ritmos del tiempo vivido,
la percepción del espacio, la ortodoxia de fe y sus catálogos de disidencias; el poder, el
trabajo y la riqueza, la fiesta, los amores, los honores y las formas de violencia. ¿Hay algo
en todos esos espacios que el autor no haya, previamente, conocido y ensayado? Todo le
es ampliamente sabido y... con todo, no se arriesga en exceso. Su objetivo principal fue
averiguar el porqué de esa desidia estructural por el saber. No hay respuestas definidas,
tan sólo algunas sugerencias. Es verdad que durante el periodo entre 1600 y 1750 el
divorcio entre un lado y otro de los Pirineos, probablemente, haya sido preparado por las
severidades inquisitoriales. Ello sin embargo no es seguro. Luego, después, es evidente
que se produjo un enfrentamiento ideológico y político fundamental, en el que el
reformismo borbónico jugó sus mejores bazas. Pero hubo numerosas resistencias y
también extraordinarios esfuerzos. ¿Habían llegado entonces los españoles a comprender
las bondades de la duda, de la experimentación y del razonamiento? Sin duda que sí, en
gran medida, pero no plenamente como producto de una estrategia política y cultural
ampliamente diseñada.
45 Finalmente L’homme espagnol concluye con la certeza de que las actitudes y los modos de
vivir no han cesado de transformarse. Las numerosas contradicciones que expresan sus
manifestaciones lo indican con evidencia. Porque, finalmente, quizás el problema no sea
posible verlo en una sola dirección, la de afuera hacia adentro. Tal vez las visiones no se
precisen tanto en las diferencias percibidas, cuanto en las similitudes olvidadas. No hay,
ni hubo una manera específicamente española de asumir la vida. Tal vez fuera preciso no
recurrir con tanta frecuencia a los estereotipos. Y a pesar de todo, Bennassar descubre
que los españoles, los de entonces, los de la sociedad del Antiguo Régimen, nunca o muy
pocas veces emplearon la palabra «reto», la que, precisamente en esta década que se
cierra, la de 1990, inunda y llena los discursos de intelectuales y políticos.
46 Reto de modernidad de hoy, sueños del ayer. Bartolomé Bennassar descubre que entre los
dos términos de esa compleja línea, entre el hoy y el ayer, los españoles han sido los
primeros europeos en pensar y repensar una teoría de su propia decadencia, una
decadencia sentida desde su propio interior. Viviendo tal proceso –a medio camino entre
las realidades y las ilusiones– Bennassar creyó encontrar unos determinados sistemas
culturales pensados y precisados, tanto para el vivir bien, como prefacio lógico del bien
morir. Un sentimiento del morir que supone, como decía Unamuno, «el pálpito de mi
consciencia» y una muerte social que a todos iguala. La conciencia de muerte certera dio
más precio a la vida, recuerda Bennassar, cuando escribió Un Siglo de Oro español.
236

47 Terminemos, a este respecto, recordando la anécdota que a nuestro profesor, le ha


encantado escribir. A finales de los años 1960, Bennassar acompaña a Miguel Delibes hacia
el despoblado de Cortiguera en el Norte de Castilla. Casas de piedra blasonadas, que
apenas pueden mantenerse en pie. Delibes y Bennassar entran en la iglesia semiderruida
y se atreven a subir al campanario. Allí encuentran un féretro mortuorio, que durante
siglos había conducido, uno tras otro, a todos los muertos de Cortiguera. Sobre la madera
y en trazos gruesos se podía leer: «Aquí se acaba el gozo de los injustos». Epitafio singular,
y comunitario, además. Clases, grupos, estamentos y oropeles todos, a la postre fueron
nada. El milagro, dice Bennassar, está en que esa nada tan sentida, nunca jamás pudo
contener la fuerza de la vida.

BIBLIOGRAFÍA

Bibliografía
BENNASSAR, Bartolomé, Valladolid au Siècle d’or. Une ville de Castille et sa campagne au XVI e siècle, Paris
- La Haya, Mouton, 1967. Ed. esp.: Valladolid en el Siglo de Oro. Una ciudad de Castilla y su entorno
agrario en el siglo XVI, Valladolid, Fundación Municipal de Cultura, 1983 (citado B. BENNASSAR,
Valladolid, ed. esp.).
— Recherches sur les grandes épidémies dans le Nord de l’Espagne à la fin du XVI e siècle. Problèmes de
documentation et de méthode, Paris, SEPVEN, 1969.
— L’homme espagnol. Attitudes et mentalités du XVIe au XIXe siècle, Paris, Hachette, 1975 (reed.
Bruselas, Complexe, 1992). Ed. esp.: Los españoles. Actitudes y mentalidades del siglo XVI alXIX,
Barcelona, Librería Editorial Argos, 1985 (reed. Barcelona, Círculo de Lectores, 1990), [citado B.
BENNASSAR, Uhomme espagnol].
— L’Inquisition espagnole, París, Hachette, 1979. Ed. esp.: Inquisición española. Poder político y control
social, Barcelona, Crítica, 1981 (citado B. BENNASSAR, Inquisición).

FERNÁNDEZ DE NAVARRETE, Pedro, Conservación de monarquías, Discurso VII, Madrid, Biblioteca de


Autores Españoles (25), 1947.

REVAH, I. S., «Le plaidoyer en faveur des “Nouveaux-Chrétiens” portugais du licencié Martín
González de Cellorigo», Revue des études juives, 4e série, 2(122), [Paris], 1963, pp. 279-398 (citado I.
S. REVAH, «Le plaidoyer en faveur des “Nouveaux-Chrétiens” portugais»).

NOTAS
1. B. BENNASSAR, Valladolid, ed. esp., p, 517.
2. B. BENNASSAR, Valladolid, ed. esp., p. 13.
3. Cit. en I. S. REVAH, «Le plaidoyer en faveur des “Nouveaux-Chrétiens” portugais», p, 279.
4. B. BENNASSAR, Valladolid, ed. esp., p. 14.
5. B. BENNASSAR, Valladolid, ed. esp., p. 14.
237

6. París, Le Seuil, 1957.


7. París, Albin Michel, 1942.
8. P. FERNÁNDEZ DE NAVARRETE, Conservación de monarquías. Discurso VII, p. 446.
9. Teófanes EGIDO, «Complemento bibliográfico», en B. BENNASSAR, Valladolid, ed. esp., p.549.
10. B. BENNASSAR, Inquisición, p. 341.
11. Ibid., p.339.
12. «Uhistotre d’Espagne jusqu’au premier tiers [du XXe siècle] nous offre plus de permanences que de
changement. Le tourbillon des événements n’y peut rien. Une continuité des situations, des idéaux, des
comportements, n’est pas concevable sans qu’aient existé, communes à la plupart des Espagnols, sinon à
tous, des complicités profondes et parfois des contraintes qui vont au-delà des appartenances sociales et des
péripéties politiques», B. BENNASSAR, L’homme espagnol, p. 25.

RESÚMENES
Bartolomé Bennassar «inventó», en el primer sentido de la palabra, a Valladolid. Su tesis sobre la
ciudad castellana nació de una pregunta más general que el historiador novel se hiciera sobre el
destino de España, desde el apogeo del siglo XVI hasta el declive del siglo XVII. Compartiendo la
vida de los vallisoletanos de la posguerra (1950), Bennassar se enamoró de esta ciudad de la que
hizo una semblanza muy completa. Luego se dedicó a explicar la historia de España. Ya presente
en sus tesis, el estudio de las mentalidades y en especial lo que de ellas revela el funcionamiento
del Santo Oficio, formó el núcleo de posteriores investigaciones y escritos. Por otra parte, el
historiador subrayó la naturaleza política del Tribunal de la Inquisición y las consecuencias de
tipo ideológico y espiritual de su acción. Las conclusiones de su labor investigadora se plasman en
su obra L’homme espagnol. Attitudes et mentalités du XVI e au XIXe siècle. Jaime Contreras insiste en la
coherencia de la obra de Bartolomé Bennassar y en el papel que desempeñó en la elucidación de
los grandes debates históricos e historiográficos de España

Bartolomé Bennassar a « inventé », au sens premier du mot, Valladolid. Sa thèse sur la ville
castillane est née d’une interrogation plus vaste sur le destin de l’Espagne : de l’apogée du XVI e
siècle à la décadence du XVIIe siècle. Partageant la vie des Vallisolétains de l’après-guerre (1950),
Bennassar a aimé la ville dont il a brossé le portrait le plus complet possible avant de s’engager
plus avant dans l’explication de l’histoire de l’Espagne. Déjà abordées dans sa thèse, les
mentalités, et notamment ce que met à jour le fonctionnement de l’Inquisition, seront l’objet de
ses recherches et de ses écrits. La nature politique du Tribunal de l’Inquisition et les
conséquences idéologiques et spirituelles de son action sont soulignées par Bennassar. On les
retrouvera dans son ouvrage intitulé L’homme espagnol. Attitudes et mentalités du XVI e au XIXe siècle.
J. Contreras souligne ainsi la cohérence de l’œuvre de Bennassar et son rôle décisif dans
l’élucidation de grands débats historiques et historiographiques

Bartolomé Bennassar «invented» Valladolid, in the original sense of the word. His thesis on this
Castilian city was born of a more general concern of the newly-fledged historian as to the fate of
Spain from its apogee in the 16th century to its decline in the 17th. Living among the people of
Valladolid in the post-war years (the 1950s), Bennassar fell in love with the city, of which he drew
a highly detailed portrait He later went on to interpret the history of Spain. Already discernible
in his thesis, the focus on mentalities –and especially can be learned of these from the workings
238

of the Holy Office– lay at the core of his later research and writings. The historian also drew
attention to the political nature of the Inquisition Tribunal and the ideological and spiritual
consequences of its work. The conclusions of his research are set forth in the book L’homme
espagnol. Attitudes et mentalités du XVIe au XIX e siècle. Jaime Contreras highlights the coherence of
Bartolomé Bennassar’s work and the elucidating role that it played in the great historical and
historiographic debates of Spain

AUTOR
JAIME CONTRERAS
Universidad de Alcalá
239

Mes Espagnes
My Spains
Mis Españas

Pierre Chaunu

1 Quand votre, notre Seigneur et maître Canavaggio m’a fortement prié de participer et m’a
généreusement doté d’une heure de votre précieux temps, j’ai été pris d’un instant de
panique. Étant ce que le duc Charles qui n’était pas encore Carlos Quinto aurait appelé un
welche en ses États, je suis « bête et discipliné », donc je me suis exécuté. Et comme la
chose la plus difficile est le choix d’un titre, j’ai sauté à pieds joints sur celui qui m’a été
proposé, Mes Espagnes : une espèce donc d’auto-, voire d’égohistoire, c’est la mode et après
tout, c’est une forme de biographie historique. On ne peut être, par définition, que bien
servi que par soi-même... Voire ! Est-ce bien sûr ? Une tradition à l’Institut de France veut
que le nouvel élu fasse un éloge savamment documenté de son prédécesseur. Ce texte est
publié. J’ai fait l’éloge de mon prédécesseur et ce fut avec joie, j’ignore ce qu’il en sera
pour moi. J’ai donc pensé à mon successeur, il vous sera reconnaissant, chers amis, de lui
avoir facilité la tâche. Apprêtez-vous à souffrir.
2 Mes Espagnes, vous aurez apprécié le pluriel, la griffe de l’Espagne. Nous souhaitons
chichement le bon jour, l’Espagnol, dès le desayuno, vous souhaite de bons jours. Ici, de
toute manière, le pluriel s’imposait.
3 Je ne suis pas un hispaniste – vous n’avez pas besoin de preuves, tant c’est évident –, tout
au plus un pauvre petit hispanisant par raccroc. Ce qui n’implique pas que la fière et
généreuse Espagne n’ait pas été dans notre vie (à Huguette et à Pierre, je ne sépare pas)
une chance. Que même si je ne lui ai pas été très fidèle – nous ne sommes pas elle
(l’Espagne) et moi mariés, je l’étais déjà quand nous nous sommes rencontrés et elle n’eût
pas consenti –, je lui ai écorché les oreilles. Nos rencontres, notre rencontre et ce qui a
suivi ont été pour moi du moins extrêmement gratifiants. Il me reste à essayer de
découvrir le comment et le pourquoi. Puisque je suis, comme chacun de nous, Yo y mi
circunstancia, je vais essayer de dégager la part de l’Espagne dans mi circunstancia, notre (à
Huguette et à moi) circunstancia.
4 La tâche n’est pas aisée. Je m’efforcerai de marier chronologie et thématique. La
chronologie est simple, de 1948 à 1951 surtout, l’implication est totale, forte de 1951 à
240

1960, puis je m’éloigne, pris par d’autres activités, mais sans que j’en sois toujours
parfaitement conscient, un dialogue intérieur se poursuit. C’est le mérite de la question
que vous me posez aujourd’hui de m’en faire prendre mieux conscience.
5 Le détonateur, d’abord, le terrain ensuite. Automne 1945. J’ai vingt-deux ans, la guerre
finie, interrompue (?), un programme d’agrégation d’histoire. Au nombre des questions,
l’indépendance de l’Amérique latine, sujet bateau, libellé d’une manière idiote. Pour deux
ans, c’est la règle (le programme renouvelé par moitié chaque année, donc 1945-1946,
1946-1947). 1946, Fernand Braudel, sorti d’une captivité éprouvante, assure quatre ou
cinq conférences devant quinze à vingt candidats qui ont levé le nez par hasard sur une
feuille de papier manuscrite qui a échappé aux autres (tous les provinciaux a fortiori).
Suivant son habitude, il parle sans notes et nous sommes deux ou trois transportés avec
lui en pensée, à cheval avec les bandeirantes paulistes, sur ces plateaux qu’il avait
parcourus à cheval (c’était un remarquable cavalier), en 1937 et 1938.
6 L’année suivante (1946-1947), nous sommes quatre ou cinq à le suivre, une fois tous les
quinze jours, dans un minuscule séminaire qu’il tient à l’École des Hautes Études, sur un
peu tout, peu importe, mais l’économie espagnole au XVIe au premier chef, il suffit
d’écouter, cela ruisselle d’intelligence, à vous faire prendre en grippe sinon tous mais plus
d’un enseignement de l’autre côté de la cour, j’entends à la Sorbonne. On peut aimer l’un
sans détester l’autre. Le concours passé (1947), la petite timbale décrochée, je cherche un
sujet, un vrai sujet. Je frappe à une porte, après quarante-huit heures je prends mes
jambes à mon cou. Et je me résous, timidité vaincue, à aller trouver Fernand Braudel. Mon
échelle des valeurs ne s’est jamais confondue avec l’échelle hiérarchique, elle est moins
visible, en l’occurrence, elle est anticipatrice, celle que le temps ensuite confirme. Je serai
testé : me voilà sacré, entre Bar-le-Duc et Paris, secrétaire bénévole de Lucien Febvre, et
grâce à l’aide de mon épouse et au téléphone de ma belle-mère (c’est encore rare et
précieux), je réalise l’emploi du temps de la première année d’enseignement de la VI e
Section de l’École des Hautes Études (décret de Victor Duruy, 1868, déterré). Il me faut
négocier, c’est une excellente école où la courtoisie des grands contrastes avec
l’arrogance des imbéciles, nombreux dans l’Université comme ailleurs. C’est une
constante. Et l’affiche qui a duré plus de vingt ans a été dessinée par mon épouse, qui
sacrifie un temps précieux.
7 On va parler thèse. Le Pacifique est à prendre. Quel que soit le sujet, c’est avec Braudel
que j’ai envie de travailler. Le Pacifique, après Legazpi, sur l’axe Acapulco-Manille.
Pourquoi ? Le dernier livre de W. L. Schurz, The Manila Galleon, n’est pas parvenu en
France à cause de la guerre. Je l’ai découvert sans surprise, il ne répondait pas à la
question qui m’avait mis en branle. Braudel m’avait mis sous les yeux une phrase de l’ami
connu à Simancas, Earl Jefferson Hamilton, vaguement étayée par un pamphlet
polémique de Grau y Montfalcon au service d’un groupe de pression des marchands de
Séville dans les années fin 1620-16301. Ce pamphlet, suivant un schéma mental dont je sais
mieux maintenant combien il est peu original, accuse la concurrence déloyale chinoise
qui pompe l’argent (métal blanc) de la Nouvelle-Espagne. En peu de mots, un problème de
dynamique des flux est posé. On cherche à mieux comprendre, dans des économies
anciennes d’après le désenclavement planétaire mais d’avant la spirale des innovations de
la fin du XVIIIe et du XIXe, ce qui peut mouvoir les différences d’accélération que les rares
indices dont nous disposons semblent mettre en valeur sans que l’on ose en contester la
leçon. C’est donc une démarche a priori, avec vérification a posteriori qui commande mon
entreprise. Si vous acceptez l’hypothèse d’un rôle moteur des nouvelles routes et des
241

nouveaux axes, comprendre les rythmes à long terme de ces activités vous fournira un
élément d’explication des accélérations et des ralentissements qui se répercutent
apparemment sur de vastes ensembles. Si la panne atlantique relative est due à une
capture via Acapulco et Manille, vous aurez gagné. Heureusement, pas besoin de se fixer
en Chine (en 1949 ?) et d’apprendre le chinois, le papel de China de la Caisse de Manille et a
fortiori les comptes d’Acapulco sont à Séville, aux Archives des Indes en vue d’une
hypothèse à vérifier ou à écarter.
8 Je voulais seulement établir qu’on pouvait s’engager dans cette aventure sans être à
proprement parler hispanisant. Mais sans nul doute, un peu fou : il faudrait non
seulement embrasser le Pacifique, mais en outre l’Atlantique où la documentation existe,
et la mettre en forme. Nous serons deux, il faudra vivre pendant trois ans, une bourse de
stagiaire pour Huguette et la bourse alors squelettique (35 % de mon salaire d’agrégé
débutant) de la Casa de Velázquez, que j’obtiens grâce à l’estime du doyen Renouard, de
Bordeaux, qui m’avait remarqué durant la suppléance qu’il avait faite pendant la guerre à
la Sorbonne.
9 J’ai évoqué le détonateur. Après tout, les agrégatifs d’histoire de cette époque n’ont pas
tous suivi Fernand Braudel et n’ont pas épousé l’Espagne et ses magnifiques archives.
Reste à préciser le climat. Je me suis expliqué ailleurs, titrant « Je suis le fils de la morte »
un éveil de la conscience entre le paysage lunaire du champ de bataille de Verdun et la
garnison de Metz, encore d’autres champs de bataille, l’expérience in concreto des
pyramides des âges dévastées, l’enfant seul dans un monde de vieillards vraiment vieux,
comme on ne l’est plus maintenant sauf en fin de course, et que les deuils plus que l’âge
avaient accablés. Ce complexe explique l’éventualité d’une triple vocation, puisque la
mort et la nuit nous entourent, faire face, soldat, je ne puis ; la médecine, comme Louis
Pasteur qui n’était pas médecin, barrée par la phobie, aujourd’hui dominée, du sang.
Reste l’exploration du passé, de ces luttes dont j’ai le sentiment d’être à jamais frustré et
que l’on ressasse autour de moi. Et un vide, un creux, le creux de l’avant, du passé
antérieur proche, puisque sur la photographie jaunie, je reconnais tous les visages, sauf
un dans un coin où se tient debout « la dame blanche ». Les yeux se brouillent, le regard
se détourne quand l’enfant interroge. Vous avez compris que le mystère, bien plus que
celui de l’après – ils ne font qu’un – est le mystère de l’avant. C’est ainsi que faute de
mieux, on devient historien, comme celui qui se contentera d’un emploi de frère convers,
faute d’avoir eu accès au chœur des Pères.
10 Maurice Barrès, qui fut amant de l’Espagne, comme tous nos romantiques, stricto et lato
sensu, a titré « du sang, de la volupté et de la mort ». Il n’est guère de volupté dans la note
infrapaginale d’Hamilton, mais un heureux hasard et/ou la Providence qui a eu la bonté
de commander la remontée du Guadalquivir jusqu’à Séville, via Madrid et Madrid, à une
époque où les Pyrénées supprimées avaient été rétablies en raison d’une habitude qu’ont
souvent les Français, par bonté d’âme, je suppose, de chercher la paille dans l’œil du
voisin, ce qui dispense de tracasser la poutre que l’on caresse dans le sien. Agrégé, après
un an, me voilà becario à l’École des Hautes Études Hispaniques, Casa de Velázquez à une
époque où l’on ne se pressait pas au portillon.
11 J’avais lu avec la passion d’une adolescence prolongée, à fond, tout Simiand – il faut,
croyez moi, de la vertu – qui flattait mes penchants de vrai scientifique avorté. Fernand
Braudel, qui était en quête de sujets de recherche, me voyant jongler entre phases,
intercycles, Kondratieff, Juglar et Kitchin et tutti quanti, tout barbouillé d’une science bien
fraîche, m’avait mis sous le nez la phrase de Hamilton dont il aimait à rappeler les
242

exploits à Simancas, sans imaginer que l’on pourrait mordre si vigoureusement à


l’hameçon. Restait à apprendre un minimum d’espagnol dans le train – ils étaient lents –
entre Paris et Bar-le-Duc. Les troupes de Charles Quint au siège de Metz, où je fus élevé,
comprenaient mieux la langue de Luther (horresco referens) que celle de Cervantes, qui
avait quatre ans lors du siège de Metz. Il suffisait de mener l’enquête de front sur
l’Atlantique tenu par « le goulot de la bouteille » pour l’essentiel des communications
avec l’Amérique et l’enquête sur le Pacifique dans sa dimension la plus large. Simiand
n’avait pu remonter si loin dans le temps. La sottise ambiante – elle transporte une part
de vérité – attribue une place excessive à la crise de 1929 (on disait superposition d’un
accident cyclique et d’un renversement de tendance) dans le déclenchement de la
deuxième, il vaudrait mieux dire la deuxième phase de la conflagration mondiale. Il fallait
prendre du champ, remonter le passé pour mieux comprendre le présent. Sans en être
bien persuadé, on pouvait toujours se bercer de l’illusion – cela avait été enseigné ex
cathedra par de très doctes ordinarii légèrement barbouillés de vulgaris marxismus en
suspension dans l’air comme le fog avant les filtres imposés aux cheminées de Londres. Il
fallait bien l’illusion d’un noble but à atteindre pour justifier un effort sur un court laps
de temps, comme le coureur de Marathon, sans le risque d’une issue aussi cruelle.
12 Notre effort découronné de l’aura qui nous aidait à mieux souffrir n’en demeure pas
moins valable, car nous avons respecté les bonnes règles antérieures de l’érudition que
nous ont enseignées les bénédictins de Saint-Maur r en France et de Saint-Vannes en ma
bonne Lorraine, et rendu grâce à l’application des officiales et menus employés de la Casa
de la Contratación dont il convenait de retrouver les accords tacites qu’une lecture
attentive de la correspondance entre Casa et Consejo révèle, le temps d’un oubli ou d’un
trop d’assurance, ce qui permet d’ajuster des grilles qui donnent une approche suffisante
des pentes et des écarts. Quant à la portée véritable, la bonne vieille critique interne nous
a permis de fournir un matériel honnête intégrable qui n’a pas trop mal résisté au temps,
si j’en juge par le nombre des emprunts qui nous sont tout aussi agréables quand on
oublie de donner la référence. Je l’ai découvert dans des manuels publiés par des
collègues très proches. Je me suis bien gardé de leur chercher querelle. Nous avions
beaucoup compté, graphiqué. Nous rendons hommage à la manière dont les archivistes
espagnols nous ont facilité la tâche. Et je tiens plus encore à saluer le dévouement total
d’Huguette, ma chère épouse, qui a sacrifié sa carrière. C’était la condition nécessaire
pour que ce qui nous appartenait nous appartînt.
13 Voilà pour la première étape. Que de souvenirs heureux ! Nous étions des raros
sympathiques. Je ne citerai qu’un nom, Francisco Morales Padrón, notre jumeau, conscrit
de la même classe. La distance des Canaries à Séville valait bien celle qui nous séparait des
confins de l’empire dont Charles Quint était l’empereur. Est-ce pour cela que nous ne
nous sommes jamais sentis totalement dépaysés et quel magnifique relais que la Casa
branlante du Serrano 73 sur laquelle régnait, comme un contemporain du Cid, don
Mauricio Legendre (à prononcer comme les criadas qui étaient un peu les hijas de cette
Casa seigneuriale). Cet homme d’un autre âge et de grand caractère m’avait fasciné dans
la mesure où tous ceux qui étaient censés me vouloir du bien m’en avaient dit le plus
grand mal. Je n’ai pas été déçu et je suis fier encore aujourd’hui d’avoir gagné son estime.
J’ai souvent dit qu’il valait à lui seul le voyage. L’amour grandit, il aimait l’Espagne comme
Orphée son Eurydice. Et il prononçait l’espagnol comme on prétend bien à tort que
Mazarin prononçait le français. Nous étions – nous sommes toujours – des protestants,
mais croyant en Dieu. Ce que nous faisions, Huguette et moi, aurait dû le choquer. Il avait
243

éprouvé le besoin de me dire une fois qu’il avait été tenté dans sa jeunesse par l’économie
mathématique. Et un jour que la maison avait failli sauter, il m’avait confié le dossier, que
je lui offris d’aller plaider au Ministère à Paris. J’obtins gain de cause sans difficulté. Je
crois que le Cid avait comme tout le monde un more à son service. J’étais protestant. Il y a
des ennemis qu’on n’a pas envie de tuer (voyez Charles Quint et Luther). Pour Maurice
Legendre, les ennemis c’étaient les Allemands. Il avait prouvé son attachement véhément
à la France en 1914-1918 et 1939-1945.
14 Et l’Espagne ? Et l’histoire dans tout cela ?
15 J’avais rempli mon contrat. Je pouvais reprendre ma liberté par rapport à ce qui avait été
un engouement. Au bout d’un an de dépouillement, je l’écris à Fernand Braudel. La
corrélation entre ce qui navigue entre Acapulco et Manille et ce qui emprunte la Carrera
de Indias est étroitement positive. Donc la cause de la panne est ailleurs. L’explication
viendra bientôt. L’unique moteur, là comme ailleurs, libres ou contraints, les hommes, la
mort des Indiens, sous le choc microbien et viral. Quand me parvinrent les premiers
chiffres établis par l’école de Berkeley, j’avais été d’abord sceptique. Les Américains le
seront bien plus longtemps. Las Casas et Fernández de Oviedo, paradoxalement,
convergent. Je l’ai précisé plus tard et Berkeley m’écrit que c’est un long article que
j’avais publié dans la Revue historique qui avait fait basculer l’opinion hésitante. Woodrow
Borah est enthousiaste : ils avaient calculé, je fournis l’explication. Les symptômes sont
dans les textes, le diagnostic, à la portée de l’étudiant en médecine rentré que j’ai été. Non
la conquête mais le rythme de la Conquista et la quête du détroit introuvable ont coûté
15 % environ de la population humaine du globe en moins d’un demi-siècle. La
catastrophe tragique a balayé les isolats amérindiens, à la consternation des porteurs de
germes – comment auraient-ils pu se méfier des germes de mort qu’ils portaient avec eux
sans avoir à en souffrir ?
16 Nous avons suivi, les historiens espagnols et moi, des chemins divergents, mais nos routes
se croisent. C’est plus souvent le passé que le présent qui fait grandir les germes de
l’avenir. Il y a toujours en une réaction un excès. L’école des Annales, à laquelle je suis fier
d’avoir appartenu, était une réaction nécessaire et, telle que je l’ai vécue, excessive contre
ce qu’elle appelait improprement l’histoire positiviste. En un mot, déterminisme,
mécanisme. Le monde scandé au rythme des métaux précieux. Il est facile aujourd’hui de
sourire. Nous pensions avoir libéré l’histoire des Grands et de la politique, pour
promouvoir les masses sans visage. Nous avions l’illusion d’être en avance d’un tour.
Contemporains de Newton et de Laplace, nous étions seulement en retard d’une
révolution mentale. Causalité, à ne pas confondre avec déterminisme, coïncide avec
« logique de l’imprévisible ». J’ai, autour de Colomb et du rythme absurde de la Conquista,
titré en 1993 Colomb ou la logique de l’imprévisible.
17 Je sais gré à l’historiographie espagnole de m’avoir présenté une face plus proche de ce
que la Sorbonne m’avait enseigné. Au moment où je sortais de la superstition du tout en
graphiques, séries, cartes et calculs, et avant d’avoir retrouvé des acteurs bien
identifiables, au moment où je m’écartais de ce qui avait été mon premier champ de
recherche, la présence de l’Espagne, sous des formes discrètes, allait m’aider. Il serait
long, inutile d’expliquer les raisons qui me conduisent à l’Université de Caen où, de 1959 à
1970, je fus réellement, professionnellement, heureux. Par la vie et la pensée, d’abord,
plus tard à la Sorbonne, la mort et le Sens.
18 La vie. Les Indiens d’abord. La nécessité d’une causalité forte, indépendante et commune
s’était imposée. Il avait fallu préciser l’hypothèse, vérifier, décoder les textes et fournir ce
244

qui échappait en partie aux chercheurs californiens, un système cohérent. Le moteur,


c’est l’homme. Qu’il soit libre ou, comme ici, dépendant, c’est lui qui crée la richesse. Il n’y
a de richesse que d’hommes, proclame, dès la seconde moitié du XVIe siècle, notre cher
Jean Bodin.
19 Du même coup, je menais l’attaque (sic) sur deux fronts, le front contre la leyenda negra.
C’est pour des raisons idéologiques que des deux côtés on s’accroche aux chiffres bas ou
hauts. On en voulait d’un côté à Las Casas et de l’autre on l’exaltait. Tout cela est
parfaitement anachronique et dérisoire. Les faits sont les faits. Ils sont liés à la lutte de
notre appareil immunitaire contre ces concurrents élémentaires de la vie que sont
microbes pathogènes, virus et depuis peu, plus devinés que contrôlés, prions. On peut
admirer Las Casas pour sa générosité et l’acuité de son regard, sans pour autant
approuver ce que les ennemis de l’Espagne en ont extrapolé. J’ai toujours trouvé ridicules
les aspects successifs des « pensées uniques ». Karl Marx2, au XIXe siècle, méprisait les
gens de couleur. Colonialistes, anticolonialistes successivement, mêmes excès, mêmes
falsifications et écarts à la réalité qui implique nuances, modération et prudence. L’erreur
doit être prise en compte, le coût d’une erreur d’appréciation peut être lourd : 15 % de
l’humanité pour un excès ruineux de hâte, je m’en suis souvenu.
20 Commence alors un cycle dont l’Espagne peut paraître exclue. Ce n’est ni l’argent ni l’or
ni les matières premières, mais l’homme et, plus que le muscle, la tête et le cœur.
21 Séville, l’Atlantique et le Pacifique, m’avait fermé une porte – c’est humain – et m’en avait
ouvert une autre. J’avais compris qu’il n’y avait pas de place pour deux là où ce pour quoi,
apparemment, j’avais été formé. Une porte fermée, felix culpa, l’autre s’est ouverte, il
suffisait de s’adapter. La Sorbonne m’a facilité la tâche. Pierre Renouvin. S’il n’avait laissé
une partie de son corps de jeune officier dans la stupide attaque du chemin des Dames
(1917), il aurait sûrement conduit la diplomatie française ; faute de mieux, son rôle fut
immense, équilibré, sans appel, à la tête des études historiques universitaires. Il avait, je
crois, apprécié ma discrétion. Tout fut donc facile. Mais le maître est au service des
élèves, et non l’inverse. J’ai eu à Caen, dès le début, plusieurs excellentes élèves,
hispanisantes, deux au moins ont émergé3. Mais je disposais de peu de moyens. Les
historiens ne savaient pas la langue et peu d’hispanisants acceptaient l’ascèse à quoi il
fallait se soumettre. Nous avons, en adaptant les techniques lancées par Louis Henry,
ouvert un chantier de démographie historique perfectionné, mes élèves devenus des
maîtres.
22 La vie humaine, c’est le coût à payer du fruit incomparable de la mémoire et de la
connaissance, ne peut éviter la mort : point final ? Sortie en tout état de cause du temps ?
Succession des instants, nous n’avons que cet instant, dit saint Augustin, pour le passé, le
présent, le futur et l’instant éclaté (l’éternité). La vie, la mort (thème espagnol par
excellence). C. E. Labrousse aimait à saluer « le quantitatif au troisième niveau », je crois
que nous avons inventé le qualificatif simultanément, et les amis qui m’ont offert en 1993
un Festschrift ont ajouté la Foi – La Vie, la Mort, la Foi. Dites-le autrement si la Foi vous gêne,
mais il faut bien que quelque chose contredise la redoutable sagesse de Silène : « Le plus
grand bonheur, c’est de ne pas être né » – on s’en occupe beaucoup et avec succès – et
après « de mourir le plus tôt possible ». Pourquoi la raison d’être n’entrerait-elle pas aussi
dans le champ historiographique ?
23 On est toujours rattrapé par l’enfance. L’angoisse de l’avant, je l’ai évoquée, la hantise
millénaire de la succession. Elle fut rarement aussi aiguë – revers de l’extrême
consanguinité, conséquence des exigences des alliances – que chez les Habsbourg de
245

Madrid, que j’ai appris récemment à un peu mieux connaître. Cette angoisse est une
angoisse salutaire qui rattache l’espèce humaine à la vie dont elle est par l’évolution, de
mutations en mutations ordonnées, presque nécessairement, issue. L’accident du collapsus
amérindien (imputé bêtement à l’Espagne) avait fait jouer en moi de vieilles blessures.
Nous sommes moins convaincus au fil des jours de la portée vraiment motrice de nos
18.000 voyages peineusement rassemblés et traités – une pesée globale comparative4 les
ramène en honorable, certes, et modeste mais marginale position, donc relativement
efficace. Je suis désormais soucieux du seul moteur, celui des hommes. Or les hommes, ça
naît et ça se marie et ça meurt, grâce à Dieu, de plus en plus au XVI e et au XVIIe siècles sur
des registres (c’est une image).
24 La démographie historique et la sensibilité religieuse à partir de l’attente de la mort ont
nourri les recherches que je me suis efforcé de susciter. Nous sommes passés
insensiblement du chronologique au thématique. De la Carrera de Indias et du Pacifique
des Ibériques à la Vie, la Mort, la Foi. Dois-je rappeler le chassé-croisé ? L’Espagne avait
des trésors dans ses archives. Nous sommes venus non les lui prendre, mais en
commencer une exploitation respectueuse. Combien de brillants toujours, hier jeunes
historiens espagnols – je n’en citerai aucun de peur d’en oublier, ils sont présents à nos
esprits – se sont imposés dans ce que nous appelons histoire quantitative ou, plus
modestement, sérielle.
25 J’avais créé à Caen – il existe toujours – un centre de recherches d’histoire quantitative.
Nous y avons compté un moment Annie Molinié, qui nous avait confié le soin de
cartographier quelques éléments de sa grande thèse sur la population de l’Espagne au XVI
e
siècle. Je ne compte plus mes anciens élèves, tous plus doués les uns que les autres et qui
ont construit une démographie historique dont je m’efforce de suivre les progrès sans
toujours y parvenir.
26 Il est cependant une chose dont je suis tristement fier. Avoir fait plusieurs prévisions qui,
malheureusement, se sont révélées exactes. Parce que je suis historien et que l’historien,
lui, sait que, contrairement à ce qu’affirme l’Ecclésiaste, ce qui se produira ce n’est pas
nécessairement ce qui s’est produit et qu’il y a parfois du nouveau sous le soleil. C’est
lorsque la projection n’est pas prospective et que les moyennes pour la prospective ne
servent de rien. Il suffit de déceler la cellule mutante et de construire hardiment sans
référence dans le passé le modèle théorique adéquat. À partir de l’enquête auprès des
accouchées à Villeurbanne en 1960 et de la fécondité de Berlin Ouest en 1957, j’ai prévu –
à moins d’une prise de conscience qui fut refusée – ce passage inéluctable de 2,8 enfants
par femme à 1,4 et dans une seconde étape à 0,8. Ce qui est déjà réalisé en plusieurs lieux
quelques-uns pas très éloignés d’ici. Et que le Tiers Monde à son tour serait acculturé. J’ai
développé ailleurs le modèle logique. Il suffirait d’une prise de conscience et d’une non-
falsification des données pour que la correction se produise et que l’explosion dénoncée
débouche sur la transition annoncée à tort et non sur l’implosion qui est bien en place. Il
est difficile, présentement, de prévoir la date de la mutation qui se produira, je continue à
l’espérer5, avant que ne se manifestent des dégâts sinon irréversibles, du moins
entraînant un collapsus planétaire, comme ceux que l’on devine aux débuts chaotiques
d’une très lointaine préhistoire.
27 La mort, le sens, les recherches anxieuses du sens.
28 À Caen, j’étais encore partagé jusqu’en 1969-1970, je parvins à suivre l’avancée de
l’historiographie espagnole à l’assaut du quantitatif. À travers plusieurs de mes élèves et
la Casa de Velázquez, j’essaie de suivre, j’accumule des livres que je n’ai pas le temps de
246

lire à fond. Survient 1968 dont je n’apprécie guère les gesticulations puériles, devant des
adultes honteux, couchés, et qui annoncent ici et là le terme des Trente Glorieuses. Va
suivre la révolution informatique, qui laisse loin derrière tout ce qui a précédé, jusqu’à
l’émergence du langage articulé et les premiers pas de l’écriture. Plus que la machine de
Watt et les métiers mécaniques, ces orthèses du cerveau renvoient à la casse presque tout
le socle sur lequel on les a construites. Inutile de préciser que tout cela passionne
nécessairement l’historien du premier désenclavement planétaire, avant-propos de la
mondialisation.
29 Mes publications sur la Réforme découlent des nécessités de l’enseignement et les
attitudes devant la mort profitent d’une application des méthodes éprouvées de la
sémantique quantitative. Rien de bien neuf à l’horizon. Il faut prendre du champ.
L’Espagne prend sa revanche. Elle étaye ce qui est devenu – cum grano salis – ma
philosophie de l’histoire.
30 Où trouver une plus belle application que Christophe Colomb pour dégager la « logique de
l’imprévisible » ? La probabilité qu’un grand marin, le plus grand pilote de tous les temps,
génie absolu, inégalé, inégalable de la navigation pour l’essentiel à l’estime, mais
totalement étranger aux progrès de la connaissance arrivée à une appréciation des
distances, de la circonférence terrestre, avec une marge du dixième, cet ignorant génial,
grossissant l’Asie et rapetissant grossièrement la Terre, et qui arrive à l’idée absurde de
l’Asie à la porte que pourtant, cet ignorant génial rejeté, ridiculisé par les experts des
conseils au Portugal, en Espagne, en France et en Angleterre, – un fou, dit-on, un illuminé,
un prince qui le suivrait chargerait sa conscience de la mort certaine de ses sujets –
trouve le moyen de son projet. La probabilité est proche de zéro. Mais cet homme est un
prophète, il aura convaincu quelques moines et la reine Isabelle. Comment refuser
quelque chose à Dieu après le cadeau de Grenade ? « Elles sont toutes folles, c’est connu,
même la plus sage. » On sait la suite.
31 La suite, c’est la Conquista et une mise en communication sans étapes et sans transition,
un mode d’exploitation au-delà du coût de la « production et reproduction de l’homme »,
avant les avancées techniques de la fin du XVIe et du XVIIIe siècles. Plus on descend le fil
du temps et plus l’éventail des possibles est large et le déterminisme, étroit, impuissant à
rendre compte totalement de la nature et a fortiori de l’évolution des sociétés humaines.
On ne peut éviter d’acquitter le prix de la liberté.
32 Et le destin ? L’amour du destin et le désir d’éternité, suivant le beau raccourci où Jean
Guitton rassemblait les spiritualités complémentaires, les deux grandes familles
humaines, celle de l’immanence et la nôtre, celle de la transcendance. « Brûler du désir
d’éternité », assouvir le désir de Dieu, se hâter vers l’instant éclaté pour lequel les Grecs
ont forgé un mot, l’aïon. C’est refouler la sotte vie qui s’étire au-delà du tombeau que
nourrit en rêve la présence retrouvée de ceux qu’on a aimés. Être fidèle au désir
d’éternité, c’est accepter la mort, en acquitter le prix de la mémoire et de la connaissance.
Il fallait d’abord détruire l’illusion, apprendre à un petit peuple de témoins de la Parole
entendue mémorisée, transmise, portée jusqu’à la rencontre avec une Écriture aide-
mémoire, sans voyelles, squelettique, juste la carcasse des mots, le difficile secret.
33 La récompense au terme du tout sacrifié au seul désir de Dieu, c’est la conquête toujours à
refaire de l’éternité. Désir de Dieu, d’Adonaï jusqu’au Rabbi attendu (! voire ?) en qui un
nouvel étage de témoins croit discerner la Présence pour la transmettre du Transcendant
devenu accessible et qui détient les Paroles (créatrices) de la vie éternelle. Par étapes, la
première : salut collectif offert mais presque toujours contaminé par les anciennes
247

surdurées récurrentes. De la vie éternelle, car elle n’a pas de prix, on retient d’abord
qu’elle est gratuite. La condition de la survie de cette forme archaïque mais robuste est la
visibilité du Peuple, bien évidemment, élu. La menace découle du succès. La dilatation, le
trop de chance, les ruptures. Rendons grâce à Mohammad. Il fabrique de part et d’autre
des infidèles dont les fidèles ont besoin. Terre bénie donc entre toutes, l’Espagne,
frontière de chrétienté, quelle chance !
34 Au centre de la chrétienté, chez les Franji (la partie pour le tout), puisqu’il n’y a plus de
bons barbares au bout du gladium, il faut bien qu’on construise une limite. Latran IV
(1215) y pourvoit. Chacun devra mieux apprendre qu’au risque de dévaloriser son
baptême, la barrière, il la porte en soi. Au moment où s’étend la contrainte rude du
célibat, les obligations que s’imposent les clercs ont tendance à s’imposer aux laïcs. Tout
cela serait proprement intolérable sans le Purgatoire et surtout sans l’immense pouvoir
dispensateur de l’Église, cette présence seconde du Christ, à condition qu’elle ne soit pas
tentée d’en abuser, pour, au mieux, nouer, comme dit l’Évangile de trop lourds fardeaux
posés durement sur les épaules des plus faibles. Et que reste-t-il au bout du chemin de l’
Éternité, il faudrait être aveugle pour ne pas voir qu’une forme de surdurée païenne a
tendance à occuper un terrain encombré. Après tout, les païens, nos pères, – l’Écriture le
dit – sont aussi fils de Dieu et souvent plus près du Père qu’on ne le croit. Une phrase
résume le privilège de l’Espagne frontière : « Je suis des vieux-chrétiens, pour être duc,
c’est assez. » Pour être duc, c’est même trop (dixit don Quichotte), mais pour être sauvé,
nul n’en doute, c’est assez.
35 Sans Cervantes, aurais-je jamais compris la Réforme, la Contre-Réforme et l’archaïque
spécificité ibérique : un régal pour l’esprit, l’ultime secret du code. Charles Quint avait
bien tort de s’inquiéter à Yuste. Valdés vit de ce privilège et en échange, vous rassure sur
votre au-delà. Carranza, lui, paye cher son attachement à une forme de christianisme plus
proche de la Parole de Christ. La force du protestantisme ailleurs découle du Sola fide,
substitut du Salut gratuit collectif plus sûr, perdu. En Espagne, que pourrait-il apporter
que le peuple espagnol n’ait déjà ? Le peuple élu des vieux-chrétiens. Pour les âmes
mystiques, reste l’ascèse, et ce qui fait sa valeur, gratuitement offerte par ceux que brûle
vraiment la splendide impatience de Dieu. Le Bernin a su si bien l’exprimer dans le
marbre, sous la bure. L’Inquisition visibilise l’autre, symbolique en effigie, ou étranglé par
bienveillance. Cela ne va pas sans désagrément. Les étrangers le diront, mais qui s’en
soucie ?
36 Si l’Espagne n’avait existé, je n’aurais pas été capable de l’inventer.
37 Il fallait un homme, un grand, un singulier. Le Ciel y a pourvu. Un welche des frontières
de l’Empire, d’où viennent les bandes wallonnes qui renforcent cette redoutable
infanterie du roi d’Espagne qui a surtout besoin d’artillerie, laquelle à Rocroi fait défaut.
Pour le mea culpa, sans doute, d’un « Annaliste » qui ne regrette rien.
38 Une promesse imprudente, suite à un cours d’agrégation – le métier – publié au SEDES 6, Et
me voilà engagé dans la biographie historique que mes maîtres faisaient mine de
mépriser. J’avais cherché de bonnes raisons de m’esquiver avant la main secourable de
Michèle Escamilla, authentique hispaniste, dont la thèse est un classique7. L’Inquisition ne
tue plus beaucoup mais elle traque, assure la visibilité du Peuple élu des vieux-chrétiens,
elle dessine le limes qui procure à ceux qui sont du bon côté le Paradis à petit prix. Le
nouveau-chrétien par sa présence signe le certificat d’appartenance des autres dont le
seul vrai non-mérite est la fidélité sans faille des ancêtres. Par leur fidélité, les Espagnols
autres, Espagnols quand même par le courage et la fidélité, parfois jusqu’au martyre
248

d’une autre forme d’Alliance contestée, assurent tout le peuple qui l’entoure de son salut.
On peut ainsi tenter de résumer la particularité forte coulée dans le bronze au cours des
deux dernières années de la retraite à Yuste du dernier véritable Empereur (1556/1558).
Sans Michèle Escamilla, je ne serais jamais arrivé au bout de ma peine. Nous vous
proposons donc un double regard sur cet homme comme tout homme, petit ou grand,
unique, tourné vers le passé auquel il se veut scrupuleusement fidèle, donc armé pour
l’avenir8.
39 Je me suis borné à une longue analyse géopolitique, partant d’une implacable logique de
l’imprévisible : le choix raisonnable des deux aïeuls, grands marieurs devant l’Éternel,
Ferdinand dit le Catholique et Maximilien d’Autriche, roi des Romains, empereur élu par
condescendance, jamais couronné, faute d’argent (Maximilien, charmant poète, dit « sans
le sou »), était de pallier, par le jeu des mariages, le danger représenté par la surpuissance
de l’épais royaume de France sorti de l’épreuve de la guerre de Cent Ans. Malchance du
trop de chance. La mort a dessiné une bien curieuse dentelle qui a fait tomber, si on a
accepté, sans tenter de les corriger, les lois de la succession, sur une seule tête une telle
avalanche de couronnes que, vous allez vérifier, compte tenu du réseau des
communications, la loi de l’addition devenue soustractive. D’où le risque au départ pesé et
le choix de l’acceptation. Avec le danger non fatal d’affrontement entre deux ensembles
sensiblement égaux en puissance qui finiront par s’accepter lorsque le décalage de la
vague des troubles consécutifs à la Réformation étouffe momentanément les tentations
inhérentes à la surpuissante de l’épais royaume de France devenu poreux donc perméable
aux lignes de communications de l’Empire des Alliances (entendez aux États de Charles
Quint puis de Philippe II).
40 À moi cette algèbre où je me trouve, souvenir de ma lointaine jeunesse, épigone de
Fernand Braudel et disciple du temps de Séville et l’Atlantique et du Pacifique des Ibériques. À
Michèle Escamilla, de loin le meilleur, la biographie proprement historique. Pour aucun
autre grand acteur de l’histoire on ne se trouve gratifié, accablé d’une montagne
comparable de textes, de regards, d’aveux. De l’abdication vraiment unique à
l’enterrement volontaire à Yuste, le drame d’un homme qui revit en flash-back sa vie, son
œuvre et l’esquisse de ce qui sera, je l’espère, demain, sous le scalpel manié avec l’habileté
des nouveaux microchirurgiens (généralement des femmes) le passage d’Érasme à Valdés,
Valdés et le procès Carranza, ce trésor pour l’historien.
41 Devant la démence sénile du plus mauvais des papes, Paul IV Caraffa, à côté de qui même
les plus médiocres (Médicis, Farnèse) sont des anges, l’attitude contrastée du père et du
fils, où le fils, Philippe II – toute juste colère maîtrisée, séparation parfaite de l’homme et
du Pontificat compris comme l’actualisation, sous les yeux du vrai catholique, de la
Kénose divine – se révèle le plus grand politique. Oui, plus grand même que son père
tenté, on le comprend (et comme le duc d’Albe, pour une fois sympathique) d’étrangler
l’infâme. C’est donc la promesse d’un « Charles Quint à Philippe II » que je vous laisse,
avec Michèle Escamilla, en héritage.
42 Sur le lit de mort du dernier Empereur, lecteur en français, inlassable, de l’Épître aux
Romains, accompagné, à l’extrême frontière de l’instant éclaté, par la promesse christique
du grand Carranza, destiné à dix-sept ans d’injustes souffrances et guetté pour cette
fidélité au Christ seul par les informateurs de Valdés – le ô combien symbolique Grand
Inquisiteur –, le regret de sa fidélité à sa parole de chevalier – « J’aurais dû le tuer » 9 –,
deux siècles, deux continents s’affrontent, le conflit spirituel du XVIe siècle, le
parachèvement, pour le meilleur et le pire, de ce qui sera l’idiosyncrasie longtemps de
249

l’Espagne. On rejette ou on aime, mais de toute manière on respecte puisqu’« il y a


plusieurs demeures dans la maison du Père ».

NOTES
1. Earl J. HAMILTON, American Treasure and Price Revolution in Spain (1501-1650), Cambridge
(Massachussets), Harvard University Press, 1934, p. 37.
2. George WATSON, La littérature oubliée du socialisme. Essai sur une mémoire refoulée, Paris, NIL, 1999.
3. Annie Molinié et Michèle Escamilla.
4. Voir Pierre CHAUNU, Conquête et exploitation des nouveaux mondes, Paris, Presses Universitaires de
France, 1969.
5. Pierre CHAUNU, La femme et Dieu, Paris, Fayard, 2001.
6. L’Espagne de Charles Quint, Paris, 1973.
7. Crimes et châtiments dans l’Espagne inquisitoriale (1665-1724), Paris, Berg International, 1992.
8. Pierre CHAUNU et Michèle ESCAMILLA, Charles Quint, Paris, Fayard, 2000.
9. En regret, hélas, du mot superbe prononcé par le jeune empereur de vingt et un ans : « J’ai
donné ma parole de chevalier. Libre il est entré, libre il repartira. Dans quinze jours je
déchaînerai contre lui toutes les forces de l’Empire. »

RÉSUMÉS
Ce texte autobiographique retrace les rapports de Pierre Chaunu avec l’Espagne, depuis sa thèse
sur le commerce transatlantique de Séville jusqu’à la biographie de Charles Quint, parue en 2000,
qu’il a cosignée avec Michèle Escamilla

In this autobiographical article, Pierre Chaunu recounts his relationship with Spain, from his
thesis on the Atlantic trade of Seville to the biography of Charles V, which was published in 2000
in collaboration with Michèle Escamilla

En este texto autobiográfico, Pierre Chaunu cuenta su relación con España, desde su tesis sobre el
comercio atlántico de Sevilla hasta la biografía de Carlos V, publicada en el año 2000 en
colaboración con Michèle Escamilla

AUTEUR
PIERRE CHAUNU
Académie des Sciences Morales et Politiques
250

La Casa de Velázquez, lieu de


formation et de diffusion de la
recherche française (I)
The Casa de Velázquez: a centre for training and dissemination of French
research (I)
La Casa de Velázquez: un lugar de formación y difusión de la
investigación francesa (I)

François Chevalier

Interdisciplinarité
1 Je me souvenais de la fondation par mon maître Marc Bloch de l’Institut d’Histoire et de
Sociologie économiques en 1937 (dont j’ai la carte n° 13, signée de lui) associant histoire,
sociologie et économie, la première se faisant comparative et la deuxième, plus
temporelle et historique. L’économie s’imposait, jadis absente de l’histoire traditionnelle,
comme Bloch l’avait souligné avec Lucien Febvre dans les Annales d’histoire économique et
sociale. On pouvait aller déjà plus loin à la Casa car le « quantitatif au troisième niveau »
(Chaunu à la suite de Braudel) commençait à appliquer l’analyse mathématique des séries
statistiques et les méthodes des historiens économistes pratiquant l’informatique.
2 Mais Marc Bloch avait averti que l’acteur de l’histoire est l’« homme total » « de chair et
d’os », et non pas l’homo œconomicus ou tel autre, abstrait et sectoriel. La société féodale
après Les rois thaumaturges de Bloch était une « histoire totale du pouvoir » qui tendait à
réaliser « une nouvelle histoire politique » (Le Goff), ce qui ouvre aussi la porte au
politique, dans le sens le plus moderne du mot.
3 Quant à l’ethnohistoire ou à l’anthropologie, je pensais aux travaux si originaux de Julio
Caro Baroja. À l’action aussi de Paul Rivet, fondateur-directeur du Musée de l’homme et
de l’Institut d’ethnologie (qui a publié ma thèse sur les latifundia mexicains). Je pensais
encore à l’Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) de Mexico (fondé avant
251

1940 et associant deux sciences jadis autarciques). Aux États-Unis, enfin, où


l’ethnohistoire et la cultural anthropology étaient déjà à l’honneur avant la guerre.
4 Enfin, aux frontières de la linguistique et de la psychologie, se situait la « sémantique
historique » de Dupront, de nature à intéresser les hispanistes disciples de Bataillon
autant que les historiens, les uns et les autres candidats traditionnels à la Casa de
Velázquez.
5 L’instauration de la thèse de troisième cycle, à côté de la thèse d’État, facilitait les choses
en permettant de recruter des chercheurs dans des disciplines (économie, agroéconomie,
sociologie) qui n’impliquaient pas une orientation et des buts purement universitaires
comportant de très longs travaux de recherches. Ainsi une série de tables rondes et
colloques ouverts à tous, en partie interdisciplinaires, étaient organisés à la Casa. Surtout,
on pouvait monter à Séville une équipe réellement et solidement interdisciplinaire,
comme on le verra à propos de l’étroite association avec les Espagnols.

Un débouché sur les problèmes actuels


6 Il me semblait que la Casa de Velázquez ne pouvait se désintéresser des grands problèmes
que nous vivions et s’enfermer dans le passé, si prestigieux fut-il. Aussi, en 1967, il avait
été décidé que le budget de la Casa pour l’année suivante inclurait dès la rentrée
d’octobre 1968 la création de trois nouveaux postes de membres travaillant sur le monde
contemporain. En outre, ces postes, ouverts à des économistes et des sociologues,
permettraient des recherches pluridisciplinaires, menées en équipe, sur un thème
général important intéressant le monde actuel.
7 Dans notre esprit, même pour les membres de la Casa non associés à l’équipe, celle-ci
devrait avoir un certain effet d’entraînement sur les recherches d’historiens et
d’hispanistes :
1. En attirant leur attention sur des méthodes quantitatives, mathématiques, informatisées, plus
courantes alors au départ chez les économistes ;
2. En les ouvrant peut-être à des horizons nouveaux, en les engageant à rechercher et à lire des sources
non écrites, à aller sur le terrain de leurs recherches comme les ethnohistoriens, les sociologues et,
bien entendu, les géographes et les archéologues. On retrouvait là Julio Caro Baroja et Marc Bloch.
Un médiéviste comme ce dernier était parti de l’observation du paysage rural, de la forme des
champs (ouverts ou fermés), de la consultation des cadastres ou des photos aériennes. Il pratiquait
l’« histoire régressive » (le mot est aussi de lui) : à partir des données récentes, il remontait vers un
passé parfois très lointain. D’ailleurs, le présent conditionne aussi les questions qu’on se pose sur le
passé.

8 Enfin, les recherches sur la longue durée, chères à Braudel, débouchent volontiers sur le
présent Elles engagent en tout cas les historiens à ne pas se sentir complètement liés par
des cloisonnements ou spécialités historiques et à faire parfois des comparaisons dans le
temps ou dans l’espace. Tout ceci, bien sûr, ne supprimait pas une spécialisation plus que
jamais nécessaire avec la complexité croissante de toutes les sciences. Mais on invitait les
spécialistes à garder les yeux ouverts sur les disciplines voisines, car c’est souvent à la
frontière de plusieurs sciences qu’on fait des découvertes, comme disait Lucien Febvre.
9 Dans la section artistique, la création d’un poste de cinéaste et le recrutement de plus
d’architectes facilitaient la coopération avec les historiens. Ainsi, une jeune cinéaste
présentait un film court formé d’anciennes « Actualités » et de séquences de la Guerre
civile tournées près de la Casa de Velázquez ou dans ses murs. Quant aux architectes,
252

plusieurs d’entre eux s’associaient à divers travaux conjoints avec les historiens, ou
même, on le verra, entraient dans l’équipe.

Étroit contact et coopération avec les espagnols


L’équipe de Séville

10 Après consultations et mûre réflexion, on fit le choix d’un thème général de recherches :
« Les problèmes du Midi en Espagne ». De là l’équipe interdisciplinaire de Séville.
11 Pourquoi Séville ? Un peu certes pour mes souvenirs de l’Archivo General de Indias et de
l’Université. Beaucoup pour un prestigieux passé à approfondir (Rome et nos fouilles de
Belo, l’Islam, l’Amérique, les Lettres). Essentiellement pour nos buts immédiats – « le
problème agraire en Espagne, c’est-à-dire le problème andalou » –, problème d’origine
ancienne ou récente, qui s’ouvrait et débouchait sur les riches potentialités du Midi
espagnol qui allaient motiver l’Europe. Ceci n’excluait pas des recherches sur les
structures agraires antiques associant antiquistes et agroéconomistes, on le verra.
12 Cette équipe devait au départ être orientée par la géographie humaine, pluridisciplinaire
par définition : peuplement et démographie, économie sociale, évolution. Un géographe,
ancien membre de la Casa, Michel Drain, préparait une thèse d’État sur les problèmes du
monde rural en Andalousie occidentale, où il faisait de longs séjours. Il allait contribuer à
organiser et faire démarrer l’équipe avec M. Vázquez Parladé, ingénieur agronome
espagnol, lui-même exploitant agricole, qui s’est associé à temps partiel à l’équipe et lui a
donné notamment d’extraordinaires facilités de travail. Deux nouveaux membres
recrutés par la Casa s’y associaient, avec résidence à Séville : Yves Oudin, agroéconomiste,
et Jean-Luc Jamard, sociologue. M. Mazoyer, professeur à l’Institut National de Recherche
Agronomique (INRA), qui avait formé Oudin en recherches opérationnelles, a fait alors un
voyage sur le terrain pour conseiller son élève. L’Instituto de Geografía de l’Université de
Séville, avec M. J. Benito Arranz comme directeur, allait s’associer scientifiquement et
financièrement à l’équipe, tandis que s’y agrégeaient Jean-Claude Combessie, maître
assistant de sociologie (avec Pierre Bourdieu) et un autre agroéconomiste, Alain
Bourgeois, fin 1969.
13 Surtout, un historien se joignait à eux, Antonio Miguel Bernai : ce jeune chercheur
sévillan moderniste et contemporanéiste revenait de l’École des Hautes Études de Paris,
où il préparait une thèse sur l’évolution des structures agraires andalouses.
Particulièrement ouvert sur les autres disciplines, il allait bientôt prendre un rôle de
premier plan dans l’équipe.
14 Dès 1970, un projet de recherche collective sur programme (RCP) s’élaborait avec trois
commissions du CNRS (géographie, histoire, sociologie). Elle devenait en octobre 1971
l’ERA 360 (équipe de recherche associée) et allait motiver ultérieurement une
appréciation très élogieuse de l’historien Jean Hubert.
15 Au cours des années 1972-1975, on recrutait d’autres membres en même temps que
s’intensifiait une collaboration avec l’Instituto de Desarrollo Regional (IDR) de Séville,
dirigé par l’éminent économiste Jaime García Añoveros (futur ministre des Finances de la
démocratie). Les conseillers scientifiques de l’ERA 360 aidaient au recrutement : en
économie, M. Boudeville, professeur à Paris I (Maxime Haubert, Patrick Lecordier,
l’Espagnol J. Lasarte de l’IDR) ; en agronomie, M. Mazoyer, de l’INA (Bernard Roux, Jean-
253

François Baudet) ; en géographie, Alain Huetz de Lemps et Michel Drain (Francis


Fourneau, Mignon, les Espagnols F. Zoido et Martín Vicente) ; en histoire, le responsable
de l’ERA, F. Chevalier et les secrétaires généraux successifs (outre Bernai, à titre
permanent, Fabrice Abbad, Jacques Lacroix, anthropologue).
16 Dans la pratique, il ne fut pas toujours facile de faire travailler des gens de différentes
formations : dans les réunions communes très fréquentes, il fallait surmonter les
individualismes scientifiques et personnels. D’autre part, les membres français de l’ERA se
trouvaient parfois écartelés entre les recherches collectives et leurs thèses de troisième
cycle (ou d’État) individuelles. Enfin, en l’absence d’un directeur d’études – obtenu
seulement en 1977 –, le responsable de l’ERA, F. Chevalier, et les secrétaires généraux ne
pouvaient pas aller sur place assez souvent. Là, le rôle d’Antonio Miguel Bernai a été
essentiel ou décisif comme coordinateur des recherches. Il est présent dans toutes les
publications et il est qualifié d’« animateur permanent de l’équipe » dans un bilan publié
en 19751.
17 Outre une série d’articles et de thèses individuelles, à partir de 1974/1975 on publiait
aussi des travaux collectifs dans les Mélanges de la Casa de Velázquez, (Vázquez Parladé et
Roux-Bernal, Lacroix, Lecordier...). Mais surtout, des travaux beaucoup plus importants
étaient publiés en volume. Le premier paru se limitait à deux auteurs, un historien et un
géographe : A. M. Bernai et M. Drain, Les campagnes sévillanes aux XIX e et XX e siècles.
Rénovation ou stagnation ?, avec une introduction de F. Chevalier et une collaboration
formelle du secrétaire général J.-P. Le Flem2.
18 Ensuite vient une autre publication réalisée par six chercheurs, Classes dominantes et
société rurale en Basse-Andalousie, qui est une recherche interdisciplinaire sur l’économie et
le pouvoir dans deux villes centres d’une région typiquement latifundiaire, Morón et
Osuna. C’est l’œuvre conjointe de deux historiens (dont Bernai), d’un sociologue, d’un
économiste, d’un agroéconomiste et d’un architecte, avec le concours de l’IDR3. L’époque,
étudiée de façon systématiquement quantitative, va de 1850 à 1975, mais avec de
nombreuses prospections antérieures, voire dans la très longue durée. L’étude comporte
une longue série de courbes et graphiques, une centaine de tableaux statistiques, des
réseaux d’alliances matrimoniales, etc. Elle inclut aussi des figurations de plazas mayores
ou rues, de palais baroques et autres résidences, avec les conseils d’un historien de l’art,
Antonio Bonet Correa. L’ensemble fait dire par l’éminent sociologue Juan Linz (des
universités de Madrid et de Princeton) que
Le lecteur trouvera dans ce livre une combinaison de la recherche historique
quantitative la plus solide et d’une tradition humaniste, de la science et de la beauté
des dessins d’un architecte, grâce à la cohésion d’une recherche interdisciplinaire
pionnière.
19 La Casa de Velázquez obtint en 1977 le directeur d’études qu’elle demandait, Bernard
Vincent, qui a eu un rôle de coordination dans l’équipe car Antonio Miguel Bernai devait
quitter Séville en 1976 pour enseigner l’histoire économique à l’université des Canaries,
tout en restant associé à l’équipe. B. Vincent a pu faire des voyages et séjours sur place,
qui ont contribué à la parution d’une nouvelle œuvre collective interdisciplinaire en 1979.
L’Andalousie orientale avait intéressé le géographe Mignon. Les problèmes du
développement étaient déjà à l’ordre du jour antérieurement à travers l’IDR, qui
collaborait scientifiquement et financièrement à l’équipe avec l’économiste Camilo Lebón
et Javier Lasarte, Enfin, une autre économiste de haut niveau résidait alors à Séville,
Michelle Riboud. On aboutit à un ouvrage de près de trois cent vingt pages préparé de
254

longue date, Tourisme et développement régional en Andalousie, avec dix participants, dont
trois Espagnols directement (et plus de façon indirecte). Les disciplines représentées sont
l’économie (contribution de 2 participants), la géographie (3), la géomorphologie (I),
l’écologie (I), et l’histoire et l’anthropologie (3)4. Cet ouvrage a joué un rôle important à
l’IDR, qui l’a traduit en espagnol. Dans la même lancée, avant ou après, une série de
travaux ou de livres collectifs ou individuels – des thèses notamment –, en français ou en
espagnol, ont été publiés par les chercheurs cités et d’autres encore.
20 L’équipe interdisciplinaire a poursuivi ses activités durant plusieurs années avant de
disparaître. On peut le regretter, d’autant plus que Séville est désormais, après Madrid, le
plus grand centre de langue espagnole dans la Péninsule. Le recul de l’historiographie
française en Espagne pourrait être moins sensible « au sud de Despeñaperros », où on
garde et on renforce sans doute une certaine autonomie. En tous cas, Séville est et restera
un centre primordial.

Les fouilles de Belo

21 Elles s’inscrivent dans l’étroite coopération avec les Espagnols et l’interdisciplinarité. Ces
fouilles archéologiques franco-espagnoles se situaient sur le détroit de Gibraltar, dans un
port romain spécialisé dans la fabrication du garum (une sauce de poisson très pimentée).
Interrompues depuis quarante-cinq ans, elles avaient été reprises en 1966 par Didier
Ozanam (directeur par intérim de la Casa de Velázquez, où il avait inauguré aussi la
publication des Mélanges). J’ai poursuivi cette heureuse initiative en 1967 et ne peux
évoquer ici les résultats de toutes les années qui suivent.
22 Rappelons seulement qu’un ami sévillan, Florentino Pérez-Embid, devenu directeur de
l’Archéologie espagnole, a décidé le transfert du hameau situé sur le site (et réinstallé
plus loin). Cette opération a permis de dégager le forum et les autres parties de la ville,
puis grandement facilité nos campagnes de fouilles orientées et dirigées chaque été par
divers antiquistes, dont Michel Ponsich. Celui-ci faisait en outre des recherches sur les
amphores et l’agriculture romaine en Bétique. De là les colloques et publications
interdisciplinaires qui associèrent à l’Antiquité divers historiens, des géographes ou
représentants d’autres disciplines.

Les colloques interdisciplinaires

23 Une série de tables rondes et de colloques interdisciplinaires avec des personnalités et des
chercheurs français et espagnols ont eu lieu pendant ma direction entre 1967 et 1979 et
ont fait l’objet de publications diverses.
24 Telle, en mai 1971, une table ronde sur « Structures agraires antiques dans la région de
Séville » qui a réuni non seulement des antiquistes mais d’autres historiens, des
géographes et même des agroéconomistes. Ainsi ont participé Almagro, Blázquez, García
y Bellido, Tarradell, Robert Étienne, Le Gall, Raymond Chevallier, Ponsich, Domergue,
ainsi que Drain, Bernai... et surtout des agroéconomistes. Ceux-ci ont calculé dans la zone
de Carmona (où on avait trouvé une centuriation) la production nette de céréales dans le
système d’assolement biennal antique – cultures, jachères – c’est-à-dire le surplus
exportable produit en déduisant l’alimentation de la main-d’œuvre et du cheptel des
bêtes de somme. J’ai moi-même fait une courte étude sur « Prolongement en Nouvelle-
255

Espagne (Mexique) du latifundisme bético-romain ? »5, très développée dans un récent


colloque interdisciplinaire de Robert Etienne, Du latifundium au latifondo (1995).
25 Pour en rester d’abord aux colloques dans la très longue durée qui ont fait l’objet de
publication, citons : en 1976, Forum et Plaza Mayor dans le monde hispanique et en 1979,
« Plazas » et sociabilité en Europe et Amérique latine, publiés en deux volumes abondamment
illustrés, l’un en 1978 et l’autre en 19826 par mon successeur Didier Ozanam.
26 Il est impossible de détailler ici ces deux volumes très denses qui se complètent et
réunissent quantité de spécialistes, d’abord antiquistes comme Roland Martin (membre
de l’Institut), Le Gall, un islamiste tel Pedro Chalmeta, des médiévistes comme Ch.
Higounet ou J.-P. Molénat. Des modernistes et contemporanéistes : Bonet Correa,
historien d’art qui fait deux conférences, Robert Ricard, P. Deyon, J. Bosque Maurel et B.
Vincent... ; des américanistes tels F. Chevalier, E. Walter Palm, de Solano ; deux urbanistes
italiens (pour comparaison)... Des architectes ont une place importante.
27 Le premier volume traite d’abord de l’Antiquité, présentant au dos du livre le plan
général de Baelo Claudia, tandis qu’un dessin de plaza mayor du XVI e siècle au Pérou figure
sur la couverture. Après des études sur l’agora et le forum viennent celles sur la plaza en
Espagne et en Amérique. L’architecte B. Vayssière et l’historien J.-P. Le Flem tentent une
systématisation de la plaza mayor en Espagne avec un répertoire de quelque 360 plazas. Le
second volume vient compléter le premier en traitant de l’Islam et largement du Moyen
Âge, y compris avec des comparaisons avec les bastides de France. Il le précise pour
l’époque moderne et contemporaine dans le monde hispanique. Ce second volume est
bilingue et comprend dix-huit communications dont neuf d’Espagnols.
28 Une autre table ronde interdisciplinaire (malheureusement inédite) faisait le lien en 1974
entre historiens-anthropologues et les hispanistes littéraires sur « Le concept populaire
dans la littérature espagnole ». Julio Caro Baroja était chargé de la principale conférence
sur la littérature « de cordel » et Manuel Alvar est intervenu lui aussi, Baroja a d’ailleurs
participé constamment à nos tables rondes et colloques. Ceux-ci se sont multipliés,
faisant l’objet de comptes-rendus dans les Mélanges, souvent de Bernard Vincent. Citons,
en 1969, la rencontre entre Pierre Vilar et Juan Linz (Madrid et Princeton), qui ont exposé
leurs conceptions divergentes de l’histoire et la sociologie. Chaque année, de 1968 à 1979,
une série de colloques et tables rondes, généralement interdisciplinaires, ont réuni
successivement des maîtres français et d’éminentes personnalités espagnoles. Parmi elles,
nous avons eu la chance de compter M, Bataillon, E. Le Roy Ladurie, A. Dupront, P.
Bourdieu, Ch. Morazé, G. Duby, D. Richet, F. Furet. Parmi les Espagnols, sont venus très
souvent J. A. Maravall, L. Díez del Corral, P. Laín Entralgo, F. Ruiz Martín, G. Anes, A.
Domínguez Ortiz, A. Bonet Correa, Esteva Fabregat, C. Lisón, M. Á. Ladero Quesada, F.
Chueca Goitia, Otazu... outre des antiquistes déjà cités.
29 J’ai enfin bénéficié à la Casa de Velázquez d’un personnel hors ligne et d’excellents
secrétaires généraux avec Didier Ozanam, qui devait me succéder à la direction ; ensuite
avec Pierre Ponsot, qui préparait une thèse d’histoire rurale andalouse ; avec Jean-Paul Le
Flem, qui a eu son rôle aux côtés de Antonio Miguel Bernai à Séville, quoique étudiant
Ségovie ; et Bernard Vincent, enfin, dont il a été question, qui après avoir été membre de
la Casa est devenu directeur d’études puis secrétaire général. Ils ont assumé en particulier
la lourde tâche, réussie, des Mélanges annuels et des publications, qui devaient, avec plus
de personnes employées, prendre bien plus d’ampleur encore sous mes successeurs.
256

À propos de l’équipe de Séville : le témoignage


d’Antonio Miguel Bernal
Antecedentes y circunstancias iniciales

30 La creación de un equipo de investigación7, en el seno de las actividades científicas de la Casa de


Velázquez, bajo el tema general «Les problèmes du Midi en Espagne et au Portugal»,
vinculado al CNRS, se debió a la iniciativa del profesor Chevalier, a raíz de ser nombrado Director
de dicha institución, y bajo su dirección y coordinación se llevaron a cabo las actuaciones de dicho
equipo hasta que el profesor Chevalier cesó en su puesto.
31 Las motivaciones que favorecieron la creación de un equipo de tal naturaleza y su vinculación
temática-espacial a «los problemas del Sur de España» tenían como fundamento principal la
preocupación del profesor Chevalier por aunar, en una práctica investigadora que entonces
comenzaba a despuntar, un quehacer científico «interdisciplinar» donde convergiesen economistas,
historiadores, ingenieros, arquitectos, sociólogos, etnólogos, etc. En fin, cuantos estudiosos fuesen
posibles que estuviesen interesados en el análisis de una misma realidad social, cultural, económica
e histórica común. La elección del tema, objetivado en los «problemas del Sur de España», venía
inducido por el intenso conocimiento que, años atrás, durante su larga estancia en Sevilla, el
profesor Chevalier tuviera de la región andaluza; una región que, en sus peculiaridades agrarias,
tantas concomitancias tenía – por razones de las estructuras latifundiarias de la propiedad y
explotación de la tierra– con el objeto de su tesis doctoral que él ha hecho sobre los latifundios
mexicanos.
32 Además de circunstancias personales, como íntima motivación, había otras razones objetivas y bien
fundamentadas que, a la larga, demostraron el acierto de la elección temática como eje vertebrados
del equipo de Sevilla, Entre esas «razones objetivas» podría citarse la especial atracción que el
Sur español tuviera, al menos desde los viajeros del siglo XVIII entre los ilustrados franceses (y en
general, por todos los europeos, sobre todo ingleses), atención más acentuada aún en los estudiosos
y viajeros de los siglos XIX y XX, tan interesados tanto por los «problemas económico-sociales»
derivados del latifundismo y jornalerismo campesino español como por otros aspectos de «la
sociabilidad andaluza» en sus manifestaciones etnológicas, antropológicas, históricas y culturales.
Tanto es así que, hacia 1967-1968, cuando se gestó la puesta en funcionamiento de dicho equipo
interdisciplinar, había dos cualificados miembros de la Casa de Velázquez que preparaban sendas
tesis doctorales sobre la Andalucía rural: uno, P. Ponsot, con una tesis de Estado sobre la economía
y sociedad andaluza de los siglos XVI al XVIII, y otro, M. Drain, con una tesis sobre la geografía
agraria del latifundismo del valle del Guadalquivir. Además de otros estudios sobre el valle del
Guadalquivir realizados desde perspectivas hidrogeográficas – Vanney, Lennaf– o arqueológicas –
estudios de M. Ponsich sobre Baelo Claudia y el garum.
33 Las circunstancias –políticas y sobre todo intelectuales y académicas– parecían propicias para
iniciar unos nuevos derroteros en la trayectoria de la Casa de Velázquez en su quehacer en España.
Por ello, en 1967, se acordó en el presupuesto de la Casa asignar unas partidas que permitiesen,
para el siguiente año, de 1968, crear nuevos puestos para disciplinas que se interesasen por el
mundo actual –economía y sociología, en el inicio– y que junto con otros recursos personales
disponibles formasen un «equipo interdisciplinar» –al que se habrían de añadir «colaboradores
españoles», en su momento– para abordar una investigación interdisciplinar de amplios vuelos.
Con esos antecedentes, en 1968-1969 comenzaría a funcionar el «equipo de Sevilla» –como luego se
257

le llamaría en el argot de la Casa–, bajo los siguientes supuestos de temática elegida y grupo
personal de investigadores adscritos.
34 El objeto de estudio elegido –los problemas del Sur de España– habría de considerarse tanto en una
perspectiva general como en los diversos aspectos particulares en que pudiera analizarse.
35 Como tema general, el problema del Sur español era uno de los grandes temas que atraía,
ininterrumpidamente, el interés de las diversas ciencias sociales –en España y en Europa– desde
fines del siglo XIX y durante la primera mitad del siglo XX. Las razones eran varias: la principal, la
presencia de un latifundismo agrario y unas tensiones sociales campesinas como ya no era habitual
que se dieran en los países de la Europa occidental, Era, sin duda, uno de los exponentes mas
característicos del «agrarismo del Sur de Europa», al que solía vincularse los problemas de atraso
económico: sistema de grandes propiedades y explotaciones, pretendido arcaísmo en la gestión
agraria, jornalerismo revolucionario, presencia de una sociedad jerarquizada y tradicional
condicionada en el ejercicio de sus actividades políticas, sociales y culturales por el sistema
estructural de la propiedad de la tierra, etc. En suma, latifundios, señoritos y campesinos
revolucionarios, en una imagen que más se adecuaba a la impronta de los viajeros románticos del
XIX heredada, con todos sus tópicos, por los reformadores sociales y líderes revolucionarios, todo lo
cual adquiriría tintes dramáticos durante los años inmediatos a la guerra civil de 1936-1939.
36 Sin embargo, pese a tales antecedentes, cuando a mediados de siglo, en las décadas de 1950-1960,
comenzase la modernización económica española y se hicieran realidad los primeros síntomas de
desarrollo, la sociedad agraria del Sur español –Andalucía– llegaría a conocer una transformación
de gran magnitud:
• Se moderniza la agricultura, aumentan y se intensifican los regadíos;
• Se extienden los cultivos altamente especializados;
• Se intenAfica la emigración campesina –a las ciudades, a Europa– alcanza un punto máximo y, en
pocos años;
• El Sur empieza a mostrarse como una de las regiones más atractivas y con mayores posibilidades ante
la perspectiva, ya anunciada, de una posible integración económica de España en Europa. Y este punto
era de particular relevancia, por cuanto la PAC –es decir, las políticas agrarias de la Comunidad
europea– era uno de los caballos de batalla dado el carácter proteccionista que se le aplicaba a las
agriculturas comunitarias desde la firma del Tratado de Roma.
37 La vinculación previsible de España se convertía en un factor problemático de esa política agraria
europea y era decisivo conocer en sus más diversos aspectos los impactos que pudiera tener dicha
integración. Andalucía, por el gran potencial agrícola que por esa década de 1960 empezaba ya a
mostrar, era una de las regiones principales a tener en cuenta; pero, también, habría que
considerar el posible impacto que, a su vez, pudiese tener para completar la modernización
económica andaluza la vinculación comunitaria, no sólo en el sector agrícola sino en otros como
pudiesen ser el empleo, el turismo, las inversiones de capital, la tecnología, urbanización, etc.
38 La temática general, diseñada en una doble perspectiva de presente y pasado, analizada bajo
criterios investigadores interdisciplinarios, se irá desarrollando –como veremos a continuación– a
través de una serie de estudios y proyectos parciales que, finalmente, se incardinaban en la
globalidad del tema definido como «problemas del Sur de España»:
• Problemas del pasado –heredado–, como condicionantes;
• Pero también «problemas» surgidos de la fase de crecimiento y de modernización que cada vez se iban
haciendo más ostensibles.
39 En este sentido resultaría decisiva, en cada momento de redefinición temática, la directriz del
profesor Chevalier quien no cesaba de insistir en la conveniencia de aunar en los análisis
258

propuestos las «deficiencias y atrasos seculares» pero, también, los «logros y cambios notorios» que
eran perceptibles así como las perspectivas de futuro que se vislumbraban en la modernización y
transformación social, cultural y económica del Sur andaluz.
40 Bajo la dirección del profesor Chevalier, se integró un primer equipo interdisciplinar compuesto por
el geógrafo M. Drain, el ingeniero agrónomo Yves Oudin, el etnólogo Jean-Luc Jamard y, junto a
ellos, dos españoles: el ingeniero agrónomo Ignacio Vázquez Parladé –profesor en la Escuela de
Ingeniería de Sevilla, director de una moderna explotación agraria de varios miles de hectáreas y
heredero de una familia de terratenientes, innovadores del latifundismo andaluz desde el siglo XIX–
y, finalmente, el historiador sevillano A. M. Bernal que, en ese momento, preparaba su tesis doctoral
en la École Pratique des Hautes Études en Paris sobre la economía agraria del latifundismo en el
tránsito del antiguo al nuevo régimen.

