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Gurdjieff y la Ciencia del Ser.

Henry Tracol, BUSCADOR DE NACIMIENTO


La llamada de G.I. Gurdjieff
Conferencia pronunciada en español en México
El 8.1.59
en la Casa del Arquitecto

Dicen que Oriente cuando desaparece un hombre de alta espiritualidad, a veces es difícil
saber enseguida quienes han sido sus discípulos más allegados, porque éstos se preguntan
¿Quién va a tener ahora la osadía de pretender haber sido discípulo suyo? Algo más tarde,
sin embargo, se dan a conocer, porque acaban por pensar: ¿Quién puede seguir
negándose a dar testimonio?
Hablaremos pues esta noche de George Ivanovitch Gurdjieff. Hace ya más de nueve años
que nos dejó, y ya ven ustedes: todavía dudo si hablar de él.
Tuve el privilegio de tratarle asiduamente durante unos 10 años y puedo decir que él me
conocía bien a mí, sin duda alguna mejor que yo mismo. En cambio me queda la impresión
de que yo, por mi parte, no le conocía… o muy poco.

Entonces ¿Quién era Gurdjieff?

¿Un escritor? Indudablemente no. No tenía ni el tipo de cultura ni la preparación literaria


que nos parecen imprescindibles para ser capaz de componer libros. Sin embargo llegó a
dejarnos una obra de una amplitud impresionante, cuyo alcance, hoy por hoy, sólo
podemos presentir. Tenía algo que decir y lo dijo, en una forma inimitable.

Tampoco era filósofo. No hablaba el lenguaje convencional de los círculos que se dedican
a especulaciones de altos vuelos.
No pergeñó ninguna teoría inédita para deleite de los entendidos. Pero a pesar de su
aparente falta de competencia, aquel buscador de la verdad supo remontarse a fuente
escondida de la que mana la sabiduría de siempre, y con la fuerza auténtica de su
determinación y su poder consciente de adaptación, logró dar a su pensamiento una
forma que le permitió expresar y transmitir a los hombres de hoy los principios
fundamentales de un conocimiento objetivo.
Así pues, no tenía otro propósito que decir otra vez lo que ya se había dicho desde la más
remota antigüedad, pero decirlo de manera que diera vida al deseo de experimentarlo y
ponerlo a prueba, en lugar de filosofar doctamente en el vacío.

Esta concepción del conocimiento como algo que se ha de experimentar y saborear a


través de la experiencia en lo que uno se implica directamente, le situaba en las antípodas
del espíritu científico tal como lo hemos heredado del siglo pasado, espíritu que pese a
algunas excepciones de primera magnitud, sigue prevaleciendo en la mayoría de los sabios
contemporáneos, tan preocupados de situarse humildemente fuera del objeto se sus
investigaciones, eliminando el famoso coeficiente personal y al mismo tiempo
pretendiendo someter las fuerzas de la naturaleza y conquistar hasta los lejanos planetas
de su sistema solar.

Esta es la verdadera piedra del escándalo. Con ella tropezamos cada vez que pretendemos
conocer algo desde fuera, como si no nos concerniera en absoluto. Hemos olvidado el
sabor del saber, de la sapiencia. Nuestro saber ya no tiene ningún sabor. No por falta de
interés, pero nuestro interés va cada vez más hacia la periferia, hacia los resultados más
espectaculares de poderío aparente.

Al desterrar a Dios de los laboratorios, se corría el riesgo de perder el sentido de un fin


real para la investigación y como no se puede emprender nada sin alguna apariencia de
significación, los sabios modernos profesaron la religión artificial del progreso sin fin, cuyo
dios no puede ser sino el hombre mismo, pero un hombre aislado, desintegrado por su
ilusión de estar sólo en un universo al que niega la vida.

En cuanto a los que se entregan a la terrible pasión de la ciencia pura, de la ciencia por la
ciencia, caen en la misma trampa que los que se dedican al arte por el arte mismo se
engañan a sí mismos y se pierden en un espejismo del que ya no pueden salir.

En ellos seguramente piensa Fritjof Shuon cuando escribe: El hombre moderno


colecciones llaves sin preocuparse por saber si pueden abrir puertas.

A esta ciencia codiciosa , embriagada por sus aparentes éxitos, a esta ciencia que aleja
cada vez más al hombre de sí mismo, se aplica admirablemente el proverbio bíblico: El
insensato mete la mano en el cuenco, pero se olvida llevársela a la boca.
Y en realidad no es acumulación sin fin de nuevos hechos o de puntos de vista originales lo
que debiera importarnos, sino la posibilidad de integrarlos, para que de ello resulte un
enriquecimiento substancial.

