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EL "BREXIT" Y EL MUNDO: DIEZ REALIDADES PARA REFLEXIONAR

28.06.2016

Alberto Hutschenreuter

Finalmente, los ciudadanos británicos acudieron a las urnas y el resultado fue  concluyente: un
51,9 por ciento frente a un 48,1 por ciento de los votos decidió que el Reino Unido debe
abandonar la Unión Europea. Sin duda alguna, se trató de un día tan histórico como aquel 1 de
enero de 1973, cuando el Reino Unido ingresó en la entonces Comunidad Económica Europea;
aunque ahora, a diferencia de aquel lejano acontecimiento que prácticamente no significó riesgo
alguno para el ascendente emprendimiento europeo iniciado en 1957, la salida no solo implica un
seísmo en el espacio de integración más avanzado del mundo, sino que podría llevar a otros
miembros de la UE a seguir el curso rupturista.

La decisión británica nos demuestra que siempre es imperioso trabajar con “hipótesis de fracaso”,
aun ante aquellas situaciones que no sólo se presentan como irreversibles, sino como modelos a
ser imitados.

En gran medida, sobre todo tras el final de la Guerra Fría, el proceso de integración en Europa era
uno de los hechos auspiciosos e invariables del mundo, como asimismo uno de los
acontecimientos que más reflejaba la nueva forma de ejercicio suave de poder en las relaciones
entre Estados: la de ser seguido por otros (Estados) por medio de la atracción antes que por
coerción.

La decisión británica de abandonar la UE ha demostrado que la integración europea no es un


proceso irreversible, mientras que aquello que era considerado un verdadero fin superador de las
rivalidades entre Estados, la formación de un gran espacio “posnacional”, no siempre es un
camino seguro y conveniente para los países.

Pero más allá de los temas centrales de debate sobre el  Brexit, acaso una mirada de mayor escala
o más global nos proporcione datos que ayuden a comprender la decisión rupturista como así
también el inquietante contexto en el que sucede este acontecimiento disruptivo clave en Europa,
y que, en parte, influye sobre la misma.

En primer término, la decisión de abandonar Europa es casi indisociable del “hábito” británico de
defender celosamente la independencia basada en un pasado glorioso y en su carácter geopolítico
insular y marítimo.

Como bien nos recuerda el experto David Mathieson, una de las razones que explica que Londres
no se encuentre entre las capitales de Europa que desea “una unión cada vez más estrecha” entre
los socios europeos es la historia de Gran Bretaña y el continente: “Lord Salisbury fue el primero
en describir el principio organizador de la política exterior británica a finales del siglo XIX como
un espléndido aislamiento. Mientras las potencias continentales pugnaban por la supremacía y por
rivalidades nacionales que frecuentemente acababan estallando en baños de sangre, los británicos
intentaban evitar intervenir en Europa. En otras ocasiones se les excluyó”.

En segundo lugar, “los nuevos miedos”, para utilizar las palabras del francés Marc Augé; por caso,
la amenaza de “evanescencia” de posiciones logradas y de valores o bienes locales y nacionales. En
breve, todo aquello que amenaza la seguridad personal, económica, social, medioambiental, etc.

Se trata de un fenómeno global, aunque el temor de nuevo cuño se ha diseminado mayormente


en el espacio de integración europeo a partir de la imposibilidad de mantener apartadas la “zona
próspera”, Europa, y la “zona infortunada”, África del norte y Medio Oriente. La llegada de
extranjeros extracomunitarios a los países más económicamente afluentes de la UE, sin duda ha
sido el factor que más preocupación causa y el que en buena medida ha decidido la elección
antieuropea en condados industriales clave de Reino Unido.

En tercer lugar, la lógica de un mundo configurado en base a bloques geo-económicos no ha sido


la que finalmente predominó. Si bien en algún momento casi nadie discutía esa tendencia que
parecía encerrar la clave de bóveda para la seguridad internacional, pues a ningún país le
convendría una ruptura de profusos intereses comerciales intra-bloque donde “todos ganaban”,
hoy predomina la lógica centrada en “el mundo  es el mercado y el mercado es el mundo”.

En cuarto término, tampoco ha predominado en el mundo lo que se denomina el “modelo


institucional”, es decir, la prevalencia de instituciones intergubernamentales y normas del derecho
internacional. Si bien el mundo no es “una ciudad sin semáforos” pues existe lo que los expertos
denominan “orden administrado”, la lógica que predomina es la que Stanley Hoffmann denomina
“política como de costumbre”, esto es, Estados e “interés y seguridad nacional primero”.

En estos términos, así como económicamente a Londres le ha interesado Europa nada más que
como un gran espacio de libre comercio, políticamente siempre defendió la preeminencia del
Consejo Europeo por sobre la Comisión Europea, es decir, el espacio donde se defienden los
intereses de los Estados europeos antes que el espacio donde se defienden los intereses de la UE.