Definición y realización de los proyectos: el impacto renovador del equipo de la


Casa de Velázquez

41 Dentro de la temática general y a definida, el primer proyecto investigador que abordó el equipo lo
comienza el ingeniero Oudin: se trataba de analizar las potencialidades agrícolas de la zona del río
Viar, una comarca que de secano se había convertido en una de las principales zonas regadas de
Andalucía, toda ella dedicada entonces al cultivo del algodón.
42 En dicha zona se ubicaba alguna de las fincas de la familia de Vázquez Parladé y era de interés
complementario para los estudios geográficos de Drain. La investigación a realizar por Oudin
aplicaría a la economía agraria de las explotaciones algodoneras sevillanas el método de
«programación lineal», siendo uno de los primeros ejemplos empíricos que se diesen a conocer en
España. El otro proyecto preliminar, de naturaleza sociológica-etnológica, sería desarrollado por J.-
Cl. Combessie, maître-assistant en la Sorbonne, alumno de M. Bourdieu, y Jean-Luc Jamard, sobre
el mercado de trabajo y política de empleo en la misma zona de regadío, sujeta a unos fuertes
movimientos inmigratorios temporales, empleando las encuestas y cuestionarios directos como
técnica de información, documentación y recogida de datos. Por último, A. M. Bernal emprendía el
estudio histórico sobre la evolución de la estructura de la propiedad de la tierra, en la misma zona
objeto de los dos estudios precedentes, y de lo que hubieran sido sus aprovechamientos agrícolas
antes de la irrigación y de las condiciones de los jornaleros, en el marco histórico de 1750 a 1950.
43 En esta primera etapa se iniciaban los primeros contactos institucionales con entidades españolas:
con el Departamento de Geografía de la Universidad de Sevilla (profesor Benito Arranz) y con el
IUDE a través del sociólogo sevillano –ya fallecido– Torcuato Pérez de Guzmán, recién venido
entonces de los EE. UU. y expertos en técnicas de encuestas, con lo que se abría un nuevo marco de
relaciones institucionales de la Casa en España, de signo aperturista y acorde a las nuevas
realidades de las ciencias sociales y de la propia situación de cambio que se empezaba a percibir en
España. Al mismo tiempo, en Madrid, en la Casa se celebraban reuniones con asistencia de
cualificados profesionales de las materias en que investigaba el equipo, tanto con expertos
franceses como españoles.
44 A partir de 1970-1971, el equipo de la Casa de Velázquez adquiere el perfil y las características que
habrían de definirlo en adelante, como uno de los primeros equipos interdisciplinarios de
investigación en ciencias sociales puesto en funcionamiento en España y convertido en uno de los
referentes dada la calidad de la investigación realizada, la homogeneidad de sus proyectos y los
resultados conseguidos y publicados así como por la capacidad de atracción de nuevos y
259

competentes candidatos participantes. Bajo cuatro perspectivas complementarias se diseñaría el


plan investigadora medio plazo:
1. Desde la perspectiva económica y agraria, se mantiene el proyecto de Oudin y se incorpora otro
ingeniero, M. Bourgeois, cuya finalidad era la de estudiar las potencialidades productivas agrícolas
determinada a partir de la elaboración de las modelos matemáticos sujetos a controles de la realidad
empírica: la conclusión ponía de manifiesto la «talta potencialidad agrícola» del sudoeste andaluz y su
capacidad de versatilidad y transformación para asimilar e introducir nuevos cultivos con
capacidades productivas competitivas al máximo nivel europeo;
2. Desde la perspectiva sociológica, continuaron los investigadores Combessie y Jamará con el tema
emprendido pero incorporando nuevos aspectos –estudios sobre salarios, el papel político de los
poderes locales (las élites políticas) y sus competencias y funciones en los ámbitos laborales, sociales,
políticos y económicos. Al mismo tiempo se amplía el marco espacial de observación, ampliándose los
estudios a la zona de la Sierra del Norte de Sevilla, de manera que permitiese aplicar la metodología de
análisis comparativos entre zonas agrícolas del «valle» con las de la montaña, bajo realidades
económicas y supuestos sociales diferentes aunque interrelacionados a causa de los trasvases
migratorios que se daban de la sierra al valle de manera intensa por aquéllos. La ampliación territorial
del marco de estudio exigiría, desde la perspectiva del análisis geográfico, incorporar nuevos
colaboradores, que en este caso se materializaron a través de colaboraciones puntuales de los jóvenes
geógrafos del Departamento de Geografía de la Universidad de Sevilla;
3. Desde la perspectiva histórica A. M. Bernal prosiguió con el estudio de los cambios habidos en la
estructura de la propiedad de la tierra –a causa de desamortizaciones y privatización de las tierras
públicas municipales y comunales– y adecuó las nuevas investigaciones a la temática de los demás
colegas analizando la evolución histórica del mercado de trabajo, salarios y empleo agrícola, el papel
de las élites –«señoritos»– y el significado del caciquismo como forma de acción política local en las
regiones latifundistas andaluzas;

45 La integración conjunta de las diversas perspectivas de estudio se materializaron en la elaboración


de encuestas con cuestionarios diversos –según las distintas áreas del análisis emprendido–, para lo
que se contaría con la colaboración de los equipos informáticos de la Facultad de Ciencias de Sevilla
a la hora de tabulaciones y tratamiento de la información recogida. Al mismo tiempo, se daba
cuenta de los avances y progresos de la investigación general en una mesa redonda celebrada en
junio en la Universidad de Sevilla y en otras que tuvieron lugar en Madrid en la Casa de Velázquez
con la presencia de notables personalidades y especialistas, franceses y españoles (entre éstos, a
destacar la presencia de Caro Baroja y del sociólogo Juan Linz, profesor en Princeton); entre los
franceses, los profesores Huetz de Lemps y el ingeniero agrónomo Mazoyer, colaborador de R.
Dumont.
46 Una de las consecuencias de la puesta a punto de los avances realizados fue destacarla
conveniencia de que se realizase un estudio a nivel «micro», de carácter monográfico, que
permitiese profundizar lo más posible en los diversos aspectos que habían marcado las grandes
mutaciones económicas, agrarias, sociales y políticas en una comunidad local del Sur andaluz (por
entonces se imponía, en historia y otras disciplinas sociales esa vertiente de análisis locales,
considerados como microcosmos). Por ello, bajo la acción conjunta de los sociólogos e historiador –
Combessie, Jamard y Bernal– comienza un estudio en profundidad de uno de los pueblos más
característicos de la comarca del río Viar: el pueblo de Alcalá del Río. Se analizan los aspectos de
economía, sociología, historia, agronomía, etc., pero se introducen nuevas variables: los niveles
educativos, la acción política local, el papel de las cofradías religiosas como factor de sociabilidad,
análisis de las «familias», condiciones de vida campesina, la emigración «campo-cuidad», etc. Fue,
probablemente el primer estudio «integral» de una localidad hecho en perspectiva histórica y de
presente según los criterios de historia total realizado en España.
260

47 La experiencia del profesor Chevalier en América latina, un México con rasgos muy comunes al
latifundismo histórico andaluz, llevó al equipo, bajo su iniciativa, a abrir nuevas perspectivas de
investigaciones y, al mismo tiempo, a tomar conciencia del carácter complejo de tales sociedades
rurales, lo que implicaba de continuo ir adaptando los presupuestos teóricos y metodológicos del
equipo. Así, se buscaba que las investigaciones emprendidas tuviesen, bajo el signo de la
actualidad, una utilidad práctica –lo que hoy se llamarían estudios de economía o sociología
aplicada– pero que al mismo tiempo se mantuviesen los grandes temas propios de un quehacer
científico desinteresado. Surge de este modo el incorporar otras facetas de análisis tales los aspectos
de urbanización de las «agrovilles» andaluzas –estudios de las localidades con planteamientos
urbanos de sus estructuras y valores arquitectónicos–, analizar la relación agricultura/industria –
la agroindustria–, o insistir en los aspectos de la economía de irrigación y sus opciones con el resto
de las de Europa del Sur. Este último punto resultaba de interés en un momento, hacia 1970-1971,
en que los principales cultivos de riego, como el algodón o la remolacha, comenzaban a entrar en
crisis y se buscaban otras opciones alternativas muy discutibles, como la extensión del girasol –
como base de la producción oleaginosa– a cambio de deforestación de la gran masa de olivares, tan
características de los paisajes mediterráneos.
48 Por dichas razones se consideró la conveniencia de abrir nuevas líneas de investigación que
incluyesen la ecología –apenas si se habían iniciado en España los estudios sobre los ecosistemas
naturales–, la edafología, la arquitectura local y la estructura urbana, etc. Una redefinición de la
investigación que se vería acompañada de innovaciones metodológicas: intensificar el acopio de
grandes bases estadísticas –hoy diríamos «bases de datos» informáticas–, ampliarlos sistemas de
encuestas, utilizar técnicas como la cartografía aérea –con el atesoramiento de Raymond Chevalier;
por último, intensificar la «presencia» de los investigadores en las zonas de estudios, aumentando
las horas dedicadas a trabajo de campo, facilitándoles medios de transportes adecuados –el Land
Rover– para ganar movilidad y agilidad en desplazamientos; o arrendando en Sevilla un local que
sirviera de centro de documentación y de reuniones semanales de los distintos miembros del
equipo, con lo que se conseguían las sinergias propias de un quehacer más integrado, más plural y
más interdisciplinario.
49 Desde 1970, con las innovaciones introducidas ya en marcha, el equipo conoce algunos cambios,
personales y temáticos. Se incorpora como nuevo miembro el ingeniero agrónomo (INA) J.-F.
Baudet, se adscribe al equipo la socio loga Anne Cadoret y un historiador francés, Bernard Richard;
por el lado español, colabora con el equipo Javier Lasarte (jurista especializado en economía
financiera, adjunto del profesorAñoveros). La temática analizada se expande: Baudet se ocupará de
intentar conocer y explicar las razones de la secular insuficiencia ganadera en el Sur peninsular (de
carne, leche y derivados, haciendo a Andalucía deficitaria); Cadoret analizará uno de los poblados
deformación espontánea –El Raimar de Troya– y vinculado al auge de las grandes áreas de regadío
y Richard se ocupará del estudio de las relaciones políticas entre la región y el poder central a
través del estudio de los gobernadores civiles en las provincias andaluzas. Una serie de mesas
redondas y sesiones científicas, cada vez más atractivas y con mayor presencia de especialistas
franceses y españoles que se interesan en el seguimiento del equipo, tendrá lugar: entre los
participantes cabe destacar la presencia de Jaime García Añoveros –más tarde, ministro de
Hacienda de España, con la democracia–, P. Ponsot (luego, Secretario General de la Casa de
Velázquez), Candel Fabregat (del Instituto Español de Colonización), Mazoyer (del INA), Bourdieu,
René Dumont, Pitt Rivers, Caro Baroja, Martínez Allier, etc. todos ellos especialistas de reconocido
prestigio que darán con su colaboración un impulso decisivo a la consolidación del equipo, a las
investigaciones emprendidas y a la metodología adoptada. Y los resultados empiezan a ser realidad
con las primeras publicaciones de Drain, Oudin, Bernal, etc.
261

50 Uno de los temas que, por sus resultados, derivaría en una paradoja fue el estudio de la ganadería:
en el sur andaluz fracasarían los intentos de desarrollar una ganadería de carne y leche pero, en
cambio, había arraigado fuertemente, desde tiempos históricos, la «ganadería de toros bravos»
dedicados a la lidia. Por primera vez se abordaba un tema tan «español» como el de los toros
bravos, al margen de los tópicos, dentro de un contexto de análisis económico, social y natural. La
explicación del fracaso de una modalidad y del éxito de otra se vincula a las cuestiones
climatológicas, edafológicas, ecológicas, etc. resumidas en un tipo de explotación muy
característico: la dehesa (excelente para ganadería extensiva –toros bravos– pero pobre de hierba
para alimentar a ganado vacuno de carne y leche). El fracaso del estudio ganadero inicial se
convirtió en impulso de una de las líneas que, poco más tarde resultaría sugerente en extremo: los
condicionantes ecológicos y las capacidades de los ecosistemas en zonas mediterráneas, de
pluviometría baja y sistemas arbóreos débiles. Los estudios históricos emprendidos por A. M. Bernal
sobre la estructura de la propiedad latifundiaria pusieron de manifiesto la existencia, al mismo
tiempo, de la funcionalidad histórica de un minifundismo coadyuvante que, a la larga, se configura
como el soporte principal del sistema de gran propiedad, introduciendo con ello unas perspectivas
de análisis no contempladas antes y superando el viejo esquema de latifundios jornaleros como
antítesis únicas y excluyentes. Junto con Richard iniciaba, al mismo tiempo, el estudio de las
familias de la gran burguesía terrateniente, en cuanto a herederas y sustituías de la vieja nobleza
feudal en el control de la tierra, del mercado de trabajo y del poder político a escala local, provincial
y regional en Andalucía.
51 Las líneas de investigación así diseñadas dieron paso a proyectos concretos que se materializarían
en los estudios sobre las ciudades rurales de Morón y Osuna y al estudio de otras comunidades
rurales –Guillena, Alcalá, algunos pueblos de la Sierra, del Aljarafe, etc. Investigaciones que
llevaron, en el campo de la historia económica, a realizar trabajos hasta entonces no emprendidos
en España sobre las estadísticas agrarias del siglo XIX, al ordenamiento de los archivos
municipales, o a la explotación de los fondos documentales de los archivos señoriales de las Casas
nobiliarias del ducado de Osuna, Medinaceli, etc. así como de la estadística fiscal del Ministerio de
Hacienda. Una documentación referida a los impuestos sobre la propiedad, cargas fiscales sobre la
renta agrícola, catastros de rústica, contribución territorial, etc.– que tradicionalmente se venía
subestimando por considerarla de escasa o nula fiabilidad y que los estudios sistemáticos
emprendidos pusieron de manifiesto el interés y fiabilidad de las mismas, conclusiones que fueron
aceptadas unánimemente y que, de inmediato, tuvieron un eco e influencia decisiva en los estudios
agrarios similares en el resto de las regiones españolas dado el carácter innovador de las
investigaciones del equipo.
52 Un aspecto de interés surge en las tareas del equipo cuando se intentó relacionar las pervivencias
del más lejano pasado –desde época romana– con las estructuras agrarias y sistemas productivos
del presente. Los estudios de Ponsicb –con el asesoramiento de Étienne y de otros arqueólogos
españoles–, junto con los trabajos de campo de geográfos, como Drain, e historiadores como Ponsot
y Bernal ponían de manifiesto las «continuidades» que se dieran desde la Bética a la Andalucía del
último tercio del siglo XIX, en un claro ejemplo de modelo de «permanencias estructurales» que por
entonces estaban tan en boga en el análisis histórico como complemento de los meros estudios de
coyuntura en que se habría desenvuelto el análisis histórico económico. El caso latinoamericano de
pervivencia de modelos estructurales desde la época de la conquista, puestos de manifiesto por el
profesor Chevalier en su estudio sobre el latifundismo, incitaban a continuos enfoques comparados
de lo que hubiera sucedido con las formas de propiedad y explotación de la tierra bajo fórmulas
latifundiarias desde los modelos mediterráneos del viejo mundo a los del Nuevo mundo atlántico.
262

53 En 1971, el equipo era reconocido por el CNRS como «équipe de recherches associée» (o ERA)
360. Las nuevas posibilidades financieras van a favorecer e incrementar la presencia de los
investigadores in situ, pasando cada vez más parte del tiempo en Sevilla y en los trabajos de campo
en las campiñas y sierras andaluzas; también va a permitir incorporar nuevos miembros y ampliar
el horizonte de las investigaciones a realizar. Hasta entonces, los estudios habían abierto múltiples
caminos para acceder al conocimiento de una realidad social y económica pero desde una
perspectiva agrarista, tanto en análisis de pasado como de presente. Con la incorporación del
economista M. Haubert se introduce una nueva variable de estudio sobre aspectos de economía
financiera, en particular la que hace referencia a la renta y ahorro familiar; se incorpora un nuevo
geógrafo, Francis Fourneau, con el cometido de investigar una zona como Huelva donde se daban al
unísono grandes transformaciones agrícolas plantaciones de naranjo, fresas de Lepe, viñedos del
Condado, etc. con las industriales tras el desarrollo del «polo químico» de Huelva. El área de estudio
se expande, se incorporan nuevas comarcas –la vega de Carmona, las Marismas (Puebla del Río), la
provincia de Huelva, etc.– a las que se venían estudiando. Poco a poco, como una mancha de aceite,
el ámbito de estudio del equipo empieza a extenderse por toda Andalucía occidental. Y aparecen,
cada vez con más frecuencia, los resultados en artículos y publicaciones, tanto francesas como
españolas.
54 El relevo temático y de personal del equipo funciona con exactitud, sin que se pierda el rigor e
interés de las investigaciones nuevas que vienen a reemplazar a las precedentes; e igual con la
incorporación de los nuevos investigadores. Los anteriores, poco a poco, obtienen sus títulos de
doctor; aparecen colaboradores con participaciones parciales, que luego terminan por incorporarse
como miembros de pleno derecho del equipo, como fue el caso de Roux, ingeniero agrónomo que se
ocuparía de manera específica de los problemas económicos de las Sierras, en franco proceso
regresivo. Los sociólogos y etnólogos –en particular los estudios de Combessie y Jamard– darán a
conocer, tras varias sesiones científicas previas de debate, sus resultados en 1973 en un coloquio de
sociología celebrado en la Casa de Velázquez.
55 Hacia 1972-1973 empezaban a conocerse cambios de interés en Andalucía occidental. Por primera
vez, se hacía una clara apuesta desde los poderes públicos, por intentar promover una
industrialización que sirviese de paliativo a los grandes excedentes de mano de obra que se iban
liberando a consecuencia de las transformaciones modernizadoras de la agricultura así como de los
cambios estructurales que se estaban operando en la misma. Surgen así los llamados «polos de
desarrollo», de los que Huelva tendría uno de los más interesantes de los que se promueven en
España. Para abordar esta nueva realidad económica, en principio vinculada al tema principal a
desarrollar por Fourneau bajo la dirección de Huetz de Lemps, se cuenta con la ayuda del profesor
Boudeville, de reconocido prestigio internacional por sus estudios sobre «crecimiento y
polarización» y por la aplicación de sus planteamientos en países y economías en «vías de
desarrollo».
56 Los cambios introducidos en la temática daban al equipo una complejidad que superaba ya con
creces la orientación inicial agrarista: se incorporan como línea de investigación los aspectos
financieros, industriales y de economía del desarrollo. Por ello, se amplían también las relaciones
institucionales, en particular con el IDR (Instituto de Desarrollo Regional), vinculado a la
Universidad pero también al centro de estudios del Banco Urquijo y que era dirigido por el profesor
García Añoveros, que antes se mencionó. Desde entonces, y hasta el final del equipo, las relaciones
con el IDR serían más intensas y en cierto modo no es exagerado decir que el equipo fue el germen
embrionario de dicho Centro, en cuanto grupo investigador. Sería el equipo el primer grupo
estructurado que se ocupase de manera global y compleja de la economía de Andalucía occidental,
263

tal como ha sido siempre reconocido, de ahí el prestigio que aún prevalece sobre los trabajos que se
llevaron a cabo en aquellos años, verdaderos pioneros de «economía regional» en España.
57 Con la salida de Drain, por razones académicas personales, hacia 1972 el equipo lo componen, de
manera permanente, Bernal, Fourneau, Haubert y Roux. Sus trabajos se incardinan en la doble
perspectiva apuntada, bajo el impulso del Director de la Casa: nuevos temas y un ámbito de estudio
regional. Los resultados de esas orientaciones se verán pronto en las publicaciones que van
apareciendo sobre el viñedo del Condado de Huelva, estudios sobre el Polo de Desarrollo también de
Huelva, las investigaciones sobre las «remesas» de los emigrantes andaluces que trabajaban en
Europa enviadas a sus familias y consideradas como unas de las vías de capitalización más notoria
que tendrían los pueblos andaluces por aquellos años. Los estudios sobre la economía de la sierra y
su marginación, como grandes reservas naturales o la presencia de grupos inmigrantes –
valencianos, vascos, etc.– que van a tener un protagonismo importante como grupos empresariales
en el resurgir económico que se vislumbra en Andalucía. Y para ir situando de manera adecuada
los nuevos análisis, comienzan a examinarse los supuestos históricos del papel de la burguesía
andaluza en el contexto de una economía regional: ¿fallaron, o no, las iniciativas empresariales?
¿hubo, o no, empresarios andaluces capaces de asumir los retos que suponían las nuevas exigencias
del desarrollo y modernización económica?
58 En mayo de 1973 se celebraba una reunión general para dar cuenta de los avances conseguidos, con
la asistencia de profesores asesores – Boudeville, Huetz de Lemps, Mazoyer y Ozanam– y en donde
se perfilan las pautas a seguir. Para la siguiente etapa que comenzaría en octubre se incorpora el
etnosociólogo Lacroix. El equipo canaliza los esfuerzos investigadores en examinarlas condiciones
de atraso de Andalucía occidental –aunque ya en claras vías de desarrollo– a través de las
estructuras sociales, económicas, históricas y mentales que han condicionado dicho atraso y las
posibilidades de acercamiento a las economías avanzadas europeas. En fin, son las opciones de un
posible desarrollo y se discute si en comunidades del sur, como la andaluza, éste ha de ser
necesariamente industrial –al estilo de lo que fue el crecimiento económico inducido por la
revolución industrial– o, dadas las nuevas perspectivas, podría pensarse en otras opciones
alternativas. Los proyectos del Estado emprendidos para la industrialización del Occidente andaluz
terminaron en un semifracaso; igual ocurriría en con la débil implantación de las instituciones
financieras. Haubert seguiría estudiando «l’épargne des ménages» pero también el de las
empresas y el de las administraciones, ampliando su investigación, en cuanto instituciones
financieras, a las Cajas de Ahorros así como a los circuitos de financiación generados a nivel
regional.
59 Desde 1974, el Instituto de Desarrollo Regional de Sevilla aportaría ciertas cantidades para
financiar también al equipo y compartir, en colaboración,parte de los proyectos e investigaciones
por éste realizadas, gracias a las actuaciones de García Añoveros y de Jaime de Pablo Romero,
director y secretario de dicho Instituto. Como investigaciones, Roux, Fourneau y Haubert siguen
desarrollando el programa diseñado en sus respectivas materias; como novedades, Lacroix y Bernal
emprenden un nuevo estudio sobre los centros de sociabilidad –los llamados «casinos» en Andalucía
equivalentes a las maisons des hommes del sur de Francia y similares a las de otras comunidades
mediterráneas. Se incorpora, como economista, Patrick Lecordier y, como historiador, el francés
Fabrice Abbad: el primero asumirá las investigaciones sobre la economía industrial ya emprendidas
anteriormente y el segundo se dedicará a estudiar el papel de las Intendencias en Andalucía, en
cuanto órganos de administración pública y económica, de origen francés, implantadas durante el
siglo XVIII. La novedad temática, por este año, será la culminación del estudio sobre la ciudades de
Osuna-Morón, como ejemplo donde se integran los análisis de urbanismo –se contará con la
264

colaboración de uno de los pensionistas arquitectos de la Casa, que levantará excelentes planos de
ambas ciudades– y arte, con el asesoramiento del profesor Antonio Bonet Correa.
60 Desde 1974-1975 en adelante se perfila nueva orientación en las temáticas investigadoras y se
incorporarán otros investigadores al proyecto general del equipo. Mignon iniciará los estudios
sobre el sector del «turismo», que aparece como uno de los sectores claves en la economía andaluza
del litoral, fuertemente terciarizada; estudios sobre el turismo que se mantendrá, ya de manera
ininterrumpida, hasta la extinción del equipo de la Casa, por ser uno de los temas esenciales en el
«relanzamiento económico» de Andalucía; en este caso, además, se amplía el ámbito territorial de
estudio hacia la Andalucía oriental, incorporándose la zona de ronda y el litoral malagueño. Otro de
los nuevos miembros incorporados, François Héran, junto con A. M. Bernal, explorarán los
precedentes históricos del «turismo» andaluz, a partir de la experiencia de los viajeros ilustrados y
románticos de los siglos XVIII y XIX; uno y otro, a su vez, llevarán a cabo sendos estudios sobre
«familias» de la gran burguesía agraria andaluza, que jugaron un papel decisivo en los proyectos
de renovación y cambio durante los siglos XIX y XX en la economía de la región.
61 Como tarea común de todos los miembros permanentes del equipo se llevó a cabo un «estudio de
prospectiva» de lo que pudiera significar la incorporación de España a la Comunidad Europea y las
consecuencias y posicionamientos de las élites sociales, políticas y económicas de Andalucía. Era de
los primeros sondeos que intentaba sopesar dicha cuestión en España, y el trabajo realizado, por
encuestas restrictivas a personalidades andaluzas de ámbitos diversos, tuvo una aceptación muy
controvertida –algunos nos tomaron por antifranquistas infiltrados e incluso nos denunciaron,
otros se negaron en redondo a responder, otros manifestaron una clara fobia antieuropea, otros
eran europeístas a ultranza; en fin, los resultados de la encuesta, muy controvertidos, no se
hicieron públicos y el tema quedó «aparcado» hasta mejor ocasión aunque, con posterioridad –a
partir de 1976– no volviera a ser retomado más tarde. Otra temática que atraería la atención, ya
iniciada, es la prestada al fenómeno de la urbanización, dedicándose un análisis monográfico, por
iniciativa del profesor Chevalier, a las «plazas mayores», en estudio comparado dadas las
concomitancias que hay entre Andalucía y América latina; este proyecto contaría con la
colaboración muy activa del profesor Bonet y a él se incorporaría un joven geógrafo sevillano,
Florencio Zoido, especialista en geografía urbana, que con el tiempo llegaría a ser catedrático de la
Universidad de Sevilla y Director General de Urbanismo en Andalucía, tras la democracia. Otro
español que se incorpora, siguiendo los estudios ya emprendidos sobre las zonas marginales de la
sierra y las dehesas andaluzas, es el ecólogo Ángel Martín Vicente, hoy catedrático de la
Universidad de Sevilla y una de las personalidades especialistas más relevantes en el estudio de las
Marismas y Coto de Doñana, la más importante reserva natural de Europa en la actualidad.
62 A la altura de 1979, cuando el profesor Chevalier cesa en su puesto de Director de la Casa, los
proyectos emprendidos en las nuevas vertientes: turismo, ecología, urbanismo, cuestiones
financieras de la economía familiar y de la emigración y, siempre, los temas históricos y agrarios –
ahora dedicados al Instituto Nacional de Colonización– serán los que ocuparán la mayor atención
del equipo en los años siguientes. Ese mismo año de 1979, A. M. Bernal cesa en su participación
directa –aunque permanece como colaborador y consejero del equipo algún tiempo más hasta su
disolución– al trasladarse a la Universidad de las Islas Canarias en calidad de profesor de Historia
Económica.
63 En síntesis, el equipo fue un elemento de renovación en la investigación de ciencias sociales en
España y así ha sido reconocido. Por la capacidad de integración en un equipo interdisciplinar de
estudios de ámbitos muy diversos, por la oportunidad e interés de los temas investigados, por la
metodología continuamente renovada y actualizada y, finalmente, por las publicaciones donde se
265

diera cuenta de los resultados. Fue un hito en el desarrollo de las ciencias sociales en España por
intermediación de la Casa de Velázquez.

NOTES
1. François CHEVALIER et Jean-Paul LE FLEM, « ERA n° 360. Problèmes du Midi en Espagne. Un bilan
de 4 ans (1971-1975) », Mélanges de la Casa de Velázquez, 12, 1975, pp. 607-612. Des rapports annuels
étaient publiés dans les Mélanges à partir du volume 6 (1969).
2. Madrid, Collection de la Casa de Velázquez (4), 1975, 133 p., 40 cartes.
3. Fabrice ABBAD, Antonio Miguel BERNAL, Jacques LACROIX, Patrick LECORDIER, Bernard Roux et
Bruno VAYSSIÈRE, Classes dominantes et société rurale en Basse-Andalousie. Recherche interdisciplinaire
sur la question du pouvoir dans deux villes moyennes : Morón de la Frontera et Osuna, préface de
François Chevalier, Madrid, Collection de la Casa de Velázquez (5), 1977.
4. Antonio Miguel BERNAL, Francis FOURNEAU, François HÉRAN, Jacques LACROIX, Patrick LECORDIER,
Angel MARTÍN VICENTE, Loïc MÉNANTEAU, Christian MIGNON, Bernard ROUX et Florencio ZOIDO NARANJO,
Tourisme et développement régional en Andalousie, Madrid, Collection de la Casa de Velázquez (7),
1979.
5. Patrick LE ROUX (coord.), « Structures agraires antiques dans la région de Séville. Essai de
problématique », Mélanges de la Casa de Velázquez, 8, 1972, pp. 593-646.
6. Forum et Plaza Mayor dans le monde hispanique, introduction de François Chevalier, Madrid,
Collection de la Casa de Velázquez (6), 1978 ; « Plazas » et sociabilité en Europe et en Amérique latine,
introduction de François Chevalier, Madrid, Collection de la Casa de Velázquez (9), 1982.
7. C’est à la demande du professeur Chevalier que nous publions, à la suite de sa communication,
ces précisions qui illustrent et enrichissent son propos. Antonio Miguel Bernai avait assisté au
colloque et présenté, en partie, ces remarques qu’il a développées, publiquement et plus
longuement, à Séville le 17 janvier 2000.

RÉSUMÉS
Directeur de 1967 à 1979, F. Chevalier retrace dans sa communication les grandes lignes de son
action, fondée sur une ouverture de la Casa à de nouvelles disciplines (économie, sociologie, etc.),
à des méthodes de pointe (l’informatique) et à des chantiers nouveaux. La création de l’équipe
interdisciplinaire de Séville, chargée d’étudier les problèmes du Midi de l’Espagne, illustre la
mise en œuvre de cette politique. Une annexe à sa communication, due à Antonio Miguel Bernal,
retrace en détail les résultats des recherches menées par l’équipe de Séville

In this article, François Chevalier, director of the Casa de Velázquez from 1967 to 1979, describes
his main goals as director: enlargement of the institution’s scope to take in other fields of
research (economics, sociology) and the introduction of more up-to-date methods (information
266

technology). A good example of the results of his policy was the creation of a cross-disciplinary
group in Seville to examine the problems of Southern Spain. Annexed to the article is a detailed
summary by Antonio Miguel Bernal of the results of the research carried on by the group in
Seville

En su ponencia, François Chevalier, director de la Casa de Velázquez de 1967 a 1979, expone las
directrices de su gestión, basadas en la apertura de esta institución a nuevos campos de
investigación (economía, sociología) y a métodos más adaptados (informática). La creación del
equipo interdisciplinario de Sevilla, encargado de estudiar los problemas del Sur de España, es
buen exponente de esta política. Antonio Miguel Bernal ofrece como anejo a esta ponencia un
resumen detallado de los resultados de las investigaciones llevadas a cabo por el equipo sevillano

AUTEUR
FRANÇOIS CHEVALIER
Université de Paris I. Directeur de la Casa de Velázquez de 1967 à 1979
267

La Casa de Velázquez, lieu de


formation et de diffusion de la
recherche française (II)
The Casa de Velázquez: a centre for training and dissemination of french
research (II)
La Casa de Velázquez: un lugar de formación y difusión de la
investigación francesa (II)

Didier Ozanam

1 C’est avec satisfaction et gratitude que j’ai accepté l’occasion que m’offrait Jean
Canavaggio de revenir, une fois encore, à Madrid. Mais je dois honnêtement avouer que je
ne saisissais pas très clairement le sens de l’intervention qui m’était demandée. Le
concept de « réception » de l’historiographie française en Espagne me paraissait bien
ambigu. Et que dire du « regard » qu’ancien directeur, j’étais invité à porter sur « la Casa
de Velázquez, lieu de formation et de diffusion de la recherche française » ? Ce regard ne
risquait-il pas de déboucher, malgré moi, sur une sorte de justification a posteriori des
conceptions et de la politique qui avaient été les miennes ? Écueil redoutable que je
souhaitais, dans la mesure du possible, éviter.
2 En proie à ces doutes, je me suis décidé à prendre quelques libertés avec le cadre qui
m’était proposé et à étendre mon « regard » – ou mes réflexions, si l’on préfère – aux dix-
huit années que j’ai vécues à la Casa de Velázquez : trois ans comme boursier de 1947 à
1950 ; six ans comme secrétaire général de 1963 à 1969 ; neuf ans, enfin, comme directeur
de 1979 à 1988. Trois époques clés, on en conviendra, puisqu’elles couvrent les
lendemains de la guerre d’Espagne, l’ère du décollage économique, le post-franquisme et
les débuts de la nouvelle démocratie. Trois époques au cours desquelles l’historiographie
tant espagnole que française, d’une part, et la Casa de Velázquez, de l’autre, ont connu
des évolutions profondes qui ont été en s’accélérant.
3 Et puisque nous parlons ici histoire et Casa, il importe d’insister, d’entrée de jeu, sur la
spécificité de cette maison. Au contraire de ses homologues d’Athènes, du Caire ou de
268

Rome, elle n’est pas la chasse gardée des archéologues et des historiens. Dès 1913, ses
fondateurs lui assignaient un champ plus vaste :
Notre École [proclamaient-ils], considérant que l’histoire qui se fait est aussi de
l’histoire [...], s’ouvre aux observateurs de la vie sociale et économique de l’Espagne
contemporaine en même temps qu’aux philologues et aux archéologues épris d’un
glorieux passé.
4 C’est dans cette perspective que, à côté des historiens et des hispanistes, elle accueillera à
l’occasion des géographes, des économistes, des sociologues, des politologues, voire des
agronomes et même, à partir de 1928, des artistes. La Casa, c’est donc l’ensemble de toutes
ces composantes et, de ce fait, mon regard – et mes propos – risquent d’être affectés de
strabisme ou d’ambiguïté suivant qu’il sera question de l’établissement en général ou de
ses chercheurs (section scientifique) ou seulement de ses historiens.
5 En novembre 1947, j’arrivais dans une Espagne encore ruinée et coupée du monde. Muni
d’un faible bagage linguistique, je n’avais aucune idée de ce que j’allais y trouver et je
comptais sur l’aide de la Casa de Velázquez, alors installée dans un petit hôtel particulier
de la rue Serrano. Vain espoir ! En dehors d’une chambre mal chauffée, d’une nourriture
médiocre et d’une bourse minable, le petit groupe d’historiens – agrégés et chartistes –
que nous formions n’avait pas grand-chose à attendre de l’établissement. Le directeur
scientifique de l’École, le doyen Renouard, était à Bordeaux. Le directeur de la Casa, M.
Legendre, déjà septuagénaire, était un fin connaisseur du pays où il vivait depuis 1919 et
il était fort bien introduit dans un certain nombre de milieux locaux, mais il ne
s’intéressait guère à nous et se bornait à nous délivrer quelques lettres d’introduction. Il
n’y avait à la Casa aucune bibliothèque digne de ce nom. Éloignés de nos directeurs de
thèse – rarement hispanisants du reste –, notre formation s’est faite « sur le tas ». À
l’intérieur même de la maison, d’abord : la cohabitation, les repas pris en commun ont été
une source continuelle de discussions et d’échanges, commencés à table et souvent
poursuivis ailleurs. Au contact les uns des autres, nous avons beaucoup appris, dans une
atmosphère d’amitié qui n’était pas limitée à nos camarades historiens. Nous nous
efforcions de nous informer et de nouer des contacts dont finalement tous profitaient :
par Henri Lapeyre nous connûmes Ramón Carande, par Jean Gautier le P. Pérez de Urbel
et Luis Vázquez de Parga, par Pierre Chaunu et Marie Helmer, des américanistes. Pour ma
part, je contribuais à cette mise en commun par les bonnes relations que j’avais établies
avec le milieu des archives et des bibliothèques. C’est ainsi que nous, les membres des
années 1950 et nos successeurs immédiats tels Yves Bottineau, Guy Beaujouan ou
Bartolomé Bennassar, sommes devenus hispanisants.
6 Au terme de ce premier séjour en Espagne, quelle impression personnelle avais-je retirée
de l’état des rapports entre historiographie française et historiographie espagnole ?
7 Du côté espagnol, j’étais frappé de la relative ignorance où se trouvaient les historiens (du
moins ceux que nous fréquentions, surtout à Madrid) des développements de
l’historiographie française, ignorance souvent attestée par les lacunes de leur
bibliographie. Sur ce plan, les membres de la Casa ne pouvaient avoir qu’une action
ponctuelle. Plus efficace était l’Institut français de Madrid, lorsqu’il donnait en 1949 une
série de conférences sur la Méditerranée de Braudel, publiée cette même année.
8 Du côté français, on était encore fort mal informé du travail qui s’effectuait en Espagne
après la longue parenthèse des deux guerres, civile et mondiale (1936-1945), pour bien
des raisons qui n’étaient pas toutes scientifiques. Certes, une partie des historiens
espagnols de réputation internationale s’étaient exilés (Altamira, Américo Castro,
269

Sánchez Albornoz). Cependant, d’autres étaient restés en Espagne, tels Menéndez Pidal,
Gómez Moreno, Carande, Abadal, etc. Surtout, une nouvelle génération de jeunes
historiens (vingt-cinq à trente-cinq ans) avait fait son apparition au sein des académies,
des universités, des institutos, des sociétés savantes et surtout du CSIC, institution
multiforme de récente création (1940). En dépit des contraintes et des concessions
imposées par une idéologie vigilante, on devait bien constater un renouveau des études
historiques, à Madrid bien entendu, mais aussi à Séville, et à Barcelone autour de J. Vicens
Vives. Renouveau attesté par nombre de nouvelles publications de qualité dont les
premiers échos en France sont recueillis dans le « Bulletin historique. Histoire
contemporaine de l’Espagne », paru dans la Revue historique de 1951 sous la plume de
Pierre Vilar et dans le compte rendu d’Yves Renouard dans le Bulletin hispanique de 1952
d’un article de J. Vicens Vives, « Dix années d’historiographie espagnole (1939-1950) »
paru dans les Études suisses d’histoire générale1. Puis, à partir de 1953, se publiera à
Barcelone l’Índice Histórico Español.
9 En regagnant la France, j’ai veillé à ne pas perdre le contact avec l’Espagne. Cela m’a été
d’autant plus facile qu’à partir de janvier 1957 j’ai eu le privilège de diriger le Centre de
Recherches Historiques de l’École Pratique des Hautes Études (VIe Section), sous l’autorité
de F. Braudel, avec lequel j’ai travaillé presque quotidiennement pendant quatre ans.
C’est là que j’ai rencontré à plusieurs reprises Jaume Vicens Vives, Jordi Nadal, Felipe Ruiz
Martín, Valentín Vázquez de Prada. C’est là que j’ai préparé l’édition de travaux de
plusieurs d’entre eux et aussi de certains de leurs collègues hispanisants français, tels que
Lapeyre, Chaunu ou Vilar. Ainsi plongé dans ce « bain » espagnol, je n’eus aucune
hésitation à accepter en 1963 le poste nouvellement créé de secrétaire général de la Casa
de Velázquez que me proposait Henri Terrasse.
10 Au cours de mes treize ans d’absence (1950-1963), beaucoup de choses avaient changé
outre-Pyrénées. Je passe sur la transformation économique du pays, sur sa modernisation
accélérée, sur son ouverture progressive vers l’extérieur et ses conséquences, pour m’en
tenir à ce qui touche la Casa de Velázquez. Là aussi, l’évolution était spectaculaire. Après
la disparition en 1955 de M. Legendre et, avec lui, du régime « patrimonial » de la Casa, le
nouveau directeur, Henri Terrasse, nommé en 1957, l’avait réinstallée dans l’édifice
reconstruit de la Moncloa, l’avait dotée de nouveaux statuts la plaçant sous la tutelle de
l’État, l’avait pourvue d’un encadrement administratif indispensable. Les membres,
désormais plus nombreux, bien rémunérés, disposant d’une bonne bibliothèque et de
services commodes, jouissaient enfin de conditions de travail et d’existence plus que
décentes. Cela suffisait-il à faire de la Casa ce « lieu de formation et de diffusion de la
recherche française » dont parle le programme de notre colloque ? À vrai dire, les
ambitions de l’époque n’allaient pas si loin puisque, à en croire les rédacteurs du statut de
1961, sa mission se limitait
[...] à permettre à de jeunes érudits de haute qualification de mener des recherches
scientifiques sur les pays hispaniques.
11 C’est dans ce cadre que s’inscrit l’action de H. Terrasse. Il a une conscience claire du rôle
de la Casa :
Si les pensionnaires doivent apporter le témoignage de ce qu’est chez les jeunes la
vie scientifique de la France, ils sont là avant tout pour se nourrir des leçons de
l’Espagne.
12 Bon administrateur, il n’a guère de penchant pour les manifestations collectives (deux
colloques en huit ans) et s’attache à prôner les vertus de la recherche individuelle : aux
270

islamisants il donne quelques conseils, aux autres des lettres de présentation. Pour ma
part, je m’efforce de les faire profiter de ma connaissance des archives et des relations
que j’y ai. Les membres de la section scientifique ne semblent pas avoir trop souffert de
cette situation. Bien logés, bien équipés, mieux préparés, mieux soutenus par leurs
directeurs de thèse, ils fréquentent archives, bibliothèques et musées, voyagent,
reçoivent, se lient avec de jeunes collègues espagnols. À la Casa même, ils constituent
entre eux une communauté vivante, riche d’échanges multiples, qui s’étendent aux hôtes
de passage – français, espagnols, étrangers –, notamment au début de l’été. En ce sens, on
peut dire que les jeunes historiens se forment à la Casa – mais pas par la Casa. Quant à la
diffusion de la recherche française en Espagne, ils peuvent certes y contribuer à titre
personnel mais ils n’en sont en aucun cas les artisans. Si l’historiographie française
commence à être mieux connue en Espagne, c’est grâce à l’accroissement des échanges de
toute sorte : circulation des livres et revues, multiplication des colloques, séjours et
visites en France et en Espagne de professeurs et d’étudiants. Il est significatif que la
mémorable conférence de F. Braudel à l’aula magna de San Bernardo, le 10 novembre 1963,
ait eu lieu à l’invitation de l’université de Madrid.
13 Les choses commencent pourtant à bouger en 1965. Dans les derniers mois de son
directorat – il sera mis à la retraite le 1er octobre –, M. Terrasse me confia le soin de
mettre en route deux entreprises, qui ne verront le jour et ne se développeront qu’après
son départ, au moment où j’assurerai l’intérim de la direction (1er octobre 1965 - 1 er
octobre 1966 ; en fait 1er janvier 1967). Il s’agissait d’abord d’assurer la publication d’une
revue de la Casa, organe de diffusion des recherches de ses membres : ce sera le premier
volume des Mélanges de la Casa de Velázquez. La seconde initiative visait à reprendre les
fouilles romaines de Belo, autrefois concédées à Pierre Paris et abandonnées depuis 1922.
Le permis fut obtenu en 1966 et, cette même année, nos archéologues purent se rendre
deux fois sur le site et commencer ainsi leur formation de terrain. Je devais rester au
secrétariat général jusqu’au 1er octobre 1969, mais depuis son arrivée à Madrid en janvier
1967, c’est à François Chevalier que revenait la direction de la Casa. Il l’exercera pendant
plus de treize ans.
14 En quittant l’Espagne pour la seconde fois, je n’entendais pas rompre avec ce que
j’appellerai, un peu pompeusement ma « vocation hispanique ». Membre du Conseil
scientifique de la Casa de Velázquez (1972-1978), j’y revenais souvent, soit à l’occasion de
colloques, soit à la demande de F. Chevalier qui m’avait fait nommer au comité
scientifique de l’équipe pluridisciplinaire de Séville, Je n’oubliais pas non plus de mener à
bien quelques publications. Surtout, je m’attachais à essayer d’informer historiens
espagnols et français sur les travaux d’histoire moderne conduits de part et d’autre des
Pyrénées. À cet effet, un de mes deux séminaires à l’EHESS était intitulé « Histoire et
civilisation de l’Espagne moderne » : des chercheurs des deux pays, les uns confirmés, les
autres moins connus ou même débutants, venaient y exposer l’état de leurs recherches en
cours ou récemment publiées. L’exposé était suivi d’une discussion en français et en
espagnol. C’était encore, on le voit, une forme de la diffusion de la recherche, mais dans
les deux sens.
15 Le 30 septembre 1979 expirait le mandat de F. Chevalier. Avec le recul du temps, on saisit
mieux à quel point son administration a marqué un tournant dans l’histoire de cette
maison. Ce tournant, il en a eu l’initiative, car curieusement aucune des réunions du
Conseil d’administration ou du Conseil scientifique de la Casa – du moins à ma
connaissance – n’avait été consacrée au problème pourtant capital des missions assignées
271

à l’établissement et de leur possible évolution. Dans ces instances statutaires on


s’intéressait aux questions budgétaires, mais bien davantage encore au choix des
candidats, ce qui aboutissait à renforcer plus que jamais la primauté de la recherche
individuelle et tendait à considérer la Casa comme une structure d’accueil, une sorte de
grand colegio mayor pour les hispanistes français : conception qu’en Italie l’École française
de Rome avait déjà dépassée. La dimension nouvelle que F. Chevalier, historien lui-même,
a entendu donner à la Casa et à sa vocation historienne, il l’a expliquée lui-même ici, et il
ne m’appartient pas d’y revenir. Il suffit de se reporter aux débats de la table ronde tenue
à Madrid le 16 mars 1978, dans le cadre des manifestations du cinquantenaire, pour
mesurer le chemin parcouru et entrevoir celui qui restait à faire. À la veille de quitter ses
fonctions, le directeur sortant en dressait l’inventaire :
Il faudrait développer le travail d’équipe [...], les recherches interdisciplinaires, les
applications de l’informatique, l’association enfin, étroite et généralisée à tous les
domaines, avec des institutions espagnoles pour de grandes recherches en
commun. Ainsi s’affirmera mieux encore, sur des bases larges et solides, la
coopération entre nos deux pays, indissolublement unis par la géographie, la
France et l’Espagne.
16 Ce programme, qui avait été le sien dès l’origine et au début duquel j’avais été associé, je
n’avais eu aucune peine à en reprendre l’essentiel dans la « note d’orientation » que
j’avais jointe à ma candidature.
17 Lorsque j’arrivai à Madrid en octobre 1979, l’Espagne était en pleine mutation. Le post-
franquisme, la transition, la movida, l’émergence progressive des autonomies, la rapide
mise à jour du pays promis à une prochaine entrée dans l’Europe, le passage aux
techniques de pointe, tout concourait à ouvrir des perspectives fort nouvelles. Dans le
domaine scientifique, on créait des universités et des postes d’enseignants, les
autonomies se dotaient d’institutions culturelles, les échanges de personnes –
professeurs, chercheurs, étudiants – se multipliaient, les publications fleurissaient un peu
partout et le goût de l’histoire se répandait Parallèlement, l’influence culturelle de la
France déclinait : sa langue, si longtemps prépondérante, y compris comme véhicule de la
production étrangère, était délaissée par les générations montantes. Au contraire de leurs
aînés, volontiers attirés par la France et sensibles aux conceptions braudéliennes, les
jeunes historiens de la Péninsule étaient de plus en plus nombreux à se tourner vers les
écoles et les modèles anglo-saxons, voire allemands : si bien qu’à un moment où les
facilités d’information et de communication étaient totales, certains d’entre eux restaient
encore fermés aux travaux et aux acquis des historiens français.
18 Dans un pareil contexte, la Casa se devait de repenser, dans ce domaine, son rôle et ses
objectifs. Elle avait à répondre à un double défi : d’abord et en priorité, continuer à
assurer dans les meilleures conditions – c’est-à-dire en étroite liaison avec leurs
homologues espagnols – la formation d’historiens hispanisants hautement qualifiés ;
ensuite, contribuer d’une part à faire connaître en Espagne les méthodes et les résultats
de la recherche française et, d’autre part, à informer nos propres historiens de ce que
leurs collègues espagnols pouvaient à leur tour leur apporter. Double démarche
susceptible de déboucher, dans certains cas, sur des opérations conjointes.
19 Pour affronter une pareille tâche, la Casa possédait des atouts non négligeables : un
budget confortable, des locaux vastes et améliorables, une équipe de direction pleine
d’allant, un personnel dévoué et compétent, de jeunes chercheurs de talent – dont des
historiens – et une réserve d’anciens tout disposés à poursuivre les travaux entamés lors
272

de leur séjour. Un tel capital matériel et humain supposait de la part de l’État un lourd
investissement et comportait pour les responsables de l’établissement l’obligation d’en
optimiser le fonctionnement, d’en tirer la meilleure rentabilité culturelle possible. D’où le
souci d’ouvrir la Casa au maximum, à la fois en temps et en capacité d’accueil. Aux
membres et pensionnaires logés sur place venaient s’ajouter, pour des séjours allant de
quelques jours à plusieurs mois, des membres libres, des boursiers (une création de F.
Chevalier), des chercheurs français, espagnols ou étrangers, voire des personnalités de
passage. Le nombre de ces hôtes occasionnels dépassait 600 par an à la fin des années
1980. Les jeunes historiens de la maison – j’en ai eu des échos – y trouvaient leur compte.
Le fait de loger sous le même toit, de se retrouver à la bibliothèque, dans les séminaires,
dans les couloirs, au jardin, voire en été à la piscine – autant de lieux de sociabilité –
créait les conditions d’une convivencia stimulante pour tous. Ces échanges avec des
chercheurs de tous âges, venant de divers pays, se réclamant de disciplines et d’écoles
différentes constituaient une source de formation privilégiée. Cette sorte de bain culturel,
cet élargissement des perspectives ne pouvait que profiter aux recherches individuelles
que les membres menaient sous le contrôle de leurs directeurs de thèse et avec l’aide de
l’équipe de direction de la Casa. Parmi les hôtes ainsi reçus à la Casa ont figuré durant
plusieurs années de jeunes historiens de province venus concourir à des oposiciones à
Madrid et qui, de retour dans leurs universités, ont constitué pour nous un réseau
d’amitié et de coopération d’un grand prix.
20 Si enrichissant que fût ce phénomène de formation par osmose, il est bien évident que,
depuis le mandat de F. Chevalier, la Casa avait à proposer une autre panoplie d’activités
scientifiques. Parmi elles, les conférences tenaient peu de place. Données en fin d’après-
midi, à une heure où la cité universitaire était vide de son public habituel, elles ne
pouvaient concurrencer celles qui, au même moment, fleurissaient à travers tout Madrid.
On préférait alors entendre les exposés que des membres de la section scientifique
avaient pris l’habitude de faire sur leurs recherches, devant leurs camarades et quelques
amis espagnols intéressés. On notera aussi le succès d’une autre formule essayée pendant
l’année 1987-1988 : la réunion hebdomadaire à la Casa, le samedi matin, d’un séminaire de
démographie historique organisé par l’Association espagnole de démographie historique,
le CNRS et le laboratoire de démographie historique de l’EHESS, autour d’intervenants
espagnols et français.
21 Les manifestations de beaucoup les plus nombreuses ont été les tables rondes et les
colloques. Sur des thèmes souvent choisis en relation avec les travaux des membres ou
d’anciens membres, elles réunissaient soit à la Casa même, soit ailleurs (y compris dans
les régions) des spécialistes espagnols, français et étrangers : occasion pour eux de
confronter informations, méthodes et points de vue ; occasion pour les membres de se
former au contact de leurs aînés et de faire leurs premières armes. Que ces colloques
fussent organisés à l’initiative de la Casa ou qu’elle y fut seulement associée, nous
recherchions systématiquement la participation d’autres institutions espagnoles et
françaises : non seulement pour des motifs financiers, mais pour lancer une dynamique
de coopération scientifique. Ainsi plusieurs universités espagnoles, le CSIC, certaines
autonomies, des diputaciones, des municipalités, des fondations et, hors Péninsule, des
universités françaises, le CNRS, l’EHESS, l’École de Rome ont-ils été pour la Casa des
partenaires occasionnels ou attitrés. Avec certains de ces derniers, nous avons conclu
entre 1985 et 1988 des accords cadres qui, le plus souvent, s’étendaient à l’ensemble des
activités de la maison et qui prévoyaient, outre des échanges de services et des coéditions,
273

une concertation destinée à organiser en commun soit des actions ponctuelles soit de
véritables programmes.
22 On rejoignait par là les conceptions chères à François Chevalier, conceptions que prônait
également depuis les années 1980 la direction de la Recherche du ministère de l’Éducation
nationale. Mais leur mise en œuvre s’avérait singulièrement malaisée dans une maison où
les Conseils avaient toujours privilégié la recherche individuelle et où le petit nombre de
postes face à la variété des disciplines ne permettait guère d’assurer le suivi d’opérations
de quelque durée. Il est vrai qu’on pouvait imaginer des solutions en recourant à la
réserve que constituaient les anciens de la Casa.
23 Faute d’une participation des historiens, je dois passer sur la seule expérience
significative réalisée dans ce domaine, celle de l’équipe plurisdisciplinaire franco-
espagnole de la Casa de Velázquez en Andalousie (en abrégé : l’« équipe de Séville »).
Seule à avoir bénéficié d’un recrutement sur programme, étroitement associée à plusieurs
entités tant françaises qu’espagnoles (en particulier la Junta de Andalucía), elle a
accompli un fécond travail collectif entre 1978 et 1989.
24 Du côté de l’histoire, en revanche, le bilan est assez maigre. Seuls les archéologues
peuvent se prévaloir de quelques essais de travail collectif. L’équipe d’archéologie
classique a établi une programmation des fouilles du site de Belo et de leur publication :
mais les Espagnols en sont presque absents. Les archéologues médiévaux et islamiques,
coordonnés par un directeur d’études, ont réussi à constituer des équipes où figuraient
des collègues espagnols et marocains et à monter des programmes de recherche intégrant
les travaux individuels des membres concernés. Ces opérations, fonctionnant sur une
même problématique et utilisant une même méthodologie, ont obtenu en 1985 le soutien
du CNRS sous forme d’une unité associée (UA) (« Islam d’Occident : habitat, peuplement et
culture matérielle »). Pour ce qui regarde l’histoire au sens propre, le constat est
éloquent : pas de recherches en équipe, pas de recherches franco-espagnoles. Était-ce
vraiment là un objectif inaccessible ? Pour ma part, je ne le pense pas, et j’en veux pour
preuve la vitalité d’une entreprise née en 1978, en partie extérieure à la Casa de
Velázquez mais qui a bénéficié à l’occasion de son soutien et a été constamment dirigée et
animée par plusieurs de ses anciens membres. Il s’agit de l’enquête prosopographique sur
la haute administration espagnole au XVIIIe siècle, qui groupe des chercheurs français de
l’EHESS et du CNRS, presque tous issus de la Casa, et des chercheurs espagnols
appartenant aux universités centrales de Madrid (Complutense) et de Barcelone et aux
universités de Grenade et d’Almería. Ce programme est aujourd’hui piloté par la Maison
des Pays ibériques ; il a donné lieu à la constitution d’une base de données contenant les
renseignements relatifs aux carrières et aux familles de plus de 15.000 hauts
fonctionnaires. Deux volumes de résultats ont déjà été publiés par les soins de la Casa 2.
25 Par ce détour, j’en arrive précisément aux publications de l’établissement, qui ont connu
une croissance spectaculaire. Premiers apparus, les Mélanges en sont arrivés en 1989 à
leur vingt-cinquième volume : des volumes qui ont grossi et se sont ouverts à des
collaborations extérieures, espagnoles en particulier. De nombreux ouvrages ont paru et
pris place dans des séries spécialisées : résultats de fouilles archéologiques, travaux de
colloques, études diverses et aussi thèses soutenues par les membres. Cette production
s’est augmentée de livres publiés en coédition avec des partenaires, surtout espagnols
(accords de coopération). Il est à peine besoin de souligner le rôle de ce secteur dans les
activités de formation, de diffusion et de coopération de la Casa : les jeunes historiens
s’essayent à mettre en forme et à présenter leurs recherches ; les chercheurs espagnols et
274

français ont l’occasion de faire connaître les leurs à leurs collègues et à la communauté
scientifique.
26 Je m’étais proposé dans cette causerie d’examiner comment, depuis la fin de la seconde
guerre mondiale, la Casa de Velázquez avait pu contribuer à servir la cause des historiens
espagnols et français et, en fin de compte, celle de l’histoire tout court. J’ai le sentiment
d’avoir été à la fois trop long et incomplet : je n’ai parlé ni de la bibliothèque, ni des
campagnes de prospection aérienne, ni des débuts difficiles de l’informatisation. Peut-
être ai-je laissé trop de place à mes idées personnelles. Je me suis cependant interdit
d’étendre mon « regard » à la période postérieure à mon départ de Madrid. Une telle
démarche eût été à la fois inconvenante et entachée d’anachronisme, péché majeur pour
un historien. Inconvenante, car chaque directeur a le droit – et même le devoir – d’avoir
une politique et des conceptions qui lui soient propres. Anachronique, parce que la
conjoncture évolue, souvent même très vite, et que les situations, les problèmes, les
solutions sont rarement transposables : ainsi la réforme du régime des thèses de doctorat
françaises a-t-elle eu sur les conditions de recrutement, de séjour et de travail des jeunes
historiens à la Casa un impact dont on n’a peut-être pas encore mesuré toute la portée.
27 La Casa de Velázquez, lieu de formation et de diffusion de la recherche française ? Lieu de
diffusion certes, et aussi instance de coopération, mais sans monopole en ces domaines,
même si elle y joue un rôle de catalyseur et d’intermédiaire sans doute irremplaçable.
Lieu de formation à coup sûr, si on pense que dans les disciplines historiques, sa vocation
spécifique est de former des historiens hispanisants, c’est-à-dire non pas de quelconques
docteurs en histoire parmi tant d’autres, mais des chercheurs qui soient un jour des
spécialistes authentiques et reconnus du monde hispanique. Cela exige du travail, une
ouverture aux échanges, une certaine capacité d’immersion culturelle et surtout du
temps, ce temps dont nous autres historiens connaissons tout le prix puisqu’il forme la
trame de nos travaux et de nos jours.

NOTES
1. Vol. 9 (1951), pp. 228-245.
2. Didier OZANAM et Fabrice ABBAD, Les intendants espagnols du XVIII e stick, Madrid, Collection de
la Casa de Velázquez (36), 1992 ; Didier OZANAM, Les diplomates espagnols du XVIII e siècle, Madrid-
Bordeaux, Collection de la Casa de Velázquez (64) - Collection de la Maison des Pays ibériques
(72), 1998.
275

RÉSUMÉS
D. Ozanam propose un regard sur les trois périodes (1947-1950, 1963-1969, 1979-1988) qu’il a
passées à la Casa de Velázquez d’abord comme boursier, puis comme secrétaire général et enfin
comme directeur. Il s’attache à montrer l’état des relations entre les milieux scientifiques
espagnols et français, leur évolution et le rôle de catalyseur que la Casa est amenée à jouer tant
par ses missions propres (organisation de colloques, de recherches collectives, publications...)
que par les travaux des membres qu’elle accueille

Didier Ozanam gives an overall view of his three sojourns at the Casa de Velázquez (1947-1950,
1963-1969, 1979-1988), first as a scholar, later as general secretary and finally as director. He
provides an account of the current state of relations between Spanish and French scientists, how
they have developed and the catalysing role that the Casa is called upon to play in connection
with its own remit (organization of conferences, collective research, publications) and with the
scientific input of its members

Didier Ozanam propone una visión de conjunto de las tres estancias que pasó en la Casa de
Velázquez (1947-1950, 1963-1969, 1979-1988), primero como becario, luego como secretario
general y por último como director. Hace un balance del estado de las relaciones entre los
científicos españoles y los franceses, su evolución y el papel de catalizador que la Casa debe
desempeñar tanto a nivel de sus propios cometidos (organización de coloquios, investigaciones
colectivas, publicaciones) como a nivel de la aportación científica de sus miembros

AUTEUR
DIDIER OZANAM
École des Hautes Études en Sciences Sociales. Directeur de la Casa de Velázquez de 1979 à 1988
276

La Casa de Velázquez de 1989 à 1996


The casa de Velázquez from 1989 to 1996
La casa de Velázquez de 1989 a 1996

Joseph Pérez

Les missions de la Casa De Velázquez


1 Quand j’ai pris la direction de la Casa, en janvier 1989, deux questions importantes se
posaient : la mise en place d’un nouveau statut pour l’établissement et la préparation d’un
contrat quadriennal. Les deux questions étaient liées. Il s’agissait de redéfinir les missions
de la Casa.
2 Le statut de 1961 devait être mis en conformité avec la loi de 1984 sur l’enseignement
supérieur. Il ne donnait pas à la Casa l’autonomie financière et, d’un autre point de vue, il
reflétait la situation de l’hispanisme français en 1960 en accordant, dans les Conseils, une
représentation particulière à l’université de Paris et aux universités du Midi de la France
(Bordeaux, Toulouse et Montpellier). Le développement de l’hispanisme depuis 1960
rendait nécessaire une mise à jour : des départements d’espagnol avaient été créés dans la
plupart des universités, ainsi que des équipes de recherche dans le domaine hispanique
dans ces mêmes universités et au sein du Centre National de la Recherche Scientifique.
3 Les suggestions faites en ce sens, lors de l’élaboration du nouveau statut, ont été retenues.
Le décret de 1993 prend acte des évolutions qui se sont produites quatre-vingts ans après
la création de l’École des Hautes Études Hispaniques et soixante ans après la première
inauguration du palais de la Moncloa : la représentation de la communauté scientifique et
artistique n’est plus fixée d’après des critères géographiques qui peuvent varier d’une
année à l’autre ; ce sont les commissions compétentes du Conseil National des Universités
et du Centre National de la Recherche Scientifique qui sont désormais invitées à désigner
leurs représentants au conseil scientifique et, dans une moindre mesure, au conseil
artistique.
4 Les missions de la Casa de Velázquez sont définies à l’article 2 du décret :
La Casa de Velázquez a pour mission de développer les activités créatrices et les
recherches relatives aux arts, aux langues, aux littératures et aux civilisations de
277

l’Espagne et des pays hispaniques et ibériques et de contribuer à la formation


d’artistes, de chercheurs et d’enseignants-chercheurs. Elle assure la diffusion des
œuvres produites et des recherches menées dans le cadre de sa mission. Elle
contribue au développement des échanges artistiques et scientifiques entre la
France, d’une part, et l’Espagne et les pays hispaniques et ibériques, d’autre part.
5 La Casa se voit ainsi assigner une fonction double : dégager une élite de créateurs et de
chercheurs ; développer une coopération franco-espagnole de haut niveau. Ce sont ces
objectifs que j’ai exposés, pour l’École des Hautes Études Hispaniques, lors du conseil
scientifique extraordinaire du 31 mai 1989 et que je me suis efforcé de mettre en œuvre
dès ma prise de fonctions. Leur application pose deux problèmes distincts, mais
complémentaires : le recrutement et le devenir des membres, les activités de
l’établissement.

Les membres
6 Pour résoudre le premier de ces problèmes, je me suis efforcé d’élargir l’éventail des
candidatures et d’améliorer la qualité des recrutements et la procédure de sélection. Des
notes d’information ont été envoyées aux institutions et aux personnalités susceptibles
d’être intéressées, notamment les directeurs de recherche des universités et du Centre
National de la Recherche Scientifique, avec une attention particulière pour les secteurs
qui, jusqu’alors, connaissaient mal la Casa et les possibilités qu’elle offrait. Cette
campagne a donné des résultats. Le nombre des candidats s’est accru d’année en année,
ce qui alourdi la tâche des Conseils, mais a permis de retenir des candidatures de qualité.
7 En ce qui concerne la section artistique, la mise en place de trois commissions
d’admission (une pour les arts plastiques, une deuxième pour la musique, une troisième
pour l’audiovisuel) a contribué à trouver un équilibre entre les disciplines. Les plasticiens
restent majoritaires, mais des places sont offertes chaque année à des architectes, des
compositeurs, des cinéastes ; pour la première fois, en 1993, on a recruté un photographe.
8 Une procédure analogue a été adoptée pour les recrutements à l’École des Hautes Études
Hispaniques dès 1990, avant que le statut de 1993 la rende officielle : les dossiers ont été
répartis entre trois commissions d’admission (Espagne ancienne et médiévale, Espagne
moderne, Espagne contemporaine) ; le directeur désigne un rapporteur pour chacun
d’eux ; les auditions donnent l’occasion aux candidats de préciser leurs objectifs. Après
avoir entendu tous les candidats, chaque commission recommande un certain nombre
d’entre eux pour l’admission. Le conseil scientifique arrête la liste définitive des
nouveaux membres en s’efforçant de respecter un double équilibre : entre les
commissions et entre les disciplines.
9 Le rôle des commissions consiste à faire un premier tri en classant les candidats en trois
catégories : ceux qu’on souhaite recruter en raison de mérites et d’aptitudes qui
paraissent les recommander particulièrement ; ceux qui ne sont manifestement pas
dignes d’entrer à la Casa ou dont la candidature est jugée prématurée ; ceux, enfin, pour
lesquels on hésite et qu’on pourrait admettre dans la limite des places disponibles. Les
commissions ont bien fonctionné : lorsque le total de leurs propositions est égal au
nombre de postes vacants, les Conseils ont entériné leur choix ; quand le total des
propositions est supérieur au nombre de postes vacants, les Conseils revoient les cas
douteux.
278

10 En règle générale, les commissions et les Conseils se sont trouvés d’accord sur des points
importants :
• Recruter des candidats dont le programme de recherche était soigneusement défini et qui
paraissaient en mesure de le mener à bien dans un délai de deux ans. On est revenu à
l’application des textes réglementaires en ce qui concerne les renouvellements pour une
troisième année. Compte tenu du nombre élevé des candidatures, la troisième année, en
effet, doit conserver un caractère exceptionnel. Le doctorat actuel exige une préparation
moins longue que l’ancienne thèse d’État. Avant de recommander un recrutement, les
commissions s’assurent que le candidat a bien cerné les limites de son sujet et qu’il a repéré,
au cours de séjours de courte durée – par exemple, comme boursier –, les bibliothèques et
les dépôts d’archives susceptibles de l’intéresser. Dans ces conditions, on peut parfaitement
réunir l’essentiel de la documentation en deux ans de séjour à la Casa, rédiger sa thèse et la
soutenir dans les mois qui suivent de façon à se présenter aux concours ouverts dans les
universités ou au Centre National de la Recherche Scientifique. C’est ce que font la plupart
des membres. Restent les cas particuliers ; il peut s’en produire et le règlement n’écarte pas
cette hypothèse ; il appartient aux conseils d’apprécier les raisons invoquées et de se
prononcer. À mon sens, le renouvellement pour une troisième année ne saurait se justifier
par des motifs de convenance personnelle ou parce qu’on aurait pris du retard dans la
recherche des documents. C’est l’École des Hautes Études Hispaniques qui peut avoir intérêt
à ce que tel de ses membres reste à la Casa une année de plus pour participer, en marge de
ses travaux personnels, à un projet collectif en coopération avec un centre de recherche
français ou espagnol ou encore pour nouer et resserrer des liens avec la communauté
scientifique. Dans tous les cas, les Conseils restent souverains pour prendre une décision ;
• Si les membres de l’École sortis depuis 1989 ont pu, à quelques exceptions près, trouver des
postes en attendant de poser leur candidature dans une université ou au Centre National de
la Recherche Scientifique, c’est qu’ils possédaient les titres requis pour devenir ATER ou
PRAG1 ; l’expérience montre que la seule qualité d’ancien membre de l’École des Hautes
Études Hispaniques ne suffit pas à procurer un débouché. On en a tiré la leçon en recrutant
de préférence des candidats titulaires d’une agrégation, d’un CAPES, d’un diplôme de l’École
des Chartes... Le conseil scientifique ne fait pas preuve d’un attachement excessif aux titres
universitaires ; il agit sagement en se préoccupant à l’avance de ce que deviendront les
membres à la sortie de la Casa. Or, de ce point de vue, la preuve est faite que, quelle que soit
la qualité de leur thèse, les anciens membres de l’École des Hautes Études Hispaniques ont
beaucoup de difficultés à trouver un emploi dans l’Université s’ils ne sont ni agrégés ni
capétiens. Les dispositions réglementaires destinées à faciliter la réinsertion des anciens
membres des écoles françaises à l’étranger sont restées jusqu’ici lettre morte ; les
universités sont libres de leurs recrutements. Comme, d’autre part, l’admission dans le cadre
des chercheurs du Centre National de la Recherche Scientifique reste aléatoire, la conclusion
s’impose : le problème du reclassement des membres doit être résolu avant leur entrée à la
Casa. L’expérience des années 1989-1996 est concluante et elle est confirmée a contrario par
les déboires qu’ont connus naguère d’autres anciens membres ;
• Sans exclure les candidats à l’habilitation, on a privilégié le recrutement de jeunes
chercheurs engagés dans la préparation d’une thèse.
11 Les recrutements posent des problèmes qu’on n’a pas toujours su résoudre d’une manière
satisfaisante. Pour l’École des Hautes Études Hispaniques, on est frappé par certaines
lacunes. On regrette, par exemple, l’absence prolongée d’arabisants ; la recherche
française paraît se désintéresser de l’Islam d’Occident. Il y aurait aussi une réflexion à
mener sur un phénomène relativement récent : à quoi tient la désaffection pour des
279

domaines qui ont fait autrefois la renommée de la recherche française ? Pourquoi tant
d’agrégés d’espagnol se détournent-ils des travaux sur la littérature ? Les sujets, pourtant,
ne manquent pas, y compris sur les grands auteurs, comme l’ont montré les séminaires
qui se sont tenus à la Casa depuis 1990. On a été heureux de relever l’arrivée, en 1993,
d’un philosophe qui entendait étudier l’œuvre d’Ortega y Gasset, mais la plus grande
partie de l’époque contemporaine reste en friche : entre la fin du règne de Ferdinand VII
(1833) et les années 1930, rien ou presque ! En revanche, les recherches sur le franquisme
et le retour à la démocratie attirent les jeunes chercheurs, mais c’est quelquefois par un
détour : au lieu d’aller dans les archives, on étudie les superstructures idéologiques (la
presse, le cinéma...). Les directeurs de recherche devraient veiller à redresser cette
situation et le conseil scientifique pourrait les y aider. Il ne serait pas inutile d’envisager
de « flécher » tous les ans quelques postes afin d’encourager les vocations dans des
orientations que le conseil jugerait prioritaires.

Les activités
12 La section artistique compte treize pensionnaires et un boursier de la Ville de Paris,
sélectionnés par le conseil artistique, et trois boursiers espagnols, respectivement
désignés par la Mairie de Valence, par la Diputación Provincial de Zaragoza et par la Junta
de Andalucía, soit au total dix-sept artistes de toutes disciplines.
13 De 1989 à 1996, l’effort s’est concentré sur trois objectifs complémentaires :
• aider les artistes à tirer profit d’une situation nouvelle ;
• intégrer l’institution dans le contexte artistique espagnol ;
• développer les relations avec des institutions espagnoles et françaises poursuivant des buts
analogues, afin de mieux jouer ce rôle d’échange entre la France et l’Espagne qui est l’une
des raisons d’être de la Casa de Velázquez.
14 Les activités artistiques connaissent deux points forts : les manifestations statutaires de
mai, à la Casa, et de septembre, à Paris. C’est l’occasion de présenter au public l’ensemble
des travaux des membres : une exposition des œuvres réalisées par les peintres, les
sculpteurs, les graveurs et les architectes ; un concert où les musiciens font entendre ce
qu’ils ont composé au cours de leur séjour ; enfin, la projection du film de notre cinéaste.
15 La coopération avec la Calcografía Nacional a été une belle réussite. Tous les ans était
publiée une plaquette de six gravures associant trois artistes français et trois espagnols,
l’ensemble formant une collection à laquelle, en 1989, on a donné le nom symbolique
d’« Île des Faisans » (Isla de los Faisanes) en souvenir du lieu où Louis XIV rencontra
l’infante espagnole qui devait devenir reine de France. Cette publication était
accompagnée d’une exposition de groupe à la galerie de gravure de l’académie espagnole
des Beaux-arts.
16 Les liens avec le Centre de diffusion de la musique contemporaine ont pris une structure
institutionnelle. Les compositeurs de la Casa bénéficient ainsi de lieux de concert, à
l’Auditorio Nacional et au Círculo de Bellas Artes. De plus, ils participent au Festival
international de musique contemporaine d’Alicante et le Centro para la Difusión de la
Música Contemporánea leur passe tous les ans commande d’une œuvre.
17 Enfin, des expositions ponctuelles ont été organisées autour des œuvres des membres : à
Valdepeñas, à León, à Albacete... En France, une sélection des plasticiens a été présentée,
en 1991, à l’École des Beaux-Arts de Saint-Étienne, puis à la Maison des arts Georges-
280

Pompidou, à Cajarc. La principale réalisation de mon mandat est née d’une convention de
coopération signée avec le Conseil général de Loire-Atlantique ; elle donne l’occasion aux
plasticiens de présenter une sélection de leurs œuvres au domaine de La Garenne-Lemot,
près de Nantes.
18 La section scientifique a repris le nom que lui avait donné en 1909 son fondateur, Pierre
Paris, celui d’École des Hautes Études Hispaniques. Les mots ont leur importance. On avait
tendance, en Espagne et même en France, à prendre la Casa pour une institution
culturelle parmi d’autres, chargée de maintenir la présence française à l’étranger et de
servir de relais pour les échanges scientifiques. Cet aspect n’a pas été perdu de vue, mais
en rappelant que la section scientifique est d’abord une école, comme celles d’Athènes et
de Rome, et qu’elle est l’un des cinq établissements français à l’étranger placés sous la
tutelle du ministère de l’Enseignement supérieur et de la Recherche, on a voulu lui
redonner toute sa dimension : centre de formation pour de jeunes chercheurs en même
temps que lieu d’accueil et d’échanges.
19 L’École compte dix-huit membres. Jusqu’en 1991, trois d’entre eux faisaient l’objet d’un
recrutement particulier ; ils formaient l’équipe pluridisciplinaire d’Andalousie. Cette
équipe, créée en 1970, avait fini, au fil des ans, par perdre de vue ses objectifs
scientifiques ; les liens avec les universités et les organismes de recherche s’étaient
distendus ; quand j’ai pris la direction de la Casa, en 1989, elle était devenue, en fait, une
sorte de prestataire de services pour la Junta de Andalucía qui lui confiait par contrat la
réalisation d’études et d’enquêtes ponctuelles sur l’aménagement du territoire, les
équipements touristiques du littoral, etc. Avec l’accord du conseil scientifique, on a mis
fin à une expérience intéressante, mais qui, au bout de vingt ans, paraissait avoir épuisé
ses capacités de renouvellement. Les trois postes qui lui étaient destinés ont été affectés à
des recrutements normaux. Il reste que l’idée de réserver quelques postes à des
recherches ciblées mérite d’être retenue.
20 Il m’est apparu que la politique scientifique de la Casa pouvait et devait assurer une
fonction fondamentale dans la formation à la recherche et par la recherche et dans la
préparation des doctorats. Cette fonction implique plusieurs conséquences :
• L’accueil de jeunes chercheurs, soit comme membres de l’École des Hautes Études
Hispaniques, soit comme boursiers de courte durée, recrutés au niveau du DEA. Pour ces
chercheurs, le séjour à la Casa est l’occasion d’une formation sur le terrain. C’est vrai pour
les archéologues, les géographes, les agronomes, les sociologues, les ethnologues…, mais
aussi pour les historiens de la société et de la littérature : les dépôts d’archives et les
bibliothèques sont pour eux l’équivalent des laboratoires dans les sciences physiques ;
• L’intégration de ces chercheurs dans des structures d’accueil souples et appropriées :
tutorat, équipes de recherche. De ce point de vue, les conventions de coopération avec des
universités et de grands organismes de recherche français et espagnols constituent un
élément déterminant de la politique de l’établissement : ces conventions garantissent un
niveau de formation pour les membres en même temps qu’elles sont de nature à faciliter
leur réinsertion à la sortie de la Casa.
21 Trois axes se dégagent tout naturellement des activités scientifiques de la Casa :
l’archéologie, l’Espagne moderne, l’Espagne contemporaine. Ces axes constituent les
objectifs prioritaires de la Casa et les membres ont été invités à s’y associer en fonction de
leur compétence et de leur spécialité. Ces orientations de recherche sont suffisamment
souples pour permettre aux initiatives individuelles de trouver leur place. Il est
souhaitable de préserver, à la Casa, l’existence d’un secteur de recherche libre de façon à
281

respecter les projets individuels qui peuvent être l’amorce de programmes plus
structurés à développer plus tard ; mais il paraît indispensable de renforcer les structures
de travail collectif et les équipements, de mettre l’accent sur les priorités, de concentrer
les moyens sur des objectifs précis, assortis d’un calendrier d’exécution et d’un plan de
financement.
22 En archéologie, l’effort principal a porté sur le regroupement et la rationalisation d’une
série de recherches conduites jusque-là en ordre dispersé par d’anciens membres :
• L’étude de la ville antique et de son territoire dans la péninsule Ibérique dans la longue
durée, de l’apparition de l’agglomération entourée de murailles à l’époque du bronze
jusqu’au Bas Empire ;
• L’élargissement de la recherche sur le peuplement ibéro-islamique : mise en évidence des
modèles selon lesquels se modifie le peuplement de la basse Antiquité et apparaît un
peuplement médiéval fortement marqué par les apports arabo-maghrébins ; développement
des études sur l’habitat médiéval...
23 Il convient de repenser la place de l’archéologie à la Casa. Une campagne de fouilles coûte
cher ; on ne peut les multiplier au gré des initiatives individuelles. Avec le programme
« Islam d’Occident », la Casa a tenté d’appréhender une réalité historique – le
peuplement, dans toutes ses composantes – en mettant en œuvre, de la protohistoire à la
fin de l’époque islamique, des méthodologies semblables parmi lesquelles figurent, en
plus de la fouille archéologique, la prospection sous toutes formes, la géophysique, la
géographie historique, la photographie aérienne, la cartographie analytique... Dans le
domaine médiéval, la Casa a participé activement au développement de l’archéologie
islamique au Maroc, où les problématiques et les objectifs étaient analogues.
24 Les recherches traditionnelles sur l’Espagne moderne, jusqu’ici dispersées dans plusieurs
directions, auraient gagné à être structurées et coordonnées. On a envisagé des
confrontations pluridisciplinaires entre historiens, linguistes, littéraires, et la réalisation
d’entreprises communes : dictionnaires biographiques des élites espagnoles, constitution
de banques de données, éditions de textes et de chroniques à caractère historique, études
sur la vie politique, économique, religieuse et culturelle, sur les minorités et les
marginalités, la religion et la religiosité, la place de la femme dans la société espagnole...
De ce point de vue, les recherches de caractère prosopographique, comme celle qui a
commencé à se mettre en place pour les élites espagnoles (ordres militaires, personnel
politique, haute administration, clergé...) leur recrutement, leur formation et leur rôle,
ont été particulièrement intéressantes.
25 Il ne s’agit pas de transformer la Casa en centre de recherche ; ce n’est pas sa vocation et
elle manquera toujours de la continuité nécessaire pour mener à bien des projets de
longue durée. En revanche, il convient de tenir compte de sa spécificité : établissement
ouvert à l’ensemble de la communauté scientifique concernée par l’Espagne et les pays
hispaniques, elle se doit de développer une politique de recherche propre qui prenne en
charge les priorités nationales et les besoins de la coopération franco-espagnole.
26 De 1989 à 1996, l’École a développé trois types d’activités :
• Des séminaires de recherche, au rythme d’un par trimestre et par section. Conçus comme
des écoles doctorales, ces séminaires ont réuni des spécialistes français et étrangers autour
de thèmes précis. Ils ont permis de faire le point sur une question, en insistant sur les
aspects méthodologiques et les perspectives de recherche plutôt que sur les résultats déjà
connus. Ils étaient ouverts aux membres de l’École, aux chercheurs de la communauté
282

scientifique et aux étudiants de doctorat des universités espagnoles ou françaises. Chaque


fois que la chose est possible, les membres ont été invités à présenter l’état d’avancement de
leurs travaux, à expliquer le but, les moyens, les méthodes et les résultats de leurs
recherches. Ces séminaires ont souvent été reconnus par les universités espagnoles avec
lesquelles la Casa avait signé des conventions de coopération ; ils entraient ainsi dans le
cycle de doctorat de ces universités et leur succès témoigne de leur efficacité ;
• Des colloques ou des tables rondes organisés avec des centres de recherche français ou
espagnols ayant signé avec la Casa des conventions de coopération. Les thèmes, les dates, les
participants étaient fixés d’un commun accord et les manifestations financées à part égale
par les divers partenaires. Quatre institutions, en particulier, méritent d’être citées dans ce
cadre : en France, l’École des Hautes Études en Sciences Sociales, en Espagne l’Institut Juan
Gil-Albert d’Alicante, l’université d’Alcalá et le Consejo Superior de Investigaciones
Científicas ;
• Des manifestations ponctuelles, pour lesquelles la Casa se bornait à mettre ses locaux à la
disposition des organisateurs. C’est ainsi que, depuis 1989, l’université Complutense de
Madrid a pris l’habitude d’organiser, en début d’année, en collaboration avec la Casa, des
journées d’anthropologie historique ; c’est l’occasion de réunir autour d’un thème des
spécialistes de divers pays et disciplines. Des universitaires français y sont chaque fois
invités pour confronter leurs points de vue avec des collègues britanniques et espagnols.
27 Dans le cadre des cours déconcentrés du Collège de France, la Casa a reçu à plusieurs
reprises des professeurs de cet établissement : Mme Héritier-Augé, MM. Bernard Irigoin,
Jean Delumeau, Nathan Wachtel.
28 Enfin, la Casa s’est associée, en 1989, aux manifestations autour du bicentenaire de la
Révolution française et de la commémoration du cinquantième anniversaire de la mort
d’Antonio Machado ; en 1990, au cinquantième anniversaire de la mort de Manuel Azaña,
en 1992, à celles du cinquième centenaire de la découverte de l’Amérique (d’abord, en
organisant dans ses locaux une exposition de livres et manuscrits rares sur les premiers
voyages de découverte, quelques semaines avant que l’ensemble soit dispersé au cours
d’une vente publique à Paris, puis en participant au montage d’une grande exposition sur
le paysage méditerranéen dans le cadre de l’Exposition universelle de Séville), en 1993
aux journées « Montaigne et l’Espagne » à l’occasion du quatrième centenaire des Essais.
Elle a accueilli, en novembre 1991, la Fondation Nationale des Sciences Politiques, venue
présenter ses activités et ses travaux à Madrid sous la conduite de MM. René Rémond et
Alain Lancelot. Elle a organisé, en novembre 1991, autour de MM. Robert Badinter et
Francisco Tomás y Valiente, présidents des Conseils constitutionnels de France et
d’Espagne, des journées sur la place de la loi en droit comparé.
29 Toute activité scientifique menée dans le cadre de la Casa suppose la collaboration avec
les universitaires et avec les chercheurs espagnols. Il s’agissait moins d’assurer le
prolongement et le rayonnement de la recherche française – comme l’écrivait Maurice
Legendre en 1929, « Les Français ne viennent plus [à la Casa] pour donner un
enseignement, mais pour le recevoir » – que de l’enrichir au contact des expériences et
des orientations de la recherche espagnole. Cette collaboration scientifique franco-
espagnole a été développée grâce à des accords institutionnels. Une vingtaine de
conventions ont été signées avec le Centre National de la Recherche Scientifique, avec
plusieurs laboratoires français (Maison de l’Orient méditerranéen, Maison des Pays
ibériques), avec des établissements français d’enseignement supérieur (Universités de
Toulouse - Le Mirail, Bordeaux III, Paris III, Paris IV, École des Hautes Études en Sciences
283

Sociales, École d’Architecture de Lyon), avec des universités et des organismes de


recherche espagnols (Universités de Grenade, de Saragosse, de Séville, Complutense de
Madrid, Autónoma de Barcelone, d’Alcalá, Université nationale d’enseignement à distance
[UNED], Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Geográfico Nacional,
Instituto de Cultura Juan Gil-Albert d’Alicante, Instituto de Estudios Almerienses), avec la
Diputación General d’Aragón, la Diputación Provincial de Badajoz, la Junta de Andalucía,
la Ville de Valence. Cette liste ne doit pas faire illusion. Quelques-unes de ces conventions
ont été signées à l’occasion d’une manifestation déterminée, puis n’ont pas eu de suite.
D’autres conventions, en revanche, ont fonctionné d’une manière exemplaire et donné
lieu à des actions communes, aussi bien dans le domaine artistique que scientifique :
échanges de chercheurs et de boursiers, tables rondes, séminaires, coéditions,
expositions, etc.