Necesitamos comprender de dónde viene esa sed de conocer y quien va a sacar provecho
de ella. “Ciencia sin consciencia no es sino ruina del alma” dijo Rabelais. Si se ignora su
punto de partida y su punto de llegada, el saber pierde sus raíces y acaba yéndose a la
deriva. La cosecha de descubrimiento cae en un tonel sin fondo, o bien el hombre la lleva
a cuesta como una carga cada día más pesada cada día para sus hombros maltrechos, sin
que le aporte ninguna satisfacción verdadera.
Y ahora si yo me pregunto ¿Me conozco a mí mismo? ¿Soy consciente de mismo? Y trato
de ser sincero, la respuesta sólo puede ser negativa. Pero ¡Qué raro! Existo, y sin embargo
no sé quien soy en realidad.

¡Mi propia vida es como la de un extraño del que no sé nada! Esta vez me siento
directamente en juego y ya se levanta en mí el deseo de conocerme para dejar de estar
ausente de mi vida, para descubrir lo que me impide ser lo que pudiera ser y manifestar
las potencialidades escondidas que presiento en mí.

Acerca de esto ¿qué dice Gurdjieff? Dice que no se puede hablar de conocimiento sin
tener en cuenta el ser al que se refiere el conocimiento. Dice que el conocimiento de mí
mismo depende muy estrechamente de mi ser, dicho de otro modo, que el valor y la
calidad de mi saber, ya que no su amplitud, corresponden a los que soy actualmente. Dice
que si deseo desarrollarme, mi ser y mi saber han de crecer simultáneamente y
paralelamente, ayudándose mutuamente y que se su conjunción íntima nacerá la
comprensión, es decir el auténtico saber del ser.

No obstante Gurdjieff añade que no puedo entender este lenguaje, y que cada una de
estas palabras puede dar lugar a un malentendido por mi parte, pues me falta la clave que
me permita situar a cada momento el punto de vista desde el cual está hablando, y su
rigurosa relación con el conjunto. Esta clave existe: es el principio de relatividad.

Según este principio, cada entidad en el Universo no existe sino en relación con el
conjunto de qué forma parte, es decir, esencialmente en la medida en que participa en el
Todo. Y Gurdjieff nos ofrece una visión grandiosa del Universo, compuesto de mundos
contenidos unos de otros, en los cuales vivimos simultáneamente, estando en diferente
relación con cada uno de ellos.
La desdicha es que en esta inmensidad me siento aún más perdido. ¿Cuál es mi lugar, para
que sirvo, qué es lo que justifica mi presencia en el Universo? Comprendo que yo solo
jamás lograré resolver el enigma.

Lo que me falta es una manera totalmente nueva de acercarme a mi problema, no por


fuera, sino por dentro. Lo que me falta es la ciencia del ser.

No, Gurdjieff no era filósofo ni un sabio moderno. Tampoco era un profesor erudito
acreditado para impartir enseñanza correspondiente su especialización. Nada de eso
Gurdjieff, era un Maestro.

¡Ya oigo el coro de protesta, aunque sean mudas! Se ha discutido mucho sobre la no
utilidad y hasta la nocividad de los “Maestros”, idea que en muchos casos suscribiríamos
de buena gana, pues si está lo peor a un paso de lo mejor… Hay Maestro y maestro.

Podemos decir que según las concepciones tradicionales, la función del Maestro no se
limita a la transmisión de doctrinas, sino más bien significa una verdadera encarnación del
conocimiento, gracias al cual el Maestro puede ejercer una influencia activa, con objeto de
ayuda al discípulo en su búsqueda.

Y es verdad que esto representa un peligro, el peligro de intervención abusiva, el peligro


de sugestión y de usurpación.

Es lo que Gurdjieff llama “magia negra”, contra ella nos previene insistentemente,
diciendo que su característica más constante es la tendencia a suscitar la pasión en las
personas, utilizándolas, aunque sea con las mejores intenciones, sin que ellas sepan que
las están utilizando y sin que comprendan de qué índole es el objetivo que se propone;
dice que esto se hace “suscitando” la fe en las personas, o bien ejerciendo una acción
“sobre ellas por medio del temor”. Gurdjieff al contrario, insiste en que no debemos hacer
nada sin comprender lo que estamos haciendo. Comprender es la primera exigencia de la
enseñanza.

En este camino no es necesario tener “fe”. Dice lo que se requiere es un poco de


confianza, y aun esto, no por mucho tiempo, porque cuanto antes el hombre empieza a
experimentar la verdad de lo que oye, mejor para él. El hombre ha de experimentar por sí
mismo la verdad de lo que se le enseña.
La ciencia del ser no es gratuita. Cuesta muy cara, y en el mercado de los valores reales,
bien sabemos que el único poder adquisitivo es el esfuerzo consciente.

