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ISBN 978-958-6O5-35'-3
I Clero Historia - Popayán i Colombia! Siglo XVIII2. Iglesia Católica - Historia - Popayan (Colombia) -Siglo XV111
3 Influencia social Historia - Popayanl Colombia) Siglo XV11I4 Clero - Condiciones sociales - Popayan iColombial-
Siglo XV1111 Universidad de los Andesi Colombia! Facultad de Ciencias Sociales Departamento de Historia II
Universidad de los Andes (Colombia). CESO 111. Tit
J
Y CDD 282.86153 SBUA
O Universidad de los Andes. Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Historia. Centro de Estudios
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medio sea mecánico, fotoquimico. electrónico, magnético, electro-oplico, por fotocopia o cualquier otro, sin
el permiso previo por escrito de la editorial.
J mi padre. Otoniel Caicedo, con afecto.
Introducción xtx
Capítulo 1
Los CURAS PAYANESES DEL SIGLO XV1I1 COMO TIPO SOCIAL 31
Capitulo 2:
Los curas: agentes hegemónicos y MEDIADORES SOClOCULTt RALES 133
2.1 -CURA GENDARME” ............................................................................... 138
2.1.1. La confesión, la culpa individual y la conformidad con el orden........... 139
2.1 2 La excomunión y la amenaza permanente de la exclusión del reino
de Dios ........................................................................................................ 153
2.1.3 Conteniendo los pecados públicos para plantar virtudes y
arrancar vicios".................................................................................... 168
2.1.4. El justo medio en la devoción de imágenes y objetos sagrados............... I ’7
2.1.5 Baile, música y borracheras ¿despeñaderos de almas.'...... .................. 189
Conclusiones 255
Anexos 259
Bibliografía 261
VÍll
Prólogo
xi
CoNSTRl’VENIXJ LA HEGEMONIA RELIGIOSA
xii
Prolixío
xiii
Construyendo la Hegemonía Religiosa
xiv
Ps.OI.OGO
xv
CoNSlRUVFWO LA HEGEMONIA RELIGIOSA
hace muy evidente una vez más la heterogeneidad del clero y la jerarquía,
al contraponer la actitud ilustrada de obispos y alto clero ante la religiosidad
de tipo barroco con la posición más contemporizante de los curas rasos que
conviven con otros tipos de religiosidad. Sin embargo, a mi modo de ver,
no se analizan suficientemente los alcances y concepciones de la nueva
religiosidad ilustrada pero es importante la manera como la autora subraya
bastante lo equivocado que es considerar a los curas como una extensión
del poder regional de los obispos que eliminaba todo lo diverso. También es
de destacar la crítica que hace de la mentalidad simplificadora que se tiene
sobre las prácticas religiosas populares como ahistóricas y estáticas, que se
limitarían a mi me tizar una cosmogonía antigua que reproduciría creencias
inmutables a lo largo del tiempo como resistencia cultural de los dominados:
estas concepciones supondrían la inocuidad de los cambios temporales, la total
inoperancia de la labor de los curas y la pasividad de los feligreses, totalmente
incapaces de innovación.
Por otra parte, es importante el análisis de los cambios introducidos por
la nueva religiosidad ilustrada frente a la religiosidad barroca y popular:
las adaptaciones de las nuevas orientaciones pastorales a las circunstancias
muestran que no había total hegemonía del cura ni autonomía total del pueblo
sino una construcción conjunta de ambas partes y una interacción entre
institucionalidad eclesial y religión popular. Obviamente, la mayor autonomía
se presentaba en las fiestas religiosas de la población afro, que mostraban
una adaptación activa del mensaje cristiano a la mentalidad negra. Esta
adaptación aparece claramente en el tema de la actitud de los palenques de
cimarrones frente a la presencia del clero, que muestra el papel armonizador
de los curas dentro de un mundo marcado por las tensiones sociales y raciales:
servían de nexo con la tradición hispánica pero también como instrumento de
reconocimiento de su legitimidad y autonomía. Esta mediación mostraba que
no existía una mera imposición unilateral del cristianismo como instrumento
de la dominación política sino la coexistencia de cierta autonomía con la
identificación con la cultura hispanizante.
También recurre la autora al seguimiento de las reuniones de obispos y
clero en los sínodos diocesanos, que ilustran mucho la vida cotidiana y las
labores de los curas, las prohibiciones a que estaban sujetos y la organización
interna de la diócesis: se presta atención a las denuncias que se presentaban
contra ellos, como su afición al juego, lomar tabaco antes de la celebración de
la misa, amoríos, amancebamientos y cercanía a mujeres de dudosa reputación,
dedicación al comercio, la minería y otras actividades lucrativas.