Boursiers et hôtes de passage


30 À côté des membres, la Casa a accueilli aussi des boursiers temporaires. En règle générale,
on a donné une priorité absolue aux étudiants engagés dans la préparation d’une thèse et
ce n’est qu’exceptionnellement qu’on examinait les autres candidatures. On a estimé, en
effet, que les maîtres de conférences des universités – à plus forte raison les professeurs –
ont à leur disposition d’autres moyens de mener à bien leurs travaux de recherche (aides
aux jeunes chercheurs, congés sabbatiques, crédits de mission des grands organismes
d’enseignement ou de recherche, etc.). Dans tous les cas, les boursiers de la Casa n’étaient
jamais livrés à eux-mêmes ; les directeurs d’études étaient là pour les conseiller, les aider
dans leurs démarches et assurer un tutorat. Les bourses ont représenté un élément non
négligeable dans la politique de l’établissement. Un séjour en Espagne, même de courte
durée, donnait l’occasion de se familiariser avec le pays et constituait une bonne
préparation pour une candidature éventuelle à l’École des Hautes Études Hispaniques.
31 Conformément à la tradition, la Casa a continué à recevoir, pour des séjours n’excédant
pas un mois et dans la limite des chambres disponibles, des hôtes de passage français ou
étrangers : personnalités invitées à participer aux manifestations de l’établissement ou
qui ont besoin de venir à Madrid pour quelques jours dans le cadre de leurs travaux. Ces
hôtes de passage permettaient aux membres d’entrer en contact avec des personnalités
du monde artistique ou scientifique et de profiter de leur expérience et de leurs conseils.
Des rencontres informelles ont été organisées dans cette intention, chaque fois que la
chose a été possible, avec l’accord des intéressés et l’expérience s’est avérée positive.

Services communs
32 La bibliothèque, instrument de travail privilégié, possède des fonds importants qu’on a
cherché à enrichir encore. À ma demande, le Conseil d’administration a émis le vœu que
les usagers lui envoient les ouvrages qu’ils publient : quand on met à profit régulièrement
les ressources de la bibliothèque, il est naturel qu’on fasse hommage à la Casa des travaux
qu’on a réalisés en partie grâce à elle. La bibliothèque offre des facilités : les lecteurs
peuvent accéder directement aux rayons. Cela présente – hélas ! – des inconvénients :
trop de livres disparaissaient, comme on disait pudiquement. Nous ne pouvions pas nous
résigner à cette situation. Il a donc fallu prendre des mesures : la magnétisation des livres
et l’installation d’un portique pour dissuader les emprunteurs indélicats. Pour mener à
284

bien cette opération, qui concernait 90.000 volumes, des mesures exceptionnelles ont été
prises : augmentation du crédit de reliure, augmentation des crédits de vacations pour
recruter du personnel temporaire.
33 Le service des publications a été entièrement organisé au cours de mon mandat selon les
principes suivants :
• aménagement des locaux pour les adapter à leur fonction et y installer le personnel et le
matériel nécessaire ;
• mise en place d’un personnel spécialement formé. De ce point de vue, la nomination d’un
secrétaire aux publications a déchargé le secrétaire général de l’une de ses activités les plus
lourdes. L’année 1991-1992 a permis de mettre en œuvre la politique des publications autour
de deux axes prioritaires ;
• définition d’une politique des publications : la Casa avait longtemps hésité à la mettre au
point. Elle avait perdu, en 1961, la prestigieuse collection de la Bibliothèque de l’École des
Hautes Études Hispaniques, restée juridiquement propriété de l’université de Bordeaux ;
c’est seulement en 1965 qu’elle a inauguré la série des Mélanges de la Casa de Velázquez, ; dans
les années suivantes, elle avait lancé un certain nombre de séries : Archéologie, Sciences
sociales, Études et documents, Bibliothèque de la Casa de Velázquez. À partir de 1989, j’ai
conduit la réflexion sur tous les aspects de la politique éditoriale : conception des
collections, contenus, formats, maîtrise des ouvrages, financement, réalisation technique,
diffusion et vente.
34 Les Mélanges – recueils d’articles dont le fil directeur était le seul classement
chronologique interne – sont désormais constitués par trois fascicules distincts –
Antiquité et Moyen Âge, Espagne moderne, Espagne contemporaine. Avec une
présentation rénovée, la nouvelle publication a opté pour une forme qui devait lui assurer
une meilleure diffusion, tant sur le plan des ventes que sur celui des échanges. La
présentation en trois fascicules offre en effet une plus grande homogénéité de contenu,
favorisant en outre, par la différence de prix entre l’ancien volume global et le fascicule
isolé, une vente potentielle auprès des particuliers. Sur le plan du contenu, l’effort est allé
dans le sens d’une plus grande homogénéité : sur les dix à douze articles d’un fascicule, on
s’est efforcé de conserver un tiers d’articles « libres » (surtout ceux donnés par des
membres) et à organiser les autres autour de thèmes comme les activités de
l’établissement (séminaires ou rencontres n’ayant pas forcément vocation à être publiés
intégralement). Sous cette forme, les Mélanges, tout en restant la revue de l’École, ont
gagné en cohésion et en intérêt et ont pu prétendre devenir une vraie revue scientifique.
35 La Collection de la Casa de Velázquez est venue regrouper les ouvrages placés sous la
responsabilité éditoriale de la Casa ou publiés en collaboration. La présentation en a été
remaniée ; on a retenu pour la couverture des illustrations en pleine page et en couleurs,
pour la quatrième de couverture un texte de présentation ; l’image de la Casa est rappelée
dans un logo.
36 La Bibliothèque de la Casa de Velázquez continue à accueillir les thèses des membres. La
formule de la nouvelle thèse lui convient tout à fait et son format est adapté à la majorité
des cas. On s’est efforcé aussi d’en améliorer la présentation, notamment en faisant relier
les volumes.
37 En règle générale, sous mon mandat, la Casa de Velázquez a été son propre éditeur.
Toutefois, pour un certain nombre de publications, il nous est arrivé de publier en
coédition en liaison avec des partenaires liés à nous par contrat (universités de Saragosse,
285

Complutense de Madrid, CSIC...). Il a été décidé d’autre part de ne plus accorder de


subventions à des éditeurs extérieurs, universitaires ou privés.
38 En ce qui concerne les locaux, en arrivant à la Casa, je me suis trouvé devant un projet
visant à transformer l’ancien garage en salle polyvalente susceptible d’accueillir tour à
tour expositions, concerts, projections et conférences. Le projet a fait l’objet d’études
approfondies, confiées à des architectes et à des experts. Les conclusions ont été
inquiétantes. Certes, on peut tout faire, même transformer un garage en salle
polyvalente, mais dans quelles conditions et à quel prix ? Il était indispensable, d’abord,
d’augmenter la hauteur sous plafond en creusant le sol sur un ou deux mètres. Or, la Casa
actuelle est construite sur les ruines de l’ancienne ; par endroits, on a réutilisé des
matériaux pour étayer les fondations et, en creusant, on prenait le risque de rencontrer
des obstacles imprévus. Il fallait ensuite prévoir l’éclairage des cimaises et l’isolement
acoustique d’une salle située à une centaine de mètres d’une autoroute. Enfin, pour
garantir la sécurité des œuvres exposées, il était indispensable de prévoir un accès à la
salle depuis l’intérieur de la Casa, de telle sorte que le concierge pût contrôler les allées et
venues des visiteurs. Cela exigeait des travaux – l’installation d’un escalier intérieur – qui
auraient entraîné soit l’amputation du patio, l’une des plus belles parties de la Casa, soit
la destruction partielle de certaines pièces, c’est-à-dire, dans tous les cas, des
modifications importantes dans la structure actuelle. Pour couronner le tout, les
architectes ont attiré mon attention sur une dernière incertitude : l’ancien garage est
situé au-dessous d’une terrasse faite en pierres poreuses et friables ; il fallait donc
prendre des mesures pour assurer l’étanchéité de la future salle polyvalente. J’ai fait
chiffrer le coût des travaux à effectuer ; le total dépassait de beaucoup les possibilités
budgétaires de la Casa, sans parler des nombreuses incertitudes qui subsistaient :
étanchéité, état du sous-sol, etc.
39 Dans ces conditions, il m’a paru plus sage de revoir l’ensemble de la question. Avec
l’accord du Conseil d’administration, je me suis orienté vers d’autres solutions :
réaménager une partie des locaux existants pour les adapter aux besoins nouveaux qui
sont apparus depuis une dizaine d’années. C’est ainsi que j’ai fait équiper une salle
d’informatique en libre service pour les membres, les boursiers et les hôtes de passage,
que j’ai affecté au service des publications et au laboratoire d’archéologie des locaux
fonctionnels, que j’ai fait réaménager et moderniser plusieurs ateliers d’artistes,
remodeler le restaurant et, enfin et surtout, doter la Casa d’une salle des actes digne et
pratique. L’ancienne salle de réunion n’était guère commode ; son acoustique était
déficiente ; les locaux étaient assortis d’une mezzanine à laquelle on accédait par un
escalier intérieur... On a procédé à un réaménagement complet : la mezzanine et l’escalier
intérieur ont été supprimés ; on a installé, au rez-de-chaussée, une salle de réunion
équipée d’écrans mobiles et de projecteurs, en apportant un soin particulier à l’éclairage,
si bien que la salle des actes peut maintenant servir, selon le cas, pour les réunions
scientifiques et pour des expositions temporaires. Au-dessus de la salle ont pris place
deux pièces plus petites pouvant accueillir une vingtaine de personnes chacune ; l’une
peut servir de lieu de réunion pour petits groupes, l’autre a été mise à la disposition des
membres logés à l’extérieur qui y trouvent bureaux, vestiaires et placards. L’ancien
garage a été entièrement remodelé ; on y a installé des ateliers, des studios (musique,
photographie), des réserves pour tableaux, sculptures et publications.
40 Pour mener à bien ces efforts, j’ai pu compter sur la collaboration d’un personnel
compétent, dévoué et efficace : Jean-Gérard Gorges, Michel Sarre, Laurence Camous, Paul
286

Aubert, André Bazzana, Patrice Cressier, Dominique Roux..., et aussi sur le personnel
rémunéré sur le budget de l’établissement, non moins compétent, dévoué et efficace, et
auquel j’ai le devoir de rendre hommage.

NOTES
1. Attaché temporaire d’enseignement et de recherches ; professeur agrégé. Ces statuts offrent
aux chercheurs, notamment les doctorants, un service plus ou moins allégé, dans l’enseignement
supérieur, compatible avec la poursuite et l’achèvement de leurs recherches.

RÉSUMÉS
C’est dans le contexte d’une mutation de l’université française (loi Savary de 1984) et donc d’une
modification du doctorat que Joseph Pérez a développé sa politique à la tête de la Casa de
Velázquez. La rédaction d’un nouveau statut (1993) a entériné ces changements. Qualité du
recrutement, approfondissement de la coopération avec les partenaires espagnols, multiplication
des rencontres scientifiques, définition d’une politique de publication, modernisation et
aménagement des locaux ont constitué les axes de l’action de J. Pérez

Joseph Pérez was director of Casa de Velázquez at a time of renewal marked by a major change in
the law relating to university organization (Savary Act of 1984, which altered the French
doctorate system). One of the products of the new legal framework was the approval of a new
statute for the Casa de Velázquez. The main achievements of Joseph Pérez’s directorship were
stricter selection of members, reinforced cooperation with Spanish scientific institutions, more
frequent scientific conferences, definition of an editorial policy and the modernization of
facilities

Joseph Pérez fue director de la Casa de Velázquez en un contexto renovado, marcado por un
importante cambio legislativo en cuanto a la organización universitaria (ley Savary de 1984, que
modificó el doctorado francés). Este nuevo marco legislativo tuvo como consecuencia la
aprobación de un nuevo estatuto para la Casa de Velázquez. Una selección más rigurosa de los
miembros, la reafirmación de la cooperación con las entidades científicas españolas, el aumento
del número de encuentros científicos, la definición de una política editorial y la modernización
de las instalaciones fueron las principales actuaciones de Joseph Pérez
287

AUTEUR
JOSEPH PÉREZ
Président honoraire de l’Université de Bordeaux III. Directeur de la Casa de Velázquez de 1989 à
1996
288

IV. - Trayectorias y generaciones : un


balance crítico
289

Trayectorias y generaciones
Un balance crítico: la Edad Media
Trajectoires et générations. Un bilan critique: le Moyen Âge
Trends and générations. A critical appraisal: the Middle Ages

Miguel Ángel Ladero Quesada

1 Los organizadores de este Coloquio me honran con el encargo de un ensayo de


«egohistoria» para exponerlo en la sección denominada Trayectorias y generaciones. No sé
si entenderlo como invitación a que hable sobre el «ego» colectivo de una generación de
historiadores españoles o más bien sobre mi experiencia individual pero, en la duda, he
optado más bien por lo segundo. Entre dos subjetivismos, me parece más inocua la
probable vanidad de este último que la soberbia casi inevitable si adoptara el primer
punto de vista, puesto que me obligaría a hacer valoraciones y enjuiciamientos un tanto
arbitrarios, a repartir lugares al sol y silencios, a practicar una especie de «donoso
escrutinio» cervantino. Y, a fin de cuentas, no conseguiría superar lo más propio de la
memoria, que es la infidelidad y la re-creación del pasado, sino multiplicar sus efectos.
También pienso que en toda trayectoria profesional hay, al lado de lo individual y
exclusivo, rasgos comunes a muchos hombres coetáneos, y esto es lo que procuraré poner
de relieve.

Formación
2 Por los años de mis estudios en la Universidad de Valladolid (1959-1965), la sección de
Historia de su Facultad de Filosofía y Letras tenía sólida reputación y una clientela de
variada procedencia. En aquel tiempo, toda Castilla y León, Cantabria y el País Vasco se
proveían preferentemente con los recursos universitarios de Valladolid en Historia y de
Salamanca en Filología. No es fácil separar los aspectos en que estaba presente la
historiografía francesa de la época de los demás y, sobre todo, es artificial. A mi parecer,
esa presencia se mostraba a nuestra vista de estudiantes en tres campos principales, a
través de los cursos docentes y de los libros de la biblioteca y los seminarios de la
Facultad. Primero, la teoría y los métodos del saber histórico, donde, junto a los maestros
alemanes de antaño, se percibía ya la influencia de Marc Bloch y Lucien Febvre, de Henri-
290

Irénée Marrou, y pronto la del compendioso libro dirigido por Ch. Samaran, L’histoire et ses
méthodes. Segundo, la manera de concebir la historia universal y la historia de las
civilizaciones: la claridad de construcción de las síntesis francesas era tan admirable
como, a veces, irritante la evidencia de que en casi todas ellas la historia hispánica apenas
existía. Estudiábamos historia por dos canales a la vez: uno, el de la historia española;
otro, el de la historia universal, vista a través de Francia. Como, en general, éramos
bastante europeístas, nos disgustaba que España fuera tan ignorada y «diferente» para los
autores de aquellas colecciones de síntesis. Se utilizaba ampliamente «L’évolution de
l’humanité» fundada por Henri Berr y algunas otras ya clásicas: «Peuples et civilisations»
de Louis Halphen y Philippe Sagnac, «Histoire générale» (Glotz), «Clio» (J. Calmette); fue
novedad por aquellos años la «Histoire genérale des civilisations» cuyo tomo de Historia
Medieval dirigió Édouard Perroy, y escribió en amplias partes Georges Duby, y concluía
mis estudios de licenciatura cuando comenzaban a aparecer o a difundirse otras de
diverso calado, cuyos volúmenes estaban llamados a tener amplia y duradera influencia:
«Collection historique» (Paul Lemerle), «Nouvelle Clio» (publicada por las Presses
Universitaires de France), «Les grandes civilisations» (editorial Arthaud) y en especial la
innovadora visión de J. Le Goff en su volumen sobre la civilización del Occidente medieval
(en la colección «Destins du monde» de Armand Colin). Entre las síntesis sobre aspectos
parciales, utilizábamos volúmenes de la Historia de las relaciones internacionales de F.-L.
Ganshof y P. Renouvin, de la Histoire de l’Église de Fliche y Martin, la Historia de las ideas
políticas de Jean Touchard, La filosofía medieval de Étienne Gilson, El espíritu de la Edad Media
(Les lignes de faîte du Moyen Âge) de Léopold Genicot, La crisis de la conciencia europea de Paul
Hazard, El feudalismo, de F.-L. Ganshof, las introducciones de J. Le Goff sobre Mercaderes y
banqueros en la Edad Media y Los intelectuales en la Edad Media, la Diplomatique générale de A.
de Boüard, etc.
3 En resumen, había ya un uso notable de la manualística y del gran ensayo de síntesis
franceses y un reconocimiento de su calidad y del papel insustituible que tenían. Pero
debo añadir, con todo, que las nuevas tendencias historiográficas se dejaban sentir poco
todavía en la docencia cotidiana, donde predominaba el relato de historia política al modo
tradicional. Por eso fue tan importante e innovadora la obra de Jaime Vicens Vives al
aclimatar en España las corrientes de historia social y económica, además de promover la
traducción de la ya mencionada Historia general de las civilizaciones : estudiábamos con
interés las obras que había escrito o dirigido en los años anteriores a su fallecimiento
(Historia económica de España e Historia social y económica de España y América) y las
explicaciones de los primeros profesores que entraron en aquellos territorios sin
abandonar los de la historia política, en especial el profesor Luis Suárez Fernández.
4 El tercero de los campos de influencia a que antes me refería no es historiográfico sino
geográfico, pero ejerció gran influencia sobre algunos de los que por entonces
estudiábamos en Valladolid, gracias al empeño que en ello puso el profesor Jesús García
Fernández, en sus cursos y en los viajes de estudio que hicimos, empleando, él y nosotros,
fines de semana, año tras año. Por aquella vía llegamos al conocimiento de la escuela
geográfica francesa, iniciada por Paul Vidal de la Blache, Blanchard y Albert Demangeon,
entre otros: geografía humana y geografía regional que nos abrían unas perspectivas
nuevas sobre los hombres y su medio, el territorio, la ciudad, la población y el
poblamiento, la economía, la sociedad, ausentes entonces casi por completo de los
estudios de Historia pero fácilmente aplicables en ellos porque combinaban la dimensión
espacial con la temporal. En el ámbito de estudio geográfico sí que se fundieron entonces
291

en nuestra percepción todas las influencias: de nuevo Lucien Febvre y Marc Bloch, entre
los historiadores, Roger Dion, Pierre Gourou, Maximilien Sorre, P. Lavedan, A. Meinier,
Pierre George, junto a Manuel de Terán y sus discípulos, Alain Huetz de Lemps, que
entonces publicó su tesis sobre los viñedos del noroeste español, o Jean Sermet, que,
desde la distancia, fue mi primer guía en La España del Sur. Y desde entonces no me ha
abandonado el interés por conocer la historia escrita bajo la influencia de aquellas
concepciones geográficas, que ha dado frutos magníficos sobre todo en torno al grupo de
Annales ESC.
5 Tuve la fortuna excepcional de combinar la experiencia universitaria con otra archivística
y de investigación durante los años en que trabajé en el Archivo General de Simancas,
entre 1961 y 1965. Simancas ha sido y sigue siendo un centro fundamental para la
investigación histórica europea, y gracias a la generosidad de los archiveros, que me
encomendaron las tareas más oportunas al efecto, tuve a mi alcance, siendo aún
estudiante, contactos y enseñanzas que en otras circunstancias no habría tenido o las
habría alcanzado mucho después. Allí encontré los primeros ecos de la obra fundamental
de Bataillon (Erasmo y España), que fue, junto con las de Febvre sobre «el corazón religioso
del siglo XVI», un primer encuentro muy esclarecedor con la después tan difundida
«historia de las mentalidades», desde la perspectiva de la historia religiosa. Desde
aquellos años, y durante muchos más, recibí las influencias, a través de sus escritos, de
dos grandes maestros de la historiografía francesa, diferentes en sus conceptos por otra
parte; influencia no tanto sobre tal o cual investigación concreta que haya podido
emprender sino sobre la manera de explicar la Historia y enfocar su estudio. Me refiero a
Fernand Braudel y Pierre Vilar. En la lectura de sus obras se cumpliría para mí un
principio de acción intelectual propio del Humanismo:
No se buscará en Aristóteles la Verdad sino una noble manera de indagar sobre ella 1
.
6 En Simancas se tenía muy presente por entonces La Méditerranée et le monde méditerranéen
de Braudel, que había utilizado mucha documentación del archivo, y allí se tomaba
contacto fácilmente con las propuestas temáticas y metodológicas de los Annales ESC, en
especial por la presencia de investigadores como el profesor Felipe Ruiz Martín. Y
también por las que realizaban durante largas temporadas jóvenes doctorandos que,
dirigidos por P. Vilar, preparaban sus tesis sobre historia rural; conté con la amistad y las
enseñanzas de dos, luego eminentes historiadores: Jean-Pierre Amalric, que construía la
historia de la economía rural de Castilla en el siglo XVIII a partir del Catastro del marqués
de la Ensenada y otras fuentes, y Pierre Ponsot, dedicado a la historia agraria de la
Andalucía occidental moderna; él sería, ya en la Casa de Velázquez, quien iluminaría mis
primeros pasos por la historia andaluza bajomedieval, una vez que concluí mi tesis
doctoral. Y, ya a punto de dejar Valladolid, la publicación de la tesis de B. Bennassar sobre
el Valladolid del siglo XVI fue una primera y fundamental lección sobre cómo hacer
historia integral en el marco de una ciudad y su ámbito de influencia.
7 En Madrid, a partir de 1966, como archivero facultativo, tuve ocasión de seguir cursos
profesionales que me pusieron en contacto con la ejemplar racionalidad organizativa de
la archivística francesa y con el papel potente que la École des Chartes jugaba en la solidez
de la historiografía del país vecino. Pienso que el que no se diera ya entonces, y mucho
menos ahora, una situación semejante en España ha supuesto para nuestra historiografía
límites y defectos casi insalvables mientras no se actúe de otra manera.
292

8 Por aquellos años, hasta 1970, el Instituto de Historia Jerónimo Zurita del C SIC y la Casa
de Velázquez fueron los lugares donde principalmente proseguí mis estudios históricos.
Eran los años de apogeo de la historia económicosocial de los Annales y del mayor impacto
de la obra de Vilar, de modo que los historiadores de mi generación aprendimos a serlo en
aquel ambiente o bajo aquella influencia, más los modernistas que los medievalistas,
seguramente, a la vez que la obra de historiadores españoles eminentes entonces en su
plenitud, como José Antonio Maravall o Luis Díez del Corral, nos abría perspectivas
nuevas en las que también estaba presente la recepción por aquellos autores de una
historiografía francesa que conocían profundamente. Por mi parte, dediqué mi tesis a
cuestiones de historia de las estructuras políticas –fiscales, militares– y secundariamente
de las sociales y económicas, aplicadas a la explicación de un suceso concreto pero
complejo como fue la conquista y primera «repoblación» del reino de Granada, y debo
decir que no tuve conciencia de seguir modelos o de recibir influencias globales
procedentes de la historiografía francesa en aquel momento. Sí, en cambio,
inmediatamente después: la lectura de las obras dedicadas por autores como Charles
Verlinden, Jacques Heers o Pierre Chaunu a la historia del comercio mediterráneo y
atlántico y a los fundamentos de la expansión europea entre los siglos XIII y XVI, fueron
una fuente de reflexiones y de maneras de entender cuestiones que me planteaba al
abordar el estudio de Andalucía en la Baja Edad Media, junto con otras, en especial la
posibilidad de aplicar o modificar el modelo de relaciones nobleza-monarquía propuesto
por Luis Suárez y Salvador de Moxó en aquella investigación de ámbito regional que
comencé en 1969. Por el contrario, otra línea de investigación que inicié entonces, la
relativa a la formación bajomedieval de la Hacienda monárquica y los rasgos tanto
estructurales como dinámicos de la economía castellana del siglo xv, se debía
principalmente al mismo interés de los documentos encontrados y a modelos autóctonos,
sobre todo el del profesor Ramón Carande a través de su magna obra Carlos V y sus
banqueros. Sólo más adelante comencé a combinarlos con el conocimiento más detallado
de lo que otros autores llevaban a cabo en Francia, por ejemplo Jean Favier sobre
fiscalidad.
9 De entonces datan los primeros contactos con historiadores franceses de mi generación,
que comenzaban sus tesis en el ámbito de la Casa de Velázquez: Bernard Vincent, Marie-
Claude Gerbet, Jean-Pierre Molénat. Y con el recuerdo y la obra de otros ya maduros o de
épocas anteriores: Joseph Calmette, Marcelin Defourneaux, Charles-Emmanuel Dufourcq,
Pierre Bonnassie, Joseph Pérez y, en especial, Jean Gautier-Dalché, debido a su
investigación sobre historia rural, urbana y monetaria de la Edad Media castellana. Ésta
ha sido la forma más personal de recepción de la historiografía francesa que he venido
practicando desde entonces, gracias a ellos y a otros investigadores cuya obra apareció
más adelante en mi horizonte profesional. Ha sido un proceso de enriquecimiento
intelectual para mí –no debo hablar en nombre de otros– y espero que su contacto con
colegas españoles lo haya sido también para ellos, de diversas maneras, pues sólo así la
recepción o «acogida» deja de ser monodireccional para pasar a moverse en ambos
sentidos. Lo deseable sería que tuvieran tanta audiencia en los medios investigadores
franceses como la tienen en los nuestros, y que pudieran actuar no sólo como apoyo para
la difusión de la historiografía española en Francia sino también como estímulo para la
dedicación de historiadores españoles a temas de investigación sobre historia francesa o,
más ampliamente, europea, hecho que necesariamente se tiene que producir con la
suficiente densidad y abundancia para que nuestra historiografía alcance un nivel mejor.
293

Expansión
10 Con el paso a la situación de catedrático de historia medieval a tiempo completo, desde
1970, asumí la obligación de conocer y acoger sistemáticamente la historiografía francesa
de mi especialidad, como la de otros países, para tener presentes sus contenidos,
resultados y propuestas en mis propias tareas docentes e investigadoras. A partir de aquí
es difícil distinguir con la suficiente precisión momentos o circunstancias más antiguos de
otros más recientes; todos están acumulados en un «continuo», desde el punto de vista
profesional, que dura ya treinta años, aunque, sin duda, los campos de interés han ido
cambiando y ampliándose y, con ello, las perspectivas de acogida de la producción
historiográfica. También sucede que el paso del tiempo y la acumulación de experiencias
–y de rutinas– puede producir, al lado de efectos positivos, el negativo de una cierta
pérdida de capacidad para apreciar las nuevas propuestas y tendencias de la investigación
en su auténtico valor y frescura intelectual. Confío en que la conciencia del peligro ayude
a evitarlo sin caer en el extremo contrario, que sería el de pretender estar siempre a la
última moda sin pararse a considerar cuáles son sus contenidos.
11 Una cosa era la realidad de la Universidad de La Laguna de Tenerife a comienzos de los
años setenta, o la de Sevilla algo después, donde predominaba el interés por la temática
historiográfica regional, y eran más acuciantes las necesidades de organización docente, y
otra la situación que encontré al volver a Madrid, en 1978, y cómo ha ido evolucionando a
tenor de los cambios de tendencias ocurridos en los últimos veinte años. En líneas
generales, se puede afirmar que junto con el interés por nuevos temas o ámbitos de
estudio, que no siempre se ha traducido suficientemente en investigaciones concretas, se
ha mantenido el que la historiografía española tradicional no universitaria siempre tuvo
por considerar el pasado desde ciertos enfoques: el local, el eclesiástico, el genealógico-
nobiliario. Se han revestido de metodología renovada y han ganado ampliamente el
acceso a la investigación universitaria, pero siguen siendo los mismos enfoques, capaces
de estimular a los investigadores pero también de bloquear o dificultar el desarrollo de
otros puntos de vista.
12 Ante todo, procuré mantener y ampliar las relaciones directas; al igual que otros
historiadores de mi generación, participé en reuniones, congresos y proyectos de
investigación europeos con más intensidad y continuidad que nuestros colegas de
generaciones anteriores, que no tuvieron los medios para hacerlo; los nuestros han sido a
menudo escasos y hemos estado sujetos siempre a la necesidad de subordinar su uso a la
atención que requiere nuestra actividad principal, que es la enseñanza universitaria. En lo
que me concierne, el escenario más habitual de acogida de experiencias y enseñanzas de
colegas de otros países han sido las Settimane del Instituto de Historia Económica
Francesco Datini (Prato), desde que comencé a acudir y participar en ellas hace ya
veintitrés años; allí se han difundido algunas categorías historiográficas de origen
braudeliano, como la que reclama la relativa homogeneidad del tiempo histórico europeo
comprendido entre los siglos XIII y XVIII, a grandes rasgos: esta afirmación es fructífera,
tanto para medievalistas como para modernistas y aprendí muchos de sus efectos en el
ejemplo científico de autores como A. Tenenti. El segundo foro de encuentro habitual
desde 1979 ha sido la Comisión Internacional para la Historia de las Ciudades, presidida
muchos años por Philippe Wolff, donde se produce una notable sinergia entre las
historiografías nacionales en presencia. Y el tercer ámbito de contactos ha venido dado
294

por las frecuentes reuniones de alcance concreto –coloquios, symposios, congresos– y por
la participación en proyectos europeos de investigación en los que la iniciativa francesa
ha jugado un papel central: me refiero a los dedicados a estudiar la «Génesis del Estado.
Siglos XIII-XVIII», patrocinados sucesivamente por el CNRS y por la Fundación Europea de
la Ciencia entre 1984y 1992. Me parece evidente que en todos estos lugares de encuentro e
intercambio intelectual, la acogida de la historiografía francesa se ha visto cada vez más
acompañada, equilibrada e incluso desplazada en algunos aspectos por la procedente de
otros ámbitos –anglosajón, germánico, italiano– con la consiguiente ampliación de
posibilidades que esto significa.
13 En las universidades de nuestro país, hemos vivido en los últimos treinta años la plenitud
del efecto de la revolución historiográfica francesa y, a la vez, la gran expansión de la
española. Los medievalistas hemos estudiado y aplicado una historia universal de fuerte
influencia francesa, aunque no exclusiva, y, a la vez, hemos procurado compaginar
nuestros temas, métodos y objetivos de investigación, en muchos casos de origen
anterior, con los modelos ultrapirenaicos, aunque siempre ajustándolos a la realidad
propia porque, cuando no se ha hecho así, en lugar de obtener resultados fructíferos, se
ha producido una explicación deforme y más bien estéril de nuestra Edad Media. Ha sido
intenso entre nosotros –y los mismos manuales de estudio que hemos escrito son el mejor
testimonio– el empleo de colecciones de síntesis de Historia Medieval y de los órdenes de
explicación que se proponen en ellas: a algunas que ya he citado – «Collection
Historique», «Nouvelle Clio», «Grandes civilisations»– añado ahora las dirigidas por G.
Duby o, más recientemente, por Robert Fossier (Histoire médiévale en la «Collection U» o Le
Moyen Âge, dos obras publicadas por Armand Colin), entre otras que no puedo citar con
detalle, por ejemplo las dedicadas a aspectos temáticos (ciencia, técnica, trabajo,
economía y sociedad, educación, familia, espiritualidad, vida privada, mujer, mundo
rural, mundo urbano, etc.).
14 Pero me parece que no se ha logrado todavía una articulación adecuada entre la
explicación sobre la Edad Media hispánica y la relativa a otros ámbitos europeos, por
ausencia casi total de la primera en tales síntesis generales, por la escisión entre ambos
tipos de explicación en la misma enseñanza universitaria española, y por no haber sabido
cuidar entre nosotros un tipo de historia de alta divulgación y buena calidad literaria, al
estilo, por ejemplo, de una Régine Pernoud, capaz de llegar a amplios grupos sociales y de
interesar a las editoriales para su traducción a otras lenguas. Así sucede también que,
posiblemente, han tenido mayor efecto entre nosotros que en la propia historiografía
francesa las síntesis sobre historia medieval hispánica hechas por los colegas franceses,
desde la excelente Histoire sociale et économique de l’Espagne chrétienne de Dufourcq y
Gautier-Dalché hasta las más recientes de M.-Cl. Gerbet, A. Rucquoi o D. Menjot.
15 La articulación entre el medievalismo español y el francés se suele conseguir mejor en el
terreno de la investigación por grandes áreas, aunque se trata siempre de una recepción
adaptada a temas y hábitos de trabajo que no son los mismos en uno y otro país, como
tampoco lo es la demanda o la respuesta social que el historiador puede esperar de su
trabajo en España y en Francia, ni tampoco la concepción de su propio pasado por una y
otra sociedad ni la atención que le prestan o el uso que hacen de la memoria histórica.
16 Me parece evidente que la obra de G. Duby ha alcanzado un nivel máximo de acogida,
debido a que se ha expresado tanto a través de la redacción o dirección de grandes
síntesis como de investigaciones básicas, en las que ha contado con la adecuada cobertura
editorial, y debido, sobre todo, a la variedad y riqueza de sus planteamientos y temática,
295

desde la historia rural y de las relaciones entre señores y campesinos, hasta la de la


familia, las mujeres nobles y las mentalidades y la «imagen» de la feudalidad, pasando por
su fructífera reflexión sobre la interrelación entre sociedad y sensibilidades y logros
artísticos. Duby fue tocando con gran maestría profesional y atractivo literario todos los
registros de interés historiográfico principal a lo largo de su evolución durante cuarenta
años y esto le ha convertido en un punto de referencia continuo2.
17 En general, la recepción de la historiografía francesa ha sido más profunda en el campo de
la historia social y económica, y también ha ocurrido durante más tiempo. Algunas
grandes investigaciones o encuestas han influido sobre la manera de trabajar en
determinados temas. Ha habido y hay diversas formas de relación entre los estudios sobre
colonización y poblamiento rural, formas de propiedad y explotación, relaciones sociales
derivadas de todo ello, etc., que se hacían en Francia –así los de Charles Higounet– y los
intereses de los historiadores españoles, y también de algunos franceses, ocupados en
estas mismas cuestiones, en torno a los argumentos clásicos de la «repoblación»,
organización del territorio, «dominios monásticos» y señoriales, y al más reciente de la
formación de conciencias de identidad (entre los franceses, J. Gautier-Dalché para Castilla,
M. Berthe para Navarra, Ph. Sénac para Aragón, P. Bonnassie, J. Cuvillier durante unos
años y M. Zimmermann para Cataluña, R. Durand para Portugal).
18 A considerar, igualmente, la atención con que se han seguido, a veces con exceso de
mimetismo, los debates sobre el feudalismo o feudalidad y las nuevas propuestas, desde
Robert Boutruche y Pierre Bonnassie –debido a la importancia excepcional de su tesis
sobre la Cataluña altomedieval– a Dominique Barthélemy, pasando por Guy Bois, Anita
Guerreau, J.-P. Poly y É. Bournazel, etc. De todos modos, me parece que algunos ámbitos
de investigación, por ejemplo el que se refiere al régimen señorial castellano en los
últimos siglos medievales, continúan respondiendo a tradiciones autóctonas mucho más
que a las de otro origen.
19 Pienso también, por ejemplo, en las tesis y otros escritos de Michel Mollat, Jacques Heers,
j. Day, Jean-Claude Hocquet o G. Jehel sobre navegación, comercio y medios monetarios,
en los trabajos de Yves Renouard, del mismo Heers, de Pierre Toubert, Michel Balard,
Henri Bresc o Cl. Carrère, G. Romestan (Barcelona) y J. Guiral (Valencia) sobre diversos
aspectos de la vida económica y social y los contactos entre culturas en el Mediterráneo.
En la encuesta que el mismo Mollat inició acerca de la pobreza en la sociedad medieval, o
en el desarrollo de investigaciones sobre la marginalidad y la criminalidad (Bronislaw
Geremek, Claude Gauvard, N. Gonthier). Y en la influencia que han tenido las
investigaciones de J. Heers, de nuevo, sobre los más diversos aspectos de la Italia de los
siglos XIV y XV, por la proximidad de muchas cuestiones y asuntos tocados en ellas con
respecto a los hispánicos de la misma época.
20 La publicación de la Histoire de la France urbaine proporcionó un punto de referencia
importante, especialmente debido a la participación de J. Le Goff en su volumen dedicado
a la época medieval, y difundió la amplísima obra de investigación y edición que se ha
venido haciendo en Francia sobre estas cuestiones –pienso, de nuevo, en la figura de Ph.
Wolff y en la dedicación de la editorial Privat, o en investigadores como B. Chevalier o A.
Chédeville. Pero, en general, la gran cantidad de buenas tesis de Estado francesas que han
tratado monográficamente sobre diversas ciudades y regiones, han tenido entre nosotros
una recepción limitada, pese al interés no sólo de su contenido sino, en especial, de su
metodología y de la manera de plantear y desarrollar su argumento; tal vez han servido
más a los historiadores franceses que trabajaron sobre estas cuestiones entre nosotros, lo
296

que no deja de ser también una forma de acogida, y, en este sentido, la obra de J. Gautier-
Dalché y las tesis de algunos de sus discípulos (A. Rucquoi, D. Menjot) tienen una
importancia especial, así como las de G. Pradalié sobre Lisboa, Ch. Guilleré sobre Gerona,
J.-P. Barraqué sobre Zaragoza, la investigación urbanística de Jean Passini o el
concienzudo estudio de Jean-Pierre Molénat sobre Toledo, buena muestra de cómo la
historia urbana y la rural son inseparables a la hora de explicar las sociedades y gobiernos
urbanos de Castilla.
21 El desarrollo de la investigación sobre la nobleza se ha producido con escasos contactos
entre uno y otro mundo historiográfico hasta tiempos recientes. Las categorías
explicativas que se manejan no son siempre las mismas y supongo que Marie-Claude
Gerbet tuvo ocasiones de comprobarlo cuando elaboraba su tesis doctoral sobre la
nobleza de Extremadura. Por lo demás, estudios como los de Georges Duby, ya evocados,
Philippe Contamine, más generales, o M.-Th. Caron sobre Borgoña y, más recientemente,
Martin Aurell, o los de J. Flori sobre la caballería, han facilitado puntos de vista muy
interesantes para enriquecer las encuestas con que abordamos estas investigaciones. Las
relativas a las órdenes militares permanecen, en general, al margen de estos contactos o
influencias –los mantienen mejor con la historiografía británica–, pero aquí hay un campo
de estudio a desarrollar, en torno a la ideología de cruzada y misión, tal vez, más que a los
aspectos de historia social y de los señoríos, y el ejemplo de obras como las ya clásicas de
Paul Alphandéry y Alphonse Dupront, J. Richard y M. Balard ha de ser tenido siempre en
cuenta.
22 El vasto campo de la historia de las «mentalidades», de lo «imaginario», de «lo ideal», se
ha presentado como bandera de la «Nouvelle Histoire» y ha venido desplazando el interés
de muchos historiadores y, con ello, la posición central que ocupaban hace treinta años
los temas de estudio económico-sociales, sin llegar a sustituirlos por una propuesta
historiográfica tan sólida y precisa como la que representaban aquéllos. La recepción del
cambio entre nosotros ha sido compleja, se ha producido a menudo más en el terreno de
las definiciones y propuestas generales que en el de la investigación concreta, y ha sido
tal vez excesivamente mimética en algunos casos, lo que acaso ha marginado, hasta
ahora, muchas posibilidades de combinación con realidades propias de la historiografía
española que tienen un peso muy considerable. El impacto de las obras de J. Le Goff, Jean-
Claude Schmitt o Roger Chartier, por ejemplo, ha sido grande y las del primer autor han
contado con una difusión editorial excelente. Sin embargo, la «Antropología Histórica» no
es fácil ni de asimilar ni de practicar si no se combina con el patrimonio y con las maneras
de hacer de que ya disponíamos antes de su deslumbrante aparición, y si no se hace
inventario claro y completo de sus contenidos y, en general, de los de la «historia de los
usos, las sensibilidades, las mentalidades», tal como lo ha realizado recientemente Henri
Martin.
23 Primero, el mismo nombre «Antropología Histórica» nos parece a algunos todavía algo
invasor: ¿por qué no hablar, mejor y simplemente, de Historia que aprovecha métodos,
temas y sugerencias nacidos en el campo de la Antropología cultural y social? Si se adopta
este punto de vista, la propuesta puede ser mejor recibida y combinarse con estudios
antropológicos propiamente dichos que tienen en España una larga tradición y algunos
investigadores de máxima importancia –Julio Caro Baroja entre los clásicos.
24 Segundo, sería un error ignorar las aportaciones fundamentales de la «Historia de la
Cultura» y no combinarlas con las más recientes o no continuar su cultivo: ¿cómo no
valorar la recepción de obras tales como las de Pierre Riché o Jacques Fontaine sobre la
297

Alta Edad Media? ¿O, en el plano de la síntesis, la vigencia de libros como los de J. Jolivet o
Jacques Paul sobre historia intelectual y, en lo relativo a la valoración de la historiografía
medieval, los de Bernard Guenée? El estudio renovado de la historiografía medieval se
presenta como un campo privilegiado donde combinar los métodos clásicos con los
nuevos, como lo prueba la obra de G. Martin, o la de Y. Bonnaz. En general, me parece que
se trata de construir una nueva historia de la cultura, de su creación, difusión y práctica:
obras como la de Henri Bresc para Sicilia o Philippe Berger para Valencia (sobre libro,
lectura y sociedad) pueden integrarse sin dificultad en esta visión renovadora, así como
los trabajos ya clásicos de G. Beaujouan o E. Poulle sobre historia de la ciencia, y los
relativos a la historia de la renovación y difusión del saber intelectual (Jacques Verger).
También estimo que la acogida de la nueva historia «antropológica» debe despertar entre
nosotros la conciencia de que es preciso interrelacionar continuamente especialidades,
fuentes de conocimiento y campos de estudio que han estado y siguen estando poco
comunicados entre sí y a la vez con los intereses de los historiadores «generales»: arte,
literatura, lingüística histórica, filosofía, medicina... Si no es así, apenas se puede pasar
del terreno de los proyectos e intenciones, pero en España ha habido y hay desde hace
muchos decenios grandes investigadores en estas materias, a veces los mejores que hemos
tenido.
25 Tercero y, tal vez, principal. El campo inmenso de la historia eclesiástica y de la
religiosidad puede verse influido o no por las tendencias de la «Nueva Historia», eso
depende de los autores, pero ésta última no puede desarrollarse entre nosotros si lo
ignora, y si no asume la solidez de sus métodos tradicionales de trabajo y los
conocimientos de diverso tipo que éstos requieren. Desde comienzos de los años setenta,
los que hemos trabajado o dirigido investigaciones de este género apreciamos las
aportaciones conceptuales y metodológicas de historiadores franceses entre los que
destacaría dos: Jean Delumeau y André Vauchez, sin olvidar a otros como P. Chaunu, G. de
Lagarde en algunos aspectos, G. Le Bras, Marcel Pacaut, B. Guillemain, Francis Rapp, Jean
Chelini, ni investigaciones básicas como las de Jacques Chiffoleau, H. Millet o M. Parisse y,
en el ámbito hispánico bajomedieval, Alain Milhou y, más recientemente, Sophie
Coussemacker. Ahora bien, la historia eclesiástica, e implícitamente la de la religiosidad,
tienen en España una tradición y una densidad de cultivadores muy grande; se trata de
acercar posiciones y combinar posibilidades más que de recorrer caminos distintos que, a
menudo, serian paralelos.
26 Algo semejante se puede decir, hasta cierto punto, del retorno a la historia política. Aquí,
lo nuevo es el incremento del interés después de una larga época de minusvaloración por
muchos historiadores –no por otros– y la normal aparición de cuestiones, puntos de vista
y maneras de hacer que antes o no existían o eran secundarias. Pero el estudio de las
estructuras, entre ellas las institucionales, y del pensamiento político y jurídico ha
existido siempre al lado o en el seno de la construcción del relato y en la explicación de
historia política, social y económica. Insistir con exceso en la novedad de una «historia de
los poderes» en la que los métodos jurídico-institucionalistas habrían sido desplazados
por los antropológicos podría servir incluso como cobertura para el notable
descubrimiento de mediterráneos ya recorridos por historiadores, sociólogos y estudiosos
de la teoría política de generaciones anteriores.
27 En este terreno, la investigación española ha recibido desde comienzos de siglo
influencias de diversas historiografías europeas, combinándolas con una producción
propia muy sólida, sobre todo en el terreno de la historia de las fuentes de derecho, de las
298

instituciones y, también, del derecho canónico, o, más recientemente, en el de los medios


del poder –conómicos, militares–, las relaciones entre poderes, y los elementos socio-
culturales de legitimación y propaganda. Sin duda, las influencias que mayor importancia
tradicional han tenido son las alemanas e italianas y, en el terreno de la teoría política,
también las de origen británico. La acogida de la historiografía francesa parece, en
general, más reciente y limitada a algunos autores: R. Folz y Marcel Pacaut entre los
clásicos, Bernard Guenée y Jacques Krynen especialmente para la Edad Media tardía,
Philippe Contamine para la historia de la guerra, P. Ourliac, Jean Gaudemet, G.
Giordanengo, A. Gouron en el campo de la historia del derecho y, en especial, A.
Rigaudière por la aproximación que lleva a cabo entre los dominios propios del
historiador del derecho y los de la historia socio-política, a lo que se añade, en los últimos
tiempos, la difusión de los contactos mantenidos en el seno de los programas sobre
«Génesis del Estado», coordinados por Jean-Philippe Genet y W. Blockmans, tanto en el
terreno de los intercambios personales como en las publicaciones ya efectuadas, que
permiten una plena acogida y conocimiento de la historiografía francesa de los últimos
veinte años.
28 La historia de las minorías religiosas y la de las relaciones entre Islam y Cristiandad son,
por razones evidentes, campos de especial interés para el medievalismo español. En lo
que se refiere a la historia de los judíos, los investigadores franceses y los españoles han
ido cada cual por su propio camino, con ámbitos de interés distintos, pero no hay que
olvidar las aportaciones antiguas de J. Régné al estudio de las juderías aragonesas ni las
recientes de B. Leroy en el marco más amplio de sus investigaciones sobre el reino de
Navarra y, en especial, las de Maurice Kriegel sobre la expulsión de los judíos o, también,
las de G. Dahan sobre la percepción intelectual de la alteridad de aquel grupo socio-
religioso. Gracias a esto tenemos una posibilidad abierta muy interesante de influencia
recíproca.
29 Respecto a la historia de al-Andalus y la de las relaciones Islam-Cristiandad en suelo
hispánico ha solido discurrir bastante al margen del arabismo que se hada en otros países
de Europa pero, de tiempo en tiempo, ha recibido la atención de grandes islamistas del
país vecino; así sucedió con É. Lévi-Provençal o, en otro plano, con Henri Terrasse, y más
adelante, también, con Rachel Arié o Vincent Lagardère. La publicación en 1976 del
estudio de Pierre Guichard sobre la estructura social andalusí, y el más reciente de su
tesis sobre la Valencia islámica, han vuelto a abrir un cauce amplísimo para la
colaboración y las controversias. Me parece que es uno de los aspectos muy importantes
de la acogida de la historiografía francesa actual en nuestro país, sobre todo porque se
prolonga con la intensificación de investigaciones de base arqueológica en las que
miembros de la Casa de Velázquez tienen tanta parte (André Bazzana, Patrice Cressier),
con otras investigaciones en campos distintos (Dominique Urvoy, el pensamiento; Gabriel
Martinez-Gros, el califato; Christophe Picard, la navegación; Christine Mazzoli-Guintard,
las ciudades) y con el reciente interés – que compartimos– de Jean-Pierre Molénat por los
mudéjares de la Baja Edad Media. En otro orden de cosas, la dedicación de M.-Th.
d’Alverny a la obra de los «traductores de Toledo» y a la transmisión de cultura filosófica
ha sido de gran importancia. ¿Tomarán algunos el relevo, tanto en Francia como en
España, para proseguir este tipo de estudios, próximos a los que han interesado, por
ejemplo, a Colette Sirat?
30 No he intentado mencionar todos los aspectos posibles sino sólo aquéllos que guardan
relación, más o menos próxima, con líneas de investigación que he desarrollado de treinta
299

y cinco años a esta parte, bien en persona, bien como director de tesis doctorales. Estas
líneas se refieren a la historia de las estructuras políticas y económicas, a los linajes
nobles y señoríos en marcos regionales, a las ciudades y sociedades urbanas y al mundo
rural dominado desde la dudad, a las relaciones entre Islam y Cristiandad, a las minorías
religiosas, a la organización eclesiástica y la vida religiosa; todo ello entre los siglos XII-
XIII y XV. Así, pues, son muchísimas las cuestiones y las posibilidades de comentario que
quedan fuera de estas páginas pero ya advertí que sólo me atrevía a escribirlas partiendo
de elementos propios de mi memoria personal.

¿Renovación o crisis?
31 Nos encontramos desde hace pocos años en una encrucijada de crisis o renovación, pero
con un buen bagaje de conocimientos y experiencias para ayudarnos a intentar la
segunda y a evitar los malos efectos de la primera, especialmente en tres aspectos. El
primero se refiere a la posibilidad de que los debates sobre teoría del conocimiento
histórico y concepción global de la Historia nos absorban hasta el punto de dañar la
normal atención a lo concreto, el desarrollo y renovación de los métodos y técnicas que
los medievalistas empleamos. Conviene evitar que así sea porque, además, sucede que, en
ocasiones, también las cuestiones epistemológicas se resuelven mejor a pie de obra que en
las discusiones genéricas. No se trata de volver al pasado de una historiografía solamente
«empírica» pero sí de respetar y mejorar el legado que la ciencia y la erudición históricas
nos transmiten a través de las generaciones de medievalistas que nos precedieron, al
mismo tiempo que trazamos nuevos caminos y proyectos de saber. En este sentido,
algunos «retornos» recientes a Marc Bloch, o declaraciones a favor del cultivo de ese
legado, como las que efectúa la revista Le Moyen Âge, parecen adecuadas y no son, de
ninguna manera, una invitación al inmovilismo o al rechazo de nuevas reflexiones
teóricas.
32 Segundo aspecto, la necesidad de centrar y jerarquizar mejor los temas de investigación y
de evitar un exceso de dispersión y de localismo en una época, como es la nuestra, en que
todas las maneras de escribir historia y todos los temas se presentan simultáneamente,
más o menos apoyados o marginados por corrientes de moda. Tal vez ésta sea una
necesidad más acuciante en España porque nuestro medievalismo cuenta con muchos
menos historiadores y medios acumulados que el francés, pese a su gran expansión en los
treinta y cinco o cuarenta años aquí considerados. No quiero decir que se marginen unas
tendencias historiográficas a favor de otras, por supuesto, pero sí que se tenga conciencia
de que conocer y acoger los resultados de la investigación que se hace en otro país no
significa que aquí se haya de hacer lo mismo, todo e inmediatamente, sino que se debe
adaptar a nuestras posibilidades y, sobre todo, a unos modos de hacer, unos intereses de
conocimiento y unas perspectivas propios de nuestra historiografía sin los cuales ésta
quedaría arrasada como tal. A mi entender, lo más sensato es combinar renovación y
continuidad, aprovechar la experiencia y no abandonar el cultivo de terrazgos en pleno y
valioso rendimiento pero, a la vez, aceptar sin reservas los «frentes pioneros», si dan
fruto, como es propio de un saber siempre en construcción.
33 Los problemas planteados por el tercero de los aspectos a que antes aludía son más
difíciles de resolver porque se refieren a la disgregación de contenidos de la enseñanza en
los últimos años. Sin duda, se enseña hoy mayor cantidad de aspectos parciales o
concretos, pero hay una falta de sistema, de «argumento», de interrelación de materias en
300

la organización de los estudios que dificulta la formación de medievalistas como tales y


lleva a reproducir en la enseñanza universitaria ese «desmigajamiento» que algunos
autores denuncian en la historiografía de nuestro tiempo. Además, esto ocurre mientras
una silenciosa revolución intelectual se desarrolla ante nuestra mirada: es la sustitución
de una cultura de base especulativa y literaria por otra intuitiva y visual, con la
consiguiente pérdida de capacidad de abstracción, de conceptualización y del uso
correcto verbal y escrito del lenguaje, y con el debilitamiento, también, del conocimiento
preciso de las coordenadas temporales y espaciales, sin el cual no es posible aprender
Historia o, para el resto de la sociedad, tampoco lo es interesarse por el pasado histórico,
que se tiende a sustituir por otro mítico, según conveniencias. Esto sucede más, tal vez, en
España que en Francia: en el país vecino, la firma de un historiador prestigioso atrae al
lector; aquí, eso está reservado a los autores de novelas «históricas», y los historiadores
carecemos o no nos hemos hecho acreedores al mismo respaldo social con que cuenta la
historiografía francesa.
34 Puede que éstos sean los grandes «combates por la Historia» a librar en los tiempos
próximos. Y, si la situación no cambia, temo que no podremos contar con tanta ayuda
como hasta hace poco encontrábamos en la historiografía del país vecino porque las
generaciones jóvenes han abandonado casi por completo el estudio de la lengua francesa.
Cierto que ha sido una acogida o influencia historiográfica monodireccional, y no sé si
alguna vez algún historiador francés –salvo los hispanisants– se ha preguntado si podía
aprender o recibir algún influjo positivo de la historiografía española. Si no ha sido así,
algo se ha estado perdiendo en la nada, y la falta de reciprocidad puede haber sido un
lastre oculto pero pesado en nuestra mutua consideración. Tal vez ahora, en presencia de
nuevas dificultades que compartimos, podamos desarrollar formas más equilibradas de
relación entre historiadores, de cooperación en trabajos tanto de investigación como de
síntesis, donde no habrá espíritu, consciente o inconsciente, de dominio o de asimilación;
por el contrario,
On préparerait ensemble un XXIe siècle sans caïds, où chacun resterait soi-même,
pour le plaisir des autres3.

NOTAS
1. E. GARIN, L’éducation de l’homme moderne (1400-1600), París, 1968, pp. 79-80.
2. Tuve ocasión de comentar algo más ampliamente estas cuestiones en Medievalismo. Boletín de la
Sociedad Española de Estudios Medievales, 7, [Madrid], 1997, pp. 301-309. Referencias bibliográficas
sobre los investigadores que se citan a partir de aquí en Bibliographie de l’histoire médiévale en
France (1965-1990), París, Publications de la Sorbonne, 1992.
3. Ph. ROSSILLON, «L’avenir de la latinité», en G. DUBY (dir.), Civilisation latine, Paris, 1986, p. 360.
301

RESÚMENES
Desde sus tiempos de estudiante en Valladolid hasta la obtención de una cátedra en la
Universidad Complutense, M. Á. Ladero Quesada hace un balance personal de sus relaciones con
la historiografía francesa, sin pretender representar un modelo para toda una generación de
historiadores españoles. Al insistir en la influencia beneficiosa de las obras de Lucien Febvre,
Marcel Bataillon, Fernand Braudel y Pierre Vilar sobre la renovación historiográfica en España,
Ladero Quesada recuerda que dicha influencia dependía de las investigaciones en curso y de los
centros de interés de la comunidad científica española, lo que explica también el papel y la
influencia de otras escuelas historiográficas. Aun así, Ladero Quesada hace un repaso a las
aportaciones problemáticas y documentarias que mantuvieron españoles y franceses y que
ampliaron felizmente el conocimiento del pasado medieval español. Estos resultados positivos no
deben ocultar la crisis por la que está pasando la ciencia histórica, confrontada a una sociedad
que va abandonando progresivamente la cultura especulativa y literaria y acepta otra
básicamente intuitiva y visual. En este contexto crítico, la colaboración entre historiadores de
ambas naciones es más necesaria que nunca

De l’étudiant de Valladolid au professeur de l’Université Complutense, M. Á. Ladero Quesada


retrace à partir de son exemple personnel, qu’il se défend d’ériger en modèle pour une
génération, les liens qu’il a entretenus avec l’historiographie française. Rappelant l’importance
fondatrice des grands ouvrages de Lucien Febvre, Marcel Bataillon, Fernand Braudel et Pierre
Vilar dans le renouveau historiographique, il souligne que l’influence qu’ont pu exercer les
historiens français dépendait à la fois des enquêtes menées et des curiosités propres à la
communauté scientifique espagnole. D’où le rôle et l’influence d’autres écoles
historiographiques. L’auteur ébauche ainsi une large fresque des apports problématiques et
documentaires qu’un dialogue fécond entre Espagnols et Français a générés, pour le plus grand
profit de la connaissance du passé médiéval. Mais il ne sous-estime pas pour autant la crise que
vit la science historique dans une société qui abandonne progressivement une culture
spéculative et littéraire pour une autre intuitive et essentiellement visuelle, appelant ainsi à une
collaboration plus proche entre les historiens des deux pays

M, Á. Ladero Quesada offers a personal appraisal of his relations with French historiography from
his years as a student at Valladolid to his appointment to a chair at the Universidad Complutense
in Madrid, although he does not see them as standard for a whole generation of Spanish
historians. While stressing the beneficial influence of the works of Lucien Febvre, Marcel
Bataillon, Fernand Braudel and Pierre Vilar on the regeneration of historiography in Spain,
Ladero Quesada recalls that this influence was mediated by the research in progress and the foci
of interest of the Spanish scientific community –which also explains the role and influence of
other schools of historiography. With that qualification, Ladero Quesada reviews the analytical
and documentary achievements of Spanish and French researchers, which happily expanded the
fund of knowledge about Spain’s mediaeval past. Such positive results should not be allowed to
obscure the crisis currently affecting historical science in a culture where the speculative and the
literary is progressively giving way to the intuitive and the visual. In this critical context,
collaboration between historians of both nations is more imperative than ever
302

AUTOR
MIGUEL ÁNGEL LADERO QUESADA
Universidad Complutense - Real Academia de la Historia
303

Yo también estuve en Arcadia


« Et ego in Arcadia »
«Et ego in Arcadia»

Pablo Fernández Albaladejo

A Antonio Eiras Roel, que cartografió Arcadia.

1 Sirviéndose de la prosa económica e inteligente que le caracteriza, se lamentaba no ha


mucho Antonio Muñoz Molina1 acerca de la ola de nostalgia que de un tiempo a esta parte
nos invade –y con la que se nos obsequia– desde la empresa cultural de un capitalismo
dicho, incomprensiblemente, avanzado. En su opinión, reediciones de libros y éxitos de
ventas como los de el Parvulito o la Enciclopedia Álvarez constituirían una inequívoca
demostración del deslizamiento de su generación hacia una actitud que,
desentendiéndose del porvenir, habría comenzado a girar su mirada no tanto hacia la
memoria del pasado cuanto a su pura nostalgia, con los costes que inevitablemente ello
conlleva. Particularmente llamativo y sangrante resulta en este sentido para el escritor
andaluz la moda de regreso a los setenta, una década que, de los azulejos de los cuartos de
baño a la campana de los pantalones, habría constituido una auténtica abyección, una
década en fin «horrenda en la que no hubo nada que no fuera estéticamente vomitivo».
2 Compartiendo el sentido de esa condena y tomando buena nota de sus advertencias
contra el virus de la nostalgia, creo sin embargo que al menos una parte de quienes han
intervenido o han asistido a este congreso, suscribirían una hipotética cláusula de
reserva, una petición de excepción que nos permitiese salvar algunos de los restos de ese
–por lo demás– merecido naufragio. Sobre todo porque esa década tan poco memorable
fue también el momento en el que oficialmente asentó sus reales entre nosotros la
historiografía francesa o, dicho más exactamente, lo que los jóvenes recién licenciados de
comienzos de los setenta entendíamos por tal cosa: no historiadores franceses sin más, ni
aún hispanistas, no Raymond Foulché-Delbosc, Alfred Morel-Fatio, Charles Seignobos,
Henri Berr o Henri Hauser, sino Pierre Vilar, Fernand Braudel, Noël Salomon, Pierre
Chaunu, Emmanuel Le Roy Ladurie o Pierre Goubert entre otros. Una cosa era en este
sentido reconocer la presencia de historiadores franceses aisladamente considerados –
304

como podía reconocerse la presencia de los de cualquier otro país– y otra bien distinta la
identificación de ese grupo como los portaestandartes de una historiografía nueva. Ni que
decir tiene que era esto último lo que imprimía carácter, lo que subyacía tras la expresión
historiografía francesa: su identificación, por decirlo así, no descansaba tanto sobre su
adscripción nacional cuanto sobre una sustancial renovación de perspectivas
historiográficas. Aunque su obra datase de la década anterior y aun de antes, no se olvide
que la puesta de largo en España había tenido lugar en las Primeras Jornadas de metodología
aplicada de las Ciencias históricas celebradas en Santiago de Compostela en abril de 1973, un
encuentro promovido por quien, estudioso en principio de la edad contemporánea, había
acabado por pasarse con armas y bagajes al territorio de la modernidad y a la disciplina
annaliste, el profesor Antonio Eiras Roel2. Los artículos que tres años después publicarían
Jover Zamora, Ruiz Martín y el propio Eiras Roel no vendrían sino a confirmar ese
reconocimiento; como significativa y conclusivamente escribía Jover en ese año de 1976
Si buscamos expertos extranjeros para nuestra historia de los siglos XVI al XVIII,
haremos bien en buscarlos preferentemente en Francia3.
3 Salvando así lo que merece ser salvado de aquella década no precisamente prodigiosa, la
pregunta que entonces procede es la del porqué, es decir, la de la indagación sobre las
razones en virtud de las cuales la historia de la Edad Moderna en España no debía
practicarse sin abrir antes el correo francés. Son cuestiones que han sido ya aludidas a lo
largo de las ponencias aquí reunidas pero sobre las que quizás no esté de más volver. La
primera razón que en este sentido puede invocarse, sin pretender que sea la más
importante, resulta por lo menos la más obvia: la remisión a otra historiografía
evidenciaba antes que nada reconocimiento de fragilidad propia, de cierta falta de
consistencia. Tenía que ver con el hecho de que la foto fija que hasta entonces había
venido ilustrando el período no daba ya más de sí. La España Imperial había jugado su papel
en el atormentado proceso de construcción de una identidad nacional a lo largo del XIX
incorporándose luego plenamente, desde 1898, al debate sobre «las dos Españas». De esta
forma, la historia y la historiografía de la Edad Moderna se vieron arrastradas sin remedio
al remolino identitario e, inevitablemente, acabaron haciendo suyas las obsesiones del
momento. Todos los participantes en el debate se pretendían por lo demás historiadores
y, prácticamente, ninguno de ellos se privó de avanzar su interpretación sobre el período
de la modernidad, dentro de lo que se percibía como un imaginario proceso de
desgarramiento interior de España. Incluso la institución que paradigmáticamente
representaba la renovación historiográfica, el Centro de Estudios Históricos, se veía a sí
mismo como una especie de hogar del patriotismo4. Hasta bastante después de la Guerra
Civil ese será el esquema de fondo en torno al cual se ordenará –con una muy particular
orientación ciertamente– la historia oficial de la Edad Moderna en España. Y lo de oficial
no se refiere aquí como un adorno: en la ley de ordenación universitaria de 1943, obra del
integrista y ministro de Educación José Ibáñez Martín, se enfatizaba –con el lenguaje
fascista de rigor– la alta misión que correspondía a las enseñanzas de la Facultad de
Filosofía y Letras. De su recién constituida Sección de Historia se esperaba en concreto
que disipase las sombras sobre
los títulos preclaros de nuestra ejecutoria en el mundo, arrebatando con una
concienzuda investigación a la leyenda negra, aquellas verdades luminosas de
nuestro pasado5.
4 A comienzos de los cincuenta algo, no obstante, comenzaba a moverse dentro de ese
mundo. Lo anunciaba emblemáticamente la aparición –a partir de 1951– de los Estudios de
historia moderna dirigidos por Jaime Vicens Vives 6, con una pretensión renovadora que se
305

percibía detrás de la presentación de cada uno de sus números, aunque envuelta en un


formato retórico que con frecuencia la haría desmerecer7. Pese a sus declaraciones en el
sentido de no pretender recluirse en un «cubículo determinado» y de no hacer otra cosa
que «escribir, llanamente, historia», no parece que la acogida en los círculos oficiales, en
lo que Vicens llamaba «los helados cierzos del páramo circundante», resultase
particularmente entusiasta. A pesar de lo cual Vicens no cejó en su empeño de «abrir» el
«amazacotado muro de añejas fórmulas historiográficas», con la esperanza de que el
modernismo español pudiese salir «definitivamente de la etapa periodística o de la
historia novelada»8. Contaba para ello con las nuevas expectativas de la historia
demográfica, económica y social que los Estudios incorporaban sistemáticamente y con las
que, obviamente, se significaba además su posición annaliste. De su admiración por la
nueva revista nos da idea una carta de octubre de 1954 dirigida a su amigo Santiago
Sobrequés:
Sobrequés: Et farà plaer llegir el que diu de tu el Pierre Vilar a Annales, la revista
d’Història més llegida del món [...] ja ets famós internacionalment! 9
5 Cada vez más convencido, el historiador catalán continuará caminando en ese sentido.
Así, en el coloquio celebrado en París con motivo del cuarto centenario de la muerte del
Emperador, Vicens aprovecharía la ocasión para poner de manifiesto la obsolescencia de
un sector del modernismo español, obsesionado todavía con el debate en torno a la idea
imperial10. Interesado por la historia efectiva del poder antes que por un debate
ideológico que rezumaba prejuicios nacionalistas por todos los poros, Vicens concretaría
inmediatamente después su propia alternativa en la ponencia presentada al undécimo
Congreso de Ciencias históricas al que, desgraciadamente, no pudo ya asistir 11. Pero cuyos
supuestos, conviene remarcar, continúan siendo válidos cuarenta años después. Para
Vicens la renovación del modernismo español era algo que, a la altura de 1960,
prácticamente podía darse por concluida. De hecho, en el prólogo a la segunda edición de
su Aproximación a la historia de España, un texto sumamente significativo escrito cuatro
meses antes de su muerte, Vicens venía ya a dar por sentado la existencia de
un nuevo concepto de historiar, abierto a la vida real [...] e incompatible con los
grandes temas abstractos y la píldora política e ideológica que envenenó la
historiografía hispánica12.
6 Especular con el rumbo que hubiera podido imprimir Vicens al modernismo español no es
desde luego un ejercicio ocioso. Pero creo que en este punto, siquiera por pura coherencia
con los planteamientos mismos de Vicens, debemos de ser cuidadosos. Una cosa es la
proximidad y aun la familiaridad de Vicens en relación con Annales y otra bien distinta
convertirle automáticamente en un militante annaliste. El Vicens de la última época estaba
interesado en los problemas del poder, y más en concreto en lo que él mismo gustaba de
denominar como la «estructura efectiva del poder», una orientación sobre la que más
parecía planear la sombra de Helmut Koenigs berger y su concreto análisis de La práctica
del Imperio13 que los grandes frescos braudelianos, por mucho que estos últimos no dejasen
tampoco de estar presentes.
7 Definitivamente la muerte de Vicens impidió comprobar hasta qué punto hubiese
resultado posible llevar a cabo una integración entre esas dos estrategias. Fue una
herencia de la que, en cualquier caso, los modernistas que han venido después tampoco
han querido (hemos querido) saber. No puede sorprendernos por tanto que la aportación
más personal y original de la apuesta de Vicens, aquella que había venido
desenvolviéndose al margen de los Annales, fuese finalmente hecha suya por un
306

historiador inglés que venía realizando su encuesta sobre tierras castellanas. Téngase en
cuenta que War and Government in Habsburg Spain, el inteligente trabajo de Irving
Thompson, no apareció hasta 197614 y que, entre tanto, en los tres lustros transcurridos
desde 1960, otra fue la orientación que había acabado consolidándose y constituyendo
paradigma normativo. Visto con cierta perspectiva, tampoco es que el desenlace fuese
imprevisible. La preponderancia francesa tenía sus razones. Había en este sentido unas
tradiciones y una labor previa que pesaban lo suyo, una política cultural no exenta de
fuertes contradicciones internas en su trayectoria pero materializada al mismo tiempo en
realizaciones tan concretas como los institutos franceses de Madrid y Barcelona, la École
des Hautes Études Hispaniques o esta misma Casa que nos ha reunido para este
encuentro, por no mencionar el papel desempeñado por el Bulletin hispanique y la Revue
hispanique15.
8 Ciertamente el mundo académico anglosajón o el germánico disponían también de sus
hispanistas pero Francia partía de una posición más ventajosa. Las incertidumbres del
joven John Elliott en los cincuenta, en los comienzos de su trayectoria como hispanista y
en el momento de perfilar su tesis, ilustran cumplidamente esa diferencia16. La
proximidad con Érancia, en todos los sentidos, era mayor. Tanta como para que,
independientemente de compartir preocupaciones historiográficas por un mismo
territorio, los hispanistas franceses hubiesen acabado asimismo haciéndose cargo de las
inquietudes de otro orden que obsesionaban a sus colegas del otro lado de los Pirineos.
Dos obras bien ilustres, las de Marcel Bataillon y Jean Sarrailh, ilustran cumplidamente
esa actitud. Aunque investigando momentos bien distintos, el esquema de fondo es el
mismo en uno y otro caso: ambos trabajos nos hablan acerca de la actuación heroica de
una minoría frente al fanatismo imperante, de un grupo de hombres, que como afirma
Sarrailh, combatieron «con todas las fuerzas de su espíritu y todo el impulso de su
corazón» a fin de proporcionar «cultura y dignidad a su patria»17. Eso lo afirmaba alguien
que, dicho sea de paso, había sido represaliado por el régimen de Vichy. Érasmistas e
ilustrados resultaban así una especie de figuración de los propios prohombres del
noventayocho. Como si finalmente los visitantes sintiesen ya como propia la historia del
país que visitaban. Nada casualmente la edición española de Erasmo y España (1950) y la de
La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII (1957) se producía dentro del Fondo de
Cultura Económica, una opción editorial que hacía manifiesta así su solidaridad con el
exilio. Significativamente la solapa interior del libro de Bataillon se acompañaba con dos
elogiosas valoraciones del libro suscritas por Antonio Machado y Américo Castro. Como es
obvio, ni esa historia ni sus protagonistas interesaban demasiado a la España oficial.
9 A la vista de cuanto venimos exponiendo se comprenderá que las expectativas que se
ofrecían a los jóvenes que a mediados de los sesenta optaban por la licenciatura de
«Letras», sección de «Geografía e Historia», no resultasen particularmente atractivas. En
la práctica y contra todo pronóstico razonable, las facultades de «Letras» comenzaron sin
embargo a llenarse de gente, dentro de un crecimiento espectacular en el que los estudios
de historia acabaron por llevarse la parte del león. La paradoja resultante era así notable
pues, en buena medida, la elección de esos estudios venía motivada no tanto por el
atractivo que podía irradiar de la sede académica –aunque sobre esto habría que matizar–
cuanto por la apremiante necesidad de conocer la parte oscura de un pasado próximo y,
por decirlo así, bien presente. Justamente por la zona que iluminaban de ese pasado, la
audiencia de Bataillon o de Sarrailh estaba asegurada de antemano. Con todo, su éxito no
era exactamente el de una historiografía. Tenía que ver más bien con lo que
307

sobreentendidamente se percibía como una cierta complicidad dentro de una apuesta


política compartida, centrada en este caso en el papel de los perdedores en la historia.
Esas no eran sin embargo las obras que, para la generación que accedía a la universidad
en la segunda mitad de los sesenta, representaban propiamente lo que por entonces
comenzaba a denominarse –con un sentido de terminología para iniciados– historiografía
francesa.
10 Llegados a este punto me temo que se hace necesario abandonar la perspectiva de la
historia macro para descender al plano siempre más incierto del relato y del acontecer
subjetivo, de la microhistoria, algo que por otra parte es lo que se nos pide para la presente
ocasión. Como hasta cierto punto era inevitable, la forma en que se produjo el
descubrimiento y, eventualmente, la conversión a los principios de la nueva
historiografía, ofrece prácticamente tantas variantes como conversos o, más
restringidamente si se quiere, grupúsculos de conversos. Todos ellos por lo demás
convencidos de que pisaban el mismo suelo. Quisiera hacer notar en este sentido hasta
qué punto la recepción de Annales dio lugar a la creación de una auténtica burbuja virtual,
de una Arcadia historiográfica en la que nunca se había estado pero que nuestras lecturas
nos permitían visitar un día sí y otro también. Aunque desde luego no pretendo hablar en
nombre de mis compañeros de Facultad ni tampoco en el de algunos de mis profesores
jóvenes de la Universidad de Salamanca, gente como Ángel García Sanz, Paulino Iradiel,
Luis María Bilbao, Emiliano Fernández de Pinedo, José Ángel García de Cortázar o
Salustiano Moreta, me atrevería cuando menos a recordar aquí, espero que sin asomo de
nostalgia, uno de los libros que circulaba de mano en mano en ese momento y que, en lo
que a mi particular experiencia se refiere, resultó desde luego determinante: se trata de
Crecimiento y desarrollo de Pierre Vilar.
11 Más allá de la oportunidad del momento de su aparición (1964) y aun de su importancia
objetiva, algo que por entonces no estábamos en condiciones de evaluar debidamente,
Crecimiento y desarrollo era sobre todo un libro cuyo mensaje se entendía, escrito en un
lenguaje que transmitía convicción e irradiaba credibilidad, que conectaba
inmediatamente con la gente. Crecimiento y desarrollo leía los problemas del pasado
español en una clave que era la que intuitivamente buscaban sus lectores. Allí estaba todo
o casi todo, comenzando por la propuesta de una historia total, una consigna a la que
difícilmente podían sustraerse quienes pensaban que prácticamente todo estaba por
construir. Sustentándola estaba la presencia de un marxismo inteligentemente conducido
y aplicado, un marxismo razonado –como el propio Vilar gustaba de decir– que, aunque
tuviese algo de manual de instrucción para neófitos, mostraba didácticamente las
incongruencias de los profetas del fin de la historia en esos momentos, de Raymond Aron
a Walt Whitman Rostow, de una concepción minimalista de la historia a una historia cuya
redención sólo parecía posible a través de la adopción mimética de las etapas del propio
proceso de crecimiento capitalista. Dentro de esa recopilación, el artículo sobre
«Crecimiento económico y análisis histórico» se convirtió inevitablemente en un
programa sobre lo que se podía hacer y, con mejor o peor fortuna, se hizo. Aplicada a la
historia de España, la combinación del marxismo con las teorías del crecimiento
económico simó las cosas en un escenario nuevo, que comenzó a poblarse por
protagonistas tales como el País Vasco, Galicia, Segovia o Sevilla, entre otros. Era en
verdad otra historia y otras las posibilidades que emergían, una historia organizada en
clave de comunidades históricas, una historia plural antes que excluyentemente unitaria.
Sin nada que ver en cualquier caso con la rancia metafísica imperial. El propio Vilar como
308

se sabe se había encargado ya de concretar esas posibilidades pero, en honor a la verdad y


a pesar de las inagotables dosis de entusiasmo juvenil, tampoco resultaba tan sencillo
echarse a la espalda sin más los tres tomos de La Catalogne. Se suplía en parte con las
treinta y una páginas introductorias sobre «España y Cataluña» del tomo primero y, sobre
todo, con «El declive catalán de la Baja Edad Media», en la versión traducida por Jordi
Nadal que incorporaba Crecimiento y desarrollo.
12 Al margen de las tesis doctorales directamente inducidas, debe de contabilizarse
asimismo –como una especie de efecto colateral– lo que en su momento supuso Crecimiento
y desarrollo como simple información e instrucción historiográfica. Para un lector
medianamente atento, el libro de Vilar constituía en este sentido un escaparate
inmejorable de la propia historiografía francesa. En una época en la que no se disponía de
un Who’s who y en la que todavía no se había desencadenado el furor de la introspección,
los comentarios de Vilar en relación con determinados nombres fueron una ayuda
impagable. Gracias a Vilar comprendimos por ejemplo la importancia de Labrousse y
recibimos una primera noticia de las tesis recién salidas de la factoría de Annales. Con ello
supimos también –y no es poco– cuáles eran los temas y los problemas que merecían ser
estudiados. Cuando cuatro años más tarde, en 1968, apareció la recopilación de Braudel,
con un instructivo prólogo de Felipe Ruiz Martín18, el camino se encontraba ya bastante
despejado. La recopilación lo aclaró aún más. Obviamente no es que Braudel fuese a esas
alturas un desconocido para nosotros, pero, como en el caso de Vilar, precio y tamaño
también ayudaron aquí lo suyo. La historia y las ciencias sociales jugó en términos prácticos
el papel de un pequeño mediterráneo, esto es, de un mar que se podía recorrer en un
tiempo razonable y que incluso, detalle muy importante, se podía tener en la biblioteca
propia. Gracias a esa recopilación la larga duración dejó de ser una referencia retórica para
pasar a formar parte del paisaje doméstico, permitiéndonos entender y encuadrar con
más conocimiento de causa el alcance de la renovación braudeliana. Que el hecho de
llevar adelante esas exigencias se considerase que formaba parte de «las
responsabilidades de la historia» y del historiador, tal y como el propio Braudel
proclamaba, no venía sino a reafirmar nuestras convicciones más íntimas acerca del
camino a seguir.
13 Durante ese período hubo tiempo también para otras lecturas, con planteamientos que no
siempre convergían con los que habían inspirado al autor de La Méditerranée. Conviene
recordar en este sentido dos trabajos aparecidos por esas fechas que marcaron también su
impronta: se trata de La campagne de Nouvelle-Castille à la fin du XVI e siècle (1964) y de En
Espagne, développement économique, subsistance, déclin (1965) dos auténticos case studies 19
que, a partir del material de las Relaciones topográficas de Felipe II y desde perspectivas
analíticas bien diferentes, arrojaban sin embargo conclusiones muy similares sobre las
razones profundas de la decadencia. En el caso de Noël Salomon la refeudalización se
constituía en la clave explicativa de la crisis castellana, en tanto que la investigación de
José Gentil da Silva realizaba una exquisita exposición sobre ese mismo proceso
abastecido con la munición prestada por los teóricos del economicgrowth. Dos libros que en
cualquier caso situaban el análisis de la decadencia en otro nivel. Sin duda la aportación
más pura y pulidamente braudeliana de ese fenómeno lo constituye la introducción de
Felipe Ruiz Martín a sus Lettres marchandes échangées entre Florence et Medina del Campo, una
buena demostración al mismo tiempo de la activa intercomunicación que existía entre
uno y otro lado de los Pirineos. Por lo demás la recepción de la nueva historiografía
estuvo lejos de recluirse a la vertiente estrictamente hispana. Prescindiendo del propio
309

impacto de las obras mayores y últimas de Braudel, de la segunda edición de La


Méditerranée (1966) a la primera versión de Civilisation matérielle (1967), creo que es
obligado consignar la importancia que tuvo La civilisation de l’Europe classique 20 donde, por
primera vez, Pierre Chaunu mostraba cómo se podía confeccionar un manual de historia
moderna de Europa a partir de una inteligente integración de la trinidad braudeliana de
niveles y temporalidades. En el ínterin, la perspectiva macro fue completada con la micro:
la edición en «Flammarion Poche» de las tesis de Pierre Goubert y Emmanuel Le Roy
Ladurie21 hizo posible la familiarización con dos de los buques-insignia de la tercera
generación de Annales. Como si de un rito de paso se tratase, las investigaciones puestas
en marcha por entonces se sintieron todas ellas en la obligación de comparar ritualmente
sus curvas demográficas o diezmales con las ya míticas del Languedoc o del Beauvaisis.
14 A mediados de los setenta la presencia de una comunidad historiográfica, con sus lugares
compartidos de memoria, era más que evidente. Como significativamente advertía Antonio
Eiras en la introducción a la edición de las actas del encuentro de Santiago, la diversidad
temática de los trabajos de historia moderna que allí se recogían no contradecía la unidad
del volumen, que le venía conferida en este caso por «la fuerte impronta de la escuela
historiográfica francesa». El texto del propio prologuista, con la reivindicación para la
historia del «lugar geométrico de todas las ciencias del hombre» constituía una
consecuente demostración a estos efectos. La corriente por lo demás era general e,
incluso, formaba parte ya del paisaje oficial de las oposiciones. En las Memorias que era
obligado presentar acerca del «Concepto, método fuentes y programa de la asignatura», el
relato de Annales constituía uno de los momentos característicos de la escenografía
opositora. Y ello hasta el extremo de que la más nimia anécdota sobre las interioridades
del grupo era bastante más conocida que los esfuerzos de Altamira o aun los del propio
Vicens.
15 Para bien y para mal, el momento de plenitud de la recepción de la matriz annaliste en
España coincidió con el final del proceso de consolidación institucional y burocrática de la
revista, con lo que Traian Stoianovich designó en su momento como «los años de
transición», entre 1968 y 1975, unos años que precisamente fueron los que motivaron al
propio Stoianovich a llevar adelante su investigación sobre los límites del paradigma de
Annales22. La aparición en 1974 de los tres tomos de Faire de l’histoire23 permitía no obstante
detectar ya la presencia de un cierto desasosiego interior, si bien, para esa ocasión,
pudimos disponer de un diagnóstico propio cuya elaboración corrió a cargo de Josep
Fontana24. Inevitablemente un cierto horizonte de fin de fiesta acabó instalándose entre
quienes por esas fechas ultimaban ya la lectura de sus tesis doctorales. Visto desde
nuestro actual observatorio el momento podría parecer proclive al desencanto pero, de
hecho, tampoco fue así exactamente. Por de pronto en 1974 estábamos mejor preparados
que diez años antes para entender lo que ocurría a nuestro alrededor y, obviamente, ello
no era debido a una acumulación de saber que se hubiese producido mecánicamente
durante ese tiempo.
16 Lejos de convertirnos en sus prisioneros, la recepción proporcionó, a quien quiso buscar,
las herramientas necesarias para enfrentarse a un futuro más incierto. Gracias
precisamente al proceso de introspección puesto en marcha pudimos detectar mejor
donde estaban los nudos del problema. En la búsqueda de respuestas una cierta diáspora,
en más de un caso sin retorno, fue inevitable. No me parece sin embargo que el
alejamiento desembocara en una actitud de pesimismo o escepticismo radical en relación
con otras posibilidades. La crisis, por el contrario, facilitó la comunicación y
310

consideración de otras historiografías, nos abrió a otras tradiciones, situó en fin a la


historiografía francesa como un jalón entre otros. Su última enseñanza no fue en este
sentido la menos importante. Gracias a esa normalización podemos revisitarla
distanciadamente un cuarto de siglo después. Me temo por todo ello que el balance crítico
que aquí se nos pedía ha resultado en realidad muy poco crítico. A pesar de las
precauciones adoptadas es muy posible incluso que un poco de nostalgia se haya colado
en el retrato de la trayectoria generacional. Tampoco sé cómo hubiera podido resolverlo
de otra forma. Para disipar cualquier sombra de duda proclamo no obstante mi
convicción de que lo mejor está por venir pero, preguntándoseme como se me pregunta
por el sentido de mi parcours générationnel, sólo puedo concluir afirmando que los diez
años que estuve en Arcadia constituyeron una experiencia formidable.