Lo contrario. Se trata de esfuerzos por librarse de tensiones inútiles, por escapar de la


tiranía de las asociaciones automáticas, por salvar la propia atención de la masa
arrolladora de sugestiones que a cada instante nos desintegran.

Por desgracia son esos esfuerzos los que constantemente tratamos de evitar. Preferimos
proteger celosamente nuestra confortable pasividad interior, aunque esto signifique en
realidad un enorme despilfarro de energías.

Esta necesidad una participación activa del alumno resalta más aún cuando Gurdjieff
añade No hay y es imposible que haya iniciación exterior alguna. En realidad no puede
haber sino iniciación propia… el crecimiento interior el cambio de ser, depende entera y
totalmente del trabajo que el hombre hace sobre sí mismo, se le da un impulso para que
trabaje y nadie puede realizar en su lugar su tarea, la que él debe emprender.

Por la misma razón señala Gurdjieff que entre todos los objetivos el más deseable es el
que se refiere a ser dueño de sí mismos, porque sin esto nada es posible y frente a
cualquier otra meta vendría ser un sueño infantil. Ser dueño de sí, es decir en definitiva,
ser uno su propio amo o Maestro, de tal manera que ya no haga falta Maestro ni dueño
alguno. (Parece que a esa gente que le hablaba tenían miedo a que los hipnoticen,
cualquiera Gurdjieff es todo lo contrario, pero tenéis que laborar, despertarte, querer
saber.) Este camino ¡qué largo es! ¡Es indudable que jamás seré dueño de mí mismo
mientras no me conozca!

Con el fin de conocerme, me es necesaria una investigación directa. Voy en busca de mi


forma posible, esto es un imperativo de cualquier entidad natural cuando pasa del caos a
la existencia, de lo indeterminado al descubrimiento de su estructura propia. Aquí, sería
un desvarío fiarme del azar o avanzar a tientas: se necesita un método. Este método es la
observación de sí. No observar mi comportamiento, sino observarme a mí mismo en mi
relación con los diferentes aspectos de mi funcionamiento.

Lo malo es que en cuanto trato de observarme, me doy cuenta de que no puedo. Algo me
lo impide. No dispongo de mi capacidad de atención para una tarea tan sutil. Es porque
estoy totalmente condicionado por los automatismos mentales, emocionales y
fisiológicos, que ya están arraigados en mí.
El hombre es una máquina muy compleja, dice Gurdjieff; es una maravillosa marioneta,
perfectamente dispuesta para funcionar, cuyos movimientos interiores y exteriores
dependen a cada momento de las influencias a que está sometida su existencia.

El hombre no puede hacer, en él todo sucede, todo se hace por sí sólo; es más, no tiene
no rastros de ese atributo que cree poseer, o sea: una consciencia lúcida, una voluntad
libre, un yo permanente y el poder de hacer. Es posible que se sorprendan ustedes de lo
que voy a decirles: la característica principal del hombre contemporáneo está
constantemente durmiendo. Y de por sí esta característica basta para explicar todo lo que
le falta.

El hombre contemporáneo nace dormido, vive dormido y muere dormido. ¿Y qué


conocimiento puede tener un hombre dormido? Si se piensa en esto, recordando al
mismo tiempo que nuestro rasgo principal es el dormir, no se tardará en comprender que
si el hombre quiere lograr conocimiento, ante todo ha de pensar en cómo despertar,
como cambiar el ser.

Así pues, no hay y no puede haber objetivo más urgente para mí que despertar. Lo peor es
que mientras duermo, no me doy cuenta ni de mi propia presencia. A lo largo de todo el
día me olvido de mí mismo. Existo como si se tratara de otro. Necesito hacer un esfuerzo
para recordarme de mí mismo.

Recuerdo de Sí he aquí la llave maestra del método. Y en su aspecto inicial, coincide con el
acto de despertar.

Ahora, si me percato realmente de que el despertar consciente es la única brecha por la


cual me será posible evadirme de la cárcel de mi automatismo, y si a la vez reconozco mi
impotencia actual para volver en mí a voluntad, empiezo a comprender que para
despertar no basta desearlo.

El hombre que quiere despertar, dice Gurdjieff debe buscar otras personas que también
se intereso en como él por la posibilidad de despertar, con objeto de trabajar juntos. Si
todos ellos acuerdan que el primero que se despierte despertará a los demás, ya tienen
una posibilidad. Sin embargo, aún esto es insuficiente, porque puede se echarse a dormir
todos a un tiempo, y soñar que se despiertan. Luego no basta. Hace falta algo más. Hace
falta que les vigile un hombre que no esté dormido como ellos, o que no se duerma tan
fácilmente como los demás. Tienen que dar con un hombre así, para que les despierte y ya
no les deje caer en el sueño.
Una vez más nos encontramos con la necesidad de un maestro. Desde este nuevo punto
de vista se puede decir que su papel consistirá en crear condiciones requeridas – y la
primera de ellas, claro está, en su propia presencia, con todo lo que esto significa- para
que sus discípulos despierten, vuelvan en sí y se mantengan vigilantes.