El enfoque de Amanda Caicedo sobre el papel social y cultural de los curas
payaneses es respaldado por una amplia documentación de fuentes primarias.
xvi
Prólogo
xvii
Construyendo la Hegemonía Religiosa
Fernán E. González
Investigador del CINEP.
Julio 20 de 2008
xviii
Introducción
xx
Ib-riotx-caoM
Cfr.. entre otros trabajos. MAYA, Luz Adriana. “África: legados espirituales en la Nueva Granada,
siglo XVII". Historia Critica No. 12. Bogotá, Universidad de los Andes, 1996. pp 29-39; LÓPEZ,
Mercedes, Tiempos para rezar y tiempos para trabajar, Bogotá, 1C AN H. 2001.
xxi
CONSTRUYENDO LA HEGEMONIA RELIGIOSA
REVEL. Jacques, “La cultura populan usos y abusos de una herramienta histonográlica". en: Un
momento historiográfico Trece ensayos de historia social, Buenos Aires. Manantial, 2005, p. 115.
Revel observa también que “conviene manipular con prudencia la oposición demasiado simple
entre popular y erudito (o popular y letrado). Una vez más, no se trata de poner en duda la existencia
de jerarquías y antagonismos de las que todo da fe. sino más bien de precaverse contra los sesgos
que come el riesgo de introducir un uso no crítico de ese par antinómico".
xxii
el ‘periodo fonnativo’ de los encuentros iniciales entre europeos y grupos
nativos americanos, la evangelización católica y la institucionalización”. Para
superar las dual idades. propone observar con más cuidado la zona de contacto
o espacio-tiempo de interacción entre individuos, grupos, instituciones e ideas
que no se ven como islas incomunicadas. Señala por último que la falta de
visualizacióndeesazonadecontactü, debido al pensamiento dual, ha redundado
en la carencia de estudios “de los pastores, particularmente pastores trabajando
en sus parroquias y misiones, con feligreses o neófitos”4. Apreciar a los curas
en ese en y en ese con sugiere del historiador un intento, hasta donde le es
posible, de realizar una observación etnográfica, estar allí donde se presentan
los hechos y tienen lugar todo tipo de relaciones interpersonales. Por eso,
detallar a los curas implica hacerlo también con la institución que representa,
el tiempo en que vive y, en especial, las gentes con quienes interactúa.
Con estas nuevas rutas que nos abren un universo imposible de ver bajo
la división de la realidad en dos partes opuestas e irreconciliables, un tipo
social que se deja visualizar con más profusión es el cura de almas. Por sus
manos y ante sus ojos, al igual que a través de su conciencia individual,
transcurrió la historia cotidiana de las gentes de numerosas aldeas, pueblos,
villas, reales de minas, sitios y hasta de palenques, con las que interactuó de
muy diversas maneras. Hablar de estos curas es empezar a contar una historia
que ya se ha venido reclamando desde los mismos estudiosos de la historia de
la Iglesia5. Pero para hacerlo es necesario registrar los hechos de una manera
distinta, esto es, viéndolos no como unas simples "correas de transmisión”''
vertical que trasladan mandatos de arriba en dirección descendente y con
actitudes incuestionables y sí. en cambio, apreciándolos como sujetos activos
y cambiantes que se mueven en medio de colectivos e individuos que son
también activos y cambiantes. De otro lado, no los podemos seguir viendo
como meros acatadores pasivos de órdenes superiores que no cuestionan
en lo más mínimo pero tampoco debemos olvidar que ellos se inscribían
en un ámbito institucional con metas claramente definidas hacia las cuales
debían apuntar.
TAYLOR. William. “La Iglesia entre la jerarquía y la religión popular mensajes de la zona de
contacto", en: CONNAUGHTON, Brian (coord ), Historia de América Latina. Volumen l; La
época colonial, México. UNAM, 2000, pp. 181. 186 y 190.
Ricardo Arias, haciendo un llamado de atención, ha señalado que “es muy poco lo que sabemos
acerca del papel de los religiosos o del bajo clero, asi como de los intelectuales católicos y de los
laicos militantes", Cfr., Op. Cit., p. 25.
VOVELLE. Michel. “Los intermediarios culturales”, en: Ideologías y Mentalidades, Barcelona,
Artel. 1985.
xxiii
CoNSTKL YENDO LA HEGEMONIA RELIGIOSA
ALBERRO. Solange, “La Iglesia como mediador cultural en la Nueva España, siglos XVI-
XVII: la recuperación del complejo simbólico del águila y el nopal", en: ARES QUF.IJA, Berta
y GRUZLNSKl. Serge (coords.J, Entre dos mundos. Fronteras culturales y Agentes mediadores.