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NOTAS
1. A. MUÑOZ MOLINA, «Los Setenta», El País Semanal (II de abril de 1997).
2. Impulsor él mismo, como se sabe, de una fundamental renovación en el modernismo español, tal
y como puede verse en la edición de las actas de esas jornadas (A EIRAS ROEL, Primeras Jornadas).
3. J. M. JOVER ZAMORA, «Corrientes historiográficas», p. 236.
4. Según ha recordado recientemente J. VARELA, La novela de España, p. 253; ver asimismo, C. P.
BOYD, «Historia Patria».
5. Ver P. FERNÁNDEZ ALBALADEJO, «La identidad», p. 51.
312

6. Editados por el Instituto Jerónimo Zurita del CSIC, sección de Barcelona (y vols.), 1951-1955.
7. «Obscuros obreros del futuro», que no verían «la Tierra Prometida», llamaba Vicens a los
historiadores («Presentación y propósito», en J. VICENS VIVES [dir.], Estudios de historia moderna,
Barcelona, 1951, t. I, p. VI); ver también en este sentido el comentario de J. VARELA, La novela de
España, pp. 370-375.
8. Referencias procedentes de la presentación de los volúmenes III y IV.
9. J. SOBREQUÉS I CALLICÓ, «La correspondencia», p. 23; carta de 21 de octubre de 1954.
10. J. VICENS VIVES, «Imperio y administración»; al respecto puede verse nuestro comentario, P.
FERNÁNDEZ ALBALADEJO, «Imperio y administración».
11. J. VICENS VIVES, «Estructura administrativa y estatal».
12. Cito por la tercera edición de 1962, publicada en Barcelona, ed. Vicens Vives, 1962, pp. 7-23,
que reproduce a su vez el prólogo de la segunda edición de 1960; la primera es de 1952.
13. Madrid, Alianza, 1989; la edición primera es de 1951.
14. La versión castellana se demoró todavía cinco años y aparece en 1981.
15. Tal como nos ha referido el excelente trabajo de A. NIÑO RODRÍGUEZ, Cultura y diplomacia.
16. J. H. ELLIOTT, «A Hispanist’s Trajectory»; ver también, «Conversa amb J.H. Elliott».
17. J. SARRAILH, La España ilustrada, p. 12.
18. F. BRAUDEL, La historia y las ciencias sociales.
19. El primero de ellos, obra de Noël SALOMON en 1964; el segundo, de José GENTIL DA SILVA en 1965.
20. P. CHAUNU, La civilisation de l’Europe classique.
21. P. GOUBERT, Cent mille provinciaux-, E. LE ROY LADURIE, Les paysans de Languedoc.
22. T. STOIANOVICH, The Annales Paradigm.
23. J. LE GOFF y P. NORA (eds.), Faire de l’histoire.
24. En ese mismo año de 1974 y en un artículo que supo resumir didácticamente las razones de
fondo de esa crisis. Ver J. FONTANA, «Ascens i decadència».

RESÚMENES
En la década de los años setenta, la historiografía francesa supuso para los historiadores de la
Edad Moderna en España una renovación metodológica y un cambio en las problemáticas, en
clara disonancia con la visión oficial y franquista de la «España imperial». Sin negar la
importancia de J. Vicens Vives como promotor de la renovación historiográfica en España, la
influencia francesa fue determinante, y eso en dos aspectos: la difusión de las obras de Pierre
Vilar y Fernand Braudel, y la nueva visión de la historia de España que difundió una pujante
generación de estudiantes. Con ella, cobraba importancia «la historia de los vencidos» y
desaparecía poco a poco la historia metafísica y oficial. La escuela de los Annales propuso un
ejemplo y un método que pudieron utilizar los doctorandos para ofrecer una lectura renovada de
la historia moderna de España

Dans les années 1970, le recours à l’historiographie française a signifié pour les historiens de
l’Espagne moderne le renouvellement des méthodes et des problématiques qui permettait la
rupture avec la vision officielle et franquiste de l’« Espagne impériale ». Même si l’on peut
attribuer à J. Vicens Vives un rôle décisif dans la rénovation historiographique, l’influence
française a été déterminante pour le succès de celle-ci. Cela tient à des noms propres – Pierre
313

Vilar, Fernand Braudel –, mais aussi à un regard nouveau porté sur l’histoire de l’Espagne par une
génération d’étudiants. C’est désormais « l’histoire des vaincus » qui comptait, et non plus
l’histoire métaphysique et officielle. À cette aspiration, l’école des Annales répondait par
l’exemple et la méthode et donnait aux jeunes doctorants de l’époque les moyens de proposer
une autre lecture de l’histoire moderne espagnole

In the 1970s, French historiography brought to modern historians in Spain a new methodology
and a change in focus which jarred with the Franco regime’s official vision of «Imperial Spain».
While there is no denying the importance of Jaime Vicens Vives as a promoter of historiographic
renewal in Spain, the French influence was decisive on two fronts: dissemination of the works of
Pierre Vilar and Fernand Braudel, and a new approach to the history of Spain espoused by a
rising generation of students. This turned the focus to the «history of the vanquished», while the
metaphysical inspiration behind official history gradually disappeared. The Annales school
furnished an example and a method with which research students were able to develop a fresh
new approach to modern Spanish history

AUTOR
PABLO FERNÁNDEZ ALBALADEJO
Universidad Autónoma de Madrid
314

Admoniciones, mitos y crisis


Reflexiones sobre la influencia francesa en la historiografía
contemporánea española a finales del siglo XX
Admonitions, mythes et crises. Réflexions autour de l'influence française
sur la recherche espagnole en histoire contemporaine
Admonitions, myths and crises. Reflections on french influence on
contemporary spanish historiography at the close of the 20th century

Jordi Canal

I
1 La influencia francesa en la historiografía contemporánea española a fines del siglo XX ha
sido, si descartamos algunas excepciones individuales o sectoriales, bastante escasa. La
afirmación puede parecer algo contundente, pero la considero poco alejada de la realidad.
Las reflexiones que siguen intentarán ponerlo en evidencia, aunque sea de una forma un
poco deshilvanada y partiendo de experiencias e ideas personales. Esto es así como
consecuencia del amable encargo que me hicieron los organizadores del coloquio
L’historiographie française au XXe siècle et sa réception en Espagne, celebrado en la Casa de
Velázquez, en el sentido de llevar a cabo una exposición que fuera, al mismo tiempo,
personal, generacional y centrada en la historia contemporánea española1.
2 Personal, ya que el propósito era abordar el sujeto a partir de mi propia trayectoria, esto
es, de mi quehacer como historiador, en una tarea que no resulta fácil, tanto por razones
que forman parte del carácter de cada uno como por el hecho de haber crecido en un
ambiente historiográfico que ha practicado en contadas ocasiones este ejercicio
egohistórico. Contar con una experiencia aún relativamente corta en el ejercicio de la
historia, como es mi caso particular, tampoco ayuda a este propósito. Resulta imposible
no recordar el libro publicado en 1987 por Pierre Nora con el título Essais d’ego-histoire,
que, bajo su coordinación, reunía las colaboraciones de algunos historiadores franceses
que explicaban sus propias trayectorias. Como escribía Nora en la presentación del
volumen, se trataba de
315

éclairer sa propre histoire comme cm ferait l’histoire d’un autre, [...] essayer
d’appliquer à soi-même, chacun dans son style et avec les méthodes qui lui sont
chères, le regard froid, englobant, explicatif qu’on a si souvent porté sur d’autres.
D’expliciter, en historien, le lien entre l’histoire qu’on a faite et l’histoire qui vous a
fait2.
3 No es mi intención intentar comparar mis breves reflexiones con los distintos artículos –
en algún caso ejemplares, si bien el conjunto no condujo ni propició la creación de un
anunciado género nuevo– contenidos en aquel libro, mas sí debo confesar que de ellos he
obtenido alguna inspiración a la hora de escribir este texto.
4 La exposición debía ser, también, generacional. A grandes rasgos, tratábase de
aproximarse al tema en el marco cronológico de los años ochenta y noventa del siglo XX,
cuando lo que se supone que es mi generación estudió –algunos pisaron ya las aulas
universitarias en los últimos años setenta–, viviendo de lleno la masificación de las
facultades de letras; cuando se incorporó a las tareas investigadoras y a la escritura de la
historia, justo en los momentos en los cuales los textos de todo tipo empezaron a
multiplicarse de manera espectacular y sin demasiado control; y, asimismo, cuando
pugnó por profesionalizarse, en un mercado que no tardaría en saturarse. Esta etapa
coincide con el momento álgido de la pérdida de influencia francesa sobre la
historiografía española. Antes, sin embargo, resulta indispensable exponer una doble
prevención –enriquecedora, no negadora– ante el concepto de generación y el análisis
generacional. En primer lugar, no pueden perderse de vista los tres elementos siguientes:
que no existe un modelo de generación; que la generación no se define por la edad, sino a
través de una comunidad de experiencias, y, por último, que una generación está
inevitablemente formada por numerosas unidades generacionales3. En segundo lugar, no
pretendo en ningún caso que mi particular visión de mi generación sea tomada como la
visión de mi generación, sino únicamente como una aproximación a una generación
posible, que es la mía. Otros podrían estar haciendo, con igual o más propiedad, este
ejercicio: Juan Pro, Javier Moreno Luzón, María Sierra, Rafael Zurita, Pedro Rújula, Javier
ligarte, Juan Pan-Montojo, Eduardo González Calleja, María Jesús González, Lorenzo
Delgado, Francesc Vilanova, Xosé M. Núñez Seixas, Aurora Garrido, Fernando del Rey,
Lourenzo Fernández Prieto, La lista es simplemente orientativa y podría alargarse
fácilmente. Sea como fuere, no puedo añadir a mis matizaciones nada más acertado que lo
escrito en 1940 por Marc Bloch en un pequeño y maravilloso libro, L’étrange défaite:
Que chacun dise franchement ce qu’il a à dire; la vérité naîtra de ces sincérités
convergentes4.
5 Finalmente, las reflexiones que se me pidieron tenían que centrarse en la historia
contemporánea. No resulta nada sencillo. La Arcadia que evoca brillantemente en su
intervención en este coloquio Pablo Fernández Albadalejo se ha esfumado. Estamos ante
el ámbito que ha acusado con mayor fuerza la pérdida de influencia de la historiografía
francesa en las últimas décadas. La recepción de la que han seguido disfrutando hasta hoy
en España las obras de medievalistas como Jacques Le Goff o el ya fallecido Georges Duby,
o bien de modernistas como Roger Chartier, por poner solamente unos poquísimos
ejemplos, no tiene parangón en el terreno del contemporaneísmo. Michel Vovelle podría
ser presentado como un caso aparte, es cierto, pero para ello deberían tenerse en cuenta,
como mínimo, la diferente acogida recibida por sus trabajos sobre la Revolución francesa,
que en muchas ocasiones sirvieron más de contramodelo y de muro de contención ante
los avances de un revisionismo demonizado que de verdadera fuente de inspiración, y por
los dedicados a las ideologías y mentalidades –para expresarlo con palabras extraídas del
316

título de uno de sus libros5–, cuya recepción ha provenido casi exclusivamente del campo
del modernismo. Baste pensar en el limitado eco en España de La mentalité révolutionnaire
o de La découverte de la politique6, un par de volúmenes de Vovelle que combinaban los
elementos que acabo de citar, para comprender, sin entrar en más disquisiciones, lo que
estoy planteando. Por consiguiente, un medievalista o un modernista de mi generación
ofrecerían a buen seguro una panorámica de la acogida de la historiografía francesa
menos aciaga.
6 En todo caso, la suma de mi experiencia personal y generacional, en el marco de las
décadas de 1980 y 1990, y del territorio de la historia contemporánea, ha dado lugar a las
siguientes reflexiones críticas, impresionistas y parciales. No he intentado en ningún
momento pergeñar un texto teórico ni historiográfico, sino simplemente ofrecer algunas
ideas, en ocasiones a vuela pluma, con la simple voluntad de que sirvan como acicate para
una discusión seria y responsable entre historiadores, de la que nuestro país sigue
estando tan faltado y tan necesitado (comparto plenamente la observación de Gonzalo
Pasamar sobre «la excesiva autocomplacencia del gremio español, poco acostumbrado a
las críticas»7). En este texto quisiera tan sólo intentar, a la manera que describió hace
unos años Pierre Vilar, pensar históricamente, o, como ha formulado más recientemente
Cari E. Schorske, pensar en la historia pensando con la historia8.

II
7 Como ha quedado expuesto de entrada, la influencia francesa en la historiografía
contemporánea española a fines del siglo XX ha sido escasa. El declive coincide, no por
ninguna supuesta casualidad, con el final del régimen franquista y la Transición
democrática. ¿Cuáles son las causas de este fenómeno? Posiblemente sean muchas y
complejas, por lo que el asunto merecería un análisis historiográfico en profundidad.
Llevarlo a cabo no está, como ya he afirmado, entre mis intenciones; no obstante, no
quisiera dejar pasar la ocasión sin ofrecer algunas respuestas, aunque sea a manera de
esbozo. Las causas son múltiples y variadas, tanto de tipo interno como externo, tanto de
carácter estrictamente historiográfico como, más generalmente, culturales, políticas y
sociales.
8 Entre las causas externas, cuatro deben ser destacadas, teniendo en cuenta que el hecho
de tratarlas por separado es únicamente un recurso en aras de la claridad expositiva, ya
que todas están profundamente interrelacionadas. En primer lugar, Francia y, en
concreto, París, ha perdido el peso como punto de referencia, tanto político como
cultural, que había tenido en los sesenta y en los setenta (aunque coincido plenamente
con Félix de Azúa, en que desde mediados de los ochenta se observa un efectivo plan de
recuperación de la referencialidad cultural9). A este fenómeno han contribuido, visto
desde España, tres procesos cruzados: la competencia de otros mercados y otras ofertas;
el empuje de la cultura anglosajona, y la salida de nuestro país de la excepcionalidad
franquista. El segundo de los elementos a tener en cuenta es el lingüístico. El retroceso del
francés, frente a la extensión del inglés como primera lengua extranjera, es apabullante.
El fenómeno data en España de la segunda mitad de la década de 1970, y desde entonces
no ha cesado de consolidarse. Por experiencia propia puedo afirmar que la conjunción
entre desconocimiento de la lengua francesa por parte de los estudiantes universitarios y
escasez de traducciones convierte en extremadamente complicado intentar que alumnos
de segundo ciclo y de doctorado conozcan el estado actual de la historiografía
317

contemporánea francesa. Las dos causas restantes aluden a temas más estrictamente
historiográficos, de sobra conocidos, cuya coincidencia ha multiplicado sus efectos: un
importante empuje por parte de la historiografía anglosajona –sobre todo en los
territorios de la historia económica y social, en especial en su vertiente marxista, y
también en el de la sociología histórica–, y una fase de interrogación, encerramiento y
una cierta desorientación por parte de la francesa, tras las denominadas Trente Glorieuses,
de 1950 a 198010. Carlos Antonio Aguirre Rojas ha aludido a una situación de libre y plural
competencia entre todas las historiografías del mundo que sustituye, a partir de 1968, el
monopolio historiográfico francés11.
9 Las razones internas no son menos trascendentes, y en alguna ocasión establecen
relaciones de causa o efecto entre ellas y para con las externas. Les voy a dedicar algo más
de atención que a estas últimas. Cuatro van a ser asimismo los elementos que pretendo
situar encima de una imaginaria mesa a fin de aportar algo de luz a la interrogación
inicial. Primeramente, el predominio de la historia militante durante la Transición
democrática y, aunque en menor medida, con posterioridad, muy especialmente en el
terreno de la historia social –entendida aquí como una especie de historia global 12.
Predominio, no universalidad13. Bajo el rótulo «historia militante» pueden incluirse unas
maneras de hacer historia marcadas por el marxismo y el revolucionarismo, por el
presentismo y el dolorismo, por la idea de que la historia debe estar al servicio de la
revolución y de la voluntad de cambiar el presente y el futuro, o bien por la priorización
de las revoluciones, revueltas y transformaciones, los partidos y movimientos de
izquierda y nacionalistas, los sindicatos y los obreros. Toques de alerta como los de Juan
Pablo Fusi, José Álvarez Junco o Manuel Pérez Ledesma tuvieron una repercusión limitada
14
.
10 Los ecos de esta historia que he llamado militante se mantenían todavía fuertes en
algunas universidades españolas a fines de los ochenta y a principios de los noventa.
Recuerdo, por ejemplo, que la primera vez que expuse en público, en un seminario con
algunos colegas historiadores (si la memoria no me falla, era en febrero de 1990), los
resultados de la investigación –que iba a convertirse en 1994 en mi tesis doctoral, y luego
parcialmente en un libro15 – sobre la modernización política vivida en el seno del carlismo
a finales del siglo XIX, dos de los asistentes me hicieron, al término de la sesión,
significativos comentarios. Uno, que había sido profesor mío, cuestionó la orientación de
mi tesis doctoral, ya que lo único realmente interesante que, en su opinión, podía
investigarse sobre el carlismo eran las bases sociales campesinas y los motivos de su
participación en las carlistadas –es decir, su naturaleza de movimiento popular y
revolucionario; el otro, ex compañero de estudios, me sugirió que moderara mis
comentarios sobre la modernización de la estructura política carlista finisecular, pues, de
lo contrario, según su particular visión militante, le haría el juego a la reacción. Huelga
añadir que hice caso omiso de estos comentarios. Como quiera que sea, reflejan unas
determinadas maneras de entender las funciones de la historia y del oficio de historiador
–pequeños episodios personales que ayudan a reconstruir, como escribiera Stefan Zweig
en plena segunda guerra mundial, una atmósfera espiritual16– que, afortunadamente, han
ido periclitando poco a poco. No puede extrañamos, por consiguiente, que la
historiografía española mirase por aquel entonces menos hacia Francia, en donde éstas no
eran las cuestiones fundamentales ni las formas principales de abordarlas, y mucho más
hacia otras latitudes, en especial Inglaterra. Jacques Maurice hizo referencia a
«l’anglomanie dominante dans les milieux intellectuels espagnols17».
318

11 Segundo elemento a tomar en consideración: la escasez de traducciones al castellano, en


los años setenta y ochenta, de historiadores contemporáneos franceses –el caso de
Vovelle, como ya he comentado, es algo atípico–, frente a las abundantes traslaciones de
autores anglosajones. Otra cosa fueron las traducciones de filósofos marxistas franceses y
demás por el estilo. Simplificando mucho, podría afirmarse que frente a algún que otro
libro de Marc Ferro, René Rémond, François Furet o historias del tipo de la de la vida
privada –Albert Soboul, en cambio, respondía más a los parámetros dominantes, y por eso
fue muy traducido–, podemos acceder, en castellano, a un sinfín de textos procedentes de
la escuela marxista británica, desde Edward P. Thompson a Eric J. Hobsbawm18. Por
contra, un historiador admirado por Hobsbawm y que ha sido comparado en infinidad de
ocasiones con Thompson, pero que es francés, no marxista y estaba ubicado, siguiendo la
clasificación de Peter Burke, en la tercera generación de Annales, Maurice Agulhon, no ha
visto ninguno de sus libros traducido en España –sí en América latina y Brasil, al igual que
en Gran Bretaña, Alemania, Italia o Japón19. En la última década del siglo y en lo poco que
llevamos del nuevo, parece que las cosas han cambiado un poco: piénsese, por poner sólo
algunos ejemplos –excluyo aquí a los hispanistas y a las ediciones aparecidas en América
latina–, en las traducciones de libros de autores como Alain Corbin, Pascal Ory, François
Furet, Mona Ozouf, Pierre Rosanvallon, Serge Berstein, Christophe Charle, Gérard Noiriel
o Antoine Prost, en editoriales tan diversas como Mondadori, Siglo XXI, Civitas, Cátedra,
Fondo de Cultura Económica o Alianza Editorial20. Un estudio, que está todavía por hacer,
sobre las líneas de publicación y de traducción de las editoriales españolas en el último
cuarto del siglo XX nos daría importantes pistas sobre las características y las evoluciones
de nuestra historiografía, así como sobre algunas de sus redes y estructuras de poder.
12 La tercera de las razones apunta a los hispanismos y a sus relaciones con la historiografía
española. Los dos más importantes, el francés y el británico, representan modelos
sensiblemente diferentes. A pesar de que John Elliott sostenga que hoy los hispanistas ya
no son necesarios21, una opinión que debe entenderse como diagnóstico positivo del
estado actual de la historiografía española, lo cierto es que han tenido durante todo el
siglo XX, y muy especialmente en el periodo franquista y en la Transición democrática,
una gran importancia. Jean-François Botrel ha hecho referencia al paso de un hispanismo
de sustitución a otro de cooperación22. No me parece necesario insistir en ello. El
hispanismo británico, surgido tras la Guerra Civil de 1936-1939 y de tradición liberal, tuvo
gran influencia en un espacio poco afectado por el militantismo que he descrito: la
historia política. El cultivo de este terreno en España recibió un destacado impulso en los
años setenta desde Gran Bretaña, por vía directa o indirecta. En Oxford se formaron, bajo
la batuta de Raymond Carr, historiadores como Juan Pablo Fusi, José Varela Ortega o
Joaquín Romero Maura. Los dos primeros han creado escuela en nuestro país. En cambio,
Romero Maura, que, según Ángela Cenarro, destacó en aquel ambiente por la hábil
combinación entre historia social y política y por su relevancia desde un punto de vista
metodológico23, no acabó dedicándose profesionalmente a la historia. Sin embargo, La rosa
de fuego (1975), su obra principal, es uno de los libros de historia más interesantes entre
los publicados en España en el último tercio del siglo XX, al que aún no se ha rendido todo
el merecido reconocimiento24. Confieso haber aprendido muchísimo con las lecturas de
este libro, así como en las apasionantes conversaciones mantenidas con su autor. Hace un
cuarto de siglo, José María Jover Zamora, tras constatar que para encontrar expertos
extranjeros sobre la época contemporánea española había que buscar sobre todo en
319

Inglaterra y Estados Unidos, ya advertía «cierta allure britanizante» en la historia del siglo
XX, muy centrada en la política, que se hacía en España25.
13 Si la historia política ha sido el campo preferido del hispanismo británico, y con ello ha
ayudado a llenar un espacio algo desasistido en España –también en la Francia de Annales,
es cierto, aunque menos de lo que a veces se quiere aparentar26–, el francés, en cambio, ha
destacado en otros ámbitos. De origen más antiguo que el británico, de finales del siglo
XIX –como explica en un excelente libro Antonio Niño27–, el hispanismo francés agrupa a
historiadores y a filólogos, y, en su dedicación a la época contemporánea, ha apostado
sobre todo por el estudio del siglo XIX y por la historia social y cultural. Las excepciones
existen –desde Gérard Chastagnaret y Albert Broder, con sus trabajos de historia
económica, hasta los libros dedicados al siglo XX por Jacques Maurice, Carlos Serrano o
Bartolomé Bennassar–, pero sólo son excepciones a unas tendencias generales. Por lo que
a las relaciones entre el hispanismo francés y la historiografía española se refiere, tres
aspectos deben ser apuntados. En primer lugar, el papel desarrollado por Manuel Tuñón
de Lara y los famosos coloquios de Pau, básico en el desarrollo del contemporaneísmo
español y el hispanismo francés del posfranquismo28. El segundo de los aspectos es el paso
del predominio de la historia social a la cultural, en una evolución no demasiado distinta
de la vivida más generalmente en Francia29. Uno de los últimos buenos productos que ha
ofrecido esta historia cultural es El nacimiento de Carmen, un libro escrito por uno de los
hispanistas más importantes, el recientemente fallecido Carlos Serrano30. El hispanismo
francés, con esta inclinación hacia lo cultural, ha estado cubriendo durante años algunas
zonas demasiado abandonadas por los contemporaneístas españoles: la educación, la
prensa, el libro o, entre otras, la fiesta. En tercer lugar, los hispanistas franceses y los
historiadores interesados en nuestro país han contribuido a la difusión en España, por
relativa que ésta haya sido, de autores y temáticas desarrolladas por la historiografía
francesa. Piénsese, por ejemplo, en Jean-Louis Guereña y los estudios de sociabilidad, o en
Stéphane Michonneau y los lugares y las políticas de memoria.
14 La última de las causas internas corresponde a las críticas y ataques recibidos por la
historiografía francesa por parte de algunos autores españoles influyentes, sobre todo de
Josep Fontana. Este historiador publicó en la revista catalana Recerques, en 1974, un
artículo titulado «Ascens i decadència de l’escola dels Annales», que sería traducido al
castellano e incluido, en 1976, en el volumen Hacia una nueva historia, junto a otros
trabajos de Charles Parain, Alfons Barceló, Pierre Francastel, Manuel Sacristán y Étienne
Balibar31. Se trataba de un texto muy duro –incluso Pierre Vilar, según cuenta Josep
Termes, recriminó a Fontana el exceso de dureza del artículo32–, que se convirtió para
muchísimos historiadores y estudiantes de historia españoles en la verdad sobre Annales y
sobre la historiografía francesa. El hecho de que el contenido del artículo fuese retomado
e incorporado por el autor, en 1982, en Historia. Análisis del pasado y proyecto social, iba a
ayudar enormemente a este hecho. No resultará ocioso recordar aquí la violencia verbal
desplegada por Miquel Barceló contra algunos de los que osaron criticar este volumen,
como Santos Juliá o Javier Tusell33.
15 El libro apareció siendo yo estudiante de primero de Historia, en el curso 1982-1983. Como
a muchos otros, me impresionaron la erudición y la claridad contenidas en aquellas
páginas, igual como ahora me conmueven la ingenuidad y la veneración –propias y,
también, inducidas por algunos profesores– con las que las leí. En aquel texto aprendimos
que Annales
320

es hoy una revista de considerable influencia y el portavoz de una corriente


historiográfica que se ha convertido en uno de los pilares de la modernización del
academicismo, sucedáneo del marxismo, que finge preocupaciones progresistas y
procura apartar a quienes trabajan en el terreno de la historia del peligro de
adentrarse en la reflexión teórica, sustituida aquí por un conjunto de herramientas
metodológicas de la más reluciente novedad y con garantías de «cientifismo».
16 Así empezaba el capítulo II. Supimos asimismo que era necesario distinguir a Marc Bloch
y el primer Luden Febvre «de las formulaciones hechas por los Febvre (desde 1941),
Braudel, Le Roy Ladurie y compañía». Sostenía Fontana que, si bien los conocidos como
terceros Annales estaban faltos de ideas, no lo estaban de intenciones, pues
la función ideológica –política– de los hombres de Annales no puede ser más clara y
su posición actual resulta coherente con el rumbo iniciado por Febvre en 1941.
Annales da buena acogida a todos los ataques contra los «mitos del progreso y de la
revolución».
17 La principal función de éstos
ha sido la de limpiar el terreno de soluciones alternativas, demostrar la inutilidad
de las revoluciones y desviar la atención desde los grandes problemas al «juego
oscuro» de las sociedades.
18 Descubrimos, finalmente, que por fortuna existía otra historiografía francesa, marxista,
que seguía la tradición de Labrousse y Soboul, y que tenía como representante destacado
a Pierre Vilar34.
19 En una mesa redonda sobre la historia de las mentalidades celebrada en Barcelona en
mayo de 1985, que reunió a Ricardo García Cárcel, Carlos Martínez Shaw, Josep M. Salrach
y Josep Fontana, este último empleó palabras bastante más gruesas: los historiadores de
las mentalidades son «una petita secta francesa, pertanyent tota ella a l’escola de les Annales»;
el libro La nouvelle histoire es «una enciclopèdia de l’autobombo»; Ariès, Le Roy Ladurie y otros
no hacen historia, sino literatura, «mala literatura»; Coutau-Bégarie al que, curiosamente,
se incluye en el mismo saco, no es más que un «subnormal»; la «escuela» ha dado
poquísimos trabajos serios –ahí se salvaba alguno de Vovelle– y
una gran abundància o d’assaigs vaporosos a la Ariès o de monografies
puntualíssimes sobre esdeveniments menuts. En suma, la mena de llibres que es
poden escriure sense necessitat de treballar gaire, fent còrrer la ploma;
20 y, para terminar, Fontana recomendaba no imitar a los historiadores franceses, ya que si
se quiere jugar
a fer de satèl.lits d’una cultura imperial, al menys no anem a triar-ne una que, pel
que fa a les ciències socials, està en plena decadència 35.
21 En obras posteriores, las andanadas contra el movimiento Annales continuaron,
complementadas con un feroz ataque a François Furet y a su entorno. En La historia després
de la fi de la història, un libro concebido a manera de guía de las corrientes historiográficas
del momento, se establece una clara diferencia entre la «escuela» de Annales –ya difunta,
cosa del pasado– y la nouvelle histoire, que no era más que una especie de degeneración,
por la que Fontana reconoce abiertamente su desprecio. Respecto a las mentalidades, se
resalta su indefinición y se asegura que en el intento de erigirlas en algo nuevo,
hi ha en part l’afany dels hereus d’Annales de continuar-se creient el melic del món,
combinat amb la seva habitual ignorancia del que es fa en altres llengües.
22 De Philippe Aries, en concreto, se destaca su estrechez de miras, el reaccionarismo y la
escasa fundamentación científica de su obra –este autor se ha convertido en uno de los
blancos preferidos de Fontana, que lo somete, tal como indicó Carlos Barros, a una
321

truculenta identificación con la historia de las mentalidades36. Sólo Vovelle y Chartier se


salvan parcialmente de la quema. Menos suerte tienen Furet y Ozouf, piezas claves del
«asalto revisionista» a la Revolución francesa. Ya en la primera página se nos recuerda
que Furet era financiado por la misma fundación americana de derechas que ayudaba a
Fukuyama37. De hecho, tanto Furet como otros historiadores situados en su órbita,
recibieron duros ataques en España en torno a 198938.
23 En el libro más reciente de Josep Fontana, La història dels homes, las alusiones a la
historiografía francesa sufren muy ligeras variaciones. Encontramos referencias a la
evoluciones de Annales y a la indefinición de la historia de las mentalidades, y no faltan
críticas a Le Roy Ladurie y Ariès, tanto historiográficas como sobre todo políticas e
ideológicas. Lo más sorprendente es la subida de tono respecto a Furet, fallecido en 1997.
Tras recordar que era hijo de un banquero, ex comunista y que había recibido
financiación de fundaciones de derechas, además de no poseer ni investigaciones ni
erudición sobre la historia de la Revolución, Fontana sentencia:
El comble del desvergonyiment arribaria amb el Dictionnaire critique de la Révolution
française (1988), dirigit per Furet en col.laboració amb una especialista de tercera
fila com Mona Ozouf, on els membres de la banda es permetien, per exemple,
d’excloure un nom com el d’Albert Soboul, l’obra d’investigador del qual en el
terreny específic de la historia revolucionària és superior a les del director, la seva
complice i la banda sencera sumades.
24 «Desvergüenza», «especialista de tercera fila», «cómplice», «banda»: términos que se
corresponden con el tono de irritación que, como ha señalado Justo Serna, recorre el libro
39
. El repaso finaliza con la constatación de que los historiadores franceses disponen hoy
de una influencia escasa en el mundo:
Tancats en una cultura massa local, la seva audiencia es redueix al seu país i a
alguns altres culturalment dependents, com Espanya, Mèxico, en menor mesura,
Itàlia40.
25 En el ejercicio de la historia de la historiografía no debieran tener cabida ni la rudeza –la
palabra es de Manuel Pérez Ledesma41–, ni las descalificaciones globales, ni los ataques
injustificados, ni el predominio de los argumentos políticos e ideológicos por encima de
los históricos. Y ahí se encuentran, precisamente, algunas de las características de la
presentación y la denuncia que Fontana ha hecho de la historiografía francesa de las
últimas décadas. No pretendo aquí salir en defensa de ésta –coincido en algunas críticas,
en otras muchas no, pero sobre todo no comparto las formas utilizadas para formularlas–,
sino poner de relieve que ha sido sometida a una arremetida que tiene muy poco que ver
con el necesario y serio ejercicio del debate historiográfico. La justificación de estos
ataques no es profunda, han escrito recientemente José Luis Gómez Urdáñez y Pedro Luis
Lorenzo, pese a que se recurra a los términos gruesos42. En un marco de discusión
normalizado posiblemente no sería necesario añadir –pero voy a hacerlo, ya que no estoy
nada seguro de que el español lo sea– que no me mueve ninguna enemistad ni inquina
contra Josep Fontana, que fue uno de mis profesores de doctorado, con el que he
colaborado43 y al que sigo considerando, a pesar de que nuestra vinculación haya
disminuido un poco con el tiempo, fruto entre otras cosas de mi individualismo y del
abandono del marxismo de los años de estudiante y postlicenciado, uno de mis primeros
maestros. Sus ingentes esfuerzos en hacer conocer en España la historiografía británica y
su magisterio, así como algunas de sus obras sobre el siglo XIX –las aportaciones de
Fontana en este terreno son muy superiores a las historiográficas–, como La quiebra de la
monarquía absoluta o La fi de l’Antic règim i la industrialització (1787-1868) 44, me parecen
322

fundamentales. Sea como fuere, las relaciones personales y los afectos no deberían ser
óbice para el debate de las ideas y la expresión de opiniones; confundir la crítica con el
ataque personal nos ha estado lastrando durante mucho tiempo.
26 El hecho de ejemplificar esta cuarta causa con el caso de Fontana no significa, sin
embargo, que solamente a él puedan atribuírsele argumentos y actitudes hostiles respecto
a la historiografía francesa. La influencia de sus opiniones fue, sin duda alguna, a finales
de los años setenta y en la década de los ochenta, enorme45. Así, por ejemplo, si se
consultan las páginas dedicadas a la escuela de los Annales en uno de los escasos libros
publicados en España en los ochenta sobre historia e historiografía, Introducción a la
historia, de Pelai Pagès, resulta que la principal fuente de referencia son los textos de
Fontana, ya sea el artículo de 1974 o la Historia, de 1982. Se le cita en 8 de las 19 notas a pie
de página; se califica su crítica a los Annales como «muy rigurosa», y se asegura, tras
afirmar que se parte de una perspectiva de materialismo histórico, al igual que Fontana,
que
la historiografía de los Annales –exceptuando a Bloch– sería fácilmente rechazable
casi en su totalidad para un marxista46.
27 Muchos fueron los profesores de universidad y de instituto y los estudiantes –en el área
de historia contemporánea, sobre todo, ya que las resistencias en moderna y medieval
fueron mayores–, que aceptaron el veredicto inculpatorio de Fontana sobre la
historiografía francesa. Y lo peor, lo difundieron y extendieron, simplificándolo
frecuentemente, sin tomarse siquiera la molestia de leer o conocer a los autores que se
estaba descalificando. La fe ciega, tan característica de aquellos años, se combinaba con la
dificultad de acceso a unos textos no traducidos. Es justo recordar, ya que todos tenemos
un pasado, que yo mismo puedo contarme entre aquellos estudiantes. A principios de
1988, con 23 años, publiqué una reseña en una revista catalana en la que haría referencia,
sin ninguna argumentación –¿para qué darla? ¡era evidente!–, a la «eixorca» moda de las
mentalidades47. Incluso estuve a punto de escribir un artículo sobre el tema con un
compañero de estudios. Releyendo aquel texto he tenido una sensación algo parecida a la
que narró magistralmente Jorge Semprún, al enfrentarse a sus viejos poemas de
exaltación de Pasionaria. Y al igual que él, «se me ha caído el alma a los pies» 48. Pero
incluso algunos historiadores bien informados, matizados y por los que siento gran
respeto y admiración, como Carlos Martínez Shaw –que, entrados los años ochenta,
tendría un papel importante, junto con García Cárcel, en la recepción de la historiografía
modernista francesa– o Borja de Riquer, repitieron aquellos argumentos49.
28 Afortunadamente, en la década final del siglo XX las cosas cambiaron bastante, lo que no
obsta para que, en algunas ocasiones, se sigan oyendo o leyendo opiniones no razonadas y
generalizadoras sobre la debilidad, el conservadurismo o la maldad intrínseca de la
historiografía francesa. Más de una vez he escuchado en boca de algún colega historiador
comentarios entre sorprendidos y algo suficientes sobre mi apego o admiración por
historiadores franceses. En algún caso, curiosamente, aquellos que los formulaban no
dudaban en aceptar, al mismo tiempo, productos historiográficos parecidos, pero
elaborados en Gran Bretaña, en Estados Unidos o en Italia, como los de Ginzburg, Davies,
Darnton o Thompson50. Sea como fuere, pese a haberme extendido en el análisis de esta
última causa, resulta igual de importante –aunque, es cierto, casi nunca ha sido
abiertamente planteada– que las demás. Únicamente teniéndolas todas en cuenta se
podrán obtener pistas fiables para explicar la escasa influencia francesa sobre la
historiografía contemporánea española a fines del siglo XX.
323

III
29 En el ámbito historiográfico catalán, en concreto, en el que me formé y al que he seguido
vinculado con posterioridad por razones profesionales –entre octubre de 1989 y marzo de
2001, por espacio de casi una docena de años, he sido profesor en la Universitat de
Girona–, sobresale una excepción al panorama descrito hasta aquí: la influencia de la
obra, la figura y el mito de Pierre Vilar. Ciertos aspectos podrían extenderse al conjunto
del entorno hispánico, pero no la totalidad. De entre la extensa obra del historiador
francés, algunos trabajos constituyeron –y todavía constituyen– textos de referencia
ineludible: piénsese en los tres volúmenes de La Catalogne dans l’Espagne moderne, o en los
libros Crecimiento y desarrollo, que recogía artículos publicados entre fines de los años
cuarenta e inicios de los sesenta, e Hidalgos, amotinados y guerrilleros, que haría lo propio
con textos de las décadas de 1960, 1970 y principios de la de 198051. Si se quiere
comprender adecuadamente la influencia de Vilar resulta necesario añadir, al valor
intrínseco de estos trabajos, un mínimo de tres elementos. En primer lugar, el amplio
impacto de alguno de sus libros –en concreto, de la Histoire de l’Espagne, aparecida en 1947
y que cuenta con numerosas reimpresiones, ediciones y traducciones, entre las cuales
destaca una al castellano, publicada en Francia en 195952–, que relataban la historia de un
país parcialmente sometido en aquel entonces a una manipulación y a un soterramiento
de su propio pasado. La obra de Vilar se convirtió, en segundo lugar, en un importante
estímulo para unos historiadores y unos aspirantes a serlo que querían profundizar en la
historia de España de los siglos XVIII, XIX y XX, marginada tras la ruptura historiográfica
de 1939 en favor de otras épocas más gloriosas53. Finalmente, su manera de hacer historia
iba a calar de manera profunda en una nueva generación, la del tardofranquismo, ávida
de marxismo, economicismo y de opciones comprometidas y supuestamente
revolucionarias. La combinación entre las aportaciones de Pierre Vilar y el estado de las
historiografías catalana y española durante la segunda parte del franquismo y en la
Transición democrática explican en buena medida, desde mi punto de vista, la influencia
e importancia de su obra y de su figura.
30 Los de mi generación hemos leído atentamente a Pierre Vilar, aunque, en general, desde
una inexorable distancia. En cualquier caso, nuestro Vilar es el de los libros de la época de
nuestros maestros, no el de los años de la España democrática. Es y seguirá siendo
preferiblemente el autor de La Catalogne dans l’Espagne moderne, de Hidalgos, amotinados y
guerrilleros o de los Assaigs sobre la Catalunya delsegle XVIII 54, y no aquel personaje que, en
los años ochenta, seguía anunciando de palabra y por escrito –véase, por ejemplo, el
manual que circuló profusamente por las aulas universitarias, Iniciación al vocabulario del
análisis histórico55– que Stalin había sido una de las personas que mejor habían analizado el
nacionalismo y la cuestión nacional; o que contaba a todos aquellos que quisieran
escucharle –como hizo en Gerona en julio de 1988, cuando participó en unos cursos de
verano–, impermeabilizado ante todas las evidencias, que Albania era la sociedad más
libre y modélica de Europa; o que, por último, ofrecía al público en 1995 un libro tan
esperado como insulso y mal editado, Pensar històricament. Reflexions i records 56. Existe, sin
embargo, una notable excepción: los ocho volúmenes de la Historia de Catalunya, que él
dirigió y prologó, y que vieron la luz entre 1987 y 199057. Las zonas oscuras de una
trayectoria no pueden empañar –aunque tampoco deban ser silenciadas– los claros que
forman una obra extensa, así como unas aportaciones e influencias en algunos aspectos
fundamentales.
324

31 Una obra importante y una figura interesante, ciertamente. Pero existe una tercera
vertiente sobre la que quisiera fijar la consideración: es lo que he venido en llamar el mito
Vilar. Voy a centrarme un poco en ello, ya que puede resultar menos evidente que lo que
he comentado hasta este momento. Pierre Vilar ha sido sometido, sobre todo por parte de
historiadores –aunque no exclusivamente–, a un proceso de mitificación personal e
historiográfica, que lo salvaguarda de todo intento de aproximación crítica y lo convierte
en fuente de autoridad. Una tríada de ejemplos ayudarán a ilustrar este fenómeno; los dos
primeros se inscriben en la categoría de momentos vividos, mientras que el tercero, entre
los contados. Uno nos remonta a fines de 1989 o principios de 1990, el primer curso en el
que impartí clases de historia en la universidad. Era en Gerona, en lo que entonces se
denominaba Estudi General, dependiente de la Universitat Autónoma de Barcelona. Yo
enseñaba Historia e Instituciones Económicas en el estudio de Empresariales –después de
aquel primer curso me incorporé definitivamente al estudio de Letras, en el área de
Historia Contemporánea–, y compartía despacho con algunos otros profesores. En aquel
espacio, un día expliqué a Ramon Garrabou que había terminado de leer un libro muy
interesante, recién traducido al castellano, escrito por un sociólogo francés –se trataba de
La distinction, de Pierre Bourdieu–, que contenía importantes elementos de reflexión para
un historiador58. En la conversación intervino una profesora de Historia Económica,
asegurando que eso no podía ser cierto pues Pierre Vilar le había dicho que Bourdieu era
un autor que no merecía la pena leer. La respuesta de Garrabou alivió un poco mi pasmo
de novel en la comunidad universitaria: «Tu –le espetó–, hauries de deixar de citar sempre
Vilar i començar a pensar per tu mateixa». De la segunda de las anécdotas no puedo precisar
la fecha, aunque sería entre 1991 y 1992. Con mi colega y amigo Àngel Duarte estábamos
hablando del trabajo de Julián Casanova, La historia social y los historiadores 59, que acababa
de publicarse, cuando entró en nuestro despacho la profesora antes aludida, cogió el libro
de Casanova, que no conocía, ojeó el índice alfabético y sentenció que era un producto
deficiente, pues casi no citaba a Pierre Vilar y, en particular, aparecía más el nombre de
Fuñón de Lara que el de éste. El argumento que esgrimí sobre la gran influencia de
Manuel Tuñón de Lara en el contemporaneísmo español no tuvo ningún efecto ante unas
afirmaciones que no admitían discusión racional. Era evidente que para algunos
historiadores, Vilar estaba adquiriendo un estatuto de una cierta sacralidad, en una
actitud estimulada o tolerada por no pocos miembros del gremio.
32 La última muestra se refiere a la revista de historia Recerques, que recibió hace algún
tiempo una extensa y elaboradísima reseña de Pensar històricament, redactada por el
profesor de la Universitat de València Justo Serna, muy crítica con el autor y el libro. En
los meses siguientes se sucedieron discusiones entre los miembros de la redacción y se
recibieron algunas presiones exteriores sobre la oportunidad y la conveniencia de que la
reseña viera la luz. Para solventar el problema se llegó a una solución de compromiso
consistente en encargar un par de comentarios más del mismo libro, a fin de intentar
diluir el de Serna. Este ejercicio de multiplicación de reseñas, inusual en esta importante
revista, podía justificarse apelando a la vinculación de Vilar con Recerques desde sus
inicios (de hecho, entre 1987 y 1990, se le habían dedicado tres números en homenaje, los
19,21 y 23). El texto de Justo Serna apareció finalmente, acompañado de otro de James S.
Amelang –la tercera reseña, que se había decidido encargar a otro profesor de la
Universitat de València, no llegó a elaborarse–, en el número 3560. La crítica a Vilar no se
consideraba conveniente, como no lo es nunca la aproximación razonada a los mitos. No
sorprende pues que, cuando el texto de Serna vio la luz en versión castellana,
325

aprovechando la aparición, también en castellano, del libro, la principal novedad –además


del título y algunas líneas sobre los cambios entre las ediciones– fuese la inclusión, a
manera de pórtico, de una cita del escritor Josep Pla:
Yo navego contra la corrupción de la corriente. Yo no soy un producto de mi
tiempo; soy un producto contra mi tiempo61.
33 ¿No es suficiente reconocer que la influencia de la obra y la figura de Vilar fue muy
importante en la España del franquismo y la Transición democrática –especialmente en
Cataluña–, y que algunos de sus trabajos son de una gran calidad, lo que le convierte en
un historiador de referencia? ¿Cuáles son las funciones del mito? Seguramente deben ser
muchas y variadas, pero no es la menor la de perpetuar una forma de hacer historia,
apegada al materialismo histórico, o, en el tema de la influencia de la historiografía
francesa que nos ocupa, la de erigirlo en modelo frente a otros historiadores franceses
repudiables, llámense estos Furet, Ariès, Le Roy Ladurie, Le Goff o Duby. ¿Cómo puede
entenderse, si no es de esta manera, el gran empeño puesto por Josep Fontana, en el
prólogo a una miscelánea de textos en homenaje a Pierre Vilar, en liberarle de la etiqueta
«annalista», distinguiendo claramente y con simplicidad entre una historia socialista, que
Vilar y Labrousse representarían, y una historia conservadora, la de la nouvelle histoire,
cuyos representantes
están, como la mayoría de los historiadores académicos del mundo, del lado de los
defensores del orden establecido, aunque su misión principal pueda ser la de
despistar al personal, haciéndoles olvidar que aceptar este orden significa también
aceptar el racismo de África del Sur, el genocidio de los campesinos de la América
Central o la lógica económica que engendra el paro en nuestros propios países? 62
34 Asimismo, ¿cómo interpretar, si no es desde este punto de vista, los recelos que creó entre
una parte de la clase histórica catalana la formación del Centre d’Estudis d’Història
Moderna «Pierre Vilar», impulsado, entre otros, por Carlos Martínez Shaw, Roberto
Fernández o Ricardo García Cárcel, que no eran considerados por algunos suficientemente
legitimados para utilizar esta marca?
35 Sin embargo, este mito es, como casi todos los mitos, poliédrico. Tiene también otra
función, que es la de ayudar a sostener una de las principales ideas del discurso histórico
dominante en Cataluña: la de la modernidad catalana en España y sus lógicas
consecuencias. Lo puso ya de manifiesto Josep M. Fradera en Cultura nacional en una
societat dividida, un libro atípico –en un mercado más bien poco dado a innovar y
arriesgar– y muy sugerente63. Este elemento, junto con una agradecida (re)lectura de la
simpatía vilariana (no le doy otro significado a la palabra en cursiva que el que le otorgó el
propio historiador francés) hacia el hecho nacional catalán64, le convierten en figura de
culto y referencia, no únicamente entre los historiadores catalanistas, sino también entre
algunos economistas y políticos. Cuando, en otro sentido, el presidente de la Generalitat
de Catalunya, Jordi Pujol, asegura, a preguntas de un historiador, que existe «una línia que
passa per Narcís Feliu de la Penya, Jaume Vicens Vives i Pierre Vilar, que és la que he seguit jo»,
nos ofrece las claves de una particular lectura de Vilar. Las obras de este historiador y de
Vicens Vives pueden convertirse, en consecuencia, en pilares de un proyecto nacional en
el que la historia tiene un papel básico65. Aunque a primera vista lo parezcan, las dos caras
del mito no resultan contradictorias. Coexisten e, incluso, llegan en algunos casos a
complementarse, en virtud de ese fenómeno pleno de conversiones, adaptaciones e
intersecciones, bastante arraigado entre la intelectualidad catalana –sobre todo entre
fines de los ochenta y mediados de la última década del siglo, coincidiendo con la resaca
por la caída del muro–, que el añorado Ernest Lluch, con su habitual ingenio, bautizó
326

como el «pujolismo-leninismo»66. ¿Cuáles son las líneas de filiación, en el terreno


historiográfico catalán, entre el «pujolismo-leninismo» y el «frentepopulismo» o «historia
progre» de las décadas de 1960 y 1970, descrito y analizado en algunos brillantes artículos
por Enric Ucelay da Cal?67 No es mi intención entrar ahora en esta cuestión, harto
compleja y polémica, pero la pregunta queda en el aire.
36 Estoy convencido de que resulta imprescindible no demorar por más tiempo la revisión
de la obra y del legado historiográfico de Pierre Vilar. Revisar significa simplemente
repensar y releer crítica, seria y libremente –una relectura de verdad, no la del creyente
que retoma su biblia, no la del escolasticismo68. No hay nada en mi propuesta de «rebelión
generacional», excepto que no se quieran considerar como características de una actitud
de este tipo la minusvaloración de las etiquetas, el libre debate y el combate contra toda
forma de dogmatismo. En 1985, en un artículo en el que se consideraba que revisar la obra
de Vicens Vives era una necesidad y un reto, Borja de Riquer escribía unas palabras que
vienen como anillo al dedo para ser recordadas a aquellos que puedan considerar mis
propósitos como osados e incluso heréticos:
Suposo que algú s’estriparà els vestits en llegir el títol d’aquest article [escribía
Riquer] i potser el considerarà una gosadia o una manca de respecte inacceptable.
Estem en uns temps que alguna gent simia amb facilitat quan qualsevol parla de
revisar quelcom, i molt més si es tracta de les interpretacions històriques que es
consideren inqüestionables. Comença a ser força sospitosa aquesta actitud d’aquells
als qui fa nota que hi hagi historiadors amb esperit crític i revisionista 69.
37 En el fondo, la clave del debate se encuentra en la sempiterna disputa entre la necesaria
normalización y la cómoda anormalidad.
IV
38 En la década de los noventa, como ya he escrito, las cosas cambiaron bastante en España
en el terreno historiográfico. Muchos han sido los que han hablado de crisis de la historia,
de caída de paradigmas o de creciente desorientación. El fenómeno no es exclusivamente
español, pero sí que adquiere aquí, al lado de aspectos perfectamente intercambiables con
cualquier otra historiografía europea, unas peculiaridades propias. Los fenómenos a los
que he aludido a lo largo de este texto tienen bastante que ver en ello. En el terreno de la
historia, crisis no significa catástrofe, como ha apuntado Julio Aróstegui, pudiendo ser
ésta «perfectamente generadora de una renovación, aunque sus alternativas tarden en
llegar70». Si lo que ha ocurrido debe ser calificado como una «crisis», no puede hacerse
otra cosa que alegrarse de ella, ya que ha sido una «crisis» de apertura, una cierta
«desorientación» que sustituye la segura «orientación» y el dogmatismo, una «crisis» que
ha conllevado necesarias y estimulantes dudas, diversidad y un aumento de las
posibilidades de debate y discusión. No oculto que mi generación ha contribuido en algo a
ello y que, a buen seguro, intentará preservar lo fundamental de este estado. De todas
maneras, no puedo dejar de preguntarme, como Santos Julia, si estamos realmente ante
una «crisis de la historia». Su respuesta es ilustradora:
La pluralidad de paradigmas, la eclosión de temáticas, los caminos cruzados, la
diversidad de interpretaciones del pasado, la apertura e indeterminación del futuro
constituyen la situación normal de la historia, como de toda ciencia social. Crisis
sería, en efecto, que por poseer un sólido paradigma explicativo y por creer que el
conocimiento del pasado es la llave del futuro pudieran seguir formulándose, con
idéntica gallarda seguridad, oráculos similares a los de Hobsbawm [Santos Julia se
refiere aquí a una cita sobre las bondades para el futuro de la revolución de 1917].
Esa sí que era una crisis y no la certeza de que poseemos un incierto saber sobre el
pasado y de que apenas sabemos nada del futuro71.
327

39 El estallido era necesario y las posibilidades que ha abierto deberían ser aprovechadas –no
considero descabellada la idea, formulada por Peter Burke, que la recomposición del
estallido, las nuevas historias, pueden conducirnos más cerca del inalcanzable ideal de la
historia total72. En el caso concreto de la recepción de la historiografía francesa en España
por parte del contemporaneísmo –la afirmación podría extenderse también a las
historiografías italiana, portuguesa, griega o alemana–, las posiciones de los años setenta
y ochenta se han debilitado en la década de 1990, dando lugar a mayores intercambios y a
un mejor conocimiento mutuo.
40 No quisiera terminar este texto sin añadir un par de reflexiones más, a modo de
conclusión y de forma poco más que telegráfica, que enlazan directamente con las dos
partes centrales del trabajo y que están a medio camino –¡una vez más la egohistoria!–
entre lo personal y lo historiográfico. En el apartado tercero he tratado sobre todo de la
historiografía catalana. En los últimos años, tras los debates y las peleas que la agitaron
durante la primera mitad de la década de los noventa, ha perdido el carácter de referente
dinámico en el marco hispánico, en favor de los núcleos valenciano y gallego o del grupo
formado por algunos historiadores de Madrid. Carlos Martínez Shaw y Àngel Duarte han
recordado, en sendos artículos, que los mejores momentos de los estudios históricos
catalanes han sido aquellos que han comportado un fructífero contacto con lo mejor de la
historiografía española (los nombres de Bosch Gimpera, Soldevila, Vicens Vives, Fontana
o Nadal lo muestran a las claras)73. Creo que tienen toda la razón. Yo, en particular, no he
concebido ni concibo, en mi quehacer como historiador, otra vía. El aislamento y la
reclusión, a pesar de la comodidad que comportan, no son a mi juicio positivos ni
conducen a nada significativo. Entre los que considero, por una u otra razón y en uno u
otro momento de formación, mis maestros, se encuentran Josep Fontana, Enric Ucelay da
Cal y Josep M. Fradera, pero también, especialmente, Manuel Pérez Ledesma y Julio
Aróstegui, además de Maurice Agulhon. De todos ellos he aprendido mucho y me han
ayudado, sin duda, a ser lo que soy.
41 El nombre de Maurice Agulhon nos conduce al segundo de mis comentarios finales, que
deriva del apartado dedicado al planteamiento de las causas de la débil influencia
francesa sobre la historiografía contemporánea en España a fines del siglo XX. Una vez
escribí sobre Agulhon, tomando prestada una cita de Georges Duby dedicada a Marc
Bloch, que
Il me suffit, pour me proclamer son disciple, de l’avoir lu 74.
42 T ras conocerle personalmente y haber coincidido y conversado en bastantes ocasiones –
en París, en Roma o en Madrid–, únicamente puedo reafirmar aquellas palabras. Y
agradezco a mi director de tesis, Josep M. Fradera –lo he comentado con él en varias
ocasiones–, que me recomendase, hace casi quince años, la lectura de La République au
village, que él conocía en su traducción inglesa75. Aquel libro me abrió las puertas a nuevos
planteamientos y a nuevos temas, pero sobre todo tuvo la virtud de provocar mi interés,
no solamente por el resto de obras de este autor y los trabajos sobre las sociabilidades,
que devoré con la voracidad que caracteriza la juventud –la frase es de Andrés Trapiello 76
–, sino por todo el contemporaneísmo francés, prácticamente desconocido en España en
los años ochenta. Y así cambié la opinión que me había(n) formado. Modificarla no
significa ni comporta dejar de ser crítico, sino acceder a la crítica a través del
conocimiento directo. Estoy convencido de que, en este nuevo siglo, cuando los años
setenta y los ochenta del anterior van quedando lejos y los noventa han venido cargados
328

de algunas esperanzas, las relaciones entre las historiografías francesa y española de la


época contemporánea están destinadas a intensificarse. Ambas saldrán ganando.

BIBLIOGRAFÍA

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NOTAS
1. Agradezco a los profesores Julio Aróstegui, Javier Burgos, Ángel Duarte, Josep M. Fradera,
Manuel Pérez Ledesma, Jean-Frédéric Schaub y Elisa Varela, los amables comentarios que han
permitido mejorar este texto.
2. P. NORA, «Présentation», p. 7.
3. M. DEVRIESSE, «Approche».
4. M. BLOCH, L’étrange défaite, p. 54.
5. M. VOVELLE, Idéologies et mentalités.
6. ID., La mentalité révolutionnaire; ID., La découverte de la politique.
7. G. PASAMAR ALZURIA, La historia contemporánea, p. 248.
8. P. VILAR, «Pensar històricament»; C. E. SCHORSKE, Pensar con la historia.
9. F. de AZÚA, La invención de Caín, pp. 66-70.
10. F. BÉDARIDA, «Postface», p. 420.
11. C. A. AGUIRRE ROJAS, La Escuela de los Annales, p. 148.
12. C. CHARLE (dir.), Histoire rociale, histoire globale?
13. J. URÍA, «La historia social y el contemporaneísmo español», pp. 95-96.
14. J. P. FUSI, Política obrera en el País Vasco; J. ÁLVAREZ JUNCO y M. PÉREZ LEDESMA, «Historia del
movimiento obrero».
15. J. CANAL, El carlisme català.
16. S. ZWEIG, El mundo de ayer. Memorias de un europeo, Barcelona, El Acantilado, 2001 (p. 264).
17. J. MAURICE, «Crise de l’histoire sociale?», p. 66.
18. H, J. KAYE, Los historiadores marxistas británicos.
19. J. CANAL, «Maurice Agulhon: historia y compromiso republicano». La clasificación de P. BURKE,
en La revolución histortográfica francesa, pp. 68-93.
20. A. CORBIN, El territorio del vacío; P. ORY (dir.), Nueva historia de las ideas políticas; F. FURET y M.
OZOUF, Diccionario de la Revolución francesa; F, FURET, El pasado de una ilusión; P. ROSANVALLON, La crisis
del Estado providencia; S. BERSTEIN, Los regímenes políticos del siglo XX; C. CHARLE, Los intelectuales en el
siglo XIX; G. NOIRIEL, Sobre la crisis de la historia; A. PROST, Doce lecciones sobre la historia.
21. Citado por J. ARÓSTEGUI, «El observador en la tribu», p. 26.
22. J.-F. BOTREL, «Las miradas del hispanismo francés».
23. A. CENARRO LAGUNAS, «Los historiadores británicos ante la España contemporánea», p. 94.
24. J. ROMERO MAURA, La rosa de fuego.
25. J. M. JOVER ZAMORA, «Corrientes historiográficas en la España contemporánea», p. 237.
26. J.-F. SCHAUB, «L’histoire politique sans l’État».
27. A. NIÑO RODRÍGUEZ, Cultura y diplomacia.
28. J. L. de la GRANJA SÁINZ y A. REIG TAPIA (eds.), Manuel Tuñón de Lara; AA. VV., Dedicado a Manuel
Tuñón de Lara; y J. L. de la GRANJA SÁINZ, A. REIG TAPIA y R. MIRALLES (eds.), Tuñón de Lara y la
historiografía española.
334

29. J.-F. BOTREL y J. MAURICE, «El hispanismo francés».


30. C. SERRANO, El nacimiento de Carmen.
31. J. FONTANA, «Ascens i decadencia de l’escola dels Annales».
32. J. TERMES, «La historiografía de la postguerra», p. 38.
33. M. BARCELÓ, «História per a no dormir». S. JULIÁ contestó en «Rèplica a Miquel Barceló», y
recibió una nueva respuesta de tono poco elegante por parte de M. BARCELÓ en «Qüestió de
noms», p. 96.
34. J. FONTANA, Historia. Análisis del pasado y proyecto social, pp. 200-213 (las citas textuales, en las
pp. 200-201, 201, 211 y 212).
35. Intervención de J. FONTANA en La Historia de les Mentalitats: una polèmica oberta.
36. C. BARROS, «La contribución de los terceros Annales», p. 112, n. 48.
37. J. FONTANA, La historia després de la fi de la historia, pp. 70-71, 90-91, 95, 103 y 107.
38. El medievalista Ruiz-Domènec recuerda, por ejemplo, las «diatribas contra Furet promovidas
en el entorno de Pierre Vilar». J. E. RUIZ-DOMÈNEC, Rostros de la historia, p. 199.
39. J. SERNA, «L’historiadorde guàrdia», p. 27.
40. J. FONTANA, La historia dels homes (las citas en pp. 262 y 289-290).
41. M. PÉREZ LEDESMA, «La memoria y el olvido. Manuel Tuñón de Lara», p. 28, n. 12.
42. J. L. GÓMEZ URDÁÑEZ y P. L. LORENZO CADARSO, En el seno de la historia, p. 15.
43. Cf. la realización, las cronologías y la traducción al catalán del libro de J. FONTANA, La época de
las revoluciones.
44. ID., La quiebra de la monarquía absoluta; ID., La fi de l’Antic règim.
45. Justo Serna y Anaclet Pons destacan también la importancia de la difusión al tratar de las
referencias poco favorables de Fontana a la microhistoria italiana. (J. SERNA y A. PONS, «El ojo de la
aguja», p. 94).
46. P. PAGÈS BLANCH, Introducción a la historia, pp. 205-212. Las citas en pp. 211 y 212.
47. J. CANAL, «Una visió renovadora del feudalismo català», p. 97.
48. J. SEMPRÚN, Autobiografía de Federico Sánchez, p. 19.
49. C. MARTÍNEZ SHAW, «L’escola dels Annales»; B. de RIQUER, «Problemes i reptes actuals», p. 93.
50. C. BARROS, «Historia de las mentalidades», p. 62.
51. P. VILAR, La Catalogne dans l’Espagne moderne; ID., Crecimiento y desarrollo; ID., Hidalgos, amotinados
y guerrilleros. Cf. R. CONGOST y N. SALES, «Bibliografía de Pierre Vilar».
52. P. VILA R, Histoire de l’Espagne.
53. G. PASAMAR ALZURIA, Historiografía e ideología.
54. P. VILAR, Assaigs sobre la Catalunya.
55. ID., Iniciación, pp. 183 ss.
56. ID., Pensar històricament.
57. P. VILAR (dir.), Historia de Catalunya. Los autores de los siete primeros volúmenes –el octavo
contenía una antología de documentos– fueron Joan Maluquer de Motes, Josep M. Salrach, Carme
Batlle, Nuria Sales, Josep Fontana, Josep Termes, y Borja de Riquer y Joan B. Culla.
58. P. BOURDIEU, La distinction. Sobre la obra de Bourdieu y los historiadores, cf. la mesa redonda
«Les historiens et la sociologie de Pierre Bourdieu», con intervenciones de Alain Corbin, Ariette
Farge, Christophe Prochasson, Christophe Charle y Pierre Bourdieu; y J. SERNA, «¿Perjudica
Bourdieu a los historiadores?».
59. J. CASANOVA, La historia social y los historiadores.
60. J. SERNA, «Et jo i les seves pertinences?». La reseña de James S. AMELANG, en las pp. 116-119.
61. J. SERNA, «La egohistoria de Pierre Vilar».
62. J. FONTANA, «Prólogo», p. 11.
335

63. J. M. FRADERA, Cultura nacional en una societat dividida, pp. 113-114. Cf. también, del mismo
autor, «Identitats i història».
64. P. VILAR, «El “fet català”». Sobre la “simpatía”, cf. ID., «¿Podem feria història d’un país sense
simpatía?».
65. Cf. la larga e interesante entrevista de Josep M. MUÑOZ a Jordi Pujol, en L’Avenç, 258, 2001, pp.
55-64 (la cita, en la p. 58); y J. PUJOL, La personalidad diferenciada de Catalunya.
66. Ernest LLUCH, «Pujolismo-leninismo», La Vanguardia, 13 enero 1994; ID., «Leninistas
pujolistas», La Vanguardia, 10 febrero 1994.
67. E. UCELAY DA CAL, «La historiografía dels anys 60 i 70»; ID., «Una visió de conjunt impossible?».
68. R. CONGOST, «1964-1994: Algunes lliçons de Catalunya dins l’Espanya moderna (I)».
69. B. de RIQUER, «Revisar Vicens».
70. J. ARÓSTEGUI, La investigación histórica, p. 130.
71. S. JULIÁ, «¿La historia en crisis?», p. 145.
72. P. BURKE, «Obertura», pp. 35-37.
73. Carlos MARTÍNEZ SHAW, «La Historia vista desde Catalunya», El País, suplemento Babelia, 14
marzo 1998; À. DUARTE, «Entre la ciencia i la pedagogía cívica».
74. G. DUBY, L’histoire continue, p. 20.
75. M. AGULHON, La République au village.
76. Andrés TRAPIELLO, Tururú... y otras porfías, Barcelona, Península, 2001 (p. 61).

