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Diego Lizarazo Arias / Graciela Y. Pérez-Gavilán Rojas
José Alberto Sánchez Martínez
Homi Bhabha
Me encierran en la prosa
–así como de niña
me encerraban en el baño
para tenerme quieta–.
Emily Dickinson
Índice
Autores 253
Interpelaciones desde los estudios culturales
Trayectorias visuales sobre raza y nación
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Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco.
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En esa misma sintonía, la historiadora del arte del Caribe, Yolanda Wood, plantea que
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“la clave metodológica para explicar el mestizaje de tiempos en el Caribe es deudora de una vi-
sión carpenteriana ejemplar […] a estas tierras del Caribe todos llegaron y llegaron de algún
lugar, en condiciones y circunstancias históricas-sociales bien diferenciadas, pero todas las
culturas participantes, con sus procedencias diversas, eran portadoras de tiempos históricos
distintos” (Wood, 2000: 22).
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Véase también el uso metafórico que hace de esta expresión de Aimé Césaire, el histo-
riador cubano Rafael Rojas (2011).
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tante pavoroso de nuestro siglo (1933) en que el racismo, con la ascensión de las
hordas fascistas al poder, volvía a protagonizar otra aventura vergonzosa. Como
por desgracia el racismo continúa protagonizando aventuras vergonzosas, Novás
Calvo muestra el horror, la ferocidad, de un mundo que continúa siendo el nuestro
(Estévez, 2001: 12-13).
Aimé Césaire pensaba que las ideas racistas de los nazis no eran novedo-
sas si se las cotejaba con el secular racismo colonial que legitimó los grandes
imperios atlánticos. La máquina del olvido no era diferente a la de cualquier
Estado autoritario o totalitarismo moderno que se propusiera excluir o jerar-
quizar moralmente a los sujetos del pasado (Rojas, 2011: 13). Justamente en
esa coyuntura –donde se ubica Césaire para hacer converger el pasado y el pre-
sente de prácticas colonialistas–, y en sintonía con el campo de interrogaciones
que abre la novela de Novás Calvo, habría que situarse para indagar los modos
en que nuestros estados naciones se constituyen sobre la herencia de políticas y
archivos colonizadores. Pero sobre todo tendríamos que preguntarnos ¿cómo
el Estado-nación moderno reactualiza el racismo como forma de gobierno y/o
como expresión de la vida cotidiana en los procesos de gestión y administración
de la diferencia? ¿Qué posibilidades habría para la emergencia de un sujeto
político en las coordenadas de reproducción de la violencia colonial en nuestras
sociedades contemporáneas? ¿Cómo pensar ahí las relaciones entre cultura y
política?
Siguiendo esas directrices pretendo explorar en el presente ensayo las estra-
tegias que algunos exponentes del campo artístico cubano han venido desarro-
llando en poéticas visuales que resignifican las narrativas oficiales de la nación
sobre las tensiones raciales en el proceso revolucionario. Se trata de creadores
que se apropian de los dispositivos retóricos de las políticas del socialismo cu-
bano abocadas al rescate de la soberanía nacional y a la descolonización del país,
para desde ahí preguntarse: ¿cómo negociar con los aparatos de legitimación
del Estado-nación cubano y sus prácticas de archivación? ¿Cómo recuperar los
espacios y relatos de memorias divergentes confiscados por la dramaturgia de
las relaciones de poder activadas por la historia oficial?
Los procesos artísticos que estas perspectivas críticas ponen en juego, per-
miten volver a narrar las memorias del presente y disputar los sentidos de un
periodo histórico donde el arte ha cumplido el rol de una sociedad civil inexis-
tente. Así, las propuestas visuales que aquí revisaremos podrían funcionar
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Allí mismo Robert Stam plantea que “los estudios culturales llaman la atención sobre
las condiciones sociales e institucionales bajo las que se produce y recibe el significado. Re-
presentan un desplazamiento del interés por los textos per se hacia un interés por los procesos
de interacción entre textos, espectadores, instituciones y entorno cultural […] explorando la
cultura en tanto espacio en el que se construye la subjetividad” (Stam, 2001: 261).
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Recordemos, por ejemplo, que en 1877, cuando se funda en Cuba la Primera Socie-
dad de Antropología y ésta se empeña en la tarea de definir al cubano, su conclusión sería
que se trata de toda persona blanca nacida en la isla. Es un hecho contundente y paradójico,
si tomamos en cuenta que miles de esclavos africanos están luchando en ese mismo periodo
histórico en contra del ejército español para lograr la independencia de Cuba. Véase Lozano
(2012: 87-99).