Sevilla. CSLC. 1997, p. 394
XXÍv
I wnecoix c»
*
CHRISTIAN, William, Religiosidad local en la España de Felipe 11, Madrid. Editorial Nerea, 1991.
p. 12.
THOMPSON, E. P., "Costumbre y cultura", en: Costumbres en común. Barcelona, Critica, 1995.
pp. 18-19.
Cfr. LEÓN BORJA. Dora, “El libro ’dc oficio' de la Gobernación de Popayán (1573-1670)", en.
Estructuras. Gobierno y Agentes de Administración en la América española (siglos XVI, XVII >■
XVIIl). Universidad de Valladohd, 1984, p. 116; PIEDRAHtTA ECHEVERR1. Javier. Historia
eclesiástica de Antioquia (Colonia e Independencia). 1545-1828. Medellin, Editorial Granamérica.
1973. pp. 27-37; ARROYO, Jaime. Historia de la Gobernación de Popayán. Tomo 11. Bogotá.
Ministerio de Educación Nacional. 1955, pp. 53-54.
xxv
CuNSTRCVENDO l-A H&jemou Rejoics^
xxvi
brntaxccic»'
xxvii
Construyendo la HfoemdnU Religiosa
xxviii
JbT>Ot»'JCCtON
xxix
CoNSTRt.VENDO LA HfñFMO’ílA RlllLJOSL.
/ >
\__________ /
Diócesis de la Nueva Granada (Fuente: Eduardo Cárdenas, Pueblo y Religión en Colombia (1789 - 1820),
Universidad Javenana, Bogotá. 2004, p 275
XXX
Capítulo I
Los CURAS PAYANESES DEL SIGLO XVIII
COMO TIPO SOCIAL
tuvieron muy en cuenta el nivel de ‘"significan vi dad'’4 de cada tipo social tratado
Es decir, partieron de la opinión “subjetiva” de la época a la que se le sumó
la “objetividad” histórica que permite a posieriori dilucidar protagonistas que.
como dice Michel Vovelle, “ocupan el pnmer plano de la escena”5.
Si cambiamos de contexto histórico-geográfico y nos trasladamos al siglo
XVIII neogranadino. tenemos que decir que sin duda uno de los tipos sociales
más importantes de ese periodo fue el del “cura de almas”. En una sociedad
en la que el poder estatal no se manifestaba con la misma fuerza en todos
los lugares donde decía gobernar y en una etapa histórica en la que todavía
existían amplias zonas de conquista espiritual y otras medianamente ganadas
para el reino católico del Dios cristiano, esta figura se volvió central por la
doble tarea que tuvo que desempeñar: una de corte político al suplantar el
poder civil en zonas escasamente integradas a la administración estatal y otra
de tipo cultural al continuar con su ejercicio original de evangelizar pueblos
que estaban por fuera del cristianismo con el ánimo de salvar sus almas6.
Un tipo social hace referencia a un personaje colectivo que es visible y
distinguible para sus contemporáneos y que por su significatividad puede ser
valorado positiva o negativamente. Como personaje que es, se mueve dentro
de su sociedad en forma activa. Su significatividad estaría relacionada con el
hecho de ser profundamente participe de las ideas, experiencias, sentimientos
y expectativas de su tiempo. Además, es cuantificable por cuanto sus miembros
son susceptibles de ser contados dada su relativa repetitividad.
Hablar de tipos sociales es hablar de la diversidad humana dentro de un
conglomerado mayor que los abriga. Pero esa diversidad no opera sólo respecto
de los demás, también se presenta en el interior del tipo social haciendo
que a éste no lo percibamos como una entidad homogénea y ahistórica sino
heterogénea y cambiante. Para abordarlos hay que tener en cuenta distintas
variables analíticas que se hallan presentes de forma simultánea y plural:
A partir de la idea de Max Webcr de que más allá de las causas estructurales que producen los
fenómenos es “el individuo (quien) dota de sentido una realidad". la denominada Nueva Historia
Cultural argumenta que todo objeto de la historiografía no es susceptible de ser comprendido,
descrito ni explicado si no se tienen en cuenta “los significados, los modos de percepción y la
creación de sentido de los contemporáneos" A esto último es que se le asigna la categoría analítica
de “significatividad" que, en este trabajo, intentamos no descuidar Cfr. DANIEL, lite. Compendio
de Historia Cultural. Madrid. Alianza Editorial, 2005. p. 20
VOVELLE, Michel. "Introducción”, en: VOVELI.F., Michel y otros. El hombre de la Ilustración.... p. 32.