RESÚMENES
En su condición de joven historiador, Jordi Canal presenta sus reflexiones personales sin
pretender ser el portavoz de su generación. Empezó su trayectoria de historiador cuando se
iniciaba el declive de la influencia francesa en el campo de la historia contemporánea. El empuje
de la escuela anglosajona con personalidades como Raymond Carr, las consecuencias de la crítica
marxista de la escuela de los Annales y también la transición democrática en España son los tres
factores principales que explican este declive. Otros factores son el problema de las traducciones
y la circulación de la información en el sistema universitario español. Sin embargo, en Cataluña
en particular, la difusión de la obra de Pierre Vilar permite matizar este balance y proponer un
futuro más alentador. De todas formas, es conveniente discutir cierto sectarismo de corte
marxista para superar las ambigüedades y las debilidades del debate historiográfico en España

Jordi Canal propose les réflexions personnelles d’un historien jeune, qui ne prétend pas incarner
à lui seul sa génération, arrivée à la pratique de l’histoire au moment où s’amorçait le recul de
l’influence française dans le champ de l’histoire contemporaine, outre les phénomènes de
traductions et de circuits universitaires. L’apogée de l’école anglo-saxonne, autour de
personnalités comme Raymond Carr, ou encore la critique marxiste de l’école des Annales,
conjuguées au climat politique de la transition démocratique expliquent cette situation. En
Catalogne, le rayonnement de Pierre Vilar demande de nuancer les premières analyses et d’offrir
un autre panorama. Cependant, dans tous les cas, la critique d’un certain sectarisme marxiste est
nécessaire pour lever les ambiguïtés et surmonter les faiblesses du débat historiographique en
Espagne
336

As a young historian, Jordi Canal presents his personal reflections rather than claiming to speak
for his generation. He began his career as a historian at a time when the French influence in the
field of contemporary history was waning. He identifies three principal factors in this decline –
the vigour of the Anglo-Saxon school with such personalities as Raymond Carr, the consequences
of the Marxist critique of the Annales school, and the democratic transition in Spain. Other
factors include the problem of translations and circulation of information in the Spanish
university System. However, in Catalonia especially, the dissemination of the work of Pierre Vilar
promises more hope for the future. At all events, he argues, there is a current of Marxist-inspired
sectarianism that needs to be addressed if we are to overcome the ambiguities and weaknesses of
historiographic debate in Spain

AUTOR
JORDI CANAL
École des Hautes Études en Sciences Sociales, Paris
337

V. – Final
338

La teoría de la historia en Francia y


su influencia en la historiografía
española
La théorie de l’histoire en France et son influence sur l’historiographie
espagnole
The theory of history in France and its influence on spanish
historiography

Julio Aróstegui

1 En España, como en el resto de los países de Europa y en buena parte del mundo
occidental, la influencia de la historiografía francesa desde el siglo XIX hasta el presente
ha sido bastante perceptible. La profesionalización relativamente temprana de la
historiografía en Francia, el papel relevante y, en la práctica, hegemónico, jugado por la
disciplina tras debates y forcejeos con otras ciencias vecinas1, su producción creciente de
obras, figuran entre las razones más visibles de esa prevalencia que han tenido la historia
y los historiadores2 en las ciencias sociales francesas durante la mayor parte del siglo XX y
de forma especialmente acusada en su segundo tercio, y, en consecuencia, de su
influencia exterior.
2 La influencia de la historiografía francesa en España obedece, por su parte, a un primer
tipo de causas que, sin duda, son compartidas por el mismo fenómeno en otros lugares –
en Italia o en Hispanoamérica, por ejemplo–, pero existen también algunas otras más
específicas de esa influencia entre nosotros. La cercanía geográfica, la imagen
ejemplificadora operante igualmente en otros ámbitos del pensamiento, el arte, la
ciencia, etc., la debilidad de la historiografía académica española, incapaz de crear una
«escuela nacional», como se ha dicho, serían algunas de estas razones particulares.
3 Naturalmente, no puede hablarse de una exclusiva influencia francesa en España. En la
historiografía española, desde el último cuarto del siglo XIX y durante buena parte del xx,
ha dejado una sistemática y persistente huella e influencia, en todos los campos de la
investigación histórica, la gran historiografía alemana del XIX y del primer tercio del XX.
339

Seguramente, en los años veinte, Alemania influyó aquí en mayor medida que Francia.
Pero desde entonces, y con insistencia después de la segunda guerra mundial, la
influencia predominante fue la francesa, a través de dos líneas principales, la de los
Annales y la importante historiografía marxista producida también en aquel país. Como
abriendo paso a un tercer ciclo de estas influencias en poco más de un siglo, hay que
reseñar que en el último cuarto del xx la influencia anglosajona ha dejado notar su
creciente peso, de forma paralela a lo ocurrido también en otras historiografías
occidentales.
4 El presente trabajo pretende hacer un análisis selectivo, no exhaustivo, claro está, de lo
que la influencia francesa que señalamos ha deparado en un campo preciso de la
producción historiográfica como es el de la reflexión conceptual, disciplinar y
metodológica también, sobre la historia y la historiografía para lo que hoy se impone ya el
rótulo de «teoría de la historia», expresión que tiene, por lo demás, una rancia solera 3. La
especulación conceptual de este tipo está hoy claro que no ha de atribuirse en manera
alguna, ni en exclusiva ni primordialmente a la filosofía, ni a la tradicional «filosofía
sustantiva» de la historia, ni a la más moderna «filosofía analítica» o, más claramente, a la
especulación epistemológica sobre el trabajo del historiador4. Tampoco es una tarea que
puede ser confundida con el trabajo de la teoría social o teoría de la sociedad, aun cuando
son incuestionables sus puntos de contacto con este tipo de construcción teórica, sino que
es la historiografía misma, los profesionales de la investigación histórica, como una
dimensión más de su trabajo, los que deben insistir en la teorización de su objeto.
5 Las concomitancias entre este tipo de operaciones y la investigación empírica son altas,
innegablemente, de la misma forma que la teoría de este género nunca puede presentarse
enteramente disociada de la reflexión metodológica, de la atención a las relaciones del
campo de lo histórico con otros enfoques del análisis de la sociedad y, en definitiva,
tampoco de la atención muy directa a la propia historia de la disciplina, la historia de la
historiografía. Por lo común, ninguno de los grandes creadores y los exploradores de
nuevas vías para la historiografía, desde su fundamentación en el siglo XIX, han dejado de
prestar atención a los problemas teórico-metodológicos, pero es un sentimiento común el
de que en esta disciplina la disquisición teórico-metodológica no ha sido nunca suficiente
ni debidamente productiva.
6 Un género de asuntos como éste es inevitablemente disperso, pero ocupa dentro de la
tradición historiográfica reciente un lugar bien definido, aunque, en efecto, no todo lo
cultivado que desearíamos. Conviene advertir asimismo que vamos a aplicar al análisis en
perspectiva histórica un lenguaje y una manera de entender este tipo de trabajo que es el
nuestro de hoy y que seguramente estaría lejos de los previamente empleados por ciertos
de nuestros antecesores que aparecerán en estas líneas. Aunque la expresión «teoría de la
historia» tuvo un pronto uso en ciertos medios, la utilizó poco la tradición historicista y
ni siquiera la emplearon con ese rótulo los fundadores de los Annales, lo que constituye
una prueba más, si se quiere, de la debilidad «teórica» propiamente hablando de los
grandes maestros de la escuela5. Tampoco sería ese el lenguaje de nuestro Rafael Altamira
y ni siquiera el de Jaime Vicens. Muchos de los historiadores españoles preocupados de
los problemas fundamentales del conocimiento histórico, aunque no todos, hablarían de
metodología pero la relacionarían escasamente con el problema metodológico general del
estudio de la sociedad, con los problemas propiamente epistemológicos o con los de la
naturaleza de lo histórico. Sin embargo, no parece dudoso, ni tiene alternativa seria, que
340

con nuestro propio lenguaje podamos captar la obra de estos predecesores, estudiar sus
influencias y clarificar su expansión.
7 No andamos sobrados de estudios sobre la historia de la historiografía española, pese a lo
que ya han aportado algunas investigaciones recientes y meritorias6. Pero, de otra parte,
debe reconocerse que tampoco la historiografía española del último siglo, y cabe decir lo
mismo del XIX, ha andado sobrada de dedicación a los estudios de teoría historiográfica,
de definición metodológica, siempre con algunas señeras excepciones de las que
hablaremos después. Mientras que en Francia, nuestro país de referencia, la práctica
historiográfica directa ha ido acompañada por parte de numerosos autores de la reflexión
y especulación digamos «constitutiva», fundamentadora, el caso entre los historiadores
españoles es mucho menos claro. Más bien es el contrario: son francamente escasos los
grandes historiadores que se han detenido en este tipo de reflexiones y han escrito sobre
ellas.
8 Nuestra contribución se limita, pues, porque ese es su estricto objetivo, al tratamiento de
los autores y las obras españolas dedicados al análisis teórico de la historia y de la
historiografía, que han reflexionado sobre el método y que han aportado algo o mucho al
progreso historiográfico en este preciso campo, con independencia de su obra en
historiografía positiva, en la investigación histórica concreta. El periodo cronológico al
que nos referimos estará comprendido entre el momento en que la influencia que
estudiamos empieza a tener una plasmación relevante, es decir, el que comienza con la
recepción efectiva y operativa de la historiografía francesa, en torno a los años ochenta o
noventa del siglo pasado, y la actualidad.
9 Por cuestiones de pertinencia efectiva, y también afectiva, en aras de no irrumpir en
terreno de la crítica académica sobre la producción que se publica en el momento actual,
hemos considerado preferible no considerar a los autores cuya obra se halla aún en pleno
desarrollo. Acerca de ellos sólo haremos en algún caso específico, y por razones sobre
todo ilustrativas, comentarios muy puntuales o meras citas bibliográficas. Hemos
preferido referir nuestros comentarios a historiadores ya fallecidos o ciertamente
retirados de la actividad académica y entre ellos hemos reducido nuestro análisis a unos
cuantos que resultan particularmente ilustrativos para la pesquisa que se realiza aquí.
También hay para ello razones de espacio y de información. Estamos convencidos de que
las líneas generales de las conclusiones que cabe extraer del análisis no se resentirán por
esta opción de forma improcedente.
10 En consecuencia, los párrafos que siguen están dedicados al comentario de la aportación
teórica y crítica española en la que se detecta una clara huella de la historiografía
francesa, aunque ésta no sea exclusiva, de unos pocos historiadores que pueden resultar
paradigmáticos en ciertas tendencias que describiremos también someramente. El rastreo
de la influencia de la historiografía francesa lo ejemplificaremos en algunas de las figuras
más destacadas de aquel país: Gabriel Monod, la obra conjunta o separada de Seignobos y
de Langlois, de Lavisse, Berr, Bloch, Febvre, Braudel, Vilar o Le Roy Ladurie. Influencias
secundarias pero también efectivas pueden verse de los trabajos teóricos de autores como
Marrou, Foucault, Delumeau, de Certeau o Ricœur.
341

La recepción de influencias a principios de siglo XX


11 Desde los finales del siglo XIX y al menos hasta la segunda década del XX se opera en
España el proceso de establecimiento y consolidación de una disciplina moderna de la
historiografía en una trayectoria que no difiere en su propia morfología básica de lo
sucedido en el ámbito de otras historiografías nacionales europeas. En el caso español, la
relativa singularidad estriba, tal vez, en la debilidad de esta profesionalización de la
historia como fenómeno inserto o como caso particular del propio escaso desarrollo de la
ciencia española del siglo XIX, un fenómeno, por otra parte, que los propios eruditos
españoles, comprendidos, claro está, los historiadores, no dejarían de señalar 7. Las
corrientes más críticas, como el regeneracionismo de impronta krausista o la ciencia
española más afecta al positivismo, detectarán ya esta dificultad de formalización de una
ciencia social española.
12 La creación de una historiografía profesionalizada, superadora, en definitiva, de la
retórica y la dedicación en buena parte literaria de la historiografía liberal decimonónica,
debe ser puesta en relación con la obra de eruditos como los institucionistas, Azcárate,
Hinojosa, Costa y, en particular, con el sabio que lleva más adelante esta obra en el
periodo que estudiamos, Rafael Altamira. La historiografía española carece, en el tránsito
de los siglos XIX a XX, de grandes definidores de la nueva ortodoxia de la disciplina, al
estilo de los Lamprecht o Bernheim, de los Monod o Seignobos, de los Croce, los Buckle o
los Macaulay, pero sus mejores eruditos no están enteramente ausentes de lo que aporta
esta nueva época historiográfica, marcada por la huella de la profesionalización y el
esfuerzo de crear una disciplina científica de la historia, en la línea del modelo de ciencia
que pondrá en circulación el positivismo en la versión que afecta al estudio de los
fenómenos sociales. Las influencias externas que son perceptibles en el momento en que
empieza a constituirse en España la disciplina universitaria de la historiografía proceden
en lo fundamental de dos ámbitos, el de la brillante tradición decimonónica de la ciencia
alemana de la historia y el de la nueva historiografía francesa que va a nacer desde los
albores de la Tercera República.
13 Para limitarnos al caso de la difusión de las reflexiones «constitutivas», conceptuales o
metodológicas de la nueva disciplina de la historia, cabría señalar que la influencia
alemana va a llegar especialmente, aunque no de forma única, a través de las ideas
derivadas de la enormemente difundida obra de Ernst Bernheim como lo sería
posteriormente la de W. Bauer. La edición original de E. Bernheim aparece en Leipzig en
1894, pero la obra tarda mucho tiempo en servertida al castellano, pues no lo será hasta
1937 en las difíciles condiciones de la Guerra Civil. La de W. Bauer, por lo demás, no lo
sería antes, traducida por Luis García de Valdeavellano, y ejercería influencia hasta época
bien reciente al aparecer en español después de la Guerra Civil.
14 La influencia francesa, por su parte, encuentra, sin duda, un punto de arranque revelador
con la creación y difusión de la Revue historique pero se materializa especialmente a fines
del siglo cuando empieza a llegar el eco de obras muy difundidas también como las de
Langlois y Seignobos, vertidas al castellano bastante antes que las alemanas por obra del
benemérito editor Daniel Jorro. La recepción de las influencias francesas y alemanas
tardaría mucho tiempo en decantarse a favor de una de ellas, en un fenómeno análogo
también al que se desarrollaría en otras historiografías europeas cuyo caso más ejemplar
es quizás el italiano.
342

15 A principios del siglo XX, como ha señalado muy bien José Antonio Maravall, se produce
en España una interesante profusión de debates y de derivaciones conectados con la
efervescencia en toda Europa que produce el nacimiento de una nueva ciencia de la
historia8. Se producirían entonces estudios de interés sobre la fundamentación de la
historiografía. Así, el de Menéndez Pelayo y La historia como arte (que es un discurso); los
trabajos de Dorado Montero, en su cátedra de Salamanca, sobre el carácter científico de la
historia. El ilustre arabista Julián Ribera, uno de los eruditos de más personales ideas,
publica Lo científico en la historia y Rafael Altamira sus influyentes Cuestiones modernas de
historia, por no citar sino los casos más relevantes. El polifacético estudioso y político
Gumersindo de Azcárate había hecho un discurso sobre el Concepto de la sociología para el
ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Años después, en 1910, pronuncia
otro, Sobre el carácter científico de la historia, para el ingreso en la Real Academia de la
Historia. En todo este movimiento es claramente perceptible la huella diversa de los
debates europeos.
16 Nuestro comentario detenido está obligado, sin embargo, a ser selectivo. Nos
detendremos en la obra que parece del máximo interés para ilustrar este momento clave
de la historia de la historiografía española, la que lleva a cabo uno de nuestros más sólidos
historiadores, Rafael Altamira y Crevea, trabajador en muy distintos campos de la
investigación y que es al tiempo el más preocupado en España por la fundamentación
conceptual y metodológica de la historiografía con anterioridad a la Guerra Civil. En la
obra de Altamira cristalizan esas diversas influencias de las que hablamos.

Rafael Altamira: un erudito de formación diversa


17 La figura y la obra de Rafael Altamira (1866-1951) resultan aquí de un alto interés por
cuanto nuestro autor resulta un ejemplo de lo que supone variada recepción de estímulos
externos –y de contacto activo con ellos– entre los que la huella francesa ocupa un lugar
importante aunque no sea exclusiva. Altamira parece como un crisol en el que vienen a
entremezclarse y fundirse las influencias posibles en la Europa de comienzos del siglo XX,
en una trayectoria que continuará acumulando sus hallazgos hasta los años treinta.
Nuestra intención se limita aquí al análisis de lo que Altamira produjo en materia de
teoría historiográfica y de método, y también de didáctica, a través de la consideración de
algunas de sus obras fundamentales en las que se contienen sus posiciones principales.
Conviene advertir, por tanto, que no nos ocuparemos de otros importantes aspectos de su
obra, muy extensa, variada y dilatada en el tiempo y que ha sido objeto de otros estudios,
varios de ellos de gran interés9.
18 Altamira fue, indudablemente, el historiador español de comienzos de siglo más
preocupado y mejor informado acerca de lo que la historiografía coetánea producía en
Europa. Aunque, como decimos, no sea la única, la recepción que se refleja por parte de
Altamira de la transformación que se estaba produciendo en la ciencia histórica del
momento, transformación decisiva para el futuro, es de extrema importancia para el
desarrollo de la historiografía en España. La presencia de lo francés es en ello de
inocultable trascendencia. Un estudioso reciente de la obra de Altamira ha señalado que
las principales influencias [en él] fueron las francesas entre las que destacan las de
Seignobos, Lavisse, Monod, Langlois y Renan. También asumirá la influencia
alemana de Bernheim y la inglesa de Buckle10.
343

19 En 1889-1890, visitaría París donde se puso en contacto con algunos de los más
importantes historiógrafos franceses del momento, entre ellos Victor Langlois y Charles
Seignobos. De su visita a la École des Hautes Études, nos narra Altamira una anécdota muy
significativa. Allí, el profesor Giry le dice «¡Es tan raro que vengan españoles por aquí!» 11,
y el mismo erudito comenta algo no menos interesante ante su colega español, en el que,
sin duda, causa impacto. Se trata de una opinión sobre Alemania:
¿Quiénes pueden llamarse con más justo título maestros de la historiografía
moderna, sino esos alemanes a cuyas cátedras han ido a aprender los hombres
nuevos de todas las naciones y cuyos métodos de trabajo prevalecen en el mundo
entero?12
20 Y añade:
En tantas cosas (más de las que creen los galófobos [sic]) 13 somos hijos intelectuales
de Alemania [...].
21 Todo este pasaje está recogido en unas páginas brillantes de Altamira en las que sin
acritud censura la insignificancia de la ciencia española, mientras que en el mundo
existían algunos eruditos que sabían algo de ella.
22 Desde fines del XIX, Altamira gusta de escribir y difundir las crónicas científicas de los
congresos internacionales en los que está presente, así el de 1900 en París y el de 1903 en
Roma, En este último se pretendió hacer un balance de los últimos cincuenta años de la
historiografía en Europa y América (de las ciencias históricas, en un lenguaje que se ha
mantenido hasta hoy en tal tipo de reuniones), pero fue un objetivo que no se cumplió,
comentará Altamira. De hecho, el congreso se ocupó más de la organización del trabajo
científico que de su propio objetivo directo. Es bastante aleccionadora la crónica que hace
Altamira en la que expresa con claridad la escasa presencia de profesores españoles y el
mínimo interés que en los medios oficiales de la educación en España despertaba una
reunión como aquella14. Las cosas que dice sobre la falta de presencia de los historiadores
españoles en el congreso de Roma de 1903 son clamorosas. Y mucho tardarían en cambiar
algo las cosas.
23 De la misma forma, Altamira fue también un atento y asiduo seguidor de la bibliografía
internacional a la que dedicó en sus libros amplios espacios y comentarios 15. En sus
Cuestiones publica una extensa «literatura de la metodología» 16. Seguramente fue él de los
pocos historiadores españoles conocido en ambientes no españoles y llamado a la
colaboración en foros internacionales. De ello dan fe tanto las traducciones de sus obras
como su intervención en algunas obras colectivas y en un pequeño manual también de
alto nivel, con historiadores muy conocidos de la época, sobre La enseñanza de la historia,
que tradujo y publicó en España Espasa-Calpe17.
24 Participó en la comisión de intelectuales españoles que visitó Francia en 1916 en plena
guerra europea, de la que formarían parte también Menéndez Pidal, Azaña y Américo
Castro, entre otros, representantes todos de una opinión claramente francófila. Menéndez
Pidal había tenido contactos intelectuales importantes en Francia y completó su
formación en la Sorbonne con Gaston Paris y en Toulouse con Ernest Mérimée. Manuel
Azaña había sido becado en Francia, a su vez, por la junta de Ampliación de Estudios. Los
contactos franceses de Altamira le llevaron a colaborar con frecuencia en la Revue
internationale de Renseignement y a ser miembro correspondiente del Instituto de Francia.
25 Altamira vendría a ser historiográficamente, al menos en sus primeros pasos, un discípulo
relativamente lejano de Gabriel Monod al que dedicaría un libro18. Pero entre los maestros
344

franceses a los que utiliza figuran ya muy pronto tanto Philippe Sagnac como Charles-
Victor Langlois del que cita con alguna profusión «L’histoire au XIXe siècle» publicado
como parte de las Questions de l’histoire de l’enseignement 19. También recibe la influencia de
Paul Lacombe, otro de los expositores franceses de los problemas de teoría de la historia a
finales del XIX20, como veremos después.
26 Todos los estudiosos de Altamira han destacado el hecho de que nunca llegó a ver
publicado un gran tratado completo de teoría y de método de la historiografía, un asunto,
sin embargo, al que dedicó una importantísima parte de su obra y para cuya
documentación estuvo reuniendo materiales toda su vida. En esas condiciones, hay
coincidencia también en que las obras de partida para el conocimiento de su obra son
textos como La enseñanza de la historia, Cuestiones modernas de historia, De historia y arte y
algunas menos importantes y de mucho menos valor, como la de 1916 Filosofía de la historia
y la publicada póstumamente en México Proceso histórico de la historiografía humana21.
27 De la obra Cuestiones modernas de historia puede decirse que es la clave para conocer el
pensamiento historiográfico de Altamira desde finales del siglo XIX a mediados de los
años treinta del XX, pues de ella se hicieron dos ediciones, muy ampliada la segunda,
entre esas fechas límite22. Cabe señalar que aunque la lectura de esta obra no deje de
producir algunas perplejidades, resulta de especial relevancia, desde luego, para emitir un
juicio. Parece claro que la obra fue escrita, en su primera edición cuando menos, con un
talante más descriptivo del «estado» de los conocimientos historiográficos que otra cosa.
Sus citas de autores coetáneos y anteriores son amplias y eruditas, incluye un extenso
repertorio de cuestiones tratadas por la historiografía del momento, pero en ningún caso
se expone una doctrina, por lo que el lector de hoy tiene la sensación de que Altamira
dejó intencionadamente una gran cantidad de cuestiones abiertas, como si su ánimo no
fuera realmente exponer un criterio personal sobre ellas.
28 Por lo pronto, Altamira afirma con acierto que el siglo XIX, mejor que su tópica
calificación de «siglo de la historia», como si lo decisivo fuera el aumento de la
producción de libros, debería ser tenido por el tiempo en que se crea un método histórico,
se modifica el concepto de historia y se amplía el contenido de la historia humana. El libro
comienza ya con una primera cita de Langlois y se refiere después a la Introduction aux
études historiques de Langlois y Seignobos, que conoce en su primera edición francesa en
1898. El elogio que hace de ella le lleva a decir que su labor crítica ha cambiado las
condiciones del estudio histórico23. Altamira sabe captar en las nuevas conceptuaciones
francesas lo que tienen de superadoras de cierto estancamiento alemán y, en bastantes
aspeaos, «sigue esencialmente a los franceses»24.
29 Conoce también otras obras teórico-metodológicas del momento, como la de Letelier La
evolución de la historia, que aparece en 1900 y que tiene indudablemente mucha menos
influencia.
30 Las citas eruditas continúan en todo el texto, colocando a Taine entre los autores de
«color local» y deteniéndose en la consideración del esfuerzo del siglo XIX por descubrir y
establecer unas «leyes de la historia», con citas del autor rumano muy conocido y
considerado entonces en Francia, A.-D. Xénopol, al que cita por la primera edición de su
obra Principes fondamentaux de l’histoire publicada en París en 1900, que en su segunda
edición de 1908 se convertiría en su Théorie de l’histoire. Xénopol, por lo demás, adquirió
también un cierto predicamento en España donde sería traducido y publicado por Daniel
Jorro25. Xénopol, que basaba su fundamentación historiográfica, según propia
declaración, en la consideración conjunta de los autores franceses y alemanes –como las
345

dos escuelas hegemónicas del momento (para nada alude a lo anglosajón)–, fue criticado
en España, sin embargo, en una serie de artículos del arabista y ocasional metodólogo
Julián Ribera aparecidos en la Revista de Aragón.
31 Xénopol mantenía la idea de que la historia era una ciencia, pero ciencia de los hechos y
del «modo sucesivo» de ellos frente a las ciencias de los hechos del «modo de repetición».
Altamira consideraría errónea esta posición por exagerada, pero tampoco expondría una
visión alternativa, limitándose a señalar que la historiografía había ampliado
grandemente su contenido alcanzando un nuevo nivel con la conceptuación de la
«historia de la civilización». Refiriéndose de nuevo al manual de Langlois y Seignobos, del
que dirá significativamente que es «el más conocido entre nosotros y sin duda uno de los
más característicos», le acusa de haber segregado de su consideración la «historia política
externa», manteniendo que la historia de las civilizaciones no tenía por qué excluir tal
aspecto. Los teóricos y metodólogos alemanes de la historia discutían, por el contrario,
según Altamira, el valor que cada cosa debía adquirir. A él le parecía que este debate era
un importante episodio en la construcción del concepto de Historia. Con sagacidad,
opinaba también que existían muchas discusiones baladíes acerca del legado del siglo XIX
al XX.
Falta el libro que realice prácticamente esa idea orgánica del proceso histórico
32 dirá , en un evidente arrastre de su formación krausista. En definitiva, el XIX
26

representaba para Altamira el triunfo del método histórico en todas las una idea que
repetiría luego en sus obras de senectud, no muy afortunadas del todo, ciertamente,
escritas en el exilio mexicano27, y que ha vuelto a repetir después un autor español como
José Antonio Maravall28,
33 Otro de los asuntos importantes abordados por Altamira en sus Cuestiones modernas de
historia es el «problema del genio y la colectividad en la Historia», es decir, el extremo
debatido reiteradamente en el campo historiográfico de la atribución que quepa hacer al
papel del individuo o al de la colectividad como un todo en la acción y los resultados de la
actividad histórica. Su texto primitivo había sido escrito en 1898 y sería revisado después.
Detectaba que el pensamiento más actual había venido a establecer que frente a la idea de
las grandes individualidades el sujeto de la historia es colectivo. Tal era el caso de autores
como Macaulay, Spencer y Lamprecht. No obstante, habían reverdecido ahora las ideas de
Carlyle y Emerson sobre el «genio» (los «héroes» de Carlyle). Al tratar de este tema, la
erudición de Altamira se prueba en su cita alternativa de autores franceses, alemanes o
americanos y a propósito de esta polémica el conocimiento que demuestra de la
bibliografía es muy amplio y sólido.
34 Con referencia a las «cuestiones palpitantes», que ocupan el capítulo tercero de la obra,
dirá que el asunto esencial que discuten los historiadores en este momento no es ya el
genio y la colectividad, la historia de la civilización y la lucha entre las teorías de la raza y
el medio, cuestiones más bien de sabor viejo, sino
el valor de la teoría evolucionista aplicada a la historia humana; el concepto de
materialismo histórico29 y las condiciones científicas del conocimiento de esta clase 30.
35 El tema era de indudable calado. La cuestión del evolucionismo llevaba, según el autor, a
la del inconsciente en la historia a través de la alternativa básica acerca de qué es la clave
de los hechos humanos: lo consciente o lo inconsciente. En cuanto al tema del
materialismo histórico, Altamira lo había tratado ya en relación con la historia del
derecho español.
346

36 Es evidente que a toda la tradición intelectual que portaba una cierta carga idealista
heredada del siglo XIX, representada, entre otros, por Adolfo Posada, Hinojosa o Altamira,
no le era simpático el marxismo, lo que entonces se conoce como «materialismo
histórico», tratado en estas cuestiones palpitantes y al que Altamira sigue considerando
como una «filosofía» de la historia y no otra cosa31. Lo particular y algo sorprendente es
que Altamira recurra a la autoridad de Langlois, cuya fortaleza teórica y filosófica no era
precisamente su punto más notable, como apoyo antimaterialista y de la misma manera a
Croce que ya había dicho cosas peregrinas contra el marxismo también en 1902 32.
37 Altamira considera que el materialismo histórico es una «explicación simplista» de la
historia, monocausal,
análoga a tantas otras que han querido deducir todo el movimiento histórico de la
religión o de cualquier otro orden de la actividad humana33.
38 La cuestión central reside en este caso en si el factor económico basta por sí solo para
explicar la historia, cosa que Altamira niega. Pese a ello, Fontana afirma que las cosas que
Altamira escribe entonces sobre el materialismo histórico figuran
entre lo más sensato que hasta entonces, y aún después, se haya escrito en este país
34
.
39 La cuestión de no menor importancia, claro está, de la ciencia de la historia es abordada
por Altamira con la consabida erudición35 y en muy diversos lugares de su obra. En la que
comentamos, reconoce que es un problema que afecta a filósofos, sociólogos y,
naturalmente, a historiadores. En principio, sus comentarios versan sobre las obras de
Xénopol, Salvemini, Mueller y muestra conocer asimismo la polémica entre los
durkheimianos y los historiadores de la línea de Seignobos desarrollada a comienzos del
siglo36. Altamira afirma explícitamente no querer entrar en discusión con la concepción
de Croce de la historia como arte, como representación, pero no como ciencia, una
concepción que, indudablemente, no comparte. Altamira, pues, se hacía pleno eco, como
no podía ser menos en un hombre de su información y preocupación, de la espesa
controversia de su época sobre la cuestión tantas veces revivida y otras tantas muerta de
la naturaleza científica de la historiografía.
40 Pero conocer la polémica no implicaba, una vez más, que Altamira nos mostrase con
claridad la postura que él adoptaba. De hecho su posición era, como en otros tantos casos
y autores, un pelo ecléctica. No existen argumentos firmes, dirá, para dejar de llamar
ciencia a la historia, pero el problema central no era ese sino el de que la historia
(historiografía)
pueda alcanzar aquellas cualidades de verdad, certeza y evidencia que separan el
conocer científico del vulgar37.
41 Opinión, pues, nada resolutoria, que Altamira no complementa con argumentación alguna
más que le decantase hacia alguna posición de las barajadas en el tiempo. Está claro que
en toda la extensa producción de Altamira hay siempre un fondo de cierta indefinición
que ha sido ya destacado38.
42 Por esto cabe echar de menos, en consecuencia, en la obra de Rafael Altamira, al menos en
la de esta época finisecular, algún mayor compromiso doctrinal, por decirlo de alguna
manera, alguna mayor definición de sus posiciones teóricas. Y es curioso que en
innumerables pasajes de su obra, Altamira presentase una u otra excusa, algún que otro
vericueto intelectual, para abstenerse de dar una palabra personal y definitiva. Puede
verse esto, por ejemplo, en el asunto, traído y llevado en la época, de «el problema de la
347

dictadura tutelar en la historia» a lo que se dedica espacio en De historia y arte (estudios


críticos) que aparece en Madrid, publicada por Victoriano Suárez, en 1898. Allí comenzaba
con unas «Adiciones a La enseñanza de la historia» donde ampliaba sobre todo la referencia
de la bibliografía reciente y en lo referente a esa «dictadura tutelar» partía de un
problema candente, sin duda, en el momento: la expansión colonial europea. Tal
dictadura aludía al poder tutelar extraordinario en la historia, dice.
43 Se mostraba Altamira en tal tema de la dictadura tutelar claramente organicista y
evolucionista, desvelando bien los fundamentos de su formación en el krausismo; los
pueblos, afirma, son como los organismos, lo ha demostrado la ciencia. La sociedad es
como un organismo, por lo que puede hablarse de pueblos jóvenes, viejos, decrépitos o
desaparecidos. Las sociedades tienen las mismas leyes de desarrollo que los individuos,
por lo que no debe extrañar que al estudio de las sociedades se hayan aplicado conceptos
destinados hasta ahora al de los individuos, entre ellos el propio de tutela. La cuestión de
la dictadura tutelar se relacionaba, pues, con el efecto de la influencia de pueblos más
evolucionados que ejercerían tal tutela sobre otros que lo estaban menos. Pero derivando
hacia el análisis de cómo se han producido tales tutelas en la historia, Altamira no
penetra a fondo en un juicio personal sobre la cuestión39.
44 Otra de las grandes obras de Altamira, importante aquí para nuestro propósito, es La
enseñanza de la historia40, un asunto al que el gran maestro no dejó de prestar atención
nunca. Sin embargo, esta obra es tanto un tratado de didáctica cuanto, si no lo es en
mayor medida aún, una introducción a la teoría de lo histórico. La parte dedicada a
definir la disciplina y sus métodos ocupa muchas páginas de esta publicación. Su
aparición es anterior, por ejemplo, a la Introducción de Langlois y Seignobos. Altamira
mismo dice que su obra está dedicada «a la enseñanza y el estudio de la historia».
45 Ciñéndonos a nuestro análisis, el de la búsqueda de las influencias, hay una precisión
primera que hacer: en tiempos tempranos de esta década final del siglo, Altamira se
mostraría menos receptivo a la influencia francesa de lo que lo sería años más tarde.
Significativamente también comentará ya en estos años en relación con la Historia de
España que
las obras generales hoy existentes, la del Sr. Lafuente, v. gr., no tienen valor
científico alguno41,
46 con una contundencia inapelable.
47 Una parte de indudable interés del libro es la dedicada a dar cuenta del estado de la
enseñanza superior de la Historia, es decir, la enseñanza universitaria en varios países
europeos y americanos donde se muestra la buena información de Altamira. En el caso
alemán, curiosamente, Altamira recoge opiniones de un artículo de Seignobos de 1881 42, y
así resulta que mientras en el caso de su descripción alemana Altamira dice recurrir a
otros testigos, en el caso francés afirma que
la mayor parte de los datos que expongo son de experiencia personal y se refieren
al curso de 1889-189043
48 y daba las gracias por sus informaciones directas a Lavisse, Monod, Seignobos y Morel-
Fatio. El espacio dedicado a la exposición del sistema francés es ampliamente superior a
cualquiera de los otros, prueba de que Altamira lo conoce mucho mejor44 y lo estima más,
aun cuando admire claramente el sistema alemán de los seminarios. A Inglaterra, Estados
Unidos o Bélgica dedica un lugar mínimo.
348

49 En el capítulo «El contenido de la historia» lo que Altamira hace es una especie de crónica
de las formas de escribir y considerar la historia desde la antigüedad, Su exposición gana
en densidad cuando empieza a hablar del siglo XVIII y de figuras como Voltaire o Volney.
Habla del nacimiento en el siglo XIX de la «corriente crítica» con representantes
alemanes del relieve de Ranke, Niebuhr o Droysen. Altamira muestra conocer bien las
tendencias del siglo XIX y, con respecto a Francia, celebra el Cours d’études historiques de
Daunou, que probablemente abre la reflexión historiográfica francesa en el siglo XIX,
publicado en 20 volúmenes en 1842 pero escrito mucho antes, y la obra de Buchez
Introduction à la science de l’histoire. De hecho, lo que Altamira persigue es ilustrar su idea
de la historia fundamentada en la historia de las civilizaciones45.
50 El problema se amplifica claramente en cuanto se aborda la consideración del lugar que
en el discurso historiográfico ha de ocupar la política frente a otras instancias de la
sociedad, la civilización, compuesta del grueso de las actividades sociales y culturales no
políticas. La política precisamente constituye el grueso o la totalidad de la historia que
prima entonces por influencia fundamentalmente alemana –no sólo toda la herencia
rankeana, sino Schlosser, Gervinus y otros menos relevantes. De esta forma va
adquiriendo cuerpo la diferencia que se introducirá, y para Altamira se hará después
canónica, entre la historia externa, o historia de la política, y la historia interna, de las
instituciones, el derecho, literatura, costumbres, etc., propiamente la civilización.
51 La «idea» o «corriente moderna» sobre el contenido de la historia es para Altamira la que
potencia la historia de la civilización, la historia interna y en su apoyo trae precisamente
a Gabriel Monod y el comentario que éste hace de la obra radicalmente formalista de L.
Bourdeau en 1888, L’histoire et les historiens, en la estela positivista y determinista que
pretende una historia descubridora de leyes. Justamente, como recordará Altamira, la
importancia de la historia interna era la idea que había inspirado la redacción de los
programas de historia en la enseñanza secundaria en Francia, en 1890.
52 Al hablar del concepto de la historia que es preciso transmitir, Altamira dedica unas
enérgicas páginas a defender el sentido orgánico de la sociedad, su unidad como cuerpo
que la historia tiene que recoger, de forma que todo lo que no sea transmitir
la impresión clara de la unidad de la vida social, está, en rigor, fuera del nuevo
concepto de historia46.
53 Una idea que apoyaba en referentes franceses, entre ellos Seignobos –autor de un
impresionante conjunto de manuales de historia para todos los niveles educativos que
Altamira considera muy útiles– y Monod, y que gustaba además de rastrear en otros
clásicos de las letras francesas a los que cita con frecuencia, Mably y Volney entre ellos.
Defiende la idea de una historia que siendo de la civilización tenía que ser también
completa y que en modo alguno podía excluir la política aunque ésta no fuera ya el eje y
casi instancia exclusiva como lo era en los historiadores anteriores.
54 Otra cuestión era la del «sujeto de la historia»47. Por lo pronto, Altamira rechazaba sin
ambages la historia tejida en torno al «personaje político» y, más allá de ello, rechazaba
toda historia individualista. La historia no puede ser conocida hoy
sin conocer la posición y estado que en cada momento tuvo el pueblo, es decir, la
masa de la nación no privilegiada y trabajadora48,
55 dice Altamira poniendo ejemplos de tratamiento histórico de esta especie en las obras de
Levasseur (Historia de las clases trabajadoras), Bonnemère (Historia de los labradores) o Doniol
(Las clases rurales en Francia). En auxilio de la idea de un sujeto colectivo vendrá también la
349

psicología de las masas de Gustave Le Bon. Pero tampoco olvida Altamira a su muy citado
Macaulay y su idea de que el historiador moderno se ocupa antes que nada «de la nación»:
[El] impulso avasallador de estas ideas nuevas ha modificado notablemente la
antigua teoría de los hombres providenciales49.
56 Y también se rechaza a Taine, «que subordina el genio al medio»50.
57 Años después, en la publicación De historia y arte, volviendo al tema del sujeto de la
historia constaba también Altamira las reacciones contra la corriente positivista 51 que se
habían producido ya. Se volvía a hablar del genio en la historia contra las ideas que
acentuaban el papel de la masa tales como las de Gumplowicz. Los historiadores, Altamira
entre ellos, venían hablando ya de la «antigua filosofía de la historia», la de tradición
alemana y apartándose claramente de ella, aunque alguno, como Croce, al que Altamira
llama «amigo», más apegado a ella, siguiese negando a la historia la condición de ciencia y
la asemejara al arte, entendiendo por arte especialmente la capacidad de
«representación». Acerca del contenido de la historia, del contenido objetivo de la
escritura o discurso histórico, observaba Altamira, a su vez, que se discutía mucho acerca
de la contraposición entre Kulturgeschichte e historia política 52, cosa que volvía a ser tema
candente del momento. En definitiva, Altamira conoce como nadie en España el mundo de
la historiografía europea de comienzos de siglo.
58 Y, en fin, llegando al problema de la «unidad de la historia», Altamira hace constar que se
ha entendido a veces como unidad psicológica o como unidad mecánica. De hecho, en el
momento en que se escribe es la idea del carácter «evolutivo o genético»53 del proceso
histórico el que le concede su unidad. La psicología humana es la que establece un
substrato de unidad al cambio histórico y Altamira aprovechará tal disquisición para
alabar la obra de Paul Lacombe, De l’histoire considérée comme science, que dice acabar de
recibir y que se inclina también por esa explicación psicológica de la historia. Pero es el
propio Lacombe, comenta, el que llama la atención sobre la necesidad de no confundir
evolución y progreso. Al tratar de «el elemento natural en la historia» 54 se manifiesta
admirador del sentido geográfico de Ritter y del de Hellwald, no ahorra tampoco un
elogio global de los positivistas de varias escuelas europeas, de los que se separa, sin
embargo, cuando algunos ponen énfasis en la importancia de la raza para explicar
desarrollos históricos55.
59 Para Altamira, en definitiva, a la altura del último decenio del siglo XIX existía ya una
«historia moderna» –dice con alguna anfibología en su rotulación56– frente a la que harían
antes los historiadores, aquella historia exclusivamente política. Cuando Altamira escribe
sobre la enseñanza de la historia es mucho más importante lo que vierte sobre los
aspectos, justamente, de teoría historiográfica y de organización de los estudios, con un
amplio conocimiento de lo que ocurre fuera de España y una especial admiración por lo
que se hace en Francia, que lo poco que escribe sobre didáctica. Altamira es un excelente
reflejo de la irradiación que ya comienza a ser fuerte en España del potente despertar de
la historiografía francesa que no tardará en hacer una intensa sombra a la alemana
predominante en todo el siglo XIX. Pero es importante no perder de vista que Altamira no
se ceñiría en forma alguna a ponderar lo francés. La influencia en él de la escuela alemana
seguirá siendo de gran importancia.
60 Importaría destacar, en fin, la trayectoria peculiar que siguió en nuestro Altamira su
admiración y conocimiento de la historiografía francesa en las dos etapas distintas que su
experiencia vital hubo de atravesar a consecuencia de la Guerra Civil de 1936. En efecto,
antes de la guerra, Altamira conoció, siguió y ponderó la historiografía francesa. Luego en
350

el exilio europeo y mexicano, el gran historiador apenas recibió ya nada. Su metodología


quedó ciertamente anticuada. Aun cuando llegase a citar a Febvre, Altamira no captó en
forma alguna la importancia de los Annales y siguió manteniendo ideas que después de
1945 se quedarían irremediablemente anticuadas57. Con respecto a la influencia francesa,
resulta curioso que la trayectoria de Altamira tuviese un desarrollo que viene a ser
inverso al seguido por otro gran historiador español, Jaime Vicens, que veremos después.

Las consecuencias de la Guerra Civil


61 Está claro que tras el eco destacable que tuvo en España el debate general y la profusión
publicística derivadas de aquellos años, en el cambio intersecular, de fundamentación e
institucionalización de la historiografía en Europa y América, la atención fundamental a
los problemas básicos de la teoría y el método historiográficos decayeron después
notablemente. Como hemos visto, el más notorio y fecundo reflejo de aquella
efervescencia en España fue la obra diversa de Altamira, pero en modo alguno fue el
único, como hemos señalado también58. La reflexión historiográfica en lo conceptual y en
lo metodológico quedó apagada grandemente, para no volver a tener ya repercusiones
importantes sino a mediados del siglo XX. Sólo una obra tuvo alguna influencia y fue
objeto de reediciones abundantes la del jesuita Zacarías García Villada, publicada
originalmente en los años veinte59. Otras necesidades fueron cubiertas con traducciones,
especialmente alemanas (Bernheim, Bauer, etc.).
62 Un panorama distinto, y funesto en más de un extremo, se presentó en España en los años
inmediatamente posteriores a la conclusión de la Guerra Civil, los de fundamentación de
la cultura oficial del nuevo régimen. Fueron estos años de nula creatividad y de repetición
de viejas ideas que habían vuelto a inspirarse por lo general, sin que fuera ajeno a ello,
desde luego, la propia filiación ideológica del régimen, en los preceptistas alemanes de la
época clásica de formación de la disciplina historiográfica. Piénsese que el manual
metodológico de Wilhelm Bauer se traduce en 1940 por García de Valdeavellano, mientras
que el de Bernheim lo había sido en 1937, en plena Guerra Civil60. Hubo una ignorancia,
presumiblemente premeditada, de la historiografía francesa. Y el panorama no cambiaría
hasta la recepción de la historiografía francesa de los Annales61.
63 Aquellos «maestros» del primer momento del régimen de Franco, nuevos algunos,
supervivientes de la época de la preguerra otros, seguían hablando de la historiografía de
Xénopol, Bauer y Bernheim, de Garría Villada y poco después de Huizinga y Hazard 62. Uno
de los pocos franceses considerados sería Henri Sée y, por supuesto, no se cita a Altamira,
exiliado en México. Aquí pontifican ahora los García Morente, Santiago Montero, viejo
militante de las JONS, Cayetano Alcázar, Ballesteros, Zavala, Carmelo Viñas, de la Torre y
un largo etcétera. Una excelente prueba, y no escasamente cómica, de la general inanidad
intelectual de estos historiadores de la primera España del franquismo, la aporta una
particular y curiosa publicación con el título Curso superior de metodología y crítica histórica.
Formación técnica del moderno historiador que publicaba una entidad como el Servicio
Histórico Militar, en 195063. No se trataba en modo alguno de una obra hecha por
historiadores militares y ni siquiera al servicio de la historiografía militar, aunque el
propio estilo de la publicación denotaba claramente ese tipo de mentalidad, sino que en
ella participaba la élite de la historiografía española del momento con abundante
representación de académicos y catedráticos de la «Universidad Central». Así Antonio
351

Ferrandis, Carmelo Viñas Mey, Ciríaco Pérez Bustamante, Santiago Montero Díaz y fray
Justo Pérez del Urbel.
64 Pero es precisamente en la década de los cincuenta cuando llega a España una primera
noticia de la nueva propuesta historiográfica francesa cristalizada en los autores
franceses ligados a Annales. Es bien conocido el caso del entusiasmo con que un
historiador que empieza ya a destacar, Jaime Vicens Vives, difunde en obras que
comienzan a ser leídas en amplios círculos españoles como su Aproximación a la historia de
España, aparecida al comienzo de la década, conceptos y puntos de vista que eran
entonces centrales en la historiografía francesa, mantenidos por Lucien Febvre
principalmente. Nuevas figuras se incorporan y hacen suya esta buena nueva, como Felipe
Ruiz Martín que sería discípulo directo de Fernand Braudel, Antonio Eiras Roel, Juan
Reglá, etc.
65 A la historia de la creación, difusión e influencia de la historiografía que trajo la escuela
de Annales y, en concreto, a sus propuestas metodológicas, se ha dedicado más de un
estudio importante64. Sin embargo, poco o nada se ha escrito acerca de la difusión de la
escuela en España65. La publicación y conocimiento de la obra fundamental de Braudel El
Mediterráneo en la época de Felipe II contribuye definitivamente a colocar la influencia de la
escuela en un plano de dominio eminente. La difusión algunos años después de los
escritos teórico-metodológicos de Bloch, Febvre y Braudel en lengua española66
contribuirá de forma decisiva al amplio predicamento que las concepciones de una
historia de las gentes, del tiempo largo, de las estructuras y las mentalidades, va a
adquirir en España a partir de los años cincuenta tardíos. En los años sesenta y setenta, en
definitiva, se vivirá en la historiografía española un momento claro de esplendor de la
influencia de la nueva historia francesa.
66 Las corrientes epigonales derivadas de Annales; tales como la historia de las mentalidades,
la historia social de inspiración cuantitativa, con Le Goff, Vovelle, Le Roy Ladurie, Furet,
etc., la historia serial de Chaunu, se manifiestan influyentes con fuerza a partir de los
años setenta y tienen prácticamente como manifiesto la obra colectiva Faire de l’histoire,
publicada en 1974 bajo la dirección de Jacques Le Goff y Pierre Nora, muy difundida pero
paradójicamente tarde y mal traducida al español. Sería ésta la última gran expresión de
ese influjo predominante y muy perceptible, aunque no fuese el único, de la gran
historiografía francesa en España que tuvo su punto álgido con Annales y sus derivaciones
pero que había empezado su penetración ya desde los primeros tratadistas de comienzos
de siglo que podrían ejemplificarse en Charles Seignobos, convertido después en bête noire
precisamente de la historiografía annaliste.
67 Los años ochenta han visto ya un notable cambio de tendencia con la creciente
importancia de la historiografía anglosajona a través de propuestas como las de un
marxismo renovado, que pasa a conocerse tópicamente como marxismo británico, donde
descuellan Perry Anderson, E. P. Thompson o Eric J. Hobsbawm, entro otros, que
vivificaría la historia social y en su ámbito la historia del obrerismo y de otros
movimientos sociales y de la cultura obrera y popular. Más tarde ha sido la hora de las
corrientes poderosas de la nueva historia cultural o sociocultural que tan
extraordinariamente han renovado, y confundido también, el panorama de la actividad
historiográfica en España como en el resto del mundo, donde descuella el seguido
magisterio de Roger Chartier. Pero el panorama se ha diversificado aún más con la
presencia de orientaciones variadas como la microhistoria, las diversas huellas de la
sociología histórica y demás.
352

La recepción de los Annales: el caso de Jaime Vicens


68 Si se ha escrito poco sobre la difusión de la escuela de Annales en España, lo que hay se
refiere fundamentalmente a la obra del principal y primero de los receptores de esas
influencias en nuestro país, Jaime Vicens Vives (1910-1960). Como hemos señalado, la
influencia de los Annales en España es perceptible en forma clara desde los años cincuenta
y es, seguramente, la publicación de la obra de Fernand Braudel, El Mediterráneo, que se
traduce al español en 1949 y que Vicens celebrara de forma ostensible, lo que marca el
comienzo de esa progresiva influencia. Luego vendrían las traducciones de las obras de
crítica historiográfica y de método de los verdaderos fundadores de la escuela.
69 Vicens comenta la obra de Braudel en un texto de diciembre de 1949, en el que sitúa al
autor como miembro de la «escuela de geografía humana de la Sorbona», lo que prueba el
difuso conocimiento que entonces tenía de la historiografía francesa67. La influencia
francesa, en todo caso, no se extiende de forma amplia sino en los años sesenta y setenta.
Junto a Vicens, la corriente es recogida pronto por autores como Juan Reglá, Felipe Ruiz
Martín y, en cierta manera, José María Maravall. Pero el caso de mayor relevancia es el
del propio Vicens puesto que transmitió, además, esta notoria influencia a un amplio
conjunto de discípulos que le permitió a él mismo hablar de una «escuela de Barcelona».
70 No creemos preciso insistir en que ni nuestra intención ni nuestras posibilidades en un
texto como éste llegan a la pretensión de exponer una visión del conjunto de la obra
historiográfica de Vicens, que ha sido, por otra parte, objeto de tratamientos diversos a
los que haremos mención aquí. Ni siquiera estamos seguros de poder dar una visión
suficiente de lo que sí es nuestro objetivo estricto: un comentario sobre las posiciones
conceptuales de Vicens en cuanto a la naturaleza y significado de la historiografía y de su
método, en relación con esa confesada, decantada y comprobable, influencia en él de las
posiciones de la historiografía francesa de los Annales. El caso de Vicens resulta bastante
paradigmático de lo que es la influencia directa, de asimilación celebrada además, de una
escuela historiográfica francesa en nuestro país.
71 La obra de Jaime Vicens es ella misma muy extensa, pese a la desgraciadamente corta
duración de su vida activa. Además de sus escritos en forma de libros o artículos de
revista, realizó una extensa colaboración de trabajos periodísticos, la mayor parte de los
cuales vio la luz en la revista Destino, una empresa intelectual muy loable en la España de
Franco, pero ligada en principio a los medios de prensa del régimen y que se editaba en
Barcelona. Se trata de unos textos, de imprescindible consulta para el análisis de las ideas
de Vicens y que están recogidos prácticamente en su totalidad en la publicación de su
Obra dispersa.
72 Jaime Vicens, nacido en el comienzo de la segunda década del siglo, era coetáneo de
Tuñón de Lara, de Juan Reglá –que, no obstante, puede considerarse discípulo de aquél–,
de Ballesteros Gaibrois y algunos otros historiógrafos de los que ejercieron su actividad
fundamental en los años de la posguerra civil, pero su muerte prematura en 1960 truncó,
indudablemente, una trayectoria que habría persistido en una evolución evidente pero
que, en cualquier caso, hemos de reputar hoy de imprevisible68. Lo cierto es que la vida
activa de Vicens añade a su relativa brevedad la existencia de una clara evolución que
permite ver con absoluta nitidez dos etapas bien distintas de su trayectoria desplegada
entre 1939 y 1960.
353

73 La perceptible diferenciación entre tales dos etapas muy distintas de la obra de Vicens,
diferenciadas, digámoslo desde ahora, por su entrada en relación con la nueva
historiografía de la escuela de Annales, cosa que tiene una fecha precisa, la de 1950, se
acompaña de algunas otras peculiaridades de las que sí parece de interés partir aquí. La
primera es que estamos ante un caso en el que, como en varios otros, es preciso espigar
detenidamente entre múltiples escritos para encontrar una visión suficiente y
pormenorizada de un pensamiento teórico que en cuanto a lo propiamente especulativo
es más bien escaso, y en lo metodológico lo es menos pero está muy dispersamente
expuesto. Después, resulta también muy peculiar en Vicens el carácter brusco, en forma
alguna pautado por una evolución, de la ruptura con su pasado intelectual y profesional
anterior a los años cincuenta, que se refleja, primero, en la orientación temática de su
obra y, después, en su concepción profunda de lo historiográfico, de su método y de sus
raíces intelectuales. Una ruptura a la que el mismo Vicens nunca se refiere de forma
explícita, con la excepción de algunos comentarios acerca del abandono de su trabajo en
historia medieval y de su paso al modernismo pleno, al contemporaneismo y a la historia
económica y social.
74 Tras 1950, Vicens no hará referencia alguna a sus escritos anteriores en materia de
concepción historiográfica, ideológica, o incluso temática, unos trabajos, debe decirse,
que en su concepción fundamental se encuentran bastante influidos por la situación
política e intelectual españolas de los años cuarenta y, precisamente, más bien en la línea
de lo que esta situación imponía. Para lo que en definitiva interesa aquí, es destacable el
hecho de que en 1951 aparece en la obra Mil lecciones de la historia un primer texto extenso,
creemos que el primero, con una exposición teórico-crítica de nuestro autor acerca de la
naturaleza de la historia y la realidad de la historiografía69. Cualquier conocedor del
historiador posterior al año 1950, y sólo de él, puede llevarse una sorpresa, al
desvelársenos aquí un Vicens historiógrafo bien distinto de la imagen que ha
permanecido después y al que sólo algunos estudios más recientes con cierto tono crítico
han entrado a considerar70.
75 Es decir, hablamos de un Vicens historiador en una rígida España de posguerra, adscrito a
posiciones bastante conservadoras y un punto convencionales y, a lo que parece, adherido
a unas fuentes de inspiración reflexiva bastante clásicas. Mil lecciones de la historia está
encabezado, en efecto, por una monografía sobre El hecho histórico y el sentido de la historia
de cincuenta páginas de extensión. No sabemos con exactitud en qué fecha fueron
redactadas tales páginas, pero parece evidente que cuando las escribió –aunque no
necesariamente cuando se publicaron– no conocía absolutamente nada de Annales o, al
menos, en forma alguna lo refleja. Vicens no bebe entonces tampoco especialmente en
fuentes francesas sino que su exposición comienza con el uso más pormenorizado de
referencias alemanas. Entre los autores franceses a los que se comentará con cierta
detención figura en todo caso Henri Berr.
76 Lo más llamativo en la obra de Vicens como receptor directo de una influencia francesa
«de escuela» es la trayectoria de su trabajo y la clara ruptura introducida en él por aquel
encuentro, con ciertos visos paulinos en el camino de Damasco, con Annales en 1950, un
detalle que ha sido referido muchas veces. En efecto, fue en el IX Congreso Internacional
de Ciencias Históricas, celebrado en París en ese año, donde Vicens, que estuvo
acompañado por un historiador de tan nítido perfil pro-régimen como Antonio de la
Torre y del Cerro –en buena medida maestro del propio Vicens–, vio la nueva perspectiva
71
. Allí conoció también a Arnold Toynbee, al que elogiaría muy rendidamente. De ese
354

momento partiría la reorientación de su trabajo hacia la historia social y económica,


captaría la utilidad de la estadística y, en definitiva, su conocimiento cercano de la obra
de los Annales72.
77 Es cierto, en todo caso, que la trayectoria de Vicens resulta compleja de analizar no sólo
por su riqueza sino porque siendo el más directo perceptor en España de la influencia de
los Annales no publicó con posterioridad, como hemos señalado, ningún trabajo extenso
sobre teoría de la historia. Sus impresiones, desde aquellas en las que narra esta
experiencia de 1950 hasta múltiples observaciones posteriores sobre la metodología, se
encuentran dispersas en su obra. Muchas veces se referirá a principios concretos
recogidos generalmente en la introducción de algunas obras, aunque haya algunas de
ellas, como su Tratado general de geopolítica, que permiten analizar algo más en extenso
tales posiciones.
78 Lo dicho hace aún más peculiar al Vicens anterior a 1950. No siendo nunca un historiador
amigo de una reflexión teórico-metodológica sostenida, en lo que seguía una pauta, por
otra parte, nada inhabitual entre los historiógrafos españoles, sí escribe con alguna mayor
frecuencia y detención sobre extremos de historia de la historiografía, o al menos se
detiene en la crónica de la trayectoria historiográfica española desde 1939, lo que tiene
para nosotros un indudable valor. Vicens pasa revista en un par de textos a la
historiografía española entre 1939 y 1954 y merece la pena detenerse algo en sus
posiciones al respecto73. Si bien advertirá en el prólogo de presentación de la revista Índice
Histórico Español, que es una empresa suya aparecida a partir de 1955, que esta dedicación
era obligada por «encadenamiento de circunstancias» puesto que nunca le había atraído
la «bibliografía histórica».
79 Efectivamente, no deja de ser llamativo lo que Vicens vierte en los escritos de este
momento sobre la historiografía española de su tiempo, o de su primera etapa.
Políticamente muy precavido siempre, dedica elogios a profesionales claramente lejos de
merecerlo en nuestra visión de hoy –y con seguridad en la posterior del propio autor–,
incluye entre tales elogios al CSIC74 y habla de la Guerra Civil con extrema prudencia en
sus expresiones, un episodio histórico para el que posteriormente acuñaría el liviano
rótulo de «guerra de los Tres Años», limitándose a señalar lo que significó de trauma para
la ciencia y la historiografía españolas75. De la metodología historiográfica habla entonces
poco. Celebra la traducción al español por Luis García de Valdeavellano de la conocida
obra de Bauer Introducción al estudio de la historia, de la que elogia también la bibliografía
que le acompaña por considerarla entonces novedosa. De la misma forma elogiosa habla
de la obra de historia de la historiografía española de Benito Sánchez Alonso. Y no deja de
referirse a su propia obra España. Geopolítica del Estado y del Imperio, agotada por entonces,
añadirá.
80 Según este texto de Vicens de comienzos de los años cincuenta, las inquietudes por la
«metodología histórica» en España estaban representadas a empezar el siglo XX por obras
de Antonio Ballesteros Beretta y Zacarías García Villa da, ambos fallecidos ya, Ballesteros
recientemente en 1949. Para él eran de hecho divulgadores del «célebre Lehrbuch» de
Bernheim76. Dirá que «Ortega introdujo en la Universidad la corriente historista»77, y que
de él arranca la
infiltración superidealista, de tendencias nacionalistas, característica de la
interpretación políticohistórica del pasado nacional78.
81 Menciona también a Laín Entralgo y Marías por sus trabajos sobre las generaciones
históricas.
355

82 Vicens prácticamente no cita a Altamira, exiliado a la sazón en México, en un olvido que


nos suena necesariamente a culposo, si bien debe hacerse constar la aversión vicensiana a
una distinción historiográfica como la que maneja Altamira entre «historia interna» e
«historia externa» así como su nulo entusiasmo por la historia de las civilizaciones.
Mientras, habla con elogio también de Vicente Rodríguez Casado, de quien hace discípulo
a Vicente Palacio Atard, a la sazón en Valladolid, Escasamente menciona a Carande, traído
a colación como colaborador de la Escuela de Estudios Americanos de Sevilla. De José
María Jover Zamora, a su vez, hace una curiosa observación acerca de su obra sobre la
generación de intelectuales españoles de 1635, de la que dice que
Algunos la consideran como una desviación del recto camino erudito por el que ha
de hallar su auge el modernismo español79.
83 ¿Era Jover para Vicens uno de esos «intuicionistas ideológicos»?
84 De otra parte, en 1954, al pronunciarse en un juicio sobre la obra dirigida por Juan
Velarde Sobre la decadencia económica de España, introducía un criterio bastante más
moderno al asegurar que la historiografía debía dedicarse con urgencia a «nuestro pasado
económico»80. El texto de Vicens contenía una interesante aproximación metodológica
que hablaba del abandono de la historia económica por parte de los historiadores y de la
importancia y dificultades que ésta tenía. No es difícil captar ya aquí las influencias
recibidas años antes y la prefiguración de la nueva trayectoria, añadiendo que al
historiador moderno le interesaban todos los aspectos de la realidad del pasado y el factor
económico de forma especial como expresión de un modo de estar el hombre en la
historia.
85 En la década de los cincuenta la trayectoria intelectual de Vicens no deja de ser, en
cualquier caso, ciertamente sinuosa. Se obtiene esta impresión, primero, de su nunca
desmentida admiración por Arnold Toynbee, por ejemplo, que resulta algo chocante y en
lo que se apartaba claramente de la opinión general de los hombres de Annales, que se
distinguen por marcar claras distancias con el ensayista y filósofo «historiográfico»
británico. En 1951, Vicens recuerda haberlo conocido el año anterior en el congreso de
París y le define como «uno de los espíritus más puros de este siglo»81.
86 Para Vicens, Toynbee ha engendrado un
fabuloso esquema mental del pasado [...] frente a las tesis catastrofistas de
historicistas y marxistas.
87 Un «privilegiado intelecto de nuestra época», reflejo del cristianismo, que, por cierto,
visitaba España en aquellos momentos. Tal vez no deba extrañarnos tanto esta posición al
considerar que el filósofo José Ortega manifestaba casi por las mismas fechas una
admiración no menor que le llevaría a su extensa exposición de glosa de Toynbee en Una
interpretación de la historia universal.
88 Y, después, cuando ya se ha publicado la Aproximación a la historia de España en 1952,
Vicens continuaría publicando sus colaboraciones en Destino. Aunque su posición
intelectual parece ya distanciarse de la mantenida hasta entonces, y tales comentarios
tienen a veces un interés indiscutible, en bastantes otras siguen dejando un cierto regusto
de nimiedad de actualidad, de letra que dice y arriesga poco en un cierto tono
acomodaticio y pragmático, que no duda en elogiar a los más rancios y reaccionarios
autores del Opus Dei, Pérez-Embid, Calvo Serer y Sánchez de Muniain, entre otros.
89 Es a partir de 1951, cuando Vicens empieza a valorar en sus escritos de forma directa las
aportaciones de la escuela francesa que acaba de conocer en el congreso de 1950. La
356

experiencia de Vicens se potencia con la lectura de la revista Annales, como muestra su


comentario en la revista Destino, de 3 de marzo de 1951, que titulará «Luden Febvre y los
Annales» y que es el primer gran elogio en regla de la escuela que publica y que reviste
caracteres antológicos por su fervor y acuerdo. En él empieza diciendo que había recibido
una «singular experiencia» hojeando los últimos números de la revista Annales. Se hablaba
fervorosamente de Marc Bloch y de su corta vida «por el odio hitleriano» y se glosaba
después la figura del aún vivo Febvre. Reconocía Vicens que el libro de éste titulado La
tierra y la historia82 le había causado una profunda impresión recién salido de las aulas
universitarias: «La lectura del libro me sobrecogió», dice. Había leído ahora, del mismo
Febvre, El problema de la incredulidad en el siglo XVI. La religión de Rabelais, una obra que
contiene
un prurito metodológico de primer orden, un rigor científico poco común.
90 Continúa Vicens comentando la vaha de la sección habitual que Febvre mantenía en cada
número de la revista Annales83, rodeado de eminentes colaboradores como Braudel y
Morazé. «Los Annales son otra cosa», sentencia, y acaba el comentario diciendo en diálogo
imaginario con Febvre:
Decididamente coincidimos [...]. Sí, M. Febvre, la Historia es, en primer lugar, vida y
como tal hay que rastrearla en la mentalidad de nuestros antepasados [...] y quien
no quiera escuchar la lección que no la entienda [sic]. Estamos seguros que no
tardará en llegar el claro triunfo que merecen sus desvelos en Francia y en Bélgica.
Porque en nuestro país aún estamos muy lejos de poseer el arsenal de datos
suficientes para emprender la tarea que sabemos nos aguarda.
91 Algo después, el 30 de abril de 1952, aparecía en La Vanguardia un comentario suyo en el
que a propósito del libro acabado de aparecer en castellano de Charles Morazé, otro
integrante de la escuela, Principios generales de historia, economía, sociología, se extendía
sobre el materialismo histórico y la importancia de la economía en la Historia para
aseverar que la escuela histórica francesa era la única en abordar el problema de la
economía de frente, a través de la coyuntura, la historia de los precios, el valor de los
intereses, con todo lo cual
han superado los incipientes balbuceos del economismo formal del grupo
americano de Hamilton. [...] Morazé es uno de los valores más significativos de la
escuela francesa a que aludíamos. [...] Por primera vez se ha roto el espejo mítico en
que se reflejaron el fanatismo economicista de Marx y sus secuaces y
contradictores.
92 Para acabar hablando de «nuestra visión humanista y cristiana del mundo». Todo lo cual
reflejaba, una vez más, la confortable distancia ideológica a la que Vicens quiso siempre
situarse del marxismo.
93 Al menos al principio, es Charles Morazé el autor con el que Vicens parece mostrar
mayores coincidencias. Morazé representaba una nueva generación o promoción de
historiadores franceses, con quien tenemos
cierta tendencia personal hacia idéntica consideración de la historia,
94 dice, frente a la frívola historia ideológica que cultivó la ciencia alemana de las ultimas
décadas. Y Vicens lo dice con meridiana claridad:
Hemos acogido con alborozo el nuevo estilo francés.
95 La nueva historiografía francesa buscaba el estudio del hombre y lo importante era un
libro como este que resolvía las dificultades inherentes al nuevo método historiográfico.
Un libro, en fin,
357

que ventilara la enrarecida atmósfera que venimos respirando cuyas causas hemos
examinado en publicaciones especializadas.
96 Con evidencia, Vicens se encontraba muy lejos, y olvidaba, las cosas que había escrito en
el borde del cambio de década.
97 Otro de los loci clásicos en los que Vicens dedica un espacio notable a cuestiones
metodológicas lo constituye sus amplias introducciones a los números de la revista
Estudios de Historia Moderna que comienza a aparecer en 1951. En una de ellas dirá que la
revista era «un anuario de experimentación de los nuevos métodos». Vicens mantiene
hasta muy avanzada su trayectoria, y así lo dirá en la introducción que pone al primer
volumen de esta publicación, que la historiografía española tenía que vivir una etapa
ligada a la erudición de archivo, al localismo de los documentos que estaban en su mayor
parte sin explorar. Que no era el momento de adentrarse en «insensatas síntesis» e
intuiciones que no tenían base, sino que era preciso hacer un trabajo básico de toda
seriedad. Había que hacer historia con base sólida y no dedicarse a florituras
ideologizantes (sic), un orden de conceptos que Vicens aprovecha ahora para dirigir un
ataque en regla a la historiografía española de la inmediata posguerra, alimentada, dirá
con llamativa agudeza, de dos «libros de fogata», La crisis de la conciencia europea de Paul
Hazard y La conciencia burguesa en el siglo XVIII de Bernard Groethuysen. Ambos son
criticados con dureza84, de la que no se salva la producción española. Ninguno de esos
autores ni quienes les han seguido son hombres de archivo.
98 De hecho, esta «Presentación y propósito» con la que Vicens abrió la publicación de sus
Estudios de Historia Moderna, que comentamos ahora, tiene todo el carácter de un
manifiesto por la nueva historiografía. La huella dejada en él por la escuela de Annales es
visible sin esfuerzo y leído hoy es preciso hacer un serio ejercicio de reubicación histórica
de aquel escrito para que no suene ingenuo y reiterativo. «Los diez puntos de los
Estudios» se titulaba tal parte programática de la introducción85, cada uno de los cuales
comienza con un «creemos». Y es que Vicens creía en la Historia-Vida, la historia sólo
explicada en el marco geográfico, que dibujaba al hombre-sujeto que articulaba su propia
situación social, que era un arma moral para mejorar el mundo, que debía definir las
sucesivas mentalidades del pasado puesto que cada generación tenía su mentalidad, ante
la que no debía adoptarse una posición de lucha ideológica sino la aceptación del pasado
como era. Los dos últimos puntos se dedicaban a declarar la eficacia del «método
estadístico» y a señalar que
Nos sentimos a gusto en la civilización occidental.
99 Y todo ello era definido como «nuestro credo histórico».
100 Lo estimable en especial de este «credo» era su posición incuestionable de renovación
historiográfica en un panorama español dominado absolutamente por la historiografía
oficial franquista86. Las manifestaciones de tales propósitos renovadores continuaron en
todas las introducciones escritas por Vicens hasta el volumen V. Los Estudios llegaron a
publicar contribuciones específicas acerca de la teoría historiográfica debidas a plumas de
discípulos de Vicens como Jorge Pérez Ballestar, Jorge Nadal y Emilio Giralt, en las que
cantaban las excelencias del método estadístico-demográfico. Sería en el volumen IV
donde Vicens hablaría ya de una «escuela histórica de Barcelona» en la que tenían cabida,
además de los nombrados, historiadoras como Montserrat Llorens o María Carmen García
Nieto.
358

101 No menor interés reviste la necrología dedicada a Lucien Febvre, desaparecido en 1956, y
que aparece en el volumen V de los Estudios87. Vicens empezaba con la nada complaciente
acusación de que la obra inmensa de Febvre había sido
caricaturizada lamentablemente por la usual ignorancia y la fría irresponsabilidad
de algunos críticos españoles.
102 Y es que era evidente, cabe decir, que la obra de Febvre en lo que tocaba a España en el
siglo XVI –acerca de Felipe II y el Franco Condado, por ejemplo– no gustaba nada a los
historiadores oficiales españoles. Vicens creía, por el contrario, que los textos de Febvre
no contenían sino elogios a la obra de España. Vuelve de nuevo Vicens a elogiar La terre et
l’évolution humaine y el impacto que causó en su formación. Febvre habría representado un
cierto freno, según Vicens, para la deriva excesivamente volcada a lo económico y lo
estadístico a la que venía entregándose la escuela de Annales. Había, en fin, una
afinidad entre Febvre y los representantes de la escuela histórica catalana.
103 En el prólogo a la Historia general de las civilizaciones, de Crouzet, en 1958, se contiene otro
de los más importantes textos programáticos de Vicens. Aseveraría en él que la historia
había desarrollado un amplio progreso en los últimos decenios. Y observaba algo de
evidente interés y con agudeza que capta bien la dirección futura del valor social de la
historia:
La sociedad del siglo XX halla en la lectura y comprensión de lo histórico lo que sus
precursores de las pasadas centurias buscaban en la literatura, la filosofía o la
exégesis bíblica: un modo de estar en el mundo, o mejor dicho, un modo de saber
cómo se está en el mundo.
104 Los historiadores del siglo XIX, continúa, habían querido doblegar el pasado del hombre
mediante un método sistemático y habían dado con esa dicotomía en una historia externa
y otra historia interna, que es la historia institucional, dicotomía que a Vicens no gustó
nunca, ni poco, ni mucho. Nunca, dirá, nadie llegó a entender en qué consistía esa historia
«a doble fachada». Nada más lejos, desde luego, de ello que la nueva posición a la que
Vicens se adscribe. Podríamos ver aquí, seguramente, unas de las razones por las que
estima tan poco a Altamira, como hemos comentado antes. De hecho, como hemos podido
constatar, los escarceos de historia historiográfica de Vicens cuentan siempre
escasamente con historiógrafos españoles anteriores a la Guerra Civil, inficionados más o
menos de esa forma de ver las cosas.
105 La historia de la cultura en sí misma la consideró también un producto de nacionalismo
exacerbado e ideologismo. La buena nueva, por el contrario, vino desde 1929:
Algunos historiadores habían presentido el camino y habían ya anunciado la buena
nueva desde 1929.
106 Y Vicens empieza a hablar de Annales. La cosa comenzó con la geografía humana, la
economía y la sociología y, en fin, la demografía. Con estos nuevos recursos y el empleo
«bien intencionado» del método estadístico, clave para captar los inevitables resultados
de la acción de la masa,
Pudo aspirarse, como decimos, a elaborar una historia verdadera del hombre, no
una historia del simple evento.
107 Después de 1945 esa nueva historiografía había ganado la batalla:
En realidad existen dos historias: la que se hacía antes y la que se hizo después de
1950 [fecha del IX Congreso Mundial de Ciencias Históricas, celebrado en París]. [...]
Adiós a los tranquilos días en que podía aprenderse el arte del historiador leyendo
las sosegadas páginas de Durkheim [sic], de Langlois o de Bauer. Hoy el historiador
359

debe reconocerse historiando, como el pintor pintando y el sabio atómico ante los
ciclotrones.
108 Tan fervorosa declaración de la nueva fe y el inmenso cambio dado por Vicens se refleja
igualmente bien en los párrafos que siguen en los que asegura que la historia no es
explicada por nada fuera de ella, es decir, lo contrario de la visión teológica y
providencialista que, como hemos reseñado, exponía en textos de 1950. Y otra declaración
no menos contundente que merece la pena transcribir completa:
La escuela francesa ha ganado la batalla de la nueva historiografía. Precedida por
algún estudioso norteamericano y británico, a ella ha cabido el mérito y la
responsabilidad de fraguarla. La victoria ha sido tanto más celebrada cuanto parecía
imposible superar el jalón establecido por tres generaciones de investigadores
alemanes, gloria de su ciencia universitaria, de Ranke a Meinecke pasando por
Mommsen. Y si ello ha sido así, nadie debe deplorarlo, en beneficio de este quehacer
común que es la cultura occidental.
109 En otro pasaje del mismo prólogo, Vicens habla de los precedentes de todo esto en
Francia, de Vidal de la Blache, del paso a Estrasburgo de los jóvenes historiadores futuros
annalistes, de los «combates» de Annales que eran ya legendarios y habían dejado un
profundo surco en la historiografía contemporánea.
Sin vacilación alguna puede decirse que hoy figura a la cabeza del movimiento
histórico universal.
110 Y lo mejor de todo era que Vicens se permitía todo este desahogo en el prólogo de una
publicación que en manera alguna era en sentido estricto obra de Annales. Él mismo lo
hace observar así. La profesión de su nueva fe, el cambio en sus orientaciones se expresa y
justifica, en fin, meridianamente, con una declaración de la entidad de la que sigue:
Cuantos habíamos experimentado la necesidad de este orto, saludamos con alegría
el advenimiento de nuevos tiempos para la historia. Formados en la rígida
disciplina de la erudición germánica, pero insatisfechos ante la obtusa reducción de
sus objetivos, cuando no ante el peligroso desvío hacia carriles anticristianos, no
podíamos menos de aceptar un bagaje provechoso, del cual no miramos las
etiquetas de procedencia nacional.
111 Todavía en 1958 aparece lo mejor, tal vez, que Vicens escribiera nunca sobre la nueva
manera de entender la historia en su comentario de 13 de abril de 1958 en Destino, titulado
La historia cambia de signo. Era un texto de valor excepcional sobre la forma de entender el
hombre y la historia en esta segunda mitad ya del siglo XX y desde una posición
intelectual difícil como tenía que ser necesariamente la española del momento. Un texto
que resulta ser de los pocos que pueden considerarse una reflexión de altura en aquel
tiempo. En él, Vicens pondría como ejemplo de esa nueva historia la Historia general de las
civilizaciones, es decir, la obra dirigida por Maurice Crouzet publicada en España por la
editorial Destino, acompañada de la Historia social de España y América, la obra emprendida
por el mismo Vicens.
112 Jaime Vicens Vives representa, sin duda alguna, el más claro ejemplo en España,
especialmente en la segunda mitad del siglo XX, de la influencia de la historiografía
francesa «de escuela» en la trayectoria profesional de un historiador. Y representa esto,
en especial, en la concreta vertiente que analizamos aquí: la de las concepciones
medulares sobre la naturaleza de la disciplina historiográfica, es decir, de su teoría, su
método y del soporte intelectual en que la actividad investigadora debe basarse. Vicens es
también ejemplo de otra peculiaridad de la influencia analizada: la de haberse producido
360

casi con exclusividad desde una única posición historiográfica, en este caso la de la
escuela de los Annales.
113 Un autor francés bien conocido de Vicens, Philippe Wolff, llegó a a denominar a nuestro
autor «el Marc Bloch español»88. Aun así, esto no presupone que Vicens no hubiese sido
receptivo también a otras influencias. Se trató siempre de una cuestión de prioridad.
Hemos destacado su primitiva ligazón a la influencia de las escuelas «clásicas» alemanas,
su admiración primera por las posiciones de Toynbee, su admiración general por ciertas
formas de la historiografía británica, la serie editorial sobre el pensamiento político
inglés, a la que dedicará un comentario, por ejemplo, y sus elogios de Cobban, Bullock,
etc. De otra parte, siempre mostró su entusiasmo por la colección histórica francesa
«L’évolution de l’humanité» y por su fundador y mantenedor Henri Berr.
114 Desde sus mismos inicios profesionales, mucho antes de recibir la influencia francesa, o
sea, en la primera parte de su trayectoria profesional, Vicens se mostró ya como un
historiador nada convencional. Su polémica con Rovira i Virgili en 1935 lo muestra así.
Rovira había acusado a la obra del joven Vicens sobre Fernando II de Aragón de no tener
«sensibilitat catalanesca», es decir, de ser una obra, como Vicens diría, fuera de los
parámetros forjados por la historiografía romántica nacionalista que Rovira
representaba. La carta que enviará Vicens a su contradictor insistirá en su espíritu
renovador y establecerá con énfasis que «la historia no es crea, es refá», título con el que la
carta se publica, y, a propósito de la cita de autoridad que Rovira hace de Croce, dirá sin
ambages –lo que es muy indicativo de su posición historiográfica ya– que éste es un
«historiador flaquíssim»89.
115 Ahora bien, Vicens comparte con sus mentores de Annales una característica que ha sido
ya señalada en aquéllos90: la de promover una cierta teoría de lo histórico y de lo
historiográfico en ausencia de toda proposición clara y fuerte sobre la sociedad misma. Y
en el caso de Vicens sus ideas no van más allá de una vaga visión «humanista» y cristiana
que no desdeña el providencialismo, según expusimos ya. Así, en el «manifiesto» de la
revista Estudios, citado antes, diría que
Despreciamos el materialismo por unilateral, el positivismo por esquemático y el
ideologismo por frívolo.
116 Pero a este conjunto de negaciones no se opone como positivo sino la declaración de que
Intentamos captar la realidad viva del pasado y, en primer lugar, los intereses y las
pasiones del hombre común91.
117 La crítica a la falta de una teorización seria de la historia tanto en Anuales como en un
seguidor como Vicens está perfectamente justificada.
118 Las versiones de lo ocurrido en el Congreso de 1950 nos presentan a un Vicens que saluda
entusiasmado el método estadístico-demográfico y que se niega a aceptar como valor
heurístico en historia la lucha de clases92. Pierre Vilar ha dicho posteriormente que lo
hizo así porque estaba en presencia de un hombre del régimen franquista como era
Antonio de la Torre. Una explicación muy escasamente convincente. Vicens nunca
rectificó su posición en otras circunstancias más favorables, pero cabe albergar la duda de
que era pronto para ese cambio.
119 Por último, tiene interés reseñar el hecho de que en los escritos historiográficos de Vicens
en la década de los cincuenta no se habla de una «historia contemporánea», término que
la historiografía del franquismo había olvidado como categoría pero que ya Altamira
muchos años antes y otros autores de preguerra habían aceptado93. La historia
361

contemporánea no constituye entonces propiamente una época autónoma sino el tracto


final de una «historia moderna», visión en la que coincidirían tan notables especímenes
de la historiografía del régimen como Suárez Verdaguer y su escuela pamplonesa. Las
obras del mismo Vicens la incluyen así en su Historia general moderna que abarca hasta el
siglo XX. Una manera de ver las cosas en la que coincidirá en gran manera durante una
buena parte de su desarrollo la propia escuela de los Annales. Y, sin embargo, la misma
concepción de la historia contemporánea tiene mucho que ver con la historia de Francia 94
.
120 Un concepto análogo se difunde en su revista Estudios de Historia Moderna, en la que Vicens
señala una inflación de publicaciones sobre los siglos XIX y XX, cuando en los años
cincuenta la historiografía de la contemporaneidad española no se atrevía avanzar
siquiera a los tiempos de la dictadura de Primo de Rivera. En sus crónicas historiográficas
finales, sin embargo, llega a hablar de historia del siglo XX y a comentar la aparición de
memorias sobre la Guerra Civil tales como las de Félix Maíz, Antonio Lizarza, David Jato,
José Antonio Ansaldo y Jesús Hernández95, Durante buena parte de esta década seguiría
hablando de una historia moderna a la que querría ver libre de la «improvisación política
y periodística», en clara alusión indudablemente a la Historia propiamente
Contemporánea. La única persona a la que Vicens reconoce plenamente entregado a una
«historia contemporánea» es Jesús Pabón, catedrático de esa especialidad, rara entonces,
en la Universidad de Madrid.
121 La influencia de la escuela de los Annales no sufriría ya naturalmente, con posterioridad a
1960 y la muerte de Jaime Vicens, sino un considerable aumento y difusión durante un
buen número de años que se extienden hasta bien entrada la década de los ochenta. Las
ideas de la escuela pasarían a difundirse a través de publicaciones bien conocidas, que
iban más allá de las aportaciones clásicas de Bloch y Febvre, Morazé y Braudel, para
presentar a Le Goff, Furet, Le Roy Ladurie, Goubert y un largo etcétera y adentrarse, por
tanto, en una «tercera generación» de la escuela. Ciertas obras colectivas de las que
podría ser buen ejemplo el libro Faire de l’histoire ya mencionado se difunden y asimilan de
manera amplia y en 1974 se celebra en España un gran congreso metodológico, en
Santiago de Compostela, que auspicia y dirige el profesor Eiras Roel, él mismo seguidor
claro del método estadístico-demográfico, y que tiene como grandes estrellas a hombres
de Annales y, en general, de la pujante historiografía francesa del momento 96. Cabe señalar
que la nómina de los historiadores españoles en los que es manifiesta la influencia de la
historiografía francesa de los Annales, sea explícitamente reconocida o no, es
considerablemente amplia. Pero los trabajos en los que se aborden cuestiones teóricas o
metodológicas bajo esa misma influencia son, por el contrario, extremadamente escasos.
122 A pesar de esta presencia e influencia, en los Mélanges en l’honneur de Fernand Braudel, que
aparecerían en 1973, participarían escasos historiadores españoles: Álvaro Castillo, José
Antonio Maravall, Felipe Ruiz Martín y Valentín Vasquez (sic) de Prada. Ninguno lo hacía
en el volumen dedicado a la Méthodologie de l’histoire et des sciences humaines sino en el que
recogía colaboraciones de pequeños ensayos de historiografía positiva titulado Histoire
économique du monde méditerranéen (1450-1650)97.

