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GF - CliNF05 PDF
GF - CliNF05 PDF
2
Staff:
Moderadora:
Katiliz94
Traducción:
Julieta
Katiliz94
3
Corrección y revisión:
Katiliz94
Diseño
Francatemartu
Índice
Sinopsis Capítulo 16
Capítulo 1 Capítulo 17
Capítulo 2 Capítulo 18
Capítulo 3 Capítulo 19
Capítulo 4 Capítulo 20
Capítulo 5 Capítulo 21
Capítulo 6 Capítulo 22
Capítulo 7 Capítulo 23
4 Capítulo 8 Capítulo 24
Capítulo 9 Capítulo 25
Capítulo 10 Capítulo 26
Capítulo 11 Epílogo
Capítulo 15
Sinopsis
C
onoce a los valientes hombres del Club Infierno mientras se enfrentan
a su mayor desafío: ¡El matrimonio!
Sebastian, Vizconde Beauchamp, vive por un código de honor, y
ahora el honor dicta que debe casarse con la Señorita Carissa
Portland. No se arrepiente de haber robado un beso de la adorable
entrometida... y un adecuado castigo por poner su deliciosa nariz donde no
debía. Pero ahora, atrapado en una situación comprometedora, sabe que
debe tomarla como su esposa. Antes se enfrentó al peligro... ¡Pero no a algo
como esto!
Carissa no es una cotilla... solo en una "dama de la información.” Y todo lo que
estaba intentando hacer era advertir al libertino Beauchamp sobre un furioso
marido. Pero ni siquiera ella puede alardear en la sociedad, y mientras su
cabeza le dice que Beau es un notorio sinvergüenza, su corazón −y su cuerpo−
están cautivados por su peligroso encanto. Pero cuando Carissa va
aproximándose al espionaje, el secreto que descubre sobre el Club Infierno
5 podría incluso resultar ser más peligroso que enamorarse de su marido.
Capítulo 1
A
lgunas personas en este mundo (tontos) estaban contentos
ocupándose de sus propios asuntos.
A la vez, su necio corazón comenzó a latir con fuerza. Oh, Dios mio.
Ella dejó escapar un silbido casi felino y dejó caer los impertinentes
sobre su regazo, como si se hubiera quemado.
Al diablo con él, esa mirada de pícaro la hizo sentir como una
prostituta.
8 ¡En público!
En vano.
10 Dio la vuelta a sus lentes de ópera hacia el Vizconde, para ver lo que iba
a hacer a continuación. Beau se volvió hacia la chica de las naranjas.
Pidió algo, y ella le entregó un lápiz.
Sí, se contestó.
—No.
11 —Eso es repugnante, —opinó Lady Min, de diecisiete años.
Después, Carissa corrió por el pasillo del tercer piso, con los pies
calzados con zapatillas que repiqueteaban afanosamente en el silencio.
Tenía que encontrar e interceptar a esa vendedora de naranjas.
Sabía que no debería importarle con quien Lord Beauchamp compartía
esta noche su cama, pero tenía que echarle un vistazo a esa nota. Verla
con sus propios ojos, pensó, sin duda ayudaría a recordarle que las
calaveras preciosas como Lord Beauchamp no eran nada más que
problemas. Perseguían el placer y no les importaba a quien lesionaban.
Debería saberlo.
Por otro lado, con toda justicia, suponía, tenía que admitir que a veces
parecía haber en él más que un simple encanto y carisma. Y anchos
hombros. Músculos encantadores. Un fascinante color de ojos de la
espuma de mar bailando cuando se reía, lo cual era a menudo, una
mandíbula robusta, y unos labios muy besables...
Por supuesto, no había reglas en los libros contra el duelo, sino como
una cortesía a la clase alta, que vivía y moría por el honor, estas leyes
casi nunca eran aplicadas.
Era todo lo que Lord Lockwood pudo hacer para evitar que su hijo
escapara alegre de Newgate. En su lugar, después de pagar una multa
grande y de daños al ahora apuesto joven duelista con una sola pierna,
había sido enviado, como era de esperar, de viaje. Envió a su hijo a
sembrar su semilla salvaje en el extranjero, por así decirlo. Le dieron un
puesto ligeramente unido al esfuerzo de la guerra, según había oído,
pero ante la insistencia de su padre, se mantuvo generalmente fuera de
peligro, muy por detrás de las líneas.
Ella no estaba segura de que diablos había hecho esta vez, pero había
escuchado algo de su último roce mientras husmeaba en el estudio de
su tío.
Sabía que su tutor, Lord Denbury, y sus compinches en la Cámara de
los Lores se mantenían mutuamente informados acerca de las idas y
venidas en sus diversas comisiones. Uno de estos informes
parlamentarios enviados a su tío le había revelado que el vizconde
Beauchamp estaba siendo investigado por un panel secreto del
Ministerio del Interior. No se dieron detalles más allá de eso.
Era del todo sorprendente y sólo era una pieza de la prueba de que,
detrás de esa sonrisa radiante, era una semilla hermosamente mala.
Corriendo por el hueco de la escalera vacía, siguió a la entreplanta,
mirando aquí y allá, en busca de esa chica de las naranjas en
particular, y de aspecto cansado.
Ella negó con la cabeza, le dio lo que esperaba que pareciera una
sonrisa inocente, y apresuró el paso.
14
No sería bueno que cualquier persona descubriera este método secreto
de ella para obtener información. Echando un vistazo en su bolso para
asegurarse de que tenía unas monedas para el soborno, llego a lo largo
de la curva del pasillo donde se escondió al fondo del contorno de la
sala cerrada.
Cuando dio la vuelta a la esquina, finalmente vio a la chica de las
naranjas que buscaba, pero ella se agacho en el hueco más cercano de
las cortinas con un jadeo. ¡Alguien la había ganado!
¡Demasiado tarde!
Con eso, se dio cuenta de que lo más inteligente que podía hacer, era
abandonar esa loca búsqueda de inmediato, regresar huyendo de nuevo
a su asiento, y fingir que no había visto nada.
Insegura sobre qué hacer, se arrastró hacia la puerta del palco, después
se detuvo. Probablemente estaba leyendo la nota falsa, incluso ahora,
viéndose envuelto en la trampa.
17
Capítulo 2
Con eso, estaría bien, como la lluvia por la mañana. Pero cuando salió
del palco, se olvidó de la duquesa que le había hecho proposiciones. Por
ahí había un bocado mucho más dulce, la inimitable señorita Portland,
mirándolo fijamente, como el gatito malo que se comió al canario.
No podía explicarlo, pero algo en la chica le hizo reír. Ella siempre
parecía estar tramando algo, y por alguna razón, la encontró
adorablemente divertida.
Dios, cuando sintió su interés femenino en él, era casi más de lo que
podía soportar, manteniéndose detrás. Sintió que sus regiones
inferiores clamaban por ella y se obligó a apartar la mirada. Pero era
cierto. De todas las mujeres en este teatro, actrices y meretrices
incluidas (muy fáciles), la sobrina de Lord Denbury era la que más
hubiera querido meter en su cama.
Por desgracia, esto era sólo una fantasía, porque sus hermanos
guerreros ya se habían ocupado de describirle lo que le pasaría si
19 jugaba con la inocente amiguita de Daphne.
Me estabas mirando.
—Tengo ojos.
—¡Beauchamp!
—Portland.
—Es una lástima. Pensé que podríamos haber llegado a tener otro.
—No lo creo. —Con una mirada severa, ella se alejó, dejando una
distancia segura entre ellos.
—Quienquiera que sea con quién crees que vas a reunirse esta noche,
te aconsejo que no vayas.
—¿Por qué? —Él torció una ceja ante ella con una mueca juguetona—.
¿Tienes una idea mejor?
—Oh, ya basta. Te diré por qué, tan pronto como me digas dónde está
Daphne.
—Por favor, no empieces con eso otra vez. Pensé que Daphne te
escribió.
21 Él sabía a ciencia cierta que así era, porque era el único que había
pedido a la señora Rotherstone que lo hiciera.
—Sí, tengo la carta, y estoy agradecida por ello. Sabía que tenías algo
que ver con eso. Pero aun así, era muy vaga. Mira, sé que algo está
pasando, y sé que tú sabes lo que es. Ahora puedes decirme lo que está
en curso de realización o…
—¿Por qué?
—Porque. Tus amigas están a salvo. Eso es todo lo que necesitas saber.
—¿Hmm?
— ¡Ja!
—¿Te beso, entonces? —Él la atrajo hacia sí, y aunque ella le frunció el
ceño, dejó que la acercara de buena gana lo suficiente. Su pulso se
abalanzó sobre su aquiescencia—. Te ves hermosa esta noche otra vez,
me atrevería a decir.
22
—Los halagos no te llevarán a ninguna parte. ¡Especialmente cuando
estás de camino a una cita con otra mujer! Es usted un hombre
interesante, Lord Beauchamp.
—¡No lo hice!
—Por supuesto que no, —dijo él con una leve mueca de dolor.
—¿Por qué?
—¿En serio?
—Está bien, ¡entonces vete! Pero, ¿se te ha ocurrido pensar que esta
señora podría tener un marido?
—¡Y tu cuerpo!
—Pero me gusta el escándalo. ¿Te dan los chismes poco que hacer?
—¡Ugh! Beauchamp.
—¿Por qué eres tan imposible? ¿Alguna vez piensas en el dolor que
debes causar a esas mujeres?
Frunció el ceño y miró hacia otro lado, irritado por que le había
permitido llegar a él.
Miró de reojo.
Ella dio un paso atrás, girando tres tonos más rojos que antes.
—Se necesita un buen beso, para empezar. —Su boca se hizo agua
mientras su mirada consumía sus pechos, los pezones casi asomando a
través de su vestido, rogando por su toque. Su sangre se agitaba de
deseo—. Oh, sí. Está muy claro que estás interesada. ¿Pero qué estás
esperando que haga exactamente? ¿A la fuerza? Ese es un juego que no
juego, —le informó en voz baja—. A no ser que vengas a mí por voluntad
25 propia, o nada en absoluto. Pero hasta que decidas lo que va a ser, niña
corre a casa con tu niñera. Adelante. Corre y escóndete de mí otra vez,
al igual que lo haces cada vez que nos encontramos. Sí, tengo mis
defectos, pero por lo menos no soy hipócrita. Si tienes miedo de lo que
sientes, es asunto tuyo. Pero no vengas aquí fingiendo que todo lo que
quieres hacer es regañarme. Créeme, me siento feliz de satisfacer tu
curiosidad y la mía propia acerca de cómo va a ser entre nosotros
cuando estés lista para pedirlo. Pero hasta entonces, necesito una
mujer, no una niña. Así que, si me disculpas, tengo una cita que
mantener, con alguien que es mayormente, una mujer.
—¡Oh!
Tenía que estar loca para sentir otra cosa que no fuera desprecio por
ese libertino arrogante.
¡La forma en que me miraba! Puede ser que también la haya desnudado
allí mismo, en el pasillo. Se indignó y despertó vergonzosamente.
No tenía sentido quejarse de la suerte con la que había sido tratada, sus
padres murieron y después sus abuelos. La pérdida fue un fenómeno
familiar a estas alturas. Había aprendido a tratar en todo momento de
27 anticipar el siguiente golpe antes de que llegara.
Una de las mejores maneras que había encontrado para hacer eso era
que nunca iba a arriesgarse a acercarse demasiado a nadie, una lección
bien aprendida por partida doble después de cómo había sido
traicionada.
Enfermó aún por el recuerdo de cómo había decepcionado a sus
familiares y como se había humillado a sí misma. Todavía podía oír el
tío Denbury tronando a su hermana.
—¡Oh, Edward! Relájate pareces un viejo. Todas las chicas han besado
a su edad. Es parte del crecimiento.
—¡Más que besar es lo sucedido, Jo, como sabes muy bien! El pequeño
bastardo consiguió el pago que quería para comprar su silencio, y ahora
está en ninguna parte para ser encontrado. Huyó a Francia o Italia, por
lo que me han dicho.
—Y eso que importa, —Tía Jo había disparado de nuevo suavemente—.
Nunca dejaría que mi sobrina se casara con un accesorio inútil incluso
si pudiéramos encontrarlo. Oh, es bastante bonito, y no nació
demasiado mal, pero es un tonto. ¡Fantasea consigo mismo con ser el
próximo Lord Byron! Es por eso que ella se enamoró de él y de sus rizos
despeinados y su poesía idiota, lo garantizo.
28 —¿Tu propio qué? ¿Perro faldero? ¿Tu gatito mullido? ¡No es una
mascota, Jo! No es un juguete. ¡Ya te lo he estado diciendo desde que la
niña tenía seis años! No es un accesorio hecho para que coincida con
uno de tus vestidos, para ser recogida y mimada cuando te acuerdas de
ella, y luego olvidarte, cuando estes demasiado ocupada con tu agenda
social.
Él iba a morir.
Si entraba por esa puerta, volvía a su asiento, y fingía que nada había
sucedido, ella bien podría terminar con sangre en las manos. La sangre
de él.
Otra pérdida. Y ésta sería su culpa, porque, debido a la ira y el orgullo,
había optado por no decir nada cuando podía haber hablado y haberle
advertido del peligro.
30
Capítulo 3
Diablos, ni siquiera quería dormir con la duquesa una vez más, pero
obstinadamente, era una cuestión de principios, ahora. No iba a
permitir esa victoria a esa pelirroja desconcertante. Con un gruñido en
voz baja, se dirigió hacia el pasillo al lado del vestíbulo, en dirección a la
discreta salida trasera.
¿Qué había en ella? ¿Por qué debería siquiera importarle lo que pensara
de él?
Dio un paso hacia el callejón, pero antes de que sus ojos pudieran
adaptarse a la oscuridad, una sombra furtiva de negro se separó de la
pared a su derecha y de repente se estrelló contra él, volviéndole la
32 espalda contra la puerta.
Nick sonrió.
—Bueno, no me mires. —Comenzó a aliviar la tensión de su rostro.
Asombrado la risa rompió con él. Beau le dio una palmada en un
abrazo de oso, su nudo en la garganta por la emoción. La alegría y el
alivio se enfrentaron a golpes en su interior—. Jesús, hombre, ¿dónde
demonios has estado? No hemos tenido ni una palabra tuya en meses.
¿Estás bien?
—Estoy bien.
—¿Qué pasó? ¿Dónde está Trevor? ¿Por qué no has estado en contacto?
—¿Dónde?
—¿Está aquí?
—Bueno, sí y no. Resulta que hay una buena probabilidad de que Niall
fuera en realidad hijo de Virgil, no su sobrino.
—¿Qué?
—Créeme, esta revelación nos tomó por sorpresa. Resulta que Virgil y
su hermano estaban enamorados de la misma mujer hace años, o algo
así. —Beau se encogió de hombros—. Entonces, Niall podría haber sido
engendrado por uno de ellos.
—Si, lo conozco.
Beau asintió.
—A ti también. Siento hacerte pasar por todo eso. No pudo ser evitado.
Nick sonrió.
—No, no llegara.
—¿Perdón?
—No exactamente.
—¿Qué?
—Es verdad, es más algo como eso. Deberías apuntarme como caído. —
Asintió con la cabeza—. Va a ser más fácil de esa manera.
—¡No voy a mentirle a la Orden por ti! Mira, si se trata de una cuestión
de dinero, puedo prestártelo.
—¡No! Gracias, pero no. No quiero más de tu caridad, has sido más que
generoso. Siempre fuiste un verdadero amigo para mí, Beauchamp. Es
por eso que vine a decirte esto a la cara.
Él tragó saliva.
—Por favor, no hagas esto, Nick, —dijo sin alterarse, convocando cada
onza de autoridad calmada y tranquilizadora que había poseído alguna
vez como líder del equipo—. Todavía se puede arreglar. Lo que ha
pasado, sabes que tiene mi ayuda. Soy tu hermano, y siempre lo seré.
Sólo dime lo que necesitas. El dinero puedo prestártelo. Influencia. Voy
a ir a hablar con los ancianos contigo.
39 —Jesús, Nick.
Beau cerró los ojos por un segundo, en un sudor frío. Esto era una
pesadilla. Lo peor de todo era que él nunca lo había visto venir. De
todos los destinos terribles que había imaginado en la oscuridad de la
noche, tratando de inventar alguna explicación lógica de su
desaparición, este era uno que nunca hubiera imaginado.
Por otro lado, Nick siempre había sido un rebelde, incluso para los
estándares de la Orden, y fue sin duda el más feroz miembro de su
equipo. Beau era el líder, Trevor era el cerebro, el estratega, el
planificador. Pero Nick siempre había sido el más hábil asesino. Una
pesadilla sangrienta.
La mirada de Nick acudió a la pistola de Beau y le señaló.
¡Carissa!
Nick maldijo.
41
Capítulo 4
—Te tengo, cariño. Sólo recuéstate todavía. Todo va a estar bien, —le
aseguró, pero ella oyó la tensión en su voz.
Esa explosión en el momento que había abierto la puerta del teatro para
ir a advertirle.
—No, cariño, claro que no, —le aseguró—. Vas a estar bien. —Sin
embargo el tono de su voz ahogada no era muy convincente. Pensó que
estaba actuando con demasiada brusquedad para parecer tranquila—.
Voy a cuidar de ti, te lo prometo. Ahora sólo tienes que relajarte.
Mantén la calma. Quédate quieta y déjame mantener la presión sobre la
herida, así sólo vas a empeorar las cosas.
—Estoy asustada, —gimió ella.
—Lo sé, cariño. Pero tienes que ser valiente por mí un poco más. Ya casi
estamos allí.