Para Rodolfo Ramón de Roux. junto con la obtención de oro para enriquecerse y el sueño de
verse promovido socialmente, la salvación de almas se constituyó en una de las grandes utopias
conquistadoras de los ibéricos. Cfr. DE ROUX, Rodolfo Ramón. “El lugar de la utopia". Huellas
No. 33. Barranquilla. 1991, pp. 14-17.
32
Ananda Caicedo Osorio
A los curas de almas los podemos clasificar siguiendo tres criterios distintos.
Según su ámbito de competencia espiritual, tendríamos al cura propio, al
teniente de cura, al cura cxcusador, al cura interino y al coadjutor. Según el
tipo de feligresía atendida, al cura doctrinero y al cura párroco. Y según su
procedencia institucional, a los clérigos y a los religiosos.
Un cura propio era aquél que habia obtenido el beneficio parroquial por
medio de concurso convocado por el obispo para cubrir alguna vacante.
Para las postulaciones al concurso se fijaban los edictos en las puertas de las
iglesias. El candidato presentaba su curriculum vitae y luego unas pruebas
ante los examinadores sinodales. Los resultados los llegaba a conocer el virrey
quien, mediante un vicepatrono, ejercía el patronato real seleccionando al cura
ganador del concurso. El nuevo cura debía dirigirse, entonces, en dirección
a la ciudad sede del obispado (en este caso, Popayán) para tomar posesión
de su cargo. El cura propio, dadas las condiciones en las que llegaba a la
parroquia, no podia ser removido a no ser que fuera por un juicio que se le
estuviera siguiendo.
33
CuNSTW.'VEMau La fl t«F.v»js! s RfLlCihíSA
34
Amwda Cacito Oscirlo
35
COMSTXUYEM» LA HeCEMCMA Rh_<OCSA
36
Amano* Caicedo Osorio
No se tiene el dato de su fundación, pero se sabe que por los años 30 del siglo XVII ya existía. El
virrey Elórez. en septiembre de 1777. suprimió este convento por orden real. ¿Razón? Según las
autoridades de la época, el número tan reducido de frailes Para otros observadores, el motivo de
fondo era. una vez mas. la lucha de la Carona, dentro de la Reforma Eclesiástica, por controlar a los
religiosos y a todos aquellos que no quisieran reconocer la supremacía del Rey. Cfr MESA. Carlos,
Op. Cil, p. 165 y MANTILLA, Luis Curios, ¿os franciscanos en Colombia, Tomo 11 (1600-1700),
Bogotá. Editorial Kelly, 1987, pp. 130 a 132.
MANTILLA, Luis Carlos, Los franciscanos en Colombia. .. pp 133-136. Siguiendo a Mantilla,
el convento de Sun Antonio de Cartago alcanzó a funcionar antes del traslado de esta ciudad a su
sitio actual ocurrido en 1691. Sus condiciones de pobreza, al parecer, se mantuvieron más o menos
iguales hasta las postrimerías del siglo XVIIl, pues su construcción definitiva y la inauguración de
su templo vinieron a darse sólo hasta después de mediados de dicho siglo.
Ibid., p. 87 Mantilla adviene que “según el derecho canónico se entendía por hospicio la casa que
servia de albergue transitorio u los religiosos, en lugares en donde no tenian convento propio, que
solo podia tener capilla interior, sin puerta a la calle ni campana, y en donde los religiosos no podían
ejercer el ministerio sacramental ni actos públicos relacionados con el culto”.
MANTILLA, Luis Carlos, Fuentes para la historia demográfica..... pp. 59 y 65-66
37
1
Construyendo la Hegemonía Rejcios-n
FUENTE: I uis Carlos Mantilla. O.F.M., Fuentes para la historiu demográfica de la vida religiosa masculina
en el Nuevo Reino de Granada. Archivo General de la Nación, Bogotá. 1997. p. 41
AGN, Curas y Obispos. Tomo 44. IT 14-312 y ABAD PÉREZ. A., Op. Cit.. p. 268
AGN. Conventos de Franciscanos, l omo 48. (T. 729-810.
38
Asi ASIDA OlTEIX.' OSOLIC
Encabellados, Zcnzcguajes.
Inmaculada Concepción 298
Huasqucs
DOBLADO, Fray Juan. "Misiones de lu Santa Provincia de Sanlu Fe o del Nuevo Reino de Granuda
de la Orden de nuestro padre Sun Francisco", en: MANTILLA. Luis Carlos, Actividad misionera
de los Franciscanos en Colombia durante los siglos XVII v XVIII. Fuentes Documentales, Bogotá,
Editorial Kelly, 1980, pp. 77-78.