La recepción del marxismo: Manuel Tuñón De Lara


123 Inútil es insistir de nuevo en las dificultades de la recepción y difusión en España de las
grandes corrientes de la teoría social e historiográfica del marxismo mientras pervivió el
362

régimen de Franco. Lo cual no quiere decir que la influencia y la difusión no fueran


perceptibles bastante antes de la desaparición del régimen, dándose incluso el hecho de
que la propia vigilancia de la censura intelectual existente se aflojase de manera muy
notable a partir de la mitad de los años sesenta. La eclosión real de esta influencia sería,
sin embargo, posterior.
124 En buena manera, y si nos centramos sobre todo en la década que transcurre de mitad a
mitad de la década de los sesenta a la de los setenta, la influencia francesa a través de
Annales se ve acompañada de la que se transmite desde el marxismo historiográfico
francés, cuyos representantes más conocidos, entre quienes se ocupan en aquel país de la
teoría y el método historiográficos, serían Pierre Vilar esencialmente, Jean Chesneaux, en
algún sentido Jacques Soboul, Jean Bouvier y Ernest Labrousse, con casos más específicos
como los de Dhoquois, Balibar o el propio Althusser. De hecho, la influencia del marxismo
historiográfico viene muchas veces entrelazada, complementada, y hasta fundida, con las
propias percepciones ya adquiridas a través de la obra de Annales.
125 Una labor difusora de ese tipo es la que ejerce un maestro como Pierre Vilar y que
ejemplifica bien la obra escrita en Francia, en estos años, por Manuel Tuñón de Lara. La
influencia del marxismo es seguramente más amplia aún que la de los annalistes, pero es
más difícil de calibrar en este rubro preciso de la producción teórico-metodológica. La
aversión general de la historiografía, cosa en especial notable en la española, por el
tratamiento de los temas de contenido teórico, afecta incluso a los seguidores del
marxismo, aunque estos sean los más dispuestos a entrar en el tema. Pueden destacarse
los escritos de Fontana, Tuñón, Juan José Carreras, Barceló, Pelai Pagès, Prieto Arciniega,
David Ruiz, pero difícilmente puede hablarse en España de un corpus metodológico de
historiografía marxista.
126 Vilar, Soboul, Lefebvre, Balibar, Chesneaux y algunos nombres de menor relieve se
encontrarán en el centro de la amplia y progresiva influencia, pues, de la historiografía
marxista que en lo que respecta a la tarea de la reflexión teorética y metódica. La
influencia desborda con mucho el área de la historiografía para expandirse por todo
género de ciencias sociales, un fenómeno distinto del ocurrido con Annales que tiene
mucha menor resonancia fuera del gremio. Ejercen influencia autores como Althusser y
Poulantzas, con los que Vilar polemizará con frecuencia98, y puede decirse que la
influencia deviene desde toda la línea del marxismo estructuralista francés. Es a partir de
los años sesenta cuando la historiografía de inspiración marxista que se produce en
Francia empieza a ejercer influjo bastante decisivo en los historiadores españoles, pese a
las evidentes reticencias y la censura que impone el régimen imperante. De nuevo hay
que citar como sujetos de esta influencia a Josep Fontana, Alberto Gil Novales, Albert
Balcells, David Ruiz o Carlos Rama en su época española. La inspiración –tal vez menos en
Fontana– es siempre francesa.
127 Pero un lugar especial habría de hacerse aquí para el papel jugado en esta influencia por
los Coloquios de Pau sobre historia contemporánea de España que fundaría, dirigiría y
animaría siempre Manuel Tuñón de Lara en aquella universidad en la década de los
setenta, para continuar después con una versión española de esos mismos coloquios desde
los primeros ochenta hechos ya en instituciones españolas. La irradiación de estas
reuniones científicas fue esencial para la penetración de la influencia francesa, como lo
fue la propia obra de Tuñón de Lara.
363

128 Justamente es a la figura de Manuel Tuñón de Lara (1915-1997) a la que nos gustaría
limitarnos aquí, acorde con la propuesta hecha al comienzo de este texto de hablar en
extenso sólo de autores ya fallecidos. En el caso de Tuñón de Lara se presentan algunas
particularidades que propiciarían más bien la decisión de ser breves en nuestros
comentarios. Una de ellas, no la menos importante, es la ligazón de amistad personal y de
un matizado seguimiento de su obra que une con el comentado al autor de estas líneas.
Pero coincide también felizmente el hecho de que a la obra de Tuñón de Lara se han
dedicado trabajos y conjuntos de trabajos recientes que lo colocan quizás, junto a
nuestros otros dos comentados Rafael Altamira y Jaime Vicens, pero especialmente junto
a este último, entre los historiadores españoles cuya obra ha suscitado mayor exégesis.
Exégesis, por lo demás, plenamente justificada.
129 A calibrar la obra de Tuñón de Lara, su aportación, su influencia y sus débitos se han
dedicado algunos estudios entre otros por el autor de estas líneas99. Por lo pronto, se
puede volver sobre la propia vicisitud personal de Tuñón de Lara cuya práctica
historiográfica empieza ya algo tardíamente cuando se encuentra en el exilio francés y
cuya formación, por tanto, es casi exclusivamente francesa. La trayectoria intelectual y
profesional de Tuñón de Lara, si se la compara con la de los otros dos ilustres
historiadores españoles en los que hemos rastreado la influencia francesa, resulta algo
peculiar. Tuñón fue también un escritor prolífico como sus dos colegas, sin llegar a la
variedad de publicaciones de Vicens y trabajando a diferencia de éste y de Altamira sólo
en historiografía contemporaneísta. En cuanto a su publicística metodológica ocupa
también una posición intermedia. Tampoco llegó a producir nunca un «tratado» completo
de teoría o de método pero como en el caso de Altamira escribió con cierta profusión
sobre ese de tipo de temas100, más allá de la cierta dedicación circunstancial y la
dispersión de Vicens.
130 Pero en el caso de Tuñón de Lara, la influencia de la cultura historiográfica francesa es un
hecho esencial, que se produce desde sus orígenes intelectuales y también diferenciado.
En su obra no existe una primera época libre de tal influencia, como es el caso de Vicens,
ni tampoco se da el caso de que aquella misma se equiparara a otros aprendizajes en
historiografías distintas, como es el caso de Altamira, aunque ello no quiere decir que
Tuñón desconociese otras producciones nacionales de Europa y en concreto la
anglosajona. Hay, en fin, una peculiaridad más como es esa doble formación debida por
una parte a la influencia de Annales y su método estadístico-demográfico, y, por otra, a la
del marxismo; esto es lo que da a la producción de Tuñón de Lara, tal vez, su más personal
nota.
131 La formación francesa de Tuñón, que no simplemente ya «influencia», presenta alguna
nota más, ya señalada por nosotros en anteriores ocasiones, y que queremos repetir aquí
para terminar. La formación de juventud de Tuñón, basada en el derecho y la economía,
es marxista y adquirida en España en los años treinta. El partirá, pues, de una
metodología de este tipo. La influencia de la escuela historiográfica de los Annales se
produce ya en Francia y, sin duda, tamizada siempre por esa visión marxista previa. Por
ello, la influencia más clara es la ejercida por Pierre Vilar. He escrito antes que Tuñón fue
un marxista ampliamente influenciado, sin embargo, por el tronco, y por algunas
ramas colaterales, de ese singular árbol de la historiografía del siglo XX que ha sido
la escuela de Annales. Y, en notable parte también, por el estructuralismo francés 101.
132 Cuando Tuñón se incorpora a la cultura francesa estaba en su fase final la primera
generación de la escuela de Annales y en sus prolegómenos la segunda, que representará
364

sobre todo Fernand Braudel. Pero esta segunda influencia se canaliza hacia Tuñón por
vías menos directas. Su no-coincidencia con Braudel es patente:
La influencia de Annales en Tuñón presenta, por tanto, perfiles menos específicos.
Se trata de una presencia en su obra de carácter bien distinto de la que tiene la
metodología marxista. La influencia de la escuela es indirecta, entre otras razones
porque en la pléyade de los annalistes de estricta observancia no figuran
contemporaneístas excepcionales102.
133 No se olvide que Tuñón procede de un mundo externo al academicismo historiográfico y
que sólo cultiva la historia contemporánea aunque sea en sectores distintos, como el
político, el social y el económico. Tuñón coincide con Annales en la definición de algunos
conceptos y en el uso mismo de ellos, en un cierto espectro temático y en la concepción
del oficio historiográfico. Pero estas cosas han llegado a través de otros maestros influidos
a su vez por la escuela: Vilar, Labrousse, Bouvier, o de forma menos intensa por
asimilación de posiciones de Duby, Le Goff o Vovelle.
134 Peculiar, pues, fue esta forma en la que Tuñón se incardinó en la gran época de la
historiografía francesa, lo que sería la clave de su pensamiento y de su originalidad. Los
conceptos y categorías teóricas, las múltiples herramientas instrumentales que él ha
contribuido a acuñar para el quehacer historiográfico, las principales direcciones de su
práctica metodológica, han acusado siempre esa influencia doble e interactiva, del
marxismo y de la metodología annalista. Cabría decir, sin que parezca un despropósito, que
con la figura y la obra de Tuñón de Lara, desaparecido hace poco tiempo, se cierra toda
una época de irradiación particular de la historiografía francesa y de la recepción de ella
en nuestro país.

A modo de recapitulación
135 Durante aproximadamente un siglo, de fines del siglo XIX a fines del siglo XX, la
irradiación de las creaciones historiográficas francesas en España ha sido un fenómeno
intenso y constante. Se trata de un lapso temporal que ha coincidido con la expansión sin
precedentes de la historiografía francesa, un hecho que, ciertamente, no estuvo
acompañado de una paralela expansión de la influencia de Francia en otras ciencias
sociales o en las ciencias naturales. De ahí que el caso de la historiografía francesa se haya
considerado excepcional y haya llamado intensamente la atención. El fenómeno alcanzó
su punto álgido en la segunda mitad del siglo XX y especialmente en el cuarto de siglo
entre 1950 y 1975, sin que quepa duda que en el meollo de esta historia se encuentra lo
que ha representado la escuela de Annales de manera especial.
136 Los tres grandes historiadores españoles que hemos considerado aquí son incluidos
siempre entre los más notables que el país ha dado en la edad contemporánea. Los tres
han tenido la historiografía francesa en un lugar esencial de su formación y de su obra. La
recepción de lo francés no es difícil de periodizar en los contenidos mismos de lo
transmitido y en el contexto más amplio de la historia de ambos países. Tanto la aparición
de los hombres de Annales, a partir de 1929, como la crisis española subsiguiente en los
años treinta marcan sin dificultad el cierre de una primera etapa de esta recepción que
había ganado en importancia desde el último decenio del siglo XIX. Es la etapa de
formación de la historiografía contemporánea, bajo la impronta general de las ideas
positivistas y los esfuerzos por crear una disciplina y un método propios. La clave de la
365

etapa es seguramente la pugna de influencias entre lo germano y lo francés que se


resuelve con una ventaja de esta última influencia.
137 Con la solución de continuidad impuesta por la Guerra Civil, la reanudación del contacto
con el exterior significará la llegada a España desde mediados de siglo de una nueva
corriente francesa que es la annaliste. De ello hemos hablado ya suficientemente. La
influencia de Annales, en España como en otros muchos sitios, ha representado una etapa
de la historia de la historiografía, ha sido la que más diversificaciones y consecuencias ha
tenido y la que más ha persistido. La tercera gran influencia ha sido la del marxismo, con
la doble novedad de que, algo más tardía que la annaliste, ha convivido, sin embargo, con
ella y, por lo demás, ha perdido ya su carácter de exclusiva importación francesa, para
marcar una transición hacia el predominio de las influencias venidas del mundo
anglosajón que, como hemos dicho, se irán imponiendo desde mediados de la década de
los ochenta.
138 Podríamos concluir destacando de nuevo la influencia que tuvo la Guerra Civil en el
completo cambio operado en la historia de la historiografía española. Un cambio
profundo en lo generacional, en el estilo intelectual, en todos los órdenes de fenómenos
históricos que han podido influenciar la propia práctica historiográfica, entre otros. La
revolución de los Annales fue clave para algunas nuevas gentes, mientras muchos viejos
maestros no la captaron. Ello ocurre con casi toda la vieja escuela que se pliega a las
normas del nuevo régimen, pero ocurre también con algunos ilustres exiliados. Ortega
hace de exegeta de Toynbee, pero no sabe nada de la nueva historiografía. Algunos
discípulos suyos la conocen pero no se interesan en ella: es el caso de José Antonio
Maravall. Quienes descubrieron las nuevas corrientes fueron aquellos que estuvieron en
mejor disposición para propiciar una salida del «desierto» que nos ha llevado a paisajes
bien distintos.

BIBLIOGRAFÍA

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Albert», 1987 (citado A. ALBEROLA [ed.], Estudios).

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NOTAS
1. El caso paradigmático y bien conocido es el de la disputa Sociología-Historiografía en el
tránsito del siglo XIX al siglo XX, recogida y comentada en muy diversas publicaciones y que es
uno de los grandes hitos de la historia de las ciencias sociales en Francia. Véanse los comentarios
modernos de G. NOIRIEL, Sobre la crisis de la historia.
2. A estas razones alude Ph. BESNARD, «Esquisse historique», p. 20.
3. La propia expresión théorie de l’histoire es ella misma francesa o al menos su uso más difundido
se hace entre los historiadores franceses. El lenguaje y la tradición de la Revue historique de
Gabriel Monod la acepta.
4. No es cuestión de extenderse aquí sobre la importancia de la producción de origen filosófico
acerca de la Historia y la historiografía, a la que hoy se podría añadirla especulación desde el
campo de la teoría de la literatura posmodernista (Hayden White, Hans Kellner, Anskermitt y
demás). Ambas producciones no son muchas veces claramente discernidas en su ubicación
intelectual por lo propios historiadores. La distinción entre dos filosofías, la sustantiva y la
analítica, arranca de los propios filósofos analíticos. Una distinción que está claramente
expresada en la obra de W. H. WALSH, Filosofía de la historia, que distinguía entre una filosofía
«especulativa» y una filosofía «crítica» de la historia.
5. Una debilidad que ha sido destacada –y sírvanos esta constatación de contraejemplo en
materia de influencia– por el historiador español J. FONTANA en su conocido artículo «Ascenso y
decadencia de la escuela de los Annales».
6. G. PASAMAR ALZURIA e I. PEIRÓ MARTÍN, Historiografía y práctica social; ID., Los inicios, G. PASAMAR
ALZURIA, Historiografía e ideología; ID., Corrientes; E. HERNÁNDEZ SANDOICA, «La historia
contemporánea». No existe aún, a nuestro juicio, una convincente y reciente historia de la
historiografía española para los siglos XIX y XX.
7. G. PASAMAR ALZURIA e I. PEIRÓ MARTÍN, Los inicios.
8. J. A. MARAVALL, Teoría.
9. Destaquemos entre ellos algunos de los que se contienen en A. ALBEROLA (ed.), Estudios en
especial los de A. Ortí, J. J. Carreras y J. Fontana. El libro en conjunto es una recopilación de
trabajos desiguales, como parece inevitable. Existe una biografía del historiador, la de V. RAMOS,
Rafael Altamira, tampoco de especial calidad y diversos conjuntos de estudios publicados por
discípulos y amigos mexicanos, pues en México transcurrió fundamentalmente la última etapa de
la vida de Altamira con posterioridad a la Guerra Civil. Algunas de las obras de Altamira han sido
objeto de reedición (ver en la bibliografía final de este artículo).
10. R. ASÍN VERGARA, «La obra histórica de Rafael Altamira», en A. ALBEROLA (ed.), Estudios, p. 371.
Hago esta cita meramente como corroboración de algo evidente como es la influencia francesa.
Los estudios del autor citado sobre Altamira no son, en mi opinión, de gran valor, ni por su
profundidad ni por su acierto. Limitar la influencia no francesa a Bernheim y Buckle es una
369

completa superficialidad, como veremos más abajo. La influencia de Renan es por su parte
bastante irrelevante.
11. R. ALTAMIRA, Cuestiones. La primera edición de esta obra es de 1904. Fue reeditada y ampliada
en 1935. Aquí hemos utilizado la edición de 1904.
12. Ibid., p. 213.
13. Seguramente un error por germanófobos.
14. R. ALTAMIRA, Cuestiones, pp. 205 y passim.
15. E igual hace en su otra más conocida obra La enseñanza de la historia, a la que nos referiremos
después.
16. R. ALTAMIRA, Cuestiones, a partir de la página 282.
17. E. LAVISSE et alii, La enseñanza de ta historia. Obviamente no debe confundirse con la obra
anterior del mismo titulo del propio Altamira. En esta obra participa con un capítulo sobre «Uso
y crítica del material de enseñanza». Al final hay un apéndice de M. B. Cossío para la edición
española: «Sobre la enseñanza de la historia en la Institución».
18. A NIÑO RODRÍGUEZ, Cultura y diplomacia, p. 331.
19. París, 1902.
20. P. LACOMBE, De l’histoire. Existe una edición en castellano publicada por Espasa-Calpe en
Barcelona en 1948.
21. R. ALTAMIRA, Filosofía; ID., Proceso histórico, obra floja y de información anticuada de la que
parece desafortunado hasta el título. Existen inéditos de Altamira sobre cuestiones referentes a
metodología, manejados por algunos autores pero que nosotros no empleamos aquí.
22. En efecto, como hemos dicho, las fechas de la primera y segunda edición son 1904 y1935.
23. R. ALTAMIRA, Cuestiones, p.5.
24. Así lo cree J. J. CARRERAS, «Altamira y la historiografía europea», en A. ALBEROLA (ed.), Estudios,
p. 396.
25. A-D, XÉNOPOL, Teoría.
26. R. ALTAMIRA, Cuestiones; p. 14.
27. Nos referimos a R. ALTAMIRA, Procero histórico, ya comentado.
28. J. A. MARAVALL, Teoría.
29. El subrayado es del propio Altamira.
30. R. ALTAMIRA, Cuestiones, p. 83.
31. El parágrafo sobre «materialismo histórico» comienza en la p. 94.
32. Es curioso que dos recientes exegetas españoles de la obra de Altamira opinen exactamente lo
contrario acerca de su recepción del marxismo. Mientras para Juan José Carreras, Altamira en
modo alguno entendió nada del caso ni le interesaba, para Josep Fontana es el único que entiende
algo del marxismo en el momento. Creo que ninguno de los dos atina propiamente en su juicio.
Altamira se mantiene lejos del marxismo justamente desde sus posiciones krausistas, como todos
los intelectuales españoles de la misma formación y en función más que nada del «organicismo».
Verlas respectivas colaboraciones de estos dos autores en A. ALBEROLA (ed.), Estudios.
33. R. ALTAMIRA, Cuestiones, p. 94 (el subrayado es del propio Altamira).
34. J. FONTANA, «El concepto de la historia y de la enseñanza de la historia en Rafael Altamira», en
A. ALBEROLA (ed.), Estudios, p. 418. Fontana se refiere exactamente a este capítulo que Altamira
dedica al materialismo histórico.
35. R. ALTAMIRA, Cuestiones, pp. 105 ss.
36. Cita un artículo de Van Houten donde se hacía un repaso general de esa polémica entre
sociólogos e historiadores.
37. R. ALTAMIRA, Cuestiones, p. 135.
370

38. Las mejores observaciones sobre ello me parece que se contienen en el trabajo de A. ORTÍ,
«Regeneracionismo e historiografía: el mito del carácter nacional en la obra de Rafael Altamira»,
en A. ALBEROLA (ed.), Estudios, pp. 275-351 y especialmente pp. 304 ss.
39. Ibid., p. 303.
40. La primera edición de esa obra fue de 1891, publicada por el Museo Pedagógico de Instrucción
Primaria, Madrid, Fortanet, que no se puso a la venta, dice el propio autor, aunque circuló entre
colegas. La edición que efectivamente fue difundida es la de 1895, Madrid, Victoriano Suárez,
mucho más completa.
41. R. ALTAMIRA, La enseñanza, p. 87. Hago las citas por la edición de Rafael Asín Vergara (1997, ver
en la bibliografía), que me parece más asequible. Altamira pretende reforzar su opinión diciendo
que era la misma que la del historiador inglés Buckle, paradigma de la historiografía positivista,
por cierto.
42. Publicado en la Revue internationale de l’enseignement, que Altamira sigue muy de cerca.
43. R. ALTAMIRA, La enseñanza, p. 104.
44. Trata no sólo de las universidades sino de la École Normale Supérieure, el Collège de France,
la École Pratique des Hautes Études y la École des Chartes.
45. R. ALTAMIRA, La enseñanza, pp. 162 ss.
46. R. ALTAMIRA, La enseñanza, p. 169.
47. Ibid., pp. 192 ss.
48. Ibid., p. 195.
49. Ibid., p. 198.
50. Ibid., p. 198.
51. Ibid., p. 33.
52. Entendiéndose con ello aquella historia política que era la de la vida política en exclusiva y la
función en ella de los grandes personajes.
53. R. ALTAMIRA, La enseñanza, p. 201 (la palabra es subrayada por el mismo Altamira).
54. Ibid., pp. 177 ss.
55. Parece interesante destacar la atención que Altamira dedica al asunto de la influencia del
medio geográfico en la civilización y la importancia de esto para el análisis histórico, a partir de
lecturas de autores como Ritter o Hellwald, de la misma forma que muchos años después Jaime
Vicens reconocería el impacto que causó en su formación la lectura del libro de L. FEBVRE, La terre.
56. Así el capítulo IV, cuyo título es «Otras notas características de la historia moderna», es una
amplia disquisición sobre «la Moderna Historia», es decir, la nueva, que es lo que se trata, y no de
historia de la Edad Moderna como hoy podría leerse equivocadamente (R. ALTAMIRA, La enseñanza,
pp. 175-205).
57. Véanse las acertadas observaciones que hace sobre ello la contribución de M. PESET, «Rafael
Altamira en México: el final de un historiador», en A. ALBEROLA, Estudios; pp. 251-273.
58. Una información a añadir sobre este panorama en G. PASAMAR ALZURIA e I. PEIRÓ MARTÍN,
Historiografía y práctica social.
59. Z. GARCÍA VILLADA, Metodología. Se trata de una obra con una pervivencia tal que todavía se
hacían ediciones facsímiles de ella en 1977.
60. W. BAUER, Introducción. Esta traducción lo era de la segunda edición alemana de 1927. La
primera era de Viena, 1921. La cuarta edición castellana y última es de 1970. La obra de E.
BERNHEIM, Introducción, había tardado mucho más tiempo en verterse al español, pues la edición
original alemana era anterior a 1900 aunque las más conocidas y difundidas son de los primeros
años del siglo XX.
61. Sobre el panorama de la época ilustra el libro citado de G. PASAMAR ALZURIA, Historiografía e
ideología, ya citado, aunque está más dedicado a la historia institucional e ideológica que a la
historia de la historiografía propiamente.
371

62. Las difundidas obras de J. HUIZINGA, El otoño. Homo Ludens y otras se completaban con un
tratado metodológico como fue El concepto de historia del que se hicieron ediciones posteriores.
Paul HAZARD no fue metodólogo pero su idea de la historia expresada en la obra muy difundida La
crisis de la conciencia europea, fue muy celebrada.
63. ESTADO MAYOR DEL EJÉRCITO, Curso superior.
64. Son bien conocidas las obras de P. Stoianovich, P. Burke, S. Romano, los dos volúmenes de los
Mélanges Braudel al que nos referiremos después, además de los muy abundantes artículos de
revista y los estudios dedicados a algunos de los representantes de la escuela, en especial a Bloch
y Febvre. Para no hacer muy larga esta referencia limitémonos a la obra reciente de P. BURKE, La
revolución historiográfica, que publica una razonable bibliografía sobre el asunto.
65. Por supuesto el algo espeso libro citado de P. Burke ignora absolutamente el caso español.
66. Nos referimos a las bien conocidas obras de M. BLOCH, Introducción a la historia; L. FEBVRE,
Combates; F. BRAUDEL, La historia, junto a obras menos difundidas de Charles Morazé. Y ya que
hablamos de influencias francesas en el mundo de habla española, deberíamos destacar el
inmenso éxito que tuvo desde siempre la obra de Bloch cuyo título francés era Apologie pour
l’histoire ou Métier d’historien, aparecida en 1949 y que se vertió al español, como vemos, muy
pronto, en un excelente texto de Max Aub y Pablo González Casanova que, desgraciadamente,
cambiaron su hermoso título por el más convencional y comercial de Introducción a la historia.
Creo que no debe calificarse con palabra menos gruesa que la de «crimen» la nueva traducción
hecha por la misma editorial Fondo de Cultura Económica de la obra de Bloch según la edición
francesa de 1993 (del cincuentenario de la muerte de Bloch), a la que se tiene la indecencia de
titular en castellano Apología para [ sic] la Historia... sin que conozcamos ninguna protesta. La
traducción es ahora de María Jiménez y Danielle Zalavsky en un castellano torpe e impresentable
que queda a inmensa distancia del de Aub y Casanova y que encima pretende justificarse por las
traductoras y la editorial, que ni siquiera citan a los anteriores traductores, con la especie de la
mayor fidelidad al texto y «rectificación de libertades» o «intento de hacer más claras ciertas
frases» –cosas absolutamente injustificables. Por si faltara poco, la edición francesa –y la
española con ella– se acompaña de textos impertinentes y de dudoso gusto del hijo de Bloch,
Etienne Bloch, donde se ataca a Febvre, de añadidos que sobran absolutamente y de
introducciones de Jacques Le Goff o del mexicano Carlos Aguirre Rojas de las que perfectamente
podría haberse hecho gracia al lector. Sobre todo a! que conoce la hermosa versión anterior.
67. Destino, 17 de diciembre de 1949. Vicens celebra además que Braudel, coincidiendo con él
mismo, haya sustituido la «agresiva palabra geopolítica» por la de geohistoria. La revista Destino
es el vehículo en el que Vicens expondrá una muy importante parte de sus comentarios y noticias
a lo largo de muchos años, en los primeros de ellos con el seudónimo «Lorenzo Guillen» y
posteriormente con su nombre.
68. De una manera bastante juiciosa, Emilio Giralt, discípulo de Vicens, afirma que «es una
acroma conjeturar sobre si Vicens hubiese permanecido anclado en esa tendencia [la de Annales]
o hubiese evolucionado hacia planteamientos dialécticos y métodos marxistas» (ver su prólogo a
J. VICENS VIVES, Aproximación de la edición de Básica Salvat de 1970). El juicio de Giralt tal vez
podría explicitarse aún más en el sentido de lo poco previsible que resulta una evolución del
autoren ese sentido a la luz de su trayectoria intelectual, de sus mismas afirmaciones y de su
formación previa.
69. J. VICENS VIVES, Mil lecciones. Aunque ia obra fue reeditada luego por la Editorial Vicens Vives,
su primera aparición fue en el Instituto Gallach, Barcelona, 1951.
70. Ver J. TERMES, «La historiografía de la postguerra». El texto de Termes es una puntualizadón
sobre la figura de Vicens de gran interés en la línea de lo que aquí decimos.
71. Una de las ponderaciones de esta circunstancia en la vida de Vicens más precisas se hace en
V. L. ENDERS, Jaime Vicens Vives. Se trata de la tesis doctoral de una historiadora norteamericana,
372

más bien parva en datos y prendida en la significación «catalanista» de Vicens, que no es


precisamente su cualidad más destacada, donde se permite colocar a su biografiado en el seno de
un «endured ostracism and “represión”» cosa muy lejana a la realidad, aunque no quepa ignorar que
el expediente de Vicens fue analizado por el Tribunal de Responsabilidades Políticas. Pero es
interesante la temática referida a la recepción del influjo de Annales en toda su segunda parte,
titulada «Vicens Vives and the Method: the Annales». Al asunto se refiere también M. BATLLORI en
el prólogo a las Obras Completas de Vicens, una publicación inacabada y abandonada a poco de
comenzarse.
72. El propio Vicens daría cuenta de su experiencia en un artículo desgraciadamente muy breve
en Destino, 16 de septiembre de 1950.
73. Estamos refiriéndonos particularmente a dos textos incluidos en Obra dispersa: «Desarrollo» y
«Los estudios históricos», que son los que glosamos en las líneas que siguen.
74. Poco antes, en 1949 escribiría palabras muy elogiosas también para la revista Arbor, editada
justamente por el CSIC y que, de hecho, al tiempo que actuaba como «filtro» intelectual, recogía
toda la menguada y pedestre ideología científica del régimen político establecido.
75. En su «A guisa de prólogo» de la Aproximación a la historia de España, que, como sabemos, es de
1952, pero en la edición de 1960, se refiere Vicens a los estudios de historia en España y comenta
«ya que éramos los primeros en lamentar la decadencia a que habían precipitado tales estudios
después de la guerra de los Tres Años, tanto la rigidez de los viejos moldes eruditos como las
alegres intuiciones ideológicas de quienes no querían quebrarse la cabeza en el duro batacazo de
los archivos».
76. J. VICENS VIVES, «Desarrollo», pp. 23-24. Vicens habla de Ballesteros como traductor de
Bernheim al referirse a «su versión del manual metodológico de Bernheim, el vademécum del
investigador histórico». Si tal traducción existe no la hemos conseguido encontrary no es la
hecha en Barcelona en 1937, citada antes, única que conocemos y que dice estar traducida por
Pascual Galindo. Observemos de paso que Vicens habla siempre mal de la obra del medievalista y
consejero áulico del general Franco fray Justo Pérez de Urbel.
77. En el lenguaje del momento ni Vicens ni ningún otro autor emplean la palabra «historicismo»
sino «historismo».
78. J. VICENS VIVES, «Desarrollo», p. 24.
79. J. VICENS VIVES, «Desarrollo», p. 35.
80. ID., «Hacia una historia».
81. Comentario publicado en La Vanguardia, 20 de octubre de 1951.
82. De hecho, el libro se titulaba en francés La terre et l’évolution humaine. No sabemos que se
tradujese el español como «La tierra y la historia».
83. Los célebres «Débats et combats».
84. J. VICENS VIVES, Obras dispersas, t. II, p. 527.
85. Ibid., p. 528.
86. Véase G. PASAMAR ALZURIA, Historiografía e ideología, especialmente su capítulo VII y último.
87. J. VICENS VIVES, Obras dispersas, t. II, p. 539.
88. Citado en V. L. ENDERS, Jaime Vicens Vives, p. 79.
89. J. VICENS VIVES, Obras dispersas, t. I, p. 340.
90. J. FONTANA, «Ascenso y decadencia».
91. J. VICENS VIVES, Obrar dispersas, t. II, p. 552.
92. V. L. ENDERS, Jaime Vicens Vives, p. 64.
93. De hecho, Altamira es quien mejor explica cómo desde comienzos del siglo XX el término
«historia contemporánea» pasa a designar estrictamente la historia del siglo XIX desde la
Revolución francesa. Puede verse su texto «Direcciones fundamentales».
373

94. Para el asunto del nacimiento de la «historia contemporánea», ver el estudio de J. ARÓSTEGUI,
«Antonio Pirala».
95. Puede hablarse entonces de la obra del comunista Jesús Hernández, publicada fuera de
España, se supone que porque contiene una tremenda diatriba contra el comunismo y su política.
96. Me refiero a las Primeras J ornadas de Metodología Aplicada de las Ciencias Históricas, cuyas
actas completas aparecieron en 1976. Se trata de un referente importante para el rastreo de las
huellas de las que tratamos aquí.
97. Mélanges Braudel.
98. En algún seminario impartido por Vilar en España comentaría que sus abundantes alumnos
hispanoamericanos venían informados en el marxismo a través siempre de la obra de Althusser y
Poulantzas cuyas posiciones historiográficas como pretendida exégesis de Marx, Vilar no ha
compartido nunca.
99. Destaquemos J. L. de la GRANJA SÁINZ y A. REIG TAPIA (eds.), Manuel Tuñón de Lara y J. L. de la
GRANJA SÁINZ, A. REIG TAPIA y R. MIRALLES (eds.), Tuñón de Lara. En 1981 la Universidad Menéndez
Pelayo publicó dos volúmenes de homenaje al historiador, Estudios sobre historia de España
(Homenaje a Manuel Tuñón de Lara), con estudios sobre la historia de España pero que no contiene
más material biográfico que una pequeña introducción de Pierre Vilar. Ver también el
monográfico Dedicado a Tuñón de Lara.
100. Lo más conocido es su Metodología de la historia social de España, varias ediciones desde 1972.
Existen otras publicaciones y artículos en revistas, de los que cabría destacar los publicados en
Sistema y algunas obras de divulgación como la muy bien hecha ¿Para qué la historial En esta
obrita, por ejemplo, la bibliografía citada al final, salvo dos autores británicos imprescindibles,
Thompson y Hobsbawm, y algún español, es la francesa de los autores de Annales y los marxistas
clásicos la que ocupa todo el listado. Los homenajes citados anteriormente, especialmente el de
1993, publican una amplia relación de sus obras.
101. J. ARÓSTEGUI, «Manuel Tuñón de Lara y la construcción de una ciencia historiográfica» J. L. de
la GRANJA SÁINZ y A. REIG TAPIA (eds.), Manuel Tuñón de Lara, pp. 143 ss.
102. Ibid., p. 147.

RESÚMENES
La historiografía española ha recibido las influencias conjuntas de las escuelas francesa, alemana
y anglosajona. Se puede esbozar la cronología de cada una de ellas. La teoría de la historia –
expresión de origen francés– remite a la capacidad de los historiadores de proponer una
teorización de su ciencia y de su práctica. En España, pocos fueron los historiadores que se
dedicaron a teorizar, exceptuando a los marxistas. Una teoría de la historia depende mucho más
de una teoría de la sociedad y de las ciencias sociales que de un discurso sobre el método
histórico. Sin embargo, hay autores que tratan en sus obras la construcción teórica de la historia
y reflejan las influencias exteriores y no dejan de ser contribuciones originales. Julio Aróstegui
nos invita a leer las obras de tres historiadores que son otros tantos hitos de la historiografía:
Rafael Altamira (1866-1951), Jaime Vicens Vives (1910-1960) y Manuel Tuñón de Lara (1915-1997)

L’historiographie espagnole a subi les influences conjuguées des écoles historiques française,
allemande et anglo-saxonne, dont on pourrait esquisser la chronologie. La théorie de l’histoire –
une expression d’origine française – repose sur la capacité des historiens à proposer une
374

théorisation de leur objet et de leur pratique. En Espagne, c’est un exercice auquel les historiens
ne se sont guère livrés, à l’exception des tenants du marxisme. Une théorie de l’histoire relève
plus d’une théorie de la société et des sciences sociales que d’un discours de la méthode
historique. Il existe cependant des auteurs dont la réflexion a porté sur la construction théorique
de l’histoire et dont les œuvres reflètent les influences extérieures et les apports originaux. À
travers l’examen de trois historiens, Rafael Altamira (1866-1951), Jaime Vicens Vives (1910-1960)
et Manuel Tuñón de Lara (1915-1997), Julio Aróstegui nous propose ainsi un itinéraire espagnol à
travers le siècle

Spanish historiography has been influenced by the French, German and Anglo-Saxon schools,
and the chronology of each of these influences can be traced. The theory of history –a term
introduced by the French– refers to the capacity of historians to theorize about their science and
praxis. Few historians have theorized in Spain apart from the Marxists. Any theory of history is
much more a theory of society and social sciences than a discourse on historical method.
Nevertheless, there are authors whose works address the theoretical construction of history and
reflect external influences but are original contributions for all that. Julio Aróstegui invites us to
read the works of three historians who are all landmarks in Spanish historiography: Rafael
Altamira (1866-1951), Jaime Vicens Vives (1910-1960) and Manuel Tuñón de Lara (1915-1997)

AUTOR
JULIO ARÓSTEGUI
Universidad Complutense, Madrid
375

El historiador en España:
condicionantes y tribulaciones de
un gremio
L’historien en Espagne : conditionnements et vicissitudes d'une
corporation
The historian in Spain: circumstances and tribulations of a profession

Juan-Sisinio Pérez Garzón

1 Se quiere clausurar este coloquio reflexionando sobre la «condición del historiador», pero,
sin duda, aquí es donde las condiciones que nos afectan a historiadores franceses e
hispanos divergen en más de lo que pudieran coincidir a simple vista. Por eso no será la
comparación lo que me ocupe, sino el análisis de nuestra actual situación profesional en
España. En este sentido, es previo aludir al doble contenido del concepto castellano de
condición, que hace referencia tanto a la naturaleza y carácter del oficio de historiador,
como a las circunstancias o contextos en que se desenvuelve dicho estado social. Es
preciso desglosar, por tanto, las relaciones que se establecen en esa condición que es, a la
par, naturaleza y circunstancia, y así perfilar al historiador en su doble condición de
profesional y de funcionario, porque esa naturaleza y esa circunstancia son las que nos
cualifican en España, y esto sin olvidar otros datos que igualmente nos condicionan en un
país que sólo lleva algo más de veinte años de democracia, y que, aunque se ha recorrido
de prisa mucho trecho, seguimos arrastrando déficits acumulados en cuarenta años de
dictadura. Se nos agolpan, por tanto, retos educativos y profesionales, ya miremos al
futuro de una sociedad crecientemente internacionalizada e informatizada, ya nos
planteemos nuestra tarea desde la organización de las universidades en el actual Estado
de las Autonomías de España.
2 Por lo demás, este texto se presenta como propuesta para un debate entre especialistas,
no con demasiada confianza, porque si en otra ocasión me pareció justo subrayar las
razones para el optimismo, y esto pudo resultar excesivo1, ahora tampoco puedo derivar
al fatalismo pesimista, porque sigo pensando que la crítica y autocrítica de nuestra
376

condición permite barruntar, no obstante, la existencia de suficientes motivos para


comprometerse por derroteros optimistas.

Un preámbulo imprescindible: las huellas de los


orígenes y la marca de la historia
3 Es necesario recordar los orígenes de nuestra profesión y su despliegue histórico desde el
Estado a partir del siglo XIX. De modo somero, por supuesto, pero subrayando las
características que la han condicionado en el tiempo. Baste enunciar, por tanto, que
también en España, como en la Europa liberal, el historiador nacía en el siglo XIX como
parte de la organización de esos nuevos saberes que el liberalismo burgués
institucionalizaba a través del sistema educativo. Se puede afirmar al respecto que, en las
décadas centrales del siglo XIX, nace y se organiza en España la historia como saber
nacional, como disciplina estatal y como escuela de patriotas, tres características que han
marcado desde entonces los contenidos de nuestra profesión, y que, sin duda, se pueden
parangonar con procesos similares en otros países europeos. No olvidemos, ya que
estamos en la Casa de Velázquez, la extraordinaria influencia de los doctrinarios
franceses, con un Guizot a la cabeza, sobre sus homónimos españoles, entre los que se
encontraba precisamente el artífice del paradigma historiográfico nacional español,
Modesto Lafuente.
4 En efecto, si la obra de Modesto Lafuente articuló un paradigma tan nacional como
nacionalista, por nuestra parte seguimos encarrilados en los parámetros que en dicha
obra se albergaron como referentes para explicar el presente, por más que se hayan
actualizado las técnicas de investigación y las formas de exposición. Es un dato que no se
puede obviar, aunque resulte simplificador. Por otra parte, también estuvo en los
orígenes de nuestra disciplina un hecho sociológico que conviene recordar. Que quienes
estructuraron la historia como saber diferenciado, quienes se perfilaron como los
primeros historiadores, fueron tanto eruditos no especializados como intelectuales
polifacéticos. Fueron escritores públicos, como el mismo Lafuente o Aldama o Alcalá
Galiano o un largo etcétera de autores de libros de historia, que argumentaron desde
distintos frentes –la historia, el derecho, la política, la tribuna periodística– las formas y
las estructuras del Estado burgués en construcción.
5 Por eso, otra característica de la historia en su primer despliegue como saber nacional
consistió en servir de arsenal de argumentos para el presente político. Desde las mismas
Cortes de Cádiz hasta las décadas de la Restauración, los distintos sectores ideológicos en
pugna siempre recurrieron al pasado para justificar las respectivas posiciones del
presente, y así lo hicieron tanto quienes buceaban en un supuesto pasado nacional los
antecedentes de la revolución liberal que estaba en marcha, como aquellos
tradicionalistas que usaban paradójicamente la historia para inmovilizar el tiempo y
anclarse en un pasado que definían como específicamente español. Sin entrar ahora en
otros detalles, baste remitirnos a la amplia nómina de escritores (historiadores, políticos
y periodistas a la vez casi todos ellos) que, en los años del reinado isabelino, podríamos
calificar sin reparos como intelectuales orgánicos del Estado liberal en construcción.
6 La profesionalización, por lo demás, llegó de manos de archiveros, profesores de instituto
y también de profesores de universidad2. Tuvo lugar sobre todo en las décadas de la
Restauración. De los profesores de universidad hay que destacar el protagonismo de los
377

especialistas en historia institucional nacional, un ámbito de investigación que marcará el


despliegue de la historia como ciencia social cuando se constituya el Centro de Estudios
Históricos en 1910. De aquí se derivan algunos rasgos que todavía definen hoy nuestra
profesión, como ese predominio de la historia institucional –incluso en áreas como la
economía o la historia social–, y también ese otro rasgo que quizá sea una de las
deficiencias más graves de la actualidad: el dominio absoluto de lo español, ya en su
vertiente más general, ya en sus aspectos locales o incluso en cuestiones de las
nacionalidades que entonces y hoy forman España. Desde Sánchez Albornoz y Menéndez
Pidal hasta hoy, en España, la disciplina de la historia no ha rebasado las fronteras
estatales y los problemas nacionales más que para casos en que lo español llegaba a tomar
contacto con otros pueblos o culturas, como ocurría en América latina, o en la antigüedad
romana, por ejemplo. No podemos hablar de especialistas en historia de algún otro país
europeo, no digamos ya en África o Asia, y este déficit profesional nos condiciona, sin
duda.
7 En este orden de cosas, procede subrayar también como marca originaria de la profesión
del historiador en España la jerarquía académica fuertemente personalizada que cuajó en
las décadas iniciales del siglo XX, justo cuando se articulaba desde el Centro de Estudios
Históricos un programa nacional de investigación interdisciplinar. Era un impulso de
renovación metodológica encomiable, en sintonía con Europa, que llevaba aparejada la
definitiva profesionalización del historiador, iniciada ya a mediados del siglo XIX. Esta
profesionalización se realizó desde la universidad creando las secciones de Historia
dentro de las facultades de filosofía y Letras, a la par que el centralismo hacía de la
universidad de Madrid –llamada significativamente «universidad central»– la única
capacitada para otorgar el título de doctor. Se crearon y reforzaron unas jerarquías
académicas cimentadas en cerradas estructuras de dependencias personales, y ello desde
el soporte social de la condición de funcionarios para los profesores universitarios y de
enseñanzas medias, o para los archiveros y para cuantos podemos calificar como
historiadores. Funcionarios, hay que reiterarlo, de un Estado igualmente centralista y
centralizado.
8 Fueron los años además en que el discurso academicista se impuso. Esto significó la
diferenciación de un doble nivel en el lenguaje historiográfico. Por una parte, el lenguaje
de la investigación y especialización monográfica, un conocimiento de iniciados para sus
pares, que circulaba en las revistas que, sin duda, estructuraron las normas de la
comunidad historiográfica española, tales como el Anuario de Historia del Derecho Español, la
Revista General de Legislación y Jurisprudencia, la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos o el
Boletín de la Real Academia de la Historia. Por otra parte, se diferenció el discurso
historiográfico de los manuales y de los libros de divulgación para cuyos objetivos
didácticos o periodísticos se estableció tal desfase con respecto a los conocimientos
publicados en los medios especializados, antes citados, que se produjo un auténtico
abismo entre lo que sabían los especialistas y lo que se enseñaba en las escuelas o se
divulgaba por otros medios. Y así seguimos desde principios de siglo, situados en ese
desfase, con ese doble ritmo de conocimientos, doble nivel de historiografía y doble
aceptación de contenidos y cuestiones. Así de claro quedó en las recientes palabras del
actual director de la Real Academia de la Historia, Gonzalo Anes, cuando declaró que la
tarea de dicha institución consistía en «vigilar cómo se estudia la historia de España», eso
sí, explicando que «sólo vamos a estudiar los textos de la enseñanza media, no los de la
Universidad»3. Evidentemente, a los universitarios se les supone libertad de cátedra y de
378

investigación, pero a los profesores de enseñanzas primaria y secundaria se les sitúa en el


rango de funcionarios obedientes, al servicio de la transmisión de unos conocimientos
establecidos para inculcar en los años juveniles una historia que configure sus conciencias
nacionales.
9 Si seguimos esbozando los aspectos del pasado que condicionan nuestra situación de
historiadores, hay que recordar otros aspectos decisivos. Ante todo, una diferencia entre
el pasado y el presente, que conviene resaltar antes de seguir; se trata de que en las
décadas iniciales de este siglo las relaciones entre enseñanza secundaria y universitaria
eran estrechas, quizá porque prácticamente todos los profesores universitarios (al no
existir cuerpos como el de los antiguos adjuntos o actuales titulares) procedían o pasaban
previamente por el cuerpo de catedráticos de instituto. Pero además debemos tener
presente un hecho decisivo en nuestra historia cultural, que no se puede obviar para
comprender el papel de la historia en nuestra sociedad y la condición de nuestra
profesión. Que nuestra tarea ha estado profundamente marcada por la Guerra Civil y la
larga represión de la dictadura. Quizá en este coloquio algunos historiadores españoles
hayan suavizado semejante etapa, como si la represión cultural se pudiera medir por el
número de detenciones habidas en los años sesenta, sin considerar la tragedia intelectual
que ocurrió en el sistema educativo español en 1939, quizá tan excepcional que no la
encontramos en ningún otro país europeo4. Además, la represión cultural afectó a todos
los ámbitos de la vida social y a los distintos escalones del sistema educativo. Por eso no
basta con constatar el drama del exilio de los universitarios o la muerte científica de una
etapa que prometía frutos y que tan costosamente se había puesto en marcha desde
principios de siglo5.
10 En definitiva, pretendo subrayar la justicia con que hay que valorar el salto cualitativo
que se emprende a partir de los años 1960, porque no hubo tantas continuidades como se
pretende ver ahora con lo académico oficial La renovación historio gráfica tuvo el
impulso de muy pocas personas, algunas de ellas silenciadas porque no han llegado al
rango de catedráticos de universidad. Fueron unos pocos profesores, dispersos por
distintas universidades, junto con el núcleo historiográfico aglutinado por la herencia de
Vicens Vives, sin olvidar el atractivo de la personalidad y obra de Tuñón de Lara, en el
exilio, las estimulantes lecturas de la obra de Pierre Vilar y la circulación, por ejemplo, de
los libros prohibidos de Ruedo Ibérico. Tales fueron los factores que hicieron lo que ahora
se quiere minusvalorar o incluso atribuir a otros. Fueron personas valientes y críticas con
la dictadura las que desgranaron alternativas a la cultura oficial de tal modo que, hay que
recordarlo porque es justo, organizar, por ejemplo, un seminario fuera de las clases sobre
la transición al capitalismo o asistir a un cine club, eran medios de lucha por las
libertades, y así fue como emergió, casi sin maestros directos, una generación de
historiadores que hoy son los que podemos considerar artífices de la renovación y los que
sacaron a la historiografía de dos largas décadas de oficialismo paralizante. Esta
generación es la que en los años setenta empezó a establecer la normalización de nuestra
disciplina en sintonía con los métodos y escuelas imperantes en la Europa de ese
momento, y que luego amplió sus filas al expandirse la universidad española y
regularizarse la situación profesional con la Ley de Reforma Universitaria del gobierno
socialista.
11 Quizá sea en los años setenta cuando se pueda encontrar inquietudes y argumentos para
poder hablar de la elaboración de un discurso crítico contrahegemónico, no sólo en los
aspectos metodológicos, sino también en los políticos y de compromiso social. Era el
379

representado por el impulso de ese puñado de profesores cuyo magisterio se irradiaba


hacia entornos más amplios que el de sus respectivos departamentos o distritos
académicos, ya por sus obras, ya por su actividad docente, como ocurría en los casos de J.
Fontana, M. Vigil, A. Barbero, J. Valdeón, F. Tomás y Valiente, M. Artola, J. M. Jover, J. J.
Carreras Ares o E. Sebastià, sin olvidar que hubo historiadores que, aunque estaban fuera
del medio universitario, publicaron obras cuya lectura fue decisiva, y en este sentido es
justo recordar el eco en esos años de la divulgación que la editorial Ariel hizo de las
investigaciones de A. Domínguez Ortiz, o subrayar algo que en este coloquio ya se ha
desarrollado con detalle, me refiero al impacto de la obra de los hispanistas, franceses e
ingleses sobre todo, en la formación de una perspectiva historiográfica contraria a los
dominios establecidos por el franquismo.
12 Igualmente es necesario subrayar la enorme influencia de un magisterio no cuantificable,
pero cualitativamente decisivo y que tuvo lugar a través de editores a los que tenemos
que incluir en la nómina de la renovación historiográfica. ¿Cómo pasar por alto, en este
sentido, el peso cultural de los libros que, relacionados con el marxismo, editaron, por
ejemplo, Ayuso, Ciencia Nueva o Siglo XXI? Hay que recordar, por ejemplo, la efímera
existencia de la editorial Ciencia Nueva con obras de tanto impacto en nuestra formación
como el debate de M. Dobb y P. Sweezy en 1969, y que profesores como Marcelo Vigil
usaron como lectura obligatoria para quienes, matriculados en primero de facultad,
tuvimos el privilegio de su enseñanza. Tampoco podemos olvidar que esa misma editorial
nos puso en contacto con otros planteamientos historiográficos, a través, por ejemplo, de
los libros de B. Farrington sobre Ciencia y política en la antigüedad, el de Gordon Childe
sobre la revolución neolítica, o que otras editoriales nos pusieron fácil el acceso a los
escritos de Marx y Engels, o que muchos de los que hoy incluso reniegan del marxismo
fueron furibundos propagandistas del catecismo de materialismo histórico escrito por
Marta Harnecker, tan repetidamente reeditado. ¿Por qué los historiadores –profesionales
de la memoria– nos empeñamos en borrar de nuestra propia memoria personal que
fueron esos libros los que nos formaron, o nos deformaron, si es que así se considera? Sin
duda nos condicionaron, al menos en los núcleos más activos (aunque no fuesen los
mayoritarios) y en el fomento de líneas de investigación vinculadas a tales
planteamientos. Haber accedido a la condición de funcionarios estatales no debería
significar olvidar las circunstancias en que se cambiaron los contenidos y los métodos de
investigación historiográfica en España.
13 Llegados a este punto, procede desglosar las condiciones y circunstancias que hoy nos
perfilan profesionalmente. Ante todo, ciertas novedades sociológicas que, por obvias, no
se subrayan suficientemente como que, desde la aprobación de la Ley de Reforma
Universitaria, se funcionarizó en su práctica totalidad nuestra profesión, y que además,
desde finales de los años 1980, se han expandido el número de facultades de Historia con
el consiguiente incremento en el número de profesionales de la historia. En paralelo, la
escolarización de la juventud en los institutos de secundaria y bachillerato ha supuesto un
crecimiento exponencial del número de historiadores dedicados a tareas docentes en
estos niveles educativos. Estas cuestiones también son telón de fondo de los puntos que a
continuación desarrollaré.
380

El historiador español en el universo


internacionalizado de los especialistas
14 El historiador padece en España tribulaciones que no son exclusivas nacionales. Tales
rasgos no se han producido desde nuestro microcosmos universitario o intelectual, sino
que a España nos llegan cuestiones desde ámbitos de transformación de las ciencias
sociales que, en otros países y en otros medios intelectuales, han experimentado procesos
de radicalización de la modernidad al haber roto códigos excluyentes y haber configurado
el «arte de sentirse cómodos en el torbellino»6. Lo peculiar, sin embargo, por nuestra
parte, consiste en cómo la reflexividad de la modernidad se disuelve y consume en la
universidad española sin generar más reflexión o más ciencia, y sin liberar nuevas
posibilidades de autoconciencia y de autocrítica. ¿Quizá sea por la propia angustia con la
que en España se han vivido y acumulado las extensas derivaciones del proceso global de
la modernidad desde sus orígenes allá por el siglo XIX? ¿O acaso las oportunidades y los
peligros de la gigantesca máquina global de la razón técnica y burocrática han congelado
al intelectual español en guardián de un discurso ritual que apenas traspasa el círculo de
los expertos?
15 La primera cuestión a plantearnos como debate, a este respecto, concierne a las certezas y
los errores de la razón histórica. En esta década que termina, en los años noventa, se han
cuestionado radicalmente los métodos –desde otros países y por autores de otras
disciplinas sociales, no precisamente por iniciativa de historiadores–, porque la crítica no
consistía en oponer nuevos paradigmas globalizadores, sino en des-construir la hipertrofia
del sujeto del conocimiento, o los prestigios y las desilusiones de lo cuantitativo, sin
olvidar el declive de la razón geográfica en la historia, y siempre desde un contexto
antihumanista o quizá levemente irracional, que es, en definitiva, el rasgo dominante de
lo que se ha calificado como «posmodernidad»7. Sin duda, en nuestra comunidad
historiográfica no se ha profundizado en exceso tal planteamiento, pero ha producido,
eso sí, un resabio generalizado de escepticismo permanente que casi se ha convertido en
nuevo dogma, sobre todo en las actitudes, más que en las obras publicadas. Sin embargo,
la cuestión de la interdisciplinariedad sí que ha producido una confrontación cuyos
resultados se hacen ante todo palpables en el abandono de esas grandes arquitecturas
teóricas que englobaban el desarrollo de todas las ciencias sociales. La historia total, ese
proyecto de varias generaciones historiográficas, ya ni siquiera se menciona como
consigna metodológica, porque, en contrapartida, se abordan las sociedades desde un
examen inestable por su opacidad o por las incertidumbres no sólo sobre el futuro y sobre
el presente, sino además sobre el pasado.
16 Es una cuestión que remite, en definitiva, a la racionalidad occidental y detrás de cuya
tradición se descubren los aspectos que versan sobre el «dato histórico», sobre la
objetividad y sobre las consecuencias de una tradición que concibe el pasado como algo
necesario para autentificar el presente. El hecho cierto es que, de los distintos aspectos
que podrían caracterizar el panorama historiográfico español, el más notorio, sobre todo
en comparación con el resto de Europa, es la ausencia de escuelas metodológicas y de debates
teóricos. Se trata de una situación que se podría calificar de viriatismo metodológico, esto
es, el individualismo en métodos y temas y análisis, de modo que sólo se producen
asociaciones por clientelismo académico o por afinidades con frecuencia más personales
que ideológicas. Por eso el debate se obvia sistemáticamente, porque se interpreta como
381

crítica personalizada. En este sentido, es propio de tal panorama la ausencia de trabajos


de contenido teórico o metodológico, salvo las excepciones de J. J. Carreras Ares, J.
Fontana, J. Aróstegui, E. Hernández Sandoica, J. Casanova o S. Juliá. Pero incluso los
trabajos de estos autores tampoco han dado pie a un debate metodológico8. Al contrario,
han sido un ejemplo desconcertante de cómo las críticas se han personalizado de forma
incomprensible y no han permitido ni siquiera la posibilidad de haber lanzado desde el
campo español propuestas de renovación fructíferas para la historia social. ¿Quizás
porque los historiadores en España pensamos que no tenemos nada que decirnos entre
nosotros y sólo mantengamos relaciones personales en los coloquios o en otros actos
académicos, con formas educadas para no romper equilibrios de cooptación? El hecho es
que en las dos últimas décadas se ha multiplicado el número de historiadores
universitarios –también el de los dedicados a las enseñanzas medias–, se han diversificado
los dominios de la investigación, y sin embargo no avanza al mismo ritmo la reflexión y el
debate teórico, de tal forma que con bastante frecuencia las innovaciones se producen en
segmentos limitados de la disciplina, sin afectar al conjunto de la misma (es el caso de la
microhistoria, la sociabilidad, la acción colectiva, etc.). No se han generado espacios de
discusión colectiva propia dentro de los mismos profesionales, por más que haya
asociaciones de historiadores de la Edad Moderna, o de la Contemporánea o de la historia
social. Celebramos encuentros para nuestro ensimismamiento académico, muchas veces
sin ni siquiera abrirlos a los estudiantes como oyentes al menos. Quizás estemos
reflejando como historiadores el desconcierto que siente nuestra actual sociedad ante el
pasado, porque en esta sociedad estamos saturados de información del presente y sobre
todo preocupados por las incertidumbres de un futuro que desde luego cada día es menos
nacional, cuando paradójicamente nuestra profesión nos limita a conocimientos tan
reducidos de un espacio tan pequeño como es España.
17 De las tribulaciones que afectan al historiador en España quizá sea ésta la de mayor
calado. Es palpable no sólo en la ausencia de reflexión y debate, sino en la dependencia de
autores de otros países cuyas obras, sin embargo, no pasan de convertirse en referentes
de moda para ser sustituidos rápidamente por otros. Es revelador, a este respecto, que
desde los años 1970 a los 1990, en dos largas décadas, el marxismo haya pasado de ser
catecismo a estar superado, de ser imprescindible como carnet de progresismo a estar
denostado y rechazado con displicencia, pero, eso sí, sin que se ponga por escrito lo que
se reduce a un menosprecio tan dogmático como incomprensible. Ni que decir tiene que
aquí no han existido debates al modo en que los hubo en las historiografías marxistas
británica o francesa, por ejemplo, pero ni siquiera se ha producido la reflexión
autocrítica, si es que se pregona la superación de lo que sólo se recibió de modo pasajero y
por mor de la coyuntura política. Acaso ocurrió con el marxismo como hoy con otras
escuelas o modas historiográficas, que, efectivamente, llegadas a nuestro país, con
demasiada frecuencia no pasan de ser fenómenos epidérmicos.

¿Dónde se juega el oficio? Tensiones, rivalidades y


datos para la modestia
18 Se podría afirmar que actualmente los historiadores hemos establecido cierto consenso
sobre aspectos que conciernen a nuestro quehacer profesional. Por ejemplo, que el
historiador traslada al pasado las respuestas a preguntas que interesan para el futuro, que
no elabora sus trabajos alejado de los tumultos de su sociedad, que está inmerso en la
382

demanda de memoria colectiva, en su reconstrucción y en los estímulos del poder que


organiza la selección del pasado, y que, en definitiva, cada sociedad necesita al
historiador y en ese sentido, por más que defina y proclame su legitimidad desde la
independencia, el oficio de historiador se establece como parte del poder social de la
cultura. Por eso, creo que, una vez expuestos los precedentes sobre los que se ha
configurado nuestra condición de historiadores en España, corresponde abordar y
subrayar aquellas características que perfilan los contornos actuales del oficio.
19 La primera nota distintiva, que, por supuesto, no es sólo exclusiva de España, consiste en
la carencia de grupos compactos y continuados de investigación que permitan ser
identificados globalmente como integrantes de una escuela española,, dando por supuesta
la pluralidad metodológica. Quizá tampoco proceda hablar de escuela para referirnos
globalmente a los historiadores franceses o británicos, porque no bastan las fronteras
estatales para definir un ámbito historiográfico, sin embargo, vistos desde fuera, aunque
no se definan por la unanimidad metodológica, tienen, no cabe duda, autores, revistas y
obras que se pueden presentar como referentes y modelos para los historiadores de otros
países. Si, por ejemplo, el historiador figura de modo destacado en distintos ámbitos
sociales e intelectuales en Francia, no ocurre tal fenómeno en España, donde, siguiendo la
comparación, no existe ese IHTP (Institut d'Histoire du Temps Présent) que alarga el
campo de las investigaciones históricas hasta el presente. Se podrían aventurar varias
hipótesis para explicar tal situación, que sin duda está emparentada con la ausencia de
debates teóricos y metodológicos antes enunciada. Una ausencia que se enraíza –hay que
reiterarlo– en la grave quiebra cultural que supuso la dictadura y la subsiguiente
imposibilidad de forjar escuelas y tradiciones científicas en las ciencias sociales, porque
quienes no coincidían con el pensamiento oficial tuvieron que campar por libre y
arreglárselas como francotiradores en formación, lecturas y métodos. Semejante
situación, por otra parte, era simultánea con las fuertes dependencias personales que el
sistema funcionarial había establecido desde principios de siglo. Unas dependencias
personales que se podrían catalogar de feudales cuando en las largas décadas de la
dictadura se convirtieron en la única forma de supervivencia profesional. A esto cabe
añadir la jerarquía establecida no en función del prestigio científico sino del puesto
institucional ocupado, y de ahí proceden esos prestigios que tantas energías ocupan en
nuestro gremio, como, por citar sólo un ejemplo, la pertenencia a la Real Academia de la
Historia, cuando su papel científico no es ni por asomo parangonable con el de la
Academia de la Lengua.
20 No obstante, tales circunstancias no bastan para explicar por qué a partir de los años
finales de los 1970 y en la década de los 1980, con libertades y con promociones de
historiadores críticos y jóvenes, ya situados y estabilizados profesionalmente, no se
generaron esas escuelas o, al menos, esos núcleos de investigación con cierta continuidad
y compactación. Entraríamos, llegados a este momento, en un nuevo factor que añadir a
la jerarquía institucional y a las dependencias personales para ascender en la carrera
universitaria. Ese factor consistiría en el paradójico intento de recuperar precisamente
las décadas perdidas de la dictadura, de tal modo que se ha implantado una
hipervaloración de la investigación especializada. Cuanto más especializada mejor.
Destinada exclusivamente al reducido público de colegas especialistas en el mismo tema o
período o región, tal proceso ha encajonado la investigación en formas que han aislado la
profesión no sólo en un círculo de debate interno sino que la ha aislado del potencial
debate con otras ciencias sociales. Además, al infravalorarse la docencia y las tareas de
383

divulgación, las obras de especialistas se han quedado literalmente en ese escaso sector
que no rebasa ni tan siquiera a los del mismo área o época. Así nos encontramos con que
hay de hecho una radical incomunicación y desconocimiento de las investigaciones entre
los especialistas no sólo de historia medieval con los de historia moderna, o los de
moderna con los de contemporánea, sino que incluso entre los mismos profesionales de
historia contemporánea se puede constatar que aquellos especializados en el siglo XX
apenas descienden a leer las investigaciones monográficas sobre el siglo XIX, o los del
siglo XIX apenas se comunican con los problemas planteados sobre los siglos XVII y XVIII.
21 Pues si esto ocurre dentro del mismo campo historiográfico, ¿qué podríamos decir con
respecto a la amplia y creciente producción del resto de ciencias sociales? Y en este punto
procede subrayar otra de nuestras tribulaciones, compensada, sin duda, por la comodidad
de los que disfrutamos de la condición de funcionarios. Se trata de la competencia con
otros saberes que hoy ostentan la primacía intelectual en nuestra sociedad. Por un lado,
proclamamos y exigimos y abogamos y nos entusiasmamos con la necesaria e inevitable
interdisciplinariedad. Sin embargo, en la realidad la actitud dominante es de oídos sordos
a lo que se hace en otras disciplinas, eso si no se descubre una soterrada rivalidad con
sociólogos, antropólogos y economistas cuyos paradigmas se han desplegado en estos
últimos años como explicaciones más prestigiosas y con mayor audiencia intelectual.
Semejante tribulación se transforma en congoja cuando a esta rivalidad le sumamos el
desplazamiento del papel social del historiador nacional por el periodista o comunicador
de los medios de masas audiovisuales. En efecto, se comprueba con facilidad que hemos
dejado de tener el protagonismo que el historiador tuvo en la organización de la memoria
colectiva desde la segunda mitad del siglo XIX, cuando –como se ha recordado páginas
arriba– los historiadores nacieron como prolongación intelectual de las exigencias
orgánicas del Estado liberal. Además, aquel peso que los historiadores tuvieron en un
sistema educativo que era prácticamente el único vehículo de información y formación
para las clases medias y altas que accedían a los institutos y a la universidad, hoy ha
desaparecido. Las mentalidades de los grupos sociales dominantes y de la ciudadanía en
su conjunto no se configuran exclusivamente a través de los recursos que ofrece el
sistema educativo. Sin adentrarnos ahora en el análisis sociológico de cómo se forma la
mentalidad ciudadana de un país, lo que sí cabe subrayar es la evidencia de que hoy en
España ni el historiador tiene el monopolio de la información del pasado, ni la historia
ocupa la primacía entre las ciencias sociales.
22 Si coincidiéramos en que, en efecto, se ha producido tal desplazamiento de la primacía de
la historia entre las ciencias sociales, esta situación no debe ser excusa para lamentos ni
añoranzas de tiempos pasados, ni para enfrentamientos con el resto de las disciplinas
sociales. Por el contrario, nos permite plantear la necesidad de que el historiador ante
todo evite transformarse, por mor de nuestros ensimismamientos gremiales, en el nuevo
anticuario de la posmodernidad. Por eso, nuestro oficio, visto desde la perspectiva
universitaria, debería revitalizarse en primer lugar reforzando la relación con nuestros
colegas de enseñanza primaria y secundaria, tan historiadores como los que estamos en
centros universitarios o de investigación. Pero simultáneamente con el compromiso de
buscar fórmulas de conexión con los profesionales de los medios de comunicación de
masas, auténticos intermediarios de las demandas sociales y decisivos divulgadores de
historia frente a lo que se enseña en el sistema educativo. No para suplantarlos, que es
quizás la tentación, sino para transmitir lo que acaparamos en estrechos circuitos de
especialización, cuando hoy se sabe fehacientemente que el conocimiento de la historia,
384

como el resto de los conocimientos sociales, procede cada vez más de fuera de las aulas
(medios de comunicación, televisión, películas, cómics, etc.),y que el alumnado articula
sus estereotipos sobre el pasado desde otros puntos de información y formación que no
están desde luego en las aulas9.
23 En conexión con tal panorama se plantea otro aspecto nuevo de nuestra profesión. Que la
docencia está infravalorada en una doble dimensión. Por una parte, por la ruptura
existente entre la universidad y el resto del sistema educativo; y por otra parte, por la
propia desvalorización en el seno de la universidad cuando a la enseñanza se la califica
oficiosamente como «carga docente». En efecto, la incomunicación de la universidad, de
nuestros departamentos de historia, con los profesores de enseñanzas medias, principales
responsables de la transmisión y reproducción de los saberes históricos, se ha
incrementado gravemente en las dos últimas décadas. Ni siquiera la coordinación de las
enseñanzas secundarias para las pruebas de acceso a la universidad ha canalizado algún
tipo de intercambio fructífero en lo referido a contenidos y formas didácticas. Como
mucho, la actitud displicente de resignación ante una supuesta bajada de nivel
generalizado, como si eso no fuera también de nuestra incumbencia, sino exclusivamente
«culpa» –ese concepto tan judeocristiano– del gobierno, siendo que nosotros también
somos Estado, funcionarios de una administración cuyas normas y directrices aceptamos
según nos convenga. Más drástica es la ausencia de comunicación entre la universidad y
los maestros de enseñanza primaria. Por eso, no es difícil corroborar la existencia de dos
tipos de historias escritas y enseñadas, la académica universitaria y la simplificada
escolar, con contenidos contradictorios en muchos casos. Baste recordar el caso de los
Reyes Católicos: una cosa es lo que se enseña y se sabe en la universidad sobre el
significado del matrimonio entre Isabel y Fernando, y otra bien distinta lo que se enseña
en los institutos de secundaria, que, a su vez, difiere de modo palmario entre los centros
ubicados en Castilla o en Valencia, por ejemplo.
24 Así, tal carencia de relaciones y de fluidez en el trasvase de conocimientos, de problemas,
de formas de transmisión del saber histórico, no sólo es grave por lo ya enunciado, sino
además por esa permanente despreocupación didáctica que caracteriza a los docentes
universitarios, aunque sean redactores de manuales de secundaria. La consecuencia es
palpable y está asumida sin reparos: que en nuestras facultades la enseñanza es una
«carga docente», mientras que la investigación es lo que otorga prestigio y méritos. Sin
embargo, si nos ajustásemos a la legalidad, los departamentos universitarios deberían
abordar obligatoriamente su relación con el resto de los niveles del sistema educativo,
porque ya la Ley de Reforma Universitaria definió con precisión la institución del
departamento universitario como una «unidad docente y de investigación». Si, por
consiguiente, es tan importante la docencia como la investigación, eso podría significar
que también forma parte de la docencia la reflexión didáctica así como la conexión con
los niveles no universitarios. Incluso se podría aventurar algo que puede sonar a herejía,
que tendríamos que replantearnos las formas y métodos de enseñar en las aulas
universitarias, una cuestión prácticamente inédita en nuestros coloquios, o en nuestras
inquietudes o en las reuniones de nuestros departamentos cuando se debaten los planes
de estudio, como si tales deliberaciones fueran cosa de maestros de primaria.
25 Si esto ocurre en lo referido a la docencia, en lo concerniente a la investigación se
detectan características que obligan a la autocrítica, aunque es cierto que se constatan
datos para el optimismo. Contamos con más dinero que nunca para investigar, la ley e
incluso la moda obliga a que se solicite y se gaste en equipo, sea por convocatorias
385

estatales, o por los recursos que destinan las comunidades autónomas y las entidades
financieras. Sin embargo, en lugar de programas coherentes de investigación, realmente
interdisciplinares, con bastante frecuencia nos embarcamos en proyectos diseñados bajo
grandes epígrafes que hacen de pantallas para estar integrados en las normativas
curriculares que permitan acceder a otros recursos, como las becas o los contratos, las
acciones concertadas, las partidas presupuestarias para coloquios, viajes, informática, etc.
En definitiva, la investigación está avanzando con notables resultados en la mayoría de
los casos, pero excesivamente desconectada entre sí, y produce resultados sólo accesibles
a los expertos, bien por su excesiva compartimentación (temática y geográficamente),
bien porque su propia escritura sólo es comprensible para los iniciados. En bastantes
trabajos especializados abundan las páginas carentes de hipótesis nuevas, porque
responden sobre todo a la lógica del rito de la tribu historiográfica, eso que alguien
describió como la tarea de «recuperar informaciones del olvido de los archivos para
enterrarlas en el olvido de las bibliotecas».
26 El resultado es una memoria fragmentada en diversos niveles para distintos públicos. Son
diferentes, por sus contenidos e interpretaciones, los discursos elaborados para la
divulgación o para la especialización, los desplegados en las conmemoraciones oficiales y
los planteados en los congresos académicos, como diferentes son los imaginarios sociales,
la memoria enseñada, o la articulación de memorias alternativas, como puede ser el caso
de la memoria nacional catalana, gallega o vasca. Esto sin contar con que existen
importantes desarrollos de la investigación que, incluso dentro de España, se llevan a
cabo a espaldas los unos de los otros. Ocurre, por ejemplo, si se echa un vistazo a la
historiografía local y regional, donde pareciera que el rango de las obras no lo da el
método y los resultados sino la supuesta jerarquía política del ámbito geográfico, y
pudiera ocurrir que se valorase como tema de rango nacional el análisis de un periódico
del País Vasco, aunque sus lectores apenas hayan llegado a unos miles, mientras que la
investigación de toda la prensa de Castilla - La Mancha se la catalogue como historia local.
O lo que es más grave, que la incomunicación entre etapas históricas sea de tal calibre que
los contemporaneístas desconozcan, por ejemplo, las investigaciones con que se está
renovando el conocimiento de los siglos medievales, con las consecuencias que esto
conlleva para relacionar los procesos históricos peninsulares.
27 Y es que, en definitiva, la actual estructura del poder universitario fomenta la
compartimentación del conocimiento porque está basada tanto en las lealtades y
jerarquías institucionales como en las rivalidades personales y en las comodidades de
nuestra condición de funcionarios, lo que está dificultando enormemente la articulación
de trabajos cooperativos continuados. No basta con echar las culpas a la egolatría –ese
vicio tan propio del intelectual–, sino que habría que desentrañar los condicionantes
sociales de esta egolatría y de sus correspondientes clanes académicos, palpables por
ejemplo en los criterios con que se organizan las citas bibliográficas en un trabajo. Sin
duda no se podría obviar entre esos condicionantes la cómoda posición funcionarial que
nos permite a los historiadores actuar con criterios que no tienen por qué responder
obligatoriamente a exigencias de calidad, porque no tenemos que rendir cuentas ante
nadie, sólo ante nuestro propio gremio. No dejamos de estar, sin duda, en un campo de
relaciones de poder y desde tal entramado es desde el que nos planteamos los temas, los
contenidos y las formas de la investigación, lo mismo que la organización de los
departamentos universitarios. Sería prolijo a este respecto adentramos no sólo en las
relaciones del saber histórico con los poderes socialmente constituidos, sino además
386

entrar en los vericuetos de la organización del poder académico para poder precisar los
modos en que se reproduce y recluta, porque todos criticamos los mecanismos escritos,
legales, del control de plazas y medios, pero damos por válidos y somos cómplices y
artífices de esos otros mecanismos no escritos, o no legalizados de control del sistema
universitario.

¿Es posible trascender lo académico? Retos para un


epílogo
28 Por supuesto que no es tarea de este coloquio arreglar la condición del historiador en
España, pero parece justo plantear, al menos como epílogo, aquellos retos que nos
enfrentan al fatalismo, así como los compromisos frente al gremialismo y las
correspondientes tareas para la práctica social y ética del saber histórico. En efecto, no
podemos obviar aquellos interrogantes que nos conciernen como profesionales de la
razón histórica en el contexto de la actual sociedad española. Porque es necesario asumir
que los historiadores tenemos una función social y por eso tenemos que superar el
cerrado círculo de los expertos para salimos de los ritos iniciáticos y litúrgicos del gremio
académico, por un lado, y por otro tomar conciencia de que ya no nos sirve el referente
original de un saber nacional y nacionalista, tal y como se fraguó en el siglo XIX y cuyas
ataduras nos siguen condicionando hasta casi el determinismo más inconsciente y
rotundo. En este sentido quizá sea el reto más urgente impulsar la ruptura no del poder
en abstracto, sino comenzar por nuestro propio poder académico tal y como está
organizado, donde más que guardianes de la memoria, se trata de guardianes de
jerarquías y liturgias inútiles socialmente, corporativas y, por tanto, sólo útiles para
quienes las detentan. Ni es fácil ni es el momento de aventurar salidas al actual
ensimismamiento académico. El objetivo sí que sería claro, articular un discurso crítico
que desplegara un saber histórico en sintonía con las nuevas exigencias de una
ciudadanía multicultural.
29 En definitiva, si aceptamos que la historia es nuestra experiencia de la racionalidad al
construir el pasado desde un saber que conoce y reconoce, que instituye e interpreta los
signos que construyen un texto, en tal caso nos tenemos que enfrentar al reto de
construir otra memoria colectiva, en diálogo con la nueva realidad mundial de esta
sociedad globalizada de la que tanto hablamos. Si la historia nació para formar
ciudadanos de Estados nacionales, entonces tendríamos que replantearnos el pasado no
desde el marco de las soberanías nacionales, sino desde la perspectiva de la construcción
de ciudadanos enraizados en una comunidad de memoria común a toda la humanidad, sin
olvidar las identidades locales pero integrándolas en los correspondientes círculos
concéntricos de la globalidad planetaria. Por lo demás, la demanda social modificaría en
tal caso las preferencias de la investigación y los cauces de su divulgación, de tal forma
que tendríamos que modificar nuestra jerarquía con respecto a lo que hoy juzgamos como
advenedizo para los criterios del gremio.
30 El compromiso profesional del historiador en este sentido es rotundo, se trata de un
experto en un saber social. Cualificación que no significa transformar al historiador en el
augur de la sociedad, pero sí que lo implica con el presente para restituir el saber del
pasado a su nuevo espacio significante, y ello desde la estricta y experta observancia de
las reglas de su oficio. No se trata de echar por la borda la premisa de que toda
387

investigación histórica debe formular y definir sus interrogantes, afinar sus métodos y
perfilar sus relaciones con las otras ciencias sociales, sino que, a partir de tal
planteamiento, el historiador tenga presente que su trabajo se inscribe en un lugar social,
y en función de ese lugar en la sociedad y de su medio de elaboración, se despliegan las
cuestiones que lo guían en su quehacer profesional. Al historiador corresponde como
experto escucharlo todo, aunque es previo que defina su lugar, su tarea y su relación en la
sociedad, a sabiendas de los mitos, prejuicios y deformaciones de la memoria que lo
condicionan y que él también contribuye a formar. Y, desde luego, en el nuevo milenio ya
no se puede escuchar sólo desde las lindes de aquellas naciones que se fraguaron en el
siglo XIX, ni de aquellas perspectivas ciudadanas en cuyos relatos seguimos inmersos. Por
eso, creo que no es descabellado exigir el sentido crítico como parte del oficio de modo
que contribuya a construir una memoria libremente elegida, abierta a otras solidaridades.
Así los historiadores podríamos comprometernos con nuevos caminos de tolerancia y de
justicia, porque si la óptica multiculturalista puede apoyar nuevas relaciones de
solidaridad, la historia en tal caso podría ayudar a tomar las distancias necesarias para
elaborar un pensamiento libre, sin ataduras a coartadas de esencias culturalistas.
31 Es la responsabilidad con que se puede analizar los cambios que afectan a nuestra
profesión y a la perspectiva de un saber social inmerso en la construcción de categorías
sociales. Por eso, los cambios derivados de la lenta emergencia de una historia comparada
pueden romper el encapsulamiento nacionalista que nos amaga, ya sea desde el «ser
español» –resucitado políticamente en los últimos años por distintas circunstancias–, ya
desde la llamada de cualquier otro «ser nacional» que imponga el sentir de la patria sobre
la historia de las personas. En nuestra actual coyuntura, por tanto, no resulta superfluo
reclamar en España que se desactiven los debates de calado patriótico, en cualquiera de
sus dimensiones, que se contextualicen los correspondientes mitos fundacionales, para
que se logre internacionalizar la experiencia historiográfica no sólo en sus aspeaos
académicos sino en la construcción de unas categorías que recojan la polifonía de una
comunidad mundial. Puede ser una de las vías que apuntale la ambición de explicar el
devenir de las sociedades sin orillar la especificidad de cada cultura.
32 A este respecto, conviene recordar otro cambio decisivo, que el siglo XX ha modificado el
concepto clásico de ciencia al descubrir los límites de la posibilidad de un conocimiento
completo de la realidad. Hay conciencia de la imposibilidad teórica de reducir cualquier
realidad a unas leyes simples y universales. Así, lo que algunos agoreros han calificado
como el final de la historia o como la peor de las crisis del saber histórico –por no haber
sabido profetizar la caída de la URSS, por ejemplo– no es tanto la crisis de una disciplina
cuanto la crisis y el final de un modelo mecanicista de interpretación de la realidad. Hay
que replantearse la relación con las ciencias de la naturaleza, y si los historiadores
decidimos mirarnos una vez más en sus métodos, debe ser para incluir las consecuencias
que conlleva esa nueva concepción de la objetividad científica basada en un tiempo plural
que incluye una racionalidad en la que también existe el caos. Por otra parte, el cambio
con mayor potencialidad subversiva se ha producido con la historia de género, porque
desde la historia clásica, en sus vertientes política y social, hasta especialidades
aparentemente ajenas como la historia de las religiones, no se pueden explicar, por
ejemplo, sin desentrañar el diferente compromiso de hombres y mujeres con las creencias
y con las correspondiente institucionalización de las mismas. Cuánto más si se abordan
temas referidos a la historia de los procesos económicos, o de los modos de consumo, o de
las emigraciones.
388

33 Por supuesto que tales cambios y los nuevos retos no significan echar por la borda cuanto
se ha reflexionado, amasado y perfilado en nuestra disciplina, porque si somos
profesionales de algo es justo del oficio de guardar la memoria, cuanto más amplia y
compleja, más cierta y crítica. Y en este sentido, es de justicia revitalizar interrogantes
que son clásicos en la configuración de nuestro saber como disciplina autónoma y que a
veces, por imperativos del presente político, se echa sobre ellos la losa del olvido. Me
refiero explícitamente a las cuestiones que la poderosa inteligencia de Marx puso en el
escenario mundial de las ideas, sin que esto sea pretexto para operaciones de añoranza, ni
para anclajes dogmáticos en versiones que tanta tragedia humana han provocado.
Porque, en definitiva, como relata Manuel Rivas en su novela El lápiz del carpintero:
Las fronteras de verdad son aquellas que mantienen a los pobres apartados del
pastel.
34 Y semejante realidad global también nos concierne éticamente como profesionales.

