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La ruptura agrícola
Nos da a entender como fue en cambio en el sector agrario y que los campesinos exigían
que el clero les liberara las tierras y los terrenos productivos, sin embargo, los resultados
no fueron de los mejores ya que se vio reflejado que el consumo familiar del maíz
disminuyo aumentando la tasa de mortalidad infantil y el promedio de vida de la
población.
Durante los años aledaños a 1910, los campesinos exigían una recompensa y libertad para
trabajar sus tierras ante el clero, cuya molestia venia forjándose desde tiempo atrás, sin
embargo, en este año se dio la rebelión mas grande de la historia que ni el gobierno
estaba preparado para esto. Dicha manifestación encabezada por Emiliano zapata, y otros
caudillos, así el gobierno perdió mucho territorio y poderío ante el pueblo.
Caminos cerrados
Entre 1900 y 1910, varios factores confluyeron para hacer inseguro y difícil el horizonte de
los sectores sociales medios y la incipiente clase obrera que el mismo desarrollo porfiriano
había creado.
La inversión extranjera redujo los ingresos de esos sectores por dos carriles: la alta
inflación que produjo y los nuevos impuestos con que el gobierno tuvo que compensar los
que dejaban de pagar las empresas y giros financieros desde afuera.
Territorio minado
En los treinta años de paz porfiriana, el norte de México sufrió cambios más definitivos
que en toda su historia anterior. El auge capitalista del otro lado de la frontera y sus
inversiones en éste, el ferrocarril que abatió las distancias, los bancos que agilizaron el
crédito, el boom petrolero en el Golfo, el minero en Sonora, Chihuahua y Nuevo León, el
industrial en Monterrey, el marítimo y comercial en Tampico y Guaymas, trajeron en esos
años para el norte el impulso material de una doble y efectiva incorporación: por un lado,
al pujante mercado norteamericano, por el otro, a la red inconclusa pero practicable de lo
que podía empezar a llamarse República Mexicana.
El llamado del norte y de la frontera con su promesa de mejores salarios y oportunidades,
desató a partir de los años noventa del siglo pasado una corriente migratoria permanente
del centro, el Bajío y el altiplano, hacia los campos agrícolas de La Laguna y El Yaqui, las
explotaciones mineras de Sonora y Chihuahua, los campos petroleros de Tampico o las
industrias en ascenso de Nuevo León.
El núcleo irreductible de la rebelión maderista fue el eje montañoso de la Sierra Madre
Occidental, lo que entra a lado y lado en las estribaciones de los estados de Chihuahua y
Sonora, Durango y Sinaloa. Ese norte serrano de la minas pequeñas y dispersas, resintió
como ningún otro foco del país la crisis minera y la baja del precio de la plata de fines del
Porfiriato.
El líder que preveía el capitán Scott fue Francisco Madero, encamación quintaesenciada y,
al final explosiva, de la última gran ruptura que el Porfiriato había inyectado en la sociedad
mexicana: el descontento de algunas de las grandes familias patriarcales, consolidadas
penosamente a lo largo del siglo XIX y triunfantes con la causa liberal juarista en los años
sesenta, pero desplazadas en los ochenta y los noventa por la mano centralizadora del
porfirismo, la alianza del régimen con los intereses extranjeros y su patrocinio de una
nueva generación oligárquica.
Francisco I. Madero era la encamación misma de esta historia de agravios y repudios que
la nueva generación de los viejos árboles patriarcales había vivido durante el Porfiriato.
Ninguno de los factores mencionados —las rupturas agrarias, las novedades laborales, la
obturación oligárquica o la vejez porfiriana— habrían podido desencadenar en 1910 la
rebelión maderista sin que distintas conjunciones de la política, la economía y en general
el azar de la historia sumaran sus malos efectos a los desacomodos de fondo sembrados
por el progreso.
El claro favorecimiento gubernamental a la compañía inglesa mediante la cesión de tierras
en Chiapas, Tabasco, Veracruz, San Luis Potosí y Tamaulipas, fueron como una declaración
de guerra a los poderosos intereses norteamericanos.
1908 fue también un mal año para la estabilidad política en las cúpulas porque el propio
Díaz se encargó de levantar la compuerta de la agitación política al declararle al reportero
norteamericano James Creelman, que México estaba listo para la democracia y que
acogería como una bendición del cielo el nacimiento de un partido de oposición. Sus
deseos fueron órdenes.
