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en España
Benoît Pellistrandi (dir.)
http://books.openedition.org
Edición impresa
ISBN: 9788495555311
Número de páginas: XVI-480
Referencia electrónica
PELLISTRANDI, Benoît (dir.). La historiografía francesa del siglo XX y su acogida en España. Nueva edición
[en línea]. Madrid: Casa de Velázquez, 2002 (generado el 05 juillet 2019). Disponible en Internet:
<http://books.openedition.org/cvz/3145>. ISBN: 9788490961131.
Este documento fue generado automáticamente el 5 julio 2019. Está derivado de una digitalización
por un reconocimiento óptico de caracteres.
Hasta hace poco determinante para la afirmación de una ciencia histórica española autónoma, la
influencia de la historiografía francesa ha retrocedido de manera progresiva hasta parecer, a
veces, secundaria. La presente obra recoge las contribuciones de historiadores franceses y
españoles que han reflexionado conjuntamente sobre la significación de esta impronta francesa.
De esta manera, se dibuja una verdadera cartografía de la influencia francesa en España, con sus
límites y envites, evocando a toda una comunidad de historiadores, de Febvre a Furet y de
Braudel a Vilar. Este libro pretende reflejar una retrospectiva de la historiografía francesa en
clave española. Los debates planteados aquí dan un repaso a las herramientas metodológicas
propuestas por los franceses y adaptadas, según las necesidades de la propia historia española,
por los historiadores españoles. Además, estos cuestionamientos sobre los métodos, los temas de
investigación y el estatus del historiador, revelan las preocupaciones actuales de sociedades cuya
memoria histórica se transforma, requiriendo sin duda una redefinición, si no de la profesión del
historiador, de su función intelectual y social.
2
ÍNDICE
Presentación
Benoît Pellistrandi
I. - De maestros y obras
Georges Duby
Jacques Dalarun
L’édifice
Traverses
Fernand Braudel
Maurice Aymard
François Furet
Mona Ozouf
Diversité et ouverture
La polémique avec l’historiographie jacobine
Quelle histoire politique ?
Mes Espagnes
Pierre Chaunu
Trayectorias y generaciones
Un balance crítico: la Edad Media
Miguel Ángel Ladero Quesada
Formación
Expansión
¿Renovación o crisis?
V. – Final
Resúmenes
Resúmenes
Résumés
Abstracts
Índice
6
Presentación
Benoît Pellistrandi
1 Una de las grandes aportaciones francesas del siglo XX a las ciencias humanas y sociales
ha sido la revolución historiográfica de los Annales. Bien es verdad que esta afirmación
suena ya a tópico por lo repetida que ha sido, es y será. Pero, a pesar de todo, sigue siendo
válida, especialmente si nos atenemos al sentido literal de la expresión. Hablar de
revolución no parece exagerado por las consecuencias que el giro metodológico y
temático que formularon primero Marc Bloch y Lucien Febvre, y después sus seguidores,
entre los que destaca claramente Fernand Braudel, llegó a provocar. Además, el ambiente
de lucha académica conllevó una lectura polémica de esta aventura intelectual. Buen
exponente de esta polémica es el libro de Luden Febvre, Combats pour l’histoire. Con todo el
peso de una tradición, ya asentada a lo largo del siglo XIX, la historiografía francesa
significó, con el nadmiento de la revista Annales, una profunda renovación metodológica y
temática. La influencia, más o menos tardía, de la corriente annalista ha sido honda y
duradera. A pesar de las propias dudas y crisis epistemológicas de los historiadores
franceses, el liderazgo de la escuela de los Annales ha sido lo suficientemente poderoso
como para soportar críticas y recelos de otras escuelas historiográficas. Es hoy en día
responsabilidad de los historiadores de la cultura y de la historiografía proponer nuevas
visiones que, ajenas a las pasiones y a los poderes fácticos de la universidad, dejen las
cosas en su sitio y en perspectiva.
2 Las actas del coloquio celebrado en Madrid los días 24, 25 y 26 de noviembre de 1999 por
iniciativa de la Casa de Velázquez participan, según nuestro modo de ver, de esta empresa
historiográfica. Todas las ponencias reunidas en este libro proponen elementos sueltos
que, confrontados, ofrecen materias para el debate y la reflexión. Estudiar la
historiografía francesa y su acogida en España no era un ejercicio de autocelebración o de
autocomplacencia. Al contrario, la idea de este encuentro nació de la constatación del
declive de la influencia de la historiografía francesa en el mundo universitario español, lo
cual no podía sino llamar la atención sobre sus causas. Pero, al mismo tiempo, se está
notando un renovado interés entre los historiadores españoles por lo que se hace
actualmente en Francia.
3 Este encuentro se proponía realizar un balance, suscitar debates y provocar discusiones
entre historiadores franceses y españoles. El programa de los tres días de sesiones
8
sobre su sentido y sus formas, sino también porque los desafíos que la modernidad, en el
más amplio sentido de la palabra, plantea a la historia en las sociedades desarrolladas del
mundo occidental, son similares en España y en Francia y su evolución histórica se
presenta, según todos los indicios, de manera muy parecida en los dos países.
11 Con esta reflexión damos por concluida la presentación del coloquio. Nos toca ahora
presentar rápidamente lo que este libro refleja y enriquece en cuanto a los debates.
Debemos lamentar desgraciadamente la falta de tres ponencias que, por razones sobre
todo personales, no nos han llegado. Se trata de los trabajos de Felipe Ruiz Martín, de
Jacques Revel y de Albert Carreras. A los tres les damos nuestro más sincero
agradecimiento por su participación en el coloquio. Hemos modificado ligeramente el
orden de las ponencias con la intención de presentar un libro que refleje los problemas
actuales de la historiografía. A la doble presentación hispano-francesa de grandes
maestros –Duby, Braudel y Furet– sucede una serie de reflexiones sobre áreas temáticas –
la recepción de los Annales, la historia económica, la historia política, la historia cultural–,
que permite contrastar la gran variedad de los planteamientos conceptuales y prácticos
de las dos historiografías. El apartado «La presencia francesa en España» ofrece un
panorama significativo, aunque incompleto, de los principales ejes de investigación y de
las influencias más importantes. Aquí se cita el nombre de Pierre Vilar con notable
insistencia. El testimonio de tres historiadores españoles sobre su familiaridad con la
historiografía y los historiadores franceses a lo largo de una ya larga o menos
desarrollada trayectoria profesional, así como las reflexiones finales sobre el oficio de
historiador, abren perspectivas sugestivas y no exentas de polémica. Percibimos a lo largo
de la lectura los cambios de tendencia predominante en la historiografía española, con
una acusada crítica hacia un marxismo denunciado como intolerante y esterilizante. Pero
vemos también que siguen en pie problemáticas propuestas por autores pro-marxistas.
Los lectores no dejarán de ver cómo las afirmaciones de Josep Fontana, por ejemplo,
suscitan debates apasionados.
12 No tiene el lector ante sí por enésima vez el relato de la brillante trayectoria de la
historiografía francesa, ni la de los Annales. Lo que pretende reflejar este libro es una
historia de la historiografía francesa en clave española, lo que representa su máxima
aportación. Los debates planteados dan un repaso a las herramientas metodológicas
propuestas por los franceses y adaptadas, según las necesidades de la propia historia
española, por los historiadores españoles. Creo que este libro nos ofrece una radiografía
intelectual y cultural bastante precisa de la historiografía española. Una rápida ojeada al
índice de los nombres de personas citadas deja aparecer claramente el dominio de las
referencias a Pierre Vilar, Fernand Braudel y Marcel Bataillon. Del mismo modo, los
nombres aglutinados en torno a los Annales son predominantes. Por parte española, Rafael
Altamira y Jaime Vicens Vives aparecen como los grandes renovadores de una ciencia
histórica anteriormente anclada en un marco institucional por naturaleza conservador.
Llama la atención el hecho de que falta toda una serie de referencias a los filósofos de la
historia como Raymond Aron y José Ortega y Gasset, signo evidente de una
especialización de los debates internos a la profesión. Lo más llamativo siguen siendo
estas claves españolas que explican la trayectoria singular de la historiografía española.
Recomponiendo una historia de la historiografía española, estas actas subrayan el
estrecho vínculo que existe entre la historia y la política. Pedro Ruiz Torres recuerda los
conatos de renovación de la historiografía en el primer tercio del siglo XX y cómo éstos
fueron truncados por la Guerra Civil. No hay que olvidar la brutalidad de la ruptura que
11
I. - De maestros y obras
13
Georges Duby
Georges Duby
Georges Duby
Jacques Dalarun
L’édifice
1 Parler de l’œuvre historique de Georges Duby n’est pas une mince affaire. Je vais, pour
commencer, aborder l’édifice de l’extérieur, relever quelques dates, quelques chiffres,
livrer les premières impressions. En cinq mots : monumentalité, rayonnement, diversité,
globalité, écriture.
2 L’ensemble, qui s’étire exactement sur un demi-siècle (1946-1996), frappe d’abord par son
ampleur, puisqu’il comptait déjà plus de trois cents titres en 19931. Mais d’autres
historiens ont dépassé, parfois largement, le nombre des titres produits par Georges
Duby : une approche exclusivement quantitative n’aurait ici aucun sens.
3 Il est déjà beaucoup plus significatif que, parmi sa liste de travaux, Georges Duby ait écrit
seize vrais livres d’histoire (La société aux XIe et XIIe siècles dans la région mâconnaise, 1953 ; l’
Histoire de la civilisation française, 1956, en collaboration avec Robert Mandrou ; L’économie
rurale et la vie des campagnes dans l’Occident médiéval. France, Angleterre, Empire [IX e-XVe
siècle]. Essai de synthèse et perspectives de recherche, 1962 ; Le temps des cathédrales. L’art et la
société [980-1420], 1966-1967 et 1976 ; L’an mil, 1967 ; Le dimanche de Bouvines, 1973 ; Guerriers
et paysans [VIIe-XIIe siècles]. Premier essor de l’économie européenne, 1973 ; Les procès de Jeanne
d’Arc, 1973, en collaboration avec Andrée Duby ; Saint Bernard. L’art cistercien, 1976 ; Les
trois ordres ou l’imaginaire du féodalisme, 1978 ; L’Europe au Moyen Age. Art roman, art gothique,
1979 ; Le chevalier, la femme et le prêtre. Le mariage dans la France féodale, 1981 ; Guillaume le
Maréchal ou le meilleur chevalier du monde, 1984 ; Le Moyen Âge, de Hugues Capet à Jeanne d’Arc
[987-1460], 1987 ; La chevalerie, 1993 ; Dames du XII e siècle, 1995-1996), qu’il ait publié un
volume d’édition de sources (Recueil des pancartes de l’abbaye de la Ferté-sur-Grosne
[1113-1179], 1953), deux recueils d’articles qui ont fait date (Hommes et structures du Moyen
Âge, 1973 ; Mâle Moyen Âge. De l’amour et autres essais, 1988), qu’il ait collaboré à plusieurs
volumes collectifs (Histoire générale des civilisations, 1955 ; La Méditerranée. L’espace et
14
l’histoire. Les hommes et l’héritage, 1977 ; Histoire de la famille, 1986 ; Il battistero di Parma,
1992) et en ait dirigé ou codirigé au moins quatorze autres (Atlas historique. Provence,
Comtat Venaissin, Principauté d’Orange, Comté de Nice, Principauté de Monaco, 1969 ; Histoire de
la France, 1970-1971 ; Histoire de la France rurale, 1975-1976 ; Histoire de la France urbaine,
1980-1985 ; L’Eurasie, 1982 ; Histoire de la vie privée, 1985-1987 ; Civilisation latine, des temps
anciens aux temps modernes, 1986 ; L’histoire de Paris par la peinture, 1988 ; Histoire d’un art, la
sculpture. Le grand art du Moyen Age, du Ve aux XVe siècle, 1989 ; Storia delle donne in Occidente,
1990 ; L’histoire de Venise par la peinture, 1991 ; Images de femmes, 1992 ; Femmes et histoire,
1993 ; Histoire artistique de l’Europe, 1995), qu’il ait enfin consacré trois volumes à son
métier d’historien (Dialogues, 1980, en collaboration avec Guy Lardreau ; L’histoire
continue, 1991 ; Passions communes, 1992, en collaboration avec Bronislaw Geremek).
4 Si les entreprises collectives lancées par Georges Duby demeurent comme des ensembles
cohérents et novateurs, c’est cependant la présence des seize grands livres individuels qui
assurera certainement à son œuvre une durable influence comme elle lui a valu un
exceptionnel éclat.
5 Impressionnant, l’ensemble l’est aussi par sa diffusion. La presque totalité des livres et
recueils d’articles a connu des éditions françaises multiples, parfois jusqu’à sept. Un
ouvrage comme Le chevalier, la femme et le prêtre a été un bestseller en France, même s’il
n’a jamais atteint les ventes de La femme au temps des cathédrales de Régine Pernoud. Au-
delà des publications classiques, les émissions télévisuelles de Georges Duby, ses
interventions dans la presse ont contribué à répandre sa vision du Moyen Âge et à
passionner un large public pour cette période. Les traductions de ses titres existent en
italien, castillan, anglais, américain, polonais, japonais, néerlandais, allemand, suédois,
brésilien, hongrois, portugais, turc, roumain, serbe, arabe, mexicain, grec, argentin...
6 Si l’on s’en tient au domaine des langues d’origine ibérique – et sans présager des
approches qualitatives, qui viendront de Reyna Pastor –, on notera que, parmi les
ouvrages de Georges Duby, seules La société mâconnaise et Jeanne d’Arc n’ont pas reçu de
traduction à ce jour, tandis que Le Moyen Âge n’existe qu’en une version brésilienne. De
1961 à 1977 sont traduits l’Histoire générale des civilisations, l’ Histoire de la civilisation
française, L’économie rurale, Guerriers et paysans et Hommes et structures, mais avec un délai
entre l’édition originale et la version ibérique qui va de huit à trois ans. À partir de 1978
et jusqu’en 1996, le laps de temps tombe à deux, puis un an, jusqu’à ce que le livre
paraisse dans une langue ibérique l’année même où il sort en France. En 1988, L’an mil,
Bouvines et Dialogues sont publiés en traduction castillane, brésilienne ou portugaise à
vingt-et-un, quinze et huit ans de leur sortie française. Ce rattrapage simultané, au plein
cœur de la phase à délai bref, désigne sans ambages l’année où l’œuvre entier de Georges
Duby a atteint le statut de classique dans les librairies ibériques.
7 La production de Georges Duby n’est pas uniquement historienne. Ses écrits sur l’art
contemporain, d’une pertinence, d’une beauté et d’une liberté sans pareilles, ont paru de
manière continue de 1958 à 1996 et ont été rassemblés en 1998 dans le recueil Autour de
Georges Duby ; ils ne seront pas ici pris en compte. La production historique est tout
entière médiévale. Sans doute le propos de Guerriers et paysans débute-t-il à la fin du VIe
siècle, tandis que Jeanne d’Arc ou les derniers chapitres du Temps des cathédrales lancent de
fécondes incursions au cœur du XVe siècle. Mais pour le reste, le médiéviste s’est
cantonné le plus souvent aux XIe-XIIe siècles. De la même manière, s’il nous entraîne
parfois vers Byzance, les marches germaniques de l’Est ou les cités italiennes dans l’été de
leur Renaissance, s’il s’arrête sur les ruines de San Pedro de Roda ou les trésors de la
15
seule et même réalité, d’une seule et même enquête, d’une seule et même vision. Mais
comment nommer le recueil ? Ce fut Féodalité.
11 Ce volume suffit à prouver qu’au-delà de la diversité des thèmes et des approches (ne
faudrait-il pas dire : grâce à cette diversité ?), l’œuvre de Georges Duby est d’une
singulière cohérence. Celui qui découvrirait, d’un coup, la production de l’auteur au
travers de ce dernier recueil aurait vite la certitude que l’architecture générale en a été
longuement préméditée9. Le point de départ est le substrat économique des clivages
sociaux et de leurs évolutions avec Guerriers et paysans. L’arrêt prolongé sur le moment de
L’an mil est affirmation du pouvoir de l’idéologie et c’est, aussitôt après, que sort de L’an
mil la révélation des Trois ordres. L’un des trois ordres se détache, celui des bellatores, pour
se trouver au centre de Bouvines où pointe l’éminence monarchique ; puis l’objectif se
déplace et le cadre se resserre sur Guillaume le Maréchal, « qui n’était pas à Bouvines et qui
ne s’en consola jamais10 ». S’ouvre alors l’intrigue qui occupe l’autre partie de la vie de ces
coureurs de rançons et de dots, Le mariage dans la France féodale11. Viennent ceux qui en
sont exclus, « Les jeunes dans la société féodale », mais aussi le système qui les
domestique, « l’amour que l’on dit courtois », poussé à l’épure dans Le Roman de la Rose,
avant que le recueil ne s’achève sur la leçon de synthèse « Des sociétés médiévales ».
12 Or, d’un certain point de vue, cette sensation de préméditation est illusoire, puisque la
publication des onze titres ainsi assemblés s’étire sur vingt-deux ans, de 1964 à 1986, dans
le désordre le plus complet (1973, 1967, 1978, 1973, 1984, 1981, 1964, 1983, 1986, 1976,
1972). Il n’est pas jusqu’à l’index de Féodalité qui ne crée l’impression qu’Honoré de Balzac
voulait tant atteindre dans la Comédie humaine, avec le retour des mêmes personnages à
travers les sections les plus diverses du recueil : Abbon de Fleury, Adalbéron de Laon,
Adémar de Chabannes, Aliénor d’Aquitaine, André le Chapelain, Arnoul de Guines,
Bernard de Clairvaux, Burchard de Worms, Dudon de Saint-Quentin, Foulque le Réchin,
Galbert de Bruges, Gérard de Cambrai, Géraud et Gerbert d’Aurillac, Guibert de Nogent,
Guillaume le Conquérant, Helgaud de Fleury, Henri II Plantagenêt, Hincmar de Reims,
Louis VII, Philippe le Bel, Pierre le Vénérable, Raoul Glaber, Robert le Pieux, Yves de
Chartres ; ils ne cessent de ressurgir, les grands témoins, les acteurs principaux, les
inévitables seconds rôles.
13 Si l’on remonte du dernier recueil au premier ouvrage, le test est différent, mais le
résultat est le même : il suffit de relire les notes de la Société mâconnaise pour découvrir
toutes les curiosités qui entraîneront le jeune docteur ès lettres pendant près d’un demi-
siècle, tous les thèmes que nous avons précédemment relevés : vie rurale, vie privée,
famille, relations féodo-vassaliques, les sentiments et les goûts, des paysans ou des
chevaliers, de l’individu ou du groupe... Au-delà des aléas, des sollicitations externes dont
Georges Duby souligne pourtant volontiers l’importance dans sa production, l’œuvre,
dans sa diversité, ne cesse d’apparaître comme l’accomplissement d’un projet.
14 La dernière touche vient de l’écriture12. Elle donne à l’ensemble sa coloration inimitable,
faite de tension et de sérénité. Tantôt elle ouvre les horizons les plus vastes, brosse des
fresques complexes ; tantôt elle se resserre, puis se brise, heurtée, pour suggérer la
brutalité de l’événement, le scandale d’un comportement, l’incongruité d’une situation.
Toujours plus soignée, fascinante, visionnaire, elle donne à l’œuvre entier sa pulsation, lui
insuffle une vie autonome.
15 Voilà très grossièrement l’édifice : ses mesures et son éclat, sa structure et ses motifs, la
lumière qui l’anime. Il faut, avant d’y pénétrer, prendre encore quelques précautions. Les
unes ont trait à des questions de réception ; les autres à des questions d’énonciation.
17
16 Notre rencontre est avant tout centrée sur une problématique de la réception : réception
de l’historiographie française en Espagne, dans un moment, nous prévient-on, de « net
recul ». L’idée du déclin du rayonnement de la culture française – ou du déclin de la
culture française tout court – rejoint des phantasmes nationaux récurrents sur le déclin
de la langue française comme vecteur international. Entendons-nous bien : reculs de la
culture et de la langue françaises dans le monde sont des faits objectifs. Mais nos
compatriotes ont du mal à imaginer une autre alternative que les Lumières françaises
éclairant le monde ou la montée des ténèbres réduisant la luciole gauloise au statut
d’« exception culturelle ». Notre singularité nationale la plus frappante réside dans notre
foi naïve à la prédestination de notre culture à l’universel ; toute percée du réel ne peut
dès lors être vécue que sur le mode de la déception. J’espère que seront prochainement
organisées des rencontres sur l’influence de l’historiographie espagnole, ou italienne par
exemple, sur les historiens français, car la seule véritable alternative au déclin est
l’ouverture, le dialogue et le travail ; et c’est toute la noblesse de la mission d’un
établissement comme la Casa de Velázquez que d’y contribuer puissamment.
17 L’œuvre de Georges Duby, quant à elle, a bénéficié dans la péninsule Ibérique et en
Amérique latine d’un écho remarquable et d’une influence indéniable, comme Reyna
Pastor le dira mieux que moi. Sa réception n’est pas un simple problème
historiographique, puisque l’audience du médiéviste français a largement débordé le
monde professionnel des historiens. Pour parler de cette question de manière rigoureuse,
il faudrait partir des ventes de ses ouvrages, pays par pays, puis chercher à saisir les
milieux qu’ils ont touchés. Je n’ai pas les moyens de le faire ici, mais il est évident qu’ont
été concernés, en France et sans doute plus largement, un cercle de professionnels, un
grand public cultivé, une clientèle d’étudiants. Mais tout cela est mouvant : dans ma
simple expérience et en l’espace de quinze ans, j’ai lu, étudiant, L’économie rurale comme
une question de cours, puis Le chevalier, la femme et le prêtre, en pleine rédaction de ma
thèse, comme un livre de recherche, enfin Guillaume le Maréchal pour le pur bonheur du
récit. Pour un même individu, un livre n’a pas le même statut selon le lieu, l’heure de la
journée ou de la nuit à laquelle il le fit.
18 Les chiffres des ventes des ouvrages de Georges Duby dessineraient d’ailleurs une courbe
qui n’aurait que valeur absolue. Le chevalier, la femme et le prêtre est sorti en 1981 au plus
fort de l’engouement pour les sciences humaines en France, tandis que l’on sait que les
années 1990 correspondent à un écroulement des mêmes disciplines en librairie. Il y a
donc des mouvements plus généraux qui portent un titre au zénith à un moment donné.
Mais, en même temps, ces phénomènes d’entraînement ne naissent pas de rien ; et
comment nier que Georges Duby y ait contribué, en France, de manière déterminante ?
19 L’influence de son œuvre, à l’étranger, ne saurait se réduire à une simple histoire de ses
traductions, car le milieu des professionnels en particulier a pu lire ses ouvrages en
version originale. Les traductions désignent cependant, nous l’avons vu, les temps forts
de la consécration progressive de l’œuvre. Il n’est pas étonnant qu’en Espagne comme
ailleurs, les livres les moins reçus soient ceux qui se trouvent en plus étroit rapport avec
l’histoire nationale française et ses mythes : Bouvines, Jeanne d’Arc. La question qui, pour
moi, reste entière, est celle de la perception de l’écriture de Georges Duby traduite. Sans
doute les langues romanes laissent-elles mieux transparaître sa singularité, mais
comment la rigoureuse grammaire allemande peut-elle restituer la syntaxe
volontairement « disloquée » de l’écrivain ?
18
20 Enfin, ultime précaution, le fait que l’auteur se soit abondamment expliqué sur son
œuvre, dès 1980 et surtout dans les années 1990, est à la fois une aide et un péril. L’« ego-
histoire » est aussi réécriture de ses propres faits divers en forme de parcours, cohérence
découverte ou resserrée, perception a posteriori d’une logique, voire d’une prédestination
(voyez François d’Assise dans son Testament). Il suffit de lire la citation de Claude Simon
mise par Georges Duby en exergue de son « ego-histoire »13 pour se rendre compte de la
conscience aiguë qu’il avait de ce risque assumé comme un jeu. Dans cette perspective,
mon témoignage même est ambigu. Le fait que Georges Duby m’ait demandé de rédiger
l’introduction à son recueil Féodalité 14 rend-il mon propos plus autorisé ou plus suspect ?
Sur cette interrogation, dont la réponse ne m’appartient pas, je vais tenter de pénétrer
dans l’œuvre.
Traverses
21 Face à l’ampleur de la tâche, je me contenterai de quelques chemins de traverse : les
influences historiographiques, la chronologie interprétative, les acquis, les débats.
22 À quelle tradition, à quelle école rattacher Georges Duby ? Quelles sont les filiations qui
expliquent la genèse de son œuvre, les rencontres successives qui en éclairent les
inflexions ? Comment ce grand lecteur de généalogies présente-t-il son arbre de Jessé
intellectuel ? Je tenterai de répondre à ces points à partir de deux petits sondages.
23 Relevons, dans la seule Histoire continue, les noms cités par Georges Duby lui-même jusqu’à
l’entrée au Collège de France. Des historiens : Jean Déniau, Fernand Braudel, Jean
Schneider, Philippe Wolff, Yves Renouard, Michel Mollat, Henri Pirenne, Marc Bloch,
Georges Espinas, Lucien Febvre, Charles Edmond Perrin, André Deléage, Jules Michelet,
Léon Homo, Henri-Irénée Marrou, Paul Lemerle, Jacques Le Goff, Rodney Hilton,
Emmanuel Le Roy Ladurie, Robert Mandrou... Des géographes : Etienne Juillard, André
Allix. Un démographe : Alfred Sauvy. Des économistes, des philosophes et
psychanalystes : Marx, Friedmann, Spengler, Althusser, Gramsci, Foucault, Lacan. Des
ethnologues : Lévi-Strauss, Godelier, Meillassoux, Augé, Althabe, Mauss, Polanyi, Veblen,
Lévy-Bruhl... Ces références proclamées dessinent un panorama intellectuel, de la
formation à la maturité.
24 Et puis il y a les références directement utiles à l’artisanat de l’historien. Féodalité
regroupe les bibliographies de l’ensemble des ouvrages contenus dans le recueil 15. Les
titres français y sont très largement majoritaires, avec un bon nombre de travaux
d’historiens belges. Suivent, dans l’ordre décroissant, les références anglo-saxonnes,
allemandes, italiennes, espagnoles avec Vicens Vives, Romero et Sánchez Albornoz. Parmi
les auteurs de langue française reviennent, plus souvent que les autres, les noms d’Henri
Pirenne, Marc Bloch, Yves Renouard, Jacques Le Goff, Emmanuel Le Roy Ladurie, Robert
Fossier.
25 Que conclure de ces trop brefs aperçus ? En premier lieu, si Georges Duby pratique
parfaitement la bibliographie internationale (voyez les six cent soixante titres cités à
l’appui de L’économie rurale16), les apports des historiens de langue française, belges
compris, sont prédominants dans sa formation ; et il ne faudrait pas confondre
bibliographie utile et influences déterminantes. S’il a entretenu des amitiés
internationales variées et denses (avec Bronislaw Geremek, Gilmo Arnaldi, Reyna Pastor
et tant d’autres), le médiéviste français n’a pas eu avec telle ou telle école étrangère le
19
rapport formateur, fondateur, qu’ont pu avoir Marc Bloch ou Pierre Toubert avec
l’historiographie ou la géographie allemandes. En revanche, Georges Duby revendique
hautement l’influence des géographes français sur sa formation. Par suite, son ouverture
interdisciplinaire, surtout dans les années 1970 et surtout en direction de l’anthropologie,
est nettement supérieure à la moyenne. Le structuralisme sous toutes ses formes, de
Georges Dumézil à Claude Lévi-Strauss ou à Michel Foucault, fut à la fois enrichissement
de son regard historien et stimulation à en mieux définir la spécificité.
26 Ce mouvement, chez lui très poussé, ne lui est pas pour autant propre : l’école qu’on dit
des Annales l’a connu dans son ensemble. Comment situer Georges Duby par rapport à ce
courant ? Il est évident que, s’il sait utiliser comme informateurs les historiens
positivistes et les érudits, d’Ernest Lavisse à Charles Samaran, l’auteur de « L’histoire des
mentalités » les regarde avec un sourire amusé. Son histoire, sans polémique inutile, est
résolument autre. Avec les Annales, le rapport de Georges Duby s’étend sur plusieurs
générations. L’influence de Marc Bloch est prépondérante, par l’intermédiaire de Jean
Déniau ; l’hommage rendu à Lucien Febvre et à Fernand Braudel est vibrant, même si les
périodes traitées sont différentes. Robert Mandrou, Jacques Le Goff, Emmanuel Le Roy
Ladurie ont été de véritables compagnons de travail. Par rapport à l’institution de la VI e
Section de l’EPHE, devenue EHESS, Jacques Le Goff a résumé la situation d’un mot :
« proche, mais indépendant »17 ; et j’ajoute, sans doute toujours plus détaché.
27 Que l’on regarde bien maintenant la généalogie intellectuelle de l’historien telle qu’il la
raconte. Les initiateurs lyonnais, Jean Déniau et André Allix, seraient aujourd’hui de
complets inconnus si l’élève reconnaissant n’avait pieusement entretenu leur souvenir. Le
patron officiel, Charles-Edmond Perrin, marqua un temps par son enseignement, mais son
œuvre, si elle est loin d’être négligeable, n’a pas laissé une empreinte historiographique
considérable18. Le maître indiscutable, celui dont Georges Duby a consciemment souhaité
prendre la relève, Marc Bloch, n’a jamais été rencontré. En réalité, dans un système
universitaire qui s’apparente au système féodo-vassalique, avec ses fiefs et ses parentés
artificielles, le territoire de Georges Duby est un alleu et sa généalogie ne remonte qu’à
lui-même. À un noble d’Ancien Régime qui lui disait, narquois, que ses ancêtres étaient
présents aux Croisades, un baron d’Empire répondit : « Les ancêtres, c’est moi. » Je crois
qu’il y eut, chez Georges Duby, un même sentiment de liberté et de fierté. Au terme d’
homo novus ou de self-made man, je préférerais le titre du bouleversant roman posthume
d’Albert Camus : Le premier homme. L’enfant né dans le milieu artisanal du faubourg Saint-
Antoine, tôt parti en province – un anti-Rastignac –, formé à l’université de Lyon sans être
passé par les grandes écoles, professeur à Besançon puis à Aix, proche de certains
courants sans être affilié à aucune chapelle est à tous égards « le premier homme » de son
histoire.
28 Quel ressort interprétatif anime l’œuvre historique de Georges Duby ? La réponse n’est
pas univoque, car le système évolue et s’enrichit au fil des ans. La clef peut en être
cherchée dans l’architecture de ses livres. L’auteur recourt le plus volontiers à deux
plans-types. De 1953 à 1973 domine un découpage en grandes tranches chronologiques à
l’intérieur desquelles des subdivisions articulent l’économique, le social, le politique, le
mental en un ordre mouvant ; il y a toujours eu du jeu dans le matérialisme historique de
Georges Duby. À ce modèle se rattachent La société aux XI e et XII e siècles dans la région
mâconnaise (1953), la partie médiévale de l’ Histoire de la civilisation française (1958),
L’économie rurale et la vie des campagnes dans l’Occident médiéval (1962), les trois albums de
Skira (1966-1967) tels qu’ils apparaissent réunis dans Le temps des cathédrales (1976) et
20
Guerriers et paysans (1973). À ce tronc, on peut rattacher, floraison tardive, Le Moyen Âge de
l’Histoire de France (1987).
29 Mais déjà se cherchait une autre disposition, dès L’an mil (1967), Les procès de Jeanne d’Arc
(1973), Le dimanche de Bouvines (1973), Saint Bernard (1976). À partir de 1978 s’impose la
nouvelle ordonnance, qui consiste à projeter en tête d’ouvrage un éclat critique : une
énonciation dans Les trois ordres (1978), une « affaire » avec Le chevalier, la femme et le prêtre
(1981), une mort avec Guillaume le Maréchal (1984) ; puis à revenir bien en amont, guetter
les premiers symptômes de l’éclosion à venir en lui conservant cependant sa part
d’aléatoire – après la « Révélation », la « Genèse » – ; reprendre ensuite avec plus
d’ampleur la crise, intégrée cette fois dans le fil d’une chronologie et dans la cadre d’une
synchronie – « Circonstances » – ; en tracer enfin, en aval, le destin historique ou
historiographique : « Éclipse », « Résurgence » ; mais aussi, pour Bouvines, pour Bernard :
« Légendaire », « Héritage ».
30 Cette évolution a d’abord à voir avec les sujets traités. Après une décennie (1953-1963)
consacrée aux soubassements économiques et à la terre, l’auteur, comme l’a suggéré
Robert Fossier, se serait concentré pendant la décennie suivante (1963-1973) sur l’étude
de la société et principalement de la chevalerie, avant que d’enter sur l’œuvre « un
nouveau rameau, celui de l’imaginaire19 ». Ainsi Georges Duby se déplace-t-il résolument
des « infrastructures » vers les « superstructures ». Si le plan des ouvrages se complexifie,
c’est en premier lieu parce que la matière désormais affrontée est moins aisément
saisissable.
31 Au même moment de réorientation où l’auteur abandonne le plan académique, il choisit
de s’expliquer sur son œuvre. Ces entretiens sont traversés d’un même thème : l’apport et
le dépassement du marxisme, dont Georges Duby tient cependant « à célébrer très haut –
et peut-être bien l’un des derniers – l’extraordinaire fécondité »20. Persuadé, dès 1970,
[qu’] une société ne s’explique pas seulement par ses fondements économiques,
mais aussi par les représentations qu’elle se fait d’elle-même 21,
32 il précise encore en 1974 :
Car ce n’est pas en fonction de leur condition véritable, mais de
l’image qu’ils s’en font et qui n’en livre jamais le reflet fidèle, que les
hommes règlent leur conduite22,
33 pour conclure en 1980 :
J’en suis à penser que se demander ce qui détermine en dernière instance, c’est
poser un faux problème. Il n’y a pas de dernière instance. Ce qui compte, c’est la
globalité, la cohérence, la corrélation23.
34 De nouveaux couples conflictuels en effet, en des combats plus rapprochés, plus
incertains, venaient complexifier l’affrontement dualiste de la lutte des classes : iuvenes et
seniores, privé et public, hommes et femmes. Les dernières déclarations de Georges Duby,
en 1996, où il appelait à une prise en charge totale du religieux par l’histoire sociale 24, ne
doivent en rien être conçues comme une sorte de téléologie, mais comme un
enrichissement de plus dans le jeu inextricable des interrelations.
35 Tenter d’évaluer les acquis de l’œuvre tient de la gageure ; d’autant qu’il faudrait y
intégrer les travaux de tous ceux qui se sont inspirés des avancées de Georges Duby pour
ouvrir à leur tour de nouvelles perspectives. Je n’énoncerai que quelques évidences.
L’historien n’a pas découvert de sources inédites ; il n’a pas établi, à proprement parler,
de faits neufs. Il a proposé de nouvelles interprétations, suscité de nouveaux objets,
ouverts de nouveaux horizons.
21
36 Le premier grand apport de la thèse est d’avoir échappé à une histoire strictement
économique ou strictement juridique de la société féodale pour mettre en évidence
l’émergence de la seigneurie châtelaine et son rôle structurant dans tout l’agencement
social, y compris en ce qui touche au statut réel des paysans sous la coupe seigneuriale,
dans la lignée des recherches sur le nouveau servage de Marc Bloch. Le modèle de l’
incastellamento de Pierre Toubert 25, mais surtout La Catalogne de Pierre Bonnassie 26,
trouvent sans doute là une partie de leur inspiration.
37 Une deuxième série d’apports concerne la société chevaleresque. Une des plus belles
découvertes de Georges Duby, suggérée par son élève Jacques Paul, est la mise en
évidence de la catégorie des iuvenes dans le monde aristocratique 27. Cette récurrence
lexicale est dotée de son sens anthropologique et social. Suivent les recherches sur la
littérature généalogique et l’affirmation des lignages, du haut vers le bas, à l’intérieur des
classes supérieures de la société ; puis l’étude du mariage selon ses deux versions
contradictoires, la laïque et la cléricale. La lecture des sources littéraires permet enfin de
proposer l’interprétation sociale de l’amour courtois, complément obligé du mariage, lot
de consolation des iuvenes découverts en 1964. C’est là un parcours remarquable, un des
fils les plus longuement tissés par Georges Duby, sur quelque trente ans.
38 Paradoxalement, c’est lorsqu’il traite de la littérature ou de l’art que Georges Duby se
révèle comme le plus complet historien du social. Non pas qu’il s’enferme dans une
sociologie de la création, mais parce qu’il sait considérer les frondaisons de l’art comme la
manifestation réelle de l’imaginaire qui donne à une société sa physionomie et sa
cohérence. On ne peut ici désigner une clef interprétative particulière ; tout réside dans la
manière de dire les choses, de créer les relations les plus inattendues, dans cette capacité
inouïe à relier les tourbières au Roman de la Rose, l’essor agricole aux édifices religieux, le
refus cistercien du monde à l’affirmation irrésistible des cités et des cours.
39 L’autre apport remarquable des dernières décennies de l’œuvre de Georges Duby est la
lumière jetée sur ce qu’il considère comme le côté obscur du corps social, un privé qui
participe de l’ordonnancement public, les étranges pouvoirs des femmes qui ne se lisent
qu’à contre-jour de l’arrogante domination masculine.
40 Un sort particulier doit être fait au Dimanche de Bouvines. Parce qu’il traite d’une image
d’Épinal très française, le livre a eu moins de répercussion en Espagne, alors même qu’il
se conclut, sur un ton inhabituel, par une vibrante charge contre l’idéologie de Franco,
sur fond de Brunete et de Guernica28. Cette fois-ci, ce n’est plus l’art mais l’événement,
l’événement chéri par l’histoire à l’ancienne, qui est saisi comme manifestation brutale
des structures sous-jacentes. Historien des structures économiques et sociales, Georges
Duby s’affirme là aussi comme l’historien des éclats critiques, mais pour les englober dans
une histoire totale qui révèle tout leur sens. Saint Bernard, Les trois ordres, Le chevalier, la
femme et le prêtre, qui traitent de sujets bien différents de Bouvines, ne sauraient cependant
se comprendre sans la mise en place, dans Bouvines, de cette dialectique entre
l’événement et la structure, la crise et l’ordre, l’ordre recomposé par les turbulences
mêmes qui secouent un temps le vieux monde. Ni Lavisse, ni Dumézil. Georges Duby
définit dans Bouvines le rôle exact de l’historien.
41 L’œuvre de Georges Duby, multiforme, est aussi féconde des prolongements qu’elle a
suscités. Le fait qu’elle soit bien vivante se traduit par les débats qui en découlent. Même
si l’on ne peut ici qu’y faire une rapide allusion, il serait injuste de les passer sous silence.
22
cas de pouvoir public féminin, reste une vision pessimiste, présentant ces figures comme
autant d’exceptions37. L’expression, sous sa plume, de « pouvoir masculin » en témoigne.
L’évolution de l’œuvre de Georges Duby l’a poussé à accorder toujours plus d’importance
à l’idéel : pour lui, il n’existe pas de faits bruts en dehors de la lecture qu’en donne
l’idéologie du temps, en particulier de celle qu’impose l’idéologie dominante ; d’où la
prédominance qu’il accorde au discours clérical. Sur ce terrain même, Amy Livingstone
réfute que tous les clercs aient partagé « la misogynie propre à Thomas d’Aquin38 »,
Hildebert de Lavardin entretient, en effet, avec Adèle de Blois une correspondance
remarquable. Il sait flatter la comtesse, exalter sa haute naissance, sa richesse et sa
beauté ; il la conseille respectueusement tant sur sa vie spirituelle que sur la manière
d’exercer la puissance comtale qu’elle détient comme veuve. Mais c’est le même homme
qui lâche à la même femme : « Caro et millier, duplex infirmitas » ; ou encore, sans attendre
Thomas d’Aquin, « Sane tantus bonorum convenías in femina gratiae est, non naturae » et qui la
remercie du don de deux candélabres qui lui permettront d’être présente à la célébration
du sacrement, « quia non potes ministrare femina »39.
47 Sharon Farmer, qui intervient dans le même volume40, a lu Dames du XIIe siècle, mais vite.
Dans son chapitre sur Héloïse, Georges Duby, contrairement à ce qu’elle avance, ne
revient pas
sur le vieil argument, désormais abandonné par la plupart des chercheurs, qui voit
dans Abélard l’auteur réel des lettres d’Héloïse41.
48 Tout en doutant, il est vrai, qu’Héloïse soit l’auteur des lettres qui lui sont attribuées, il
met l’accent, le premier, sur le fait que ce recueil de correspondance, de toute évidence
mûrement composé, se termine par une fastidieuse dissertation sur la règle qui convient
au Paraclet42. Négliger cet aboutissement, ne pas reconnaître la place qu’il occupe dans
l’économie du recueil interdisent de rendre compte du sens de l’ensemble. Mais
débordant bientôt ce dossier, Sharon Farmer généralise et, face à une historiographie
anglo-américaine éclairée, présente les historiens français comme des échos consentants
de l’idéologie dominante, incapables d’accorder aux discours de résistance la place qu’ils
méritent43. Face à une si éclatante suprématie américaine, reste à Georges Duby l’espoir
d’être un jour écouté comme discours dissident d’un groupe totalement dominé.
49 Car Georges Duby est dissident, et son histoire est subversive. Sa manière même d’écrire
ses derniers ouvrages, l’absence de notes, de bibliographie, ont souvent mis mal à l’aise
les gens du métier. Son œuvre, monumentale, résonnant aux accents d’une écriture
inimitable comme les voûtes d’un sanctuaire, a été à juste titre portée au pinacle. Il est
inévitable et salutaire qu’elle soit discutée. Le malentendu qui pourrait venir en affecter
la réception procède de sa centralité trompeuse. L’histoire que Georges Duby nous
propose est en réalité une histoire de marges, de bordures, d’essarts, dont le discours
théorique est tout entier immergé dans la pratique, et qui se donne aussi pour mission
d’explorer les limites du métier d’historien, de tracer expérimentalement les frontières
de ce qui relève encore de notre artisanat et de ce qui l’excède.
24
BIBLIOGRAPHIE
Bibliographie
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voisines aux XIe et XIIe siècles », dans Claudie DUHAMEL-AMADO et Guy LOBRICHON (éd.), Georges
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25
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— « Le plaisir de l’historien », dans Pierre NORA (éd.), Essais d’ego-histoire, Paris, 1987, pp. 109-138.
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26
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e e
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du XIIe siècle, Rome, 1973 (cité P. TOUBERT, Les structures du Latium médiéval).
NOTES
1. Cl. DUHAMEL-AMADO et G. LOBRICHON (éd.), « Georges Duby. Bibliographie ».
2. G. DUBY, « Recherches sur l’évolution des institutions judiciaires ».
3. ID., « L’histoire des mentalités ».
4. ID., « Les chanoines réguliers et la vie économique des XIe et XIIe siècles ».
5. ID., « Les “jeunes” dans la société aristocratique ».
6. ID., L’Europe des cathédrales ; Fondements d’un nouvel humanisme ; et Adolescence de la chrétienté
occidentale ; tous trois repris dans Le temps des cathédrales en 1976.
7. J. DALARUN, « L’abîme et l’architecte », pp. 11-35, en particulier pp. 34-35.
8. G. DUBY, « Pour une histoire des femmes en France et en Espagne ».
9. Cf. par exemple G, DUBY, Féodalité, p. 823 : « Je m’arrête id. Après Bouvines » (fin des Trois ordres
) ; Le dimanche de Bouvines démarre aussitôt, ibid., pp. 827-1050, mais pourvu de l’« Avant-propos »
de 1984 assurant le lien avec Guillaume le Maréchal, qui suit immédiatement Bouvines dans le
recueil, pp. 1051-1160, Lien subtil, car ce qui lie Guillaume à Bouvines est d’en avoir été absent ;
cf. ci-dessous, n. 10.
10. G. DUBY, Féodalité, p. 831. Bien sûr Guillaume est contemporain de Bouvines ; certes il n’y fut
pas et sans doute le regretta-t-il (quelle source nous le dit ?) ; mais tout de même, quel tour de
force de créer du continu (Bouvines-Guillaume) sur le vide ! C’est évidemment la deuxième
relative qui fait tout : « qui ne s’en consola jamais » – à rapprocher de « la nostalgie lancinante »
qui clôt Guillaume le Maréchal.
11. Sous-titre de Le chevalier, la femme et le prêtre.
12. Je ne m’attarde pas sur ce thème que j’ai déjà traité ailleurs.
13. G. DUBY, « Le plaisir de l’historien », p. 109.
14. J. DALARUN, « Introduction ».
15. G. DUBY, Féodalité, pp. 1469-1478.
16. ID., L’économie rurale et la vie des campagnes dans l’Occident médiéval, pp. 13-52.
17. J. LE GOFF, « Georges Duby (1919-1996) », p. 202.
18. Dans L’économie rurale, Georges Duby cite l’ouvrage de Ch.-E. PERRIN, Recherches sur la seigneurie
rurale en Lorraine, sept de ses articles et deux comptes rendus. Dans les bibliographies réunies
dans Féodalité ; il n’y a plus qu’une seule référence à un article de Charles-Edmond Perrin.
19. R. FOSSIER, « Les trois temps de l’œuvre », p. 27.
20. G. DUBY, dans Georges Duby, n° 72 de la revue L’Arc, 1978, p. 90.
21. G. DUBY et A. CASANOVA, « Le Moyen Âge. Entretien avec Georges Duby », p. 206.
22. G. DUBY, « Histoire sociale et idéologie des sociétés », p. 148.
23. G. DUBY et G. LARDREAU, Dialogues, p. 140.
24. G. DUBY, « À la recherche du Moyen Âge », pp. 100-101 ; ID., « L’art, l’écriture et l’histoire », p.
180.
27
RÉSUMÉS
L’importance de l’œuvre de Georges Duby est attestée tant par son ampleur que par sa diffusion
qui, loin de se limiter aux cercles des médiévistes, a atteint un public très large. Cela s’explique
par la diversité des thèmes abordés – l’histoire des structures sociales et économiques, des
mentalités, des femmes, de l’art, des sentiments, des événements – et par la cohérence qui, peu à
peu, s’est construite à mesure que l’historien livrait ses ouvrages. La qualité de son écriture, le
croisement des regards, les interprétations proposées assurent à Georges Duby une place
spécifique dans l’école historique française, dans laquelle l’originalité de sa carrière tient aussi à
ses choix intellectuels. Il a su attirer l’intérêt et le regard vers des marges et des bordures dont la
mise au jour renouvelait en profondeur la connaissance des sociétés médiévales
The importance of the work of Georges Duby lies not only its scope but also in its influence,
which is not confined to mediaevalists but is known to a wide circle of non-specialist readers. The
key to its success lies in the variety of subjects addressed: history of social and economic
structures, history of mentalities, of women, of art, of sentiments and of particular events.
Another reason is its coherence, which grew increasingly evident as more works were published.
His polished style, his ability to intermesh interpretations and his own original intellectual
insights have all earned Georges Duby a special place in the French school of history. Duby was
adept at enlisting readers’ interest in aspects hitherto considered irrelevant –in marginal areas
which eventually led to a radical rethinking of what we know about mediaeval societies
La importancia de la obra de Georges Duby se justifica tanto por su dimensión como por su
difusión que no se limita al entorno de los medievalistas sino que llega a un amplio círculo de
lectores no especialistas. La variedad de los temas estudiados es la clave de este éxito: historia de
las estructuras sociales y económicas, historia de las mentalidades, de la mujer, del arte, de los
sentimientos y de los acontecimientos. También se explica por la coherencia que, poco a poco,
crecía a medida que el historiador publicaba sus obras. Por su estilo esmerado y su capacidad
para entrecruzar las interpretaciones y, también, por sus planteamientos intelectuales originales,
Georges Duby merece un lugar especial en la escuela histórica francesa. Supo captar la atención
de los lectores en aspectos marginados, en territorios fronterizos que renovaron en profundidad
lo que conocemos acerca de las sociedades medievales
AUTEUR
JACQUES DALARUN
Institut de Recherche et d’Histoire des Textes - CNRS, Paris
29
Reyna Pastor
Primeros ecos
5 La gran eclosión de la lectura total o parcial de La economía rural se produce sin embargo a
fines de los años 1970 y comienzos de los años 1980, y está conectada con la apertura de
España a Europa y a todas las corrientes intelectuales e ideológicas que son recibidas, o
que, aunque a veces ya conocidas, pueden entonces aflorar a la superficie sin temor a
represiones.
6 Al mismo tiempo los enfoques desarrollados en esta obra abrieron perspectivas nuevas en
la investigación que, desde fines de los años 1960 en adelante y sobre todo en los años
1970 y parte de los años 1980, se iba a desarrollar mucho en España. Me refiero en especial
a los estudios dedicados a reconstruir, desde la óptica reducida geográficamente, los
señoríos: las formas de organización territorial, de extensión de los cultivos y de la
organización de las explotaciones agrarias, junto a las formas de relaciones entre los
señores y campesinos, es decir, las de la explotación de éstos y de la formación de la renta
señorial. Esta segunda parte de la temática fue enfocada de distintas maneras dado que
por entonces también entraron en discusión una amplia gama de conceptos como los de
feudalismo, señoríos, relaciones de dependencia, etc., enfocados desde la
conceptualización del materialismo histórico o desde la historia social de los Annales, que
tenían ciertas afinidades.
7 Ya en los años 960, habían comenzado a aparecer, como se apuntaba, a partir de estas
nuevas y discutidas pautas los estudios sobre los señoríos monacales, vistos en
profundidad, que prestaban especial atención a la organización del espacio y de la
producción al par que a las relaciones de la dependencia. Entre estos nuevos estudios
debe destacarse la muy importante tesis, pionera en España, del Dr. José Ángel García de
Cortázar3, publicada por la Universidad de Salamanca en 1969, sobre el monasterio de San
Millán de la Cogolla en los siglos X al XIII, que lleva el subtítulo significativo de
Introducción a la historia rural de Castilla altomedieval. Se propone en ella desvelar la vida
real de nuestros antepasados, los campesinos medievales y apartarse en su análisis del
fuerte predominio de los institucionalistas en la historia medieval. En esta obra es
indiscutible el peso de la de Duby4. Pero es a mi juicio importante recordar también la
influencia paralela que tuvo por entonces el extenso artículo que Jean Gautier-Dalché,
31
septiembre de 1993) con motivo de la cual se publicó un hermoso libro, en el que además
del catálogo, especialmente cuidadoso, de las obras expuestas se presentó un conjunto de
doce artículos de autores españoles y franceses, que él prologó11. Parece importante
destacar que, en esa segunda mitad de los años 1970, en los que bullían las
preocupaciones teóricas y metodológicas que se expresaban en debates y coloquios, se
recogieron en un pequeño libro, bajo el título de Historia social e ideología de las sociedades,
tres artículos de Duby especialmente esclarecedores para explicar su visión de la relación
entre lo social y lo ideológico12.
16 Sabemos que Duby no fue ajeno a las teorías del materialismo histórico, escribió que la
relación entre estructura y superestructura establecida en la teoría marxiana estaba en la
base de su propio pensamiento aunque no aceptaba el sistema de dominancia enunciado
en la primera. También apuntaba la importancia explicativa del concepto de «conciencia
de clase» como nexo entre las condiciones materiales y las representaciones mentales 18.
congéneres del mundo islámico pero menos que las cristianas, y el mundo hispano-
musulmán más vivaz y creativo que el resto, porque en al-Andalus la base poblacional era
hispana31.También sobre este tema y como testimonio de la gran renovación de los años
1970 y al mismo tiempo que se recibían con intensidad las obras de Duby que venimos
mencionando, especialmente en los años 1976,1977 y siguientes, se abrieron caminos
nuevos en lo que concierne a la problemática de la historia medieval peninsular con
relación a al-Andalus. Es por entonces cuando los estudios de otro francés, Pierre
Guichard, publicados en 1976 y 1977, sobre la Península islamizada, sus estructuras
sociales y antropológicas conmovieron los cimientos de todo lo que se venía discutiendo
sobre su diversidad/afinidad teñido siempre por la idea de la superioridad cristiana y la
superficialidad de la impronta musulmana. A partir de la diferenciación de las formas del
matrimonio islámico, de la condición de las mujeres en él y en el resto de las relaciones
familiares –incluidas las de la heredabilidad por un lado y las de la concepción del honor
por otra–, Guichard demuestra la existencia de dos estructuras sociales en al-Andalus, las
que llama «orientales» y las «occidentales»32. Su obra junto a la de Duby y otras
aparecidas en los años 1970 y 1980 abrieron definitivamente en España las vías de una
historia de orientación antropológica.
31 Volviendo a la historia de las mujeres de los últimos años, podemos afirmar que desde
hace más de dos decenios tiene un desarrollo notable en España, en gran parte debido a la
influencia de las obras de Duby en solitario y a la compilación Historia de las mujeres en
Occidente que coordinó junto a Michelle Perrot. Sus postulados básicos sobre el concepto
de género, y abordar la historia de las mujeres como el de la relación, múltiple y compleja
entre los sexos, han sido ampliamente aceptados por buena parte de los historiadores.
Pero desde el comienzo, como decíamos, la historiografía española estuvo muy abierta a
los conceptos y puntos de partida desarrollados más por las feministas que por las
historiadoras angloamericanas.
32 Ha sido en los ámbitos universitarios españoles donde tuvieron lugar las primeras
aproximaciones y discusiones sobre los problemas conceptuales. Al mismo tiempo se
organizaron encuentros entre historiadoras e historiadores, dedicados a un variado tipo
de temas y de formas de abordaje de los mismos. En realidad sólo se trató en un principio
de acumular conocimientos, de ir construyendo un serio armazón de saberes sobre las
mujeres en el pasado, y, al mismo tiempo, ir afinando las formas de abordaje, de ir
definiendo conceptos. Al comienzo –y ello continúa casi sin excepciones– las reuniones
incluían a especialistas de todas las épocas históricas. De esta manera, y sin estar
coordinadas para ello, se optaba por el camino que también se estaba siguiendo en
Francia y que tenía como principal objeto ir viendo y deshilando las líneas de evolución –
aparición, desarrollo, transformaciones, desaparición, etc.– de cada temática a lo largo de
los siglos. El resultado de estos coloquios ha sido la publicación de casi todos ellos,
dedicados a las mujeres y el derecho, el trabajo, la religiosidad femenina, el silencio de las
mujeres (y su voz detectable), etc.33
33 Al menos dos revistas, ya destacadas por su calidad y regularidad en la aparición, se han
hecho portavoces de las investigaciones de historia de las mujeres: Arenal y Duoda, editada
la una por la Universidad de Granada y la segunda por el Centre d’Investigació de la Dona
de l’Universitat de Barcelona. Actualmente algunas medievalistas destacadas, como es el
caso de Milagros Rivera Garretas, se han alejado de las influencias francesas, de las de
Duby en primer término, para aceptar la influencia norteamericana y la italiana.
Consideran –ella y su grupo de trabajo– que la categoría de género es insuficiente para
37
conocer a las mujeres del pasado y se dedican a estudiar no las representaciones sino las
manifestaciones de todo tipo de las propias mujeres, especialmente sus propios escritos, a
fin de penetrar en sus propias experiencias. De ello resulta que su atención se ha
trasladado a conocer las formas directas de participación de las mujeres medievales, como
su religiosidad, su espiritualidad, etc.34
34 Otro grupo, el equipo Broida encabezado por María Teresa Viñolas, dedica desde hace
años sus investigaciones a la historia social de las mujeres en el seno de la sociedad
catalana siguiendo la conceptuación de Duby en su faceta de historiador social y en el de
la relación de los sexos35.
35 También en Barcelona otros historiadores, dirigidos por el profesor J. E. Ruiz-Domènec,
vienen trabajando y publicando sobre la historia de las mujeres, sobre las estructuras de
parentesco, los linajes, etc., y sobre su imaginario, especialmente el de la aristocracia
catalana, en el siglo XII. Ruiz-Domènec ha realizado sus investigaciones siguiendo muy de
cerca las líneas trazadas por Duby, tanto en lo referente a las estructuras de parentesco
como a la cultura caballeresca y cortés y al papel que las mujeres tuvieron en ella. Se
apoya, como lo hizo Duby mayoritariamente, en las fuentes literarias, se ocupa del
imaginario femenino en variados aspectos que van desde la sexualidad, la maternidad, el
cuerpo a los gestos y la vestimenta36.
36 Otra línea de trabajo que también tiene fuertes conexiones con la obra de Duby,
especialmente del Duby de las estructuras de parentesco y la historia socioantropológica,
es la que ha formado Reyna Pastor con un grupo de investigadores medievalistas
españoles y argentinos.
37 Permítaseme escribir unas frases sobre mi relación científica con Duby dado que, en este
caso, me parece pertinente. He seguido desde el principio con enorme interés, y creo que
con conocimiento, su trayectoria pero no he sido su discípula dado que he partido y sigo
haciéndolo, de las bases teóricas del materialismo histórico aunque he recogido y
aplicado a mis investigaciones muchas de las ideas, los métodos y buena parte de los
conceptos de la obra de Duby y de otros historiadores medievalistas de Annales. Prueba de
nuestro acercamiento es que, luego de enviarle un trabajo mío sobre las estructuras
familiares en Castilla, tuve la agradable sorpresa de recibir una invitación suya para
desempeñarme como profesora asociada en su departamento de Historia Medieval de Aix-
en-Provence. Acepté encantada y estuve allí en el curso universitario 1967-196837.
Terminada mi estancia en Aix, nuestra relación profesional siguió muy cercana pues dos
de mis discípulas argentinas realizaron con Duby como director en su Departamento sus
tesis doctorales, una escrita por Susana Belmartino sobre la infancia y la juventus en
Castilla38 según las fuentes literarias e historiográficas, que tenía como modelo el
innovador artículo de Duby sobre la juventus y el amor cortés publicado en Armales en
1964, en el que se destacaban importantes similitudes y no menos importantes diferencias
entre los conceptos vertidos en uno y otro caso debidas a circunstancias históricas y a
«mentalidades» también diferentes39. Pasaré por alto otras conexiones importantes con
Duby para referirme concretamente a la historia de las mujeres. He trabajado junto a
investigadoras relacionadas directamente conmigo a partir de las fuentes documentales,
del derecho aplicado fundamentalmente, vale decir sobre documentación, en la que
hemos incluido, cada una en su caso, fuentes historiográficas, cuando se creía oportuno.
Este tipo de documentación permite acercarse de otra manera a las mujeres y también –lo
que no es menos importante– a otras mujeres. He investigado sobre el trabajo de las
mujeres campesinas y sobre la condición de las mujeres en general, especialmente de las
38
Un siempre sugestivo
39 Las otras obras individuales de G. Duby de gran valor teórico como Los tres órdenes han
tenido una difusión más limitada y poca influencia en las investigaciones por razones a mi
parecer estrictamente «españolas», entre las que me atrevo a señalar como muy
importante la poca preocupación por la reflexión ideológica que tenía la historiografía
medieval española por entonces. Pero hay otras causas sobre este caso concreto dado que,
efectivamente, en los reinos hispano-cristianos no hubo escritos teórico-justificativos
sobre la organización trifuncional de la sociedad elaborados por altos representantes de
la Iglesia, como ocurrió en Francia. La justificación ideológica que ocupó en los siglos
centrales medievales a las jerarquías próximas a los reyes que fueron dirigiendo el
proceso de conquista de los territorios (llamada la Reconquista cristiana, sobre todo por
los historiadores de fines del siglo pasado y de la primera mitad del actual) fue la de
encontrar una relación directa entre la desaparecida monarquía visigoda a comienzos del
siglo VIII ante las invasiones árabes y la nueva astur-leonesa del siglo IX, a fin de
legitimarlas como continuadoras del poder cristiano. Y aunque, durante el siglo XII y sobre
todo en el XIII, en las más importantes recopilaciones de leyes y en otros testimonios se
reconoce que la sociedad está compuesta por «los que trabajan la tierra y los artesanos» y
por los que hacen la guerra y gobiernan, no se reconoce una función de tripartición al
clero. Esto puede deberse por un lado a la siempre difícil relación que tuvieron los reyes
castellano-leoneses con el papado, y conjuntamente, a la fuerza y preponderancia de la
realeza frente a una cierta debilidad de la nobleza en los siglos de formación de la
sociedad feudal44.
39
La mutación medieval
40 Otro tema de importancia que ha tenido hace unos años un eco destacado en España ha
sido el de la mutación medieval.
41 Georges Duby ha llamado desde el principio de sus obras la atención sobre un gran
cambio en la organización de la sociedad, que pudo haber tenido lugar en las distintas
regiones, y que ha volcado en la documentación según un ritmo algo azaroso, en unos
decenios más o menos próximos pero siempre ubicados alrededor de fines de la décima
centuria y los comienzos de la oncena. Esta posición la sostuvo en toda su obra. Se
reafirma, por ejemplo, cuando escribe, en el prólogo al libro de Guy Bois, La mutation de
l’an mil, en 1989 que
[el] pequeño territorio de Cluny del [que se puede pensar que] es en todo Occidente
el mejor dotado de fuentes de información para fines del siglo x y los primeros años
del XI, las que muestran la existencia de un período crucial para la región dado que
una brusca ruptura arrastra consigo la evolución de las relaciones sociales 45.
42 Jacques Dalarun se ha referido en su contribución a esta posición que Duby continuaba
sosteniendo en 1996.
43 En España las ideas de Duby con sus matices y matizaciones, siguieron actuando como
impronta aceptada por la mayor parte de los estudiosos pleno-medievalistas. Pero fue
sobre todo en Cataluña donde las ideas de un cambio acelerado, más aun, de una ruptura
sociopolítica, tuvieron una gran aceptación, a partir de las tesis de Pierre Bonnassie sobre
Cataluña en las que plantea, entre muchas otras cosas, la existencia de un importante
cambio general que habría tenido lugar entre 1020 y 1060 en aquella región y que habría
dado lugar al desarrollo de la sociedad feudal, en todos sus aspectos. Han sido numerosos
sus discípulos catalanes y franceses catalanistas que siguieron sus teorías, entre los que se
destaca el profesor J. M. Salrach46.
44 El extenso artículo de Bonnassie en el coloquio organizado por l’École française de Rome,
en 1980, titulado «Du Rhône a la Galice: genèse et modalités du régime féodal» 47 tuvo gran
repercusión en España. No sólo por la validez de su intento comparativo entre regiones
meridionales, especialmente de las del norte hispano, sino por la extensión que hace de su
teoría de la mutación rápida entre los finales del siglo x y los comienzos del XI. Esta línea
de análisis social se contraponía a otra que venía desarrollándose, sostenida entre otros
por el destacado altomedievalista Abilio Barbero y sus discípulos.
45 Existía ya otra orientación de estudios más relacionada con las interpretaciones del
proceso de conquista del territorio y de poblamiento que se inclinaba por las tesis
llamadas por algunos, quizá exageradamente, «rupturistas». Fue el profesor J. M. Mínguez
Fernández quien, en un conocido y debatido artículo, formuló sus tesis rupturistas para el
Occidente peninsular48, en el que coloca el paso a la sociedad feudal entre fines del siglo X
y primeros del XI.
Un balance provisorio
46 Es muy difícil hacer un balance sobre las influencias de la obra de G. Duby en España; lo es
por varios motivos, unos directamente ligados a esa obra, otros originados por los
40
BIBLIOGRAFÍA
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quotidiana).
NOTAS
1. El libro dirigido por Édouard PERROY cuenta con una colaboración de Georges Duby, así como de
Jeannine Auboyer, Michel Mollat y Claude Cahen y tiene como subtítulo Le Moyen Âge. L’expansion
de l’Orient et la naissance de la civilisation occidentale, París, Presses Universitaires de France, 1955.
2. Edición francesa de 1962, castellana de 1968.
3. J. Á. GARCÍA DE CORTÁZAR, El dominio.
4. Más adelante, García de Cortázar continuó profundizando sus estudios, junto con sus
discípulos de la Universidad de Santander, sobre la relación del ecosistema y las formas de
colonización agraria, en una línea ya más apartada de la de Duby. Ver especialmente J.A GARCÍA DE
CORTÁZAR et alii, Organización social.
5. J. GAUTIER-DALCHÉ, «Le monastère». Por su parte el Prof. García Fernández y sus discípulos,
siguiendo estos caminos, llevaron a cabo valiosas incursiones en el campo de la geografía
histórica en la Universidad de Valladolid.
6. Unión Tipográfica Editorial de Historia Americana, México, DF, 1958. Esta editorial tradujo la
mayor parte de los volúmenes de la colección dirigida por Henri Berr, «L’évolution de
l’humanité». La sociedad feudal ocupó los volúmenes 52 y 53 de dicha colección.
44
7. Así lo dirá Les caracteres originaux de l’histoire rurale française, publicada por primera vez en Oslo
en 1931 al mismo tiempo que en París por la editorial Les Belles-Lettres. Tuvo nuevas ediciones a
lo largo del tiempo. En Barcelona publicó la obra la Editorial Crítica en 1975.
8. G. DUBY, La société mâconnaise.
9. Lamentablemente en la traducción al castellano del libro, publicada por Alianza Editorial,
Madrid, 1988, se suprime la última parte, titulada «Légendaire», que contiene dos
interesantísimos apartados: «Naissance du mythe» y «Résurgences». En la última página del texto
francés explica la persistencia secular de la idea de que quienes ganan las batallas son los que
defienden una causa justa, la de Dios, la religión y la fe. Termina el libro citando una alocución de
Francisco Franco, quien en 1971, en el día del Apóstol Santiago, dijo en la catedral de Compostela,
ante un nutrido grupo de militares y de obispos, que la batalla de Brunete se había ganado en el
día del Santo Patrono de España, por la voluntad de Dios, por los que combatían por la fe, por
España y por la justicia: «La guerra se hace más fácilmente cuando se tiene a Dios por aliado». En
la edición mencionada tampoco se editan los documentos ni las ilustraciones, ni la bibliografía
que figuran en la edición original francesa de Gallimard en 1973.
10. Para Guerriers el paysans, edición francesa de 1973, castellana de 1976; para Hommes el
structures, 1973 y 1977 respectivamente.
11. Reyna Pastor actuó como subcomisaria general. Vida y Peregrinación, Madrid, Ministerio de
Cultura, 1993.
12. G. DUBY, Historia social. Se trata del importante pequeño libro, justamente en 1976 –uno de sus
años cumbres para España– en el que se reúnen artículos que esclarecen su posición. La editorial
Anagrama de Barcelona reúne en este volumen su lección inaugural del Collège de France, que
lleva el título «Historia social e ideología de las sociedades», junto al artículo publicado en History
and Theory, «La historia del sistema de valores» y otro publicado en los Annales, «Las sociedades
medievales. Una visión de conjunto y notas para la elaboración de un sistema de clasificación
social».
13. Me refiero a la Editorial Ciencia Nueva. La primera traducción del debate es cubana.
Posteriormente a la nombrada se publica por Ed. Ayuso, Madrid, 1975.
14. Impreso por vez primera en Argentina en 1971 y ampliamente difundido en España y México.
15. Las discusiones teóricas de base histórico-materialista sobre problemas suscitados por las
«transiciones» siguieron profundizándose tras la aparición del extenso artículo de R. BRENNER,
«Agrarian Class» y con la obra de P. ANDERSON , Transiciones. Igualmente fueron discutidas las
obras algo posteriores de historiadores franceses: P. DOCKÉS, La libération y A. GUERREAU, Le
féodalisme.
16. G. DUBY, Historia social, p. 10.
17. El acercamiento al materialismo histórico y ciertas líneas desarrolladas por los historiadores
de los Annales ESC se dio también, al revés, tal es el caso de la obra de G. Bois, La mutation. En el
prólogo que le dedica Duby al libro, refiriéndose a la ideología de Bois dice: «Sans rien renier,
dégagé de toutes contraintes, associant ce qui’il y a de plus neuf dans l’œuvre de Fernand Braudel à des
outils conceptuels qu’il emprunte au marxisme, mais après les avoir décapés, affûtés, dérouillés en totale
liberté, faisant place sans privilégier aucunes (Telles à toutes les “instances”, qu’elles relèvent du matériel
ou de ce qui ne l’est pas, accordant autant d’intérêt aux faits religeux qu’à la démographie ou aux
techniques de production, tris attentif aussi aux discordances entre divers courants dont les rythmes
interfèrent au sein d’un même processus, Guy Bois, construit avec soin, clarté, prudence un modèle»
(«Préface», pp. 10-11).
18. G. DUBY, L’histoire continue. Gloso lo que dice en el capítulo dedicado a las mentalidades.
19. Edición francesa en 1958, castellana en 1966.
20. L. FEBVRE, Rabelais. En esta obra, L. Febvre habla de «sistema de valores». En el siglo XIX se
utilizaba para designar, vagamente, lo que pasa en el espíritu. Desde entonces se lanza el
45
39. M. BONAUDO, «El monasterio». Este artículo se inspira, en parte, de las direcciones trazadas
por DUBY en La société mâconnaise.
40. R. PASTOR, «Para una historia social»; ID., «Mujer, familia y trabajo»; ID., «El trabajo de la
mujer»; ID., «Respuesta»; ID., «Textos».
41. Revisión técnica de los cinco tomos y organización de «Una mirada española» de los tomos I,
II y III (Ediciones Taurus, Madrid, 1991, 1992 y 1993).
42. A. FURIÒ, «Les deux sexes», lo ha señalado muy acertadamente. Seguimos sus comentarios al
respecto. Ver A. RODRÍGUEZ LÓPEZ y E. PASCUA «Esposas y señoras».
43. PALLARÉS MÉNDEZ, Ilduara.
44. sostenida por A. RODRÍGUEZ LÓPEZ, Crusade Discourse.
45. G. BOIS, La mutation, p, 10.
46. Su obra es muy extensa pero destacaremos especialmente J. M. SALRACH I MARÉS, «El procés».
Del mismo autor, ver también el muy sugestivo artículo «Défrichement et croissance agricole».
Ver también Ll. TO FIGUERAS, Familià.
47. P. BONNASSIE, «Du Rhône à la Galice».
48. J. M. MÍNGUEZ FERNÁNDEZ, «Ruptura social».
RESÚMENES
En la década de los años setenta, marcada por la dominación de la historia de las instituciones y
del derecho, la recepción de la obra de Georges Duby, frente a la de otras corrientes entre las que
destaca la anglosajona, supuso un profundo cambio metodológico y temático. Por otra parte, esta
renovación intelectual coincidió con la transición democrática española, lo que orientó el debate
hacia reflexiones sobre el materialismo histórico y su traducción medieval, el estamento señorial
bien sea eclesiástico o aristocrático. Entre el momento en que se publicaron las obras de Georges
Duby y su traducción al español medió cada vez menos tiempo, lo que permitió un mejor
conocimiento de su trayectoria y fomentó una corriente de investigación en el mundo ibérico.
Sus reflexiones acerca del concepto de mentalidad abren pistas que convergen progresivamente
hacia una antropología histórica. Aunque los centros de investigación españoles hayan superado
con renovadas problemáticas sus primeros planteamientos, Georges Duby fue y sigue siendo el
inspirador indiscutible de la historia de la mujer en la Edad Media en España
Dans une historiographie espagnole marquée par la prédominance de l’histoire des institutions et
du droit, la réception des ouvrages de Georges Duby, à côté de celles d’autres courants
notamment anglo-saxons, contribue, à partir des années 1970, à un profond renouvellement
méthodologique et thématique. Qui plus est, la concordance de cette rénovation intellectuelle
avec la transition démocratique met au premier plan les réflexions autour du matérialisme
historique qui, concernant le Moyen Âge, tournent autour de la seigneurie, qu’elle soit
ecclésiastique ou aristocratique. Le raccourcissement des délais entre la parution des livres de G.
Duby et leur traduction en espagnol assure une meilleure connaissance de son parcours,
inspirant ainsi des recherches similaires dans le domaine ibérique. Ses réflexions sur la notion de
mentalité ouvrent des pistes qui progressivement s’approchent d’une anthropologie historique.
L’histoire des femmes au Moyen Âge a trouvé en lui un inspirateur de premier plan, même si les
propositions actuelles des centres de recherche espagnols dépassent ses problématiques
47
In the 1960os, dominated by the history of institutions and laws, the work of Georges Duby –
unlike other currents, and particularly the Anglo-Saxon approach– gave rise to a profound
change in methodology and subject matter. This new intellectual stream coincided with the
démocratic transition in Spain, and the debate thus turned to historical materialism and its
application to the Middle Ages –that is, clergy and nobility as the upper classes. With decreasing
delays between the publication of Georges Duby’s works and their translation into Spanish, his
work became better known and indeed prompted a new current of research in the Iberian world.
His reflections on the concept of mentality open up pathways that inexorably link up with
historical anthropology. Spanish research centres may discuss new problems not originally
addressed, but Georges Duby was and still is the prime promoter of the history of women in
mediaeval Spain
AUTOR
REYNA PASTOR
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid
48
Fernand Braudel
Fernand Braudel
Fernand Braudel
Maurice Aymard
1 Présenter Braudel n’aurait guère de sens ici, présenter la Méditerranée encore moins.
Préparé pendant les quinze années qui ont précédé la guerre, rédigé presque de mémoire,
par versions successives, au cours de cinq années passées dans des camps d’officiers
prisonniers, d’abord à Mayence puis à Lübeck, corrigé et doté de ses notes et de ses
références au lendemain de la guerre avant d’être soutenu comme thèse d’État en 1947 et
publié en 1949, ce livre a fait aussitôt date. Il a imposé Braudel au premier rang des
historiens français, même si la Sorbonne a jugé bon de lui fermer ses portes, avant que le
Collège de France ne lui ouvre les siennes. Il a marqué en profondeur plusieurs
générations d’historiens, mais surtout celle, de vingt ou vingt-cinq ans plus jeune que lui,
qui arrivait à l’âge adulte au lendemain de la guerre, et y a découvert une autre façon de
concevoir et d’écrire l’histoire, et dont F. Braudel devait favoriser, dans le contexte
profondément renouvelé de l’après-guerre, l’ascension universitaire. Il a ensuite légitimé
la position institutionnelle du Président de la VIe Section de l’École Pratique des Hautes
Études (EPHE), et ses appels répétés à une coopération plus étroite entre histoire et
sciences sociales. Il lui a enfin donné un prestige international, confirmé tout à tour par
l’attrait qu’il a exercé sur de nombreux jeunes et moins jeunes chercheurs étrangers, par
sa place à la tête d’institutions nouvelles qu’il avait contribué à créer (l’Association
internationale d’histoire économique en 1960, l’Institut Datini de Prato et ses Semaines
d’histoire économique en 1968), puis par une multiplication plus tardive, mais qui se
poursuit encore, des traductions en langue étrangère.
2 La fortune éditoriale du livre apporte ainsi sur la vie intellectuelle et universitaire de la
seconde moitié du XXe siècle un éclairage original. Rapidement traduit en italien et en
espagnol, il n’a pourtant connu, pendant une vingtaine d’années, qu’une diffusion limitée
à un public de spécialistes, en France comme à l’étranger : assez cependant pour établir sa
réputation matérielle, et attirer vers lui des chercheurs de nombreux pays. Dans
l’immédiat, la seconde édition (1966), largement réécrite et enrichie par de nouvelles
recherches d’archives, mais aussi par les travaux qu’avait suscités la première, ne modifie
49
pas profondément la donne, au moins dans l’immédiat. Il faut attendre l’impact de 1968,
et le climat nouveau des années 1970 pour que le livre réussisse une double percée.
3 La première, en direction du marché anglo-saxon, est liée la publication en 1973 de la
traduction anglaise de la Méditerranée, et à son succès rapide dans les universités
américaines où une nouvelle génération d’historiens faisait basculer l’histoire, longtemps
jalousement conservée au sein des humanities, dans le camp des sciences sociales : dès
1977, l’année même de l’inauguration à Binghamton, en présence de F. Braudel, du
Fernand Braudel Center for the Study of Economies, Historical Systems and Civilizations,
créé par Immanuel Wallerstein pour exploiter cette situation nouvelle du champ
disciplinaire, la Méditerranée se vendait en soft cover dans les librairies des aéroports de la
côte est des États-Unis.
4 La seconde percée, en direction du grand public français, est exactement contemporaine :
elle coïncide avec le succès, à l’automne de 1976, de la série télévisée (douze émissions de
cinquante minutes chacune) réalisée sous la direction et avec la participation de F.
Braudel entre 1974 et 1976 : à Noël 1976, la Méditerranée se vend par piles entières à la
FNAC comme livre d’étrennes. Le livre a, d’un coup, changé de statut, et son auteur avec
lui, alors même que la seule position institutionnelle qu’il ait gardée, après sa retraite en
1972, est la direction de la Maison des Sciences de l’Homme. Trois ans plus tard, à
l’automne de 1979, les trois volumes de Civilisation matérielle, économie et capitalisme
bénéficieront de cette situation nouvelle : ce qui explique leur succès immédiat dans le
grand public, malgré les réserves d’une large partie du camp des historiens, qui, à cette
date, a tourné le dos à l’histoire économique, et qui n’avait, en 1967, accordé au premier
volume, publié seul dans une première version, qu’un succès d’estime, parfois même
formulé du bout des lèvres.
5 F. Braudel n’est alors ni le seul ni le premier à atteindre les gros tirages qui attestent
l’intérêt du grand public cultivé, mais non-spécialiste, pour une histoire ouverte à la fois
sur les sciences sociales et sur des domaines nouveaux, qui se voit alors donner – Braudel
en sourira et en rira – le nom de « nouvelle histoire ». Chacun à sa façon, Georges Duby,
Philippe Ariès ou Emmanuel Le Roy Ladurie (avec Montaillou) l’avaient précédé dans cette
voie. Mais il est le premier et le seul à réussir l’opération pour un ouvrage rédigé près de
trente ans auparavant, et qui bénéficie du prestige de l’ancienneté et de sa consécration
acquise de longue date dans les milieux savants : un ouvrage dont tous doivent
reconnaître qu’il échappe à tout effet de mode. Même s’il a son histoire – une histoire que
l’on commence à étudier aujourd’hui et qui permet de le resituer dans son contexte –, il a
largement anticipé sur une mutation de la pratique de l’histoire qu’il a lui-même
contribué à stimuler, et qui, désormais acceptée par tous, le transforme a posteriori en
référence obligée.
6 Si riche d’enseignements, pourtant, que soit la success story de la Méditerranée, elle risque
cependant de fausser les perspectives. F. Braudel a acquis le droit d’être libéré de la
contrainte qu’a fait peser sur lui, pendant des décennies, une tradition tenace dans le
milieu des historiens. Il n’est pas, il n’a pas voulu être l’homme d’un seul livre, comme
certains voudraient qu’il le soit. Mais il a fait, à l’échelle d’une vie humaine, des choix
d’écriture qui sont des choix de longue durée. Il s’est engagé dans trois grandes
entreprises auxquelles il a choisi de consacrer, à chaque fois, vingt ou trente ans, et même
plus, tout en sachant parfaitement, au moins pour la troisième, que le temps lui était
compté, et les durées de ces entreprises se sont en partie recouvertes.
50
7 La Méditerranée n’a été que la première de ces entreprises, la plus difficile sans doute, en
tout cas celle à travers laquelle il s’est formé, construit et presque inventé comme
historien. Celle dont l’idée était, dans une certaine mesure, dans l’air du temps, dans
l’Algérie coloniale qui fêtait en 1930 le centenaire de la conquête française : mais une idée
qu’il lui a fallu se réapproprier, d’abord en prenant ses distances par rapport à l’espace
observé – d’où l’importance de son séjour au Brésil – puis par rapport à son
impressionnant fichier documentaire – d’où le rôle de la captivité dans son travail
d’écriture –, ensuite en épurant sa conception de la Méditerranée de toutes références
contemporaines au passé romain ou au présent français pour en faire le cœur de son
projet d’histoire, adossée à la longue durée : un long seizième siècle, qui marquait à la fois
un point d’arrivée, et une fin, celle de la centralité d’un espace méditerranéen désormais
englobé dans un espace infiniment plus vaste, centré sur l’Europe du Nord-Ouest et
l’Atlantique, et à l’échelle du monde. L’entreprise reposait sur un pari tellement
ambitieux que son auteur n’a pas résisté à la tentation de remettre son ouvrage sur le
métier. La première rédaction était fondée sur une bibliographie impressionnante, mais,
pour la moitié orientale de la mer, limitée et souvent datée, et sur des archives qui, en
dehors de celles de Dubrovnik-Raguse, ce petit port de la côte Adriatique qui vivait « à
l’écoute de l’Empire ottoman », provenaient toutes de l’Europe et de la Méditerranée
occidentales. La seconde, achevée en 1966, soit près de vingt ans après la soutenance de la
première comme thèse, reposera sur des dépouillements d’archives encore plus
ambitieux et plus systématiques, sur les travaux d’une équipe internationale de
chercheurs réunis autour du Centre de Recherches Historiques de la VIe Section, et sur les
liens personnels établis par F. Braudel avec les plus grands historiens de la Méditerranée,
de l’Espagne à la Turquie.
8 Mais la préparation de cette seconde rédaction, dont F. Braudel choisira de faire la
dernière, coïncide avec son engagement, dès le début des années cinquante, à la demande
de L. Febvre (en 1952, confiera-t-il trente-sept ans plus tard, au début de l’édition finale
de 1979), dans une autre entreprise, celle d’une « histoire économique de l’Europe
préindustrielle ». Celle-ci allait devenir, chemin faisant et réflexion aidant, tout autre
chose : une « histoire totale » de l’économie entre XVe et XVIII e siècle, fondée sur une
triple confrontation. Entre des « structures du quotidien », qui échappent pour l’essentiel
au marché, et le niveau marchand de l’économie d’échanges. Entre l’Europe et les autres
grandes civilisations du monde. Et, enfin, entre l’économie-monde capitaliste qui se
constitue à la fin du Moyen Âge entre la Méditerranée et l’Europe occidentale et les autres
économies-mondes que la première va finir par soumettre et incorporer, mais de manière
très lente et souvent partielle et superficielle.
9 À la différence de ce qu’il avait pu faire pour l’écriture de la Méditerranée, l’oral –
l’enseignement au Collège de France, où ses cours sont sténotypés, plus encore qu’à la VI e
Section – précède l’écrit. Comme il le signale en note dans l’introduction de la première
édition de Civilisation matérielle (1967), trois cours consacrés respectivement au
« capitalisme moderne » et à « la France du XVIe siècle » (1954 et 1955), à « l’économie du
XVIIIe siècle » (1956-1957), et à « la vie matérielle du XVIe au XVIIIe siècle » (1960-1962) lui
ont permis de définir la structure de l’ensemble, et la matière du premier volume. Il en
sera de même pour Identité de la France, dont le programme et le contenu sont tracés
durant ses deux dernières années d’enseignement au Collège de France (1970-1972),
même s’il ne commencera à l’écrire qu’en octobre 1979, aussitôt donné le bon à tirer des
trois volumes de Civilisation matérielle, économie et capitalisme (XVe-XVIIIe siècle).
51
10 Mais l’ordre même des cours de 1954 à 1962 montre bien qu’ils l’ont conduit à inverser
celui, initialement prévu, de son exposé, et à partir des répétitions quasi immobiles du
quotidien, donc de la vie des masses, pour arriver « aux vainqueurs, à la vie économique,
à ses équilibres, aux prouesses et aux techniques du capitalisme ».
11 Même si, écrit-il, il aurait été possible de commencer par ces derniers pour en arriver aux
premiers, l’avantage du choix retenu est précisément d’adosser une « vie économique »,
qui s’organise autour de l’échange marchand et donne la préférence au commerce à
longue distance, à celle des paysanneries, majoritaires même dans les pays les plus
avancés, dont la vie se déroule à la frontière de l’autoconsommation, du troc et de
l’échange à très court rayon. De la même façon, dans la Méditerranée, les événements, qui
ont constitué le point de départ de son enquête, se trouvent relégués dans la troisième
partie, pour être adossés à la fois à la longue durée pluriséculaire et aux conjonctures
pluridécennales qui rythment la vie des économies. Le choix est à chaque fois d’adosser ce
qui bouge le plus à ce qui bouge le moins, ou presque pas, et qui représente de ce fait aux
yeux de F. Braudel le niveau le plus profond, ou pour reprendre la métaphore qu’il aimait
à utiliser, « le rez-de-chaussée de la maison ».
12 Ce choix initial fait, d’autres suivront, en cours d’écriture, dont le plus important le
conduira à diviser en trois volumes une matière qui devait au départ se répartir en deux
seulement, et à tirer les conséquences de l’affirmation contenue dans l’introduction de
1967 :
Il est clair, toutefois, que la vie économique n’est pas prise en son entier dans les
mailles du capitalisme naissant. Nous avons pour le moins trois plans et trois
domaines : la vie matérielle [...], la vie économique [...], enfin le jeu capitaliste [...].
13 L’impulsion définitive semble bien lui avoir été donnée, pour donner à ce troisième
domaine sa place autonome, par la crise économique internationale qui commence en
1973-1974 et le conduit à s’interroger non seulement sur la naissance du capitalisme, mais
aussi sur ses structures spatiales autant qu’économiques, sur ses hiérarchies internes et
sur son avenir, donc sur les rapports toujours tendus et conflictuels entre État et
économie.
14 Le même choix se retrouve à l’origine d’Identité de la France, même s’il n’a pas eu le temps
de mener son entreprise à son terme et s’il n’a pu en rédiger que les deux premières
parties, sans pouvoir s’attaquer au deux autres, en dehors de la brève esquisse d’un
chapitre sur l’État. Mais dans la mesure même où son sujet est la France et où le risque
serait, soit de céder après d’autres à l’illusion que celle-ci a existé de toute éternité, et de
commencer avec la préhistoire ou avec la Gaule, soit au contraire de considérer qu’elle
n’existe que lorsqu’elle commence à se constituer en État, et de commencer alors avec
Charles le Chauve ou avec Hugues Capet, il lui faut en adosser l’histoire à un ensemble de
facteurs de longue durée qui en débordent les frontières, s’inscrivent dans d’autres
durées, soulignent et expliquent une diversité que des siècles d’unification politique
patiente n’ont pas réussi à effacer : l’organisation de l’espace, le nombre des hommes, la
continuité d’une économie paysanne qui remonte loin dans le passé et a survécu jusqu’en
plein XXe siècle. Soit la France avant la France, dont le pouvoir monarchique va peu à peu
se saisir pour tenter de la soumettre et de la remodeler selon ses exigences, sans toujours
y parvenir. La suite annoncée nous aurait en revanche fait entrer de plain-pied dans les
cadres familiers de l’histoire nationale : État, culture et société, et La France hors de France.
Mais sans doute aurait-il été conduit à changer en cours de route ses hypothèses de
départ, et à modifier tant la ligne de ses démonstrations que la distribution interne de sa
52
matière. Car l’histoire est toujours chez lui affaire d’écriture autant que de
conceptualisation et de documentation.
15 D’un livre à l’autre, les affinités sont donc évidentes. Mais elles ne doivent pas faire
oublier les différences profondes. Si tous les trois sont construits autour du rapport entre
temps et espace, ce rapport prend à chaque fois une forme originale. Dans la Méditerranée,
il s’établit entre, d’une part, un espace limité dans son extension – même si ses frontières
sont incertaines et variables, et se prêtent à une pluralité de définitions, tantôt élargies et
tantôt restreintes, débordant sur les trois continents qui la bordent ou se limitant au
contraire aux seuls pays riverains –, et, de l’autre, plusieurs durées. Or celles-ci ne sont
pas, malgré les apparences, des poupées gigognes qui s’emboîteraient l’une dans l’autre,
mais des temporalités autonomes, qui désignent et permettent (y compris celle de
l’événement, qui, loin d’être une concession de Braudel à l’histoire traditionnelle qu’il
combattait par ailleurs, constitue un élément essentiel à l’équilibre de l’ensemble) de
saisir et comprendre des niveaux différents d’histoire. Mais la clef du livre comme récit,
dont la mer est, comme Braudel l’avait lui-même écrit1, le héros, se situe sur un autre
plan. Le livre est construit sur une frontière temporelle, et son ambition est de montrer à
la fois que les grandes découvertes n’ont pas signifié la « mort de la Méditerranée », que
celle-ci est restée tout au long du XVIe siècle « au cœur de la grande histoire », et que sa
propre
enquête, arrêtée aux environs des années 1600 [...] n’arrive pas à conclure, comme
un roman bien fait, par la mort du héros,
16 mais que l’heure de quitter la scène a fini plus tard par sonner. Une heure que F. Braudel
s’est efforcé, d’une édition à l’autre, de retarder : autour de 1620 dans la première, vers
1650 et pourquoi pas plus tard, vers 1680, dans la seconde. Mais les causes restent les
mêmes : le moment vient où les Méditerranéens perdent, au profit de leurs rivaux de
l’Europe du Nord-Ouest, le contrôle d’un espace océanique, et d’abord atlantique, qu’ils
avaient commencé par construire et dont ils avaient pu, pendant plus d’un siècle, garder
la maîtrise.
17 Dans Civilisation matérielle, les frontières spatiales sont au contraire abolies : toutes les
civilisations du monde se retrouvent au rendez-vous, et l’Europe occidentale, réunifiée de
la mer du Nord à la Méditerranée, joue dans le même camp. La division des rôles entre les
deux premiers volumes peut sembler dans une certaine mesure rappeler, à première
lecture, celle de la Méditerranée : d’un côté le temps long de la vie matérielle des grandes
civilisations et la lente victoire des paysans sédentaires ; de l’autre, le temps plus court,
rythmé par les conjonctures de l’économie, des « jeux de l’échange ». Mais le troisième
volume vient confirmer ce qui était déjà perceptible dans le second : l’ambition du livre
n’est pas de mettre en évidence différents niveaux de durée et de temporalité, mais, à
l’intérieur d’une durée de quatre siècles choisie comme unité d’analyse (et dont, à ce titre,
il sera possible de souligner les continuités et les ruptures avec les périodes postérieures
et antérieures), de dégager des structures. Celles de la vie matérielle, celles des formes
d’organisation des productions et des échanges marchands, celles enfin du système
économique nouveau (même s’il a eu des antécédents) qui se met alors en place à partir
de l’Europe et lui permet d’établir peu à peu et de renforcer sa domination sur le monde :
le capitalisme, solidement constitué dès avant l’industrialisation et dont le maître mot,
« hiérarchie », est un terme nouveau sous la plume de F. Braudel (il ne faisait pas partie
du vocabulaire de la Méditerranée), mais dont il va désormais multiplier l’usage. « Pas de
société sans hiérarchie », aime-t-il répéter. Ce système se trouve à son tour investi d’une
53
durée longue, fondée sur le passé (d’autres capitalismes ont existé avant le capitalisme
européen, même s’ils n’ont pas eu la même fortune), mais ouverte sur l’avenir. Devenu
mondial, le capitalisme a échappé à l’Europe, mais il aura toujours besoin d’un centre, qui
est actuellement, mais pas de manière définitive, les États-Unis, et les tensions entre
économie et État suggèrent que, loin d’être condamné à disparaître, il a encore de beaux
jours devant lui. Cette conclusion, qui nous apparaît aujourd’hui, à l’heure de la « pensée
unique », presque trop évidente, l’était, rappelons-le, infiniment moins à la fin des années
1970, quand, dix ans avant la chute du mur de Berlin, beaucoup estimaient encore que la
crise internationale commencée quelques années plus tôt était celle du seul capitalisme,
dont elle amorçait le déclin irréversible.
18 Identité de la France propose un jeu encore différent de l’espace et du temps. Pas de
frontières « naturelles », mais une construction et une sédimentation progressive de
lignes de partage aux limites d’un espace resté longtemps largement ouvert à toutes les
influences de l’Europe et de la Méditerranée : l’État national se construit en s’isolant et en
se séparant du reste du continent, mais il n’efface pas pour autant l’infinie diversité
intérieure qui a précédé sa formation et s’est renforcée parallèlement à celle-ci de
manière souterraine. Si la très longue durée, englobant la protohistoire et même la
préhistoire, est par excellence celle de « la France avant la France », c’est une autre
longue durée, plus courte, le second millénaire, qui modèle le temps du récit de ces deux
premières parties : le temps d’une France qui naît, précisément, comme l’Europe, aux
alentours de l’an mil. Mais ce millénaire, qui est celui de l’histoire profonde de la France,
est lui-même fragmenté, et comme feuilleté, par la superposition de durées plus brèves
qui en ont scandé les différentes étapes. Et surtout, si le passé est assuré, le futur cesse de
l’être pour le Lorrain inquiet qui avoue, d’entrée de jeu,
aimer la France avec la même passion, exigeante et compliquée, que Jules Michelet,
19 et qui ne saurait se résigner ni à la laisser « sortir de la grande histoire », comme la
Méditerranée, ni lui prédire l’avenir durable du capitalisme.
20 Trois livres donc, en fait trois grandes entreprises successives, assez différentes pour que
l’auteur puisse se contredire en apparence de l’une à l’autre : la Méditerranée avait ainsi
pu être définie par lui en 1949 comme une « économie-monde », un terme qu’il avait
emprunté à Fritz Rörig pour définir, après avoir pesé le pour le contre, un monde qui
« vivait pour l’essentiel sur lui-même », et qui associait des
zones particulières adaptées à la vie générale et une vie générale qui circule à côté,
au-dessus, au travers de ces petits univers économiques, jamais complètement
fermés sur eux-mêmes, entre qui se partage, quand on l’examine d’un peu près, le
vaste espace de la mer.
21 Et ceci même si
le développement, avec Constantinople, d’une ville-pieuvre [avait entraîné] la mise
hors du circuit méditerranéen (ou peu s’en faut) de la mer Noire.
22 En 1979, dans Le temps du monde, c’est l’Empire ottoman dans son ensemble qui se voit
reconnaître le statut d’une économie-monde distincte de celle de l’Europe, qui ne fait que
« l’effleurer ou la traverser » : la réunion d’un « espace caravanier » et d’un « espace
maritime longtemps sauvegardé » – car
défendu par une nuée de marchands qui limitent, contrecarrent la pénétration des
Occidentaux –,
23 qui garde force, cohérence et richesse jusqu’à la fin du XVIe siècle, sinon au-delà. D’une
affirmation à l’autre, on enregistrera moins une contradiction de fond qu’une différence
54
de point de vue. Car l’histoire braudélienne s’écrit elle aussi selon la formule, aujourd’hui
chère aux micro-historiens, d’une multiplicité de points de vue : seule différence,
importante il est vrai, ces différents points de vue ne coexistent pas dans le même
ouvrage, mais chaque ouvrage adopte le sien. Chacun d’eux doit donc être lu pour lui-
même, et non comme un simple prolongement du précédent, afin de pouvoir, mais
seulement dans un second temps, être comparé aux autres.
24 Dans l’œuvre achevée que nous pouvons aujourd’hui lire dans son ensemble, il convient
bien sûr d’intégrer les livres intermédiaires, dans la mesure même où ils font la jonction
de l’un à l’autre : ainsi le manuel de 1963 sur « le monde actuel », réédité en 1986 sous le
titre de Grammaire des civilisations, ou cette histoire de la Méditerranée de la préhistoire à
l’Antiquité, rédigée en 1968-1969 pour Albert Skira et publiée seulement en 1998 sous le
nom de Mémoires de la Méditerranée. Le premier prolonge la définition du concept de
civilisation donnée dans la Méditerranée, mais annonce aussi, sur plus d’un point, le
premier volume de Civilisation matérielle. La seconde propose au contraire une analyse de
la « naissance » et de la « construction » de la Méditerranée, dont les années 1500-1650
marqueront au contraire le dernier grand moment de splendeur.
