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“MEDUSA”

De Ximena Carrera
Personajes:

MARIANA, de unos 38 años.


NINA, de unos 35 años.
CARMEN, de unos 40 años.

La Acción transcurre en un la habitación central de un departamento en el que


conviven estas tres mujeres. Al fondo, a la derecha, la puerta de entrada al
departamento. A la derecha de la puerta de entrada, una puerta que conduce a
al baño. En primer plano: a izquierda, la puerta que da a la cocina y hacia
derecha, un pasillo que da hacia los dormitorios. Hay pocos muebles, un sofá
pequeño de dos cuerpos, y dos sillones, uno a cada lado. Una lámpara
pequeña junto al teléfono que está puesto al lado del sofá. Desde el techo
cuelga una ampolleta sin pantalla. En primer plano, la mesa del comedor y
algunas sillas.

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Primer Acto

Escena 1: Viernes. Noche.

Es entrada la noche. De afuera, desde el pasillo contiguo a la entrada del


departamento, se oyen las voces de tres mujeres entre las que destaca la de
Nina, quién canturrea la canción “Cariño Malo”.

Nina: “... Sí, tú nunca fuiste fiel y me fingiste aquel amor perverso,
Ten, respeto, por favor, por mi cariño que aún no ha muerto.

Carmen: (Sotto voce. A Nina) ¡Berta, por favor, cállate!

Nina: ¡Mi nombre no es Berta! ¡Déjame cantar! ¡Estoy contenta!

Carmen: Sshh! Vas a despertar a todo el mundo. (A Mariana) ¿Te puedes


apurar, por favor?

Mariana: No encuentro las llaves, no las tengo.

Carmen: ¿Cómo que no las tienes? Te las pasé cuando veníamos


saliendo. Antes de subirnos al auto. Te dije...

Mariana: No, no me las pasaste. No las tengo yo.

Carmen: (A Mariana) Pásame tu bolso. Déjame revisar... (Por Nina)


Sujétala, que no se caiga.

Nina: Estoy bien. No me voy a caer.

Carmen: (Encuentra las llaves) ¿Cómo que no? ¿Y que es esto?

Las tres mujeres entran. Mariana enciende la luz. Carmen, que es la última en
entrar, se queda en la puerta de entrada mirando hacia el pasillo.

Carmen: ¡Apágala!

Mariana: Pero...

Carmen: ¡Apaga la luz, te digo!

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Mariana obedece. Vuelven a quedar a oscuras. Sólo iluminadas por la luz
blanquecina del pasillo del edificio.

Mariana: ¿Qué pasa? (Carmen no responde.) ¡Carmen! ¡Contéstame!

Carmen: (Haciéndola callar) ¡Chit!

Breve silencio. De pronto, se oye un golpe seco seguido por un “ay” de Nina
quién intenta reprimir una risa ahogada.

Mariana: ¡Bueno, basta! (Enciende la luz) No hay nadie. No pasa nada.

Mariana hace a un lado a Carmen de la puerta y la cierra.

Mariana: ¿Qué te pasa?

Carmen: Oí pasos. Abajo. En el piso de abajo.

Mariana: Bueno, la gente hace su vida. ¿Qué tiene de malo? Debe ser
alguien llegando a su casa a esta hora. No somos las únicas que
vivimos aquí.

Carmen: Hay que tener cuidado.

Carmen se saca los zapatos y el abrigo. Luego se acerca al teléfono. Mariana


va hacia la cocina. Nina se queja exageradamente de dolor.

Carmen: ¿Vas a seguir con el griterío?

Nina: Me pegué con esta mierda de sillón (Le pega un manotón al sillón)
¡¿Quién carajo lo puso aquí?!

Carmen: Siempre ha estado ahí. Fuiste tú la que se cruzó con el sillón.

Nina: (Por Carmen) Porque la tontorrona nos dejó a oscuras.

Mariana: Bueno, bueno. Ya pasó. ¿Te duele mucho?

Carmen: No es para tanto... (Marca un número)

Nina: Se me va a hinchar, me va a quedar un moretón.

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Mariana: Tráele hielo.

Carmen: Estoy ocupada.

Mariana: ¿A quién vas a llamar?

Carmen: ¿Perdón?

Mariana: Es una pregunta. Nada más. ¿Vas a llamar a Schiller?

Carmen: No. A mi hijo. No he hablado con él en todo el día. ¿Algún


problema? (Marca un número)

Mariana: Era una pregunta nada más.

Nina, quién no ha dejado de quejarse desde el golpe que se dio, se da cuenta


que la media está rota.

Nina: ¡Mira! ¡Se me rompió la media! (Ahora llora decididamente).

Mariana: Es una media, nada más. No importa.

Nina: ¿Cómo que no importa? Me las compré recién. Me costaron


carísimas. Junté plata durante dos meses para comprarme estas
medias. Dos meses. Son americanas. Duran mucho más que las
nacionales.

Carmen: Parece que no tanto.

Nina: (A Carmen) No te rías. Me vas a tener que pagar otras. Iguales a


estas. Iguales.

Carmen: Apenas me alcanza para comprarle algo de ropa al Mati y te voy a


estar comprando unas medias a ti.

Nina: Dile a Schiller que te adelante algo.

Carmen: ¿Por qué no le pides tú?

Nina: Porque está baboso por ti, no por mí.

Carmen hace callar a Nina con un gesto. Mariana se pone de pie y va a la


cocina. Desde el interior de la cocina, se oye un gato que maúlla.

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Carmen: ¿Aló?... ¿Tati? (...) Hola, soy yo... (...) Nada, no pasa nada.
Disculpa que llame a esta hora, pero... como no he podido hablar
con él en todo el día... Sí, sí sé que estas no son horas de llamar,
pero... (...) Quería saber de él, nada más. (...) ¡Lamento si te
desperté, pero no pude llamar antes! (...) ¿Cómo ha estado todo?
(...) ¿Igual que siempre? ¿Qué significa “igual que siempre”?
(Intentando no perder la paciencia) Está bien, está bien. (...) Me
imaginaba que estaba durmiendo pero... ¿no podrías despertarlo?
De verdad, necesito escuchar su voz. (...) gracias. Aquí espero.

Espera un momento entusiasmada. Entra Mariana nuevamente con un paño de


cocina con hielo dentro, se lo pone en la rodilla a Nina.

Mariana: Hay que darle de comer al Che.

Nina: ¿No ves como estoy? No me puedo poner de pie.

Mariana: ¿De quién es el gato?

Nina se pone de pie de mala gana y va hasta la cocina pisando apenas con la
punta del pie.

Carmen: ¿Aló? (...) (Su rostro se ensombrece) Sí, claro, entiendo... (...) Sí,
estoy bien. Lo único que quería... era escuchar su voz, nada más.

Nina: (Off, le habla al Che, su gato) Hola, mi precioso, ¿me echaste de


menos?... Tome aquí está su leche.

Carmen: ¿Preguntó por mí? (En su rostro se ve la desilusión) ¿No? (...)


(Intenta darse ánimos) Bueno, no hay forma de saber lo que pasa
por la cabeza de un niño ¿no? (...) ¿Sí? (...) ¿Tarde? ¿Para qué?
(...) (Entiende) ¡Ah, sí, claro, por supuesto, estás cansada, sí! (...)
No te quito más el sueño. ¿A que hora se despierta mañana?
Bueno, a esa hora lo llamo. (...) Adiós. Y gra... (Ya le han cortado
el teléfono) cias. (Cuelga).

Nina: (Entrando) Me vas a tener que pagar otras medias.

Carmen: ¿Vas a seguir?

Nina: Tú hiciste que me tropezara.

Carmen: ¿Ah, sí? ¿Yo te obligué a bajarte una de tinto entera? Sí tú no


sabes parar, Berta, es tu problema, no el mío.

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Nina: ¡Aquí, entre estas cuatro paredes no soy Berta! ¡¿Cuántas veces
te lo tengo que repetir?! ¡Mi nombre es Nina! ¡Y si estás de malas
porque no pudiste hablar con el niño, no es problema mío
tampoco!

Carmen: ¡Se llama Matías! ¡Matías!

Nina: ¡Y yo Nina! ¡A ver si te metes mi nombre en tu cabeza de una


buena vez!

Mariana: ¡Basta, niñas, por favor!

Nina: Salimos una vez al mes... ¿qué quieren? Me pongo contenta, no


me puedo controlar. Cuando se acerca el viernes, ando feliz por el
sólo hecho de... de que sé que nos van a sacar de paseo, aunque
sea una vez al mes. Que voy a poder ver otra gente. Que durante
un par de horas podemos jugar a... a... qué sé yo que mierda...
Además que si tomé un demás fue porque me puso nerviosa.
(Indica a Mariana).

Mariana: ¿Y yo? ¿Qué hice?