39
Construyendo la HegfmonIa Religiosa
25 SANTA GERTRUDIS. Fray Juan de. Maravillas de la Naturaleza. Bogotá, Biblioteca Schering
Corporation, 1966, pp 210-212 y 222-224.
“ Por 1779 los vecinos de Almaguer pidieron al obispo que su curato, que estaba ahora en manos de
elengos. volviera a las de los religiosos de San Francisco. AGN, Curas y Obispas. Tomo 26, IT. 11-14
27 CAMINO, Fray Jerónimo de. "Sigue lo de misiones de Santa Fe", en: MANTILLA, Luis Carlos.
Actividad misionera de las Franciscanos..., p 84. La presencia de los franciscanos, en su función
de curas de almas de los indígenas de esta porción del obispado, se observa desde finales del siglo
XVII Cfr. AGN, Cac iques e Indios. Año 1697, Legajo 23. IT. 29X-3O3. No se descarta que estuvieran
desde tiempo atrás.
” DOBLADO. Op. Cit., pp. 48-51. manifestaba en su informe que “tocóle a la nuestra (se refiere a su
orden religiosa | la provincia de los Páez., donde los años antecedentes se habla ocupado el padre fray
Bernardo de Lira en la reducción de aquella provincia con otros compañeros religiosos (...i pero el
progreso de la nueva Reducción se habia pausado por las muchas oposiciones que los vecinos de la
ciudad de Popayán hacían ,i los religiosos por alegar éstos en dichos indios Páez. sus encomendados,
aunque eran infieles; y que de sacarlos los religiosos a poblar en la jurisdicción de Neiva. distrito
de esta santa Provincia, era defraudarlos del derecho que tenían a los tales indios”. A la mentada y
trascendente reunión llevada a cabo el 8 de julio de 1662 que repartía los temiónos neogranadinos
de misión, además de los prelados de las órdenes religiosas, también asistieron el arzobispo de
Santafé. un importante oidor y el Provisor y Vicario general de la arquidiócesis. Allí también se
definió que buena parte de las misiones fronterizas de los Llanos Orientales quedaran bajo la tutela
de los franciscanos.
« Ibid.. p. 50-
" CAMINO, Fray Jerónimo de, “Sigue lo de misiones de Santa Fe", en: MANTILLA, Luis Carlos.
Actividad misionera de los franciscanos.... p. 97.
Jl MANTILLA, Luis Carlos. Actividad misionera de los franciscanos..., pp. 97-98.
40
Ana.moa Caicedo Osorio
En cuanto a Ataco, parece que se había extinguido por esta época. Todos estos
pueblos, aunque civilmente se hallaban en la Gobernación de Neiva, tuvieron
porciones poblacionales que recaían en terrenos del Obispado y la Gobernación
de Popayán, por lo que los franciscanos en su tarea misional iban de un lado a otro
de la cordillera central que "separaba” a la primera jurisdicción de las otras dos en
otro típico caso colonial de indefinición de fronteras seculares y eclesiásticas.
Una idea general sobre los dominicos ha establecido que durante la etapa
de la Conquista tuvieron un gran espíritu misionero pero que, a lo largo del
siglo XVTI, éste fue aminorándose y más bien redirigicron su interés hacia las
poblaciones hispano-criolla o indígena que ya había sido evangelizada por
ellos tiempo atrás. En Hispanoamérica se organizaron territorialmente en 11
41
CONSTRUYENDO LA HEGEMONIA RELIGIOSA
52 Una descripción general de cada una de las unce provincias, en la que se incluyen sistemáticamente
sus inicios, el establecimiento más sólido de la orden y sus actividades evangelizado™, pastoral y
educativa alli desplegadas, puede verse en MEDINA. Miguel Angel. Los dominicos en América.
Madrid. Editorial Mapire, 1992.
” Ibid.. pp. i 80, 183,235, 243.245-246 y 249.
M BUENO Y QUIJANO. Manuel. Op. Cit.. pp. 14-17
42
Amanda Caicedo Osorio
43
Construyendo la Hegemonía Religiosa
52 Una descripción general de cada una de las once provincias, en la que se incluyen sistemáticamente
sus inicios, el establecimiento más sólido de la orden y sus actividades evangelizadora, pastoral y
educativa allí desplegadas, puede verse en MEDINA. Miguel Ángel. Los dominicos en América.
Madrid, Editorial Mapire, 1992.