25 Cette « pesée globale » de l’œuvre braudélienne, qu’il nous faut lire aujourd’hui dans ses
continuités mais aussi dans ses différences, ne remet pas pour autant en cause le statut
particulier qui reste, aujourd’hui encore, celui de la Méditerranée. Car c’est ce livre qui lui
permet de réaliser la première grande orchestration des concepts de l’espace et du temps,
qui servira de référence (et d’exigence) plus encore que de modèle dans les livres
suivants. Si les frontières du monde méditerranéen restent imprécises et flottantes, la
mer représente en effet un double niveau d’unité. À chaque époque, le monde
méditerranéen se définit ainsi par son pouvoir d’attraction, par les contacts qu’il établit
avec l’extérieur, par les mises en relation qu’il réussit à effectuer : l’Europe, l’Afrique
subsaharienne, l’Asie centrale et l’océan Indien, le monde russe partagé entre la mer
Noire, la Baltique et bientôt la Caspienne, et bien sûr l’Atlantique à peine découvert
rentrent ainsi, de façon temporaire ou durable, dans son orbite. Mais, à un autre niveau et
sous un autre angle, chacune des histoires particulières qui l’animent – celle des
individus, des États, des Empires, des sociétés, des civilisations – ne prend son sens que
par rapport à cet ensemble plus large dont la mer constitue le centre. Le temps fait,
parallèlement l’objet d’un traitement identique dans son principe, mais qui s’organise de
façon différente. Chaque fait, chaque événement, chaque décision, chaque comportement
individuel ou collectif, chaque information s’inscrit au moins potentiellement dans une
pluralité de durées, qui en permettent des lectures différentes.
26 Parmi ces lectures, celle de la très longue ou de la plus longue durée représente un niveau
plus profond, disposant d’un pouvoir d’explication supérieur : l’individuel s’y inscrit dans
la répétition. Mais elle n’exclut pas les autres lectures, et n’en dispense pas. Parmi les
autres, F. Braudel a choisi d’en privilégier deux. La première est celle des conjonctures
longues de l’économie, Kondratieff et trends séculaires, mais aussi de toutes les autres
formes de solidarités qu’il regroupe sous le nom de « destins collectifs ». Ces destins, à
l’échelle d’un « long XVIe siècle », engagent les hommes sans qu’ils en aient vraiment le
choix : ceux-ci ne peuvent en tirer parti qu’en composant avec eux, dont la clef est, à la
différence de la longue durée, non la répétition, mais la dynamique d’un mouvement
d’ensemble. La seconde lecture est celle de l’événement, de la durée brève, à laquelle il n’a
jamais ni souhaité ni voulu renoncer, et à laquelle il a consacré, un mois avant sa mort,
son dernier cours, sur le siège de Toulon en 1707, devant les élèves d’un collège de cette
55
ville. Mais l’éventail des durées est en fait, F. Braudel ne cesse de le rappeler, infiniment
plus large : les trois niveaux de lecture qu’il a retenus ont pour fonction de suggérer la
complexité du réel. Suggérer et non démontrer : d’où le rôle central du style dans
l’écriture braudélienne.
27 La Méditerranée, par l’influence qu’elle a exercée et par l’audience qu’elle a rencontrée, et,
à travers le statut que son livre lui a donné, Fernand Braudel lui-même, s’inscrivent en
fait dans une perspective plus large, qui constitue un chapitre de l’histoire intellectuelle
et scientifique de la seconde moitié du XXe siècle. Un chapitre dont de nombreux acteurs
sont encore parmi nous, et dont l’histoire commence à s’écrire, en associant les
documents, notamment les correspondances, qui deviennent accessibles, et les interviews
des survivants. Sur ce point, un seul souhait doit être formulé : que cette histoire soit à la
mesure des enjeux, qu’elle soit réellement une histoire intellectuelle et scientifique et ne
tombe pas dans les travers de la biographie individuelle, alimentée par les anecdotes
personnelles, que F. Braudel n’avait cessé de dénoncer.
28 Par le pouvoir académique dont il s’est trouvé investi, F. Braudel a été mêlé à des conflits
et à des rivalités, qui doivent être resitués dans leur contexte à leurs justes dimensions. Il
est sans doute conforme à la nature humaine que certains aient cru devoir critiquer a
posteriori un exercice, qualifié tantôt de « monarchique », tantôt de « féodal », du pouvoir
après avoir bénéficié de son appui. Il est tout aussi normal qu’une génération juge
nécessaire d’affirmer son indépendance en se distinguant de celle qui l’a précédée. Là
n’est pas, pourtant, l’essentiel. L’important, c’est l’assez rare et exceptionnelle ouverture
des choix de disciplines et de recrutement dont il a fait preuve à la tête des institutions
qu’il a dirigées : la VIe Section de l’EPHE n’a pas été mise au service de l’histoire de la
Méditerranée du XVIe siècle, alors même qu’elle a tiré profit, dans son développement
rapide, du prestige de l’œuvre que F. Braudel lui avait consacrée. Mais l’important, c’est
aussi la très grande liberté qu’il a laissée à ceux qui avaient choisi de travailler à ses
côtés : il ne leur a jamais demandé de « faire du Braudel » ni de s’enfermer dans la
répétition, et il les a toujours poussés, au contraire, à développer leur propre originalité.
29 Ce souci de liberté avait, il est vrai, été le sien dès le départ, dès le début de ses recherches
sur l’Espagne qui lui valurent, en 1937, d’être élu à la IVe Section de l’EPHE à une direction
d’études qu’il inaugura par un cycle de conférence sur « l’histoire des pays ibériques et de
la Méditerranée occidentale du Moyen Âge au XVIIIe siècle ». Il suffit de relire
aujourd’hui, où ces textes en apparence mineurs sont aujourd’hui réunis en volume et
aisément disponibles2, ses premiers comptes-rendus, publiés en 1927 dans la Revue
d’histoire moderne et consacrés au troisième volume de R. B. Merriman, aux deux livres sur
sainte Thérèse de J. Galzy et L. Bertrand et au saint Jean de la Croix de J. Baruzi, sans
oublier l’exécution en trois lignes du Mal héréditaire du docteur Cabanès. Ou encore son
rapport du 29 mars 1929 sur le séjour d’études de deux mois en Espagne, partagé entre
Madrid et Simancas, que lui avait permis pendant l’été précédent une bourse Jules-Ferry :
l’activité des tribunaux de l’Inquisition, les morisques, leurs relations avec le Maghreb et
la révolte de 1569-1770, le quotidien de la piraterie et de la course, la peste, mais surtout,
à Simancas, où il n’a
pu que commencer l’immense travail de dépouillement [qu’il] espère mener à bien,
30 la découverte de la centralité, dans le système espagnol, de Gênes,
grande place d’argent, grand port et puissance coloniale [...], ville passionnée et
soupçonneuse.
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BIBLIOGRAPHIE
Bibliographie
BAILLE, Suzanne, Fernand BRAUDEL et Robert PHILIPPE, Le monde actuel. Histoire et civilisations, Paris,
Belin, 1963.
— Grammaire des civilisations, Paris, Arthaud, 1987 (rééd. de la contribution de Braudel à Le monde
actuel. Histoire et civilisations, Paris, Belin, 1963, cité plus haut).
— Le modèle italien, Paris, Arthaud, 1989 (original français de la conclusion de la Storia d’Italia,
Turin, Einaudi, t. II, 1974, rééd. en ouvrage séparé, Il secando Rinascimento. Due secoli e tre Italie,
Turin, Einaudi, 1986).
— Écrits sur l’histoire II, Paris, Arthaud, 1990.
— Les écrits de Fernand Braudel (2 vol.), t. I : Autour de la Méditerranée, Paris, Éditions de Fallois,
1996 ; t. II : Les ambitions de l’histoire, Paris, Éditions de Fallois, 1997.
— Les mémoires de la Méditerranée, Paris, Éditions de Fallois, 1998.
NOTES
1. Édition de 1949, pp. 716-718.
2. Les écrits, I, 1996.
3. Ibid., pp. 159-170.
4. Ibid., pp. 168-169.
RÉSUMÉS
L’article propose une réflexion sur la structure de l’œuvre de Fernand Braudel qui, articulée en
trois livres, La Méditerranée, Civilisation matérielle, économie et capitalisme, L’identité de la France, se
déploie sur près d’un demi-siècle et qui se constitue de trois projets historiques similaires mais
distincts. M. Aymard en montre l’unité et la progression analysant les variations des concepts
d’espace et de temps, auxquels F. Braudel a eu recours. Réinscrivant ses autres écrits comme
autant de jonctions entre ces trois ouvrages majeurs, M. Aymard souligne que F. Braudel reste,
malgré tout, l’auteur de La Méditerranée, dont le succès public, à partir des années 1970, avait été
précédé d’une réception attentive par les milieux scientifiques internationaux, notamment
espagnols. C’est à partir de l’Espagne et des archives de Simancas que Braudel avait mûri sa
recherche qui, débordant le cadre ibérique, a eu la géniale intuition d’embrasser la Méditerranée
dans son ensemble
This article presents a discussion of the structure of Fernand Braudel’s work, as represented by
three books: La Méditerranée, Civilisation matérielle, économie et capitalisme, and L’identité de la France.
This corpus, written over a period of about fifty years, constitutes a project at once unique and
differentiated. M. Aymard seeks to show its unity and its diversity through an analysis of the
concepts of space and time developed by Fernand Braudel. The author places Braudel’s other
works within the triptych of the three great productions, but at the same time he stresses that
Fernand Braudel was after all the author of La Méditerranée, a book which had already been well
58
received by the international scientific community, particularly the Spanish community, before
it achieved publishing success in the seventies. Indeed it was in Spain –specifically the National
Archive at Simancas– that Fernand Braudel considered his task as a researcher and had the
brilliant inspiration of extending it to the entire Mediterranean world
El presente artículo propone una reflexión acerca de la estructura de la obra de Fernand Braudel,
articulada en tres libros: La Méditerranée, Civilisation matérielle, économie et capitalisme, y L’identité de
la France. Esta obra que se extiende a lo largo de unos cincuenta años constituye un proyecto
único y al mismo tiempo distinto. M. Aymard se propone mostrar su unidad y su diversidad
partiendo del análisis de los conceptos de espacio y tiempo forjados por Fernand Braudel. Aunque
el autor inscriba las otras obras del historiador francés dentro del tríptico de las obras mayores,
subraya que Fernand Braudel sigue siendo, al fin y al cabo, el autor de La Méditerranée, un libro
cuyo éxito editorial a partir de la década de los años setenta había estado precedido por una
buena aceptación en la comunidad científica internacional, en especial la española. Fue en
España, concretamente en el Archivo de Simancas, donde meditó Fernand Braudel su labor de
investigador y tuvo la genial idea de ampliarla al mundo del Mediterráneo
AUTEUR
MAURICE AYMARD
École des Hautes Études en Sciences Sociales, Paris
59
François Furet
François Furet
François Furet
Mona Ozouf
1 Présenter l’œuvre de François Furet n’est pas une entreprise simple. Il n’est pas de ces
auteurs dont l’œuvre est un monument pieusement fréquenté et unanimement célébré.
Dès l’origine, ses livres ont été entourés d’une vive polémique dans les milieux
universitaires, et bien au-delà. Cette polémique, grossissante et simplifiante comme elles
le sont toutes, est le produit du triple pas de côté opéré par Furet par rapport au moment
historiographique : alors que les historiens de sa génération privilégiaient la longue
durée, lui choisit de s’attacher à dix petites années convulsives de notre histoire, et c’est
cette étiquette – historien de la Révolution française – qui fait sa notoriété ; alors que le
récit de ces dix années était fixé dans une interprétation quasi canonique, il la bouleverse
profondément, et sans prudence académique excessive ; alors que l’école à laquelle il se
rattachait institutionnellement était celle des Annales et de l’histoire sociale, il choisit de
mettre l’accent sur une histoire politique tenue pour désuète et superficielle. C’est de la
polémique née de ce triple écart qu’il faut partir. Peut-on réduire l’œuvre de François
Furet à l’histoire de la Révolution française ? Peut-on, à l’intérieur de cette histoire, en
faire le héraut d’un combat mené contre l’historiographie dite, selon les cas, « marxiste »
ou, plus exactement, « jacobine » de la Révolution ? Peut-on enfin identifier François
Furet à un choix méthodologique, qui privilégierait l’histoire politique et illustrerait
l’adage voltairien selon lequel les idées mènent le monde ? Je me propose d’examiner
chacune de ces assertions, pour en mesurer le bien-fondé, la corriger parfois, la nuancer
toujours.
Diversité et ouverture
2 Pour commencer, il faut redresser l’image d’un François Furet enfermé dans une
spécialité étroite, la Révolution française, et rappeler la diversité et l’ouverture de ses
intérêts, ce qu’un simple coup d’œil sur sa bibliographie suffit à établir. Au cours de ses
recherches, il a croisé bon nombre d’objets. La thèse qu’il avait entreprise, puis
60
nature de l’idée française de révolution et quel a été son destin. D’un côté son succès :
comme elle ouvre un avenir illimité, chaque génération peut y loger une espérance
fraîche, capable de survivre à toutes les expériences. De l’autre son échec : elle vit de
l’illusion d’une rupture alors qu’aucun peuple ne peut briser avec son passé, ce que
montrent assez les démentis que lui inflige le cours de l’histoire.
5 Ce que gagne l’historien à cette ouverture de la réflexion, c’est de voir la Révolution
comme un révélateur de tous les grands problèmes de la démocratie moderne : la
déchirure du lien social traditionnel, le caractère fragile du nouvel ordre politique, la
tension entre les droits universels de l’homme et la communauté nationale, le
constructivisme qui anime la société moderne, la dynamique de l’égalité : l’œuvre traite
de la Révolution comme du patrimoine politique de l’Europe, et même, au XXe siècle, du
monde entier. On comprend mieux alors pourquoi Furet est passé de l’étude de la
Révolution française à celle de la révolution de 1917 : celle-ci a paru accomplir la
révolution sociale dont Marx avait prophétisé qu’elle succéderait à la révolution politique
des Français, et cette révolution à recommencer à partir d’une expérience inachevée a
nourri les sympathies de toute la gauche européenne. Mais surtout, François Furet trouve
en l’une et en l’autre des objets privilégiés pour traiter les grandes questions de sa vie :
comment surgit chez les hommes l’extravagant projet de refaire de fond en comble le
Contrat social ? Pourquoi la liberté matinale des révolutions tourne-t-elle si vite en un
crépuscule meurtrier ? Comment enfin les idéologies condamnées résistent-elles aux
démentis que la réalité leur inflige ? D’un bout à l’autre de son œuvre, on voit ainsi Furet
passer de la Révolution française, tragédie greffée sur une espérance, à l’illusion
communiste, espérance greffée sur une tragédie, en parcourant dans l’intervalle toutes
les incarnations de la passion révolutionnaire.
Révolution et fondation
Autrement dit, s’il y a bien entendu des circonstances qui radicalisent le conflit, elles
brodent sur des raisons de fond : l’intolérance idéologique inséparable des entreprises qui
prétendent briser avec le passé, l’incapacité d’organiser le pluralisme politique, la
propension à faire de la politique une guerre.
Individu et histoire
19 Reste sans doute une prédilection pour l’histoire politique, et Furet est de fait un de ceux
qui ont le plus contribué au retour en force de l’analyse politique dans l’historiographie
française. Mais de quelle histoire politique s’agit-il au juste ? Ce n’est pas une histoire
institutionnelle ; ce n’est pas l’histoire que pratiquait le positivisme, réduite à une mince
frange du personnel dirigeant. C’est une instance englobante : elle englobe l’histoire des
histoires de la Révolution, c’est-à-dire la sédimentation à travers laquelle l’objet
Révolution est perçu : une des contributions essentielles de François Furet à l’histoire de
la Révolution est d’avoir fait relire une historiographie du XIXe siècle, souvent jugée
dépassée et pourtant à la fois riche et conflictuelle, porteuse déjà des grandes questions
de notre temps. L’histoire politique telle que la conçoit Furet englobe aussi le social, car
c’est sur la scène déblayée à neuf par la Révolution que se déploient désormais les
oppositions sociales. Enfin, elle englobe les productions méditées de l’esprit, non à la
manière d’une histoire des idées qui couperait l’œuvre de ses racines et de ses
prolongements, mais avec l’espoir de comprendre comment elles deviennent tout à coup
agissantes.
20 Ceci amène à un dernier procès fait à François Furet : celui d’avoir été un partisan d’une
histoire abstraite des idées. Sur ce point, il n’y a, chez lui, pas non plus d’intolérance. Rien
ne permet mieux de répondre à cette critique rebattue que le texte de 1992 publié dans
les Annales 11 sur le rapport des concepts juridiques et de la conjoncture révolutionnaire,
en réponse à un texte de Michel Troper :Troper, en intégriste du concept, estime que
l’historien doit s’en tenir à la stricte formulation juridique. Furet lui répond brillamment
sur l’exemple de la Constituante, où les votes décisifs – ainsi celui sur les deux chambres –
ont toujours été dans la dépendance des circonstances concrètes du vote, où jouaient à la
fois la pression des tribunes et la force des entraînements collectifs. Il faut donc sans
cesse marier l’histoire des concepts constitutionnels et des hommes qui les imaginent à
celle des circonstances, des pratiques politiques, des représentations et des passions du
collectif. Et avec ce vocable, on perçoit aussi à quel point il est peu équitable de voir dans
l’histoire pratiquée par Furet une simple histoire des subjectivités. Dans le livre qu’il
consacre à l’illusion communiste, il n’a pas voulu étudier les seuls intellectuels. L’illusion
n’est pas propre aux hommes de plume et de pensée. Elle est beaucoup plus répandue. Les
hommes la puisent dans l’air du temps, où ils la trouvent sous toutes les formes possibles,
de la ferveur militante à l’idée vague d’un sens de l’histoire. Mais pour tous elle illustre le
caractère d’une époque où la politique est le lieu privilégié du partage entre le bien et le
mal. Elle est le centre même à partir duquel les hommes du XXe siècle ont imaginé leur
situation dans le monde.
21 Cela dit, le livre fait une place très large aux intellectuels, de même que les derniers écrits
sur la Révolution font la part de plus en plus belle aux portraits des acteurs. Pourquoi ?
C’est d’abord que ces hommes écrivent et laissent des témoignages. C’est aussi qu’ils
tirent leur pouvoir de leur capacité d’incarner les passions collectives. C’est enfin que
retracer leur itinéraire fournit à François Furet l’occasion d’exprimer un talent de plus en
plus éclatant au fur et à mesure que son œuvre se poursuit : celui qui consiste à saisir une
personnalité et à retracer un itinéraire intellectuel.
22 L’œuvre est ainsi semée de portraits inoubliables, souvent ramassés en une formule
décisive. Ouvrons Le Dictionnaire critique de la Révolution française 12. On y rencontre
Mirabeau :
Cet homme dispersé, intermittent, infidèle, vénal, qui saisit au vol la chance de sa
vie : devenir la voix de la nation nouvelle.
66
BIBLIOGRAPHIE
Bibliographie
FURET, François, Livre et société dans la France du XVIIIe siècle, Paris, 1965 (cité F. FURET, Livre et société
).
— Penser la Révolution, Paris, 1977.
— « Des aristocrates aux yeux grands ouverts », Le Nouvel Observateur ; 11 mars 1978.
67
— La Révolution, de Turgot à Jules Ferry (1770-1880), Paris, 1988 (cité F. FURET, De Turgot à Jules Ferry).
— « Concepts juridiques et conjoncture révolutionnaire », Annales ESC, 6, 1992, pp. 1185-1194 (cité
F. FURET, « Concepts juridiques »).
— Le passé d’une illusion, Paris, 1995.
FURET, François, et Jacques OZOUF (dir.), Lire et écrire. L’alphabétisation des Français de Calvin à Jules
Ferry (2 vol.), Paris, 1977 (cité F. FURET et J. OZOUF [dir.], Lire et écrire).
FURET, François, et Mona OZOUF (dir.), Dictionnaire critique de la Révolution française, Paris, 1988 (cité
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FURET, François, et Adeline DAUMARD, Structures et relations sociales à Paris au milieu du XVIIIe siècle,
Paris, collection « Cahiers des Annales » (18), 1961 (cité F. FURET et A. DAUMARD, Structures et
relations sociales).
FURET, François, Jean BOUVIER et Marcel GILLET, Le mouvement du profit en France au XIXe siècle, Paris -
La Haye, 1965 (cité F. FURET, J. BOUVIER et M. GILLET, Le mouvement du profit en France).
FURET, François, et Denis RICHET, La Révolution (2 vol.), [cité F. FURET et D. RICHET, La Révolution], t. I :
Des États Généraux au 9 thermidor, Paris, 1965 ; t. II : Du 9 thermidor au 18 brumaire, Paris, 1966.
NOTES
1. F. FURET et A. DAUMARD, Structures et relations sociales.
2. F. FURET, J. BOUVIER et M. GILLET, Le mouvement du profit en France.
3. F. FURET, Livre et société.
4. F. FURET et J. OZOUF (dit.), Lire et écrire.
5. F. FURET et D. RICHET, La Révolution ; F. FURET, Penser la Révolution ; F. FURET et M. OZOUF (dit.),
Dictionnaire critique.
6. F. FURET, Penser la Révolution.
7. F. FURET, De Turgot à Jules Ferry.
8. ID., Le passé d’une illusion.
9. ID., Livre et société.
10. F. FURET et J. OZOUF (dir.), Lire et écrire.
11. F. FURET, « Concepts juridiques »,
12. F. FURET et M, OZOUF (dit.), Dictionnaire critique.
13. F, FURET, Le passé d’une illusion.
14. ID., Des aristocrates aux yeux grands ouverts.
RÉSUMÉS
L’œuvre de François Furet a très tôt suscité des polémiques. Historien de la Révolution française,
attaché à la remise en cause de l’interprétation jacobine de celle-ci et privilégiant une lecture
politique de l’événement : cette définition de Furet, liée à la parution de son livre écrit avec Denis
Richet en 1965, est-elle valable une fois pour toutes ? À une image paradoxale et marginale de
68
François Furet, Mona Ozouf oppose une réinscription de son travail d’historien dans ses multiples
dimensions, à commencer par l’appréhension large de la Révolution, non comme un événement
limité chronologiquement, mais comme un cycle qui embrasserait notre contemporanéité. De là
sa plongée dans une histoire politique qui est autant une histoire intellectuelle qu’une
historiographie. De là aussi son combat pour éliminer l’illusion de la nécessité chez les historiens
The work of François Furet raised immediate controversy. As a historian of the French
Revolution he posited an anti-Jacobin interpretation of that world-shaking event and proposed a
political reading of it. But is this reading –which saw the light in 1965 with the publication of his
book in collaboration with Denis Richet– still valid today? Mona Ozouf s article ignores the
paradoxical –one might almost say marginal– image of François Furet and instead highlights the
various facets of the historian’s work: a broad understanding of the Revolution, not confined
solely to the study of an event in its own time-frame but opening up wider perspectives,
establishing a single historical cycle running right up to the present day. From this viewpoint
Furet proposed a deeper analysis of political history in a combination of historiography and
intellectual history that sought to eradicate the misleading concept of necessity from historical
discourse
AUTEUR
MONA OZOUF
École des Hautes Études en Sciences Sociales, Paris
69
I
1 Recientemente, Mona Ozouf1 y René Rémond, en su discurso de ingreso en la Académie
française, han glosado la obra de Furet poniendo de relieve la amplitud de sus intereses
intelectuales y su libertad de espíritu, así como la evolución de su pensamiento y la
diversidad de sus elecciones metodológicas. Furet concibe la Historia como una empresa
intelectual –«C’est une histoire qui construit ses données à partir de questions conceptuellement
élaborées»–, escapa a todo determinismo y explora muy diversos campos: la alfabetización
y el aprendizaje de la lectura, con Jacques Ozouf, las estructuras sociales de París en el
siglo XVIII, las revoluciones en la Historia, los Estados Unidos, Israel... No cabe, por tanto,
reducirle a un estereotipo, identificándole
à un objet, la Révolution française, à un type d’histoire, l’analyse politique ; à une
polémique avec l’historiographie qu’on dit, assez étourdiment, « marxiste » de la
Révolution,
2 o más exactamente, con su interpretación «jacobina» (Mona Ozouf).Tal estereotipo,
extremadamente simplificador, aunque no falso, ha venido funcionando en ciertos medios
historiográficos y está en la raíz de la escasa influencia, por no decir el absoluto rechazo,
que las ideas de Furet han ejercido, o despertado, al menos hasta fechas recientes, entre
nosotros.
3 Los libros de Furet sólo parcialmente han sido vertidos al castellano: Pensar la Revolución
francesa; La Revolución francesa; La época de las revoluciones europeas con Louis Bergeron y
Reinhard Koselleck; Diccionario de la Revolución francesa codirigido con Mona Ozouf; La
democracia en Europa, con Ralf Dahrendorf y Bronislaw Geremek; El pasado de una ilusión.
Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX; El hombre romántico, con diversos autores;
70
Fascismo y comunismo, con Ernst Nolte. Furet, por tanto, es conocido especialmente como
historiador de la Revolución francesa y de la idea, o la «ilusión», comunista en el siglo XX 2
.
II
4 Es difícil ponderar el impacto que supuso el conocimiento del trabajo de Furet para quien,
a finales de los años setenta, elaboraba su tesis doctoral sobre la nobleza y su papel en el
Estado y en la sociedad española de la segunda mitad del siglo XVIII. En aquel momento,
la visión más influyente sobre dicho periodo, simplificando, mas, entiendo, no
deformando, podría resumirse de la siguiente forma.
5 El concepto de Revolución burguesa, entendido desde una perspectiva marxista, actuaba
como clave interpretativa de la historia contemporánea española. El pacto nobleza-
burguesía, vigente a lo largo del siglo XVIII, se rompe a partir del momento en que los
estamentos privilegiados, su propiedad, impiden la reproducción de un capital burgués
que, colapsado primero y perdido después el mercado americano, no puede orientarse a
inversiones industriales, dada la estrechez del mercado interior y la competencia
exterior. Se hacía necesario desvincular, desamortizar, romper, en fin, las trabas feudales.
6 Cortada la relación entre la época liberal y un siglo XVIII privado de su carácter de
antecedente inmediato, éste se despeña en una sima feudal: «feudalismo tardío», tal es el
término con el que se le designa. Desde esta perspectiva, la política de los gobiernos
ilustrados se consideraba, a despecho de algunas medidas progresistas, como orientada,
en definitiva, a consolidar la estructura económica feudal, a «lavar la cara» de la sociedad
estamental, a partir de un Estado inevitablemente dominado por la clase que tiene el
poder económico, la alta nobleza. Se llegaba incluso a negar la existencia del Estado antes
de los años 1830 del siglo XIX, convirtiendo el sistema político del absolutismo en una
«mera organización interna del grupo dominante». De aquí la continua calificación de la
política ilustrada como «tímida», sus avances son siempre «insuficientes»,
«contradictorios», las actitudes de sus hombres más representativos se califican, una y
otra vez, de «vacilantes» y «ambiguas», etc. Valga un ejemplo, por todos, formulado con
radicalidad:
La persistencia de los tópicos es un fenómeno realmente asombroso [...] Tal sucede
con las «reformas borbónicas» del siglo XVIII hispano, que sirven para explicarlo
todo o casi todo, a uno y otro lado del Atlántico, en España y en las Indias [...]. Lo
que ocurre es que cuando nos olvidamos de las «autoridades» y tratamos de
examinar los problemas con cierto distanciamiento del saber establecido, el
tinglado entero se viene abajo. Porque, ¿qué reformaron las tales reformas? De ellas
salió España a comienzos del siglo XIX, arruinada y convertida en una potencia de
tercera categoría, mientras que sus colonias americanas una vez emancipadas,
emprenderán una vida independiente en condiciones de inferioridad respecto a
como lo habían hecho las colonias inglesas del Norte y se verán condenadas a un
futuro de subdesarrollo y de dependencia. Para tales resultados no se precisan
reformas. Es difícil imaginar que las cosas hubieran ido peor sin ellas 3.
7 Muy distintas eran las conclusiones que se desprendían de mi propio trabajo. El Estado
español del siglo XVIII no parecía ser, ni por los hombres que ocupan los puestos de
poder, ni por la política desarrollada, un instrumento en manos de las clases, la nobleza y
el clero, que controlaban los medios de producción –la tierra muy especialmente– sino
que muestra una autonomía cierta. Puede así, hasta cierto punto –no opera en el vacío,
71
sino en una realidad social compleja– modelar esa sociedad y regular las relaciones entre
las clases sociales, de acuerdo con sus intereses, centrados en la consolidación y
fortalecimiento estatal, indispensables para el logro de la «felicidad» de los súbditos 4.
8 El Antiguo Régimen fue así socavado por el pensamiento y la política de la Ilustración. No
se trata de una simple crítica abstracta a los estamentos privilegiados, sino que, mediante
el descrédito o las limitaciones, se revisan las instituciones que les sirven de fundamento,
garantizando su reproducción: señoríos, mayorazgos y vinculaciones, perpetuidad de los
oficios públicos, descalificación jurídica y social de las actividades económicas,
exenciones tributarias, derechos jurisdiccionales, etc.5 Ideología y acción ilustradas que
van entrando en contradicción con los principios esenciales de Antiguo Régimen: Sáinz
Guerra, por ejemplo, muestra cómo los intentos de reformar la justicia absolutista habrán
de suponer perjuicios para los interesados, desde el momento en que la unidad
jurisdiccional era prácticamente imposible en una sociedad fundada en la desigualdad
jurídica de los súbditos6.O la incompatibilidad entre el patriotismo de nación/Estado y el
despotismo aún ilustrado, «puesto que no existe seguridad jurídica ni participación
alguna en las tareas orientadas a la felicidad pública», que se irá lentamente resolviendo,
«imperceptiblemente pasando» a un concepto de nación fundado en la ciudadanía7.
9 El reformismo ilustrado alcanzó un grado de «desarrollo estimable»8, precisando Artola
cómo las respuestas a la consulta efectuada al país por la Junta Central en el segundo
semestre de 1809, pondrán de relieve «la importancia de la obra doctrinal de la
Ilustración, definidora de un nuevo orden social que los hombres de 1809 no hicieron otra
cosa que adoptar»9. La recuperación de España en el siglo XVIII después de la «última
crisis» (Kamen) en el declinar castellano es indudable, mas es lo cierto que todo se
sustentaba en bases en extremo reducidas: un monarca «ilustrado» de administradores,
enfrentado a una sociedad inmersa, por obra de la Historia, en un mundo de valores ajeno
a la modernidad, y en la que la alta nobleza y la Iglesia tenían un enorme peso social y
económico. La crisis de fin de siglo, extremadamente compleja al conjugarse diversos
factores, patentiza el carácter precario del Estado de la Ilustración, carente tanto del
soporte burgués como del apoyo de un pueblo fácilmente manejable por los estamentos
privilegiados, sin contar con la trascendencia – la importancia que la personalidad del
monarca absoluto alcanzaba en el orden político tiende fácilmente a olvidarse– que
habría de tener el cambio de titular de la Corona. A partir de este momento, los
problemas que España tenía planteados10, difíciles, sin duda, pero que iban resolviéndose
en la que cabe considerar como la fase «quizá más sana y equilibrada de la Historia de
España» (Marías), entran en abierta crisis –política, moral, económica– hundiéndose todo
un mundo, trabajosamente construido, de logros y esperanzas, lleno también de
contradicciones11. Furet suponía entonces un apoyo inestimable tanto para justificar la
continuidad de los siglos XVIII y XIX, pues, lo ha recordado Mona Ozouf, «él recuperó el
gran problema del siglo XIX, el de la ruptura o continuidad con el Antiguo Régimen»,
como para establecer el verdadero carácter del Estado absoluto, cumplidor,
«especialmente en el siglo XVIII, de la tarea de dislocarla sociedad de órdenes». Al final de
esta concepción, claro es, estaba Tocqueville. A partir de Furet me interesé por la
publicística de la Revolución francesa que estaba modificando sustancialmente la
interpretación «jacobina». Como escribí en 1988,
La vinculación al concepto de Revolución burguesa supone, entiendo, un cierto
provincianismo en nuestra historiografía. Creo que es desde esta concepción como
puede explicarse el desconocimiento, más exactamente la hostilidad, hacia las
corrientes interpretativas de la Revolución francesa, que llevan ya circulando más
72
de treinta años, y que sólo ahora –me refiero a los dos o tres últimos meses–
empiezan a ser conocidas entre nosotros –siquiera Soboul siga siendo la referencia
ejemplar y Furet represente la «historiografía académica»–. Probablemente ha
venido operando un bloqueo ideológico, desde el momento en que uno de los
aspectos esenciales de aquellas es la crítica a esta idea de «Revolución burguesa». La
recepción de estas ya no tan nuevas orientaciones obligará, posiblemente, a ver con
una mirada distinta no poco de lo que sobre nuestro siglo XVIII se ha escrito en los
últimos años12.
10 En torno al Bicentenario de la Revolución publiqué algunos artículos13: «El concepto de
Revolución burguesa: una revisión historiográfica», «El recuerdo de la Revolución»,
«Interpretaciones de la Revolución francesa y su recepción en la historiografía española
actual», «La Revolución francesa», «Conmemorando la Revolución francesa», «Después
del bicentenario: libros recientes sobre la Revolución francesa». En ellos se daba cuenta
de los debates historiográficos y políticos que habían rodeado al Bicentenario, así como de
las interpretaciones adversas a la vulgata marxista y de su recepción en España. Era fácil
constatar, en este sentido, cómo en nuestros manuales universitarios la interpretación
«jacobina» predominaba abiertamente: fin del feudalismo, burguesía ascendente
enfrentada a la nobleza, alusiones mínimas a la contrarrevolución, trivialización o
explicación-justificación del Terror, etc. No muy distinto era el tratamiento que daban a
la Revolución los medios de comunicación más influyentes presentándose el debate
historiográfico como limitado a un ataque de «los políticos e intelectuales de derecha
[contra] los símbolos de la Revolución francesa». Soboul se nos muestra como un modelo
de historiador comprometido, enfrentado
desde hace casi tres décadas al academicismo conservador, del que F. Furet y D.
Richet son sus más notables representantes, que intentan minimizar la importancia
de la Revolución francesa. Posiblemente con el objetivo consciente o inconsciente
«que consiste en atacar a la revolución socialista y al materialismo histórico a
través de la Revolución francesa», etc.14
11 También publiqué una introducción a Los dioses tienen sed, de Anatole France y, junto con
Demetrio Castro, un librito de divulgación, Ayer y hoy de la Revolución francesa. Ahora sí, la
condena fue sumaria, sin apelación:
Aspirando a algo más [en relación con las publicaciones españolas en torno al
Bicentenario], pero desconociendo el tema (me resisto a pensar que en tanta
simplicidad puede haber malicia), ha habido, incluso, quien ha presentado como
tesis innovadoras en torno a la Revolución francesa, a aquellas cuyos argumentos
han sido revisados incluso por sus propios autores hace ya unos cuantos años 15.
12 Ciertamente en el mismo texto en el que figuraba la anterior crítica, también se hacía la
del Dictionnaire critique de la Révolution française, dirigido por Furet y Ozouf, en los
siguientes términos:
La carrera por publicar ha sido, ciertamente, estimulante; sin embargo ha
contribuido, en algunos casos, a truncar el rigor que exigen aquellas obras que se
pretenden de consulta, instrumentales o de gran síntesis. Así se explica la
publicación bajo el título de Dictionnaire critique [...] de una obra que no es
estrictamente un diccionario de la Revolución, y cuya amplitud crítica es como
mínimo dudosa16.
III
13 Lo que venimos exponiendo sólo puede entenderse en el clima intelectual de aquellos
años, en los que todavía estaba vivo el recuerdo de una dictadura que había tenido al
73
IV
25 La obra de Furet habría de suponer un ataque frontal a ideas y conceptos firmemente
arraigados en una cierta cultura progresista de los años setenta y ochenta.
26 Ataque, en primer lugar, a la idea comunista, pues entonces, como escribirá más tarde el
propio Furet,
La idea de una reforma [del sistema comunista] se encontraba por doquier desde
hacía un cuarto de siglo, y nutría de formas muy diversas un revisionismo activo
pero siempre respetuoso de la superioridad de principios del socialismo sobre el
capitalismo. Ni siquiera los enemigos del socialismo imaginaban que el régimen
soviético pudiera desaparecer y que la Revolución de Octubre pudiese ser
«borrada», y menos aún que esa ruptura pudiese originarse en ciertas iniciativas
del partido único en el poder24
27 Para Furet, él mismo subrayará su diferencia en este punto con Vovelle, –quien considera
la Revolución rusa continuación de la Revolución francesa– aquella no es sino una ilusión
que ha durado setenta años y que hay que darla ya por fracasada25. Dicho de otra forma:
frente a la ilusión cristiana, independiente de la Historia y de lo terrenal, capaz, por tanto,
de sobrevivir a sus concretas encarnaciones,
La peculiaridad de la ilusión comunista, que la torna frágil, es que se trata de una
ilusión histórica encarnada en un territorio, hasta el punto de que cuando ese
territorio ha dejado de ser comunista la creencia ha muerto con él 26.
28 Tampoco se salva la idea socialista. La izquierda abandona la convicción de que la
Revolución democrática debe ser seguida necesariamente por otra revolución socialista o
comunista:
En las postrimerías del siglo xx, la Revolución francesa concluye [afirma Furet] al
crearse el adecuado, es decir, representativo, sistema de la democracia
parlamentaria.
29 Se produce justamente lo contrario:
La idea democrática se ha convertido en el porvenir de la idea socialista, e incluso
en el futuro mundo comunista. Contemplad lo que nos llega desde la URSS: el
mercado, los derechos del hombre, la democracia denunciada como formal durante
largo tiempo. Fin, por tanto, de la revolución a la francesa, es decir, de la creencia
colectiva en la gran noche, cuyo porvenir en las sociedades democráticas es harto
dudoso27.
30 Crítica del marxismo. El materialismo histórico alcanza su mayor esplendor intelectual en el
siglo en el que ha sido más reducida su capacidad de explicación. Incapacidad no sólo para
explicar la Revolución francesa, de donde el necesario recurso a Constant, Cochin y
Tocqueville, a fin de superar una conceptualización propia de los comunistas y del Frente
Popular, sino para explicar el fenómeno totalitario, al que tiene escaso sentido relacionar
con intereses o clases sociales:
Al menos desde Kronstadt, la dictadura del proletariado, según Lenin, ya no tiene
mucho que ver con la clase obrera, para no hablar siquiera de lo que vendrá
después. Tampoco el genocidio judío está inscrito en el programa del gran capital
alemán28.
31 Rechazo radical del jacobinismo. Después de recapitular las diversas significaciones que se
aplican en los siglos XIX y XX al adjetivo jacobino, F. Furet entresaca el común
denominador siguiente:
76
Sobre toda esta nebulosa de sentidos se alza siempre dominante la figura central de
la autoridad pública soberana e indivisible, dominando a la sociedad civil, lo cual,
después de todo no deja de ser una paradoja, si es verdad que la historia del Club de
los Jacobinos es la de una incesante usurpación de la Convención que estaba
legalmente investida de la soberanía del pueblo a través de la elección de
septiembre de 179229.
32 Más trascendente y anunciando los peores males del siglo XX –para Lenin, los
bolcheviques eran «los jacobinos de la revolución proletaria»–:
Los jacobinos de la etapa más significada constituyen el inicio de un tipo especial de
partido en la medida en que más que terreno de discusión, son el templo de la
ortodoxia.
33 De aquí se desprende
la unanimidad obligatoria, la enfermedad de la sospecha y los escrutinios
depuradores, así como la obsesión de ser el pueblo, el mandato imperativo a los
representantes elegidos y la usurpación de la soberanía nacional 30,
34 semejante a la political correctness:
Parte de una idea que pretende imponer a todos a través del sermoneo militante y
los fallos judiciales invocados como textos de filosofía moral. Al hacer esto, tiende a
rechazar el pluralismo de las opiniones y de las visiones del bien común que está en
la base de la sociedad moderna. En nombre de la autonomía absoluta de los
individuos y de su igualdad no menos absoluta en el disfrute de esa autonomía,
amenaza la libertad real de estos, les dice lo que hay que pensar y cómo hay que
actuar31.
35 Manejada de esta suerte, la idea democrática se vuelve contra sí misma. El jacobinismo, en
fin, a diferencia del liberalismo, su contrario, vendrá a ser «la versión despótica de la
democracia». No hay, pues, una «utopía liberal» en nuestro horizonte32.
36 Tampoco acepta François Furet la virtualidad explicativa del concepto de Revolución burguesa.
Acepta los conceptos de burguesía y de lucha de clases, pero no cree que la Revolución,
caracterizada por el nacimiento de la abstracción democrática, pueda definirse por el
advenimiento de la burguesía. En efecto, la verdadera Revolución es la de los diputados de
los Estados Generales y de la Asamblea legislativa, pertenecientes a las élites ilustradas de
los tres estamentos, preferentemente a la burguesía –una «burguesía de toga», según
Cobban, compuesta por antiguos funcionarios monárquicos, por abogados
independientes, etc., pero que incluía también a no pocos miembros de la nobleza y el
clero–, y que tratan de establecer en Francia una monarquía constitucional. El
movimiento campesino y las revueltas de los sans-culottes son movimientos sociales que
llevan a la Revolución a un auténtico dérapage. El Terror, la dictadura jacobina no serían,
así, el momento culminante de la revolución burguesa-capitalista, sino, por el contrario,
un periodo en el que una gran parte de la burguesía será perseguida y en el que fueron
combatidos, de hecho, los principios de una «transición al modo de producción
capitalista», tanto por medio de la preferencia manifestada por el Gobierno hacia los sans-
culottes –pequeños burgueses– y a sus aspiraciones social y económicamente retrógradas,
como a través de la parcelación forzosa de las propiedades rurales. Y en cuanto a la
ideología progresista de las Luces, ésta surge de las élites liberales de la nobleza tanto como
de las de la burguesía33. Revolución burguesa, un concepto que no refleja una realidad.
37 Furet, por último, afirma la conclusión de la Revolución: el final, no del ideal permanente
de una sociedad justa, sino de la idea de conseguir el poder para construirla. Tuvo un
primer término con la IIIa República y la síntesis realizada por Ferry y Gambetta y un
77
segundo a fines de los años 1970: rápido declive del Partido Comunista, abandono de la
idea nacional («¿cómo hacer comprender a un joven de hoy lo que fueron las campañas
napoleónicas o incluso la guerra del 14?»), fin del gaullismo y de cierta cultura de la
nación; consenso sobre una monarquía democrática («la elección de un presidente cada
siete años e incluso reelegirlo no se había visto desde hace doscientos años»), consejo
constitucional («la idea de una magistratura a cargo de la constitucionalidad de las
leyes»), término de la guerra religiosa («los franceses han acabado por reconocer, al
finalizar el siglo XX, que la religión es un asunto privado»). La izquierda, como ya se dijo,
deja de creer en la culminación de la democracia por el socialismo o el comunismo 34.
V
38 Inicialmente, las escasas críticas a Furet fueron extremadamente duras, dentro,
ciertamente, de un generalizado desconocimiento público, al que, sin duda, contribuyó el
carácter de «incorrección política» que aquellas críticas arrojaron sobre la obra del gran
historiador francés. Veamos algunas especialmente significativas. Entre las primeras –
marcó el tono– la de Josep Fontana:
En los últimos años se ha producido un ataque feroz contra la interpretación social
de la Revolución francesa considerada tradicionalmente como la lucha de una
burguesía ascendente contra el Antiguo Régimen, controlado por la aristocracia.
Esta interpretación (que no es sólo la de una cadena de historiadores que va de
Michelet a Soboul, pasando por Jaurès, Mathiez, Lefebvre, Labrousse, etc., sino la
enunciada por los propios actores y testigos de los hechos revolucionarios, como
Barnave), está siendo atacada desde dos frentes distintos. En la mayoría de los
casos, el ataque surge por pura y simple frivolidad intelectual, por fatiga ante la
permanencia de una vieja ortodoxia (tal sería, probablemente, el caso de Furet y
Richet, cuya síntesis, pretendidamente renovadora, ha podido ser calificada por C.
B. A. Behrens [...] con el siguiente comentario «Messrs. Furet and Richet’s French
Révolution hardly seems a book to take seriously»). La mayoría de los casos obedece a
ambas motivaciones35.
39 Más recientemente, el historiador catalán, adscribiendo a Furet a la corriente de los
Annales, criticará la «nouvelle histoire»; en la historiografía francesa del siglo XX, frente a la
corriente socialista que viene de Jaurès y que pasa por los grandes historiadores de la
revolución (Mathiez, Lefebvre, Soboul o Labrousse),
40 está la gente que integra hoy la escuela de Annales, tras la desaparición de Bloch y la
renuncia a cualquier veleidad marxistizante de Febvre –que se produjo, bueno es
recordarlo, en plena ocupación alemana.
41 No es, pues, una casualidad
que de un lado estén unos hombres que siguen reivindicando hoy la herencia de la
Revolución francesa y del otro, del de Annales, el bloque casi entero de sus
detractores. ¿Por qué no decir en lugar de «vieja» y «nueva historia», «historia
socialista» o «historia conservadora», que sería mucho más exacto? 36
42 En fin, resultan ejemplares las entrevistas realizadas en L’Avenç a Vovelle y a Furet por
Roura y Castells. Mientras la consagrada a Vovelle resulta admirativa y aquiescente, la
dedicada a Furet reviste muy distintos caracteres: se le inquiere acerca del carácter
«revisionista» de su obra, de su deseo de que no haya más revoluciones, de sus cambios de
criterio, de su recuperación de la historiografía conservadora, del carácter dogmático del
Diccionario, en fin, de si estaba a favor de la muerte, la absolución o el exilio de Luis XVI...
78
El que ya era uno de los grandes historiadores vivos contesta con cortesía, no exenta en
ocasiones de cierta dureza. Permanentemente tachado de «neoliberal» y de
«revisionista», afirmará lo ridículo de un término que establece una comparación con
algo que tendría la dignidad de una verdad constituida. La palabra «revisionismo» surgida
de la polémica de Bernstein/Kaustky a fines del siglo XIX, supone utilizar en las
discusiones científicas el vocabulario político procedente del mundo obrero: de un lado
hay una verdad, del otro la revisión de dicha verdad37.
43 Han cambiado mucho las circunstancias en los últimos años: no se perciben en el
horizonte del mundo actual alternativas factibles al liberalismo económico y a la
democracia política. El clima intelectual es muy diferente. H ay, señala Luciano Canfora,
una lógica simultaneidad entre el fracaso de los regímenes comunistas y las tendencias
críticas a las interpretaciones tradicionales de la Revolución francesa: es entonces cuando
se produce la corriente «revisionista» que, arrancando de la visión narrativa
«antiheróica» de la Revolución de Richard Cobb, culminará con Furet38. Robert Darnton
manifiesta, respecto de la Alemania del Este, donde se encontraba cuando escribía Édition
et sédition, que la verdadera causa –en paralelismo con la Francia revolucionaria– de la
revuelta popular fue «el desfondamiento de la legitimidad del Partido Comunista y de su
autoridad»39. Entre nosotros, el término «Revolución burguesa» como forma de
conceptualizar la transición del Antiguo Régimen al Régimen liberal parece muy
desvalorizado, estando lejos de despertar el apasionado interés y las vivas polémicas de
antaño. Incluso el propio concepto y sus implicaciones vienen siendo abiertamente
cuestionados. En último término, las limitaciones de un «jacobinismo» hispano –cuyo
ahistórico concepto de la democracia le hace excéntrico a cualquier debate actual y que
en ocasiones intenta, en expresión de Fuentes,
una especie de cuadratura de! círculo: la reconciliación entre una interpretación
projacobina de la Revolución francesa y una reivindicación historiográfica de los
derechos nacionales de Cataluña40–
44 hacen posible una circunstancia historiográfica mucho más permeable a la influencia de
Furet. Dos tesis doctorales leídas recientemente avalarían este probable cambio: La Real
Academia de la Historia (1738-1792), de Eva Velasco, leída en la Universidad Complutense y
Una visión descentralizada del jacobismo. La Sociedad Popular de Poitiers (1790-1795), de Azucena
Rodríguez, leída en la Universidad de Salamanca.
45 Consecuentemente, ha sido muy distinta la acogida, claramente positiva, al Furet
historiador de la idea comunista. El pasado de una ilusión fue comentado en El País (11 de
marzo de 1995) por Antonio López Campillo, antes de ser traducido, en términos
altamente elogiosos. Y la figura del gran historiador francés será objeto, con ocasión de su
muerte en 1997, de un tratamiento en la prensa respetuoso y admirativo. Algunos
artículos, además, han mostrado el auténtico pensamiento de Furet, lejos ya de las
simplificaciones descalificadoras de antaño. Escribe así Torres Fierro:
El voluntarismo marxista se propuso, entre otras tareas, remediar la alienación
económica provocada por el sistema capitalista. No lo logró. Pero, después del
derrumbe comunista, que cierra el ciclo histórico inaugurado por la Revolución
francesa, ¿no estamos acaso regresando a un nuevo voluntarismo emblemático que
hace del mercado un nuevo termómetro social y construye de paso otro fetiche? [...]
Furet tiene una única y modesta respuesta que debemos compartir: profundizar en
una democracia con vocación universal que, así como devoró a la utopía
revolucionaria, ponga frenos y contrafrenos al frenesí de un mercado que se quiere
todopoderoso y vuelva a situar en el centro de la acción a los ciudadanos 41.
79
BIBLIOGRAFÍA
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de la Ilustración y su crisis»),
— «El recuerdo de la Revolución», Política Científica, 18, 1999, pp. 65-66.
81
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TORRES FIERRO, Danubio, «El pasado de una ilusión y la América latina», Claves de Razón Práctica, 59,
1996, pp. 52-54.
NOTAS
1. Ver su contribución en este mismo coloquio, pp. 53-62.
2. Ver la bibliografía al final del artículo.
3. J. FONTANA LÁZARO, Prólogo a Comercio colonial y crisis, p. II.
4. A. MORALES MOYA, Poder político; ID., «Política y Administración»; ID., Reflexiones.
5. ID., «Política social».
6. J. SÁINZ GUERRA, La administración de justicia, p. 62.
7. J. FERNÁNDEZ SEBASTIÁN, «España, monarquía y nación», p. 58.
8. B. GONZÁLEZ ALONSO, «Las raíces ilustradas del ideario administrativo».
9. M. ARTOLA GALLEGO, La España de Fernando VII, p. 442.
10. En el siglo de las Luces, señala R. Herr, surgen los principales conflictos que el país arrastrará
a lo largo de su historia contemporánea: enfrentamiento entre conservadores y progresistas,
terratenientes y reformistas agrarios, centro rural y periferia industrial, más el derivado de la
diferenciación vida rural/vida urbana. Ver R. HERR, Ensayo histórico, pp. 71 ss. y del mismo autor,
«La inestabilidad de la España contemporánea».
11. A. MORALES MOYA, «El estado de la Ilustración y su crisis».
12. ID., «El concepto de Revolución burguesa», p. 600. Hay que destacar el artículo pionero de J.
ÁLVAREZ JUNCO, «Sobre el concepto de revolución burguesa».
13. Ver las referencias en la bibliografía final de este artículo.
14. A. MORALES MOVA, «Interpretaciones», pp. 23 ss. Las citas de prensa están tomadas de Diario 16,
El País y El Imparcial.
15. Ll. ROURA, «La Revolución francesa», p. 154.
16. Ibid., p. 143.
17. F. FURET, El pasado de una ilusión, p. 561.
18. Ll. ROURA, «La Revolución francesa», p. 141.
19. Ibid., p. 144.
20. Ll. ROURA el. CASTELLS (eds.), Revolución y democracia, pp. VII-VIII.
21. Ll. ROURA e I. CASTELLS (eds.), Revolución y democracia, p. 5.
22. Ibid., pp. 23 ss.
23. Para todas las citas precedentes, Ll. ROURA e I. CASTELLS (eds.), Revolución y democracia.
24. F. FURET, El pasado de una ilusión, p. 9.
25. ID., «Lindividu i la Revolució», p. 97.
26. F. FURET y J. DANIEL, «La irrupción totalitaria», p. 79.
82
27. Las dos citaciones de F. FURET, «Lidée démocratique», e ID., «Histoire de l’idée
révolutionnaire».
28. ID., El pasado de una ilusión, p. 194.
29. ID., «Jacobinismo», en F, FURET y M. OZOUF (dir.), Diccionario de la Revolución francesa.
30. Ibid., p. 639.
31. F. FURET, «La utopía democrática».
32. F. FURET y J. DANIEL, «La irrupción totalitaria».
33. Ver especialmente F. FURET y D. RICHET, La Revolución; Fr. FURET, Pensar la Revolución francesa; ID.
«Le catéchisme révolutionnaire».
34. F. FURET, «L’idée démocratique».
35. J. FONTANA LÁZARO, La quiebra, p. 39, n. 41.
36. J. FONTANA LÁZARO, Prólogo a España en el siglo XVIII, p. 10.
37. F. FURET, «L’individu i la Revolució», p. 94.
38. El País, 22 de febrero de 1992.
39. «Un entretien avec Robert Darnton. Propos recueillis par Didier Eribon», Le Nouvel
Observateur, 26 février 1991.
40. Juan Francisco FUENTES, recensión a) libro de Ll. ROURA, Guerra Gran a la ratlla de França,
Barcelona, 1993, en Historia Contemporánea, 10, 1993, p. 239.
41. D. TORRES FIERRO, «El pasado de una ilusión y la América latina», p. 54.
42. F. FURET, El pasado de una ilusión, p. 571.
RESÚMENES
La recepción de la obra de François Furet en España fue tardía. Furet estaba en contra de la
interpretación marxista de la Revolución francesa que imperaba por aquel entonces confirmando
intuiciones de otras contribuciones históricas sobre el siglo XVIII español, en especial las que
renovaban la visión del Estado y las políticas reformistas en el periodo ilustrado. Sin embargo en
España la difusión de las obras de Furet, impulsada por el Bicentenario de la Revolución francesa
(1989-1989) se singularizó por ciertas críticas –en algunas ocasiones violentas– que llegaron
incluso a poner en tela de juicio el valor científico de su labor. Esto se explica por la coyuntura
española en la que los historiadores se encontraban, por el proceso de transición política que, en
aquel entonces, se observaba desde planteamientos de corte estrictamente marxista como la
transición del feudalismo al capitalismo. A partir de los años 1989-1990, la profunda
transformación del contexto mundial e intelectual hace posible una relectura más justa y atinada
de la obra de François Furet
The work of François Furet was late in reaching Spain. Furet opposed the then prevailing Marxist
interpretation of the French Revolution, confirming the insights of other research on 18th-
century Spain, especially those that highlighted the notion of the State and reformist policies in
the age of Enlightenment. Nevertheless, when Furet’s works became known in Spain under the
impulse of the second centenary of the French Revolution (1789-1989), the level of criticism –
some of it highly acrimonious– was such as actually to question the scientific value of his
research. This is understandable in light of the situation of political transition in which Spanish
historians found themselves at the time, so that the Revolution could be viewed only in strictly
Marxist terms as the transition from feudalism to capitalism. Thanks to the profound changes in
world politics and intellectual attitudes since 1989-1990, it is now possible to review the work of
François Furet in a fairer and more accurate light
AUTOR
ANTONIO MORALES MOYA
Universidad Carlos III, Madrid
84
una renovación «importada», traída de fuera, sin una trayectoria anterior que hubiera
propiciado en España el «fecundo diálogo» entre científicos sociales e historiadores en
que dicha renovación se fundamenta?
7 Santos Juliá opina que en nuestro país no existió diálogo entre la historia y las ciencias
sociales en el primer tercio de nuestro siglo, como en Francia, Alemania o Gran Bretaña.
En España, en opinión del citado historiador, no hubo una revolución que provocara el
hundimiento súbito del Antiguo Régimen, ni un proceso de industrialización rápido y
masivo, ni la aparición de formas capitalistas tal como fueron teorizadas por Max Weber,
ni la institucionalización de la sociología, que no se producirá hasta bien entrada la
década de 1960. Aquello que dominaba la conciencia colectiva de las élites intelectuales
era el desastre y la reflexión sobre un concepto y hasta una metafísica (el ser de España),
razón por la cual no podía nacer una corriente original de historia social. Tal vez, según
Santos Juliá, la obra de Rafael Altamira fuera la excepción, pero en todo caso la guerra y la
larga posguerra liquidaron esa posibilidad. La renovación hubo de esperar a los años
cincuenta y sesenta, y fue debida,
como se sabe bien, a la recepción entre selectos círculos de historiadores de las
corrientes francesas más que a un diálogo autóctono entre científicos sociales e
historiadores, lo que no dejará de condicionar la posterior evolución de esa
(re)naciente historia social8.
8 Josep Fontana ha valorado algo más la renovación habida en la historiografía española
con anterioridad al estallido de la Guerra Civil y al triunfo de la dictadura de Franco, pero
la centra principalmente en la figura de Rafael Altamira.
La renovación de la historia –escribe Fontana–, tanto en su concepción global como
en la práctica de la enseñanza, se produciría a fines del siglo XIX y comienzos del
XX por obra, en buena medida, de un joven historiador de la Institución Libre de
Enseñanza, Rafael Altamira, que en 1900 publicó esa Historia de España y de la
civilización española que significaría un hito decisivo en la evolución de la
historiografía española y que por primera vez trataba de integrar en una visión
histórica global tanto lo referente a «clases e instituciones sociales», como la vida
económica, la cultura y las costumbres.
9 Fontana pone a continuación un ejemplo de cómo la semilla sembrada por Altamira
estaba transformando las concepciones de la historia y produjo sus primeros frutos en los
manuales escolares. Ese sería el caso de Mi primer libro de historia, escrito por Daniel G.
Linacero, profesor de la Escuela Normal de Palencia, publicado en 1933. Sin embargo la
victoria del régimen de Franco iniciaría otra ruptura semejante, en opinión de Fontana, a
la que tuvo lugar entre 1814 y 1837. En el terreno de la historia social,
hubo que volver a partir de cero, construyendo el edificio sobre nuevos
fundamentos, puesto que en lo que el franquismo había conseguido pleno éxito fue
en cortar la relación de la nueva historiografía española con sus raíces de preguerra
9
.
10 El punto de vista que pienso exponer a continuación no cuestiona la idea de que el
franquismo representó una ruptura con la mejor tradición historiográfica española y un
enorme empobrecimiento científico y cultural. Tampoco pretende quitarle a la escuela de
Annales el protagonismo que indudablemente tuvo en la renovación de la historiografía
española. Sin embargo, para valoraren su justa medida uno y otro hecho y sus respectivas
consecuencias, es conveniente ahondar un poco más en el periodo anterior a 1936 y
averiguar si la historiografía española estaba experimentando o no, antes de esa fecha,
una renovación digna de tomarse en cuenta y en qué direcciones se producía. Mi opinión
es que en relativamente pocos años hubo una modificación sustancial de la situación
88
resultados, aunque fue un camino transitado en España durante varias décadas. Con él se
relaciona, por ejemplo, el libro de Rafael Altamira, Psicología del pueblo español, publicado
en 1901, del que hubo una segunda edición corregida en 1917 y precedida de un prólogo
muy ilustrativo12. La sociología, en cambio, fue un reto y al mismo tiempo un estímulo que
proporcionó resultados de enorme trascendencia con los que se inició en realidad la
«revolución» de la primera mitad del siglo XX contra los viejos paradigmas de la historia
tradicional. Las controversias académicas en Alemania (provocadas por las ideas de Karl
Lamprecht) y en Francia (que en este país llegaron incluso a modificar en parte la
concepción de la historia de los jefes de fila de la «escuela metódica», bien asentada en la
institución universitaria13), prepararon el terreno para que surgiera una forma nueva de
concebir la historia. En este último país la disputa con la sociología durkheimiana estuvo
inseparablemente unida a la aparición de la nueva historia que desde 1900 promoverá la
Revue de synthèse historique de Henri Berr. La «síntesis histórica» se convertirá, a partir de
entonces, en un programa científico para hacer de la historia una ciencia social frente al
intento de la sociología de satelizarla, un programa científico a la vez equidistante de la
vieja historia empirista y de la filosofía idealista de la historia. Más tarde la escuela de
Annales, como es bien sabido, tendrá en la «síntesis histórica» de Berr (y a través de ella
en la geografía humana de ámbito regional, contrapuesta al determinismo de la raza) y en
la sociología durkheimiana, sus dos fuentes principales de inspiración a la hora de
elaborar su propio proyecto de convertir a la historia en una verdadera «ciencia social».
14 Por ello, al centrar nuestra mirada en España, se puede inferir la renovación o no de
nuestra historiografía por aquellos mismos años (durante las tres primeras décadas de
nuestro siglo) de controversias similares a las que se dieron en Francia y Alemania.
¿Permanecieron ajenos los historiadores españoles, con la única excepción de Rafael
Altamira, a los desafíos y a los estímulos procedentes de las nuevas ciencias sociales?
Ciertamente no podía haber en nuestro país competencia entre saberes dentro de la
universidad, dado que en España la historia hasta 1900 careció de una mínima entidad
(reducida a una materia complementaria en la licenciatura de Derecho y a unas cuantas
asignaturas en una Facultad de segunda categoría como era la de Filosofía y Letras),
mientras que la sociología tenía menos importancia aún y la geografía ni siquiera se había
incorporado como disciplina autónoma. A pesar de ese pobre panorama, ¿se encontraban
nuestros historiadores aislados de los debates y de las propuestas que la irrupción de las
nuevas ciencias sociales provocaba fuera de España?
15 Gonzalo Pasamar ha mostrado recientemente14 que no hubo aislamiento en casos poco
conocidos hasta ahora como el de Manuel Sales y Ferré, el primer sociólogo universitario
español, catedrático de sociología de la Universidad Central desde 1899 y discípulo
predilecto de Fernando de los Ríos. Su papel a la hora de tender lazos entre la historia y la
sociología en España fue importante en aquella época y así lo reconoció y valoró
enormemente José Deleito y Piñuela, catedrático en la Universidad de Valencia, que se
consideraba discípulo de Sales y Ferré y al mismo tiempo de Rafael Altamira. José Deleito
y Piñuela hizo su doctorado en historia en la Universidad Central de Madrid en 1900 con
un tribunal del que formó parte Sales y Ferré. Seis años más tarde ganó la cátedra de
Historia Antigua y Media de la Universidad de Valencia, donde permaneció hasta su
depuración por el régimen de Franco al acabar la Guerra Civil. Sus lazos con Madrid no se
rompieron al llegar en 1906 a Valencia y entre 1909 y 1911 se incorporó al Seminario de
Historia Contemporánea del Centro de Estudios Históricos y comenzó una investigación
en archivos y bibliotecas dirigida por Rafael Altamira. En 1914 la Junta de Ampliación de
90
estuvo representada por la escuela de Lamprecht, poco a poco ganó terreno, incluso entre
los investigadores.
Mais le savant qui a fait le plus dans ce siècle pour la synthèse historique en
Espagne est M. RafaelAltamira, que je reconnais personnellement comme mon
maître20.
25 De Rafael Altamira, Deleito destaca que se formó en la enseñanza filosófica de un gran
pensador español, Giner de los Ríos, en la enseñanza histórico-jurídica de Joaquín Costa y
en la enseñanza propiamente histórica, que recibió en la Sorbona de Gabriel Monod. Su
obra Historia de España y de la civilización española es, en palabras de Deleito, el trabajo de
síntesis más extraordinario que se ha realizado hasta ese momento. La nueva dirección
indicada por Altamira ha sido seguida por la mayoría de los historiadores, nos dice Deleito
en 1930, entre los cuales nuestro autor destaca a Rafael Ballesteros Beretta y Pedro
Aguado Bleye (en el campo de la prehistoria, la figura que Deleito resalta es Pere Bosch
Gimpera, cabeza visible de una escuela de jóvenes prehistoriadores catalanes, «el más
distinguido de los cuales es Luis Pericot», también en aquellos años catedrático en la
Universidad de Valencia).
26 La tardía y débil implantación de la historia en las universidades españolas explica, qué
duda cabe, el eclecticismo de que hacen gala los historiadores más renovadores. La
«ciencia de la historia» que reclaman se contrapone al clásico trabajo erudito y detallista,
pero no es posible decantarse sólo por la «síntesis» cuando la investigación basada en
documentos está casi en sus inicios. A lo sumo se trata de poner énfasis en la necesidad de
no quedarse en el estudio monográfico particular y llegar a establecer con carácter
general «líneas» o «direcciones» fundamentales de la historia, capaces de explicarnos lo
que ha ocurrido. Eso es precisamente lo que Rafael Altamira propone en su conferencia
«Direcciones fundamentales de la Historia de España», pronunciada en la Universidad de
Valencia y publicada en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza en 1923 21, que repite y
anticipa ideas desarrolladas en las distintas ediciones de sus libros Historia de España y de la
civilización española, Historia de la civilización española y Manual de historia de España 22.
Semejante síntesis, tan alabada por Deleito, quedaba sin embargo significativamente
enmarcada en los viejos moldes de la historia nacional (la «historia-patria», como la
denomina Carolyn P. Boyd23). Se encontraba por tanto, en ese sentido, lejos todavía de la
«síntesis científica» (en el terreno de las ciencias humanas e incluso de las ciencias en
general) que defendía la nueva epistemología racionalista propugnada por Henri Berr,
recién salida de la crisis intelectual de principios de siglo.
27 Con todo, sabemos todavía muy poco acerca de cómo estaba evolucionando y
renovándose la historiografía española justo cuando hizo su aparición la revista Annales.
Por entonces no se hablaba (tampoco en España) de «escuela» alguna en torno a dicha
revista, ni mucho menos de que hubiera surgido una «nueva historia» de carácter
económico y social. Pero los primeros trabajos de Lucien Febvre y Marc Bloch eran
conocidos en nuestro país. Jaume Vicens Vives recordaba en 1951 que el libro de Febvre,
La tierra y la historia, ejerció sobre él una poderosa influencia a principios de los años
treinta,
cuando, recién salido de las aulas universitarias, emprendí la dolorosa cuesta de
aprender por mí mismo lo que allí no se me había enseñado 24.
28 El libro de Febvre acababa de aparecer en España traducido por Pericot, discípulo de
Bosch Gimpera. Pere Bosch Gimpera había sido director del Servei d’Investigacions
Arqueològiques de l’Institut d’Estudis Catalans creado en 1915 y el año siguiente ganó la
93
33 En otro orden de cosas, tampoco comparto el punto de vista de Olábarri según el cual la
trayectoria de nuestra historiografía se nos mostraría como una evolución lenta y gradual
sin rupturas, una vez en nuestro país por fin arraigó (en la primera mitad del siglo XX) la
historia concebida como ciencia al modo de la escuela alemana del siglo XIX. Según
Olábarri, la «práctica historiográfica alemana» (la erudición, el método crítico), directa o
vía Francia, se introdujo en España en aquellos años y esa práctica se siguió manteniendo
antes y después de la Guerra Civil, en la España de Franco y en el exilio republicano, hasta
los primeros años cincuenta y en muchos aspectos bastante más allá.
34 En mi opinión, por el contrario, hubo durante el primer tercio del siglo XX, como
acabamos de ver, mucho más en la historiografía española que simplemente la
introducción de la erudición y el método crítico de la escuela alemana. El diálogo con las
nuevas ciencias sociales, que tuvo también sus repercusiones en la historiografía
española, trajo consigo un rechazo de la historia identificada con la práctica tradicional
de la escuela alemana y la apertura a nuevas concepciones que rompieron con la historia
entendida como ciencia empírica a la manera del siglo XIX. Una de esas nuevas formas de
historia fue la idea de síntesis histórica promovida por Henri Berr y su revista.
35 La ruptura producida por la guerra y el triunfo de la dictadura de Franco, en relación con
la trayectoria que había seguido en el primer tercio del siglo XX la parte más renovadora
de nuestra historiografía, tuvo por ello consecuencias muy negativas. Me limitaré a hacer
sólo un par de menciones a la intensidad de esa ruptura en el interior de España, con el
enorme empobrecimiento científico y cultural que trajo consigo. La primera remite al
hecho bien conocido del exilio y lo que supuso para nuestra historiografía, como en
general para nuestra ciencia y nuestra cultura. No puedo dedicarle por desgracia a ese
aspecto la atención que merece, pero bastará con recordar que Rafael Altamira murió en
México en 1951, sin volver a España, y que Pere Bosch Gimpera se exilió en 1939 y,
después de pasar por Francia, Inglaterra, Estados Unidos y Guatelama, se estableció
finalmente también en México, donde fue profesor en la universidad hasta su muerte en
1974. En México precisamente se editaron por primera vez en castellano libros
fundamentales de Lucien Febvre y de Marc Bloch y se retomó el proyecto de publicación
de «L’évolution de l’humanité», cuyos primeros volúmenes habían aparecido antes de la
guerra en España.
36 La segunda mención nos lleva a otro asunto de consecuencias igualmente importantes. Es
cierto que algunos de los historiadores que estuvieron al corriente del cambio
epistemológico del primer tercio del xx se quedaron en España o volvieron pronto a ella,
pero al acabar la guerra los vencedores crearon un clima de tal dogmatismo ideológico y
propiciaron un aislamiento y una pobreza intelectual tan asfixiantes, que poco se pudo
hacer en España por seguir las ideas y las líneas de trabajo más renovadoras que se habían
gestado antes. Durante los años cuarenta, todo aquello que no formara parte de las
esencias de la tradición católica y de los ideales que animaban la «revolución nacional-
sindicalista» estuvo bajo sospecha. En un medio tan hostil se produjo la expulsión de
Vicens Vives de la universidad. El historiador catalán hubo de iniciar un duro camino que,
tras renuncias evidentes y alguna que otra concesión al nuevo régimen29, le condujo
finalmente a obtener el preciado estatus académico que le permitirá en 1950 defender sin
miedo las nuevas ideas historiográficas. Ese mismo ambiente hostil fue sentido
dramáticamente por intelectuales como Ortega, quien después de pretender recuperar su
prestigio anterior y su influencia, se encerró en un silencio tan repleto de angustias como
vacío de nuevos proyectos30. Hubo, en fin, quien puso todas sus esperanzas en pasar
95
coincidieron en ella Joan Regla (estrecho colaborador de Vicens), José María Jover (al que
sucedió, tras su marcha a Madrid en 1964, Emili Giralt, discípulo de Vicens Vives), Antonio
Ubieto (convertido en crítico de las ideas de Menéndez Pidal), Miquel Tarradell (discípulo
de Bosch Gimpera) y Julián San Valero (discípulo de Deleito). De ese ambiente renovador
de la Facultad de Filosofía y Letras de Valencia salió la Introducción a la historia de España de
Ubieto, Regla, Jover y Seco, la mejor síntesis de historia de España que hubo durante
mucho tiempo.
42 De qué modo se introdujo en España, en un pequeño círculo de historiadores, la
renovación inspirada en los Annales y cómo fue luego extendiéndose y expandiéndose por
diversas universidades durante los años sesenta y setenta, es algo que requeriría de
mucho más tiempo del que ahora dispongo. En el caso de Vicens y de sus discípulos
directos (la llamada «escuela de Barcelona») existe bibliografía para reconstruir con algo
de detalle ese proceso35. Vicens y sus colaboradores y discípulos (Regla, Nadal, Giralt,
Fontana y, estrechamente unido a ellos, Gonzalo Anes) introdujeron en España durante
los años cincuenta y sesenta la «historia económica y social» de los Anuales. Vicens lo hizo
aprovechando la revista Estudios de Historia Moderna (que por desgracia tuvo una vida muy
corta), creada un año después del famoso Congreso de París, y el Índice Histórico Español
que fundó en 1953. Muy especialmente la nueva orientación se hizo patente en la visión
de la historia de España y de Cataluña que Vicens Vives desarrolló en libros como
Aproximación a la historia de España (1952), Noticia de Cataluña (1954) e Industrials i polítics del
segle XIX (1958), así como en diversos artículos 36 (algunos recogidos en el libro Coyuntura
económica y reformismo burgués37 publicado en 1969 después de su muerte) y en obras
colectivas como la Historia social y económica de España y América, aparecida entre 1957 y
1959, y la Historia económica de España (1959), escrita en colaboración con Jordi Nadal 38.
43 La recepción de la nueva historia de Annales tuvo en España unos rasgos muy particulares.
Estuvo lejos de ser una mera imitación de las ideas de Bloch, Febvre o Braudel y se limitó
a incorporar una parte del caudal renovador de los padres fundadores de dicha escuela, al
tiempo que dejó fuera otros aspectos no menos importantes. Para empezar, lo que
realmente penetró en España en los años cincuenta y sesenta fue el tipo de historia
económica y social que en aquellos años impulsaban en Francia tanto Labrousse como
Braudel, una historia económica que cabía a su vez enmarcar en el contexto del interés
creciente que el estudio de las estructuras y las coyunturas económicas había despertado
en Europa y Estados Unidos a partir de la crisis de 1929 y en especial tras el final de la
segunda guerra mundial. Por otro lado, la influencia de la historia económica de
Labrousse-Braudel sobre Vicens fue en realidad muy relativa. Vicens la adaptó a las ideas
acerca de la historia que había ido adquiriendo, ensayando y modificando desde los años
treinta, de procedencia tan distinta como la historiografía vinculada al regionalismo y al
nacionalismo catalán, la contribución alemana al cambio producido en la historiografía
europea tras la emergencia de las nuevas ciencias sociales39 y la renovación procedente de
la síntesis histórica de Berr y de los fundadores de Annales en Francia en el sentido de una
«historia total» y no sólo económica.
44 La introducción de la historia económica y social en los años cincuenta y sesenta en
España, a la manera que entonces se identificaba con la escuela de Annales, fue impulsada,
además de por Vicens, por un reducido grupo de sus más directos colaboradores y
discípulos, que se encargaron de traducir al castellano y publicar en España obras
representativas de aquella corriente. Josep Fontana recordaba, en una entrevista que
mantuve recientemente con él40, que la primera traducción de una obra de un miembro
97
segunda corriente, algo en lo que tuvo mucho que ver, además del enorme impacto de la
obra de Pierre Vilar41, el interés que despertó el debate Dobb-Sweezy sobre «la transición
del feudalismo al capitalismo», entonces en pleno auge.
48 Hasta poco antes de la muerte de Franco, con pocas excepciones como la de Felipe Ruiz
Martín, la recepción de la «historia económica y social» de Annales tuvo como principales
protagonistas a un grupo de jóvenes historiadores del entorno de Vicens, la mayoría
comprometidos con ideologías políticas antifranquistas de izquierda y muy receptivos a la
influencia del materialismo histórico en el conjunto de las ciencias sociales, una
influencia que, por cierto, había empezado a manifestarse en España con bastante retraso
42
. El intento de la historiografía oficial de marginar a ese círculo de historiadores fue
poco a poco fracasando a partir de los años sesenta. Uno de los primeros éxitos
académicos de la nueva historiografía tuvo lugar en Valencia, al predominar sus
concepciones en la Facultad de Filosofía y Letras. Las recién creadas Facultades de
Económicas, por su parte, jugaron un papel de enorme trascendencia en todo el proceso.
En Barcelona Jaume Vicens Vives, admirador entonces de Braudel y amigo personal de
Vilar, se hizo cargo en 1954 de la asignatura de Historia Económica de España en la nueva
Facultad, creada ese mismo año por iniciativa del ministro Ruiz-Giménez. El primer
profesor universitario español que ocupó una cátedra por oposición de Historia
Económica fue Felipe Ruiz Martín, que se había formado en los años cincuenta con
Fernand Braudel en París, a instancias de Marcel Bataillon. Ruiz Martín fue catedrático
primero en Bilbao, desde 1961 a 1973, y después en Madrid43. Las siguientes cátedras las
obtendrán Voltes (Barcelona), Gonzalo Anes (Santiago de Compostela), Jordi Nadal
(Valencia) y Josep Fontana (Valencia, cuando Nadal se traslade a Barcelona), estos tres
últimos muy vinculados a Vicens y a Vilar44. Aunque hubo también otros historiadores de
la economía que recibieron en la década de los sesenta la influencia de Braudel 45, es
preciso esperar a los últimos años de la dictadura de Franco para que la «historia
económica y social» a la manera de Annales saliera del círculo de la «escuela de Vicens» y
llegara a interesar a quienes hasta entonces se habían movido en una historia de corte
muy tradicional. La primera manifestación importante de este cambio y del inicio de una
nueva etapa serán las Primeras Jornadas de Metodología Histórica celebradas en 1973 en
Santiago de Compostela a instancias, entre otros, de Antonio Eiras Roel.
49 La historiografía española tomó en los años cincuenta y sesenta de la escuela de Annales
ciertas concepciones y prácticas que, en resumen, podemos relacionar estrechamente con
la historia-problema; la historia concebida como ciencia social; la importancia de la
interacción hombre-medio y en consecuencia de la geografía humana; la necesidad de
mantener una perspectiva de «larga duración» y por ello de partir del análisis de las
estructuras sociales; la importancia del factor demográfico-económico en la explicación
de los hechos sociales; el papel fundamental de los conflictos de clase o de grupos en la
dinámica social; la importancia de las coyunturas económicas; la «regionalización» de los
estudios históricos; la introducción de nuevas fuentes y nuevos métodos, en especial
cuantitativos, procedentes de la demografía, la economía, la sociología, etc. En sentido
contrario, ignoró o puso mucho menos énfasis en cuestiones tales como el papel del
individuo en la historia; las psicologías colectivas; el mundo de las ideas y de las
representaciones; y los demás aspectos de la cultura material, no menos valorados en la
renovación historiográfica preconizada por Annales.
50 A ello se añade que cuando se produjo la recepción de Annales, España vivía una situación
política que la diferenciaba de la Europa democrática. Una dictadura fuerte y dispuesta a
99
BIBLIOGRAFÍA
Bibliografía
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103
NOTAS
1. J. M. JOVER ZAMORA, «El siglo XIX en la historiografía española contemporánea».
2. Periodo que trata en su contribución al libro de P. CIRUJANO MARÍN et alii, Historiografía y
nacionalismo español.
3. I. PEIRÓ MARTÍN, Los guardianes de la historia-, I. PEIRÓ MARTÍN y G. PASAMAR ALZURIA, La Escuela
Superior de Diplomática.
4. G. PASAMAR ALZURIA, Historiografía e ideología.
5. J. C ASANOVA, La historia social y los historiadores.
6. Ibid., p. 161.
7. En palabras de C. FORCADELL, «Sobre desiertos y secanos», es en 1950 cuando Vicens Vives
descubre la escueta de Annules, un año antes de la conferencia de Jover sobre Conciencia burguesa y
conciencia obrera en la España contemporánea, «una época en la que Carande paseaba su
marginación académica o Valdeavellano trabajaba desde la Historia del Derecho; pocas
excepciones para la ruptura de una tradición que habría que ir reconstruyendo lentamente».
Luego sin embargo, el «descubrimiento» de la historia social no habría sido exactamente un
camino por el desierto, por cuanto antes de la década de los ochenta hubo «benéficos riegos»,
bien canalizados «por el espectacular desarrollo de la historia económica en particular, por las
investigaciones y debates sobre la transición del antiguo régimen, por la aplicación que Artola
llevó a cabo de conceptos e instrumental procedentes de la sociología política, por los encuentros
de Pau, por obras que resisten el tiempo y la comparación y que, cuando fueron concebidas para
elaborar las mediaciones estructurantes más relevantes de un ámbito local o regional, fuera para
Andalucía (jornaleros y luchas agrarias), para Valencia (propiedad y relaciones señoriales), para
Galicia (pequeño campesinado y foros), para Cataluña, etc. conseguían establecer hitos de
importancia en lo que puede ser hoy perfectamente definido como historia social, aunque
estuvieran más exentas de propaganda que de análisis económico y del esfuerzo de relacionar
economía, sociedad y política sobre ámbitos limitados».
8. S. JULIÁ, «La historia social y la historiografía española» (p. 58).
9. J. FONTANA, «La historiografía española del siglo XIX». Recientemente se ha publicado el texto
de G. LINACERO, Mi primer libro de historia, de 1933, junto al Manual de historia de España del Instituto
de España, aparecido en 1939, en Enseñar historia con una guerra civil por medio, introducción de
Josep Fontana, Barcelona, 1999. En la evolución de la historiografía española Altamira representa
sin lugar a dudas un hito, como bien señala Fontana, de ahí que sea muy merecida la atención que
últimamente está recibiendo su persona y su obra. Véase, en especial, el libro colectivo
coordinado por A. ALBEROLA (ed.), Estudios sobre Rafael Altamira, el capítulo que le dedica C. P. BOYD
en «Historia Patria», y el artículo de B. PELLISTRANDI, «Escribir la historia de la nación española», así
como la reciente reedición de algunas de sus principales obras: Historia de la civilización española,
Psicología del pueblo español, La enseñanza de la historia.
10. Por ello ni tan siquiera aludo a otras influencias en la historiografía española del primer
tercio del siglo XX que contribuyeron igualmente a su renovación pero que quedan fuera de este
coloquio, dedicado a la historiografía francesa en el siglo XX y su recepción en España.
11. Véanse las contribuciones de Enrico CASTELLI GATTINARA y Bertrand MÜLLER en el libro colectivo
bajo la dirección de A. BIARD et alii, Henri Berr et la culture du XXe siècle.
12. Hay reedición reciente, Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, con introducción de Rafael Asín.
13. Ver A. PROST, «Seignobos revisité».
14. G. PASAMAR ALZURIA, «LOS historiadores españoles».
15. Archivo de la Universidad de Valencia, expediente académico de José Deleito.
104
acogerían las primicias de las investigaciones que estos jóvenes historiadores estaban
realizando».
46. En 1974 J. FONTANA publicó un artículo, «Ascenso y decadencia», originariamente en catalán y
publicado en el número 4 de la revista Recerques, traducido al castellano en el libro colectivo Hacia
una nueva historia, en el que contraponía el «modelo Braudel» a las concepciones de Bloch y
Febvre que habían renovado la ciencia histórica, anticipando críticas que luego recibirían en
Francia los herederos de Braudel.
RESÚMENES
Aunque en múltiples ocasiones se ha insistido en la escasez de la tradición historiográfica en
España achacando al franquismo y a su ideología conservadora gran parte de la responsabilidad,
conviene ahora valorar las primeras tentativas de renovación de la ciencia histórica desde
principios del siglo XX. La clave de esta renovación fue una relación más estrecha entre las
ciencias sociales y la historia, y también un acercamiento a los debates europeos, en especial al
contexto francés. La figura de Rafael Altamira se impone como hito y paso obligado para analizar
esta «historia nueva». También otros historiadores como Manuel Sales y Ferré, José Deleito y
Piñuela, Pere Bosch Gimpera, Luis Pericot colaboraron en esta renovación. Dentro de esta
corriente, no muy importante, es preciso situar la docencia y la obra de Jaume Vicens Vives y la
influencia de Lucien Fevbre, Marc Bloch y su revista. El progresivo despertar de una
historiografía científica en España fue el resultado de los esfuerzos aunados de varias
generaciones de historiadores maestros y discípulos que se transmitieron la antorcha de la
renovación
It has frequently been stated that Spain lacks a historiographic tradition, much of the blame for
which has been laid at the door of the Franco regime and its conservative ideology; however, now
is a good time to appraise the first attempts at a renewal of historical science in the early 20th
century. The key factors in this renewal were the narrowing gap between social sciences and
history, and also a growing awareness of European debates, especially in France. The key
historian in any analysis of the «new history» is undoubtedly Rafael Altamira. Other historians
who participated in this renewal included Manuel Sales y Ferré, José Deleito y Piñuela, Pere
Bosch Gimpera and Luis Pericot. Also relevant if less important are the teaching and writings of
107
Jaume Vicens Vives and the influence of Lucien Fevbre, Marc Bloch and his journal. The
progressive awakening of scientific historiography in Spain came about through the cumulative
efforts of historians, masters and disciples, who passed on the task of renewal from one
generation to the next
AUTOR
PEDRO RUIZ TORRES
Departamento de Historia Contemporánea - Universitat de València
108
Gérard Chastagnaret
1 Le titre est provocateur mais, à mon grand regret, je dois avouer qu’il n’est pas de moi. Il
m’a été proposé par Benoît Pellistrandi dans le but, je pense, non d’aguicher le chaland,
mais d’afficher, de la manière la plus expressive possible en ces temps de mondialisation,
un problème auquel sont sensibles tous ceux qui sont, comme nombre d’entre nous, à
cheval entre deux historiographies, espagnole et française : celui de l’audience en
Espagne de la production française en histoire économique. À ceux d’entre vous qui
seraient heurtés par le traitement du savoir comme d’une marchandise, le registre de la
mondialisation offre des ressources sémantiques plus sophistiquées, mais tout aussi
brutales sur le fond. On peut ainsi, au risque de surestimer les enjeux du savoir
historique, ranger les historiens parmi les « manipulateurs de symboles » qui, dans le
cadre de la division ternaire chère à Robert Reich, occupent les positions stratégiques
puisqu’ils participent à l’identification et à la résolution de problèmes1. Ce qui revient à
formuler la question suivante : la production française en histoire économique impose-t-
elle ses mots, ses méthodes ou force-t-elle l’attention par ses résultats ?
2 Quelle que soit sa forme, la question initiale soulève en fait de multiples difficultés. La
première concerne l’observateur, à qui le fait d’être partie prenante, même très
modestement, dans l’objet de la réflexion, devrait retirer l’essentiel de sa légitimité.
J’assume pleinement toutes les ambiguïtés de mon statut d’aujourd’hui. Je les aggraverai
même puisque, pour des raisons de compétence ou de moindre incompétence, je centrerai
mon propos sur l’histoire contemporaine avec, pour excuse majeure, le fait qu’elle
cristallise les problèmes avec une force particulière. Mon principal argument de défense
est que j’ai travaillé seulement de manière secondaire sur l’espace français et que la
présence des historiens français sur le terrain espagnol ne concerne pas vraiment notre
propos.
109
3 Sur le fond, le simple état des lieux constitue déjà un problème sérieux. Je lui consacrerai
la première partie de mon propos, sans méconnaître le caractère lacunaire et discutable
d’une entreprise qui appellerait beaucoup de nuances, notamment en fonction des sous-
disciplines. Je me hasarderai ensuite à quelques réflexions sur les facteurs qui peuvent
expliquer l’ampleur des évolutions et même sans doute des bouleversements intervenus
depuis une trentaine d’années. Ces observations me conduiront à proposer une nouvelle
formulation au débat. Pour rester dans le registre économique, le cadre de réflexion sous-
jacent à la question initiale se limite à l’analyse de l’offre, et dans un sens unilatéral. Ne
faut-il pas s’interroger aussi sur la demande et, finalement, sur la réciprocité des
relations scientifiques ?
13 La Revista de Historia Industrial n’est pas dans la même situation. Les comptes rendus et
articles reçus témoignent d’une attention privilégiée envers certains aspects de la
production française : les sources, les études sectorielles, l’industrialisation et le
patrimoine industriel. La spécialisation de la revue facilite sans doute la cohérence de la
démarche mais l’attention reste sélective. En particulier, l’absence d’une forme de
production mérite de retenir l’attention : celle des grandes synthèses d’histoire
industrielle qui ont fleuri en France ces dernières années. Seule celle de Denis Woronoff, l’
Histoire de l’industrie en France, parue en 1994, retient l’attention de la revue, de manière
d’ailleurs très positive. Rien n’est dit sur l’Histoire de la France industrielle, publiée en 1996
sous la direction de Maurice Lévy-Leboyer, ni sur L’échelle du monde de Patrick Verley 33. Ce
dernier exemple de silence de la revue catalane est d’autant plus significatif que l’auteur
est l’un des disciples les plus fidèles de Pierre Vilar, dont on sait le prestige parmi les
historiens catalans. Ce silence se retrouve d’ailleurs même lorsque les auteurs ont des
liens directs forts avec le milieu scientifique : l’ouvrage codirigé par A. Broder sur la
« longue stagnation » ne fait l’objet de recension ni à Madrid ni à Barcelone 34.
14 S’agit-il de rejets ou de choix éditoriaux ? Le décryptage des démarches n’est pas aisé à
conduire : d’une part toute revue ne peut qu’être sévèrement sélective à l’égard de la
production extérieure et, d’autre part, l’offre de lecture ne doit pas être confondue avec
la culture économique des historiens espagnols. Ainsi, Albert Carreras était parfaitement
à l’aise dans le maniement des travaux de Markovitch, Crouzet et Lévy-Leboyer dans un
article de 1984 paru dans la revue même qui ignore le plus l’historiographie économique
française35.
15 Cet exemple, dont chacun sait l’éminente qualité, ne doit pas servir d’alibi, mais il invite à
se défier des formulations simplistes des problèmes. Il est certain que l’analyse des deux
revues montre l’étroitesse de l’information scientifique et de l’offre de lecture sur
l’histoire économique française. Ce phénomène exprime et aggrave, de manière
cumulative, une perte d’audience.
16 Mais cette confirmation de l’hypothèse initiale s’accompagne aussi de la mise au jour de
modulations différentes à Madrid et Barcelone. La recherche des racines conduit donc à
s’interroger à la fois sur des facteurs généraux et sur des éléments de discrimination.
Les méthodes
Les problématiques
elle a certes produit des résultats forts, individuellement et collectivement, dans deux
domaines : la banque et un domaine qui déborde de la seule économie, celui des relations
financières internationales, la thèse d’Albert Broder venant en 1981 couronner un cycle
exceptionnel avec notamment les travaux de Poidevin (1969), Girault (1972) et Thobie
(1977)40.
22 Ces réussites, réelles mais déjà quelque peu datées, ne sauraient masquer les insuffisances
dans d’autres domaines. L’essentiel me paraît être que l’histoire économique française n’a
pas su pleinement participer à la relance des réflexions sur l’industrialisation. En dépit
des articles précurseurs de Maurice Lévy-Leboyer à la fin des années 196041 ou des
travaux de chercheurs d’une génération plus récente, comme ceux d’Alain Dewerpe sur la
proto-industrialisation italienne42, aucun nom français n’est venu s’imposer dans les
débats à côté de ceux de Crafts ou Maxine Berg. Ce sont P. O’Brien et C. Keyder qui, dans
un ouvrage paru en 1978, ont le plus fortement revalorisé la voie française vers
l’industrialisation43. Et les recherches d’Albert Carreras sur la croissance industrielle
n’ont pas trouvé d’équivalent du côté français : l’auteur a dû s’appuyer, au prix d’une
réélaboration, sur le travail, déjà quelque peu ancien, de François Crouzet.
Disqualifications spatiales
23 À ce décalage général est venu s’en ajouter un autre, qui concerne précisément l’un des
intérêts majeurs de l’historiographie espagnole d’aujourd’hui. La remise en cause, au
cours des années 1970, des conceptions dominantes sur l’industrialisation a libéré les
approches en termes de structures, de techniques et de secteurs d’activité. Les recherches
sur l’industrialisation en Méditerranée y ont trouvé un nouvel élan, en particulier grâce à
Jordi Nadal44. Pour diverses raisons, tenant à l’ancrage des modèles anciens mais aussi au
fonctionnement professionnel de la discipline et sans doute, plus profondément, à des
représentations différentielles du territoire national, l’histoire économique française a
tardé à s’insérer dans ce mouvement et n’en a peut-être pas encore tiré toutes les
conséquences.
24 L’industrialisation de la France méridionale est longtemps apparue comme seconde, sinon
marginale ou anecdotique, et la bibliographie régionale sur le sujet, en forte progression
depuis une décennie, a beaucoup tardé à retenir l’attention de l’ensemble des historiens
économistes. Les risques de méconnaissance ou de contresens inhérents à une telle cécité
n’ont pas toujours été évités, allant parfois jusqu’à donner lieu à des prolongements
singuliers, y compris hors de la sphère scientifique.
25 Un des exemples les plus significatifs de la difficulté de l’historiographie française à
porter une attention spécifique à la Méditerranée est sans doute celui de Patrick Verley
dans L’échelle du monde, précisément parce qu’il s’agit d’un historien d’une éminente
qualité intellectuelle. Dans cette synthèse, exceptionnelle par l’ampleur de la culture et la
profondeur de la réflexion, l’auteur perçoit parfaitement, à la suite de Gerschenkron,
l’existence de modalités d’industrialisation différentes de la « canonique voie
britannique »45, mais le problème du renouvellement des cadres de lecture de
l’industrialisation est posé avec beaucoup moins de netteté que dans la bibliographie
espagnole, dont l’ouvrage illustre, involontairement, combien elle est mal connue en
France46.
26 Il ne faut toutefois pas trop accabler les historiens français. Certains travaux ont joué un
rôle précurseur, comme la thèse d’Alain Dewerpe sur l’Italie du Nord – mais aurait-il été
114
prophète en son propre pays ? En France, en effet, les historiens participent d’un cadre
général de représentation beaucoup plus large. Un ministre de l’Industrie n’est-il pas allé,
au début des années 1990, jusqu’à essayer d’expliquer ce qu’était l’industrie à un public de
Marseillais, puisque, selon lui, leur ville ne l’avait jamais connue ? Les évolutions récentes
sont surtout très rapides. Les recherches progressent, notamment sur Marseille, en
relation étroite avec les travaux conduits à Barcelone ou Athènes47. En ce domaine,
l’histoire économique française ne saurait avoir la moindre prétention au leadership, mais
simplement à la reconnaissance de son activité. Et de manière au fond très logique, la
reconnaissance extérieure a précédé celle de la propre communauté nationale, qui est
néanmoins désormais acquise.
27 Archaïsmes du langage et des méthodes, difficultés à s’insérer dans les nouveaux enjeux
de l’historiographie, décalages freinant la participation française à la construction des
nouveaux objets de l’histoire, en particulier pour l’espace méditerranéen : ce constat
abrupt est propre à dédouaner nos collègues espagnols pour leur indifférence ou, au
mieux, leur intérêt très sélectif à l’égard de l’histoire économique française. Il soulève en
fait deux problèmes. Le premier, auquel chacun aura été sensible, est celui de son
caractère partiel et injuste, à l’égard de plusieurs ouvrages et domaines de recherche,
comme l’économie d’Ancien Régime, avec l’ouvrage de Grenier48, ou l’histoire rurale, avec
les travaux de Postel-Vinay sur le financement des investissements49, deux ouvrages
d’ailleurs présentés par la Revista de Historia Económica. Aussi regrettables soient-elles, ces
lacunes, dont la liste n’est pas exhaustive, ne modifient pas réellement le constat
d’ensemble, sauf si elles sont articulées avec la seconde question : si l’histoire économique
française paraît décevante, n’est-ce pas aussi parce que l’on ne sait pas percevoir l’intérêt
de plusieurs pans de ses apports, non seulement en termes de savoirs, mais aussi de
questionnements et de méthodes ?
premier temps : je ne perds pas de vue nos insuffisances, mais, pour moi, elles ne suffisent
pas à définir ce qu’est l’historiographie française.
Originalités françaises
32 La question se pose avec encore plus de force pour les domaines où les chercheurs
français ont fait émerger de nouveaux domaines ou proposé des cadres originaux. Ces
apports peuvent se situer à trois niveaux différents, intimement associés mais qu’il peut
être commode de distinguer pour l’exposition : les champs, les théories, les méthodes.
33 Les champs d’abord, avec un seul exemple. Dans un pays aussi marqué que l’Espagne,
depuis les Bourbons, par les modèles administratifs français, ne faudrait-il pas exploiter
réellement les pistes ouvertes par les recherches sur le haut personnel technique d’État,
celles de Philippe Minard sur les inspecteurs des manufactures53 et d’André Thépot sur les
ingénieurs du Corps des Mines54 ? Le risque de la méconnaissance est aussi celui du
contresens, avec par exemple la confusion possible, dans une comparaison mal maîtrisée,
entre des statuts différents d’ingénieurs.
34 Pour la théorie, je retiendrai volontairement deux exemples très différents. Le premier,
qui est d’ailleurs aussi innovation de méthode, puisqu’il y a eu traitement statistique
lourd et original de l’espace économique français du XIXe siècle, est le fait d’un historien,
Bernard Lepetit, sur le fonctionnement différentiel des espaces économiques55. À tort
116
peut-être, je n’ai pas connaissance que son entreprise ait suscité de profonds échos en
Espagne.