BIBLIOGRAFÍA

Bibliografía
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[3 vols.], Santiago de Compostela, Historia a Debate, 1995 (citado Historia a debate).

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XXI, 1988 (citado M. BERMAN, Todo lo sólido se desvanece en el aire).

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nacionalismo español (1834-1868), Madrid, CSIC, 1985 (citado P. CIRUJANO MARÍN et alii, Historiografía).

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Compostela, 1999 (citado R. LÓPEZ FACAL, O concepto).

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Institución Fernando el Católico, 1995 (citado I. PEIRÓ MARTÍN, Los guardianes).

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1999, pp. 335-354 (citado J.-S. PÉREZ GARZÓN, «Sobre el esplendor»).
389

SÁNCHEZ NISTAL, José María, Massimo MONTANARI, Emilio FERNÁNDEZ DE PINEDO et alii, Problemas
actuales de la historia. Terceras jornadas de estudios históricos (Salamanca, 1991), Salamanca,
Universidad de Salamanca, 1993 (citado Problemas actuales).

NOTAS
1. J.-S. PÉREZ GARZÓN, «Sobre el esplendor».
2. Ver G. PASAMAR ALZURIA e I. PEIRÓ MARTÍN, La Escuela Superior de Diplomática; I. PEIRÓ MARTÍN, Los
guardianes; y de P. CIRUJANO MARÍN et alii, Historiografía.
3. El País, 4 de abril de 1999.
4. En este aspecto no se ha llevado a cabo esa historia comparada que con tanta frecuencia a
veces se reclama, pero se podría avanzar la tesis de que el exilio intelectual español de 1939 no
tiene parangón ni en cantidad, ni en calidad ni en sus efectos, con ningún otro país europeo. En
Alemania, el restablecimiento de la democracia en 1945 evitó las secuelas de desertización
cultural que hubo en España.
5. Es cierto que Vicens o Pidal o Carande o Caro Baroja rehicieron o prolongaron de un modo u
otro lo que ya estaba en marcha antes de la guerra, pero nunca sabremos desgraciadamente qué
hubiera pasado no sólo si hubiesen seguido aquí, por ejemplo, Bosch Gimpera, Sánchez Albornoz,
y la larga nómina de exiliados (me refiero al ámbito de las ciencias sociales en este caso), sino
sobre todo si hubiese existido libertad y posibilidad de prolongar los contactos y relaciones con el
resto de Europa. Si antes habían florecido los impulsos renovadores y los resultados habían dado
pie a que, desde la generación de 1868, con los Giner, Clarín, Galdós o Menéndez Pelayo, hasta las
generaciones del 98,14 ó 27, se hable de una «edad de plata» de la cultura y de la ciencia, ¿por qué
no pensar en posibles nóminas de intelectuales como las de esas generaciones, y no que tengamos
que debatir sobre el valor de personajes de dudosa trayectoria y escasa aportación intelectual?
Sin duda, se valoran por sí mismos y por su influencia personalidades como la de Vicens o Caro
Baroja, pero muy poco más, por mucho que hoy algunas voces traten de rehabilitar algunos
nombres de esos años.
6. M. BERMAN, Todo lo sólido se desvanece en el aire.
7. Sobre la configuración, las incertidumbres y la crítica tanto de la modernidad como de lo
posmoderno, no es el momento de referirse a la producción de todos los autores implicados en tal
debate, ya sean Marshall Berman, Perry Anderson, J. Habermas, A. Huyssen o los Foucault,
Lyotard, Deleuze y Vattimo. Baste, por tanto, remitirse a la compilación de N. CASULLO, El debate.
8. Por supuesto que, además de los autores citados, se han publicado aportaciones a la reflexión
teórica sobre todo en revistas especializadas (Ayer, Historia Social, Recerques, Historia
Contemporánea, Studia Historica, Historiar, L'Avenç...), pero, en cualquier caso, sin el eco y el debate
merecidos, como ha ocurrido con los balances historiográficos que, por ejemplo, ha publicado M.
Pérez Ledesma sobre el carlismo o sobre la revolución burguesa, cuyos planteamientos se quedan
sin interlocutores, como ya había ocurrido con otros trabajos similares, como los publicados en
Tendencias en Historia, en Problemas actuales, y en Historia a debate.
9. Es decisiva a este respecto la tesis doctoral presentada por R. LÓPEZ FACAL, O concepto.
390

RESÚMENES
Las condiciones socioculturales que permitieron el nacimiento del historiador dependen
íntimamente, tanto en Francia como en España, del fortalecimiento del Estado liberal en el siglo
XIX. En España, las alternancias políticas de aquel siglo y el empeño extremado de los
historiadores en querer definir a toda costa la identidad española, ejercieron una presión muy
fuerte. La sangría intelectual que supuso el exilio posterior a 1939 suspendió de forma drástica la
renovación historiográfica del primer tercio del siglo XX. Hubo que esperar hasta la década de los
años setenta para que algunas figuras aisladas que luchaban contra la opresión intelectual de la
dictadura pudieran dar un nuevo empuje a la ciencia histórica. Hoy en día, los historiadores y los
profesores de historia ejercen su profesión en el contexto de la masificación de las universidades
y la modernización de la enseñanza secundaria. La escasez de debate teórico, el peso de las
normas y reglas del gremio docente, la separación de las especialidades y de los periodos
históricos son el freno que imposibilita la exposición libre y serena de los retos a los que la praxis
histórica se ve confrontada. Sin una profunda reforma de estos mecanismos más o menos
implícitos, los historiadores españoles de hoy no sabrán dar respuesta a la demanda social de la
nueva sociedad española

Les conditions socioculturelles de l’avènement de l’historien sont intimement liées, en Espagne


comme en France, à la consolidation de l’État libéral au cours du XIX e siècle. Les aléas politiques
ont continué de peser sur les historiens espagnols et sur leur vocation à définir et dire l’identité
nationale. La saignée intellectuelle de l’exil d’après 1939 brisa net les effets de la rénovation
historiographique du premier tiers du XXe siècle et ce n’est que grâce à quelques personnalités
isolées et dans le cadre d’une lutte pour se libérer du joug de la dictature que, dans les années
1970, un saut qualitatif de renouveau des études historiques fut fait. Aujourd’hui, c’est dans le
cadre d’une université de masse et d’un enseignement secondaire modernisé que les historiens et
les professeurs d’histoire exercent leur profession. L’absence de débats théoriques, les règles et
les codes en usage dans la corporation, le cloisonnement des spécialités et des chronologies sont
autant de freins à l’expression libre des enjeux de la pratique de l’histoire en Espagne. Sans une
profonde réforme de ces mécanismes plus ou moins implicites, les historiens actuels ne
répondront pas à la demande sociale de la nouvelle société espagnole

In both France and Spain, the emergence of socio-cultural conditions necessary for the existence
of historians was a direct consequence of the entrenchment of the liberal State in the 19th
century. In Spain, developments were very much influenced by political swings in the 19th
century and by the determination of historians to define a Spanish identity at all costs. The
intellectual drain of exile post-1939 brought the historiographic renewal of the first third of the
20th century to a drastic halt. It was not until the 1970s that some isolated figures, struggling to
throw off the intellectual oppression of the dictatorship, succeeded in providing fresh impetus to
historical science. Today, historians and teachers of history work in a context of mass access to
university education and modernization of secondary education. The absence of theoretical
debate, the subjection of the teaching profession to rules and regulations and the
compartmentalization of specialities and historical periods, all combine to stifle a free and
untrammelled examination of the challenges facing historical praxis. Without a thoroughgoing
391

reform of these conditions, all more or less implicit, Spanish historians today will be unable to
address the demands of the new Spanish society

AUTOR
JUAN-SISINIO PÉREZ GARZÓN
Universidad de Castilla - La Mancha
392

Le statut de l’historien en France


The historian in France
El historiador en Francia

François Bédarida

1 Sans tomber dans l’autosatisfaction, on peut soutenir que, tout compte fait, les historiens
disposent en France d’une situation plutôt confortable. Dans l’échelle des valeurs de la
société, ils tiennent une place plus qu’honorable. Au milieu de la polyphonie de la
production intellectuelle, ils bénéficient de considération, d’autorité, de notoriété. Sans
aller jusqu’à dire qu’ils trônent dans l’espace public, c’est un fait que l’histoire passionne
les esprits et qu’elle a la faveur du grand public. Deux raisons expliquent ce privilège des
historiens français : d’une part, l’héritage prestigieux dont ils sont détenteurs ; d’autre
part, le statut favorisé dont dispose la discipline historique dans l’espace public.
2 Sur leur glorieux héritage, il n’y a pas besoin de s’appesantir. La lignée est éclatante qui
va de Chateaubriand, Guizot, Thiers, Tocqueville, Michelet, par Renan, Fustel de
Coulanges, Seignobos, à Lucien Febvre, Marc Bloch, Fernand Braudel ! Peut-on imaginer
plus éclatant cortège ?
3 En revanche il convient de se pencher quelque peu sur la posture particulière de l’histoire
dans la société française. Car son prestige dans le public, si c’est bien un trait marquant
de notre temps, est aussi un phénomène ancien. Le recours au savoir historique a
fonctionné depuis longtemps et continue de fonctionner comme matrice de la conscience
nationale. Incontestablement l’histoire occupe une place centrale dans la culture et dans
l’identité – personnelle et collective – des Français. D’autant que la discipline historique
ressemble à un Protée : à la fois genre littéraire, curiosité intellectuelle, savoir
scientifique, pratique civique et sociale. De là l’interrogation sans fin sur un passé
national « qui ne passe pas », de Clovis aux guerres de Religion, de la Révolution française
aux drames du XXe siècle. À considérer cette position privilégiée dans l’habitus social et
culturel des Français depuis le XIXe siècle, on peut parler, à la suite de Philippe Joutard,
d’une véritable « passion française ».
4 En témoignent les controverses récurrentes sur l’enseignement de l’histoire, qui
entraînent des mobilisations périodiques et des affrontements souvent vifs entre camps
opposés. Un sommet a été atteint en 1982, lorsque le président de la République lui-même
393

a lancé en Conseil des ministres une mise en garde solennelle en déclarant : « Un peuple
qui n’enseigne pas son histoire est un peuple qui perd son identité. » Il s’en est suivi la
création d’une commission d’enquête, puis des journées nationales et un grand colloque à
Montpellier ouvert par le Premier ministre en personne... En réalité, cet alarmisme,
partagé au demeurant par de bons esprits, n’avait nulle raison d’être. La mission que
s’était fixée François Mitterrand (qui y tenait beaucoup – il m’a répété la même chose
dans une interview en 1995, en parlant même du « magistère » de l’historien –) était le
fruit d’un préjugé tenace et procédait d’un pessimisme excessif. Il ne s’agit point ici de
nier l’ignorance de beaucoup d’élèves, mais cela ne met nullement en cause le statut de
l’enseignement de l’histoire dans le secondaire ni dans le primaire – d’ailleurs lié
significativement à l’enseignement de l’instruction civique (confiée en général aux
mêmes enseignants). Gardons-nous toutefois de verser dans le triomphalisme. L’heure a
plutôt été l’examen de conscience au cours des années 90 chez les historiens français,
assaillis de doutes et d’incertitudes. On a alors abondamment glosé sur la « crise de
l’histoire », non sans y mêler quelques complaisances et contradictions.
5 Après un premier temps où nous nous attacherons à un retour sur le passé – démarche
nécessaire pour saisir les mutations de la discipline historique et l’évolution du métier
d’historien depuis deux siècles –, nous aborderons le présent, ses enjeux et ses
controverses.

Les deux XIXe siècles


6 Sur le plan historiographique, il convient de distinguer deux XIXe siècles successifs. Le
premier est à coup sûr dominé par le prestige, voire l’hégémonie, de l’histoire (dès les
années 1820, Augustin Thierry n’annonçait-il pas que le siècle serait le siècle de
l’histoire ?), mais il est caractérisé aussi par une histoire écartelée entre la politique et la
morale, entre l’art et la science, sans que ces conflits aient réussi à trouver de solution.
7 Ce qui est sûr néanmoins, c’est que les historiens occupent alors une place de premier
plan dans l’espace public. On pourrait les appeler les « sémiophores » de leur temps. À la
Chambre, on écoute avec attention les luminaires de la discipline discourir avec autorité
en faisant appel sans cesse au passé. Ainsi, quand Guizot entend justifier sa politique –
fondée, dit-il, sur les « lois éternelles de l’ordre social » –, il se réfère tantôt à l’exemple de
la révolution d’Angleterre tantôt à celui de Washington. Pour sa part, Thiers, à propos de
l’affaire des mariages espagnols, croit bon, à la tribune, de procéder à un récapitulatif des
rapports entre la France et l’Espagne depuis Philippe V. Dans son Histoire de ma vie (t. IV,
chap. XIII), George Sand, s’enthousiasmant pour les grands historiens parce qu’ils
éclairent à la fois les temps passés et les temps à venir, s’écrie :
Et vous aussi, Henri Martin, Edgar Quinet, Michelet, vous élevez les cœurs dès que
vous placez les faits de l’histoire sous nos yeux. Vous ne touchez point au passé sans
nous faire embrasser les pensées qui doivent nous guider vers l’avenir.
8 Les choses changent du tout au tout avec le second XIXe siècle, c’est-à-dire dans le dernier
tiers du siècle. À cette date, la révolution de la science historique intervenue en
Allemagne dès les années 1820 autour de Humboldt et surtout de Ranke, prolongée par la
suite par Mommsen, a atteint la France et y a imposé ses normes. L’axiome qui régit
maintenant la démarche historique, c’est que le passé ne peut être connu qu’à travers des
sources et qu’il n’y a de sources qu’écrites. L’histoire se fait donc uniquement avec des
textes, chartes, contrats, lois, traités, registres, actes notariés, procès-verbaux de
394

délibérations ou de décisions. Dès lors une coupure radicale est instaurée entre passé et
présent, le premier n’étant connaissable qu’à travers les traces – ce qui fonde le domaine
du savoir –, le second étant abandonné aux fluctuations des passions, de la mémoire et de
l’affect – ce qui en fait le domaine des journalistes et des littérateurs.
9 Il s’ensuit que la connaissance historique commence avec l’écriture et s’arrête avec
l’ouverture des archives. Conséquence inévitable : avec une telle approche se trouve
privilégiée l’histoire politique et diplomatique, tandis que la révolution des Annales
consistera pour une part à faire passer au premier plan l’histoire économique et sociale
(en attendant le renversement des années 1970 qui réhabiliteront l’histoire politique et
dynamiseront l’histoire culturelle). Autre conséquence : le primat de l’histoire de
l’Antiquité et de l’histoire du Moyen Âge, alors que les temps les plus proches, c’est-à-dire
depuis le XVIIIe siècle, et a fortiori contemporains, sont jugés pollués par les querelles
politiques. On croit par là pouvoir se tenir à l’abri des incursions des affaires du jour, bien
que l’historiographie soit alors dominée par deux débats brûlants : le débat sur la
Révolution française et le débat sur le concept de nation (en particulier à propos de
l’Alsace-Lorraine et des colonies).
10 Parallèlement à l’emprise de l’histoire « méthodique » – nous dirions aujourd’hui
« positiviste » –, la sociologie du monde des historiens évolue. S’il subsiste un secteur
indépendant vigoureux, quoique composite et diffus, où l’on compte en grand nombre les
historiens amateurs et d’où sort une production historique considérable (et surtout
largement répandue dans le grand public), les gros bataillons sont fournis par les
historiens professionnels. Contribuent au processus aussi bien le développement des
universités et des grands établissements (Collège de France, École Pratique des Hautes
Études, École Normale Supérieure, École des Chartes, École Libre des Sciences Politiques)
que l’élargissement de la profession aux sciences auxiliaires de l’histoire (philologie,
paléographie, diplomatique, exégèse), ce qui identifie modèle universitaire et histoire
savante,

La « révolution » des Annales


11 C’est dans ce contexte d’un positivisme languissant que se produit l’explosion des Annales.
Le lancement de la revue en 1929, en effet, est d’abord une réaction contre la sclérose et
le marasme intellectuel régnant dans l’historiographie ambiante et entraînant un
sentiment de dessèchement et de réification du passé. Au départ, on trouve deux
professeurs de province novateurs, dynamiques, combatifs, tenus à l’écart
professionnellement et intellectuellement des cercles parisiens dominants, et qui veulent
renverser le conservatisme historiographique en place. Leur mouvement, si limitée qu’en
soit la portée au début, apparaît aussitôt comme révolutionnaire.
12 Il a pour effet d’altérer, d’une part, le statut de l’historien – non point tant dans sa
position professionnelle que dans sa relation au monde et à la société et, d’autre part, le
métier d’historien – par l’emploi de nouveaux outils et surtout le recours à de nouveaux
questionnements. Si au cours des années 30 l’ascension est lente, freinée par les
pesanteurs et les traditions, elle connaît un rythme extrêmement rapide après la seconde
guerre mondiale. C’est une véritable montée au firmament intellectuel. Sous l’impulsion
de Braudel, une nouvelle génération s’impose, tandis que sur le plan universitaire
395

l’« école » des Annales, prestigieuse et puissante, tient la vedette, avec pour place forte la
VIe Section de l’École des Hautes Études.
13 Toutefois, deux restrictions sont à apporter. D’abord, on doit reconnaître le faible
engagement dans l’espace public de la plupart des figures représentatives du mouvement.
Sur cette abstention civique et politique, il n’est que de se référer à l’autocritique de Marc
Bloch lui-même, qui a reconnu dans L’étrange défaite :
Nous n’avions pas des âmes de partisans [...]. Nous filmes de bons ouvriers. Avons-
nous toujours été de bons citoyens ?
14 Après 1945, la tendance s’est même plutôt accentuée : un signe en est la quasi-disparition
de l’étude des phénomènes contemporains dans la revue, alors que c’était là une de ses
caractéristiques dans les années 30.
15 En second lieu, on note au cours des années 50 et 60 un creux dans l’influence des
historiens sur la société. Paradoxalement, au moment où l’école historique française (non
seulement les Annales, mais d’autres courants aussi) brille de tous ses feux et où les
historiens croissent rapidement en nombre, on assiste à une diminution de leur autorité
sociale – à la différence de leur autorité intellectuelle. En matière d’audience dans la
société (à part les cercles marxistes), on pourrait presque parler d’une « traversée du
désert ». Il est vrai que dans la France des « Trente Glorieuses », l’heure est à la
modernisation. Ée passé paraît dévalué. Le primat est à l’avenir. L’histoire se trouve de la
sorte reléguée dans la sphère de l’érudition : discipline savante et vénérable certes, mais
peu utile. Le résultat, c’est que l’historiographie a beau être au zénith intellectuel, elle
subit une véritable éclipse sociale.

Le tournant historiographique des années 1970 et


l’avènement du temps présent
16 Dans le dernier quart du xxe siècle se produit un retournement épistémologique, en partie
induit par des facteurs conjoncturels : le tournant culturel de 68, la fin de l’ère de la
croissance et le début de la dépression économique à partir de 1973, la crise des
philosophies du progrès et des représentations de l’avenir, le retour de l’événement, de
nouvelles aspirations et une nouvelle demande sociale. Tout ce mouvement conduit à se
tourner vers l’histoire proche, celle du passé le plus récent – en renouant au demeurant
avec une vieille et longue tradition historiographique. En s’institutionnalisant avec la
création, en 1978, d’un laboratoire du CNRS spécialement destiné à travailler dans ce
champ – je veux parler de l’Institut d’Histoire du Temps Présent –, la nouvelle approche a
adopté ce nom de « temps présent », qui s’est imposé, couvrant une vaste sphère de
recherche tant française qu’internationale dans de multiples domaines et de multiples
institutions. Au point que K. Pomian a pu qualifier cette histoire de « secteur le plus
dynamique et le plus innovant du savoir historique » à l’heure actuelle1.
17 Six paramètres caractérisent la nouvelle approche. Le premier est l’extension des sources
de l’historien. Tout à la fois l’éventail s’élargit et le territoire de l’historien s’agrandit Aux
objets (déjà en usage sous l’impulsion des Annales ) s’ajoutent les témoignages oraux
recueillis au magnétophone, les images fixes ou mobiles (photo, cinéma, vidéo), les
différences de sexe.
18 Deuxième paramètre : l’abolition de la coupure radicale établie par l’histoire
« scientifique » entre présent et passé. Certes, la fécondité de la dialectique entre le passé
396

et le présent avait été bien mise en lumière par Marc Bloch et Lucien Febvre, mais le
temps présent contraint à approfondir la notion d’historicité dans la complexité des
temporalités (individuelles ou collectives) et à s’interroger sur la trilogie passé-présent-
avenir, puisque la marche du devenir englobe le futur.
19 En troisième lieu, l’entrée en scène de la mémoire tend à bouleverser l’objet historique. À
coup sûr le souvenir est loin d’être une donnée nouvelle, mais le « travail de mémoire »,
selon l’expression de Paul Ricœur, oblige à s’interroger de manière renouvelée sur le
témoignage. La présence de témoins non seulement pose sous un jour nouveau la
question des sources, mais introduit un nouveau rapport au passé et au temps.
20 De plus, l’histoire du temps présent modifie l’équilibre des périodes étudiées. D’un côté, il
est difficile d’étendre ses innovations méthodologiques aux périodes anciennes, de
l’autre, elle explique la vogue de l’histoire contemporaine.
21 Autre caractéristique : cette histoire tend à atténuer la coupure entre professionnels et
non-professionnels de l’histoire, que ceux-ci soient des praticiens des sciences sociales ou
des journalistes.
22 Enfin, l’histoire du temps présent, loin de se réduire, comme certains le prétendent, à
l’histoire politique, s’applique à tous les champs historiques, de la démographie au
mouvement social, du travail aux croyances, des rapports de sexe aux relations
internationales, des sciences aux techniques. Encore qu’il convienne de prendre garde à
deux écueils : un impérialisme toujours menaçant et l’oubli de la dette immense
contractée à l’égard des fondateurs des Annales, Lucien Febvre et Marc Bloch.

Mutations actuelles et enjeux du présent


23 Arrivons-en maintenant aux mutations actuelles et aux enjeux du présent. L’historien se
trouve aujourd’hui confronté, et cela marque une différence radicale avec le passé, à une
demande sociale pressante, insistante, impérieuse, agissant à la manière d’une lame de
fond. Est-ce parce que les repères sociaux environnants souffrent d’anémie, de
fragilisation ? Est-ce parce qu’une culture de masse aux contours incertains et au contenu
souvent fruste a pris la place de ce que l’on appelait jadis la culture générale ? Toujours
est-il que des attentes multiples – et souvent contradictoires – dominent l’espace public, à
la recherche d’intelligibilité du passé et plus encore d’identité personnelle.
24 Cela se traduit par un ébranlement en profondeur et même une mue du rôle et du métier
d’historien. Sans aller jusqu’à dire, comme certains, que ce retour en force des historiens
sur la scène publique fait d’eux les « préposés à la mémoire » ou les « arbitres du
refoulé », la prégnance de l’appel au savoir historique entraîne deux conséquences.
D’abord, une mutation du rapport au temps, soit passé, soit à venir. Déjà en 1855 Michelet
avait eu l’intuition de ce poids écrasant de la connaissance historique :
Nous avons évoqué l’histoire, écrivait-il, et la voici partout ; nous en sommes
assiégés, étouffés, écrasés ; nous marchons tout courbés sous ce bagage, nous ne
respirons plus, nous n’inventons plus. Le passé tue l’avenir.
25 D’autre part, c’est un véritable défi qui est ainsi lancé à l’historien, plus ou moins érigé en
ombudsman ou en mentor. Comment s’adresser au grand nombre, soit par les canaux
traditionnels de l’écrit, soit par les nouveaux moyens audiovisuels ? Comment traduire
l’apport du savoir dans le langage public, tout en respectant l’intégrité de la connaissance
scientifique ? Tous ceux qui ont eu à pratiquer l’exercice savent combien la tâche est rude
397

de fournir aux récepteurs, à travers tout l’éventail de leurs interrogations et de leurs


curiosités, un éclairage positif et surtout explicatif.
26 Car la demande sociale qui nous assaille de toutes parts pose plus que jamais la question :
à quoi servent les historiens ? Sur la question de leur utilité sociale, il a toujours existé
deux écoles. L’une, qui compte maints adeptes, considère que l’histoire doit être avant
tout une histoire désintéressée – sorte « d’histoire pour l’histoire », à la manière de « l’art
pour l’art ». Selon Paul Veyne, par exemple, puisque dans tout discours historique la
subjectivité l’emporte,
L’histoire ne sert pas plus que l’astrologie. C’est une affaire de pure curiosité 2.
27 Dans une perspective différente, mais également critique à l’endroit de la demande
sociale, Gérard Noiriel reproche aux « historiens médiatiques » un détournement de
mission du fait de leur dérive vers une revendication d’« expertise ».
28 La seconde conception, au contraire, accorde à l’histoire une fonction primordiale dans la
société et reconnaît à l’historien une posture de responsabilité majeure dans la
constitution de la mémoire collective. Au centre du débat on trouve, effectivement, la
notion d’expertise, sur laquelle il est nécessaire de s’arrêter quelque peu de façon à la
dégager de la gangue de préjugés et d’ambiguïtés qui l’enveloppe.
29 En vérité, l’expertise est une réalité très ancienne. Elle est même congénitale à la
discipline historique. Dans le métier d’historien, métier de guide et d’arbitre, se
combinent autorité scientifique et autorité morale. Un bon exemple, vieux d’un siècle, en
est l’affaire Dreyfus. En effet, une des caractéristiques peu connues de « l’Affaire », c’est
que nombre d’historiens se sont lancés intensément dans l’arène, la majorité se rangeant
sous la bannière dreyfusiste au nom à la fois de la morale (le combat pour la vérité) et de
la science (la validité des documents et la réalité des faits). De 1897 à 1899, on assiste à
une intervention en force des universitaires dans la bataille – intervention publique qui
appuie sa légitimité sur leur savoir professionnel, autrement dit sur leur expertise. En tête,
vient une troïka incarnant le haut establishment universitaire avec Gabriel Monod,
président de la IVe Section de l’École Pratique des Hautes Études et directeur de la Revue
historique, Gaston Paris, administrateur du Collège de France, et Paul Meyer, directeur de
l’École des Chartes. Leur intervention dans l’espace public utilise de multiples moyens
d’action : articles dans les journaux, lettres publiques, interviews, pétitions collectives,
témoignages devant les tribunaux. Ainsi, ces historiens « positivistes » n’hésitent pas à
recourir au prétoire et à se faire des auxiliaires de la justice, comme lors du procès Zola et
du procès de Rennes.
30 De surcroît, il ne faudrait pas imaginer, comme le prétendent certains historiens, que
l’expertise s’applique seulement aux « affaires », même s’il est vrai que ce sont les
« affaires » qui attirent le plus l’attention de l’opinion. On montrerait sans peine que
l’expertise historienne se trouve abondamment pratiquée en matière de problèmes
coloniaux (il suffit ici de citer les noms de Charles-André Julien ou de Jacques Berque) ou
de controverses religieuses (de Loisy au père Lagrange, de Döllinger à Denifle) ou encore
dans le domaine de l’histoire ouvrière ou de l’histoire urbaine.
31 Par cet appel à l’expertise savante, il ne s’agit nullement d’ériger l’historien en augure
patenté de la cité, mais d’affirmer que sa prise de parole, dans l’observance stricte des
règles du métier et en réponse aux questionnements de la société, loin de le détourner de
sa vocation, est au contraire d’une parfaite légitimité en restituant à l’histoire son
épaisseur signifiante.
398

32 Lucien Febvre, il y a un demi-siècle, avait parlé de « la fonction sociale de l’historien ». On


voit à quel point s’est opérée aujourd’hui une dilatation de cette fonction, jusqu’à faire de
l’historien ce que j’ai appelé ailleurs un « régisseur du temps », chargé d’une triple
responsabilité : scientifique en premier lieu, mais aussi civique et éthique 3.
33 Au fond, c’est la mission que Michelet assignait à l’histoire dans un texte que l’on peut
appeler le testament de l’historien : Est-il bon qu’on se souvienne ? se demande-t-il. Et de
répondre :
Oui, chaque mort laisse un petit bien, sa mémoire, et demande qu’on la soigne. Pour
celui qui n’a pas d’amis, il faut que le magistrat y supplée. [...] Cette magistrature,
c’est l’Histoire. [...] Jamais, dans ma carrière, je n’ai perdu de vue ce devoir de
l’historien. J’ai donné à beaucoup de morts trop oubliés l’assistance dont moi-même
j’aurai besoin.
34 Et Michelet conclut :
[L’histoire] donne vie à ces morts, elle les ressuscite. [...] Ils vivent maintenant avec
nous, qui nous sentons leurs parents, leurs amis. Ainsi se fait une famille, une cité
commune entre les vivants et les morts.

NOTES
1. Krzystof POMIAN, Sur l’histoire, Paris, 1999, p. 378.
2. Paul VEYNE, entretien paru dans Sciences humaines, n° 98 (novembre 1998).
3. François BÉDARIDA, « L’historien régisseur du temps ? Savoir et responsabilité », Revue historique,
605, 1998, pp. 3-23.

RÉSUMÉS
Forts d’un prestige ancien et reconnu, les historiens en France participent puissamment à la
définition de l’identité nationale. Une double tradition, née au XIX e siècle, assure aux historiens
une place décisive dans le débat national. La « révolution » des Annales a redéfini la place de
l’histoire dans le débat intellectuel, mais paradoxalement cette domination évidente s’est
accompagnée dans les années 1950-1960 d’un déclin social de l’historien. L’avènement de
l’histoire du temps présent, les changements des rapports de la société française au temps et à la
mémoire modifient une nouvelle fois le statut de l’historien, qui semble appelé à devenir le
« régisseur du temps ». Expert social, érudit désintéressé, gardien de la mémoire : si le rôle de
l’historien varie selon les sensibilités et les réflexions, il n’en demeure pas moins essentiel à la
société : c’est de la place qu’on lui accorde que dépend notre rapport au temps passé

Backed up by unquestioned prestige, French historians know that it is their duty to contribute to
a definition of the national identity. The privileged position of historians in the national debate is
399

born of a dual tradition originating in the 19th century. The «revolution» of the Annales helped to
define the place of historical science in intellectual debate; but paradoxically, this dominant
position coincided with a decline in the social status of historians. Today, the status of the
historian is again in flux under the pressure of contemporary history and the changes of
perception in the French historical memory with the passage of time: the historian is apparently
required to be a «régisseur du temps», an expert in social issues, a disinterested scholar and a
guardian of the collective memory. The role may change in response to the sensibilities and the
discourse of the protagonists of society, but it is still essential. The role assigned to the historian
depends on our own relationship with the past

Respaldados por un prestigio indiscutible, los historiadores franceses saben que su deber es
contribuir a la definición de la identidad nacional. Una doble tradición, nacida en el siglo XIX,
proporciona a los historiadores un sitio excelso en el debate nacional. La «revolución» de los
Annales permitió definir el lugar de la ciencia histórica en el debate intelectual, pero al mismo
tiempo, y de forma paradójica, este predominio del historiador coincidió con el declinar social de
su estatus. Hoy en día, el empuje de la historia del tiempo presente, los cambios de percepción
que experimenta la sociedad francesa con el tiempo y en la memoria modifican de nuevo el
estatuto del historiador: se le exige al parecer que sea un «régisseur du temps», un perito de lo
social, un erudito desinteresado, un guardián de la memoria colectiva. Si su papel cambia según
las sensibilidades y las reflexiones de los actores sociales, no por ello deja de ser trascendental
para la sociedad. El papel que le asignamos depende de la relación que mantenemos con el pasado

AUTEUR
FRANÇOIS BÉDARIDA
Centre National de la Recherche Scientifique, Paris
400

Resúmenes
401

Resúmenes

1 Jacques Dalarun
GEORGES DUBY
La importancia de la obra de Georges Duby se justifica tanto por su dimensión como por
su difusión que no se limita al entorno de los medievalistas sino que llega a un amplio
círculo de lectores no especialistas. La variedad de los temas estudiados es la clave de este
éxito: historia de las estructuras sociales y económicas, historia de las mentalidades, de la
mujer, del arte, de los sentimientos y de los acontecimientos. También se explica por la
coherencia que, poco a poco, crecía a medida que el historiador publicaba sus obras. Por
su estilo esmerado y su capacidad para entrecruzar las interpretaciones y, también, por
sus planteamientos intelectuales originales, Georges Duby merece un lugar especial en la
escuela histórica francesa. Supo captar la atención de los lectores en aspectos
marginados, en territorios fronterizos que renovaron en profundidad lo que conocemos
acerca de las sociedades medievales.
2 Reyna Pastor
LA RECEPCIÓN DE LA OBRA DE GEORGES DUBY EN ESPAÑA
En la década de los años setenta, marcada por la dominación de la historia de las
instituciones y del derecho, la recepción de la obra de Georges Duby, frente a la de otras
corrientes entre las que destaca la anglosajona, supuso un profundo cambio metodológico
y temático. Por otra parte, esta renovación intelectual coincidió con la transición
democrática española, lo que orientó el debate hacia reflexiones sobre el materialismo
histórico y su traducción medieval, el estamento señorial bien sea eclesiástico o
aristocrático. Entre el momento en que se publicaron las obras de Georges Duby y su
traducción al español medió cada vez menos tiempo, lo que permitió un mejor
conocimiento de su trayectoria y fomentó una corriente de investigación en el mundo
ibérico. Sus reflexiones acerca del concepto de mentalidad abren pistas que convergen
progresivamente hacia una antropología histórica. Aunque los centros de investigación
españoles hayan superado con renovadas problemáticas sus primeros planteamientos,
Georges Duby fue y sigue siendo el inspirador indiscutible de la historia de la mujer en la
Edad Media en España.
3 Maurice Aymard
FERNAND BRAUDEL
El presente artículo propone una reflexión acerca de la estructura de la obra de Fernand
402

Braudel, articulada en tres libros: La Méditerranée, Civilisation matérielle, économie et


capitalisme, y L’identité de la France. Esta obra que se extiende a lo largo de unos cincuenta
años constituye un proyecto único y al mismo tiempo distinto. M. Aymard se propone
mostrar su unidad y su diversidad partiendo del análisis de los conceptos de espacio y
tiempo forjados por Fernand Braudel. Aunque el autor inscriba las otras obras del
historiador francés dentro del tríptico de las obras mayores, subraya que Fernand Braudel
sigue siendo, al fin y al cabo, el autor de La Méditerranée, un libro cuyo éxito editorial a
partir de la década de los años setenta había estado precedido por una buena aceptación
en la comunidad científica internacional, en especial la española. Fue en España,
concretamente en el Archivo de Simancas, donde meditó Fernand Braudel su labor de
investigador y tuvo la genial idea de ampliarla al mundo del Mediterráneo.
4 Mona Ozouf
FRANÇOIS FURET
La obra de François Furet fue de inmediato objeto de polémicas. Como historiador de la
Revolución francesa, propuso una reinterpretación de corte antijacobino de este
acontecimiento mayor de la historia, promoviendo una lectura política de la misma.
Ahora bien, ¿es todavía válida esta lectura que surgió a raíz de la publicación en 1965 de
su libro escrito con Denis Richet? En su ponencia Mona Ozouf se desentiende de la imagen
paradójica e incluso marginal de François Furet y propone subrayar la labor del
historiador en sus diversas facetas: su comprensión amplia de la Revolución que no se
ciñe únicamente al estudio de un acontecimiento limitado a su propia cronología sino que
se ensancha y abre sus perspectivas hasta nuestro presente, en un solo ciclo histórico.
Desde esta perspectiva, Furet propone ahondar en la historia política que se presenta
conjuntamente como una historiografía y una historia intelectual en la que destaca la
voluntad de erradicar el concepto engañoso de necesidad en la reflexión de los
historiadores.
5 Antonio Morales Moya
LA RECEPCIÓN DE FRANÇOIS FURET EN ESPAÑA
La recepción de la obra de François Furet en España fue tardía. Furet estaba en contra de
la interpretación marxista de la Revolución francesa que imperaba por aquel entonces
confirmando intuiciones de otras contribuciones históricas sobre el siglo XVIII español,
en especial las que renovaban la visión del Estado y las políticas reformistas en el periodo
ilustrado. Sin embargo en España la difusión de las obras de Furet, impulsada por el
Bicentenario de la Revolución francesa (1989-1989) se singularizó por ciertas críticas –en
algunas ocasiones violentas– que llegaron incluso a poner en tela de juicio el valor
científico de su labor. Esto se explica por la coyuntura española en la que los historiadores
se encontraban, por el proceso de transición política que, en aquel entonces, se observaba
desde planteamientos de corte estrictamente marxista como la transición del feudalismo
al capitalismo. A partir de los años 1989-1990, la profunda transformación del contexto
mundial e intelectual hace posible una relectura más justa y atinada de la obra de
François Furet.
6 Pedro Ruiz Torres
DE LA SÍNTESIS HISTÓRICA A LA HISTORIA DE ANNALES. LA INFLUENCIA FRANCESA EN
LOS INICIOS DE LA RENOVACIÓN DE LA HISTORIOGRAFÍA ESPAÑOLA
Aunque en múltiples ocasiones se ha insistido en la escasez de la tradición historiográfica
en España achacando al franquismo y a su ideología conservadora gran parte de la
responsabilidad, conviene ahora valorar las primeras tentativas de renovación de la
403

ciencia histórica desde principios del siglo XX. La clave de esta renovación fue una
relación más estrecha entre las ciencias sociales y la historia, y también un acercamiento
a los debates europeos, en especial al contexto francés. La figura de Rafael Altamira se
impone como hito y paso obligado para analizar esta «historia nueva». También otros
historiadores como Manuel Sales y Ferré, José Deleito y Piñuela, Pere Bosch Gimpera, Luis
Pericot colaboraron en esta renovación. Dentro de esta corriente, no muy importante, es
preciso situar la docencia y la obra de Jaume Vicens Vives y la influencia de Lucien
Fevbre, Marc Bloch y su revista. El progresivo despertar de una historiografía científica
en España fue el resultado de los esfuerzos aunados de varias generaciones de
historiadores maestros y discípulos que se transmitieron la antorcha de la renovación.
7 Gérard Chastagnaret
¿ES TODAVÍA COMPETITIVA LA HISTORIA ECONÓMICA FRANCESA?
¿Destaca la producción francesa en historia económica poique exporta sus conceptos y
sus métodos, o se impone por los resultados que ha conseguido? A esta pregunta, Gérard
Chastagnaret propone elementos de respuesta basándose en la observación de la
recepción de la historiografía económica francesa en España. Partiendo del hecho que
dicha historiografía pierde poco a poco su influencia, Chastagnaret muestra cómo la
diferencia de formación de los historiadores de la economía en España y en Francia
genera una serie de malentendidos que se manifiestan en métodos y problemáticas
distintas, o se plasman también en puntos de interés divergentes. A pesar de todo, es de
esperar que, gracias a la renovación de las investigaciones y encuestas, las dos
comunidades científicas podrán sacar el mayor provecho conociéndose mejor.
8 Marc Lazar
LA HISTORIA POLÍTICA EN FRANCIA
Cuestionada por el empuje de la sociología durkheimiana, por la escuela de los Annales,
por el vigor del marxismo y del estructuralismo, la historia política en Francia
experimenta un nuevo desarrollo. La consolidación de la historia del tiempo presente en
el ámbito científico también contribuye, al igual que algunas personalidades cuyos
trabajos renovaron las problemáticas (René Rémond, François Furet, Maurice Agulhon...).
Fragmentada en varios campos, la historia política en Francia es el centro de muchas
controversias acerca de lo que es, de sus relaciones con las demás ciencias sociales, de la
naturaleza de los fenómenos que estudia. Vigorosa y dinámica, la historia política en
Francia corre el riesgo, si no se abre a la comparación con la historia de otros países, de
encerrarse en una lógica basada únicamente en los debates políticos internos y en la
especificidad nacional francesa.
9 Elena Hernández Sandoica
LA HISTORIA POLÍTICA Y EL CONTEMPORANEÍSMO ESPAÑOL
La historia política contemporánea en España experimentó cambios coincidentes con las
mutaciones de la sociedad española en general. Siendo su trayectoria inseparable de la
transición democrática, de la transformación de la Universidad y, concretamente, de la
institucionalización de la historia contemporánea, ella da fe de una diversidad que es, al
mismo tiempo, real e ilusoria. Esta paradoja se explica por la permanencia de una historia
política que vacía de contenido cualquier problemática del «retour de», como se da el caso
en Francia, y por otra parte se explica por las divergencias entre los historiadores acerca
del contenido y los métodos de la historia política.
10 Yves-Marie Bercé
LA RECIENTE APARICIÓN DE UNA HISTORIA BAUTIZADA «HISTORIA CULTURAL»
404

La «historia cultural» está de moda, lo que le proporciona un evidente protagonismo pero


que no le permite ocultar la imprecisión o vaguedad de su propia definición. Conviene
primero recordar sus orígenes –la historia literaria–, sus evoluciones, con su paso por la
historia de las mentalidades y la exploración de nuevos campos (historia del libro,
historia de las representaciones), por fin, el enriquecimiento de sus problemáticas,
estrechamente vinculado con las variaciones específicas de cada periodo estudiado. Una
historia cultural de la Edad Media no tiene los mismos objetos ni las mismas finalidades
que la de la época contemporánea. En este último caso, la posibilidad de conceder a los
estudios de los fenómenos culturales una dimensión política, proporciona a la historia
cultural un mayor interés y justifica su éxito. La bibliografía no francesa sobre la historia
cultural de Francia, y también sus métodos como la Alltagsgeschichte o la microhistoria
han sido determinantes. ¿La historia cultural no está, por su riqueza y su éxito, llamada a
convertirse en una historia total?
11 Manuel Peña Díaz
LA HISTORIOGRAFÍA FRANCESA EN LA HISTORIA CULTURAL DE LA EDAD MODERNA
ESPAÑOLA. BREVE BALANCE DE SU INFLUENCIA
Más que una historia de la cultura, que suele limitarse al estudio de las élites o del
folklore, la historia cultural representa una nueva forma de enfocar vivencias concretas.
Esta historia estuvo marginada durante largo tiempo, pero se la he dado carta de
naturaleza y prestigio gracias a los trabajos de Antonio Maravall, Miquel Batllori y Julio
Caro Baroja, quienes no tuvieron verdaderos continuadores. La influencia del hispanismo
francés, con Marcel Bataillon, Joseph Pérez, Augustin Redondo, François Lopez,
Bartolomé Bennassar y otros, ha sido determinante, tanto a nivel de las problemáticas
como de los temas y la metodología. Es el caso de la historia del libro, que se ha
convertido en un terreno de investigación fecundo, alimentado por los trabajos de otros
investigadores como Roger Chartier. La historia de las mentalidades tal y como la haría la
«nouvelle histoire» en Francia ha provocado debates y adaptaciones en España. Hoy en día,
el reto de la historiografía española consiste en inventar un discurso que pueda reflejar la
pluralidad y la polisemia de las prácticas culturales en la España de la época moderna.
12 Pierre Guichard
DE LA ESPAÑA MUSULMANA A AL-ANDALUS
En 1976 el libro de Pierre Guichard Al-Andalus. Estructura antropológica de una sociedad
islámica en Occidente transformó de forma decisiva la historiografía de la España
musulmana. En este trabajo, el autor estudia los pasos previos de sus propias
contribuciones, las pistas que ha abierto y también las críticas recibidas. La recuperación
de la palabra al-Andalus implica una restricción: de hecho descarta el estudio de los
musulmanes bajo dominio cristiano y de los moriscos. Sin embargo, permite superar una
historiografía excesivamente nacionalista y plantear problemáticas propias de una
dominación política, territorial y social islámica. La historiografía francesa y española
corren parejas en su exploración paralela o común de al-Andalus. Las antiguas relaciones
científicas entre personalidades relevantes han cuajado en relaciones institucionalizadas
entre centros de investigación. También reflejan la importancia de la presencia europea
en el Magreb, y la descolonización. Por fin, Pierre Guichard subraya el papel creciente de
la arqueología que ha implicado a numerosos investigadores franceses con la ayuda de la
Casa de Velázquez. La arqueología ha enriquecido de forma notable los conocimientos
disponibles y ha generado hipótesis de futuros trabajos. Dentro de este marco general,
Pierre Guichard hace un balance de las últimas investigaciones en la materia.
405

13 Bernard Vincent
EL SEMINARIO PARISINO DE PIERRE VILAR
La influencia de Pierre Vilar en la historiografía española ha ocultado su influencia en
Francia donde ejerció su magisterio. Desde 1951 hasta 1976, el historiador dirigió un
seminario en la École Pratique des Hautes Études, al que acudían historiadores españoles
y franceses y de otros países. Los debates eran fecundos. Pierre Vilar siempre supo hacer
coincidir sus investigaciones sobre Cataluña y España con una reflexión teórica, y
también con un marco geográfico más amplio. Por eso fue un maestro ejemplar.
14 Rosa Congost y Jordi Nadal
LA INFLUENCIA DE LA OBRA DE PIERRE VILAR EN LA HISTORIOGRAFÍA Y LA CONCIENCIA
ESPAÑOLA
La vida y la obra de Pierre Vilar giran en torno a Cataluña, una región y una realidad que
fue la puerta por la que tuvo acceso a la historia de España. Puso su empeño en hermanar
su práctica de historiador con una reflexión teórica sobre la historia, y lo hizo valiéndose
de forma casi permanente de ejemplos sacados de la situación catalana. Esta peculiaridad
no se puede entender sin los datos biográficos de Pierre Vilar y de sus largas estancias en
Cataluña y de las amistades que allí consolidó. Su incorporación al mundo universitario
español fue tan importante que le valió el reconocimiento académico y, más tarde, el
éxito con los lectores. Es de subrayar la fecundidad de la obra de Pierre Vilar en unas
circunstancias históricas que pretenden infravalorar sin fundamento las aportaciones del
marxismo. Los libros de Pierre Vilar siguen siendo de gran ayuda para los españoles a la
hora de reflexionar sobre su propia historia.
15 Jaime Contreras
UN DETERMINADO ESTILO DE VIDA. REFLEXIONES SOBRE LA OBRA DE BARTOLOMÉ
BENNASSAR
Bartolomé Bennassar «inventó», en el primer sentido de la palabra, a Valladolid. Su tesis
sobre la ciudad castellana nació de una pregunta más general que el historiador novel se
hiciera sobre el destino de España, desde el apogeo del siglo XVI hasta el declive del siglo
XVII. Compartiendo la vida de los vallisoletanos de la posguerra (1950), Bennassar se
enamoró de esta ciudad de la que hizo una semblanza muy completa. Luego se dedicó a
explicar la historia de España. Ya presente en sus tesis, el estudio de las mentalidades y en
especial lo que de ellas revela el funcionamiento del Santo Oficio, formó el núcleo de
posteriores investigaciones y escritos. Por otra parte, el historiador subrayó la naturaleza
política del Tribunal de la Inquisición y las consecuencias de tipo ideológico y espiritual
de su acción. Las conclusiones de su labor investigadora se plasman en su obra L’homme
espagnol. Attitudes et mentalités du XVIe au XIX e siècle. Jaime Contreras insiste en la
coherencia de la obra de Bartolomé Bennassar y en el papel que desempeñó en la
elucidación de los grandes debates históricos e historiográficos de España.
16 Pierre Chaunu
MIS ESPAÑAS
En este texto autobiográfico, Pierre Chaunu cuenta su relación con España, desde su tesis
sobre el comercio atlántico de Sevilla hasta la biografía de Carlos V, publicada en el año
2000 en colaboración con Michèle Escamilla.
17 François Chevalier
LA CASA DE VELÁZQUEZ: UN LUGAR DE FORMACIÓN Y DIFUSIÓN DE LA INVESTIGACIÓN
FRANCESA (I)
En su ponencia, François Chevalier, director de la Casa de Velázquez de 1967 a 1979,
406

expone las directrices de su gestión, basadas en la apertura de esta institución a nuevos


campos de investigación (economía, sociología) y a métodos más adaptados (informática).
La creación del equipo interdisciplinario de Sevilla, encargado de estudiar los problemas
del Sur de España, es buen exponente de esta política. Antonio Miguel Bernal ofrece como
anejo a esta ponencia un resumen detallado de los resultados de las investigaciones
llevadas a cabo por el equipo sevillano.
18 Didier Ozanam
LA CASA DE VELÁZQUEZ: UN LUGAR DE FORMACIÓN Y DIFUSIÓN DE LA INVESTIGACIÓN
FRANCESA (II)
Didier Ozanam propone una visión de conjunto de las tres estancias que pasó en la Casa
de Velázquez (1947-1950, 1963-1969, 1979-1988), primero como becario, luego como
secretario general y por último como director. Hace un balance del estado de las
relaciones entre los científicos españoles y los franceses, su evolución y el papel de
catalizador que la Casa debe desempeñar tanto a nivel de sus propios cometidos
(organización de coloquios, investigaciones colectivas, publicaciones) como a nivel de la
aportación científica de sus miembros.
19 Joseph Pérez
LA CASA DE VELÁZQUEZ DE 1989 A 1996
Joseph Pérez fue director de la Casa de Velázquez en un contexto renovado, marcado por
un importante cambio legislativo en cuanto a la organización universitaria (ley Savary de
1984, que modificó el doctorado francés). Este nuevo marco legislativo tuvo como
consecuencia la aprobación de un nuevo estatuto para la Casa de Velázquez. Una
selección más rigurosa de los miembros, la reafirmación de la cooperación con las
entidades científicas españolas, el aumento del número de encuentros científicos, la
definición de una política editorial y la modernización de las instalaciones fueron las
principales actuaciones de Joseph Pérez.
20 Miguel Ángel Ladero Quesada
TRAYECTORIAS Y GENERACIONES. UN BALANCE CRÍTICO: LA EDAD MEDIA
Desde sus tiempos de estudiante en Valladolid hasta la obtención de una cátedra en la
Universidad Complutense, M. Á. Ladero Quesada hace un balance personal de sus
relaciones con la historiografía francesa, sin pretender representar un modelo para toda
una generación de historiadores españoles. Al insistir en la influencia beneficiosa de las
obras de Lucien Febvre, Marcel Bataillon, Fernand Braudel y Pierre Vilar sobre la
renovación historiográfica en España, Ladero Quesada recuerda que dicha influencia
dependía de las investigaciones en curso y de los centros de interés de la comunidad
científica española, lo que explica también el papel y la influencia de otras escuelas
historiográficas. Aun así, Ladero Quesada hace un repaso a las aportaciones problemáticas
y documentarias que mantuvieron españoles y franceses y que ampliaron felizmente el
conocimiento del pasado medieval español. Estos resultados positivos no deben ocultar la
crisis por la que está pasando la ciencia histórica, confrontada a una sociedad que va
abandonando progresivamente la cultura especulativa y literaria y acepta otra
básicamente intuitiva y visual. En este contexto crítico, la colaboración entre
historiadores de ambas naciones es más necesaria que nunca.
21 Pablo Fernández Albadalejo
YO TAMBIÉN ESTUVE EN ARCADIA
En la década de los años setenta, la historiografía francesa supuso para los historiadores
de la Edad Moderna en España una renovación metodológica y un cambio en las
407

problemáticas, en clara disonancia con la visión oficial y franquista de la «España


imperial». Sin negar la importancia de J. Vicens Vives como promotor de la renovación
historiográfica en España, la influencia francesa fue determinante, y eso en dos aspectos:
la difusión de las obras de Pierre Vilar y Fernand Braudel, y la nueva visión de la historia
de España que difundió una pujante generación de estudiantes. Con ella, cobraba
importancia «la historia de los vencidos» y desaparecía poco a poco la historia metafísica
y oficial. La escuela de los Annales propuso un ejemplo y un método que pudieron utilizar
los doctorandos para ofrecer una lectura renovada de la historia moderna de España.
22 Jordi Canal
ADMONICIONES, MITOS Y CRISIS. REFLEXIONES SOBRE LA INFLUENCIA FRANCESA EN LA
HISTORIOGRAFÍA CONTEMPORÁNEA ESPAÑOLA A FINALES DEL SIGLO XX
En su condición de joven historiador, Jordi Canal presenta sus reflexiones personales sin
pretender ser el portavoz de su generación. Empezó su trayectoria de historiador cuando
se iniciaba el declive de la influencia francesa en el campo de la historia contemporánea.
El empuje de la escuela anglosajona con personalidades como Raymond Carr, las
consecuencias de la crítica marxista de la escuela de los Annales y también la transición
democrática en España son los tres factores principales que explican este declive. Otros
factores son el problema de las traducciones y la circulación de la información en el
sistema universitario español. Sin embargo, en Cataluña en particular, la difusión de la
obra de Pierre Vilar permite matizar este balance y proponer un futuro más alentador. De
todas formas, es conveniente discutir cierto sectarismo de corte marxista para superar las
ambigüedades y las debilidades del debate historiográfico en España.
23 Julio Aróstegui
LA TEORÍA DE LA HISTORIA EN FRANCIA Y SU INFLUENCIA EN LA HISTORIOGRAFÍA
ESPAÑOLA
La historiografía española ha recibido las influencias conjuntas de las escuelas francesa,
alemana y anglosajona. Se puede esbozar la cronología de cada una de ellas. La teoría de
la historia –expresión de origen francés– remite a la capacidad de los historiadores de
proponer una teorización de su ciencia y de su práctica. En España, pocos fueron los
historiadores que se dedicaron a teorizar, exceptuando a los marxistas. Una teoría de la
historia depende mucho más de una teoría de la sociedad y de las ciencias sociales que de
un discurso sobre el método histórico. Sin embargo, hay autores que tratan en sus obras
la construcción teórica de la historia y reflejan las influencias exteriores y no dejan de ser
contribuciones originales. Julio Aróstegui nos invita a leer las obras de tres historiadores
que son otros tantos hitos de la historiografía: Rafael Altamira (1866-1951), Jaime Vicens
Vives (1910-1960) y Manuel Tuñón de Lara (1915-1997).
24 Juan-Sisinio Pérez Garzón
EL HISTORIADOR EN ESPAÑA: CONDICIONANTES Y TRIBULACIONES DE UN GREMIO
Las condiciones socioculturales que permitieron el nacimiento del historiador dependen
íntimamente, tanto en Francia como en España, del fortalecimiento del Estado liberal en
el siglo XIX. En España, las alternancias políticas de aquel siglo y el empeño extremado de
los historiadores en querer definir a toda costa la identidad española, ejercieron una
presión muy fuerte. La sangría intelectual que supuso el exilio posterior a 1939 suspendió
de forma drástica la renovación historiográfica del primer tercio del siglo XX. Hubo que
esperar hasta la década de los años setenta para que algunas figuras aisladas que
luchaban contra la opresión intelectual de la dictadura pudieran dar un nuevo empuje a
la ciencia histórica. Hoy en día, los historiadores y los profesores de historia ejercen su
408

profesión en el contexto de la masificación de las universidades y la modernización de la


enseñanza secundaria. La escasez de debate teórico, el peso de las normas y reglas del
gremio docente, la separación de las especialidades y de los periodos históricos son el
freno que imposibilita la exposición libre y serena de los retos a los que la praxis histórica
se ve confrontada. Sin una profunda reforma de estos mecanismos más o menos
implícitos, los historiadores españoles de hoy no sabrán dar respuesta a la demanda social
de la nueva sociedad española.
25 François Bédarida
EL HISTORIADOR EN FRANCIA
Respaldados por un prestigio indiscutible, los historiadores franceses saben que su deber
es contribuir a la definición de la identidad nacional. Una doble tradición, nacida en el
siglo XIX, proporciona a los historiadores un sitio excelso en el debate nacional. La
«revolución» de los Annales permitió definir el lugar de la ciencia histórica en el debate
intelectual, pero al mismo tiempo, y de forma paradójica, este predominio del historiador
coincidió con el declinar social de su estatus. Hoy en día, el empuje de la historia del
tiempo presente, los cambios de percepción que experimenta la sociedad francesa con el
tiempo y en la memoria modifican de nuevo el estatuto del historiador: se le exige al
parecer que sea un «régisseur du temps», un perito de lo social, un erudito desinteresado,
un guardián de la memoria colectiva. Si su papel cambia según las sensibilidades y las
reflexiones de los actores sociales, no por ello deja de ser trascendental para la sociedad.
El papel que le asignamos depende de la relación que mantenemos con el pasado.
409

Résumés

1 Jacques Dalarun
GEORGES DUBY
L’importance de l’œuvre de Georges Duby est attestée tant par son ampleur que par sa
diffusion qui, loin de se limiter aux cercles des médiévistes, a atteint un public très large.
Cela s’explique par la diversité des thèmes abordés – l’histoire des structures sociales et
économiques, des mentalités, des femmes, de l’art, des sentiments, des événements – et
par la cohérence qui, peu à peu, s’est construite à mesure que l’historien livrait ses
ouvrages. La qualité de son écriture, le croisement des regards, les interprétations
proposées assurent à Georges Duby une place spécifique dans l’école historique française,
dans laquelle l’originalité de sa carrière tient aussi à ses choix intellectuels. Il a su attirer
l’intérêt et le regard vers des marges et des bordures dont la mise au jour renouvelait en
profondeur la connaissance des sociétés médiévales.
2 Reyna Pastor
LA RÉCEPTION EN ESPAGNE DE L’ŒUVRE DE GEORGES DUBY
Dans une historiographie espagnole marquée par la prédominance de l’histoire des
institutions et du droit, la réception des ouvrages de Georges Duby, à côté de celles
d’autres courants notamment anglo-saxons, contribue, à partir des années 1970, à un
profond renouvellement méthodologique et thématique. Qui plus est, la concordance de
cette rénovation intellectuelle avec la transition démocratique met au premier plan les
réflexions autour du matérialisme historique qui, concernant le Moyen Âge, tournent
autour de la seigneurie, qu’elle soit ecclésiastique ou aristocratique. Le raccourcissement
des délais entre la parution des livres de G. Duby et leur traduction en espagnol assure
une meilleure connaissance de son parcours, inspirant ainsi des recherches similaires
dans le domaine ibérique. Ses réflexions sur la notion de mentalité ouvrent des pistes qui
progressivement s’approchent d’une anthropologie historique. L’histoire des femmes au
Moyen Âge a trouvé en lui un inspirateur de premier plan, même si les propositions
actuelles des centres de recherche espagnols dépassent ses problématiques.
3 Maurice Aymard
FERNAND BRAUDEL
L’article propose une réflexion sur la structure de l’œuvre de Fernand Braudel qui,
articulée en trois livres, La Méditerranée, Civilisation matérielle, économie et capitalisme,
L’identité de la France, se déploie sur près d’un demi-siècle et qui se constitue de trois
410

projets historiques similaires mais distincts. M. Aymard en montre l’unité et la


progression analysant les variations des concepts d’espace et de temps, auxquels F.
Braudel a eu recours. Réinscrivant ses autres écrits comme autant de jonctions entre ces
trois ouvrages majeurs, M. Aymard souligne que F. Braudel reste, malgré tout, l’auteur de
La Méditerranée, dont le succès public, à partir des années 1970, avait été précédé d’une
réception attentive par les milieux scientifiques internationaux, notamment espagnols.
C’est à partir de l’Espagne et des archives de Simancas que Braudel avait mûri sa
recherche qui, débordant le cadre ibérique, a eu la géniale intuition d’embrasser la
Méditerranée dans son ensemble.
4 Mona Ozouf
FRANÇOIS FURET
L’œuvre de François Furet a très tôt suscité des polémiques. Historien de la Révolution
française, attaché à la remise en cause de l’interprétation jacobine de celle-ci et
privilégiant une lecture politique de l’événement : cette définition de Furet, liée à la
parution de son livre écrit avec Denis Richet en 1965, est-elle valable une fois pour
toutes ?À une image paradoxale et marginale de François Furet, Mona Ozouf oppose une
réinscription de son travail d’historien dans ses multiples dimensions, à commencer par
l’appréhension large de la Révolution, non comme un événement limité
chronologiquement, mais comme un cycle qui embrasserait notre contemporanéité. De là
sa plongée dans une histoire politique qui est autant une histoire intellectuelle qu’une
historiographie. De là aussi son combat pour éliminer l’illusion de la nécessité chez les
historiens.
5 Antonio Morales Moya
LA RÉCEPTION EN ESPAGNE DE FRANÇOIS FURET
La réception de François Furet en Espagne a été tardive. À l’interprétation marxiste de la
Révolution, dominante alors, Furet apportait un démenti que d’autres travaux sur le XVIII
e
siècle espagnol avaient permis d’appréhender par leur approche renouvelée de l’État et
de la politique de réformes « éclairées ». Cependant, la diffusion de la lecture de Furet,
notamment lors du Bicentenaire de la Révolution en 1989, a donné lieu à des critiques
souvent violentes, allant jusqu’à mettre en cause la valeur à accorder à ses ouvrages.
Cette conjoncture espagnole s’explique par la réflexion politique sur le processus même
de transition, qui, sur un plan historique, s’incarnait dans des débats aux coordonnées
proprement marxistes, celui de la transition du féodalisme au capitalisme. La profonde
transformation du panorama mondial et intellectuel à partir des années 1989-1990 rend
possible une lecture plus juste de l’œuvre de François Furet.
6 Pedro Ruiz Torres
DE LA SYNTHÈSE HISTORIQUE À L’HISTOIRE DES ANNALES. L’INFLUENCE FRANÇAISE SUR
LES DÉBUTS DU RENOUVEAU DE L’HISTORIOGRAPHIE ESPAGNOLE
La pauvreté de la tradition historiographique espagnole a été soulignée à l’envi. Il
convient cependant, sans sous-estimer le recul que supposa le franquisme et son
idéologie conservatrice, d’évaluer les premiers essais de rénovation de l’histoire qui, dès
le début du XXe siècle, passaient par une liaison plus étroite avec les sciences sociales et
une attention aux débats européens, notamment français. Le nom de Rafael Altamira
s’impose comme un point de passage obligé de toute analyse de cette « nouvelle
histoire ». Mais d’autres personnalités ont travaillé à cette construction de l’histoire en
science : Manuel Sales y Ferré, José Deleito y Piñuela, Pere Bosch Gimpera, Luis Pericot...
C’est dans ce mouvement, modeste certes, mais réel, qu’il faut replacer l’action et l’œuvre
411

de Jaume Vicens Vives ainsi que l’influence française de Lucien Febvre et Marc Bloch et
leur revue. Le progressif épanouissement d’une historiographie scientifique est ainsi le
résultat de la conjonction des efforts de plusieurs générations d’historiens, où maîtres et
disciples se sont passé le flambeau de la rénovation.
7 Gérard Chastagnaret
L’HISTOIRE ÉCONOMIQUE FRANÇAISE EST-ELLE ENCORE COMPÉTITIVE ?
La production française en histoire économique impose-t-elle ses mots, ses méthodes ou
force-t-elle l’attention par ses résultats ? À cette question, G. Chastagnaret apporte des
éléments de réponse en se fondant sur l’observation de la réception de l’historiographie
économique française en Espagne. Partant du constat de sa marginalisation progressive, il
montre comment la différence de formation des historiens économistes de part et d’autre
des Pyrénées aboutit à des incompréhensions qui se prolongent par des méthodes et des
problématiques distinctes, mais aussi à cause de centres d’intérêts parfois divergents.
Pourtant, tout indique, dans le renouvellement des enquêtes et des recherches, le
bénéfice que les deux communautés scientifiques auraient à retirer d’une meilleure
connaissance réciproque.
8 Marc Lazar
L’HISTOIRE POLITIQUE EN FRANCE
Remise en cause par l’attrait de la sociologie durkheimienne, par l’école des Annales, par
la vigueur du marxisme et du structuralisme, l’histoire politique en France connaît un
nouveau développement. La consolidation de l’histoire du temps présent dans le champ
scientifique y a beaucoup contribué, ainsi que des personnalités dont les travaux ont
renouvelé les problématiques (René Rémond, François Furet, Maurice Agulhon…).
Fragmentée en plusieurs nébuleuses, l’histoire politique française alimente des débats
autour de son objet, de ses rapports aux autres sciences sociales, de la nature des
phénomènes qu’elle étudie. Vigoureuse et dynamique, elle n’en risque pas moins, si elle
ne s’ouvre pas à la comparaison avec l’histoire d’autres pays, de s’enfermer dans une
logique uniquement fondée sur les débats politiques intérieurs et la spécificité nationale
française.
9 Elena Hernández Sandoica
L’HISTOIRE POLITIQUE ET L’HISTOIRE CONTEMPORAINE ESPAGNOLE
L’histoire politique contemporaine en Espagne a vécu ses mutations en même temps que
celles de la société espagnole dans son ensemble. Indissociable de la transition
démocratique, de la transformation de l’université – et, très concrètement, de
l’institutionnalisation de l’histoire contemporaine –, l’histoire politique présente une
diversité à la fois réelle et illusoire. Ce paradoxe tient d’une part à la permanence de
l’histoire politique, qui rend vaine toute problématique de « retour de », similaire à la
situation française et, d’autre part, aux divergences existant entre les historiens quant à
l’objet et aux méthodes de l’histoire politique.
10 Yves-Marie Bercé
L’APPARITION RÉCENTE D’UNE HISTOIRE DITE CULTURELLE
L’histoire culturelle bénéficie actuellement d’un effet de mode qui, au-delà de la visibilité
qu’elle en tire, trahit aussi une définition à la fois large et floue. Il convient d’abord de
retracer ses origines – l’histoire littéraire –, ses évolutions avec le passage par l’histoire
des mentalités, la conquête qu’elle a faite de nouveaux champs – l’histoire du livre, des
représentations – et enfin ses enrichissements problématiques liés aux variations propres
à chaque époque étudiée. Une histoire culturelle du Moyen Âge ne partage ni les mêmes
412

objets ni les mêmes ambitions que celle de l’époque contemporaine. Pour cette dernière,
l’extension à la dimension politique d’enquêtes attentives aux phénomènes culturels
contribue puissamment à la fortune présente de l’histoire culturelle. L’apport de la
bibliographie étrangère à la connaissance de l’histoire française est décisif, ainsi que ses
propositions méthodologiques, qu’il s’agisse de l’Alltagsgeschichte ou de la micro-histoire.
Par sa richesse et son succès, l’histoire culturelle n’est-elle pas tentée de devenir une
histoire totale ?
11 Manuel Peña Díaz
L’HISTORIOGRAPHIE FRANÇAISE DANS L’HISTOIRE CULTURELLE DE L’ÉPOQUE MODERNE
ESPAGNOLE
Plus qu’une histoire de la culture, souvent limitée à l’étude des élites ou du folklore,
l’histoire culturelle est un nouveau regard posé sur des situations vécues. Longtemps
marginalisée, elle a acquis ses lettres de noblesse grâce aux travaux de José Antonio
Maravall, Miquel Batllori et Julio Caro Baroja, restés cependant sans véritable
descendance. À leur côté, l’influence de l’hispanisme français, représenté par Marcel
Bataillon, Joseph Pérez, Augustin Redondo, François Lopez, Bartolomé Bennassar, etc., a
été considérable tant dans les problématiques et les thématiques que pour la
méthodologie. C’est ainsi, par exemple, que l’histoire du livre est devenue un champ de
recherches fécondes qui s’ouvraient à l’influence d’autres auteurs comme Roger Charrier.
L’histoire des mentalités, telle que la « nouvelle histoire » française la pratiquait, a suscité
des débats et engendré des adaptations en Espagne. Mais aujourd’hui, l’enjeu
historiographique est de trouver un discours qui permette de rendre compte de la
pluralité et de la polysémie des pratiques culturelles de l’Espagne à l’époque moderne.
12 Pierre Guichard
DE L’ESPAGNE MUSULMANE À AL-ANDALUS
C’est en 1976, avec le livre Al-Andalus. Estructura antropólogica de una sociedad islámica en
Occidente, que Pierre Guichard opère un renversement historiographique décisif dans
l’étude de l’Espagne musulmane. Dans la présente contribution, il examine les
antécédents de ses travaux et le développement des pistes qu’il a ouvertes, notamment
les critiques. La récupération du terme al-Andalus suppose aussi une restriction : elle
écarte de fait l’étude des musulmans placés sous domination chrétienne et celle des
morisques. Cependant, elle permet de sortir d’une historiographie par trop nationaliste et
de poser les questions spécifiques à une domination politique, territoriale et sociale
islamique. L’historiographie française et espagnole sont étroitement liées dans leur
exploration parallèle ou commune d’al-Andalus. Les relations scientifiques anciennes
entre des personnalités marquantes sont devenues des relations institutionnalisées entre
centres de recherches. Elles portent aussi l’empreinte de l’histoire de la présence
européenne au Maghreb et de la décolonisation. Enfin, le recours de plus en plus fort à
l’archéologie, auquel ont contribué de nombreux chercheurs français avec l’aide de la
Casa de Velázquez, a enrichi les connaissances et multiplié les hypothèses proposées au
débat. C’est dans ce contexte général que Pierre Guichard retrace les grands apports de la
recherche actuelle.
13 Bernard Vincent
LE SÉMINAIRE PARISIEN DE PIERRE VILAR
L’importance de Pierre Vilar dans l’historiographie espagnole a occulté son influence en
France. À l’École Pratique des Hautes Études, de 1951 à 1976, il a animé un séminaire où la
présence d’historiens tant espagnols que français ou d’autres nationalités a permis des
413

débats féconds. Soucieux de toujours associer sa recherche sur la Catalogne et l’Espagne à


un cadre théorique, mais aussi géographique, plus vaste, Pierre Vilar a aussi été un maître
en France.
14 Rosa Congost et Jordi Nadal
L’INFLUENCE DE L’ŒUVRE DE PIERRE VILAR SUR L’HISTORIOGRAPHIE ET LA CONSCIENCE
ESPAGNOLES
La vie et l’œuvre de Pierre Vilar tournent autour de la Catalogne, la région et la réalité
par laquelle il a abordé l’histoire de l’Espagne. Il s’attacha particulièrement à conjuguer sa
pratique historienne avec une réflexion théorique sur l’histoire, et il y parvint par un
recours quasi permanent à des exemples empruntés à la situation catalane. Mais cette
donnée ne peut se comprendre qu’à la lumière de la biographie de Vilar, de ses séjours
prolongés en Catalogne et des amitiés qu’il y a nouées. Son insertion dans les milieux
universitaires espagnols a été telle que c’est par là que lui est venue la reconnaissance
académique, à laquelle il convient d’ajouter celle de ses lecteurs. La fécondité de l’œuvre
de Pierre Vilar demande à être soulignée, au moment même où l’éclipse intellectuelle du
marxisme pourrait faire croire, à tort, à sa caducité. Les livres de Vilar continuent d’aider
les Espagnols à mieux penser leur histoire.
15 Jaime Contreras
UN CERTAIN STYLE DE VIE. RÉFLEXIONS SUR L’ŒUVRE DE BARTOLOMÉ BENNASSAR
Bartolomé Bennassar a « inventé », au sens premier du mot, Valladolid. Sa thèse sur la
ville castillane est née d’une interrogation plus vaste sur le destin de l’Espagne : de
l’apogée du XVIe siècle à la décadence du XVIIe siècle. Partageant la vie des Vallisolétains
de l’après-guerre (1950), Bennassar a aimé la ville dont il a brossé le portrait le plus
complet possible avant de s’engager plus avant dans l’explication de l’histoire de
l’Espagne. Déjà abordées dans sa thèse, les mentalités, et notamment ce que met à jour le
fonctionnement de l’Inquisition, seront l’objet de ses recherches et de ses écrits. La
nature politique du Tribunal de l’Inquisition et les conséquences idéologiques et
spirituelles de son action sont soulignées par Bennassar. On les retrouvera dans son
ouvrage intitulé L’homme espagnol. Attitudes et mentalités du XVI e au XIXe siècle. J. Contreras
souligne ainsi la cohérence de l’œuvre de Bennassar et son rôle décisif dans l’élucidation
de grands débats historiques et historiographiques.
16 Pierre Chaunu
MES ESPAGNES
Ce texte autobiographique retrace les rapports de Pierre Chaunu avec l’Espagne, depuis sa
thèse sur le commerce transatlantique de Séville jusqu’à la biographie de Charles Quint,
parue en 2000, qu’il a cosignée avec Michèle Escamilla.
17 François Chevalier
LA CASA DE VELÁZQUEZ, LIEU DE FORMATION ET DE DIFFUSION DE LA RECHERCHE
FRANÇAISE (I)
Directeur de 1967 à 1979, F. Chevalier retrace dans sa communication les grandes lignes
de son action, fondée sur une ouverture de la Casa à de nouvelles disciplines (économie,
sociologie, etc.), à des méthodes de pointe (l’informatique) et à des chantiers nouveaux.
La création de l’équipe interdisciplinaire de Séville, chargée d’étudier les problèmes du
Midi de l’Espagne, illustre la mise en œuvre de cette politique. Une annexe à sa
communication, due à Antonio Miguel Bernal, retrace en détail les résultats des
recherches menées par l’équipe de Séville.
414

18 Didier Ozanam
LA CASA DE VELÁZQUEZ, LIEU DE FORMATION ET DE DIFFUSION DE LA RECHERCHE
FRANÇAISE (II)
D. Ozanam propose un regard sur les trois périodes (1947-1950, 1963-1969, 1979-1988)
qu’il a passées à la Casa de Velázquez d’abord comme boursier, puis comme secrétaire
général et enfin comme directeur. Il s’attache à montrer l’état des relations entre les
milieux scientifiques espagnols et français, leur évolution et le rôle de catalyseur que la
Casa est amenée à jouer tant par ses missions propres (organisation de colloques, de
recherches collectives, publications...) que par les travaux des membres qu’elle accueille.
19 Joseph Pérez
LA CASA DE VELÁZQUEZ DE 1989 À 1996
C’est dans le contexte d’une mutation de l’université française (loi Savary de 1984) et
donc d’une modification du doctorat que Joseph Pérez a développé sa politique à la tête
de la Casa de Velázquez. La rédaction d’un nouveau statut (1993) a entériné ces
changements. Qualité du recrutement, approfondissement de la coopération avec les
partenaires espagnols, multiplication des rencontres scientifiques, définition d’une
politique de publication, modernisation et aménagement des locaux ont constitué les axes
de l’action de J. Pérez.
20 Miguel Ángel Ladero Quesada
TRAJECTOIRES ET GÉNÉRATIONS. UN BILAN CRITIQUE : LE MOYEN ÂGE
De l’étudiant de Valladolid au professeur de l’Université Complutense, M. Á. Ladero
Quesada retrace à partir de son exemple personnel, qu’il se défend d’ériger en modèle
pour une génération, les liens qu’il a entretenus avec l’historiographie française.
Rappelant l’importance fondatrice des grands ouvrages de Lucien Febvre, Marcel
Bataillon, Fernand Braudel et Pierre Vilar dans le renouveau historiographique, il
souligne que l’influence qu’ont pu exercer les historiens français dépendait à la fois des
enquêtes menées et des curiosités propres à la communauté scientifique espagnole. D’où
le rôle et l’influence d’autres écoles historiographiques. L’auteur ébauche ainsi une large
fresque des apports problématiques et documentaires qu’un dialogue fécond entre
Espagnols et Français a générés, pour le plus grand profit de la connaissance du passé
médiéval. Mais il ne sous-estime pas pour autant la crise que vit la science historique dans
une société qui abandonne progressivement une culture spéculative et littéraire pour une
autre intuitive et essentiellement visuelle, appelant ainsi à une collaboration plus proche
entre les historiens des deux pays.
21 Pablo Fernández Albaladejo
« ET EGO IN ARCADIA »
Dans les années 1970, le recours à l’historiographie française a signifié pour les historiens
de l’Espagne moderne le renouvellement des méthodes et des problématiques qui
permettait la rupture avec la vision officielle et franquiste de l’« Espagne impériale ».
Même si l’on peut attribuer à J. Vicens Vives un rôle décisif dans la rénovation
historiographique, l’influence française a été déterminante pour le succès de celle-ci. Cela
tient à des noms propres – Pierre Vilar, Fernand Braudel –, mais aussi à un regard
nouveau porté sur l’histoire de l’Espagne par une génération d’étudiants. C’est désormais
« l’histoire des vaincus » qui comptait, et non plus l’histoire métaphysique et officielle. À
cette aspiration, l’école des Annales répondait par l’exemple et la méthode et donnait aux
jeunes doctorants de l’époque les moyens de proposer une autre lecture de l’histoire
moderne espagnole.
415