Carmen: (A Mariana) “Comandante, ¿cómo hace usted para ir a dormirse


tan tranquilito por las noches? Cuénteme ¿Cuál es su secreto?”
¿No te puedes quedar callada aunque sea una vez en la vida?

Mariana: No. No puedo. Estoy harta, harta de tener que quedarme callada y
sonreír como estúpida.

Carmen: ¿Y qué quieres? ¿Volver al “gallinero”, acaso?

Nina: ¿Qué?

Carmen: ¿Eso quieres?

Nina: ¿Nos van a mandar de vuelta?

Mariana: No nos van a mandar de vuelta a ninguna parte.

Nina: Allá yo no vuelvo.

Mariana: No vamos a volver allá.

Carmen: Siempre y cuando aprendas a quedarte callada.

Breve pausa. Carmen se saca el abrigo y los zapatos y se recuesta en el sillón.


Nina se pone de pie y camina rengueando exageradamente hasta el otro sofá.
Toma su cartera. Saca una cajetilla de cigarrillos. Busca en ella pero no queda

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ninguno. Mariana, se sienta en el suelo, la espalda apoyada en la pared. La
vista fija en el vacío.

Nina: (A Mariana) ¿Me das uno? (Mariana no se da por aludida)


Mariana... (Mariana no responde) Michita... ¡Eh!

Mariana mira a Nina pero no articula palabra alguna.

Nina: ¿Qué te pasa? ... ¡Mariana!

Mariana: (Se pone de pie apoyándose en la misma pared) No me siento


bien.

Mariana sale por la puerta que conduce al baño. Nina enciende un cigarrillo.

Nina: (Por Mariana) ¿Y a ésta? ¿Qué le pasa?

Carmen: Algo le habrá caído mal.

Pausa.

Nina: Ese tipo... el que estaba con su familia... ¿lo viste?

Carmen: ¿Qué tipo?

Nina: Ese... el que estaba sentado en la mesa de la derecha... de pelo


cortito, cortito...

Carmen: Por si no te habías dado cuenta, niña, en ese lugar hay sólo
uniformados. Por eso vamos para allá. Porque es seguro. No vas
a ver otra cosa que tipos con el pelo cortito, cortito.

Nina: No es uniformado. Es civil. Abogado.

Carmen: ¿Cómo sabes?

Nina: Me lo topé cuando fui al baño con Mariana. De hecho creo que
me siguió. No me quitó los ojos de encima en toda la comida ¿te
diste cuenta?

Carmen: No.

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Nina: Mientras esperaba a Mariana, se me acercó. No sabes lo que era.
Abrió la boca y casi me derrito. Tan educado...

Carmen: Estuvieron hablando, entonces.

Nina: Por supuesto, y no sólo le hablé...

Carmen: ¿Qué? ¿Te metiste con él al baño?

Nina: No. Por supuesto que no.

Nina guarda silencio.

Carmen: ¿Qué, entonces?

Nina: Te vas a enojar.

Carmen: ¿Por qué? ¿Qué hiciste?

Nina: Prométeme que no te vas a enojar.

Carmen: ¿Qué? ¿Le hablaste de nosotras, acaso?

Nina: No, por supuesto que no. ¿Qué crees que soy?

Nina guarda silencio. Misteriosa.

Carmen: Bueno, dime. No me voy a enojar.

Nina: Primero le pedí su teléfono, me dijo que no podía dármelo e indicó


a su familia. Su señora trabaja con él, parece que es su
secretaria. Así es que... le di mi número.

Carmen: ¿Tu número? Nuestro número.

Nina: Tranquila, no pasa nada.

Carmen: ¿Cómo que no pasa nada, Nina? No podemos andar repartiendo


nuestro número por ahí. ¿Eres tonta, acaso? ¿Qué sabes de este
tipo?

Nina: Nada, quiero decir... ¿Qué tiene de malo? Tú misma dijiste que si
estaba ahí es porque es seguro. No será uniformado, pero...

Carmen: ¿Y si es un infiltrado?

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Nina: ¿Queda alguno?

Carmen: Más de uno, para tu información.

Nina: Cuando me toque ir al cuartel, lo investigo. Y ya está.

Carmen: ¿Cómo?

Nina: Tengo su nombre.

Carmen: Ah, sí, tienes su nombre. Claro, lo tienes todo.

Nina: Me lo topé en el baño, ¿qué querías? ¿Qué le pidiera su carnet de


identidad? ¿Su huella dactilar?

Carmen: Que no le hablaras. ¿Cuándo vas a entender que hay cosas que
no podemos hacer?

Nina: No parecía peligroso. Quiero decir... ¿cómo iba a ser un infiltrado


si estaba con sus hijos, con su mujer? ¿Una familia entera de
infiltrados? No creo. Se veía como una buena persona. Yo sé que
no es lógico, pero... había algo en él... en su mirada... eso se ve.
Se ve cuando alguien es bueno, de adentro ¿entiendes?

Carmen: “¿Bueno?” “¿Bueno?” El tipo te gustó y no te aguantaste. ¡Que


bueno, ni que nada! Y si te llama ¿qué vas a hacer? ¿Van a ir al
cine juntos? ¿A tomarse un café? ¿Van a salir a pasear al
parque?

Nina: No, pero, quién sabe... con el tiempo podamos...

Carmen: ¿Qué? ¿Casarse y formar una familia? Despierta, Nina, eso no va


a pasar. Nunca.

Nina: En algún momento esto se va a terminar.

Carmen: Pero ni tú ni yo sabemos cuando. ¿O sí? (Nina no responde) ¿O


sí?

Nina: (Cediendo) No. No sé.

Carmen: Si ese tipo llama...

Nina: Su nombre es Ignacio...

Carmen: ¡No me importa como se llame! Si ese tipo llama, vas a tener que
decirle que es número equivocado.

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Nina: Pero...

Carmen: Si no lo haces, voy a tener que contarle de esto a Schiller. ¿Qué


prefieres?

Desde el baño, aparece Mariana. Viene vestida sólo con enagua. Descalza. Se
deja caer en uno de los sillones. Carmen y Nina la miran extrañadas.

Nina: ¿Y tu vestido? ¿Por qué estás así?

Mariana: Se me rompió.

Nina: ¿Cómo que se te rompió? Estaba nuevo, Mariana.

Mariana: Se rompió. (Pausa) ¡Ah, que cansada estoy! (Con la cabeza


apoyada en el respaldo del sillón, mira hacia el techo de la
habitación) ¡Que fea es esa luz! Deberíamos ponerle algo, no sé,
un pañuelo, un mantel, algo que haga ver esto un poco más
acogedor. Un toque femenino...

Carmen: ¿Estás bien?

Mariana: (Mira a Carmen como si ésta le hubiese hecho una pregunta muy
extraña) ¿Qué?

Carmen: Si te sientes bien.

Mariana: ¿Y tú, Carmen? ¿Tú te sientes bien?

Carmen: No te entiendo.

Mariana: No me entiendes. No, claro que no me entiendes. Ni yo misma me


entiendo.

Nina y Carmen se miran entre sí. La actitud de Mariana les parece extraña,
sospechosa.

Nina: ¿Pasó algo?

Mariana: ¿Algo? ¿Algo como qué?

Nina: No sé. Un día pesado...

Mariana: Un día pesado... sí, quizás fue eso. (Pausa) Hoy... hoy fuimos,
paramos en un café. Teníamos que hacer hora. Junto a mí, en la

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mesa de al lado, había dos chicas que estudiaban y discutían
sobre un texto de Bouvier.

Carmen: ¿Quién?

Mariana: Bouvier, un filósofo francés del siglo pasado que elaboró... Da


igual. Y discutían y se esforzaban por comprenderlo y hablaban,
hablaban mucho pero no entendían nada. (Sonríe) No podrías
creer lo que decían, no entendían nada las pobres y quise... me
moría por sacarlas de su error, en cinco minutos habría podido
explicarles para que entendieran realmente. De verdad, no
hubiera necesitado más de cinco minutos. O menos. Tito había
salido a comprar cigarros y el Huaso había ido al baño. Sabían
que yo no iba a hacer nada. Que no iba a aprovechar de escapar.
Confían en mí más que yo misma. Como si me conocieran mejor
que yo. (Pausa) Es gracioso. Ser un libro abierto para los demás y
una puerta cerrada para mí misma. (Su mirada queda absorta en
el vacío)

Nina: ¿Y?

Mariana: ¿Eh?

Carmen: ¿Qué hiciste? ¿Con las chicas?

Mariana: ¿Qué chicas?

Nina: Empezaste hablando de estas dos estudiantes que estaban


sentadas junto a ti.