35 Le second exemple concerne la science économique, dans laquelle nos amis espagnols
sont tellement plus à l’aise que nous. L’une des nouveautés théoriques majeures des deux
dernières décennies est l’émergence, puis la construction de la théorie de la régulation, à
partir de la thèse de Michel Aglietta en 1974 (Accumulation et régulation du capitalisme en
longue période. Exemple des États-Unis [1870-1970], Paris I - Sorbonne) et des travaux de
Robert Boyer, auteur d’articles fondateurs, puis d’un ouvrage magistral56. La régulation
s’entend au sens de mode de reproduction des structures d’une société. Cette théorie dit
s’inscrire dans le fil de la démarche labroussienne en affirmant que chaque société
possède la conjoncture de ses structures, et elle s’intéresse à l’ensemble des relations qui
fonde une société en refusant la fiction d’un « homo economicus ».
36 Sans pouvoir affirmer qu’elle soit ignorée, je n’ai pas le sentiment que cette théorie soit
réellement connue en Espagne. L’ouvrage de synthèse publié en 199657 compte, parmi ses
quarante-six auteurs, trente-huit Français, deux Américains, deux Japonais, un Italien, un
Norvégien, un Marocain, un Mexicain, mais la Péninsule n’apparaît ni parmi les auteurs,
ni au nombre des centres d’intérêt, pourtant encore plus larges que l’origine des auteurs.
Je ne cherche nullement ici à défendre l’intérêt de cette théorie, qui peut être discutée, y
compris dans son substrat historique, mais la discrétion espagnole est d’autant plus
étonnante que l’école de la régulation met l’histoire au cœur de sa démarche et qu’elle
suscite un véritable engouement aux États-Unis. Lui manque-t-il un véritable label
américain ? Ou bien la réflexion sur les modes de régulation successifs du capitalisme
depuis le XIXe siècle heurte-t-elle des sensibilités néolibérales ? À moins, plus
simplement, que les tenants d’une histoire économique « dure » ne rejettent une théorie
qui veut s’ancrer dans le mouvement des sociétés ?
37 On touche là le dernier point, celui des méthodes. Et si la faiblesse majeure de l’histoire
économique française, son manque d’ancrage dans la science économique, ses concepts et
ses méthodes, était aussi l’une de ses originalités positives, voire l’un de ses points forts ?
En d’autres termes, les lacunes du côté de l’économie ne trouvent-elles pas une
contrepartie dans les liens avec les sciences sociales ? La question se pose avec d’autant
plus de force que les économistes français eux-mêmes trouvent de plus en plus de vertus
à leurs propres historiens, dont ils commencent à assumer l’intérêt pour les perspectives
de longue durée et pour l’intégration d’une dimension anthropologique et politique à
l’analyse économique : je pense aussi bien aux travaux de Pierre-Cyrille Hautcœur sur les
assurances qu’à ceux du GDR du CNRS sur les économies méditerranéennes, autour de
Bertrand Bellon et Henri Regnault. Les historiens économistes espagnols me semblent,
pour l’heure, moins sensibles à l’ouverture pluridisciplinaire que certaines autres
catégories de chercheurs : ceux d’histoire sociale, sortis de leur long enfermement dans
une histoire militante, et même les géographes : plusieurs, dans le cadre d’une approche
traditionnelle des sociétés dans la durée, savent parfaitement intégrer les sciences
sociales, notamment pour la démographie, et utilisent largement une bibliographie
française abondante et de qualité pour l’étude des migrations.
38 L’expérience déjà ancienne que j’ai de la fréquentation du milieu des historiens
économistes espagnols m’a montré que, en dépit de son dynamisme, il n’était pas épargné
par l’épuisement de certaines problématiques – le congrès de la Asociación Española de
Historia Económica tenu à Saint-Sébastien en 1993 en avait été pour moi l’illustration – et
que certaines approches souffrent d’un trop grand cloisonnement disciplinaire à l’égard
117
des autres sciences sociales. L’économie seule est une voie réductrice pour traiter du
« capital humain », et toute la réflexion espagnole sur le travail gagnerait à connaître un
ouvrage aussi riche et ouvert dans ses approches que celui d’Aimée Mouttet sur
l’organisation du travail dans l’industrie française de l’entre-deux-guerres58.
39 On pourrait multiplier les exemples de fécondité du croisement des sciences sociales.
Ainsi les théories de la décision sont loin d’épuiser les voies réelles et les enjeux de la
décision économique. Dans ces conditions, en dépit de ses faiblesses, la France peut offrir
les voies d’une relance ou d’un approfondissement, à deux titres différents : par ses
propres travaux, y compris les plus atypiques, ou par ses méthodes d’emprunt aux autres
sciences sociales. Cet éloge de l’hétérodoxie n’a rien de paradoxal : chacun sait que les
avancées scientifiques se font aux marges des disciplines ou par des croisements
disciplinaires. Au fond, en dépit de ses faiblesses, l’exemple français est une invitation
positive à se défier des puretés disciplinaires : il n’est de science forte que de science
métissée.
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NOTES
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2. La Revista de Historia Económica (citée RHE) est publiée à Madrid, d’abord dans le cadre du
Centro de Estudios Constitucionales, puis, à partir de 1992, par l’université Carlos III. Depuis 1995,
elle est éditée par la Fundación Empresa Pública.
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CARRIÓN, RHE, 15(3), 1997, pp. 662-666.
17. Jean-Yves GRENIER, L’économie de l’Ancien Régime. Un monde de l’échange et de l’incertitude, Paris,
Albin Michel, 1996. Compte rendu par María Teresa PÉREZ PICAZO, RUE. 16(2), 1998, pp. 581-584.
18. Jacques BOTTIN et Nicole PELLEGRIN (éd.), Échanges et cultures textiles dans l’Europe préindustrielle.
Actes du colloque (Rouen, 17-19 mai 1993), numéro hors série de la Revue du Nord, [Lille], 1996. Compte
rendu par Hilario CASADO ALONSO, RHE, 16(2), 1998, pp. 585-587.
19. Gilles POSTEL-VINAY, La terre et l’argent. L’agriculture et le crédit en France du XVIII e au début du XXe
siècle, Paris, Albin Michel, 1998. Compte rendu par Juan CARMONA PIDAL, RHE, 16(3), 1998, pp.
824-827.
20. François ROBERT, Les archives d’entreprises en Rhône-Alpes. Guide documentaire, t. I : Les services
d’archives publics, Lyon, Maison Rhône-Alpes des Sciences de l’Homme, 1993. Compte rendu par
Jordi NADAL, RHI, 4, 1993, pp. 199-200.
21. Maurice HAMON et Dominique PERRIN, Au cœur du XVIII e siècle industriel. Condition ouvrière et
tradition villageoise à Saint-Gobain, Paris, Éditions PAU, 1993. Compte rendu par Josep M. DELGADO
RIBAS, RHI, 7, 1995, pp. 224-225.
22. Denis WORONOFF, Histoire de l’industrie en France du XVI e siècle à nos jours, Paris, Seuil, 1994.
Compte rendu parjordi NADAL, RHI, 8, 1995, pp. 211-213.
23. Louis BERGERON et Gracia DOREL FERRÉ, Le patrimoine industriel, un nouveau territoire, Paris,
Éditions Liris, 1996. Compte rendu par Juan HELGUERA QUIJADA, RHI, 10, 1996, pp. 235-238.
24. Louis ANDRÉ, Machines à papier. Innovation et transformations de l’industrie papetière en France
(1798-1960), Paris, École des Hautes Études en Sciences Sociales, 1996. Compte rendu (joint à celui
de Gary BRYAN MAGEE, Productivity and Performance in the Paper Industry. Labour, Capital and
Technology in Britain and America [1860-1914], Cambridge, Cambridge University Press, 1997) par
Miquel GUTIÉRREZ I POCH, RHI, II, 1997, pp. 247-250.
25. Catherine OMNÈS, Ouvrières parisiennes. Marchés du travail et trajectoires professionnelles au XX e
siècle, Paris, École des Hautes Études en Sciences Sociales, 1997. Compte rendu par Carmen
SARASÚA GARCÍA, RHI, 12, 1997, pp. 265-269.
26. G. CHASTAGNARET, « Marsella en la economía internacional del plomo ».
27. O. RAVEUX, « El papel de los técnicos ingleses ».
28. É. TEYSSIER, « La introducción de los merinos en Francia ».
29. G. DOREL FERRÉ, « Arqueología industrial, pasado y presente ».
122
RÉSUMÉS
La production française en histoire économique impose-t-elle ses mots, ses méthodes ou force-t-
elle l’attention par ses résultats ? À cette question, G. Chastagnaret apporte des éléments de
réponse en se fondant sur l’observation de la réception de l’historiographie économique
française en Espagne. Partant du constat de sa marginalisation progressive, il montre comment la
différence de formation des historiens économistes de part et d’autre des Pyrénées aboutit à des
incompréhensions qui se prolongent par des méthodes et des problématiques distinctes, mais
aussi à cause de centres d’intérêts parfois divergents. Pourtant, tout indique, dans le
123
renouvellement des enquêtes et des recherches, le bénéfice que les deux communautés
scientifiques auraient à retirer d’une meilleure connaissance réciproque
Is French economic history successful because it exports its concepts and methods or because of
its past achievements? Gérard Chastagnaret proposes some answers to this question based on
observation of how French economic historiography is received in Spain. Taking as given that
the influence of this historiography is gradually waning, Chastagnaret shows how the difference
in the training of economic historians in Spain and France produces areas of misunderstanding
in the form of differing methods and identification of problems, and also divergent points of
interest. Nonetheless, it is to be hoped that with the renewal of investigations and surveys the
two communities will achieve more synergies through improved mutual acquaintance
¿Destaca la producción francesa en historia económica poique exporta sus conceptos y sus
métodos, o se impone por los resultados que ha conseguido? A esta pregunta, Gérard
Chastagnaret propone elementos de respuesta basándose en la observación de la recepción de la
historiografía económica francesa en España. Partiendo del hecho que dicha historiografía pierde
poco a poco su influencia, Chastagnaret muestra cómo la diferencia de formación de los
historiadores de la economía en España y en Francia genera una serie de malentendidos que se
manifiestan en métodos y problemáticas distintas, o se plasman también en puntos de interés
divergentes. A pesar de todo, es de esperar que, gracias a la renovación de las investigaciones y
encuestas, las dos comunidades científicas podrán sacar el mayor provecho conociéndose mejor
AUTEUR
GÉRARD CHASTAGNARET
Université de Provence
124
Marc Lazar
sans dénigrer les uns ou encenser les autres, sans traquer les rivalités de pouvoir ou
d’institution qui sont, parfois, étroitement imbriquées dans les postures de recherche.
3 Car l’histoire politique du temps présent constitue, moins encore qu’une autre, du fait de
ses objets, de son caractère très contemporain et des effets qu’elle peut provoquer dans
les débats publics, un domaine complètement apaisé et neutre de la recherche
universitaire. En outre, sa situation présente un aspect paradoxal : l’intérêt croissant pour
l’objet politique rompt avec une longue atonie, mais il se décline en diverses sensibilités
qui ne partagent pas les mêmes présupposés et méthodes. En d’autres termes, l’histoire
politique française connaît à la fois un développement incontestable et une réelle
fragmentation. Toutefois, le panorama actuel de l’histoire politique française me semble
davantage caractérisé par l’existence de nébuleuses que par une structuration en écoles
bien organisées : à mon avis, la fluidité et l’ouverture continuent de l’emporter sur
l’ossification et la fermeture, même si, dorénavant, se fait jour un certain penchant à
l’affrontement qui, si l’avenir devait le confirmer, provoquerait la consolidation des
antagonismes. La tendance à rigidifier les courants provient de certains chercheurs ou
groupes de chercheurs qui non seulement s’efforcent d’expliciter leurs orientations, ce
qui est naturel et même souhaitable, mais encore se définissent par opposition à d’autres
sensibilités qu’ils appréhendent comme des ensembles cohérents et rationalisés et à qui
ils prêtent des visées hégémoniques.
4 Or, le plus frappant est l’exact opposé. L’examen attentif de la production historique
amène à constater qu’hormis quelques recherches qui aiment à se situer clairement, la
plupart des autres oscillent continûment d’un pôle à l’autre, voire n’hésitent pas
revendiquer la pratique d’un bricolage, assez typique des historiens français, qui
emprunte aux uns et aux autres. Dans un pareil contexte, l’observation de cette histoire
politique suppose doigté et prudence, sous peine, à son tour, de contribuer à figer ce qui
dans la réalité ne l’est pas encore. Il s’agit donc de montrer ce qui unit et divise les
diverses sensibilités historiographiques en leur sein et entre elles, sans consolider à
l’excès leurs postulats et leurs désaccords.
5 À cet égard, une ultime remarque s’impose : étant moi-même impliqué dans l’histoire
politique par mes propres recherches, et, ajouterai-je à l’attention de ceux qui pratiquent
l’histoire et la sociologie de l’histoire et des historiens, appartenant à une institution qui
joue en ces domaines un rôle important, mais nullement exclusif et encore moins
dominant, j’ai essayé, à une exception près, de m’abstraire de ma propre production, de
mes propres idées et de ma propre situation pour établir une présentation la plus
distanciée possible. Je laisse aux lecteurs le soin de décider si, au bout du compte, cet
objectif leur paraît atteint.
Détrôner l’histoire politique, ce fut l’objectif numéro un des Annales et cela reste un
souci de premier rang de l’histoire nouvelle, même si [...] une nouvelle histoire
politique, ou plutôt une histoire d’une conception nouvelle du politique, doit
prendre sa place dans le domaine de l’« histoire nouvelle 10 ».
9 De la sorte, Jacques Le Goff confirmait la position de recherche de son mouvement tout en
la modifiant quelque peu ; en effet, dans la même contribution, il précisait :
La phobie de l’histoire politique n’est plus un article de foi, car la notion de
politique a évolué et les problématiques du pouvoir se sont imposées à l’histoire
nouvelle11.
10 En dépit de ces infléchissements qui concernaient avant tout l’histoire médiévale et
moderne12, Jacques Le Goff ne cachait pas une réticence fondamentale à l’égard de
l’histoire politique, qui
même de bonne volonté, [...] reste la plus fragile des histoires, la plus sujette à
succomber aux vieux démons13.
11 En vérité, les apports fondamentaux des Annales sont autres : en particulier, l’exploration
de l’économie, du culturel, des mentalités, des pratiques sociales, l’extension presque sans
limites des objets de l’investigation historique, le recours à des méthodologies novatrices
parfois empruntées à d’autres disciplines (la géographie, la sociologie, la démographie,
l’ethnologie, l’anthropologie, etc.), le souci constant de la longue durée. La liste n’est pas
close et signale la richesse de ce courant qui, sur le fond, n’accordait à la politique qu’une
position marginale. En outre, plus le mouvement des Annales montait en puissance, plus il
imposait ses problématiques et ses préoccupations. L’effet de mode qui s’ensuivit dans les
médias amplifia son rayonnement. De ce fait, les études historiques sur la politique
semblaient quelque peu en perte de vitesse.
12 Quoi qu’il en soit de ces diverses raisons, le constat s’impose. Il y eut donc, jusqu’aux
années 1960-1970, un étonnant paradoxe : pays politique par excellence, saisi en outre par
de nouvelles et fortes fièvres politiques, la France souffrait d’un déficit académique pour
la politique. Comme on le sait, cette situation s’est inversée. Aujourd’hui, une nouvelle
configuration de l’histoire politique s’ébauche. Une configuration, au sens de Norbert
Elias, soit
un équilibre fluctuant des tensions, un mouvement pendulaire d’équilibre des
forces, qui incline tantôt d’un côté, tantôt de l’autre14.
13 Quatre mouvances en sont partie prenante. Mais je tiens à répéter qu’il s’agit là de
regroupements tout à fait contestables où les classifications tendent à homogénéiser ce
qui est souvent divers et particulier. En outre, ces regroupements résultent parfois de
conceptualisations élaborées par certains historiens, alors que la majorité des chercheurs
n’éprouvent pas la nécessité de théoriser leurs recherches empiriques, au demeurant
extrêmement convergentes. Enfin, les noms qui apparaîtront ne sont mentionnés qu’à
titre indicatif. Ils servent, en quelque sorte, de balises qui signalent autant de chenaux
dans une mer légèrement agitée.
14 1. – L’histoire politique, organisée autour de René Rémond, composée de différentes strates
et générations de chercheurs et qui, en plusieurs occasions, par divers de ses adeptes, a
réfléchi sur ses activités et présenté l’état de ses travaux dans des ouvrages et des articles
15
.
15 2. – La galaxie historique, rassemblée autour de François Furet et composée, entre autres,
de Mona Ozouf, Claude Lefort, Marcel Gauchet ou Pierre Rosanvallon. Ces personnalités
très différentes ont ouvert de multiples chantiers de recherches, chacune avec ses
128
propres spécificités mais en partageant néanmoins une volonté commune de réaliser une
histoire problème (François Furet) ou une histoire conceptuelle (Pierre Rosanvallon) sur
lesquelles j’aurai l’occasion de revenir. Certains d’entre eux ont voulu expliciter leurs
démarches, notamment François Furet et Pierre Rosanvallon16. On pourrait y associer
Pierre Nora, bien que ce rapprochement soit contestable tant son entreprise
historiographique et éditoriale dispose de sa propre autonomie et est marquée du sceau
personnel de son maître d’œuvre. Néanmoins, Pierre Nora me semble ériger la politique
en lieu central de ses lieux de mémoire en ce que, selon lui, elle fait nation et qu’elle
participe par conséquent de la rédaction d’un roman national dont les dernières pages
s’écriraient aujourd’hui sous nos yeux. D’autres chercheurs, venus d’autres horizons,
pourraient aussi se reconnaître dans cette démarche, même s’ils peuvent, à l’occasion,
exprimer quelques désaccords avec le contenu des travaux de François Furet et de ses
amis. Ainsi, par exemple, Marc Sadoun ou Dominique Colas, professeurs de science
politique, ne dissocient pas la théorie politique de l’histoire.
16 3. – L’histoire sociologisée de la politique, elle-même répartie en trois ensembles. Le premier
est constitué par l’histoire sociale de la politique écrite par de nombreux historiens qui
n’éprouvent guère le besoin de systématiser leurs approches. Ils s’efforcent d’associer les
études politiques avec celles de la société, en soulignant les relations qui s’établissent
entre ces deux sphères. Un bon exemple en est fourni par la grande quantité de travaux
consacrés aux implantations des partis politiques dans tel ou tel département ou aux
relations existant entre la stratégie d’une organisation politique et ses composantes
sociologiques17. Relèvent, me semble-t-il, également de cette démarche les recherches qui
s’intéressent prioritairement à un groupe social ou à un territoire géopolitique mais
débouchent sur une étude de la politique18. Le deuxième ensemble est formé par ceux qui,
à l’instar de Gérard Noiriel, se lancent dans des tentatives assez ambitieuses de
construction théorique et programmatique. Noiriel, après avoir plaidé pour une histoire
sociale du politique, en est venu, avec des sociologues et des politistes, notamment Michel
Offerlé, à proposer une socio-histoire du politique. Tout en se défendant d’obéir à une
stratégie concertée, ses adeptes ont créé une association qui fit long feu et ils disposent
désormais d’une collection chez la maison d’édition Belin. La sociohistoire du politique
critique l’histoire de la politique de René Rémond, on aura l’occasion d’en reparler, en lui
reprochant notamment de trop accorder d’importance à l’expertise, et elle reproche à
l’histoire conceptuelle du politique de faire une part trop belle à la philosophie. Désireuse
de se démarquer d’une histoire sociale de la politique, trop « fourre-tout » à son goût, la
socio-histoire se définit comme « le courant de recherche qui s’appuie de façon
privilégiée sur la sociologie », sachant, comme on le verra, que le terme générique de
sociologie se réfère ici, en fait, à une branche bien précise de cette discipline 19. Dans
d’autres domaines de l’histoire, ces propositions sont assez proches de celles d’un Roger
Charrier et d’un Michel Vovelle, qui s’intéressent aux rapports entre les structures, les
hommes, les mentalités – ou plutôt les représentations –, la culture et le politique. Enfin,
il existe la sociologie historique du politique, promue par une autre sensibilité de la
science et de la sociologie politique qui se réfère aux travaux classiques de la sociologie
historique comparée, notamment anglo-saxonne (avec, comme figures de proue, Perry
Anderson, Barrington Moore, Charles Tilly, Theda Skokpol, etc.), mais souhaite les
dépasser en combinant la construction de problématiques sociologiques et le recours à
une démarche historique qui passe par l’accès aux archives. Ce faisant, ce courant
entreprend une double rupture : avec la sociologie, en mettant l’étude du politique au
cœur de sa démarche et avec la science politique modélisatrice, pour y incorporer
129
l’histoire et les pratiques de l’histoire, ce qui ne manque pas d’alimenter des controverses
à l’intérieur de cette dernière discipline20. Cette sensibilité – qu’incarnent en France,
entre autres, et chacun avec ses marques, Bertrand Badie, Pierre Birnbaum ou Guy
Hermet –, dispose désormais d’un manuel de référence21.
17 4. – Reste l’histoire de type anthropologique, dans laquelle j’aurais tendance à classer Maurice
Agulhon et ses proches. Proche de l’histoire sociale puisqu’elle se penche sur la sociabilité
et les pratiques sociales de la politique, elle s’en démarque par l’importance qu’elle
accorde à la symbolique politique. Il en découle une approche particulière du politique
qui se concentre sur les mentalités collectives et entend délibérément se distinguer de
celle proposée par l’histoire des idées et des opinions, des politiques théorisées et
organisées, qui « n’explique pas la totalité des comportements22 ». Les conséquences en
sont notables. Pour Maurice Agulhon,
Un pouvoir politique [...] n’est pas seulement composé d’hommes qui instaurent et
manœuvrent certaines institutions et qui se réclament de certaines idées et
procèdent à certaines actions. Il vise à se faire reconnaître, identifier et, si possible,
favorablement apprécier grâce à tout un système signes et d’emblèmes, dont les
principaux sont ceux qui frappent la vue23.
18 Cette définition, qui rompt en partie avec les définitions wébériennes du pouvoir et de la
domination politique, converge fortement avec celle d’un anthropologue comme Georges
Balandier, qui écrit :
Le pouvoir établi sur la seule force, ou sur la violence non domestiquée, aurait une
existence constamment menacée ; le pouvoir exposé sous le seul éclairage de la
raison avait peu de crédibilité. Il ne parvient à se maintenir ni par la domination
brutale ni par la justification rationnelle. Il ne se fait et ne se conserve que par la
transposition, par la production d’images, par la manipulation de symboles et leur
organisation dans un cadre cérémoniel24.
19 Encore une fois, remarquons que tous ces courants forment des sensibilités plus que des
écoles et ont, évidemment, un point commun : un intérêt fondamental pour l’objet
politique. Mais ce qui m’intéresse, c’est de montrer les convergences qui s’opèrent entre
ces sensibilités, les divergences qui se manifestent et les enjeux des confrontations qui se
nouent.
22 Mais ce point d’accord qui unit les deux sensibilités et les oppose aux autres, qui le
contestent vigoureusement, s’avère circonscrit. En effet, les courants de René Rémond et
de François Furet (par commodité de langage on les désignera parfois du nom de leurs
représentants les plus éminents) divergent à propos de la définition du concept de
politique, même si dans la pratique ils aboutissent à des conclusions parfois fort proches.
Pour simplifier et mettre en valeur les différences, on dira que René Rémond et ses
proches insistent davantage sur la politique. Prise dans une acception large, celle-ci
intègre
le pouvoir suprême, celui qui s’exerce dans une société globale, à l’intérieur d’un
territoire défini par des frontières, disposant du pouvoir de coercition, définissant
la règle avec la loi et sanctionnant les infractions[...]. Mais il y a aussi la conquête et
la contestation de ce pouvoir, et la relation de l’individu à la société globale
politique – d’où l’étude des comportements, des choix, des convictions, des
souvenirs, de la mémoire, de la culture26.
23 Cette conception de la politique est assez proche de ce que la science politique qualifiait,
il y a encore peu, d’étude de la vie politique, tout en lui donnant une grande profondeur
de champ, en particulier par le souci d’y intégrer la culture. Comme le note René Rémond,
reprenant à son compte une formule de Nicolas Rousellier,
Je me suis intéressé aux faits politiques « comme expression des faits culturels » 27.
24 En revanche, François Furet, Claude Lefort et leurs proches pensent le politique en tant
que concept philosophique selon lequel la société se pense et s’auto-institue. Pour ces
derniers, l’histoire se fonde sur une réflexion empruntée pour une large part à la
philosophie politique qui nourrit le questionnement et oriente la recherche empirique :
autrement dit, la théorie, en tant que telle, y occupe une place centrale, ce que les
premiers (davantage d’ailleurs chez Serge Berstein et Jean-François Sirinelli que chez
René Rémond) refusent explicitement, au nom d’une histoire avant tout empirique28. Cela
explique, par exemple, que ces deux sensibilités historiques donnent des contenus
différents aux notions de cultures et de représentations. Chez Serge Berstein et Jean-
François Sirinelli qui les étudient depuis quelques années, ouvrant ainsi un nouveau
terrain de recherche que René Rémond avait seulement signalé29, les cultures politiques
obéissent à une définition extensive : elles comprennent les idées, les valeurs, les normes,
les sensibilités et les représentations, entendues ici comme quelque chose proche des
mentalités, soit la façon dont des groupes et des individus se représentent le monde (ce
qui montre, au passage, l’influence que les travaux de Maurice Agulhon exercent sur eux,
notamment sur Jean-François Sirinelli). Par conséquent, ces cultures peuvent être saisies
au niveau d’un pays comme à l’intérieur de ce même pays par familles politiques. Il existe
alors une culture de droite et une culture de gauche, comme il existe une culture
républicaine, gaulliste, libérale, socialiste, communiste, anarchiste ou démocrate-
chrétienne30... À l’inverse, chez Pierre Rosanvallon – je mentionne cet auteur parce que
c’est lui qui a proposé une réflexion d’ensemble sur ces problématiques –, c’est le concept,
notamment philosophique, qui construit des systèmes de représentations et de cultures
politiques :
L’objet de l’histoire conceptuelle du politique est de comprendre la formation et
l’évolution de rationalités politiques, c’est-à-dire des systèmes de représentation qui
commandent la façon dont une époque, un pays ou des groupes sociaux conduisent
leur action et envisagent leur avenir31.
25 Les autres sensibilités (histoire sociale de la politique, socio-histoire du politique,
sociologie historique du politique, anthropologie historique du politique) se gardent bien
131
de donner une définition claire de la politique. Et pour cause. Dans leur optique, la
politique se dilate de manière démesurée puisque, précisément, ces historiographies
mettent en exergue l’interaction permanente qui existe entre les domaines du politique,
du social, voire du culturel. On pourrait dire, d’une formule synthétique, que pour les
chercheurs qui combinent histoire et sociologie, les faits politiques déterminent les faits
sociaux tout comme les faits sociaux modèlent les faits politiques ou ont des effets
politiques, quand bien même ceux-ci s’exercent selon des modalités qui ne sont pas
officiellement répertoriées comme étant politiques. Pour sa part, Maurice Agulhon
s’intéresse aux relations qui s’établissent entre la politique et les mentalités collectives,
afin de repérer les différences de conception et de perception de la politique selon les
groupes sociaux : sa célèbre formule – « Le politique vu du côté de sa réception, c’est
notre problème » – résume parfaitement l’une de ses préoccupations essentielles32. Cela
contribue à rendre compte, par exemple, de ses recherches et de celles de ses disciples sur
la symbolique et les processus de politisation. Mais, ce faisant, l’autonomie du et de la
politique s’en trouve singulièrement remise en cause.
combiner le social, le culturel et le politique selon que les historiens se réfèrent ou non à
telle ou telle discipline ou, encore, qu’ils choisissent telle ou telle école au sein d’une
autre discipline.
30 Deuxième remarque : la convergence entre historiens sur la nécessité d’un dialogue avec
les sciences sociales repose sur un compromis épistémologique – implicite ou explicite,
selon les auteurs – assez largement accepté. Il consiste à renoncer à l’unification –
illusoire – des sciences humaines et sociales, et à rechercher plutôt une intégration. Cela
suppose d’accepter l’idée qu’aucune science sociale ne peut se suffire à elle seule et,
parallèlement, que l’articulation entre disciplines relève elle-même d’une histoire qui
n’est pas fixée une fois pour toutes mais peut évoluer. Enfin, il ne s’agit pas d’imposer
l’hégémonie d’une discipline sur les autres mais de pratiquer des synergies en respectant
les différences de « savoir-faire », ainsi que le précise Jean-Claude Passeron34. Néanmoins
ces ambitions programmatiques butent sur certains obstacles.
31 Notamment sur la question de l’articulation entre social et politique. Ainsi, pour le dire
rapidement, l’histoire sociale de la politique, la socio-histoire, la sociologie historique du
politique et l’anthropologie historique veulent élargir la définition et donc les
investigations du politique : elles affichent leur souci constant de repérer les interactions
en œuvre entre idées, institutions, organisations et comportements politiques, groupes
sociaux et représentations culturelles. Leur démarche évoque irrésistiblement le bilan des
recherches des anthropologues politistes que dressait Georges Balandier, il y a près d’un
quart de siècle :
Ils ont aussi révélé certains des détours que la politique emprunte dans ses
cheminements ; elle est présente dans les sociétés les plus démunies, comme elle
reste agissante dans les situations les plus défavorables à sa manifestation 35.
32 En fait, les désaccords surgissent sur l’agencement des influences réciproques entre ces
instances. Ainsi, la déclaration d’intention d’Yves Déloye ne peut que susciter
l’approbation générale :
Faire une histoire sociale du politique capable d’établir les logiques sociales à
l’œuvre dans la vie politique, mais aussi une histoire politique du social apte à
identifier l’empreinte du politique sur le social36.
33 Cependant, il serait périlleux d’appréhender le politique comme l’expression quasi
mécanique du social. Or l’inclination est récurrente en France, aussi bien chez les
sociologues – du fait de l’empreinte durkheimienne et de la constitution de la sociologie
comme science des faits sociaux ayant eu tendance à se désintéresser de l’étude des
phénomènes politiques –, que chez les historiens marqués par l’école des Annales (du
moins d’un certain courant au sein de cette école) ou par le marxisme, et pour lesquels les
structures économiques saisies dans la longue durée modèlent le social qui, à son tour,
détermine le reste. Tout au contraire, le social « brut de décoffrage » n’existe pas : il est
lui-même le produit d’une construction historique, de l’action concertée et réfléchie des
acteurs au terme d’un processus culturel et politique qu’il s’agit de reconstituer. Ainsi est-
il nécessaire de méditer les fortes remarques de Marcel Gauchet, pour qui l’histoire
politique englobe l’histoire sociale – car « ce qui assure la cohérence globale des sociétés,
c’est l’élément politique » – et qui propose « de réintégrer la part réfléchie de la conduite
des acteurs, les idées qu’ils s’en forment, les traductions qu’ils essaient de s’en procurer 37 ».
Il y a là matière d’un débat déjà engagé et qui sera, sans conteste, appelé à se développer
dans les années à venir. J’ajouterai ici ma seule note plus personnelle. En effet, mes
travaux sur le communisme m’ont amené à considérer que celui-ci n’est pas seulement le
133
reflet du social mais qu’il résulte d’une étroite interaction entre politique et social au sein
de laquelle le premier structure, pour l’essentiel, le second en tant qu’organisation,
idéologie, croyances, culture et identité. Ce faisant, il procure des instruments cognitifs
que s’approprient les acteurs sociaux, de manière inégale selon leurs possibilités et les
conjonctures. Il leur offre ainsi l’occasion de se repérer, de s’identifier, de s’orienter, de se
déterminer et d’agir. Il est vrai, néanmoins, que ces processus peuvent se produire, en
particulier dans les milieux populaires, hors des lieux institutionnels de la politique, à
travers des attitudes en apparence infrapolitiques, voire dissociées de la politique, en
décalage par rapport aux discours officiels, par le biais d’un langage codé, d’un gestuel
singulier, de rituels spécifiques et de symboliques particulières38. Tout compte fait, ces
difficultés présentes à penser le politique et le social n’ont rien de nouveau. Elles
renvoient à une dissociation, presque structurelle en France, entre l’histoire de l’idée et
celle du fait : or, comme le note Marc Sadoun,
L’idée ne dit pas toute la vérité du réel [...], mais, sans elle, on est bien convaincu
que l’explication reste pauvre et infirme39.
34 Troisième et dernière remarque. Les rapports entre histoire et social provoquent le
retour plus ou moins revendiqué d’une histoire totale. L’histoire totale est refusée
officiellement par René Rémond – mais implicitement présente chez Jean-François
Sirinelli, avec son histoire culturelle de la politique ou ses études d’institutions à trois
dimensions (chronologique, sociologique et culturel, au sens large) –, et par l’histoire
sociale, la sociologie historique et l’anthropologie : elle est aussi explicitement
revendiquée par Pierre Rosanvallon dans plusieurs de ses plus récentes interventions et
par Marcel Gauchet, qui explique qu’une recherche, fut-elle partielle, peut esquisser une
perspective d’ensemble, voire participer d’une histoire totale en tant qu’elle
se propose de rendre intelligible l’organisation d’ensemble et les interactions des
différentes composantes d’une collectivité à l’intérieur d’une séquence donnée 40.
35 Or, on le sait, ces intentions n’ont rien de nouveau et l’expérience des années 1960 n’a pas
été concluante en la matière, car soit la perspective de l’histoire totale représente un
horizon – ce qui, par définition, ne peut constituer un programme de recherche –, soit
elle prétend ouvrir un vrai un champ de recherche qui, sur la base de l’expérience du
passé, s’avère impossible à exploiter41.
L’approche de la démocratie
36 Longtemps ignorée, la démocratie est désormais fortement étudiée par les historiens 42 :
mais selon des modalités quelque peu différentes. Du côté de René Rémond, l’insistance
est notamment portée sur l’histoire de l’opinion, des partis, des institutions et, désormais,
sur la dimension culturelle des systèmes et des comportements politiques ou encore sur
la nécessité du comparatisme. Chez René Rémond et ses adeptes, la démocratie est
conçue, avant tout, comme une synthèse réussie (la synthèse républicaine) ou, de temps à
autre, remise en question. Pierre Rosanvallon, quant à lui, privilégie les questions de
l’individu, de la représentation et de la « très difficile formulation d’une théorie positive de
la démocratie43 ». Les trois autres sensibilités s’intéressent davantage aux modalités
d’imposition et de diffusion de l’idée démocratique en se répartissant selon deux lignes
interprétatives, l’une qui souligne l’appropriation républicaine et démocratique par « les
masses », l’autre, influencée par la sociologie de Pierre Bourdieu, qui entend dévoiler les
134
BIBLIOGRAPHIE
Bibliographie
AGULHON, Maurice, « Politique, images, symboles dans la France post-révolutionnaire », dans
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NOTES
1. Voir, notamment, le texte de François BÉDARIDA, pp. 425-432, du présent volume ; H. ROUSSO, La
hantise du passé ; ou, pour une vision critique qui bascule souvent dans la polémique, G. NOIRIEL,
Les origines républicaines de Vichy, chap. I.
138
RÉSUMÉS
Remise en cause par l’attrait de la sociologie durkheimienne, par l’école des Annales, par la
vigueur du marxisme et du structuralisme, l’histoire politique en France connaît un nouveau
développement. La consolidation de l’histoire du temps présent dans le champ scientifique y a
beaucoup contribué, ainsi que des personnalités dont les travaux ont renouvelé les
problématiques (René Rémond, François Furet, Maurice Agulhon…). Fragmentée en plusieurs
nébuleuses, l’histoire politique française alimente des débats autour de son objet, de ses rapports
aux autres sciences sociales, de la nature des phénomènes qu’elle étudie. Vigoureuse et
dynamique, elle n’en risque pas moins, si elle ne s’ouvre pas à la comparaison avec l’histoire
d’autres pays, de s’enfermer dans une logique uniquement fondée sur les débats politiques
intérieurs et la spécificité nationale française
Under pressure from the sociology of Durkheim, the Annales school and the vigour of Marxism
and structuralism, political history in France is acquiring new life. This is also helped by the
consolidation of the history of present rimes in the scientific sphere, and by those whose work
has served to set the problems in new lights (René Rémond, François Furet, Maurice Agulhon...).
Split into several different fields, political history in France is the subject of numerous debates as
to what it is, how it relates to other social sciences and the nature of the phenomena that it
examines. Although currently vigorous and dynamic, if it eschews comparison with the history of
other countries, political history in France runs the risk of becoming imprisoned within the
boundaries of internal political debate and addressing only specifically French national issues
Cuestionada por el empuje de la sociología durkheimiana, por la escuela de los Annales, por el
vigor del marxismo y del estructuralismo, la historia política en Francia experimenta un nuevo
desarrollo. La consolidación de la historia del tiempo presente en el ámbito científico también
contribuye, al igual que algunas personalidades cuyos trabajos renovaron las problemáticas
(René Rémond, François Furet, Maurice Agulhon...). Fragmentada en varios campos, la historia
política en Francia es el centro de muchas controversias acerca de lo que es, de sus relaciones con
las demás ciencias sociales, de la naturaleza de los fenómenos que estudia. Vigorosa y dinámica,
la historia política en Francia corre el riesgo, si no se abre a la comparación con la historia de
otros países, de encerrarse en una lógica basada únicamente en los debates políticos internos y
en la especificidad nacional francesa
AUTEUR
MARC LAZAR
Institut d’Études Politiques de Paris
141
La historia política y el
contemporaneísmo español
L’histoire politique et l’histoire contemporaine espagnole
Spanish political history and contemporaneism
1 Convocados a hacer balance de los logros, más que notables, de la historiografía francesa del
siglo XX y, en lo que a mí respecta, a hacer notar las luces y las sombras de la específica
recepción en España de la historia política, lo primero que he de decir, tan obvio como
necesario, es que tal desarrollo se halla entre nosotros indisociablemente vinculado al
final del franquismo, ligado estrechamente a los cambios socioculturales que precedieron
a la muerte de Franco. Y en cierto modo, pero no principal, a las premisas políticas que
gobernaron la transición.
2 Una compleja trama de mutuas influencias, entre institucionalización del
contemporaneísmo y hechos claves de la transformación política hacia la democracia, se
estableció en torno a la desaparición física del dictador, aportando una dimensión
particular al bautizo español, después de algún tanteo previo que no llegó a cuajar, de la
llamada historia reciente o «historia del tiempo presente». Es decir, de aquella manera de
intentar el análisis de la contemporaneidad con instrumentos de la crítica histórica y las
ciencias sociales que, sin distinciones de método ni perfiles del todo claros, algunos
prefirieron llamar, para llevarla con tal rótulo a los planes de estudios renovados, historia
actual1.
3 De hecho, a la muerte de Franco quedaba más de un siglo entero (lo que iba del XX y, en
alto grado, también el XIX)2 por conocer y explorar en los archivos españoles. A su
riquísima y aún ignota documentación habían ido accediendo, acaso por azar, algunos
hispanistas animosos3. Sorteando mayores obstáculos, sobre todo si se trataba de asuntos
vivos, de cuestiones abiertas, de vez en cuando algún investigador español. Pero una
buena parte de la historia políticoadministrativa, inaccesible aún la enorme producción
documental y con frecuencia sin catalogar (además de los vetos y limitaciones que
pesaban sobre fondos enteros), permanecía prácticamente imposible de abordar.
142
4 Unos diez años después, a mediados de los años 1980, y más claramente aún al final de la
década, tendría sin embargo lugar en la historiografía española uno de aquellos
aplaudidos reencuentros, uno de esos retornos jubilosos y célebres que, incluso aunque no
fueran comprendidos del todo, tanto papel iban a desempeñar en los cambios internos de
la disciplina de la historia en aquellos momentos. Ya fuese en masivos congresos o en
selectos ámbitos, lo mismo que en dossiers o monográficos de más de una revista, y
también a través de algún acercamiento (más ficticio que real) a la teoría y al método, iba
a comunicarse a la profesión lo que se presentaba como una buena nueva. A saber que a
todos los efectos y con todas las consecuencias epistemológicas, había vuelto la historia
política.
5 Conviene reparar ante todo en lo específico y particular de la situación española. Y afinar
instrumentos preguntándose cosas insustanciales como por ejemplo: volver, ¿a dónde? y,
quizá con total impertinencia, volver, ¿por qué, y para qué... ? ¿Acaso se entendía que contra
algo...?
6 Una vez más, la estrecha conexión con la historiografía francesa, con sus problemas y sus
modulaciones, la recepción aquí de su manera propia y particular de abordar una crisis de
orientación teórica (que no académica), con sus salidas propias y sus estrategias
específicas para resolverla, producía en España un efecto reflejo, especular. Las
discusiones sobre el giro post-estructuralista y su múltiple facies, leídas desde Francia y
su particular trayectoria de historia política, engañaban a algunos de nuestros colegas y
permitían a otros, posiblemente mucho menos ingenuos, apuntarse unos réditos
intelectuales cuya legitimidad sólo se hallaba libre de sospecha al otro lado de los
Pirineos.
7 No creo exagerar si digo que en España se trató de un retorno tan improbable como caído
del cielo4. La rehabilitación de la historia política se apoyó en una vuelta, si no puede
decirse que «inventada» del todo, sí decididamente reapropiada y de hecho
instrumentalizada por un puñado de profesionales, esencialmente contemporaneístas,
para tomar partido en una discusión (ni fuerte ni profunda, por otra parte) sobre los usos
y valores de la historia. Una discusión, eso sí, sensiblemente ideologizada, y que más que
tratar de métodos y objetos de estudio, aludió a la teoría como telón de fondo. En su rápido
pero vigoroso desarrollo, mostró una indiscutible eficacia en cuanto a la consolidación y
el refuerzo de las jerarquías profesionales, fijándose a la par el actual catálogo de los tipos
de historia que se consideró factible y legítimo hacer, en tanto que se recomponían y/o
reestablecían los grados y secuencias de la hegemonía y el prestigio gremiales. Todo ello
contará además con una cierta resonancia exterior, facilitada por los medios de prensa.
8 Hay que añadir aún que, en España, la pretendida vuelta de la historia política no suele
aparecer en conexión con la creciente rehistorización de otras disciplinas (que explicaría a
su vez una parte del proceso aquél), ni se establece el puente o conexión pertinentes con
un neohistoricismo, propio o difuso, hoy tan en hoga en otras latitudes y que en conjunto
hace de la política, en toda su amplitud, un eje indiscutible del contexto. Es más, no
siempre se repara en aquello que no debe faltar en una disciplina, sea cual sea ésta, cuando
esa disciplina se presenta bautizada como «nueva». Es decir, no hay apenas alusión
general a la influencia en la historia política de las ciencias sociales y sus enfoques propios,
ni mucho menos se le presta atención al referente teórico que debería sustentar, en
cualquier caso, aquella novedad (como por el contrario sí ocurre en cambio en recientes
estudios de historia social)5.
143
9 De esta manera, al referirse a esa nueva historia política sólo muy pocas veces se hacía
alusión explícita sino a una manera de ejercer el oficio que viene a ser por excelencia
«clásica» y convencional, aunque en diverso grado y con tintes distintos. Sólo
últimamente (y aun no siempre) se llega a renunciar a un tipo de ejercicio informativo o
descripción narrativa de hechos del pasado ya bien conocido, que es extremadamente
realista y objetivista y que, si bien se mira, nunca había llegado a desaparecer de entre
nosotros. Ni siquiera a batirse en retirada.
10 Por el contrario, animada por nuevas fuentes y nuevas problemáticas –como sucede con
la floreciente historia de las relaciones internacionales–, esa metodología y su referente
teórico, encriptado, volvieron a prosperar ya en los albores de la transición. Pero, todavía
más, esa historia política (bien fuese hecha desde el periodismo o desde la historiografía
profesional, a veces próximos hasta lo inseparable) convivió sin problemas con otras
formas varias de inyectar la política, de manera indirecta o matizada, en el discurso
histórico. Una dual operación, en fin, de saldo y reinterpretación de la historia reciente
que a su vez vendría a ser propiciada, en la España del final del franquismo, por la
fractura urgida por la rápidamente cambiante situación política y cultural.
11 Tan evidente resultará esa doble dimensión, a mi modo de ver, que no creo preciso
rememorar ahora con qué fuerza y bravura embistieron ciertos historiadores, por
aquellas fechas, contra las estrategias de la escuela de Annales, para adecuar en cambio
claves explicativas de la historia política a la rejilla de fundamentación socioeconómica,
como hace buena parte del marxismo español y, a su frente, Fontana. Ni tampoco es
preciso rastrear la pervivencia del tradicionalismo narrativo de la historiografía española
contemporaneísta anterior al implante marxista (conservadora en método, pulcra en
estilo pero no exquisita, y consciente del todo de los usos políticos de la «memoria
histórica», entendida de hecho, las más de las veces, como sinónimo de «memoria
oficial»). Baste con mencionar la vigencia retórica y empírica de un Fernández Almagro,
por poner un ejemplo de indudable interés6.
12 Bien es verdad que, de manera cada vez más visible y en paralelo a aquello, se ha ido
dando entretanto cierta preocupación por la teoría de la ciencia política y sus
aplicaciones específicas, acercándose a veces los historiadores a versiones o focos, no
siempre coincidentes, de aquella fuente de inspiración fundamental7. Y también es verdad
que, aun a mediados de los años 1970, hubo quien ya aceptó el reto y el envite de otras
ciencias sociales y sus derivaciones sistemáticas, que tanto han transformado el taller de
la historia político-social8.
13 En efecto, hace ya un cuarto de siglo (el tiempo al que se circunscribe en líneas generales
esta reflexión) que los estudios históricos de sociología electoral dejan de ser ajenos a los
historiadores españoles. También es cierto que en la última década (años 1990), ha venido
a añadirse al trazado antedicho –más bien circuito abandonado, de momento, que filón
agotado– un número creciente de aportaciones varias, de originalidad indiscutible. Son,
con frecuencia, muchos de esos estudios conscientes por completo de las limitaciones
hermenéuticas, y vienen a abordar distintas perspectivas mixtilíneas con aire novedoso 9,
la mayoría de ellas sensibles a las sociologías cualitativas (si no incluso volcadas hacia la
múltiple apertura antropológica que es propia de la etapa post-estructural).
14 Pero, no obstante, no se discute propiamente ni –lo que más importa a mi
argumentación– nadie discutió nunca (como sí se hizo en Francia realmente tiempo atrás)
el interés prioritario de la historia política. Máxime, teniendo en cuenta que la historia
144
algunos les supuso, les permitió lanzar en público, de modo ocasional, alguna que otra
burla y más de una queja contra quien se propusiera buscar (es obvio que ya no en el
marxismo) algún tipo de fundamentación teórica para la disciplina.
20 Rápidamente, se consideró tal proceder como una vía estrecha y periférica, espúrea en
todo caso, para cubrir o camuflar el colapso de las seguridades que aquél proporcionaba.
En el mejor de los casos, se urgiría a pasar apresuradamente la última página del manual
marxista. En el peor se llegó a ironizar acusando de inventar «metahistorias» para
camuflar el colapso de las seguridades ideológicas. La pretensión teórica (conceptual más
bien) debería quedar reubicada lejos, lo más lejos posible del historiador.
21 Diré también que, puestos a saludar festivamente otras generalizadas modificaciones de la
situación historiográfica, también entre nosotros se aplaudieron los ecos de aquella duda
fundamental, esa creciente convicción emergente que se expandía en círculos cada día
más amplios, aquí y allá, poniendo en cuarentena si sería la historia como disciplina, en
sus supuestos y en sus protocolos, una ciencia social. Pero, en lugar de inquirir
previamente qué cosa podía ser, en la práctica, a principios de los años 1990 (por no
hahlar de abstracciones peligrosas, tras tanto movimiento de episteme), una ciencia
social, resultaba más fácil lanzar al aire la picara pregunta, la inferencia inmediata con
talante infantil: ¿O no importa ya nada, siquiera, que lo sea…?
22 Pero no todo van a ser lunares. A raíz de la enumeración que acabo de hacer de ese
puñado desigual de tópicos, no sería legítimo deducir sin embargo que no ha cambiado
nada en la historiografía española, si la abordamos en su doble dimensión de historia
política y contemporaneísta. No sería en absoluto justo trivializar la muy considerable
producción histórica, abundantísima y de una calidad media al menos presentable, que el
último cuarto de siglo, ya sea por unos conductos o por otros, la situación ha ido dando de
sí. La cantidad de libros y de artículos que los contemporaneístas españoles hemos dado
en publicar, en las últimas décadas, es muy grande ciertamente.
23 Decir, en fin, que la historiografía española ha bajado la guardia y aflojado tensiones
perdiendo así vitalidad y espacio, una vez que se ha adelgazado sensiblemente su textura
social –al debilitarse el peso y la hipoteca de lo social sobre lo político, como ha sucedido
ciertamente por doquier en la última década–, sería del todo erróneo15. Y es preciso
añadir, sin más demora ya, que buena parte de las modificaciones acaecidas tienen que
ver, de manera sensible, con la influencia creciente de los autores franceses: F. Bédarida,
R. Rémond, J.-R Rioux, J.-F, Sirinelli, P. Nora, M. Agulhon, S. Berstein o P. Milza, son
ciertamente los más citados por los españoles16.
24 Es del todo importante retener del conjunto que, finalmente, se ha hecho real la
posibilidad, antes negada, de escribir en España una historia verdaderamente
contemporánea. Y ello, no sólo gracias a la apertura y organización de los archivos a las
que me referí más arriba, viniendo a ser no demasiado largo en realidad el periodo que
sigue aún cerrado a la consulta (y a pesar de las abundantes «carpetas rojas»). Sino
también, y muy principalmente, con la fabricación constante, a toda prisa, de ese
instrumento nuevo, radical en sus usos y casi inagotable en sus derivaciones, que es la
fuente oral Toda una relectura política intensamente emotiva del periodo franquista, de
sus miedos y aniquilaciones (físicas o simbólicas), de sus ausencias y de sus olvidos, así
como un considerable esfuerzo por la reconstrucción de la memoria del exilio, ha
derivado de esa combinación, más que rentable, de recursos en marcha17.
146
25 Porque hay que indicar aquí también, aunque sea brevemente, que procede
principalmente de la fuente oral esa emergente innovación en la empresa y el quehacer
historiográficos que marcan hoy los vientos dominantes. Innovación muy última, aunque
no inesperada, que ha hecho derivar una parte importante del contemporaneísmo desde
la pretendida objetividad realista hacia la consideración privilegiada de la experiencia y la
subjetividad, hacia la exploración de los significados compartidos y las atribuciones
simbólicas, restándole atención a los acontecimientos mismos. Una innovación que es, al
tiempo, en extremo consciente de la importancia de atender totum simul a las
modulaciones de la sensibilidad histórica, es decir, al papel desempeñado por el
historiador y, con él, a las construcciones historiográficas que sucesivamente va
produciendo y poniendo en circulación.
26 Sus consecuencias son aún difíciles de valorar en el plano concreto del análisis político,
mas no ya tanto en el terreno extenso de la historia social, donde se muestran a esta hora
firmes y perceptibles sus avances, a pesar del tenue y vacilante referente teórico exhibido
hasta aquí y (aunque ello sea menos cierto cada vez) de alguna deficiencia metodológica 18.
27 En cualquier caso, convendría insistir en que, tanto como la subjetividad misma –que
también se valora por ciertos historiadores, aunque menos sin duda que por los nuevos
antropólogos–, proporciona la historia oral los instrumentos más preciados y útiles para
explorar las redes de significados en las que los seres humanos, conscientemente o no,
inscriben sus acciones. Permeables ya otros ámbitos periféricos de la historiografía
occidental a estas solicitudes, no se ha introducido todavía una perspectiva global similar
en los análisis españoles de historia política. Ni siquiera en los que, más correctamente,
podríamos identificar como de alcance y objetivo político-cultural, aunque vayan
abriéndose paulatinamente vías de exploración que, en principio pero no sólo, tienen que
ver con la imagen y la representación simbólica y visual19. También en este aspecto es
importante destacar la influencia de autores franceses, como Carlos Serrano, cuyo
esfuerzo por aplicar lecturas sobre símbolos nacionales al caso español trasciende sus
estudios concretos sobre «el héroe de Cascorro» y la imagen de «Carmen»20.
28 Por otra parte, hay que reconocer que seguimos experimentando los españoles una
carencia casi absoluta de historia institucional en términos extensos, y que nuestras
instituciones políticas, salvo excepciones breves y poco difundidas, no escapan a esa
elusión generalizada. La tarea que hubiera debido acometer esa escuela histórica
«metódica» que en España frustró la Guerra Civil, no se ha llevado a cabo más tarde
tampoco, en parte por razones obvias y excusables, y en parte por otras cuantas que, a
estas alturas, ya no lo son. Sin esa rejilla básica que pueda soportarlas con rigor y fortuna,
resulta incómodo o incluso arriesgado acometer a veces otro tipo de lecturas, menos
convencionales o lineales, en historia política. Incluso el debate, no muy intenso aquí,
sobre el papel de la memoria y el pasado reciente se ve afectado, en última instancia, por
esa circunstancia de doble privación: en cuanto a datos ciertos y fiables, en los casos más
graves, y more extenso aún más, por el consabido déficit o ausencia entera de
interpretación.
29 A pesar de ello, y coincidiendo con el claro interés de las comunidades autónomas por
reforzar las identidades locales, hay que notar la gran cantidad de estudios producidos
para el ámbito de la historia contemporánea. Muchos de ellos, ocioso es advertirlo, están
inscritos en el campo extensísimo de la historia social, pero otros muchos van destinados
a entroncar la política actual desarrollada en la esfera local con las líneas pretéritas de la
organización del Estado21. Caso especial sin duda es el de Cataluña, donde además de los
147
solemne y efectiva. Me refiero a la que tiene que ver con su común, implícita capacidad de
movilización de los colectivos sociales, y con su función activa en la conformación de los
significados políticos vigentes. La abundancia de conmemoraciones y efemérides se ha
convertido así en una nota distintiva de nuestro quehacer práctico, y no tan sólo en lo que
se refiere al contemporaneísmo, como es público y notorio. Con todo, de esas operaciones
de refuerzo dinástico y monárquico, en paralelo con la validación de la práctica política
del conservadurismo a las que se convoca a los historiadores, algo viene a quedar,
forzosamente, como parte del patrimonio historiográfico. Y son sólo unos pocos en la
profesión los que parecen encontrar en tales diversiones motivo de preocupación.
36 Tampoco es posible ahora detenerse en este punto, empero, entre otras cosas por la
complejidad de actuaciones historiográficas particularizadas, por la variedad de autores
diferentes y de objetos de análisis que convergen en tales lugares de memoria – las
conmemoraciones oficiales–, y a pesar del interés simbólico y los efectos contradictorios y
curiosos que a veces se derivan del énfasis y ardor que algunos depositan en tan frágil
sustento. Más vale quizá en cambio reparar en la muy escasa consideración, no tanto
empírica, sino ya teórica, que ha venido a merecer entre nosotros el concepto
historiográfico mismo de memoria.
37 En efecto, apenas se ha esbozado un debate pregnante (ya sea filosófico, político o
cultural) sobre el papel desempeñado por la memoria histórica en nuestra historia reciente
y en nuestro modo propio de afrontar el presente. Y ello a pesar del meritorio empeño de
Josefina Cuesta, quien más esfuerzo ha hecho, sin duda alguna, por trasladar aquí las
claves y los nombres propios de la discusión en Francia (no siempre aplicables sin
embargo, en su engañosa ejemplaridad, a nuestras circunstancias específicas, a mi modo de
ver). Tampoco se ha entrado, por ejemplo, a discutir con la muy combativa perspectiva
radical, dotada voluntariamente de un afán político-ideológico de incidencia actual, de
algún conocido estudioso de la Guerra Civil, como es el politólogo Alberto Reig28. A
cambio, una revitalización esencialista del asunto espinoso del ser de España no parece
dispuesta a dejar, aunque con aproximaciones de ideología y valor muy diferentes, de
reaparecer sin interrupción en nuestras prensas y nuestros escaparates29.
38 Por otra parte, cuando se ha elegido aproximarse, bajo la perspectiva de la memoria y el
olvido a un objeto de estudio historiográfico propio de nuestra historia –como hace por
ejemplo la muy celebrada obra de Paloma Aguilar30 con la memoria de la Guerra Civil en la
transición–, resulta que la autora viene a primar la ágil escritura, el hilo columpiado
sobre una idea fuerte, en lugar de sumergirse en una cuidadosa descomposición de las
piezas del puzzle, procurando la atenta consideración de los contextos y sus círculos
amplios y, sobre todo ello, sin plantearse sino la indagación de las razones más aparentes,
incluso hasta obvias, de su imposición.
39 Quiero concluir ya, recordando que la historiografía española –y el contemporaneísmo no
es una excepción a esta especie de norma– ha venido a ser, en este punto y hora,
extremadamente libre en sus opciones y elecciones (de método e inspiración teórica,
sobre todo, pero también de objeto) y por ello también, y necesariamente de momento,
resulta muy dispersa en sus enfoques la producción extensa que se viene ofreciendo.
40 En la última década, la irrupción de un colectivo profesional que ya supera los treinta
años y no llega a los cuarenta y cinco, cuyos contactos profesionales con el exterior han
sido, en términos generacionales, mucho más coherentes y a la vez variados que los de la
generación anterior31, ha venido a ampliar extraordinariamente esa diversidad. Y ha
orientado, además, de preferencia la historiografía política hacia inspiraciones
149
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152
NOTAS
1. La clarificación conceptual más importante corresponde a Julio Aróstegui, que ha hecho un
esfuerzo progresivo de adecuación de la percepción española a las inspiraciones europeas más
coherentes. Véanse J. ARÓSTEGUI (ed.), «Historia del tiempo presente». El marco teórico general lo
proporciona el mismo autor en La investigación histórica. Una de sus últimas aportaciones, puede
verse en «El análisis histórico social». Un balance de nuestra percepción de la historia reciente,
siempre eligiendo el rótulo de «historia actual», es el de C. NAVAJAS, «¿Qué es la historia actual?».
2. Decisivo, en aquellos momentos, fue el balance y trazado prospectivo, a la vez, que hizo de las
tendencias de investigación que se hallaban en curso J. M. JOVER ZAMORA, «El siglo XIX en la
historiografía».
3. Comienzan a prosperar, afortunadamente, las reflexiones sobre el papel del hispanismo en
nuestra historiografía. Entre ellas, I. SAZ (ed.), «España. La mirada del otro».
4. La vigencia constante de la historia política en España puede comprobarse a simple vista, sólo
con repasar títulos y obras. Por su parte, la Asociación de Historia Contemporánea, fundada en
1990, y su revista Ayer, que comenzó a salir sólo un año después, dan buena muestra de lo
representativo en la profesión de los análisis y aportaciones en historia política.
5. Sólo a título de ejemplo tres textos importantes, en esta otra proyección: M. PÉREZ LEDESMA ,
«Cuando lleguen los días de la cólera»; J. ÁLVAREZ JUNCO, «Aportaciones recientes»; y Á. BARRIO,
«Historia obrera».
6. Una somera contextualización de todo ello la intenté en el ensayo de crítica historiográfica
«Tendencias recientes».
7. Importante resulta ser esa preocupación teórica en algunos de los historiadores que se ocupan
de los nacionalismos. Muyen especial, J. BERAMENDI, «La cultura política».
8. Posiblemente los trabajos sobre violencia política realizados o estimulados –ambas cosas– por
Julio Aróstegui deban contarse entre los que merecen mayor consideración. Por ejemplo, véase su
edición de «Violencia y política en España» en la revista Ayer y la miscelánea en tomo a «La
militarización de la política en la II República», en Historia Contemporánea.
9. Hay que mentar la importante reinterpretación del tradicionalismo vasco-navarro que ofrece
J. UGARTE TELLERÍA, La nueva Covadonga insurgente.
10. Eludo aquí la fundamentación y referencias críticas que incluí ya en mi libro Los caminos de la
historia. En A. MORALES MOYA y M. ESTEBAN DE VEGA (eds.), La historia contemporánea en España; se
contienen aportaciones útiles para contrastar mi argumento, al haberse polarizado el interés de
los organizadores en la historia política y la cuestión del Estado.
11. J. TUSELL, «Historia y tiempo presente».
12. Sólo con señalar que todo ello se halla en relación con el descenso en las aplicaciones del
materialismo histórico en España, con la pérdida de prestigio metodológico del marxismo y, en
fin, con el deterioro generalizado de las versiones estructuralistas que viven de él o le son más
cercanas, no adelantaríamos posiblemente nada. Habría que reparar en esos elementos más
reposada y detenidamente, con instrumentos válidos de medición y crítica, para poder hacer
balance con exactitud.
13. A. MORALES MOYA, «En torno al auge de la biografía» y «Biografía y narración». Últimamente,
aunque quizá prometiendo más que ofreciendo, I. BURDIEL BUENO, «La dama de blanco».
14. La voluntaria renuncia a ejercer esa crítica, con todas sus consecuencias, que exhibió la
revista Ayer después de ciertos números anuales de revisión historiográfica, puede servir de
indicio de esa debilidad. Mejores o peores, aquellas recopilaciones anuales, con la elección de
153
autores arriesgada por los respectivos responsables de la confección de cada número, eran
enormemente representativas, a mi juicio, del estado real de la profesión.
15. Una interesante percepción de algunas de las inquietudes más recientes puede seguirse en la
revista Historia y Política. Ideas, Procesos y Movimientos Sociales, Madrid, 1999 para el primer número.
16. De todos ellos son quizá François Bédarida, Pierre Nora y Maurice Agulhon los que han
dispuesto aquí de agentes difusores más entregados, merced a las respectivas actuaciones
historiográficas de J. CUESTA BUSTILLO, «La historia del tiempo presente» y su edición de «Memoria
e historia» en Ayer o muy acertadamente, J. CANAL (coord.), «Sociabilidad. En torno a Agulhon».
17. Pueden seguirse éstas, en líneas generales, en G. SÁNCHEZ RECIO (ed.), «El primer franquismo»;
Á. CENARRO et alii, «Franquismo»; y R. MORENO FONSERET y F. SEVILLANO CALERO (eds.), El franquismo.
18. Interesa citar, sobre esto último, las diversas Jornadas de historia y fuentes orales, especialmente
las quintas Jornadas (1996). J. M. TRUJILLANO SÁNCHEZ y P. DÍAZ SÁNCHEZ (eds.), «Testimonios orales»,
así como, naturalmente, la revista Historia y Fuente Oral, que abordó su segunda etapa como
Historia, Antropología y Fuentes Orales.
19. Entre otros, R. RODRÍGUEZ TRANCHE y V. SÁNCHEZ-BIOSCA, NODO. Aun con metodologías en nada
obedientes a perspectivas simbólicas, y además muy distintas entre sí, quiero citar aquí también
dos importantes textos de historia político-cultural, ambos sobre el pensamiento político de
Ortega: A. ELORZA DOMÍNGUEZ, La razón y la sombra, y V. CACHO VIU, Los intelectuales y la política..
20. Así C. SERRANO (ed.), Nations en quête de passé o C. NARANJO OROVIO y C. SERRANO (eds.), Imágenes e
imaginarios nacionales. Asimismo, puede verse otra fuente de activación, también francesa, en
Imaginaires et symboliques dans l’Espagne du franquisme.
21. Sobre esto, A. RIVIÈRE GÓMEZ, «Envejecimiento del presente».
22. B. de RIQUER, «Nacionalidades y regiones».
23. Véanse últimas perspectivas de esos estudios en Á. DUARTE y P. GABRIEL (eds.), «El
republicanismo español». Por otra parte, la historia intelectual ha venido a perfilarse, en Cataluña,
con específica personalidad; véase J. CASASSAS (coord.), Els intel.lectuals.
24. Reviso más extensamente muchos de estos asuntos en «La historia cultural en España:
tendencias y contextos de la última década» que aparecerá en breve en Cercles. Revista d’Història
Cultural. Además de autores imprescindibles que ya he citado antes, como Cacho o Elorza,
conviene recordar a Álvarez Junco, Santos Juliá, Javier Varela o Jon Juaristi, entre otros. Y desde
luego, aunque muchos de ellos sortean con cuidado lo que podría entenderse como
«contaminaciones» de las sociologías cualitativas o la antropología, no es éste el caso de los ya
citados Canal y Ugarte, ambos renovadores indudables de la historiografía sobre el carlismo.
25. Así se sostiene por ejemplo en J. P. FUSI y J. PALAFOX, España (1808-1996). Puede verse también S.
JULIA, «Franco: la última diferencia española».
26. Véanse entre otros textos los de C. DARDÉ, «Un siglo» y «Liberalismo, despotismo y fraude».
27. El mismo J. M. GARCÍA ESCUDERO se encargaba en pleno centenario, sin embargo, y para la
Fundación Cánovas del Castillo, de reeditar el texto Cánovas, un hombre para nuestro tiempo. Del
mismo año y la misma entidad editora es, también, la obra colectiva Cánovas y la vertebración de
España, cuya benévola consideración de la figura del político conservador es todavía desbordada
por otros textos. Entre ellos, A. BULLÓN DE MENDOZA y L. E. TOGORES (eds.), Cánovas y su época,
publicada por la misma Fundación, ligada al Partido Popular. Cayendo en intensidad apologética,
y con importantes dosis de pragmatismo político, puede verse el catálogo de la exposición oficial
Cánovas y la Restauración (Madrid, 1997) e, igualmente de la misma fecha ambas recopilaciones,
Cánovas del Castillo y su tiempo, un empeño conmemorativo de la Academia de la Historia, así como
Antonio Cánovas del Castillo. Homenaje y memoria.
28. A. REIG TAPIA, Memoria de la Guerra Civil.
29. De finales de 1999 y principios del 2000, basta con evocar las obras de Javier Varela, Juan
Pablo Fusi, Javier Tusell, Julián Marías o Juan María Sánchez Prieto, todas ellas sobre a qué
154
responde la identidad de España y en qué consiste, en fin, ser español. La rememoración del 98,
junto con el problema político que genera el terrorismo vasco, convergen en la aceleración del
ritmo asumido por esta resurgencia.
30. P. AGUILAR FERNÁNDEZ, Memoria y olvido.
31. Algo de ello traté en «La historia contemporánea en España. Presente y futuro».
RESÚMENES
La historia política contemporánea en España experimentó cambios coincidentes con las
mutaciones de la sociedad española en general. Siendo su trayectoria inseparable de la transición
democrática, de la transformación de la Universidad y, concretamente, de la institucionalización
de la historia contemporánea, ella da fe de una diversidad que es, al mismo tiempo, real e
ilusoria. Esta paradoja se explica por la permanencia de una historia política que vacía de
contenido cualquier problemática del «retour de», como se da el caso en Francia, y por otra parte
se explica por las divergencias entre los historiadores acerca del contenido y los métodos de la
historia política
L’histoire politique contemporaine en Espagne a vécu ses mutations en même temps que celles de
la société espagnole dans son ensemble. Indissociable de la transition démocratique, de la
transformation de l’université – et, très concrètement, de l’institutionnalisation de l’histoire
contemporaine –, l’histoire politique présente une diversité à la fois réelle et illusoire. Ce
paradoxe tient d’une part à la permanence de l’histoire politique, qui rend vaine toute
problématique de « retour de », similaire à la situation française et, d’autre part, aux divergences
existant entre les historiens quant à l’objet et aux méthodes de l’histoire politique
Contemporary political history in Spain has altered in tune with changes in Spanish society in
general. Inseparably linked to the democratic transition, the transformation of the universities
and more specifically to the institutionalization of contemporary history, it reflects a diversity
that is at once real and fictitious, The key to the paradox lies in the survival of a kind of political
history that renders any problems of «retour de» meaningless as happens in France, and in the
disagreements among historians as to the content and methods of political history
AUTOR
ELENA HERNÁNDEZ SANDOICA
Universidad Complutense, Madrid
155
Yves-Marie Bercé
1 Aborder un sujet d’historiographie, quel qu’il soit, c’est envisager un moment dans
l’évolution des connaissances, c’est mettre en jeu les concours d’idées et de travaux qui
donnent ses caractères propres à une génération d’historiens. Dans ce tableau intellectuel
interviennent de façon subsidiaire mais inévitable des facteurs étroits et prosaïques qui
tiennent à la logique des institutions universitaires et aussi aux courants de modes qui,
comme partout, peuvent avoir cours dans ce milieu. Il est vrai que la chronique du petit
monde des historiens implique des filiations de maître à disciple, des généalogies d’écoles,
des liens du chercheur à ses collègues, de l’écrivain d’histoire à ses éventuels lecteurs. Ce
grand jeu de pistes est légitime ; on peut même dire qu’il est indispensable à tout
historien, qui se doit à quelque moment de sa trajectoire, personnelle ou collective,
d’effectuer ce retour sur soi-même1. C’est bien ce souci qu’a traduit en 1987 le volume
intitulé Ego-histoires qu’avait suscité Pierre Nora. Des historiens notables y étaient invités
à retracer des étapes historisées, en quelque sorte, de leur parcours de praticiens de
l’histoire. Il s’agissait pour les participants d’identifier leur juste place dans le flot des
événements dont ils avaient été les contemporains, et aussi de montrer quel pouvait être
le rôle des historiens dans l’élaboration des idées de leur temps. On pourrait assimiler cet
exercice à l’exigence pour les psychanalystes de se soumettre eux-mêmes à une
psychanalyse avant être admis à pratiquer, comme s’il fallait être capable de comprendre
sa propre histoire pour prouver sa capacité d’écrire celle des autres.
2 Avant d’examiner la naissance et la tradition d’une histoire dite culturelle, il faut avouer
tout de suite que l’actuel engouement pour cette catégorisation résulte sans doute d’effets
de mode et de la banale désuétude de concepts antérieurs plus ou moins équivalents qui
ont été emportés par le passage des générations. On peut aller jusqu’à y deviner des
inflexions corporatistes ; elles sont encouragées par la coutume universitaire de
multiplier les citations d’auteurs contemporains voisins. Le décompte des citations
156
servirait, dit-on, de critère d’évaluation dans les sciences exactes ; l’usage s’en est
répandu outre-Atlantique, même chez les historiens. Serait enfin décelable dans cette
vogue une pratique opportune des médias, lesquels sont, comme chacun sait, capables de
promouvoir des concepts, des travaux, des écoles de pensée et de faire de ces instances
intellectuelles un simple et honnête commerce. C’est ainsi que le marché de l’histoire, qui
a sa modeste mais réelle présence économique en France2, a fait se multiplier depuis les
années 1970 les entreprises éditoriales qui entendaient présenter des tableaux de
l’historiographie. Peut-être est-ce un peu ce qui se passe aujourd’hui avec l’étiquette
d’histoire culturelle qui apparaît dans les titres et dans les orientations de nombreuses
publications récentes.
3 Parmi ces livres on peut prendre l’exemple majeur de l’Histoire culturelle de la France parue
en quatre volumes aux éditions du Seuil, à l’initiative de Jean-François Sirinelli et Jean-
Pierre Rioux, deux historiens contemporanéistes connus pour leurs travaux d’histoire des
idées politiques. La lecture des volumes révèle des manières d’envisager le sujet très
différentes selon les spécialités chronologiques des auteurs et suggère donc des
divergences non négligeables sur les objets attribués à cette histoire dite culturelle 3.
4 Les auteurs des chapitres médiévaux s’attachent aux convictions, sentiments et pratiques
religieuses, aux représentations du savoir, aux productions des arts, aux niveaux de
langue, à l’expression littéraire, etc. Dans le volume sur l’âge moderne, les champs de
l’imaginaire quotidien se sont vu encore attribuer une large place : les âges de la vie,
l’intimité avec la nature, les communautés d’existence et d’habitat, la famille et la
paroisse, l’intervention banale du surnaturel dans les vies de chacun, les étapes de
l’apprentissage des savoirs et les manières de la sociabilité sont présentées dans leurs
dynamiques propres, sans correspondance nécessaire avec les cadences des annales
politiques. Il en va autrement pour les volumes des XIXe et XXe siècles, qui sont pleins du
bruit et de la rumeur des événements dont ils épousent le rythme chronologique. Cette
importance nouvelle accordée à la chronique traduit sans doute des changements
effectifs dans la genèse des cultures collectives ; on peut envisager que du fait d’une plus
vaste et plus intense participation aux débats de la cité, les instances culturelles
recevraient à ces époques plus récentes une plus forte emprise des structures politiques.
Mais la filiation historiographique des auteurs n’est peut-être pas non plus étrangère à
ces choix ; il s’agirait alors d’un regard d’école différent, plus caractéristique des
historiens de la période contemporaine, spécialement s’ils appartiennent par leur
formation et par leur enseignement à la tradition des sciences politiques.
qu’à son commencement se trouve l’œuvre d’Henri-Jean Martin, qui eut la chance et le
mérite de se situer personnellement au croisement des deux orientations exposées ci-
dessus. S an expérience de conservateur dans des bibliothèques célèbres pour leurs riches
patrimoines anciens, à Paris ou à Lyon, lui permettait de constater l’écart entre le très
petit nombre d’œuvres consultées par les usagers, même les plus savants, et l’océan des
livres conservés dans les bibliothèques ; elle l’amenait à imaginer les virtualités que
pourrait révéler l’exploration de ces immenses fonds. En tant qu’historien, la rencontre
de Lucien Febvre le conduisait à réfléchir sur les concepts de production et de
consommation des livres, et sur les variations qu’à force d’érudition on pouvait leur
attribuer à chaque moment du passé. Grâce à cette conjonction, Henri-Jean Martin
pouvait dès 1959 publier un texte essentiel sur L’apparition du livre et soutenir ensuite en
1969 une thèse monumentale sur Le commerce du livre à Paris au XVII e siècle avec le sous-
titre significatif de Livre, pouvoirs 5 et société. L’histoire du livre dans ces études pionnières
n’était plus seulement une science auxiliaire, une expertise particulière réservée aux
spécialistes des bibliothèques : elle devenait un pan de l’histoire culturelle, un élément
capital de l’histoire de la civilisation écrite. L’écriture et l’imprimerie n’étaient plus
étudiées seulement pour elles-mêmes, mais comme des traductions des logiques de la
société.
16 Il appartenait encore à Henri-Jean Martin d’envisager l’organisation des textes en
fonction des conditions de la lecture. Dans ces directions nouvelles, les travaux de Roger
Charrier allaient illustrer les divers usages du livre et les innombrables réceptions des
textes ; ainsi, les travaux de Martin et Chartier ouvraient la voie au concept de lectorat et
à une histoire de la lecture ; ils inauguraient des champs de recherche qui étaient tout
simplement inimaginables auparavant, impossibles à exprimer dans ces termes quelques
années plus tôt.
17 Inventer, construire de nouveaux objets, c’est le défi qu’ont relevé des auteurs qu’on peut
qualifier d’inventifs ou, si on veut les chicaner, de présomptueux.
mais aussi celle d’« honnêteté ». De la philologie romane classique, qui se propose
l’analyse des premières formes des langues vernaculaires, on passerait à la
sociolinguistique, qui imagine les rapports de l’oral et de l’écrit, le statut social de
certaines formes de langage à certaines époques. On pourrait multiplier les références à
des passages analogues, de la description d’un objet supposé achevé et parfaitement
observable à l’attention accordée au regard sur cet objet. Ce changement dans la
démarche de l’historien est, à tout prendre, récent, du moins dans cette forme affichée,
revendiquée. On ne voit pas pourquoi cette méthode devrait arrêter ses conquêtes et
quels domaines de la connaissance pourraient lui échapper.
20 Certainement pas, en tout cas, le domaine du politique. C’est dans ce secteur que le
renouvellement est actuellement le plus sensible et ce sont ses praticiens qui ont fait la
fortune présente du concept d’histoire culturelle.
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— Les Françaises et l’histoire intime de l’humanité, Paris, Fayard, 1994.
NOTES
1. Suggestions sages, ingénieuses et non-conformistes sur la nécessaire introspection de
l’historien au travail présentées par G. THUILLIER, L’histoire entre le rêve et la raison.
2. G, THUILLIER et J. TULARD, Le marché de l’histoire.
3. Voir la bibliographie en fin d’article.
4. On peut trouver un exemple de la continuité et de la relative fécondité des approches de
l’histoire littéraire dans F. SIMONE (éd.), Culture et politique en France.
5. Au pluriel.
6. On peut deviner beaucoup des tendances actuelles de l’historiographie dans un récent recueil
d’entretiens avec certains historiens tous liés plus ou moins aux méthodes de l’histoire sociale :
J.-Cl. RUANO-BORBALAN, L’histoire aujourd’hui.
7. H. MARTIN, Mentalités médiévales.
8. S. BERSTEIN et P. MILZA (dir.), Axes et méthodes en histoire politique.
9. A. LÜDTKE (dir.), Histoire du quotidien.
166
10. G. LEVI, Le pouvoir au village. La première édition en Italie avait été publiée chez Einaudi, à
Turin, en 1985. La traduction française est précédée d’une présentation par Jacques Revel,
« L’histoire au ras du sol », pp. I à XXXIII.
11. P. VENDRYES, De la probabilité en histoire.
12. La présente bibliographie reprend quelques-uns des travaux d’auteurs évoqués dans l’article.
Elle ne prétend pas être exhaustive.
RÉSUMÉS
L’histoire culturelle bénéficie actuellement d’un effet de mode qui, au-delà de la visibilité qu’elle
en tire, trahit aussi une définition à la fois large et floue. Il convient d’abord de retracer ses
origines – l’histoire littéraire –, ses évolutions avec le passage par l’histoire des mentalités, la
conquête qu’elle a faite de nouveaux champs – l’histoire du livre, des représentations – et enfin
ses enrichissements problématiques liés aux variations propres à chaque époque étudiée. Une
histoire culturelle du Moyen Âge ne partage ni les mêmes objets ni les mêmes ambitions que celle
de l’époque contemporaine. Pour cette dernière, l’extension à la dimension politique d’enquêtes
attentives aux phénomènes culturels contribue puissamment à la fortune présente de l’histoire
culturelle. L’apport de la bibliographie étrangère à la connaissance de l’histoire française est
décisif, ainsi que ses propositions méthodologiques, qu’il s’agisse de l’Alltagsgeschichte ou de la
micro-histoire. Par sa richesse et son succès, l’histoire culturelle n’est-elle pas tentée de devenir
une histoire totale ?
«Cultural history» is in fashion. However,– the fact that it is in the limelight does not make its
definition any less vague and imprecise. We need first of all to recall its origins (in literary
history), the way it has developed, by way of the history of mentalities and the exploration of
new fields (history of books, history of plays), and finally the enrichment of its textures as a
direct result of specific variations in each period studied. A cultural history of the Middle Ages
neither has the same objects nor pursues the same ends as a history of contemporary rimes. In
the latter case, cultural history is of greater interest and is more successful because studies of
cultural phenomena can be given a political dimension. The non-French bibliography on the
cultural history of France, and likewise the methods applied, like Alltagsgeschichte or
microhistory, has been decisive. Given its richness and success, will cultural history become all
history?
La «historia cultural» está de moda, lo que le proporciona un evidente protagonismo pero que no
le permite ocultar la imprecisión o vaguedad de su propia definición. Conviene primero recordar
sus orígenes –la historia literaria–, sus evoluciones, con su paso por la historia de las
mentalidades y la exploración de nuevos campos (historia del libro, historia de las
representaciones), por fin, el enriquecimiento de sus problemáticas, estrechamente vinculado
con las variaciones específicas de cada periodo estudiado. Una historia cultural de la Edad Media
no tiene los mismos objetos ni las mismas finalidades que la de la época contemporánea. En este
último caso, la posibilidad de conceder a los estudios de los fenómenos culturales una dimensión
política, proporciona a la historia cultural un mayor interés y justifica su éxito. La bibliografía no
francesa sobre la historia cultural de Francia, y también sus métodos como la Alltagsgeschichte o la
167
microhistoria han sido determinantes. ¿La historia cultural no está, por su riqueza y su éxito,
llamada a convertirse en una historia total?
AUTEUR
YVES-MARIE BERCÉ
École des Chartes
168
La historiografía francesa en la
historia cultural de la Edad Moderna
española
Breve balance de su influencia
L’historiographie française dans l’histoire culturelle de l’époque
moderne espagnole
French historiography in the cultural history of the spanish modern age
¿quién sabía leer?, ¿quién tenía la posibilidad de leer? Y ¿quién llegó a adquirir la práctica
del libro?25
19 El coloquio de la Casa de Velázquez de 1980 sobre Libro y lectura en España y en Francia en el
Antiguo Régimen supuso un punto de inflexión notable en las investigaciones sobre la
historia del libro en España, al tiempo que se constató la enorme distancia entre el nivel
de conocimientos alcanzado en Francia y el existente entonces en nuestro país. A
principios de los 1980, los estudios sobre bibliotecas particulares recobraron un renovado
interés entre los historiadores y comenzó un goteo continuo de artículos, así como de
reuniones científicas acerca del proceso histórico de alfabetización y la cuestión de la
escolarización, sobre la imprenta, los libros y la lectura en la España moderna, en su
mayoría inspirados en la metodología cuantitativista que una década antes habían llevado
a la práctica Martin, Furet, Quiénart, etc., y que hispanistas como Berger, Larquié,
Bennassar, Vincent, Soubeyroux o el grupo de Burdeos dirigido por Lopez trasladaron a
España. Lo importante no fue tanto esa fiebre cuantificadora de impresos y de firmas que
nos contagió a muchos, sino el lento proceso de acercamiento que se estaba produciendo
entre historiadores, bibliógrafos, filólogos y paleógrafos a finales de los ochenta al
interesarse por la historia de la cultura escrita. Es en ese contexto en el que sobresale la
labor y la influencia de dos historiadores franceses. En primer lugar, la de François Lopez
y su empeño por reunir a especialistas españoles y franceses de las disciplinas citadas
fuera en Burdeos o en la Casa de Velázquez para profundizar sobre la educación y las
lecturas de los españoles, en definitiva para ayudar a construir la gran asignatura
pendiente de nuestra historia moderna: la historia cultural. Llegado a este punto, es justo
recordar el gran papel jugado en este proceso pluridisciplinar por el Bulletin hispanique,, al
permitir que compartieran sus páginas la erudición filológica, la historia socio-cultural y
las ciencias de la educación26.
20 En este momento de renovación de la historia de la cultura escrita –parte fundamental de
la historia cultural– destaca la labor de Roger Chartier. Sus reflexiones sobre los
conceptos de cultura, de libro y de lectura, y sus propuestas metodológicas sobre las
prácticas de la lectura y de la escritura, han incidido en la reciente historiografía
española. Pero, del tándem teórico práctica-representación, aquí nos hemos interesado
sobre todo por las prácticas, quizás por el riesgo de disolver las prácticas dentro de sus
representaciones, aunque con excepciones importantes como el reciente libro de
Fernando R. de la Flor en el que desvela el capital simbólico del Barroco español y analiza
las estrategias de representación de los valores dominantes a través de los cuales se
construyeron los significados ideológicos27.
21 A pesar de la influencia ejercida por Charrier, los especialistas de las tres áreas fronterizas
sobre las que se proyecta la historia cultural de lo social –la crítica textual, la historia
formal del libro y la sociología de las prácticas de la lectura y de la escritura– no han
pasado de deseos interdisciplinares, reiterados con cierta frecuencia, pero sin un trabajo
de conjunto que aúne esas intenciones, y todavía no se ha avanzado lo suficiente en la
reconstrucción de las distintas comunidades de lectores, es decir, las normas, las reglas,
las convenciones y los códigos de lectura propios de cada una de esas comunidades
particulares de interpretación. Entre los trabajos de los historiadores españoles existe una
clara preponderancia de la sociología de las prácticas; mientras, queda pendiente un
estudio de la lectura en la España moderna como una práctica de invención de sentido,
inscrita dentro de coacciones, restricciones y limitaciones compartidas28.
174
encuentro –según la propuesta de Burke– es quizás una de las vías alternativas para evitar
esos (re)estudios de aquellas culturas que algunos imaginan homogéneas y singulares.
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NOTAS
1. P. BURKE, «De la historia cultural a las historias de las culturas», p. 3; ID., Formas de historia
cultural, p, 15.
2. J. VICENS VIVES, Aproximación a la historia de España, pp. 7-8.
3. M. CHEVALIER, «Para una historia de la cultura española del Siglo de Oro».
4. R. GARCÍA CÁRCEL, «Aproximación a la historia de la cultura en España a lo largo del siglo XX».
5. R. GARCÍA CÁRCEL, «Aproximación a la historia de la cultura en España a lo largo del siglo XX».
6. Ibid.
7. E. ASENSIO, «El erasmismo y las corrientes espirituales afines»; J. I. TELLECHEA, «El
protestantismo castellano (1558-1559)» y J. PÉREZ, «El erasmismo y las corrientes espirituales
afines»; J. C. NIETO, El Renacimiento y la otra España, pp. 769-771; R. GARCÍA CÁRCEL, «Bataillon y las
corrientes espirituales periféricas».
8. R. GARCÍA CÁRCEL, «Aproximación a la historia de la cultura en España a lo largo del siglo XX», p.
35.
9. E. TIERNO GALVÁN, Sobre la novela picaresca; N. SALOMON, Recherches sur le thème paysan dans la
«comedia»; J.-F. BOTREL y S. SALAÜN (eds.), Creación y público en la literatura española.
10. Las referencias bibliográficas que siguen son puntuales y orientativas.
11. F. MARTÍNEZ GIL, Muerte y sociedad en la España de los Austrias; J. L. BERTRÁN MOYA, La peste en la
Barcelona de los Austrias; véase también el reciente libro de J. I. CARMONA, Crónica urbana del malvivir.
12. Entre los numerosos trabajos que desde fines de los ochenta del siglo XX se han publicado
sobre las fiestas destacan, entre otros, las singulares reconstrucciones de L. C. ALVAREZ SANTALÓ,
«El espectáculo religioso barroco»; «La fiesta religiosa barroca»; el excelente dossier de Espacio,
Tiempo y Forma. Historia Moderna, 10, 1997, y las Actas del II Seminario de Relaciones de Sucesos
dedicados a la fiesta en la época moderna (A Coruña, 1998), El Ferrol, 1999, en las que se puede
constatar una vez más la convergencia con la historia cultural de los filólogos españoles con la
inestimable colaboración de hispanistas franceses entre los que sobresale, sin duda alguna,
Augustin Redondo.
13. Tal como se puede apreciar en sus trabajos sobre el Mediterráneo.
14. L. CARDAILLAC, Moriscos y cristianos.
15. M. H. SÁNCHEZ ORTEGA, Pecadoras de verano.
16. M. NASH, «Dos décadas de historia de las mujeres en España», p. 139.
17. G. DUBY y M. PERROT, Historia de las mujeres.
18. I. MORANT, «El sexo de la historia», p. 55.
19. Véase la excelente colección, dirigida por Augustin Redondo, de los «Travaux du Centre de
recherche sur l'Espagne des XVIe et XVII e siècles», punto de encuentro entre filólogos e
historiadores.
20. I. MORANT y M. BOLUFER, Amor, matrimonio y familia.
21. Véase J. AMELANG, «The Cultural History of the University».
22. En concreto tuvo una importante difusión los dos volúmenes editados por D. JULIA y J. REVEL
(eds.), Les universités européennes. Esta historia social de las universidades es perceptible en los
trabajos incluidos en los congresos que sobre temática universitaria se han realizado en los
últimos diez años. Véase L. E. RODRÍGUEZ - SAN PEDRO (ed.), Las universidades hispánicas, o las actas de
los congresos de Tours celebrados en 1990 y 1992 dirigidos por Jean-Louis Guereña.
23. Prólogo de Mariano PESET en Universidades españolas y americanas, Valencia, 1987, p. 11. Véase
además sus prólogos a las obras colectivas: Claustro y estudiantes (2 vols.), Valencia, 1989 y Doctores
178
RESÚMENES
Más que una historia de la cultura, que suele limitarse al estudio de las élites o del folklore, la
historia cultural representa una nueva forma de enfocar vivencias concretas. Esta historia estuvo
marginada durante largo tiempo, pero se la he dado carta de naturaleza y prestigio gracias a los
trabajos de Antonio Maravall, Miquel Batllori y Julio Caro Baroja, quienes no tuvieron verdaderos
continuadores. La influencia del hispanismo francés, con Marcel Bataillon, Joseph Pérez,
Augustin Redondo, François Lopez, Bartolomé Bennassar y otros, ha sido determinante, tanto a
nivel de las problemáticas como de los temas y la metodología. Es el caso de la historia del libro,
que se ha convertido en un terreno de investigación fecundo, alimentado por los trabajos de
otros investigadores como Roger Chartier. La historia de las mentalidades tal y como la haría la
«nouvelle histoire» en Francia ha provocado debates y adaptaciones en España. Hoy en día, el reto
de la historiografía española consiste en inventar un discurso que pueda reflejar la pluralidad y la
polisemia de las prácticas culturales en la España de la época moderna
Plus qu’une histoire de la culture, souvent limitée à l’étude des élites ou du folklore, l’histoire
culturelle est un nouveau regard posé sur des situations vécues. Longtemps marginalisée, elle a
acquis ses lettres de noblesse grâce aux travaux de José Antonio Maravall, Miquel Batllori et Julio
Caro Baroja, restés cependant sans véritable descendance. À leur côté, l’influence de l’hispanisme
179
français, représenté par Marcel Bataillon, Joseph Pérez, Augustin Redondo, François Lopez,
Bartolomé Bennassar, etc., a été considérable tant dans les problématiques et les thématiques
que pour la méthodologie. C’est ainsi, par exemple, que l’histoire du livre est devenue un champ
de recherches fécondes qui s’ouvraient à l’influence d’autres auteurs comme Roger Charrier.
L’histoire des mentalités, telle que la « nouvelle histoire » française la pratiquait, a suscité des
débats et engendré des adaptations en Espagne. Mais aujourd’hui, l’enjeu historiographique est
de trouver un discours qui permette de rendre compte de la pluralité et de la polysémie des
pratiques culturelles de l’Espagne à l’époque moderne
Far from being a history of culture, normally confined to the study of elites or folklore, cultural
history is a new way of looking at concrete experiences. This kind of history was long held at
arm’s length; it gained recognition and a measure of prestige thanks to the works of Antonio
Maravall, Miquel Batllori and Julio Caro Baroja, but these had no true disciples. The influence of
French hispanists, including Marcel Bataillon, Joseph Pérez, Augustin Redondo, François Lopez,
Bartolomé Bennassar and others, has been decisive in mapping out the problems and defining
subjects and methodology. This is true of the history of books, which is proving a fruitful field of
research thanks to the works of other researchers like Roger Chartier. The history of mentalities
as expounded in the «nouvelle histoire» in France has been the subject of debates and adaptations
in Spain. The challenge facing Spanish historiography today is to come up with a discourse
capable of reflecting the plurality and polysemy of cultural practices in Spain in the modern era
AUTOR
MANUEL PEÑA DÍAZ
Universidad de Córdoba
180
Pierre Guichard
présentais ont pu provoquer – et sont encore susceptibles de susciter, si j’en crois une
récente publication4. Je décevrais probablement si je ne parlais pas de mon propre
parcours, mais j’agacerais certainement si j’en parlais trop ; j’essaierai donc de garder une
juste mesure.
4 L’un des faits les plus marquants des vingt-cinq ou trente dernières années est, me
semble-t-il, le passage de l’utilisation habituelle de l’expression « Espagne musulmane » à
l’emploi courant du terme « al-Andalus ». Lorsque j’ai publié mon premier article sur le
peuplement de Valence, dans les Mélanges de la Casa de Velázquez de 1969 5, j’avais même,
sans penser à mal, parlé dans le titre de « domination musulmane », ce qui devait me
valoir une remontrance de Miquel Barceló, avec qui devait être ultérieurement choisi le
titre du livre publié en 1976. C’est à cette évolution, évidemment chargée de sens, que je
fais allusion dans le titre de cette communication. Elle témoigne d’un changement de
perspective : d’une sorte de récupération de l’histoire et de la civilisation andalusíes dans
une vision plus ou moins nationaliste des choses, on en est venu à considérer l’Andalus
pour lui-même, en lui rendant l’appellation que, dès les tout premiers temps de la
conquête de 711, lui avaient donnée les conquérants Arabes6.
5 Adopter un tel titre, c’est exclure de mon champ d’observation l’histoire des musulmans
restés dans les régions d’Espagne occupées par les royaumes chrétiens du Nord lors de la
Reconquête, c’est-à-dire les mudéjars, puisqu’ils ne font plus partie de l’Andalus, terme
qui ne s’applique qu’aux régions de la Péninsule obéissant à un pouvoir musulman. À plus
forte raison les musulmans de Grenade après 1492, puis évidemment les morisques, ne
seront-ils pas pris en compte. Centré sur les siècles médiévaux, je n’ai vraiment pris
conscience de cette exclusion que lorsque Bernard Vincent m’en a fait amicalement la
remarque, lors de cette rencontre même. Mais j’assume ce choix, justifié par des raisons
de cohérence chronologique et thématique. C’est ici l’Andalus comme objet historique qui
m’intéresse. Les mudéjars n’en font plus partie et posent d’autres problèmes. Je devrai
aussi laisser de côté une thèse aussi importante que celle de Jean-Pierre Molénat sur
Tolède7. Mais évidemment, j’aurai à considérer les travaux de cet auteur sur la langue des
mozarabes, car leurs conclusions ont une portée certaine pour l’histoire de l’évolution
linguistique de l’Andalus.
6 Dans la première moitié de ce siècle et jusqu’aux années soixante-dix, domine en Espagne
une historiographie qui peut être d’une érudition insurpassée, mais qui s’inspire très
majoritairement, en dehors de quelques cas « périphériques » comme celui d’Ambrosio
Huici Miranda, d’une idéologie fortement teintée de nationalisme et que l’on peut
qualifier de continuiste ou de traditionaliste, pour reprendre la terminologie utilisée par
James T. Monroe dans son excellente étude de l’orientalisme espagnol8. Les « Arabes
d’Espagne » du début du XIXe siècle sont au début du XX e devenus les « musulmans
espagnols »9. La façade d’islam et d’arabisme qu’affiche leur culture écrite dissimule une
réalité profonde enracinée dans le terreau hispanique auquel les rattachent leurs
coutumes, leur mentalité et la langue qu’ils parlent usuellement. Fondé depuis Simonet
sur de tels présupposés, qu’exprime avec force au milieu du XXe siècle un Sánchez
Albornoz10, « l’arabisme espagnol ne s’est jamais considéré comme un orientalisme »,
ainsi que le remarque fort justement Manuela Marín11.
7 L’arabisme français du XIXe siècle et du début du XXe est tout autre, dans ses origines et
son inspiration. Pour des raisons évidentes, il n’a aucun ancrage historique dans le sol
national, et a toujours été beaucoup plus tourné vers l’Orient et le Maghreb, vers lesquels
s’est orientée l’expansion coloniale du pays. Il est largement déterminé par cette dernière
183
vers le nationalisme, qui l’inspire tout autant que son voisin espagnol mais d’une façon
différente. C’est en fait du Maghreb que sont venus les auteurs français qui,
antérieurement aux années soixante, se sont intéressés à l’Espagne musulmane, et ce
n’est pas la Péninsule mais le Maghreb qui, du moins à l’origine, les concerne
prioritairement. Ainsi le XXe siècle s’ouvre-t-il avec deux publications importantes : la
traduction par Émile Fagnan des premiers livres du Bayân al-Mughrib de l’historien
marocain Ibn ‘Idhârî (qui a vécu aux XIIIe-XIVe siècles), parue en 1901 à Alger sous le titre
Histoire du Maghreb et de l’Espagne,, et celle du livre d’Alfred Bel intitulé : Les Benou Ghânya,
derniers représentants de l’Empire almoravide et leur lutte contre l’Empire almohade, publié à
Paris en 1903 dans la série des publications de l’École des Lettres d’Alger, alors que
l’auteur était professeur à la médersa de Tlemcen. Ces dernières précisions et le lieu de
publication de la traduction du Bayân suffisent à montrer dans quel contexte se sont
élaborés ces travaux, dans lesquels la perspective andalouse ne vient de toute évidence
qu’au second plan. C’est d’abord l’aventure africaine des Banû Ghâniya, issus de la
dynastie des émirs de Majorque, qui intéresse Bel, et la publication des premiers livres du
Bayân est en premier lieu destinée à servir la construction de l’histoire du Maghreb.