Su cabeza estaba sangrando mucho, pero eso era bueno, al menos era
lo que decían los jefes, según su experiencia, trató de asegurarse. Una
gran cantidad de sangre nunca era buena, pero cuando se trataba de
lesiones en la cabeza, los golpes que no producían nada de sangre en
absoluto a veces resultaban peores. La persona sólo se quedaba
dormida y no se despertaba de nuevo.
Eligió creer por ahora que la bala sólo la había rozado. Hasta que
pudiera mirarla a la luz, deslizar los dedos a través de sus lujosos
mechones castaños, mirar su cuero cabelludo y limpiar la herida,
determinando la gravedad de la lesión que estaban tratando, se
aferraba a la esperanza de que tal vez no fuera tan mala como se veía
debajo de toda la sangre. O podría ser peor.
Una cosa era cierta: En este momento, podía entender con claridad por
qué Nick quería dejar la Orden.
—Un momento. Lucha por mí, muchacha, —murmuró para ella, ya que
se aproximaban a su destino—. Hay un infierno de luchadora en ti. Lo
sé. Lo he visto. Vamos, ahora. Quédate conmigo, amor...
Gracias a Dios, su carruaje por fin, se detuvo frente a Dante House. Ir
allí era un reflejo que tenía cada vez que había problemas, y con su
propio entrenamiento en la medicina de supervivencia, en el campo de
batalla para que pudiera mantenerse a sí mismo y a su equipo con vida
en las misiones, sabía que tenía todo lo que necesitaba para cuidar de
ella adecuadamente.
—Puerta, —ordenó.
—Cuidado con los perros, —le dijo al chofer—. Espera aquí. Puede que
necesite que vayas por el cirujano si esto está más allá de mi habilidad.
De lo contrario, necesitaré una mano para ayudar.
Jesús, ¿qué era lo que estaba mal con él? Había sido herido peor que
eso mismo a través de los años y nunca había reaccionado tan mal.
Pero esto era diferente. Ella era una inocente. Una civil. No tenía
ninguna parte en esto. No era más que una niña.
El mayordomo se apresuró.
—¿Señor?
A la vez, con un mecánico clic, una puerta oculta disfrazada como una
de las estanterías empotradas apareció lejos de la pared. Beau fue y la
abrió.
Haciendo una pausa, miró por encima del hombro a Carissa una vez
más. Ella todavía estaba inconsciente. Entonces se deslizó en el interior
47 del pasadizo secreto y corrió a buscar el maletín.
Sus manos eran cálidas y seguras, y cuando abrió los ojos y se encontró
con su mirada, su propia vehemencia ardía en ella.
Cerró los ojos, dándose tiempo. Pero ¿por qué estaba siempre diciendo
eso? ¿Confiar en él? Era una tontería decirlo, viniendo de un libertino.
Ella le sintió presionando calientes paños húmedos en su cabeza, y
luego le oyó exprimir hacia fuera, trapos ensangrentados, en un cubo
de agua.
—Eso está bien. Buena chica, —susurró él.
—No vas a morir, —dijo con calma, sonando mucho más seguro ahora
que cuando estaban en el carro—. Estoy feliz de decir que la bala sólo te
rozó. Necesitas unas cuantas puntadas, entonces todo irá mejor.
¿Alguna vez te colocaron puntos de sutura antes, cariño?
—¿Estás seguro?
—Me gustaría que dejaras de decir eso. —Dijo ella un poco bajo, infeliz,
y dudosa gimiendo, pero cooperó cuando él inclinó la cabeza para poder
empezar.
—¡Sólo un poco del más corto! ¡Bueno, tenía que hacerlo! Estaba en el
camino. Prometo que ni siquiera será capaz de notarse. Si no te gusta,
te llevaré a la tienda de la mejor modista de Londres y te compraré
cualquier sombrero que quieras. Ahora bien, ¿podemos acabar con
esto?
Cerró los ojos de nuevo.
—Te odio.
—Lo sé, amor. —Ella pudo oír la sonrisa en su voz, sentir el calor
peligroso de su encanto—. Ahora, quédate quieta, o te voy a besar de
nuevo. Al igual que aquel día en White Hall.
—¿Es este realmente el momento para una broma, cuando una persona
me ha disparado?
—¿Qué es peor?
—A sí. Resulta que el sapo salta para arriba sobre un taburete en el bar
y ordena una pinta...
Continuó con su pequeña historia innata, pero tan entrañable como ella
la encontró en su esfuerzo por consolarla, Carissa no podía prestar
atención a una broma, cuando el hombre estaba tranquilamente
cosiendo su cuero cabelludo de nuevo.
—¿Cuántos?
—Unos suertudos siete. Mucha suerte para que te des cuenta. —Sacó la
aguja una última vez, luego procedió a atar el extremo del hilo en un
nudo—. Un buen espectáculo, mi chica. Ahora ya eres oficialmente un
soldado. Y ahora, si me disculpas, creo que es mi turno de perder el
conocimiento.
Beau la miró con el alma profunda de alivio. Estaba viva. Estaría bien.
El coñac le calentó hasta el vientre, pero no tanto como los ojos de ella,
con su lechosa piel y su despeine, con el corpiño del vestido de noche
suelto y el pelo largo derramándose libre sobre sus hombros desnudos.
51
Todo en él anhelaba violarla.
Al cerrar los ojos, dijo una oración de gracias porque ella se hubiese
salvado.
—Creo que hay alguien un poco mareado por la pérdida de sangre. —Él
caminó hacia atrás—. ¿Quieres ver tus puntos? —Le ofreció el espejo de
mano que había traído consigo en caso de que fuera necesario para
Gray el sostenerlo por él para enfocar la luz o para darle un mejor
ángulo de su obra.
—Probablemente.
Ella no se opuso.
Estaba intrigada.
—Oh, soy una mentirosa muy buena cuando tengo que serlo. No te
preocupes por eso. —Ella tomó otro trago de brandy.
—Te dije que lo sentía. Fuiste una bestia. ¡Sabes que lo fuiste! Pensé
que por fin ibas a aprender una lección acerca de coquetear con todas
esas mujeres casadas. Pero entonces me sentí culpable, así que te
seguí.
Ella parpadeó.
Él soltó un bufido.
—Ese era mi mejor amigo. Será mejor que me des ese brandy.
—¿Por qué me culpas? ¿Acabas de asumir que hice algo malo? ¿Se te
ha ocurrido pensar que soy más bien un chico bueno?
—¿Tu brazo? —Repitió ella. Entonces se quedó sin aliento—. ¿Por qué
no me dijiste que también estabas herido?
Él se echó a reír.
—¿Estás seguro?
Tendría que quitarse la camisa con el fin de extender el brazo, y ella era
una joven cuya sensibilidad ya había hecho pasar bastante por una
noche. No necesitaba un ensangrentado, y medio desnudo hombre
frente a ella, tampoco.
—¿Sí?
¡Dante House!
Mirando por encima para asegurarse de que nadie iba a venir, Carissa
tomó una respiración profunda y luego reunió fuerzas y se levantó.
Todavía tambaleante pero sintiéndose mucho mejor, con todo, se
tranquilizó. Tal vez el coñac que le había dado se le había subido a la
cabeza, pero persistía la sensación de sus manos sobre ella. La forma
en que se había hecho cargo tan expertamente de su ropa y su pelo
tenía la sensación más inadecuada. Probablemente era la influencia
perversa de este lugar lo que alentaba los malos pensamientos de ceder
a la tentación.
Tal vez eso era un hecho cotidiano para él, porque era liberal al tratar
una dama, pero se escandalizó por su obra. Por supuesto, su obra
principal sobre ella habían sido los puntos de sutura en la cabeza, y sin
ellos, suponía que todavía estaría perdiendo sangre.
Dando un paso hacia el espejo, se quedó mirando el vendaje envuelto
alrededor de su cabeza, mórbidamente asombrada.
¿Por qué me veo como un soldado de las tropas de Welly sobre la marcha
en los combates de Boney House?
Con los ojos abiertos, negó con la cabeza ante su reflejo. ¿Qué demonios
iba a decirle a su tío?
¿Qué hora era, de todos modos? Una cuarta parte de la media noche.
La obra se terminará pronto.
Su cabeza comenzó a latir con fuerza mientras se preguntaba cómo
explicaría esto a su familia. Se sentó en la silla llamativa más cercana
de la parte posterior, entonces cerró los ojos hasta que el mareo hubo
pasado.
El caballero de la aguja.
Luego hizo una pausa para mordisquear su labio un poco con culpa al
saber que nadie le estaba ayudando en la forma en que la había
ayudado.
Tenía una línea en el centro con números que lo rodeaban, como la cara
de un reloj. Sus ojos se abrieron, y su corazón se encogió al darse
cuenta de lo que era. Una cerradura de combinación. Había que
conocer el código.
—Oh, no. No, no, no, —susurró ella, sus dedos posándose en el centro
de la esfera, pero se contuvo de moverla y tiró de su mano.
Todo era un misterio delicioso, como él mismo Beau, pero sabía que no
tenía mucho tiempo para explorar y todavía no había encontrado una
salida. El laberinto negro como la tinta parecía distorsionar su sentido
del tiempo y la sensación de espacio, también, así que era difícil juzgar
dónde diablos estaba dentro de la casa, y mucho menos los minutos
que podrían haber pasado. ¿Tal vez diez? Al mismo tiempo, ella estaba
caminando de prisa tratando de no gastar sus fuerzas demasiado
después de su terrible experiencia.
Una pequeña habitación se abrió ante ella, tal vez de doce por doce,
pero frunció el ceño para espiar su principal característica: un gran
agujero en el centro del suelo. Con casi tres metros de diámetro,
ocupaba la mayor parte de la habitación.
Contuvo la linterna por encima del agujero, tratando de ver hacia abajo.
Tenía que haber algo ahí abajo que los hombres del Club Inferno no
querían que nadie más descubriera.
Mientras se abría camino por el pasillo estrecho, todo esto había llegado
a ser mucho menos entretenido. La oscuridad le hacía sentir opresiva,
el aire viciado le atragantó. Su cabeza comenzó a latir de nuevo. Sus
puntos quemando.
Las llamas que bailaban encima de las velas eran, obviamente, la fuente
de luz que había dibujado. Luego, mirando a través del vidrio tratado al
cuarto, vio al Señor Beauchamp. Sin camisa. Cuidando de su herida.
Tal vez era igual de bien para su moral, cualquier tratamiento que se
hubiera aplicado al espejo para que fuera transparente se había
oscurecido también el cristal un poco. Su punto de vista fue velado
ligeramente, como si estuviera mirando a través de una botella de
cristal marrón. Podía ver la línea, pero no había mucho en el camino de
color... y, la verdad, eso era suficiente para un festín visual. La forma de
sus anchos hombros. El musculoso pecho hinchado, sus brazos
musculosos. La cintura elegante. La vista impresionante de su abdomen
cincelado. Sin duda, todo era más que suficiente sin necesidad de
añadir los tonos reales y cálidos de la piel, la seducción jade azul de sus
ojos, y el oro angelical de su pelo.
—De todos modos, es por eso que no estoy enfadado. Debes saber lo
que he estado pensando todo este tiempo, Gray, aunque me he negado
a decirlo en voz alta.
—¿Después?
—Quiero decir, no veo por qué Falconridge tenía que ir con ellos. Ni
siquiera debería haber ido a esa misión, no con sus heridas.
—Ha pasado más de un mes desde que usted mató al asesino, —dijo
Gray—. Estoy seguro de que está recuperándose bien.
¿Orden?
¿Cómo puede ser esto? Ella no lo sabía. Pero lo era. Todo lo que había
oído no le dejó ninguna duda al respecto.
¡No era de extrañar que Dante House, tuviera todos estos pasadizos
misteriosos! El corazón le latía como si fuera a estallar a la derecha de
la caja torácica con su entusiasmo por este tesoro de información
secreta.
Así que mucho más sobre sus amigas por fin tenía sentido. Incluso la
investigación de Home Office. ¡Por supuesto!
Sin duda tenía que ver con el motivo de su espionaje, no con Beau en sí
mismo. De repente, frunció el ceño y se preguntó si ésta era la
verdadera razón por la que Daphne y Kate habían desaparecido de la
ciudad.
¡Esa era la razón por la que la carta de Daphne no había tenido ningún
sentido! Es por eso que Beauchamp se había negado a dar más detalles.
Ahora lo veía con claridad. A Daphne no se le había permitido revelar
donde estaban ella y Kate.
¡Oh, por supuesto! Por supuesto, por supuesto. Carissa apretó la mano
en su corazón, lleno del mayor relieve, en efecto, con alegría, por
entender por fin que sus amigas no la estaban excluyendo. Se había
quedado medio convencida de que se habían vuelto contra ella. ¡Pero
sabía que no había hecho nada para ofenderlas!
Por lo menos ahora entendía por qué él sabía cómo hacer puntos. Y por
qué se había ido a "viajar" todos esos años en el extranjero. ¿Por qué
formó su cuerpo de hierro con tanta fuerza. No por vanidad. No era para
atraer a sus amantes. Pero sí por la razón práctica de ser listo y capaz
de luchar por su país.
Beau sacó la vela más cerca y sacó una hoja de papel de la escritura.
Carissa le miró, disfrutando de su nueva comprensión del hombre
misterioso, cuando, de repente, sintió un cosquilleo extraño trepando
por el brazo.
Reaccionó automáticamente, arrojando la araña de su brazo con un
grito de niña pequeña de repulsión.
—Respóndeme, —ordenó.
70
Capítulo 6
—P
or supuesto que sí, —dijo él en una nueva ola de
exasperación con ella.
—Lo siento.
Uno de los perros trotó y se levantó para colocar sus patas en la mesa
de la consola debajo del espejo, su nariz nerviosa por el olor. Beau
empujó al animal con un murmullo tranquilizador antes de que
empezara a ladrar.
—Quizás no. Tal vez no deberías salir de allí. —Eso le enseñaría una
lección—. ¿Qué dices a eso? ¿El sabor de tu propia medicina, querida?
—Señor Beauchamp, ¡por favor! Sé que no debería haberlo hecho.
—¡Oh, por favor, no seas bestia conmigo otra vez, te lo ruego! Déjame
salir de este laberinto, entonces puedes gritarme todo lo que quieras.
Por favor. Está oscuro aquí dentro y me duele la cabeza y aquí las
arañas son repugnantes.
Entonces habría tenido que explicarle a los burócratas, así como a las
toneladas de chismosos que alguien había tratado de matarlo fuera del
Teatro Covent Garden.
Pues bien, ninguna buena acción quedaba impune, pensó, con su pulso
acelerado. Cuando Gray se había llevado a los perros y cerró la puerta
detrás de ellos, Beau atravesó el comedor.
Una duda fugaz a través de su conciencia, que tal vez, sólo tal vez,
algún demonio perverso y desesperado en su cabeza se había hecho
cargo en ese momento de pánico cuando la había visto sangrado,
volviendo a reaccionar por la emoción en lugar de su lógica habitual.
No sería él, ya que trataba de comprender porque cuando Carissa
Portland estaba hablando, una sonrisa, tonta y feliz por lo general
aparecía en su cara en cuando entraba en una habitación.
Tal vez, si supiera la verdad sobre él, finalmente podría ser conocido y
tener una conexión real con una mujer.
Beau odiaba la idea de admitir ante sí mismo que estaba solo en primer
lugar, y más aún, que sus propios impulsos podrían haberle engañado.
—Es por aquí. Cuidado con la cabeza. —Él le tendió la mano para
ayudarla.
—Gracias. —Dijo ella cuando puso los dedos ligeramente sobre los
suyos, el tacto le dio otra sacudida de placer, pero no hizo caso. Había
sido bastante estúpido alrededor de ella ya.
Él la miró, muy tentado a gastarle una broma, sabía muy bien que ella
se lo merecía. Pero cuando miró su pelo y vio la sangre enredada en sus
cabellos castaños, se acordó de nuevo de todo lo que había pasado esa
76 noche, y decidió tratarla con cuidado.
Por supuesto, iba a tener que poner el temor de Dios en ella, para que
comprendiera la necesidad de mantener el secreto.
—Has sido una chica muy traviesa, Carissa. —Ella tragó saliva—. ¿Por
qué estaba escuchando? —Exigió en un tono bajo.
—También me dijiste antes que eras una buena mentirosa. Así que
77 ahora sé que no te tomo la palabra. Pero te lo advierto, quiero saber la
verdad. ¿De cuánto te has enterado?
Ella palideció.
—De todo.
El salón comedor del club estaba tranquilo, oscuro y vacío, pero para
ellos. Sólo entonces observo el extraño mural pintado en las cuatro
paredes sobre el revestimiento de madera, como retorcidas visiones
nacidas de la fiebre. Ella lo miró, dándose cuenta de que las escenas
representaban los viajes de Dante a través de los diversos círculos del
infierno, las llamas, los demonios, los monstruos y todo.
Él todavía no había respondido, pero se tomó su silencio como una
confirmación.
—¿Era ese amigo tuyo, un agente secreto, también, el que nos disparó?
¿Es un traidor?
—Carissa.
—¿Es por eso que se fue de viaje todos esos años, por esta carrera? No
tienes que preocuparte, —se apresuró a tranquilizarlo—: Puedo guardar
un secreto. No se lo voy a decir a nadie.
78 —No, no lo harás, —él estuvo de acuerdo.
Ella frunció el ceño ante el acero en sus ojos y el frío que había en su
voz.
—Como te dije hace un rato, ¿no sabes lo que le paso por curiosidad al
gato?
—No.
79 Decidió con un trago que si bien por lo general desaprobaba el uso libre
de su nombre de pila, dadas las circunstancias, prefería mucho que le
llamara Carissa.