La oposición y la presbicia
el horizonte de la oposición fue ocupado por la figura del general Bernardo Reyes, antiguo
ministro de Guerra. El reyismo caló en zonas sensibles de la vida política mexicana: las
logias masónicas, los burócratas modestos, el ejército. Durante el año de 1908 y parte del
siguiente, en el norte y el occidente del país, el reyismo hizo brotar clubes, periódicos y
oradores altivos.
a mediados de 1909 se fundaba en la ciudad de México el Club Central Antirreeleccionista,
que hizo venir a la luz el encendido oposicionismo de un hombre que al decir de su abuelo
intentaba tapar el sol con una mano: Francisco I. Madero.
A principios de junio de 1910, Madero salió de la ciudad de México, esta vez como
candidato antirreeleccionista a la presidencia de la República. A sus espaldas dejaba los
inicios de las fiestas del Centenario, ese primer plano de carrozas y desfiles, levitas
aterciopeladas, miradas endurecidas por la presbicia y los años respetables de tantas
barbas blancas y tantas glorias pasadas. Medallas y uniformes de gala, bandas de honor,
tribunas incensadas: México 1810-1910, una patria a todo lujo, engalanada para la
exhibición de su destino cumplido, remozada por los laureles de su triunfo contra la
desintegración de las luchas intestinas, las hecatombes y el desaliño.
el estilo porfiriano no tuvo sino los diseños de otro hierro de herrar que el país conoció
durante esos treinta años: una red gerontocrática de jefes, gobernadores, caciques y
ministros; un estilo político educado en el control de una sociedad anterior a los gringos,
el progreso y el capitalismo. Las únicas cosas monolíticas y reiterativas, de principio a fin,
en la sociedad porfiriana, fueron sus modos políticos, sus afanes verticales y —después de
1900— su complacido encanecimiento.
La grieta en la presa
Madero fue una grieta, imperceptible al principio, en la eficacia de esos hábitos. Hacia su
débil promesa corrieron todos los síntomas que el corte porfiriano aplazaba: hacendados
con tradición y sin futuro, comunidades reacias a la usurpación de sus tierras,
profesionistas sin bufete, maestros incendiados por la miseria y el halo heroico de la
historia patria, políticos y militares en conserva. Y esa crucial pequeña burguesía de
provincia: tenderos, boticarios, rancheros ansiosos, pequeños agricultores y medieros,
ahogados todos por el doble yugo de sus pretensiones locales y la nulidad crediticia y
social de sus modestas empresas.
El desdén con que Díaz y los porfiristas habían visto a Madero desde 1908, se había vuelto
a mediados de 1910 estricta atención policiaca. Por su discurso al bajar del tren en San
Luis, Madero fue acusado de "conato de rebelión y ultrajes a las autoridades", fue
aprehendido en Monterrey y traído al escenario de sus delitos verbales, San Luis, donde
fue encarcelado.
La revuelta
Los tratados de Ciudad Juárez, acordaron la renuncia de Díaz y el fin de la rebelión. Cuatro
días después, el 25 de mayo, don Porfirio firmó su renuncia. Al día siguiente se embarcó
en Veracruz en el barco, rumbo a su destierro mortal. En algún punto de ese trayecto a la
última frontera mexicana que pisó, se le llenaron los ojos de lágrimas, como había
empezado a hacérsele costumbre, y resumió en una frase la realidad del México en armas
que le había volteado la espalda: "han soltado un tigre". De inmediato, los propios
triunfadores trataron de amarrarlo. Para empezar, los tratados de Ciudad Juárez omitieron
toda alusión al artículo tercero del Plan de San Luis que había hecho la promesa de tierras
para el México rural.
Enseguida, fueron reconocidos los fueros del ejército federal, contra el que habían
combatido los insurgentes y se convino el licenciamiento precisamente de las guerrillas
maderistas que habían puesto fin a la era porfiriana. Finalmente, como si la caída del
gobierno porfirista hubiera sido fruto de secretas presiones de gabinete y no del auge de
una rebelión, se acordó en Ciudad Juárez constituir un gobierno interino según lo previsto
por la ley vigente: el secretario de Relaciones en funciones, Francisco León de la Barra, fue
llevado a la presidencia.
Una importante ala del frente maderista inicial, representada por los hermanos Emilio y
Francisco Vázquez Gómez, hizo causa política aparte nada menos que para imponer el
cumplimiento del Plan de San Luis. Con apoyo de varios jefes revolucionarios, los
vazquistas iniciaron una conspiración abierta para disolver el gobierno interino, ascender
de inmediato ¡al propio Madero! a la presidencia y dar paso a la "renovación plena" que
exigían las circunstancias políticas del país.