Mariana: Las chicas, sí (Pausa) ¡Estoy tan cansada! (Pausa) Me levanté,


me acerqué a ellas y me quedé parada entre las dos, frente a
ellas sin decirles nada con la boca abierta, sin poder decirles
nada. Me miraron, se miraron e hicieron... hicieron como si yo no
estuviera ahí. Como si no existiera. Y continuaron hablando, como
si yo no estuviera ahí. Ignorándome. Así es que les golpee la
mesa.

Carmen: Que hiciste ¿qué?

Mariana: Les golpeé la mesa y las tazas de café saltaron. ¿Y sabes qué
hicieron? Se rieron. Se reían no sé de qué. Yo lo único que quería
era sacarles de su error, que entendieran que cuando Bouvier
habla de la degradación del hombre, considera que tiene límites,
porque para él, el límite está en la condición animal, en los
animales, quiero decir, y no es así, no hay límite en el ser
humano, no lo hay. Desde el momento en que el lenguaje verbal
se instala en el hombre, aparece en él... ¡Ay, mi cabeza! Desde el
momento en que el lenguaje se instala en él, según Bouvier, se

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establece el límite... Y no es así, no es la aparición del lenguaje
verbal el que determina el límite...

Nina: (A Carmen) ¿Qué le pasa?

Mariana: (Para sí)... Pero no debían reírse, debían darse cuenta de la


suerte que tenían, de que en ese momento lo único que yo quería
era estar sentada con ellas y ser una más de ellas y luego de ese
café volver a mi casa sana y salva como lo habrían hecho ellas si
no... (Se calla)

Carmen: Si no... ¿Qué?

Mariana: (Apenas audible) Si no se hubieran reído.

Carmen y Nina se miran.

Carmen: ¿Qué fue lo que hiciste, Mariana?

Nina: ¿Entregaste a esas chicas?

Mariana se pone de pie y sale hacia el baño.

Nina: ¡Mariana!

Nina intenta seguirla hacia el baño, pero a mitad de camino, se encuentra con
Mariana quién vuelve a entrar a la habitación trayendo un gran pedazo del
vestido que traía puesto antes. Se sube, con cierta dificultad, a los brazos del
sillón e intenta poner la tela a modo de pantalla en la luz blanquecina del techo.

Mariana: “¡Mariana! ¡Mariana!” ¡No grites! A Carmen no le gusta que


gritemos ¿no es cierto, Carmen?

Carmen: Bájate, te vas a caer. (Intenta bajarla de donde está)

Mariana: Déjame.

Mariana coloca la tela como puede por debajo de la ampolleta intentando armar
una pantalla que amortigüe la luz de la misma.

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Mariana: ¿Qué les parece? ¿Se ve mejor así, no? Berta, ayúdame con
esto para que Carmen vea lo lindo que se ve.

Nina no se mueve. Tanto ella como Carmen miran a Mariana sorprendidas,


incapaces de reaccionar.

Mariana: Perdón, Nina... ¡Ah, mierda! No sé ni como llamarte a veces...


¡Díganme! ¡Díganme como se ve! Se ve mejor ¿no?

Nina: (Mirando a Carmen) Sí, Michita se ve mejor. Ahora bájate.

Mariana: (Imitándola) “Sí, Michita, se ve mejor. Ahora bájate”. No tienes


idea de nada.

Mariana se baja del sillón con el pedazo de tela en la mano. Nina toma el
pedazo de tela que estaba usando Mariana.

Mariana: No. No hay nada que hacer. Esta es la luz que nos merecemos.
¿Te gustaba el vestidito? Que pena. A mí no. Quédatelo, aunque
ya no sirve de nada.

Mariana le da el pedazo de tela a Nina e intenta salir. Alcanza a caminar dos


pasos, cuando la detiene Carmen.

Carmen: Mariana, dinos ¿qué hiciste con esas chicas?

Mariana: ¿Con las chicas? ¿Qué chicas? ... ¡Ah! ¡Las que estudiaban en el
café! No sé que pasó con ellas. Deben estar en sus casas. ¿No?
Ahí... (Se lleva la mano a la cabeza) ahí deben estar. O en alguna
fiesta. No tengo como... no tengo como... no tengo como saber.
Pobres... me miraban con una cara... no entendían nada. Nada.

Apenas alcanza a balbucear estas últimas palabras, y se desvanece. Tanto


Carmen como Nina corren hacia ella. Tratan de reanimarla. Oscuro.

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Segundo Acto:

Escena 2: Sábado. Mediodía.

Misma habitación. Carmen, aún vestida con la misma ropa que el día anterior.
Está tapada apenas con una manta. Da la impresión que se ha quedado
dormida en el sofá. Habla por teléfono con Matías, su hijo. Lo hace en voz baja
de manera de no ser oída por nadie más.

Carmen: ¿Qué pasa, Mati? ¿No quieres hablar con la mamá? (...) Prefieres
ir a jugar... Bueno, anda a jugar... (...) ¿Nuevos? ¿Y de donde
sacaste autitos nuevos, picarón? ¿Te los regaló la Tati? (...) (Su
expresión se endurece) No es tu mamá, es tu tía. ¿Te los regaló
ella? (...) ¿Qué señor? Mati, te hice una pregunta, mi amor, ¿qué
señor te regaló esos autitos? (...) ¿Sabía tu nombre? ¿Qué te
dijo? (Perdiendo la paciencia) ¡¿Cómo que quién, Mati?! Ese
señor ¿qué te dijo? (...) Déjame hablar con la tía. (...) (Intentando
disimular su ofuscación) No, mi amor, no estoy enojada ¿por qué
iba a estarlo? Déjame hablar con la tía ¿bueno? Te adoro, mi
vida. (...) Chao. (Espera un momento) ¿Tati? (Al grano) Hola ¿de
que señor está hablando? (...) (Le explica) El Matías me acaba
de decir que un señor, que no sabe quién es, le regaló unos
autitos en la plaza. (...) ¡Te estoy diciendo que me lo acaba de
decir el Matías! (...) ¡¿Que me calme?! ¡¿Qué me calme, Tati, por
Dios?! Un tipo le regaló unos autitos al Mati ¿te parece normal?
(...) Bueno, eso no es normal. Si ese tipo se acercó al Mati es
porque sabe de mí. Sabe que es mi hijo. Es un mensaje. (...)
Bueno, para tu información no se encontró esos autitos botados
en la plaza; se los regaló un tipo. Si no estuvieras pajareando te
habrías dado cuenta. Nadie se puede acercar a mi hijo, ¿me
oíste? Porque si le llega a pasar algo te juro que te... ¿Aló? ¿Aló?
¿Tati?

Carmen, ofuscada, golpea repetidas veces el auricular contra el aparato.


Vuelve a marcar. Está ocupada la línea. Cuelga. Marca otro número.

Carmen: ¿Schiller? (…) Hola, perdona que llame tan temprano pero
necesito hablar contigo. (...) ¿Mariana? Bien, supongo, está
durmiendo todavía. (...) No, no es por eso. Es por mi hijo. (...) Él
está bien. Creo. Soy yo quién ya no aguanta más esto. (...) ¿Te
acuerdas que al principio, cuando nos trajeron aquí, me dijiste que
en algún momento incluso podría traer a vivir a mi hijo conmigo?

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Bueno, tiene que ser ahora. (...) Sí, tiene que ser ahora. (...) No,
no me puedo calmar. Acabo de hablar con él y me contó que un
tipo se le acercó en la plaza y le regaló unos autitos... (...) No, no
quiero que le pongan un guardia, quiero que viva aquí conmigo.
(...) ¿Cómo? No lo sé todavía, no he pensado. Quizás puede venir
mi hermana a cuidarlo mientras yo trabajo, pero sé que aquí va a
estar seguro. ¿Las niñas? (…) No, no les he preguntado, pero me
imagino que están de acuerdo. (…) Está bien, les voy a
preguntar.(...)

Entra Nina. Carmen cambia el tono de la conversación.

Carmen: Lo único que le pido es que piense en la posibilidad de concretizar


esto. Eso es todo. (...) Gracias. Sí, sí, cualquier novedad, yo le
aviso. (...) Adiós.

Nina: ¿Quién era?

Carmen: Schiller. Quería saber como estaba Mariana.

Nina: ¿Y qué es lo que nos ibas a preguntar?

Carmen: ¿Eh? ¡Ah, sí! Si… si estaban de acuerdo en que nos saquen más
seguido a pasear. Eso nos hace bien ¿no?

Nina: Por mí ningún problema. (Pausa) Soñé con él.

Carmen: ¿Con quién?

Nina: Con él, con Ignacio.

Carmen: Mientras lo veas en sueños y nada más que en sueños, está todo
bien. ¿Duerme todavía?

Nina: Con el sedante que le dio el médico ayer, seguro que duerme dos
días seguidos. Pobre, se ve que necesitaba descansar. Lo bueno
es que mañana es domingo. Va a poder descansar el fin de
semana completo. Así el lunes va a trabajar como siempre.