Tragó saliva.
—Si tu propósito aquí es realmente servir a tu país, entonces
seguramente debes reconocer que nunca haría nada para poner en
peligro la seguridad de Inglaterra.
—La única razón por la que confiamos en las otras damas es que están
casadas con nuestros agentes, Señorita Portland. ¿Comprendes? Tienen
un muy fuerte interés personal en la supervivencia de sus maridos, por
lo que es generalmente seguro que podemos confiar en ellas para
mantener la boca cerrada. Esta condición no se aplica a ti. Además, —
añadió—,no son damas de información.
80 —Bueno, eso es verdad. ¡Pero soy digna de confianza!
Ella carraspeó.
—No, no vas a ser arrestada, por tu intromisión. Sólo hay una cosa que
puedo hacer contigo, —refunfuñó—. Es obvio. Tenemos que casarnos.
—¿Qué? —Ella miró hacia él, con los ojos muy abiertos.
—¿Casarnos?
—¿No crees que estás siendo, oh, sólo un poquito excesivo, mi señor?
—¿Y?
—Eres una mirona, —añadió con una sonrisa fría y burlona—. Terca
como el infierno, para arrancar. La típica pelirroja.
—No, no lo harás.
—Sí, lo hare.
Ah, cabrón. Si fuera sincera, habría estado medio enamorada del canalla
durante semanas, no importaba su desaprobación hacia él.
Por otro lado, podía salir de la casa de su tío, donde había vivido como
un pariente pobre en el último año y medio. Como una huérfana, que
había sido pasada entre sus parientes, sin raíces, sin hogar asentada
donde realmente no pertenecía. Nunca había tenido nada.
Su discurso de mano dura sobre las normas sonaba como si fuera a ser
peor que si ella se hubiera casado con el poeta estúpido.
Pero ¿qué otra cosa iban a hacer? Había pasado ya casi dos horas a
solas con uno de los seductores más famosos de Londres.
—Carissa, quiero una respuesta. —Cruzó los brazos sobre el pecho con
un poco de un ceño fruncido en su rostro—. ¿Vas a cooperar, o tengo
que arrastrarte hasta el altar?
—No hace falta que me arrastres, —forzó ella con voz ahogada. Luego se
aclaró la garganta y se irguió para mirar a su futuro esposo—. Acepto.
B
eau estaba un poco en estado de conmoción por lo difícil que
había sido conseguir que la obstinada chica dijera que sí. No se
le había escapado a la atención de su ego que lo había
vehementemente rechazado en un primer momento. ¡Valiente
desagradecida! ¿Pensaba que iba a conseguir una oferta mejor de otra
persona?
Bueno, suponía, tal vez, los términos que había utilizado no habían sido
una propuesta para hacer desmayar a una dama. ¡Aun así! Él era
Sebastián Walker, por Dios, el futuro Conde de Lockwood. Era a todas
luces una captura brillante. ¿No sabía cuántas mujeres de mayor cuna
y mayor belleza lo perseguían en un día cualquiera?
85 Esto era algo que él no podía empezar a imaginar. Cada vez que creía
haber descubierto los mecanismos secretos de su cerebro femenino, ella
giraba en una nueva dirección y se iba zumbando y haciendo clic como
un autómata poco ingenioso causado por el mismo Merlín, con el
propósito de conducir a los hombres a la locura.
―Aquí estamos.
―¿Lista? ¿Te acuerdas de lo que vas a decir? ―murmuró. Lo habían
discutido antes de salir de Dante House.
―¿Cómo está tu cabeza? —Se tocó el vendaje con una mirada tímida.
―Déjame ver. —Él extendió la mano y volvió la cara para ver si salía
sangre a través de la venda, pero no había ninguna mancha, sin
filtraciones―. Creo que estamos en buena forma.
―¿Qué?
―Ya estaba inconsciente, y, debo decir, que hubo una gran cantidad de
sangre. Desde mi servicio en la guerra, estoy muy versado en el cuidado
de este tipo de heridas. Pero tuve que llevarla donde tenía los
suministros necesarios a mano y el espacio para trabajar sin un teatro
lleno de chismosos mirando.
―A Dante House.
Ella mantuvo la cabeza baja, con un aire manso que a Beau le pareció
sorprendente.
Ahora que compartir la cama con él era una certeza, sólo era cuestión
de tiempo, se encontró roída por innumerables temores, sobre todas las
diversas maneras en que podría reaccionar él ante la revelación de que
se había casado con una no virgen.
El reloj seguía corriendo. El rumor era como una fiebre infecciosa que
se llevaba un cierto número de horas para recuperar fuerzas antes de
que la enfermedad plena estallara en el huésped.
Oh, vamos, razonó consigo misma. ¿Por qué realmente tenía que
contarle todo? Eso sucedió en el pasado. Todo el mundo tiene secretos,
y estaba muy segura de que Beauchamp nunca le iba a decir todos los
suyos.
Entonces, esa noche, el tío Denbury llego con una sonrisa rara, ancha,
del tipo que decía que acababa de salvar el día. Él los llamó y anunció,
a su familia y a la novia que después de que había movido algunos
hilos, y gracias a una donación importante, acababa de serles
concedido el permiso para celebrar la boda en un lugar no menos
magnífico que la capilla de la Virgen en el interior de la Abadía de
Westminster. Este era su regalo de boda para ellos.
¿Después de todo, que pasaría si pensaba que ella, le daría carta blanca
para continuar con sus maneras libertinas en lugar de comportarse
como un marido adecuado? Ya había estado celosa de sus enlaces con
93 otras mujeres antes de que hubiera habido alguna charla de
matrimonio. Si reanudaba después de que se casaran esas búsquedas,
ella realmente no sabía cómo iba a soportarlo.
Así que había decidido que esta noche, ella jugaría a los inocentes, eso
no debería ser difícil ya que ella sólo lo había hecho una vez, de todos
modos.
Sin duda, Nick se había escondido en algún lugar en el que iba a ser
imposible encontrarlo, pero con cien pares de ojos al acecho, pronto
sería incapaz de beber una pinta en Londres sin que Beau supiera de él,
dónde y cuándo.
Sin embargo, todavía dolido por la traición del amigo que siempre había
esperado que fuera su mejor hombre, saco a Nick de su mente y se
centró en la ceremonia.
Sonriendo, Beau miró a Carissa, tal vez era hora de que tomara un
nuevo mejor amigo. Puso su mano sobre sus dedos, para que se
apoyara ligeramente en el antebrazo. Luego miró de nuevo hacia delante
y le dio al sacerdote un gesto orgulloso.
—Sí quiero.
Capítulo 8
C
uando regresaron a la casa de Denbury, Carissa no podía dejar
de mirar el anillo en su mano.
Todo era un poco abrumador. Qué irónico era, en retrospectiva, que dos
personas tan expertas en guardar secretos debieran actuar con tanta
rapidez, para mantener su tiempo juntos dentro de Dante House sin ser
sancionados. Tal vez en el fondo, los dos habían querido realmente esto,
95 pero habían sido demasiados cobardes para admitirlo. Lo único que
sabía era que el día tenía la cualidad desconectada de un sueño, una
mezcla de remolinos de felicidad inesperada y la recurrencia súbita de
vez en cuando de su propia agonía privada ante esta noche.
A pesar de que sólo era la familia, tuvieron una cena elaborada que
Carissa, apenas tocó, seguida por el espléndido pastel de bodas con
champan. La tarta de vainilla y almendra de Gunther era una
confección artística de siete capas, con la formación de hielo blanco
esponjoso y maravillosas flores esculpidas.
Araminta le dio un chal verde de Paisley; Joss le dio una tela cubierta
de diario en blanco para un diario y un juego escrito. Horace le entregó
un regalo obviamente suministrado por su padre, un pequeño cuadro
de todos ellos juntos, que había hecho años atrás en la época navideña.
Entonces su marido de tres horas se volvió hacia ella con una sonrisa
pícara.
—Por supuesto.
—Ven conmigo.
Después de su salida, Beau llevó los dedos a los labios y soltó un silbido
penetrante como era moda en algunos pescadores del puerto o en los
conductores corpulentos de los coches de correo.
97 Un poco impresionado su primo Horace, por esta hazaña, al instante
trató de copiarlo, pero la tía Denbury sacó la mano del niño fuera de su
boca.
Él carraspeó.
—No.
El sonido se detuvo.
—Milady. —Su boca se abrió. Con los ojos muy abiertos, se giró para
mirar a su marido—. ¿Para mí?
Él sonrió.
—Felicitaciones, Milady.
—¿Más? —exclamó.
Cuando llegaron a la sala de estar, tres cajas atadas con lazos de cinta
habían aparecido en la mesa baja delante de la chimenea, junto a un
gran y misterioso, montículo con forma de objeto oculto bajo un
cuadrado de seda azul y, asimismo adornado, con una cinta.
Sus primos gritaron con un susurro travieso. Los ojos de la tía Denbury
se abrieron, la señora Trent se atragantó, el conde frunció el ceño.
Suprimiendo la risa, Carissa le dio una mirada de advertencia
regañándole y ordenándole que se comportara. A continuación, con sus
mejillas sonrosadas ante su coqueteo, ella hizo lo que le sugirió. A
medida que desató la cinta, se dio cuenta de que nunca en su vida,
nadie hizo tanto alboroto sobre ella. Era realmente extraño.
—Es hermoso, —dijo ella, mirando el misterio—. Pero, um... ¿qué es,
entonces?
—¡Yo sé lo que es! —Anunció Horacio, dando un paso más cerca—. ¡Es
un reloj autómata! —Y justo cuando sonó la hora, el reloj volvió a la
vida con un melodioso timbre.
—¿Te gusta?
—¡Sí! Muchas gracias, querido esposo. Es mágico, —le dijo ella con una
mirada cálida.
Cuando él la atrajo a sus brazos con una risa baja, lo amo, lo besó con
101 fervor en la mejilla.
—Hermosa, —declaró.
—Oh, pero, prima, ¡no puedes usar eso en público! —Reventó Araminta,
incapaz de ayudarse a sí misma.
—Hmm, prefiero así, —dijo Beau. El regalo final resultó ser un regreso
de su humor descarado: el regalo perfecto para una dama de la
información.
—No es nada indebido, bribón, —dijo con una sonrisa—. A pesar de que
hice comprar algo especial para usar esta noche. —Ella se mordió el
labio con timidez.
—¿En serio? —Él se sentó con la espalda recta—. ¿De qué color?
—Me preguntaba lo que las malas lenguas dirán de todo esto. ¿Qué
crees que va a pensar la sociedad de nuestro matrimonio apresurado?
—¿Por qué?
—Nada. Es sólo que, bueno, es un poco tarde para eso, ¿no te parece?
—No.
—Pero por supuesto que no. No eres la persona cuyo nombre será
106 arrastrado por el arroyo. ¡Sera el mío!
Él la miró fijamente.
—Me desconciertas.
—Piensas demasiado. Relájate un poco amor. —Él dio a su mejilla una
caricia de cariño—. No voy a permitir que nadie diga nada malo de ti.
Mientras tanto, te sugiero que trates de no dejar que los chismes tontos
te molesten tanto. Digan lo que digan, son realmente bastante sin
sentido, créeme. Después de todo, sabes quiénes son tus verdaderos
amigos. Sus opiniones son las que importan. Y van a ser muy felices
por nosotros.
—¿Dudas de mí?
Beau se animó, porque Carissa parecía contenta por todo hasta ahora.
Al salir de la sala, señaló la puerta cerrada de la escalera de servicio en
toda la sala.
—Estos dos dormitorios podrían ser para los chicos o las chicas, y en la
parte delantera de la casa podría ser la guardería, o su salón de clases
poco, —explicó.
—Esto es más que suficiente para mí. —Él la miró a los ojos, calentado
por su aprobación—. Espero que seas feliz aquí.
—Bien. Entonces, tienes una habitación más para ver. —Le tomó la
mano y la llevó hasta la última habitación de su gira. Cuando cruzó el
umbral hacia el espacio oscuro y acogedor, Beau miró y asintió con un
despido silencioso hacia los sirvientes que habían arrastrado.
—Bueno, eso es muy amable de tu parte. —Él lo tomó con una sonrisa,
intrigado—. Tú no tienes que darme nada.
—Hmm. —lo llevó más cerca de la luz, y luego examinó la caja de cartón
ante el poco resplandor de los candelabros. Había cubierto su superficie
con pequeños trozos de papel sellado en su lugar con barniz, y lo decoró
aquí y allá con trozos de vidrio coloreado.
112 Tras una inspección más cercana, descubrió que el papel fue tomado en
realidad de recortes de periódicos que habían escrito sus diversas
hazañas en los últimos años y que habían aparecido en el Times o el
Post.
—Sí.
—¿No fue tan difícil, o sí? Pero tengo una confesión, también. También
estaba interesado en ti.
—¿En serio?
—¿No te lo parecía?
—Ya has estado haciendo eso durante semanas sin siquiera saberlo, —
susurró él, entonces la atrajo más cerca y bajó la cabeza para reclamar
su boca. Ella deslizó sus brazos alrededor de él, separando sus labios
cuando él profundizó el beso.
Ella le dio una sonrisa de medio juego. Sus labios húmedos brillaban a
la luz de las velas.
—Esa piel blanca, esas pecas dulces. —Aquí un beso, una caricia suave
allí, todo el camino a través de su clavícula, de un hombro al otro, de
un lado de su pecho al otro. Ella se estremeció con ansia y se mordió el
115 labio y esperó ante el placer agonizante de saber lo que iba a hacer a
continuación. Cuando su cálida mano ahuecó su pecho a través de la
fina muselina blanca de su camisa, ella se quedó inmóvil. Pero estaba
bien, ella no se opuso.
—Siéntate, —susurró
Ella lo hizo. Se hundió más bajo; abrió más las piernas mientras él se
puso de rodillas y empezó a explorar. La habitación estaba llena de sus
jadeos mientras lo observaba.
Ella gimió su nombre suplicante, pero él seguía jugando con ella. Con
una pizca final de su pezón le pasó los dedos por el centro de su vientre
hasta que llegó a su montículo. Apretó su centro suavemente con el
pulgar, le dio un golpe cariñoso, amplio con la palma de su mano, y
comenzó dándole placer con su dedo.
—Exactamente eso es lo que soy —gruñó, con los dientes apretados por
119 el placer—. Cada vez que me quieras.
Sus jadeos eran rotos con más liberación física, sus besos le llevaron
hacia el borde tembloroso del clímax. El placer la abrumaba por todos
lados, por dentro y por fuera, se sentía como si estuviera cayendo, pero
él estaba allí para cogerla en sus brazos fuertes y seguros.
Ella lo abrazó con más fuerza, apenas consciente de que los gritos de
placer que llenaban la sala eran los suyos, hasta que se desvaneció y
120 Beau la movió despacio y con ternura sobre su espalda. Y luego,
apoyándose en los codos, él también llegó a su clímax con unos cuantos
golpes duros, profundos y apasionados.
Sus labios tensos por la emoción, Beau la besó en la frente y coloco sus
brazos alrededor de ella. Todavía podía sentir su temblor. Pero él no dijo
ni una palabra.
Capítulo 10
Dios mío, ¿Y si se había casado con una mujer que resultaría serle infiel
en el futuro como su madre le había sido a su padre? ¿Su pelirroja
apasionada haría un cornudo de él? ¿Estaba condenado a caminar los
pasos humillados de su padre? Pero, ¿cómo podía él, más que nadie,
quejarse honestamente, después de sus propias aventuras del pasado
122 con las esposas de otros compañeros?
Probablemente se lo merecía.
Sí, tal vez esto no era más que el destino irónico haciendo que él pagara
en especie por su propio pasado como un libertino. Frunció el ceño,
apretando la mandíbula en su ira defensiva. Muy bien, así que no era
un santo. Pero nunca había tratado de ocultar este hecho de ella.
Beau cerró los ojos y se frotó la frente, y después de luchar un rato con
él, decidió por un acto de voluntad que no iba a enfadarse por eso.
Sintió la tentación de utilizar sus habilidades de interrogatorio sutiles
para convencerla de decirle la verdad por la mañana. Él fácilmente
podría trabajar en ella poco a poco hasta que tuviera toda la historia.
Pero retrocedió ante la posibilidad de utilizar su entrenamiento para
espiar a su mujer. Ella no era un Prometeo sangriento.
No. Dejaría que viniera a él y le contara su historia cuando estuviera
lista. Pensó en el reloj del autómata, y su inscripción de lujo, y se dio
cuenta de que lo menos que podía darle era un poco de tiempo. Hasta
entonces, podía evitarla, tenía que tener cuidado con ella, también,
hasta que voluntariamente pusiera sus cartas sobre la mesa.
Sabía que no sería fácil para ella. Ya le había dicho que ella no confiaba
en nadie. Sin embargo, obligarla a darle los detalles, humillarla con el
hecho de que él sabía que ella le estaba mintiendo, o hacerle daño de
alguna manera era inaceptable. Más pronto o más tarde, se juró a sí
mismo, se iba a ganar la confianza de Carissa. Después de todo, si
había una cosa de la que estaba absolutamente seguro, era que ella no
le deseaba ningún daño.
Ahora que el zapato era proverbial en el otro pie y había aprendido que
su pequeña esposa no era virgen, tenía una vida que alteraba su
conciencia, obligado a enfrentarse a la verdad de su comportamiento
pasado. No era el sermón del predicador lo que podría haberlo
cambiado más que la vergüenza que sentía en ese momento, ahora que
realmente comprendía lo que le había hecho a los demás, ya que
parecía que por fin estaba cosechando lo que había sembrado.