Las elecciones de octubre encontraron así plenamente incubada la rebelión vazquista, que
inquietó los estados norteños porque pudo atraer a varios jefes exmaderistas resentidos,
como Emilio Campa y José Inés Salazar. También encontró a un Madero disminuido en su
popularidad, al grado de que la corriente de su otro opositor connotado, el general
Bernardo Reyes, llegó a pensar en la conveniencia de una postergación de las elecciones.
Un eje natural de disputa fue la resistencia de las guerrillas maderistas al licénciamiento.
Por todo el país la voz del licénciamiento trajo motines y desgarramientos políticos,
regresó a la sierra a muchas pequeñas bandas y dio ocasión a revanchas del ejército
federal contra guerrilleros de la primera hora, efectuadas ahora a nombre de la legalidad,
del nuevo gobierno y hasta del propio Madero.
Ultrajes en el sur
Madero fue elegido presidente el 18 de octubre de 1911, por una votación abrumadora
del 98% de los votos, en las elecciones más abiertas que México hubiera tenido hasta
entonces. El 6 de noviembre siguiente tomó posesión del cargo para empezar a gobernar
la república democrática, socialmente paralítica, en cuyo incendio habría de perder la
vida.
La convicción de Madero era que el país necesitaba un cambio político no una reforma
social. En consecuencia, su proyecto gubernativo fue extraordinariamente abierto en el
orden de las libertades democráticas parlamento, prensa, elecciones y
extraordinariamente inmóvil en el orden de las reformas sociales y la transformación de
privilegios heredados del viejo orden. Fue el caso del ejército, al que no sólo no
desmanteló, sino que puso en el centro de su gobierno como dique activo a las
inconformidades de sus propios correligionarios de otra hora; y fue también el caso de la
burocracia maderista, que en mayoría abrumadora repitió la del establecimiento
porfiriano.
El Plan de Ayala fue la más clara y orgánica expresión del agravio que la conciliación
maderista infligía a las fuerzas sociales agitadas por la insurrección de 1910. Fue también
una ruptura significativa por la virulencia anticipatoria de su antimaderismo, una
desmesura verbal que habría de ser característica de las fuerzas que confluyeron más
tarde al arrasamiento del apóstol.
La zapatista fue la veta más duradera de las rebeliones de 1911, habría de cruzar la
totalidad de los años de Madero hasta emparentarse con la nueva oleada insurreccional
de 1913.
Al terminar 1911, Pascual Orozco era, como muchos otros, un jefe resentido por la
facilidad con que Madero y los suyos se olvidaron de sus servicios en cuanto estuvo libre
la vía hacia la ciudad de México. Los maderistas premiaron la fundamental tarea militar de
Orozco con el puesto de comandante de los rurales de Chihuahua, "posición modesta"
dice el historiador Michael Meyer, "recompensada con un salario más modesto aún: ocho
pesos diarios".
Pero el candidato de Madero era Abraham González y el gobierno interino del estado
trabajó para esa causa contra Orozco. Periódicos, discursos callejeros, mítines y políticos
de toda especie apoyaron sin reticencias la causa de González y lanzaron sobre Orozco y
sus seguidores el persistente calificativo de reaccionarios. Finalmente, Madero mismo
pidió al antiguo arriero que olvidara el asunto. Orozco depuso su candidatura en julio,
pero no olvidó.
Un ejército triunfante
La democracia golpista
No iban mal las cosas en otros frentes. Luego de un año de huelgas y tensiones obreras,
particularmente en el corredor de las fábricas textiles Veracruz-Puebla-Distrito Federal, el
gobierno maderista había podido satisfacer exigencias básicas de los trabajadores:
reducción de la jomada de trabajo, aumento general de salarios, freno a la impunidad de
castigos, descuentos y reprimendas que trasladaban al interior fabril una cultura de
hacienda rural.
En el frente agrario, la misma legislatura y el consejo de ministros estudiaban un primer
proyecto de restitución de las tierras de los pueblos usurpadas durante el régimen
porfiriano y se había terminado un deslinde de tierras nacionales.
Las cámaras de diputados y senadores, electas en comicios abiertos el 30 de junio de
1912, fueron el lugar de la contrarrevolución institucionalizada y la división maderista. Ahí
se exigieron del nuevo régimen todas las garantías para los intereses del viejo y en sus
cumies gastó el maderismo en escisiones internas lo que hubiera debido invertir en su
consolidación.
De la embajada al paredón