Carmen: Como siempre, claro.

Nina: ¿Qué te pasa?

Carmen: Estoy cansada.

Nina: Anda a dormir.

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Carmen: No puedo.

Nina: Ya está bien. No pasó nada.

Carmen: ¿Cómo que no pasó nada? Por poco se nos muere aquí en el
departamento.

Nina: Pero no fue así. Tuvimos suerte.

Nina sale hacia la cocina. Se oye desde fuera a Nina hablándole al Che, su
gato. Carmen se fija que Nina no la esté mirando desde la cocina, y vuelve a
marcar. La línea sigue ocupada. Carmen cuelga enojada.

Nina: (Off) ¿Cómo está, mi rey?... chitu chitu chitu... Sí sí sí... la mamá
le va a dar su comida... sí... Tome aquí está su hueso y su leche.
Eso, coma, coma... (Entra)

Carmen: Ese gato está cada día más flaco. Se te va a morir con puro
hueso.

Nina: ¿Por qué? Le gusta.

Carmen: No es perro.

Nina: Es hueso o nada. Y más vale que le guste porque ya no me la dan


gratis. En el casino me están cobrando a cincuenta el kilo de
huesos.

Carmen: Yo te digo. Después no te quejes si lo encuentras patas arriba.

Nina: No seas mal agüero, mujer.

Carmen: No me gustan los gatos.

Nina: A mí sí.

Carmen: Aprovéchalo mientras te dure.

Nina: ¿Qué quieres decir?

Carmen: ¿Sabes? Si yo fuera tú empezaría a disfrutar este lindo


departamento, sí. Báñate una hora seguida si quieres, un baño de
tina, come a la hora que se te antoje, paséate en pelotas por el
balcón, haz lo que quieras. No me extrañaría nada que el lunes
estuviéramos de vuelta en el gallinero.

Nina: (Palideciendo) ¿Qué dices?

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Carmen: Lo que oyes. ¿O tú crees que esta gracia de Mariana va a pasar
desapercibida, como una descomposición, como un dolorcito de
panza nada más? No. Ni lo sueñes.

Nina: No entiendo.

Carmen: Si nos hubieran querido matar, nos habrían matado ellos mismos.
Nos quieren vivas, no muertas.

Nina: ¿Qué se le va a hacer? Fue un accidente.

Carmen: Nina, se tragó todo el frasco de tranquilizantes. Eso no es un


accidente. Tú misma lo viste. ¿Te parece que fue “un accidente”
que rompiera ese vestido nuevo para hacerle una pantalla a la
ampolleta? ¿”Un accidente” haberse bajado el frasco entero?
¿”Un accidente” lo que hizo con esas chicas?

Aparece Mariana. Trae puesta la misma enagua que la noche anterior.

Nina: Buenos días. Creí que ibas a pasar de largo hasta mañana.
¿Cómo te sientes?

Mariana: (Aún debilitada) Bien. Me duele un poco la cabeza.

Nina: Debe ser por el golpe que te diste, pero el médico dijo que lo más
probable es que sea superficial. De todos modos te tienes que
hacer...

Mariana: ¿Médico? ¿Qué médico? No recuerdo nada.

Nina: Porque estabas inconciente. Hubo que hacerte un lavado de


estómago. Te intoxicaste.

Carmen: (A Mariana) ¿Por qué lo hiciste?

Nina: Carmen...

Mariana: No me siento bien. (Intenta caminar hacia la cocina) Tengo sed.

Nina: Quédate ahí. Siéntate. Yo te traigo.

Nina va hacia la cocina.

Carmen: ¿Por qué lo hiciste, Mariana?

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Mariana: ¿Qué cosa?

Nina: (Volviendo con el vaso de agua. A Carmen) Está recién


despertando, déjala tranquila.

Carmen: Es una pregunta nada más. ¿Querías matarte?

Mariana: ¿Matarme?

Carmen: Sí, Mariana. Matarte.

Mariana: No.

Carmen: ¿Entonces?

Mariana: No sé... me... me... a veces necesito un poco más para... para
poder dormir. Me tomo uno, después otro y otro y sigo dándome
vueltas en la cama durante horas. Les voy a pedir que me den
unos más fuertes. Estos no me están haciendo nada. Seguro que
me los dan vencidos. Hay veces en que incluso tengo que
tomarme cuatro a la vez para...

Carmen: No fueron cuatro, Mariana.

Mariana: ¡Ay mi cabeza!

Nina: ¿No sería bueno llamar al médico?

Carmen: ¿De nuevo? ¿Y pedirle a Schiller que lo mande otra vez porque a
la princesa le duele la cabeza? Que se aguante. (A Mariana) ¿Te
das cuenta de lo que habría pasado? ¿Te das cuenta?

Mariana: ...

Nina: (A Carmen) Déjala, ya está.

Carmen: (A Nina) ¡No! (A Mariana) ¿En que estas pensando?

Mariana: ¡Nada! ¡Fue un accidente! ¡Se me pasó la mano, caramba! ¡A


todo el mundo se le pasa la mano de vez en cuando! ¿Por qué a
mí no?

Nina: Está bien, está bien. Se te pasó la mano. No tiene nada de malo.
No es fácil, esto. No es nada fácil.

Carmen: Sí, claro que se le pasó la mano. Mandó a dos chicas inocentes al
matadero.

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Mariana: ¿Qué dices?

Carmen: ¿Qué? ¿Tampoco te acuerdas de eso? Ayer nos contaste que


mandaste al “gallinero” a dos estudiantes porque se reían de ti.

Mariana: No es cierto.

Nina: Tranquilízate. No te hace bien agitarse.

Mariana: Es que no hice nada. Tienen que creerme.

Nina: Te creemos.

Mariana: Carmen, créeme. (Pausa) Yo... yo...

Nina: No digas nada. Ya pasó.

Mariana: No, no pasó. Porque las iba a entregar. Yo las habría entregado
pero se fueron antes de que llegaran el Tito y el Huaso.

Nina: Bueno, entonces está todo bien. No pasó nada.

Mariana: No sé.

Carmen: ¿Cómo que no sé? ¿Qué quieres decir?

Mariana: Lo vi. A Alejandro.

Pausa.

Nina: ¿Tu Alejandro?

Mariana: (Sonríe apenas) Ya no es mi Alejandro.

Carmen: ¿No estaba fuera del país?

Mariana: Es posible. Quizás andaba fondeado, no sé. Pero era él. Estoy
segura de que era él.

Carmen: ¿Desde cuando que no lo ves? Es posible que te hayas


confundido.

Mariana: Era él, estoy segura.

Nina: ¿Y... estabas sola cuando... cuando lo viste?

Mariana: (Niega con la cabeza) En el auto, con el Huaso y el Tito.

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Nina: ¿Y ellos? ¿Lo vieron?

Mariana: Creo que no. Por suerte, estaban mirando a unas escolares que
andaban por la vereda del frente.

Carmen: ¡Que par de asquerosos son esos dos!

Nina: ¡Sí, yo creo que son así, así de malas personas, por lo
asquerosos que son! (A Mariana) ¿Quieres... quieres que te
prepare desayuno? (Mariana no responde) Mariana...

Mariana: No me gusta que esté aquí.

Nina: ¿Quién?

Mariana: Alejandro. Ellos saben de nuestra relación.

Nina: ¿Y?

Mariana: No sé. No creo que haya sido una casualidad que lo haya visto
ayer.

Carmen: Acabas de decir que no se dieron cuenta.

Nina: Pero no pasó nada.

Mariana: Ahora. ¿Y la próxima vez? ¿Qué va a pasar la próxima vez? Yo...


yo no... yo no creo que pueda seguir.

Carmen: ¿Seguir? ¿Seguir con qué?

Mariana: No quiero que muera más gente por mi culpa. Y menos Alejandro.

Nina: No pasó nada. Estás muy nerviosa.

Mariana: ¿Y esas chicas? Así de cerca estuve de entregarlas y sólo porque


se rieron de mí.

Nina: No lo hiciste.

Mariana: No porque no quisiera. Ya te dije.

Nina: ¡Y si lo hubieras hecho no habría pasado nada! ¡Las habrían


soltado a las dos horas! La gente que cae...

Mariana: ¡La gente que cae la entregamos nosotras!

Carmen: ¿Es necesario que se entere todo el edificio?

21
Pausa.

Mariana: Perdonen. No me siento bien.

Nina: (A Mariana) No te sientes bien porque no has comido nada. Deja


que te prepare el desayuno, eso te va a hacer sentir mejor.

Mariana: No tengo hambre.

Nina: Pero tienes que comer algo.

Mariana: (Alzando la voz) ¡Dije que no tengo hambre!

Nina: Está bien. Está bien. Como quieras. Si no quieres comer...

Carmen: Quizás, lo que necesitas es ayuda.