¿Cómo podía no haberlo visto antes? se preguntó. Pero no había querido
verlo, cuidadosamente bloqueo la maldad de todo de su mente mientras
tomaba sus placeres de donde le gustaba y siguió su camino alegre.
Pero ahora sus ojos se abrieron, y se rebeló contra sí mismo. El
libertino estaba angustiado con gran contrición en el silencio, mientras
la reprensión de Carissa esa noche en el teatro resonaba en sus oídos.
No lo noto.
Se dijo por décima vez que todo iba a estar bien, y justo cuando había
comenzado a establecerse, Beau habló y asustó al fuego en su interior.
—¿Advertir?
—Muy bien.
—Hmm.
Parecía ansioso por cambiar de tema.
—Estoy lista.
—Por supuesto que no, —dijo él, mientras Carissa se maravilló de este
intercambio y trató de echar un vistazo a los papeles importantes. Su
visitante levantó la barbilla—. No soy tonto, mi señor. Sólo deseaba
hacerlo a su conveniencia.
—Felicidades, mi señor.
Beau se volvió hacia ella, la impaciencia afilando sus hermosos rasgos.
—¿Cómo está usted? —dijo ella, pero la leve sonrisa de reptil del
hombre la dejó fría.
Carissa sonrió con cariño a Beau, mientras que el Señor Green hizo
extraños ruidos molestos.
—Tengo una pregunta para usted con respecto a una de las misiones de
Warrington.
—Por supuesto.
—Creo que ustedes, señores finos del Club Inferno están demasiado
embriagados por su propio poder y sus propios dudosos talentos que se
sienten con derecho para salir a correr por toda Europa haciendo lo que
quieran, incluyendo la tala de cualquiera que se interponga en su
camino. ¿Y por qué no habrían de hacerlo? Nunca hay consecuencias.
La Corona les ha dado carta blanca.
—¿Lo está? Todavía no estoy del todo convencido. Usted afirma que ese
es el caso y la largar la tradición de agosto que La Orden nos quiere
hacer creer. ¿Pero ahora que entendemos cuánta latitud Virgil Banks le
permitió tener, quién sabe lo que podría haber estado haciendo por ahí
por su cuenta? ¿O qué podría estar planeando ahora?
130 —Oh, ¿ahora somos los conspiradores? Los Prometeos son la amenaza,
Green.
—Por supuesto que no. —Green lanzó una mirada de mal gusto sobre
él.
Ella asintió con la cabeza, pero esperándole, estaba inquieta por todo lo
que había escuchado. Parecía poco que el Señor Green fuese tras su
sangre, especialmente la de Warrington. ¡Pobre Kate!
—¿Estás bien?
—Por supuesto. ¿Por qué?
—Me di cuenta.
—Ah, no te preocupes, querida. Todo irá bien. Sólo tengo que bailar a
su son por un tiempo hasta que estén satisfechos.
—Si hay algo que pueda hacer para ayudarte con él…
—No.
—Entiendo.
—¿Está, de hecho?
—Oh, sí. Será mejor que empieces a pensar acerca de dónde quieres ir.
Tengo que estar de vuelta para la próxima ronda de interrogatorios en
aproximadamente una semana. Pero va a ser agradable para escapar
contigo durante unos días.
—De todas las veces que ha sido detenido, ninguna de las acusaciones
contra el profesor Culvert alguna vez ha sido aplicada. Siempre anda
libre, tal vez eso tenga algo que ver con el hecho de que muchos de sus
antiguos discípulos ahora están generosamente esparcidos por todo el
gobierno.
—Eso sería muy peligroso para su carrera política. Green cortó todos
los lazos con su antiguo ídolo cuando entró en política. Al menos, en
público.
—¿Así que este horrible burócrata loco de poder al que tienes que
responder aún podría albergar simpatías radicales con los que están
acechando a La orden?
Beau suspiró.
—¿Qué?
—No, no, hay una gran diferencia entre la antigua tradición de adulterio
en la aristocracia y la noción radical del amor libre, querida. Uno abusa
de la santidad del matrimonio con inactiva gallardía, y el otro lo rechaza
desde el principio, junto con cualquier noción de caballería.
—¿Cómo?
—Suena infernal.
—Lo sé. Sin embargo, creen que están construyendo la utopía. Esos
sangrientos bienhechores.
—Bueno, eso haría más difícil cuando sus amantes vienen de visita, ¿no
te parece?
—Mis padres vinieron lo más cerca que pudieron para divorciarse sin
tener que pasar por todo el escándalo y los inconvenientes de los
procedimientos formales.
—Gracias, Franklin.
—Si tienes que esperar aquí, señor, voy a ver si ella les recibirá.
Franklin hizo una reverencia, y luego subió las escaleras para informar
a Su Señoría de que habían llegado. Beau se puso las manos en los
bolsillos y se paseó por la sala de entrada, mientras esperaban. Carissa
miró su reflejo en el espejo de cuerpo entero. Se volvió hacia él.
Ella sonrió.
Ella resopló.
Ella movió las cejas y miró hacia otro lado con un aire desdeñoso.
—¿Ella?
—Lo siento.
—¿Así que usted se quedó con sus abuelos por primera vez?
Beau le sonrió.
—Se decidió que debía ir a vivir con mi tía Jo, —continuó—. Me quedé
con la condesa hasta un año y medio atrás, cuando vine a Londres para
vivir con mi tío, Lord Denbury, y su familia. Tienen hijas de mi edad, y
la tía Jo quería hacer algún viaje una vez que la guerra hubiese
acabado finalmente, —dijo vagamente—. Ella no estuvo en la boda, ya
sea, mi señora, pero va a estar aquí en cualquier momento, y cuando
llegue, tendremos la gran recepción, y todo el mundo tendrá que venir.
Espero que usted considere asistir.
—Quiero saber la fecha, y voy a ver si estoy libre. ¿Tu padre no estará
allí? —Le preguntó a su hijo.
—No te puedo prometer eso, pero sabes que odia a venir a la ciudad, —
dijo Beau con un encogimiento de hombros.
—No es una mala primera incursión. Va a venir todo el año, creo. Ahora
sólo tiene un último obstáculo. —Él sonrió con tristeza en ella—. El
encuentro de mi Padre. Eso no será ni de lejos tan duro como este. Le
gustarías más si fueras un animal, por supuesto, pero sobre todo, va a
estar satisfecho de que finalmente haya tomado una esposa.
—Sí, pero no te lo tomes como algo personal. Todas las mujeres son
yeguas para él.
—Es cierto. Se necesitan dos lados para hacer una guerra. —Él la miró
por un momento—. Esa fue una historia reveladora, saber de tu vida. —
Él negó con la cabeza—. No sabía que habías pasado por tanto. Pasar
por ahí de casa en casa. Debe haber sido difícil.
—Sí...
—Felicidades.
Cuando Lord Lockwood dio la vuelta, Beau le dio un guiño discreto que
le decía que se había conseguido la aprobación del anciano. Entonces
tuvieron que darse prisa para ponerse al alcance de Lord Lockwood que
marchó para mostrarle los alrededores de la finca; Beau siguió más bien
sorprendido por la demostración de tolerancia de su padre para una
mujer.
Carissa se sintió aliviada, por su parte, su nuevo padre-en-ley no veía
ninguna razón para echarles en cara por no haberle invitado a la boda.
Apenas preguntó sobre el día más allá de los hechos básicos. Al
parecer, las razones de su hijo se entendían sin mucha necesidad de
discutir.
Beau la estrangularía.
—Parece una buena chica. Bien hecho. Una buena selección. Los
Denburys siempre han tenido una impecable línea de sangre. Ella
debería producir buenos hijos al linaje de los Lockwood.
—¡Hijos! Dios mío, padre, no he estado casado ni cuarenta y ocho
horas. Déjeme averiguar cómo ser un esposo antes de que aprenda a
cómo ser padre.
El conde rió.
—Un poco sorprendido por el tiempo, debo decir. Más bien un momento
extraño para tomar una esposa, con todo lo que está pasando.
—¡No! No, se enteró de La Orden. No pasa nada, sin embargo. Tenía los
ojos en ella durante meses antes de que curioseara en mis asuntos.
La pregunta le dolió a pesar de que sabía que su padre sólo quería decir
en el sentido operacional. Él asintió.
147 —Estoy seguro.
—He tenido noticias de Nick y Trevor. Están vivos. —El conde lo miró
fijamente.
—Gracias a Dios.
—Bueno, me alegro de oír eso. Si hay algo que pueda hacer para
ayudar, házmelo saber.
—Gracias.
Por fin, ya era hora de retirarse por la noche. Ella dio las gracias a su
anfitrión por la buena comida y el anterior recorrido por los terrenos,
entonces ella le dio un beso en la mejilla.
—Enteramente.
—La primera vez que alguien alguna vez lo acusa de eso. Mejor que él
no escuche que lo dices.
—Bueno, es cierto.
Él la miró con nostalgia por un largo rato. Tal vez vio el miedo escrito en
su cara debido a que su velada expresión se suavizó. Él ahuecó su
mejilla, mirándola a los ojos.
—¿E-estás seguro?
Ella lo hizo, temblando por lo cerca que estuvo de perderlo tanto como
de deseo por él. Ella deslizó los brazos alrededor de él, odiándose a sí
misma por su engaño, pero prometió que si no podía serle honesta, al
menos podría darle esto. Estaba desesperada por demostrar que, a
pesar de que podría carecer de honestidad, su devoción por él era
sincera.
Él deslizó la mano por su pelo, sus dedos cálidos y seguros. Oyó su
respiración atrapada cuando sus sedosos labios se separaron de ella,
profundizando el beso. El corazón le latía con la sensación de riesgo,
mientras más se acercaba a él. Pero el peligro no era suficiente para que
se mantuviese alejada. Ella cogió las solapas de su chaleco
desabotonado los puños y lo atrajo más cerca, sin poder hacer nada. Su
lengua se deslizaba inteligente con la suya, su agarre en la parte
posterior de su cuello apretando con pasión.
151 Ni en sus sueños más salvajes iba a creer que un hombre como él
alguna vez podría pertenecerle. Pero lo hizo. Este titulado Adonis
adorado por la mitad de las mujeres de la alta sociedad era suyo para
amar.
Ella cerró los ojos mientras se movía sobre ella, sus suaves caricias
posesivamente reclamando cada centímetro de ella.
Muriendo por él, ella volvió la cara para capturar de lleno su boca,
envolviendo los brazos alrededor de él. Él se llenó la boca con su
lengua, besándola con igual desesperación; con un movimiento suave
se colocó encima de ella. Sus ojos brillaban de deseo, él se dirigió a sí
mismo hasta el húmedo umbral de su pasaje.
Ella pasó los dedos por su suave y fuerte espalda. Ela gimió con placer
abrasador cuando empezó a mecerla. Dios, ella era masilla en sus
manos.
—Eso está bien –susurró él—. Dámelo todo. Me encanta sentir que te
derrites debajo de mí, sólo de esta manera.
Otra pequeña mentira, el hecho era, que ella estaba en la luna por el
153 canalla. Dios, nunca he tenido una oportunidad como esta antes, alguien
que realmente podría amarme. Por favor, nunca le permitas saber la
verdad que podría alejarlo de mí.
R
egresaron a Londres para encontrar que su precipitado
matrimonio se había convertido en la comidilla de la ciudad.
154 A lo largo de la elegante casa de tía Jo, cerca de Hyde Park, las velas
brillaban. Las arañas proyectaban luz sobre los invitados que bailaban
enjoyados, que continuaron llegando en oleadas.
Carissa estaba segura que había venido más para ver a la ausente
Condesa d’Arras que para celebrar la unión de los nuevos Lord y Lady
Beauchamp.
Por una vez, Carissa no tenía el corazón para espiar lo que las malas
lenguas tenían que decir. Tía Jo había insistido firmemente en que
todas las peores malas lenguas debían ser invitadas y tratadas con
honor especial.
Con su pelo rojo vibrante, chispeantes ojos azules, y una cuidada tez, la
Condesa les encantaba con su belleza y un monólogo cadencioso sobre
155 sus viajes en el continente.
—Esto fue tan amable de tu parte, querida tía. Todos parecen estar
disfrutando —se aventuró, mirando alrededor de la sala.
—Te lo agradezco.
—Vi a Roger Benton en París. No hablé con él, pero se veía incluso más
licencioso que antes. Al parecer, encontró la inspiración del poeta en
estos días en los fumaderos de opio.
—Por lo que he oído, está sin dinero. —Tía Jo la miró a los ojos con
gravedad—. Si le llegan las noticias de que te has casado con un futuro
rico conde, no lo pondría por delante de él para tratar de volver al canal
para otro pago.
—Lo sé. Pero eso fue siempre el peligro de mantener este secreto,
querida. —Tía Jo sacudió la cabeza con preocupación—. Nos pone en
constante peligro de chantaje. Pero no estás sola en esto. Finalmente
has conseguido una verdadera oportunidad de ser feliz en este mundo,
y después de todo lo que hemos pasado, mi dulce niña… —ahuecó la
mejilla de Carissa con una mano enguantada—, no voy a dejar que él o
cualquier otra persona arruine esto para ti.
Bien, reconoció después de un momento, tal vez eso no era más que
una fantasía de venganza, pero aun así, decidió manejar el problema
por sí misma, con la ayuda de la tía Jo. No había necesidad de cargar a
Beau con esto cuando ya tenía tantas otras cosas importantes de qué
preocuparse.
—Creo que los invitados quieren que empecemos el baile ahora. ¿Si la
novia es animosa?
159
Él inclinó la cabeza hacia ella con una mirada alegre y le ofreció su
mano enguantada de blanco. Carissa la tomó y se dejó llevar a la sala
que había sido despejado para el baile.
Su príncipe.
Tal vez la tía Jo tenía razón. Nada valía la pena arriesgar lo que habían
encontrado. Ella lo adoraba. Sí. Cualquier cosa que ella tenía que hacer.
Beau no podía escapar a este hecho, para cuando llegó el día siguiente,
se encontraba en frente de la Comisión Especial una vez más. Pero el
saber que su pequeña novia lo esperaba en casa le dio la paciencia
recién descubierta mientras estaba sentado respondiendo a sus
preguntas.
—Es una misión delicada. No veo por qué tienen que saberlo —dijo él.
—¡No estamos pidiendolo, Lord Beauchamp! ¡Si sigue en esta línea,
habrá consecuencias!
—¿Por ejemplo?
Beau vio que el momento de ceder había llegado, aunque sólo sea un
poco. No había manera de que fuera a informar a la Inquisición sobre la
posibilidad de que Drake se había vuelto un traidor, y mucho menos el
hecho inquietante de que Nick había sido contratado como un
mercenario.
—Bavaria.
—¿Por qué?
—¿No fue en busca del hombre que asesinó a Virgil Banks? —persistió.
—No Señor Green, los agentes solo persiguen al asesino de Virgil por la
razón de que es el heredero designado al poder prometeico. La Orden no
tiene mandato para persecuciones privadas, venganzas.
—Así que, realmente envió tres compañeros titulados del reino para
acabar con ellos, —dijo arrastrando las palabras.
—Su rango no tiene nada que ver con eso en este caso. —Se encogió de
hombros—. Se fueron porque son los mejores.
164
Capítulo 15
Sin embargo, se las había ingeniado para estar allí, porque había leído
en el periódico que el profesor Culvert estaría dando una conferencia
allí esa tarde para pregonar su último volumen.
Carissa negó con la cabeza para sí misma. Era Roger Benton de nuevo.
En aras de seguir "La verdad y la belleza" podía justificar toda clase de
mentiras y fealdad —seducción, chantaje— y, sin embargo, él siguió
ciegamente escribiendo sus nauseabundos poemas de amor. Y
preguntándose porque nadie quería publicarlos.
Ella cuadró los hombros y salió para ver a todas las extrañas personas
sobra las que ella y Beau habían bromeado: la gente de la comuna, los
amantes libres, los revolucionarios de armarios. Podría haber estado un
poco nerviosa de ir entre esas rarezas, pero después de todo, era sólo
una librería.
—¡Oh, sí! —Ella esbozó una sonrisa social insípida—. ¿Tiene algunas
novelas góticas?
Miró hacia abajo su nariz en ella, agitando una mirada burlona sobre
su vestido de moda, como si dijera: Debería haber sabido yo.
Cuanto más escuchaba, más le crecía la angustia por pensar que uno
de los antiguos discípulos del llamado profeta sostuvo el destino de sus
guerreros en sus manos.
Pobre tonto, estaba tan loco como el Rey- a quien él sin duda odiaba,
también. Por otra parte, la gente le cree, pensó, tal vez eran los más
peligrosos.
El sacerdote sólo frunció el ceño, pero tal vez decidió perdonar setenta y
siete veces. Decidiendo que ya había visto suficiente, Carissa fue a
comprar el libro de Radcliffe, pero el empleado había corrido hacia la
mesa del autor a gestionar las consecuencias de la conferencia.
Ella se tiro en una revista de moda o dos solo para pinchar al poco
altanero empleado, ella pensó, pero todavía no le prestó atención en
absoluto.
Un, alto hombre larguirucho con una nariz grande y los ojos
conmovedores de un perro apaleado se abrió paso con impaciencia
frente al escritorio de Culvert.
—¡Oh, todo está bien! Sólo he venido a contarle que mi última escena
está casi terminada. ¡Espero que descienda a Southwark y verlo!
—¡Ellos están, locos! —la criada exclamó—. ¿Qué fue todo eso, señora?