” ibid.. pp. 180, 183, 235, 243. 245-246 y 249.
14 BUENO Y QUUANO, Manuel. Op Cit.. pp. 14-17.
42
Amkww C’aicedc Osorio
43
CobSTRL'YENDO LA HrGEVIOMA RELIGIOSA
de Perú, luego de la del Nuevo Reino y Quito y. por último, cuando ésta se
dividió, estuvo entre las dos provincias surgidas de allí.
En la diócesis de Popayán, los jesuítas fundaron en 1625 el Colegio de
Popayán* 41; desde 1640, se les encomendó la misión de los paeces^2*;en 1644
y hasta 1653, tuvieron una hospederia (pequeña residencia pobre) en Pasto.
En esta misma ciudad, en 1666, se hizo una nueva petición para fundar alli
un colegio de la Compañía, el cual arrancó en forma en 17154i. En el Chocó y
Tierradentro fracasaron en los intentos de fundar misiones44. Tuvieron también
bajo su control curatos y, sobre todo, doctrinas en Timbiquí (en la provincia
de Micay), en Barbacoas y en las jurisdicciones de Pasto y Los Pastos4'. Estos
últimos territorios, como ha quedado ya dicho, aunque formalmente pertenecían
a Popayán, en la práctica se hallaban sujetos a la diócesis de Quito. Fundaron,
además, misiones en las vertientes de los ríos Caqueta, Amazonas y Putumayo46.
Otro hecho bien conocido de esta orden y que. por supuesto, también se
presentó en Popayán, fue el destierro -en el marco más amplio de la coyuntura
reformista eclesiástica- al que se vieron sometidos sus miembros por la
Pragmática Sanción del 2 de abril de 1767 durante el reinado “innovador”
de Carlos 111. En ese documento el Monarca justificaba su decisión, según
él. “estimulado de gravísimas causas, relativas a la obligación en que me
hallo constituido de mantener en subordinación, tranquilidad y justicia
mis pueblos”, algo que, a su juicio, no hacían los jesuitas. Para remarcar la
diferencia entre unos religiosos y otros, Carlos III le da un espaldarazo a las
demás comunidades religiosas manifestándoles su “confianza, satisfacción
y aprecio que me merecen por su fidelidad y doctrina, observancia de vida
monástica, ejemplar servicio de la Iglesia... y por su abstracción de negocios de
Gobierno, como ajenos y distantes de la vida ascética y monacal”47. La salida
de los jesuitas de Antioquia ocurrió el 1° de agosto y, nueve días después, en
41 Ibid., p. 373.
41 BUENAVENTURA ORTtZ, Juan, "Historia de la Diócesis de Popayán", en: Historia de la
Diócesis de Popayán Dos estudios, p. 259.
41 SANTOS, Ángel, Op. Cit.. pp. 104-105, 109 y 374
44 PACHECO. Juan Manuel, Historia Eclesiástica, Tomo 2: La consolidación de la Iglesia, siglo XVII, Bogotá,
Historia Extensa de Colombia. Volumen XIII. Ediciones Lemer, 1975, p. 379. En el Chocó, sobre áxlo en la
provincia del Citará, los jesuitas estarán entre mediados del siglo XVII y cerca de 1690. Luego, marcharan
hacia los territorios de los Llanos y el Orinoco. Cfr. SANTOS, Ángel, Op. Cit, p. 244
*’ BUENAVENTURA ORTIZ, Juan. Op. Cit.. p. 261
44 RESTREPO, Juan Pablo, La Iglesia y el Estado en Colombia. Bogotá, Banco Popular. 1987, p.
222 y VALLECILLA. Nelly y GRANJA. Edinson, "La Iglesia en la Gobernación de Popayán". en:
VALENCIA, Alonso (dir.), Historia del Gran Cauca, Cali. Universidad del Valle, 1996, p 82
" RESTREPO, Juan Pablo. Ibid., p. 238
44
Amanda Caicedo Osoiuo
* MESA. Carlos, Op. Cit.. pp. 184-185 y BUENO Y QUUANO, Manuel. Op. Cit, p. 40
* Tres años antes de su expulsión, en el Colegio de Popayán habia 19 religiosos. Cfr. SANTOS.