Mariana: ¿Ayuda? Claro que necesito ayuda.

Carmen: Anda a ver al psicólogo. Para eso está. Para crisis como esta.

Mariana: Una crisis. Ojalá fuera una crisis. (Pausa) Niñas, no puedo seguir.

Nina: No tenemos alternativa, Michita. Lo sabes.

Mariana: ¿No?

Nina: No. Por algo nos tienen aquí.

Mariana: Siempre hay una alternativa.

Carmen: Vaciarse el frasco entero de tranquilizantes. Mariana, no


empieces, sabemos que no es la primera vez que entras en
pánico. No te culpo. Te entiendo. Tienes que tener más cuidado.
Lo de ayer...

Mariana: Lo de ayer fue un accidente, ya te dije. ¡Lo lamento, pero no soy


como tú! ¡No me parece normal hacer esto! ¡No me parece normal
salir a la calle a entregar gente y que me paguen por ello!

Carmen: Es eso o la muerte. ¿Qué? ¿Preferirías estar muerta?

Mariana: Tiene que haber otra solución.

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Carmen: La única solución es seguir haciendo lo que hacemos y si hay
que entregar a alguien, que sea periférico, que no tenga mucha
información. Eso es lo que hemos hecho siempre.

Mariana: ¿Para qué? ¿Para que lo electrocuten hasta matarlo porque no


tiene nada más que decir? ¿Para que lo expriman como a un
limón seco y terminen disparándole o pasándole una camioneta
encima una, dos, tres veces porque no tenía nada que decir?

Carmen: Es mejor entregar al peón que al Rey. Lo lamento pero es así.

Mariana: Yo también pensaba que era así. Pero ya no. No puedo seguir
cargando sobre mi espalda con tanto...

Nina: Por favor, Michita, basta. Yo... yo sé que es terrible lo que nos
toca pero tenemos un acuerdo: no hablar de esto aquí en la casa.

Mariana: Es que no puedo más. ¿No entiendes? No puedo más.

Nina: Es cosa de tiempo. Cada vez nos sacan menos veces. En el


último mes yo he salido tres veces. Tres veces en un mes y sólo
una de ellas he... sólo una vez me ha tocado.... Además, hace
poco escuché que esto se va a terminar pronto, muy pronto.

Mariana: ¡No seas ingenua! Esto no se va a terminar en poco tiempo. Al


contrario, cada vez va a caer más y más gente y cuando se les
terminen los militantes van a seguir con los simpatizantes y
cuando se les terminen los simpatizantes van a seguir con
cualquiera. ¿No te das cuenta? Ayer mismo, por poco y entrego a
dos niñas sólo porque se reían de mí. Porque se reían. ¿Y como
no se iban a reír de tener a una loca parada frente a ellas que las
miraba con cara de estúpida sin poder articular una sola palabra?

Carmen se acerca a Mariana y en un gesto repentino, le toma las manos.


Mariana deja caer su cabeza sobre sus manos y llora.

Carmen: Hay que tener paciencia.

Mariana: No...

Carmen: Escúchame: tienes que tener paciencia. No sé si el fin está cerca.


No lo sé. Lo que sí sé es que nosotras podemos ir ganando
terreno.

Mariana: ¿Qué quieres decir?

23
Carmen: Ir ganando su confianza. De a poco y cuando sientan que pueden
confiar en nosotras, pedir que nos saquen.

Mariana: ¿No trabajar más para ellos?

Carmen: No trabajar más para ellos.

Nina: Es verdad. Tiene razón. Ellos saben que pueden confiar en


nosotras. ¿Cuánto tiempo tenemos aquí? Meses y nunca se nos
ha pasado por la cabeza escaparnos.

Mariana: (Levantando su cabeza hacia Nina) Eso es. Eso es lo que


tenemos que hacer.

Carmen: ¿Qué cosa?

Mariana: (Súbitamente entusiasmada) Escaparnos. Tenemos hasta el


lunes. Dos días de ventaja.

Carmen: No, no entiendes, lo que quiere decir Berta es que hemos


ganado...

Nina: Mi nombre no es...

Carmen: (Impaciente) Bueno, bueno… ¿hasta cuando con el cuento del


nombre? Todo el tiempo eres Berta…

Nina: Pero aquí, en este departamento, no me gusta que me llamen así.


¡Ya te lo he dicho!

Carmen: (Resignándose, hace incapié en el nombre “Nina”) Lo que Nina


quiere decir, es que hemos ganado su confianza y eso es bueno,
pero justamente lo peor que podríamos hacer ahora sería
escaparnos.

Mariana: ¿Por qué? Ustedes mismas reconocen que confían en nosotras.

Carmen: Pero cualquier cosa que hagamos fuera de libreto y van a


sospechar. No son tontos, Mariana.

Mariana: Por eso mismo. No tenemos tiempo que perder. Vámonos ahora.

Carmen se pone de pie, ofuscada.

Carmen: ¡No puedo creer que estés hablando en serio!

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Nina: Carmen tiene razón. Algo así hay que.... que algo así hay que
organizarlo, no... no se puede hacer así de la noche a la mañana.

Carmen vuelve a acercarse hacia Mariana, pero esta vez sin sentarse.

Carmen: Mira, yo sé que tuviste un mal día. Quizás una mala semana pero
no puedes pretender que ni ella ni yo te sigamos en esto.
Perdóname, Mariana, pero así y en este momento es un suicidio.

Carmen intenta salir hacia su dormitorio.

Mariana: Cuando las papas queman...

Carmen: Estoy cansada.

Mariana: ¿Y crees que vas a arreglar algo encerrándote en tu pieza?

Carmen: No te desquites conmigo, Mariana.

Mariana: Sabes que tengo razón. Por ti que las cosas sigan siempre igual.

Carmen: ¡No se trata de eso!

Nina: ¡Niñas!

Mariana: ¡Y de qué se trata!

Carmen: Hay un tipo rondando a mi hijo. ¿Entiendes? En cualquier


momento le puede pasar algo al Mati. Y yo no estoy con él. Y eso
me pudre por dentro. Cada minuto que estoy lejos de él, me
pudre. Pero por el momento lo único que puedo hacer por el
momento, es quedarme aquí. Tener paciencia y esperar.

Carmen va a salir nuevamente pero la detiene la voz de Mariana.

Mariana: Que caiga más gente.

Carmen se queda inmóvil. No se mueve.

Mariana: Eso. Quedémonos aquí encerraditas entregando nombres, total,


mientras no nos toquen a nosotras...

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Carmen intenta decir algo, pero no puede. Sale. Breve silencio. Nina se pone
de pie y va hasta la radio. La enciende. Se oye el tema “Regresa” interpretado
por Luchita Reyes, “La Morena de Oro del Perú”.

Nina: Que tiempo que no escuchaba este tema. A mi viejo le encantaba


esta cantante. ¿Te acuerdas? Que ponía el disco de ella una y
otra vez, una y otra vez, una y otra vez. Mi mamá no la soportaba.
Decía que tenía voz de chicharra y mi papá se enojaba...

Mariana: Sí, sí me acuerdo. ¿Los extrañas?

Nina: Mucho.

Mariana: ¿No te gustaría volver a verlos?

Nina: Claro que me gustaría. ¿Qué pregunta es esa? Por supuesto que
me gustaría.

Mariana: ¿Entonces? (Nina no responde) ¿Entonces?

Nina: Quiero estar viva para verlos.

Mariana: Esto no es vida.

Nina: Sí, sí es vida. Es mucho más vida que estar allá en el gallinero
teniendo que aguantar que cualquiera entrara a la hora que se le
diera la gana. Es mucho mejor. Quizás ya te olvidaste de lo que
era vivir ahí.

Mariana: No. No me he olvidado. Pero por lo menos sabía quién era. No


sentía tanto asco de mí misma.

Nina: Bueno, si crees que vas a estar mejor allá, entonces vuelve. Pide
que te trasladen nuevamente allá.

Mariana: Hay otra alternativa: escaparnos. Vivir libres.

Nina: Libres, sí, claro. (Suspira, resignada) ¡Mariana...!

Mariana: ¿Qué?

Nina: Mi vieja tenía razón. No siempre, pero contigo no se equivocó. Se


dio cuenta desde el primer momento en que te vio. Y yo no le hice
caso.

Mariana: ¿Ah, sí? ¿De qué?

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Nina: Primera tú, segunda tú, tercera tú... sin importar los que quedan
en el camino. (Pausa) Yo... yo te quiero. Tú sabes que sí, pero...
a veces hubiera deseado no haberte conocido.

Mariana: Yo no te pedí que me siguieras, acuérdate fuiste tú la que me


siguió en todo. Y te lo advertí, Nina, te lo advertí. Meterse al
partido no era un juego. Pero para ti era emocionante, arriesgado.

Nina: No sabía lo que se venía.