Beau no estaba en casa cuando regresó Carissa, y era mejor así, pues
no estaba muy segura qué decir de su expedición de espionaje. Tal vez
sería mejor no cargarle con esto, tampoco. Sobre todo ahora, pobrecito;
había pasado el día entero delante del Comité, y probablemente
necesitaría algo de ánimo para cuando llegara a casa.
¿Por qué arriesgarse a una pelea por confesar algo que no había dado
ninguna información útil e innecesariamente molesta?
Olvídate de ella.
¿Por qué debería ser culpable cuando lo único que estaba tratando de
hacer era ayudar? Nada había conseguido de ello. ¿Y qué? Se encogió
de hombros.
Déjalo ir.
171
En cualquier caso, el sol de primavera era tan atractivo que cuando
llegó a casa, se puso un sombrero de paja de ala ancha y salió al jardín
para relajarse. Acercó una silla a la sombra y se divertía alegremente
hojeando una revista de poca profundidad para damas que ella acababa
de comprar.
Con la luz del sol salpicando la falda y la suave brisa que sopla en la
mejilla, no pasó mucho tiempo antes de que ella cerrase los ojos y se
quedase dormida, maravillándose de como estaba a la deriva
satisfechamente y de cómo se había acomodado recientemente a su
nueva vida.
Ella se encogió de él, el corazón latía con fuerza. Sentado a su lado, con
tanta calma como le daba la gana, era el extraño de pelo negro que
había visto aquella noche en el Teatro Covent Garden.
—No estaba apuntandola, como apuesto a que sabe muy bien, señorita.
Sin embargo, estoy sinceramente arrepentido de sus dolores.
—¿Para qué?
Oscuro como la luz de Beau, Nick le dedicó una sonrisa que brillaba
como la luna del verano.
—Pero por supuesto que debe. Todos lo hacen. La pregunta es: ¿Él la
ama?
—¡Oh, vamos, fue un accidente! Usted está bien " –él le informó, aunque
una mirada punzante de culpabilidad pasó por detrás de sus ojos
negros como el carbón. - "¡Muy bien, lo siento! Lo diré de nuevo.
¿Cuántas veces quiere oírlo? ¡Señor! Mujeres.
—Pero él es tu mejor amigo, ¿no es cierto? —Nick miró hacia otro lado—
. ¿Cómo te ofendió para que le dieras la espalda?
174 —Es por eso que estoy aquí. —Él la miró con extrañeza—. Realmente no
entiende de que se trata en este momento, ¿verdad?
—¿Perdón?"
—Dios, es usted ingenua. Nunca pensé que un libertino como él iría por
una pequeña señorita tan delicada, pero no importa. He venido porque
quiero que entregue un mensaje de mi parte a nuestro mutuo amigo.
—Bastante para lo obvio, ¿no creé usted? —él se fue sin mirar atrás.
Podía ver por qué eran amigos. Tenían mucho en común. La arrogancia,
el ingenio. Sí, pensó, ambos eran igualmente exasperantes.
—¡Lord Forrester! ¡Nick! —gritó ella, justo cuando él brinco unos pasos
para saltar por el lado de la pared de ladrillo, enganchando sus manos
sobre ella. Maldijo en voz baja mientras él saltó por encima de la parte
superior y se dejó caer ligeramente en el otro lado. Luego se perdió de
vista, pero oyó sus pasos que se ejecutaban en el otro lado de la pared.
—¡No, estoy bien! —Ella se encogió ligeramente de él, porque ella nunca
había visto a su tolerante marido actuar de esta manera antes.
—Es difícil de decir. El Nick que conozco nunca haría daño a una
mujer. Espero por Dios que este mintiendo. Pero en estos días, ¿quién
diablos lo sabe? —Sacudió la cabeza con furia inquietante—. Debe de
estar en algún maldito montón de problemas porque no está
ciertamente actuando como él.
—Cariño, lo único que hiciste fue casarte conmigo. Ese fue tu único
error —murmuró él—. Esto no tiene nada que ver contigo. Se trata de
un golpe para mí. Porque no he hecho lo que él pidió y llamado a mi
gente. De hecho, he puesto aún más presión sobre él a través de los
observadores y los informantes desde nuestra última charla. Debe
haber sacudido su jaula un poco. ¡Aun así! ¿Acercarse a mi esposa?
¡Voy a tener su cabeza ensangrentada por esto!
Él le lanzó una mirada torva, luego cerró los ojos y se frotó la frente,
esforzándose visiblemente a la calma. Las manos en las caderas, él
tomó una respiración profunda y lo dejó escapar lentamente.
—Lo siento. —Cuando abrió los ojos de nuevo, se las había arreglado
para suavizar su expresión.
Él la miró con los ojos llenos de tristeza mientras negaba con la cabeza.
—¿Sí, milord?"
Por encima, el cielo negro estaba lleno de estrellas, mientras que la luna
plateaba las olas. Carissa subió a cubierta para encontrar Beau de pie
en los rieles, nariz al viento, en perfil a ella como él hacia frente a los
ondulantes mares, un lugar fresco, un endurecimiento intenso centrado
en sus rasgos cincelados. La alta brisa arrojó hacia atrás sus cabellos
de su cara y ondeo a través de su largo, abrigo oscuro.
Claro de luna brillaba sobre sus botas negras y las diversas armas
atadas a su alto, esculpido cuerpo. Se veía formidable y mortal, y, sin
179 embargo, todavía, cada centímetro de caballero.
Mirando hacia él, ella sabía que él podía manejar cualquier cosa que
sus enemigos lanzaran contra él. Y no podía creer que era de ella.
—Estoy bien —insistió ella, acariciando el brazo para hacerle saber que
una mujer de la Orden no sería tan fácil de intimidar—. ¿Qué hay de ti?
—ella negó con la cabeza—. Esto debe ser muy duro para ti. Tener un
amigo que se vuelva contra ti de esa manera.
—Al menos es mejor que pensar que estaban muertos. Ese era mi
mayor temor antes de que Nick finalmente apareciera aquella noche
fuera del teatro. Pero puedo decirte una cosa. Desde luego, no esperaba
algo así.
—Oh.
—No te des por vencido, Beau. —Su corazón sufría por él. Ella se acercó
y lo abrazó—. No lo amortices aún, especialmente no por mi culpa. ¡Ni
siquiera estaba tan asustada! Parecía un hombre bastante bueno.
Puede ser que resulte ser una buena explicación para todo esto.
—Tal vez está tratando de mantenerte fuera de ello. —Él considero esto.
—¿Ves? Me gustaría que no tuvieras que pasar por esto. Pero trata de
no decidir demasiado firmemente acerca de él hasta que tengamos los
hechos. A veces, cuando la gente hace las cosas mal, tienen una buena
razón. Tal vez independiente de esto con Nick, no es tan malo como
parece.
—Tres razones.
—¿De veras?
—Se ocupa de todo desde los secretos de armas a los, er, diversos tipos
de placer para la venta. Es una especie de banquero, también, para los
préstamos que necesitan mantenerse fuera de los libros. Intrigante
arpía —gruñó él—. Apostaría cualquier cosa a que ella es quien ayudó a
Nick a tramar esta idea de alquilar sus habilidades como un
mercenario. Él ya ha tenido tratos particulares con ella en el pasado.
—¿Qué clase de trato?
—¿En serio?
—Así que ella lo dejó trabajar las deudas de juego que él junto en su
establecimiento en una forma bastante simple. —Las cejas de Carissa
se alzaron.
183 —¿No quieres decir… ?
—Justo así.
—No es tan bonita como tú —él respiró mientras sus cálidos labios
rozaban a lo largo de un lado de su cuello—. Hablando de eso, tenemos
algo de tiempo que perder. Ven a la cabina conmigo.
—¡Oh, Dios! ¿Este es el tipo de lugar que tus misiones a menudo toma?
—preguntó ella en un murmullo dudosa, mirando el edificio.
—A veces —Beau estaba dando a sus armas una revisión final. Pistolas
bajo su abrigo. Una daga en la bota—. Te sorprenderías de la
información que se puede recoger.
—No te preocupes.
Él le envió un pequeño saludo con un guiño desenfadado en sus ojos
después de lo que habían compartido, luego se dirigió hacia el castillo.
185
Capítulo 17
C
uando Beau entró en el casino, el lugar era tan ruidoso,
ahumado, y profano como lo recordaba.
2
Traducción del frances: Mi hermosa hechicera.
3
Gracias,querido.
4A tu salud.
—No me atrevería a suponer. —Él le sonrió.
Sus oscuros ojos parpadearon, pero ella debió darse cuenta de que no
tenía sentido tratar de engañarlo. Ella se encogió de hombros.
—Si él estaba en deuda con usted otra vez, ¿No era suficiente dejarlo
que trabaje en ello en tu cama, como antes?
188
Ella se echó a reír alegremente, pero había una nota dura en ella.
Beau le sonrió incómodo. Otra razón por la que le había dicho a Carissa
que esperara en el carruaje. Él debía darle una cosa, sin embargo. La
ramera conocía su oficio.
—No fue mi intención. Pero hace unos seis meses, he recibido algunas
amenazas de muerte muy molestas. —Ella se encogió de hombros—.
Dejé que Nicholas manejara a mis enemigos por mí, y era tan eficiente
en esto que me di cuenta de que esto podría ser una nueva empresa
lucrativa para ambos. Sabes que he hecho armas y artillería durante
años —dijo ella mientras llevaba su copa a los labios. Pidió de nuevo un
trago y dijo—: En el pasado, siempre he ofrecido el producto. Nunca el
servicio. Me di cuenta de lo oportunista que soy. A partir de Nick,
podría abrir un conjunto estable de chicos malos que estén dispuestos
a trabajar por el oro. Tengo los contactos. Tengo el trabajo y tomar a mi
corte como agente al igual que hago con mis niñas. Él hará el resto, y
todo el mundo es feliz.
—Eh, las nuevas empresas siempre se inician lentamente. Hay que ser
paciente. Afortunadamente, es un mundo peligroso allá afuera. Un
montón de gente necesita nuestra ayuda. Pero tengo que ser selectiva
con mis hombres. Nick es sólido como una roca, por supuesto. Todavía
tengo que encontrar a su igual.
—No es tan simple como eso —susurró él—. Él está sobre su cabeza.
¿Entiende la posición en la que me has puesto, y a él? Está en
Inglaterra para matar a alguien. No puedo permitir que eso suceda.
Necesito saber acerca de su actual contrato.
Ella lo miró con sorpresa. Era la primera vez que Beau había visto su
mirada sorprendida.
—¡Absurdo!
—Yo tampoco.
—Confío en que ahora entiendes por qué debes cancelar el golpe. —Ella
lo miró con inquietud.
—¿Qué le importaba a él? Sabes tan bien como yo que no es raro que la
información sea repartida sólo cuando sea necesario, —respondió
191 erizada.
—Además, era más dinero del que Nick o a mi nos importaba rechazar.
—Él levantó una ceja—. Ocho mil. La mitad por adelantado, la otra
mitad cuando esté terminado.
Él absorbió esto.
Maldita sea. Esto sonaba del todo peor de lo que esperaba. Beau tomó
otro trago de brandy. Su boca se había secado con una anticipación de
verdadera fatalidad.
—¿Qué quieres?
—Estoy casado.
—¡No!
—Sí.
—Es bueno que puedas bromear sobre ello —dijo él con frialdad. Ella
negó con la cabeza hacia él.
—No puedo creer que estés casado. —Luego se echó a reír—. Entonces,
¿quién es ella? —preguntó, y fue entonces que uno de sus matones a
192 sueldo se acercó y murmuró algo en su oído. Angelique se volvió a Beau
con una mirada de asombro—. ¿La trajiste aquí?. Él dice que tienes una
mujer en el carruaje. ¡Bien, no seas un patán, traedla adentro!
—Dije que la traigan —gruñó—. Quiero verla. Tengo que ver qué clase
de mujer se necesita para aterrizar a un agente de La Orden para
marido, de todas las cosas.
—¿En serio? —Sus ojos brillaban con amargura en esa palabra, pero
ella sonrió—. Entonces realmente debo conocerla. ¡Nunca he visto una
de esas! —se volvió hacia su mercenario—. Trae a Lady Beauchamp a
través de la puerta del costado —agregó—. Evite ir más allá del teatro.
Ella es inocente, después de todo —se burló de él.
—No hables de cosas que no serían apropiadas para ella. Por favor. Sé
que la vida es injusta, pero deja que alguien se refugie en una forma
que tú nunca tuviste.
No contengas la respiración.
—Al menos todavía esta Nick. ¿Y cómo está Warrington? Dile que venga
a verme. Es raro encontrar a un hombre que realmente me puso en mi
lugar —añadió con una sonrisa maliciosa.
Beau hizo un gesto para que ella lo hiciese. Carissa se quedó muy
quieta, esperando. Sin duda, todos sus sentidos de espionaje estaban
en alerta máxima.
194 —¿A quién él vino aquí representando? No lo sé, pero fue uno de sus
compatriotas. Dijo que su nombre era Alan Mason, pero sólo un tonto
dejaría de utilizar un alias al contratar a un asesino.
—Hmm. —Ella frunció el ceño pensativa—. Era más bien un bicho raro.
Alto, delgado, en la treintena. Moreno, con un bigote. Mal vestido,
incluso para un inglés. —Beau frunció el ceño—. Lo tomé por un
comerciante o un abogado o algo así. No bien nacido, a juzgar por su
discurso, aunque supongo que él podría haber estado disfrazando su
acento. Una cosa es cierta. Estaba demasiado nervioso nunca había
hecho este tipo de cosas antes. —Beau consideró esto—. Me di cuenta
de que estaba fuera de su profundidad. Estaba tan nervioso que le
temblaban las manos... hasta que lo maneje con brandy y le ofrecí una
de las chicas. —Echó una mirada desafiante Carissa.
Ella no se inmutó.
—¿Acepto?
5
Increible
—Él aceptó el brandy, pero estaba demasiado apurado para la
muchacha.
—¿Por qué? —Beau recorto. Ella hizo una pausa en sus pensamientos.
—¿Cómo es eso?
195 —Quería oír hablar del Terror. Lo que se vivió a atreves de ella. Él no
parecía capaz de ayudarse a sí mismo. Normalmente, yo no habría
tolerado tan mal las educadas preguntas indiscretas, pero por ocho mil
libras, —añadió con ironía.
—¡No! Esa fue la parte más extraña. Me preguntó sobre los detalles de
lo que era estar allí. Quería saber el sonido cuando la guillotina caía.
Como la multitud se quedaba en silencio, esperando, hasta que la hoja
sonó, y el golpe de la cabeza que caía en el cesto. Y entonces la multitud
rugía. —Ella se quedó mirando al espacio por un momento. Luego se
metió el recuerdo en la distancia con un estremecimiento—. Eso es lo
que quería escuchar. Así que le conté, todo lo que podía soportar. —
Beau la miró—. Cuando el señor Mason vio que era penoso para mí,
detuvo sus preguntas, y en realidad se disculpó. Extraño. Dijo que él no
pretendía hacer daño, que él era un artista… en su tiempo libre,
supongo. Dijo que estaba trabajando en una pieza de negocio con la
Revolución. Tema extraño para un pintor Inglés, ¿no? ¿O era un
escultor? —Ella frunció el ceño—. Ahora que lo pienso, no le pregunté
qué clase de artista era. Estaba demasiado molesta. —Ella sacudió la
cabeza de nuevo, perpleja—. Un hombre muy extraño.
—¿Y no tienes ni idea de quién pudo haberlo enviado?
—¿Cómo es eso?
Ella bajó la mirada para ver a su pie sobre la grava desigual por el
camino. Todo el tiempo, luchó por mantener la boca cerrada. Tomó casi
más disciplina de lo que poseía para abstenerse de pedir sin rodeos a su
marido cuántas veces se había acostado con esa formidable mujer. No
parecía muy orgulloso de ello, pero era evidente que si. Una señora de
la información reconocía los pequeños, signos de culpabilidad. Carissa
se negó a hacer la pregunta, sin embargo, teniendo en cuenta que no
tenía espacio para hablar cuando se trataba de asuntos de virtud.
No era el hecho de que se hubiese acostado con Beau lo que sobre todo
lo que le molestaba. Muchas mujeres lo hicieron, se había visto obligada
a aceptar. Pero eso fue en el pasado. Ella era con la que él se había
casado.
—No no, querida —él reprendió con una sonrisa ociosa—. No estás
cazando a nadie. Te vas a quedar fuera de esto.
—El diablo soy yo. —Ella hizo una pausa, un pie sobre el escalón del
carruaje—. Necesitas mi ayuda. La localización de este tipo de
información es exactamente en lo que soy buena.
—No estás poniendo mala cara, ¿verdad? —Ella le lanzó una mirada
rebelde con los brazos cruzados.
—Tal vez puedas, pero no lo harás. —Él golpeó el carro para indicarle al
conductor. El carruaje rodaba en movimiento.
—¡Suenas como ese niño de ocho años del que tu padre me habló,
atrapado en el árbol, negándose a permitir que alguien lo ayudase!
Bien, lo siento, los riesgos son demasiado altos para mí para mimar tu
orgullo terco.
Él se burló.
—¿Tú me protegerás?
—Eso es absurdo.
—¿Cómo? ¿Por qué no puedo tener ningún papel en todo esto? Nick me
amenazó. ¡Es evidente que tengo un interés personal!
—¡Ella no cuenta!
—¿Pero yo?
—Tú eres una dama. ¡Además, mira lo que pasó la última vez que te
metiste! —le recordó—. Ambos terminamos recibiendo un disparo.
Ahora, por favor. ¡Ya basta!
200
Capítulo 18
—¿Qué pasó?
—¡No sea reticente! —Green dijo con desdén—. ¡Los dos sabemos que
sus compañeros agentes estaban detrás de esto!