Ángel. Op. Cit. p. 114.
w En el momento de su expulsión, los religiosos del Colegio de Antioquia. que habia sido fundado en
1729. eran. P. Victorino Padilla, rector, de 55 años: P. Sebastián Sánchez, de 52 años; P. Salvador
Molina, de 56; y P. Manuel Vélez. de 38 años, maestro de gramática. Cfr. MzVNTILLA, Luis Carlos,
Fuentes para la Historia demográfica ... p 72. La suma con la que se pudo crear este colegio
ascendió a 60.000 pesos, los cuales fueron donados por don José Blanco en 1720 (65% del total) y
otros vecinos. Cfr. SANTOS, Ángel, Op. Cit., pp. 140-141
” Este colegio empezó a funcionar desde 1745. pero la Cédula Real por la cual se aprobó su fundación
estaba techada el 30 de noviembre de 1743. El capital con el que se fundó procedía de unas
donaciones realizadas años atrás por don Cristóbal Botín (40.000 pesos) y por doña Muriana de
Lcnts (50.000 pesos). Tres años antes de ser extrañados, en el Colegio de Buga había seis religiosos.
Cfr. SANTOS, Ángel, Op Cit, pp. 113, 114. 141 y 374.
” VALLECILLA. Nelly y GRANJA, Edinson, Art Cit., p. 82.
u PACHECO. Juan Manuel. Historia Eclesiástica. Tomo 3 La Iglesia bajo el Regalismo de los
barbones, siglo XVIII. Libro primero de Felipe V a Carlos III. Bogotá. Historia Extensa de Colombia,
Volumen XIII, Ediciones Lemer. 1986. p. 247 y BORGES. P., “Las órdenes religiosas", p. 213.
45
V.OSSTKLVEbCO LA tfejEMTAÍARxlIQKiiZ
del Rey y, por otra, circunscribirlos a su vida en regla.Así, en una Cédula Real
de 1769 con destino a las órdenes regulares se prescribía que: los religiosos
se redujeran a restablecer vida común dentro de los claustros de Los ejercicios
piadosos: volvieran a llevaT clausura losqueesiaban por fuera de Iosconventos;
se suprimieran los conventos con un número reducido de religiosos; los
sermones que daban se concentraran en la moral cristiana y, contrario a lo
hecho por los jesuítas, en los pulpitos, confesionarios y conversaciones, se
inculcara el amor al Soberano. Adicionalmenle, se insisiía en la necesidad de
que por parte de los religiosos se reconociera la ley diocesana en las misiones
y doctrinas en las que se hallabanM.
Estamos, pues, ante una situación histórica completamente contraria a
la ocurrida en tiempos de la Conquista en la que la cristianización se gestó
valiéndose más de los religiosos que de los clérigos. A esta altura, con al menos
dos siglos de experiencia y con la mayor formalización de estudios para el
sacerdocio que culminaría en muchas ocasiones en el ejercicio del curato de
almas, los eclesiásticos seculares estaban teóricamente en plena capacidad de
hacer el relevo y de atender, por ende, a los propósitos estatales de expansión
de su poderío terrenal para contrarrestar el espiritual de la Iglesia.
46
A.NV42A CaKHX' OkiF.ICI
Legos 17 32 48
FUENTE. Hermes Tovar Pinzón et al.. Convocatoria al poder de! Número Censos y estudisiicas de la Nueva
Granada 1750-1830. Bogotá. Archivo General de la Nación, 1994, pp. 309-324
47
CoMSriJYEMDU la Hhíemomiz Reucjüsl
48
Avmmi .< Cftictao Osorio
Provincia Número
Curatos
eclesiástica curatos
AGN. Archivo Arzobispal de Popayán, Legajo 6431, Fot. 181. Según el Diccionario de Autoridades,
Tomo V. Año 1737, p 135, Parrochta es "lu iglesia en que se administran, por derecho y obligación,
los sacramentos a los fieles y en que concurren al culto divino, y a ser instruidos, y es regida y
administrada por el cura o panocho" Las viceparroquias son. por ende, subdivisiones eclesiásticas
de las parroquias y son atendidas, en lodos los aspectos espirituales que le corresponden, por
viceparrocos. Las obvenciones se refieren a recaudaciones periódicas a las que tenían derecho los
curas párrocos.
49
Construyendo la Hegemonía Rrwicjsa
* “Padrón hecho en el año de 1778 del número de almas, con distinción de sexos, estado, clases y
castas, incluso párvulos, que habitan en estas Provincias del Chocó”, en: Historia documental del
Chocó. Bogotá. Editorial Kelly, 1954, p. 215.
” TOVAR PINZÓN. Hermes et al.. Op. Cit., p. 322
” PATINO MILLÁN. Beatnz, Criminalidad, Ley Penal y Estructura Social en la Provincia de
Antioquia. 1750-1820, Medellin. IDEA, 1994, p. 539.
* McFARLANE, Anthony, Colombia antes de la Independencia, Bogotá, Banco de la Rcpública-EI
Áncora Editores, 1997, p. 531.