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Al sugerir la posibilidad de que esta obra que aquí analizo pudiera estar haciendo las
veces de un archivo contingente, estoy dialogando con la crítica a las funciones del archivo
y a sus connivencias con los imperativos del Estado-nación realizada por los autores de un
importante libro sobre este tema para el contexto sudafricano. Véase Hamilton et al. (2002).
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de Cuba, resultaba una crítica feroz, sin metáforas posibles, a los modos en
que el Estado cubano ha venido produciendo los relatos de la memoria, pero
también los relatos del olvido y el silencio. ¿Qué se conmemora y cómo se
conmemora?, son hechos que siguen el guion de una dramaturgia orquestada
por ejercicios de poder; una dramaturgia que en las coordenadas de nuestra
geografía insular, no hace más que nutrir la presencia sistemática de las herra-
mientas de violencia colonial.
Pero la operación artístico-conceptual de Alexis Esquivel no es sencilla;
ostenta una tesitura doble: al mismo tiempo que subvierte las representacio-
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Hay evidencias de que en 1922 una resolución del Secretario de Gobernación todavía
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prohibía las fiestas y bailes ceremoniales de las creencias afrocubanas en toda la isla. Véase
Ribaux (2007: 604).
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de la crítica política desde el espacio del arte a la censura del Estado cubano
(Arce, 2014: 328). Al ocluir sistemáticamente la discusión pública sobre estos
tópicos, se profundizó el mutismo del archivo, se aceitaron los mecanismos de
censura, y con ello se exacerbó la herida racial.
A propósito de esta discusión, el politólogo cubano Esteban Morales, estu-
dioso de estos temas, ha reconocido que “no existió dentro de la Revolución un
proyecto de política social dirigido a equilibrar las asimetrías con que llegaban
a 1959 los diferentes grupos raciales que componen la sociedad cubana” (Mo-
rales, 2000: 61). Igualmente, la socióloga Yulexis Almeida ha planteado que el
énfasis discursivo en
Las garantías universales de los derechos sociales de la ciudadanía en todas las es-
feras de la sociedad crearon la ilusión de un problema resuelto. El acceso de todos
los sectores de la población al estudio y el empleo, sin distinción de clase y color
de piel, permitieron cambiar viejas concepciones racistas, por lo que el tema racial
perdió visibilidad y quedó fuera de los focos de interés de las ciencias sociales en
el país. El debate público al respecto se creyó fuera de lugar en nuestra sociedad,
sentencia que fue legitimada desde la ciencia con trabajos de este período que da-
ban cuenta de un problema superado (Almeida, 2011: 141).
Ni la abolición de la esclavitud en 1886, ni el discurso oficial de la Revolu-
ción cubana sobre la igualdad social posterior a 1959, lograron borrar las huellas
de una memoria colonial que encontró en el barco negrero, en el espacio escla-
vista de la plantación y en el ingenio azucarero, los significantes más elocuentes de
violencia, otredad, diferencia y subalternidad de las operaciones de sentido
del archivo colonial. Olu Oguibe, un importante crítico de arte africano, ha
señalado que “la introducción de la digitalización en nuestra época ha higieni-
zado el borrado y lo ha transformado en un acto carente de suciedad (messless) y
el objeto del acto de obliteración desaparece ahora junto con la evidencia de su
propia incisión, haciendo del borrado un acto sin huella” (Oguibe, 1995: 26).
Me apropio de estas palabras de Oguibe para resaltar el gesto disruptivo de
los creadores que aquí analizo; pienso que las dramaturgias de sus trazados ar-
tísticos son de clave contraria a ese proceso de higienización que describe Ogui-
be; lo que pretenden es que no desaparezca en la gramática del enunciado oficial
(de higienización) de la nación, en un momento sensible para la Revolución
cubana, el sujeto de la obliteración, y –lo que es igualmente importante– que no
se borren las huellas de las operaciones históricas de esos actos de obliteración.
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Recordemos que la censura a este documental y la discusión que trajo consigo, dio pie
al famoso discurso de Fidel Castro el 30 de junio de 1961, en la Biblioteca Nacional de Cuba,
conocido como Palabras a los Intelectuales y donde marcaría las pautas de la política cultural
del gobierno. Allí pronunció la lapidaria frase que ha acompañado durante todos estos años al
proceso de creación artística en Cuba: “Con la Revolución todo, contra la Revolución nada”.