—Muy bien, quiere jugar ese juego. ¿Quiénes eran los muertos, se
preguntara? Sólo algunos de los jugadores más poderosos de Europa.
¡Amigos personales de varias cabezas coronadas de Roma a Rusia!
—Bueno, es posible que le interese saber que, poco después que Lord
Westwood tomó el mando del Castillo Waldfort, otro inglés se presentó
allí, coincide con la descripción de su amigo, Lord Rotherstone.
—Va a ser un infierno pagar por esto, debe entender, Lord Beauchamp.
Ni siquiera el Regente puede proteger más a su preciosa Orden. No
después de esto.
—Oh, ustedes caballeros son tan buenos para cubrir sus huellas. Pero
esta vez, usted ha ido demasiado lejos. No puede ser excusado de
distancia. Esto es una vergüenza para nuestro gobierno. Lamento
informarle, Lord Beauchamp, ni siquiera los pares del reino están en
204 libertad de ir a cometer asesinatos en masa en el extranjero.
—¡Esto significa que las cabezas coronadas que dice van a ser tan
ofendidas por estas muertes son las mismas que la Orden ha salvado!
El Regente, El Zar, el Emperador de Habsburgo, todos ellos deberían
estar agradeciéndonos.
—¿Por qué?
—¿Por qué?
—Así que eso es lo que imagina para ellos. ¿Un juicio de la Cámara de
los Lores?
—Su orgullo es lo que lo exige, Señor Green, ¡no voy a hablar! —gritó
cuando otro miembro del panel trató de decirle que se sentara—. ¿La
humillación pública? ¡Entonces no conoce a estos hombres! ¡Prefieren
morir antes que ser deshonrados!
Sin duda, la mayor victoria de la Orden no podía llegar a tal costo. Ellos
siempre han estado dispuestos a dar su vida, pero ser lanzados como
los villanos en esta hora final era una profunda traición del país que
ellos habían dado todo para defender.
Cuando salió a la calle, aún en un sueño, Beau juró que no dejaría que
eso suceda. Drake y los demás acababan de vencer a los últimos de los
206 Prometeos; ahora le correspondía a él salvarlos.
Pero Green, sin duda, también había hecho eso. Simplemente sería una
carrera para advertir a sus hermanos guerreros que se mantengan
alejados hasta que esto se resuelva, no sea que Green los detuviera.
Infierno, ¿era tan malo que un hombre tenga necesidad ocasional del
afecto y el apoyo de su esposa?
—¿Salió? —repitió él, sorprendido—. ¿Qué quiere decir con que salió? —
Esta no era la respuesta que quería oír.
—¿Dónde se fue?
Antes de que su hombre pudiera responder, el tintineo de las
campanadas del reloj musical se disparó. Beau apretó los dientes. La
delicada melodía rechinó sobre él en ese momento.
—La señora dejó su itinerario en caso de que quisiera reunirse con ella,
Milord.
¡Maldita sea, debe haber ido fisgoneando para obtener información sobre
ese maldito artista!
Después de todo, Beau tenía razón, no era un agente, no era más que
una neófito, nerviosa con la búsqueda que ella había emprendido.
Pobre querido.
Por supuesto, se dio cuenta de que Beau podría ser una pequeña cruz
al principio cuando le contase lo que había hecho en el día. Pero al
final, estaba segura de que le agradecería sus esfuerzos, aunque, para
ser sinceros, su búsqueda no había dado mucho en el camino de las
respuestas aún.
No importa.
No se iría a casa con las manos vacías. Tenía que encontrar algo sobre
el artista que Madame Angelique había descrito. Era la manera perfecta
para demostrar su valía a su marido, pues ella estaba decidida a hacer
su oh-tan-capaz espía marido la tome tan en serio como lo hizo con
Madame Angelique. En efecto, se había establecido en la decisión que
ella no sólo quería su afecto, ella quería su respeto. Por extraño que
parezca, su conciencia no estaba satisfecha con esto.
Sin duda, el hecho de que ella había creído las mentiras de Roger
210 Benton, que había caído en eso, se había arrojado lejos sobre un
hombre que nunca la amó, que ella había estado tan desesperada para
el amor en el primer lugar para voluntariamente engañarse así misma
acerca de la sinceridad de él, por supuesto, en el fondo, sabía que él era
un sinvergüenza pero ella había hecho caso omiso de ese conocimiento,
la necesidad de creer. Que tonto autoengaño le había costado gran
parte de su autoestima. Ella nunca se había perdonado por ello.
Y si eso le costaba a Beau también, ella nunca lo haría. No, eso no valía
la pena, pensó con un estremecimiento. Por último, después de ser
huérfana, pasó de casa en casa, seducida y traicionada, finalmente,
había encontrado el amor. Si tenía que mentir para mantenerlo,
entonces que así sea. Tal vez era mejor si él nunca se enteraba.
Todavía le hacía reír por dentro cómo el tener un título cambiaba las
cosas, cuando, realmente, después de todo, ella seguía siendo la misma
en el interior. Era un gran contraste con el empleado en esa librería en
Russell Square, el pequeño comerciante de arte ordenado había dejado
todo para esperar a Su Señoría.
—Estoy interesada en mirar obras de los artistas ingleses que han
tratado con la Revolución Francesa como tema, —le dijo. Él arqueó las
cejas.
—Puede que tenga algo atrás. Déjame ir a buscar. ¿Puedo ofrecerle una
silla mientras espera, milady?
—¿Qué, no hay tiempo para un viejo amigo, ahora que eres una
vizcondesa?
213
Ella se quedó perpleja, casi demasiado sorprendida para hablar. ¿Cómo
se atrevía a acercarse a ella de esta manera? Tía Jo le había advertido
que podría intentar algo, pero no se lo esperaba tan pronto.
—Sí, lo soy. Incluso escribí un poema para ti, querida. Una quintilla.
¿Quieres escucharla? Había una vez una señora en Brighton, una
pelirroja quien poco podía asustar, antes de que la desaprobación de su
tía trajera su retiro por un tío cuya fortuna era el titán.
214 Ella se burló y se esforzó por la paciencia, entonces ella negó con la
cabeza.
—La pregunta es, ¿ que ibas a hacer tu? —Ella lo miró con frialdad.
—¿Cuánto quieres?
La pena que sintió se disolvió. No, se dio cuenta, él era un ser humano
repugnante. ¿Cómo podía haber pensado de otra manera?
—Bueno, me quedo con los quinientos ahora, y te voy a dar dos días
para traerme un refuerzo del resto.
—Muy generoso de tu parte, —murmuró ella fríamente—. Sabes que
deseo con todo mi corazón nunca haber puesto los ojos en ti. ¿No es
así?
—No hay necesidad de ser poco amable, querida. Ahora que te veo —
dijo él con una mueca—, debes estar agradecida de que el dinero es
todo lo que pido.
Repugnante.
—Ya está. ¿Fue tan difícil? Un placer hacer negocios con usted, una vez
más, milady. Puede llevarme el resto al Hotel El Clarendon, pasado
215 mañana. ¿De acuerdo?
—Lady Beauchamp.
No era su criada.
Beau se apoyó contra la puerta y cruzó los brazos sobre el pecho. Ella
se congeló en su silla, mirando con incredulidad el cuadro de pesadilla
de su seductor de la infancia cara a cara con el hombre que amaba. El
marido al que había mentido.
216
Capítulo 20
B
eau ya había estado en las dos primeras galerías de arte de la lista
de Carissa. No encontrándola en cualquiera de los dos, él estaba
en su camino a la tercera. Seguía queriendo, con cada metro de
terreno que cubría, estrangular a la muchachita por husmear en los
asuntos que específicamente le había dicho que lo dejara solo.
—N-no.
—¿Qué te ha dado?
—¡Nada!
Por el rabillo del ojo, vio a Carissa mirando con su mano puesta sobre
su boca mientras el desconocido luchó para liberarse de las garras que
le cortaba la tráquea. Beau, por su parte, metió la mano en el bolsillo
del pecho del becario y con calma recupero el trozo de papel que había
visto meterse ahí. Cuando dejó caer al joven, se tambaleó hacia delante,
218 arcadas por aire y agarrándose el cuello.
—¡Estás loco!
¿Qué diablos… ?
Todo en él quería era tirar a Benton por la ventana. Pero él tenía una
mejor idea en mente. . .
—¿Cuánto, entonces?
—Tres mil.
220 —Oh, Dios, —ella arrancó a cabo, ocultando su rostro entre las manos
y dándose la vuelta.
—No, eso es justo —Beau dijo rígidamente, como una copia de su tío,
Lord Denbury.
—Lo encuentraré.
—Bastante justo.
—¿Debería?
—No tiene sentido un duelo con un hombre que no tiene honor. Esto
derrota el propósito entero. —Él hizo una pausa, bajando la cabeza—.
No quiero hacer suposiciones equivocadas, ya que no has facilitado
ninguna información para mí para seguir adelante, ¿pero me parece que
este hombre no tiene el poder para chantajearte a menos que tu
participación con él en algún momento fue voluntaria?
—No. No por el bien de él, sino por el tuyo. No vale la pena el riesgo que
tomaría, con el panel respirando en tu nuca.
Por lo tanto, en vez de ir a entregar más de tres mil libras para comprar
el silencio del chantajista, era el chantajista el que se iba a entregar a la
pandilla de prensa.
Era una lástima que Carissa no estaba allí para verlo como la pandilla
de prensa arrastró a Roger Benton a distancia, pataleando y chillando,
para presentarlo al servicio de Su Majestad y le vestirían con un
uniforme, el más nuevo recluta de la Marina Real.
Ahora puede tener la oportunidad de hacer algo de sí mismo, Beau
pensó con diversión mientras se compró una bebida. Iba a necesitarla
antes de volver a casa, para el siguiente paso que era la parte difícil.
Tratar con Carissa.
—Gracias, —ella susurró en voz temblorosa. Luego hizo una pausa, con
la cabeza hacia abajo—. Lo has sabido todo el tiempo, ¿verdad?
—Tenía miedo.
—¿De mí? ¿En serio? —él preguntó en voz baja de indignación—. ¿Por
qué? ¿Qué he hecho yo para que me veas como una amenaza?
—Ya veo. —Tal respuesta era una prueba para un hombre cínico—. ¿Así
que me engañaste por amor? ¿Esa es tu reivindicación?
—Bueno. —Él cruzó los brazos sobre el pecho—. Diría que tu gusto en
los hombres ha mejorado mucho. —La miró de reojo—. Por lo menos
ahora entiendo por qué estás obsesionada con los chismes.
—Sólo estuve… con él una vez. Fue hace casi dos años, una
indiscreción juvenil. Nunca tuve la intención de que esto sucediera, eso
solo paso.
Ella dejó salir una dolorosa burla con lágrimas en los ojos.
—¡No!
—No soy tonto, Carissa. Estaba tratando de ser amable contigo. Desde
aquella noche, he sido tan paciente como sé cómo ser. Esperando que
vengas a mí y confiaras en mí. Te di varias oportunidades para
intentarlo así podías ver que iba a entenderlo. Quería que supieras que
estabas a salvo. Pensé que seguramente, si te daba un poco de tiempo,
por fin te abrirías a mí y verías que podías confiar en mí. Pero nunca lo
hiciste. —Ella empezó a llorar suavemente de nuevo, la mano a los
labios—. ¿Qué crees que haría, echarte? —le preguntó con cansancio,
ofreciéndole su pañuelo—. ¿Después de todas las mujeres con las que
he estado? No soy un gran hipócrita… aunque tengo que admitir que
estaba un poco decepcionado. ¿Cómo has podido tergiversarte a mí?
—Lo siento.
La forma en que las palabras se arrancaron de ella por primera vez, con
tanta pasión, le dolió, con lágrimas en su rostro, casi lo abrumó. Él la
miró en silencio, tomado por sorpresa por su fiera declaración. Amantes
se lo habían dicho antes, pero nunca de una manera que le había hecho
creerlo, hasta ahora.
Hasta Carissa.
Al menos ella no sabía cómo estaba. Ella se aferró a él, las lágrimas
brillando en sus ojos como dulce esmeraldas.
—Por favor no me envíes lejos, Beau —le suplicó en un desgarradora
necesidad sensual—. No hagas que te deje, mi querido marido. Ahora
no.
—No. —Su voz sonaba áspera y extraña incluso para él—. Es hora de
que hagas lo que te digo y me demuestres que puedes ser una buena
esposa. —Tragó saliva, empujando suavemente sus manos lejos de su
cara—. Vas a ir al campo y esperar con las otras señoras hasta que sea
seguro. Entonces, voy a enviar por ti. Vas a estar muy cómoda allí, y
segura.
—¿Qué pasa con Nick? Has dicho que él sabe sobre el lugar.
Pero podía ver por el rabillo del ojo que ella parecía estar recibiendo el
228 mensaje. Estaba poniendo sus pies en el suelo.
—Por supuesto.
Beau apoyó las manos en la cintura, dolor por el recuerdo del día de su
boda y todas sus esperanzas. Pero se dijo que esto no era el fin del
mundo. Todo matrimonio tiene sus peleas. Sin embargo, por alguna
razón, no podía mirarla a los ojos, mientras que la pequeña melodía
jugó. Cada nota era ligeramente angustiosa para él en ese momento.
Por lo que se parecía muy poco a su Carissa, pero por lo que él conocía,
tal vez ahora que estaba libre de sus secretos y podría ser real con él,
podría llegar a ser una persona completamente diferente.
—Escríbeme una línea para darme a conocer tan pronto como estés allí
con seguridad.
—Lo sé, dulzura. —Una vez más, emoción casi lo manejo, pero
rápidamente se metió abajo, mantener su mente en los hechos—. Dime,
—preguntó él, cambiando de tema—. Antes de irte, ¿pudiste averiguar
algo útil sobre artistas de la Revolución Francesa en las galerías? "
Ella sacudió la cabeza y miró hacia otro lado, sus labios en una línea
tensa.
Beau cerró la puerta del coche y le dijo adiós a Margaret, quien había
estado sentada en el interior del coche, jugando torpemente sordo y
mudo durante su intercambio, como sólo el mejor de los sirvientes
podía.
Puede ser... Dios mío, quizás era incluso un poco cobarde, pensó, servil.
El peligro en la batalla no lo había hecho vacilar, pero ninguna mujer
antes de Carissa jamás había tenido este tipo de poder sobre él.
Conociendo el peligro en que lo colocaba lo hizo realmente picar,
nervioso, inquieto.
Cualquier cosa era mejor que insistir en este tema. Empujó todas sus
preguntas enredadas a la distancia, volviendo a la casa y de nuevo a la
empresa en cuestión. Marchando en el interior, volvió al reino de la
vida, donde él era el amo.
Escribió rápidamente, a continuación un secreto mensaje codificado
para el equipo de la Orden en Calais que dirigía la casa de seguridad,
los hombres que los habían recogido a él y a Carissa en la costa cuando
habían ido a ver a Madame Angelique.
—¡Oh, lo sabía… te dije que estaba loco por ti! —Soltó Daphne, pero
Kate estudió a Carissa, ladeando la cabeza.
No podía creer que el hombre había hecho una regadera de ella. Pero
Daphne con cariño la tomó bajo su ala.
—Pobrecita. No, no, querida. Ven y cuéntanos todo lo que ese pícaro ha
hecho contigo.
Las otras dos mujeres asintieron con la cabeza a pesar de que estaban
mirando a Carissa bastante extraña. Ella supuso que no parecía en
nada a su habitual auto luchadora. Daphne puso su brazo alrededor de
ella.
—Extraño a mi bestia.
Carissa sonrió al apodo que los otros hombres le habían dado hace
años al marido de Kate, Rohan, el duque de Warrington. Todos los
hombres se conocían desde la infancia.
—Pero están haciendo lo que hay que hacer —declaró, con una
sonrisa—. Además, estoy segura de que enos echan de menos todavía
más de lo que nosotras los extrañamos.
El peligro que ella había puesto a sus amigos la enfermaba, sobre todo
como ella le había mentido a Beau. ¡Qué estúpida! ¡Qué arrogante! ¡Qué
ciega¡
Había pensado que el riesgo era sólo para ella misma, y ella se había
preparado para hacer frente a ese peligro con suficiente coraje. Pero si
ella se hubiera detenido para ver los enlaces y por una vez, no pensaba
en sí misma como solitaria, sin vínculos reales con nadie, como lo había
hecho desde que era una niña huérfana, entonces ella hubiera
escuchado a su marido y no se hubiera ido a husmear hoy.
Sabía que lo había herido, y a ella le dolía con pena de los pies a la
cabeza a causa de ello.
Por encima de todo, las apuestas volaron, por lo cual habían venido.
Era tan probable como cualquier otro lugar para encontrar a su amigo
mercenario. Él había comprobado con sus diversos contactos, a quienes
le había dicho que mantengan los ojos y los oídos abiertos por cualquier
noticia de Nick.
Madame Angelique había dicho que Nick ya había recibido una porción
de su pago. Conociéndolo, no pasaría mucho tiempo antes de que él
estuviera de vuelta en las mesas. Beau sabía por experiencia que Nick
siempre se dirigía a la distracción embriagador de los juegos de azar
236 cuando estaba bajo una presión particular, como ahora.
Cuando oyó a uno de los garitos que Tom Cribb estaría luchando esta
noche en Covent Garden, sabía que este sería el lugar para buscar. Nick
le gustaba apostar en los partidos fresados sobre todo, y el campeón
Inglés era su boxeador favorito. Cribb sería protagonista en la lucha
titular de esta noche. Beau sabía que Nick tenía que estar aquí.