8 Si les grands historiens, archéologues et historiens de l’art français de la première moitié
du XXe siècle, William et Georges Marçais, Georges S. Colin, Robert Brunschwig, Henri
Terrasse – dont on rappellera qu’en 1957 il est venu du Maroc prendre la direction de la
Casa de Velázquez – ont abordé l’histoire de l’Andalus, cela n’a été pour eux qu’un dérivé
de leur intérêt pour celle du Maghreb. Il suffirait d’étudier d’un peu plus près la carrière
et les travaux scientifiques de n’importe lequel de ces « orientalistes » pour le vérifier.
C’est aussi du Maghreb que vient Henri Pérès, qui doit pourtant sa notoriété à son étude
devenue classique sur la poésie andalouse, publiée en 193012. La « réception » de tous ces
auteurs dans la Péninsule ne paraît pas avoir posé de problèmes. Les thèses de Pérès sur la
« liberté de la femme » en al-Andalus vont tout à fait dans le sens des idées
« nationalistes » des historiens et arabisants espagnols de l’époque. Ainsi Sánchez
Albornoz les utilise-t-il largement dans sa défense d’une permanence immémoriale de la
mentalité et des coutumes hispaniques depuis les temps les plus reculés jusqu’à nos jours,
car elles veulent montrer la continuité profonde entre l’époque romano-wisigothique et
l’époque musulmane13.
9 Le cas le plus significatif est certainement celui d’Évariste Lévi-Provençal. Il est
profondément maghrébin dans ses origines et dans tout le début de sa vie et de sa
carrière universitaire – mais aussi quelque temps militaire –, du lycée de Constantine à la
faculté des Lettres d’Alger puis de là au Maroc, où il est pendant trois ans officier des
affaires indigènes à Warga, vallée du centre-nord du Maroc entre le Rif et Fès. C’est sur ce
terrain qu’il commence à publier de premiers travaux de linguistique, d’ethnographie et
d’archéologie en 1917-1918. Il enseigne ensuite l’arabe au Maroc, et l’on ne peut trouver
plus « marocaine » que sa thèse soutenue en 1923 sur les Historiens des Chorfa. Les
circonstances – la mort prématurée du berbérisant Henri Basset – l’amènent à prendre la
direction de l’École des Hautes Études Marocaines en 1926, et ce n’est qu’un peu plus tard,
en 1928, qu’il prend contact avec l’Espagne pour une visite à l’Escurial et à ses manuscrits.
De cette perspective exclusivement maghrébine, il oriente progressivement son intense
activité d’éditeur de manuscrits et d’historien vers la Péninsule, L’y poussera aussi
l’amitié qu’il va entretenir avec Emilio García Gómez qui le crédite, dans la belle
biographie qu’il lui consacre après sa mort en 1956 dans la revue Al-Andalus 14, de la
184
Grenade, article paru dans la revue Al-Andalus en 1964 19. En dehors de cette « retombée »
de ses travaux sur le Maghreb, Idris avait engagé une œuvre plus importante et de bien
plus longue haleine, en s’engageant, à la suggestion de Lévi-Provençal, dans la réalisation
d’un répertoire de consultations juridiques ou fatwâ-s contenues dans l’un des principaux
ouvrages de jurisprudence maghrébine, le Mi‘yâr du Tlemcénien – mais ayant surtout
vécu à Fès – du XVe siècle Ahmad al-Wansharîsî. Des douze volumes de ce monumental
ouvrage, il avait entrepris d’extraire les consultations ayant un rapport avec la vie
économique et sociale du Maghreb et d’al-Andalus, et avait commencé d’en publier les
analyses dans quelques articles, se centrant en particulier sur les problèmes relatifs au
commerce maritime20 et, surtout, au mariage 21. L’intérêt de ces publications pour
l’histoire économique et sociale de l’Andalus ne semble guère avoir été perçu à cette
époque, bien qu’il y ait eu déjà en Espagne, mais avant la Guerre civile, quelques auteurs
pour s’intéresser au même type de sources22.
14 Après la mort d’Idris en 1978, son seul « héritier scientifique », Vincent Lagardère,
poursuivit dans la même voie, utilisant largement les fatwâ-s d’Al-Wansharîsî dans de
nombreuses publications, dont la première à attirer l’attention sur un type de sources
très délaissé jusqu’alors parut en 1986 sous forme d’un gros article dans la revue Al-
Qanṭara23. En 1995, la Casa de Velázquez, associée au Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, publiait un important catalogue des fatwâ-s tirées du Mi‘yâr qui lui avait été
proposé depuis plusieurs années pour publication par Vincent Lagardère, aboutissement
du projet engagé par Idris dans les années soixante24. Si des réserves ont été émises en
Espagne sur les conditions, difficiles à déterminer, dans lesquelles a pu se transmettre de
l’un à l’autre des deux auteurs concernés le corpus ainsi publié et sur l’ampleur du travail
déjà effectué par Idris25, l’intérêt de la publication de cet ensemble ne fait de doute pour
personne, même si on ne le concevrait peut-être pas tout à fait de la même façon
actuellement26. Il est trop tôt pour dire quel impact aura cette publication sur
l’historiographie andalouse. Il y a là une considérable réserve d’informations « brutes »
sur la vie économique et sociale d’al-Andalus, mais qui ne peuvent guère être exploitées
que par des arabisants, compte tenu de la nécessité de se reporter au texte arabe – dont il
facilite considérablement le maniement – pour en tirer utilement parti. L’ouvrage sera
d’ailleurs sans doute bien plus exploité que cité.
15 La décolonisation a complètement et presque brutalement tari le courant français de
médiévisme maghrébin. Vincent Lagardère, qui en est le dernier héritier bien qu’il n’ait
pas lui-même à ma connaissance d’attaches maghrébines, fait figure d’exception dans le
panorama historiographique français, qui s’est après les années soixante presque
complètement détourné du Maghreb. Il faudrait sans doute apporter quelques nuances à
cette dernière affirmation en ce qui concerne le Maghreb lui-même. Jacques Berque
s’intéresse sans doute encore à l’« intérieur du Maghreb » ; mais si sa longévité lui permet
de marquer encore scientifiquement la période postérieure à 1960-1970, il n’a guère de
continuateurs en France, dans le domaine de l’histoire en tout cas27. Mais son œuvre ne
concerne que de façon très marginale le Moyen Âge28, et ne s’intéresse pas du tout à
l’Andalus. Si l’historien de l’art et archéologue Lucien Golvin, resté actif jusqu’à ces toutes
dernières années est, quant à lui, médiéviste, il n’a touché qu’accidentellement en
quelque sorte aux monuments d’al-Andalus29, un peu comme cela avait été avant lui le cas
de Georges Marçais30.
16 Mais pour l’historiographie française sur l’Andalus, le tournant des années soixante est
incontestable. Il n’était semble-t-il plus possible, dans les décennies qui suivent
186
orienter une partie de mes recherches vers l’archéologie, mais ce n’est qu’un peu plus
tard, lorsque une collaboration étroite a pu s’engager avec André Bazzana, que ces
velléités archéologiques ont pu donner des résultats vraiment positifs, sur lesquels il me
faudra revenir.
19 C’est d’un autre champ disciplinaire alors en plein renouvellement en France39, celui des
sciences sociales, que se sont inspirés les travaux que nous avons, Dominique Urvoy et
moi, engagés vers la même époque, à assez peu de temps d’intervalle40, dans une
perspective plus anthropologique en ce qui me concerne, plus sociologique pour
Dominique Urvoy, et avec je crois un certain succès dans le renouvellement des
problématiques. Peut-être n’est-ce pas tout à fait un hasard si nous avons été l’un et
l’autre les élèves d’un philosophe arabisant, Roger Arnaldez. J’ai été pour ma part très
influencé par le structuralisme dans les recherches que j’avais commencées en 1966 sur
« les tribus arabes et berbères dans l’Espagne musulmane » et qui ont finalement donné
lieu à la publication en 1976 de mon Al-Andalus. Estructura antropológica de una sociedad
islámica en Occidente41. Dominique Urvoy, dans l’introduction de son Monde des ulémas
andalous du Ve/XIe au VII e/XIIe siècle paru deux ans plus tard, se place franchement sous
l’invocation de la sociologie : il sous-titre en effet son livre : Étude sociologique, et déclare
dans l’introduction :
Le présent travail n’est pas d’ordre historique. Il s’en tient volontairement à un
nombre limité de sources, auxquelles sont appliquées certaines méthodes des
sciences sociales42.
20 Il ne m’est pas très facile de déterminer l’influence exacte qu’a pu avoir en Espagne ce
travail de Dominique Urvoy, annoncé antérieurement par des articles parus en 197243,
dont l’Américain Thomas F. Glick avait alors bien perçu la nouveauté44. Mais publié un
peu après le mien, et seulement en français, d’accès plus difficile aussi, son livre n’a peut-
être pas bénéficié dans l’immédiat du même effet « médiatique » et l’on n’en a peut-être
moins vite, outre Pyrénées, perçu tout l’intérêt. À terme un peu plus long cependant, son
parti pris d’utilisation systématique des recueils biographiques pour éclairer l’évolution
de la civilisation d’al-Andalus a fait école, comme le suggère Manuela Marín dans
l’introduction du chapitre sur la vie intellectuelle qu’elle a rédigée pour le tome VIII de la
grande Historia de España Menéndez Pidal consacré aux taifas 45, et l’on peut penser que ses
travaux n’ont pas été sans influence sur les orientations de la recherche espagnole
postérieure, de nombreux livres et articles ayant été publiés après 198046 à partir des
mêmes sources biographiques, qui sont maintenant la base principale de la grande
collection des EOBA, en cours de publication par le CSIC47.
21 Mon Al-Andalus de 1976 a quant à lui provoqué de vives réactions, positives et négatives.
J’ai déjà dit qu’il n’aurait probablement pas été publié sans l’intervention de Miquel
Barceló, alors directeur chez Barrai, à Barcelone, d’une collection appelée « Breve
Biblioteca de Reforma ». Tous ceux qui ont quelque idée du contexte de l’immédiat post-
franquisme, et de la nervosité qui régnait alors en Espagne, comprendront que chacun de
ces noms propres de personnes ou de villes a son importance48. Ils ne s’étonneront pas
qu’avec les thèses qu’il défendait49, le livre ait trouvé une audience au-delà des milieux
universitaires arabisants et historiens auxquels il était destiné50, et rencontré une
violente hostilité, en particulier de la part des arabisants attachés au courant
« traditionaliste » que j’ai évoqué dans mon introduction51. Ceux qui connaissent
l’historiographie postérieure relative à l’Andalus savent aussi que c’est, au bout de
quelques années, sur un point précis des idées que j’avais défendues déjà dans un article
188
recherches françaises en Espagne durant cette période. Si l’on se place du point de vue de
l’histoire en général, la Casa de Velázquez a été aussi pendant ces années le cadre le plus
fréquent de la formation des chercheurs français, relativement nombreux, ayant travaillé
sur l’Andalus. Il y a cependant eu des exceptions : Christophe Picard d’abord, dont les
perspectives sont portugaises davantage qu’espagnoles et qui a développé une originale
et intéressante vision de l’« Atlantique musulman »68. On peut constater au passage que
cette carrière scientifique orientée vers l’histoire d’al-Andalus mais extérieure à la Casa
montre bien que l’intérêt pour ce domaine d’étude, en France au cours des dernières
décennies, a débordé l’action de cette institution, qui a répondu à une demande de jeunes
chercheurs français désireux de travailler sur l’Islam occidental – privés de la possibilité
de le faire au Maghreb ? – plutôt qu’elle n’a entretenu un peu artificiellement ou
étroitement une recherche trop spécialisée comme elle en a été accusée69. On pourrait
situer un peu de la même façon l’itinéraire scientifique pourtant bien différent de
Mohamed Méouak, dont la thèse sur le personnel politique de l’émirat et du califat
omeyyades, soutenue à Lyon en 1989, vient d’être publiée également tout à fait en dehors
de la Casa de Velázquez70. Ses nombreuses publications dans des revues espagnoles
témoignent de sa bonne insertion dans le milieu scientifique d’outre-Pyrénées71.
28 Gabriel Martinez-Gros, membre de la section scientifique en 1982, a quant à lui vu sa
thèse publiée dans les collections de la Casa en 199272. Je ne suis sans doute pas le mieux
placé pour parler de ses travaux dans la mesure où je suis en désaccord assez fondamental
avec ses idées sur les déformations que l’« idéologie omeyyade » auraient fait subir à
l’histoire de l’Andalus des premiers siècles telle qu’elle nous est présentée dans les
sources arabes écrites « sous la dictée du califat », et évidemment avec son jugement très
critique sur la façon dont j’ai moi-même « écrit l’histoire »73, Nos divergences ayant déjà
été exposées publiquement, il ne serait pas gênant d’en parler davantage ; mais l’objet de
cette communication n’est pas de relater les controverses entre auteurs français, et en ce
qui concerne l’impact dans la Péninsule des thèses défendues par Gabriel Martinez-Gros,
je me contenterai de renvoyer aux comptes rendus de son livre publiés dans les revues
espagnoles74. Gabriel Martinez-Gros s’insère dans un courant en quelque sorte
postmoderne de relativisation de la croyance « naïve » en une « réalité historique » que
l’historien « positiviste » pourrait atteindre en s’appuyant sur les textes. À mon avis, il va
beaucoup trop loin dans son effort de réinterprétation des sources75, et je ne peux
évidemment souscrire à ses critiques contre mes propres travaux dans la mesure où elles
mettent en cause ma conception même de l’histoire, mais c’est bien sûr l’avenir qui dira
jusqu’à quel point les thèses qu’il a présentées ont pu avoir ou non un effet sur
l’historiographie espagnole, engagée d’ailleurs pour sa part dans une réflexion sur les
sources qui conduit à des révisions relevant un peu du même type, mais beaucoup moins
« extrémistes » dans leur formulation et leurs conclusions76.
29 On peut souhaiter qu’un travail nécessaire sur les sources arabes, leur portée et leur
fiabilité, leur rapport à la « réalité historique », soit au centre d’une bonne partie des
recherches des années à venir. Nous nous sommes toujours efforcés, dans le cadre de
l’équipe médiéviste de la Casa de Velázquez, d’associer le plus étroitement possible
l’étude des textes et le travail de terrain. À cela est dû, je crois, une partie de l’intérêt que
les chercheurs espagnols ont porté à nos travaux et du rôle novateur qui leur a été
reconnu. Les recherches ultérieures, comme celles menées par Philippe Sénac sur la
frontière aragonaise, se sont situées et se situent encore dans la même ligne
méthodologique. Il y a là, à mon sens, s’agissant de « réalité historique », un utile
191
correctif aux possibles dérives d’une histoire textuelle tentée parfois de douter à l’excès
de la « validité » ou de la « fiabilité » des sources écrites, par le contact obligé qu’impose
l’archéologie avec la réalité indiscutable du donné matériel. Reste à voir évidemment
comment celui-ci s’articule avec le donné textuel. Nous avons essayé d’y réfléchir avec les
collègues espagnols lors d’une table ronde organisée en commun, à la Casa de Velázquez,
par les arabisants du CSIC et les chercheurs de l’UMR 5648 de Lyon, sous le titre :
« Urbanisme et organisation de l’espace habité dans l’Occident musulman : aspects
juridiques », publiée en 200077. C’est dans ces perspectives que s’efforcent actuellement de
travailler des chercheurs déjà en poste universitaire, comme Christine Mazzoli 78, ou qui
commencent leur carrière scientifique, comme Jean-Pierre Van Staëvel79.
30 Une recherche sérieuse et valable sur l’Andalus ne peut se limiter, comme cela a été
longtemps le cas, à la Péninsule. La civilisation parfois quelque peu mythifiée qui s’est
épanouie dans ses limites fait partie d’un ensemble plus vaste qui inclut au minimum le
Maghreb occidental et ne peut en fait se comprendre sans être replacé dans le contexte
de l’espace arabo-musulman tout entier (Dâr al-Islâm). La recherche française, héritière
d’une brillante tradition d’intérêt arabisant pour l’histoire musulmane, n’a guère
actuellement les moyens d’avancer seule dans ce domaine. Ce n’est qu’en association avec
le développement des études arabisantes en Espagne que les chercheurs français
intéressés seront à même de s’insérer dans un cadre scientifique solide sur lequel
puissent s’appuyer les jeunes chercheurs. C’est aussi dans un cadre au moins en partie
franco-espagnol que se situent les recherches archéologiques de Patrice Cressier au
Maroc80. On vient d’évoquer l’une des rencontres communes qui ont déjà eu lieu et ont
commencé à configurer plus institutionnellement, on peut l’espérer, un tel cadre. On peut
terminer en évoquant la parution en 1998 du beau volume sur la Genèse de la ville islamique
en al-Andalus et au Maghreb, résultat de deux tables rondes organisées conjointement par
le CSIC et la Casa de Velázquez en 1994 et 1995. Édité par Mercedes García-Arenal et
Patrice Cressier, avec la collaboration de Mohamed Méouak, il rend compte d’une très
utile et neuve confrontation des arabisants et des archéologues français, espagnols et
maghrébins autour du problème de la renaissance du phénomène urbain à l’extrême
occident du monde musulman. C’est, à l’avenir, dans un tel contexte que l’on souhaiterait
pouvoir travailler sur l’histoire andalouse.
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NOTES
1. Nous sommes entrés l’un et l’autre à la section scientifique en 1967. En dehors de Rachel Arié,
je crois que le seul membre de cette section ayant travaillé sur l’histoire de l’Espagne musulmane
antérieurement à cette période a été Maurice Lombard, entré à la Casa en 1929 (je remercie
Bernard Vincent d’avoir attiré mon attention sur ce séjour à Madrid de Maurice Lombard, que
j’ignorais). Pour la période antérieure à 1980, les informations sur les années de séjour à la Casa
des membres de la section scientifique cités dans cette contribution sont tirées de l’ouvrage de J.-
M. DELAUNAY, Des palais en Espagne.
2. R. ARIÉ, L’Espagne musulmane (1232-1492).
3. Une réédition de ce livre a été publiée en 1995 par l’université de Grenade. L’étude
préliminaire d’une quarantaine de pages qu’a bien voulu lui donner Antonio Malpica Cuello porte
sur la « dimension historiographique » de cet Al-Andalus publié vingt ans plus tôt. Il commence
ainsi : « il libro que hoy se reedita ha significado, sin ningún género de dudas, un hito importante en
nuestra más reciente historiografía. Incluso se podría decir que hay un antes y un después de Al-
Andalus ». Déjà dans son Islamic and Christian Spain in the Early Middle Ages, Thomas F. GLICK
écrivait : « The entire countenance of andalusí studies has been altered substantially by the publication of
Pierre Guichard’s Al-Andalus » (p. 304).
4. Je reviendrai plus loin sur l’ouvrage de G. MARTINEZ-GROS, Identité andalouse, en partie consacré à
une critique de mes thèses.
5. P. GUICHARD, « Le peuplement de Valence ».
6. On sait en effet que le nom d’al-Andalus se substitue, dès les toutes premières années de la
conquête arabe du début du VIIIe siècle, à celui d’Hispania sur les monnaies dites « de transition »,
d’abord en latin, puis dans les deux langues, enfin uniquement en arabe, frappées dès 712-720 par
les autorités arabes de la nouvelle province du califat.
7. J.-P. MOLÉNAT, Campagnes et monts de Tolède. Jean-Pierre Molénat est entré à la Casa en 1969.
197
extraire du Mi’yâr, conformément aux orientations qui étaient celles de l’historiographie dans le
troisième quart du XXe siècle. On accorderait sans doute actuellement une plus grande
importance aux aspects juridiques du texte d’al-Wansharîsî, qui ne sont pas pris en compte dans
l’ouvrage finalement publié.
27. C’est seulement à l’École des Hautes Études en Sciences Sociales que se maintient un courant
d’études sur le Maghreb, dans la tradition berquienne d’anthropologie historique (Lucette
Valensi, Jocelyne Dakhlia, Houari Touati, Hassan Elhoudrari).
28. Je pense à l’utilisation qu’il fait dans son Intérieur du Maghreb, publié en 1978, des Nawâzil
Mazûna, recueil de fatwâ-s du Maghreb central qu’il avait déjà étudié à Rabat en 1940 (Les Nawâzil
al-muzâra’a du Mi’yâr al-Wazzânî, étude et traduction de l’arabe).
29. L. GOLVIN, Essai sur l’architecture, où il traite évidemment de la mosquée de Cordoue.
30. L’architecture andalouse trouve bien sûr sa place dans G. MARÇAIS, Architecture musulmane.
31. R. ARIÉ, « Juliette Adam et le nationalisme égyptien de 1880 à 1924 » ; ID., « L’opinion publique
en France et la question d’Egypte de 1885 à 1895 ».
32. ID. « Traduction des traités de hisba d’Ibn ‘Abd al-Ra’ûf et de ‘Umar al-Garsîfî ».
33. ID., L’Espagne musulmane (1232-1492).
34. ID., España musulmana. Lors de la réédition de l’ouvrage en 1990, Joaquín Vallvé lui consacre
un compte-rendu dans Al-Qanṭara, 12, 1991, pp. 286-289, qui se conclut par ces lignes : « L’Espagne
musulmane au temps des Nasrides sigue siendo sin duda alguna la mejor contribución al conocimiento
de la historia de este período tan complejo e interesante de nuestro pasado. »
35. Rachel Arié, comme on vient de l’indiquer, vient d’Égypte et est agrégée d’arabe. Dominique
Urvoy a quant à lui effectué deux séjours à l’Institut français d’études arabes de Damas et
enseigne l’arabe.
36. Au risque d’être incomplet, et faute de temps, je laisserai de côté dans ce panorama l’œuvre
de L. BOLENS (Les méthodes culturales), qui vient d’être traduite en espagnol, marque certainement
un moment important de l’historiographie de langue française sur l’Andalus et a eu une réelle
influence en Espagne. Il s’agit d’une thèse soutenue en 1972, dont l’auteur, professeur à Genève
pendant de nombreuses années, est elle-même originaire du Maghreb et doit une partie de sa
formation à l’université française (voir la page de remerciements qui ouvre son livre).
37. Henri Terrasse avait traité de l’architecture hispano-maghrébine (voir H. TERRASSE, L’art
hispano-mauresque) et plus spécifiquement de l’Espagne dans « Les forteresses de l’Espagne
musulmane ». Lors de son séjour à la Casa de Velázquez (1967) Michel TERRASSE semblait devoir
approfondir la direction andalouse de ces travaux en travaillant à une thèse sur l’architecture
militaire mudéjare de Castille et en publiant en 1968 un article sur « La fortification omeiyade de
Castille ». Mais il dirige ensuite des chantiers de fouilles au Maroc (Belyounech) et en Tunisie
(Sabra-Mansûriya). Ces travaux n’ont malheureusement pas donné lieu à des publications, mais
c’est là qu’ont commencé à se former à l’archéologie Patrice Cressier et Marianne Barrucand,
cette dernière devant publier en 1992 son Architecture maure en Andalousie.
38. J’avais obtenu en 1969 une autorisation pour engager des sondages sur le site du village
musulman de Torre Bufilla, aux limites de la huerta de Valence. Le mémoire des travaux effectués
lors de la campagne de la même année, financée par la Casa de Velázquez et menée avec la
précieuse collaboration de Juan Zozaya, qui avait été désigné comme inspecteur par la Comisaría
General, n’a pas été publié dans la mesure où d’autres campagnes devaient suivre. Les résultats en
ont été en partie incorporés au compte-rendu de la fouille de 1972, publié en 1976 dans le
Noticiario Arqueológico Hispánico, Arqueología 4, [Madrid], 1976, pp. 608-643.
39. Le « second programme » des Annales « identifié à l’anthropologie historique » correspond
aux années soixante-dix (R. CHARTIER , Au bord de la falaise, p. 10). On peut rappeler la publication
des travaux de P. BOURDIEU , Esquisse d’une théorie de la pratique, ou celle du dossier paru dans les
Annales de mai-août 1980 et intitulé « Recherches sur l’Islam : histoire et anthropologie » (pour
199
répondre à certains au moins des arguments qui m’ont été opposés dans P. GUICHARD, «A
propósito de los “Barbar al-Andalus” » ; ID., « Els “Berbers de València” » ; ID., « La toponymie
tribale berbère valencienne » ; ID., « Els berbers de València, una vegada mès » ; ID., « Quelques
notes méthodologiques sur l’histoire du Haut Moyen Âge andalou ». On peut voir aussi, sur cette
polémique, l’introduction du livre de H, de FELIPE, Identidad y onomástica, pp. 28-30, et tout
récemment une allusion de Manuela Marín dans un article consacré à la réapparition et à la
publication du manuscrit du tome II (I) du Muqtabis d’Ibn Hayyân (M. MARIN, « El “Halcón maltes”
del arabismo español »). Dans ce passage de son article, Manuela Marin semble considérer la
polémique comme terminée, car désormais dépourvue d’objet du fait de la confirmation très
évidente dans ce texte de l’existence des « Berbères de Valence » qui ont fait couler tant d’encre.
Je ne suis pas si sûr que le problème ne sera pas encore discuté, car il touche aux tabous les plus
anciens et les mieux enracinés de l’arabisme espagnol.
53. Une version presque « extrémiste » des thèses « rupturistes » a été défendue parles
médiévistes de l’Université Autonome de Barcelone, autour de Miquel Barceló. Voir, entre bien
d’autres travaux : M. BARCELÓ, « Vespres e feudals. La societat de Sharq al-Andalus » et ID., El sol
que salió por Occidente.
54. Dans M. J. VIGUERA MOLINS (dir), Los reinos de taifas. Al-Andalus en el siglo XI, p. 302, et à la page
suivante : « La no mención de una taifa árabe, como muy bien señala Guichard, se debe a que todas,
excepto las eslavas y las beréberes africanas, se pueden considerar como tales, mientras lo que realmente no
hay es una taifa muladí. »
55. Par exemple aux mêmes pages de l’ouvrage cité à la note précédente : « Guichard sostiene la
pervivencia del tribalismo y demas estructuras sociales “orientales” entre la población autóctona por medio
de matrimonios, como asegura que la hubo entre árabes y beréberes. Hay, sin embargo, que diferenciar
distintas etapas en todo el período de dominación islámica. » Il est d’ailleurs très excessif, sinon
inexact, de laisser entendre que j’ai défendu l’implantation ou la persistance du « tribalisme »,
sans autres précisions, dans la population indigène et durant toute l’histoire de l’Andalus !
56. Je citerai à l’appui de cette « prévision » quelques lignes de Miquel BARCELÓ dans la préface
qu’il a donnée au livre de H. KIRCHNER, La construcció de l’espai pagés a Mayûrqa : « La ja vella i molt
amistosa discussió amb Pierre Guichard, començada l’any 1970, està, per a mi, ben resolta. I cree saber el
perquè de tot plegat o, en tot cas, com es pot saber. El que es curiós, i ben significatiu, és que la
problemàtica exposada per Pierre Guichard, ara fa vint-i-cinc anys, ha estat intermitentment declarada
com a « “superada”, qualsevulla cosa que aquest terme vulgui dir. Es vergonyosament frivol dir aixo quan,
en rigor, aquesta problemàtica no ha estat realment introduïda en els plantejaments historiogràfics que es
fan en els àmbits acaddèmics universitaris. »
57. Sur cette thèse : J.-P. MOLÉNAT, « L’arabe à Tolède » ; ID., « Les Mozarabes. Un exemple
d’intégration » et surtout les pages consacrées à « L’arabisation linguistique des mozarabes »
dans Campagnes et monts de Tolède.
58. « La langue des documents mozarabes de Tolède n’est pas un aljamiado, une langue romane
transcrite en caractères arabes, mais de l’arabe, bien qu’influencé par des traits dialectaux, des
fautes par rapport à la norme de l’arabe écrit [...] qui prouvent que l’on est bien en présence
d’une langue parlée en même temps qu’écrite » (J.-P. MOLÉNAT, Campagnes et monts de Tolède, p. 39).
59. La démonstration de J.-P. Molénat rejoint et confirme pleinement l’idée, déjà exprimée par F.
CORRIENTE CÓRDOBA , Árabe andalusí y lenguas romances (voir notamment p. 34), mais que cet auteur
ne fonde pas avec la même solidité documentaire, que le bilinguisme latino-arabe n’était plus
guère, aux XIe-XIIe siècles en al-Andalus, qu’un fait résiduel.
60. Individuellement, elle nous a chacun servi dans l’élaboration de nos thèses : la mienne sur Les
musulmans de Valence et la Reconquête et celle d’A. BAZZANA : Maisons d’al-Andalus.
61. Ce développement des activités archéologiques médiévistes était déjà bien souligné par
Bernard Vincent, alors secrétaire général, dans une présentation de la Casa de Velázquez publiée
201
dans la revue Archeologia, n° 135 d’octobre 1979. Je ne peux que renvoyer à ce que dit de la mise
en place de cette équipe Didier Ozanam dans son intervention dans cette même rencontre.
62. A. BAZZANA et alii, Les châteaux ruraux d’al-Andalus.
63. Je citerai seulement l’éloge de ce rôle d’initiateur que l’on peut lire dans le manuel
d’archéologie récemment publié par S. GUTIÉRREZ LLORET, Arqueología. Introducción a la historia
material de las sociedades del pasado : « Aunque [el trabajo de P. Guichard] fue preferentemente
documental, su temprano interés por las fuentes materiales, canalizado en una estrecha colaboración con el
arqueólogo André Bazzana, marcó el inicio de un importante desarollo cualitativo de la arqueología
andalusí, especialmente en Levante y Andalucía oriental, que terminó por transformarla en uno de los
mejores instrumentos de análisis de la islamización social y de las transformaciones en la cultura material y
en el poblamiento que dicho proceso entraña. Una de sus mayores aportaciones fue, sin duda, la aplicación
y desarrollo de nuevas técnicas de documentación – como la arqueología extensiva, de la que los
investigadores como P. Guichard, André Bazzana y Patrice Cressier fueron pioneros–, que permitieron
comenzar a superarla arqueología anticuarista, apegada al objeto y al edificio monumental, en beneficio del
estudio del territorio (transformaciones del poblamiento rural y de las áreas de cultivo, el origen de las
fortificaciones, etc.) ».
64. Cette « réception » au niveau local mériterait d’être suivie dans chaque cas particulier. Je ne
citerai que deux ou trois exemples des collaborerions rencontrées régionalement : Patrice
CRESSIER a dirigé un volume collectif d’Estudios de arqueología medieval en Almería, publié en 1992, et
Philippe SÉNAC, qui a publié en 1991 avec Carlos LALIENA une intéressante étude intitulée
Musulmans et chrétiens dans le Haut Moyen Âge. Aux origines de la Reconquête Aragonaise, collabore
étroitement avec les historiens et archéologues aragonais. On peut rappeler aussi le prix de la
Real Fundación de Toledo accordé en 1998 à Jean Passini pour son activité scientifique de
sauvegarde du passé urbain de Tolède.
65. « Spanish medievalists do not frequent the Casa de Velázquez, which has, for that matter, never
foreseen a Medieval Section like that of the École française de Rome. The Spanish Middle Ages is limited to
archaeology there, and, with excuses provided by some historians, research is restricted to al-Andalus,
Islamic Spain in the ninth to thirteenth centuries. This lack of interest in the Middle Ages therefore reduces
the possibility of a diffusion of French historiography and occasions for meetings. When meetings are held,
it is inevitably the same two or three medievalists from Madrid whose names are kept in the files of the
Casa de Velázquez who turn up, no matter what the subject » (A. RUCQUOI, « Spanish Medieval History
and the Annales »). Il ne me revient pas de défendre la politique de la Casa durant ces années,
mais j’observerai que tes moyens de cette institution ne sont pas ceux de l’École de Rome, que
jusqu’à nouvel ordre les chercheurs intéressés par l’histoire de l’Andalus sont aussi des
« medievalists », qui parfois ont davantage publié sur l’Espagne chrétienne qu’Adeline Rucquoi ne
l’a fait sur l’Espagne musulmane, et, enfin, que s’il fallait faire des choix, il valait peut-être mieux
que l’institution de recherche française soit présente, et de façon novatrice, dans un débat
fondamental de l’historiographie (et non de l’archéologie) hispanique du dernier demi-siècle
plutôt que de disperser ses efforts dans des recherches parcellisées sur l’énorme documentation
du Bas Moyen Age, que les chercheurs espagnols font très bien et sont mieux placés pour faire, et
qu’elle n’a, au reste, pas ignorées. J’ignore si je fais partie des quelques historiens alibis qui sont
censés avoir cautionné la politique incriminée, mais en ce qui me concerne, ce n’est pas
principalement la Casa de Velázquez qui a diffusé mes idées auprès des médiévistes espagnols.
66. T. F. GLICK, From Muslim Fortress to Christian Castle, p. XI et passim.
67. J. L. BOONE et N. L. BENCO, « Islamic Settlement in North Africa and the Iberian Peninsula ».
68. C. PICARD, L’océan Atlantique musulman.
69. Voir supra n. 65.
70. M. MÉOUAK, Pouvoir souverain, administration centrale et élites politiques dans l’Espagne umayyade.
Mohamed Méouak, après des études supérieures à Lyon, vit depuis plusieurs années en Espagne.
202
Après avoir été boursier du CSIC à Madrid, puis professeur associé dans cette même ville, il
enseigne actuellement à l’université de Cadix. S’il a été en contact fréquent avec la Casa lors de
son séjour madrilène, son parcours s’est aussi effectué indépendamment de cette institution.
71. Il a été en particulier étroitement associé au développement des recherches de type
prosopographique menées dans le cadre d’abord de l’Onomasticon arabicum, puis des EOBA (cf. ci-
dessus n. 46).
72. G. MARTINEZ-GROS, L’idéologie omeyyade.
73. ID., Identité andalouse, en particulier dans le chapitre « Identité andalouse et “structures
sosociales” », pp. 115-175.
74. Comptes-rendus par Pedro CHALMETA dans Anaquel de Estudios Arabes, 5, 1994, pp. 181-184 et
par Maribel FIERRO dans Al-Qanṭara, 14, 1993, pp. 523-526.
75. J’ai rendu compte de son Idéologie omeyyade dans le Bulletin critique des Annales islamologiques, II,
1994, pp. 155-158. Sur le courant de critique des « régimes d’historicité qui postulaient une
coïncidence sans distance entre les faits historiques et les discours qui avaient charge d’en
rendre raison », l’un des meilleurs ouvrages récents me semble être celui de R. CHARTIER, Au bord
de la falaise.
76. On peut en donner comme exemples deux articles récents de M. MARÍN, « L’invention d’une
tradition : l’Algarve médiéval » et H. MANZANO MORENO, « Las fuentes árabes sobre la conquista de
al-Andalus ». Dans ce dernier travail, par ailleurs fort intéressant, E. Manzano évoque au passage
« les historiens obsédés par la question de savoir “ce qui est réellement arrivé” » (p. 391), J’avoue
continuer à m’inscrire dans cette catégorie !
77. P. CRESSIER et alii, L’urbaninne dans l’Occident musulman.
78. C. MAZZOLI, Villes d’al-Andalus. Depuis la publication de sa thèse, Christine Mazzoli a engagé un
intéressant programme de recherche axé en particulier sur l’exploitation de la littérature
jurisprudentielle arabe.
79. J.-P. VAN STAËVEL, Les usages de la ville. Les rapports étroits que nous entretenons avec les
arabisants du CSIC de Madrid, en particulier Maribel Fierro, ont été déterminants dans
l’encadrement scientifique de cette thèse.
80. Le programme de recherche franco-marocain sur « La naissance de la ville islamique au
Maroc : Nakûr, Aghmât, Tâmdûlt » dirigé par Patrice Cressier et Larbi Erbati, est mené en
collaboration avec des archéologues espagnols. On peut espérer que par la suite de telles
initiatives prendront un caractère européen et associeront institutionnellement les formations
de recherche de plusieurs pays.
RÉSUMÉS
C’est en 1976, avec le livre Al-Andalus. Estructura antropólogica de una sociedad islámica en Occidente,
que Pierre Guichard opère un renversement historiographique décisif dans l’étude de l’Espagne
musulmane. Dans la présente contribution, il examine les antécédents de ses travaux et le
développement des pistes qu’il a ouvertes, notamment les critiques. La récupération du terme al-
Andalus suppose aussi une restriction : elle écarte de fait l’étude des musulmans placés sous
domination chrétienne et celle des morisques. Cependant, elle permet de sortir d’une
historiographie par trop nationaliste et de poser les questions spécifiques à une domination
politique, territoriale et sociale islamique. L’historiographie française et espagnole sont
203
étroitement liées dans leur exploration parallèle ou commune d’al-Andalus. Les relations
scientifiques anciennes entre des personnalités marquantes sont devenues des relations
institutionnalisées entre centres de recherches. Elles portent aussi l’empreinte de l’histoire de la
présence européenne au Maghreb et de la décolonisation. Enfin, le recours de plus en plus fort à
l’archéologie, auquel ont contribué de nombreux chercheurs français avec l’aide de la Casa de
Velázquez, a enrichi les connaissances et multiplié les hypothèses proposées au débat. C’est dans
ce contexte général que Pierre Guichard retrace les grands apports de la recherche actuelle.
In 1976 Pierre Guichard’s book Al-Andalus. Estructura antropológica de una sociedad islámica en
Occidente marked a turning-point in the historiography of Muslim Spain. In this article the author
examines the trajectory of his own prior contributions, the perspectives that he has opened up
and the criticisms that he has received. The retrieval of the term al-Andalus implies a restriction
in that the scope of the work excludes the Muslims under Christian dominion and the Moriscos.
On the other hand, it provides a way out of an excessively nationalistic historiography and makes
it possible to address the problems relating specifically to an Islamic political, territorial and
social dominion. French and Spanish historiography run side-by-side in their parallel or common
exploration of al-Andalus. What were once scientific relations between prominent personalities
have developed into institutionalized relations between research centres. Developments also
reflect the importance of the European presence in the Maghreb and decolonization. Finally,
Pierre Guichard highlights the growing role of archaeology, in which numerous French
researchers have been involved, with the assistance of the Casa de Velázquez. Archaeology has
considerably enriched the fund of knowledge and has generated hypotheses for future research.
Pierre Guichard gives an account of the latest research on the subject within this general
framework.
En 1976 el libro de Pierre Guichard Al-Andalus. Estructura antropológica de una sociedad islámica en
Occidente transformó de forma decisiva la historiografía de la España musulmana. En este trabajo,
el autor estudia los pasos previos de sus propias contribuciones, las pistas que ha abierto y
también las críticas recibidas. La recuperación de la palabra al-Andalus implica una restricción: de
hecho descarta el estudio de los musulmanes bajo dominio cristiano y de los moriscos. Sin
embargo, permite superar una historiografía excesivamente nacionalista y plantear
problemáticas propias de una dominación política, territorial y social islámica. La historiografía
francesa y española corren parejas en su exploración paralela o común de al-Andalus. Las
antiguas relaciones científicas entre personalidades relevantes han cuajado en relaciones
institucionalizadas entre centros de investigación. También reflejan la importancia de la
presencia europea en el Magreb, y la descolonización. Por fin, Pierre Guichard subraya el papel
creciente de la arqueología que ha implicado a numerosos investigadores franceses con la ayuda
de la Casa de Velázquez. La arqueología ha enriquecido de forma notable los conocimientos
disponibles y ha generado hipótesis de futuros trabajos. Dentro de este marco general, Pierre
Guichard hace un balance de las últimas investigaciones en la materia.
AUTEUR
PIERRE GUICHARD
Université Lumière - Lyon II
204
Bernard Vincent
1 Rosa Congost et Jordi Nadal rappellent ici même l’influence exceptionnelle de Pierre Vilar
sur l’histoire espagnole, sur le monde intellectuel espagnol et, serait-on tenté de dire, sur
la société espagnole – à travers la société catalane – tout entière, surtout des années 1960
aux années 1980. Aux multiples preuves ou exemples que l’on peut accumuler, j’en
ajouterai trois dont j’ai été le témoin. Le 20 décembre 1968, Pierre Vilar donna à la Casa de
Velázquez une conférence intitulée « Histoire générale et histoire économique » qui attira
beaucoup d’auditeurs parmi lesquels Ramón Carande, José Antonio Maravall, Antonio
Domínguez Ortiz, Gonzalo Anes, José Luis Sampedro, etc. Dans une période où la tension
était forte – l’état d’exception allait être déclaré quelques jours plus tard par Franco –, la
présence de l’historien français était un événement1. Entre le 17 et le 21 décembre 1984
eut lieu le premier congrès d’histoire moderne catalane à Barcelone. Pierre Vilar était
naturellement présent et Pasqual Maragall, le maire de la ville, tint à avoir un entretien
avec lui. Enfin, en novembre 1998, à l’occasion du congrès Felipe II y el Mediterráneo, réuni à
Barcelone, Jordi Pujol fit un discours de clôture où il souligna ses liens étroits à la science
historique, se présentant comme un disciple de Pierre Vilar.
2 Il ne fait pas de doute que Pierre Vilar a été l’hispaniste français le plus lu par une et
même deux générations d’Espagnols. Seule sans doute l’œuvre de Marcel Bataillon a
éveillé un écho similaire. Mais alors que l’on peut s’interroger sur les raisons du
détachement opéré depuis quelques années par rapport à l’œuvre vilarienne, il convient
aussi d’évaluer la place de l’enseignement de Pierre Vilar à Paris. Elle n’est pas l’aspect le
plus connu de l’activité de l’auteur de La Catalogne, au point que court parfois l’idée d’une
faible attention portée aux travaux de Vilar en France, Il y a à cela en apparence quelques
raisons. La vie de Pierre Vilar a, on le sait, été singulièrement marquée par les grandes
commotions de la première moitié du XXe siècle : la Guerre civile espagnole l’a éloigné de
son poste barcelonais et de ses sources, la seconde guerre mondiale l’a privé de liberté.
205
ANNEXES
La pensée économique espagnole des XVI e et XVIIe siècles. Les rapports de l’histoire
1956-1957
et du marxisme dans la pensée contemporaine.
Analyse historique des relations entre croissance économique et sociale (le cas de la
1959-1960
Catalogne au XVIIIe siècle). Croissance et développements économiques inégaux.
Rapports entre, d’une part, structure et conjoncture économiques et, d’autre part,
1961-1962 pensée économique naissante. Études des entreprises comme élément de l’histoire
économique.
1970-1971 Théorie et pratique dans la recherche historique : l’analyse des luttes des classes.
NOTES
1. La conférence du 20 décembre 1968 a été publiée sous le titre « Histoire économique et histoire
générale », Moneda y Crédito, 168, mars 1969, pp. 3-21. Elle a fait aussi l’objet d’une analyse de
Pierre CONARD et Bernard VINCENT, « Histoire et sociologie : à propos de deux tables-rondes à la
Casa de Velázquez », Mélanges de la Casa de Velázquez, 5, 1969, pp. 479-501.
2. « La mémoire vive des historiens », entrevue avec Jean Boutier (avril 1992) dans Dominique
JULIA et Jean BOUTIER (éd.), Passés recomposés. Champs et chantiers de l’histoire, Paris, Autrement,
1993, pp. 264-293.
3. Je remercie Mme Brigitte Mazon, archiviste de l’École des Hautes Études en Sciences Sociales,
qui a mis à ma disposition le dossier des séminaires de Pierre Vilar.
RÉSUMÉS
L’importance de Pierre Vilar dans l’historiographie espagnole a occulté son influence en France.
À l’École Pratique des Hautes Études, de 1951 à 1976, il a animé un séminaire où la présence
d’historiens tant espagnols que français ou d’autres nationalités a permis des débats féconds.
Soucieux de toujours associer sa recherche sur la Catalogne et l’Espagne à un cadre théorique,
mais aussi géographique, plus vaste, Pierre Vilar a aussi été un maître en France
The influence of Pierre Vilar in Spanish historiography has outshadowed his influence in France,
the country where he taught. From 1951 to 1976, Vilar directed a seminar at the École Pratique
des Hautes Études, which was attended by historians from France, Spain and other countries. The
debates were highly productive. Pierre Vilar always managed to extract theoretical lessons from
his research on Catalonia and Spain and to place it within a wider geographical context. In this
sense he was an exemplary teacher
AUTEUR
BERNARD VINCENT
École des Hautes Études en Sciences Sociales, Paris
210
supe que pasaría el mes de septiembre de 1927 entre el Mediterráneo y los Pirineos 1
.
2 La elección contó con la aprobación de Albert Demangeon, el profesor de geografía,
colaborador de Lucien Febvre, que más había influido en el joven Vilar y que sería el
director de su trabajo. Cataluña sorprendería muy pronto a Pierre Vilar. El idioma, en
primer lugar. Nadie había advertido a Vilar de la vitalidad de la lengua catalana. A Vilar
no le sirvió su referente más próximo, la lengua que casi ya no se hablaba en el
Languedoc. Es cierto que su abuela apenas sabía hablar francés; pero por esta misma
razón, ha recordado Vilar, hablaba muy poco en una casa familiar donde el francés se
había convertido en la única lengua que hablaban los hijos con los padres. En Cataluña, en
cambio, muy pronto frecuentó a jóvenes intelectuales que leían los últimos éxitos
editoriales de Francia pero los discutían en catalán y se interesaban tanto por sus
orígenes occitanos como por la educación elitista de la École Normale Supérieure de París.
Pierre Vilar ha recordado sus primeras impresiones cuando, en 1927, llegó a Barcelona:
Mi primera mirada sobre el mundo barcelonés me reveló pronto, sin que yo la
hubiera buscado, una realidad diferente de la que exponían orgullosamente los
optimistas oficiales. Realidad de orden psicológico, pero muy sorprendente, y que
me obligó a considerar bajo una nueva luz aquello que se llamaba el «catalanismo»,
o el «autonomismo» de los catalanes2.
3 Y no sólo esto, entre los industriales y hombres de negocios con los que tuvo que
relacionarse para llevar a cabo su investigación sobre la industria catalana había poetas y
literatos:
Entre los rasgos sorprendentes, divertidos a veces, de los medios económicamente
dirigentes, constaté los lazos continuamente perceptibles entre estos medios y el
movimiento intelectual. Entre los que visité, industriales, comerciantes de cierta
importancia, raros eran los que no fuesen poetas o folkloristas, escritores o
pintores, o los que no frecuentasen el Ateneu. Y como que estaban muy
predispuestos a colocar sus aficiones o su mecenazgo por encima de su actividad
económica o de su técnica, sus temas de conversación pronto coincidían con los de
mis amigos universitarios o historiadores. El secretario de la Unión Metalúrgica era
el poeta Alexandre Plana; el de la Federación Textil, Caries Pi i Sunyer, futuro
ministro de la República y futuro alcalde de Barcelona, escribía sus admirables
ensayos sobre «las aptitudes económicas» de su país, cuyas notas eruditas eran para
mí valiosísimas. En la Cámara de Comercio, Bartolomé Amengual entremezclaba
citas románticas con sus pertinentes observaciones sobre el Puerto Franco. Y a la
inversa, yo sabía que el filólogo Pompeu Fabra tenía título de ingeniero, que el
arquitecto Puig i Cadafalch, arqueólogo de fama mundial, había presidido la
Mancomunitat en nombre de un partido «regionalista» cuyos vínculos con la alta
burguesía no se ocultaban, que el historiador del derecho Valls i Taberner, director
del Archivo de la Corona de Aragón, político «regionalista» también, estaba ligado
por vínculos familiares a la industria de las zonas montañosas de Cataluña, de la
que no se daba de menos informarme. Así pues, el «catalanismo» intelectual no
podía separarse de la opinión, de la acción de las clases materialmente influyentes 3.
4 El resultado de su primera estancia en Barcelona es un trabajo consagrado a la vida
industrial en la región de Barcelona, su maîtrise, es decir su tesis de licenciatura, que fue
publicada, en forma de artículo, el 1929 en la revista Annales de géographie. El geógrafo Pau
Vila publicó una elogiosa reseña de este trabajo en La Publicitat en octubre del mismo año,
calificándolo de «estudio de geografía económica». Más tarde, Vilar, ya graduado, obtiene
una beca de la Casa de Velázquez y regresa a España, con el objeto de profundizar en el
tema y realizar su tesis doctoral. A partir de esta visita, y ya definitivamente acompañado
de Gabriela Berrogain, a quien había conocido en Madrid en 1930, entrará en contacto con
212
otras realidades españolas –Madrid, Las Hurdes– ampliando así sus conocimientos sobre
la realidad española y, al mismo tiempo, sobre la especificidad de Cataluña.
5 La proclamación de la Segunda República la vivió en Barcelona; cuando hacía muy poco
que se había instalado (de acuerdo con la Casa de Velázquez) en la capital catalana. En
este ambiente de la Cataluña republicana, entre 1931 y 1936, el período más largo en que
ha residido de forma continuada en Cataluña, Vilar escribió y publicó sus primeros
trabajos, siete en total. Uno de estos artículos, que lleva por título «Barcelona», refleja la
actividad de Vilar como «guía» de un grupo de estudiantes franceses de geografía.
También las reflexiones sobre el puerto de Barcelona responden a un encargo oficial. Los
artículos sobre la industria del corcho y sobre los transportes, en cambio, fueron escritos
siguiendo una sugerencia de Marc Bloch, para las revistas Annales d’histoire économique et
sociale y Annales de géographie. Pero desde el punto de vista de la evolución intelectual de
Vilar tal vez merezca la pena destacar el artículo sobre la utilización hidroeléctrica de los
ríos españoles, presentado en el Congreso Internacional de Geografía, en 1931. Por aquel
tiempo Vilar empezaba a preparar, como segunda tesis, un trabajo sobre la utilización de
las cuencas hidráulicas. Le interesaba ver hasta que punto «el hombre podía actuar,
modificar e intervenir en la naturaleza». Pero este proyecto –que había significado un
primer contacto con el ingeniero Lorenzo Prado– quedó interrumpido por la Guerra Civil.
6 ¿Por qué fue tan decisivo este primer contacto de juventud de Pierre Vilar con Cataluña y
España? Algunos compañeros de promoción de Vilar, como Aron y Sartre, también
viajaron al extranjero para culminar sus estudios, pero sus estancias en Alemania no
condicionarían de un modo tan decisivo y tan evidente su obra intelectual futura. En el
caso de Pierre Vilar es evidente que esta aventura de juventud marcó su obra de madurez.
Desde entonces, es decir, desde sus primeros escritos, sus reflexiones y sus intereses
tuvieron siempre presente a Cataluña. Constituye la mejor prueba de ello el predominio –
y la continuidad– de los temas catalanes en sus publicaciones. Por ejemplo, antes de la
publicación de su tesis doctoral, diecisiete trabajos de los treinta y tres firmados por Vilar
ya contenían claras referencias a Cataluña en su mismo título; la proporción se
mantendría a lo largo de su vida. Entre 1980 y 1990, por ejemplo, treinta títulos sobre
cincuenta cumplen el mismo requisito. Por otro lado, el hecho de que progresivamente
haya publicado más en España que en Francia (antes de 1962, sólo 3 títulos sobre 33; en la
década de los ochenta, 29 sobre 50) y, por lo tanto, que muchos de sus artículos traducidos
al catalán y al español no hayan sido nunca publicados en francés es un indicio claro de
que la influencia de la obra de Vilar ha sido mucho mayor en España que en Francia. Es
sintomático, por ejemplo, que los editores franceses, tan amigos de los libros de memorias
y del género de la «egohistoria», no se hayan interesado por la publicación del libro Pensar
históricamente que Pierre Vilar dictó a los ochenta y ocho años.
7 La continuidad e insistencia en los temas españoles –y en particular en los temas
catalanes– de la obra de Vilar resulta más relevante si tenemos en cuenta la evolución, de
la geografía a la historia, del pensamiento de Vilar. Hasta 1936, como hemos dicho, sus
trabajos de investigación y sus publicaciones fueron, básicamente, estudios de geografía.
Acabada la segunda guerra mundial, Pierre Vilar regresa a Barcelona para reanudar su
investigación sobre Cataluña, concebida ya como un trabajo de investigación histórica.
Paralelamente, escribió su Histoire d’Espagne, para la colección «Que sais-je?», que ve la luz
en 1947. En 1948 es expulsado de España, pero ello no impide que Pierre Vilar prosiga la
redacción de su tesis doctoral sobre Cataluña y España, en Francia, y consolide su proceso
de hispanización con diversas aportaciones.
213
8 La secuencia del proceso que acabamos de describir explica que entre las amistades
establecidas antes de la guerra hubiera más geógrafos –Pau Vila, Gonzalo de Reparaz– y
economistas –Carles Pi i Sunyer– que historiadores. Ferrán Soldevila y Jaume Vicens Vives
no entrarán en contacto con Pierre Vilar hasta después de la segunda guerra mundial,
cuando Vilar ya era conocido por la publicación de su pequeña Histoire d’Espagne. Pero
para escribir esta obra, cuya difusión sería prohibida en España, y que por eso mismo
puede ser catalogada de obra de introducción a la democracia, Pierre Vilar ha reconocido
en diversas ocasiones sus deudas hacia Rafael Altamira, un historiador que admiraba pero
que nunca llegaría a conocer personalmente. El conocimiento de la obra de este
historiador facilitará las primeras relaciones con Jaume Vicens Vives después de 1945. Sin
olvidar en este punto la importancia de un hombre que sí había conocido Pierre Vilar en
su primera etapa e incluso antes de su llegada a Barcelona, y que ejercería su mayor
influencia en la Universidad de Barcelona después de 1945: Luis García de Valdeavellano.
Habrá que hablar de él más adelante.
9 De los ocho primeros trabajos que publicó el Pierre Vilar de menos de treinta años, dos
tienen carácter histórico y, en cierta medida, historiográfico. Uno se refiere a Capmany y
su pensamiento, y el otro a la «historia social de Cataluña». Su artículo sobre Capmany,
publicado por primera vez en el Butlletí del Centre Excursionista de Catalunya, fue reeditado
en 1973 en el libro Assaigs sobre la Catalunya del segle XVIII. Este mismo año Vilar presentó
una comunicación en el Congreso de Hispanistas celebrado en Dijon con el título «Antonio
de Capmany: des lumières et des ombres». Esta coincidencia puede servir de ejemplo de la
coherencia temática de la obra de Vilar, que empezaba esta comunicación con un
elocuente y sincero: «Il y a quarante-cinq ans que je vis avec Capmany»4.
10 El segundo artículo de carácter histórico fue publicado con motivo del Congreso de
Historia del Derecho de 1935; la reseña de este congreso le lleva a reflexionar sobre las
relaciones entre Historia y Derecho, avanzando unas sugerentes hipótesis sobre la
historia medieval de Cataluña, que también demostrarán su fecundidad años más tarde,
en La Catalogne, y unas preocupaciones teóricas que se hallarán definitivamente
plasmadas cuarenta años más tarde en su comunicación «Historia del Derecho, Historia
Total», presentada en Granada en el primer Coloquio Internacional de Historia del
Derecho en 19735, Queremos indicar con ello que muchas de las reflexiones del
historiador maduro arrancan de las inquietudes del joven geógrafo.
11 El prefacio de La Catalogne –que hoy podría ser catalogado como un ensayo de
«egohistoria»– responde a la necesidad que sintió Vilar de explicar el proceso y las
circunstancias en que había desarrollado su investigación y su método de reflexión. Por el
hecho de que «El historiador está dentro de la historia...»6, así empieza este texto. En él,
Pierre Vilar va desgranando su evolución intelectual y desvela el paso gradual que le lleva
de la geografía a la historia. Se decidió por la formación de geógrafo porque le parecía la
mejor manera de acercarse a los grandes problemas contemporáneos (economía, pero
también colonización y civilizaciones lejanas). Vilar sitúa la búsqueda de una ciencia que
fuera a la vez historia y geografía humana7 en sus recuerdos de normalien. El proceso y las
circunstancias que habían convertido al geógrafo Pierre Vilar, preocupado por los
fenómenos contemporáneos y las visiones amplias, en el historiador Pierre Vilar,
defensor de un programa de análisis histórico basado en la necesidad de concebir la
214
realidad histórica como un todo, tenían relación con la compleja realidad psicológica,
sociológica, económica catalana. Por esto sus reflexiones teóricas, en las que suele abogar
por los estudios de caso, y la propia reivindicación de la Historia Total tendrá casi siempre
como referente sus investigaciones sobre Cataluña y España.
14 Al analizar la obra de Pierre Vilar conviene que nos detengamos en su obra mayor, su
tesis doctoral: los tres volúmenes (cuatro en la edición catalana) de La Catalogne dans
l’Espagne moderne. En primer lugar, porque una tesis doctoral leída a los cincuenta y seis
años bien puede ser considerada la obra culminante de un historiador; en segundo lugar,
porque en esta obra, sobre todo en su largo prefacio y en su significativa introducción,
Pierre Vilar se refiere explícitamente a su concepción de la historia en el momento de
escribirla.
15 Hay una tercera razón. En los manuales de historiografía francesa, la obra es
sistemáticamente calificada como una tesis de historia regional de las muchas que
proliferaron bajo la órbita de Labrousse. Se sobreentiende que estas tesis consistían en la
mera aplicación del modelo labroussiano a distintas realidades regionales. Pero aunque
Vilar nunca ha negado su gran admiración hacia el maestro francés, es evidente que su
tesis no encaja en esta tipología, y no sólo porque analiza un espacio geográfico no
francés. ¿Es necesario recordar que la obra había sido empezada y concebida mucho antes
de que Vilar «se hiciera» historiador? En el prefacio de la obra, Vilar resumió el proceso
complejo y dinámico de continua interacción entre el presente vivido y su formación
intelectual que significó la elaboración de su obra:
Podría decir, en pocas palabras, que sin la Guerra Civil española esta obra habría
sido probablemente una clásica tesis de «geografía regional». Sin la guerra mundial
y cuatro años de cautiverio, se habría centrado en un estudio de historia económica
coyuntural. Sin la medida que me hizo regresar de España, donde daba clases en el
215
una historia total, mucho mejor que hacia una síntesis geográfica pertrechada de
métodos demasiados imprecisos y fascinada por una actualidad ilusoria 11.
18 Una de las influencias que Vilar reconoce explícitamente de las lecturas de Labrousse fue
la conveniencia de ampliar el estudio del siglo XVIII con el análisis detallado del
movimiento de los precios y las rentas. Cualquiera que haya leído su obra, y la de
Labrousse, sabe que no se trataba de una repentina conversión a la historia cuantitativa,
sino de una profundización en el conocimiento de la dinámica de las relaciones sociales.
Pero la magnitud del trabajo ayudó a que la obra de investigación se detuviera a finales
del siglo XVIII.
19 Es necesario insistir en este hecho, porque a Vilar le hubiera gustado sin duda
profundizar en el siglo XIX; ello resulta evidente a partir del subtítulo de su obra:
Investigaciones sobre los fundamentos económicos de las estructuras nacionales. Vilar siempre ha
sospechado que este subtítulo no gustó en Francia, en 1962, en pleno conflicto de Argelia.
Sin la larga introducción a la obra, que no hay que confundir con el prefacio, este
subtítulo podría parecer forzado. Leamos primero el titulo de esta introducción: «España
y Cataluña: examen retrospectivo da las relaciones entre los dos agrupamientos». Y
examinemos las fases de esta visión retrospectiva: en su primer apartado «La consciencia
de grupo: una constatación sociológica», el periodo analizado es un periodo que ha vivido
en la contemporaneidad de 1917 a 1936; en el segundo apartado «La cristalización del
grupo: fases históricas y estructuras sociales», las fases analizadas van de 1885 a 1917, de
1820 a 1885 y por fin de 1720 a 1808. Este apartado concluye con una afirmación que
parece una conclusión:
Cronología y coyuntura, estructura y psicología de las clases: éstos son los
fundamentos necesarios de todo estudio de los agrupamientos humanos y de la
forma «nación»12.
20 El tercer apartado de la introducción se titula «El pasado antiguo, la “lengua”, la “raza” y
la “tierra”».
21 ¿Por qué esta larga introducción, referida a problemas contemporáneos? La obra de
investigación de Vilar se detiene a finales del siglo XVIII. Cuando las mentes privilegiadas
que le han servido para conocer el pensamiento de los grupos dirigentes catalanes
hablaban y escribían en español y cuando escribían «patria», pensaban en España. Cuando
la
España interior, la España intelectual, no pone mala cara ante el impulso catalán
[...y] los choques entre región y nación, entre Cataluña y España, entre Estado y
«fuerzas vivas» provinciales parecen amortiguados [porque] no hay nada entonces
que anuncie los inconvenientes futuros [ni] nada que recuerde las luchas pasadas 13.
22 Esto no era así en 1927. Y es la realidad que él había conocido, «descubierto», aquel año,
cuando había llegado a Barcelona, la que es sometida a este sintético pero apasionante
ejercicio de historia retrospectiva. Pierre Vilar nos invita de esta forma a una relectura
del hecho «nación»:
¿Hay que reducir, pues, la existencia de una nación a un asunto de política
económica y de coyuntura? Ciertamente no. Pues el marco de la comunidad
depende del pasado. Y la coyuntura no actúa más que a través de las clases sociales
que la sienten. Pero estas clases, por su parte, miden sus solidaridades históricas
con el metro de sus descontentos, de sus satisfacciones, de sus posibilidades de
acción14.
23 Por todas estas razones, pues, es demasiado simple clasificar la tesis de Vilar como una
obra más de historia regional. El esfuerzo no había ido en esta dirección:
217
24 En 1995 Pierre Vilar decidió titular su último libro, constituido, en su mayor parte, a
partir de recuerdos, Pensar históricamente. La fórmula no es nueva y por ello la decisión
resulta más significativa. En 1974, Vilar la había utilizado para defender y contraponer su
concepción marxiana de la historia al pensamiento de Althusser. Más tarde, la fórmula es
desarrollada explícitamente para definir la complicidad de pensamiento que podía unir a
historiadores de tendencias ideológicas contrapuestas16.
25 Para Pierre Vilar pensar históricamente significa también, y sobre todo, combatir las
modas que sucesivamente han triunfado en el mundo académico. Porque, como escribe en
el prefacio, en su formación como historiador desempeñó un papel importante su
«aversión por las teorizaciones apresuradas, por las construcciones “a la moda”» 17.
26 Ello explica la originalidad del pensamiento de Vilar, y también la sensación de profunda
«soledad» que nos transmite la lectura de algunas de sus intervenciones en congresos,
cuando han sido publicadas18. Porque, aunque es evidente que la obra de Pierre Vilar no
sirve para el estudio de las sucesivas modas historiográficas que han invadido el mundo
académico, lo cierto es que Pierre Vilar no ha vivido ni ha escrito al margen de estas
modas. Además, sus sucesivos «ensayos de diálogo», para utilizar la expresión que él
mismo acuñó en uno de estos trabajos, con algunos de los autores más influyentes del
momento, constituyen una parte importante de su obra de reflexión teórica y
metodológica. Rostow, Hamilton, Althusser, Foucault son algunos de los nombres que han
sido objeto de atención por parte de Pierre Vilar. Al mismo tiempo, sabemos que no
desaprovechaba las ocasiones para discutir con Braudel y emplazarle a tener en cuenta el
«corto plazo»19. Y en 1969, Vilar se dirige a sus colegas marxistas para reflexionar sobre
los peligros de la «moda marxista» porque «moda no significa argumento». Insiste, pues,
en la necesidad de leer y tener en cuenta los trabajos de las nuevas corrientes –
antimarxistas pero, sobre todo, antihistóricas– porque
El marxista que se alza de hombros ante la incontinencia verbal de los filósofos
olvida que no hay mejor reclamo, para los espíritus jóvenes o atormentados, que
una pedantería bastante solemne20.
27 Pero dejemos que sea él mismo quien explique la necesidad que ha sentido siempre de
combatir determinadas teorías. Las palabras que siguen corresponden al texto que sirvió
de introducción, en 1982, al libro Une histoire en construction, que recogía la primera
recopilación, en una edición francesa, de muchos de sus trabajos:
Beaucoup des articles ici réunis témoignent, justement, d’anciens combats contre
ces enfermements où s’organise l’illusion des explications uniques : contre le
pandémographisme a l’enseigne de Malthus, contre le panmonétarisme inspiré de
Keynes, contre le schématisme des « propensions » de Rostow, contre un
quantitativisme économique aux prétentions ingénues, contre les « savoirs » figés
de Michel Foucault, contre l’histoire de Raymond Aron en retard d’un demi-siècle,
contre le subjectivisme d’Henri Marrou, qui pourtant avait fini par m’accorder
(nous nous aimions bien) que « L’historien est dans l’histoire » est, après tout, une
formule marxiste ! Cela fait beaucoup de « contre ». Est-il besoin d’ajouter que je ne
m’en suis jamais pris aux hommes ? Ni même aux pensées, dont chacune, dans le
218
cadre oit elle naît, joue son rôle, que l’analyse historique peut dégager. Je m’en suis
pris seulement à l’utilisation abusive par les historiens des modes de pensée anti-
historiques. On me dira que, dans une pareille utilisation, ces « modes de pensée »
étaient souvent des « modes » tout court. Et que je me suis donc battu contre des
moulins à vent. Le rappeler pourra toujours servir à mettre en garde contre les
girouettes21.
FECHA DE LA Ia
TÍTULO EDITORIALES TIRADA
EDICIÓN
Crecimiento y
Ariel 1964 19.500
desarrollo
La Guerra Civil
Crítica 1986 36.000 (6.000 en catalán)
española
BIBLIOGRAFÍA
Bibliografía
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CHARLE, Christophe (ed.), Histoire sociale, histoire globale? Actas del coloquio (Paris, 27-28janvier 1989),
París, Maison des Sciences de l’Homme, 1993 (citado C. CHARLE [ed.] Histoire globale?).
CONGOST, Rosa, y Núria SALES, «Bibliografía de Pierre Vilar», Recerques, 23, 1996, pp. 203-219 (citado
R. CONGOST y N. SALES, «Bibliografía»).
FERNÁNDEZ, Roberto (ed.), España en el siglo XVIII. Homenaje a Pierre Vilar, Barcelona, Critica, 1985.
FONTANA, Josep, Historia. Análisis del pasado y proyecto social, Barcelona, Crítica, 1982.
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FUSI AIZPURÚA, Juan Pablo, y Jordi PALAFOX GAMIR , España (1808-1996). El desafío de la modernidad,
Madrid, Espasa Calpe, 1997 (citado J. P. FUSI AIZPURÚA y J. PALAFOX GAMIR, España [1808-1996]).
222
GRANJA SÁINZ, José Luis de la, y Antonio REIG TAPIA, Manuel Tuñón de Lara y su compromiso con la
historia. Su vida y su obra, Bilbao, Universidad del País Vasco, 1993 (citado J. L. de la GRANJA SÁINZ y
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JULIÁ, Santos, «Anomalía, dolor y fracaso de España», Claves de Razón Práctica, 66, 1996, pp. 10-21
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RINGROSE, David, España (1700-1900). El mito del fracaso, Madrid, Alianza Editorial, 1996 (citado D.
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TORTELLA CASARES, Gabriel, El desarrollo de la España contemporánea. Historia económica de los siglos XIX
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VICENS VIVES, Jaume, Epistolari de Jaume Vicens Vives, Gerona, Cercle d’Estudis Historiques i socials,
1998 (citadoJ. VICENS VIVES, Epistolari).
NOTAS
1. P. VILAR, Pensar históricamente, p. 96.
2. P. VILAR, Cataluña, t. I, p. 52.
3. Ibid., p. 56.
4. P. VILAR, «Antonio de Capmany», p. 175.
5. Ponencia retomada en P. VILAR, Une histoire en construction, pp. 265-291.
6. ID., Cataluña, t. I, p. 9.
7. Ver ID., Pensar históricamente, pp. 69-71.
8. R. CONGOST y N. SALES, «Bibliografia». Esta bibliografía suma ciento setenta y tres referencias
hasta 1990.
9. P. VILAR, Cataluña, t. I, p. 10.
10. P. VILAR, Cataluña, t. I, pp. 15-16.
11. P. VILAR, Cataluña, t. I, p. 18.
12. Ibid., p. 96.
13. P. VILAR, Cataluña, t. I, pp. 93 y 94.
14. Ibid., p. 96.
15. Ibid., p. 102.
16. En 1987, en una conferencia homenaje a Sánchez Albornoz, y en 1990, en un homenaje a
Maravall.
17. P. VILAR, Cataluña, t. I, p. 26.
18. Podemos poner dos ejemplos bastante distantes en el tiempo. «Le marxisme et l’histoire de
France», La Pensée, 1954 y C. CHARLE (ed.), Histoire globale?
19. Ver F. BRAUDEL, «La Catalogne de Pierre Vilar».
20. «Marxismo e historia», p. 349.
21. P. VILAR, Une histoire en construction, p. 9.
22. Véase en esta obra la contribución de Bernard VINCENT, «Le séminaire parisien de Pierre
Vilar», pp. 217-222.
23. Véase ta «Presentado de Pierre Vilar per Fabià Estapé» dentro del opúsculo Joan Miró, Frederic
Mompou, Pierre Vilar doctors honoris causa. Universitat de Barcelona. Acte inaugural del curs 1979-1980,
Barcelona, 1979, y el libro de «memorias» de A. OLIART, Contra el olvido, p. 211.
24. Véase P. VILAR, «Jaime Vicens Vives».
25. Véanse las cartas de Vicens a Vilar incluidas en el primer volumen de! Epistolari.
224
RESÚMENES
La vida y la obra de Pierre Vilar giran en torno a Cataluña, una región y una realidad que fue la
puerta por la que tuvo acceso a la historia de España. Puso su empeño en hermanar su práctica de
historiador con una reflexión teórica sobre la historia, y lo hizo valiéndose de forma casi
permanente de ejemplos sacados de la situación catalana. Esta peculiaridad no se puede entender
sin los datos biográficos de Pierre Vilar y de sus largas estancias en Cataluña y de las amistades
que allí consolidó. Su incorporación al mundo universitario español fue tan importante que le
valió el reconocimiento académico y, más tarde, el éxito con los lectores. Es de subrayar la
fecundidad de la obra de Pierre Vilar en unas circunstancias históricas que pretenden
infravalorar sin fundamento las aportaciones del marxismo. Los libros de Pierre Vilar siguen
siendo de gran ayuda para los españoles a la hora de reflexionar sobre su propia historia.
La vie et l’œuvre de Pierre Vilar tournent autour de la Catalogne, la région et la réalité par
laquelle il a abordé l’histoire de l’Espagne. Il s’attacha particulièrement à conjuguer sa pratique
historienne avec une réflexion théorique sur l’histoire, et il y parvint par un recours quasi
permanent à des exemples empruntés à la situation catalane. Mais cette donnée ne peut se
comprendre qu’à la lumière de la biographie de Vilar, de ses séjours prolongés en Catalogne et
des amitiés qu’il y a nouées. Son insertion dans les milieux universitaires espagnols a été telle
que c’est par là que lui est venue la reconnaissance académique, à laquelle il convient d’ajouter
celle de ses lecteurs. La fécondité de l’œuvre de Pierre Vilar demande à être soulignée, au
moment même où l’éclipse intellectuelle du marxisme pourrait faire croire, à tort, à sa caducité.
Les livres de Vilar continuent d’aider les Espagnols à mieux penser leur histoire.
The life and work of Pierre Vilar hinge upon Catalonia, a region and a reality through which he
made the connection to the history of Spain. He consistently endeavoured to combine his praxis
as a historian with theoretical reflections on history, for which he almost always drew on
examples from the situation in Catalonia, This peculiarity can only be understood in the context
of Pierre Vilar’s, long sojourns in Catalonia and the friendships that he developed there. His
225
importance in the world of the Spanish universities earned him first academic recognition and
later success with readers. It is worth highlighting the value of Pierre Vilar’s work at a time when
the contributions of Marxism tend to be undervalued. Pierre Vilar’s books still provide Spaniards
with enormously helpful insights for reflection on their own history.
AUTORES
ROSA CONGOST
Universitat de Girona
JORDI NADAL
Universitat de Barcelona
226
Jaime Contreras
Valladolid
Se podría decir que la catástrofe no es algo que pertenezca al mañana puesto que
los signos de su llegada ya se dejan sentir1.
1 Se refería nuestro autor a la profunda crisis que, a finales del siglo XVI, arrastraba en
general al conjunto de la Corona de Castilla y a la singular participación que, en la misma,
tenía la que él denominaba «mi ciudad», cuando estaba ya culminado su trabajo.
2 La ciudad de Bennassar fue, por supuesto, Valladolid. Y con ello quiero indicar que no fue
el espacio quien se impuso al historiador sino que, por el contrario, fue éste quien creó y
construyó los límites de un territorio intelectual del cual surgió, como de las brumas
imprecisas de un pasado retórico, un sujeto colectivo y delimitado. Un sujeto de
personalidad jurídica propia; una ciudad: Valladolid en el Siglo de Oro.
3 Efectivamente los hechos ocurrieron así: Bennassar eligió a Valladolid y no al revés. Y fue
una elección de voluntad intelectual, consciente y plena, pero no meramente individual
sino académicamente compartida tras una fructífera dualidad dialéctica que, en la tarea
universitaria, vinculó al maestro y al discípulo. A dos maestros, Fernand Braudel y Ernest
Labrousse, y al discípulo Bartolomé Bennassar que, en aquellos momentos –finales de los
años 1950 –, aceptó la sugerencia de sus mentores. La idea compartida, que fue el origen
de todo, explicaba que desde Valladolid se podría entender mejor las implicaciones, en la
historia de Europa, de la decadencia de España tras un rutilante siglo XVI. Y esa
decadencia debía ser explicada desde los principales parámetros –historia económica,
social y cultural– que, entonces, la escuela de los Annales defendía. Tres variables
primeras y principales del paradigma de la llamada, con éxito indudable, historia total.
Variables, entonces, suficientemente jerarquizadas y no convenientemente integradas,
todavía, entre sí.
227
4 Porque el problema fundamental era explicar por qué si en el siglo XVI la Península
Ibérica había protagonizado desarrollos y empujes significados en la historia de Europa –
como El Mediterráneo de Braudel había manifestado– luego, después, durante más de 150
años, entre 1600 y 1750, España había quedado desplazada de los dinamismos
estructurales europeos. Era evidente que existía un profundo divorcio entre los efectos
«modernizadores» de estos desarrollos europeos y la paralización de las actividades
hispanas que, hasta finales de la centuria, habían motivado el gran espectáculo del
imperio español cabalgando en la grupa de la dinastía de la Casa de Habsburgo.
5 Era éste, y es todavía, un problema de enormes implicaciones historiográficas, las cuales
no pueden entenderse en términos de proposiciones mecanicistas. Bennassar lo
comprendió muy bien y precisó, de entrada, que en este asunto, ni la Europa occidental
había sido el espacio plenamente dinamizador sobre el cual los términos de crecimiento y
desarrollo se habían expresado en plenitud, ni tampoco el territorio hispano había
cerrado sus fronteras totalmente, ni había dejado su interior como un erial esclerotizado.
Dicotomías, perfiladas de tal manera, no explicaban nada o muy poco; porque si el siglo
XVI había expresado fenómenos semejantes, a uno u otro lado de la frontera, la
experiencia del siglo XVIII manifestaba en España la claridad de las luces y el dinamismo
del reformismo borbónico. Y en este punto los españoles no habían andado tan a
trasmano de sus homólogos europeos.
6 Las investigaciones que P. Vilar realizaba en la Cataluña del siglo XVIII indicaban que –
por mucho que tuvieran un carácter regionalizado– se habían producido
transformaciones importantes. Que éstas no eran, desde luego, un espejismo y que podía
sospecharse de la existencia de otras manifestaciones importantes en otros espacios
peninsulares, como la historiografía posterior lo confirmaba.
7 Pero, en cualquier caso, Valladolid había sido descubierta por B. Bennassar para sacarla
de una historia de clásicos oropeles y demostrar que, desde esa ciudad, podía emitirse un
juicio significado y valioso del «destino posterior de España»2.
8 Había una razón de fondo que asegura una afirmación como ésta. Hela aquí: Valladolid,
durante muchos años del siglo XVI, de la primera mitad sobre todo, había sido el corazón
mismo de la propia Monarquía. Y ese corazón político determinaba también la asistencia
de todo el aparato jurídico y administrativo de la misma.
9 Por estas razones la ciudad podía ser entendida como un observatorio adecuado de la
famosa decadencia. Porque si aquel juicio, tan lúcido, de Cellorigo era cierto –aquel de
que a fines del siglo XVI los reinos de la Monarquía eran «una república de hombres
encantados que viven fuera del orden de la Naturaleza»3– en Valladolid había ejemplos
manifiestos de este encantamiento. Y en efecto, Bartolomé Bennassar los encontró; pero
este encuentro fue el producto de largos y esforzados años de trabajo. Años de reflexión y
de estudio, desarrollados en un espacio cotidiano un tanto pacato y mediocre, como era el
vivir ordinario de los vallisoletanos de aquellos años, fines de los 1950 y primeros de los
1960; encantados también de algún modo, a la manera como decía Cellorigo. Bennassar
conoció aquel ambiente, lo vivió y yo diría que también lo amó.
10 Era aquel un Valladolid un tanto somnoliento, adormecido en su cuerpo ciudadano y que
apenas lograba desperezarse de los límites estrechos y rigurosos de una cultura de
posguerra. Allí vivió soportando el rigor de su clima, padeciendo las extremosidades
rigurosas de los veranos sofocantes o maldiciendo el frío húmedo que entumecía sus
228
15 Porque, sobre todo, Bartolomé Bennassar entendió muy pronto que su ciudad y el entorno
de la misma, no podían explicarse sólo por las dinámicas intrínsecas de los factores
productivos, sino esencialmente por las relaciones sociales; y éstas se definían, primero y
principalmente, por lo que describió como «un determinado estilo de vida». Bennassar
explicó con rotundidad:
Este estilo de vida me parece ser el elemento más importante de la explicación 5.
16 ¿De qué explicación? debemos preguntarnos. Y el autor responde enunciando la
aportación más definitiva de su hermoso libro. La decadencia de Valladolid, como
paradigma de la decadencia de España, estuvo determinada por dos modelos culturales
que, a finales del siglo XVI, se enfrentaron, el modelo señorial y el modelo burgués. La
victoria del primero sobre el segundo condicionó aquel presente español y vallisoletano y
determinó el correlato de su inmediato futuro. Dos modelos culturales, «dos estilos de
vida». Uno mirando al pasado, triunfador; y otro oteando el futuro pero cortocircuitado
por el primero. «Estilos de vida»... finalmente.
17 Porque, desde luego, como Pierre Jeannin había demostrado en su pionero trabajo sobre
Les marchands au XVIe siècle6, en el Valladolid de Bennassar aparecían también fórmulas de
gestión comercial que, sobrepasando la mediocridad de la estructura productiva artesanal
y gremializada, habían posibilitado la aparición de manifestaciones de gestión capitalista
en el sector de la manufactura. Tales manifestaciones habían sido trabajadas hasta la
saciedad por nuestro autor. Nadie mejor que él conocía las organizaciones empresariales
que se habían organizado, ni nadie tampoco sabía de aquellos «empresarios». Recordemos
algunos que Bennassar descubrió. Pedro Hernández de Portillo, el primero; el propietario
de los molinos de Simancas, hombre conocedor de todas las maquilas de la región, capaz
de organizar en su entorno una compañía con más de 80.000 ducados de activo. Dinero
contante y sonante que sirvió, además, para satisfacer la falta de activos del duque de
Sesa o del conde Alba de Liste. Acreedor, pues, este Hernández de Portillo y de qué gente,
nada menos. Otro hombre, empresario singular también: el pellejero Pedro Gutiérrez, que
organizó una red de colaboradores, a sus órdenes todos, capaz de controlar la producción
de pieles de áreas tan distanciadas como Salamanca, Soria o Sigüenza. Pedro Gutiérrez
respondía al modelo y, en consecuencia, sabía cómo asegurarse los servicios de otros
artesanos para curtir dichas pieles. También prestaba dinero y compraba inmuebles
urbanos en las calles más significadas de Valladolid, poseía viñedos y compraba tierras.
Para su desgracia, murió sin descendencia; y su fortuna, de más de 30.000 ducados, se
distribuyó, dilapidándose finalmente, en hinchadas mandas que su mujer Isabel Díaz
determinó.
18 Hubo otros hombres y otras fortunas. Pero ello no obstante, tanto empuje y tanta
ansiedad por la riqueza, no fueron suficientes para conmover la fortaleza de la tradición
aristocrática. Porque, escribe nuestro maestro, que la riqueza allí en Valladolid nunca fue
un bien en sí mismo; sólo el camino hacia los honores y una invitación a vivir de las
rentas. Porque conforme el siglo va declinando, la fiebre de las rentas se generaliza. Y no
era ya una renta que, en principio, fue instrumento de crédito, sino un proceso distinto;
una huida hacia delante en la creencia falsa de que la confortabilidad del presente había
de garantizar el futuro. A esta confortabilidad del hoy inmediato respondía el ideal
señorial. Un estilo de vida un tanto necio porque cegaba sus propios ojos a las realidades
evidentes. Y éstas eran muy simples: los campesinos, los verdaderos productores,
cerraban sus labranzas por estar cargados de deudas. Uno trabajaba y treinta
230
cuales se expresaba tal unanimidad; pero ello no impedía entender que, en las «visiones»
concretas de aquel mundo, también existían diferencias. Porque, aun compartiendo un
ideal de vida y un conjunto de actitudes generales, también se dibujaban disfunciones y
relaciones entre diferentes espacios y niveles.
23 B. Bennassar habló de cultura de élites y cultura de masas y con ello abordó entonces el
moderno problema de las relaciones entre «alta y baja cultura». Y esas relaciones
Bennassar no las entendió bajo los formatos de circularidad, sino a través de elementos
mutuos que se situaban en el quid donde se rozaban los estamentos, los grupos o las clases
sociales. Eran los gremios que regulaban ciertas comunidades de intereses económicos; y
eran también, por otro lado, las cofradías que agrupaban intereses profesionales,
parroquiales o devocionales. En cualquier caso, estructuras así, garantizaban la
adecuación relativa de la igualdad y la diferencia; y por medio de las formas de
sociabilidad, que estas instituciones manifestaban, dulcificaban de algún modo las
tensiones y los conflictos entre clases, entre clases dominantes principalmente, las que
habían ascendido comprando el honor y la hidalguía gracias a la riqueza obtenida; y la
nobleza titulada y tradicional, la cual oponía el discurso de una genealogía de la memoria
construida a expensas de la hipérbole del linaje.
24 Porque, finalmente, la riqueza, el lujo, la fiesta continua y el espectáculo permanente,
fueron medios en los que participaron todos los vallisoletanos del siglo XVI; los pobres
también, por supuesto. La sociedad, paulatinamente más católica, que recreó Bennassar
en su Valladolid, sólo se entiende si se cuenta con la existencia de un orden cultural
dominante –confesional obviamente– cuya característica primera es la diferenciación
complementaria que caracteriza a una república cristiana. Porque, si en ella todos son
hijos de Dios, destinados para la salvación, los caminos y los medios para alcanzar tal fin
son diferentes y se hallan escritos en la naturaleza y, por lo mismo, en el orden social.
Ricos y pobres son, pues, necesidades de la naturaleza, necesidades de Dios, igualmente;
porque, con algunas excepciones, muy poco significadas, la idea paulina del trabajo no
arraigó verdaderamente en el Valladolid cortesano y aristocrático.
25 Allí, en aquella república de cristianos, rentistas los más respetados, los pobres no
trabajaban. No eran pobres por tener poco, sino por no tener nada. Si trabajaban no eran
pobres del todo porque así no podían representar la necesaria justificación de la riqueza.
¿Cómo conseguir, si no, que un rico pudiera pasar por el estrecho ojo de la aguja que
explicaba el Evangelio? Solamente mediante la caridad asistencial con los pobres. Y es por
esto, por lo que aparecen hospitales, obras pías, cofradías que cuidan de casar a huérfanas
y de enterrar a difuntos, luego de reconfortarles para bien morir. Los pobres, en
Valladolid fueron un lujo porque excitaban y provocaban el ejercicio de la caridad
compasiva, y porque expresaban el modelo con el que había de afrontarse los últimos
días. Vivir rico y morir pobre. Ahí, entre ambos polos, se debía organizar todo el «estilo
de vida», toda la cultura de la ciudad cristiana que habría de entender el lujo privado y
público como servicio a Dios, a través de sus pobres mendigos. La cultura de la renta, que
buscaba y se alimentaba de la riqueza, no debía vivir de otro modo sino con el
contrapunto del pobre.
26 Aquel estilo de vida suponía, pues, un cierto atolondramiento de las conciencias, porque,
en aras de un parco y melancólico presente, desentendíase del futuro. La idea de salvación
personal había organizado una estructura en que los esfuerzos económicos y sociales
cristalizaban en rentas y estas disfrutaban de la vida y preparaban la propia muerte a
través de mandas y otras obras pías. Muy pocas conciencias se revelaban ante tal
232
procedimiento. Cellorigo sí se reveló; y por eso afirmaba, con rotundidad, que por las
rentas
El labrador se pierde, el hidalgo se corrompe, el caballero se desanima, el grande se
humilla y el reino se resiente8.
27 Valladolid, que había nacido a la historia moderna por el trabajo de Bennassar, mostraba
así la razón principal de su decadencia; y con la suya propia, la de España también. Un
ideal señorializado que negaba la realidad de las cosas en aras de su encantamiento
esteticista que justificaba el presente.
28 La obra de Bennassar, su opus magna, sigue siendo válida en lo esencial de su metodología
y en lo principal de sus conclusiones. Nada hay todavía que
corrija sustancialmente el cúmulo de datos por él manejados ni que modifique la
interpretación que se ofrece en ella9.
29 Obra clásica, por lo tanto.
30 Podría yo acabar aquí la reflexión sobre la obra de Bartolomé Bennassar. Podría hacerlo y
con ello se habría cubierto el objetivo principal de esta reflexión; ubicar la historiografía
de nuestro autor en el lugar privilegiado que le corresponde. Pero después de 1967, el
maestro continuó produciendo y reflexionando, siempre en el sentido de repensar la
historia de España en clave europea. En 1969, en un periodo de dedicación intensa a la
enseñanza en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de Toulouse, Bennassar sacaba a
la luz otra obra significativa: Recherches sur les grandes épidémies dans le Nord de l’Espagne à
la fin du XVIe siècle.
31 Aquella obra no era, ni mucho menos, una reflexión positivista de los azotes demográficos
que comenzaban a castigar al ya cansado siglo XVI con el rigor malthusiano. Se trataba de
algo más: de un análisis social y cultural, también político, de la enfermedad, de la peste y
de la muerte. Aquellos azotes, queridos por Dios, podían ser, de alguna manera,
corregidos por la acción de los hombres. Claro que éstos podían hacer algo, pero si se
organizaban podían hacer más. Bennassar demostró la acción de los corregimientos en las
medidas de profilaxis y prevención para detener los efectos de aquellos azotes. Azotes de
Dios que habían de ser entendidos como pruebas para fortalecer la solidaridad entre los
hombres. Y esos azotes de Dios, como predicaban frailes-misioneros, se expresaban
particularmente violentos cuando se manifestaban en un medio de pobreza. Diríase que el
furor divino enviando la peste, se agigantaba ante las situaciones de miseria. Allí morían
muchos más que en las zonas donde vivían los ricos. Una manera diferenciada de la
justicia de Dios para practicar la caridad distributiva. Aquellas epidemias, por otro lado,
demostraban el inicio de la decadencia. Y ésta, otra vez, tomaba un particular «estilo de
vida».
bastantes de las disfunciones que se producían en el esquema general del famoso «estilo
de vida». En este sentido el maestro conocía con anterioridad estas fuentes que tanto
juego dieron posteriormente.
33 Pero no era éste, únicamente, el objetivo de sus reflexiones sobre la Inquisición española.
Lo que verdaderamente le preocupaba era entender el qué y el cómo de aquella
institución. La Inquisición había fascinado a cientos de historiadores, entre otras muchas
razones, porque expresaba una naturaleza política, cuya naturaleza podía asimilarse a la
del Estado totalitario. Bien sabía B. Bennassar que la eficacia más evidente de un régimen
político de tal naturaleza, se basaba en la imposición, desde la infancia, de una ideología
acabada y determinista que excluía la disidencia. El Tribunal por eso había causado la
repulsa del liberalismo político y, por eso, había sido «comprendido» tan
benevolentemente por las posiciones políticas más cerradas y autoritarias.
34 El problema no era determinar qué cosa era la herejía, sino qué sujetos y por qué fueron
definidos como herejes. El Tribunal obedecía a razones políticas más que eclesiales o, al
menos, a razones eclesiales que tenían, de algún modo, una extraordinaria connotación
política. Porque de otro modo no se entendía nada o muy poco de esa Institución que
había cubierto con homogeneidad casi 350 años de la historia de España. La herejía nunca
fue cuestión específica ni de España ni de los españoles; y las desviaciones respecto del
dogma y la moral habían cubierto todos los tiempos y todos los espacios del Occidente y
del Oriente Europeo. En algunos territorios se apeló, con frecuencia, al modo excepcional
del proceder jurídico-procesal del juez-inquisidor, pero ello no determinó ninguna opción
definitiva ni permanente por una estructura institucional, como la Inquisición, que fue
«inventada» por los Reyes Católicos.
35 Opus monárquica, indicó B. Bennassar en oposición a la corriente más institucionalista
que la había venido entendiendo como opus romana, o mejor, pontificia.
36 Y en tal sentido, no faltaban las razones para esta opción. Las acciones contra los
conversos que judaizaban, en primer lugar; luego las persecuciones contra los moriscos,
después el asunto de los alumbrados, las reticencias contra los erasmistas, el asunto de
Carranza, Antonio Pérez, Macanaz y tantos otros. Arma absoluta de la Monarquía, llegó a
decir y a demostrar cargando las tintas por este lado, estrictamente político, de la famosa
y tristemente célebre institución. Y esto, evidentemente, no puede ser ningún reproche;
aunque ahora las reflexiones historiográficas se hayan esforzado en elaborar
matizaciones más ajustadas. Porque si ciertamente aquella institución fue el arma
ideológica del absolutismo monárquico, lo fue esencialmente porque dicho absolutismo
estaba plenamente confesionalizado, es decir, su propia naturaleza interna estaba
eclesializada. Y el Tribunal del Santo Oficio fue el ejemplo más evidente de dicha
confesionalización. Tribunal de justicia para el delito de herejía, delito primero contra la
ley de Dios y delito, igualmente primero, contra la ley positiva.
37 Pero esta ley no puede entenderse en sí misma si no es como reflejo de aquélla; y en este
espacio la iniciativa jurídica era de la Iglesia, de Roma primeramente. Así lo han
reconocido en el propio seno de la Santa Sede, cuando, desde ese espacio, hoy se ha
pedido comprensión y perdón para la propia Iglesia, en el proceso que ésta actualmente
se ha autoimpuesto de «purificación de la memoria». Obra e institución eclesiástica, sí,
por supuesto, pero operando ritualmente en el espacio interior de la Monarquía, hasta
inspirar no sólo las conductas, sino también las normas de representación. Bennassar no
lo dijo así, como hoy se suele definir el problema, pero supo entender la funcionalidad
234
43 Fue éste un libro ciertamente polémico porque en principio planteaba una osada
pretensión llena, inevitablemente, de contradicciones. Y sin embargo, B. Bennassar
asumió y aseguró la existencia de tales contradicciones, y aceptó también la fragilidad de
muchas hipótesis y de otras tantas ideas. Pero, con todos los riesgos, precisó que su
atrevimiento se basaba en el hecho evidente de que la historia de España, hasta el primer
tercio de este siglo, ofrecía más permanencias que cambios12. Y es a esas permanencias a
las que recurre; y no desde las instituciones o los acontecimientos, sino desde un plano
más elemental, el de la existencia misma. Pero captar la existencia de una colectividad,
imprecisa en su conjunto, es agrandar el inventario de incoherencias.
44 El autor corre el riesgo y lo hace marcando directamente los diferentes espacios en los
que desea ubicar su reflexión. Recurriendo a una imagen taurina, que tanto le agrada,
Bennassareligió los terrenos donde desarrollar la «faena» y, en consecuencia, realizó una
enumeración temática sobre la cual su dominio era absoluto: los ritmos del tiempo vivido,
la percepción del espacio, la ortodoxia de fe y sus catálogos de disidencias; el poder, el
trabajo y la riqueza, la fiesta, los amores, los honores y las formas de violencia. ¿Hay algo
en todos esos espacios que el autor no haya, previamente, conocido y ensayado? Todo le
es ampliamente sabido y... con todo, no se arriesga en exceso. Su objetivo principal fue
averiguar el porqué de esa desidia estructural por el saber. No hay respuestas definidas,
tan sólo algunas sugerencias. Es verdad que durante el periodo entre 1600 y 1750 el
divorcio entre un lado y otro de los Pirineos, probablemente, haya sido preparado por las
severidades inquisitoriales. Ello sin embargo no es seguro. Luego, después, es evidente
que se produjo un enfrentamiento ideológico y político fundamental, en el que el
reformismo borbónico jugó sus mejores bazas. Pero hubo numerosas resistencias y
también extraordinarios esfuerzos. ¿Habían llegado entonces los españoles a comprender
las bondades de la duda, de la experimentación y del razonamiento? Sin duda que sí, en
gran medida, pero no plenamente como producto de una estrategia política y cultural
ampliamente diseñada.
45 Finalmente L’homme espagnol concluye con la certeza de que las actitudes y los modos de
vivir no han cesado de transformarse. Las numerosas contradicciones que expresan sus
manifestaciones lo indican con evidencia. Porque, finalmente, quizás el problema no sea
posible verlo en una sola dirección, la de afuera hacia adentro. Tal vez las visiones no se
precisen tanto en las diferencias percibidas, cuanto en las similitudes olvidadas. No hay,
ni hubo una manera específicamente española de asumir la vida. Tal vez fuera preciso no
recurrir con tanta frecuencia a los estereotipos. Y a pesar de todo, Bennassar descubre
que los españoles, los de entonces, los de la sociedad del Antiguo Régimen, nunca o muy
pocas veces emplearon la palabra «reto», la que, precisamente en esta década que se
cierra, la de 1990, inunda y llena los discursos de intelectuales y políticos.
46 Reto de modernidad de hoy, sueños del ayer. Bartolomé Bennassar descubre que entre los
dos términos de esa compleja línea, entre el hoy y el ayer, los españoles han sido los
primeros europeos en pensar y repensar una teoría de su propia decadencia, una
decadencia sentida desde su propio interior. Viviendo tal proceso –a medio camino entre
las realidades y las ilusiones– Bennassar creyó encontrar unos determinados sistemas
culturales pensados y precisados, tanto para el vivir bien, como prefacio lógico del bien
morir. Un sentimiento del morir que supone, como decía Unamuno, «el pálpito de mi
consciencia» y una muerte social que a todos iguala. La conciencia de muerte certera dio
más precio a la vida, recuerda Bennassar, cuando escribió Un Siglo de Oro español.