Esta creación de condiciones es precisamente la tarea que impone a sí mismo en los


legendarios Relatos de Belcebú a su Nieto (Belcebú´s Tales to his Grand son) el gran santo
Ashyata Sheyimash, prototipo de maestros despertadores, con el fin de permitir que se
manifieste en el consciente ordinario de los hombres el impulso eseral sagrado de
consciencia moral objetiva, cuyos factores (o elementos potenciales) permanecen intactos
en su subconsciente.

Semejantes condiciones presentan forzosamente numerosos aspectos y sin cesar deben


adaptarse al conjunto de circunstancias en que se halla el grupo de discípulos, a fin de
corresponder a las necesidades objetivas de su desarrollo espiritual. En su enseñanza,
Gurdjieff se valía de todos los medios que le parecían oportunos, según el grado de
comprensión de sus alumnos. Había un tiempo para los estudios teóricos y un tiempo para
la experimentación, para las comprobaciones, para que cada uno pusiera a prueba su
propia comprensión, en las condiciones mismas de la vida.

Uno de los medios que más usaba era el estudio de las leyes de la manifestación, por
medio de movimientos y danzas. Naturalmente no era tanto la configuración exterior de
dichos movimientos lo que le importaba, sino su poder de animación, del que los
ejecutantes daban testimonio por su grado de presencia consciente en medio de la
experiencia. El mantener en vida las ideas esenciales de su enseñanza, le exigía, sin duda
alguna, algo muy distinto de un saber abstracto, rígido y desencarnado. En esto radica
seguramente el secreto de Gurdjieff y su asombrosa capacidad para poner sus
particularidades subjetivas al servicio de la finalidad que se había impuesto.

A ese nivel, la ciencia del ser es ya un arte, pero un arte esencialmente práctico: su
descubrimiento y su aprendizaje evocan naturalmente la artesanía medieval y las
iniciaciones, tanto espirituales como operativas, de los compañeros constructores de
catedrales.

Y ya que hemos de concluir diremos que la ciencia del ser, la que Gurdjieff trataba de
llevarnos a compartir, no se puede aprender sino por experiencia directa, constantemente
renovada, del despertar a nuestra propia presencia en el mundo y a nosotros mismos, con
todo lo que esto implica.

Preguntas:

¿Gurdjieff hablaba de la naturaleza esencial del ser? ¿De qué se trata?

Podemos decirlo de manera sencilla: en realidad, yo soy. Pero no lo sé… no es algo que
tengo que inventar, es lo que es. Pero para descubrir que soy, tengo que despertar.

¿Y por qué voy a tratar de acercarme a eso?

Si es lo más verdadero que hay, si es como el centro de mi propia presencia en el mundo,


no puedo menos que sentirme llamado, que tener deseo de conocerlo. Lo que no dejará
de evocar el conócete a ti mismo y conocerás el Universo y sus leyes. El gran principio de
analogía al que se refería Gurdjieff cuando decía que hay una correspondencia rigurosa
entre el microcosmos y el macrocosmos, y que el hombre total que ha llegado al término
de su de desarrollo representa una miniatura del Universo. De manera que despertar a mi
propia presencia es acercarme al conocimiento universal por dentro, no por fuera.

¿Cuándo me doy cuenta que estoy dormido, si me parece que estoy despertando, como
puedo deslindar la imaginación?

No puedo, y por eso necesito la ayuda de otros, con tal que estén menos dormidos que
yo.

¿Cómo considerar esta forma de sueño en que estamos sumergidos y del que es tan difícil
sacarnos?

Este sueño es el estado natural del hombre. Vivimos en el sueño como vivimos dentro del
aire, y no habría esperanza si no estuviéramos, a veces, en condiciones de percibir que no
vivimos sólo en este mundo, sino también en otro, en el que nos es posible despertar a
otro conjunto de percepciones, otra manera de ser, de pensar y de sentir. El acto de
despertar puede cambiarlo todo: es nacer a otro mundo dentro de uno mismo.

El despertar ¿no implica relaciones con sus semejantes? ¿O bien se trata de un mundo
aparte, aislado de la realidad que lo rodea?
Excelente pregunta, porque son frecuentes los equívocos a ese respecto. Despertar no es
en absoluto aislarse del mundo, separarse de ese conjunto de relaciones en el que hemos
de existir. Todo lo contrario, es ampliarse, enriquecerse, es la posibilidad de vivir a un
tiempo en diferentes planos, es enfrentarse con exigencias de varios niveles a la vez: no es
ir a menos, sino a más....

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