22 Jordi Canal
ADMONITIONS, MYTHES ET CRISES. RÉFLEXIONS AUTOUR DE L’INFLUENCE FRANÇAISE
SUR LA RECHERCHE ESPAGNOLE EN HISTOIRE CONTEMPORAINE
Jordi Canal propose les réflexions personnelles d’un historien jeune, qui ne prétend pas
incarner à lui seul sa génération, arrivée à la pratique de l’histoire au moment où
s’amorçait le recul de l’influence française dans le champ de l’histoire contemporaine,
outre les phénomènes de traductions et de circuits universitaires. L’apogée de l’école
anglo-saxonne, autour de personnalités comme Raymond Carr, ou encore la critique
marxiste de l’école des Annales, conjuguées au climat politique de la transition
démocratique expliquent cette situation. En Catalogne, le rayonnement de Pierre Vilar
demande de nuancer les premières analyses et d’offrir un autre panorama. Cependant,
dans tous les cas, la critique d’un certain sectarisme marxiste est nécessaire pour lever les
ambiguïtés et surmonter les faiblesses du débat historiographique en Espagne.
23 Julio Aróstegui
LA THÉORIE DE L’HISTOIRE EN FRANCE ET SON INFLUENCE SUR L’HISTORIOGRAPHIE
ESPAGNOLE
L’historiographie espagnole a subi les influences conjuguées des écoles historiques
française, allemande et anglo-saxonne, dont on pourrait esquisser la chronologie. La
théorie de l’histoire – une expression d’origine française – repose sur la capacité des
historiens à proposer une théorisation de leur objet et de leur pratique. En Espagne, c’est
un exercice auquel les historiens ne se sont guère livrés, à l’exception des tenants du
marxisme. Une théorie de l’histoire relève plus d’une théorie de la société et des sciences
sociales que d’un discours de la méthode historique. Il existe cependant des auteurs dont
la réflexion a porté sur la construction théorique de l’histoire et dont les œuvres reflètent
les influences extérieures et les apports originaux. À travers l’examen de trois historiens,
Rafael Altamira (1866-1951), Jaime Vicens Vives (1910-1960) et Manuel Tuñón de Lara
(1915-1997), Julio Aróstegui nous propose ainsi un itinéraire espagnol à travers le siècle.
24 Juan-Sisinio Pérez Garzón
L’HISTORIEN EN ESPAGNE : CONDITIONNEMENTS ET VICISSITUDES D’UNE CORPORATION
Les conditions socioculturelles de l’avènement de l’historien sont intimement liées, en
Espagne comme en France, à la consolidation de l’État libéral au cours du XIXe siècle. Les
aléas politiques ont continué de peser sur les historiens espagnols et sur leur vocation à
définir et dire l’identité nationale. La saignée intellectuelle de l’exil d’après 1939 brisa net
les effets de la rénovation historiographique du premier tiers du XXe siècle et ce n’est que
grâce à quelques personnalités isolées et dans le cadre d’une lutte pour se libérer du joug
de la dictature que, dans les années 1970, un saut qualitatif de renouveau des études
historiques fut fait. Aujourd’hui, c’est dans le cadre d’une université de masse et d’un
enseignement secondaire modernisé que les historiens et les professeurs d’histoire
exercent leur profession. L’absence de débats théoriques, les règles et les codes en usage
dans la corporation, le cloisonnement des spécialités et des chronologies sont autant de
freins à l’expression libre des enjeux de la pratique de l’histoire en Espagne. Sans une
profonde réforme de ces mécanismes plus ou moins implicites, les historiens actuels ne
répondront pas à la demande sociale de la nouvelle société espagnole.
25 François Bédarida
LE STATUT DE L’HISTORIEN EN FRANCE
Forts d’un prestige ancien et reconnu, les historiens en France participent puissamment à
la définition de l’identité nationale. Une double tradition, née au XIXe siècle, assure aux
416

historiens une place décisive dans le débat national. La « révolution » des Annales a
redéfini la place de l’histoire dans le débat intellectuel, mais paradoxalement cette
domination évidente s’est accompagnée dans les années 1950-1960 d’un déclin social de
l’historien. L’avènement de l’histoire du temps présent, les changements des rapports de
la société française au temps et à la mémoire modifient une nouvelle fois le statut de
l’historien, qui semble appelé à devenir le « régisseur du temps ». Expert social, érudit
désintéressé, gardien de la mémoire : si le rôle de l’historien varie selon les sensibilités et
les réflexions, il n’en demeure pas moins essentiel à la société : c’est de la place qu’on lui
accorde que dépend notre rapport au temps passé.
417

Abstracts

1 Jacques Dalarun
GEORGES DUBY
The importance of the work of Georges Duby lies not only its scope but also in its
influence, which is not confined to mediaevalists but is known to a wide circle of non-
specialist readers. The key to its success lies in the variety of subjects addressed: history
of social and economic structures, history of mentalities, of women, of art, of sentiments
and of particular events. Another reason is its coherence, which grew increasingly
evident as more works were published. His polished style, his ability to intermesh
interpretations and his own original intellectual insights have all earned Georges Duby a
special place in the French school of history. Duby was adept at enlisting readers’ interest
in aspects hitherto considered irrelevant –in marginal areas which eventually led to a
radical rethinking of what we know about mediaeval societies.
2 Reyna Pastor
THE WORK OF GEORGES DUBY IN SPAIN
In the 1960os, dominated by the history of institutions and laws, the work of Georges
Duby –unlike other currents, and particularly the Anglo-Saxon approach– gave rise to a
profound change in methodology and subject matter. This new intellectual stream
coincided with the démocratic transition in Spain, and the debate thus turned to
historical materialism and its application to the Middle Ages –that is, clergy and nobility
as the upper classes. With decreasing delays between the publication of Georges Duby’s
works and their translation into Spanish, his work became better known and indeed
prompted a new current of research in the Iberian world. His reflections on the concept
of mentality open up pathways that inexorably link up with historical anthropology.
Spanish research centres may discuss new problems not originally addressed, but Georges
Duby was and still is the prime promoter of the history of women in mediaeval Spain.
3 Maurice Aymard
FERNAND BRAUDEL
This article presents a discussion of the structure of Fernand Braudel’s work, as
represented by three books: La Méditerranée, Civilisation matérielle, économie et capitalisme,
and L’identité de la France. This corpus, written over a period of about fifty years,
constitutes a project at once unique and differentiated. M. Aymard seeks to show its unity
and its diversity through an analysis of the concepts of space and time developed by
418

Fernand Braudel. The author places Braudel’s other works within the triptych of the
three great productions, but at the same time he stresses that Fernand Braudel was after
all the author of La Méditerranée, a book which had already been well received by the
international scientific community, particularly the Spanish community, before it
achieved publishing success in the seventies. Indeed it was in Spain –specifically the
National Archive at Simancas– that Fernand Braudel considered his task as a researcher
and had the brilliant inspiration of extending it to the entire Mediterranean world.
4 Mona Ozouf
FRANÇOIS FURET
The work of François Furet raised immediate controversy. As a historian of the French
Revolution he posited an anti-Jacobin interpretation of that world-shaking event and
proposed a political reading of it. But is this reading –which saw the light in 1965 with the
publication of his book in collaboration with Denis Richet– still valid today? Mona Ozouf s
article ignores the paradoxical –one might almost say marginal– image of François Furet
and instead highlights the various facets of the historian’s work: a broad understanding
of the Revolution, not confined solely to the study of an event in its own time-frame but
opening up wider perspectives, establishing a single historical cycle running right up to
the present day. From this viewpoint Furet proposed a deeper analysis of political history
in a combination of historiography and intellectual history that sought to eradicate the
misleading concept of necessity from historical discourse.
5 Antonio Morales Moya
FRANÇOIS FURET
The work of François Furet was late in reaching Spain. Furet opposed the thenprevailing
Marxist interpretation of the French Revolution, confirming the insights of other
research on 18th-century Spain, especially those that highlighted the notion of the State
and reformist policies in the age of Enlightenment. Nevertheless, when Furet’s works
became known in Spain under the impulse of the second centenary of the French
Revolution (1789-1989), the level of criticism –some of it highly acrimonious– was such as
actually to question the scientific value of his research. This is understandable in light of
the situation of political transition in which Spanish historians found themselves at the
time, so that the Revolution could be viewed only in strictly Marxist terms as the
transition from feudalism to capitalism. Thanks to the profound changes in world politics
and intellectual attitudes since 1989-1990, it is now possible to review the work of
François Furet in a fairer and more accurate light.
6 Pedro Ruiz Torres
HISTORICAL SYNTHESIS OF THE ANNALES. FRENCH INFLUENCE IN THE EARLY STAGES OF
THE RENEWAL OF SPANISH HISTORIOGRAPHY.
It has frequently been stated that Spain lacks a historiographic tradition, much of the
blame for which has been laid at the door of the Franco regime and its conservative
ideology; however, now is a good time to appraise the first attempts at a renewal of
historical science in the early 20th century. The key factors in this renewal were the
narrowing gap between social sciences and history, and also a growing awareness of
European debates, especially in France. The key historian in any analysis of the «new
history» is undoubtedly Rafael Altamira. Other historians who participated in this
renewal included Manuel Sales y Ferré, José Deleito y Piñuela, Pere Bosch Gimpera and
Luis Pericot. Also relevant if less important are the teaching and writings of Jaume Vicens
Vives and the influence of Lucien Fevbre, Marc Bloch and his journal. The progressive
419

awakening of scientific historiography in Spain came about through the cumulative


efforts of historians, masters and disciples, who passed on the task of renewal from one
generation to the next.
7 Gérard Chastagnaret
IS FRENCH ECONOMIC HISTORY STILL COMPETITIVE?
Is French economic history successful because it exports its concepts and methods or
because of its past achievements? Gérard Chastagnaret proposes some answers to this
question based on observation of how French economic historiography is received in
Spain. Taking as given that the influence of this historiography is gradually waning,
Chastagnaret shows how the difference in the training of economic historians in Spain
and France produces areas of misunderstanding in the form of differing methods and
identification of problems, and also divergent points of interest. Nonetheless, it is to be
hoped that with the renewal of investigations and surveys the two communities will
achieve more synergies through improved mutual acquaintance.
8 Marc Lazar
POLITICAL HISTORY IN FRANCE
Under pressure from the sociology of Durkheim, the Annales school and the vigour of
Marxism and structuralism, political history in France is acquiring new life. This is also
helped by the consolidation of the history of present rimes in the scientific sphere, and by
those whose work has served to set the problems in new lights (René Rémond, François
Furet, Maurice Agulhon...). Split into several different fields, political history in France is
the subject of numerous debates as to what it is, how it relates to other social sciences
and the nature of the phenomena that it examines. Although currently vigorous and
dynamic, if it eschews comparison with the history of other countries, political history in
France runs the risk of becoming imprisoned within the boundaries of internal political
debate and addressing only specifically French national issues.
9 Elena Hernández Sandoica
SPANISH POLITICAL HISTORY AND CONTEMPORANEISM
Contemporary political history in Spain has altered in tune with changes in Spanish
society in general. Inseparably linked to the democratic transition, the transformation of
the universities and more specifically to the institutionalization of contemporary history,
it reflects a diversity that is at once real and fictitious, The key to the paradox lies in the
survival of a kind of political history that renders any problems of «retour de» meaningless
as happens in France, and in the disagreements among historians as to the content and
methods of political history.
10 Yves-Marie Bercé
THE RECENT EMERGENCE OF «CULTURAL HISTORY»
«Cultural history» is in fashion. However,– the fact that it is in the limelight does not
make its definition any less vague and imprecise. We need first of all to recall its origins
(in literary history), the way it has developed, by way of the history of mentalities and the
exploration of new fields (history of books, history of plays), and finally the enrichment
of its textures as a direct result of specific variations in each period studied. A cultural
history of the Middle Ages neither has the same objects nor pursues the same ends as a
history of contemporary rimes. In the latter case, cultural history is of greater interest
and is more successful because studies of cultural phenomena can be given a political
dimension. The non-French bibliography on the cultural history of France, and likewise
420

the methods applied, like Alltagsgeschichte or microhistory, has been decisive. Given its
richness and success, will cultural history become all history?
11 Manuel Peña Díaz
FRENCH HISTORIOGRAPHY IN THE CULTURAL HISTORY OF THE SPANISH MODERN AGE
Far from being a history of culture, normally confined to the study of elites or folklore,
cultural history is a new way of looking at concrete experiences. This kind of history was
long held at arm’s length; it gained recognition and a measure of prestige thanks to the
works of Antonio Maravall, Miquel Batllori and Julio Caro Baroja, but these had no true
disciples. The influence of French hispanists, including Marcel Bataillon, Joseph Pérez,
Augustin Redondo, François Lopez, Bartolomé Bennassar and others, has been decisive in
mapping out the problems and defining subjects and methodology. This is true of the
history of books, which is proving a fruitful field of research thanks to the works of other
researchers like Roger Chartier. The history of mentalities as expounded in the «nouvelle
histoire» in France has been the subject of debates and adaptations in Spain. The challenge
facing Spanish historiography today is to come up with a discourse capable of reflecting
the plurality and polysemy of cultural practices in Spain in the modern era.
12 Pierre Guichard
FROM MUSLIM SPAIN TO AL-ANDALUS
In 1976 Pierre Guichard’s book Al-Andalus. Estructura antropológica de una sociedad islámica
en Occidente marked a turning-point in the historiography of Muslim Spain. In this article
the author examines the trajectory of his own prior contributions, the perspectives that
he has opened up and the criticisms that he has received. The retrieval of the term al-
Andalus implies a restriction in that the scope of the work excludes the Muslims under
Christian dominion and the Moriscos. On the other hand, it provides a way out of an
excessively nationalistic historiography and makes it possible to address the problems
relating specifically to an Islamic political, territorial and social dominion. French and
Spanish historiography run side-by-side in their parallel or common exploration of al-
Andalus. What were once scientific relations between prominent personalities have
developed into institutionalized relations between research centres. Developments also
reflect the importance of the European presence in the Maghreb and decolonization.
Finally, Pierre Guichard highlights the growing role of archaeology, in which numerous
French researchers have been involved, with the assistance of the Casa de Velázquez.
Archaeology has considerably enriched the fund of knowledge and has generated
hypotheses for future research. Pierre Guichard gives an account of the latest research on
the subject within this general framework.
13 Bernard Vincent
THE PARIS SEMINAR OF PIERRE VILAR
The influence of Pierre Vilar in Spanish historiography has outshadowed his influence in
France, the country where he taught. From 1951 to 1976, Vilar directed a seminar at the
École Pratique des Hautes Études, which was attended by historians from France, Spain
and other countries. The debates were highly productive. Pierre Vilar always managed to
extract theoretical lessons from his research on Catalonia and Spain and to place it within
a wider geographical context. In this sense he was an exemplary teacher.
14 Rosa Congost and Jordi Nadal
THE INFLUENCE OF THE WORK OF PIERRE VILAR ON SPANISH HISTORIOGRAPHY AND
SPANISH CONSCIOUSNESS
The life and work of Pierre Vilar hinge upon Catalonia, a region and a reality through
421

which he made the connection to the history of Spain. He consistently endeavoured to


combine his praxis as a historian with theoretical reflections on history, for which he
almost always drew on examples from the situation in Catalonia, This peculiarity can only
be understood in the context of Pierre Vilar’s, long sojourns in Catalonia and the
friendships that he developed there. His importance in the world of the Spanish
universities earned him first academic recognition and later success with readers. It is
worth highlighting the value of Pierre Vilar’s work at a time when the contributions of
Marxism tend to be undervalued. Pierre Vilar’s books still provide Spaniards with
enormously helpful insights for reflection on their own history.
15 Jaime Contreras
A CERTAIN LIFE-STYLE. REFLECTIONS ON THE WORK OF BARTOLOMÉ BENNASSAR
Bartolomé Bennassar «invented» Valladolid, in the original sense of the word. His thesis
on this Castilian city was born of a more general concern of the newly-fledged historian
as to the fate of Spain from its apogee in the 16th century to its decline in the 17th. Living
among the people of Valladolid in the post-war years (the 1950s), Bennassar fell in love
with the city, of which he drew a highly detailed portrait He later went on to interpret
the history of Spain. Already discernible in his thesis, the focus on mentalities –and
especially can be learned of these from the workings of the Holy Office– lay at the core of
his later research and writings. The historian also drew attention to the political nature
of the Inquisition Tribunal and the ideological and spiritual consequences of its work. The
conclusions of his research are set forth in the book L’homme espagnol. Attitudes et
mentalités du XVIe au XIX e siècle. Jaime Contreras highlights the coherence of Bartolomé
Bennassar’s work and the elucidating role that it played in the great historical and
historiographic debates of Spain.
16 Pierre Chaunu
MY SPAINS
In this autobiographical article, Pierre Chaunu recounts his relationship with Spain, from
his thesis on the Atlantic trade of Seville to the biography of Charles V, which was
published in 2000 in collaboration with Michèle Escamilla.
17 François Chevalier
THE CASA DE VELÁZQUEZ: A CENTRE FOR TRAINING AND DISSEMINATION OF FRENCH
RESEARCH (I)
In this article, François Chevalier, director of the Casa de Velázquez from 1967 to 1979,
describes his main goals as director: enlargement of the institution’s scope to take in
other fields of research (economics, sociology) and the introduction of more up-to-date
methods (information technology). A good example of the results of his policy was the
creation of a cross-disciplinary group in Seville to examine the problems of Southern
Spain. Annexed to the article is a detailed summary by Antonio Miguel Bernal of the
results of the research carried on by the group in Seville.
18 Didier Ozanam
THE CASA DE VELÁZQUEZ: A CENTRE FOR TRAINING AND DISSEMINATION OF FRENCH
RESEARCH (II)
Didier Ozanam gives an overall view of his three sojourns at the Casa de Velázquez
(1947-1950, 1963-1969, 1979-1988), first as a scholar, later as general secretary and finally
as director. He provides an account of the current state of relations between Spanish and
French scientists, how they have developed and the catalysing role that the Casa is called
422

upon to play in connection with its own remit (organization of conferences, collective
research, publications) and with the scientific input of its members.
19 Joseph Pérez
THE CASA DE VELÁZQUEZ FROM 1989 TO 1996
Joseph Pérez was director of Casa de Velázquez at a time of renewal marked by a major
change in the law relating to university organization (Savary Act of 1984, which altered
the French doctorate system). One of the products of the new legal framework was the
approval of a new statute for the Casa de Velázquez. The main achievements of Joseph
Pérez’s directorship were stricter selection of members, reinforced cooperation with
Spanish scientific institutions, more frequent scientific conferences, definition of an
editorial policy and the modernization of facilities.
20 Miguel Ángel Ladero Quesada
TRENDS AND GENERATIONS. A CRITICAD APPRAISAL: THE MIDDLE AGES
M, Á. Ladero Quesada offers a personal appraisal of his relations with French
historiography from his years as a student at Valladolid to his appointment to a chair at
the Universidad Complutense in Madrid, although he does not see them as standard for a
whole generation of Spanish historians. While stressing the beneficial influence of the
works of Lucien Febvre, Marcel Bataillon, Fernand Braudel and Pierre Vilar on the
regeneration of historiography in Spain, Ladero Quesada recalls that this influence was
mediated by the research in progress and the foci of interest of the Spanish scientific
community –which also explains the role and influence of other schools of
historiography. With that qualification, Ladero Quesada reviews the analytical and
documentary achievements of Spanish and French researchers, which happily expanded
the fund of knowledge about Spain’s mediaeval past. Such positive results should not be
allowed to obscure the crisis currently affecting historical science in a culture where the
speculative and the literary is progressively giving way to the intuitive and the visual. In
this critical context, collaboration between historians of both nations is more imperative
than ever.
21 Pablo Fernández Albadalejo.
«ET EGO IN ARCADIA»
In the 1970s, French historiography brought to modern historians in Spain a new
methodology and a change in focus which jarred with the Franco regime’s official vision
of «Imperial Spain». While there is no denying the importance of Jaime Vicens Vives as a
promoter of historiographic renewal in Spain, the French influence was decisive on two
fronts: dissemination of the works of Pierre Vilar and Fernand Braudel, and a new
approach to the history of Spain espoused by a rising generation of students. This turned
the focus to the «history of the vanquished», while the metaphysical inspiration behind
official history gradually disappeared. The Annales school furnished an example and a
method with which research students were able to develop a fresh new approach to
modern Spanish history.
22 Jordi Canal
ADMONITIONS, MYTHS AND CRISES. REFLECTIONS ON FRENCH INFLUENCE ON
CONTEMPORARY SPANISH HISTORIOGRAPHY AT THE CLOSE OF THE 20TH CENTURY
As a young historian, Jordi Canal presents his personal reflections rather than claiming to
speak for his generation. He began his career as a historian at a time when the French
influence in the field of contemporary history was waning. He identifies three principal
factors in this decline –the vigour of the Anglo-Saxon school with such personalities as
423

Raymond Carr, the consequences of the Marxist critique of the Annales school, and the
democratic transition in Spain. Other factors include the problem of translations and
circulation of information in the Spanish university System. However, in Catalonia
especially, the dissemination of the work of Pierre Vilar promises more hope for the
future. At all events, he argues, there is a current of Marxist-inspired sectarianism that
needs to be addressed if we are to overcome the ambiguities and weaknesses of
historiographic debate in Spain.
23 Julio Aróstegui
THE THEORY OF HISTORY IN FRANCE AND ITS INFLUENCE ON SPANISH HISTORIOGRAPHY
Spanish historiography has been influenced by the French, German and Anglo-Saxon
schools, and the chronology of each of these influences can be traced. The theory of
history –a term introduced by the French– refers to the capacity of historians to theorize
about their science and praxis. Few historians have theorized in Spain apart from the
Marxists. Any theory of history is much more a theory of society and social sciences than
a discourse on historical method. Nevertheless, there are authors whose works address
the theoretical construction of history and reflect external influences but are original
contributions for all that. Julio Aróstegui invites us to read the works of three historians
who are all landmarks in Spanish historiography: Rafael Altamira (1866-1951), Jaime
Vicens Vives (1910-1960) and Manuel Tuñón de Lara (1915-1997).
24 Juan-Sisinio Pérez Garzón
THE HISTORIAN IN SPAIN: CIRCUMSTANCES AND TRIBULATIONS OF A PROFESSION
In both France and Spain, the emergence of socio-cultural conditions necessary for the
existence of historians was a direct consequence of the entrenchment of the liberal State
in the 19th century. In Spain, developments were very much influenced by political
swings in the 19th century and by the determination of historians to define a Spanish
identity at all costs. The intellectual drain of exile post-1939 brought the historiographic
renewal of the first third of the 20th century to a drastic halt. It was not until the 1970s
that some isolated figures, struggling to throw off the intellectual oppression of the
dictatorship, succeeded in providing fresh impetus to historical science. Today, historians
and teachers of history work in a context of mass access to university education and
modernization of secondary education. The absence of theoretical debate, the subjection
of the teaching profession to rules and regulations and the compartmentalization of
specialities and historical periods, all combine to stifle a free and untrammelled
examination of the challenges facing historical praxis. Without a thoroughgoing reform
of these conditions, all more or less implicit, Spanish historians today will be unable to
address the demands of the new Spanish society.
25 François Bédarida
THE HISTORIAN IN FRANCE
Backed up by unquestioned prestige, French historians know that it is their duty to
contribute to a definition of the national identity. The privileged position of historians in
the national debate is born of a dual tradition originating in the 19th century. The
«revolution» of the Annales helped to define the place of historical science in intellectual
debate; but paradoxically, this dominant position coincided with a decline in the social
status of historians. Today, the status of the historian is again in flux under the pressure
of contemporary history and the changes of perception in the French historical memory
with the passage of time: the historian is apparently required to be a «régisseur du temps»,
an expert in social issues, a disinterested scholar and a guardian of the collective
424

memory. The role may change in response to the sensibilities and the discourse of the
protagonists of society, but it is still essential. The role assigned to the historian depends
on our own relationship with the past.
425

Índice

ABADAL I DE VINYALS, Ramon: 287.

ABBAD, Fabrice: 270, 282.

África: 409.
África del Norte: 206.
África del Sur: 352.
AGLIETTA, Michel: 120.

AGUADO BLEYE, Pedro: 92.

AGUILAR FERNÁNDEZ, Paloma: 157.

AGUIRRE ROJAS, Carlos Antonio: 340.

AGULHON, Maurice: 134, 136, 137, 153, 170, 342, 355.

AKERMAN, Johan: 220.

Al-Andalus: 195, 196.


ALCALÁ GALIANO, Antonio: 408.

ALCÁZAR, Cayetano: 382.

ALDAMA Y GARCÍA GONZÁLEZ, Dionisio: 408.

Alemania: 85, 87, 88, 90, 92, 342, 366, 371, 427.
ALLIX, André: 9, II.

Alltagsgeschichte: 158, 171.


ALMAGRO GORBEA, Martín: 272.

ALPHANDÉRY, Paul: 319.

Alsacia-Lorena: 427.
ALTAMIRA, Rafael: 85-86, 88, 89, 90, 91, 92, 95, 96, 226, 287, 367, 369, 370-380, 388, 389, 393,
396, 399, 400.
ALTHABE, Gérard: 10.

ALTHUSSER, Louis: 9, 68, 220, 231, 232, 398.

ALVAR, Manuel: 273.


426

ÁLVAREZ JUNCO, José: 341.

ALVERNY, Marie-Thérèse: 322.

AMALRIC, Jean-Pierre: 314.

AMELANG, James S.: 351.

América: 245, 258, 371, 381.


América Central: 352.
América latina: 342, 409.
AMIEL, Charles: 179.

AMIGUES, François: 205.

Andalucía: 85 (n. 7) 111, 314..


ANDERSON, Perry: 133, 384.

ANDRÉ, Louis: 112.

ANES ÁLVAREZ, Gonzalo: 98, 99, 101, 217, 233, 273, 410.

Annales (Annales d’histoire économique et sociale, Annales Economies. Sociétés. Civilisations,


Annales, Histoire, Sciences sociales et École des Annales): 10, 22, 27, 33, 60, 74, 75, 83, 84, 85 (y
n. 7), 86, 87, 88, 93, 94, 95, 96, 97, 98, 99, 100, 102, 103, 104, 129, 130, 131, 139, 149, 225, 241,
243, 245, 260, 267, 313, 314, 328, 330, 332, 333, 342, 343, 344, 346, 348, 366, 367, 381, 382,
383, 384, 385, 387, 389, 390, 392, 393, 394, 395, 396, 397, 398, 400, 401, 402, 427, 429, 430.
Annales de géographie: 225.
ANSALDO, José Antonio: 397.

Antiguo Régimen: 55, 58, 65, 74, 75, 85, 103, 111, 118.
Anuario de Historia del Derecho Español: 409.
Aragón: 318.
Archivo de la Chancillería: 243.
Archivo General de Indias: 257, 269.
Archivo General de Simancas: 243, 256, 313.
Argel: 193, 194.
ARGULLOL, Enrique: 100.

ARIÉ, Rachel: 191, 198, 199, 322.

ARIÈS, Philippe: 42, 345, 346, 352.

ARNALDEZ, Roger: 200.

ARNALDI, Gilmo: 10.

ARON, Raymond: 97, 129, 225, 232, 331.

ARÓSTEGUI, Julio: 354, 355, 414.

ARRANZ, Benito: 269, 277.

ARTOLA GALLEGO, Miguel: 65, 85 (y n. 7), 97, 103, 104, 220, 411.

ASENSIO, Eugenio: 179.

ASÍN PALACIOS, Miguel: 90.

Asociación Española de Demografía Histórica: 291.


Asociación Española de Historia Económica: 121.
427

Atenas: 118, 285.


Atlántico, el océano -: 257, 261.
AUBERT, Paul: 307.

Auditorio Nacional: 299.


AUDOIN-ROUZEAU, Stéphane: 141, 171.

AUGÉ, Marc: 10.

AULARD, Alphonse: 69.

Austria: 130.
ÁVILA, María Luisa: 203.

Ayuntamiento de Valencia: 299, 303.


AZAÑA, Manuel: 302, 372.

AZCÁRATE, Gumersindo de: 369, 370.

AZPILCUETA, Martín de: 220.

BADIE, Bertrand: 133.

BADINTER, Robert: 303.

BAECQUE, Antoine de: 171.

Baelo Claudia, el conjunto arqueológico de -: 275.


BALANDIER, Georges: 134, 138.

BALARD, Michel: 318, 319.

BALCELLS, Albert: 399.

BALIBAR, Etienne: 344, 398.

BALLESTEROS BERETTA, Antonio: 388.

BALLESTEROS BERETTA, Rafael: 92.

BALLESTEROS GAIBROIS, Manuel: 385.

BARAHONA, Renato: 219.

BARBERO DE AGUILERA, Abilio: 36, 411.

BARCELÓ, Alfons: 344.

BARCELÓ, Miquel: 192, 201, 344.

Barcelona: 101, 114, 118, 201, 217, 218, 223, 224,


225, 226, 229, 231, 287, 329, 345, 385.
Barnave: 61.
BARRAL, Carlos: 192.

BARRAL, la Editorial -: 201.

BARRAQUÉ, Jean-Pierre: 319.

BARRAS, Paul, vizconde de 56.

BARRÈS, Maurice: 258.

BARROS, Carlos: 346.

BARTHÉLEMY, Dominique: 14, 318.

BARUZI, Jean: 50.


428

BASSET, Henri: 194.

BATAILLON, Marcel: 101, 103, 179, 180, 217, 267, 273, 313, 329, 330.

BATLLE, Carmen: 219.

BATLLORI, Miquel: 178, 179.

BAUDANT, Alain: 119.

BAUDET, Jean-François: 270, 279.

BAUER, Wilhelm: 369, 382, 388, 394.

BAZZANA, André: 200, 204, 205, 307, 322.

BEAUJOUAN, Guy: 286, 320.

Beauvaisis: 243, 332.


BECKER, Annette: 141.

BÉDARIDA, François: 153.

BEHRENS, Catherine B. A.: 74.

BEL, Alfred: 193.

Bélgica: 378.
BELLON, Bertrand: 121.

BELMARTINO, Susana: 33.

Belo, las excavaciones romanas de -: 269, 272, 288, 292.


BENCO, Nancy L: 206.

Benedictinos de Saint-Maur, la orden de los -: 258.


BENNASSAR, Bartolomé: 103, 110, 183, 184, 286, 314, 343.

BERCÉ, Yves-Marie: 181.

BERELOWITCH, André: 220.

BERG, Maxine: 116.

BERGER, Philippe: 184, 320.

BERGERON, Louis: 63, 112, 113, 220.

BERNAL, Antonio Miguel: 269, 270, 271, 272, 274, 276, 277, 278, 279, 280, 282, 283.

BERNHEIM, Ernest: 369, 371, 382, 388.

BERQUE, Jacques: 198, 431.

BERR, Henri: 88, 93, 94, 95, 99, 312, 325, 368, 386, 395.

BERROGAIN, Gabriela: 225, 233.

BERSTEIN, Serge: 135, 136, 153, 342.

BERTHE, Jean-Pierre: 219.

BERTHE, Maurice: 318.

BERTRÁN MOYA, José Luis: 181.

BERTRAND, Louis: 50.

Bilbao: 101.
BILBAO, Luis María: 330.

BIRNBAUM, Pierre: 133.


429

BLANCHARD, Raoul: 313.

BLÁZQUEZ, José María: 272.

BLOCH, Marc: 9-11, 13, 23, 27, 74, 93, 94, 95, 98, 99, 100, 102, 130, 225, 267, 268, 311, 313, 323,
338, 345, 348, 355, 368, 383, 390, 397, 425, 428, 429, 430.
BLOCKMANS, Wim: 321.

BODIN, Jean: 260.

BOIS, Guy: 35, 318.

Boletín de la Institución Libre de Enseñanza: 92.


Boletín de la Real Academia de la Historia: 409.
BONET CORREA, Antonio: 271, 273, 282.

BONILLA, Héctor: 219.

BONNASSIE, Pierre: 13, 14, 35, 315, 318.

BONNAZ, Yves: 320.

BONNEMÈRE, Eugène: 379.

BOONE, James L.: 206.

BORAH, Woodrow: 260.

Borgoña: 319.
BORKENAU, Franz: 130.

BOSCH GIMPERA, Pere: 92, 93, 95, 355, 411 (n. 5).

BOSQUE MAUREL, Joaquín: 273.

BOTREL, Jean-François: 342.

BOTTIN, Jacques: 112.

BOTTINEAU, Yves: 286.

BOÜARD, Alain: 312.

BOUDEVILLE, Jacques-Raoul: 270, 282.

BOURDÉ, Guy: 219.

BOURDEAU, Louis: 379.

BOURDIEU, Pierre: 137, 140, 269, 273, 279.

BOURGEOIS, Alain: 269, 277.

BOURNAZEL, Éric: 318.

BOUTHOUL, Gaston: 27.

BOUTIER, Jean: 219.

BOUTRUCHE, Robert: 318.

BOUVIER, Jean: 220, 398, 401.

BOYD, Carolyn P.: 93.

BOYER, Robert: 120.

BRAUDEL, Fernand: 9, 10, 41-52, 54, 97, 98, 99, 100, 101, 103, 104, 181, 219, 241, 242, 256, 258,
259, 266, 267, 268, 287, 288, 313, 325, 331, 332, 345, 368, 383, 384, 390, 397, 400, 425, 428.
BRESC, Henri: 318, 320.
430

BRODER, Albert: 114, 116, 343.

BRUHAT, Jean: 219.

BRUNSCHWIG, Robert: 194.

BUCHEZ, Philippe Joseph Benjamin: 378.

BUCKLE, Henry T.: 369, 371.

Bulletin hispanique: 184, 287, 329.


BULLOCK, Alan: 395.

BURKE, Peter: 171, 177, 186, 342, 354.

BUSTELO, Francisco: 219.

CABRILLANA, Nicolás: 219.

CADORET, Anne: 279.

Cairo, El: 285.


Calcografía Nacional: 299.
CALMETTE, Joseph: 312, 315.

CALVO SERER, Rafael: 390.

CAMOUS, Laurence: 307.

CAMUS, Albert: 11.

Canarias, las islas -: 259.


CANAVAGGIO, Jean; 255, 285.

CANDEL FABREGAT, Luis: 279.

CANFORA, Luciano: 75.

CÁNOVAS DEL CASTILLO, Antonio: 156.

CAPMANY, Antonio de: 226.

CARANDE, Ramón: 85 (n. 7), 96, 217, 286, 287, 314, 389, 410 (n. 5).

CARDAILLAC, Louis: 181.

CÁRDENAS, Nidia: 219.

CARLOS V, el emperador -: 258, 259, 265, 266.

CARLYLE, Thomas: 375.

CARO BAROJA, Julio: 178, 179, 181, 267, 268, 273, 278, 279, 320, 410 (n. 5), 411 (.-5).

CARON, François: 119.

CARON, Marie-Thérèse: 319.

CARR, Raymond: 343.

CARRANZA, Bartolomé -, el arzobispo de Toledo: 249, 266.

CARRERAS ARES, Juan José: 84, 398, 411, 414.

CARRERAS, Albert: 114, 116.

CARRÈRE, Claude: 318.

Casa de Habsburgo: 242.


Casa de la Contratación: 258.
431

Casa de Velázquez: 8, 29, 180, 183, 184, 191, 197, 198, 199, 204, 205, 206, 207, 208, 217, 225,
257, 258, 263, 267-283, 314, 315, 322, 337, 408.
CASANOVA, Julián: 84, 351, 414.

CASTAN, Yves: 168.

CASTELAR, Emilio: 91.

CASTELLS, Irene: 69, 75, 219.

Castilla: 180, 183, 241, 318, 319, 418.


Castilla - La Mancha: 419.
CASTILLO, Álvaro: 219, 397.

CASTRO, Américo: 21, 181, 287, 329, 372.

CASTRO, Demetrio: 67.

Cataluña: 76, 98, 103, 155, 181, 186, 223, 224, 225, 226, 227, 228, 230, 242, 318, 352.
CENARRO, Ángela: 343.

Centre d’Estudis d’Història Moderna «Pierre Vilar»: 181, 352.


Centre d’Estudis de la Revolució Francesa i les Guerres napoleoniques: 69.
Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS): 121, 291, 292, 295, 296, 297, 298, 303,
316, 415, 429.
Institut d’Histoire du Temps Présent (IHTP): 127, 415, 429.
Centro de Estudios Históricos (creado en 1910): 90.
Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino: 91.
Centro para la Difusión de la Música Contemporánea: 299.
CERTEAU, Michel de: 166, 220, 368.

CERVANTES, Miguel de: 258, 264.

CHADEAU, Emmanuel: 111, 119.

CHALMETA, Pedro: 273.

CHARLE, Christophe: 342.

CHARTIER, Roger: 133, 168, 182, 183, 184, 185, 319, 339, 346, 384.

CHASSAGNE, Serge: 119.

CHASTAGNARET, Gérard: 343.

CHATEAUBRIAND, François René, vizconde de -: 61, 425.

CHAUNU, Pierre: 103, 110, 267, 286, 287, 314, 321, 325, 332, 383.

Checoslovaquia: 130.
CHÉDEVILLE, André: 319.

CHELÍNI, Jean: 321.

CHESNEAUX, Jean: 398.

CHEVALIER, Bernard: 319.

CHEVALIER, François: 270, 273, 274, 276, 278, 280, 283, 288, 289, 290, 291.

CHEVALIER, Maxime: 178, 183.

CHEVALLIER, Raymond: 272.


432

CHIFFOLEAU, Jacques: 321.

CHILD, Josiah: 220.

CHILDE, Gordon: 412.

CHUECA GOITIA, Fernando: 273.

Círculo de Bellas Artes: 299.


CLARÍN, Leopoldo Alas: 411 (n. y).

Claves de Razón Práctica: 151.


CLODOVEO I, rey de los francos: 425.
COBB, Richard: 75, 220.

COBBAN, Alfred: 73, 395.

COCHIN, Augustin: 72.

CODERA Y ZAIDÍN, Francisco: 91.

COHEN, Aron: 219.

COLAS, Dominique: 132.

COLIN, Georges S.: 194.

COLL, Sebastián: 119.

Collège de France: 427, 431.


COLÓN, Cristóbal: 260, 263.

Coloquios de Pau (Tuñón de Lara): 85 (n. 7), 101 (n. 42), 103, 343, 399.
X Coloquio: 84.
COMBESSIE, Jean-Claude: 269, 276, 277, 278, 281.

Concilio de Trento: 251.


CONGOST, Rosa: 217.

Congresos. Congreso de Ciencias Históricas (Roma, 1903): 90.


IV Congreso Internacional de Hispanistas (Salamanca, 1982): 178.
IX Congreso Internacional de Ciencias Históricas (París, 1950): 83, 98, 233, 387, 389, 393,
396.
XI Congreso Internacional de Ciencias históricas (Estocolmo, 1965): 328.
Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC): 197, 201, 287, 291, 302, 303, 305,
314, 388.
Centro de Estudios Históricos del -: 326, 409.
Instituto de Historia Jerónimo Zurita del -: 314.
CONSTANT, Benjamin: 72.

CONTAMINE, Philippe: 319, 321.

Contrarreforma: 264.
CORBIN, Alain: 342.

Cortes de Cádiz: 408.


COSTA, Joaquín: 92, 369.

COUSSEMACKER, Sophie: 321.

COUTAU-BÉGARIE, Hervé: 347.


433

CRAFTS, Nick F. R.: 116.

CRESSIER, Patrice: 191, 205, 209, 307, 322.

CROCE, Benedetto: 91, 369, 375, 376, 380, 395.

CROUZET, François: 114, 115, 116.

CROUZET, Maurice: 393, 395.

CRUBELLIER, Maurice: 167.

CUESTA BUSTILLO, Josefina: 157.

CUVILLIER, Jean-Pierre: 318.

DAHRENDORF, Ralf: 63.

DALARUN, Jacques: 35.

DARNTON, Robert: 69, 75, 171, 349.

DAUMARD, Adeline: 54.

DAUNOU, François: 378.

DAVIET, Jean-Pierre: 119.

DAVIS, Natalie: 171, 349.

DAY, John: 318.

DEFOURNEAUX, Marcelin: 103, 315.

DELAIGUE, Marie-Christine: 205.

DELÉAGE, André: 9.

DELEITO Y PIÑUELA, José: 89, 90, 91, 93, 94, 96, 97.

DELGADO, Lorenzo: 338.

DELIBES, Miguel: 252.

DÉLOYE, Yves: 138.

DELUMEAU, Jean: 302, 320, 368.

DEMANGEON, Albert: 223, 313.

DÉNIAU, Jean: 9, 10, 11.

DENIFLE, Heinrich: 431.

Destino: 385, 390, 394.


DEVOTO, Daniel: 179.

DEWERPE, Alain: 116, 117.

DEYON, Pierre: 273.

DHOQUOIS, Guy: 398.

DIEZ DEL CORRAL, Luis: 273, 314.

DION, Roger: 313.

Diputación General de Aragón: 303.


Diputación Provincial de Badajoz: 303.
Diputación Provincial de Zaragoza: 299.
DOBB, Maurice: 25, 26, 100, 412.

DÖLLINGER, Johann Ignaz von: 431.


434

DOMERGUE, Claude: 272.

DOMERGUE, Lucienne: 219.

DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: 217, 273, 411.

DONIOL, Henri: 379.

DORADO MONTERO, Pedro: 369.

DOREL FERRÉ, Gracia: 112.

DOSSE, François: 111, 130.

DRAIN, Michel: 269, 270, 272, 275, 276, 279, 280, 281.

DREYFUS, Alfred: 431.

DROYSEN, Johann Gustav: 378.

DUARTE, Angel: 351, 355.

DUBY, Andrée: 3.

DUBY, Georges: 3-20, 21-40, 42, 100, 182, 273, 312, 317, 319, 339, 352, 355, 401.

DUFOURCQ, Charles-Emmanuel: 315, 317.

DUHAMEL-AMADO, Claudie: 14.

DUMÉZIL, Georges: 10, 14.

DUMONT, René: 278, 279.

DUPRONT, Alphonse: 27, 219, 267, 273, 319.

DURÀN, Eulalia: 99.

DURAND, Robert: 318.

DURKHEIM, Émile: 129, 394.

DURUY, Victor: 256.

École d’Architecture de Lyon: 303.


École des Chartes: 298, 314, 427, 431.
École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS): 289, 291, 292, 302, 303.
Laboratoire de démographie historique de la -: 291.
École des Hautes Études Hispaniques: 218, 258, 295, 329.
École française d’Athènes: 300.
École française de Rome: 35, 289, 291, 300.
École Libre des Sciences Politiques: 427.
École Normale Supérieure: 219, 223, 224, 233, 427.
École Pratique des Hautes Etudes (Paris): 218, 228, 233, 256, 269, 276, 287, 371, 427.
Centre de Recherches Historiques de la -: 287.
IVe Section de la -: 431.
VIe Section de la -: 256, 287, 428.
Egipto: 198.
EIRAS ROEL, Antonio: 102, 326, 332, 383, 397.

ELIAS, Norbert: 131.

ELLIOTT, John: 103, 329, 342.

ENGELS, Friedrich: 412.


435

Equipo interdiciplinar de Sevilla: 268, 269, 274-283, 289, 292, 300.


ERASMO DE ROTTERDAM: 180, 266.

ESCAMILLA, Michèle: 265, 266.

Escuela de Estudios Americanos de Sevilla: 389.


Escuela de Oxford: 151.
España: 64, 65, 66, 67, 83, 84, 87, 88, 89, 90, 98.
ESPINAS, Georges: 9.

Estado español: 65.


Estados Unidos: 95, 98, 121, 343, 349, 378.
Estalinismo: 130.
ESTAPÉ, Fabián: 220, 233.

ESTEVA FABREGAT, Claudio (Claudi): 273

Estrasburgo: 394.
Estudios de Historia Moderna: 98, 391, 396, 397.
ÉTIENNE, Robert: 272, 280.

Études suisses d’histoire générale: 287.


Europa: 365, 370, 371, 381, 400, 409, 414.
Extremadura: 319.
FABRA, Pompeu: 224.

FAGNAN, Émile: 193.

FARMER, Sharon: 16.

FARRINGTON, Benjamin: 412.

Fascismo: 130.
Jean: 315.
FEBVRE, Lucien: 9, 10, 27, 43, 50, 74, 93, 94, 95, 97, 98, 99, 100, 102, 130, 167, 223, 246, 256,
267, 268, 311, 313, 345, 368, 381, 383, 390, 392, 393, 397, 425, 429, 430, 431.
FELIU DE LA PENYA, Narcís: 353.

FELLER, Laurent: 15.

FERNÁNDEZ ALEADALEJO, Pablo: 339.

FERNÁNDEZ ALMAGRO, Melchor: 150.

FERNÁNDEZ BUEY, Francisco: 100.

FERNÁNDEZ DE OVIEDO Y VALDÉS, Gonzalo: 260.


FERNÁNDEZ DE PINEDO, Emiliano: 330.

FERNÁNDEZ PRIETO, Lourenzo: 338.

FERNÁNDEZ, Roberto: 228, 352.

FERNANDO II EL CATÓLICO: 265;ver también REYES CATÓLICOS.


FERRANDIS, Antonio: 382.

FERRO, Marc: 342.

FERRY, Jules: 54, 73.


436

FLANDRIN, Jean-Louis: 181.

FLICHE, Augustin: 312.

FLOR, Fernando R. de la: 184.

FLORI, Jean: 319.

FOGEL, Robert W.: 220.

FOLZ, Robert: 321.

FONTAINE, Jacques: 320.

FONTANA, Josep: 74, 86, 98, 99, 100, 101, 103, 150, 218, 233, 234, 344, 345, 346, 347, 352, 355,
375, 398, 399, 411, 414.
FORCADELL, Carlos: 84.

FOSSIER, Robert: 10, 12, 317.

FOUCAULT, Michel: 9, 10, 68, 137, 181, 232, 235, 368.

FOULCHÉ-DELBOSC, Raymond: 325.

FOURNEAU, Francis: 270, 281, 282.

FRADERA, Josep Maria: 352, 355.

FRANCASTEL, Pierre: 344.

FRANCE, Anatole: 67.

Francia: 85, 87, 88, 89, 90, 91, 95, 99, 102, 104.
FRANCO BAHAMONDE, Francisco: 14, 83, 84, 86, 89, 95, 100, 102, 103, 104, 147, 217, 398-401.

Franquismo: 156.
Frente Popular: 72.
FRIEDMANN, Georges-Philippe: 9.

FUKUYAMA, Francis: 346.

Fundación Europea de la Ciencia: 316.


FURET, François: 53-62, 63-79, 132, 135, 137, 184, 220, 221, 273, 342, 346, 352, 383, 397.

FUSI, Juan Pablo: 150, 236, 341, 343.

FUSTEL DE COULANGES, Numa-Denis: 425.

Galicia: 85 (n. 7), 331.


GALZY, Jeanne: 50.

GAMBETTA, Léon: 73.

GANSHOF, François-Louis: 312.

GARCÍA AÑOVEROS, Jaime: 270, 279, 281, 282.

GARCÍA BALLESTER, Luis: 219.

GARCÍA CÁRCEL, Ricardo: 178, 179, 180, 181, 345, 348, 352.

GARCÍA DE CORTÁZAR, José Ángel: 23, 330.

GARCÍA DE ENTERRÍA, Eduardo: 69.

GARCÍA DE VALDEAVELLANO, Luis: 85 (n. 7), 96, 101 (n. 42), 226, 233, 369, 382, 388.

GARCÍA ESCUDERO, José María: 156.

GARCÍA FERNÁNDEZ, Jesús: 312.


437

GARCÍA GÓMEZ, Emilio: 194, 195, 196.

GARCÍA MORENTE, Manuel: 382.

GARCÍA NIETO, María Carmen: 392.

GARCÍA SANZ, Ángel: 330.

GARCÍA VILLADA, Zacarías: 381, 382, 388.

GARCÍA Y BELLIDO, Antonio: 272.

GARCÍA-ARENAL, Mercedes: 209.

GARRABOU, Ramon: 103, 351.

GARRIDO, Aurora: 338.

GAUCHET, Marcel: 132, 139, 140.

GAUDEMET, Jean: 321.

GAUTIER, Jean: 286.

GAUTIER-DALCHÉ, Jean: 23, 315, 317, 318, 319.

GAUVARD, Claude: 318.

GENET, Jean-Philippe: 321.

GENICOT, Léopold: 312.

GENTIL DA SILVA, José: 332.

GEORGE, Pierre: 313.

GERBET, Marie-Claude: 315, 317, 319.

GEREMEK, Bronislaw: 4, 10, 63, 318.

GERNET, Jacques: 219.

Gerona: 319, 350.


GERSCHENKRON, Alexander: 117.

GERVINUS, Georg Gottfried: 378.

GIL NOVALES, Alberto: 399.

GILSON, Étienne: 312.

GINER DE LOS RÍOS, Francisco: 92, 411 (n.5).

GINZBURG, Carlo: 349.

GIORDANENGO, Gérard: 321.

GIRALT, Emili: 97, 98, 99, 103, 233, 392.

GIRAULT, Jacques: 220.

GIRAULT, René: 116.

GIRY, Arthur: 371.

GLICK, Thomas F.: 201, 206.

GLOTZ, Gustave: 312.

GODELIER, Maurice: 10, 220.

GOLVIN, Lucien: 198.

GÓMEZ MORENO, Manuel: 287.


438

GÓMEZ URDÁÑEZ, José Luis: 347.

GONTHIER, Nicole: 318.

GONZÁLEZ CALLEJA, Eduardo: 338.

GONZÁLEZ DE CELLORIGO, Martín de: 242, 243, 245, 248.

GONZÁLEZ, María Jesús: 338.

GORGES, Jean-Gérard: 307.

GOUBERT, Pierre: 220, 243, 325, 332, 397.

GOURON, André: 321.

GOUROU, Pierre: 313.

GRAMSCI, Antonio: 9.

Gran Bretaña: 85, 87, 342, 343, 349.


Granada: 192, 198, 227.
GRENIER, Jean-Yves: 112, 118.

GROETHUYSEN, Bernard: 391.

Grup d’Historia Comparada de l’Europa Moderna (GHCEM): 69.


Guatelama: 95.
GUBERN, Román: 233.

GUENÉE, Bernard: 320, 321.

GUEREÑA, Jean-Louis: 344.

Guerra Civil: 285, 342, 369, 370, 381, 382, 388, 393, 397, 402, 410.
Guerra de Argelia (1954-1962): 127, 230.
GUERREAU, Anita: 318.

GUICHARD, Pierre: 30, 31, 322.

GUILLERÉ, Christian: 319.

GUIRAL-HADZIIOSSIF, Jacqueline: 318.

GUITTON, Jean: 264.

GUIZOT, François: 408, 425, 426.

GUMPLOWICZ, Ludwig: 380.

GUSDORF, Georges: 69.

HALPHEN, Louis: 312.

HAMILTON, Earl Jefferson: 229, 232, 256, 258, 391.

HAMON, Maurice: 112.

HARNECKER, Marta: 412.

HAUBERT, Maxime: 270, 280, 281, 282.

HAUPT, Heinz-Gerard: 141.

HAUSER, Henri: 325.

HAUTCOEUR, Pierre-Cyrille: 121.

HAZARD, Paul: 312, 382, 391.

HEERS, Jacques: 314, 318.


439

HELLWALD, Federico: 380.

HELMER, Marie: 286.

HENRY, Louis: 261.

HÉRAN, François: 282.

HÉRITIER-AUGÉ, Françoise: 302.

HERMET, Guy: 133.

HERNÁNDEZ SANDOICA, Elena: 414.

HERNÁNDEZ, Jesús: 397.

HERR, Richard: 103, 220.

HIGOUNET, Charles: 273, 318.

HILTON, Rodney: 9, 25, 26.

HINCKER, François: 220.

HINOJOSA, Eduardo de: 369, 375.

Hispanoamérica: 365.
Histoire littéraire de la France de Dom Rivet: 165.
HOBSBAWM, Eric J.: 342, 354, 384.

HOCQUET, Jean-Claude: 318.

HOLMES, Colin: 221.

HOMO, Léon: 9.

HUBERT,Jean: 270.

HUETZ DE LEMPS, Alain: 111, 270, 278, 281, 282, 313.

HUFTON, Olwen H.: 69.

HUICI MIRANDA, Ambrosio: 193.

HUIZINGA, Johan: 382.

HUMBERT, André: 205.

HUMBOLDT, Wilhelm: 427.

HUNT, Lynn: 69.

HURDES, Las: 225.

IBÁÑEZ MARTÍN, José: 327.

IDRIS, Hady Roger: 196, 197.

Índice Histórico Español: 98, 287, 387.


Inglaterra: 55, 95, 343, 378.
Inquisición española: 249.
Tribunal del Santo Oficio: 249, 250, 251.
Institución Libre de Enseñanza: 86, 101 (n.42).
Institut d’Estudis Catalans (Barcelona): 91.
Servei d’Investigacions Arqueològiques del -: 93.
Institut de France: 255.
Institut français de Barcelona: 218, 228.
440

Institut National de Recherche Agronomique (INRA): 269.


Instituto de Cultura Juan Gil-Albert de Alicante: 302, 303.
Instituto de Desarrollo Regional (IDR) de Sevilla: 270.
Instituto de Estudios Almerienses: 303.
Instituto Geográfico Nacional: 303.
Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) de México: 267.
IRADIEL, Paulino: 330.

IRIGOIN, Bernard: 302.

Italia: 89, 342, 349, 365.


JAMARD, Jean-Luc: 269, 276, 277, 278, 281.

Japón: 342.
JARA, Alvaro: 219.

JATO, David: 397.

JAURÈS, Jean: 74.

JEANNIN, Pierre: 220, 244.

JEHEL, Georges: 318.

JESSUA, Claude: 111.

JOLIVET, Jean: 320.

JONES, Colin: 69.

JORRO, Daniel: 369, 374.

JOUTARD, Philippe: 166, 425.

JOVER ZAMORA, José Maria: 83, 84, 83 (n-7), 97, 103, 104, 326, 343, 389, 411.

JUGLAR, Joseph-Clément: 238.

JUILLARD, Étienne: 9.

JULIA, Dominique: 168, 220.

JULIA, Santos: 83, 344, 354, 414.

JULIEN, Charles-André: 431.

Junta de Ampliación de Estudios: 89.


Junta de Andalucía: 299, 303.
JUTGLAR, Antoni: 103.

KAMEN, Henry: 65.

KEYDER, Caglar: 116.

KEYNES, John Maynard: 220, 232.

KITCHIN, Joseph: 238.

KOENIGSBERGER, Helmut: 328.

KONDRATIEFF, Nicolaï D.: 49, 238.

KOSELLECK, Reinhard: 63.

KRIEGEL, Annie: 130.

KRIEGEL, Maurice: 322.


441

KRUSCHEV, Nikita: 130.

KRYNEN, Jacques: 321.

KUZNETS, Simon: 220.

L’Avenç: 75.
LABROUSSE, Ernest: 69, 74, 98, 99, 100, 110, 116, 219, 221, 228, 229, 241, 261, 331, 345, 352,
398, 401.
LACAN, Jacques: 9.

LACOMBE, Paul: 372, 380.

LACROIX, Jacques: 270, 282.

LADERO QUESADA, Miguel Ángel: 29, 273.

LAFFEMAS, Barthélemy: 220.

LAFUENTE, Modesto: 377, 408.

LAGARDE, Georges de: 321.

LAGARDÈRE, Vincent: 197, 322.

LAGRANGE, P.Joseph-Marie: 431.

LAÍN ENTRALGO, Pedro: 273, 388.

LAMPRECHT, Karl: 88, 90, 92, 369, 374.

LANCELOT, Alain: 303.

LANGLOIS, Charles-Victor: 368, 369, 371, 372, 373, 374, 375, 377, 394.

Languedoc: 223, 224, 332.


LAPEYRE, Henri: 103, 286, 287.

LARDREAU, Guy: 4.

LARQUIÉ, Claude: 184.

LAS CASAS, fray Bartolomé de las -: 260, 261.

LASARTE, Javier: 270, 271, 279.

LASLETT, Peter: 29.

LAVEDAN, Pierre: 313.

LAVISSE, Ernest: 10, 14, 368, 371, 378.

LE BON, Gustave: 379.

LE BRAS, Gabriel: 321.

LE FLEM, Jean-Paul: 270, 273, 274.

LE GALL, Joël: 272, 273.

LE GOFF,Jacques: 9, 10, 21, 26, 28, 100, 130, 131, 220, 221, 267, 312, 318, 319, 339, 352, 383,
384, 397, 401.
Le Moyen Âge: 323.
LE ROY LADURIE, Emmanuel: 9, 10, 42, 110, 181, 220, 273, 325, 332, 345, 346, 352, 36 8, 383,
397.
LEBÓN, Camilo: 271.

LEBRUN, François: 181.


442

LECORDIER, Patrick: 270, 282.

LEFEBVRE, Georges: 25, 69, 74, 398.

LEFORT, Claude: 132, 135.

LEGENDRE, Maurice: 259, 286, 287, 303.

Leipzig: 369.
LEMERLE, Paul: 9, 312.

LENIN, Vladimir Ilich Ulianov: 72.

LENNAF, René: 275.

LEPETIT, Bernard: 120.

LEROY, Béatrice: 322.

LETELIER, Valentín: 373.

LEULLIOT, Paul: 219,

LEVASSEUR, Émile: 379.

LÉVI-PROVENÇAL, Évariste: 191, 194, 195, 196, 198, 199, 322.

LÉVI-STRAUSS, Claude: 10.

LÉVY-BRUHL, Lucien: 10.

LÉVY-LEBOYER, Maurice: 114, 116.

LINACERO, Daniel G.: 86.

LINZ, Juan: 271, 273, 278.

Lisboa: 319.
LISÓN TOLOSANA, Carmelo: 273.

LIVINGSTONE, Amy: 15, 16.

LIZARZA, Antonio: 397.

LLORENS, Montserrat: 392.

LLUCH, Ernest: 218, 219, 353.

LOBRICHON, Guy: 14.

LOHMANN Villena, Guillermo: 220.


LOISY, Alfred: 431.

LOMBARD, Maurice: 219.

LÓPEZ CAMPILLO, Antonio: 76.

LOPEZ, François: 184.

LORENZO, Pedro Luis: 347.

LOSCERTALES, Pilar: 233.

LUKÁCS, George: 61.

LUNA, Pablo: 219.

Lyon: 207.
MABLY, Gabriel Bonnot de: 379.

MACAULAY, Thomas B.: 369, 374.

MACHADO, Antonio: 302, 329.


443

Madrid: 114, 218, 258, 285, 287, 288, 293, 314, 316, 329, 355, 377, 409.
Magreb: 193, 194, 196, 197, 198, 199, 206, 208.
Maison de l’Orient méditerranéen: 303.
Maison des Pays ibériques: 303.
MAÍZ, Félix: 397.

MALTHUS, Thomas R.: 232.

MANDROU, Robert: 3, 9, 10, 22, 27, 166.

MANTOUX, Paul: 116.

Manuscrits: 181.
MARAGALL, Pasqual: 217.

MARAVALL, José Antonio: 178, 179, 217, 273, 314, 369, 374, 397, 402.

MARAVALL, José Maria: 97, 104, 385.

MARÇAIS, Georges: 194, 198.

MARÇAIS, William: 194.

MARCUSE, Herbert: 68.

MARGAIRAZ, Michel: 115.

MARÍAS, Julián: 66, 388.

MARÍN, Manuela: 193, 201.

MARKOVITCH, Tihomir J.: 114.

MARROU, Henri-Irénée: 9, 219, 232, 311, 368.

Marruecos: 194, 196, 209.


Marsella: 113, 117.
MARTÍN VICENTE, Angel: 270, 283.

MARTIN, Aurel: 319.

MARTIN, Georges: 320.

MARTIN, Henri-Jean: 167, 168, 184, 320, 426.

MARTIN, Roland: 273.

MARTIN, Victor: 312.

MARTÍNEZ GIL, Fernando: 181.

MARTÍNEZ SHAW, Carlos: 345, 348, 352, 355.

MARTINEZ-GROS, Gabriel: 207, 322.

MARX, Karl: 9, 55, 56, 59, 261, 391, 412, 422.

MATHIEZ, Albert: 69, 74.

MAURICE, Jacques: 110, 219, 341, 343.

MAUSS, Marcel: 10.

MAXIMILIANO I, archiduque de Austria y emperador de Alemania: 267.


MAZOYER, Marcel: 269, 270, 278, 279, 282.

MAZZOLI, Christine: 208, 322.

Mediterráneo: 117.
444

MEILLASSOUX, Claude: 10.

MEINECKE, Friedich: 394.

Mélanges de la Casa de Velázquez: 192, 270, 272, 274, 288, 292, 305.
MENÉNDEZ PELAYO, Marcelino: 179, 369, 411 (n. 7).

MENÉNDEZ PIDAL, Ramón: 90, 97, 287, 372, 409, 410 (n. 5).

MENJOT, Denis: 111, 317, 319.

MÉOUAK, Mohamed: 207, 209.

MERCADER RIBA, Juan: 233.

MERCADO, Tomás de: 220.

MÉRIMÉE, Ernest: 372.

MERRIMAN, Roger B.: 70.

MEUVRET, Jean: 219, 220, 221.

México: 373, 388.


MEYER, Paul: 431.

MICHELET, Jules: 9, 58, 74, 91, 425, 426, 430, 432.

MICHONNEAU, Stéphane: 344.

MIGNON, Christian: 270, 271.

MILHOU, Alain: 321.

MILLET, Hélène: 321.

MILZA, Pierre: 153.

M INARD, Philippe: 120.

MÍNGUEZ FERNÁNDEZ, José Maria: 36.

MIRABEAU, Honoré, conde de -: 56, 61.

MITTERRAND, François: 426.

MOLÉNAT, Jean-Pierre: 193, 203, 204, 273, 315, 319, 322.

MOLINIÉ, Annie: 262.

MOLLAT, Michel: 9, 318.

MOMMSEN, Theodor: 394, 427.

MONET, Hervé: 111.

MONOD, Gabriel: 90, 92, 368, 369, 371, 372, 378, 379, 431.

MONROE, James T.: 193.

MONTCHRESTIEN, Antoine: 220.

MONTEMAYOR, Julián: 111.

MONTERO DÍAZ, Santiago: 382.

MOORE, Barrington: 133.

MORALES PADRÓN, Francisco: 279.

MORANT, Isabel: 182.

MORAZÉ, Charles: 99, 219, 273, 390, 391, 397.


445

MOREL-FATIO, Alfred: 325, 378.

MORENO LUZÓN, Javier: 338.

MORETA, Salustiano: 330.

Moriscos, los -: 192.


MOSSE, George: 141.

MOUSNIER, Roland: 221.

MOUTTET, Aimée: 121.

MOXÓ, Salvador de: 314.

Mudéjares, los 192, 193.


MUN, Thomas: 220.

MUÑOZ I LLORET, Josep M.: 94.

Murcia: 111.
NADAL, Jordi: 98, 101, 103, 115, 117, 217, 218, 287, 331, 355, 392.

NAPOLEÓN I BONAPARTE: 56, 61.

Navarra: 318, 322.


Nazismo: 130.
NIEBUHR, Carsten: 378.

NIETO, José C.: 179.

NIÑO, Antonio: 343.

NOIRIEL, Gérard: 133, 342, 431.

NOLTE, Ernst: 64.

NORA, Pierre: 132, 153, 163, 337, 384,

NORTH, Douglass C.: 220.

Nueva España: 257.


NÚÑEZ SEIXAS, Xosé M.: 338.

O’BRIEN, Patrick: 116.

OFFERLÉ, Michel: 133.

OLÁBARRI, Ignacio: 94, 95.

OMNÈS, Catherine: 112, 119.

Opus Dei: 84, 390.


ORTEGA Y GASSET, José: 90, 96, 97, 298, 388, 389, 402.

ORTIZ, Luis: 220.

ORY, Pascal: 342.

OTAZU, Alfonso: 273.

OUDIN, Yves: 269, 276, 277, 279.

OURLIAC, Paul: 321.

Oxford: 343.
OZANAM, Didier: 203, 272, 273, 282.

OZOUF, Jacques: 63.


446

OZOUF, Mona: 63, 66, 67, 132, 181, 342, 346.

PABÓN, Jesús: 397.

PACAUT, Marcel: 321.

Pacífico, el océano -: 236, 237, 238, 261.


PAGÈS, Pelai: 348, 398.

País Vasco: 331, 419.


PALACIO ATARD, Vicente: 389.

PALAFOX GAMIR, Jordi: 236.

PALLARES MÉNDEZ, María del Carmen: 34.

PALM, Erwin Walter: 273.

PAN-MONTOJO, Juan: 338.

PARAIN, Charles: 344.

PARIS, Gaston: 372, 431.

PARIS, Pierre: 288, 299.

PARISSE, Michel: 321.

PASAMAR ALZURIA, Gonzalo: 85, 89, 339.

PASCAL, Pierre: 61.

PASCUA, Esther: 33.

PASSERON, Jean-Claude: 138.

PASSINI, Jean: 205, 319.

PASTOR, Reyna: 4, 8, 10, 29, 32.

PAUL, Jacques: 13, 320.

PECH, Rémi: 220.

PELLEGRIN, Nicole: 112.

PELLISTRANDI, Benoît: 109, 191.

PÉRÈS, Henri: 194.

PÉREZ BALLESTAR, Jorge: 392.

PÉREZ BUSTAMANTE, Ciríaco: 382.

PÉREZ DE GUZMÁN, Torcuato: 277.

PÉREZ DE URBEL, fray Justo: 286, 382.

PÉREZ GALDÓS, Benito: 411 (n. 5).

PÉREZ GARZÓN, Juan-Sisinio: 84.

PÉREZ LEDESMA, Manuel: 341, 347, 355.

PÉREZ, Joseph: 103, 179, 219, 220, 236, 315.

PÉREZ-EMBID, Florentino: 272, 390.

PERICOT GARCÍA, Luis: 92, 93, 94.

PERNOUD, Régine: 4, 317.

PERRIN, Charles-Edmond: 9, 11.


447

PF.RRIN, Dominique: 112.

PERROT, Jean-Claude: 220.

PERROT, Michelle: 31, 182.

PERROUX, François; 220.

PERROY, Edouard: 312.

PESET, Mariano: 182, 183.

PETOT, Pierre: 219.

PETRUCCI, Armando: 185.

PI I SUNYER, Caries: 224, 226.

PICARD, Christophe: 206, 322.

PIRENNE, Henri: 9, 10.

POIDEVIN, Raymond: 116.

POLANYI, Karl: 10.

POLY, Jean-Pierre: 14, 318.

POMIAN, Krzysztof: 171, 429.

PONSICH, Michel: 272, 273, 280.

PONSOT, Pierre: 111, 273, 274, 279, 280, 314.

Pont-à-Mousson: 119.
PORCHNEV, Boris: 221.

PORTELA SILVA, Ermelindo: 34.

Portugal: 318.
POSADA, Adolfo: 375.

POSTEL-VINAY, Gilles: 112, 118, 220.

POULANTZAS, Nicos: 220, 398.

POULLE, Emmanuel: 320.

PRADALIÉ, Gérard: 319.

PRIETO ARCINIEGA, Alberto: 398.

PRO, Juan: 338.

PROST, Antoine: 342.

Provenza: 170.
PUJOL, Jordi: 217, 353.

QUIÉNART, Jean: 184.

QUINET, Edgar: 426.

RAMA, Carlos: 219, 399.

RANKE, Leopold von: 150, 378, 394, 427.

RAPP, Francis: 321.

Real Academia de Ciencias Morales y Políticas: 370.


Real Academia de la Historia: 370, 410, 416,
Real Academia Española: 416.
448

Recerques: 227, 344, 351.


Reconquista: 192.
REDONDO, Augustin: 179, 182, 183.

Reforma: 179, 263, 264.


REGLA, Joan (Juan): 97, 98, 103, 233, 383, 385.

REGNAULT, Henri: 121.

RÉGNÉ, Jean: 322.

REICH, Robert: 109.

REIG TAPIA, Alberto: 157.

RÉMOND, René: 63, 132, 133, 135, 136, 137, 139, 140, 153, 303, 342.

RENAN, Ernest: 371, 425.

RENOUARD, Yves: 9, 10, 257, 286, 287, 318.

RENOUVIN, Pierre: 219, 261, 312.

REPARAZ, Gonzalo de: 226.

Résistance, la -: 127.
Restauración española: 156.
REVEL, Jacques: 171, 183.

Revista de Aragón: 374.


Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos: 409.
Revista de Historia Económica: 110, 113, 118, 119.
Revista de Historia Industrial: 110, 112, 113, 114, 119.
Revista General de Legislación y Jurisprudencia: 409.
Revolución: 59, 63, 103.
Revolución burguesa: 64, 73, 75.
Revolución francesa [1789]: 53, 55, 56, 57, 58, 60, 66, 67, 69, 70, 71, 72, 73, 74, 75, 76, 141,
171, 302, 339, 346, 425, 427.
Revolución inglesa: 426.
Revolución rusa [1917]: 55, 71.
Revue de synthèse historique: 88, 91, 94.
Revue hispanique: 329.
Revue historique: 260, 287, 369, 431.
Revue internationale de l’enseignement: 372.
REY, Fernando del: 338.

REYES CATÓLICOS: 249.

RIBERA, Julián: 369, 374.

RIBOUD, Michelle: 271.

RICARD, Robert: 273.

RICHARD, Jean: 319,

RICHE, Pierre: 320.


449

RICHET, Denis: 56, 67, 69, 74, 220, 273.

RICŒUR, Paul: 220, 368, 429.

RIGAUDIÈRE, Albert: 321.

RINGROSE, David: 236.

RÍOS, Fernando de los: 89.

RIOUX, Jean-Pierre: 153, 164.

RIQUER, Borja de: 219, 348, 353.

RITTER, Karl: 380.

RIVERA GARRETAS, Milagros: 32.

RIVERS, Pitt: 279.

RIVET, Paul: 267.

ROBERT, François: 112.

ROBESPIERRE, Maximilien de: 56.

RODRÍGUEZ CASADO, Vicente: 389.

RODRÍGUEZ LÓPEZ, Ana: 33.

RODRÍGUEZ, Azucena: 76.

ROEL, Eiras: 180.

Roma: 250, 285.


ROMANO, Ruggiero: 219.

ROMERO MAURA, Joaquín: 343.

ROMERO, José Luis: 10.

ROMESTAN, Guy: 318.

RÖRIG, Fritz: 47.

ROSANVALLON, Pierre: 132, 136, 137, 140, 342.

ROSTOW, Walt Whitman: 232, 331.

ROUGERIE, Jacques: 220.

ROURA, Lluís: 69, 75.

ROUSELLIER, Nicolas: 135.

ROUX, Bernard: 270, 281, 282.

ROUX, Dominique: 307.

ROVIRA I VIRGILI, Antoni: 93, 395.

RUCQUOI, Adeline: 206 (n. 65), 317, 319.

RUDE, Fernand: 69.

RUIZ MARTÍN, Felipe: 97, 100, 101, 219, 273, 313, 326, 331, 332, 383, 385, 397.

RUIZ, David: 398, 399.

RUIZ-DOMÈNEC, José Enrique: 32.

RUIZ-GIMÉNEZ, Joaquín: 101.

RÚJULA, Pedro: 338.


450

SACRISTÁN, Manuel: 344.

SADOUN, Marc: 132, 139.

SAGNAC, Philippe: 312, 372.

Saint-Gobain: 119.
Saint-Maur: 165.
SÁINZ GUERRA, Juan: 65.

Salamanca: 245, 311, 369.


SALES Y FERRÉ, Manuel: 89, 96.

SALES, Núria: 219.

SALOMON, Noël: 103, 180, 325, 332.

SALRACH I MARES, Josep Maria: 35, 345.

SALVEMINI, Biaggio: 376.

SAMARAN, Charles: 10, 312.

SAMPEDRO, José Luis: 217.

SAN SEBASTIÁN: 121.

SAN VALERO, Julián: 97.

SAND, George: 426.

SÁNCHEZ ALBORNOZ, Claudio: 10, 21, 30, 193, 194, 195, 218, 221, 287, 409, 411 (n. 5).

SÁNCHEZ ALBORNOZ, Nicolás: 219, 233.

SÁNCHEZ ALONSO, Benito: 388.

SÁNCHEZ DE MUNIAIN, José María: 390.

SÁNCHEZ ORTEGA, María Helena: 181.

Santiago de Compostela: 101, 102, 326, 397.


SANTINI, Jean-Jacques: 111.

SARRAILH, Jean: 103, 329, 330.

SARRE, Michel: 307,

SARTRE, Jean-Paul: 225.

SAUVY, Alfred: 9.

SCHAMA, Simon: 171.

SCHLOSSER, Hans: 378.

SCHMITT, Jean-Claude: 319.

SCHNEIDER, Jean: 9.

SCHORSKE, Cari E.: 339.

SCHUMPETER, Joseph Aloïs: 220.

SCHURZ, William Lytle: 256.

SEBASTIÀ, Enric: 411.

Segovia: 331.
SEIGNOBOS, Charles: 325, 368, 369, 371, 373, 374, 376, 377, 378, 384, 425.

SELIG, Jean-Michel: 111.


451

Seminario de Historia Contemporánea del Centro de Estudios Históricos: 89.


SEMPRÚN, Jorge: 348.

SÉNAC, Philippe: 205, 208, 318.

SERMET, Jean: 313.

SERNA, Justo: 347, 351, 352.

SERRANO, Carlos: 154, 343, 344.

Servicio Histórico Militar: 382.


Settimane del Instituto de Historia Económica Francesco Datini (Prato): 316.
Sevilla: 256, 257, 258, 259, 261, 271, 280, 287, 331.
SHAW, Bernard: 61.

Sicilia: 320.
SIERRA, María: 338.

Sigüenza: 245.
SIMIAND, François: 129, 229, 258.

SIMON, Claude: 9.

SIMONET, Francisco Javier: 193.

SIRAT, Colette: 322.

SIRINELLI, Jean-François: 135, 136, 139, 153, 164, 170.

SKIRA, Albert: 48.

SKOKPOL, Theda: 133.

SOBOUL, Albert: 66, 67, 69, 74, 342, 345.

SOBOUL, Jacques: 398.

Société d’Histoire littéraire de la France: 165.


SOLANO, Francisco de: 273.

SOLDEVILA, Ferrán: 93, 226, 355.

SOLÉ, Robert: 181.

SOLZHENITSIN, Alexander Isayevich: 68.

Soria: 245.
SORRE, Maximilien: 223, 313.

SOTO, Domingo de: 220.

SOUBEYROUX, Jacques: 184.

SOURNIA, Jean-Charles: 111.

SPENCER, Herbert: 374,

SPENGLER, Oswald: 9.

STOIANOVICH, Traian: 333.

STONE, Lawrence: 182.

SUÁREZ FERNÁNDEZ, Luis: 312, 314.

SUÁREZ VERDAGUER, Federico: 396.

SUÁREZ, Victoriano: 377.


452

SUDRIÁ, Caries: 119.

SWEEZY, Paul: 25, 100, 412.

TAINE, Hippolyte: 379.

TARRADELL, Miquel: 97, 272.

TELLECHEA IDÍGORAS, José Ignacio: 179.

TENENTI, Alberto: 316.

TERÁN, Manuel de: 313.

TERRASSE, Henri: 194, 195, 287, 288, 322.

TERRASSE, Michel: 191, 199.

Terror (etapa de la Revolución francesa), El -: 57, 70, 73.


THÉPOT, André: 120.

THIERRY, Augustin: 426.

THIERS, Louis-Adolphe: 425, 426.

THOBIE, Jacques: 116.

THOMPSON, Edward P.: 244, 342, 349, 384.

THOMPSON, Irving: 328.

TIERNO GALVÁN, Enrique: 180.

TILLY, Charles: 133.

TOCQUEVILLE, Alexis de: 58, 61, 66, 72, 425.

TOLEDANO, André D.: 91.

Toledo: 111, 193, 203, 319.


TOMÁS Y VALIENTE, Francisco: 303, 411.

TORNÉ, Emilio: 185.

TORRAS, Jaume: 100.

Torre Bufilla: 204.


TORRE Y DEL CERRO, Antonio de la: 382, 387, 396.

TORRES BALBÁS, Leopoldo: 195.

TORRES FIERRO, Danubio: 76.

TORTELLA, Gabriel: 119.

TOUBERT, Pierre: 10, 13, 318.

TOUCHARD, Jean: 312.

TOYNBEE, Arnold: 387, 389, 395, 402.

TROPER, Michel: 60.

TULARD, Jean: 69.

TUÑÓN DE LARA, Manuel: 85, 99, 101 (n.42), 103, 104, 233, 234, 343, 351, 385, 398-401, 411;
ver también Coloquios de Pau.
TUSELL, Javier: 151, 344.

UBIETO, Antonio: 97.

UCELAY DA CAL, Enric: 353, 333.


453

UGARTE, Javier: 338.

UNAMUNO, Miguel de: 252.

Universidad Autónoma (Barcelona): 93, 303, 350.


Universidad Carlos III de Madrid: 185.
Universidad Central de Madrid: 89, 292, 382; ver también Universidad Complutense de
Madrid.
Universidad Complutense de Madrid: 302, 303, 305.
Universidad de Alcalá: 302, 303.
Universidad de Almería: 292.
Universidad de Barcelona: 93, 292.
Universidad de Gerona: 349.
Universidad de Granada: 91, 292, 303.
Universidad de La Laguna (Tenerife): 315.
Universidad de Madrid: 397.
Universidad de Oviedo: 91.
Universidad de Salamanca: 330.
Universidad de Sevilla: 303.
Universidad de Valencia: 89, 90, 92, 93, 97, 182, 351.
Universidad de Valladolid: 311.
Universidad de Zaragoza: 84, 91, 303, 303.
Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED): 303.
Université de Bordeaux: 184, 293, 303.
Université de Caen: 260, 261, 262.
Université de Clermont-Ferrand: 219.
Université de la Sorbonne: 92, 120, 182, 219, 233, 256, 237, 260, 261, 303, 372; ver también
Université de Paris.
Université de Montpellier: 293.
Université de Paris: 293; ver también Université de la Sorbonne et Université de Paris III.
Université de Paris III: 303; ver también Université de Paris.
Université de Pau: 101 (n. 42).
Université de Toulouse: 248, 303, 372.
URVOY, Dominique: 200, 201, 322.

Uxó, el castillo de 204.


VALDALISO, Jesús María: 119.

VALDEÓN BARUQUE, Julio: 411.

Valencia: 83 (n. 7), 90, 101, 320, 322, 418.


VALENSI, Lucette: 220.

Valladolid: 110, 241, 242, 243, 244, 243, 247, 248, 312, 314, 389.
Vallourec: 119.
VALLS I TABERNER, Fernando (Ferran): 224.
454

VAN STAËVEL, Jean-Pierre: 208.

VANNEY, Jean-René: 273.

VARELA ORTEGA, José: 343.

VAUCHEZ, André: 320.

VAYSSIÈRE, Bruno: 273.

VÁZQUEZ DE PARGA, Luis: 286.

VÁZQUEZ DE PRADA, Valentín: 287, 397.

VÁZQUEZ PARLADÉ, Ignacio: 269, 270, 276.

VEBLEN, Thorstein B.: 10.

VELARDE, Juan: 389.

VELASCO, Eva: 76.

VERGER, Jacques: 320.

VERLEY, Patrick: 114, 117.

VERLINDEN, Charles: 314.

VEYNE, Paul: 430.

VICENS VIVES Jaime (Jaume): 10, 83, 84, 85 (n. 7), 93. 94. 96, 97, 98, 99, 101, 103, 104, 177, 178,
226, 233, 287, 312, 327, 328, 353, 355, 367, 381, 382, 384-397, 399, 400, 410 (n.5),411 (y n. 3).
Escuela de Vicens: 102.
Vichy, el régimen de-: 127, 130.
VIDAL DE LA BLACHE, Paul: 313, 394.

VIDAL, Javier: 119.

VIGIL, Marcelo: 411, 412.

VILA, Pau: 225.

VILANOVA, Francesc: 338.

VILAR, Pierre: 96, 99, 100, 101, 103, 110, 114, 217, 242, 273, 287, 313, 314, 325, 330, 339, 344,
345. 349, 350, 351, 352, 353, 368, 396, 398, 400, 401, 411.
VILLALBA, Enrique: 185.

VINCENT, Bernard: 184, 193, 271, 273, 274, 315.

VIÑAS MEY, Carmelo: 382.

VÍNOLAS I VIDAL, María Teresa: 32.

VOLNEY, Constantin-François de Chassebœuf, conde de -: 379.

VOLTAIRE: 378.

VOLTES BOU, Pere: 101.

VOVELLE, Michel: 69, 71, 75, 133, 168, 339, 342, 346, 383, 401.

WACHTEL, Nathan: 219, 302.

WALLERSTEIN, Immanuel: 42.

WASHINGTON, George: 426.

WEBER, Max: 85.

WOLFF, Philippe: 9, 316, 319, 395,


455

WORMS, René: 129.

WORONOFF, Denis: 112, 114, 115, 220.

XÉNOPOL, Alexandru Dimitrie: 373, 374, 376, 382.

Zaragoza: 319.
ZELDIN, Théodore: 171.

ZIMMERMANN, Michel: 318.

ZOIDO NARANJO, Florencio: 270, 283.

ZOLA, Emile: 431.

ZURITA, Rafael: 338,

ZYLBERBERG, Michel: 219.

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