236
BIBLIOGRAFÍA
Bibliografía
BENNASSAR, Bartolomé, Valladolid au Siècle d’or. Une ville de Castille et sa campagne au XVI e siècle, Paris
- La Haya, Mouton, 1967. Ed. esp.: Valladolid en el Siglo de Oro. Una ciudad de Castilla y su entorno
agrario en el siglo XVI, Valladolid, Fundación Municipal de Cultura, 1983 (citado B. BENNASSAR,
Valladolid, ed. esp.).
— Recherches sur les grandes épidémies dans le Nord de l’Espagne à la fin du XVI e siècle. Problèmes de
documentation et de méthode, Paris, SEPVEN, 1969.
— L’homme espagnol. Attitudes et mentalités du XVIe au XIXe siècle, Paris, Hachette, 1975 (reed.
Bruselas, Complexe, 1992). Ed. esp.: Los españoles. Actitudes y mentalidades del siglo XVI alXIX,
Barcelona, Librería Editorial Argos, 1985 (reed. Barcelona, Círculo de Lectores, 1990), [citado B.
BENNASSAR, Uhomme espagnol].
— L’Inquisition espagnole, París, Hachette, 1979. Ed. esp.: Inquisición española. Poder político y control
social, Barcelona, Crítica, 1981 (citado B. BENNASSAR, Inquisición).
REVAH, I. S., «Le plaidoyer en faveur des “Nouveaux-Chrétiens” portugais du licencié Martín
González de Cellorigo», Revue des études juives, 4e série, 2(122), [Paris], 1963, pp. 279-398 (citado I.
S. REVAH, «Le plaidoyer en faveur des “Nouveaux-Chrétiens” portugais»).
NOTAS
1. B. BENNASSAR, Valladolid, ed. esp., p, 517.
2. B. BENNASSAR, Valladolid, ed. esp., p. 13.
3. Cit. en I. S. REVAH, «Le plaidoyer en faveur des “Nouveaux-Chrétiens” portugais», p, 279.
4. B. BENNASSAR, Valladolid, ed. esp., p. 14.
5. B. BENNASSAR, Valladolid, ed. esp., p. 14.
237
RESÚMENES
Bartolomé Bennassar «inventó», en el primer sentido de la palabra, a Valladolid. Su tesis sobre la
ciudad castellana nació de una pregunta más general que el historiador novel se hiciera sobre el
destino de España, desde el apogeo del siglo XVI hasta el declive del siglo XVII. Compartiendo la
vida de los vallisoletanos de la posguerra (1950), Bennassar se enamoró de esta ciudad de la que
hizo una semblanza muy completa. Luego se dedicó a explicar la historia de España. Ya presente
en sus tesis, el estudio de las mentalidades y en especial lo que de ellas revela el funcionamiento
del Santo Oficio, formó el núcleo de posteriores investigaciones y escritos. Por otra parte, el
historiador subrayó la naturaleza política del Tribunal de la Inquisición y las consecuencias de
tipo ideológico y espiritual de su acción. Las conclusiones de su labor investigadora se plasman en
su obra L’homme espagnol. Attitudes et mentalités du XVI e au XIXe siècle. Jaime Contreras insiste en la
coherencia de la obra de Bartolomé Bennassar y en el papel que desempeñó en la elucidación de
los grandes debates históricos e historiográficos de España
Bartolomé Bennassar a « inventé », au sens premier du mot, Valladolid. Sa thèse sur la ville
castillane est née d’une interrogation plus vaste sur le destin de l’Espagne : de l’apogée du XVI e
siècle à la décadence du XVIIe siècle. Partageant la vie des Vallisolétains de l’après-guerre (1950),
Bennassar a aimé la ville dont il a brossé le portrait le plus complet possible avant de s’engager
plus avant dans l’explication de l’histoire de l’Espagne. Déjà abordées dans sa thèse, les
mentalités, et notamment ce que met à jour le fonctionnement de l’Inquisition, seront l’objet de
ses recherches et de ses écrits. La nature politique du Tribunal de l’Inquisition et les
conséquences idéologiques et spirituelles de son action sont soulignées par Bennassar. On les
retrouvera dans son ouvrage intitulé L’homme espagnol. Attitudes et mentalités du XVI e au XIXe siècle.
J. Contreras souligne ainsi la cohérence de l’œuvre de Bennassar et son rôle décisif dans
l’élucidation de grands débats historiques et historiographiques
Bartolomé Bennassar «invented» Valladolid, in the original sense of the word. His thesis on this
Castilian city was born of a more general concern of the newly-fledged historian as to the fate of
Spain from its apogee in the 16th century to its decline in the 17th. Living among the people of
Valladolid in the post-war years (the 1950s), Bennassar fell in love with the city, of which he drew
a highly detailed portrait He later went on to interpret the history of Spain. Already discernible
in his thesis, the focus on mentalities –and especially can be learned of these from the workings
238
of the Holy Office– lay at the core of his later research and writings. The historian also drew
attention to the political nature of the Inquisition Tribunal and the ideological and spiritual
consequences of its work. The conclusions of his research are set forth in the book L’homme
espagnol. Attitudes et mentalités du XVIe au XIX e siècle. Jaime Contreras highlights the coherence of
Bartolomé Bennassar’s work and the elucidating role that it played in the great historical and
historiographic debates of Spain
AUTOR
JAIME CONTRERAS
Universidad de Alcalá
239
Mes Espagnes
My Spains
Mis Españas
Pierre Chaunu
1 Quand votre, notre Seigneur et maître Canavaggio m’a fortement prié de participer et m’a
généreusement doté d’une heure de votre précieux temps, j’ai été pris d’un instant de
panique. Étant ce que le duc Charles qui n’était pas encore Carlos Quinto aurait appelé un
welche en ses États, je suis « bête et discipliné », donc je me suis exécuté. Et comme la
chose la plus difficile est le choix d’un titre, j’ai sauté à pieds joints sur celui qui m’a été
proposé, Mes Espagnes : une espèce donc d’auto-, voire d’égohistoire, c’est la mode et après
tout, c’est une forme de biographie historique. On ne peut être, par définition, que bien
servi que par soi-même... Voire ! Est-ce bien sûr ? Une tradition à l’Institut de France veut
que le nouvel élu fasse un éloge savamment documenté de son prédécesseur. Ce texte est
publié. J’ai fait l’éloge de mon prédécesseur et ce fut avec joie, j’ignore ce qu’il en sera
pour moi. J’ai donc pensé à mon successeur, il vous sera reconnaissant, chers amis, de lui
avoir facilité la tâche. Apprêtez-vous à souffrir.
2 Mes Espagnes, vous aurez apprécié le pluriel, la griffe de l’Espagne. Nous souhaitons
chichement le bon jour, l’Espagnol, dès le desayuno, vous souhaite de bons jours. Ici, de
toute manière, le pluriel s’imposait.
3 Je ne suis pas un hispaniste – vous n’avez pas besoin de preuves, tant c’est évident –, tout
au plus un pauvre petit hispanisant par raccroc. Ce qui n’implique pas que la fière et
généreuse Espagne n’ait pas été dans notre vie (à Huguette et à Pierre, je ne sépare pas)
une chance. Que même si je ne lui ai pas été très fidèle – nous ne sommes pas elle
(l’Espagne) et moi mariés, je l’étais déjà quand nous nous sommes rencontrés et elle n’eût
pas consenti –, je lui ai écorché les oreilles. Nos rencontres, notre rencontre et ce qui a
suivi ont été pour moi du moins extrêmement gratifiants. Il me reste à essayer de
découvrir le comment et le pourquoi. Puisque je suis, comme chacun de nous, Yo y mi
circunstancia, je vais essayer de dégager la part de l’Espagne dans mi circunstancia, notre (à
Huguette et à moi) circunstancia.
4 La tâche n’est pas aisée. Je m’efforcerai de marier chronologie et thématique. La
chronologie est simple, de 1948 à 1951 surtout, l’implication est totale, forte de 1951 à
240
1960, puis je m’éloigne, pris par d’autres activités, mais sans que j’en sois toujours
parfaitement conscient, un dialogue intérieur se poursuit. C’est le mérite de la question
que vous me posez aujourd’hui de m’en faire prendre mieux conscience.
5 Le détonateur, d’abord, le terrain ensuite. Automne 1945. J’ai vingt-deux ans, la guerre
finie, interrompue (?), un programme d’agrégation d’histoire. Au nombre des questions,
l’indépendance de l’Amérique latine, sujet bateau, libellé d’une manière idiote. Pour deux
ans, c’est la règle (le programme renouvelé par moitié chaque année, donc 1945-1946,
1946-1947). 1946, Fernand Braudel, sorti d’une captivité éprouvante, assure quatre ou
cinq conférences devant quinze à vingt candidats qui ont levé le nez par hasard sur une
feuille de papier manuscrite qui a échappé aux autres (tous les provinciaux a fortiori).
Suivant son habitude, il parle sans notes et nous sommes deux ou trois transportés avec
lui en pensée, à cheval avec les bandeirantes paulistes, sur ces plateaux qu’il avait
parcourus à cheval (c’était un remarquable cavalier), en 1937 et 1938.
6 L’année suivante (1946-1947), nous sommes quatre ou cinq à le suivre, une fois tous les
quinze jours, dans un minuscule séminaire qu’il tient à l’École des Hautes Études, sur un
peu tout, peu importe, mais l’économie espagnole au XVIe au premier chef, il suffit
d’écouter, cela ruisselle d’intelligence, à vous faire prendre en grippe sinon tous mais plus
d’un enseignement de l’autre côté de la cour, j’entends à la Sorbonne. On peut aimer l’un
sans détester l’autre. Le concours passé (1947), la petite timbale décrochée, je cherche un
sujet, un vrai sujet. Je frappe à une porte, après quarante-huit heures je prends mes
jambes à mon cou. Et je me résous, timidité vaincue, à aller trouver Fernand Braudel. Mon
échelle des valeurs ne s’est jamais confondue avec l’échelle hiérarchique, elle est moins
visible, en l’occurrence, elle est anticipatrice, celle que le temps ensuite confirme. Je serai
testé : me voilà sacré, entre Bar-le-Duc et Paris, secrétaire bénévole de Lucien Febvre, et
grâce à l’aide de mon épouse et au téléphone de ma belle-mère (c’est encore rare et
précieux), je réalise l’emploi du temps de la première année d’enseignement de la VI e
Section de l’École des Hautes Études (décret de Victor Duruy, 1868, déterré). Il me faut
négocier, c’est une excellente école où la courtoisie des grands contrastes avec
l’arrogance des imbéciles, nombreux dans l’Université comme ailleurs. C’est une
constante. Et l’affiche qui a duré plus de vingt ans a été dessinée par mon épouse, qui
sacrifie un temps précieux.
7 On va parler thèse. Le Pacifique est à prendre. Quel que soit le sujet, c’est avec Braudel
que j’ai envie de travailler. Le Pacifique, après Legazpi, sur l’axe Acapulco-Manille.
Pourquoi ? Le dernier livre de W. L. Schurz, The Manila Galleon, n’est pas parvenu en
France à cause de la guerre. Je l’ai découvert sans surprise, il ne répondait pas à la
question qui m’avait mis en branle. Braudel m’avait mis sous les yeux une phrase de l’ami
connu à Simancas, Earl Jefferson Hamilton, vaguement étayée par un pamphlet
polémique de Grau y Montfalcon au service d’un groupe de pression des marchands de
Séville dans les années fin 1620-16301. Ce pamphlet, suivant un schéma mental dont je sais
mieux maintenant combien il est peu original, accuse la concurrence déloyale chinoise
qui pompe l’argent (métal blanc) de la Nouvelle-Espagne. En peu de mots, un problème de
dynamique des flux est posé. On cherche à mieux comprendre, dans des économies
anciennes d’après le désenclavement planétaire mais d’avant la spirale des innovations de
la fin du XVIIIe et du XIXe, ce qui peut mouvoir les différences d’accélération que les rares
indices dont nous disposons semblent mettre en valeur sans que l’on ose en contester la
leçon. C’est donc une démarche a priori, avec vérification a posteriori qui commande mon
entreprise. Si vous acceptez l’hypothèse d’un rôle moteur des nouvelles routes et des
241
nouveaux axes, comprendre les rythmes à long terme de ces activités vous fournira un
élément d’explication des accélérations et des ralentissements qui se répercutent
apparemment sur de vastes ensembles. Si la panne atlantique relative est due à une
capture via Acapulco et Manille, vous aurez gagné. Heureusement, pas besoin de se fixer
en Chine (en 1949 ?) et d’apprendre le chinois, le papel de China de la Caisse de Manille et a
fortiori les comptes d’Acapulco sont à Séville, aux Archives des Indes en vue d’une
hypothèse à vérifier ou à écarter.
8 Je voulais seulement établir qu’on pouvait s’engager dans cette aventure sans être à
proprement parler hispanisant. Mais sans nul doute, un peu fou : il faudrait non
seulement embrasser le Pacifique, mais en outre l’Atlantique où la documentation existe,
et la mettre en forme. Nous serons deux, il faudra vivre pendant trois ans, une bourse de
stagiaire pour Huguette et la bourse alors squelettique (35 % de mon salaire d’agrégé
débutant) de la Casa de Velázquez, que j’obtiens grâce à l’estime du doyen Renouard, de
Bordeaux, qui m’avait remarqué durant la suppléance qu’il avait faite pendant la guerre à
la Sorbonne.
9 J’ai évoqué le détonateur. Après tout, les agrégatifs d’histoire de cette époque n’ont pas
tous suivi Fernand Braudel et n’ont pas épousé l’Espagne et ses magnifiques archives.
Reste à préciser le climat. Je me suis expliqué ailleurs, titrant « Je suis le fils de la morte »
un éveil de la conscience entre le paysage lunaire du champ de bataille de Verdun et la
garnison de Metz, encore d’autres champs de bataille, l’expérience in concreto des
pyramides des âges dévastées, l’enfant seul dans un monde de vieillards vraiment vieux,
comme on ne l’est plus maintenant sauf en fin de course, et que les deuils plus que l’âge
avaient accablés. Ce complexe explique l’éventualité d’une triple vocation, puisque la
mort et la nuit nous entourent, faire face, soldat, je ne puis ; la médecine, comme Louis
Pasteur qui n’était pas médecin, barrée par la phobie, aujourd’hui dominée, du sang.
Reste l’exploration du passé, de ces luttes dont j’ai le sentiment d’être à jamais frustré et
que l’on ressasse autour de moi. Et un vide, un creux, le creux de l’avant, du passé
antérieur proche, puisque sur la photographie jaunie, je reconnais tous les visages, sauf
un dans un coin où se tient debout « la dame blanche ». Les yeux se brouillent, le regard
se détourne quand l’enfant interroge. Vous avez compris que le mystère, bien plus que
celui de l’après – ils ne font qu’un – est le mystère de l’avant. C’est ainsi que faute de
mieux, on devient historien, comme celui qui se contentera d’un emploi de frère convers,
faute d’avoir eu accès au chœur des Pères.
10 Maurice Barrès, qui fut amant de l’Espagne, comme tous nos romantiques, stricto et lato
sensu, a titré « du sang, de la volupté et de la mort ». Il n’est guère de volupté dans la note
infrapaginale d’Hamilton, mais un heureux hasard et/ou la Providence qui a eu la bonté
de commander la remontée du Guadalquivir jusqu’à Séville, via Madrid et Madrid, à une
époque où les Pyrénées supprimées avaient été rétablies en raison d’une habitude qu’ont
souvent les Français, par bonté d’âme, je suppose, de chercher la paille dans l’œil du
voisin, ce qui dispense de tracasser la poutre que l’on caresse dans le sien. Agrégé, après
un an, me voilà becario à l’École des Hautes Études Hispaniques, Casa de Velázquez à une
époque où l’on ne se pressait pas au portillon.
11 J’avais lu avec la passion d’une adolescence prolongée, à fond, tout Simiand – il faut,
croyez moi, de la vertu – qui flattait mes penchants de vrai scientifique avorté. Fernand
Braudel, qui était en quête de sujets de recherche, me voyant jongler entre phases,
intercycles, Kondratieff, Juglar et Kitchin et tutti quanti, tout barbouillé d’une science bien
fraîche, m’avait mis sous le nez la phrase de Hamilton dont il aimait à rappeler les
242
éprouvé le besoin de me dire une fois qu’il avait été tenté dans sa jeunesse par l’économie
mathématique. Et un jour que la maison avait failli sauter, il m’avait confié le dossier, que
je lui offris d’aller plaider au Ministère à Paris. J’obtins gain de cause sans difficulté. Je
crois que le Cid avait comme tout le monde un more à son service. J’étais protestant. Il y a
des ennemis qu’on n’a pas envie de tuer (voyez Charles Quint et Luther). Pour Maurice
Legendre, les ennemis c’étaient les Allemands. Il avait prouvé son attachement véhément
à la France en 1914-1918 et 1939-1945.
14 Et l’Espagne ? Et l’histoire dans tout cela ?
15 J’avais rempli mon contrat. Je pouvais reprendre ma liberté par rapport à ce qui avait été
un engouement. Au bout d’un an de dépouillement, je l’écris à Fernand Braudel. La
corrélation entre ce qui navigue entre Acapulco et Manille et ce qui emprunte la Carrera
de Indias est étroitement positive. Donc la cause de la panne est ailleurs. L’explication
viendra bientôt. L’unique moteur, là comme ailleurs, libres ou contraints, les hommes, la
mort des Indiens, sous le choc microbien et viral. Quand me parvinrent les premiers
chiffres établis par l’école de Berkeley, j’avais été d’abord sceptique. Les Américains le
seront bien plus longtemps. Las Casas et Fernández de Oviedo, paradoxalement,
convergent. Je l’ai précisé plus tard et Berkeley m’écrit que c’est un long article que
j’avais publié dans la Revue historique qui avait fait basculer l’opinion hésitante. Woodrow
Borah est enthousiaste : ils avaient calculé, je fournis l’explication. Les symptômes sont
dans les textes, le diagnostic, à la portée de l’étudiant en médecine rentré que j’ai été. Non
la conquête mais le rythme de la Conquista et la quête du détroit introuvable ont coûté
15 % environ de la population humaine du globe en moins d’un demi-siècle. La
catastrophe tragique a balayé les isolats amérindiens, à la consternation des porteurs de
germes – comment auraient-ils pu se méfier des germes de mort qu’ils portaient avec eux
sans avoir à en souffrir ?
16 Nous avons suivi, les historiens espagnols et moi, des chemins divergents, mais nos routes
se croisent. C’est plus souvent le passé que le présent qui fait grandir les germes de
l’avenir. Il y a toujours en une réaction un excès. L’école des Annales, à laquelle je suis fier
d’avoir appartenu, était une réaction nécessaire et, telle que je l’ai vécue, excessive contre
ce qu’elle appelait improprement l’histoire positiviste. En un mot, déterminisme,
mécanisme. Le monde scandé au rythme des métaux précieux. Il est facile aujourd’hui de
sourire. Nous pensions avoir libéré l’histoire des Grands et de la politique, pour
promouvoir les masses sans visage. Nous avions l’illusion d’être en avance d’un tour.
Contemporains de Newton et de Laplace, nous étions seulement en retard d’une
révolution mentale. Causalité, à ne pas confondre avec déterminisme, coïncide avec
« logique de l’imprévisible ». J’ai, autour de Colomb et du rythme absurde de la Conquista,
titré en 1993 Colomb ou la logique de l’imprévisible.
17 Je sais gré à l’historiographie espagnole de m’avoir présenté une face plus proche de ce
que la Sorbonne m’avait enseigné. Au moment où je sortais de la superstition du tout en
graphiques, séries, cartes et calculs, et avant d’avoir retrouvé des acteurs bien
identifiables, au moment où je m’écartais de ce qui avait été mon premier champ de
recherche, la présence de l’Espagne, sous des formes discrètes, allait m’aider. Il serait
long, inutile d’expliquer les raisons qui me conduisent à l’Université de Caen où, de 1959 à
1970, je fus réellement, professionnellement, heureux. Par la vie et la pensée, d’abord,
plus tard à la Sorbonne, la mort et le Sens.
18 La vie. Les Indiens d’abord. La nécessité d’une causalité forte, indépendante et commune
s’était imposée. Il avait fallu préciser l’hypothèse, vérifier, décoder les textes et fournir ce
244
Madrid, que j’ai appris récemment à un peu mieux connaître. Cette angoisse est une
angoisse salutaire qui rattache l’espèce humaine à la vie dont elle est par l’évolution, de
mutations en mutations ordonnées, presque nécessairement, issue. L’accident du collapsus
amérindien (imputé bêtement à l’Espagne) avait fait jouer en moi de vieilles blessures.
Nous sommes moins convaincus au fil des jours de la portée vraiment motrice de nos
18.000 voyages peineusement rassemblés et traités – une pesée globale comparative4 les
ramène en honorable, certes, et modeste mais marginale position, donc relativement
efficace. Je suis désormais soucieux du seul moteur, celui des hommes. Or les hommes, ça
naît et ça se marie et ça meurt, grâce à Dieu, de plus en plus au XVI e et au XVIIe siècles sur
des registres (c’est une image).
24 La démographie historique et la sensibilité religieuse à partir de l’attente de la mort ont
nourri les recherches que je me suis efforcé de susciter. Nous sommes passés
insensiblement du chronologique au thématique. De la Carrera de Indias et du Pacifique
des Ibériques à la Vie, la Mort, la Foi. Dois-je rappeler le chassé-croisé ? L’Espagne avait
des trésors dans ses archives. Nous sommes venus non les lui prendre, mais en
commencer une exploitation respectueuse. Combien de brillants toujours, hier jeunes
historiens espagnols – je n’en citerai aucun de peur d’en oublier, ils sont présents à nos
esprits – se sont imposés dans ce que nous appelons histoire quantitative ou, plus
modestement, sérielle.
25 J’avais créé à Caen – il existe toujours – un centre de recherches d’histoire quantitative.
Nous y avons compté un moment Annie Molinié, qui nous avait confié le soin de
cartographier quelques éléments de sa grande thèse sur la population de l’Espagne au XVI
e
siècle. Je ne compte plus mes anciens élèves, tous plus doués les uns que les autres et qui
ont construit une démographie historique dont je m’efforce de suivre les progrès sans
toujours y parvenir.
26 Il est cependant une chose dont je suis tristement fier. Avoir fait plusieurs prévisions qui,
malheureusement, se sont révélées exactes. Parce que je suis historien et que l’historien,
lui, sait que, contrairement à ce qu’affirme l’Ecclésiaste, ce qui se produira ce n’est pas
nécessairement ce qui s’est produit et qu’il y a parfois du nouveau sous le soleil. C’est
lorsque la projection n’est pas prospective et que les moyennes pour la prospective ne
servent de rien. Il suffit de déceler la cellule mutante et de construire hardiment sans
référence dans le passé le modèle théorique adéquat. À partir de l’enquête auprès des
accouchées à Villeurbanne en 1960 et de la fécondité de Berlin Ouest en 1957, j’ai prévu –
à moins d’une prise de conscience qui fut refusée – ce passage inéluctable de 2,8 enfants
par femme à 1,4 et dans une seconde étape à 0,8. Ce qui est déjà réalisé en plusieurs lieux
quelques-uns pas très éloignés d’ici. Et que le Tiers Monde à son tour serait acculturé. J’ai
développé ailleurs le modèle logique. Il suffirait d’une prise de conscience et d’une non-
falsification des données pour que la correction se produise et que l’explosion dénoncée
débouche sur la transition annoncée à tort et non sur l’implosion qui est bien en place. Il
est difficile, présentement, de prévoir la date de la mutation qui se produira, je continue à
l’espérer5, avant que ne se manifestent des dégâts sinon irréversibles, du moins
entraînant un collapsus planétaire, comme ceux que l’on devine aux débuts chaotiques
d’une très lointaine préhistoire.
27 La mort, le sens, les recherches anxieuses du sens.
28 À Caen, j’étais encore partagé jusqu’en 1969-1970, je parvins à suivre l’avancée de
l’historiographie espagnole à l’assaut du quantitatif. À travers plusieurs de mes élèves et
la Casa de Velázquez, j’essaie de suivre, j’accumule des livres que je n’ai pas le temps de
246
lire à fond. Survient 1968 dont je n’apprécie guère les gesticulations puériles, devant des
adultes honteux, couchés, et qui annoncent ici et là le terme des Trente Glorieuses. Va
suivre la révolution informatique, qui laisse loin derrière tout ce qui a précédé, jusqu’à
l’émergence du langage articulé et les premiers pas de l’écriture. Plus que la machine de
Watt et les métiers mécaniques, ces orthèses du cerveau renvoient à la casse presque tout
le socle sur lequel on les a construites. Inutile de préciser que tout cela passionne
nécessairement l’historien du premier désenclavement planétaire, avant-propos de la
mondialisation.
29 Mes publications sur la Réforme découlent des nécessités de l’enseignement et les
attitudes devant la mort profitent d’une application des méthodes éprouvées de la
sémantique quantitative. Rien de bien neuf à l’horizon. Il faut prendre du champ.
L’Espagne prend sa revanche. Elle étaye ce qui est devenu – cum grano salis – ma
philosophie de l’histoire.
30 Où trouver une plus belle application que Christophe Colomb pour dégager la « logique de
l’imprévisible » ? La probabilité qu’un grand marin, le plus grand pilote de tous les temps,
génie absolu, inégalé, inégalable de la navigation pour l’essentiel à l’estime, mais
totalement étranger aux progrès de la connaissance arrivée à une appréciation des
distances, de la circonférence terrestre, avec une marge du dixième, cet ignorant génial,
grossissant l’Asie et rapetissant grossièrement la Terre, et qui arrive à l’idée absurde de
l’Asie à la porte que pourtant, cet ignorant génial rejeté, ridiculisé par les experts des
conseils au Portugal, en Espagne, en France et en Angleterre, – un fou, dit-on, un illuminé,
un prince qui le suivrait chargerait sa conscience de la mort certaine de ses sujets –
trouve le moyen de son projet. La probabilité est proche de zéro. Mais cet homme est un
prophète, il aura convaincu quelques moines et la reine Isabelle. Comment refuser
quelque chose à Dieu après le cadeau de Grenade ? « Elles sont toutes folles, c’est connu,
même la plus sage. » On sait la suite.
31 La suite, c’est la Conquista et une mise en communication sans étapes et sans transition,
un mode d’exploitation au-delà du coût de la « production et reproduction de l’homme »,
avant les avancées techniques de la fin du XVIe et du XVIIIe siècles. Plus on descend le fil
du temps et plus l’éventail des possibles est large et le déterminisme, étroit, impuissant à
rendre compte totalement de la nature et a fortiori de l’évolution des sociétés humaines.
On ne peut éviter d’acquitter le prix de la liberté.
32 Et le destin ? L’amour du destin et le désir d’éternité, suivant le beau raccourci où Jean
Guitton rassemblait les spiritualités complémentaires, les deux grandes familles
humaines, celle de l’immanence et la nôtre, celle de la transcendance. « Brûler du désir
d’éternité », assouvir le désir de Dieu, se hâter vers l’instant éclaté pour lequel les Grecs
ont forgé un mot, l’aïon. C’est refouler la sotte vie qui s’étire au-delà du tombeau que
nourrit en rêve la présence retrouvée de ceux qu’on a aimés. Être fidèle au désir
d’éternité, c’est accepter la mort, en acquitter le prix de la mémoire et de la connaissance.
Il fallait d’abord détruire l’illusion, apprendre à un petit peuple de témoins de la Parole
entendue mémorisée, transmise, portée jusqu’à la rencontre avec une Écriture aide-
mémoire, sans voyelles, squelettique, juste la carcasse des mots, le difficile secret.
33 La récompense au terme du tout sacrifié au seul désir de Dieu, c’est la conquête toujours à
refaire de l’éternité. Désir de Dieu, d’Adonaï jusqu’au Rabbi attendu (! voire ?) en qui un
nouvel étage de témoins croit discerner la Présence pour la transmettre du Transcendant
devenu accessible et qui détient les Paroles (créatrices) de la vie éternelle. Par étapes, la
première : salut collectif offert mais presque toujours contaminé par les anciennes
247
surdurées récurrentes. De la vie éternelle, car elle n’a pas de prix, on retient d’abord
qu’elle est gratuite. La condition de la survie de cette forme archaïque mais robuste est la
visibilité du Peuple, bien évidemment, élu. La menace découle du succès. La dilatation, le
trop de chance, les ruptures. Rendons grâce à Mohammad. Il fabrique de part et d’autre
des infidèles dont les fidèles ont besoin. Terre bénie donc entre toutes, l’Espagne,
frontière de chrétienté, quelle chance !
34 Au centre de la chrétienté, chez les Franji (la partie pour le tout), puisqu’il n’y a plus de
bons barbares au bout du gladium, il faut bien qu’on construise une limite. Latran IV
(1215) y pourvoit. Chacun devra mieux apprendre qu’au risque de dévaloriser son
baptême, la barrière, il la porte en soi. Au moment où s’étend la contrainte rude du
célibat, les obligations que s’imposent les clercs ont tendance à s’imposer aux laïcs. Tout
cela serait proprement intolérable sans le Purgatoire et surtout sans l’immense pouvoir
dispensateur de l’Église, cette présence seconde du Christ, à condition qu’elle ne soit pas
tentée d’en abuser, pour, au mieux, nouer, comme dit l’Évangile de trop lourds fardeaux
posés durement sur les épaules des plus faibles. Et que reste-t-il au bout du chemin de l’
Éternité, il faudrait être aveugle pour ne pas voir qu’une forme de surdurée païenne a
tendance à occuper un terrain encombré. Après tout, les païens, nos pères, – l’Écriture le
dit – sont aussi fils de Dieu et souvent plus près du Père qu’on ne le croit. Une phrase
résume le privilège de l’Espagne frontière : « Je suis des vieux-chrétiens, pour être duc,
c’est assez. » Pour être duc, c’est même trop (dixit don Quichotte), mais pour être sauvé,
nul n’en doute, c’est assez.
35 Sans Cervantes, aurais-je jamais compris la Réforme, la Contre-Réforme et l’archaïque
spécificité ibérique : un régal pour l’esprit, l’ultime secret du code. Charles Quint avait
bien tort de s’inquiéter à Yuste. Valdés vit de ce privilège et en échange, vous rassure sur
votre au-delà. Carranza, lui, paye cher son attachement à une forme de christianisme plus
proche de la Parole de Christ. La force du protestantisme ailleurs découle du Sola fide,
substitut du Salut gratuit collectif plus sûr, perdu. En Espagne, que pourrait-il apporter
que le peuple espagnol n’ait déjà ? Le peuple élu des vieux-chrétiens. Pour les âmes
mystiques, reste l’ascèse, et ce qui fait sa valeur, gratuitement offerte par ceux que brûle
vraiment la splendide impatience de Dieu. Le Bernin a su si bien l’exprimer dans le
marbre, sous la bure. L’Inquisition visibilise l’autre, symbolique en effigie, ou étranglé par
bienveillance. Cela ne va pas sans désagrément. Les étrangers le diront, mais qui s’en
soucie ?
36 Si l’Espagne n’avait existé, je n’aurais pas été capable de l’inventer.
37 Il fallait un homme, un grand, un singulier. Le Ciel y a pourvu. Un welche des frontières
de l’Empire, d’où viennent les bandes wallonnes qui renforcent cette redoutable
infanterie du roi d’Espagne qui a surtout besoin d’artillerie, laquelle à Rocroi fait défaut.
Pour le mea culpa, sans doute, d’un « Annaliste » qui ne regrette rien.
38 Une promesse imprudente, suite à un cours d’agrégation – le métier – publié au SEDES 6, Et
me voilà engagé dans la biographie historique que mes maîtres faisaient mine de
mépriser. J’avais cherché de bonnes raisons de m’esquiver avant la main secourable de
Michèle Escamilla, authentique hispaniste, dont la thèse est un classique7. L’Inquisition ne
tue plus beaucoup mais elle traque, assure la visibilité du Peuple élu des vieux-chrétiens,
elle dessine le limes qui procure à ceux qui sont du bon côté le Paradis à petit prix. Le
nouveau-chrétien par sa présence signe le certificat d’appartenance des autres dont le
seul vrai non-mérite est la fidélité sans faille des ancêtres. Par leur fidélité, les Espagnols
autres, Espagnols quand même par le courage et la fidélité, parfois jusqu’au martyre
248
d’une autre forme d’Alliance contestée, assurent tout le peuple qui l’entoure de son salut.
On peut ainsi tenter de résumer la particularité forte coulée dans le bronze au cours des
deux dernières années de la retraite à Yuste du dernier véritable Empereur (1556/1558).
Sans Michèle Escamilla, je ne serais jamais arrivé au bout de ma peine. Nous vous
proposons donc un double regard sur cet homme comme tout homme, petit ou grand,
unique, tourné vers le passé auquel il se veut scrupuleusement fidèle, donc armé pour
l’avenir8.
39 Je me suis borné à une longue analyse géopolitique, partant d’une implacable logique de
l’imprévisible : le choix raisonnable des deux aïeuls, grands marieurs devant l’Éternel,
Ferdinand dit le Catholique et Maximilien d’Autriche, roi des Romains, empereur élu par
condescendance, jamais couronné, faute d’argent (Maximilien, charmant poète, dit « sans
le sou »), était de pallier, par le jeu des mariages, le danger représenté par la surpuissance
de l’épais royaume de France sorti de l’épreuve de la guerre de Cent Ans. Malchance du
trop de chance. La mort a dessiné une bien curieuse dentelle qui a fait tomber, si on a
accepté, sans tenter de les corriger, les lois de la succession, sur une seule tête une telle
avalanche de couronnes que, vous allez vérifier, compte tenu du réseau des
communications, la loi de l’addition devenue soustractive. D’où le risque au départ pesé et
le choix de l’acceptation. Avec le danger non fatal d’affrontement entre deux ensembles
sensiblement égaux en puissance qui finiront par s’accepter lorsque le décalage de la
vague des troubles consécutifs à la Réformation étouffe momentanément les tentations
inhérentes à la surpuissante de l’épais royaume de France devenu poreux donc perméable
aux lignes de communications de l’Empire des Alliances (entendez aux États de Charles
Quint puis de Philippe II).
40 À moi cette algèbre où je me trouve, souvenir de ma lointaine jeunesse, épigone de
Fernand Braudel et disciple du temps de Séville et l’Atlantique et du Pacifique des Ibériques. À
Michèle Escamilla, de loin le meilleur, la biographie proprement historique. Pour aucun
autre grand acteur de l’histoire on ne se trouve gratifié, accablé d’une montagne
comparable de textes, de regards, d’aveux. De l’abdication vraiment unique à
l’enterrement volontaire à Yuste, le drame d’un homme qui revit en flash-back sa vie, son
œuvre et l’esquisse de ce qui sera, je l’espère, demain, sous le scalpel manié avec l’habileté
des nouveaux microchirurgiens (généralement des femmes) le passage d’Érasme à Valdés,
Valdés et le procès Carranza, ce trésor pour l’historien.
41 Devant la démence sénile du plus mauvais des papes, Paul IV Caraffa, à côté de qui même
les plus médiocres (Médicis, Farnèse) sont des anges, l’attitude contrastée du père et du
fils, où le fils, Philippe II – toute juste colère maîtrisée, séparation parfaite de l’homme et
du Pontificat compris comme l’actualisation, sous les yeux du vrai catholique, de la
Kénose divine – se révèle le plus grand politique. Oui, plus grand même que son père
tenté, on le comprend (et comme le duc d’Albe, pour une fois sympathique) d’étrangler
l’infâme. C’est donc la promesse d’un « Charles Quint à Philippe II » que je vous laisse,
avec Michèle Escamilla, en héritage.
42 Sur le lit de mort du dernier Empereur, lecteur en français, inlassable, de l’Épître aux
Romains, accompagné, à l’extrême frontière de l’instant éclaté, par la promesse christique
du grand Carranza, destiné à dix-sept ans d’injustes souffrances et guetté pour cette
fidélité au Christ seul par les informateurs de Valdés – le ô combien symbolique Grand
Inquisiteur –, le regret de sa fidélité à sa parole de chevalier – « J’aurais dû le tuer » 9 –,
deux siècles, deux continents s’affrontent, le conflit spirituel du XVIe siècle, le
parachèvement, pour le meilleur et le pire, de ce qui sera l’idiosyncrasie longtemps de
249
NOTES
1. Earl J. HAMILTON, American Treasure and Price Revolution in Spain (1501-1650), Cambridge
(Massachussets), Harvard University Press, 1934, p. 37.
2. George WATSON, La littérature oubliée du socialisme. Essai sur une mémoire refoulée, Paris, NIL, 1999.
3. Annie Molinié et Michèle Escamilla.
4. Voir Pierre CHAUNU, Conquête et exploitation des nouveaux mondes, Paris, Presses Universitaires de
France, 1969.
5. Pierre CHAUNU, La femme et Dieu, Paris, Fayard, 2001.
6. L’Espagne de Charles Quint, Paris, 1973.
7. Crimes et châtiments dans l’Espagne inquisitoriale (1665-1724), Paris, Berg International, 1992.
8. Pierre CHAUNU et Michèle ESCAMILLA, Charles Quint, Paris, Fayard, 2000.
9. En regret, hélas, du mot superbe prononcé par le jeune empereur de vingt et un ans : « J’ai
donné ma parole de chevalier. Libre il est entré, libre il repartira. Dans quinze jours je
déchaînerai contre lui toutes les forces de l’Empire. »
RÉSUMÉS
Ce texte autobiographique retrace les rapports de Pierre Chaunu avec l’Espagne, depuis sa thèse
sur le commerce transatlantique de Séville jusqu’à la biographie de Charles Quint, parue en 2000,
qu’il a cosignée avec Michèle Escamilla
In this autobiographical article, Pierre Chaunu recounts his relationship with Spain, from his
thesis on the Atlantic trade of Seville to the biography of Charles V, which was published in 2000
in collaboration with Michèle Escamilla
En este texto autobiográfico, Pierre Chaunu cuenta su relación con España, desde su tesis sobre el
comercio atlántico de Sevilla hasta la biografía de Carlos V, publicada en el año 2000 en
colaboración con Michèle Escamilla
AUTEUR
PIERRE CHAUNU
Académie des Sciences Morales et Politiques
250
François Chevalier
Interdisciplinarité
1 Je me souvenais de la fondation par mon maître Marc Bloch de l’Institut d’Histoire et de
Sociologie économiques en 1937 (dont j’ai la carte n° 13, signée de lui) associant histoire,
sociologie et économie, la première se faisant comparative et la deuxième, plus
temporelle et historique. L’économie s’imposait, jadis absente de l’histoire traditionnelle,
comme Bloch l’avait souligné avec Lucien Febvre dans les Annales d’histoire économique et
sociale. On pouvait aller déjà plus loin à la Casa car le « quantitatif au troisième niveau »
(Chaunu à la suite de Braudel) commençait à appliquer l’analyse mathématique des séries
statistiques et les méthodes des historiens économistes pratiquant l’informatique.
2 Mais Marc Bloch avait averti que l’acteur de l’histoire est l’« homme total » « de chair et
d’os », et non pas l’homo œconomicus ou tel autre, abstrait et sectoriel. La société féodale
après Les rois thaumaturges de Bloch était une « histoire totale du pouvoir » qui tendait à
réaliser « une nouvelle histoire politique » (Le Goff), ce qui ouvre aussi la porte au
politique, dans le sens le plus moderne du mot.
3 Quant à l’ethnohistoire ou à l’anthropologie, je pensais aux travaux si originaux de Julio
Caro Baroja. À l’action aussi de Paul Rivet, fondateur-directeur du Musée de l’homme et
de l’Institut d’ethnologie (qui a publié ma thèse sur les latifundia mexicains). Je pensais
encore à l’Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) de Mexico (fondé avant
251
8 Enfin, les recherches sur la longue durée, chères à Braudel, débouchent volontiers sur le
présent Elles engagent en tout cas les historiens à ne pas se sentir complètement liés par
des cloisonnements ou spécialités historiques et à faire parfois des comparaisons dans le
temps ou dans l’espace. Tout ceci, bien sûr, ne supprimait pas une spécialisation plus que
jamais nécessaire avec la complexité croissante de toutes les sciences. Mais on invitait les
spécialistes à garder les yeux ouverts sur les disciplines voisines, car c’est souvent à la
frontière de plusieurs sciences qu’on fait des découvertes, comme disait Lucien Febvre.
9 Dans la section artistique, la création d’un poste de cinéaste et le recrutement de plus
d’architectes facilitaient la coopération avec les historiens. Ainsi, une jeune cinéaste
présentait un film court formé d’anciennes « Actualités » et de séquences de la Guerre
civile tournées près de la Casa de Velázquez ou dans ses murs. Quant aux architectes,
252
plusieurs d’entre eux s’associaient à divers travaux conjoints avec les historiens, ou
même, on le verra, entraient dans l’équipe.
10 Après consultations et mûre réflexion, on fit le choix d’un thème général de recherches :
« Les problèmes du Midi en Espagne ». De là l’équipe interdisciplinaire de Séville.
11 Pourquoi Séville ? Un peu certes pour mes souvenirs de l’Archivo General de Indias et de
l’Université. Beaucoup pour un prestigieux passé à approfondir (Rome et nos fouilles de
Belo, l’Islam, l’Amérique, les Lettres). Essentiellement pour nos buts immédiats – « le
problème agraire en Espagne, c’est-à-dire le problème andalou » –, problème d’origine
ancienne ou récente, qui s’ouvrait et débouchait sur les riches potentialités du Midi
espagnol qui allaient motiver l’Europe. Ceci n’excluait pas des recherches sur les
structures agraires antiques associant antiquistes et agroéconomistes, on le verra.
12 Cette équipe devait au départ être orientée par la géographie humaine, pluridisciplinaire
par définition : peuplement et démographie, économie sociale, évolution. Un géographe,
ancien membre de la Casa, Michel Drain, préparait une thèse d’État sur les problèmes du
monde rural en Andalousie occidentale, où il faisait de longs séjours. Il allait contribuer à
organiser et faire démarrer l’équipe avec M. Vázquez Parladé, ingénieur agronome
espagnol, lui-même exploitant agricole, qui s’est associé à temps partiel à l’équipe et lui a
donné notamment d’extraordinaires facilités de travail. Deux nouveaux membres
recrutés par la Casa s’y associaient, avec résidence à Séville : Yves Oudin, agroéconomiste,
et Jean-Luc Jamard, sociologue. M. Mazoyer, professeur à l’Institut National de Recherche
Agronomique (INRA), qui avait formé Oudin en recherches opérationnelles, a fait alors un
voyage sur le terrain pour conseiller son élève. L’Instituto de Geografía de l’Université de
Séville, avec M. J. Benito Arranz comme directeur, allait s’associer scientifiquement et
financièrement à l’équipe, tandis que s’y agrégeaient Jean-Claude Combessie, maître
assistant de sociologie (avec Pierre Bourdieu) et un autre agroéconomiste, Alain
Bourgeois, fin 1969.
13 Surtout, un historien se joignait à eux, Antonio Miguel Bernai : ce jeune chercheur
sévillan moderniste et contemporanéiste revenait de l’École des Hautes Études de Paris,
où il préparait une thèse sur l’évolution des structures agraires andalouses.
Particulièrement ouvert sur les autres disciplines, il allait bientôt prendre un rôle de
premier plan dans l’équipe.
14 Dès 1970, un projet de recherche collective sur programme (RCP) s’élaborait avec trois
commissions du CNRS (géographie, histoire, sociologie). Elle devenait en octobre 1971
l’ERA 360 (équipe de recherche associée) et allait motiver ultérieurement une
appréciation très élogieuse de l’historien Jean Hubert.
15 Au cours des années 1972-1975, on recrutait d’autres membres en même temps que
s’intensifiait une collaboration avec l’Instituto de Desarrollo Regional (IDR) de Séville,
dirigé par l’éminent économiste Jaime García Añoveros (futur ministre des Finances de la
démocratie). Les conseillers scientifiques de l’ERA 360 aidaient au recrutement : en
économie, M. Boudeville, professeur à Paris I (Maxime Haubert, Patrick Lecordier,
l’Espagnol J. Lasarte de l’IDR) ; en agronomie, M. Mazoyer, de l’INA (Bernard Roux, Jean-
253
longue date, Tourisme et développement régional en Andalousie, avec dix participants, dont
trois Espagnols directement (et plus de façon indirecte). Les disciplines représentées sont
l’économie (contribution de 2 participants), la géographie (3), la géomorphologie (I),
l’écologie (I), et l’histoire et l’anthropologie (3)4. Cet ouvrage a joué un rôle important à
l’IDR, qui l’a traduit en espagnol. Dans la même lancée, avant ou après, une série de
travaux ou de livres collectifs ou individuels – des thèses notamment –, en français ou en
espagnol, ont été publiés par les chercheurs cités et d’autres encore.
20 L’équipe interdisciplinaire a poursuivi ses activités durant plusieurs années avant de
disparaître. On peut le regretter, d’autant plus que Séville est désormais, après Madrid, le
plus grand centre de langue espagnole dans la Péninsule. Le recul de l’historiographie
française en Espagne pourrait être moins sensible « au sud de Despeñaperros », où on
garde et on renforce sans doute une certaine autonomie. En tous cas, Séville est et restera
un centre primordial.
21 Elles s’inscrivent dans l’étroite coopération avec les Espagnols et l’interdisciplinarité. Ces
fouilles archéologiques franco-espagnoles se situaient sur le détroit de Gibraltar, dans un
port romain spécialisé dans la fabrication du garum (une sauce de poisson très pimentée).
Interrompues depuis quarante-cinq ans, elles avaient été reprises en 1966 par Didier
Ozanam (directeur par intérim de la Casa de Velázquez, où il avait inauguré aussi la
publication des Mélanges). J’ai poursuivi cette heureuse initiative en 1967 et ne peux
évoquer ici les résultats de toutes les années qui suivent.
22 Rappelons seulement qu’un ami sévillan, Florentino Pérez-Embid, devenu directeur de
l’Archéologie espagnole, a décidé le transfert du hameau situé sur le site (et réinstallé
plus loin). Cette opération a permis de dégager le forum et les autres parties de la ville,
puis grandement facilité nos campagnes de fouilles orientées et dirigées chaque été par
divers antiquistes, dont Michel Ponsich. Celui-ci faisait en outre des recherches sur les
amphores et l’agriculture romaine en Bétique. De là les colloques et publications
interdisciplinaires qui associèrent à l’Antiquité divers historiens, des géographes ou
représentants d’autres disciplines.
23 Une série de tables rondes et de colloques interdisciplinaires avec des personnalités et des
chercheurs français et espagnols ont eu lieu pendant ma direction entre 1967 et 1979 et
ont fait l’objet de publications diverses.
24 Telle, en mai 1971, une table ronde sur « Structures agraires antiques dans la région de
Séville » qui a réuni non seulement des antiquistes mais d’autres historiens, des
géographes et même des agroéconomistes. Ainsi ont participé Almagro, Blázquez, García
y Bellido, Tarradell, Robert Étienne, Le Gall, Raymond Chevallier, Ponsich, Domergue,
ainsi que Drain, Bernai... et surtout des agroéconomistes. Ceux-ci ont calculé dans la zone
de Carmona (où on avait trouvé une centuriation) la production nette de céréales dans le
système d’assolement biennal antique – cultures, jachères – c’est-à-dire le surplus
exportable produit en déduisant l’alimentation de la main-d’œuvre et du cheptel des
bêtes de somme. J’ai moi-même fait une courte étude sur « Prolongement en Nouvelle-
255
le llamaría en el argot de la Casa–, bajo los siguientes supuestos de temática elegida y grupo
personal de investigadores adscritos.
34 El objeto de estudio elegido –los problemas del Sur de España– habría de considerarse tanto en una
perspectiva general como en los diversos aspectos particulares en que pudiera analizarse.
35 Como tema general, el problema del Sur español era uno de los grandes temas que atraía,
ininterrumpidamente, el interés de las diversas ciencias sociales –en España y en Europa– desde
fines del siglo XIX y durante la primera mitad del siglo XX. Las razones eran varias: la principal, la
presencia de un latifundismo agrario y unas tensiones sociales campesinas como ya no era habitual
que se dieran en los países de la Europa occidental, Era, sin duda, uno de los exponentes mas
característicos del «agrarismo del Sur de Europa», al que solía vincularse los problemas de atraso
económico: sistema de grandes propiedades y explotaciones, pretendido arcaísmo en la gestión
agraria, jornalerismo revolucionario, presencia de una sociedad jerarquizada y tradicional
condicionada en el ejercicio de sus actividades políticas, sociales y culturales por el sistema
estructural de la propiedad de la tierra, etc. En suma, latifundios, señoritos y campesinos
revolucionarios, en una imagen que más se adecuaba a la impronta de los viajeros románticos del
XIX heredada, con todos sus tópicos, por los reformadores sociales y líderes revolucionarios, todo lo
cual adquiriría tintes dramáticos durante los años inmediatos a la guerra civil de 1936-1939.
36 Sin embargo, pese a tales antecedentes, cuando a mediados de siglo, en las décadas de 1950-1960,
comenzase la modernización económica española y se hicieran realidad los primeros síntomas de
desarrollo, la sociedad agraria del Sur español –Andalucía– llegaría a conocer una transformación
de gran magnitud:
• Se moderniza la agricultura, aumentan y se intensifican los regadíos;
• Se extienden los cultivos altamente especializados;
• Se intenAfica la emigración campesina –a las ciudades, a Europa– alcanza un punto máximo y, en
pocos años;
• El Sur empieza a mostrarse como una de las regiones más atractivas y con mayores posibilidades ante
la perspectiva, ya anunciada, de una posible integración económica de España en Europa. Y este punto
era de particular relevancia, por cuanto la PAC –es decir, las políticas agrarias de la Comunidad
europea– era uno de los caballos de batalla dado el carácter proteccionista que se le aplicaba a las
agriculturas comunitarias desde la firma del Tratado de Roma.
37 La vinculación previsible de España se convertía en un factor problemático de esa política agraria
europea y era decisivo conocer en sus más diversos aspectos los impactos que pudiera tener dicha
integración. Andalucía, por el gran potencial agrícola que por esa década de 1960 empezaba ya a
mostrar, era una de las regiones principales a tener en cuenta; pero, también, habría que
considerar el posible impacto que, a su vez, pudiese tener para completar la modernización
económica andaluza la vinculación comunitaria, no sólo en el sector agrícola sino en otros como
pudiesen ser el empleo, el turismo, las inversiones de capital, la tecnología, urbanización, etc.
38 La temática general, diseñada en una doble perspectiva de presente y pasado, analizada bajo
criterios investigadores interdisciplinarios, se irá desarrollando –como veremos a continuación– a
través de una serie de estudios y proyectos parciales que, finalmente, se incardinaban en la
globalidad del tema definido como «problemas del Sur de España»:
• Problemas del pasado –heredado–, como condicionantes;
• Pero también «problemas» surgidos de la fase de crecimiento y de modernización que cada vez se iban
haciendo más ostensibles.
39 En este sentido resultaría decisiva, en cada momento de redefinición temática, la directriz del
profesor Chevalier quien no cesaba de insistir en la conveniencia de aunar en los análisis
258
propuestos las «deficiencias y atrasos seculares» pero, también, los «logros y cambios notorios» que
eran perceptibles así como las perspectivas de futuro que se vislumbraban en la modernización y
transformación social, cultural y económica del Sur andaluz.
40 Bajo la dirección del profesor Chevalier, se integró un primer equipo interdisciplinar compuesto por
el geógrafo M. Drain, el ingeniero agrónomo Yves Oudin, el etnólogo Jean-Luc Jamard y, junto a
ellos, dos españoles: el ingeniero agrónomo Ignacio Vázquez Parladé –profesor en la Escuela de
Ingeniería de Sevilla, director de una moderna explotación agraria de varios miles de hectáreas y
heredero de una familia de terratenientes, innovadores del latifundismo andaluz desde el siglo XIX–
y, finalmente, el historiador sevillano A. M. Bernal que, en ese momento, preparaba su tesis doctoral
en la École Pratique des Hautes Études en Paris sobre la economía agraria del latifundismo en el
tránsito del antiguo al nuevo régimen.
41 Dentro de la temática general y a definida, el primer proyecto investigador que abordó el equipo lo
comienza el ingeniero Oudin: se trataba de analizar las potencialidades agrícolas de la zona del río
Viar, una comarca que de secano se había convertido en una de las principales zonas regadas de
Andalucía, toda ella dedicada entonces al cultivo del algodón.
42 En dicha zona se ubicaba alguna de las fincas de la familia de Vázquez Parladé y era de interés
complementario para los estudios geográficos de Drain. La investigación a realizar por Oudin
aplicaría a la economía agraria de las explotaciones algodoneras sevillanas el método de
«programación lineal», siendo uno de los primeros ejemplos empíricos que se diesen a conocer en
España. El otro proyecto preliminar, de naturaleza sociológica-etnológica, sería desarrollado por J.-
Cl. Combessie, maître-assistant en la Sorbonne, alumno de M. Bourdieu, y Jean-Luc Jamard, sobre
el mercado de trabajo y política de empleo en la misma zona de regadío, sujeta a unos fuertes
movimientos inmigratorios temporales, empleando las encuestas y cuestionarios directos como
técnica de información, documentación y recogida de datos. Por último, A. M. Bernal emprendía el
estudio histórico sobre la evolución de la estructura de la propiedad de la tierra, en la misma zona
objeto de los dos estudios precedentes, y de lo que hubieran sido sus aprovechamientos agrícolas
antes de la irrigación y de las condiciones de los jornaleros, en el marco histórico de 1750 a 1950.
43 En esta primera etapa se iniciaban los primeros contactos institucionales con entidades españolas:
con el Departamento de Geografía de la Universidad de Sevilla (profesor Benito Arranz) y con el
IUDE a través del sociólogo sevillano –ya fallecido– Torcuato Pérez de Guzmán, recién venido
entonces de los EE. UU. y expertos en técnicas de encuestas, con lo que se abría un nuevo marco de
relaciones institucionales de la Casa en España, de signo aperturista y acorde a las nuevas
realidades de las ciencias sociales y de la propia situación de cambio que se empezaba a percibir en
España. Al mismo tiempo, en Madrid, en la Casa se celebraban reuniones con asistencia de
cualificados profesionales de las materias en que investigaba el equipo, tanto con expertos
franceses como españoles.
44 A partir de 1970-1971, el equipo de la Casa de Velázquez adquiere el perfil y las características que
habrían de definirlo en adelante, como uno de los primeros equipos interdisciplinarios de
investigación en ciencias sociales puesto en funcionamiento en España y convertido en uno de los
referentes dada la calidad de la investigación realizada, la homogeneidad de sus proyectos y los
resultados conseguidos y publicados así como por la capacidad de atracción de nuevos y
259
47 La experiencia del profesor Chevalier en América latina, un México con rasgos muy comunes al
latifundismo histórico andaluz, llevó al equipo, bajo su iniciativa, a abrir nuevas perspectivas de
investigaciones y, al mismo tiempo, a tomar conciencia del carácter complejo de tales sociedades
rurales, lo que implicaba de continuo ir adaptando los presupuestos teóricos y metodológicos del
equipo. Así, se buscaba que las investigaciones emprendidas tuviesen, bajo el signo de la
actualidad, una utilidad práctica –lo que hoy se llamarían estudios de economía o sociología
aplicada– pero que al mismo tiempo se mantuviesen los grandes temas propios de un quehacer
científico desinteresado. Surge de este modo el incorporar otras facetas de análisis tales los aspectos
de urbanización de las «agrovilles» andaluzas –estudios de las localidades con planteamientos
urbanos de sus estructuras y valores arquitectónicos–, analizar la relación agricultura/industria –
la agroindustria–, o insistir en los aspectos de la economía de irrigación y sus opciones con el resto
de las de Europa del Sur. Este último punto resultaba de interés en un momento, hacia 1970-1971,
en que los principales cultivos de riego, como el algodón o la remolacha, comenzaban a entrar en
crisis y se buscaban otras opciones alternativas muy discutibles, como la extensión del girasol –
como base de la producción oleaginosa– a cambio de deforestación de la gran masa de olivares, tan
características de los paisajes mediterráneos.
48 Por dichas razones se consideró la conveniencia de abrir nuevas líneas de investigación que
incluyesen la ecología –apenas si se habían iniciado en España los estudios sobre los ecosistemas
naturales–, la edafología, la arquitectura local y la estructura urbana, etc. Una redefinición de la
investigación que se vería acompañada de innovaciones metodológicas: intensificar el acopio de
grandes bases estadísticas –hoy diríamos «bases de datos» informáticas–, ampliarlos sistemas de
encuestas, utilizar técnicas como la cartografía aérea –con el atesoramiento de Raymond Chevalier;
por último, intensificar la «presencia» de los investigadores en las zonas de estudios, aumentando
las horas dedicadas a trabajo de campo, facilitándoles medios de transportes adecuados –el Land
Rover– para ganar movilidad y agilidad en desplazamientos; o arrendando en Sevilla un local que
sirviera de centro de documentación y de reuniones semanales de los distintos miembros del
equipo, con lo que se conseguían las sinergias propias de un quehacer más integrado, más plural y
más interdisciplinario.
49 Desde 1970, con las innovaciones introducidas ya en marcha, el equipo conoce algunos cambios,
personales y temáticos. Se incorpora como nuevo miembro el ingeniero agrónomo (INA) J.-F.
Baudet, se adscribe al equipo la socio loga Anne Cadoret y un historiador francés, Bernard Richard;
por el lado español, colabora con el equipo Javier Lasarte (jurista especializado en economía
financiera, adjunto del profesorAñoveros). La temática analizada se expande: Baudet se ocupará de
intentar conocer y explicar las razones de la secular insuficiencia ganadera en el Sur peninsular (de
carne, leche y derivados, haciendo a Andalucía deficitaria); Cadoret analizará uno de los poblados
deformación espontánea –El Raimar de Troya– y vinculado al auge de las grandes áreas de regadío
y Richard se ocupará del estudio de las relaciones políticas entre la región y el poder central a
través del estudio de los gobernadores civiles en las provincias andaluzas. Una serie de mesas
redondas y sesiones científicas, cada vez más atractivas y con mayor presencia de especialistas
franceses y españoles que se interesan en el seguimiento del equipo, tendrá lugar: entre los
participantes cabe destacar la presencia de Jaime García Añoveros –más tarde, ministro de
Hacienda de España, con la democracia–, P. Ponsot (luego, Secretario General de la Casa de
Velázquez), Candel Fabregat (del Instituto Español de Colonización), Mazoyer (del INA), Bourdieu,
René Dumont, Pitt Rivers, Caro Baroja, Martínez Allier, etc. todos ellos especialistas de reconocido
prestigio que darán con su colaboración un impulso decisivo a la consolidación del equipo, a las
investigaciones emprendidas y a la metodología adoptada. Y los resultados empiezan a ser realidad
con las primeras publicaciones de Drain, Oudin, Bernal, etc.
261
50 Uno de los temas que, por sus resultados, derivaría en una paradoja fue el estudio de la ganadería:
en el sur andaluz fracasarían los intentos de desarrollar una ganadería de carne y leche pero, en
cambio, había arraigado fuertemente, desde tiempos históricos, la «ganadería de toros bravos»
dedicados a la lidia. Por primera vez se abordaba un tema tan «español» como el de los toros
bravos, al margen de los tópicos, dentro de un contexto de análisis económico, social y natural. La
explicación del fracaso de una modalidad y del éxito de otra se vincula a las cuestiones
climatológicas, edafológicas, ecológicas, etc. resumidas en un tipo de explotación muy
característico: la dehesa (excelente para ganadería extensiva –toros bravos– pero pobre de hierba
para alimentar a ganado vacuno de carne y leche). El fracaso del estudio ganadero inicial se
convirtió en impulso de una de las líneas que, poco más tarde resultaría sugerente en extremo: los
condicionantes ecológicos y las capacidades de los ecosistemas en zonas mediterráneas, de
pluviometría baja y sistemas arbóreos débiles. Los estudios históricos emprendidos por A. M. Bernal
sobre la estructura de la propiedad latifundiaria pusieron de manifiesto la existencia, al mismo
tiempo, de la funcionalidad histórica de un minifundismo coadyuvante que, a la larga, se configura
como el soporte principal del sistema de gran propiedad, introduciendo con ello unas perspectivas
de análisis no contempladas antes y superando el viejo esquema de latifundios jornaleros como
antítesis únicas y excluyentes. Junto con Richard iniciaba, al mismo tiempo, el estudio de las
familias de la gran burguesía terrateniente, en cuanto a herederas y sustituías de la vieja nobleza
feudal en el control de la tierra, del mercado de trabajo y del poder político a escala local, provincial
y regional en Andalucía.
51 Las líneas de investigación así diseñadas dieron paso a proyectos concretos que se materializarían
en los estudios sobre las ciudades rurales de Morón y Osuna y al estudio de otras comunidades
rurales –Guillena, Alcalá, algunos pueblos de la Sierra, del Aljarafe, etc. Investigaciones que
llevaron, en el campo de la historia económica, a realizar trabajos hasta entonces no emprendidos
en España sobre las estadísticas agrarias del siglo XIX, al ordenamiento de los archivos
municipales, o a la explotación de los fondos documentales de los archivos señoriales de las Casas
nobiliarias del ducado de Osuna, Medinaceli, etc. así como de la estadística fiscal del Ministerio de
Hacienda. Una documentación referida a los impuestos sobre la propiedad, cargas fiscales sobre la
renta agrícola, catastros de rústica, contribución territorial, etc.– que tradicionalmente se venía
subestimando por considerarla de escasa o nula fiabilidad y que los estudios sistemáticos
emprendidos pusieron de manifiesto el interés y fiabilidad de las mismas, conclusiones que fueron
aceptadas unánimemente y que, de inmediato, tuvieron un eco e influencia decisiva en los estudios
agrarios similares en el resto de las regiones españolas dado el carácter innovador de las
investigaciones del equipo.
52 Un aspecto de interés surge en las tareas del equipo cuando se intentó relacionar las pervivencias
del más lejano pasado –desde época romana– con las estructuras agrarias y sistemas productivos
del presente. Los estudios de Ponsicb –con el asesoramiento de Étienne y de otros arqueólogos
españoles–, junto con los trabajos de campo de geográfos, como Drain, e historiadores como Ponsot
y Bernal ponían de manifiesto las «continuidades» que se dieran desde la Bética a la Andalucía del
último tercio del siglo XIX, en un claro ejemplo de modelo de «permanencias estructurales» que por
entonces estaban tan en boga en el análisis histórico como complemento de los meros estudios de
coyuntura en que se habría desenvuelto el análisis histórico económico. El caso latinoamericano de
pervivencia de modelos estructurales desde la época de la conquista, puestos de manifiesto por el
profesor Chevalier en su estudio sobre el latifundismo, incitaban a continuos enfoques comparados
de lo que hubiera sucedido con las formas de propiedad y explotación de la tierra bajo fórmulas
latifundiarias desde los modelos mediterráneos del viejo mundo a los del Nuevo mundo atlántico.
262
53 En 1971, el equipo era reconocido por el CNRS como «équipe de recherches associée» (o ERA)
360. Las nuevas posibilidades financieras van a favorecer e incrementar la presencia de los
investigadores in situ, pasando cada vez más parte del tiempo en Sevilla y en los trabajos de campo
en las campiñas y sierras andaluzas; también va a permitir incorporar nuevos miembros y ampliar
el horizonte de las investigaciones a realizar. Hasta entonces, los estudios habían abierto múltiples
caminos para acceder al conocimiento de una realidad social y económica pero desde una
perspectiva agrarista, tanto en análisis de pasado como de presente. Con la incorporación del
economista M. Haubert se introduce una nueva variable de estudio sobre aspectos de economía
financiera, en particular la que hace referencia a la renta y ahorro familiar; se incorpora un nuevo
geógrafo, Francis Fourneau, con el cometido de investigar una zona como Huelva donde se daban al
unísono grandes transformaciones agrícolas plantaciones de naranjo, fresas de Lepe, viñedos del
Condado, etc. con las industriales tras el desarrollo del «polo químico» de Huelva. El área de estudio
se expande, se incorporan nuevas comarcas –la vega de Carmona, las Marismas (Puebla del Río), la
provincia de Huelva, etc.– a las que se venían estudiando. Poco a poco, como una mancha de aceite,
el ámbito de estudio del equipo empieza a extenderse por toda Andalucía occidental. Y aparecen,
cada vez con más frecuencia, los resultados en artículos y publicaciones, tanto francesas como
españolas.
54 El relevo temático y de personal del equipo funciona con exactitud, sin que se pierda el rigor e
interés de las investigaciones nuevas que vienen a reemplazar a las precedentes; e igual con la
incorporación de los nuevos investigadores. Los anteriores, poco a poco, obtienen sus títulos de
doctor; aparecen colaboradores con participaciones parciales, que luego terminan por incorporarse
como miembros de pleno derecho del equipo, como fue el caso de Roux, ingeniero agrónomo que se
ocuparía de manera específica de los problemas económicos de las Sierras, en franco proceso
regresivo. Los sociólogos y etnólogos –en particular los estudios de Combessie y Jamard– darán a
conocer, tras varias sesiones científicas previas de debate, sus resultados en 1973 en un coloquio de
sociología celebrado en la Casa de Velázquez.
55 Hacia 1972-1973 empezaban a conocerse cambios de interés en Andalucía occidental. Por primera
vez, se hacía una clara apuesta desde los poderes públicos, por intentar promover una
industrialización que sirviese de paliativo a los grandes excedentes de mano de obra que se iban
liberando a consecuencia de las transformaciones modernizadoras de la agricultura así como de los
cambios estructurales que se estaban operando en la misma. Surgen así los llamados «polos de
desarrollo», de los que Huelva tendría uno de los más interesantes de los que se promueven en
España. Para abordar esta nueva realidad económica, en principio vinculada al tema principal a
desarrollar por Fourneau bajo la dirección de Huetz de Lemps, se cuenta con la ayuda del profesor
Boudeville, de reconocido prestigio internacional por sus estudios sobre «crecimiento y
polarización» y por la aplicación de sus planteamientos en países y economías en «vías de
desarrollo».
56 Los cambios introducidos en la temática daban al equipo una complejidad que superaba ya con
creces la orientación inicial agrarista: se incorporan como línea de investigación los aspectos
financieros, industriales y de economía del desarrollo. Por ello, se amplían también las relaciones
institucionales, en particular con el IDR (Instituto de Desarrollo Regional), vinculado a la
Universidad pero también al centro de estudios del Banco Urquijo y que era dirigido por el profesor
García Añoveros, que antes se mencionó. Desde entonces, y hasta el final del equipo, las relaciones
con el IDR serían más intensas y en cierto modo no es exagerado decir que el equipo fue el germen
embrionario de dicho Centro, en cuanto grupo investigador. Sería el equipo el primer grupo
estructurado que se ocupase de manera global y compleja de la economía de Andalucía occidental,
263
tal como ha sido siempre reconocido, de ahí el prestigio que aún prevalece sobre los trabajos que se
llevaron a cabo en aquellos años, verdaderos pioneros de «economía regional» en España.
57 Con la salida de Drain, por razones académicas personales, hacia 1972 el equipo lo componen, de
manera permanente, Bernal, Fourneau, Haubert y Roux. Sus trabajos se incardinan en la doble
perspectiva apuntada, bajo el impulso del Director de la Casa: nuevos temas y un ámbito de estudio
regional. Los resultados de esas orientaciones se verán pronto en las publicaciones que van
apareciendo sobre el viñedo del Condado de Huelva, estudios sobre el Polo de Desarrollo también de
Huelva, las investigaciones sobre las «remesas» de los emigrantes andaluces que trabajaban en
Europa enviadas a sus familias y consideradas como unas de las vías de capitalización más notoria
que tendrían los pueblos andaluces por aquellos años. Los estudios sobre la economía de la sierra y
su marginación, como grandes reservas naturales o la presencia de grupos inmigrantes –
valencianos, vascos, etc.– que van a tener un protagonismo importante como grupos empresariales
en el resurgir económico que se vislumbra en Andalucía. Y para ir situando de manera adecuada
los nuevos análisis, comienzan a examinarse los supuestos históricos del papel de la burguesía
andaluza en el contexto de una economía regional: ¿fallaron, o no, las iniciativas empresariales?
¿hubo, o no, empresarios andaluces capaces de asumir los retos que suponían las nuevas exigencias
del desarrollo y modernización económica?
58 En mayo de 1973 se celebraba una reunión general para dar cuenta de los avances conseguidos, con
la asistencia de profesores asesores – Boudeville, Huetz de Lemps, Mazoyer y Ozanam– y en donde
se perfilan las pautas a seguir. Para la siguiente etapa que comenzaría en octubre se incorpora el
etnosociólogo Lacroix. El equipo canaliza los esfuerzos investigadores en examinarlas condiciones
de atraso de Andalucía occidental –aunque ya en claras vías de desarrollo– a través de las
estructuras sociales, económicas, históricas y mentales que han condicionado dicho atraso y las
posibilidades de acercamiento a las economías avanzadas europeas. En fin, son las opciones de un
posible desarrollo y se discute si en comunidades del sur, como la andaluza, éste ha de ser
necesariamente industrial –al estilo de lo que fue el crecimiento económico inducido por la
revolución industrial– o, dadas las nuevas perspectivas, podría pensarse en otras opciones
alternativas. Los proyectos del Estado emprendidos para la industrialización del Occidente andaluz
terminaron en un semifracaso; igual ocurriría en con la débil implantación de las instituciones
financieras. Haubert seguiría estudiando «l’épargne des ménages» pero también el de las
empresas y el de las administraciones, ampliando su investigación, en cuanto instituciones
financieras, a las Cajas de Ahorros así como a los circuitos de financiación generados a nivel
regional.
59 Desde 1974, el Instituto de Desarrollo Regional de Sevilla aportaría ciertas cantidades para
financiar también al equipo y compartir, en colaboración,parte de los proyectos e investigaciones
por éste realizadas, gracias a las actuaciones de García Añoveros y de Jaime de Pablo Romero,
director y secretario de dicho Instituto. Como investigaciones, Roux, Fourneau y Haubert siguen
desarrollando el programa diseñado en sus respectivas materias; como novedades, Lacroix y Bernal
emprenden un nuevo estudio sobre los centros de sociabilidad –los llamados «casinos» en Andalucía
equivalentes a las maisons des hommes del sur de Francia y similares a las de otras comunidades
mediterráneas. Se incorpora, como economista, Patrick Lecordier y, como historiador, el francés
Fabrice Abbad: el primero asumirá las investigaciones sobre la economía industrial ya emprendidas
anteriormente y el segundo se dedicará a estudiar el papel de las Intendencias en Andalucía, en
cuanto órganos de administración pública y económica, de origen francés, implantadas durante el
siglo XVIII. La novedad temática, por este año, será la culminación del estudio sobre la ciudades de
Osuna-Morón, como ejemplo donde se integran los análisis de urbanismo –se contará con la
264
colaboración de uno de los pensionistas arquitectos de la Casa, que levantará excelentes planos de
ambas ciudades– y arte, con el asesoramiento del profesor Antonio Bonet Correa.
60 Desde 1974-1975 en adelante se perfila nueva orientación en las temáticas investigadoras y se
incorporarán otros investigadores al proyecto general del equipo. Mignon iniciará los estudios
sobre el sector del «turismo», que aparece como uno de los sectores claves en la economía andaluza
del litoral, fuertemente terciarizada; estudios sobre el turismo que se mantendrá, ya de manera
ininterrumpida, hasta la extinción del equipo de la Casa, por ser uno de los temas esenciales en el
«relanzamiento económico» de Andalucía; en este caso, además, se amplía el ámbito territorial de
estudio hacia la Andalucía oriental, incorporándose la zona de ronda y el litoral malagueño. Otro de
los nuevos miembros incorporados, François Héran, junto con A. M. Bernal, explorarán los
precedentes históricos del «turismo» andaluz, a partir de la experiencia de los viajeros ilustrados y
románticos de los siglos XVIII y XIX; uno y otro, a su vez, llevarán a cabo sendos estudios sobre
«familias» de la gran burguesía agraria andaluza, que jugaron un papel decisivo en los proyectos
de renovación y cambio durante los siglos XIX y XX en la economía de la región.
61 Como tarea común de todos los miembros permanentes del equipo se llevó a cabo un «estudio de
prospectiva» de lo que pudiera significar la incorporación de España a la Comunidad Europea y las
consecuencias y posicionamientos de las élites sociales, políticas y económicas de Andalucía. Era de
los primeros sondeos que intentaba sopesar dicha cuestión en España, y el trabajo realizado, por
encuestas restrictivas a personalidades andaluzas de ámbitos diversos, tuvo una aceptación muy
controvertida –algunos nos tomaron por antifranquistas infiltrados e incluso nos denunciaron,
otros se negaron en redondo a responder, otros manifestaron una clara fobia antieuropea, otros
eran europeístas a ultranza; en fin, los resultados de la encuesta, muy controvertidos, no se
hicieron públicos y el tema quedó «aparcado» hasta mejor ocasión aunque, con posterioridad –a
partir de 1976– no volviera a ser retomado más tarde. Otra temática que atraería la atención, ya
iniciada, es la prestada al fenómeno de la urbanización, dedicándose un análisis monográfico, por
iniciativa del profesor Chevalier, a las «plazas mayores», en estudio comparado dadas las
concomitancias que hay entre Andalucía y América latina; este proyecto contaría con la
colaboración muy activa del profesor Bonet y a él se incorporaría un joven geógrafo sevillano,
Florencio Zoido, especialista en geografía urbana, que con el tiempo llegaría a ser catedrático de la
Universidad de Sevilla y Director General de Urbanismo en Andalucía, tras la democracia. Otro
español que se incorpora, siguiendo los estudios ya emprendidos sobre las zonas marginales de la
sierra y las dehesas andaluzas, es el ecólogo Ángel Martín Vicente, hoy catedrático de la
Universidad de Sevilla y una de las personalidades especialistas más relevantes en el estudio de las
Marismas y Coto de Doñana, la más importante reserva natural de Europa en la actualidad.
62 A la altura de 1979, cuando el profesor Chevalier cesa en su puesto de Director de la Casa, los
proyectos emprendidos en las nuevas vertientes: turismo, ecología, urbanismo, cuestiones
financieras de la economía familiar y de la emigración y, siempre, los temas históricos y agrarios –
ahora dedicados al Instituto Nacional de Colonización– serán los que ocuparán la mayor atención
del equipo en los años siguientes. Ese mismo año de 1979, A. M. Bernal cesa en su participación
directa –aunque permanece como colaborador y consejero del equipo algún tiempo más hasta su
disolución– al trasladarse a la Universidad de las Islas Canarias en calidad de profesor de Historia
Económica.
63 En síntesis, el equipo fue un elemento de renovación en la investigación de ciencias sociales en
España y así ha sido reconocido. Por la capacidad de integración en un equipo interdisciplinar de
estudios de ámbitos muy diversos, por la oportunidad e interés de los temas investigados, por la
metodología continuamente renovada y actualizada y, finalmente, por las publicaciones donde se
265
diera cuenta de los resultados. Fue un hito en el desarrollo de las ciencias sociales en España por
intermediación de la Casa de Velázquez.
NOTES
1. François CHEVALIER et Jean-Paul LE FLEM, « ERA n° 360. Problèmes du Midi en Espagne. Un bilan
de 4 ans (1971-1975) », Mélanges de la Casa de Velázquez, 12, 1975, pp. 607-612. Des rapports annuels
étaient publiés dans les Mélanges à partir du volume 6 (1969).
2. Madrid, Collection de la Casa de Velázquez (4), 1975, 133 p., 40 cartes.
3. Fabrice ABBAD, Antonio Miguel BERNAL, Jacques LACROIX, Patrick LECORDIER, Bernard Roux et
Bruno VAYSSIÈRE, Classes dominantes et société rurale en Basse-Andalousie. Recherche interdisciplinaire
sur la question du pouvoir dans deux villes moyennes : Morón de la Frontera et Osuna, préface de
François Chevalier, Madrid, Collection de la Casa de Velázquez (5), 1977.
4. Antonio Miguel BERNAL, Francis FOURNEAU, François HÉRAN, Jacques LACROIX, Patrick LECORDIER,
Angel MARTÍN VICENTE, Loïc MÉNANTEAU, Christian MIGNON, Bernard ROUX et Florencio ZOIDO NARANJO,
Tourisme et développement régional en Andalousie, Madrid, Collection de la Casa de Velázquez (7),
1979.
5. Patrick LE ROUX (coord.), « Structures agraires antiques dans la région de Séville. Essai de
problématique », Mélanges de la Casa de Velázquez, 8, 1972, pp. 593-646.
6. Forum et Plaza Mayor dans le monde hispanique, introduction de François Chevalier, Madrid,
Collection de la Casa de Velázquez (6), 1978 ; « Plazas » et sociabilité en Europe et en Amérique latine,
introduction de François Chevalier, Madrid, Collection de la Casa de Velázquez (9), 1982.
7. C’est à la demande du professeur Chevalier que nous publions, à la suite de sa communication,
ces précisions qui illustrent et enrichissent son propos. Antonio Miguel Bernai avait assisté au
colloque et présenté, en partie, ces remarques qu’il a développées, publiquement et plus
longuement, à Séville le 17 janvier 2000.
RÉSUMÉS
Directeur de 1967 à 1979, F. Chevalier retrace dans sa communication les grandes lignes de son
action, fondée sur une ouverture de la Casa à de nouvelles disciplines (économie, sociologie, etc.),
à des méthodes de pointe (l’informatique) et à des chantiers nouveaux. La création de l’équipe
interdisciplinaire de Séville, chargée d’étudier les problèmes du Midi de l’Espagne, illustre la
mise en œuvre de cette politique. Une annexe à sa communication, due à Antonio Miguel Bernal,
retrace en détail les résultats des recherches menées par l’équipe de Séville
In this article, François Chevalier, director of the Casa de Velázquez from 1967 to 1979, describes
his main goals as director: enlargement of the institution’s scope to take in other fields of
research (economics, sociology) and the introduction of more up-to-date methods (information
266
technology). A good example of the results of his policy was the creation of a cross-disciplinary
group in Seville to examine the problems of Southern Spain. Annexed to the article is a detailed
summary by Antonio Miguel Bernal of the results of the research carried on by the group in
Seville
En su ponencia, François Chevalier, director de la Casa de Velázquez de 1967 a 1979, expone las
directrices de su gestión, basadas en la apertura de esta institución a nuevos campos de
investigación (economía, sociología) y a métodos más adaptados (informática). La creación del
equipo interdisciplinario de Sevilla, encargado de estudiar los problemas del Sur de España, es
buen exponente de esta política. Antonio Miguel Bernal ofrece como anejo a esta ponencia un
resumen detallado de los resultados de las investigaciones llevadas a cabo por el equipo sevillano
AUTEUR
FRANÇOIS CHEVALIER
Université de Paris I. Directeur de la Casa de Velázquez de 1967 à 1979
267
Didier Ozanam
1 C’est avec satisfaction et gratitude que j’ai accepté l’occasion que m’offrait Jean
Canavaggio de revenir, une fois encore, à Madrid. Mais je dois honnêtement avouer que je
ne saisissais pas très clairement le sens de l’intervention qui m’était demandée. Le
concept de « réception » de l’historiographie française en Espagne me paraissait bien
ambigu. Et que dire du « regard » qu’ancien directeur, j’étais invité à porter sur « la Casa
de Velázquez, lieu de formation et de diffusion de la recherche française » ? Ce regard ne
risquait-il pas de déboucher, malgré moi, sur une sorte de justification a posteriori des
conceptions et de la politique qui avaient été les miennes ? Écueil redoutable que je
souhaitais, dans la mesure du possible, éviter.
2 En proie à ces doutes, je me suis décidé à prendre quelques libertés avec le cadre qui
m’était proposé et à étendre mon « regard » – ou mes réflexions, si l’on préfère – aux dix-
huit années que j’ai vécues à la Casa de Velázquez : trois ans comme boursier de 1947 à
1950 ; six ans comme secrétaire général de 1963 à 1969 ; neuf ans, enfin, comme directeur
de 1979 à 1988. Trois époques clés, on en conviendra, puisqu’elles couvrent les
lendemains de la guerre d’Espagne, l’ère du décollage économique, le post-franquisme et
les débuts de la nouvelle démocratie. Trois époques au cours desquelles l’historiographie
tant espagnole que française, d’une part, et la Casa de Velázquez, de l’autre, ont connu
des évolutions profondes qui ont été en s’accélérant.
3 Et puisque nous parlons ici histoire et Casa, il importe d’insister, d’entrée de jeu, sur la
spécificité de cette maison. Au contraire de ses homologues d’Athènes, du Caire ou de
268
Rome, elle n’est pas la chasse gardée des archéologues et des historiens. Dès 1913, ses
fondateurs lui assignaient un champ plus vaste :
Notre École [proclamaient-ils], considérant que l’histoire qui se fait est aussi de
l’histoire [...], s’ouvre aux observateurs de la vie sociale et économique de l’Espagne
contemporaine en même temps qu’aux philologues et aux archéologues épris d’un
glorieux passé.
4 C’est dans cette perspective que, à côté des historiens et des hispanistes, elle accueillera à
l’occasion des géographes, des économistes, des sociologues, des politologues, voire des
agronomes et même, à partir de 1928, des artistes. La Casa, c’est donc l’ensemble de toutes
ces composantes et, de ce fait, mon regard – et mes propos – risquent d’être affectés de
strabisme ou d’ambiguïté suivant qu’il sera question de l’établissement en général ou de
ses chercheurs (section scientifique) ou seulement de ses historiens.
5 En novembre 1947, j’arrivais dans une Espagne encore ruinée et coupée du monde. Muni
d’un faible bagage linguistique, je n’avais aucune idée de ce que j’allais y trouver et je
comptais sur l’aide de la Casa de Velázquez, alors installée dans un petit hôtel particulier
de la rue Serrano. Vain espoir ! En dehors d’une chambre mal chauffée, d’une nourriture
médiocre et d’une bourse minable, le petit groupe d’historiens – agrégés et chartistes –
que nous formions n’avait pas grand-chose à attendre de l’établissement. Le directeur
scientifique de l’École, le doyen Renouard, était à Bordeaux. Le directeur de la Casa, M.
Legendre, déjà septuagénaire, était un fin connaisseur du pays où il vivait depuis 1919 et
il était fort bien introduit dans un certain nombre de milieux locaux, mais il ne
s’intéressait guère à nous et se bornait à nous délivrer quelques lettres d’introduction. Il
n’y avait à la Casa aucune bibliothèque digne de ce nom. Éloignés de nos directeurs de
thèse – rarement hispanisants du reste –, notre formation s’est faite « sur le tas ». À
l’intérieur même de la maison, d’abord : la cohabitation, les repas pris en commun ont été
une source continuelle de discussions et d’échanges, commencés à table et souvent
poursuivis ailleurs. Au contact les uns des autres, nous avons beaucoup appris, dans une
atmosphère d’amitié qui n’était pas limitée à nos camarades historiens. Nous nous
efforcions de nous informer et de nouer des contacts dont finalement tous profitaient :
par Henri Lapeyre nous connûmes Ramón Carande, par Jean Gautier le P. Pérez de Urbel
et Luis Vázquez de Parga, par Pierre Chaunu et Marie Helmer, des américanistes. Pour ma
part, je contribuais à cette mise en commun par les bonnes relations que j’avais établies
avec le milieu des archives et des bibliothèques. C’est ainsi que nous, les membres des
années 1950 et nos successeurs immédiats tels Yves Bottineau, Guy Beaujouan ou
Bartolomé Bennassar, sommes devenus hispanisants.
6 Au terme de ce premier séjour en Espagne, quelle impression personnelle avais-je retirée
de l’état des rapports entre historiographie française et historiographie espagnole ?
7 Du côté espagnol, j’étais frappé de la relative ignorance où se trouvaient les historiens (du
moins ceux que nous fréquentions, surtout à Madrid) des développements de
l’historiographie française, ignorance souvent attestée par les lacunes de leur
bibliographie. Sur ce plan, les membres de la Casa ne pouvaient avoir qu’une action
ponctuelle. Plus efficace était l’Institut français de Madrid, lorsqu’il donnait en 1949 une
série de conférences sur la Méditerranée de Braudel, publiée cette même année.
8 Du côté français, on était encore fort mal informé du travail qui s’effectuait en Espagne
après la longue parenthèse des deux guerres, civile et mondiale (1936-1945), pour bien
des raisons qui n’étaient pas toutes scientifiques. Certes, une partie des historiens
espagnols de réputation internationale s’étaient exilés (Altamira, Américo Castro,
269
Sánchez Albornoz). Cependant, d’autres étaient restés en Espagne, tels Menéndez Pidal,
Gómez Moreno, Carande, Abadal, etc. Surtout, une nouvelle génération de jeunes
historiens (vingt-cinq à trente-cinq ans) avait fait son apparition au sein des académies,
des universités, des institutos, des sociétés savantes et surtout du CSIC, institution
multiforme de récente création (1940). En dépit des contraintes et des concessions
imposées par une idéologie vigilante, on devait bien constater un renouveau des études
historiques, à Madrid bien entendu, mais aussi à Séville, et à Barcelone autour de J. Vicens
Vives. Renouveau attesté par nombre de nouvelles publications de qualité dont les
premiers échos en France sont recueillis dans le « Bulletin historique. Histoire
contemporaine de l’Espagne », paru dans la Revue historique de 1951 sous la plume de
Pierre Vilar et dans le compte rendu d’Yves Renouard dans le Bulletin hispanique de 1952
d’un article de J. Vicens Vives, « Dix années d’historiographie espagnole (1939-1950) »
paru dans les Études suisses d’histoire générale1. Puis, à partir de 1953, se publiera à
Barcelone l’Índice Histórico Español.
9 En regagnant la France, j’ai veillé à ne pas perdre le contact avec l’Espagne. Cela m’a été
d’autant plus facile qu’à partir de janvier 1957 j’ai eu le privilège de diriger le Centre de
Recherches Historiques de l’École Pratique des Hautes Études (VIe Section), sous l’autorité
de F. Braudel, avec lequel j’ai travaillé presque quotidiennement pendant quatre ans.
C’est là que j’ai rencontré à plusieurs reprises Jaume Vicens Vives, Jordi Nadal, Felipe Ruiz
Martín, Valentín Vázquez de Prada. C’est là que j’ai préparé l’édition de travaux de
plusieurs d’entre eux et aussi de certains de leurs collègues hispanisants français, tels que
Lapeyre, Chaunu ou Vilar. Ainsi plongé dans ce « bain » espagnol, je n’eus aucune
hésitation à accepter en 1963 le poste nouvellement créé de secrétaire général de la Casa
de Velázquez que me proposait Henri Terrasse.
10 Au cours de mes treize ans d’absence (1950-1963), beaucoup de choses avaient changé
outre-Pyrénées. Je passe sur la transformation économique du pays, sur sa modernisation
accélérée, sur son ouverture progressive vers l’extérieur et ses conséquences, pour m’en
tenir à ce qui touche la Casa de Velázquez. Là aussi, l’évolution était spectaculaire. Après
la disparition en 1955 de M. Legendre et, avec lui, du régime « patrimonial » de la Casa, le
nouveau directeur, Henri Terrasse, nommé en 1957, l’avait réinstallée dans l’édifice
reconstruit de la Moncloa, l’avait dotée de nouveaux statuts la plaçant sous la tutelle de
l’État, l’avait pourvue d’un encadrement administratif indispensable. Les membres,
désormais plus nombreux, bien rémunérés, disposant d’une bonne bibliothèque et de
services commodes, jouissaient enfin de conditions de travail et d’existence plus que
décentes. Cela suffisait-il à faire de la Casa ce « lieu de formation et de diffusion de la
recherche française » dont parle le programme de notre colloque ? À vrai dire, les
ambitions de l’époque n’allaient pas si loin puisque, à en croire les rédacteurs du statut de
1961, sa mission se limitait
[...] à permettre à de jeunes érudits de haute qualification de mener des recherches
scientifiques sur les pays hispaniques.
11 C’est dans ce cadre que s’inscrit l’action de H. Terrasse. Il a une conscience claire du rôle
de la Casa :
Si les pensionnaires doivent apporter le témoignage de ce qu’est chez les jeunes la
vie scientifique de la France, ils sont là avant tout pour se nourrir des leçons de
l’Espagne.
12 Bon administrateur, il n’a guère de penchant pour les manifestations collectives (deux
colloques en huit ans) et s’attache à prôner les vertus de la recherche individuelle : aux
270
islamisants il donne quelques conseils, aux autres des lettres de présentation. Pour ma
part, je m’efforce de les faire profiter de ma connaissance des archives et des relations
que j’y ai. Les membres de la section scientifique ne semblent pas avoir trop souffert de
cette situation. Bien logés, bien équipés, mieux préparés, mieux soutenus par leurs
directeurs de thèse, ils fréquentent archives, bibliothèques et musées, voyagent,
reçoivent, se lient avec de jeunes collègues espagnols. À la Casa même, ils constituent
entre eux une communauté vivante, riche d’échanges multiples, qui s’étendent aux hôtes
de passage – français, espagnols, étrangers –, notamment au début de l’été. En ce sens, on
peut dire que les jeunes historiens se forment à la Casa – mais pas par la Casa. Quant à la
diffusion de la recherche française en Espagne, ils peuvent certes y contribuer à titre
personnel mais ils n’en sont en aucun cas les artisans. Si l’historiographie française
commence à être mieux connue en Espagne, c’est grâce à l’accroissement des échanges de
toute sorte : circulation des livres et revues, multiplication des colloques, séjours et
visites en France et en Espagne de professeurs et d’étudiants. Il est significatif que la
mémorable conférence de F. Braudel à l’aula magna de San Bernardo, le 10 novembre 1963,
ait eu lieu à l’invitation de l’université de Madrid.
13 Les choses commencent pourtant à bouger en 1965. Dans les derniers mois de son
directorat – il sera mis à la retraite le 1er octobre –, M. Terrasse me confia le soin de
mettre en route deux entreprises, qui ne verront le jour et ne se développeront qu’après
son départ, au moment où j’assurerai l’intérim de la direction (1er octobre 1965 - 1 er
octobre 1966 ; en fait 1er janvier 1967). Il s’agissait d’abord d’assurer la publication d’une
revue de la Casa, organe de diffusion des recherches de ses membres : ce sera le premier
volume des Mélanges de la Casa de Velázquez. La seconde initiative visait à reprendre les
fouilles romaines de Belo, autrefois concédées à Pierre Paris et abandonnées depuis 1922.
Le permis fut obtenu en 1966 et, cette même année, nos archéologues purent se rendre
deux fois sur le site et commencer ainsi leur formation de terrain. Je devais rester au
secrétariat général jusqu’au 1er octobre 1969, mais depuis son arrivée à Madrid en janvier
1967, c’est à François Chevalier que revenait la direction de la Casa. Il l’exercera pendant
plus de treize ans.
14 En quittant l’Espagne pour la seconde fois, je n’entendais pas rompre avec ce que
j’appellerai, un peu pompeusement ma « vocation hispanique ». Membre du Conseil
scientifique de la Casa de Velázquez (1972-1978), j’y revenais souvent, soit à l’occasion de
colloques, soit à la demande de F. Chevalier qui m’avait fait nommer au comité
scientifique de l’équipe pluridisciplinaire de Séville, Je n’oubliais pas non plus de mener à
bien quelques publications. Surtout, je m’attachais à essayer d’informer historiens
espagnols et français sur les travaux d’histoire moderne conduits de part et d’autre des
Pyrénées. À cet effet, un de mes deux séminaires à l’EHESS était intitulé « Histoire et
civilisation de l’Espagne moderne » : des chercheurs des deux pays, les uns confirmés, les
autres moins connus ou même débutants, venaient y exposer l’état de leurs recherches en
cours ou récemment publiées. L’exposé était suivi d’une discussion en français et en
espagnol. C’était encore, on le voit, une forme de la diffusion de la recherche, mais dans
les deux sens.
15 Le 30 septembre 1979 expirait le mandat de F. Chevalier. Avec le recul du temps, on saisit
mieux à quel point son administration a marqué un tournant dans l’histoire de cette
maison. Ce tournant, il en a eu l’initiative, car curieusement aucune des réunions du
Conseil d’administration ou du Conseil scientifique de la Casa – du moins à ma
connaissance – n’avait été consacrée au problème pourtant capital des missions assignées
271
de leur séjour. Un tel capital matériel et humain supposait de la part de l’État un lourd
investissement et comportait pour les responsables de l’établissement l’obligation d’en
optimiser le fonctionnement, d’en tirer la meilleure rentabilité culturelle possible. D’où le
souci d’ouvrir la Casa au maximum, à la fois en temps et en capacité d’accueil. Aux
membres et pensionnaires logés sur place venaient s’ajouter, pour des séjours allant de
quelques jours à plusieurs mois, des membres libres, des boursiers (une création de F.
Chevalier), des chercheurs français, espagnols ou étrangers, voire des personnalités de
passage. Le nombre de ces hôtes occasionnels dépassait 600 par an à la fin des années
1980. Les jeunes historiens de la maison – j’en ai eu des échos – y trouvaient leur compte.
Le fait de loger sous le même toit, de se retrouver à la bibliothèque, dans les séminaires,
dans les couloirs, au jardin, voire en été à la piscine – autant de lieux de sociabilité –
créait les conditions d’une convivencia stimulante pour tous. Ces échanges avec des
chercheurs de tous âges, venant de divers pays, se réclamant de disciplines et d’écoles
différentes constituaient une source de formation privilégiée. Cette sorte de bain culturel,
cet élargissement des perspectives ne pouvait que profiter aux recherches individuelles
que les membres menaient sous le contrôle de leurs directeurs de thèse et avec l’aide de
l’équipe de direction de la Casa. Parmi les hôtes ainsi reçus à la Casa ont figuré durant
plusieurs années de jeunes historiens de province venus concourir à des oposiciones à
Madrid et qui, de retour dans leurs universités, ont constitué pour nous un réseau
d’amitié et de coopération d’un grand prix.
20 Si enrichissant que fût ce phénomène de formation par osmose, il est bien évident que,
depuis le mandat de F. Chevalier, la Casa avait à proposer une autre panoplie d’activités
scientifiques. Parmi elles, les conférences tenaient peu de place. Données en fin d’après-
midi, à une heure où la cité universitaire était vide de son public habituel, elles ne
pouvaient concurrencer celles qui, au même moment, fleurissaient à travers tout Madrid.
On préférait alors entendre les exposés que des membres de la section scientifique
avaient pris l’habitude de faire sur leurs recherches, devant leurs camarades et quelques
amis espagnols intéressés. On notera aussi le succès d’une autre formule essayée pendant
l’année 1987-1988 : la réunion hebdomadaire à la Casa, le samedi matin, d’un séminaire de
démographie historique organisé par l’Association espagnole de démographie historique,
le CNRS et le laboratoire de démographie historique de l’EHESS, autour d’intervenants
espagnols et français.
21 Les manifestations de beaucoup les plus nombreuses ont été les tables rondes et les
colloques. Sur des thèmes souvent choisis en relation avec les travaux des membres ou
d’anciens membres, elles réunissaient soit à la Casa même, soit ailleurs (y compris dans
les régions) des spécialistes espagnols, français et étrangers : occasion pour eux de
confronter informations, méthodes et points de vue ; occasion pour les membres de se
former au contact de leurs aînés et de faire leurs premières armes. Que ces colloques
fussent organisés à l’initiative de la Casa ou qu’elle y fut seulement associée, nous
recherchions systématiquement la participation d’autres institutions espagnoles et
françaises : non seulement pour des motifs financiers, mais pour lancer une dynamique
de coopération scientifique. Ainsi plusieurs universités espagnoles, le CSIC, certaines
autonomies, des diputaciones, des municipalités, des fondations et, hors Péninsule, des
universités françaises, le CNRS, l’EHESS, l’École de Rome ont-ils été pour la Casa des
partenaires occasionnels ou attitrés. Avec certains de ces derniers, nous avons conclu
entre 1985 et 1988 des accords cadres qui, le plus souvent, s’étendaient à l’ensemble des
activités de la maison et qui prévoyaient, outre des échanges de services et des coéditions,
273
une concertation destinée à organiser en commun soit des actions ponctuelles soit de
véritables programmes.