Salió corriendo. Beau al instante corrió tras él, abriéndose paso entre la
multitud, mientras que en el ring, se dieron a conocer a los opositores.
Los fanáticos del boxeo comenzaron a cantar por su favorito, mientras
que Nick hizo lo posible para perderlo entre la multitud.
—¡No hagas que te dispare de nuevo, estúpido hijo de puta! —le gritó en
la oscuridad—. ¡Deja de correr como un cobarde y habla conmigo!
¡Sé lo que está pasando! ¡Hablé con Angelique! —gritó.
—Tu esposa es muy bonita, —se burló Nick desde las sombras en algún
lugar cercano.
Se detuvo, respiró hondo, cerró los ojos para aclarar su mente, y apretó
los párpados con el pulgar y el dedo medio. ¿Y ahora qué? Piensa. Su
corazón aún palpitante, furia en sus venas, tomó sólo un momento el
escoger su próxima estrategia. Luego fue a grandes zancadas a su
carro. Si Nick iba a ser difícil, tenía otros ángulos a seguir.
Cuando Beau entró en su tienda media hora más tarde, Schweiber miró
por encima de la pequeña, gafa rectangular encaramada en la nariz. El
resto de la tienda estaba a oscuras, y el curtido armero estaba solo, de
trabajando a la luz de las velas en una de sus elegante, creaciones bien
balanceadas.
—Usted me dira.
—No estaba seguro de a quién creer —dijo con una adusta, mirada
alemana.
—No, no. Soy demasiado útil para conseguir las amenazas incluso de
mis clientes más peligrosos —dijo con una risita.
—Disuádele de ello.
Schweiber sonrió y tomó su trapo de limpieza, una vez más. Beau le dio
un leve gesto de despedida, luego volvió a la oscuridad.
Capítulo 22
El áspero, soldado curtido del sol era mucho más duro, ella
sospechaba, que su fornida, estructura compacta sugería a primera
vista. Parker le mostró sus tres diferentes rutas de escape de su
cámara, dependiendo de la dirección en que la amenaza podría llegar.
—Bueno. Ahora usted sabrá qué hacer si lo peor alguna vez sucede, si
alguna vez somos atacados aquí, y mis hombres se vieran desbordados.
No hay necesidad de preocuparse, claro está. No tengo ninguna razón
para creer que estamos en el más mínimo peligro de que sea en este
momento, pero estos son nuestros procedimientos, y le estoy mostrando
todo esto ahora porque la Orden cree que estar preparado para
cualquier eventualidad —Ella asintió con la cabeza con inquietud—.
Ahora, en esta situación, si me escucha o a uno de mis hombres dar la
señal para correr, toma la mochila, utiliza la escalera, y baja. Deje sus
mejores galas atrás. Querrá mezclarse con la gente de los alrededores.
Un montón de joyas hará que sea fácil para decir cual mujer es la
aristócrata .
—¿Lo hace sonar como que quieren en realidad darme caza y a las
243 otras mujeres?
—Cierto. Ingle. Garganta. Ojos. Golpe certero, esos son sus objetivos si
no puede llegar a su arma. Para que lo sepa.
—Sí.
—Hay un camino junto a él. Siga ese arroyo aguas abajo a unos tres
kilómetros hasta llegar a la posada en el borde de la aldea, con los
carros de alquiler. Preferimos alquilar una silla de posta y conducirla
usted mismo si está a la altura. Es mejor que se vayas de la zona a la
vez. Pero si usted no se siente cómoda con eso, puede utilizar el oro en
el paquete para comprar un billete en la diligencia de Londres. De
cualquier manera, llegar a la casa de Dante tan rápido como pueda.
Estará a salvo allí. No hable con nadie en el camino si se puede evitar.
¿Ha entendido todo esto, milady?
—Sí, bueno, bien podría haber sido la cara oculta de la luna. No hay
nada que hacer más que leer o ver a los caballos salvajes.
—¡Sí! Justo al otro lado del río, que dices. ¿Has estado allí?
Kate se enderezó.
—¿En serio?
—¡Estupendo!
—Creo que el artista detrás del lugar debe ser muy demente —Mara
arrastró las palabras.
No...
¿Podría el mismo jefe del panel, a cargo de la investigación de la Orden,
haber sido el que contratara a Nick? Pero ¿por qué? Ella se olvidó de
respirar, mirando al suelo.
Ya era bastante malo que se enfrentara solo. Ahora ella veía que al
segundo que Nick hiciera su movimiento, todos sus maridos estarían
condenados. Y si Green era quien había contratado a Nick, entonces él
se encargaría del que el asesinato tenga lugar. Él estaba en la posición
perfecta. Ezra Green y sus compinches podían pintar el asesinato como
prueba sangrienta que la Orden era corrupta y demasiado poderosa.
Todo lo que tenían que hacer era agarrar a Nick en el acto, y si ellos
eran los que le daban sus instrucciones, donde y el momento de apretar
el gatillo, esa parte sería fácil. Una pregunta aún más aterradora se
248 acercó a ella.
Por lo que había oído aquel día en la conferencia del Profesor Culvert,
los radicales odiaban a casi todo el mundo. Parece que hay algunas
elecciones de villanos en sus mentes: el Primer Ministro, la familia real.
Ella sabía en sus huesos que estaba en lo cierto. Tenía que ver ese
lugar, saber más acerca de este artista.
Ella sabía que el comité tenía a Beau bajo vigilancia. Si ella le escribía
una carta confirmando sus sospechas acerca de quiénes eran los
verdaderos villanos, y ellos mismos se apoderaban de ella, eso podría
significar un grave peligro para todos ellos. No, ella no se atrevía a
poner nada por escrito. Si ella iba a dar seguimiento a esto, tendría que
hacerlo en persona. Era la manera más segura para sus amigas y sus
maridos y el suyo propio.
Ah, pero el sargento Parker había hecho todo lo posible para mostrarle
exactamente cómo escapar en caso de emergencia. Obviamente, nunca
se le había ocurrido al incondicional soldado que podría ser lo
249 suficientemente tonta como para intentarlo por su cuenta.
No debes.
Daphne nunca haría una cosa así, señaló con severidad a sí misma, su
pulso acelerado.
Deseó que esta teoría nunca se le hubiera ocurrido. No quería ir. Era
aterrador. No quería perder su matrimonio.
Vio que no tenía elección. No estaba segura de qué era peor si resultaba
tener la razón o estar equivocada. Pero de cualquier manera, tenía que
saber. La pregunta era demasiado grave como para dejarla sin
respuesta. Si alguna vez había un momento para que una señora de la
información salvara el día, esa noche había llegado.
Ella le dio las buenas noches a sus amigas, luego tomó una vela y con
calma caminó hasta su habitación, ya planeando su fuga.
Hizo todo lo posible por no pensar en ella, pero no había nada más que
lo distraía, esperando que al aprendiz del armero regresara de hacer su
entrega rural. Más bien enloquecedor, en realidad. Pensó en escribirle
una carta para pasar el tiempo... pero ¿qué podía decir?
Todavía estaba crudo desde la lucha con ella. El reloj automático dio la
una. Beau se apoyó contra la puerta en la oscuridad y se quedó
mirándolo, preguntándose si había sido demasiado duro con ella. Sabía
que ella sólo estaba tratando de ayudar.
—Nada. Mi abrigo.
—Sí, mi señor.
252
Capítulo 23
Apenas podía creer, por sí misma, que había llegado. Parecía como una
locura por el sano juicio de la luz de la mañana. ¿Por qué el propietario
de un museo de cera deseaba contratar a un asesino, después de todo?
Sin embargo, allí estaba ella. Demasiado tarde para echarse atrás. Sólo
esperaba que el sargento Parker y sus hombres no se metiesen en
problemas por no haber evitado su escape. En realidad no era culpa de
ellos. Ella había sido tan furtiva ya que conocía la anoche.
Así que, resignada a irse sola, había procurado comprarse más tiempo,
teniendo a la cama tan pronto como el pequeño Thomas tuvo anoche
con quejas de dolor de cabeza. Le había dicho a Margaret que lo dejara
dormir hasta tarde a la mañana siguiente, como ella podía utilizar el
resto después de toda la tensión de su lloroso argumento con Beau.
Por la mañana la luz del sol que entraba por la sucia ventana delantera
254 se limitó a emitir un resplandor rectangular de brillo en el suelo. No
podía tocar la pesadez general del lugar. Una anciana le dio la
bienvenida, entrando en la cámara con su escoba.
—Gracias.
Al final, llegó a la escena que había sido todo el objeto de su visita hoy
aquí… la escena de la multitud de París de la que Mara le había
hablado, con la guillotina. Aspiro lentamente, mirando la hoja
reluciente. Su mirada recorrió el elaborado cuadro.
Podría jurar que uno de ellos se suponía que era la reina Charlotte... y la
cabeza grande del regente que yacía junto a él en la canasta. ¡Qué
horrible! Que descarado.
Era difícil decir a ciencia cierta si tenía razón. Pero tenía la sensación de
náuseas que había entrado en la fantasía retorcida de alguien. De
repente, una puerta invisible pintada en el fondo se abrió, y un delgado,
más bien desgarbado hombre de negro empezó a salir de la pared del
fondo.
Eso Charles ya debería haberse dado cuenta de que era de alta cuna lo
que trajo su atención a los riesgos que estaba tomando a su propia
seguridad. La percepción de su rango ya era demasiado para que él
sepa de ella. Sobre todo porque el suyo era un nivel de la sociedad que
claramente no le gustaba.
Aún así, ella se aferró a sus nervios, sabiendo que esta sea
probablemente su única oportunidad para tratar de obtener más
información en detalles que podría aportarle a Beau. Ella se puso a
buscar otra pregunta útil.
Él se encogió de hombros.
—Por su importancia histórica y el drama que se tenía de ellos, y por
supuesto, cualquiera que sea entretenido para nuestros huéspedes.
Sobrevivimos por nuestra venta de entradas.
—Ya veo. ¿Y cómo demonios hace para que sus figuras parezcan tan
reales? Parecen casi vivas.
—¡Ah, ese es mi secreto! No, sólo estoy bromeando —le aseguró con una
sonrisa incómoda—. Estudié como cirujano en la universidad médica
real —admitió—. Pero la medicina no era para mí. Tenía demasiado de
artista en mi naturaleza. Pero me quedé el tiempo suficiente para los
estudios de anatomía.
Quiero a mi marido.
Siguió caminando hacia atrás, más allá de los indios. El Rey Carlos
parecía mirarla con una mirada silenciosa de siniestra advertencia al
pasar. Dios, ahora este lugar la tenía bien y verdaderamente asustada.
—Está bien. Mis amigos van a esperar. No van a ningún sitio —bromeó,
riendo, pero tenía la sensación de que hablaba con la verdad.
Por extraño que fuera, esa gente de cera podían ser los únicos amigos
que tenía. Un hombre desechable. Alguien quien la gente enviaría a la
boca del lobo sin importarle. Había sido bastante claro el día que el
profesor Culvert había querido sacudirlo y deshacerse de él tan pronto
259 como sea posible.
Oh, querida. Tal vez había halagado demasiado a Charles, porque era
totalmente atento y servicial, caminando con ella todo el camino a la
sala de recepción y asegurarse de que la anciana la atendía a su vez.
—Oh, eso está muy bien, querida. Estoy segura de que estaremos
encantados de tenerlas. ¿Cuántas?
—Um, diez.
-—¿Y cuándo le gustaría venir? —La madre le preguntó con una sonrisa
sin dientes. Antes de que Carissa pudiera responder, el hijo intervino:
—Sabe —dijo ella—. Tendré que discutirlo primero con mi grupo. Quiero
hacer que todas estén disponibles, para que ninguna de ellas se lo
pierda. Si fuera tan amable de proporcionarme su tarjeta, yo sin duda
me pondré en contacto con usted para programar la fecha y la hora.
Tenía que decirle a su marido lo que había averiguado. Beau iba a tener
un ataque de apoplejía, pero la información era lo suficientemente grave
como para justificar la batalla que iba a llevar. Tenía que advertirle. Él
sabría qué hacer.
—De hecho lo hay, y creo que he descubierto quién está detrás de él.
¡Tengo que verlo!
262 —Lo siento por esto, pero no se puede evitar —dijo ella.
—Sí, señor.
—¡Sí, dilo!
—¡Los muelles! ¡Por supuesto! —ella susurró para sí. ¡Max y los otros
maridos de la Orden deben haber llegado!
Esta fue una excelente noticia. Beau habría buscado ayuda. Mientras
Nick no tratara de disparar a nadie dentro de la próxima hora.
—Agárrese, entonces.
Ella lo hizo. Abrió el látigo, y los poderosos caballos se abalanzarón
contra su arnés.
—¡Eso está mejor! —exclamó ella con entusiasmo, sin importarle quien
se volvía para mirar.
264
Capítulo 24
Había una especie de fila que continuaba hacia abajo a la orilla del río.
Ezra Green gritaba a más soldados que había traído, agitándolos
delante de...
Hacia su marido.
Vio a Beau de pie en el muelle cerca de una goleta amarrada, la
chaqueta y el pelo rubio soplando en el viento. Él se volvió hacia los
soldados que se acercaban, rugiendo hacia ellos a retirarse. Ella
contuvo el aliento, horrorizada, una docena de soldados del Rey
apuntaron sus armas contra él.
—¡Para el carro!
—¡Apresadlos!
Beau les gritó a sus amigos que cooperasen. Ella no conocía a la joven
que había llegado a tierra con los hombres, o por qué llevaba
pantalones, pero cuando los soldados trataron de echar mano de un
hombre de pelo negro a su lado (¿el famoso Drake? se preguntó
Carissa), la chica sacó un arco y flecha de su espalda y suavemente
puso la mira en los guardias que se acercaban.
—¡No lo toques!
—¡Emily, no! —gritó Jordan—. ¡Te matarán! ¡Alto el fuego! —Gritó a los
soldados, levantando la mano.
Él no le hizo caso.
—¡Está mintiendo! ¡Fui yo! Yo lo hice. Es cierto. ¡Yo soy la que mató a
esos asquerosos traidores, y yo no lo siento! —Emily gritó con furia, una
268 nota de pánico en su voz—. Ellos estaban en la cueva. Les disparé la
flecha llameante. Fui yo quien hizo que el grisú explotara.
—Eso es una tontería, todo fue idea mía —informó Warrington a los
hombres de Green, a la cabeza, como solía hacer.
—¡No, que se vayan! ¡Fui yo! —la chica, Emily, se adelantó y les ofreció
sus muñecas.
—¡Maldita sea, he estado sirviendo a este país desde que tenía diecisiete
años!
Beau se acercó junto a sus amigos, mientras los soldados los escoltaron
hacia el coche de prisioneros que esperaba. Él todavía no se había fijado
en ella.
—¡Beau, lleva a Mara a hablar con él! Son buenos amigos. Ella va a
saber lo que realmente está pasando. —Jordan llamó en un tono oscuro
antes de que lo metieran en el coche con los otros.
¿Tenía alguna forma de apoyarlo en una rincón? ¿Era así como Nick
entró?
—El Regente nunca estaría de acuerdo con esto —Beau estaba
gruñendo en la cara de Green mientras él lo inmovilizó contra el carro.
—¿Usted... ?
—Es mejor que usted saque las manos de encima de mí antes de que te
dispare. Sé que todos son asesinos entrenados, pero responde a mí
ahora, Lord Beauchamp. No lo olvide. A menos que quiera que algo
lamentable les suceda a sus amigos mientras están en la cárcel. —Beau
estaba hirviendo.
—No necesito esos cuentos para saber que la Orden ha dejado de ser
útil, milord… junto con la mayoría de las instituciones de su tipo.
—Espere unos años. Ya lo verá. Por ahora, présteme atención bien. Hay
una nueva Inglaterra que está viniendo, y aquellos de nosotros que
vamos a dar a luz vamos a hacer un ejemplo de sus finos amigos, por lo
que todo el mundo puede ver que a partir de ahora, incluso los de
alcurnia deben responder ante la ley. Ni la riqueza, ni su rango, ni sus
armas, ni siquiera la Corona a la que ha servido tan tontamente toda su
vida pueden salvarlo del cambio que se avecina. —Miró a Beau y sus
compañeros con desprecio—. Es una reliquia. Ahora sáqueme las
manos de encima.
Beau parecía tan sorprendido por sus palabras que lo dejó ir. Green le
lanzó una mirada de suficiencia, enderezó la chaqueta, y se fue. Él se
subió a uno de los vagones de prisión. A medida que empezó a rodar
lejos, Green se fijó en ella. Carissa se encontró mirando a los ojos de un
traidor. Ella se echó hacia atrás cuando Green se quitó el sombrero
hacia ella en una fingida cortesía.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Luego sacudió la cabeza hacia ella con
una fría mirada—. No importa. No quiero saberlo. No tengo tiempo para
esto.
272 Su corazón se encogió dentro de ella. Pero tenía que decirle lo que había
descubierto. Ella comenzó después de él mientras el aprendiz de armero
llegó empujando hacia él entre la multitud.
—¡Milord!
Cada segundo contaba ahora, pero Dios sabía, que preferiría haber
estado diciéndole a su esposa en detalle lo que pensaba de su desafío,
su incapacidad para respetar las órdenes de su marido. Tal vez ahora
ella iba a ver que esto no era un juego.
Alguien debía de haber llegado a él. Beau no sabía si Green era parte de
los Prometeos o no, pero incluso si no lo era, el resultado era el mismo.
Esa pequeña comadreja de burócrata había hecho más daño a la Orden
que lo que los Prometeos había logrado infligir sobre ellos en un siglo.