Mariana: Nadie lo sabía.

Nina: Está bien, pero ¡ya está! ¡Ya está hecho! No hay nada que se
pueda hacer para cambiarlo, lo pasado, pasado. Lo mejor que
podemos hacer es tener paciencia. En algún momento nos van a
dejar libres.

Mariana: ¿Y mientras tanto, qué? Sigue cayendo gente, Nina.

Nina: ¡Pero son ellos o nosotras! ¿No entiendes? ¡Ellos o nosotras! ¡Y


yo no quiero morir! ¡No quiero morir!

Mariana: Yo tampoco. Pero si nos escapamos... ¿no darías lo que fuera por
poder hablar nuevamente con tus papás en lugar de llamar por
teléfono una vez al mes y quedarte callada para escuchar sus
voces nada más?

Nina: Para ellos, estoy muerta. Y es mejor así.

Suena el teléfono. Nina se sobresalta.

Nina: ¿Te das cuenta? ¿Te das cuenta? Están encima de nosotras. No
hay forma de escapar, así es que sácate esa idea de la cabeza.
No hay forma.

Mariana va a contestar.

Nina: No, no contestes, o sí y diles... diles que no es en serio. Por favor,


diles que no es en serio.

Mariana: ¿Te puedes calmar? ¿Qué? ¿Crees que hay micrófonos aquí?

Mariana contesta el teléfono.

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Mariana: ¿Aló? ¿Sí? (...) ¿Berta? (Mira a Nina) ¿Schiller? (...) ¿Quién es?
(...) Disculpe ¿me puede repetir su nombre? (Escucha. Tapa el
auricular) Es un tipo, Ignacio Martínez, dice que quiere hablar
contigo.

Nina: (Feliz) ¡Me llamó!

Mariana: ¿Quién es?

Nina no le contesta y toma el teléfono.

Nina: ¿Aló? Hola, soy yo... Berta. ¡Que sorpresa! No pensé que iba a
llamar. (...) No lo conozco tanto como para tutearlo. (...)
¿Mañana? Tengo libre, quiero decir, que es Domingo así es que...
¿Dónde? (...) Si no le molesta, (Se corrige) si no te molesta
preferiría no salir, estoy un poco resfriada (Tose) pero si quieres
puedes venir aquí a mi casa.

Mariana intenta arrancarle el teléfono. Nina se lo impide.

Nina: (A Ignacio) ¿Tienes donde anotar? (...) Avenida de Los Laureles


845, departamento A. (...) No te molestes... (...) Bueno, prefiero
las rosas. (...) Adiós.

Cuelga el teléfono.

Mariana: ¿Quién es ese tipo?

Nina: El que nos encontramos en el restaurante el Viernes. Le di mi


teléfono y me llamó. ¡Me llamó!

Mariana: ¿Por qué le dijiste que viniera?

Nina: No sé, me pareció más seguro que salir con él.

Mariana: ¿Le vas a preparar una comida romántica?

Nina: ¿Quién te dijo que vamos a comer?

Entra Carmen.

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Carmen: ¿Quién era?

Nina: (Adelantándose) Número equivocado.

Suena el timbre. Las tres mujeres se ponen en alerta. Carmen se acerca a la


puerta de entrada y mira por el ojo de pez. Pone la cadenilla de seguridad y
luego abre la puerta apenas un poco.

Carmen: ¿Sí? ¿Qué pasa? ¿Ahora? Espere.

Carmen cierra la puerta para descolgar la cadenilla y luego vuelve a abrir. Sale.
Al cabo de unos segundos vuelve a entrar.

Mariana: ¿Qué quieren?

Mariana: Vístanse. Tenemos que salir en quince minutos.

Nina: ¿Dónde nos llevan?

Carmen: Encontraron la casa. Bajaron a toda la cúpula. Tenemos que ir a


reconocer cuerpos y a algunos detenidos.

Mariana: ¿Detenidos? ¿Quiénes?

Carmen: No sé. No me dijo.

Nina: (Entrando en pánico) ¿Y para qué nos llevan a nosotras?

Carmen: Tenemos que reconocer algunos cuerpos, te acabo de decir.

Nina: Pero ¿por qué nosotras? Nunca nos llevan a reconocer cuerpos.

Carmen: ¡No sé! Eso fue todo lo que me dijo. ¿Qué quieres? Esto me
parece tan raro como a ti. Tenemos que vestirnos y rápido.

Ninguna de las tres se mueve de su lugar. Oscuro.

29
Escena 3: Sábado. Noche.

Misma habitación. El lugar está en penumbras. Luego de unos segundos de


oscuridad, se oye que las tres mujeres entran. Lo hacen en silencio. La primera
en entrar es Carmen. Enciende una lámpara. Apenas se enciende la luz, se
oye al Che maullar desde la cocina. Las tres mujeres están extenuadas. Nina
lleva una botella envuelta en una bolsa de papel. Se dejan caer sobre los
sillones, se sacan los zapatos. No se dicen nada durante varios segundos.

Nina: (Rompe el silencio) Hace calor ¿no?

Ni Carmen ni Mariana le responden.

Nina: Voy a abrir las ventanas para que entre un poco de aire.

Nina sale hacia los dormitorios. Sólo se oye al Che maullando. Un momento
después, Nina vuelve a entrar.

Carmen: Me tiene podrida ese gato. (A Nina) Dale comida o sino, lo tiro yo
misma por el balcón.

Nina sale hacia la cocina.

Nina: (Off) Chitu...chitu...chitu... venga... tome aquí está su leche y su


hueso.

Luego de unos segundos, Nina vuelve a entrar con tres vasos.

Carmen: No sé como puedes darle de comer después de lo de hoy.

Nina: ¿Qué quieres? ¿Que se muera de hambre?

Carmen: No sería mala idea. Así deja de molestar.

Nina les sirve un vaso de whisky a cada una y luego uno para ella.

30
Mariana: Lo bueno es que no tenía sangre. Quiero decir... parecía como si
estuviera durmiendo ¿no? Si no hubiera sido porque tenía los ojos
abiertos, clavados en el cielo estrellado. ¡Que cantidad de
estrellas que se ven fuera de la ciudad, ¿no?! Me dio la sensación
de que estaba sonriendo. Como si... como si al fin pudiera salirse,
descansar de toda esta mierda ¿no? (Mira a Nina y a Carmen
esperando una respuesta que no llega) O quizás estaba contento
porque murió peleando. Como saberlo... (La vista fija en el vacío,
brinda con su vaso) Por Alejandro.

Nina: Mariana...

Mariana: ¿Qué tiene? Alguien tiene que brindar por los muertos. Ni funeral
va a tener. Seguro que lo tiran al mar.

Nina: Mariana...

Mariana: O a la Cordillera. ¿Quién lo va a encontrar ahí?

Nina: ¡Basta, por favor!

Mariana: Ni rastros va a quedar de él. Ni de los demás. Como si nunca


hubieran existido.

Nina: (Gritándole) ¡¿Te puedes callar?!

Carmen: ¡Déjala que hable! ¡Necesita desahogarse! ¡Si no es aquí!


¿Dónde? Si no te gusta, ándate a tu pieza.

Nina: No quiero.

Carmen: ¿Tienes miedo de que se te aparezca algún fantasma?

Carmen se toma un gran sorbo de whisky.

Mariana: Yo sabía. Yo sabía... Si no hubiera sido por mí, por estos ojitos
que Dios me dio. Él siempre me decía que lo que más le gustaba
de mi, eran mis ojos. ¡Mis ojos! ¡Y fueron estos ojos los que lo
mataron!

Carmen: No te atormentes así.

Mariana: ¡Está muerto, Carmen! ¡Está muerto gracias a mí!

Carmen: Dijiste que ni el Huaso ni el Tito lo habían visto. Quizás cayó por
otro.

31
Mariana: Él no me vio, yo sí a él, pero él a mí no. Me sorprendí al verlo y
no... no pude evitar... ponerme a temblar. Y traté, les juro que
traté de no hacerlo. Miré al Huaso y vi que estaban mirando para
el otro lado, pero después hizo algo raro. Dio otra vuelta a la
manzana con la excusa de buscar una farmacia. Paró el auto. Se
bajó a comprar. Se demoró como diez minutos, y cuando el Tito
le sacó en cara que se había demorado, dijo que se acordó que
tenía que llamar a su mamá para desearle feliz cumpleaños. Y el
gordo se rió y le respondió: “pero si vos no tenís mamá”. Y se rió y
se rió. No paró de reírse hasta que me trajeron de vuelta al
cuartel.

Nina: No podías saber.

Carmen: No es tu culpa.

Mariana: ¿No?

Nina: No.

Mariana: ¿Y de quién entonces? (Nina no responde) ¿De quién? ¡Dime! Si


no lo hubiera visto, estaría vivo. ¡Pero lo vi!