22 On rejoignait par là les conceptions chères à François Chevalier, conceptions que prônait
également depuis les années 1980 la direction de la Recherche du ministère de l’Éducation
nationale. Mais leur mise en œuvre s’avérait singulièrement malaisée dans une maison où
les Conseils avaient toujours privilégié la recherche individuelle et où le petit nombre de
postes face à la variété des disciplines ne permettait guère d’assurer le suivi d’opérations
de quelque durée. Il est vrai qu’on pouvait imaginer des solutions en recourant à la
réserve que constituaient les anciens de la Casa.
23 Faute d’une participation des historiens, je dois passer sur la seule expérience
significative réalisée dans ce domaine, celle de l’équipe plurisdisciplinaire franco-
espagnole de la Casa de Velázquez en Andalousie (en abrégé : l’« équipe de Séville »).
Seule à avoir bénéficié d’un recrutement sur programme, étroitement associée à plusieurs
entités tant françaises qu’espagnoles (en particulier la Junta de Andalucía), elle a
accompli un fécond travail collectif entre 1978 et 1989.
24 Du côté de l’histoire, en revanche, le bilan est assez maigre. Seuls les archéologues
peuvent se prévaloir de quelques essais de travail collectif. L’équipe d’archéologie
classique a établi une programmation des fouilles du site de Belo et de leur publication :
mais les Espagnols en sont presque absents. Les archéologues médiévaux et islamiques,
coordonnés par un directeur d’études, ont réussi à constituer des équipes où figuraient
des collègues espagnols et marocains et à monter des programmes de recherche intégrant
les travaux individuels des membres concernés. Ces opérations, fonctionnant sur une
même problématique et utilisant une même méthodologie, ont obtenu en 1985 le soutien
du CNRS sous forme d’une unité associée (UA) (« Islam d’Occident : habitat, peuplement et
culture matérielle »). Pour ce qui regarde l’histoire au sens propre, le constat est
éloquent : pas de recherches en équipe, pas de recherches franco-espagnoles. Était-ce
vraiment là un objectif inaccessible ? Pour ma part, je ne le pense pas, et j’en veux pour
preuve la vitalité d’une entreprise née en 1978, en partie extérieure à la Casa de
Velázquez mais qui a bénéficié à l’occasion de son soutien et a été constamment dirigée et
animée par plusieurs de ses anciens membres. Il s’agit de l’enquête prosopographique sur
la haute administration espagnole au XVIIIe siècle, qui groupe des chercheurs français de
l’EHESS et du CNRS, presque tous issus de la Casa, et des chercheurs espagnols
appartenant aux universités centrales de Madrid (Complutense) et de Barcelone et aux
universités de Grenade et d’Almería. Ce programme est aujourd’hui piloté par la Maison
des Pays ibériques ; il a donné lieu à la constitution d’une base de données contenant les
renseignements relatifs aux carrières et aux familles de plus de 15.000 hauts
fonctionnaires. Deux volumes de résultats ont déjà été publiés par les soins de la Casa 2.
25 Par ce détour, j’en arrive précisément aux publications de l’établissement, qui ont connu
une croissance spectaculaire. Premiers apparus, les Mélanges en sont arrivés en 1989 à
leur vingt-cinquième volume : des volumes qui ont grossi et se sont ouverts à des
collaborations extérieures, espagnoles en particulier. De nombreux ouvrages ont paru et
pris place dans des séries spécialisées : résultats de fouilles archéologiques, travaux de
colloques, études diverses et aussi thèses soutenues par les membres. Cette production
s’est augmentée de livres publiés en coédition avec des partenaires, surtout espagnols
(accords de coopération). Il est à peine besoin de souligner le rôle de ce secteur dans les
activités de formation, de diffusion et de coopération de la Casa : les jeunes historiens
s’essayent à mettre en forme et à présenter leurs recherches ; les chercheurs espagnols et
274
français ont l’occasion de faire connaître les leurs à leurs collègues et à la communauté
scientifique.
26 Je m’étais proposé dans cette causerie d’examiner comment, depuis la fin de la seconde
guerre mondiale, la Casa de Velázquez avait pu contribuer à servir la cause des historiens
espagnols et français et, en fin de compte, celle de l’histoire tout court. J’ai le sentiment
d’avoir été à la fois trop long et incomplet : je n’ai parlé ni de la bibliothèque, ni des
campagnes de prospection aérienne, ni des débuts difficiles de l’informatisation. Peut-
être ai-je laissé trop de place à mes idées personnelles. Je me suis cependant interdit
d’étendre mon « regard » à la période postérieure à mon départ de Madrid. Une telle
démarche eût été à la fois inconvenante et entachée d’anachronisme, péché majeur pour
un historien. Inconvenante, car chaque directeur a le droit – et même le devoir – d’avoir
une politique et des conceptions qui lui soient propres. Anachronique, parce que la
conjoncture évolue, souvent même très vite, et que les situations, les problèmes, les
solutions sont rarement transposables : ainsi la réforme du régime des thèses de doctorat
françaises a-t-elle eu sur les conditions de recrutement, de séjour et de travail des jeunes
historiens à la Casa un impact dont on n’a peut-être pas encore mesuré toute la portée.
27 La Casa de Velázquez, lieu de formation et de diffusion de la recherche française ? Lieu de
diffusion certes, et aussi instance de coopération, mais sans monopole en ces domaines,
même si elle y joue un rôle de catalyseur et d’intermédiaire sans doute irremplaçable.
Lieu de formation à coup sûr, si on pense que dans les disciplines historiques, sa vocation
spécifique est de former des historiens hispanisants, c’est-à-dire non pas de quelconques
docteurs en histoire parmi tant d’autres, mais des chercheurs qui soient un jour des
spécialistes authentiques et reconnus du monde hispanique. Cela exige du travail, une
ouverture aux échanges, une certaine capacité d’immersion culturelle et surtout du
temps, ce temps dont nous autres historiens connaissons tout le prix puisqu’il forme la
trame de nos travaux et de nos jours.
NOTES
1. Vol. 9 (1951), pp. 228-245.
2. Didier OZANAM et Fabrice ABBAD, Les intendants espagnols du XVIII e stick, Madrid, Collection de
la Casa de Velázquez (36), 1992 ; Didier OZANAM, Les diplomates espagnols du XVIII e siècle, Madrid-
Bordeaux, Collection de la Casa de Velázquez (64) - Collection de la Maison des Pays ibériques
(72), 1998.
275
RÉSUMÉS
D. Ozanam propose un regard sur les trois périodes (1947-1950, 1963-1969, 1979-1988) qu’il a
passées à la Casa de Velázquez d’abord comme boursier, puis comme secrétaire général et enfin
comme directeur. Il s’attache à montrer l’état des relations entre les milieux scientifiques
espagnols et français, leur évolution et le rôle de catalyseur que la Casa est amenée à jouer tant
par ses missions propres (organisation de colloques, de recherches collectives, publications...)
que par les travaux des membres qu’elle accueille
Didier Ozanam gives an overall view of his three sojourns at the Casa de Velázquez (1947-1950,
1963-1969, 1979-1988), first as a scholar, later as general secretary and finally as director. He
provides an account of the current state of relations between Spanish and French scientists, how
they have developed and the catalysing role that the Casa is called upon to play in connection
with its own remit (organization of conferences, collective research, publications) and with the
scientific input of its members
Didier Ozanam propone una visión de conjunto de las tres estancias que pasó en la Casa de
Velázquez (1947-1950, 1963-1969, 1979-1988), primero como becario, luego como secretario
general y por último como director. Hace un balance del estado de las relaciones entre los
científicos españoles y los franceses, su evolución y el papel de catalizador que la Casa debe
desempeñar tanto a nivel de sus propios cometidos (organización de coloquios, investigaciones
colectivas, publicaciones) como a nivel de la aportación científica de sus miembros
AUTEUR
DIDIER OZANAM
École des Hautes Études en Sciences Sociales. Directeur de la Casa de Velázquez de 1979 à 1988
276
Joseph Pérez
Les membres
6 Pour résoudre le premier de ces problèmes, je me suis efforcé d’élargir l’éventail des
candidatures et d’améliorer la qualité des recrutements et la procédure de sélection. Des
notes d’information ont été envoyées aux institutions et aux personnalités susceptibles
d’être intéressées, notamment les directeurs de recherche des universités et du Centre
National de la Recherche Scientifique, avec une attention particulière pour les secteurs
qui, jusqu’alors, connaissaient mal la Casa et les possibilités qu’elle offrait. Cette
campagne a donné des résultats. Le nombre des candidats s’est accru d’année en année,
ce qui alourdi la tâche des Conseils, mais a permis de retenir des candidatures de qualité.
7 En ce qui concerne la section artistique, la mise en place de trois commissions
d’admission (une pour les arts plastiques, une deuxième pour la musique, une troisième
pour l’audiovisuel) a contribué à trouver un équilibre entre les disciplines. Les plasticiens
restent majoritaires, mais des places sont offertes chaque année à des architectes, des
compositeurs, des cinéastes ; pour la première fois, en 1993, on a recruté un photographe.
8 Une procédure analogue a été adoptée pour les recrutements à l’École des Hautes Études
Hispaniques dès 1990, avant que le statut de 1993 la rende officielle : les dossiers ont été
répartis entre trois commissions d’admission (Espagne ancienne et médiévale, Espagne
moderne, Espagne contemporaine) ; le directeur désigne un rapporteur pour chacun
d’eux ; les auditions donnent l’occasion aux candidats de préciser leurs objectifs. Après
avoir entendu tous les candidats, chaque commission recommande un certain nombre
d’entre eux pour l’admission. Le conseil scientifique arrête la liste définitive des
nouveaux membres en s’efforçant de respecter un double équilibre : entre les
commissions et entre les disciplines.
9 Le rôle des commissions consiste à faire un premier tri en classant les candidats en trois
catégories : ceux qu’on souhaite recruter en raison de mérites et d’aptitudes qui
paraissent les recommander particulièrement ; ceux qui ne sont manifestement pas
dignes d’entrer à la Casa ou dont la candidature est jugée prématurée ; ceux, enfin, pour
lesquels on hésite et qu’on pourrait admettre dans la limite des places disponibles. Les
commissions ont bien fonctionné : lorsque le total de leurs propositions est égal au
nombre de postes vacants, les Conseils ont entériné leur choix ; quand le total des
propositions est supérieur au nombre de postes vacants, les Conseils revoient les cas
douteux.
278
10 En règle générale, les commissions et les Conseils se sont trouvés d’accord sur des points
importants :
• Recruter des candidats dont le programme de recherche était soigneusement défini et qui
paraissaient en mesure de le mener à bien dans un délai de deux ans. On est revenu à
l’application des textes réglementaires en ce qui concerne les renouvellements pour une
troisième année. Compte tenu du nombre élevé des candidatures, la troisième année, en
effet, doit conserver un caractère exceptionnel. Le doctorat actuel exige une préparation
moins longue que l’ancienne thèse d’État. Avant de recommander un recrutement, les
commissions s’assurent que le candidat a bien cerné les limites de son sujet et qu’il a repéré,
au cours de séjours de courte durée – par exemple, comme boursier –, les bibliothèques et
les dépôts d’archives susceptibles de l’intéresser. Dans ces conditions, on peut parfaitement
réunir l’essentiel de la documentation en deux ans de séjour à la Casa, rédiger sa thèse et la
soutenir dans les mois qui suivent de façon à se présenter aux concours ouverts dans les
universités ou au Centre National de la Recherche Scientifique. C’est ce que font la plupart
des membres. Restent les cas particuliers ; il peut s’en produire et le règlement n’écarte pas
cette hypothèse ; il appartient aux conseils d’apprécier les raisons invoquées et de se
prononcer. À mon sens, le renouvellement pour une troisième année ne saurait se justifier
par des motifs de convenance personnelle ou parce qu’on aurait pris du retard dans la
recherche des documents. C’est l’École des Hautes Études Hispaniques qui peut avoir intérêt
à ce que tel de ses membres reste à la Casa une année de plus pour participer, en marge de
ses travaux personnels, à un projet collectif en coopération avec un centre de recherche
français ou espagnol ou encore pour nouer et resserrer des liens avec la communauté
scientifique. Dans tous les cas, les Conseils restent souverains pour prendre une décision ;
• Si les membres de l’École sortis depuis 1989 ont pu, à quelques exceptions près, trouver des
postes en attendant de poser leur candidature dans une université ou au Centre National de
la Recherche Scientifique, c’est qu’ils possédaient les titres requis pour devenir ATER ou
PRAG1 ; l’expérience montre que la seule qualité d’ancien membre de l’École des Hautes
Études Hispaniques ne suffit pas à procurer un débouché. On en a tiré la leçon en recrutant
de préférence des candidats titulaires d’une agrégation, d’un CAPES, d’un diplôme de l’École
des Chartes... Le conseil scientifique ne fait pas preuve d’un attachement excessif aux titres
universitaires ; il agit sagement en se préoccupant à l’avance de ce que deviendront les
membres à la sortie de la Casa. Or, de ce point de vue, la preuve est faite que, quelle que soit
la qualité de leur thèse, les anciens membres de l’École des Hautes Études Hispaniques ont
beaucoup de difficultés à trouver un emploi dans l’Université s’ils ne sont ni agrégés ni
capétiens. Les dispositions réglementaires destinées à faciliter la réinsertion des anciens
membres des écoles françaises à l’étranger sont restées jusqu’ici lettre morte ; les
universités sont libres de leurs recrutements. Comme, d’autre part, l’admission dans le cadre
des chercheurs du Centre National de la Recherche Scientifique reste aléatoire, la conclusion
s’impose : le problème du reclassement des membres doit être résolu avant leur entrée à la
Casa. L’expérience des années 1989-1996 est concluante et elle est confirmée a contrario par
les déboires qu’ont connus naguère d’autres anciens membres ;
• Sans exclure les candidats à l’habilitation, on a privilégié le recrutement de jeunes
chercheurs engagés dans la préparation d’une thèse.
11 Les recrutements posent des problèmes qu’on n’a pas toujours su résoudre d’une manière
satisfaisante. Pour l’École des Hautes Études Hispaniques, on est frappé par certaines
lacunes. On regrette, par exemple, l’absence prolongée d’arabisants ; la recherche
française paraît se désintéresser de l’Islam d’Occident. Il y aurait aussi une réflexion à
mener sur un phénomène relativement récent : à quoi tient la désaffection pour des
279
domaines qui ont fait autrefois la renommée de la recherche française ? Pourquoi tant
d’agrégés d’espagnol se détournent-ils des travaux sur la littérature ? Les sujets, pourtant,
ne manquent pas, y compris sur les grands auteurs, comme l’ont montré les séminaires
qui se sont tenus à la Casa depuis 1990. On a été heureux de relever l’arrivée, en 1993,
d’un philosophe qui entendait étudier l’œuvre d’Ortega y Gasset, mais la plus grande
partie de l’époque contemporaine reste en friche : entre la fin du règne de Ferdinand VII
(1833) et les années 1930, rien ou presque ! En revanche, les recherches sur le franquisme
et le retour à la démocratie attirent les jeunes chercheurs, mais c’est quelquefois par un
détour : au lieu d’aller dans les archives, on étudie les superstructures idéologiques (la
presse, le cinéma...). Les directeurs de recherche devraient veiller à redresser cette
situation et le conseil scientifique pourrait les y aider. Il ne serait pas inutile d’envisager
de « flécher » tous les ans quelques postes afin d’encourager les vocations dans des
orientations que le conseil jugerait prioritaires.
Les activités
12 La section artistique compte treize pensionnaires et un boursier de la Ville de Paris,
sélectionnés par le conseil artistique, et trois boursiers espagnols, respectivement
désignés par la Mairie de Valence, par la Diputación Provincial de Zaragoza et par la Junta
de Andalucía, soit au total dix-sept artistes de toutes disciplines.
13 De 1989 à 1996, l’effort s’est concentré sur trois objectifs complémentaires :
• aider les artistes à tirer profit d’une situation nouvelle ;
• intégrer l’institution dans le contexte artistique espagnol ;
• développer les relations avec des institutions espagnoles et françaises poursuivant des buts
analogues, afin de mieux jouer ce rôle d’échange entre la France et l’Espagne qui est l’une
des raisons d’être de la Casa de Velázquez.
14 Les activités artistiques connaissent deux points forts : les manifestations statutaires de
mai, à la Casa, et de septembre, à Paris. C’est l’occasion de présenter au public l’ensemble
des travaux des membres : une exposition des œuvres réalisées par les peintres, les
sculpteurs, les graveurs et les architectes ; un concert où les musiciens font entendre ce
qu’ils ont composé au cours de leur séjour ; enfin, la projection du film de notre cinéaste.
15 La coopération avec la Calcografía Nacional a été une belle réussite. Tous les ans était
publiée une plaquette de six gravures associant trois artistes français et trois espagnols,
l’ensemble formant une collection à laquelle, en 1989, on a donné le nom symbolique
d’« Île des Faisans » (Isla de los Faisanes) en souvenir du lieu où Louis XIV rencontra
l’infante espagnole qui devait devenir reine de France. Cette publication était
accompagnée d’une exposition de groupe à la galerie de gravure de l’académie espagnole
des Beaux-arts.
16 Les liens avec le Centre de diffusion de la musique contemporaine ont pris une structure
institutionnelle. Les compositeurs de la Casa bénéficient ainsi de lieux de concert, à
l’Auditorio Nacional et au Círculo de Bellas Artes. De plus, ils participent au Festival
international de musique contemporaine d’Alicante et le Centro para la Difusión de la
Música Contemporánea leur passe tous les ans commande d’une œuvre.
17 Enfin, des expositions ponctuelles ont été organisées autour des œuvres des membres : à
Valdepeñas, à León, à Albacete... En France, une sélection des plasticiens a été présentée,
en 1991, à l’École des Beaux-Arts de Saint-Étienne, puis à la Maison des arts Georges-
280
Pompidou, à Cajarc. La principale réalisation de mon mandat est née d’une convention de
coopération signée avec le Conseil général de Loire-Atlantique ; elle donne l’occasion aux
plasticiens de présenter une sélection de leurs œuvres au domaine de La Garenne-Lemot,
près de Nantes.
18 La section scientifique a repris le nom que lui avait donné en 1909 son fondateur, Pierre
Paris, celui d’École des Hautes Études Hispaniques. Les mots ont leur importance. On avait
tendance, en Espagne et même en France, à prendre la Casa pour une institution
culturelle parmi d’autres, chargée de maintenir la présence française à l’étranger et de
servir de relais pour les échanges scientifiques. Cet aspect n’a pas été perdu de vue, mais
en rappelant que la section scientifique est d’abord une école, comme celles d’Athènes et
de Rome, et qu’elle est l’un des cinq établissements français à l’étranger placés sous la
tutelle du ministère de l’Enseignement supérieur et de la Recherche, on a voulu lui
redonner toute sa dimension : centre de formation pour de jeunes chercheurs en même
temps que lieu d’accueil et d’échanges.
19 L’École compte dix-huit membres. Jusqu’en 1991, trois d’entre eux faisaient l’objet d’un
recrutement particulier ; ils formaient l’équipe pluridisciplinaire d’Andalousie. Cette
équipe, créée en 1970, avait fini, au fil des ans, par perdre de vue ses objectifs
scientifiques ; les liens avec les universités et les organismes de recherche s’étaient
distendus ; quand j’ai pris la direction de la Casa, en 1989, elle était devenue, en fait, une
sorte de prestataire de services pour la Junta de Andalucía qui lui confiait par contrat la
réalisation d’études et d’enquêtes ponctuelles sur l’aménagement du territoire, les
équipements touristiques du littoral, etc. Avec l’accord du conseil scientifique, on a mis
fin à une expérience intéressante, mais qui, au bout de vingt ans, paraissait avoir épuisé
ses capacités de renouvellement. Les trois postes qui lui étaient destinés ont été affectés à
des recrutements normaux. Il reste que l’idée de réserver quelques postes à des
recherches ciblées mérite d’être retenue.
20 Il m’est apparu que la politique scientifique de la Casa pouvait et devait assurer une
fonction fondamentale dans la formation à la recherche et par la recherche et dans la
préparation des doctorats. Cette fonction implique plusieurs conséquences :
• L’accueil de jeunes chercheurs, soit comme membres de l’École des Hautes Études
Hispaniques, soit comme boursiers de courte durée, recrutés au niveau du DEA. Pour ces
chercheurs, le séjour à la Casa est l’occasion d’une formation sur le terrain. C’est vrai pour
les archéologues, les géographes, les agronomes, les sociologues, les ethnologues…, mais
aussi pour les historiens de la société et de la littérature : les dépôts d’archives et les
bibliothèques sont pour eux l’équivalent des laboratoires dans les sciences physiques ;
• L’intégration de ces chercheurs dans des structures d’accueil souples et appropriées :
tutorat, équipes de recherche. De ce point de vue, les conventions de coopération avec des
universités et de grands organismes de recherche français et espagnols constituent un
élément déterminant de la politique de l’établissement : ces conventions garantissent un
niveau de formation pour les membres en même temps qu’elles sont de nature à faciliter
leur réinsertion à la sortie de la Casa.
21 Trois axes se dégagent tout naturellement des activités scientifiques de la Casa :
l’archéologie, l’Espagne moderne, l’Espagne contemporaine. Ces axes constituent les
objectifs prioritaires de la Casa et les membres ont été invités à s’y associer en fonction de
leur compétence et de leur spécialité. Ces orientations de recherche sont suffisamment
souples pour permettre aux initiatives individuelles de trouver leur place. Il est
souhaitable de préserver, à la Casa, l’existence d’un secteur de recherche libre de façon à
281
respecter les projets individuels qui peuvent être l’amorce de programmes plus
structurés à développer plus tard ; mais il paraît indispensable de renforcer les structures
de travail collectif et les équipements, de mettre l’accent sur les priorités, de concentrer
les moyens sur des objectifs précis, assortis d’un calendrier d’exécution et d’un plan de
financement.
22 En archéologie, l’effort principal a porté sur le regroupement et la rationalisation d’une
série de recherches conduites jusque-là en ordre dispersé par d’anciens membres :
• L’étude de la ville antique et de son territoire dans la péninsule Ibérique dans la longue
durée, de l’apparition de l’agglomération entourée de murailles à l’époque du bronze
jusqu’au Bas Empire ;
• L’élargissement de la recherche sur le peuplement ibéro-islamique : mise en évidence des
modèles selon lesquels se modifie le peuplement de la basse Antiquité et apparaît un
peuplement médiéval fortement marqué par les apports arabo-maghrébins ; développement
des études sur l’habitat médiéval...
23 Il convient de repenser la place de l’archéologie à la Casa. Une campagne de fouilles coûte
cher ; on ne peut les multiplier au gré des initiatives individuelles. Avec le programme
« Islam d’Occident », la Casa a tenté d’appréhender une réalité historique – le
peuplement, dans toutes ses composantes – en mettant en œuvre, de la protohistoire à la
fin de l’époque islamique, des méthodologies semblables parmi lesquelles figurent, en
plus de la fouille archéologique, la prospection sous toutes formes, la géophysique, la
géographie historique, la photographie aérienne, la cartographie analytique... Dans le
domaine médiéval, la Casa a participé activement au développement de l’archéologie
islamique au Maroc, où les problématiques et les objectifs étaient analogues.
24 Les recherches traditionnelles sur l’Espagne moderne, jusqu’ici dispersées dans plusieurs
directions, auraient gagné à être structurées et coordonnées. On a envisagé des
confrontations pluridisciplinaires entre historiens, linguistes, littéraires, et la réalisation
d’entreprises communes : dictionnaires biographiques des élites espagnoles, constitution
de banques de données, éditions de textes et de chroniques à caractère historique, études
sur la vie politique, économique, religieuse et culturelle, sur les minorités et les
marginalités, la religion et la religiosité, la place de la femme dans la société espagnole...
De ce point de vue, les recherches de caractère prosopographique, comme celle qui a
commencé à se mettre en place pour les élites espagnoles (ordres militaires, personnel
politique, haute administration, clergé...) leur recrutement, leur formation et leur rôle,
ont été particulièrement intéressantes.
25 Il ne s’agit pas de transformer la Casa en centre de recherche ; ce n’est pas sa vocation et
elle manquera toujours de la continuité nécessaire pour mener à bien des projets de
longue durée. En revanche, il convient de tenir compte de sa spécificité : établissement
ouvert à l’ensemble de la communauté scientifique concernée par l’Espagne et les pays
hispaniques, elle se doit de développer une politique de recherche propre qui prenne en
charge les priorités nationales et les besoins de la coopération franco-espagnole.
26 De 1989 à 1996, l’École a développé trois types d’activités :
• Des séminaires de recherche, au rythme d’un par trimestre et par section. Conçus comme
des écoles doctorales, ces séminaires ont réuni des spécialistes français et étrangers autour
de thèmes précis. Ils ont permis de faire le point sur une question, en insistant sur les
aspects méthodologiques et les perspectives de recherche plutôt que sur les résultats déjà
connus. Ils étaient ouverts aux membres de l’École, aux chercheurs de la communauté
282
Services communs
32 La bibliothèque, instrument de travail privilégié, possède des fonds importants qu’on a
cherché à enrichir encore. À ma demande, le Conseil d’administration a émis le vœu que
les usagers lui envoient les ouvrages qu’ils publient : quand on met à profit régulièrement
les ressources de la bibliothèque, il est naturel qu’on fasse hommage à la Casa des travaux
qu’on a réalisés en partie grâce à elle. La bibliothèque offre des facilités : les lecteurs
peuvent accéder directement aux rayons. Cela présente – hélas ! – des inconvénients :
trop de livres disparaissaient, comme on disait pudiquement. Nous ne pouvions pas nous
résigner à cette situation. Il a donc fallu prendre des mesures : la magnétisation des livres
et l’installation d’un portique pour dissuader les emprunteurs indélicats. Pour mener à
284
bien cette opération, qui concernait 90.000 volumes, des mesures exceptionnelles ont été
prises : augmentation du crédit de reliure, augmentation des crédits de vacations pour
recruter du personnel temporaire.
33 Le service des publications a été entièrement organisé au cours de mon mandat selon les
principes suivants :
• aménagement des locaux pour les adapter à leur fonction et y installer le personnel et le
matériel nécessaire ;
• mise en place d’un personnel spécialement formé. De ce point de vue, la nomination d’un
secrétaire aux publications a déchargé le secrétaire général de l’une de ses activités les plus
lourdes. L’année 1991-1992 a permis de mettre en œuvre la politique des publications autour
de deux axes prioritaires ;
• définition d’une politique des publications : la Casa avait longtemps hésité à la mettre au
point. Elle avait perdu, en 1961, la prestigieuse collection de la Bibliothèque de l’École des
Hautes Études Hispaniques, restée juridiquement propriété de l’université de Bordeaux ;
c’est seulement en 1965 qu’elle a inauguré la série des Mélanges de la Casa de Velázquez, ; dans
les années suivantes, elle avait lancé un certain nombre de séries : Archéologie, Sciences
sociales, Études et documents, Bibliothèque de la Casa de Velázquez. À partir de 1989, j’ai
conduit la réflexion sur tous les aspects de la politique éditoriale : conception des
collections, contenus, formats, maîtrise des ouvrages, financement, réalisation technique,
diffusion et vente.
34 Les Mélanges – recueils d’articles dont le fil directeur était le seul classement
chronologique interne – sont désormais constitués par trois fascicules distincts –
Antiquité et Moyen Âge, Espagne moderne, Espagne contemporaine. Avec une
présentation rénovée, la nouvelle publication a opté pour une forme qui devait lui assurer
une meilleure diffusion, tant sur le plan des ventes que sur celui des échanges. La
présentation en trois fascicules offre en effet une plus grande homogénéité de contenu,
favorisant en outre, par la différence de prix entre l’ancien volume global et le fascicule
isolé, une vente potentielle auprès des particuliers. Sur le plan du contenu, l’effort est allé
dans le sens d’une plus grande homogénéité : sur les dix à douze articles d’un fascicule, on
s’est efforcé de conserver un tiers d’articles « libres » (surtout ceux donnés par des
membres) et à organiser les autres autour de thèmes comme les activités de
l’établissement (séminaires ou rencontres n’ayant pas forcément vocation à être publiés
intégralement). Sous cette forme, les Mélanges, tout en restant la revue de l’École, ont
gagné en cohésion et en intérêt et ont pu prétendre devenir une vraie revue scientifique.
35 La Collection de la Casa de Velázquez est venue regrouper les ouvrages placés sous la
responsabilité éditoriale de la Casa ou publiés en collaboration. La présentation en a été
remaniée ; on a retenu pour la couverture des illustrations en pleine page et en couleurs,
pour la quatrième de couverture un texte de présentation ; l’image de la Casa est rappelée
dans un logo.
36 La Bibliothèque de la Casa de Velázquez continue à accueillir les thèses des membres. La
formule de la nouvelle thèse lui convient tout à fait et son format est adapté à la majorité
des cas. On s’est efforcé aussi d’en améliorer la présentation, notamment en faisant relier
les volumes.
37 En règle générale, sous mon mandat, la Casa de Velázquez a été son propre éditeur.
Toutefois, pour un certain nombre de publications, il nous est arrivé de publier en
coédition en liaison avec des partenaires liés à nous par contrat (universités de Saragosse,
285
Aubert, André Bazzana, Patrice Cressier, Dominique Roux..., et aussi sur le personnel
rémunéré sur le budget de l’établissement, non moins compétent, dévoué et efficace, et
auquel j’ai le devoir de rendre hommage.
NOTES
1. Attaché temporaire d’enseignement et de recherches ; professeur agrégé. Ces statuts offrent
aux chercheurs, notamment les doctorants, un service plus ou moins allégé, dans l’enseignement
supérieur, compatible avec la poursuite et l’achèvement de leurs recherches.
RÉSUMÉS
C’est dans le contexte d’une mutation de l’université française (loi Savary de 1984) et donc d’une
modification du doctorat que Joseph Pérez a développé sa politique à la tête de la Casa de
Velázquez. La rédaction d’un nouveau statut (1993) a entériné ces changements. Qualité du
recrutement, approfondissement de la coopération avec les partenaires espagnols, multiplication
des rencontres scientifiques, définition d’une politique de publication, modernisation et
aménagement des locaux ont constitué les axes de l’action de J. Pérez
Joseph Pérez was director of Casa de Velázquez at a time of renewal marked by a major change in
the law relating to university organization (Savary Act of 1984, which altered the French
doctorate system). One of the products of the new legal framework was the approval of a new
statute for the Casa de Velázquez. The main achievements of Joseph Pérez’s directorship were
stricter selection of members, reinforced cooperation with Spanish scientific institutions, more
frequent scientific conferences, definition of an editorial policy and the modernization of
facilities
Joseph Pérez fue director de la Casa de Velázquez en un contexto renovado, marcado por un
importante cambio legislativo en cuanto a la organización universitaria (ley Savary de 1984, que
modificó el doctorado francés). Este nuevo marco legislativo tuvo como consecuencia la
aprobación de un nuevo estatuto para la Casa de Velázquez. Una selección más rigurosa de los
miembros, la reafirmación de la cooperación con las entidades científicas españolas, el aumento
del número de encuentros científicos, la definición de una política editorial y la modernización
de las instalaciones fueron las principales actuaciones de Joseph Pérez
287
AUTEUR
JOSEPH PÉREZ
Président honoraire de l’Université de Bordeaux III. Directeur de la Casa de Velázquez de 1989 à
1996
288
Trayectorias y generaciones
Un balance crítico: la Edad Media
Trajectoires et générations. Un bilan critique: le Moyen Âge
Trends and générations. A critical appraisal: the Middle Ages
Formación
2 Por los años de mis estudios en la Universidad de Valladolid (1959-1965), la sección de
Historia de su Facultad de Filosofía y Letras tenía sólida reputación y una clientela de
variada procedencia. En aquel tiempo, toda Castilla y León, Cantabria y el País Vasco se
proveían preferentemente con los recursos universitarios de Valladolid en Historia y de
Salamanca en Filología. No es fácil separar los aspectos en que estaba presente la
historiografía francesa de la época de los demás y, sobre todo, es artificial. A mi parecer,
esa presencia se mostraba a nuestra vista de estudiantes en tres campos principales, a
través de los cursos docentes y de los libros de la biblioteca y los seminarios de la
Facultad. Primero, la teoría y los métodos del saber histórico, donde, junto a los maestros
alemanes de antaño, se percibía ya la influencia de Marc Bloch y Lucien Febvre, de Henri-
290
Irénée Marrou, y pronto la del compendioso libro dirigido por Ch. Samaran, L’histoire et ses
méthodes. Segundo, la manera de concebir la historia universal y la historia de las
civilizaciones: la claridad de construcción de las síntesis francesas era tan admirable
como, a veces, irritante la evidencia de que en casi todas ellas la historia hispánica apenas
existía. Estudiábamos historia por dos canales a la vez: uno, el de la historia española;
otro, el de la historia universal, vista a través de Francia. Como, en general, éramos
bastante europeístas, nos disgustaba que España fuera tan ignorada y «diferente» para los
autores de aquellas colecciones de síntesis. Se utilizaba ampliamente «L’évolution de
l’humanité» fundada por Henri Berr y algunas otras ya clásicas: «Peuples et civilisations»
de Louis Halphen y Philippe Sagnac, «Histoire générale» (Glotz), «Clio» (J. Calmette); fue
novedad por aquellos años la «Histoire genérale des civilisations» cuyo tomo de Historia
Medieval dirigió Édouard Perroy, y escribió en amplias partes Georges Duby, y concluía
mis estudios de licenciatura cuando comenzaban a aparecer o a difundirse otras de
diverso calado, cuyos volúmenes estaban llamados a tener amplia y duradera influencia:
«Collection historique» (Paul Lemerle), «Nouvelle Clio» (publicada por las Presses
Universitaires de France), «Les grandes civilisations» (editorial Arthaud) y en especial la
innovadora visión de J. Le Goff en su volumen sobre la civilización del Occidente medieval
(en la colección «Destins du monde» de Armand Colin). Entre las síntesis sobre aspectos
parciales, utilizábamos volúmenes de la Historia de las relaciones internacionales de F.-L.
Ganshof y P. Renouvin, de la Histoire de l’Église de Fliche y Martin, la Historia de las ideas
políticas de Jean Touchard, La filosofía medieval de Étienne Gilson, El espíritu de la Edad Media
(Les lignes de faîte du Moyen Âge) de Léopold Genicot, La crisis de la conciencia europea de Paul
Hazard, El feudalismo, de F.-L. Ganshof, las introducciones de J. Le Goff sobre Mercaderes y
banqueros en la Edad Media y Los intelectuales en la Edad Media, la Diplomatique générale de A.
de Boüard, etc.
3 En resumen, había ya un uso notable de la manualística y del gran ensayo de síntesis
franceses y un reconocimiento de su calidad y del papel insustituible que tenían. Pero
debo añadir, con todo, que las nuevas tendencias historiográficas se dejaban sentir poco
todavía en la docencia cotidiana, donde predominaba el relato de historia política al modo
tradicional. Por eso fue tan importante e innovadora la obra de Jaime Vicens Vives al
aclimatar en España las corrientes de historia social y económica, además de promover la
traducción de la ya mencionada Historia general de las civilizaciones : estudiábamos con
interés las obras que había escrito o dirigido en los años anteriores a su fallecimiento
(Historia económica de España e Historia social y económica de España y América) y las
explicaciones de los primeros profesores que entraron en aquellos territorios sin
abandonar los de la historia política, en especial el profesor Luis Suárez Fernández.
4 El tercero de los campos de influencia a que antes me refería no es historiográfico sino
geográfico, pero ejerció gran influencia sobre algunos de los que por entonces
estudiábamos en Valladolid, gracias al empeño que en ello puso el profesor Jesús García
Fernández, en sus cursos y en los viajes de estudio que hicimos, empleando, él y nosotros,
fines de semana, año tras año. Por aquella vía llegamos al conocimiento de la escuela
geográfica francesa, iniciada por Paul Vidal de la Blache, Blanchard y Albert Demangeon,
entre otros: geografía humana y geografía regional que nos abrían unas perspectivas
nuevas sobre los hombres y su medio, el territorio, la ciudad, la población y el
poblamiento, la economía, la sociedad, ausentes entonces casi por completo de los
estudios de Historia pero fácilmente aplicables en ellos porque combinaban la dimensión
espacial con la temporal. En el ámbito de estudio geográfico sí que se fundieron entonces
291
en nuestra percepción todas las influencias: de nuevo Lucien Febvre y Marc Bloch, entre
los historiadores, Roger Dion, Pierre Gourou, Maximilien Sorre, P. Lavedan, A. Meinier,
Pierre George, junto a Manuel de Terán y sus discípulos, Alain Huetz de Lemps, que
entonces publicó su tesis sobre los viñedos del noroeste español, o Jean Sermet, que,
desde la distancia, fue mi primer guía en La España del Sur. Y desde entonces no me ha
abandonado el interés por conocer la historia escrita bajo la influencia de aquellas
concepciones geográficas, que ha dado frutos magníficos sobre todo en torno al grupo de
Annales ESC.
5 Tuve la fortuna excepcional de combinar la experiencia universitaria con otra archivística
y de investigación durante los años en que trabajé en el Archivo General de Simancas,
entre 1961 y 1965. Simancas ha sido y sigue siendo un centro fundamental para la
investigación histórica europea, y gracias a la generosidad de los archiveros, que me
encomendaron las tareas más oportunas al efecto, tuve a mi alcance, siendo aún
estudiante, contactos y enseñanzas que en otras circunstancias no habría tenido o las
habría alcanzado mucho después. Allí encontré los primeros ecos de la obra fundamental
de Bataillon (Erasmo y España), que fue, junto con las de Febvre sobre «el corazón religioso
del siglo XVI», un primer encuentro muy esclarecedor con la después tan difundida
«historia de las mentalidades», desde la perspectiva de la historia religiosa. Desde
aquellos años, y durante muchos más, recibí las influencias, a través de sus escritos, de
dos grandes maestros de la historiografía francesa, diferentes en sus conceptos por otra
parte; influencia no tanto sobre tal o cual investigación concreta que haya podido
emprender sino sobre la manera de explicar la Historia y enfocar su estudio. Me refiero a
Fernand Braudel y Pierre Vilar. En la lectura de sus obras se cumpliría para mí un
principio de acción intelectual propio del Humanismo:
No se buscará en Aristóteles la Verdad sino una noble manera de indagar sobre ella 1
.
6 En Simancas se tenía muy presente por entonces La Méditerranée et le monde méditerranéen
de Braudel, que había utilizado mucha documentación del archivo, y allí se tomaba
contacto fácilmente con las propuestas temáticas y metodológicas de los Annales ESC, en
especial por la presencia de investigadores como el profesor Felipe Ruiz Martín. Y
también por las que realizaban durante largas temporadas jóvenes doctorandos que,
dirigidos por P. Vilar, preparaban sus tesis sobre historia rural; conté con la amistad y las
enseñanzas de dos, luego eminentes historiadores: Jean-Pierre Amalric, que construía la
historia de la economía rural de Castilla en el siglo XVIII a partir del Catastro del marqués
de la Ensenada y otras fuentes, y Pierre Ponsot, dedicado a la historia agraria de la
Andalucía occidental moderna; él sería, ya en la Casa de Velázquez, quien iluminaría mis
primeros pasos por la historia andaluza bajomedieval, una vez que concluí mi tesis
doctoral. Y, ya a punto de dejar Valladolid, la publicación de la tesis de B. Bennassar sobre
el Valladolid del siglo XVI fue una primera y fundamental lección sobre cómo hacer
historia integral en el marco de una ciudad y su ámbito de influencia.
7 En Madrid, a partir de 1966, como archivero facultativo, tuve ocasión de seguir cursos
profesionales que me pusieron en contacto con la ejemplar racionalidad organizativa de
la archivística francesa y con el papel potente que la École des Chartes jugaba en la solidez
de la historiografía del país vecino. Pienso que el que no se diera ya entonces, y mucho
menos ahora, una situación semejante en España ha supuesto para nuestra historiografía
límites y defectos casi insalvables mientras no se actúe de otra manera.
292
8 Por aquellos años, hasta 1970, el Instituto de Historia Jerónimo Zurita del C SIC y la Casa
de Velázquez fueron los lugares donde principalmente proseguí mis estudios históricos.
Eran los años de apogeo de la historia económicosocial de los Annales y del mayor impacto
de la obra de Vilar, de modo que los historiadores de mi generación aprendimos a serlo en
aquel ambiente o bajo aquella influencia, más los modernistas que los medievalistas,
seguramente, a la vez que la obra de historiadores españoles eminentes entonces en su
plenitud, como José Antonio Maravall o Luis Díez del Corral, nos abría perspectivas
nuevas en las que también estaba presente la recepción por aquellos autores de una
historiografía francesa que conocían profundamente. Por mi parte, dediqué mi tesis a
cuestiones de historia de las estructuras políticas –fiscales, militares– y secundariamente
de las sociales y económicas, aplicadas a la explicación de un suceso concreto pero
complejo como fue la conquista y primera «repoblación» del reino de Granada, y debo
decir que no tuve conciencia de seguir modelos o de recibir influencias globales
procedentes de la historiografía francesa en aquel momento. Sí, en cambio,
inmediatamente después: la lectura de las obras dedicadas por autores como Charles
Verlinden, Jacques Heers o Pierre Chaunu a la historia del comercio mediterráneo y
atlántico y a los fundamentos de la expansión europea entre los siglos XIII y XVI, fueron
una fuente de reflexiones y de maneras de entender cuestiones que me planteaba al
abordar el estudio de Andalucía en la Baja Edad Media, junto con otras, en especial la
posibilidad de aplicar o modificar el modelo de relaciones nobleza-monarquía propuesto
por Luis Suárez y Salvador de Moxó en aquella investigación de ámbito regional que
comencé en 1969. Por el contrario, otra línea de investigación que inicié entonces, la
relativa a la formación bajomedieval de la Hacienda monárquica y los rasgos tanto
estructurales como dinámicos de la economía castellana del siglo xv, se debía
principalmente al mismo interés de los documentos encontrados y a modelos autóctonos,
sobre todo el del profesor Ramón Carande a través de su magna obra Carlos V y sus
banqueros. Sólo más adelante comencé a combinarlos con el conocimiento más detallado
de lo que otros autores llevaban a cabo en Francia, por ejemplo Jean Favier sobre
fiscalidad.
9 De entonces datan los primeros contactos con historiadores franceses de mi generación,
que comenzaban sus tesis en el ámbito de la Casa de Velázquez: Bernard Vincent, Marie-
Claude Gerbet, Jean-Pierre Molénat. Y con el recuerdo y la obra de otros ya maduros o de
épocas anteriores: Joseph Calmette, Marcelin Defourneaux, Charles-Emmanuel Dufourcq,
Pierre Bonnassie, Joseph Pérez y, en especial, Jean Gautier-Dalché, debido a su
investigación sobre historia rural, urbana y monetaria de la Edad Media castellana. Ésta
ha sido la forma más personal de recepción de la historiografía francesa que he venido
practicando desde entonces, gracias a ellos y a otros investigadores cuya obra apareció
más adelante en mi horizonte profesional. Ha sido un proceso de enriquecimiento
intelectual para mí –no debo hablar en nombre de otros– y espero que su contacto con
colegas españoles lo haya sido también para ellos, de diversas maneras, pues sólo así la
recepción o «acogida» deja de ser monodireccional para pasar a moverse en ambos
sentidos. Lo deseable sería que tuvieran tanta audiencia en los medios investigadores
franceses como la tienen en los nuestros, y que pudieran actuar no sólo como apoyo para
la difusión de la historiografía española en Francia sino también como estímulo para la
dedicación de historiadores españoles a temas de investigación sobre historia francesa o,
más ampliamente, europea, hecho que necesariamente se tiene que producir con la
suficiente densidad y abundancia para que nuestra historiografía alcance un nivel mejor.
293
Expansión
10 Con el paso a la situación de catedrático de historia medieval a tiempo completo, desde
1970, asumí la obligación de conocer y acoger sistemáticamente la historiografía francesa
de mi especialidad, como la de otros países, para tener presentes sus contenidos,
resultados y propuestas en mis propias tareas docentes e investigadoras. A partir de aquí
es difícil distinguir con la suficiente precisión momentos o circunstancias más antiguos de
otros más recientes; todos están acumulados en un «continuo», desde el punto de vista
profesional, que dura ya treinta años, aunque, sin duda, los campos de interés han ido
cambiando y ampliándose y, con ello, las perspectivas de acogida de la producción
historiográfica. También sucede que el paso del tiempo y la acumulación de experiencias
–y de rutinas– puede producir, al lado de efectos positivos, el negativo de una cierta
pérdida de capacidad para apreciar las nuevas propuestas y tendencias de la investigación
en su auténtico valor y frescura intelectual. Confío en que la conciencia del peligro ayude
a evitarlo sin caer en el extremo contrario, que sería el de pretender estar siempre a la
última moda sin pararse a considerar cuáles son sus contenidos.
11 Una cosa era la realidad de la Universidad de La Laguna de Tenerife a comienzos de los
años setenta, o la de Sevilla algo después, donde predominaba el interés por la temática
historiográfica regional, y eran más acuciantes las necesidades de organización docente, y
otra la situación que encontré al volver a Madrid, en 1978, y cómo ha ido evolucionando a
tenor de los cambios de tendencias ocurridos en los últimos veinte años. En líneas
generales, se puede afirmar que junto con el interés por nuevos temas o ámbitos de
estudio, que no siempre se ha traducido suficientemente en investigaciones concretas, se
ha mantenido el que la historiografía española tradicional no universitaria siempre tuvo
por considerar el pasado desde ciertos enfoques: el local, el eclesiástico, el genealógico-
nobiliario. Se han revestido de metodología renovada y han ganado ampliamente el
acceso a la investigación universitaria, pero siguen siendo los mismos enfoques, capaces
de estimular a los investigadores pero también de bloquear o dificultar el desarrollo de
otros puntos de vista.
12 Ante todo, procuré mantener y ampliar las relaciones directas; al igual que otros
historiadores de mi generación, participé en reuniones, congresos y proyectos de
investigación europeos con más intensidad y continuidad que nuestros colegas de
generaciones anteriores, que no tuvieron los medios para hacerlo; los nuestros han sido a
menudo escasos y hemos estado sujetos siempre a la necesidad de subordinar su uso a la
atención que requiere nuestra actividad principal, que es la enseñanza universitaria. En lo
que me concierne, el escenario más habitual de acogida de experiencias y enseñanzas de
colegas de otros países han sido las Settimane del Instituto de Historia Económica
Francesco Datini (Prato), desde que comencé a acudir y participar en ellas hace ya
veintitrés años; allí se han difundido algunas categorías historiográficas de origen
braudeliano, como la que reclama la relativa homogeneidad del tiempo histórico europeo
comprendido entre los siglos XIII y XVIII, a grandes rasgos: esta afirmación es fructífera,
tanto para medievalistas como para modernistas y aprendí muchos de sus efectos en el
ejemplo científico de autores como A. Tenenti. El segundo foro de encuentro habitual
desde 1979 ha sido la Comisión Internacional para la Historia de las Ciudades, presidida
muchos años por Philippe Wolff, donde se produce una notable sinergia entre las
historiografías nacionales en presencia. Y el tercer ámbito de contactos ha venido dado
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por las frecuentes reuniones de alcance concreto –coloquios, symposios, congresos– y por
la participación en proyectos europeos de investigación en los que la iniciativa francesa
ha jugado un papel central: me refiero a los dedicados a estudiar la «Génesis del Estado.
Siglos XIII-XVIII», patrocinados sucesivamente por el CNRS y por la Fundación Europea de
la Ciencia entre 1984y 1992. Me parece evidente que en todos estos lugares de encuentro e
intercambio intelectual, la acogida de la historiografía francesa se ha visto cada vez más
acompañada, equilibrada e incluso desplazada en algunos aspectos por la procedente de
otros ámbitos –anglosajón, germánico, italiano– con la consiguiente ampliación de
posibilidades que esto significa.
13 En las universidades de nuestro país, hemos vivido en los últimos treinta años la plenitud
del efecto de la revolución historiográfica francesa y, a la vez, la gran expansión de la
española. Los medievalistas hemos estudiado y aplicado una historia universal de fuerte
influencia francesa, aunque no exclusiva, y, a la vez, hemos procurado compaginar
nuestros temas, métodos y objetivos de investigación, en muchos casos de origen
anterior, con los modelos ultrapirenaicos, aunque siempre ajustándolos a la realidad
propia porque, cuando no se ha hecho así, en lugar de obtener resultados fructíferos, se
ha producido una explicación deforme y más bien estéril de nuestra Edad Media. Ha sido
intenso entre nosotros –y los mismos manuales de estudio que hemos escrito son el mejor
testimonio– el empleo de colecciones de síntesis de Historia Medieval y de los órdenes de
explicación que se proponen en ellas: a algunas que ya he citado – «Collection
Historique», «Nouvelle Clio», «Grandes civilisations»– añado ahora las dirigidas por G.
Duby o, más recientemente, por Robert Fossier (Histoire médiévale en la «Collection U» o Le
Moyen Âge, dos obras publicadas por Armand Colin), entre otras que no puedo citar con
detalle, por ejemplo las dedicadas a aspectos temáticos (ciencia, técnica, trabajo,
economía y sociedad, educación, familia, espiritualidad, vida privada, mujer, mundo
rural, mundo urbano, etc.).
14 Pero me parece que no se ha logrado todavía una articulación adecuada entre la
explicación sobre la Edad Media hispánica y la relativa a otros ámbitos europeos, por
ausencia casi total de la primera en tales síntesis generales, por la escisión entre ambos
tipos de explicación en la misma enseñanza universitaria española, y por no haber sabido
cuidar entre nosotros un tipo de historia de alta divulgación y buena calidad literaria, al
estilo, por ejemplo, de una Régine Pernoud, capaz de llegar a amplios grupos sociales y de
interesar a las editoriales para su traducción a otras lenguas. Así sucede también que,
posiblemente, han tenido mayor efecto entre nosotros que en la propia historiografía
francesa las síntesis sobre historia medieval hispánica hechas por los colegas franceses,
desde la excelente Histoire sociale et économique de l’Espagne chrétienne de Dufourcq y
Gautier-Dalché hasta las más recientes de M.-Cl. Gerbet, A. Rucquoi o D. Menjot.
15 La articulación entre el medievalismo español y el francés se suele conseguir mejor en el
terreno de la investigación por grandes áreas, aunque se trata siempre de una recepción
adaptada a temas y hábitos de trabajo que no son los mismos en uno y otro país, como
tampoco lo es la demanda o la respuesta social que el historiador puede esperar de su
trabajo en España y en Francia, ni tampoco la concepción de su propio pasado por una y
otra sociedad ni la atención que le prestan o el uso que hacen de la memoria histórica.
16 Me parece evidente que la obra de G. Duby ha alcanzado un nivel máximo de acogida,
debido a que se ha expresado tanto a través de la redacción o dirección de grandes
síntesis como de investigaciones básicas, en las que ha contado con la adecuada cobertura
editorial, y debido, sobre todo, a la variedad y riqueza de sus planteamientos y temática,
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que no deja de ser también una forma de acogida, y, en este sentido, la obra de J. Gautier-
Dalché y las tesis de algunos de sus discípulos (A. Rucquoi, D. Menjot) tienen una
importancia especial, así como las de G. Pradalié sobre Lisboa, Ch. Guilleré sobre Gerona,
J.-P. Barraqué sobre Zaragoza, la investigación urbanística de Jean Passini o el
concienzudo estudio de Jean-Pierre Molénat sobre Toledo, buena muestra de cómo la
historia urbana y la rural son inseparables a la hora de explicar las sociedades y gobiernos
urbanos de Castilla.
21 El desarrollo de la investigación sobre la nobleza se ha producido con escasos contactos
entre uno y otro mundo historiográfico hasta tiempos recientes. Las categorías
explicativas que se manejan no son siempre las mismas y supongo que Marie-Claude
Gerbet tuvo ocasiones de comprobarlo cuando elaboraba su tesis doctoral sobre la
nobleza de Extremadura. Por lo demás, estudios como los de Georges Duby, ya evocados,
Philippe Contamine, más generales, o M.-Th. Caron sobre Borgoña y, más recientemente,
Martin Aurell, o los de J. Flori sobre la caballería, han facilitado puntos de vista muy
interesantes para enriquecer las encuestas con que abordamos estas investigaciones. Las
relativas a las órdenes militares permanecen, en general, al margen de estos contactos o
influencias –los mantienen mejor con la historiografía británica–, pero aquí hay un campo
de estudio a desarrollar, en torno a la ideología de cruzada y misión, tal vez, más que a los
aspectos de historia social y de los señoríos, y el ejemplo de obras como las ya clásicas de
Paul Alphandéry y Alphonse Dupront, J. Richard y M. Balard ha de ser tenido siempre en
cuenta.
22 El vasto campo de la historia de las «mentalidades», de lo «imaginario», de «lo ideal», se
ha presentado como bandera de la «Nouvelle Histoire» y ha venido desplazando el interés
de muchos historiadores y, con ello, la posición central que ocupaban hace treinta años
los temas de estudio económico-sociales, sin llegar a sustituirlos por una propuesta
historiográfica tan sólida y precisa como la que representaban aquéllos. La recepción del
cambio entre nosotros ha sido compleja, se ha producido a menudo más en el terreno de
las definiciones y propuestas generales que en el de la investigación concreta, y ha sido
tal vez excesivamente mimética en algunos casos, lo que acaso ha marginado, hasta
ahora, muchas posibilidades de combinación con realidades propias de la historiografía
española que tienen un peso muy considerable. El impacto de las obras de J. Le Goff, Jean-
Claude Schmitt o Roger Chartier, por ejemplo, ha sido grande y las del primer autor han
contado con una difusión editorial excelente. Sin embargo, la «Antropología Histórica» no
es fácil ni de asimilar ni de practicar si no se combina con el patrimonio y con las maneras
de hacer de que ya disponíamos antes de su deslumbrante aparición, y si no se hace
inventario claro y completo de sus contenidos y, en general, de los de la «historia de los
usos, las sensibilidades, las mentalidades», tal como lo ha realizado recientemente Henri
Martin.
23 Primero, el mismo nombre «Antropología Histórica» nos parece a algunos todavía algo
invasor: ¿por qué no hablar, mejor y simplemente, de Historia que aprovecha métodos,
temas y sugerencias nacidos en el campo de la Antropología cultural y social? Si se adopta
este punto de vista, la propuesta puede ser mejor recibida y combinarse con estudios
antropológicos propiamente dichos que tienen en España una larga tradición y algunos
investigadores de máxima importancia –Julio Caro Baroja entre los clásicos.
24 Segundo, sería un error ignorar las aportaciones fundamentales de la «Historia de la
Cultura» y no combinarlas con las más recientes o no continuar su cultivo: ¿cómo no
valorar la recepción de obras tales como las de Pierre Riché o Jacques Fontaine sobre la
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Alta Edad Media? ¿O, en el plano de la síntesis, la vigencia de libros como los de J. Jolivet o
Jacques Paul sobre historia intelectual y, en lo relativo a la valoración de la historiografía
medieval, los de Bernard Guenée? El estudio renovado de la historiografía medieval se
presenta como un campo privilegiado donde combinar los métodos clásicos con los
nuevos, como lo prueba la obra de G. Martin, o la de Y. Bonnaz. En general, me parece que
se trata de construir una nueva historia de la cultura, de su creación, difusión y práctica:
obras como la de Henri Bresc para Sicilia o Philippe Berger para Valencia (sobre libro,
lectura y sociedad) pueden integrarse sin dificultad en esta visión renovadora, así como
los trabajos ya clásicos de G. Beaujouan o E. Poulle sobre historia de la ciencia, y los
relativos a la historia de la renovación y difusión del saber intelectual (Jacques Verger).
También estimo que la acogida de la nueva historia «antropológica» debe despertar entre
nosotros la conciencia de que es preciso interrelacionar continuamente especialidades,
fuentes de conocimiento y campos de estudio que han estado y siguen estando poco
comunicados entre sí y a la vez con los intereses de los historiadores «generales»: arte,
literatura, lingüística histórica, filosofía, medicina... Si no es así, apenas se puede pasar
del terreno de los proyectos e intenciones, pero en España ha habido y hay desde hace
muchos decenios grandes investigadores en estas materias, a veces los mejores que hemos
tenido.
25 Tercero y, tal vez, principal. El campo inmenso de la historia eclesiástica y de la
religiosidad puede verse influido o no por las tendencias de la «Nueva Historia», eso
depende de los autores, pero ésta última no puede desarrollarse entre nosotros si lo
ignora, y si no asume la solidez de sus métodos tradicionales de trabajo y los
conocimientos de diverso tipo que éstos requieren. Desde comienzos de los años setenta,
los que hemos trabajado o dirigido investigaciones de este género apreciamos las
aportaciones conceptuales y metodológicas de historiadores franceses entre los que
destacaría dos: Jean Delumeau y André Vauchez, sin olvidar a otros como P. Chaunu, G. de
Lagarde en algunos aspectos, G. Le Bras, Marcel Pacaut, B. Guillemain, Francis Rapp, Jean
Chelini, ni investigaciones básicas como las de Jacques Chiffoleau, H. Millet o M. Parisse y,
en el ámbito hispánico bajomedieval, Alain Milhou y, más recientemente, Sophie
Coussemacker. Ahora bien, la historia eclesiástica, e implícitamente la de la religiosidad,
tienen en España una tradición y una densidad de cultivadores muy grande; se trata de
acercar posiciones y combinar posibilidades más que de recorrer caminos distintos que, a
menudo, serian paralelos.
26 Algo semejante se puede decir, hasta cierto punto, del retorno a la historia política. Aquí,
lo nuevo es el incremento del interés después de una larga época de minusvaloración por
muchos historiadores –no por otros– y la normal aparición de cuestiones, puntos de vista
y maneras de hacer que antes o no existían o eran secundarias. Pero el estudio de las
estructuras, entre ellas las institucionales, y del pensamiento político y jurídico ha
existido siempre al lado o en el seno de la construcción del relato y en la explicación de
historia política, social y económica. Insistir con exceso en la novedad de una «historia de
los poderes» en la que los métodos jurídico-institucionalistas habrían sido desplazados
por los antropológicos podría servir incluso como cobertura para el notable
descubrimiento de mediterráneos ya recorridos por historiadores, sociólogos y estudiosos
de la teoría política de generaciones anteriores.
27 En este terreno, la investigación española ha recibido desde comienzos de siglo
influencias de diversas historiografías europeas, combinándolas con una producción
propia muy sólida, sobre todo en el terreno de la historia de las fuentes de derecho, de las
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y cinco años a esta parte, bien en persona, bien como director de tesis doctorales. Estas
líneas se refieren a la historia de las estructuras políticas y económicas, a los linajes
nobles y señoríos en marcos regionales, a las ciudades y sociedades urbanas y al mundo
rural dominado desde la dudad, a las relaciones entre Islam y Cristiandad, a las minorías
religiosas, a la organización eclesiástica y la vida religiosa; todo ello entre los siglos XII-
XIII y XV. Así, pues, son muchísimas las cuestiones y las posibilidades de comentario que
quedan fuera de estas páginas pero ya advertí que sólo me atrevía a escribirlas partiendo
de elementos propios de mi memoria personal.
¿Renovación o crisis?
31 Nos encontramos desde hace pocos años en una encrucijada de crisis o renovación, pero
con un buen bagaje de conocimientos y experiencias para ayudarnos a intentar la
segunda y a evitar los malos efectos de la primera, especialmente en tres aspectos. El
primero se refiere a la posibilidad de que los debates sobre teoría del conocimiento
histórico y concepción global de la Historia nos absorban hasta el punto de dañar la
normal atención a lo concreto, el desarrollo y renovación de los métodos y técnicas que
los medievalistas empleamos. Conviene evitar que así sea porque, además, sucede que, en
ocasiones, también las cuestiones epistemológicas se resuelven mejor a pie de obra que en
las discusiones genéricas. No se trata de volver al pasado de una historiografía solamente
«empírica» pero sí de respetar y mejorar el legado que la ciencia y la erudición históricas
nos transmiten a través de las generaciones de medievalistas que nos precedieron, al
mismo tiempo que trazamos nuevos caminos y proyectos de saber. En este sentido,
algunos «retornos» recientes a Marc Bloch, o declaraciones a favor del cultivo de ese
legado, como las que efectúa la revista Le Moyen Âge, parecen adecuadas y no son, de
ninguna manera, una invitación al inmovilismo o al rechazo de nuevas reflexiones
teóricas.
32 Segundo aspecto, la necesidad de centrar y jerarquizar mejor los temas de investigación y
de evitar un exceso de dispersión y de localismo en una época, como es la nuestra, en que
todas las maneras de escribir historia y todos los temas se presentan simultáneamente,
más o menos apoyados o marginados por corrientes de moda. Tal vez ésta sea una
necesidad más acuciante en España porque nuestro medievalismo cuenta con muchos
menos historiadores y medios acumulados que el francés, pese a su gran expansión en los
treinta y cinco o cuarenta años aquí considerados. No quiero decir que se marginen unas
tendencias historiográficas a favor de otras, por supuesto, pero sí que se tenga conciencia
de que conocer y acoger los resultados de la investigación que se hace en otro país no
significa que aquí se haya de hacer lo mismo, todo e inmediatamente, sino que se debe
adaptar a nuestras posibilidades y, sobre todo, a unos modos de hacer, unos intereses de
conocimiento y unas perspectivas propios de nuestra historiografía sin los cuales ésta
quedaría arrasada como tal. A mi entender, lo más sensato es combinar renovación y
continuidad, aprovechar la experiencia y no abandonar el cultivo de terrazgos en pleno y
valioso rendimiento pero, a la vez, aceptar sin reservas los «frentes pioneros», si dan
fruto, como es propio de un saber siempre en construcción.
33 Los problemas planteados por el tercero de los aspectos a que antes aludía son más
difíciles de resolver porque se refieren a la disgregación de contenidos de la enseñanza en
los últimos años. Sin duda, se enseña hoy mayor cantidad de aspectos parciales o
concretos, pero hay una falta de sistema, de «argumento», de interrelación de materias en
300
NOTAS
1. E. GARIN, L’éducation de l’homme moderne (1400-1600), París, 1968, pp. 79-80.
2. Tuve ocasión de comentar algo más ampliamente estas cuestiones en Medievalismo. Boletín de la
Sociedad Española de Estudios Medievales, 7, [Madrid], 1997, pp. 301-309. Referencias bibliográficas
sobre los investigadores que se citan a partir de aquí en Bibliographie de l’histoire médiévale en
France (1965-1990), París, Publications de la Sorbonne, 1992.
3. Ph. ROSSILLON, «L’avenir de la latinité», en G. DUBY (dir.), Civilisation latine, Paris, 1986, p. 360.
301
RESÚMENES
Desde sus tiempos de estudiante en Valladolid hasta la obtención de una cátedra en la
Universidad Complutense, M. Á. Ladero Quesada hace un balance personal de sus relaciones con
la historiografía francesa, sin pretender representar un modelo para toda una generación de
historiadores españoles. Al insistir en la influencia beneficiosa de las obras de Lucien Febvre,
Marcel Bataillon, Fernand Braudel y Pierre Vilar sobre la renovación historiográfica en España,
Ladero Quesada recuerda que dicha influencia dependía de las investigaciones en curso y de los
centros de interés de la comunidad científica española, lo que explica también el papel y la
influencia de otras escuelas historiográficas. Aun así, Ladero Quesada hace un repaso a las
aportaciones problemáticas y documentarias que mantuvieron españoles y franceses y que
ampliaron felizmente el conocimiento del pasado medieval español. Estos resultados positivos no
deben ocultar la crisis por la que está pasando la ciencia histórica, confrontada a una sociedad
que va abandonando progresivamente la cultura especulativa y literaria y acepta otra
básicamente intuitiva y visual. En este contexto crítico, la colaboración entre historiadores de
ambas naciones es más necesaria que nunca
M, Á. Ladero Quesada offers a personal appraisal of his relations with French historiography from
his years as a student at Valladolid to his appointment to a chair at the Universidad Complutense
in Madrid, although he does not see them as standard for a whole generation of Spanish
historians. While stressing the beneficial influence of the works of Lucien Febvre, Marcel
Bataillon, Fernand Braudel and Pierre Vilar on the regeneration of historiography in Spain,
Ladero Quesada recalls that this influence was mediated by the research in progress and the foci
of interest of the Spanish scientific community –which also explains the role and influence of
other schools of historiography. With that qualification, Ladero Quesada reviews the analytical
and documentary achievements of Spanish and French researchers, which happily expanded the
fund of knowledge about Spain’s mediaeval past. Such positive results should not be allowed to
obscure the crisis currently affecting historical science in a culture where the speculative and the
literary is progressively giving way to the intuitive and the visual. In this critical context,
collaboration between historians of both nations is more imperative than ever
302
AUTOR
MIGUEL ÁNGEL LADERO QUESADA
Universidad Complutense - Real Academia de la Historia
303
como podía reconocerse la presencia de los de cualquier otro país– y otra bien distinta la
identificación de ese grupo como los portaestandartes de una historiografía nueva. Ni que
decir tiene que era esto último lo que imprimía carácter, lo que subyacía tras la expresión
historiografía francesa: su identificación, por decirlo así, no descansaba tanto sobre su
adscripción nacional cuanto sobre una sustancial renovación de perspectivas
historiográficas. Aunque su obra datase de la década anterior y aun de antes, no se olvide
que la puesta de largo en España había tenido lugar en las Primeras Jornadas de metodología
aplicada de las Ciencias históricas celebradas en Santiago de Compostela en abril de 1973, un
encuentro promovido por quien, estudioso en principio de la edad contemporánea, había
acabado por pasarse con armas y bagajes al territorio de la modernidad y a la disciplina
annaliste, el profesor Antonio Eiras Roel2. Los artículos que tres años después publicarían
Jover Zamora, Ruiz Martín y el propio Eiras Roel no vendrían sino a confirmar ese
reconocimiento; como significativa y conclusivamente escribía Jover en ese año de 1976
Si buscamos expertos extranjeros para nuestra historia de los siglos XVI al XVIII,
haremos bien en buscarlos preferentemente en Francia3.
3 Salvando así lo que merece ser salvado de aquella década no precisamente prodigiosa, la
pregunta que entonces procede es la del porqué, es decir, la de la indagación sobre las
razones en virtud de las cuales la historia de la Edad Moderna en España no debía
practicarse sin abrir antes el correo francés. Son cuestiones que han sido ya aludidas a lo
largo de las ponencias aquí reunidas pero sobre las que quizás no esté de más volver. La
primera razón que en este sentido puede invocarse, sin pretender que sea la más
importante, resulta por lo menos la más obvia: la remisión a otra historiografía
evidenciaba antes que nada reconocimiento de fragilidad propia, de cierta falta de
consistencia. Tenía que ver con el hecho de que la foto fija que hasta entonces había
venido ilustrando el período no daba ya más de sí. La España Imperial había jugado su papel
en el atormentado proceso de construcción de una identidad nacional a lo largo del XIX
incorporándose luego plenamente, desde 1898, al debate sobre «las dos Españas». De esta
forma, la historia y la historiografía de la Edad Moderna se vieron arrastradas sin remedio
al remolino identitario e, inevitablemente, acabaron haciendo suyas las obsesiones del
momento. Todos los participantes en el debate se pretendían por lo demás historiadores
y, prácticamente, ninguno de ellos se privó de avanzar su interpretación sobre el período
de la modernidad, dentro de lo que se percibía como un imaginario proceso de
desgarramiento interior de España. Incluso la institución que paradigmáticamente
representaba la renovación historiográfica, el Centro de Estudios Históricos, se veía a sí
mismo como una especie de hogar del patriotismo4. Hasta bastante después de la Guerra
Civil ese será el esquema de fondo en torno al cual se ordenará –con una muy particular
orientación ciertamente– la historia oficial de la Edad Moderna en España. Y lo de oficial
no se refiere aquí como un adorno: en la ley de ordenación universitaria de 1943, obra del
integrista y ministro de Educación José Ibáñez Martín, se enfatizaba –con el lenguaje
fascista de rigor– la alta misión que correspondía a las enseñanzas de la Facultad de
Filosofía y Letras. De su recién constituida Sección de Historia se esperaba en concreto
que disipase las sombras sobre
los títulos preclaros de nuestra ejecutoria en el mundo, arrebatando con una
concienzuda investigación a la leyenda negra, aquellas verdades luminosas de
nuestro pasado5.
4 A comienzos de los cincuenta algo, no obstante, comenzaba a moverse dentro de ese
mundo. Lo anunciaba emblemáticamente la aparición –a partir de 1951– de los Estudios de
historia moderna dirigidos por Jaime Vicens Vives 6, con una pretensión renovadora que se
305
historiador inglés que venía realizando su encuesta sobre tierras castellanas. Téngase en
cuenta que War and Government in Habsburg Spain, el inteligente trabajo de Irving
Thompson, no apareció hasta 197614 y que, entre tanto, en los tres lustros transcurridos
desde 1960, otra fue la orientación que había acabado consolidándose y constituyendo
paradigma normativo. Visto con cierta perspectiva, tampoco es que el desenlace fuese
imprevisible. La preponderancia francesa tenía sus razones. Había en este sentido unas
tradiciones y una labor previa que pesaban lo suyo, una política cultural no exenta de
fuertes contradicciones internas en su trayectoria pero materializada al mismo tiempo en
realizaciones tan concretas como los institutos franceses de Madrid y Barcelona, la École
des Hautes Études Hispaniques o esta misma Casa que nos ha reunido para este
encuentro, por no mencionar el papel desempeñado por el Bulletin hispanique y la Revue
hispanique15.
8 Ciertamente el mundo académico anglosajón o el germánico disponían también de sus
hispanistas pero Francia partía de una posición más ventajosa. Las incertidumbres del
joven John Elliott en los cincuenta, en los comienzos de su trayectoria como hispanista y
en el momento de perfilar su tesis, ilustran cumplidamente esa diferencia16. La
proximidad con Érancia, en todos los sentidos, era mayor. Tanta como para que,
independientemente de compartir preocupaciones historiográficas por un mismo
territorio, los hispanistas franceses hubiesen acabado asimismo haciéndose cargo de las
inquietudes de otro orden que obsesionaban a sus colegas del otro lado de los Pirineos.
Dos obras bien ilustres, las de Marcel Bataillon y Jean Sarrailh, ilustran cumplidamente
esa actitud. Aunque investigando momentos bien distintos, el esquema de fondo es el
mismo en uno y otro caso: ambos trabajos nos hablan acerca de la actuación heroica de
una minoría frente al fanatismo imperante, de un grupo de hombres, que como afirma
Sarrailh, combatieron «con todas las fuerzas de su espíritu y todo el impulso de su
corazón» a fin de proporcionar «cultura y dignidad a su patria»17. Eso lo afirmaba alguien
que, dicho sea de paso, había sido represaliado por el régimen de Vichy. Érasmistas e
ilustrados resultaban así una especie de figuración de los propios prohombres del
noventayocho. Como si finalmente los visitantes sintiesen ya como propia la historia del
país que visitaban. Nada casualmente la edición española de Erasmo y España (1950) y la de
La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII (1957) se producía dentro del Fondo de
Cultura Económica, una opción editorial que hacía manifiesta así su solidaridad con el
exilio. Significativamente la solapa interior del libro de Bataillon se acompañaba con dos
elogiosas valoraciones del libro suscritas por Antonio Machado y Américo Castro. Como es
obvio, ni esa historia ni sus protagonistas interesaban demasiado a la España oficial.
9 A la vista de cuanto venimos exponiendo se comprenderá que las expectativas que se
ofrecían a los jóvenes que a mediados de los sesenta optaban por la licenciatura de
«Letras», sección de «Geografía e Historia», no resultasen particularmente atractivas. En
la práctica y contra todo pronóstico razonable, las facultades de «Letras» comenzaron sin
embargo a llenarse de gente, dentro de un crecimiento espectacular en el que los estudios
de historia acabaron por llevarse la parte del león. La paradoja resultante era así notable
pues, en buena medida, la elección de esos estudios venía motivada no tanto por el
atractivo que podía irradiar de la sede académica –aunque sobre esto habría que matizar–
cuanto por la apremiante necesidad de conocer la parte oscura de un pasado próximo y,
por decirlo así, bien presente. Justamente por la zona que iluminaban de ese pasado, la
audiencia de Bataillon o de Sarrailh estaba asegurada de antemano. Con todo, su éxito no
era exactamente el de una historiografía. Tenía que ver más bien con lo que
307
BIBLIOGRAFÍA
Bibliografía
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— Crecimiento y desarrollo. Economía e historia. Reflexiones sobre el caso español, Barcelona, Ariel, 1964.
NOTAS
1. A. MUÑOZ MOLINA, «Los Setenta», El País Semanal (II de abril de 1997).
2. Impulsor él mismo, como se sabe, de una fundamental renovación en el modernismo español, tal
y como puede verse en la edición de las actas de esas jornadas (A EIRAS ROEL, Primeras Jornadas).
3. J. M. JOVER ZAMORA, «Corrientes historiográficas», p. 236.
4. Según ha recordado recientemente J. VARELA, La novela de España, p. 253; ver asimismo, C. P.
BOYD, «Historia Patria».
5. Ver P. FERNÁNDEZ ALBALADEJO, «La identidad», p. 51.
312
6. Editados por el Instituto Jerónimo Zurita del CSIC, sección de Barcelona (y vols.), 1951-1955.
7. «Obscuros obreros del futuro», que no verían «la Tierra Prometida», llamaba Vicens a los
historiadores («Presentación y propósito», en J. VICENS VIVES [dir.], Estudios de historia moderna,
Barcelona, 1951, t. I, p. VI); ver también en este sentido el comentario de J. VARELA, La novela de
España, pp. 370-375.
8. Referencias procedentes de la presentación de los volúmenes III y IV.
9. J. SOBREQUÉS I CALLICÓ, «La correspondencia», p. 23; carta de 21 de octubre de 1954.
10. J. VICENS VIVES, «Imperio y administración»; al respecto puede verse nuestro comentario, P.
FERNÁNDEZ ALBALADEJO, «Imperio y administración».
11. J. VICENS VIVES, «Estructura administrativa y estatal».
12. Cito por la tercera edición de 1962, publicada en Barcelona, ed. Vicens Vives, 1962, pp. 7-23,
que reproduce a su vez el prólogo de la segunda edición de 1960; la primera es de 1952.
13. Madrid, Alianza, 1989; la edición primera es de 1951.
14. La versión castellana se demoró todavía cinco años y aparece en 1981.
15. Tal como nos ha referido el excelente trabajo de A. NIÑO RODRÍGUEZ, Cultura y diplomacia.
16. J. H. ELLIOTT, «A Hispanist’s Trajectory»; ver también, «Conversa amb J.H. Elliott».
17. J. SARRAILH, La España ilustrada, p. 12.
18. F. BRAUDEL, La historia y las ciencias sociales.
19. El primero de ellos, obra de Noël SALOMON en 1964; el segundo, de José GENTIL DA SILVA en 1965.
20. P. CHAUNU, La civilisation de l’Europe classique.
21. P. GOUBERT, Cent mille provinciaux-, E. LE ROY LADURIE, Les paysans de Languedoc.
22. T. STOIANOVICH, The Annales Paradigm.
23. J. LE GOFF y P. NORA (eds.), Faire de l’histoire.
24. En ese mismo año de 1974 y en un artículo que supo resumir didácticamente las razones de
fondo de esa crisis. Ver J. FONTANA, «Ascens i decadència».
RESÚMENES
En la década de los años setenta, la historiografía francesa supuso para los historiadores de la
Edad Moderna en España una renovación metodológica y un cambio en las problemáticas, en
clara disonancia con la visión oficial y franquista de la «España imperial». Sin negar la
importancia de J. Vicens Vives como promotor de la renovación historiográfica en España, la
influencia francesa fue determinante, y eso en dos aspectos: la difusión de las obras de Pierre
Vilar y Fernand Braudel, y la nueva visión de la historia de España que difundió una pujante
generación de estudiantes. Con ella, cobraba importancia «la historia de los vencidos» y
desaparecía poco a poco la historia metafísica y oficial. La escuela de los Annales propuso un
ejemplo y un método que pudieron utilizar los doctorandos para ofrecer una lectura renovada de
la historia moderna de España
Dans les années 1970, le recours à l’historiographie française a signifié pour les historiens de
l’Espagne moderne le renouvellement des méthodes et des problématiques qui permettait la
rupture avec la vision officielle et franquiste de l’« Espagne impériale ». Même si l’on peut
attribuer à J. Vicens Vives un rôle décisif dans la rénovation historiographique, l’influence
française a été déterminante pour le succès de celle-ci. Cela tient à des noms propres – Pierre
313
Vilar, Fernand Braudel –, mais aussi à un regard nouveau porté sur l’histoire de l’Espagne par une
génération d’étudiants. C’est désormais « l’histoire des vaincus » qui comptait, et non plus
l’histoire métaphysique et officielle. À cette aspiration, l’école des Annales répondait par
l’exemple et la méthode et donnait aux jeunes doctorants de l’époque les moyens de proposer
une autre lecture de l’histoire moderne espagnole
In the 1970s, French historiography brought to modern historians in Spain a new methodology
and a change in focus which jarred with the Franco regime’s official vision of «Imperial Spain».
While there is no denying the importance of Jaime Vicens Vives as a promoter of historiographic
renewal in Spain, the French influence was decisive on two fronts: dissemination of the works of
Pierre Vilar and Fernand Braudel, and a new approach to the history of Spain espoused by a
rising generation of students. This turned the focus to the «history of the vanquished», while the
metaphysical inspiration behind official history gradually disappeared. The Annales school
furnished an example and a method with which research students were able to develop a fresh
new approach to modern Spanish history
AUTOR
PABLO FERNÁNDEZ ALBALADEJO
Universidad Autónoma de Madrid
314
Jordi Canal
I
1 La influencia francesa en la historiografía contemporánea española a fines del siglo XX ha
sido, si descartamos algunas excepciones individuales o sectoriales, bastante escasa. La
afirmación puede parecer algo contundente, pero la considero poco alejada de la realidad.
Las reflexiones que siguen intentarán ponerlo en evidencia, aunque sea de una forma un
poco deshilvanada y partiendo de experiencias e ideas personales. Esto es así como
consecuencia del amable encargo que me hicieron los organizadores del coloquio
L’historiographie française au XXe siècle et sa réception en Espagne, celebrado en la Casa de
Velázquez, en el sentido de llevar a cabo una exposición que fuera, al mismo tiempo,
personal, generacional y centrada en la historia contemporánea española1.
2 Personal, ya que el propósito era abordar el sujeto a partir de mi propia trayectoria, esto
es, de mi quehacer como historiador, en una tarea que no resulta fácil, tanto por razones
que forman parte del carácter de cada uno como por el hecho de haber crecido en un
ambiente historiográfico que ha practicado en contadas ocasiones este ejercicio
egohistórico. Contar con una experiencia aún relativamente corta en el ejercicio de la
historia, como es mi caso particular, tampoco ayuda a este propósito. Resulta imposible
no recordar el libro publicado en 1987 por Pierre Nora con el título Essais d’ego-histoire,
que, bajo su coordinación, reunía las colaboraciones de algunos historiadores franceses
que explicaban sus propias trayectorias. Como escribía Nora en la presentación del
volumen, se trataba de
315
éclairer sa propre histoire comme cm ferait l’histoire d’un autre, [...] essayer
d’appliquer à soi-même, chacun dans son style et avec les méthodes qui lui sont
chères, le regard froid, englobant, explicatif qu’on a si souvent porté sur d’autres.
D’expliciter, en historien, le lien entre l’histoire qu’on a faite et l’histoire qui vous a
fait2.
3 No es mi intención intentar comparar mis breves reflexiones con los distintos artículos –
en algún caso ejemplares, si bien el conjunto no condujo ni propició la creación de un
anunciado género nuevo– contenidos en aquel libro, mas sí debo confesar que de ellos he
obtenido alguna inspiración a la hora de escribir este texto.
4 La exposición debía ser, también, generacional. A grandes rasgos, tratábase de
aproximarse al tema en el marco cronológico de los años ochenta y noventa del siglo XX,
cuando lo que se supone que es mi generación estudió –algunos pisaron ya las aulas
universitarias en los últimos años setenta–, viviendo de lleno la masificación de las
facultades de letras; cuando se incorporó a las tareas investigadoras y a la escritura de la
historia, justo en los momentos en los cuales los textos de todo tipo empezaron a
multiplicarse de manera espectacular y sin demasiado control; y, asimismo, cuando
pugnó por profesionalizarse, en un mercado que no tardaría en saturarse. Esta etapa
coincide con el momento álgido de la pérdida de influencia francesa sobre la
historiografía española. Antes, sin embargo, resulta indispensable exponer una doble
prevención –enriquecedora, no negadora– ante el concepto de generación y el análisis
generacional. En primer lugar, no pueden perderse de vista los tres elementos siguientes:
que no existe un modelo de generación; que la generación no se define por la edad, sino a
través de una comunidad de experiencias, y, por último, que una generación está
inevitablemente formada por numerosas unidades generacionales3. En segundo lugar, no
pretendo en ningún caso que mi particular visión de mi generación sea tomada como la
visión de mi generación, sino únicamente como una aproximación a una generación
posible, que es la mía. Otros podrían estar haciendo, con igual o más propiedad, este
ejercicio: Juan Pro, Javier Moreno Luzón, María Sierra, Rafael Zurita, Pedro Rújula, Javier
ligarte, Juan Pan-Montojo, Eduardo González Calleja, María Jesús González, Lorenzo
Delgado, Francesc Vilanova, Xosé M. Núñez Seixas, Aurora Garrido, Fernando del Rey,
Lourenzo Fernández Prieto, La lista es simplemente orientativa y podría alargarse
fácilmente. Sea como fuere, no puedo añadir a mis matizaciones nada más acertado que lo
escrito en 1940 por Marc Bloch en un pequeño y maravilloso libro, L’étrange défaite:
Que chacun dise franchement ce qu’il a à dire; la vérité naîtra de ces sincérités
convergentes4.
5 Finalmente, las reflexiones que se me pidieron tenían que centrarse en la historia
contemporánea. No resulta nada sencillo. La Arcadia que evoca brillantemente en su
intervención en este coloquio Pablo Fernández Albadalejo se ha esfumado. Estamos ante
el ámbito que ha acusado con mayor fuerza la pérdida de influencia de la historiografía
francesa en las últimas décadas. La recepción de la que han seguido disfrutando hasta hoy
en España las obras de medievalistas como Jacques Le Goff o el ya fallecido Georges Duby,
o bien de modernistas como Roger Chartier, por poner solamente unos poquísimos
ejemplos, no tiene parangón en el terreno del contemporaneísmo. Michel Vovelle podría
ser presentado como un caso aparte, es cierto, pero para ello deberían tenerse en cuenta,
como mínimo, la diferente acogida recibida por sus trabajos sobre la Revolución francesa,
que en muchas ocasiones sirvieron más de contramodelo y de muro de contención ante
los avances de un revisionismo demonizado que de verdadera fuente de inspiración, y por
los dedicados a las ideologías y mentalidades –para expresarlo con palabras extraídas del
316
título de uno de sus libros5–, cuya recepción ha provenido casi exclusivamente del campo
del modernismo. Baste pensar en el limitado eco en España de La mentalité révolutionnaire
o de La découverte de la politique6, un par de volúmenes de Vovelle que combinaban los
elementos que acabo de citar, para comprender, sin entrar en más disquisiciones, lo que
estoy planteando. Por consiguiente, un medievalista o un modernista de mi generación
ofrecerían a buen seguro una panorámica de la acogida de la historiografía francesa
menos aciaga.
6 En todo caso, la suma de mi experiencia personal y generacional, en el marco de las
décadas de 1980 y 1990, y del territorio de la historia contemporánea, ha dado lugar a las
siguientes reflexiones críticas, impresionistas y parciales. No he intentado en ningún
momento pergeñar un texto teórico ni historiográfico, sino simplemente ofrecer algunas
ideas, en ocasiones a vuela pluma, con la simple voluntad de que sirvan como acicate para
una discusión seria y responsable entre historiadores, de la que nuestro país sigue
estando tan faltado y tan necesitado (comparto plenamente la observación de Gonzalo
Pasamar sobre «la excesiva autocomplacencia del gremio español, poco acostumbrado a
las críticas»7). En este texto quisiera tan sólo intentar, a la manera que describió hace
unos años Pierre Vilar, pensar históricamente, o, como ha formulado más recientemente
Cari E. Schorske, pensar en la historia pensando con la historia8.
II
7 Como ha quedado expuesto de entrada, la influencia francesa en la historiografía
contemporánea española a fines del siglo XX ha sido escasa. El declive coincide, no por
ninguna supuesta casualidad, con el final del régimen franquista y la Transición
democrática. ¿Cuáles son las causas de este fenómeno? Posiblemente sean muchas y
complejas, por lo que el asunto merecería un análisis historiográfico en profundidad.
Llevarlo a cabo no está, como ya he afirmado, entre mis intenciones; no obstante, no
quisiera dejar pasar la ocasión sin ofrecer algunas respuestas, aunque sea a manera de
esbozo. Las causas son múltiples y variadas, tanto de tipo interno como externo, tanto de
carácter estrictamente historiográfico como, más generalmente, culturales, políticas y
sociales.
8 Entre las causas externas, cuatro deben ser destacadas, teniendo en cuenta que el hecho
de tratarlas por separado es únicamente un recurso en aras de la claridad expositiva, ya
que todas están profundamente interrelacionadas. En primer lugar, Francia y, en
concreto, París, ha perdido el peso como punto de referencia, tanto político como
cultural, que había tenido en los sesenta y en los setenta (aunque coincido plenamente
con Félix de Azúa, en que desde mediados de los ochenta se observa un efectivo plan de
recuperación de la referencialidad cultural9). A este fenómeno han contribuido, visto
desde España, tres procesos cruzados: la competencia de otros mercados y otras ofertas;
el empuje de la cultura anglosajona, y la salida de nuestro país de la excepcionalidad
franquista. El segundo de los elementos a tener en cuenta es el lingüístico. El retroceso del
francés, frente a la extensión del inglés como primera lengua extranjera, es apabullante.
El fenómeno data en España de la segunda mitad de la década de 1970, y desde entonces
no ha cesado de consolidarse. Por experiencia propia puedo afirmar que la conjunción
entre desconocimiento de la lengua francesa por parte de los estudiantes universitarios y
escasez de traducciones convierte en extremadamente complicado intentar que alumnos
de segundo ciclo y de doctorado conozcan el estado actual de la historiografía
317
contemporánea francesa. Las dos causas restantes aluden a temas más estrictamente
historiográficos, de sobra conocidos, cuya coincidencia ha multiplicado sus efectos: un
importante empuje por parte de la historiografía anglosajona –sobre todo en los
territorios de la historia económica y social, en especial en su vertiente marxista, y
también en el de la sociología histórica–, y una fase de interrogación, encerramiento y
una cierta desorientación por parte de la francesa, tras las denominadas Trente Glorieuses,
de 1950 a 198010. Carlos Antonio Aguirre Rojas ha aludido a una situación de libre y plural
competencia entre todas las historiografías del mundo que sustituye, a partir de 1968, el
monopolio historiográfico francés11.
9 Las razones internas no son menos trascendentes, y en alguna ocasión establecen
relaciones de causa o efecto entre ellas y para con las externas. Les voy a dedicar algo más
de atención que a estas últimas. Cuatro van a ser asimismo los elementos que pretendo
situar encima de una imaginaria mesa a fin de aportar algo de luz a la interrogación
inicial. Primeramente, el predominio de la historia militante durante la Transición
democrática y, aunque en menor medida, con posterioridad, muy especialmente en el
terreno de la historia social –entendida aquí como una especie de historia global 12.
Predominio, no universalidad13. Bajo el rótulo «historia militante» pueden incluirse unas
maneras de hacer historia marcadas por el marxismo y el revolucionarismo, por el
presentismo y el dolorismo, por la idea de que la historia debe estar al servicio de la
revolución y de la voluntad de cambiar el presente y el futuro, o bien por la priorización
de las revoluciones, revueltas y transformaciones, los partidos y movimientos de
izquierda y nacionalistas, los sindicatos y los obreros. Toques de alerta como los de Juan
Pablo Fusi, José Álvarez Junco o Manuel Pérez Ledesma tuvieron una repercusión limitada
14
.
10 Los ecos de esta historia que he llamado militante se mantenían todavía fuertes en
algunas universidades españolas a fines de los ochenta y a principios de los noventa.
Recuerdo, por ejemplo, que la primera vez que expuse en público, en un seminario con
algunos colegas historiadores (si la memoria no me falla, era en febrero de 1990), los
resultados de la investigación –que iba a convertirse en 1994 en mi tesis doctoral, y luego
parcialmente en un libro15 – sobre la modernización política vivida en el seno del carlismo
a finales del siglo XIX, dos de los asistentes me hicieron, al término de la sesión,
significativos comentarios. Uno, que había sido profesor mío, cuestionó la orientación de
mi tesis doctoral, ya que lo único realmente interesante que, en su opinión, podía
investigarse sobre el carlismo eran las bases sociales campesinas y los motivos de su
participación en las carlistadas –es decir, su naturaleza de movimiento popular y
revolucionario; el otro, ex compañero de estudios, me sugirió que moderara mis
comentarios sobre la modernización de la estructura política carlista finisecular, pues, de
lo contrario, según su particular visión militante, le haría el juego a la reacción. Huelga
añadir que hice caso omiso de estos comentarios. Como quiera que sea, reflejan unas
determinadas maneras de entender las funciones de la historia y del oficio de historiador
–pequeños episodios personales que ayudan a reconstruir, como escribiera Stefan Zweig
en plena segunda guerra mundial, una atmósfera espiritual16– que, afortunadamente, han
ido periclitando poco a poco. No puede extrañamos, por consiguiente, que la
historiografía española mirase por aquel entonces menos hacia Francia, en donde éstas no
eran las cuestiones fundamentales ni las formas principales de abordarlas, y mucho más
hacia otras latitudes, en especial Inglaterra. Jacques Maurice hizo referencia a
«l’anglomanie dominante dans les milieux intellectuels espagnols17».
318
Inglaterra y Estados Unidos, ya advertía «cierta allure britanizante» en la historia del siglo
XX, muy centrada en la política, que se hacía en España25.
13 Si la historia política ha sido el campo preferido del hispanismo británico, y con ello ha
ayudado a llenar un espacio algo desasistido en España –también en la Francia de Annales,
es cierto, aunque menos de lo que a veces se quiere aparentar26–, el francés, en cambio, ha
destacado en otros ámbitos. De origen más antiguo que el británico, de finales del siglo
XIX –como explica en un excelente libro Antonio Niño27–, el hispanismo francés agrupa a
historiadores y a filólogos, y, en su dedicación a la época contemporánea, ha apostado
sobre todo por el estudio del siglo XIX y por la historia social y cultural. Las excepciones
existen –desde Gérard Chastagnaret y Albert Broder, con sus trabajos de historia
económica, hasta los libros dedicados al siglo XX por Jacques Maurice, Carlos Serrano o
Bartolomé Bennassar–, pero sólo son excepciones a unas tendencias generales. Por lo que
a las relaciones entre el hispanismo francés y la historiografía española se refiere, tres
aspectos deben ser apuntados. En primer lugar, el papel desarrollado por Manuel Tuñón
de Lara y los famosos coloquios de Pau, básico en el desarrollo del contemporaneísmo
español y el hispanismo francés del posfranquismo28. El segundo de los aspectos es el paso
del predominio de la historia social a la cultural, en una evolución no demasiado distinta
de la vivida más generalmente en Francia29. Uno de los últimos buenos productos que ha
ofrecido esta historia cultural es El nacimiento de Carmen, un libro escrito por uno de los
hispanistas más importantes, el recientemente fallecido Carlos Serrano30. El hispanismo
francés, con esta inclinación hacia lo cultural, ha estado cubriendo durante años algunas
zonas demasiado abandonadas por los contemporaneístas españoles: la educación, la
prensa, el libro o, entre otras, la fiesta. En tercer lugar, los hispanistas franceses y los
historiadores interesados en nuestro país han contribuido a la difusión en España, por
relativa que ésta haya sido, de autores y temáticas desarrolladas por la historiografía
francesa. Piénsese, por ejemplo, en Jean-Louis Guereña y los estudios de sociabilidad, o en
Stéphane Michonneau y los lugares y las políticas de memoria.
14 La última de las causas internas corresponde a las críticas y ataques recibidos por la
historiografía francesa por parte de algunos autores españoles influyentes, sobre todo de
Josep Fontana. Este historiador publicó en la revista catalana Recerques, en 1974, un
artículo titulado «Ascens i decadència de l’escola dels Annales», que sería traducido al
castellano e incluido, en 1976, en el volumen Hacia una nueva historia, junto a otros
trabajos de Charles Parain, Alfons Barceló, Pierre Francastel, Manuel Sacristán y Étienne
Balibar31. Se trataba de un texto muy duro –incluso Pierre Vilar, según cuenta Josep
Termes, recriminó a Fontana el exceso de dureza del artículo32–, que se convirtió para
muchísimos historiadores y estudiantes de historia españoles en la verdad sobre Annales y
sobre la historiografía francesa. El hecho de que el contenido del artículo fuese retomado
e incorporado por el autor, en 1982, en Historia. Análisis del pasado y proyecto social, iba a
ayudar enormemente a este hecho. No resultará ocioso recordar aquí la violencia verbal
desplegada por Miquel Barceló contra algunos de los que osaron criticar este volumen,
como Santos Juliá o Javier Tusell33.
15 El libro apareció siendo yo estudiante de primero de Historia, en el curso 1982-1983. Como
a muchos otros, me impresionaron la erudición y la claridad contenidas en aquellas
páginas, igual como ahora me conmueven la ingenuidad y la veneración –propias y,
también, inducidas por algunos profesores– con las que las leí. En aquel texto aprendimos
que Annales
320
fundamentales. Sea como fuere, las relaciones personales y los afectos no deberían ser
óbice para el debate de las ideas y la expresión de opiniones; confundir la crítica con el
ataque personal nos ha estado lastrando durante mucho tiempo.
26 El hecho de ejemplificar esta cuarta causa con el caso de Fontana no significa, sin
embargo, que solamente a él puedan atribuírsele argumentos y actitudes hostiles respecto
a la historiografía francesa. La influencia de sus opiniones fue, sin duda alguna, a finales
de los años setenta y en la década de los ochenta, enorme45. Así, por ejemplo, si se
consultan las páginas dedicadas a la escuela de los Annales en uno de los escasos libros
publicados en España en los ochenta sobre historia e historiografía, Introducción a la
historia, de Pelai Pagès, resulta que la principal fuente de referencia son los textos de
Fontana, ya sea el artículo de 1974 o la Historia, de 1982. Se le cita en 8 de las 19 notas a pie
de página; se califica su crítica a los Annales como «muy rigurosa», y se asegura, tras
afirmar que se parte de una perspectiva de materialismo histórico, al igual que Fontana,
que
la historiografía de los Annales –exceptuando a Bloch– sería fácilmente rechazable
casi en su totalidad para un marxista46.