—Aquí está, señor, la calle. Le seguí hasta aquí. El edificio sólo está a la
vuelta de la esquina.
Beau recordó que Nick le dijo que había estado guardando a Trevor en
una especie de sótano.
—Sí, señor.
Con eso, Beau se deslizó alrededor de la esquina y comenzó a caminar
hacia el edificio. Rondando más cerca, sacó su pistola. Su pulso se
aceleró cuando se acercó a la segunda puerta. Con cada paso que daba,
sus instintos se afilaron, buscando en los detalles de ese edificio
residencial.
Nick habría dejado para sí mismo otra salida. Tendría que buscarla tan
pronto como entrase, de lo contrario, el hijo de puta podría escapar una
vez más.
Tal vez Nick no estaba en casa, se dijo. Pero Trevor tenía que estar en
alguna parte. Empeñado en la detención de uno y salvar al otro, Beau
se dio un recuento mental de a tres, luego se abalanzó sobre la puerta
con un fuerte disparo.
Fue entonces cuando comenzaron los golpes bajos. Golpe sordo, golpe,
golpe. Venía de algún lugar bajo el suelo, junto con una voz muy
apagada.
—Trevor
276
Su corazón latía con fuerza mientras empujaba la silla y la mesa fuera
del camino, exponiendo el esquema completo de la trampilla. Por
desgracia, estaba cerrada con candado. Los golpes venían de la parte
inferior de las tablas.
—Sí.
Trevor carraspeó.
—Agradable que hayas tenido tiempo para encontrar una novia y
cortejarla, con lo ocupado que debes de haber estado buscandome.
—Todavía no.
—Dame tu pistola.
—¡Ya lo sé! Cuando te dije que lo mataría, lo dije literalmente, por amor
de Dios.
—¿Está seguro?
—Sí.
Trevor asintió con la cabeza, buscando aún más a su antiguo yo, una
vez que tuvo un medio de defensa de forma segura en la mano. Se metió
la pistola en la cintura de sus tan polvorientos pantalones.
—¿Volverá pronto?
—Su señoría está dentro, pero por su propia seguridad, ¿haga el favor
de permanecer fuera de la vista?
—Muy bien.
—Beau —gritó tan fuerte como pudo—. ¡Está justo fuera de la puerta!
Nick se dio la vuelta para ver de dónde había venido el grito, pero la
maldita puerta se abrió detrás de él, y Beau salió volando, directamente
sobre él.
Con una sombría mueca, Trevor se esforzó por llevar su ira bajo control,
mientras Beau arrastró a Nick por sus pies.
—No, no lo hiciste, —cortó Beau—. No, cuando sabes muy bien que es
la única prueba que pueda exonerarte si algo llegara a salir mal.
—¡Sí! —dijo ella—. Y si me escuchases, por una vez... solo dame una
oportunidad... Te puedo llevar a él.
283
Capítulo 25
—¿Q
uién es esta mujer? —preguntó Trevor sin
rodeos.
—¿Cómo te atreves a ignorar mis órdenes una vez más? —exigió Beau.
—Vi a Culvert y este artista juntos con mis propios ojos en una librería
en la Plaza Russell. Culvert estaba dando un discurso y yo fui a
escucharlo, después de que me hablaste de él. Quería saber más…
Ella giró sobre sus talones y comenzó a marchar hacia el carro. A pesar
de su apariencia exterior segura, sus rodillas temblaban después de
haber hecho su presentación ante su ultrajado marido. Tenían mayores
preocupaciones a las que hacer frente en este momento, pero no era tan
ingenua como para pensar que esto se había acabado.
—No puedo creer que viniera aquí por su cuenta —gruñó Beau, pero
Trevor se rió en voz baja, ambos mirando en todas partes, buscando en
las sombras de los límites, al larguirucho artista que Carissa había
descrito.
—Entonces, —dijo Trevor con diversión—. Una pelirroja, ¿eh? —le miró
de reojo con un brillo alegre en los ojos. Beau no le hizo caso, con un
resoplido—. Nunca pensé que vería el día.
—¿Qué? —Replicó.
—Oh, cállate.
Beau hizo una nota mental para hacer eso después. Pero no podía
pensar en sus esposas en este momento y la histeria femenina con la
que iba a tener que tratar. Tenía bastantes problemas con su
entrometida novia en este momento. Por otro lado, Carissa le había
traído esta ventaja, admitió, molesto en su propio orgullo que crecía por
ella. No tan rápido. Vamos a ver si vale la pena. Su visita a las figuras de
cera todavía podía llegar a ser nada más que una pérdida peligrosa de
tiempo.
Aun así, lo persiguió por el laberinto oculto que daba el acceso al artista
a sus sets, hasta que, de pronto, de alguna manera se encontraron
cerca de la guillotina, una vez más.
—Lo tengo —dijo Beau con los dientes apretados, con el corazón
palpitante.
Estaba claro para Beau que éste extraño trabajador de cera había sido
elegido específicamente para ir a Francia y arreglar el contrato. Él era
prescindible porque, para empezar, no conducía el tipo de poder que los
otros tenían que ofrecer.
Cuando regresaron al carro, pidió a los otros que salieran del coche
para poder hablar en privado con su agente hermano errante.
—Cifras.
292
—Es el momento para que puedas elegir de qué lado estás, Nick. Aquí
está mi oferta. No voy a decir nada al mundo exterior acerca de esto.
Los ancianos pueden tratar contigo en privado, más tarde, si lo
consideran conveniente. Estoy muy seguro de que vas a terminar en la
cárcel de cualquier manera. Pero si quieres restaurar lo que queda de tu
honor, te voy a dar esta oportunidad. Ven conmigo y vamos a hacer la
afirmación de que estabas en una misión encubierta todo el tiempo…
tan fiel como siempre, un agente de la Orden en buen estado…enviado
a descubrir la conspiración. —Nick lo miró con incredulidad.
—No puedo creer que me estés dando otra oportunidad —dijo en voz
baja, su mirada abatida.
293 —Yo tampoco. Pero me salvaste la vida muchas veces. No me
malinterpretes, eres un profundo hijo de puta. Pero sigues siendo mi
hermano.
—Voy a hacer lo que sea necesario —forzó Nick a salir—. Dime lo que
quieres que diga.
Si la Orden sobrevive.
Michael saltó del coche y salió trotando, pero cuando Beau miró a
Carissa, ella negó con la cabeza hacia él en señal de advertencia.
Caminando por los pasillos del opulento palacio del Regente con sus
escoltas uniformados, Beau y Trevor mantuvieron a Nick entre ellos a
pesar de que ya no estaba atado; Nick, a su vez, seguía agarrado de
Charles Vincent.
El hombre de cera tenía sus muñecas atadas a la espalda. Trevor
estaba manteniendo una estrecha vigilancia sobre él y Beau mientras
caminaba junto a Carissa.
—¡Su Alteza setenta muertos! ¡Y todas las víctimas de esta tragedia eran
o representantes de un tribunal extranjero o miembros de una familia
europea destacada! Se trata de un punto negro para toda Inglaterra, lo
que han hecho. ¡Por otra parte, lo admiten! Los agentes son todos
culpables, lo dijeron ellos mismos! Si no son castigados, las naciones de
295 todas estas víctimas exigirán una explicación. Si no hacemos un
ejemplo de estos asesinos de sangre fría y los sometemos a la furia de la
ley, a continuación, la corona será vista como un respaldo a su
comportamiento. ¡Usted, señor, podría ser culpado personalmente!
¿Quién sabe a lo que podría conducir? ¡Los aranceles comerciales, la
retirada de embajadores, tal vez incluso a la guerra! "
—Sí, pero he jugado cartas con estos hombres —dijo Prinny con
fastidio—. No son, como usted los describe, asesinos a sangre fría,
señor Green.
—He oído algo de lo que estaba diciendo el señor Green, pero me temo
que dejó de lado la parte más importante de la historia.
—¡Ja! ¿Qué más debemos esperar que diga? —Green replicó con
desprecio—. Por supuesto que los defenderá. Es uno de ellos. Pero no se
deje engañar por su discurso suave, Señor. Los agentes de la Orden
están entrenados para mentir expertamente, tanto como están
entrenados para matar. ¡Por eso el panel ha pautado que prueban ser
una amenaza! Por supuesto dan servicio de labios a la lealtad, —
continuó—, ¿pero qué ocurriría si eso es sólo una de sus mentiras? ¡Por
qué, su antiguo manejador apenas podía controlarlos, arrogantes como
son! ¡Con sus habilidades, sus influencias, su poder, fortuna, y el
acceso a información secreta del gobierno, piense en la amenaza que
podrían plantear para todos nosotros si tratasen de unirse con alguna
desconocida meta de los suyos! ¡Podrían ser una amenaza para este
297 gobierno!
—¡No es eso como si fuera una nueva habilidad para ellos! ¡Lo han
hecho antes, señor!¡En Nápoles! ¡Algunos de los principados alemanes!
—El punto es, saben cómo hacerlo. Y ahora que la guerra ha terminado,
y están todos juntos aquí en Inglaterra, ¿cómo van a mantenerse
ocupados, señor? La guerra es todo lo que conocen. ¡Si se vuelven
inquietos, tales golpes ya forman parte de su repertorio!
—Tú temerario…
—Oh, cállate. Tenía que hacerlo. Él será el Rey. —La sangre corría por
entre los dedos de Nick mientras se agarraba la herida—. Trev —dijo
con voz ronca—, ¿puedes perdonarme?
Carissa miraba, aflijida, como Beau se unió a los otros dos, gritando por
un cirujano. Sabía que era la peor pesadilla de su amado esposo, ver a
su mejor amigo sangrando perdiendo la vida delante de sus ojos. Por
favor, Dios, que él viva. Nick podría ser un sinvergüenza, pero Beau no
se merecía esto. No le hagas perder otro amigo.
—¿Ve usted ahora? ¿Puede ver que somos leales? —gritó, dando un
paso hacia él, lo suficiente como para alarmar a los soldados, que se
acercaban—. ¿Confiscar nuestros hogares? —Gritó—. ¡Él sólo tomó una
301 bala por usted! ¡Usted ni siquiera sabe, señor, ni siquiera sabe cuántos
han muerto por su bien… por Inglaterra! Darían su vida sin pensarlo
dos veces… y ¿usted los arroja en la Torre? Bueno, maldito sea, señor.
Maldita seo, digo. ¿Cuándo esto va a ser alguna vez suficiente?
El Regente estaba pie con una mirada de tal ira ofendida en su rostro
rubicundo por haber sido tratado de esa manera que Carissa temía que
su marido acabase de firmar los documentos de ejecución de todos los
agentes, incluido el suyo propio. Corrió hacia él, cogiéndole del brazo,
tratando de calmarlo.
Y le sostuvo la real mirada y sin evitar sus ojos, sin inclinarse, sin
marcha atrás, la barbilla alta. Se quedó mirando al monarca, un
hombre a otro, hasta que, finalmente, fue el príncipe quién se tambaleó
ligeramente.
Beau cerró los ojos mientras Carissa deslizó sus brazos alrededor de él.
Apoyó la cabeza contra la de ella y dejó escapar una larga, exhalación
temblorosa.
Capítulo 26
—¿En verdad?
—Cobardía.
—Pero sí quiero.
Él capturó su barbilla en sus manos y le levantó la cabeza, obligándola
a encontrar su mirada tormentosa. Le tomó la mano y la puso sobre su
corazón.
El primer lugar que los llevaría, para sorpresa de ellos, fue el hogar y
directamente a la cama para hacerlo correctamente. Un beso decidió la
cuestión. Se miraron a los ojos el uno y otro en mutua comprensión,
luego salieron del palacio del Regente y corrieron a casa en el afán
trepidante para reafirmar su vínculo. Dos horas más tarde, el sonido del
reloj automático musical los despertó. Beau gimió y enterró la cara en
la almohada.
—Sí, lo hago.
—Te amo —repitió él. Ella sonrió con un brillo de su corazón y lo besó.
—Te amo, también. —Él capturó sus dedos, rizando los suyos a su
alrededor. Tiró de su mano con cansancio a los labios y le rozó los
nudillos con un beso. Luego suspiró, posando sus manos sobre la
almohada, y cerró los ojos.
Por lo general, Beau había dicho que eran capaces de evitar todas las
noticias relativas a la Orden de los periódicos. Pero gracias a la manera
tan pública en la cual Ezra Green había elegido detener a los agentes
que regresaban en el muelle, lo mejor para deshonrarlos, hubo muchos
testigos, y ahora todo Londres era un hervidero. En resumen, el
verdadero propósito del Club Inferno había sido expuesto. Ahora la
Orden no iba a tener más remedio que hablar con los periodistas.
—No. Estoy segura de que estaría muy orgulloso de la forma en que has
manejado esto. Lo sé.
Ella dejó escapar un bufido indignado, pero, por supuesto, el pícaro era
perfectamente correcto en sus bromas.
Ella bajó las pestañas y deslizó los dedos amorosamente por su pecho,
acariciando su espléndido cuerpo. Cuando se incorporó hacia arriba
para darle un conmovedor beso, sintió su respiración profunda.
308
Epílogo
Tal vez la sorprendente revelación sirviese para este irónico, sentido del
humor británico, que todo el tiempo el mundo en general había creído
que los calaveras Lores de Dante House eran los más depravados
libertinos que, en secreto, habían estado protegiendo valientemente la
nación.
309 La historia creció. Minando sus propios asuntos, los agentes fueron
vitoreados en las calles. En White´s, estaban rodeados, en varios
salones de baile, atestados. No podían ir a ninguna parte o conseguir
casi nada hecho porque después de todo su servicio fiel, ahora tenían
que soportar el castigo del furor de convertirse en celebridades.
Ni siquiera se libraron sus esposas. Esa era una buena cosa ya que
Carissa había llegado a un acuerdo con la posibilidad de una cierta
notoriedad como parte natural de estar casada con su escandaloso
vizconde.
Todo lo que había pasado sólo había fortalecido el vínculo entre las
mujeres. Habían llegado a ser como hermanas. Carissa se sentó entre
Kate y Daphne, quienes apretaron sus manos, ya que todos miraban,
con lágrimas en los ojos, como el futuro rey de Inglaterra cubría con
medallas a cada hombre, a su vez.
No podían hacer nada más que asegurarse a sí mismos y uno a otro que
la Orden se hacía cargo de ella misma. Todos estarían mirando el uno al
otro, como siempre, y nada podía cambiar eso. Eso era para las
mujeres, también. Por el rabillo del ojo, Carissa vio a Kate soplar un
beso a su Bestia mientras Daphne se secó los ojos con un pañuelo.
Después de que el Regente había caminado a lo largo de la fila de los
hombres, felicitando a cada uno de ellos, la ceremonia había terminado.
Los tres antiguos miembros del equipo conferidos cerca en voz baja. No
podía escuchar mucho, además de lo cual, ella estaba tratando de no
escuchar a escondidas. Pero podía decir por la expresión de sus rostros
que Nick estaba disculpándose con Beau y Trevor por última vez.
Beau se puso las manos en los bolsillos con una mirada nostálgica
mientras él y Trevor observaban a los soldados escoltando a su
compañero de equipo fuera. Luego intercambiaron una mirada.
—Me voy a casa. Hay una dama que ha estado esperando por mí. La
nueva casa está casi terminada. Mi vida real puede finalmente empezar.
La luz del día primaveral brillaba a través de las vidrieras cuando todo
el grupo de ellos se presentó fuera del crepúsculo sagrado de la Abadía
de Westminster en el aire abierto brillante.
Una tensión habían estado llevando desde que eran poco más que unos
chicos estaba empezado a aliviarlos. Todavía tenían cicatrices de todas
las batallas a las que se habían enfrentado, todas las pruebas que de
alguna manera habían pasado. El día había llegado finalmente ese que
sólo habían soñado. El día que ellos salían al otro lado.
Beau casi había dejado de creer que alguna vez sucedería realmente.
Pero allí estaba, sobre ellos. Iban a tener que aprender una nueva forma
de vivir. Mientras ellos miraban a su alrededor el uno al otro en la
comprensión mutua, una chispa de curiosidad sobre la vida por
delante, brilló en los ojos de cada uno, una luz que parecía preguntarse
si tal vez la aventura no había hecho más que empezar. Entonces el
mandato jovial de Kate rompió el silencio reflexivo.
—Sí —murmuró él, sonriendo—. Tal como es. —La besó en la cabeza
cuando puso su brazo alrededor de ella. Luego todos se fueron juntos
para iniciar la celebración.
Fin
315
El regreso a casa
Así despreocupado, sin ser tocada por toda la fealdad que había visto. Y
a continuación, una voz más profunda —masculina— sumado a su risa.
Trevor se quedó inmóvil, su mirada hacia arriba buscando en la
escalera.
¿Qué diablos?
—Lo siento mucho, milord. Eso sería, eh... —Él entrecerró los ojos,
esperando—. El nuevo prometido de Lady Laura —espetó el mayordomo
aterrorizado.
Pero esto era una sorpresa muy desagradable, por decir lo menos.
¿Cómo podía estar pasando esto? Todo lo que él tenía tan
meticulosamente planeado...La nueva vida que él había esperado
durante tanto tiempo... Su oportunidad de una normal, ordenada
existencia con una bonita mujer en una bonita casa nueva...
Se había ido.
Maricón.
—¿Para mí?¡ Oh, oh, Dios mío! ¡Es usted muy amable, querido
muchacho! —la anciana, frágil abuela exclamó, encendiéndose. Las
lágrimas brotaron de sus ojos.
Tal vez Laura había servido a su propósito como nada más que una
ficción en la cabeza para mantenerlo en marcha. Tal vez había sido un
engaño desde el principio.
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