Carmen: No sabes, Mariana, no sabes.

Nina: Además... pudo ser una casualidad. Quizás ya sabían que


Alejandro iba a andar por el centro a esa hora.

Mariana: Pero está muerto, Nina, está muerto gracias a mí. Y con el toda la
cúpula. ¡Ay, como deben estar festejando estos hijos de puta!
¡Que contentos que deben estar Schiller y los demás! ¿Les vieron
la cara de satisfacción? ¡Como... como si se hubieran ganado la
lotería!

Mariana llora. Carmen y Nina se acercan a ella.

Mariana: ¡Ayúdenme! ¡Por favor, ayúdenme a salir de esto!

Carmen: Cuenta con nosotras.

Nina: Te vamos a ayudar.

Mariana: Entonces, vayámonos. ¡Escapémonos!

Nina: No insistas con eso, Mariana, es suicida.

32
Mariana: Es ahora o nunca, niñas. Mañana no tenemos guardia. Tenemos
todo el día libre. ¿A que hora llaman siempre?
Carmen: ¿Qué importa a que hora...?

Mariana: ¿A qué hora?

Carmen: A las diez.

Mariana: Después de hablar con ellos por teléfono, nos largamos.

Carmen: No.

Mariana: Sí. A la Iglesia. Ahí nos pueden proteger. El Cura este, el que
recibe a las viudas, a los familiares ¿cómo se llama?

Carmen: Padre Graciano.

Nina: No confío en los curas.

Mariana: ¿Y en estas mierdas sí? En este momento, la Iglesia es la única


que está haciendo algo. Han logrado rescatar y salvar a algunos.

Nina: Pero a los que están presos. A nosotras lo único que quieren es
vernos muertas.

Mariana: Tenemos información sobre Schiller y los otros, podemos


negociar, incluso, que nos manden lejos, a Francia, qué sé yo. Ahí
no nos van a poder tocar. No vamos a tener que entregar una sola
vida más.

Carmen: No se puede.

Nina: Es... es muy arriesgado, Mariana. Si ni siquiera nos atrevemos a


pasear solas por el parque y nos vamos a escapar... No. Es un
suicidio. (Pausa) Si quieres hacerlo, estás en esto sola.

Mariana: Nina...

Nina: Lo siento, Michita, pero no te voy a seguir en esto. Voy a seguir


con mi vida aquí.

Mariana: ¿Tanto te gustó el tipo ese?

Nina: No tiene que ver con eso.

Mariana: Entonces ¿con qué? Con tal de encamarte con él eres capaz de...

Carmen: (A Nina) ¿De qué está hablando?

33
Nina: De nada.

Mariana: ¿De nada? (A Carmen) ¿No te dijo que tenemos visita mañana?
Bueno, nosotras no, ella solamente.

Carmen mira a Nina esperando una explicación.

Nina: Hoy en la tarde llamó él.

Carmen: ¿Quién?

Nina: Ignacio. Lo conocí ayer en el…

Carmen: Sí, ya sé quién es el tal Ignacio. ¿Y?

Nina: Lo invité para que viniera mañana. Me pareció más seguro que
salir...

Carmen: Te dije que si llamaba le dijeras número equivocado.

Nina: Sí, sé, pero… no pude. Lo siento. También tengo derecho a…

Carmen: ¿Sí?

Nina: Me siento sola. No tengo a alguien que me proteja como tú.

Carmen: Pero ¿eres tonta acaso? ¿Cómo se te ocurre invitar a un


desconocido aquí? ¿Y si viene armado?

Nina: No va a venir armado. No todo el mundo quiere matarnos,

Carmen se acerca al teléfono. Marca un número.

Nina: ¿Qué haces?

Carmen: Voy a avisarle a Schiller para que lo detengan si viene.

Nina: No, por favor, no lo hagas.

Nina cuelga el teléfono.

Carmen: Entiende, es muy peligroso. ¡No sabes nada de él!

34
Nina: ¡Pero quiero verlo! ¡Por favor! Yo sé que no lo conozco pero es un
buen tipo...

Carmen: ¿Te parece? ¿Un tipo casado que viene a encamarse con otra?
Sí, claro, un angelito debe ser.

Nina: Por favor, no... no hagas nada. No quiero que lo agarren.

Mariana: Yo tampoco quería que agarraran a Alejandro.

Nina: (A Mariana) ¡No es lo mismo! ¡No es lo mismo! (Al borde del


llanto. A Carmen) ¡Por favor, te lo ruego, no les digas nada!

Carmen: Ese tipo no pone un pie en esta casa.

Nina: Pero...

Carmen: (Amenazándola) ¿Llamo?

Nina: Está bien, está bien. No pone un pie en esta casa.

Carmen: Júralo.

Nina: Se los juro. No le abro.

Carmen: Es por tu bien.

Nina: (Llorando. A Mariana) ¿Estás contenta ahora?

Mariana: Voy a estar contenta cuando pueda salir de aquí.

Carmen: Mariana, basta. Yo sé que hoy ha sido un día muy complicado,


especialmente para ti, pero… entiende. No podemos escaparnos.
Ahora no.

Mariana: Yo sí puedo. Si ustedes no quieren, está bien. Pero yo me voy.

Nina: Sí, claro, ándate. Y ¿quién paga los platos rotos? Nosotras, ¿no?

Mariana: ¿Qué quieres decir?

Carmen: Si te llegas a escapar, ¿con quién se van a desquitar? Con


nosotras.

Mariana: Díganles que no sabían nada.

Nina: Tú sabes que eso no cuenta. Ya sabemos, estamos fritas.

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Carmen: Además que eso no les importa. Aunque se den cuenta que no
tenemos ni la más minima idea de donde estás, van a desquitarse
con alguien. Si no es contigo, va a ser con nosotras.

Mariana: ¡No quiero seguir entregando más gente! ¿No entienden? ¡Cada
persona que miro puede morir!

Carmen: Mariana, yo sé que esto es difícil para ti, pero...

Mariana: ¿Difícil? ¿Difícil? ¡Es un infierno! ¡Lo mataron! ¡Mataron a la única


persona que he querido en mi vida y lo mataron gracias a mí!
¿Cómo... como hago ahora?

Pausa.

Mariana: ¿Cómo hago?

Carmen: Lo lamento, Mariana, créeme que lo lamento. Pero no hay nada


que podamos hacer.

Mariana: ¡Sí, podemos, es cosa de querer! ¡Las tres juntas!

Nina: Nos van a encontrar, y aún cuando pudiéramos huir, ¿de qué
vamos a vivir? ¿De putas? ¿Mendigando en la calle? Piensa,
Mariana, esto por lo menos es un refugio.

Carmen: Yo no estoy sola. Tengo a mi hijo.

Mariana: Tu hermana se puede hacer cargo de él como lo ha hecho hasta


ahora.

Carmen: Le pedí a Schiller que me dejara vivir con el Mati. Aquí.

Nina: ¿Cuándo?

Carmen: Hoy en la mañana. Cuando me enteré que un tipo lo andaba


rondando en la plaza, me asusté y llamé por teléfono a Schiller.
Le pedí que me dejara vivir con él.

Nina: ¿Y? ¿Qué dijo?

Carmen: Que tenía que preguntarle a ustedes primero. Perdonen, yo sé


que debí haberles dicho antes, pero estaba asustada.

Mariana: ¿Quieres traer a vivir al niño aquí a este departamento?

Carmen: Sí. ¿Que tiene? Es mi hijo, ¿no?

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Nina: ¿Y nosotras, qué? ¿Sus tías, acaso?

Carmen: No te puedo pedir que entiendas lo que es ser madre.

Nina: ¡Yo tengo que entenderte a ti y aguantar que traigas a tu crío y yo


tengo que hacer vida de monja! ¿Por qué no te vas un rato a la
mierda?

Carmen: No es lo mismo. Mi hijo no es peligroso.

Nina: No se trata de eso, Carmen. Yo no quiero tener a un niño dando


vueltas por aquí. Punto. Fin de la discusión.

Carmen: Hasta en las cárceles se les permite a las mujeres vivir con sus
hijos.

Nina: Pero esto no es una cárcel.

Mariana: ¿No?

Nina: No. Sea como sea, es nuestra casa.

Carmen: Piensen, un niño aquí puede hacer esto más... más llevadero.

Mariana: ¡¿Cómo se puede hacer de esta vida algo más llevadero,


Carmen?! ¿Cómo? ¿Entregando gente de día y leyéndole “La
Caperucita Roja” a tu hijo por las noches?

Nina: No nos puedes hacer esto, Carmen.

Carmen: ¡No quiero que me lo secuestren y me lo maten! ¿Tan difícil es de


entender?

Nina: Lo lamento. Yo no quiero niños aquí.