27 Muchos fueron los profesores de universidad y de instituto y los estudiantes –en el área
de historia contemporánea, sobre todo, ya que las resistencias en moderna y medieval
fueron mayores–, que aceptaron el veredicto inculpatorio de Fontana sobre la
historiografía francesa. Y lo peor, lo difundieron y extendieron, simplificándolo
frecuentemente, sin tomarse siquiera la molestia de leer o conocer a los autores que se
estaba descalificando. La fe ciega, tan característica de aquellos años, se combinaba con la
dificultad de acceso a unos textos no traducidos. Es justo recordar, ya que todos tenemos
un pasado, que yo mismo puedo contarme entre aquellos estudiantes. A principios de
1988, con 23 años, publiqué una reseña en una revista catalana en la que haría referencia,
sin ninguna argumentación –¿para qué darla? ¡era evidente!–, a la «eixorca» moda de las
mentalidades47. Incluso estuve a punto de escribir un artículo sobre el tema con un
compañero de estudios. Releyendo aquel texto he tenido una sensación algo parecida a la
que narró magistralmente Jorge Semprún, al enfrentarse a sus viejos poemas de
exaltación de Pasionaria. Y al igual que él, «se me ha caído el alma a los pies» 48. Pero
incluso algunos historiadores bien informados, matizados y por los que siento gran
respeto y admiración, como Carlos Martínez Shaw –que, entrados los años ochenta,
tendría un papel importante, junto con García Cárcel, en la recepción de la historiografía
modernista francesa– o Borja de Riquer, repitieron aquellos argumentos49.
28 Afortunadamente, en la década final del siglo XX las cosas cambiaron bastante, lo que no
obsta para que, en algunas ocasiones, se sigan oyendo o leyendo opiniones no razonadas y
generalizadoras sobre la debilidad, el conservadurismo o la maldad intrínseca de la
historiografía francesa. Más de una vez he escuchado en boca de algún colega historiador
comentarios entre sorprendidos y algo suficientes sobre mi apego o admiración por
historiadores franceses. En algún caso, curiosamente, aquellos que los formulaban no
dudaban en aceptar, al mismo tiempo, productos historiográficos parecidos, pero
elaborados en Gran Bretaña, en Estados Unidos o en Italia, como los de Ginzburg, Davies,
Darnton o Thompson50. Sea como fuere, pese a haberme extendido en el análisis de esta
última causa, resulta igual de importante –aunque, es cierto, casi nunca ha sido
abiertamente planteada– que las demás. Únicamente teniéndolas todas en cuenta se
podrán obtener pistas fiables para explicar la escasa influencia francesa sobre la
historiografía contemporánea española a fines del siglo XX.
323
III
29 En el ámbito historiográfico catalán, en concreto, en el que me formé y al que he seguido
vinculado con posterioridad por razones profesionales –entre octubre de 1989 y marzo de
2001, por espacio de casi una docena de años, he sido profesor en la Universitat de
Girona–, sobresale una excepción al panorama descrito hasta aquí: la influencia de la
obra, la figura y el mito de Pierre Vilar. Ciertos aspectos podrían extenderse al conjunto
del entorno hispánico, pero no la totalidad. De entre la extensa obra del historiador
francés, algunos trabajos constituyeron –y todavía constituyen– textos de referencia
ineludible: piénsese en los tres volúmenes de La Catalogne dans l’Espagne moderne, o en los
libros Crecimiento y desarrollo, que recogía artículos publicados entre fines de los años
cuarenta e inicios de los sesenta, e Hidalgos, amotinados y guerrilleros, que haría lo propio
con textos de las décadas de 1960, 1970 y principios de la de 198051. Si se quiere
comprender adecuadamente la influencia de Vilar resulta necesario añadir, al valor
intrínseco de estos trabajos, un mínimo de tres elementos. En primer lugar, el amplio
impacto de alguno de sus libros –en concreto, de la Histoire de l’Espagne, aparecida en 1947
y que cuenta con numerosas reimpresiones, ediciones y traducciones, entre las cuales
destaca una al castellano, publicada en Francia en 195952–, que relataban la historia de un
país parcialmente sometido en aquel entonces a una manipulación y a un soterramiento
de su propio pasado. La obra de Vilar se convirtió, en segundo lugar, en un importante
estímulo para unos historiadores y unos aspirantes a serlo que querían profundizar en la
historia de España de los siglos XVIII, XIX y XX, marginada tras la ruptura historiográfica
de 1939 en favor de otras épocas más gloriosas53. Finalmente, su manera de hacer historia
iba a calar de manera profunda en una nueva generación, la del tardofranquismo, ávida
de marxismo, economicismo y de opciones comprometidas y supuestamente
revolucionarias. La combinación entre las aportaciones de Pierre Vilar y el estado de las
historiografías catalana y española durante la segunda parte del franquismo y en la
Transición democrática explican en buena medida, desde mi punto de vista, la influencia
e importancia de su obra y de su figura.
30 Los de mi generación hemos leído atentamente a Pierre Vilar, aunque, en general, desde
una inexorable distancia. En cualquier caso, nuestro Vilar es el de los libros de la época de
nuestros maestros, no el de los años de la España democrática. Es y seguirá siendo
preferiblemente el autor de La Catalogne dans l’Espagne moderne, de Hidalgos, amotinados y
guerrilleros o de los Assaigs sobre la Catalunya delsegle XVIII 54, y no aquel personaje que, en
los años ochenta, seguía anunciando de palabra y por escrito –véase, por ejemplo, el
manual que circuló profusamente por las aulas universitarias, Iniciación al vocabulario del
análisis histórico55– que Stalin había sido una de las personas que mejor habían analizado el
nacionalismo y la cuestión nacional; o que contaba a todos aquellos que quisieran
escucharle –como hizo en Gerona en julio de 1988, cuando participó en unos cursos de
verano–, impermeabilizado ante todas las evidencias, que Albania era la sociedad más
libre y modélica de Europa; o que, por último, ofrecía al público en 1995 un libro tan
esperado como insulso y mal editado, Pensar històricament. Reflexions i records 56. Existe, sin
embargo, una notable excepción: los ocho volúmenes de la Historia de Catalunya, que él
dirigió y prologó, y que vieron la luz entre 1987 y 199057. Las zonas oscuras de una
trayectoria no pueden empañar –aunque tampoco deban ser silenciadas– los claros que
forman una obra extensa, así como unas aportaciones e influencias en algunos aspectos
fundamentales.
324
31 Una obra importante y una figura interesante, ciertamente. Pero existe una tercera
vertiente sobre la que quisiera fijar la consideración: es lo que he venido en llamar el mito
Vilar. Voy a centrarme un poco en ello, ya que puede resultar menos evidente que lo que
he comentado hasta este momento. Pierre Vilar ha sido sometido, sobre todo por parte de
historiadores –aunque no exclusivamente–, a un proceso de mitificación personal e
historiográfica, que lo salvaguarda de todo intento de aproximación crítica y lo convierte
en fuente de autoridad. Una tríada de ejemplos ayudarán a ilustrar este fenómeno; los dos
primeros se inscriben en la categoría de momentos vividos, mientras que el tercero, entre
los contados. Uno nos remonta a fines de 1989 o principios de 1990, el primer curso en el
que impartí clases de historia en la universidad. Era en Gerona, en lo que entonces se
denominaba Estudi General, dependiente de la Universitat Autónoma de Barcelona. Yo
enseñaba Historia e Instituciones Económicas en el estudio de Empresariales –después de
aquel primer curso me incorporé definitivamente al estudio de Letras, en el área de
Historia Contemporánea–, y compartía despacho con algunos otros profesores. En aquel
espacio, un día expliqué a Ramon Garrabou que había terminado de leer un libro muy
interesante, recién traducido al castellano, escrito por un sociólogo francés –se trataba de
La distinction, de Pierre Bourdieu–, que contenía importantes elementos de reflexión para
un historiador58. En la conversación intervino una profesora de Historia Económica,
asegurando que eso no podía ser cierto pues Pierre Vilar le había dicho que Bourdieu era
un autor que no merecía la pena leer. La respuesta de Garrabou alivió un poco mi pasmo
de novel en la comunidad universitaria: «Tu –le espetó–, hauries de deixar de citar sempre
Vilar i començar a pensar per tu mateixa». De la segunda de las anécdotas no puedo precisar
la fecha, aunque sería entre 1991 y 1992. Con mi colega y amigo Àngel Duarte estábamos
hablando del trabajo de Julián Casanova, La historia social y los historiadores 59, que acababa
de publicarse, cuando entró en nuestro despacho la profesora antes aludida, cogió el libro
de Casanova, que no conocía, ojeó el índice alfabético y sentenció que era un producto
deficiente, pues casi no citaba a Pierre Vilar y, en particular, aparecía más el nombre de
Fuñón de Lara que el de éste. El argumento que esgrimí sobre la gran influencia de
Manuel Tuñón de Lara en el contemporaneísmo español no tuvo ningún efecto ante unas
afirmaciones que no admitían discusión racional. Era evidente que para algunos
historiadores, Vilar estaba adquiriendo un estatuto de una cierta sacralidad, en una
actitud estimulada o tolerada por no pocos miembros del gremio.
32 La última muestra se refiere a la revista de historia Recerques, que recibió hace algún
tiempo una extensa y elaboradísima reseña de Pensar històricament, redactada por el
profesor de la Universitat de València Justo Serna, muy crítica con el autor y el libro. En
los meses siguientes se sucedieron discusiones entre los miembros de la redacción y se
recibieron algunas presiones exteriores sobre la oportunidad y la conveniencia de que la
reseña viera la luz. Para solventar el problema se llegó a una solución de compromiso
consistente en encargar un par de comentarios más del mismo libro, a fin de intentar
diluir el de Serna. Este ejercicio de multiplicación de reseñas, inusual en esta importante
revista, podía justificarse apelando a la vinculación de Vilar con Recerques desde sus
inicios (de hecho, entre 1987 y 1990, se le habían dedicado tres números en homenaje, los
19,21 y 23). El texto de Justo Serna apareció finalmente, acompañado de otro de James S.
Amelang –la tercera reseña, que se había decidido encargar a otro profesor de la
Universitat de València, no llegó a elaborarse–, en el número 3560. La crítica a Vilar no se
consideraba conveniente, como no lo es nunca la aproximación razonada a los mitos. No
sorprende pues que, cuando el texto de Serna vio la luz en versión castellana,
325
39 El estallido era necesario y las posibilidades que ha abierto deberían ser aprovechadas –no
considero descabellada la idea, formulada por Peter Burke, que la recomposición del
estallido, las nuevas historias, pueden conducirnos más cerca del inalcanzable ideal de la
historia total72. En el caso concreto de la recepción de la historiografía francesa en España
por parte del contemporaneísmo –la afirmación podría extenderse también a las
historiografías italiana, portuguesa, griega o alemana–, las posiciones de los años setenta
y ochenta se han debilitado en la década de 1990, dando lugar a mayores intercambios y a
un mejor conocimiento mutuo.
40 No quisiera terminar este texto sin añadir un par de reflexiones más, a modo de
conclusión y de forma poco más que telegráfica, que enlazan directamente con las dos
partes centrales del trabajo y que están a medio camino –¡una vez más la egohistoria!–
entre lo personal y lo historiográfico. En el apartado tercero he tratado sobre todo de la
historiografía catalana. En los últimos años, tras los debates y las peleas que la agitaron
durante la primera mitad de la década de los noventa, ha perdido el carácter de referente
dinámico en el marco hispánico, en favor de los núcleos valenciano y gallego o del grupo
formado por algunos historiadores de Madrid. Carlos Martínez Shaw y Àngel Duarte han
recordado, en sendos artículos, que los mejores momentos de los estudios históricos
catalanes han sido aquellos que han comportado un fructífero contacto con lo mejor de la
historiografía española (los nombres de Bosch Gimpera, Soldevila, Vicens Vives, Fontana
o Nadal lo muestran a las claras)73. Creo que tienen toda la razón. Yo, en particular, no he
concebido ni concibo, en mi quehacer como historiador, otra vía. El aislamento y la
reclusión, a pesar de la comodidad que comportan, no son a mi juicio positivos ni
conducen a nada significativo. Entre los que considero, por una u otra razón y en uno u
otro momento de formación, mis maestros, se encuentran Josep Fontana, Enric Ucelay da
Cal y Josep M. Fradera, pero también, especialmente, Manuel Pérez Ledesma y Julio
Aróstegui, además de Maurice Agulhon. De todos ellos he aprendido mucho y me han
ayudado, sin duda, a ser lo que soy.
41 El nombre de Maurice Agulhon nos conduce al segundo de mis comentarios finales, que
deriva del apartado dedicado al planteamiento de las causas de la débil influencia
francesa sobre la historiografía contemporánea en España a fines del siglo XX. Una vez
escribí sobre Agulhon, tomando prestada una cita de Georges Duby dedicada a Marc
Bloch, que
Il me suffit, pour me proclamer son disciple, de l’avoir lu 74.
42 T ras conocerle personalmente y haber coincidido y conversado en bastantes ocasiones –
en París, en Roma o en Madrid–, únicamente puedo reafirmar aquellas palabras. Y
agradezco a mi director de tesis, Josep M. Fradera –lo he comentado con él en varias
ocasiones–, que me recomendase, hace casi quince años, la lectura de La République au
village, que él conocía en su traducción inglesa75. Aquel libro me abrió las puertas a nuevos
planteamientos y a nuevos temas, pero sobre todo tuvo la virtud de provocar mi interés,
no solamente por el resto de obras de este autor y los trabajos sobre las sociabilidades,
que devoré con la voracidad que caracteriza la juventud –la frase es de Andrés Trapiello 76
–, sino por todo el contemporaneísmo francés, prácticamente desconocido en España en
los años ochenta. Y así cambié la opinión que me había(n) formado. Modificarla no
significa ni comporta dejar de ser crítico, sino acceder a la crítica a través del
conocimiento directo. Estoy convencido de que, en este nuevo siglo, cuando los años
setenta y los ochenta del anterior van quedando lejos y los noventa han venido cargados
328
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1975 (nueva edición en Madrid, Alianza Editorial, 1989), [citado J. ROMERO MAURA, La rosa defuego].
ROSANVALLON, Pierre, La crisis del Estado providencia [1981], Madrid, Civitas, 1995.
RUIZ-DOMÈNEC, José Enrique, Rostros de la historia. Veintiún historiadores para el siglo XXI, Barcelona,
Península, 2000 (citado J. E. RUIZ-DOMÈNEC, Rostros de la historia).
SCHORSKE, Carl E., Pensar con la historia. Ensayos sobre la transición a la modernidad [1998], Madrid,
Taurus, 2001 (citado C. E. SCHORSKE, Pensar con la historia).
SERNA, Justo, «El jo i les seves pertinences?», Recerques, 35, 1997, pp. 109-116.
— «¿Perjudica Bourdieu a los historiadores?», Historiar, 3, 1999, pp. 120-150.
— «La egohistoria de Pierre Vilar», Claves de Razón Práctica, 95, 1999, pp. 60-64.
— «L’historiador de guardia», Caràcters, 14, 2001, p. 27.
SERNA, Justo, y Anaclet PONS, «El ojo de la aguja. ¿De qué hablamos cuando hablamos de
microhistoria?», Ayer, 12, 1993, pp. 93-133 (citado J. SERNA y A. PONS, «El ojo de la aguja»).
SERRANO, Carlos, El nacimiento de Carmen. Símbolos, mitos y nación, Madrid, Taurus, 1999 (citado C.
SERRANO, El nacimiento de Carmen).
TERMES, Josep, «La historiografía de la postguerra i la represa de Jaume Vicens Vives», en Joaquim
NADAL FARRERAS et alii, La historiografio catalana. Balanç i perspectives, Gerona, CEHIS, 1990, pp. 37-51
(citado J. TERMES, «La historiografía de la postguerra»).
UCELAY DA CAL, Enric, «La historiografía dels anys 60 i 70: marxisme, nacionalisme i mercat
cultural català», en Joaquim NADAL FARRERAS et alii, La historiografia catalana. Balanç i perspectives,
Gerona, CEHIS, 1990, pp.53-89 (citado E. UCELAY DA CAL, «La historiografía dels anys 60 i 70»).
— «Una visió de conjunt impossible? Reflexions sobre l’última dècada de la historiografía
catalana», L’Avenç, 165, 1992, pp. 59-63 (citado E. UCELAY DA CAL, «Una visió de conjunt
impossible?»).
URÍA, Jorge, «La historia social y el contemporaneísmo español. Las deudas del pasado», Revista de
Historia Jerónimo Zurita, 71, 1995, pp. 95-141 (citado J. URÍA, «La historia social y el
contemporaneísmo español»).
VILAR, Pierre, Histoire de l’Espagne, París, Presses Universitaires de France, 1947 [existen
traducciones en castellano y en catalán].
— La Catalogne dans ¿Espagne moderne. Recherches sur les fondements économiques des structures
nationales (3 vols.), París, SEVPEN, 1962. La edición catalana, en cuatro volúmenes (Barcelona,
Edicions 62) se publicaría entre 1964 y 1968. A fines de la década de los setenta aparecería una
versión resumida en francés y en catalán. La edición castellana de la versión completa (en tres
volúmenes) se publicaría entre 1978 y 1987: Cataluña en la España moderna, Barcelona, Crítica, t. I,
1978 y t. II, 1987 (citado P. VILAR, La Catalogne dans l’Espagne moderne).
— Crecimiento y desarrollo. Economía e historia. Reflexiones sobre el caso español, Barcelona, Ariel, 1964
(citado P. VILAR, Crecimiento y desarrolló).
— Assaigs sobre la Catalunya del segle XVIII, Barcelona, Curial, 1973 (citado P. VILAR, Assaigs sobre la
Catalunya).
— Iniciación al vocabulario del análisis histórico, Barcelona, Crítica, 1980 (citado P. VILAR, Iniciación).
— Hidalgos, amotinados y guerrilleros. Pueblos y poderes en la historia de España, Barcelona, Crítica,
1982 (citado P. VILAR, Hidalgos, amotinados y guerrilleros).
— «El “fet català”», en Joaquim NADAL y Philippe WOLFF (dirs.), Història de Catalunya, Barcelona,
Oikos-Tau, 1983, pp. 7-36. [La edición francesa de este libro fue publicada en Toulouse, Privat,
1982].
— «¿Podem fer la història d’un país sense simpatia?», L’Avenç, 100, 1987, pp. 6-13.
— «Pensar històricament», en Pierre VILAR, Réflexions d’un historiador, Valencia, Universitat de
València, 1992, pp. 121-145.
— Pensar històricament. Reflexions i records, Valencia, Edicions Tres i Quatre, 1995, edición
preparada y anotada por Rosa CONGOST, trad. esp.: Pensar históricamente. Reflexiones y recuerdos,
Barcelona, Crítica, 1997 (citado P. VILAR, Pensar històricament).
VILAR, Pierre (dir.), Història de Catalunya (8 vols.), Barcelona, Edicions 62, 1987-1990.
333
VOVELLE, Michel, Idéologies et mentalités, París, Maspero, 1982, trad. esp.: Ideologías y mentalidades,
Barcelona, Ariel, 1985.
— La mentalité révolutionnaire. Société et mentalités sous la Révolution française, París, Messidor -
Éditions Sociales, 1985, trad. esp.: La mentalidad revolucionaria, Barcelona, Crítica, 1989 (citado M.
VOVELLE, La mentalité révolutionnaire).
— La découverte de la politique. Géopolitique de la Révolution française, París, La Découverte, 1993
(citado M. VOVELLE, La découverte de la politique).
NOTAS
1. Agradezco a los profesores Julio Aróstegui, Javier Burgos, Ángel Duarte, Josep M. Fradera,
Manuel Pérez Ledesma, Jean-Frédéric Schaub y Elisa Varela, los amables comentarios que han
permitido mejorar este texto.
2. P. NORA, «Présentation», p. 7.
3. M. DEVRIESSE, «Approche».
4. M. BLOCH, L’étrange défaite, p. 54.
5. M. VOVELLE, Idéologies et mentalités.
6. ID., La mentalité révolutionnaire; ID., La découverte de la politique.
7. G. PASAMAR ALZURIA, La historia contemporánea, p. 248.
8. P. VILAR, «Pensar històricament»; C. E. SCHORSKE, Pensar con la historia.
9. F. de AZÚA, La invención de Caín, pp. 66-70.
10. F. BÉDARIDA, «Postface», p. 420.
11. C. A. AGUIRRE ROJAS, La Escuela de los Annales, p. 148.
12. C. CHARLE (dir.), Histoire rociale, histoire globale?
13. J. URÍA, «La historia social y el contemporaneísmo español», pp. 95-96.
14. J. P. FUSI, Política obrera en el País Vasco; J. ÁLVAREZ JUNCO y M. PÉREZ LEDESMA, «Historia del
movimiento obrero».
15. J. CANAL, El carlisme català.
16. S. ZWEIG, El mundo de ayer. Memorias de un europeo, Barcelona, El Acantilado, 2001 (p. 264).
17. J. MAURICE, «Crise de l’histoire sociale?», p. 66.
18. H, J. KAYE, Los historiadores marxistas británicos.
19. J. CANAL, «Maurice Agulhon: historia y compromiso republicano». La clasificación de P. BURKE,
en La revolución histortográfica francesa, pp. 68-93.
20. A. CORBIN, El territorio del vacío; P. ORY (dir.), Nueva historia de las ideas políticas; F. FURET y M.
OZOUF, Diccionario de la Revolución francesa; F, FURET, El pasado de una ilusión; P. ROSANVALLON, La crisis
del Estado providencia; S. BERSTEIN, Los regímenes políticos del siglo XX; C. CHARLE, Los intelectuales en el
siglo XIX; G. NOIRIEL, Sobre la crisis de la historia; A. PROST, Doce lecciones sobre la historia.
21. Citado por J. ARÓSTEGUI, «El observador en la tribu», p. 26.
22. J.-F. BOTREL, «Las miradas del hispanismo francés».
23. A. CENARRO LAGUNAS, «Los historiadores británicos ante la España contemporánea», p. 94.
24. J. ROMERO MAURA, La rosa de fuego.
25. J. M. JOVER ZAMORA, «Corrientes historiográficas en la España contemporánea», p. 237.
26. J.-F. SCHAUB, «L’histoire politique sans l’État».
27. A. NIÑO RODRÍGUEZ, Cultura y diplomacia.
28. J. L. de la GRANJA SÁINZ y A. REIG TAPIA (eds.), Manuel Tuñón de Lara; AA. VV., Dedicado a Manuel
Tuñón de Lara; y J. L. de la GRANJA SÁINZ, A. REIG TAPIA y R. MIRALLES (eds.), Tuñón de Lara y la
historiografía española.
334
63. J. M. FRADERA, Cultura nacional en una societat dividida, pp. 113-114. Cf. también, del mismo
autor, «Identitats i història».
64. P. VILAR, «El “fet català”». Sobre la “simpatía”, cf. ID., «¿Podem feria història d’un país sense
simpatía?».
65. Cf. la larga e interesante entrevista de Josep M. MUÑOZ a Jordi Pujol, en L’Avenç, 258, 2001, pp.
55-64 (la cita, en la p. 58); y J. PUJOL, La personalidad diferenciada de Catalunya.
66. Ernest LLUCH, «Pujolismo-leninismo», La Vanguardia, 13 enero 1994; ID., «Leninistas
pujolistas», La Vanguardia, 10 febrero 1994.
67. E. UCELAY DA CAL, «La historiografía dels anys 60 i 70»; ID., «Una visió de conjunt impossible?».
68. R. CONGOST, «1964-1994: Algunes lliçons de Catalunya dins l’Espanya moderna (I)».
69. B. de RIQUER, «Revisar Vicens».
70. J. ARÓSTEGUI, La investigación histórica, p. 130.
71. S. JULIÁ, «¿La historia en crisis?», p. 145.
72. P. BURKE, «Obertura», pp. 35-37.
73. Carlos MARTÍNEZ SHAW, «La Historia vista desde Catalunya», El País, suplemento Babelia, 14
marzo 1998; À. DUARTE, «Entre la ciencia i la pedagogía cívica».
74. G. DUBY, L’histoire continue, p. 20.
75. M. AGULHON, La République au village.
76. Andrés TRAPIELLO, Tururú... y otras porfías, Barcelona, Península, 2001 (p. 61).
RESÚMENES
En su condición de joven historiador, Jordi Canal presenta sus reflexiones personales sin
pretender ser el portavoz de su generación. Empezó su trayectoria de historiador cuando se
iniciaba el declive de la influencia francesa en el campo de la historia contemporánea. El empuje
de la escuela anglosajona con personalidades como Raymond Carr, las consecuencias de la crítica
marxista de la escuela de los Annales y también la transición democrática en España son los tres
factores principales que explican este declive. Otros factores son el problema de las traducciones
y la circulación de la información en el sistema universitario español. Sin embargo, en Cataluña
en particular, la difusión de la obra de Pierre Vilar permite matizar este balance y proponer un
futuro más alentador. De todas formas, es conveniente discutir cierto sectarismo de corte
marxista para superar las ambigüedades y las debilidades del debate historiográfico en España
Jordi Canal propose les réflexions personnelles d’un historien jeune, qui ne prétend pas incarner
à lui seul sa génération, arrivée à la pratique de l’histoire au moment où s’amorçait le recul de
l’influence française dans le champ de l’histoire contemporaine, outre les phénomènes de
traductions et de circuits universitaires. L’apogée de l’école anglo-saxonne, autour de
personnalités comme Raymond Carr, ou encore la critique marxiste de l’école des Annales,
conjuguées au climat politique de la transition démocratique expliquent cette situation. En
Catalogne, le rayonnement de Pierre Vilar demande de nuancer les premières analyses et d’offrir
un autre panorama. Cependant, dans tous les cas, la critique d’un certain sectarisme marxiste est
nécessaire pour lever les ambiguïtés et surmonter les faiblesses du débat historiographique en
Espagne
336
As a young historian, Jordi Canal presents his personal reflections rather than claiming to speak
for his generation. He began his career as a historian at a time when the French influence in the
field of contemporary history was waning. He identifies three principal factors in this decline –
the vigour of the Anglo-Saxon school with such personalities as Raymond Carr, the consequences
of the Marxist critique of the Annales school, and the democratic transition in Spain. Other
factors include the problem of translations and circulation of information in the Spanish
university System. However, in Catalonia especially, the dissemination of the work of Pierre Vilar
promises more hope for the future. At all events, he argues, there is a current of Marxist-inspired
sectarianism that needs to be addressed if we are to overcome the ambiguities and weaknesses of
historiographic debate in Spain
AUTOR
JORDI CANAL
École des Hautes Études en Sciences Sociales, Paris
337
V. – Final
338
Julio Aróstegui
1 En España, como en el resto de los países de Europa y en buena parte del mundo
occidental, la influencia de la historiografía francesa desde el siglo XIX hasta el presente
ha sido bastante perceptible. La profesionalización relativamente temprana de la
historiografía en Francia, el papel relevante y, en la práctica, hegemónico, jugado por la
disciplina tras debates y forcejeos con otras ciencias vecinas1, su producción creciente de
obras, figuran entre las razones más visibles de esa prevalencia que han tenido la historia
y los historiadores2 en las ciencias sociales francesas durante la mayor parte del siglo XX y
de forma especialmente acusada en su segundo tercio, y, en consecuencia, de su
influencia exterior.
2 La influencia de la historiografía francesa en España obedece, por su parte, a un primer
tipo de causas que, sin duda, son compartidas por el mismo fenómeno en otros lugares –
en Italia o en Hispanoamérica, por ejemplo–, pero existen también algunas otras más
específicas de esa influencia entre nosotros. La cercanía geográfica, la imagen
ejemplificadora operante igualmente en otros ámbitos del pensamiento, el arte, la
ciencia, etc., la debilidad de la historiografía académica española, incapaz de crear una
«escuela nacional», como se ha dicho, serían algunas de estas razones particulares.
3 Naturalmente, no puede hablarse de una exclusiva influencia francesa en España. En la
historiografía española, desde el último cuarto del siglo XIX y durante buena parte del xx,
ha dejado una sistemática y persistente huella e influencia, en todos los campos de la
investigación histórica, la gran historiografía alemana del XIX y del primer tercio del XX.
339
Seguramente, en los años veinte, Alemania influyó aquí en mayor medida que Francia.
Pero desde entonces, y con insistencia después de la segunda guerra mundial, la
influencia predominante fue la francesa, a través de dos líneas principales, la de los
Annales y la importante historiografía marxista producida también en aquel país. Como
abriendo paso a un tercer ciclo de estas influencias en poco más de un siglo, hay que
reseñar que en el último cuarto del xx la influencia anglosajona ha dejado notar su
creciente peso, de forma paralela a lo ocurrido también en otras historiografías
occidentales.
4 El presente trabajo pretende hacer un análisis selectivo, no exhaustivo, claro está, de lo
que la influencia francesa que señalamos ha deparado en un campo preciso de la
producción historiográfica como es el de la reflexión conceptual, disciplinar y
metodológica también, sobre la historia y la historiografía para lo que hoy se impone ya el
rótulo de «teoría de la historia», expresión que tiene, por lo demás, una rancia solera 3. La
especulación conceptual de este tipo está hoy claro que no ha de atribuirse en manera
alguna, ni en exclusiva ni primordialmente a la filosofía, ni a la tradicional «filosofía
sustantiva» de la historia, ni a la más moderna «filosofía analítica» o, más claramente, a la
especulación epistemológica sobre el trabajo del historiador4. Tampoco es una tarea que
puede ser confundida con el trabajo de la teoría social o teoría de la sociedad, aun cuando
son incuestionables sus puntos de contacto con este tipo de construcción teórica, sino que
es la historiografía misma, los profesionales de la investigación histórica, como una
dimensión más de su trabajo, los que deben insistir en la teorización de su objeto.
5 Las concomitancias entre este tipo de operaciones y la investigación empírica son altas,
innegablemente, de la misma forma que la teoría de este género nunca puede presentarse
enteramente disociada de la reflexión metodológica, de la atención a las relaciones del
campo de lo histórico con otros enfoques del análisis de la sociedad y, en definitiva,
tampoco de la atención muy directa a la propia historia de la disciplina, la historia de la
historiografía. Por lo común, ninguno de los grandes creadores y los exploradores de
nuevas vías para la historiografía, desde su fundamentación en el siglo XIX, han dejado de
prestar atención a los problemas teórico-metodológicos, pero es un sentimiento común el
de que en esta disciplina la disquisición teórico-metodológica no ha sido nunca suficiente
ni debidamente productiva.
6 Un género de asuntos como éste es inevitablemente disperso, pero ocupa dentro de la
tradición historiográfica reciente un lugar bien definido, aunque, en efecto, no todo lo
cultivado que desearíamos. Conviene advertir asimismo que vamos a aplicar al análisis en
perspectiva histórica un lenguaje y una manera de entender este tipo de trabajo que es el
nuestro de hoy y que seguramente estaría lejos de los previamente empleados por ciertos
de nuestros antecesores que aparecerán en estas líneas. Aunque la expresión «teoría de la
historia» tuvo un pronto uso en ciertos medios, la utilizó poco la tradición historicista y
ni siquiera la emplearon con ese rótulo los fundadores de los Annales, lo que constituye
una prueba más, si se quiere, de la debilidad «teórica» propiamente hablando de los
grandes maestros de la escuela5. Tampoco sería ese el lenguaje de nuestro Rafael Altamira
y ni siquiera el de Jaime Vicens. Muchos de los historiadores españoles preocupados de
los problemas fundamentales del conocimiento histórico, aunque no todos, hablarían de
metodología pero la relacionarían escasamente con el problema metodológico general del
estudio de la sociedad, con los problemas propiamente epistemológicos o con los de la
naturaleza de lo histórico. Sin embargo, no parece dudoso, ni tiene alternativa seria, que
340
con nuestro propio lenguaje podamos captar la obra de estos predecesores, estudiar sus
influencias y clarificar su expansión.
7 No andamos sobrados de estudios sobre la historia de la historiografía española, pese a lo
que ya han aportado algunas investigaciones recientes y meritorias6. Pero, de otra parte,
debe reconocerse que tampoco la historiografía española del último siglo, y cabe decir lo
mismo del XIX, ha andado sobrada de dedicación a los estudios de teoría historiográfica,
de definición metodológica, siempre con algunas señeras excepciones de las que
hablaremos después. Mientras que en Francia, nuestro país de referencia, la práctica
historiográfica directa ha ido acompañada por parte de numerosos autores de la reflexión
y especulación digamos «constitutiva», fundamentadora, el caso entre los historiadores
españoles es mucho menos claro. Más bien es el contrario: son francamente escasos los
grandes historiadores que se han detenido en este tipo de reflexiones y han escrito sobre
ellas.
8 Nuestra contribución se limita, pues, porque ese es su estricto objetivo, al tratamiento de
los autores y las obras españolas dedicados al análisis teórico de la historia y de la
historiografía, que han reflexionado sobre el método y que han aportado algo o mucho al
progreso historiográfico en este preciso campo, con independencia de su obra en
historiografía positiva, en la investigación histórica concreta. El periodo cronológico al
que nos referimos estará comprendido entre el momento en que la influencia que
estudiamos empieza a tener una plasmación relevante, es decir, el que comienza con la
recepción efectiva y operativa de la historiografía francesa, en torno a los años ochenta o
noventa del siglo pasado, y la actualidad.
9 Por cuestiones de pertinencia efectiva, y también afectiva, en aras de no irrumpir en
terreno de la crítica académica sobre la producción que se publica en el momento actual,
hemos considerado preferible no considerar a los autores cuya obra se halla aún en pleno
desarrollo. Acerca de ellos sólo haremos en algún caso específico, y por razones sobre
todo ilustrativas, comentarios muy puntuales o meras citas bibliográficas. Hemos
preferido referir nuestros comentarios a historiadores ya fallecidos o ciertamente
retirados de la actividad académica y entre ellos hemos reducido nuestro análisis a unos
cuantos que resultan particularmente ilustrativos para la pesquisa que se realiza aquí.
También hay para ello razones de espacio y de información. Estamos convencidos de que
las líneas generales de las conclusiones que cabe extraer del análisis no se resentirán por
esta opción de forma improcedente.
10 En consecuencia, los párrafos que siguen están dedicados al comentario de la aportación
teórica y crítica española en la que se detecta una clara huella de la historiografía
francesa, aunque ésta no sea exclusiva, de unos pocos historiadores que pueden resultar
paradigmáticos en ciertas tendencias que describiremos también someramente. El rastreo
de la influencia de la historiografía francesa lo ejemplificaremos en algunas de las figuras
más destacadas de aquel país: Gabriel Monod, la obra conjunta o separada de Seignobos y
de Langlois, de Lavisse, Berr, Bloch, Febvre, Braudel, Vilar o Le Roy Ladurie. Influencias
secundarias pero también efectivas pueden verse de los trabajos teóricos de autores como
Marrou, Foucault, Delumeau, de Certeau o Ricœur.
341
15 A principios del siglo XX, como ha señalado muy bien José Antonio Maravall, se produce
en España una interesante profusión de debates y de derivaciones conectados con la
efervescencia en toda Europa que produce el nacimiento de una nueva ciencia de la
historia8. Se producirían entonces estudios de interés sobre la fundamentación de la
historiografía. Así, el de Menéndez Pelayo y La historia como arte (que es un discurso); los
trabajos de Dorado Montero, en su cátedra de Salamanca, sobre el carácter científico de la
historia. El ilustre arabista Julián Ribera, uno de los eruditos de más personales ideas,
publica Lo científico en la historia y Rafael Altamira sus influyentes Cuestiones modernas de
historia, por no citar sino los casos más relevantes. El polifacético estudioso y político
Gumersindo de Azcárate había hecho un discurso sobre el Concepto de la sociología para el
ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Años después, en 1910, pronuncia
otro, Sobre el carácter científico de la historia, para el ingreso en la Real Academia de la
Historia. En todo este movimiento es claramente perceptible la huella diversa de los
debates europeos.
16 Nuestro comentario detenido está obligado, sin embargo, a ser selectivo. Nos
detendremos en la obra que parece del máximo interés para ilustrar este momento clave
de la historia de la historiografía española, la que lleva a cabo uno de nuestros más sólidos
historiadores, Rafael Altamira y Crevea, trabajador en muy distintos campos de la
investigación y que es al tiempo el más preocupado en España por la fundamentación
conceptual y metodológica de la historiografía con anterioridad a la Guerra Civil. En la
obra de Altamira cristalizan esas diversas influencias de las que hablamos.
19 En 1889-1890, visitaría París donde se puso en contacto con algunos de los más
importantes historiógrafos franceses del momento, entre ellos Victor Langlois y Charles
Seignobos. De su visita a la École des Hautes Études, nos narra Altamira una anécdota muy
significativa. Allí, el profesor Giry le dice «¡Es tan raro que vengan españoles por aquí!» 11,
y el mismo erudito comenta algo no menos interesante ante su colega español, en el que,
sin duda, causa impacto. Se trata de una opinión sobre Alemania:
¿Quiénes pueden llamarse con más justo título maestros de la historiografía
moderna, sino esos alemanes a cuyas cátedras han ido a aprender los hombres
nuevos de todas las naciones y cuyos métodos de trabajo prevalecen en el mundo
entero?12
20 Y añade:
En tantas cosas (más de las que creen los galófobos [sic]) 13 somos hijos intelectuales
de Alemania [...].
21 Todo este pasaje está recogido en unas páginas brillantes de Altamira en las que sin
acritud censura la insignificancia de la ciencia española, mientras que en el mundo
existían algunos eruditos que sabían algo de ella.
22 Desde fines del XIX, Altamira gusta de escribir y difundir las crónicas científicas de los
congresos internacionales en los que está presente, así el de 1900 en París y el de 1903 en
Roma, En este último se pretendió hacer un balance de los últimos cincuenta años de la
historiografía en Europa y América (de las ciencias históricas, en un lenguaje que se ha
mantenido hasta hoy en tal tipo de reuniones), pero fue un objetivo que no se cumplió,
comentará Altamira. De hecho, el congreso se ocupó más de la organización del trabajo
científico que de su propio objetivo directo. Es bastante aleccionadora la crónica que hace
Altamira en la que expresa con claridad la escasa presencia de profesores españoles y el
mínimo interés que en los medios oficiales de la educación en España despertaba una
reunión como aquella14. Las cosas que dice sobre la falta de presencia de los historiadores
españoles en el congreso de Roma de 1903 son clamorosas. Y mucho tardarían en cambiar
algo las cosas.
23 De la misma forma, Altamira fue también un atento y asiduo seguidor de la bibliografía
internacional a la que dedicó en sus libros amplios espacios y comentarios 15. En sus
Cuestiones publica una extensa «literatura de la metodología» 16. Seguramente fue él de los
pocos historiadores españoles conocido en ambientes no españoles y llamado a la
colaboración en foros internacionales. De ello dan fe tanto las traducciones de sus obras
como su intervención en algunas obras colectivas y en un pequeño manual también de
alto nivel, con historiadores muy conocidos de la época, sobre La enseñanza de la historia,
que tradujo y publicó en España Espasa-Calpe17.
24 Participó en la comisión de intelectuales españoles que visitó Francia en 1916 en plena
guerra europea, de la que formarían parte también Menéndez Pidal, Azaña y Américo
Castro, entre otros, representantes todos de una opinión claramente francófila. Menéndez
Pidal había tenido contactos intelectuales importantes en Francia y completó su
formación en la Sorbonne con Gaston Paris y en Toulouse con Ernest Mérimée. Manuel
Azaña había sido becado en Francia, a su vez, por la junta de Ampliación de Estudios. Los
contactos franceses de Altamira le llevaron a colaborar con frecuencia en la Revue
internationale de Renseignement y a ser miembro correspondiente del Instituto de Francia.
25 Altamira vendría a ser historiográficamente, al menos en sus primeros pasos, un discípulo
relativamente lejano de Gabriel Monod al que dedicaría un libro18. Pero entre los maestros
344
franceses a los que utiliza figuran ya muy pronto tanto Philippe Sagnac como Charles-
Victor Langlois del que cita con alguna profusión «L’histoire au XIXe siècle» publicado
como parte de las Questions de l’histoire de l’enseignement 19. También recibe la influencia de
Paul Lacombe, otro de los expositores franceses de los problemas de teoría de la historia a
finales del XIX20, como veremos después.
26 Todos los estudiosos de Altamira han destacado el hecho de que nunca llegó a ver
publicado un gran tratado completo de teoría y de método de la historiografía, un asunto,
sin embargo, al que dedicó una importantísima parte de su obra y para cuya
documentación estuvo reuniendo materiales toda su vida. En esas condiciones, hay
coincidencia también en que las obras de partida para el conocimiento de su obra son
textos como La enseñanza de la historia, Cuestiones modernas de historia, De historia y arte y
algunas menos importantes y de mucho menos valor, como la de 1916 Filosofía de la historia
y la publicada póstumamente en México Proceso histórico de la historiografía humana21.
27 De la obra Cuestiones modernas de historia puede decirse que es la clave para conocer el
pensamiento historiográfico de Altamira desde finales del siglo XIX a mediados de los
años treinta del XX, pues de ella se hicieron dos ediciones, muy ampliada la segunda,
entre esas fechas límite22. Cabe señalar que aunque la lectura de esta obra no deje de
producir algunas perplejidades, resulta de especial relevancia, desde luego, para emitir un
juicio. Parece claro que la obra fue escrita, en su primera edición cuando menos, con un
talante más descriptivo del «estado» de los conocimientos historiográficos que otra cosa.
Sus citas de autores coetáneos y anteriores son amplias y eruditas, incluye un extenso
repertorio de cuestiones tratadas por la historiografía del momento, pero en ningún caso
se expone una doctrina, por lo que el lector de hoy tiene la sensación de que Altamira
dejó intencionadamente una gran cantidad de cuestiones abiertas, como si su ánimo no
fuera realmente exponer un criterio personal sobre ellas.
28 Por lo pronto, Altamira afirma con acierto que el siglo XIX, mejor que su tópica
calificación de «siglo de la historia», como si lo decisivo fuera el aumento de la
producción de libros, debería ser tenido por el tiempo en que se crea un método histórico,
se modifica el concepto de historia y se amplía el contenido de la historia humana. El libro
comienza ya con una primera cita de Langlois y se refiere después a la Introduction aux
études historiques de Langlois y Seignobos, que conoce en su primera edición francesa en
1898. El elogio que hace de ella le lleva a decir que su labor crítica ha cambiado las
condiciones del estudio histórico23. Altamira sabe captar en las nuevas conceptuaciones
francesas lo que tienen de superadoras de cierto estancamiento alemán y, en bastantes
aspeaos, «sigue esencialmente a los franceses»24.
29 Conoce también otras obras teórico-metodológicas del momento, como la de Letelier La
evolución de la historia, que aparece en 1900 y que tiene indudablemente mucha menos
influencia.
30 Las citas eruditas continúan en todo el texto, colocando a Taine entre los autores de
«color local» y deteniéndose en la consideración del esfuerzo del siglo XIX por descubrir y
establecer unas «leyes de la historia», con citas del autor rumano muy conocido y
considerado entonces en Francia, A.-D. Xénopol, al que cita por la primera edición de su
obra Principes fondamentaux de l’histoire publicada en París en 1900, que en su segunda
edición de 1908 se convertiría en su Théorie de l’histoire. Xénopol, por lo demás, adquirió
también un cierto predicamento en España donde sería traducido y publicado por Daniel
Jorro25. Xénopol, que basaba su fundamentación historiográfica, según propia
declaración, en la consideración conjunta de los autores franceses y alemanes –como las
345
dos escuelas hegemónicas del momento (para nada alude a lo anglosajón)–, fue criticado
en España, sin embargo, en una serie de artículos del arabista y ocasional metodólogo
Julián Ribera aparecidos en la Revista de Aragón.
31 Xénopol mantenía la idea de que la historia era una ciencia, pero ciencia de los hechos y
del «modo sucesivo» de ellos frente a las ciencias de los hechos del «modo de repetición».
Altamira consideraría errónea esta posición por exagerada, pero tampoco expondría una
visión alternativa, limitándose a señalar que la historiografía había ampliado
grandemente su contenido alcanzando un nuevo nivel con la conceptuación de la
«historia de la civilización». Refiriéndose de nuevo al manual de Langlois y Seignobos, del
que dirá significativamente que es «el más conocido entre nosotros y sin duda uno de los
más característicos», le acusa de haber segregado de su consideración la «historia política
externa», manteniendo que la historia de las civilizaciones no tenía por qué excluir tal
aspecto. Los teóricos y metodólogos alemanes de la historia discutían, por el contrario,
según Altamira, el valor que cada cosa debía adquirir. A él le parecía que este debate era
un importante episodio en la construcción del concepto de Historia. Con sagacidad,
opinaba también que existían muchas discusiones baladíes acerca del legado del siglo XIX
al XX.
Falta el libro que realice prácticamente esa idea orgánica del proceso histórico
32 dirá , en un evidente arrastre de su formación krausista. En definitiva, el XIX
26
representaba para Altamira el triunfo del método histórico en todas las una idea que
repetiría luego en sus obras de senectud, no muy afortunadas del todo, ciertamente,
escritas en el exilio mexicano27, y que ha vuelto a repetir después un autor español como
José Antonio Maravall28,
33 Otro de los asuntos importantes abordados por Altamira en sus Cuestiones modernas de
historia es el «problema del genio y la colectividad en la Historia», es decir, el extremo
debatido reiteradamente en el campo historiográfico de la atribución que quepa hacer al
papel del individuo o al de la colectividad como un todo en la acción y los resultados de la
actividad histórica. Su texto primitivo había sido escrito en 1898 y sería revisado después.
Detectaba que el pensamiento más actual había venido a establecer que frente a la idea de
las grandes individualidades el sujeto de la historia es colectivo. Tal era el caso de autores
como Macaulay, Spencer y Lamprecht. No obstante, habían reverdecido ahora las ideas de
Carlyle y Emerson sobre el «genio» (los «héroes» de Carlyle). Al tratar de este tema, la
erudición de Altamira se prueba en su cita alternativa de autores franceses, alemanes o
americanos y a propósito de esta polémica el conocimiento que demuestra de la
bibliografía es muy amplio y sólido.
34 Con referencia a las «cuestiones palpitantes», que ocupan el capítulo tercero de la obra,
dirá que el asunto esencial que discuten los historiadores en este momento no es ya el
genio y la colectividad, la historia de la civilización y la lucha entre las teorías de la raza y
el medio, cuestiones más bien de sabor viejo, sino
el valor de la teoría evolucionista aplicada a la historia humana; el concepto de
materialismo histórico29 y las condiciones científicas del conocimiento de esta clase 30.
35 El tema era de indudable calado. La cuestión del evolucionismo llevaba, según el autor, a
la del inconsciente en la historia a través de la alternativa básica acerca de qué es la clave
de los hechos humanos: lo consciente o lo inconsciente. En cuanto al tema del
materialismo histórico, Altamira lo había tratado ya en relación con la historia del
derecho español.
346
36 Es evidente que a toda la tradición intelectual que portaba una cierta carga idealista
heredada del siglo XIX, representada, entre otros, por Adolfo Posada, Hinojosa o Altamira,
no le era simpático el marxismo, lo que entonces se conoce como «materialismo
histórico», tratado en estas cuestiones palpitantes y al que Altamira sigue considerando
como una «filosofía» de la historia y no otra cosa31. Lo particular y algo sorprendente es
que Altamira recurra a la autoridad de Langlois, cuya fortaleza teórica y filosófica no era
precisamente su punto más notable, como apoyo antimaterialista y de la misma manera a
Croce que ya había dicho cosas peregrinas contra el marxismo también en 1902 32.
37 Altamira considera que el materialismo histórico es una «explicación simplista» de la
historia, monocausal,
análoga a tantas otras que han querido deducir todo el movimiento histórico de la
religión o de cualquier otro orden de la actividad humana33.
38 La cuestión central reside en este caso en si el factor económico basta por sí solo para
explicar la historia, cosa que Altamira niega. Pese a ello, Fontana afirma que las cosas que
Altamira escribe entonces sobre el materialismo histórico figuran
entre lo más sensato que hasta entonces, y aún después, se haya escrito en este país
34
.
39 La cuestión de no menor importancia, claro está, de la ciencia de la historia es abordada
por Altamira con la consabida erudición35 y en muy diversos lugares de su obra. En la que
comentamos, reconoce que es un problema que afecta a filósofos, sociólogos y,
naturalmente, a historiadores. En principio, sus comentarios versan sobre las obras de
Xénopol, Salvemini, Mueller y muestra conocer asimismo la polémica entre los
durkheimianos y los historiadores de la línea de Seignobos desarrollada a comienzos del
siglo36. Altamira afirma explícitamente no querer entrar en discusión con la concepción
de Croce de la historia como arte, como representación, pero no como ciencia, una
concepción que, indudablemente, no comparte. Altamira, pues, se hacía pleno eco, como
no podía ser menos en un hombre de su información y preocupación, de la espesa
controversia de su época sobre la cuestión tantas veces revivida y otras tantas muerta de
la naturaleza científica de la historiografía.
40 Pero conocer la polémica no implicaba, una vez más, que Altamira nos mostrase con
claridad la postura que él adoptaba. De hecho su posición era, como en otros tantos casos
y autores, un pelo ecléctica. No existen argumentos firmes, dirá, para dejar de llamar
ciencia a la historia, pero el problema central no era ese sino el de que la historia
(historiografía)
pueda alcanzar aquellas cualidades de verdad, certeza y evidencia que separan el
conocer científico del vulgar37.
41 Opinión, pues, nada resolutoria, que Altamira no complementa con argumentación alguna
más que le decantase hacia alguna posición de las barajadas en el tiempo. Está claro que
en toda la extensa producción de Altamira hay siempre un fondo de cierta indefinición
que ha sido ya destacado38.
42 Por esto cabe echar de menos, en consecuencia, en la obra de Rafael Altamira, al menos en
la de esta época finisecular, algún mayor compromiso doctrinal, por decirlo de alguna
manera, alguna mayor definición de sus posiciones teóricas. Y es curioso que en
innumerables pasajes de su obra, Altamira presentase una u otra excusa, algún que otro
vericueto intelectual, para abstenerse de dar una palabra personal y definitiva. Puede
verse esto, por ejemplo, en el asunto, traído y llevado en la época, de «el problema de la
347
49 En el capítulo «El contenido de la historia» lo que Altamira hace es una especie de crónica
de las formas de escribir y considerar la historia desde la antigüedad, Su exposición gana
en densidad cuando empieza a hablar del siglo XVIII y de figuras como Voltaire o Volney.
Habla del nacimiento en el siglo XIX de la «corriente crítica» con representantes
alemanes del relieve de Ranke, Niebuhr o Droysen. Altamira muestra conocer bien las
tendencias del siglo XIX y, con respecto a Francia, celebra el Cours d’études historiques de
Daunou, que probablemente abre la reflexión historiográfica francesa en el siglo XIX,
publicado en 20 volúmenes en 1842 pero escrito mucho antes, y la obra de Buchez
Introduction à la science de l’histoire. De hecho, lo que Altamira persigue es ilustrar su idea
de la historia fundamentada en la historia de las civilizaciones45.
50 El problema se amplifica claramente en cuanto se aborda la consideración del lugar que
en el discurso historiográfico ha de ocupar la política frente a otras instancias de la
sociedad, la civilización, compuesta del grueso de las actividades sociales y culturales no
políticas. La política precisamente constituye el grueso o la totalidad de la historia que
prima entonces por influencia fundamentalmente alemana –no sólo toda la herencia
rankeana, sino Schlosser, Gervinus y otros menos relevantes. De esta forma va
adquiriendo cuerpo la diferencia que se introducirá, y para Altamira se hará después
canónica, entre la historia externa, o historia de la política, y la historia interna, de las
instituciones, el derecho, literatura, costumbres, etc., propiamente la civilización.
51 La «idea» o «corriente moderna» sobre el contenido de la historia es para Altamira la que
potencia la historia de la civilización, la historia interna y en su apoyo trae precisamente
a Gabriel Monod y el comentario que éste hace de la obra radicalmente formalista de L.
Bourdeau en 1888, L’histoire et les historiens, en la estela positivista y determinista que
pretende una historia descubridora de leyes. Justamente, como recordará Altamira, la
importancia de la historia interna era la idea que había inspirado la redacción de los
programas de historia en la enseñanza secundaria en Francia, en 1890.
52 Al hablar del concepto de la historia que es preciso transmitir, Altamira dedica unas
enérgicas páginas a defender el sentido orgánico de la sociedad, su unidad como cuerpo
que la historia tiene que recoger, de forma que todo lo que no sea transmitir
la impresión clara de la unidad de la vida social, está, en rigor, fuera del nuevo
concepto de historia46.
53 Una idea que apoyaba en referentes franceses, entre ellos Seignobos –autor de un
impresionante conjunto de manuales de historia para todos los niveles educativos que
Altamira considera muy útiles– y Monod, y que gustaba además de rastrear en otros
clásicos de las letras francesas a los que cita con frecuencia, Mably y Volney entre ellos.
Defiende la idea de una historia que siendo de la civilización tenía que ser también
completa y que en modo alguno podía excluir la política aunque ésta no fuera ya el eje y
casi instancia exclusiva como lo era en los historiadores anteriores.
54 Otra cuestión era la del «sujeto de la historia»47. Por lo pronto, Altamira rechazaba sin
ambages la historia tejida en torno al «personaje político» y, más allá de ello, rechazaba
toda historia individualista. La historia no puede ser conocida hoy
sin conocer la posición y estado que en cada momento tuvo el pueblo, es decir, la
masa de la nación no privilegiada y trabajadora48,
55 dice Altamira poniendo ejemplos de tratamiento histórico de esta especie en las obras de
Levasseur (Historia de las clases trabajadoras), Bonnemère (Historia de los labradores) o Doniol
(Las clases rurales en Francia). En auxilio de la idea de un sujeto colectivo vendrá también la
349
psicología de las masas de Gustave Le Bon. Pero tampoco olvida Altamira a su muy citado
Macaulay y su idea de que el historiador moderno se ocupa antes que nada «de la nación»:
[El] impulso avasallador de estas ideas nuevas ha modificado notablemente la
antigua teoría de los hombres providenciales49.
56 Y también se rechaza a Taine, «que subordina el genio al medio»50.
57 Años después, en la publicación De historia y arte, volviendo al tema del sujeto de la
historia constaba también Altamira las reacciones contra la corriente positivista 51 que se
habían producido ya. Se volvía a hablar del genio en la historia contra las ideas que
acentuaban el papel de la masa tales como las de Gumplowicz. Los historiadores, Altamira
entre ellos, venían hablando ya de la «antigua filosofía de la historia», la de tradición
alemana y apartándose claramente de ella, aunque alguno, como Croce, al que Altamira
llama «amigo», más apegado a ella, siguiese negando a la historia la condición de ciencia y
la asemejara al arte, entendiendo por arte especialmente la capacidad de
«representación». Acerca del contenido de la historia, del contenido objetivo de la
escritura o discurso histórico, observaba Altamira, a su vez, que se discutía mucho acerca
de la contraposición entre Kulturgeschichte e historia política 52, cosa que volvía a ser tema
candente del momento. En definitiva, Altamira conoce como nadie en España el mundo de
la historiografía europea de comienzos de siglo.
58 Y, en fin, llegando al problema de la «unidad de la historia», Altamira hace constar que se
ha entendido a veces como unidad psicológica o como unidad mecánica. De hecho, en el
momento en que se escribe es la idea del carácter «evolutivo o genético»53 del proceso
histórico el que le concede su unidad. La psicología humana es la que establece un
substrato de unidad al cambio histórico y Altamira aprovechará tal disquisición para
alabar la obra de Paul Lacombe, De l’histoire considérée comme science, que dice acabar de
recibir y que se inclina también por esa explicación psicológica de la historia. Pero es el
propio Lacombe, comenta, el que llama la atención sobre la necesidad de no confundir
evolución y progreso. Al tratar de «el elemento natural en la historia» 54 se manifiesta
admirador del sentido geográfico de Ritter y del de Hellwald, no ahorra tampoco un
elogio global de los positivistas de varias escuelas europeas, de los que se separa, sin
embargo, cuando algunos ponen énfasis en la importancia de la raza para explicar
desarrollos históricos55.
59 Para Altamira, en definitiva, a la altura del último decenio del siglo XIX existía ya una
«historia moderna» –dice con alguna anfibología en su rotulación56– frente a la que harían
antes los historiadores, aquella historia exclusivamente política. Cuando Altamira escribe
sobre la enseñanza de la historia es mucho más importante lo que vierte sobre los
aspectos, justamente, de teoría historiográfica y de organización de los estudios, con un
amplio conocimiento de lo que ocurre fuera de España y una especial admiración por lo
que se hace en Francia, que lo poco que escribe sobre didáctica. Altamira es un excelente
reflejo de la irradiación que ya comienza a ser fuerte en España del potente despertar de
la historiografía francesa que no tardará en hacer una intensa sombra a la alemana
predominante en todo el siglo XIX. Pero es importante no perder de vista que Altamira no
se ceñiría en forma alguna a ponderar lo francés. La influencia en él de la escuela alemana
seguirá siendo de gran importancia.
60 Importaría destacar, en fin, la trayectoria peculiar que siguió en nuestro Altamira su
admiración y conocimiento de la historiografía francesa en las dos etapas distintas que su
experiencia vital hubo de atravesar a consecuencia de la Guerra Civil de 1936. En efecto,
antes de la guerra, Altamira conoció, siguió y ponderó la historiografía francesa. Luego en
350
Ferrandis, Carmelo Viñas Mey, Ciríaco Pérez Bustamante, Santiago Montero Díaz y fray
Justo Pérez del Urbel.
64 Pero es precisamente en la década de los cincuenta cuando llega a España una primera
noticia de la nueva propuesta historiográfica francesa cristalizada en los autores
franceses ligados a Annales. Es bien conocido el caso del entusiasmo con que un
historiador que empieza ya a destacar, Jaime Vicens Vives, difunde en obras que
comienzan a ser leídas en amplios círculos españoles como su Aproximación a la historia de
España, aparecida al comienzo de la década, conceptos y puntos de vista que eran
entonces centrales en la historiografía francesa, mantenidos por Lucien Febvre
principalmente. Nuevas figuras se incorporan y hacen suya esta buena nueva, como Felipe
Ruiz Martín que sería discípulo directo de Fernand Braudel, Antonio Eiras Roel, Juan
Reglá, etc.
65 A la historia de la creación, difusión e influencia de la historiografía que trajo la escuela
de Annales y, en concreto, a sus propuestas metodológicas, se ha dedicado más de un
estudio importante64. Sin embargo, poco o nada se ha escrito acerca de la difusión de la
escuela en España65. La publicación y conocimiento de la obra fundamental de Braudel El
Mediterráneo en la época de Felipe II contribuye definitivamente a colocar la influencia de la
escuela en un plano de dominio eminente. La difusión algunos años después de los
escritos teórico-metodológicos de Bloch, Febvre y Braudel en lengua española66
contribuirá de forma decisiva al amplio predicamento que las concepciones de una
historia de las gentes, del tiempo largo, de las estructuras y las mentalidades, va a
adquirir en España a partir de los años cincuenta tardíos. En los años sesenta y setenta, en
definitiva, se vivirá en la historiografía española un momento claro de esplendor de la
influencia de la nueva historia francesa.
66 Las corrientes epigonales derivadas de Annales; tales como la historia de las mentalidades,
la historia social de inspiración cuantitativa, con Le Goff, Vovelle, Le Roy Ladurie, Furet,
etc., la historia serial de Chaunu, se manifiestan influyentes con fuerza a partir de los
años setenta y tienen prácticamente como manifiesto la obra colectiva Faire de l’histoire,
publicada en 1974 bajo la dirección de Jacques Le Goff y Pierre Nora, muy difundida pero
paradójicamente tarde y mal traducida al español. Sería ésta la última gran expresión de
ese influjo predominante y muy perceptible, aunque no fuese el único, de la gran
historiografía francesa en España que tuvo su punto álgido con Annales y sus derivaciones
pero que había empezado su penetración ya desde los primeros tratadistas de comienzos
de siglo que podrían ejemplificarse en Charles Seignobos, convertido después en bête noire
precisamente de la historiografía annaliste.
67 Los años ochenta han visto ya un notable cambio de tendencia con la creciente
importancia de la historiografía anglosajona a través de propuestas como las de un
marxismo renovado, que pasa a conocerse tópicamente como marxismo británico, donde
descuellan Perry Anderson, E. P. Thompson o Eric J. Hobsbawm, entro otros, que
vivificaría la historia social y en su ámbito la historia del obrerismo y de otros
movimientos sociales y de la cultura obrera y popular. Más tarde ha sido la hora de las
corrientes poderosas de la nueva historia cultural o sociocultural que tan
extraordinariamente han renovado, y confundido también, el panorama de la actividad
historiográfica en España como en el resto del mundo, donde descuella el seguido
magisterio de Roger Chartier. Pero el panorama se ha diversificado aún más con la
presencia de orientaciones variadas como la microhistoria, las diversas huellas de la
sociología histórica y demás.
352
73 La perceptible diferenciación entre tales dos etapas muy distintas de la obra de Vicens,
diferenciadas, digámoslo desde ahora, por su entrada en relación con la nueva
historiografía de la escuela de Annales, cosa que tiene una fecha precisa, la de 1950, se
acompaña de algunas otras peculiaridades de las que sí parece de interés partir aquí. La
primera es que estamos ante un caso en el que, como en varios otros, es preciso espigar
detenidamente entre múltiples escritos para encontrar una visión suficiente y
pormenorizada de un pensamiento teórico que en cuanto a lo propiamente especulativo
es más bien escaso, y en lo metodológico lo es menos pero está muy dispersamente
expuesto. Después, resulta también muy peculiar en Vicens el carácter brusco, en forma
alguna pautado por una evolución, de la ruptura con su pasado intelectual y profesional
anterior a los años cincuenta, que se refleja, primero, en la orientación temática de su
obra y, después, en su concepción profunda de lo historiográfico, de su método y de sus
raíces intelectuales. Una ruptura a la que el mismo Vicens nunca se refiere de forma
explícita, con la excepción de algunos comentarios acerca del abandono de su trabajo en
historia medieval y de su paso al modernismo pleno, al contemporaneismo y a la historia
económica y social.
74 Tras 1950, Vicens no hará referencia alguna a sus escritos anteriores en materia de
concepción historiográfica, ideológica, o incluso temática, unos trabajos, debe decirse,
que en su concepción fundamental se encuentran bastante influidos por la situación
política e intelectual españolas de los años cuarenta y, precisamente, más bien en la línea
de lo que esta situación imponía. Para lo que en definitiva interesa aquí, es destacable el
hecho de que en 1951 aparece en la obra Mil lecciones de la historia un primer texto extenso,
creemos que el primero, con una exposición teórico-crítica de nuestro autor acerca de la
naturaleza de la historia y la realidad de la historiografía69. Cualquier conocedor del
historiador posterior al año 1950, y sólo de él, puede llevarse una sorpresa, al
desvelársenos aquí un Vicens historiógrafo bien distinto de la imagen que ha
permanecido después y al que sólo algunos estudios más recientes con cierto tono crítico
han entrado a considerar70.
75 Es decir, hablamos de un Vicens historiador en una rígida España de posguerra, adscrito a
posiciones bastante conservadoras y un punto convencionales y, a lo que parece, adherido
a unas fuentes de inspiración reflexiva bastante clásicas. Mil lecciones de la historia está
encabezado, en efecto, por una monografía sobre El hecho histórico y el sentido de la historia
de cincuenta páginas de extensión. No sabemos con exactitud en qué fecha fueron
redactadas tales páginas, pero parece evidente que cuando las escribió –aunque no
necesariamente cuando se publicaron– no conocía absolutamente nada de Annales o, al
menos, en forma alguna lo refleja. Vicens no bebe entonces tampoco especialmente en
fuentes francesas sino que su exposición comienza con el uso más pormenorizado de
referencias alemanas. Entre los autores franceses a los que se comentará con cierta
detención figura en todo caso Henri Berr.
76 Lo más llamativo en la obra de Vicens como receptor directo de una influencia francesa
«de escuela» es la trayectoria de su trabajo y la clara ruptura introducida en él por aquel
encuentro, con ciertos visos paulinos en el camino de Damasco, con Annales en 1950, un
detalle que ha sido referido muchas veces. En efecto, fue en el IX Congreso Internacional
de Ciencias Históricas, celebrado en París en ese año, donde Vicens, que estuvo
acompañado por un historiador de tan nítido perfil pro-régimen como Antonio de la
Torre y del Cerro –en buena medida maestro del propio Vicens–, vio la nueva perspectiva
71
. Allí conoció también a Arnold Toynbee, al que elogiaría muy rendidamente. De ese
354
que ventilara la enrarecida atmósfera que venimos respirando cuyas causas hemos
examinado en publicaciones especializadas.
96 Con evidencia, Vicens se encontraba muy lejos, y olvidaba, las cosas que había escrito en
el borde del cambio de década.
97 Otro de los loci clásicos en los que Vicens dedica un espacio notable a cuestiones
metodológicas lo constituye sus amplias introducciones a los números de la revista
Estudios de Historia Moderna que comienza a aparecer en 1951. En una de ellas dirá que la
revista era «un anuario de experimentación de los nuevos métodos». Vicens mantiene
hasta muy avanzada su trayectoria, y así lo dirá en la introducción que pone al primer
volumen de esta publicación, que la historiografía española tenía que vivir una etapa
ligada a la erudición de archivo, al localismo de los documentos que estaban en su mayor
parte sin explorar. Que no era el momento de adentrarse en «insensatas síntesis» e
intuiciones que no tenían base, sino que era preciso hacer un trabajo básico de toda
seriedad. Había que hacer historia con base sólida y no dedicarse a florituras
ideologizantes (sic), un orden de conceptos que Vicens aprovecha ahora para dirigir un
ataque en regla a la historiografía española de la inmediata posguerra, alimentada, dirá
con llamativa agudeza, de dos «libros de fogata», La crisis de la conciencia europea de Paul
Hazard y La conciencia burguesa en el siglo XVIII de Bernard Groethuysen. Ambos son
criticados con dureza84, de la que no se salva la producción española. Ninguno de esos
autores ni quienes les han seguido son hombres de archivo.
98 De hecho, esta «Presentación y propósito» con la que Vicens abrió la publicación de sus
Estudios de Historia Moderna, que comentamos ahora, tiene todo el carácter de un
manifiesto por la nueva historiografía. La huella dejada en él por la escuela de Annales es
visible sin esfuerzo y leído hoy es preciso hacer un serio ejercicio de reubicación histórica
de aquel escrito para que no suene ingenuo y reiterativo. «Los diez puntos de los
Estudios» se titulaba tal parte programática de la introducción85, cada uno de los cuales
comienza con un «creemos». Y es que Vicens creía en la Historia-Vida, la historia sólo
explicada en el marco geográfico, que dibujaba al hombre-sujeto que articulaba su propia
situación social, que era un arma moral para mejorar el mundo, que debía definir las
sucesivas mentalidades del pasado puesto que cada generación tenía su mentalidad, ante
la que no debía adoptarse una posición de lucha ideológica sino la aceptación del pasado
como era. Los dos últimos puntos se dedicaban a declarar la eficacia del «método
estadístico» y a señalar que
Nos sentimos a gusto en la civilización occidental.
99 Y todo ello era definido como «nuestro credo histórico».
100 Lo estimable en especial de este «credo» era su posición incuestionable de renovación
historiográfica en un panorama español dominado absolutamente por la historiografía
oficial franquista86. Las manifestaciones de tales propósitos renovadores continuaron en
todas las introducciones escritas por Vicens hasta el volumen V. Los Estudios llegaron a
publicar contribuciones específicas acerca de la teoría historiográfica debidas a plumas de
discípulos de Vicens como Jorge Pérez Ballestar, Jorge Nadal y Emilio Giralt, en las que
cantaban las excelencias del método estadístico-demográfico. Sería en el volumen IV
donde Vicens hablaría ya de una «escuela histórica de Barcelona» en la que tenían cabida,
además de los nombrados, historiadoras como Montserrat Llorens o María Carmen García
Nieto.
358
101 No menor interés reviste la necrología dedicada a Lucien Febvre, desaparecido en 1956, y
que aparece en el volumen V de los Estudios87. Vicens empezaba con la nada complaciente
acusación de que la obra inmensa de Febvre había sido
caricaturizada lamentablemente por la usual ignorancia y la fría irresponsabilidad
de algunos críticos españoles.
102 Y es que era evidente, cabe decir, que la obra de Febvre en lo que tocaba a España en el
siglo XVI –acerca de Felipe II y el Franco Condado, por ejemplo– no gustaba nada a los
historiadores oficiales españoles. Vicens creía, por el contrario, que los textos de Febvre
no contenían sino elogios a la obra de España. Vuelve de nuevo Vicens a elogiar La terre et
l’évolution humaine y el impacto que causó en su formación. Febvre habría representado un
cierto freno, según Vicens, para la deriva excesivamente volcada a lo económico y lo
estadístico a la que venía entregándose la escuela de Annales. Había, en fin, una
afinidad entre Febvre y los representantes de la escuela histórica catalana.
103 En el prólogo a la Historia general de las civilizaciones, de Crouzet, en 1958, se contiene otro
de los más importantes textos programáticos de Vicens. Aseveraría en él que la historia
había desarrollado un amplio progreso en los últimos decenios. Y observaba algo de
evidente interés y con agudeza que capta bien la dirección futura del valor social de la
historia:
La sociedad del siglo XX halla en la lectura y comprensión de lo histórico lo que sus
precursores de las pasadas centurias buscaban en la literatura, la filosofía o la
exégesis bíblica: un modo de estar en el mundo, o mejor dicho, un modo de saber
cómo se está en el mundo.
104 Los historiadores del siglo XIX, continúa, habían querido doblegar el pasado del hombre
mediante un método sistemático y habían dado con esa dicotomía en una historia externa
y otra historia interna, que es la historia institucional, dicotomía que a Vicens no gustó
nunca, ni poco, ni mucho. Nunca, dirá, nadie llegó a entender en qué consistía esa historia
«a doble fachada». Nada más lejos, desde luego, de ello que la nueva posición a la que
Vicens se adscribe. Podríamos ver aquí, seguramente, unas de las razones por las que
estima tan poco a Altamira, como hemos comentado antes. De hecho, como hemos podido
constatar, los escarceos de historia historiográfica de Vicens cuentan siempre
escasamente con historiógrafos españoles anteriores a la Guerra Civil, inficionados más o
menos de esa forma de ver las cosas.
105 La historia de la cultura en sí misma la consideró también un producto de nacionalismo
exacerbado e ideologismo. La buena nueva, por el contrario, vino desde 1929:
Algunos historiadores habían presentido el camino y habían ya anunciado la buena
nueva desde 1929.
106 Y Vicens empieza a hablar de Annales. La cosa comenzó con la geografía humana, la
economía y la sociología y, en fin, la demografía. Con estos nuevos recursos y el empleo
«bien intencionado» del método estadístico, clave para captar los inevitables resultados
de la acción de la masa,
Pudo aspirarse, como decimos, a elaborar una historia verdadera del hombre, no
una historia del simple evento.
107 Después de 1945 esa nueva historiografía había ganado la batalla:
En realidad existen dos historias: la que se hacía antes y la que se hizo después de
1950 [fecha del IX Congreso Mundial de Ciencias Históricas, celebrado en París]. [...]
Adiós a los tranquilos días en que podía aprenderse el arte del historiador leyendo
las sosegadas páginas de Durkheim [sic], de Langlois o de Bauer. Hoy el historiador
359
debe reconocerse historiando, como el pintor pintando y el sabio atómico ante los
ciclotrones.
108 Tan fervorosa declaración de la nueva fe y el inmenso cambio dado por Vicens se refleja
igualmente bien en los párrafos que siguen en los que asegura que la historia no es
explicada por nada fuera de ella, es decir, lo contrario de la visión teológica y
providencialista que, como hemos reseñado, exponía en textos de 1950. Y otra declaración
no menos contundente que merece la pena transcribir completa:
La escuela francesa ha ganado la batalla de la nueva historiografía. Precedida por
algún estudioso norteamericano y británico, a ella ha cabido el mérito y la
responsabilidad de fraguarla. La victoria ha sido tanto más celebrada cuanto parecía
imposible superar el jalón establecido por tres generaciones de investigadores
alemanes, gloria de su ciencia universitaria, de Ranke a Meinecke pasando por
Mommsen. Y si ello ha sido así, nadie debe deplorarlo, en beneficio de este quehacer
común que es la cultura occidental.
109 En otro pasaje del mismo prólogo, Vicens habla de los precedentes de todo esto en
Francia, de Vidal de la Blache, del paso a Estrasburgo de los jóvenes historiadores futuros
annalistes, de los «combates» de Annales que eran ya legendarios y habían dejado un
profundo surco en la historiografía contemporánea.
Sin vacilación alguna puede decirse que hoy figura a la cabeza del movimiento
histórico universal.
110 Y lo mejor de todo era que Vicens se permitía todo este desahogo en el prólogo de una
publicación que en manera alguna era en sentido estricto obra de Annales. Él mismo lo
hace observar así. La profesión de su nueva fe, el cambio en sus orientaciones se expresa y
justifica, en fin, meridianamente, con una declaración de la entidad de la que sigue:
Cuantos habíamos experimentado la necesidad de este orto, saludamos con alegría
el advenimiento de nuevos tiempos para la historia. Formados en la rígida
disciplina de la erudición germánica, pero insatisfechos ante la obtusa reducción de
sus objetivos, cuando no ante el peligroso desvío hacia carriles anticristianos, no
podíamos menos de aceptar un bagaje provechoso, del cual no miramos las
etiquetas de procedencia nacional.
111 Todavía en 1958 aparece lo mejor, tal vez, que Vicens escribiera nunca sobre la nueva
manera de entender la historia en su comentario de 13 de abril de 1958 en Destino, titulado
La historia cambia de signo. Era un texto de valor excepcional sobre la forma de entender el
hombre y la historia en esta segunda mitad ya del siglo XX y desde una posición
intelectual difícil como tenía que ser necesariamente la española del momento. Un texto
que resulta ser de los pocos que pueden considerarse una reflexión de altura en aquel
tiempo. En él, Vicens pondría como ejemplo de esa nueva historia la Historia general de las
civilizaciones, es decir, la obra dirigida por Maurice Crouzet publicada en España por la
editorial Destino, acompañada de la Historia social de España y América, la obra emprendida
por el mismo Vicens.
112 Jaime Vicens Vives representa, sin duda alguna, el más claro ejemplo en España,
especialmente en la segunda mitad del siglo XX, de la influencia de la historiografía
francesa «de escuela» en la trayectoria profesional de un historiador. Y representa esto,
en especial, en la concreta vertiente que analizamos aquí: la de las concepciones
medulares sobre la naturaleza de la disciplina historiográfica, es decir, de su teoría, su
método y del soporte intelectual en que la actividad investigadora debe basarse. Vicens es
también ejemplo de otra peculiaridad de la influencia analizada: la de haberse producido
360
casi con exclusividad desde una única posición historiográfica, en este caso la de la
escuela de los Annales.
113 Un autor francés bien conocido de Vicens, Philippe Wolff, llegó a a denominar a nuestro
autor «el Marc Bloch español»88. Aun así, esto no presupone que Vicens no hubiese sido
receptivo también a otras influencias. Se trató siempre de una cuestión de prioridad.
Hemos destacado su primitiva ligazón a la influencia de las escuelas «clásicas» alemanas,
su admiración primera por las posiciones de Toynbee, su admiración general por ciertas
formas de la historiografía británica, la serie editorial sobre el pensamiento político
inglés, a la que dedicará un comentario, por ejemplo, y sus elogios de Cobban, Bullock,
etc. De otra parte, siempre mostró su entusiasmo por la colección histórica francesa
«L’évolution de l’humanité» y por su fundador y mantenedor Henri Berr.
114 Desde sus mismos inicios profesionales, mucho antes de recibir la influencia francesa, o
sea, en la primera parte de su trayectoria profesional, Vicens se mostró ya como un
historiador nada convencional. Su polémica con Rovira i Virgili en 1935 lo muestra así.
Rovira había acusado a la obra del joven Vicens sobre Fernando II de Aragón de no tener
«sensibilitat catalanesca», es decir, de ser una obra, como Vicens diría, fuera de los
parámetros forjados por la historiografía romántica nacionalista que Rovira
representaba. La carta que enviará Vicens a su contradictor insistirá en su espíritu
renovador y establecerá con énfasis que «la historia no es crea, es refá», título con el que la
carta se publica, y, a propósito de la cita de autoridad que Rovira hace de Croce, dirá sin
ambages –lo que es muy indicativo de su posición historiográfica ya– que éste es un
«historiador flaquíssim»89.
115 Ahora bien, Vicens comparte con sus mentores de Annales una característica que ha sido
ya señalada en aquéllos90: la de promover una cierta teoría de lo histórico y de lo
historiográfico en ausencia de toda proposición clara y fuerte sobre la sociedad misma. Y
en el caso de Vicens sus ideas no van más allá de una vaga visión «humanista» y cristiana
que no desdeña el providencialismo, según expusimos ya. Así, en el «manifiesto» de la
revista Estudios, citado antes, diría que
Despreciamos el materialismo por unilateral, el positivismo por esquemático y el
ideologismo por frívolo.
116 Pero a este conjunto de negaciones no se opone como positivo sino la declaración de que
Intentamos captar la realidad viva del pasado y, en primer lugar, los intereses y las
pasiones del hombre común91.
117 La crítica a la falta de una teorización seria de la historia tanto en Anuales como en un
seguidor como Vicens está perfectamente justificada.
118 Las versiones de lo ocurrido en el Congreso de 1950 nos presentan a un Vicens que saluda
entusiasmado el método estadístico-demográfico y que se niega a aceptar como valor
heurístico en historia la lucha de clases92. Pierre Vilar ha dicho posteriormente que lo
hizo así porque estaba en presencia de un hombre del régimen franquista como era
Antonio de la Torre. Una explicación muy escasamente convincente. Vicens nunca
rectificó su posición en otras circunstancias más favorables, pero cabe albergar la duda de
que era pronto para ese cambio.
119 Por último, tiene interés reseñar el hecho de que en los escritos historiográficos de Vicens
en la década de los cincuenta no se habla de una «historia contemporánea», término que
la historiografía del franquismo había olvidado como categoría pero que ya Altamira
muchos años antes y otros autores de preguerra habían aceptado93. La historia
361
128 Justamente es a la figura de Manuel Tuñón de Lara (1915-1997) a la que nos gustaría
limitarnos aquí, acorde con la propuesta hecha al comienzo de este texto de hablar en
extenso sólo de autores ya fallecidos. En el caso de Tuñón de Lara se presentan algunas
particularidades que propiciarían más bien la decisión de ser breves en nuestros
comentarios. Una de ellas, no la menos importante, es la ligazón de amistad personal y de
un matizado seguimiento de su obra que une con el comentado al autor de estas líneas.
Pero coincide también felizmente el hecho de que a la obra de Tuñón de Lara se han
dedicado trabajos y conjuntos de trabajos recientes que lo colocan quizás, junto a
nuestros otros dos comentados Rafael Altamira y Jaime Vicens, pero especialmente junto
a este último, entre los historiadores españoles cuya obra ha suscitado mayor exégesis.
Exégesis, por lo demás, plenamente justificada.
129 A calibrar la obra de Tuñón de Lara, su aportación, su influencia y sus débitos se han
dedicado algunos estudios entre otros por el autor de estas líneas99. Por lo pronto, se
puede volver sobre la propia vicisitud personal de Tuñón de Lara cuya práctica
historiográfica empieza ya algo tardíamente cuando se encuentra en el exilio francés y
cuya formación, por tanto, es casi exclusivamente francesa. La trayectoria intelectual y
profesional de Tuñón de Lara, si se la compara con la de los otros dos ilustres
historiadores españoles en los que hemos rastreado la influencia francesa, resulta algo
peculiar. Tuñón fue también un escritor prolífico como sus dos colegas, sin llegar a la
variedad de publicaciones de Vicens y trabajando a diferencia de éste y de Altamira sólo
en historiografía contemporaneísta. En cuanto a su publicística metodológica ocupa
también una posición intermedia. Tampoco llegó a producir nunca un «tratado» completo
de teoría o de método pero como en el caso de Altamira escribió con cierta profusión
sobre ese de tipo de temas100, más allá de la cierta dedicación circunstancial y la
dispersión de Vicens.
130 Pero en el caso de Tuñón de Lara, la influencia de la cultura historiográfica francesa es un
hecho esencial, que se produce desde sus orígenes intelectuales y también diferenciado.
En su obra no existe una primera época libre de tal influencia, como es el caso de Vicens,
ni tampoco se da el caso de que aquella misma se equiparara a otros aprendizajes en
historiografías distintas, como es el caso de Altamira, aunque ello no quiere decir que
Tuñón desconociese otras producciones nacionales de Europa y en concreto la
anglosajona. Hay, en fin, una peculiaridad más como es esa doble formación debida por
una parte a la influencia de Annales y su método estadístico-demográfico, y, por otra, a la
del marxismo; esto es lo que da a la producción de Tuñón de Lara, tal vez, su más personal
nota.
131 La formación francesa de Tuñón, que no simplemente ya «influencia», presenta alguna
nota más, ya señalada por nosotros en anteriores ocasiones, y que queremos repetir aquí
para terminar. La formación de juventud de Tuñón, basada en el derecho y la economía,
es marxista y adquirida en España en los años treinta. El partirá, pues, de una
metodología de este tipo. La influencia de la escuela historiográfica de los Annales se
produce ya en Francia y, sin duda, tamizada siempre por esa visión marxista previa. Por
ello, la influencia más clara es la ejercida por Pierre Vilar. He escrito antes que Tuñón fue
un marxista ampliamente influenciado, sin embargo, por el tronco, y por algunas
ramas colaterales, de ese singular árbol de la historiografía del siglo XX que ha sido
la escuela de Annales. Y, en notable parte también, por el estructuralismo francés 101.
132 Cuando Tuñón se incorpora a la cultura francesa estaba en su fase final la primera
generación de la escuela de Annales y en sus prolegómenos la segunda, que representará
364
sobre todo Fernand Braudel. Pero esta segunda influencia se canaliza hacia Tuñón por
vías menos directas. Su no-coincidencia con Braudel es patente:
La influencia de Annales en Tuñón presenta, por tanto, perfiles menos específicos.
Se trata de una presencia en su obra de carácter bien distinto de la que tiene la
metodología marxista. La influencia de la escuela es indirecta, entre otras razones
porque en la pléyade de los annalistes de estricta observancia no figuran
contemporaneístas excepcionales102.
133 No se olvide que Tuñón procede de un mundo externo al academicismo historiográfico y
que sólo cultiva la historia contemporánea aunque sea en sectores distintos, como el
político, el social y el económico. Tuñón coincide con Annales en la definición de algunos
conceptos y en el uso mismo de ellos, en un cierto espectro temático y en la concepción
del oficio historiográfico. Pero estas cosas han llegado a través de otros maestros influidos
a su vez por la escuela: Vilar, Labrousse, Bouvier, o de forma menos intensa por
asimilación de posiciones de Duby, Le Goff o Vovelle.
134 Peculiar, pues, fue esta forma en la que Tuñón se incardinó en la gran época de la
historiografía francesa, lo que sería la clave de su pensamiento y de su originalidad. Los
conceptos y categorías teóricas, las múltiples herramientas instrumentales que él ha
contribuido a acuñar para el quehacer historiográfico, las principales direcciones de su
práctica metodológica, han acusado siempre esa influencia doble e interactiva, del
marxismo y de la metodología annalista. Cabría decir, sin que parezca un despropósito, que
con la figura y la obra de Tuñón de Lara, desaparecido hace poco tiempo, se cierra toda
una época de irradiación particular de la historiografía francesa y de la recepción de ella
en nuestro país.
A modo de recapitulación
135 Durante aproximadamente un siglo, de fines del siglo XIX a fines del siglo XX, la
irradiación de las creaciones historiográficas francesas en España ha sido un fenómeno
intenso y constante. Se trata de un lapso temporal que ha coincidido con la expansión sin
precedentes de la historiografía francesa, un hecho que, ciertamente, no estuvo
acompañado de una paralela expansión de la influencia de Francia en otras ciencias
sociales o en las ciencias naturales. De ahí que el caso de la historiografía francesa se haya
considerado excepcional y haya llamado intensamente la atención. El fenómeno alcanzó
su punto álgido en la segunda mitad del siglo XX y especialmente en el cuarto de siglo
entre 1950 y 1975, sin que quepa duda que en el meollo de esta historia se encuentra lo
que ha representado la escuela de Annales de manera especial.
136 Los tres grandes historiadores españoles que hemos considerado aquí son incluidos
siempre entre los más notables que el país ha dado en la edad contemporánea. Los tres
han tenido la historiografía francesa en un lugar esencial de su formación y de su obra. La
recepción de lo francés no es difícil de periodizar en los contenidos mismos de lo
transmitido y en el contexto más amplio de la historia de ambos países. Tanto la aparición
de los hombres de Annales, a partir de 1929, como la crisis española subsiguiente en los
años treinta marcan sin dificultad el cierre de una primera etapa de esta recepción que
había ganado en importancia desde el último decenio del siglo XIX. Es la etapa de
formación de la historiografía contemporánea, bajo la impronta general de las ideas
positivistas y los esfuerzos por crear una disciplina y un método propios. La clave de la
365
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original inglesa es de 1958 (citado W. H. WALSH, Filosofía de la historia).
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editor, Pamplona, 1999 (citado A-D. XÉNOPOL, Teoría de la historia).
NOTAS
1. El caso paradigmático y bien conocido es el de la disputa Sociología-Historiografía en el
tránsito del siglo XIX al siglo XX, recogida y comentada en muy diversas publicaciones y que es
uno de los grandes hitos de la historia de las ciencias sociales en Francia. Véanse los comentarios
modernos de G. NOIRIEL, Sobre la crisis de la historia.
2. A estas razones alude Ph. BESNARD, «Esquisse historique», p. 20.
3. La propia expresión théorie de l’histoire es ella misma francesa o al menos su uso más difundido
se hace entre los historiadores franceses. El lenguaje y la tradición de la Revue historique de
Gabriel Monod la acepta.
4. No es cuestión de extenderse aquí sobre la importancia de la producción de origen filosófico
acerca de la Historia y la historiografía, a la que hoy se podría añadirla especulación desde el
campo de la teoría de la literatura posmodernista (Hayden White, Hans Kellner, Anskermitt y
demás). Ambas producciones no son muchas veces claramente discernidas en su ubicación
intelectual por lo propios historiadores. La distinción entre dos filosofías, la sustantiva y la
analítica, arranca de los propios filósofos analíticos. Una distinción que está claramente
expresada en la obra de W. H. WALSH, Filosofía de la historia, que distinguía entre una filosofía
«especulativa» y una filosofía «crítica» de la historia.
5. Una debilidad que ha sido destacada –y sírvanos esta constatación de contraejemplo en
materia de influencia– por el historiador español J. FONTANA en su conocido artículo «Ascenso y
decadencia de la escuela de los Annales».
6. G. PASAMAR ALZURIA e I. PEIRÓ MARTÍN, Historiografía y práctica social; ID., Los inicios, G. PASAMAR
ALZURIA, Historiografía e ideología; ID., Corrientes; E. HERNÁNDEZ SANDOICA, «La historia
contemporánea». No existe aún, a nuestro juicio, una convincente y reciente historia de la
historiografía española para los siglos XIX y XX.
7. G. PASAMAR ALZURIA e I. PEIRÓ MARTÍN, Los inicios.
8. J. A. MARAVALL, Teoría.
9. Destaquemos entre ellos algunos de los que se contienen en A. ALBEROLA (ed.), Estudios en
especial los de A. Ortí, J. J. Carreras y J. Fontana. El libro en conjunto es una recopilación de
trabajos desiguales, como parece inevitable. Existe una biografía del historiador, la de V. RAMOS,
Rafael Altamira, tampoco de especial calidad y diversos conjuntos de estudios publicados por
discípulos y amigos mexicanos, pues en México transcurrió fundamentalmente la última etapa de
la vida de Altamira con posterioridad a la Guerra Civil. Algunas de las obras de Altamira han sido
objeto de reedición (ver en la bibliografía final de este artículo).
10. R. ASÍN VERGARA, «La obra histórica de Rafael Altamira», en A. ALBEROLA (ed.), Estudios, p. 371.
Hago esta cita meramente como corroboración de algo evidente como es la influencia francesa.
Los estudios del autor citado sobre Altamira no son, en mi opinión, de gran valor, ni por su
profundidad ni por su acierto. Limitar la influencia no francesa a Bernheim y Buckle es una
369
completa superficialidad, como veremos más abajo. La influencia de Renan es por su parte
bastante irrelevante.
11. R. ALTAMIRA, Cuestiones. La primera edición de esta obra es de 1904. Fue reeditada y ampliada
en 1935. Aquí hemos utilizado la edición de 1904.
12. Ibid., p. 213.
13. Seguramente un error por germanófobos.
14. R. ALTAMIRA, Cuestiones, pp. 205 y passim.
15. E igual hace en su otra más conocida obra La enseñanza de la historia, a la que nos referiremos
después.
16. R. ALTAMIRA, Cuestiones, a partir de la página 282.
17. E. LAVISSE et alii, La enseñanza de ta historia. Obviamente no debe confundirse con la obra
anterior del mismo titulo del propio Altamira. En esta obra participa con un capítulo sobre «Uso
y crítica del material de enseñanza». Al final hay un apéndice de M. B. Cossío para la edición
española: «Sobre la enseñanza de la historia en la Institución».
18. A NIÑO RODRÍGUEZ, Cultura y diplomacia, p. 331.
19. París, 1902.
20. P. LACOMBE, De l’histoire. Existe una edición en castellano publicada por Espasa-Calpe en
Barcelona en 1948.
21. R. ALTAMIRA, Filosofía; ID., Proceso histórico, obra floja y de información anticuada de la que
parece desafortunado hasta el título. Existen inéditos de Altamira sobre cuestiones referentes a
metodología, manejados por algunos autores pero que nosotros no empleamos aquí.
22. En efecto, como hemos dicho, las fechas de la primera y segunda edición son 1904 y1935.
23. R. ALTAMIRA, Cuestiones, p.5.
24. Así lo cree J. J. CARRERAS, «Altamira y la historiografía europea», en A. ALBEROLA (ed.), Estudios,
p. 396.
25. A-D, XÉNOPOL, Teoría.
26. R. ALTAMIRA, Cuestiones; p. 14.
27. Nos referimos a R. ALTAMIRA, Procero histórico, ya comentado.
28. J. A. MARAVALL, Teoría.
29. El subrayado es del propio Altamira.
30. R. ALTAMIRA, Cuestiones, p. 83.
31. El parágrafo sobre «materialismo histórico» comienza en la p. 94.
32. Es curioso que dos recientes exegetas españoles de la obra de Altamira opinen exactamente lo
contrario acerca de su recepción del marxismo. Mientras para Juan José Carreras, Altamira en
modo alguno entendió nada del caso ni le interesaba, para Josep Fontana es el único que entiende
algo del marxismo en el momento. Creo que ninguno de los dos atina propiamente en su juicio.
Altamira se mantiene lejos del marxismo justamente desde sus posiciones krausistas, como todos
los intelectuales españoles de la misma formación y en función más que nada del «organicismo».
Verlas respectivas colaboraciones de estos dos autores en A. ALBEROLA (ed.), Estudios.
33. R. ALTAMIRA, Cuestiones, p. 94 (el subrayado es del propio Altamira).
34. J. FONTANA, «El concepto de la historia y de la enseñanza de la historia en Rafael Altamira», en
A. ALBEROLA (ed.), Estudios, p. 418. Fontana se refiere exactamente a este capítulo que Altamira
dedica al materialismo histórico.
35. R. ALTAMIRA, Cuestiones, pp. 105 ss.
36. Cita un artículo de Van Houten donde se hacía un repaso general de esa polémica entre
sociólogos e historiadores.
37. R. ALTAMIRA, Cuestiones, p. 135.
370
38. Las mejores observaciones sobre ello me parece que se contienen en el trabajo de A. ORTÍ,
«Regeneracionismo e historiografía: el mito del carácter nacional en la obra de Rafael Altamira»,
en A. ALBEROLA (ed.), Estudios, pp. 275-351 y especialmente pp. 304 ss.
39. Ibid., p. 303.
40. La primera edición de esa obra fue de 1891, publicada por el Museo Pedagógico de Instrucción
Primaria, Madrid, Fortanet, que no se puso a la venta, dice el propio autor, aunque circuló entre
colegas. La edición que efectivamente fue difundida es la de 1895, Madrid, Victoriano Suárez,
mucho más completa.
41. R. ALTAMIRA, La enseñanza, p. 87. Hago las citas por la edición de Rafael Asín Vergara (1997, ver
en la bibliografía), que me parece más asequible. Altamira pretende reforzar su opinión diciendo
que era la misma que la del historiador inglés Buckle, paradigma de la historiografía positivista,
por cierto.
42. Publicado en la Revue internationale de l’enseignement, que Altamira sigue muy de cerca.
43. R. ALTAMIRA, La enseñanza, p. 104.
44. Trata no sólo de las universidades sino de la École Normale Supérieure, el Collège de France,
la École Pratique des Hautes Études y la École des Chartes.
45. R. ALTAMIRA, La enseñanza, pp. 162 ss.
46. R. ALTAMIRA, La enseñanza, p. 169.
47. Ibid., pp. 192 ss.
48. Ibid., p. 195.
49. Ibid., p. 198.
50. Ibid., p. 198.
51. Ibid., p. 33.
52. Entendiéndose con ello aquella historia política que era la de la vida política en exclusiva y la
función en ella de los grandes personajes.
53. R. ALTAMIRA, La enseñanza, p. 201 (la palabra es subrayada por el mismo Altamira).
54. Ibid., pp. 177 ss.
55. Parece interesante destacar la atención que Altamira dedica al asunto de la influencia del
medio geográfico en la civilización y la importancia de esto para el análisis histórico, a partir de
lecturas de autores como Ritter o Hellwald, de la misma forma que muchos años después Jaime
Vicens reconocería el impacto que causó en su formación la lectura del libro de L. FEBVRE, La terre.
56. Así el capítulo IV, cuyo título es «Otras notas características de la historia moderna», es una
amplia disquisición sobre «la Moderna Historia», es decir, la nueva, que es lo que se trata, y no de
historia de la Edad Moderna como hoy podría leerse equivocadamente (R. ALTAMIRA, La enseñanza,
pp. 175-205).
57. Véanse las acertadas observaciones que hace sobre ello la contribución de M. PESET, «Rafael
Altamira en México: el final de un historiador», en A. ALBEROLA, Estudios; pp. 251-273.
58. Una información a añadir sobre este panorama en G. PASAMAR ALZURIA e I. PEIRÓ MARTÍN,
Historiografía y práctica social.
59. Z. GARCÍA VILLADA, Metodología. Se trata de una obra con una pervivencia tal que todavía se
hacían ediciones facsímiles de ella en 1977.
60. W. BAUER, Introducción. Esta traducción lo era de la segunda edición alemana de 1927. La
primera era de Viena, 1921. La cuarta edición castellana y última es de 1970. La obra de E.
BERNHEIM, Introducción, había tardado mucho más tiempo en verterse al español, pues la edición
original alemana era anterior a 1900 aunque las más conocidas y difundidas son de los primeros
años del siglo XX.
61. Sobre el panorama de la época ilustra el libro citado de G. PASAMAR ALZURIA, Historiografía e
ideología, ya citado, aunque está más dedicado a la historia institucional e ideológica que a la
historia de la historiografía propiamente.
371
62. Las difundidas obras de J. HUIZINGA, El otoño. Homo Ludens y otras se completaban con un
tratado metodológico como fue El concepto de historia del que se hicieron ediciones posteriores.
Paul HAZARD no fue metodólogo pero su idea de la historia expresada en la obra muy difundida La
crisis de la conciencia europea, fue muy celebrada.
63. ESTADO MAYOR DEL EJÉRCITO, Curso superior.
64. Son bien conocidas las obras de P. Stoianovich, P. Burke, S. Romano, los dos volúmenes de los
Mélanges Braudel al que nos referiremos después, además de los muy abundantes artículos de
revista y los estudios dedicados a algunos de los representantes de la escuela, en especial a Bloch
y Febvre. Para no hacer muy larga esta referencia limitémonos a la obra reciente de P. BURKE, La
revolución historiográfica, que publica una razonable bibliografía sobre el asunto.