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ción que hace las veces de materialidad narrativa; los límites entre el pasado y el
presente –que el Estado-nación se afana en preservar– están acá sobrescritos,
la frontera que debería apartarlos es absolutamente porosa. Así, Lázaro juega
con la contemporaneidad (como marca temporal) de su receptor potencial: un
sujeto que nunca ha podido ver PM porque este documental ha permanecido
hasta hoy como un material audiovisual “resguardado” en los archivos oficiales
de la nación. Así pues, la confusión sobre la temporalidad comienza a pulsar
sus vectores de sentido, marcando una trayectoria que va del texto audiovisual
y los sujetos ahí configurados a la polifonía de voces de los realizadores y a los
desplazamientos a través del tiempo por parte de los receptores.
Estos pliegues del tiempo encuentran además una articulación simbólica
en la doble censura estatal de que han sido objeto los materiales de archivo
(imagen y sonido) con los que Lázaro trabaja. Los cuerpos que emergen de las
confluencias entre esas imágenes vetustas y los sonidos y ritmos reguetoneros,
son cuerpos racializados y marginales, cuerpos de la diferencia que permane-
cen como las exterioridades de un relato nacional atravesado y constituido por
relaciones de poder. El título de Saavedra, Reencarnación, se erige en un ele-
mento paratextual que produce sentidos. Son los fantasmas de la colonia que
reencarnan en la nación poscolonial –o que quizás nunca se han ido–. Otra
vez, las marcas del tiempo y sus implicaciones semánticas. Ya en la temprana
fecha de 1911, Fernando Ortiz en un discurso titulado La solidaridad política,
defendía la idea de “una fusión de todas las razas” (Ortiz, 1987: 114-126),
advirtiendo al mismo tiempo que la división racial “es motivo de honda y fuer-
te desintegración de las fuerzas sociales que deben integrar nuestra patria y
nuestra nacionalidad” (1987: 114-126). Sin embargo, la diferencia entre el
pensamiento intelectual progresista del momento y la posición escurridiza y
nada abierta de los gobiernos de turno no sólo ante las demandas sociales de
la raza negra sino también ante la libertad de expresión de sus manifestaciones
culturales, era abismal (Ribeaux, 2007: 604).
Saavedra, como Alexis Esquivel pero sirviéndose de otros medios expresi-
vos, deja constancia explícita de su labor como arqueólogo de la memoria; con
gran perspicacia etnográfica se sumerge en el archivo de la nación para des-
enmohecer a sus fantasmas, a las espectralidades que se resisten a perecer. Por
ello, sobre un fondo negro con letras blancas –léase también en este uso sim-
bólico de los colores toda una carga de sentido–, y ofreciendo materialmente el
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Consideraciones finales
Las disonancias y paradojas de la nación poscolonial le recuerdan a Aimé Cé-
saire que la “máquina del olvido” sigue activa en las coordenadas de nuestra
geopolítica insular. La fisonomía simbólica del archivo colonial configura las
continuidades, pero también los descentramientos críticos a su lógica institucio-
nal: una que ocluye y entierra los desbordes, las contradicciones y anomalías, los
restos. Esa voluntad de archivo, al mismo tiempo que actualiza las herramien-
tas de la violencia colonial en la contemporaneidad, produce gestos críticos, in-
terpelaciones y relatos tropológicos que emborronan las propias construcciones
de sentido y las gramáticas de las narraciones de su ejercicio de poder.
Así, las prácticas visuales que aquí hemos analizado nos muestran los pro-
cesos contingentes de negociación que acompañan a los dispositivos retóricos
sobre los que se erigen los discursos hegemónicos que pretenden reducir la na-
ción a un lugar esencializado; un lugar desde el cual se cree posible dictaminar
los comportamientos de los sujetos políticos y el devenir de los derroteros his-
tóricos. La artificiosidad de tales artilugios es puesta en evidencia por las praxis
de archivos provisorios donde las disímiles tesituras del conflicto racial, los
regímenes visuales y las políticas de la mirada de la diferencia, invitan a habitar
y a reflexionar sobre la nación como un artefacto que produce significados di-
versos y cuyas estrategias narrativas se experimentan también de modos muy
diversos. Los estudios culturales, sus conexiones interdisciplinares y sus me-
todologías críticas anudaron en mi perspectiva investigativa los vínculos com-
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