Carmen: Nina, por favor…

Nina: ¡Ah, mira qué rápido te viene mi nombre a la cabeza! (Tajante)


¡No! Si tantas ganas tenías de armar una casita con tu hijo,
debiste haber abierto la boca antes de venir aquí con nosotras.

Carmen: No tenía alternativa. Ninguna de nosotras la tuvo. Lo saben.

Mariana: Siempre hay una alternativa, Carmen. Siempre la hay.

Carmen: ¿Cuál es tu alternativa? ¿Volver al “gallinero”? ¿Esa? Lo siento,


para mí, no.

37
Mariana: Por lo menos sabríamos quienes somos.

Carmen: Yo sé quién soy. Y sé que lo que hago ahora, es lo único que


puedo hacer para sobrevivir hasta que en algún momento me
dejen ir.

Mariana: Nunca te van a dejar ir, Carmen. Nunca. (Mira a Nina) Ni a ti. Ni a
mí. Nunca. Métetelo bien en la cabeza.

Suave oscuro.

38
Tercer Acto

Escena 4: Domingo.

Misma habitación. Últimos momentos del atardecer, ya cae la noche. Carmen


está sentada a la mesa del comedor. Tiene un café frente a ella que se ha
enfriado. Juega con algunas migajas de panz que hay despedazados por la
mesa. Desde el baño se oyen los sollozos de Nina. Carmen hace esfuerzos por
no perder la paciencia hasta que finalmente explota.

Carmen: (Tirando el pan sobre la mesa) ¡Basta! ¡Basta, Nina, por favor! ¡No
sacas nada con llorar!

Nina: (Desde el baño) ¡Déjame! Tengo miedo.

Carmen: No hay que tener miedo. No hemos hecho nada malo.

Nina: Pero eso no les importa nada. Cuando se den cuenta de que no
está, se van a desquitar con nosotras. Conmigo.

Carmen: No es cierto.

Nina: Sí es cierto. ¿O que? ¿Crees que Schiller va a dejar que te


pongan un dedo encima?

Carmen: No es culpa mía.

Nina: Nadie dice que sea tu culpa. No le gusté a ninguno, eso es todo.

Pausa. Nina aparece desde el baño.

Nina: ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué nos hizo esto? Ella sabe lo que nos
van a hacer.

Carmen: No sé. Supongo que no aguantó la muerte de Alejandro.

Nina: Ahora, por culpa de ella nos van a mandar de vuelta al “gallinero”
y yo no quiero volver ahí, me mato antes de volver ahí.

Carmen: Tranquilízate.

Nina: ¿Qué les vamos a decir?

39
Carmen: La verdad. Que se escapó.

Nina: No. Eso no. Nos van a culpar a nosotras. A alguien van a culpar.
Digamos... digamos que se siente mal y que... y que... ¡Eso! Por
lo de la intoxicación, y que se quedó en cama. Y... y... que se den
cuenta que se fue cuando vengan a dejarnos, así... así...

Carmen: ¿Cuánto tiempo se van a tragar esa mentira? No. Es mejor


decirles la verdad ahora.

Se oye el timbre. Nina entra en pánico.

Nina: (En un arrebato se abraza de Carmen) ¡No quiero volver ahí! ¡No
quiero volver ahí!

Carmen: (Sotto voce. Responde al abrazo de Nina) ¡Cálmate, cálmate!


Todo va a salir bien.

Vuelve a sonar el timbre, seguido de unos golpes suaves.

Mariana: (Off) ¡Niñas! ¿Están ahí?

Carmen se acerca a la puerta. Mira por el ojo de pez.

Nina: ¡No! ¡No abras!

Carmen: ¡Es Mariana!

Nina: ¿Y si viene con alguien?

Vuelven a oírse golpes a la puerta. Carmen pone la cadenilla y abre la puerta


sólo lo que permite la cadenilla.

Carmen: ¿Estás sola?

Mariana: Sí.

Carmen cierra, suelta la cadenilla y luego abre la puerta. Toma de un brazo a


Mariana y la empuja hacia adentro con fuerza.

40
Nina: ¿Cómo pudiste? ¿Cómo pudiste hacernos esto?

Nina intenta golpear a Mariana, pero Carmen se interpone entre las dos.

Nina: ¡Egoísta! ¡Egoíste de mierda!

Mariana: ¡Nina!

Nina: (No la oye) ¿Te das cuenta, estúpida? ¡¿Te das cuenta de lo que
nos habrían hecho si descubren que te fuiste?! (Rompe a llorar)

Carmen: ¿Qué estás haciendo aquí?

Mariana: (Va directo hacia la mesa) Tengo hambre. No he comido nada


desde el sábado. (Se devora los panes que hay sobre la mesa)
¡Que cansancio!

Carmen: No hay tiempo. Métete los panes al bolsillo. En cualquier


momento nos pasan a buscar. ¡Pero, mira como estás! ¡Anda a
lavarte la cara, por lo menos!

Mariana: Sí sé, sí sé. Traté de llegar antes que ellos.

Nina: ¡Nunca, y escúchame bien, nunca más nos vuelvas a hacer algo
así! ¿Me oíste?

Mariana: (Recuperando el aliento) Fui a ver al Padre Graciano.

Carmen: ¿Al Padre Graciano? ¿Y?

Mariana: Es un viejo de mierda.

Carmen: Te dije. Te lo dije. ¿Sí o no?

Mariana: Cuando llegué a la Iglesia, me reconoció en seguida. Me trató


mal. No quería ni hablarme creyendo que era una infiltrada, qué
sé yo. Pero no me moví de ahí. Le ofrecí que nos ayudara a
cambio de información. Y aceptó.

Nina: ¿Qué?

Carmen: ¿Qué hiciste qué? Pero... ¡Mariana! ¿Te volviste loca?

Mariana: ¿Por qué?

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Carmen: Por mucho que la Iglesia mueva los hilos, tarde o temprano
terminaríamos en la Fiscalía Militar. ¿Cómo no pensaste en eso?

Mariana: No.

Carmen: Sí. Todos los casos que presenta la Iglesia terminan en esa
Fiscalía ¿por qué crees que son tan pocos los que obtienen
resultados? Te recuerdo que no estamos en democracia.

Mariana: Me aseguró que podía haber un arreglo bajo cuerda. Tiene


contacto directo con algunas embajadas europeas, creo que con
los suecos por el cura este que mataron que era sueco también.
Nos meterían en un avión privado del embajador a cambio de dar
toda la información que tengamos. Pero tenemos que apurarnos,
nos está esperando abajo con un auto.

Nina: ¿A Suecia?

Mariana: Sí. Libres por fin.

Nina: Sí, libres, pero espera ¿qué haríamos allá? ¿Cómo viviríamos?

Mariana: Como vive la gente, Nina, en libertad.

Nina: Pero ¿estás segura que allá no llegan estos?

Mariana: No. No llegan. Allá estaríamos a salvo.

Nina: (Comenzando a soñar con la idea) Suecia... no sé nada de


Suecia.

Mariana: No importa. Tenemos que apurarnos. No podemos llevar muchas


cosas.

Mariana va a salir hacia los dormitorios.

Carmen: No cuenten conmigo.

Mariana: Pero, Carmen...

Carmen: ¡No! Tengo un hijo ¿te acuerdas?

Mariana: Y le hablé de él. Puedes llevarlo contigo.

Carmen: ¿Y a mi hermana? ¿Y a su marido? ¿Y a mis sobrinos? ¿Y a mis


padres? ¿Puedo meterlos a todos en el avión? ¿Y Nina, puede

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llevar a sus papás? (Mariana no responde) ¡Dime, Mariana! ¿Le
hablaste de ellos también?

Mariana: No.

Carmen: No, claro que no. Porque en lo único que estás pensando es en
salvarte el pellejo pero si yo pongo un pie fuera del país, ¿sabes
como se ensañarían con mi hermana, con su familia?

Mariana: No sabes...

Carmen: Sí, sé, Mariana, y tú también. Los conoces.

Mariana: No. Cuando se den cuenta que estemos lejos, fuera de su


alcance, se van a dar cuenta que es inútil hacerles nada. Ya cayó
la cúpula, están tranquilos. ¡Por favor, que la muerte de Alejandro
no haya sido en vano!

Nina: (A Carmen) Tiene razón.

Carmen: Ojalá pudiera creerte.

Mariana: Créeme. Tenemos la oportunidad de librarnos de estas mierdas.


¡Es ahora o nunca! es el momento, niñas, podemos salirnos de
esto. ¡Podemos hacerlo! ¿Que me dicen? ¿Nos largamos? ¿Nos
salimos de este infierno de una vez por todas?

Suena el timbre. Ninguna de las tres se mueve. Suena por segunda vez.
Apenas si respiran. El timbre vuelve a sonar por tercera vez mientras la escena
se oscurece poco a poco hasta llegar al Oscuro total.

Fin.

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