65. Por supuesto el algo espeso libro citado de P. Burke ignora absolutamente el caso español.
66. Nos referimos a las bien conocidas obras de M. BLOCH, Introducción a la historia; L. FEBVRE,
Combates; F. BRAUDEL, La historia, junto a obras menos difundidas de Charles Morazé. Y ya que
hablamos de influencias francesas en el mundo de habla española, deberíamos destacar el
inmenso éxito que tuvo desde siempre la obra de Bloch cuyo título francés era Apologie pour
l’histoire ou Métier d’historien, aparecida en 1949 y que se vertió al español, como vemos, muy
pronto, en un excelente texto de Max Aub y Pablo González Casanova que, desgraciadamente,
cambiaron su hermoso título por el más convencional y comercial de Introducción a la historia.
Creo que no debe calificarse con palabra menos gruesa que la de «crimen» la nueva traducción
hecha por la misma editorial Fondo de Cultura Económica de la obra de Bloch según la edición
francesa de 1993 (del cincuentenario de la muerte de Bloch), a la que se tiene la indecencia de
titular en castellano Apología para [ sic] la Historia... sin que conozcamos ninguna protesta. La
traducción es ahora de María Jiménez y Danielle Zalavsky en un castellano torpe e impresentable
que queda a inmensa distancia del de Aub y Casanova y que encima pretende justificarse por las
traductoras y la editorial, que ni siquiera citan a los anteriores traductores, con la especie de la
mayor fidelidad al texto y «rectificación de libertades» o «intento de hacer más claras ciertas
frases» –cosas absolutamente injustificables. Por si faltara poco, la edición francesa –y la
española con ella– se acompaña de textos impertinentes y de dudoso gusto del hijo de Bloch,
Etienne Bloch, donde se ataca a Febvre, de añadidos que sobran absolutamente y de
introducciones de Jacques Le Goff o del mexicano Carlos Aguirre Rojas de las que perfectamente
podría haberse hecho gracia al lector. Sobre todo a! que conoce la hermosa versión anterior.
67. Destino, 17 de diciembre de 1949. Vicens celebra además que Braudel, coincidiendo con él
mismo, haya sustituido la «agresiva palabra geopolítica» por la de geohistoria. La revista Destino
es el vehículo en el que Vicens expondrá una muy importante parte de sus comentarios y noticias
a lo largo de muchos años, en los primeros de ellos con el seudónimo «Lorenzo Guillen» y
posteriormente con su nombre.
68. De una manera bastante juiciosa, Emilio Giralt, discípulo de Vicens, afirma que «es una
acroma conjeturar sobre si Vicens hubiese permanecido anclado en esa tendencia [la de Annales]
o hubiese evolucionado hacia planteamientos dialécticos y métodos marxistas» (ver su prólogo a
J. VICENS VIVES, Aproximación de la edición de Básica Salvat de 1970). El juicio de Giralt tal vez
podría explicitarse aún más en el sentido de lo poco previsible que resulta una evolución del
autoren ese sentido a la luz de su trayectoria intelectual, de sus mismas afirmaciones y de su
formación previa.
69. J. VICENS VIVES, Mil lecciones. Aunque ia obra fue reeditada luego por la Editorial Vicens Vives,
su primera aparición fue en el Instituto Gallach, Barcelona, 1951.
70. Ver J. TERMES, «La historiografía de la postguerra». El texto de Termes es una puntualizadón
sobre la figura de Vicens de gran interés en la línea de lo que aquí decimos.
71. Una de las ponderaciones de esta circunstancia en la vida de Vicens más precisas se hace en
V. L. ENDERS, Jaime Vicens Vives. Se trata de la tesis doctoral de una historiadora norteamericana,
372
94. Para el asunto del nacimiento de la «historia contemporánea», ver el estudio de J. ARÓSTEGUI,
«Antonio Pirala».
95. Puede hablarse entonces de la obra del comunista Jesús Hernández, publicada fuera de
España, se supone que porque contiene una tremenda diatriba contra el comunismo y su política.
96. Me refiero a las Primeras J ornadas de Metodología Aplicada de las Ciencias Históricas, cuyas
actas completas aparecieron en 1976. Se trata de un referente importante para el rastreo de las
huellas de las que tratamos aquí.
97. Mélanges Braudel.
98. En algún seminario impartido por Vilar en España comentaría que sus abundantes alumnos
hispanoamericanos venían informados en el marxismo a través siempre de la obra de Althusser y
Poulantzas cuyas posiciones historiográficas como pretendida exégesis de Marx, Vilar no ha
compartido nunca.
99. Destaquemos J. L. de la GRANJA SÁINZ y A. REIG TAPIA (eds.), Manuel Tuñón de Lara y J. L. de la
GRANJA SÁINZ, A. REIG TAPIA y R. MIRALLES (eds.), Tuñón de Lara. En 1981 la Universidad Menéndez
Pelayo publicó dos volúmenes de homenaje al historiador, Estudios sobre historia de España
(Homenaje a Manuel Tuñón de Lara), con estudios sobre la historia de España pero que no contiene
más material biográfico que una pequeña introducción de Pierre Vilar. Ver también el
monográfico Dedicado a Tuñón de Lara.
100. Lo más conocido es su Metodología de la historia social de España, varias ediciones desde 1972.
Existen otras publicaciones y artículos en revistas, de los que cabría destacar los publicados en
Sistema y algunas obras de divulgación como la muy bien hecha ¿Para qué la historial En esta
obrita, por ejemplo, la bibliografía citada al final, salvo dos autores británicos imprescindibles,
Thompson y Hobsbawm, y algún español, es la francesa de los autores de Annales y los marxistas
clásicos la que ocupa todo el listado. Los homenajes citados anteriormente, especialmente el de
1993, publican una amplia relación de sus obras.
101. J. ARÓSTEGUI, «Manuel Tuñón de Lara y la construcción de una ciencia historiográfica» J. L. de
la GRANJA SÁINZ y A. REIG TAPIA (eds.), Manuel Tuñón de Lara, pp. 143 ss.
102. Ibid., p. 147.
RESÚMENES
La historiografía española ha recibido las influencias conjuntas de las escuelas francesa, alemana
y anglosajona. Se puede esbozar la cronología de cada una de ellas. La teoría de la historia –
expresión de origen francés– remite a la capacidad de los historiadores de proponer una
teorización de su ciencia y de su práctica. En España, pocos fueron los historiadores que se
dedicaron a teorizar, exceptuando a los marxistas. Una teoría de la historia depende mucho más
de una teoría de la sociedad y de las ciencias sociales que de un discurso sobre el método
histórico. Sin embargo, hay autores que tratan en sus obras la construcción teórica de la historia
y reflejan las influencias exteriores y no dejan de ser contribuciones originales. Julio Aróstegui
nos invita a leer las obras de tres historiadores que son otros tantos hitos de la historiografía:
Rafael Altamira (1866-1951), Jaime Vicens Vives (1910-1960) y Manuel Tuñón de Lara (1915-1997)
L’historiographie espagnole a subi les influences conjuguées des écoles historiques française,
allemande et anglo-saxonne, dont on pourrait esquisser la chronologie. La théorie de l’histoire –
une expression d’origine française – repose sur la capacité des historiens à proposer une
374
théorisation de leur objet et de leur pratique. En Espagne, c’est un exercice auquel les historiens
ne se sont guère livrés, à l’exception des tenants du marxisme. Une théorie de l’histoire relève
plus d’une théorie de la société et des sciences sociales que d’un discours de la méthode
historique. Il existe cependant des auteurs dont la réflexion a porté sur la construction théorique
de l’histoire et dont les œuvres reflètent les influences extérieures et les apports originaux. À
travers l’examen de trois historiens, Rafael Altamira (1866-1951), Jaime Vicens Vives (1910-1960)
et Manuel Tuñón de Lara (1915-1997), Julio Aróstegui nous propose ainsi un itinéraire espagnol à
travers le siècle
Spanish historiography has been influenced by the French, German and Anglo-Saxon schools,
and the chronology of each of these influences can be traced. The theory of history –a term
introduced by the French– refers to the capacity of historians to theorize about their science and
praxis. Few historians have theorized in Spain apart from the Marxists. Any theory of history is
much more a theory of society and social sciences than a discourse on historical method.
Nevertheless, there are authors whose works address the theoretical construction of history and
reflect external influences but are original contributions for all that. Julio Aróstegui invites us to
read the works of three historians who are all landmarks in Spanish historiography: Rafael
Altamira (1866-1951), Jaime Vicens Vives (1910-1960) and Manuel Tuñón de Lara (1915-1997)
AUTOR
JULIO ARÓSTEGUI
Universidad Complutense, Madrid
375
El historiador en España:
condicionantes y tribulaciones de
un gremio
L’historien en Espagne : conditionnements et vicissitudes d'une
corporation
The historian in Spain: circumstances and tribulations of a profession
1 Se quiere clausurar este coloquio reflexionando sobre la «condición del historiador», pero,
sin duda, aquí es donde las condiciones que nos afectan a historiadores franceses e
hispanos divergen en más de lo que pudieran coincidir a simple vista. Por eso no será la
comparación lo que me ocupe, sino el análisis de nuestra actual situación profesional en
España. En este sentido, es previo aludir al doble contenido del concepto castellano de
condición, que hace referencia tanto a la naturaleza y carácter del oficio de historiador,
como a las circunstancias o contextos en que se desenvuelve dicho estado social. Es
preciso desglosar, por tanto, las relaciones que se establecen en esa condición que es, a la
par, naturaleza y circunstancia, y así perfilar al historiador en su doble condición de
profesional y de funcionario, porque esa naturaleza y esa circunstancia son las que nos
cualifican en España, y esto sin olvidar otros datos que igualmente nos condicionan en un
país que sólo lleva algo más de veinte años de democracia, y que, aunque se ha recorrido
de prisa mucho trecho, seguimos arrastrando déficits acumulados en cuarenta años de
dictadura. Se nos agolpan, por tanto, retos educativos y profesionales, ya miremos al
futuro de una sociedad crecientemente internacionalizada e informatizada, ya nos
planteemos nuestra tarea desde la organización de las universidades en el actual Estado
de las Autonomías de España.
2 Por lo demás, este texto se presenta como propuesta para un debate entre especialistas,
no con demasiada confianza, porque si en otra ocasión me pareció justo subrayar las
razones para el optimismo, y esto pudo resultar excesivo1, ahora tampoco puedo derivar
al fatalismo pesimista, porque sigo pensando que la crítica y autocrítica de nuestra
376
divulgación, las obras de especialistas se han quedado literalmente en ese escaso sector
que no rebasa ni tan siquiera a los del mismo área o época. Así nos encontramos con que
hay de hecho una radical incomunicación y desconocimiento de las investigaciones entre
los especialistas no sólo de historia medieval con los de historia moderna, o los de
moderna con los de contemporánea, sino que incluso entre los mismos profesionales de
historia contemporánea se puede constatar que aquellos especializados en el siglo XX
apenas descienden a leer las investigaciones monográficas sobre el siglo XIX, o los del
siglo XIX apenas se comunican con los problemas planteados sobre los siglos XVII y XVIII.
21 Pues si esto ocurre dentro del mismo campo historiográfico, ¿qué podríamos decir con
respecto a la amplia y creciente producción del resto de ciencias sociales? Y en este punto
procede subrayar otra de nuestras tribulaciones, compensada, sin duda, por la comodidad
de los que disfrutamos de la condición de funcionarios. Se trata de la competencia con
otros saberes que hoy ostentan la primacía intelectual en nuestra sociedad. Por un lado,
proclamamos y exigimos y abogamos y nos entusiasmamos con la necesaria e inevitable
interdisciplinariedad. Sin embargo, en la realidad la actitud dominante es de oídos sordos
a lo que se hace en otras disciplinas, eso si no se descubre una soterrada rivalidad con
sociólogos, antropólogos y economistas cuyos paradigmas se han desplegado en estos
últimos años como explicaciones más prestigiosas y con mayor audiencia intelectual.
Semejante tribulación se transforma en congoja cuando a esta rivalidad le sumamos el
desplazamiento del papel social del historiador nacional por el periodista o comunicador
de los medios de masas audiovisuales. En efecto, se comprueba con facilidad que hemos
dejado de tener el protagonismo que el historiador tuvo en la organización de la memoria
colectiva desde la segunda mitad del siglo XIX, cuando –como se ha recordado páginas
arriba– los historiadores nacieron como prolongación intelectual de las exigencias
orgánicas del Estado liberal. Además, aquel peso que los historiadores tuvieron en un
sistema educativo que era prácticamente el único vehículo de información y formación
para las clases medias y altas que accedían a los institutos y a la universidad, hoy ha
desaparecido. Las mentalidades de los grupos sociales dominantes y de la ciudadanía en
su conjunto no se configuran exclusivamente a través de los recursos que ofrece el
sistema educativo. Sin adentrarnos ahora en el análisis sociológico de cómo se forma la
mentalidad ciudadana de un país, lo que sí cabe subrayar es la evidencia de que hoy en
España ni el historiador tiene el monopolio de la información del pasado, ni la historia
ocupa la primacía entre las ciencias sociales.
22 Si coincidiéramos en que, en efecto, se ha producido tal desplazamiento de la primacía de
la historia entre las ciencias sociales, esta situación no debe ser excusa para lamentos ni
añoranzas de tiempos pasados, ni para enfrentamientos con el resto de las disciplinas
sociales. Por el contrario, nos permite plantear la necesidad de que el historiador ante
todo evite transformarse, por mor de nuestros ensimismamientos gremiales, en el nuevo
anticuario de la posmodernidad. Por eso, nuestro oficio, visto desde la perspectiva
universitaria, debería revitalizarse en primer lugar reforzando la relación con nuestros
colegas de enseñanza primaria y secundaria, tan historiadores como los que estamos en
centros universitarios o de investigación. Pero simultáneamente con el compromiso de
buscar fórmulas de conexión con los profesionales de los medios de comunicación de
masas, auténticos intermediarios de las demandas sociales y decisivos divulgadores de
historia frente a lo que se enseña en el sistema educativo. No para suplantarlos, que es
quizás la tentación, sino para transmitir lo que acaparamos en estrechos circuitos de
especialización, cuando hoy se sabe fehacientemente que el conocimiento de la historia,
384
como el resto de los conocimientos sociales, procede cada vez más de fuera de las aulas
(medios de comunicación, televisión, películas, cómics, etc.),y que el alumnado articula
sus estereotipos sobre el pasado desde otros puntos de información y formación que no
están desde luego en las aulas9.
23 En conexión con tal panorama se plantea otro aspecto nuevo de nuestra profesión. Que la
docencia está infravalorada en una doble dimensión. Por una parte, por la ruptura
existente entre la universidad y el resto del sistema educativo; y por otra parte, por la
propia desvalorización en el seno de la universidad cuando a la enseñanza se la califica
oficiosamente como «carga docente». En efecto, la incomunicación de la universidad, de
nuestros departamentos de historia, con los profesores de enseñanzas medias, principales
responsables de la transmisión y reproducción de los saberes históricos, se ha
incrementado gravemente en las dos últimas décadas. Ni siquiera la coordinación de las
enseñanzas secundarias para las pruebas de acceso a la universidad ha canalizado algún
tipo de intercambio fructífero en lo referido a contenidos y formas didácticas. Como
mucho, la actitud displicente de resignación ante una supuesta bajada de nivel
generalizado, como si eso no fuera también de nuestra incumbencia, sino exclusivamente
«culpa» –ese concepto tan judeocristiano– del gobierno, siendo que nosotros también
somos Estado, funcionarios de una administración cuyas normas y directrices aceptamos
según nos convenga. Más drástica es la ausencia de comunicación entre la universidad y
los maestros de enseñanza primaria. Por eso, no es difícil corroborar la existencia de dos
tipos de historias escritas y enseñadas, la académica universitaria y la simplificada
escolar, con contenidos contradictorios en muchos casos. Baste recordar el caso de los
Reyes Católicos: una cosa es lo que se enseña y se sabe en la universidad sobre el
significado del matrimonio entre Isabel y Fernando, y otra bien distinta lo que se enseña
en los institutos de secundaria, que, a su vez, difiere de modo palmario entre los centros
ubicados en Castilla o en Valencia, por ejemplo.
24 Así, tal carencia de relaciones y de fluidez en el trasvase de conocimientos, de problemas,
de formas de transmisión del saber histórico, no sólo es grave por lo ya enunciado, sino
además por esa permanente despreocupación didáctica que caracteriza a los docentes
universitarios, aunque sean redactores de manuales de secundaria. La consecuencia es
palpable y está asumida sin reparos: que en nuestras facultades la enseñanza es una
«carga docente», mientras que la investigación es lo que otorga prestigio y méritos. Sin
embargo, si nos ajustásemos a la legalidad, los departamentos universitarios deberían
abordar obligatoriamente su relación con el resto de los niveles del sistema educativo,
porque ya la Ley de Reforma Universitaria definió con precisión la institución del
departamento universitario como una «unidad docente y de investigación». Si, por
consiguiente, es tan importante la docencia como la investigación, eso podría significar
que también forma parte de la docencia la reflexión didáctica así como la conexión con
los niveles no universitarios. Incluso se podría aventurar algo que puede sonar a herejía,
que tendríamos que replantearnos las formas y métodos de enseñar en las aulas
universitarias, una cuestión prácticamente inédita en nuestros coloquios, o en nuestras
inquietudes o en las reuniones de nuestros departamentos cuando se debaten los planes
de estudio, como si tales deliberaciones fueran cosa de maestros de primaria.
25 Si esto ocurre en lo referido a la docencia, en lo concerniente a la investigación se
detectan características que obligan a la autocrítica, aunque es cierto que se constatan
datos para el optimismo. Contamos con más dinero que nunca para investigar, la ley e
incluso la moda obliga a que se solicite y se gaste en equipo, sea por convocatorias
385
estatales, o por los recursos que destinan las comunidades autónomas y las entidades
financieras. Sin embargo, en lugar de programas coherentes de investigación, realmente
interdisciplinares, con bastante frecuencia nos embarcamos en proyectos diseñados bajo
grandes epígrafes que hacen de pantallas para estar integrados en las normativas
curriculares que permitan acceder a otros recursos, como las becas o los contratos, las
acciones concertadas, las partidas presupuestarias para coloquios, viajes, informática, etc.
En definitiva, la investigación está avanzando con notables resultados en la mayoría de
los casos, pero excesivamente desconectada entre sí, y produce resultados sólo accesibles
a los expertos, bien por su excesiva compartimentación (temática y geográficamente),
bien porque su propia escritura sólo es comprensible para los iniciados. En bastantes
trabajos especializados abundan las páginas carentes de hipótesis nuevas, porque
responden sobre todo a la lógica del rito de la tribu historiográfica, eso que alguien
describió como la tarea de «recuperar informaciones del olvido de los archivos para
enterrarlas en el olvido de las bibliotecas».
26 El resultado es una memoria fragmentada en diversos niveles para distintos públicos. Son
diferentes, por sus contenidos e interpretaciones, los discursos elaborados para la
divulgación o para la especialización, los desplegados en las conmemoraciones oficiales y
los planteados en los congresos académicos, como diferentes son los imaginarios sociales,
la memoria enseñada, o la articulación de memorias alternativas, como puede ser el caso
de la memoria nacional catalana, gallega o vasca. Esto sin contar con que existen
importantes desarrollos de la investigación que, incluso dentro de España, se llevan a
cabo a espaldas los unos de los otros. Ocurre, por ejemplo, si se echa un vistazo a la
historiografía local y regional, donde pareciera que el rango de las obras no lo da el
método y los resultados sino la supuesta jerarquía política del ámbito geográfico, y
pudiera ocurrir que se valorase como tema de rango nacional el análisis de un periódico
del País Vasco, aunque sus lectores apenas hayan llegado a unos miles, mientras que la
investigación de toda la prensa de Castilla - La Mancha se la catalogue como historia local.
O lo que es más grave, que la incomunicación entre etapas históricas sea de tal calibre que
los contemporaneístas desconozcan, por ejemplo, las investigaciones con que se está
renovando el conocimiento de los siglos medievales, con las consecuencias que esto
conlleva para relacionar los procesos históricos peninsulares.
27 Y es que, en definitiva, la actual estructura del poder universitario fomenta la
compartimentación del conocimiento porque está basada tanto en las lealtades y
jerarquías institucionales como en las rivalidades personales y en las comodidades de
nuestra condición de funcionarios, lo que está dificultando enormemente la articulación
de trabajos cooperativos continuados. No basta con echar las culpas a la egolatría –ese
vicio tan propio del intelectual–, sino que habría que desentrañar los condicionantes
sociales de esta egolatría y de sus correspondientes clanes académicos, palpables por
ejemplo en los criterios con que se organizan las citas bibliográficas en un trabajo. Sin
duda no se podría obviar entre esos condicionantes la cómoda posición funcionarial que
nos permite a los historiadores actuar con criterios que no tienen por qué responder
obligatoriamente a exigencias de calidad, porque no tenemos que rendir cuentas ante
nadie, sólo ante nuestro propio gremio. No dejamos de estar, sin duda, en un campo de
relaciones de poder y desde tal entramado es desde el que nos planteamos los temas, los
contenidos y las formas de la investigación, lo mismo que la organización de los
departamentos universitarios. Sería prolijo a este respecto adentramos no sólo en las
relaciones del saber histórico con los poderes socialmente constituidos, sino además
386
entrar en los vericuetos de la organización del poder académico para poder precisar los
modos en que se reproduce y recluta, porque todos criticamos los mecanismos escritos,
legales, del control de plazas y medios, pero damos por válidos y somos cómplices y
artífices de esos otros mecanismos no escritos, o no legalizados de control del sistema
universitario.
investigación histórica debe formular y definir sus interrogantes, afinar sus métodos y
perfilar sus relaciones con las otras ciencias sociales, sino que, a partir de tal
planteamiento, el historiador tenga presente que su trabajo se inscribe en un lugar social,
y en función de ese lugar en la sociedad y de su medio de elaboración, se despliegan las
cuestiones que lo guían en su quehacer profesional. Al historiador corresponde como
experto escucharlo todo, aunque es previo que defina su lugar, su tarea y su relación en la
sociedad, a sabiendas de los mitos, prejuicios y deformaciones de la memoria que lo
condicionan y que él también contribuye a formar. Y, desde luego, en el nuevo milenio ya
no se puede escuchar sólo desde las lindes de aquellas naciones que se fraguaron en el
siglo XIX, ni de aquellas perspectivas ciudadanas en cuyos relatos seguimos inmersos. Por
eso, creo que no es descabellado exigir el sentido crítico como parte del oficio de modo
que contribuya a construir una memoria libremente elegida, abierta a otras solidaridades.
Así los historiadores podríamos comprometernos con nuevos caminos de tolerancia y de
justicia, porque si la óptica multiculturalista puede apoyar nuevas relaciones de
solidaridad, la historia en tal caso podría ayudar a tomar las distancias necesarias para
elaborar un pensamiento libre, sin ataduras a coartadas de esencias culturalistas.
31 Es la responsabilidad con que se puede analizar los cambios que afectan a nuestra
profesión y a la perspectiva de un saber social inmerso en la construcción de categorías
sociales. Por eso, los cambios derivados de la lenta emergencia de una historia comparada
pueden romper el encapsulamiento nacionalista que nos amaga, ya sea desde el «ser
español» –resucitado políticamente en los últimos años por distintas circunstancias–, ya
desde la llamada de cualquier otro «ser nacional» que imponga el sentir de la patria sobre
la historia de las personas. En nuestra actual coyuntura, por tanto, no resulta superfluo
reclamar en España que se desactiven los debates de calado patriótico, en cualquiera de
sus dimensiones, que se contextualicen los correspondientes mitos fundacionales, para
que se logre internacionalizar la experiencia historiográfica no sólo en sus aspeaos
académicos sino en la construcción de unas categorías que recojan la polifonía de una
comunidad mundial. Puede ser una de las vías que apuntale la ambición de explicar el
devenir de las sociedades sin orillar la especificidad de cada cultura.
32 A este respecto, conviene recordar otro cambio decisivo, que el siglo XX ha modificado el
concepto clásico de ciencia al descubrir los límites de la posibilidad de un conocimiento
completo de la realidad. Hay conciencia de la imposibilidad teórica de reducir cualquier
realidad a unas leyes simples y universales. Así, lo que algunos agoreros han calificado
como el final de la historia o como la peor de las crisis del saber histórico –por no haber
sabido profetizar la caída de la URSS, por ejemplo– no es tanto la crisis de una disciplina
cuanto la crisis y el final de un modelo mecanicista de interpretación de la realidad. Hay
que replantearse la relación con las ciencias de la naturaleza, y si los historiadores
decidimos mirarnos una vez más en sus métodos, debe ser para incluir las consecuencias
que conlleva esa nueva concepción de la objetividad científica basada en un tiempo plural
que incluye una racionalidad en la que también existe el caos. Por otra parte, el cambio
con mayor potencialidad subversiva se ha producido con la historia de género, porque
desde la historia clásica, en sus vertientes política y social, hasta especialidades
aparentemente ajenas como la historia de las religiones, no se pueden explicar, por
ejemplo, sin desentrañar el diferente compromiso de hombres y mujeres con las creencias
y con las correspondiente institucionalización de las mismas. Cuánto más si se abordan
temas referidos a la historia de los procesos económicos, o de los modos de consumo, o de
las emigraciones.
388
33 Por supuesto que tales cambios y los nuevos retos no significan echar por la borda cuanto
se ha reflexionado, amasado y perfilado en nuestra disciplina, porque si somos
profesionales de algo es justo del oficio de guardar la memoria, cuanto más amplia y
compleja, más cierta y crítica. Y en este sentido, es de justicia revitalizar interrogantes
que son clásicos en la configuración de nuestro saber como disciplina autónoma y que a
veces, por imperativos del presente político, se echa sobre ellos la losa del olvido. Me
refiero explícitamente a las cuestiones que la poderosa inteligencia de Marx puso en el
escenario mundial de las ideas, sin que esto sea pretexto para operaciones de añoranza, ni
para anclajes dogmáticos en versiones que tanta tragedia humana han provocado.
Porque, en definitiva, como relata Manuel Rivas en su novela El lápiz del carpintero:
Las fronteras de verdad son aquellas que mantienen a los pobres apartados del
pastel.
34 Y semejante realidad global también nos concierne éticamente como profesionales.
BIBLIOGRAFÍA
Bibliografía
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[3 vols.], Santiago de Compostela, Historia a Debate, 1995 (citado Historia a debate).
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XXI, 1988 (citado M. BERMAN, Todo lo sólido se desvanece en el aire).
CASULLO, Nicolás, El debate modernidad/posmodernidad, Buenos Aires, Ed. El Cielo Por Asalto, 1993
(citado N. CASULLO, El debate).
CIRUJANO MARÍN, Paloma, Teresa ELORRIAGA PLANES y Juan-Sisinio PÉREZ GARZÓN, Historiografía y
nacionalismo español (1834-1868), Madrid, CSIC, 1985 (citado P. CIRUJANO MARÍN et alii, Historiografía).
PASAMAR ALZURIA, Gonzalo, e Ignacio PEIRÓ MARTÍN, La Escuela Superior de Diplomática: los archiveros
en la historiografía española contemporánea, Madrid, Anabad, 1994 (citado G. PASAMAR ALZURIA e I.
PEIRÓ MARTÍN, La Escuela Superior de Diplomática).
SÁNCHEZ NISTAL, José María, Massimo MONTANARI, Emilio FERNÁNDEZ DE PINEDO et alii, Problemas
actuales de la historia. Terceras jornadas de estudios históricos (Salamanca, 1991), Salamanca,
Universidad de Salamanca, 1993 (citado Problemas actuales).
NOTAS
1. J.-S. PÉREZ GARZÓN, «Sobre el esplendor».
2. Ver G. PASAMAR ALZURIA e I. PEIRÓ MARTÍN, La Escuela Superior de Diplomática; I. PEIRÓ MARTÍN, Los
guardianes; y de P. CIRUJANO MARÍN et alii, Historiografía.
3. El País, 4 de abril de 1999.
4. En este aspecto no se ha llevado a cabo esa historia comparada que con tanta frecuencia a
veces se reclama, pero se podría avanzar la tesis de que el exilio intelectual español de 1939 no
tiene parangón ni en cantidad, ni en calidad ni en sus efectos, con ningún otro país europeo. En
Alemania, el restablecimiento de la democracia en 1945 evitó las secuelas de desertización
cultural que hubo en España.
5. Es cierto que Vicens o Pidal o Carande o Caro Baroja rehicieron o prolongaron de un modo u
otro lo que ya estaba en marcha antes de la guerra, pero nunca sabremos desgraciadamente qué
hubiera pasado no sólo si hubiesen seguido aquí, por ejemplo, Bosch Gimpera, Sánchez Albornoz,
y la larga nómina de exiliados (me refiero al ámbito de las ciencias sociales en este caso), sino
sobre todo si hubiese existido libertad y posibilidad de prolongar los contactos y relaciones con el
resto de Europa. Si antes habían florecido los impulsos renovadores y los resultados habían dado
pie a que, desde la generación de 1868, con los Giner, Clarín, Galdós o Menéndez Pelayo, hasta las
generaciones del 98,14 ó 27, se hable de una «edad de plata» de la cultura y de la ciencia, ¿por qué
no pensar en posibles nóminas de intelectuales como las de esas generaciones, y no que tengamos
que debatir sobre el valor de personajes de dudosa trayectoria y escasa aportación intelectual?
Sin duda, se valoran por sí mismos y por su influencia personalidades como la de Vicens o Caro
Baroja, pero muy poco más, por mucho que hoy algunas voces traten de rehabilitar algunos
nombres de esos años.
6. M. BERMAN, Todo lo sólido se desvanece en el aire.
7. Sobre la configuración, las incertidumbres y la crítica tanto de la modernidad como de lo
posmoderno, no es el momento de referirse a la producción de todos los autores implicados en tal
debate, ya sean Marshall Berman, Perry Anderson, J. Habermas, A. Huyssen o los Foucault,
Lyotard, Deleuze y Vattimo. Baste, por tanto, remitirse a la compilación de N. CASULLO, El debate.
8. Por supuesto que, además de los autores citados, se han publicado aportaciones a la reflexión
teórica sobre todo en revistas especializadas (Ayer, Historia Social, Recerques, Historia
Contemporánea, Studia Historica, Historiar, L'Avenç...), pero, en cualquier caso, sin el eco y el debate
merecidos, como ha ocurrido con los balances historiográficos que, por ejemplo, ha publicado M.
Pérez Ledesma sobre el carlismo o sobre la revolución burguesa, cuyos planteamientos se quedan
sin interlocutores, como ya había ocurrido con otros trabajos similares, como los publicados en
Tendencias en Historia, en Problemas actuales, y en Historia a debate.
9. Es decisiva a este respecto la tesis doctoral presentada por R. LÓPEZ FACAL, O concepto.
390
RESÚMENES
Las condiciones socioculturales que permitieron el nacimiento del historiador dependen
íntimamente, tanto en Francia como en España, del fortalecimiento del Estado liberal en el siglo
XIX. En España, las alternancias políticas de aquel siglo y el empeño extremado de los
historiadores en querer definir a toda costa la identidad española, ejercieron una presión muy
fuerte. La sangría intelectual que supuso el exilio posterior a 1939 suspendió de forma drástica la
renovación historiográfica del primer tercio del siglo XX. Hubo que esperar hasta la década de los
años setenta para que algunas figuras aisladas que luchaban contra la opresión intelectual de la
dictadura pudieran dar un nuevo empuje a la ciencia histórica. Hoy en día, los historiadores y los
profesores de historia ejercen su profesión en el contexto de la masificación de las universidades
y la modernización de la enseñanza secundaria. La escasez de debate teórico, el peso de las
normas y reglas del gremio docente, la separación de las especialidades y de los periodos
históricos son el freno que imposibilita la exposición libre y serena de los retos a los que la praxis
histórica se ve confrontada. Sin una profunda reforma de estos mecanismos más o menos
implícitos, los historiadores españoles de hoy no sabrán dar respuesta a la demanda social de la
nueva sociedad española
In both France and Spain, the emergence of socio-cultural conditions necessary for the existence
of historians was a direct consequence of the entrenchment of the liberal State in the 19th
century. In Spain, developments were very much influenced by political swings in the 19th
century and by the determination of historians to define a Spanish identity at all costs. The
intellectual drain of exile post-1939 brought the historiographic renewal of the first third of the
20th century to a drastic halt. It was not until the 1970s that some isolated figures, struggling to
throw off the intellectual oppression of the dictatorship, succeeded in providing fresh impetus to
historical science. Today, historians and teachers of history work in a context of mass access to
university education and modernization of secondary education. The absence of theoretical
debate, the subjection of the teaching profession to rules and regulations and the
compartmentalization of specialities and historical periods, all combine to stifle a free and
untrammelled examination of the challenges facing historical praxis. Without a thoroughgoing
391
reform of these conditions, all more or less implicit, Spanish historians today will be unable to
address the demands of the new Spanish society
AUTOR
JUAN-SISINIO PÉREZ GARZÓN
Universidad de Castilla - La Mancha
392
François Bédarida
1 Sans tomber dans l’autosatisfaction, on peut soutenir que, tout compte fait, les historiens
disposent en France d’une situation plutôt confortable. Dans l’échelle des valeurs de la
société, ils tiennent une place plus qu’honorable. Au milieu de la polyphonie de la
production intellectuelle, ils bénéficient de considération, d’autorité, de notoriété. Sans
aller jusqu’à dire qu’ils trônent dans l’espace public, c’est un fait que l’histoire passionne
les esprits et qu’elle a la faveur du grand public. Deux raisons expliquent ce privilège des
historiens français : d’une part, l’héritage prestigieux dont ils sont détenteurs ; d’autre
part, le statut favorisé dont dispose la discipline historique dans l’espace public.
2 Sur leur glorieux héritage, il n’y a pas besoin de s’appesantir. La lignée est éclatante qui
va de Chateaubriand, Guizot, Thiers, Tocqueville, Michelet, par Renan, Fustel de
Coulanges, Seignobos, à Lucien Febvre, Marc Bloch, Fernand Braudel ! Peut-on imaginer
plus éclatant cortège ?
3 En revanche il convient de se pencher quelque peu sur la posture particulière de l’histoire
dans la société française. Car son prestige dans le public, si c’est bien un trait marquant
de notre temps, est aussi un phénomène ancien. Le recours au savoir historique a
fonctionné depuis longtemps et continue de fonctionner comme matrice de la conscience
nationale. Incontestablement l’histoire occupe une place centrale dans la culture et dans
l’identité – personnelle et collective – des Français. D’autant que la discipline historique
ressemble à un Protée : à la fois genre littéraire, curiosité intellectuelle, savoir
scientifique, pratique civique et sociale. De là l’interrogation sans fin sur un passé
national « qui ne passe pas », de Clovis aux guerres de Religion, de la Révolution française
aux drames du XXe siècle. À considérer cette position privilégiée dans l’habitus social et
culturel des Français depuis le XIXe siècle, on peut parler, à la suite de Philippe Joutard,
d’une véritable « passion française ».
4 En témoignent les controverses récurrentes sur l’enseignement de l’histoire, qui
entraînent des mobilisations périodiques et des affrontements souvent vifs entre camps
opposés. Un sommet a été atteint en 1982, lorsque le président de la République lui-même
393
a lancé en Conseil des ministres une mise en garde solennelle en déclarant : « Un peuple
qui n’enseigne pas son histoire est un peuple qui perd son identité. » Il s’en est suivi la
création d’une commission d’enquête, puis des journées nationales et un grand colloque à
Montpellier ouvert par le Premier ministre en personne... En réalité, cet alarmisme,
partagé au demeurant par de bons esprits, n’avait nulle raison d’être. La mission que
s’était fixée François Mitterrand (qui y tenait beaucoup – il m’a répété la même chose
dans une interview en 1995, en parlant même du « magistère » de l’historien –) était le
fruit d’un préjugé tenace et procédait d’un pessimisme excessif. Il ne s’agit point ici de
nier l’ignorance de beaucoup d’élèves, mais cela ne met nullement en cause le statut de
l’enseignement de l’histoire dans le secondaire ni dans le primaire – d’ailleurs lié
significativement à l’enseignement de l’instruction civique (confiée en général aux
mêmes enseignants). Gardons-nous toutefois de verser dans le triomphalisme. L’heure a
plutôt été l’examen de conscience au cours des années 90 chez les historiens français,
assaillis de doutes et d’incertitudes. On a alors abondamment glosé sur la « crise de
l’histoire », non sans y mêler quelques complaisances et contradictions.
5 Après un premier temps où nous nous attacherons à un retour sur le passé – démarche
nécessaire pour saisir les mutations de la discipline historique et l’évolution du métier
d’historien depuis deux siècles –, nous aborderons le présent, ses enjeux et ses
controverses.
délibérations ou de décisions. Dès lors une coupure radicale est instaurée entre passé et
présent, le premier n’étant connaissable qu’à travers les traces – ce qui fonde le domaine
du savoir –, le second étant abandonné aux fluctuations des passions, de la mémoire et de
l’affect – ce qui en fait le domaine des journalistes et des littérateurs.
9 Il s’ensuit que la connaissance historique commence avec l’écriture et s’arrête avec
l’ouverture des archives. Conséquence inévitable : avec une telle approche se trouve
privilégiée l’histoire politique et diplomatique, tandis que la révolution des Annales
consistera pour une part à faire passer au premier plan l’histoire économique et sociale
(en attendant le renversement des années 1970 qui réhabiliteront l’histoire politique et
dynamiseront l’histoire culturelle). Autre conséquence : le primat de l’histoire de
l’Antiquité et de l’histoire du Moyen Âge, alors que les temps les plus proches, c’est-à-dire
depuis le XVIIIe siècle, et a fortiori contemporains, sont jugés pollués par les querelles
politiques. On croit par là pouvoir se tenir à l’abri des incursions des affaires du jour, bien
que l’historiographie soit alors dominée par deux débats brûlants : le débat sur la
Révolution française et le débat sur le concept de nation (en particulier à propos de
l’Alsace-Lorraine et des colonies).
10 Parallèlement à l’emprise de l’histoire « méthodique » – nous dirions aujourd’hui
« positiviste » –, la sociologie du monde des historiens évolue. S’il subsiste un secteur
indépendant vigoureux, quoique composite et diffus, où l’on compte en grand nombre les
historiens amateurs et d’où sort une production historique considérable (et surtout
largement répandue dans le grand public), les gros bataillons sont fournis par les
historiens professionnels. Contribuent au processus aussi bien le développement des
universités et des grands établissements (Collège de France, École Pratique des Hautes
Études, École Normale Supérieure, École des Chartes, École Libre des Sciences Politiques)
que l’élargissement de la profession aux sciences auxiliaires de l’histoire (philologie,
paléographie, diplomatique, exégèse), ce qui identifie modèle universitaire et histoire
savante,
l’« école » des Annales, prestigieuse et puissante, tient la vedette, avec pour place forte la
VIe Section de l’École des Hautes Études.
13 Toutefois, deux restrictions sont à apporter. D’abord, on doit reconnaître le faible
engagement dans l’espace public de la plupart des figures représentatives du mouvement.
Sur cette abstention civique et politique, il n’est que de se référer à l’autocritique de Marc
Bloch lui-même, qui a reconnu dans L’étrange défaite :
Nous n’avions pas des âmes de partisans [...]. Nous filmes de bons ouvriers. Avons-
nous toujours été de bons citoyens ?
14 Après 1945, la tendance s’est même plutôt accentuée : un signe en est la quasi-disparition
de l’étude des phénomènes contemporains dans la revue, alors que c’était là une de ses
caractéristiques dans les années 30.
15 En second lieu, on note au cours des années 50 et 60 un creux dans l’influence des
historiens sur la société. Paradoxalement, au moment où l’école historique française (non
seulement les Annales, mais d’autres courants aussi) brille de tous ses feux et où les
historiens croissent rapidement en nombre, on assiste à une diminution de leur autorité
sociale – à la différence de leur autorité intellectuelle. En matière d’audience dans la
société (à part les cercles marxistes), on pourrait presque parler d’une « traversée du
désert ». Il est vrai que dans la France des « Trente Glorieuses », l’heure est à la
modernisation. Ée passé paraît dévalué. Le primat est à l’avenir. L’histoire se trouve de la
sorte reléguée dans la sphère de l’érudition : discipline savante et vénérable certes, mais
peu utile. Le résultat, c’est que l’historiographie a beau être au zénith intellectuel, elle
subit une véritable éclipse sociale.
et le présent avait été bien mise en lumière par Marc Bloch et Lucien Febvre, mais le
temps présent contraint à approfondir la notion d’historicité dans la complexité des
temporalités (individuelles ou collectives) et à s’interroger sur la trilogie passé-présent-
avenir, puisque la marche du devenir englobe le futur.
19 En troisième lieu, l’entrée en scène de la mémoire tend à bouleverser l’objet historique. À
coup sûr le souvenir est loin d’être une donnée nouvelle, mais le « travail de mémoire »,
selon l’expression de Paul Ricœur, oblige à s’interroger de manière renouvelée sur le
témoignage. La présence de témoins non seulement pose sous un jour nouveau la
question des sources, mais introduit un nouveau rapport au passé et au temps.
20 De plus, l’histoire du temps présent modifie l’équilibre des périodes étudiées. D’un côté, il
est difficile d’étendre ses innovations méthodologiques aux périodes anciennes, de
l’autre, elle explique la vogue de l’histoire contemporaine.
21 Autre caractéristique : cette histoire tend à atténuer la coupure entre professionnels et
non-professionnels de l’histoire, que ceux-ci soient des praticiens des sciences sociales ou
des journalistes.
22 Enfin, l’histoire du temps présent, loin de se réduire, comme certains le prétendent, à
l’histoire politique, s’applique à tous les champs historiques, de la démographie au
mouvement social, du travail aux croyances, des rapports de sexe aux relations
internationales, des sciences aux techniques. Encore qu’il convienne de prendre garde à
deux écueils : un impérialisme toujours menaçant et l’oubli de la dette immense
contractée à l’égard des fondateurs des Annales, Lucien Febvre et Marc Bloch.
NOTES
1. Krzystof POMIAN, Sur l’histoire, Paris, 1999, p. 378.
2. Paul VEYNE, entretien paru dans Sciences humaines, n° 98 (novembre 1998).
3. François BÉDARIDA, « L’historien régisseur du temps ? Savoir et responsabilité », Revue historique,
605, 1998, pp. 3-23.
RÉSUMÉS
Forts d’un prestige ancien et reconnu, les historiens en France participent puissamment à la
définition de l’identité nationale. Une double tradition, née au XIX e siècle, assure aux historiens
une place décisive dans le débat national. La « révolution » des Annales a redéfini la place de
l’histoire dans le débat intellectuel, mais paradoxalement cette domination évidente s’est
accompagnée dans les années 1950-1960 d’un déclin social de l’historien. L’avènement de
l’histoire du temps présent, les changements des rapports de la société française au temps et à la
mémoire modifient une nouvelle fois le statut de l’historien, qui semble appelé à devenir le
« régisseur du temps ». Expert social, érudit désintéressé, gardien de la mémoire : si le rôle de
l’historien varie selon les sensibilités et les réflexions, il n’en demeure pas moins essentiel à la
société : c’est de la place qu’on lui accorde que dépend notre rapport au temps passé
Backed up by unquestioned prestige, French historians know that it is their duty to contribute to
a definition of the national identity. The privileged position of historians in the national debate is
399
born of a dual tradition originating in the 19th century. The «revolution» of the Annales helped to
define the place of historical science in intellectual debate; but paradoxically, this dominant
position coincided with a decline in the social status of historians. Today, the status of the
historian is again in flux under the pressure of contemporary history and the changes of
perception in the French historical memory with the passage of time: the historian is apparently
required to be a «régisseur du temps», an expert in social issues, a disinterested scholar and a
guardian of the collective memory. The role may change in response to the sensibilities and the
discourse of the protagonists of society, but it is still essential. The role assigned to the historian
depends on our own relationship with the past
Respaldados por un prestigio indiscutible, los historiadores franceses saben que su deber es
contribuir a la definición de la identidad nacional. Una doble tradición, nacida en el siglo XIX,
proporciona a los historiadores un sitio excelso en el debate nacional. La «revolución» de los
Annales permitió definir el lugar de la ciencia histórica en el debate intelectual, pero al mismo
tiempo, y de forma paradójica, este predominio del historiador coincidió con el declinar social de
su estatus. Hoy en día, el empuje de la historia del tiempo presente, los cambios de percepción
que experimenta la sociedad francesa con el tiempo y en la memoria modifican de nuevo el
estatuto del historiador: se le exige al parecer que sea un «régisseur du temps», un perito de lo
social, un erudito desinteresado, un guardián de la memoria colectiva. Si su papel cambia según
las sensibilidades y las reflexiones de los actores sociales, no por ello deja de ser trascendental
para la sociedad. El papel que le asignamos depende de la relación que mantenemos con el pasado
AUTEUR
FRANÇOIS BÉDARIDA
Centre National de la Recherche Scientifique, Paris
400
Resúmenes
401
Resúmenes
1 Jacques Dalarun
GEORGES DUBY
La importancia de la obra de Georges Duby se justifica tanto por su dimensión como por
su difusión que no se limita al entorno de los medievalistas sino que llega a un amplio
círculo de lectores no especialistas. La variedad de los temas estudiados es la clave de este
éxito: historia de las estructuras sociales y económicas, historia de las mentalidades, de la
mujer, del arte, de los sentimientos y de los acontecimientos. También se explica por la
coherencia que, poco a poco, crecía a medida que el historiador publicaba sus obras. Por
su estilo esmerado y su capacidad para entrecruzar las interpretaciones y, también, por
sus planteamientos intelectuales originales, Georges Duby merece un lugar especial en la
escuela histórica francesa. Supo captar la atención de los lectores en aspectos
marginados, en territorios fronterizos que renovaron en profundidad lo que conocemos
acerca de las sociedades medievales.
2 Reyna Pastor
LA RECEPCIÓN DE LA OBRA DE GEORGES DUBY EN ESPAÑA
En la década de los años setenta, marcada por la dominación de la historia de las
instituciones y del derecho, la recepción de la obra de Georges Duby, frente a la de otras
corrientes entre las que destaca la anglosajona, supuso un profundo cambio metodológico
y temático. Por otra parte, esta renovación intelectual coincidió con la transición
democrática española, lo que orientó el debate hacia reflexiones sobre el materialismo
histórico y su traducción medieval, el estamento señorial bien sea eclesiástico o
aristocrático. Entre el momento en que se publicaron las obras de Georges Duby y su
traducción al español medió cada vez menos tiempo, lo que permitió un mejor
conocimiento de su trayectoria y fomentó una corriente de investigación en el mundo
ibérico. Sus reflexiones acerca del concepto de mentalidad abren pistas que convergen
progresivamente hacia una antropología histórica. Aunque los centros de investigación
españoles hayan superado con renovadas problemáticas sus primeros planteamientos,
Georges Duby fue y sigue siendo el inspirador indiscutible de la historia de la mujer en la
Edad Media en España.
3 Maurice Aymard
FERNAND BRAUDEL
El presente artículo propone una reflexión acerca de la estructura de la obra de Fernand
402
ciencia histórica desde principios del siglo XX. La clave de esta renovación fue una
relación más estrecha entre las ciencias sociales y la historia, y también un acercamiento
a los debates europeos, en especial al contexto francés. La figura de Rafael Altamira se
impone como hito y paso obligado para analizar esta «historia nueva». También otros
historiadores como Manuel Sales y Ferré, José Deleito y Piñuela, Pere Bosch Gimpera, Luis
Pericot colaboraron en esta renovación. Dentro de esta corriente, no muy importante, es
preciso situar la docencia y la obra de Jaume Vicens Vives y la influencia de Lucien
Fevbre, Marc Bloch y su revista. El progresivo despertar de una historiografía científica
en España fue el resultado de los esfuerzos aunados de varias generaciones de
historiadores maestros y discípulos que se transmitieron la antorcha de la renovación.
7 Gérard Chastagnaret
¿ES TODAVÍA COMPETITIVA LA HISTORIA ECONÓMICA FRANCESA?
¿Destaca la producción francesa en historia económica poique exporta sus conceptos y
sus métodos, o se impone por los resultados que ha conseguido? A esta pregunta, Gérard
Chastagnaret propone elementos de respuesta basándose en la observación de la
recepción de la historiografía económica francesa en España. Partiendo del hecho que
dicha historiografía pierde poco a poco su influencia, Chastagnaret muestra cómo la
diferencia de formación de los historiadores de la economía en España y en Francia
genera una serie de malentendidos que se manifiestan en métodos y problemáticas
distintas, o se plasman también en puntos de interés divergentes. A pesar de todo, es de
esperar que, gracias a la renovación de las investigaciones y encuestas, las dos
comunidades científicas podrán sacar el mayor provecho conociéndose mejor.
8 Marc Lazar
LA HISTORIA POLÍTICA EN FRANCIA
Cuestionada por el empuje de la sociología durkheimiana, por la escuela de los Annales,
por el vigor del marxismo y del estructuralismo, la historia política en Francia
experimenta un nuevo desarrollo. La consolidación de la historia del tiempo presente en
el ámbito científico también contribuye, al igual que algunas personalidades cuyos
trabajos renovaron las problemáticas (René Rémond, François Furet, Maurice Agulhon...).
Fragmentada en varios campos, la historia política en Francia es el centro de muchas
controversias acerca de lo que es, de sus relaciones con las demás ciencias sociales, de la
naturaleza de los fenómenos que estudia. Vigorosa y dinámica, la historia política en
Francia corre el riesgo, si no se abre a la comparación con la historia de otros países, de
encerrarse en una lógica basada únicamente en los debates políticos internos y en la
especificidad nacional francesa.
9 Elena Hernández Sandoica
LA HISTORIA POLÍTICA Y EL CONTEMPORANEÍSMO ESPAÑOL
La historia política contemporánea en España experimentó cambios coincidentes con las
mutaciones de la sociedad española en general. Siendo su trayectoria inseparable de la
transición democrática, de la transformación de la Universidad y, concretamente, de la
institucionalización de la historia contemporánea, ella da fe de una diversidad que es, al
mismo tiempo, real e ilusoria. Esta paradoja se explica por la permanencia de una historia
política que vacía de contenido cualquier problemática del «retour de», como se da el caso
en Francia, y por otra parte se explica por las divergencias entre los historiadores acerca
del contenido y los métodos de la historia política.
10 Yves-Marie Bercé
LA RECIENTE APARICIÓN DE UNA HISTORIA BAUTIZADA «HISTORIA CULTURAL»
404
13 Bernard Vincent
EL SEMINARIO PARISINO DE PIERRE VILAR
La influencia de Pierre Vilar en la historiografía española ha ocultado su influencia en
Francia donde ejerció su magisterio. Desde 1951 hasta 1976, el historiador dirigió un
seminario en la École Pratique des Hautes Études, al que acudían historiadores españoles
y franceses y de otros países. Los debates eran fecundos. Pierre Vilar siempre supo hacer
coincidir sus investigaciones sobre Cataluña y España con una reflexión teórica, y
también con un marco geográfico más amplio. Por eso fue un maestro ejemplar.
14 Rosa Congost y Jordi Nadal
LA INFLUENCIA DE LA OBRA DE PIERRE VILAR EN LA HISTORIOGRAFÍA Y LA CONCIENCIA
ESPAÑOLA
La vida y la obra de Pierre Vilar giran en torno a Cataluña, una región y una realidad que
fue la puerta por la que tuvo acceso a la historia de España. Puso su empeño en hermanar
su práctica de historiador con una reflexión teórica sobre la historia, y lo hizo valiéndose
de forma casi permanente de ejemplos sacados de la situación catalana. Esta peculiaridad
no se puede entender sin los datos biográficos de Pierre Vilar y de sus largas estancias en
Cataluña y de las amistades que allí consolidó. Su incorporación al mundo universitario
español fue tan importante que le valió el reconocimiento académico y, más tarde, el
éxito con los lectores. Es de subrayar la fecundidad de la obra de Pierre Vilar en unas
circunstancias históricas que pretenden infravalorar sin fundamento las aportaciones del
marxismo. Los libros de Pierre Vilar siguen siendo de gran ayuda para los españoles a la
hora de reflexionar sobre su propia historia.
15 Jaime Contreras
UN DETERMINADO ESTILO DE VIDA. REFLEXIONES SOBRE LA OBRA DE BARTOLOMÉ
BENNASSAR
Bartolomé Bennassar «inventó», en el primer sentido de la palabra, a Valladolid. Su tesis
sobre la ciudad castellana nació de una pregunta más general que el historiador novel se
hiciera sobre el destino de España, desde el apogeo del siglo XVI hasta el declive del siglo
XVII. Compartiendo la vida de los vallisoletanos de la posguerra (1950), Bennassar se
enamoró de esta ciudad de la que hizo una semblanza muy completa. Luego se dedicó a
explicar la historia de España. Ya presente en sus tesis, el estudio de las mentalidades y en
especial lo que de ellas revela el funcionamiento del Santo Oficio, formó el núcleo de
posteriores investigaciones y escritos. Por otra parte, el historiador subrayó la naturaleza
política del Tribunal de la Inquisición y las consecuencias de tipo ideológico y espiritual
de su acción. Las conclusiones de su labor investigadora se plasman en su obra L’homme
espagnol. Attitudes et mentalités du XVIe au XIX e siècle. Jaime Contreras insiste en la
coherencia de la obra de Bartolomé Bennassar y en el papel que desempeñó en la
elucidación de los grandes debates históricos e historiográficos de España.
16 Pierre Chaunu
MIS ESPAÑAS
En este texto autobiográfico, Pierre Chaunu cuenta su relación con España, desde su tesis
sobre el comercio atlántico de Sevilla hasta la biografía de Carlos V, publicada en el año
2000 en colaboración con Michèle Escamilla.
17 François Chevalier
LA CASA DE VELÁZQUEZ: UN LUGAR DE FORMACIÓN Y DIFUSIÓN DE LA INVESTIGACIÓN
FRANCESA (I)
En su ponencia, François Chevalier, director de la Casa de Velázquez de 1967 a 1979,
406
Résumés
1 Jacques Dalarun
GEORGES DUBY
L’importance de l’œuvre de Georges Duby est attestée tant par son ampleur que par sa
diffusion qui, loin de se limiter aux cercles des médiévistes, a atteint un public très large.
Cela s’explique par la diversité des thèmes abordés – l’histoire des structures sociales et
économiques, des mentalités, des femmes, de l’art, des sentiments, des événements – et
par la cohérence qui, peu à peu, s’est construite à mesure que l’historien livrait ses
ouvrages. La qualité de son écriture, le croisement des regards, les interprétations
proposées assurent à Georges Duby une place spécifique dans l’école historique française,
dans laquelle l’originalité de sa carrière tient aussi à ses choix intellectuels. Il a su attirer
l’intérêt et le regard vers des marges et des bordures dont la mise au jour renouvelait en
profondeur la connaissance des sociétés médiévales.
2 Reyna Pastor
LA RÉCEPTION EN ESPAGNE DE L’ŒUVRE DE GEORGES DUBY
Dans une historiographie espagnole marquée par la prédominance de l’histoire des
institutions et du droit, la réception des ouvrages de Georges Duby, à côté de celles
d’autres courants notamment anglo-saxons, contribue, à partir des années 1970, à un
profond renouvellement méthodologique et thématique. Qui plus est, la concordance de
cette rénovation intellectuelle avec la transition démocratique met au premier plan les
réflexions autour du matérialisme historique qui, concernant le Moyen Âge, tournent
autour de la seigneurie, qu’elle soit ecclésiastique ou aristocratique. Le raccourcissement
des délais entre la parution des livres de G. Duby et leur traduction en espagnol assure
une meilleure connaissance de son parcours, inspirant ainsi des recherches similaires
dans le domaine ibérique. Ses réflexions sur la notion de mentalité ouvrent des pistes qui
progressivement s’approchent d’une anthropologie historique. L’histoire des femmes au
Moyen Âge a trouvé en lui un inspirateur de premier plan, même si les propositions
actuelles des centres de recherche espagnols dépassent ses problématiques.
3 Maurice Aymard
FERNAND BRAUDEL
L’article propose une réflexion sur la structure de l’œuvre de Fernand Braudel qui,
articulée en trois livres, La Méditerranée, Civilisation matérielle, économie et capitalisme,
L’identité de la France, se déploie sur près d’un demi-siècle et qui se constitue de trois
410
de Jaume Vicens Vives ainsi que l’influence française de Lucien Febvre et Marc Bloch et
leur revue. Le progressif épanouissement d’une historiographie scientifique est ainsi le
résultat de la conjonction des efforts de plusieurs générations d’historiens, où maîtres et
disciples se sont passé le flambeau de la rénovation.
7 Gérard Chastagnaret
L’HISTOIRE ÉCONOMIQUE FRANÇAISE EST-ELLE ENCORE COMPÉTITIVE ?
La production française en histoire économique impose-t-elle ses mots, ses méthodes ou
force-t-elle l’attention par ses résultats ? À cette question, G. Chastagnaret apporte des
éléments de réponse en se fondant sur l’observation de la réception de l’historiographie
économique française en Espagne. Partant du constat de sa marginalisation progressive, il
montre comment la différence de formation des historiens économistes de part et d’autre
des Pyrénées aboutit à des incompréhensions qui se prolongent par des méthodes et des
problématiques distinctes, mais aussi à cause de centres d’intérêts parfois divergents.
Pourtant, tout indique, dans le renouvellement des enquêtes et des recherches, le
bénéfice que les deux communautés scientifiques auraient à retirer d’une meilleure
connaissance réciproque.
8 Marc Lazar
L’HISTOIRE POLITIQUE EN FRANCE
Remise en cause par l’attrait de la sociologie durkheimienne, par l’école des Annales, par
la vigueur du marxisme et du structuralisme, l’histoire politique en France connaît un
nouveau développement. La consolidation de l’histoire du temps présent dans le champ
scientifique y a beaucoup contribué, ainsi que des personnalités dont les travaux ont
renouvelé les problématiques (René Rémond, François Furet, Maurice Agulhon…).
Fragmentée en plusieurs nébuleuses, l’histoire politique française alimente des débats
autour de son objet, de ses rapports aux autres sciences sociales, de la nature des
phénomènes qu’elle étudie. Vigoureuse et dynamique, elle n’en risque pas moins, si elle
ne s’ouvre pas à la comparaison avec l’histoire d’autres pays, de s’enfermer dans une
logique uniquement fondée sur les débats politiques intérieurs et la spécificité nationale
française.
9 Elena Hernández Sandoica
L’HISTOIRE POLITIQUE ET L’HISTOIRE CONTEMPORAINE ESPAGNOLE
L’histoire politique contemporaine en Espagne a vécu ses mutations en même temps que
celles de la société espagnole dans son ensemble. Indissociable de la transition
démocratique, de la transformation de l’université – et, très concrètement, de
l’institutionnalisation de l’histoire contemporaine –, l’histoire politique présente une
diversité à la fois réelle et illusoire. Ce paradoxe tient d’une part à la permanence de
l’histoire politique, qui rend vaine toute problématique de « retour de », similaire à la
situation française et, d’autre part, aux divergences existant entre les historiens quant à
l’objet et aux méthodes de l’histoire politique.
10 Yves-Marie Bercé
L’APPARITION RÉCENTE D’UNE HISTOIRE DITE CULTURELLE
L’histoire culturelle bénéficie actuellement d’un effet de mode qui, au-delà de la visibilité
qu’elle en tire, trahit aussi une définition à la fois large et floue. Il convient d’abord de
retracer ses origines – l’histoire littéraire –, ses évolutions avec le passage par l’histoire
des mentalités, la conquête qu’elle a faite de nouveaux champs – l’histoire du livre, des
représentations – et enfin ses enrichissements problématiques liés aux variations propres
à chaque époque étudiée. Une histoire culturelle du Moyen Âge ne partage ni les mêmes
412
objets ni les mêmes ambitions que celle de l’époque contemporaine. Pour cette dernière,
l’extension à la dimension politique d’enquêtes attentives aux phénomènes culturels
contribue puissamment à la fortune présente de l’histoire culturelle. L’apport de la
bibliographie étrangère à la connaissance de l’histoire française est décisif, ainsi que ses
propositions méthodologiques, qu’il s’agisse de l’Alltagsgeschichte ou de la micro-histoire.
Par sa richesse et son succès, l’histoire culturelle n’est-elle pas tentée de devenir une
histoire totale ?
11 Manuel Peña Díaz
L’HISTORIOGRAPHIE FRANÇAISE DANS L’HISTOIRE CULTURELLE DE L’ÉPOQUE MODERNE
ESPAGNOLE
Plus qu’une histoire de la culture, souvent limitée à l’étude des élites ou du folklore,
l’histoire culturelle est un nouveau regard posé sur des situations vécues. Longtemps
marginalisée, elle a acquis ses lettres de noblesse grâce aux travaux de José Antonio
Maravall, Miquel Batllori et Julio Caro Baroja, restés cependant sans véritable
descendance. À leur côté, l’influence de l’hispanisme français, représenté par Marcel
Bataillon, Joseph Pérez, Augustin Redondo, François Lopez, Bartolomé Bennassar, etc., a
été considérable tant dans les problématiques et les thématiques que pour la
méthodologie. C’est ainsi, par exemple, que l’histoire du livre est devenue un champ de
recherches fécondes qui s’ouvraient à l’influence d’autres auteurs comme Roger Charrier.
L’histoire des mentalités, telle que la « nouvelle histoire » française la pratiquait, a suscité
des débats et engendré des adaptations en Espagne. Mais aujourd’hui, l’enjeu
historiographique est de trouver un discours qui permette de rendre compte de la
pluralité et de la polysémie des pratiques culturelles de l’Espagne à l’époque moderne.
12 Pierre Guichard
DE L’ESPAGNE MUSULMANE À AL-ANDALUS
C’est en 1976, avec le livre Al-Andalus. Estructura antropólogica de una sociedad islámica en
Occidente, que Pierre Guichard opère un renversement historiographique décisif dans
l’étude de l’Espagne musulmane. Dans la présente contribution, il examine les
antécédents de ses travaux et le développement des pistes qu’il a ouvertes, notamment
les critiques. La récupération du terme al-Andalus suppose aussi une restriction : elle
écarte de fait l’étude des musulmans placés sous domination chrétienne et celle des
morisques. Cependant, elle permet de sortir d’une historiographie par trop nationaliste et
de poser les questions spécifiques à une domination politique, territoriale et sociale
islamique. L’historiographie française et espagnole sont étroitement liées dans leur
exploration parallèle ou commune d’al-Andalus. Les relations scientifiques anciennes
entre des personnalités marquantes sont devenues des relations institutionnalisées entre
centres de recherches. Elles portent aussi l’empreinte de l’histoire de la présence
européenne au Maghreb et de la décolonisation. Enfin, le recours de plus en plus fort à
l’archéologie, auquel ont contribué de nombreux chercheurs français avec l’aide de la
Casa de Velázquez, a enrichi les connaissances et multiplié les hypothèses proposées au
débat. C’est dans ce contexte général que Pierre Guichard retrace les grands apports de la
recherche actuelle.
13 Bernard Vincent
LE SÉMINAIRE PARISIEN DE PIERRE VILAR
L’importance de Pierre Vilar dans l’historiographie espagnole a occulté son influence en
France. À l’École Pratique des Hautes Études, de 1951 à 1976, il a animé un séminaire où la
présence d’historiens tant espagnols que français ou d’autres nationalités a permis des
413
18 Didier Ozanam
LA CASA DE VELÁZQUEZ, LIEU DE FORMATION ET DE DIFFUSION DE LA RECHERCHE
FRANÇAISE (II)
D. Ozanam propose un regard sur les trois périodes (1947-1950, 1963-1969, 1979-1988)
qu’il a passées à la Casa de Velázquez d’abord comme boursier, puis comme secrétaire
général et enfin comme directeur. Il s’attache à montrer l’état des relations entre les
milieux scientifiques espagnols et français, leur évolution et le rôle de catalyseur que la
Casa est amenée à jouer tant par ses missions propres (organisation de colloques, de
recherches collectives, publications...) que par les travaux des membres qu’elle accueille.
19 Joseph Pérez
LA CASA DE VELÁZQUEZ DE 1989 À 1996
C’est dans le contexte d’une mutation de l’université française (loi Savary de 1984) et
donc d’une modification du doctorat que Joseph Pérez a développé sa politique à la tête
de la Casa de Velázquez. La rédaction d’un nouveau statut (1993) a entériné ces
changements. Qualité du recrutement, approfondissement de la coopération avec les
partenaires espagnols, multiplication des rencontres scientifiques, définition d’une
politique de publication, modernisation et aménagement des locaux ont constitué les axes
de l’action de J. Pérez.
20 Miguel Ángel Ladero Quesada
TRAJECTOIRES ET GÉNÉRATIONS. UN BILAN CRITIQUE : LE MOYEN ÂGE
De l’étudiant de Valladolid au professeur de l’Université Complutense, M. Á. Ladero
Quesada retrace à partir de son exemple personnel, qu’il se défend d’ériger en modèle
pour une génération, les liens qu’il a entretenus avec l’historiographie française.
Rappelant l’importance fondatrice des grands ouvrages de Lucien Febvre, Marcel
Bataillon, Fernand Braudel et Pierre Vilar dans le renouveau historiographique, il
souligne que l’influence qu’ont pu exercer les historiens français dépendait à la fois des
enquêtes menées et des curiosités propres à la communauté scientifique espagnole. D’où
le rôle et l’influence d’autres écoles historiographiques. L’auteur ébauche ainsi une large
fresque des apports problématiques et documentaires qu’un dialogue fécond entre
Espagnols et Français a générés, pour le plus grand profit de la connaissance du passé
médiéval. Mais il ne sous-estime pas pour autant la crise que vit la science historique dans
une société qui abandonne progressivement une culture spéculative et littéraire pour une
autre intuitive et essentiellement visuelle, appelant ainsi à une collaboration plus proche
entre les historiens des deux pays.
21 Pablo Fernández Albaladejo
« ET EGO IN ARCADIA »
Dans les années 1970, le recours à l’historiographie française a signifié pour les historiens
de l’Espagne moderne le renouvellement des méthodes et des problématiques qui
permettait la rupture avec la vision officielle et franquiste de l’« Espagne impériale ».
Même si l’on peut attribuer à J. Vicens Vives un rôle décisif dans la rénovation
historiographique, l’influence française a été déterminante pour le succès de celle-ci. Cela
tient à des noms propres – Pierre Vilar, Fernand Braudel –, mais aussi à un regard
nouveau porté sur l’histoire de l’Espagne par une génération d’étudiants. C’est désormais
« l’histoire des vaincus » qui comptait, et non plus l’histoire métaphysique et officielle. À
cette aspiration, l’école des Annales répondait par l’exemple et la méthode et donnait aux
jeunes doctorants de l’époque les moyens de proposer une autre lecture de l’histoire
moderne espagnole.
415
22 Jordi Canal
ADMONITIONS, MYTHES ET CRISES. RÉFLEXIONS AUTOUR DE L’INFLUENCE FRANÇAISE
SUR LA RECHERCHE ESPAGNOLE EN HISTOIRE CONTEMPORAINE
Jordi Canal propose les réflexions personnelles d’un historien jeune, qui ne prétend pas
incarner à lui seul sa génération, arrivée à la pratique de l’histoire au moment où
s’amorçait le recul de l’influence française dans le champ de l’histoire contemporaine,
outre les phénomènes de traductions et de circuits universitaires. L’apogée de l’école
anglo-saxonne, autour de personnalités comme Raymond Carr, ou encore la critique
marxiste de l’école des Annales, conjuguées au climat politique de la transition
démocratique expliquent cette situation. En Catalogne, le rayonnement de Pierre Vilar
demande de nuancer les premières analyses et d’offrir un autre panorama. Cependant,
dans tous les cas, la critique d’un certain sectarisme marxiste est nécessaire pour lever les
ambiguïtés et surmonter les faiblesses du débat historiographique en Espagne.
23 Julio Aróstegui
LA THÉORIE DE L’HISTOIRE EN FRANCE ET SON INFLUENCE SUR L’HISTORIOGRAPHIE
ESPAGNOLE
L’historiographie espagnole a subi les influences conjuguées des écoles historiques
française, allemande et anglo-saxonne, dont on pourrait esquisser la chronologie. La
théorie de l’histoire – une expression d’origine française – repose sur la capacité des
historiens à proposer une théorisation de leur objet et de leur pratique. En Espagne, c’est
un exercice auquel les historiens ne se sont guère livrés, à l’exception des tenants du
marxisme. Une théorie de l’histoire relève plus d’une théorie de la société et des sciences
sociales que d’un discours de la méthode historique. Il existe cependant des auteurs dont
la réflexion a porté sur la construction théorique de l’histoire et dont les œuvres reflètent
les influences extérieures et les apports originaux. À travers l’examen de trois historiens,
Rafael Altamira (1866-1951), Jaime Vicens Vives (1910-1960) et Manuel Tuñón de Lara
(1915-1997), Julio Aróstegui nous propose ainsi un itinéraire espagnol à travers le siècle.
24 Juan-Sisinio Pérez Garzón
L’HISTORIEN EN ESPAGNE : CONDITIONNEMENTS ET VICISSITUDES D’UNE CORPORATION
Les conditions socioculturelles de l’avènement de l’historien sont intimement liées, en
Espagne comme en France, à la consolidation de l’État libéral au cours du XIXe siècle. Les
aléas politiques ont continué de peser sur les historiens espagnols et sur leur vocation à
définir et dire l’identité nationale. La saignée intellectuelle de l’exil d’après 1939 brisa net
les effets de la rénovation historiographique du premier tiers du XXe siècle et ce n’est que
grâce à quelques personnalités isolées et dans le cadre d’une lutte pour se libérer du joug
de la dictature que, dans les années 1970, un saut qualitatif de renouveau des études
historiques fut fait. Aujourd’hui, c’est dans le cadre d’une université de masse et d’un
enseignement secondaire modernisé que les historiens et les professeurs d’histoire
exercent leur profession. L’absence de débats théoriques, les règles et les codes en usage
dans la corporation, le cloisonnement des spécialités et des chronologies sont autant de
freins à l’expression libre des enjeux de la pratique de l’histoire en Espagne. Sans une
profonde réforme de ces mécanismes plus ou moins implicites, les historiens actuels ne
répondront pas à la demande sociale de la nouvelle société espagnole.
25 François Bédarida
LE STATUT DE L’HISTORIEN EN FRANCE
Forts d’un prestige ancien et reconnu, les historiens en France participent puissamment à
la définition de l’identité nationale. Une double tradition, née au XIXe siècle, assure aux
416
historiens une place décisive dans le débat national. La « révolution » des Annales a
redéfini la place de l’histoire dans le débat intellectuel, mais paradoxalement cette
domination évidente s’est accompagnée dans les années 1950-1960 d’un déclin social de
l’historien. L’avènement de l’histoire du temps présent, les changements des rapports de
la société française au temps et à la mémoire modifient une nouvelle fois le statut de
l’historien, qui semble appelé à devenir le « régisseur du temps ». Expert social, érudit
désintéressé, gardien de la mémoire : si le rôle de l’historien varie selon les sensibilités et
les réflexions, il n’en demeure pas moins essentiel à la société : c’est de la place qu’on lui
accorde que dépend notre rapport au temps passé.
417
Abstracts
1 Jacques Dalarun
GEORGES DUBY
The importance of the work of Georges Duby lies not only its scope but also in its
influence, which is not confined to mediaevalists but is known to a wide circle of non-
specialist readers. The key to its success lies in the variety of subjects addressed: history
of social and economic structures, history of mentalities, of women, of art, of sentiments
and of particular events. Another reason is its coherence, which grew increasingly
evident as more works were published. His polished style, his ability to intermesh
interpretations and his own original intellectual insights have all earned Georges Duby a
special place in the French school of history. Duby was adept at enlisting readers’ interest
in aspects hitherto considered irrelevant –in marginal areas which eventually led to a
radical rethinking of what we know about mediaeval societies.
2 Reyna Pastor
THE WORK OF GEORGES DUBY IN SPAIN
In the 1960os, dominated by the history of institutions and laws, the work of Georges
Duby –unlike other currents, and particularly the Anglo-Saxon approach– gave rise to a
profound change in methodology and subject matter. This new intellectual stream
coincided with the démocratic transition in Spain, and the debate thus turned to
historical materialism and its application to the Middle Ages –that is, clergy and nobility
as the upper classes. With decreasing delays between the publication of Georges Duby’s
works and their translation into Spanish, his work became better known and indeed
prompted a new current of research in the Iberian world. His reflections on the concept
of mentality open up pathways that inexorably link up with historical anthropology.
Spanish research centres may discuss new problems not originally addressed, but Georges
Duby was and still is the prime promoter of the history of women in mediaeval Spain.
3 Maurice Aymard
FERNAND BRAUDEL
This article presents a discussion of the structure of Fernand Braudel’s work, as
represented by three books: La Méditerranée, Civilisation matérielle, économie et capitalisme,
and L’identité de la France. This corpus, written over a period of about fifty years,
constitutes a project at once unique and differentiated. M. Aymard seeks to show its unity
and its diversity through an analysis of the concepts of space and time developed by
418
Fernand Braudel. The author places Braudel’s other works within the triptych of the
three great productions, but at the same time he stresses that Fernand Braudel was after
all the author of La Méditerranée, a book which had already been well received by the
international scientific community, particularly the Spanish community, before it
achieved publishing success in the seventies. Indeed it was in Spain –specifically the
National Archive at Simancas– that Fernand Braudel considered his task as a researcher
and had the brilliant inspiration of extending it to the entire Mediterranean world.
4 Mona Ozouf
FRANÇOIS FURET
The work of François Furet raised immediate controversy. As a historian of the French
Revolution he posited an anti-Jacobin interpretation of that world-shaking event and
proposed a political reading of it. But is this reading –which saw the light in 1965 with the
publication of his book in collaboration with Denis Richet– still valid today? Mona Ozouf s
article ignores the paradoxical –one might almost say marginal– image of François Furet
and instead highlights the various facets of the historian’s work: a broad understanding
of the Revolution, not confined solely to the study of an event in its own time-frame but
opening up wider perspectives, establishing a single historical cycle running right up to
the present day. From this viewpoint Furet proposed a deeper analysis of political history
in a combination of historiography and intellectual history that sought to eradicate the
misleading concept of necessity from historical discourse.
5 Antonio Morales Moya
FRANÇOIS FURET
The work of François Furet was late in reaching Spain. Furet opposed the thenprevailing
Marxist interpretation of the French Revolution, confirming the insights of other
research on 18th-century Spain, especially those that highlighted the notion of the State
and reformist policies in the age of Enlightenment. Nevertheless, when Furet’s works
became known in Spain under the impulse of the second centenary of the French
Revolution (1789-1989), the level of criticism –some of it highly acrimonious– was such as
actually to question the scientific value of his research. This is understandable in light of
the situation of political transition in which Spanish historians found themselves at the
time, so that the Revolution could be viewed only in strictly Marxist terms as the
transition from feudalism to capitalism. Thanks to the profound changes in world politics
and intellectual attitudes since 1989-1990, it is now possible to review the work of
François Furet in a fairer and more accurate light.
6 Pedro Ruiz Torres
HISTORICAL SYNTHESIS OF THE ANNALES. FRENCH INFLUENCE IN THE EARLY STAGES OF
THE RENEWAL OF SPANISH HISTORIOGRAPHY.
It has frequently been stated that Spain lacks a historiographic tradition, much of the
blame for which has been laid at the door of the Franco regime and its conservative
ideology; however, now is a good time to appraise the first attempts at a renewal of
historical science in the early 20th century. The key factors in this renewal were the
narrowing gap between social sciences and history, and also a growing awareness of
European debates, especially in France. The key historian in any analysis of the «new
history» is undoubtedly Rafael Altamira. Other historians who participated in this
renewal included Manuel Sales y Ferré, José Deleito y Piñuela, Pere Bosch Gimpera and
Luis Pericot. Also relevant if less important are the teaching and writings of Jaume Vicens
Vives and the influence of Lucien Fevbre, Marc Bloch and his journal. The progressive
419
the methods applied, like Alltagsgeschichte or microhistory, has been decisive. Given its
richness and success, will cultural history become all history?
11 Manuel Peña Díaz
FRENCH HISTORIOGRAPHY IN THE CULTURAL HISTORY OF THE SPANISH MODERN AGE
Far from being a history of culture, normally confined to the study of elites or folklore,
cultural history is a new way of looking at concrete experiences. This kind of history was
long held at arm’s length; it gained recognition and a measure of prestige thanks to the
works of Antonio Maravall, Miquel Batllori and Julio Caro Baroja, but these had no true
disciples. The influence of French hispanists, including Marcel Bataillon, Joseph Pérez,
Augustin Redondo, François Lopez, Bartolomé Bennassar and others, has been decisive in
mapping out the problems and defining subjects and methodology. This is true of the
history of books, which is proving a fruitful field of research thanks to the works of other
researchers like Roger Chartier. The history of mentalities as expounded in the «nouvelle
histoire» in France has been the subject of debates and adaptations in Spain. The challenge
facing Spanish historiography today is to come up with a discourse capable of reflecting
the plurality and polysemy of cultural practices in Spain in the modern era.
12 Pierre Guichard
FROM MUSLIM SPAIN TO AL-ANDALUS
In 1976 Pierre Guichard’s book Al-Andalus. Estructura antropológica de una sociedad islámica
en Occidente marked a turning-point in the historiography of Muslim Spain. In this article
the author examines the trajectory of his own prior contributions, the perspectives that
he has opened up and the criticisms that he has received. The retrieval of the term al-
Andalus implies a restriction in that the scope of the work excludes the Muslims under
Christian dominion and the Moriscos. On the other hand, it provides a way out of an
excessively nationalistic historiography and makes it possible to address the problems
relating specifically to an Islamic political, territorial and social dominion. French and
Spanish historiography run side-by-side in their parallel or common exploration of al-
Andalus. What were once scientific relations between prominent personalities have
developed into institutionalized relations between research centres. Developments also
reflect the importance of the European presence in the Maghreb and decolonization.
Finally, Pierre Guichard highlights the growing role of archaeology, in which numerous
French researchers have been involved, with the assistance of the Casa de Velázquez.
Archaeology has considerably enriched the fund of knowledge and has generated
hypotheses for future research. Pierre Guichard gives an account of the latest research on
the subject within this general framework.
13 Bernard Vincent
THE PARIS SEMINAR OF PIERRE VILAR
The influence of Pierre Vilar in Spanish historiography has outshadowed his influence in
France, the country where he taught. From 1951 to 1976, Vilar directed a seminar at the
École Pratique des Hautes Études, which was attended by historians from France, Spain
and other countries. The debates were highly productive. Pierre Vilar always managed to
extract theoretical lessons from his research on Catalonia and Spain and to place it within
a wider geographical context. In this sense he was an exemplary teacher.
14 Rosa Congost and Jordi Nadal
THE INFLUENCE OF THE WORK OF PIERRE VILAR ON SPANISH HISTORIOGRAPHY AND
SPANISH CONSCIOUSNESS
The life and work of Pierre Vilar hinge upon Catalonia, a region and a reality through
421
upon to play in connection with its own remit (organization of conferences, collective
research, publications) and with the scientific input of its members.
19 Joseph Pérez
THE CASA DE VELÁZQUEZ FROM 1989 TO 1996
Joseph Pérez was director of Casa de Velázquez at a time of renewal marked by a major
change in the law relating to university organization (Savary Act of 1984, which altered
the French doctorate system). One of the products of the new legal framework was the
approval of a new statute for the Casa de Velázquez. The main achievements of Joseph
Pérez’s directorship were stricter selection of members, reinforced cooperation with
Spanish scientific institutions, more frequent scientific conferences, definition of an
editorial policy and the modernization of facilities.
20 Miguel Ángel Ladero Quesada
TRENDS AND GENERATIONS. A CRITICAD APPRAISAL: THE MIDDLE AGES
M, Á. Ladero Quesada offers a personal appraisal of his relations with French
historiography from his years as a student at Valladolid to his appointment to a chair at
the Universidad Complutense in Madrid, although he does not see them as standard for a
whole generation of Spanish historians. While stressing the beneficial influence of the
works of Lucien Febvre, Marcel Bataillon, Fernand Braudel and Pierre Vilar on the
regeneration of historiography in Spain, Ladero Quesada recalls that this influence was
mediated by the research in progress and the foci of interest of the Spanish scientific
community –which also explains the role and influence of other schools of
historiography. With that qualification, Ladero Quesada reviews the analytical and
documentary achievements of Spanish and French researchers, which happily expanded
the fund of knowledge about Spain’s mediaeval past. Such positive results should not be
allowed to obscure the crisis currently affecting historical science in a culture where the
speculative and the literary is progressively giving way to the intuitive and the visual. In
this critical context, collaboration between historians of both nations is more imperative
than ever.
21 Pablo Fernández Albadalejo.
«ET EGO IN ARCADIA»
In the 1970s, French historiography brought to modern historians in Spain a new
methodology and a change in focus which jarred with the Franco regime’s official vision
of «Imperial Spain». While there is no denying the importance of Jaime Vicens Vives as a
promoter of historiographic renewal in Spain, the French influence was decisive on two
fronts: dissemination of the works of Pierre Vilar and Fernand Braudel, and a new
approach to the history of Spain espoused by a rising generation of students. This turned
the focus to the «history of the vanquished», while the metaphysical inspiration behind
official history gradually disappeared. The Annales school furnished an example and a
method with which research students were able to develop a fresh new approach to
modern Spanish history.
22 Jordi Canal
ADMONITIONS, MYTHS AND CRISES. REFLECTIONS ON FRENCH INFLUENCE ON
CONTEMPORARY SPANISH HISTORIOGRAPHY AT THE CLOSE OF THE 20TH CENTURY
As a young historian, Jordi Canal presents his personal reflections rather than claiming to
speak for his generation. He began his career as a historian at a time when the French
influence in the field of contemporary history was waning. He identifies three principal
factors in this decline –the vigour of the Anglo-Saxon school with such personalities as
423
Raymond Carr, the consequences of the Marxist critique of the Annales school, and the
democratic transition in Spain. Other factors include the problem of translations and
circulation of information in the Spanish university System. However, in Catalonia
especially, the dissemination of the work of Pierre Vilar promises more hope for the
future. At all events, he argues, there is a current of Marxist-inspired sectarianism that
needs to be addressed if we are to overcome the ambiguities and weaknesses of
historiographic debate in Spain.
23 Julio Aróstegui
THE THEORY OF HISTORY IN FRANCE AND ITS INFLUENCE ON SPANISH HISTORIOGRAPHY
Spanish historiography has been influenced by the French, German and Anglo-Saxon
schools, and the chronology of each of these influences can be traced. The theory of
history –a term introduced by the French– refers to the capacity of historians to theorize
about their science and praxis. Few historians have theorized in Spain apart from the
Marxists. Any theory of history is much more a theory of society and social sciences than
a discourse on historical method. Nevertheless, there are authors whose works address
the theoretical construction of history and reflect external influences but are original
contributions for all that. Julio Aróstegui invites us to read the works of three historians
who are all landmarks in Spanish historiography: Rafael Altamira (1866-1951), Jaime
Vicens Vives (1910-1960) and Manuel Tuñón de Lara (1915-1997).
24 Juan-Sisinio Pérez Garzón
THE HISTORIAN IN SPAIN: CIRCUMSTANCES AND TRIBULATIONS OF A PROFESSION
In both France and Spain, the emergence of socio-cultural conditions necessary for the
existence of historians was a direct consequence of the entrenchment of the liberal State
in the 19th century. In Spain, developments were very much influenced by political
swings in the 19th century and by the determination of historians to define a Spanish
identity at all costs. The intellectual drain of exile post-1939 brought the historiographic
renewal of the first third of the 20th century to a drastic halt. It was not until the 1970s
that some isolated figures, struggling to throw off the intellectual oppression of the
dictatorship, succeeded in providing fresh impetus to historical science. Today, historians
and teachers of history work in a context of mass access to university education and
modernization of secondary education. The absence of theoretical debate, the subjection
of the teaching profession to rules and regulations and the compartmentalization of
specialities and historical periods, all combine to stifle a free and untrammelled
examination of the challenges facing historical praxis. Without a thoroughgoing reform
of these conditions, all more or less implicit, Spanish historians today will be unable to
address the demands of the new Spanish society.
25 François Bédarida
THE HISTORIAN IN FRANCE
Backed up by unquestioned prestige, French historians know that it is their duty to
contribute to a definition of the national identity. The privileged position of historians in
the national debate is born of a dual tradition originating in the 19th century. The
«revolution» of the Annales helped to define the place of historical science in intellectual
debate; but paradoxically, this dominant position coincided with a decline in the social
status of historians. Today, the status of the historian is again in flux under the pressure
of contemporary history and the changes of perception in the French historical memory
with the passage of time: the historian is apparently required to be a «régisseur du temps»,
an expert in social issues, a disinterested scholar and a guardian of the collective
424
memory. The role may change in response to the sensibilities and the discourse of the
protagonists of society, but it is still essential. The role assigned to the historian depends
on our own relationship with the past.
425
Índice
África: 409.
África del Norte: 206.
África del Sur: 352.
AGLIETTA, Michel: 120.
Alemania: 85, 87, 88, 90, 92, 342, 366, 371, 427.
ALLIX, André: 9, II.
Alsacia-Lorena: 427.
ALTAMIRA, Rafael: 85-86, 88, 89, 90, 91, 92, 95, 96, 226, 287, 367, 369, 370-380, 388, 389, 393,
396, 399, 400.
ALTHABE, Gérard: 10.
ANES ÁLVAREZ, Gonzalo: 98, 99, 101, 217, 233, 273, 410.
Antiguo Régimen: 55, 58, 65, 74, 75, 85, 103, 111, 118.
Anuario de Historia del Derecho Español: 409.
Aragón: 318.
Archivo de la Chancillería: 243.
Archivo General de Indias: 257, 269.
Archivo General de Simancas: 243, 256, 313.
Argel: 193, 194.
ARGULLOL, Enrique: 100.
ARTOLA GALLEGO, Miguel: 65, 85 (y n. 7), 97, 103, 104, 220, 411.
Austria: 130.
ÁVILA, María Luisa: 203.
BATAILLON, Marcel: 101, 103, 179, 180, 217, 267, 273, 313, 329, 330.
Bélgica: 378.
BELLON, Bertrand: 121.
BERNAL, Antonio Miguel: 269, 270, 271, 272, 274, 276, 277, 278, 279, 280, 282, 283.
BERR, Henri: 88, 93, 94, 95, 99, 312, 325, 368, 386, 395.
Bilbao: 101.
BILBAO, Luis María: 330.
BLOCH, Marc: 9-11, 13, 23, 27, 74, 93, 94, 95, 98, 99, 100, 102, 130, 225, 267, 268, 311, 313, 323,
338, 345, 348, 355, 368, 383, 390, 397, 425, 428, 429, 430.
BLOCKMANS, Wim: 321.
Borgoña: 319.
BORKENAU, Franz: 130.
BOSCH GIMPERA, Pere: 92, 93, 95, 355, 411 (n. 5).
BRAUDEL, Fernand: 9, 10, 41-52, 54, 97, 98, 99, 100, 101, 103, 104, 181, 219, 241, 242, 256, 258,
259, 266, 267, 268, 287, 288, 313, 325, 331, 332, 345, 368, 383, 384, 390, 397, 400, 425, 428.
BRESC, Henri: 318, 320.
430
CARANDE, Ramón: 85 (n. 7), 96, 217, 286, 287, 314, 389, 410 (n. 5).
CARO BAROJA, Julio: 178, 179, 181, 267, 268, 273, 278, 279, 320, 410 (n. 5), 411 (.-5).
Casa de Velázquez: 8, 29, 180, 183, 184, 191, 197, 198, 199, 204, 205, 206, 207, 208, 217, 225,
257, 258, 263, 267-283, 314, 315, 322, 337, 408.
CASANOVA, Julián: 84, 351, 414.
Cataluña: 76, 98, 103, 155, 181, 186, 223, 224, 225, 226, 227, 228, 230, 242, 318, 352.
CENARRO, Ángela: 343.
CHARTIER, Roger: 133, 168, 182, 183, 184, 185, 319, 339, 346, 384.
CHAUNU, Pierre: 103, 110, 267, 286, 287, 314, 321, 325, 332, 383.
Checoslovaquia: 130.
CHÉDEVILLE, André: 319.
CHEVALIER, François: 270, 273, 274, 276, 278, 280, 283, 288, 289, 290, 291.
Coloquios de Pau (Tuñón de Lara): 85 (n. 7), 101 (n. 42), 103, 343, 399.
X Coloquio: 84.
COMBESSIE, Jean-Claude: 269, 276, 277, 278, 281.
Contrarreforma: 264.
CORBIN, Alain: 342.
DELÉAGE, André: 9.
DELEITO Y PIÑUELA, José: 89, 90, 91, 93, 94, 96, 97.
DRAIN, Michel: 269, 270, 272, 275, 276, 279, 280, 281.
DUBY, Andrée: 3.
DUBY, Georges: 3-20, 21-40, 42, 100, 182, 273, 312, 317, 319, 339, 352, 355, 401.
Estrasburgo: 394.
Estudios de Historia Moderna: 98, 391, 396, 397.
ÉTIENNE, Robert: 272, 280.
Fascismo: 130.
Jean: 315.
FEBVRE, Lucien: 9, 10, 27, 43, 50, 74, 93, 94, 95, 97, 98, 99, 100, 102, 130, 167, 223, 246, 256,
267, 268, 311, 313, 345, 368, 381, 383, 390, 392, 393, 397, 425, 429, 430, 431.
FELIU DE LA PENYA, Narcís: 353.
FONTANA, Josep: 74, 86, 98, 99, 100, 101, 103, 150, 218, 233, 234, 344, 345, 346, 347, 352, 355,
375, 398, 399, 411, 414.
FORCADELL, Carlos: 84.
Francia: 85, 87, 88, 89, 90, 91, 95, 99, 102, 104.
FRANCO BAHAMONDE, Francisco: 14, 83, 84, 86, 89, 95, 100, 102, 103, 104, 147, 217, 398-401.
Franquismo: 156.
Frente Popular: 72.
FRIEDMANN, Georges-Philippe: 9.
GARCÍA CÁRCEL, Ricardo: 178, 179, 180, 181, 345, 348, 352.
GARCÍA DE VALDEAVELLANO, Luis: 85 (n. 7), 96, 101 (n. 42), 226, 233, 369, 382, 388.
GRAMSCI, Antonio: 9.
Guerra Civil: 285, 342, 369, 370, 381, 382, 388, 393, 397, 402, 410.
Guerra de Argelia (1954-1962): 127, 230.
GUERREAU, Anita: 318.
Hispanoamérica: 365.
Histoire littéraire de la France de Dom Rivet: 165.
HOBSBAWM, Eric J.: 342, 354, 384.
HOMO, Léon: 9.
HUBERT,Jean: 270.
Japón: 342.
JARA, Alvaro: 219.
JOVER ZAMORA, José Maria: 83, 84, 83 (n-7), 97, 103, 104, 326, 343, 389, 411.
JUILLARD, Étienne: 9.
L’Avenç: 75.
LABROUSSE, Ernest: 69, 74, 98, 99, 100, 110, 116, 219, 221, 228, 229, 241, 261, 331, 345, 352,
398, 401.
LACAN, Jacques: 9.
LANGLOIS, Charles-Victor: 368, 369, 371, 372, 373, 374, 375, 377, 394.
LARDREAU, Guy: 4.
LE GOFF,Jacques: 9, 10, 21, 26, 28, 100, 130, 131, 220, 221, 267, 312, 318, 319, 339, 352, 383,
384, 397, 401.
Le Moyen Âge: 323.
LE ROY LADURIE, Emmanuel: 9, 10, 42, 110, 181, 220, 273, 325, 332, 345, 346, 352, 36 8, 383,
397.
LEBÓN, Camilo: 271.
Leipzig: 369.
LEMERLE, Paul: 9, 312.
Lisboa: 319.
LISÓN TOLOSANA, Carmelo: 273.
Lyon: 207.
MABLY, Gabriel Bonnot de: 379.
Madrid: 114, 218, 258, 285, 287, 288, 293, 314, 316, 329, 355, 377, 409.
Magreb: 193, 194, 196, 197, 198, 199, 206, 208.
Maison de l’Orient méditerranéen: 303.
Maison des Pays ibériques: 303.
MAÍZ, Félix: 397.
Manuscrits: 181.
MARAGALL, Pasqual: 217.
MARAVALL, José Antonio: 178, 179, 217, 273, 314, 369, 374, 397, 402.
Mediterráneo: 117.
444
Mélanges de la Casa de Velázquez: 192, 270, 272, 274, 288, 292, 305.
MENÉNDEZ PELAYO, Marcelino: 179, 369, 411 (n. 7).
MENÉNDEZ PIDAL, Ramón: 90, 97, 287, 372, 409, 410 (n. 5).
MONOD, Gabriel: 90, 92, 368, 369, 371, 372, 378, 379, 431.
Murcia: 111.
NADAL, Jordi: 98, 101, 103, 115, 117, 217, 218, 287, 331, 355, 392.
Oxford: 343.
OZANAM, Didier: 203, 272, 273, 282.
Pont-à-Mousson: 119.
PORCHNEV, Boris: 221.
Portugal: 318.
POSADA, Adolfo: 375.
Provenza: 170.
PUJOL, Jordi: 217, 353.
RÉMOND, René: 63, 132, 133, 135, 136, 137, 139, 140, 153, 303, 342.
Résistance, la -: 127.
Restauración española: 156.
REVEL, Jacques: 171, 183.
RUIZ MARTÍN, Felipe: 97, 100, 101, 219, 273, 313, 326, 331, 332, 383, 385, 397.
Saint-Gobain: 119.
Saint-Maur: 165.
SÁINZ GUERRA, Juan: 65.
SÁNCHEZ ALBORNOZ, Claudio: 10, 21, 30, 193, 194, 195, 218, 221, 287, 409, 411 (n. 5).
SAUVY, Alfred: 9.
SCHNEIDER, Jean: 9.
Segovia: 331.
SEIGNOBOS, Charles: 325, 368, 369, 371, 373, 374, 376, 377, 378, 384, 425.
Sicilia: 320.
SIERRA, María: 338.
Sigüenza: 245.
SIMIAND, François: 129, 229, 258.
SIMON, Claude: 9.
Soria: 245.
SORRE, Maximilien: 223, 313.
SPENGLER, Oswald: 9.
TUÑÓN DE LARA, Manuel: 85, 99, 101 (n.42), 103, 104, 233, 234, 343, 351, 385, 398-401, 411;
ver también Coloquios de Pau.
TUSELL, Javier: 151, 344.
Valladolid: 110, 241, 242, 243, 244, 243, 247, 248, 312, 314, 389.
Vallourec: 119.
VALLS I TABERNER, Fernando (Ferran): 224.
454
VICENS VIVES Jaime (Jaume): 10, 83, 84, 85 (n. 7), 93. 94. 96, 97, 98, 99, 101, 103, 104, 177, 178,
226, 233, 287, 312, 327, 328, 353, 355, 367, 381, 382, 384-397, 399, 400, 410 (n.5),411 (y n. 3).
Escuela de Vicens: 102.
Vichy, el régimen de-: 127, 130.
VIDAL DE LA BLACHE, Paul: 313, 394.
VILAR, Pierre: 96, 99, 100, 101, 103, 110, 114, 217, 242, 273, 287, 313, 314, 325, 330, 339, 344,
345. 349, 350, 351, 352, 353, 368, 396, 398, 400, 401, 411.
VILLALBA, Enrique: 185.
VOLTAIRE: 378.
VOVELLE, Michel: 69, 71, 75, 133, 168, 339, 342, 346, 383, 401.
Zaragoza: 319.
ZELDIN, Théodore: 171.