En quinto término, sin duda que la estructura del mundo es más multipolar que unipolar, si bien la
preeminencia de Estados Unidos aún es inigualada. Pero el multipolarismo no implica
multilateralismo, es decir, no implica fortalecimiento de un sistema que asocia a los Estados y los
restringe o sujeta a reglas pactadas entre ellos.

Por el contrario, la estructura de un mundo en base a varios polos puede implicar menos
estabilidad internacional debido a la dificultad para lograr acuerdos sobre temas de escala, por
caso, intervención en conflictos internos (consideremos Siria), cuestiones estratégicas
(consideremos las desavenencias entre Estados Unidos y Rusia  por el escudo antimisilístico),
temas nucleares (consideremos si Francia estaría dispuesta a compartir su activo nuclear con otros
socios del espacio posnacional europeo), etc.

En sexto lugar, la geopolítica continúa siendo una disciplina central en la política internacional.
Aunque hoy puede resultar casi absurdo recordarlo, durante un buen tiempo desde el final de la
Guerra Fría los países europeos parecieron olvidar la disciplina que nació precisamente en el
continente.

Esa falta los arrastró a comportarse como una suerte de “potencia civil-institucional”, una
categoría no registrada en la historia (y menos en la de Europa). Pero la cuestión de Ucrania
recordó a la UE que la geopolítica no solo nunca se fue, sino que desestimarla podía llevarla a
situaciones que consideraba “superadas”, por ejemplo, tensiones interestatales en el propio
continente.

En séptimo término, muy relacionado con lo anterior, olvidar o despreciar la geopolítica condujo a
Europa a una situación que podemos denominar “anti-geopolítica”, es decir, a “dejar en otros”
cuestiones que implicaban la preservación de sus propios espacios e intereses.

En otros términos, por haber seguido “guiones estratégicos” ajenos  hoy Europa se encuentra
enfrentada a Rusia, país con el que antes de la crisis por Ucrania mantenía una relación comercial
de escala, con el que en parte solucionaba uno de sus principales déficits estratégicos, la energía, y
con el que podía contar para ser parte de los dos espacios clave del siglo XXI: el espacio atlanto-
occidental y el espacio euro-asiático-pacífico.

En octavo lugar, en todo el globo tiene lugar un notable proceso de acumulación militar: en 2015
los gastos militares ascendieron a 1,7 billones de dólares (1,5 billones de euros), cifra que supone
un incremento del uno por ciento respecto del gasto de 2014. En este segmento de poder, los
países de la UE dejaron de situarse entre los primeros, siendo Reino Unido desplazado del cuarto
lugar por Arabia Saudita.
Pero acaso el dato más inquietante en este cuadro de acumulación militar es que si hay un
escenario del globo donde puede ocurrir un deterioro de la situación que implique una escalada,
ese escenario es Europa: de hecho, ya está sucediendo una casi soterrada carrera de armas y retos
entre la OTAN y Rusia.

En noveno lugar, los Estados bajo liderazgos robustos y centralizados desafían a los Estados bajo
liderazgos abiertos y descentralizados. Como advierte Robert Kagan: “es un error pensar que la
autocracia carece de atractivo internacional. Gracias a décadas de apreciable crecimiento, hoy en
día los chinos pueden argüir que su modelo de desarrollo económico, que combina una economía
cada vez más abierta con un sistema político cerrado, puede ser una opción válida para el
desarrollo en muchas naciones”.

Pero no solo hacia dentro las autocracias parecen ofrecer alternativos de desarrollo, sino también
hacia fuera logran “salidas” a complejas situaciones de conflicto que no fueron ellas las que
contribuyeron a crear, por caso, Rusia en Siria. Desde estos términos, las demandas de Rusia y
China relativas con la construcción de un orden internacional multipolar y fundado en políticas de
consuno parecen más auténticas que las de Estados que proclaman un orden multipolar mientras
despliegan prácticas en clave monopolar.
Finalmente, el avance del espacio de integración europeo, ¿obedece a una tendencia natural de
los Estados hacia la complementación o es posible solo ante el reto de un desafío estatal mayor
como lo fue la Unión Soviética? La “perdida de energía” y la disrupción de la empresa de
integración europea parece dar la razón a la lógica histórica del desafío-respuesta antes que a la
orientación pro-integracionista de los Estados.

En suma, la decisión británica de abandonar la UE obedece mayormente a lógicas internas, sin


duda. Pero también existe un contexto internacional del que debemos tomar nota puesto que
proporciona poco respaldo a la cesión de soberanía por parte de los Estados, a la seguridad
colectiva y al desentendimiento de la autoayuda y el interés nacional.

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