* CARDENAS, Eduardo, Pueblo y religión en Colombia (1780-1820), Bogotá. Universidad Javenana.
2004, p. 283.
50
Ahasdx Caicedo Osüriu
Cuadro 5: Parroquias por diócesis en la Nueva Granada, finales del siglo XVILI-
comienaos del XIX
51
Construyendo la Hegfmonia Reuoiosc
Viene del latino Cura, por el cuidado que debe tener con las almas que están a
su cargo”.
52
Asunm Caicedo Osorio
Catecismo Romano, p. 5 En este mismo catecismo se mencionan dos tipos de sacerdocio uno
intemo y otro externo. El interno correspondería a todo hombre y mujer bautizados que ‘ ofrecen
a Dios hostias espirituales en el altar de su corazón”. El extemo, en cambio, “no conviene a todos
los fieles, sino a determinados hombres |entre ellos los curas de almas], los cuales instituidos y
consagrados a Dios por la imposición legitima de las manos, y las solemnes ceremonias de la santa
Iglesia, son destinados a algún particular y sagrado ministerio”, pp. 321-322.
ZAPATA DE CARDENAS. Fray Luis, Primer Catecismo en Santa Fe de Bogotá. Bogotá. Celam.
1988. p. 70. Este documento se dio a conocer públicamente desde el 1° de noviembre de 1576 y
su radio de difusión pretendió ser toda la jurisdicción del Arzobispado de Santafé que cobijuba.
entre otras, a la diócesis de Popayán por lo que su contenido y disposiciones interesan mucho para
el presente trabajo. Tanto al inicio como al final del documento se ratifica este mandato asi: “(...)
manda [el arzobispo Zapata de Cárdenas] se guarde por todos los curas vicarios y doctrineros de su
Arzobispado” y “El cual catecismo y todas las cosas y casos que en el van señaladas y declaradas,
que concucrdan con lo dispuesto por los sacros cánones y Concilio Tridentino y opiniones de
doctores católicos y graves aprobados y recibidos por tales, el dicho llustrisimo y Reverendísimo
Señor don Fray Luis Zapata de Cárdenas, arzobispo de este dicho Nuevo Reino de Granada, manda
a los curas, vicarios, beneficiados y doctrineros de todo el distrito de su arzobispado, guarden y
cumplan inviolablemente en la administración de sus oficios y cargos!...)”, pp. 27 y 136.
Citado por GÓMEZ GARCÍA. Pedro, Art. Cit.. p. 31
Catecismo Romano, pp 309-310. En p. 323 se habla del sacerdote como “medianero entre Dios y
los hombres”
53
Co'.sntLYEMKj LA HF.fllMiMW RfcLK.KSA
vivienda donde debían alojarse, en los lugares en Los míales llevaban a cabo
los ritos y en el comportamiento solemne que debían tener tanto en dichos
recintos como fuera ellos
54
«CHASO CcICHXl ÜSCBKl
55
CoNSTWUVENPo La HeGEVKINÍs Rt LtGItóA
56
An?. s i>,< C ub» Dso i io
muden cada rn.es y se pongan otros limpios y cuando se quitaren se mire muy bien
«pie no quede alguna reliquia en ellos y que solo los sacerdotes los laven... y en la
Iglesia donde se renovare el Santísimo Sacramcnio sea con hostia fresca hecha del
mismo día o del día próximo antecedente'5.
Lo sagrado asociado a lo limpio debía permanecer libre de toda suciedad, y
sólo los sacerdotes tenían el derecho de acceder de manera directa a los objetos
más preciados en el máximo ritual del sacrificio. Las manos de los indígenas,
de los negTos, de los mulatos, de los mestizos y de todo aquél que no hubiera
recibido las órdenes sagradas eran consideradas indignas de tocar, por ejemplo,
el cáliz que guardaba la sangTe celestial de Cristo, la patena donde reposaba
su cuerpo o la custodia en que se ponía a vista de todos los fieles el Santísimo
Sacramento. Esa distancia que de manera calculada se ponía entre sujeto
profano e instrumentos sagrados no hacía otra cosa que aumentar el carácter
especial de éstos y de aquel (el cura) que sí podia tener contacto inmediato
con ellos. Apoyándonos en Zygmunt Bauman, podemos decir que “las reglas
de exclusión e inclusión, vitales en el mantenimiento de la inteligibilidad y
la significación del universo humano, proporcionan naturalmente el núcleo
mismo de lo sagrado’’. Entonces, el origen de lo sagrado estaría dado “a partir
del acto de generar tabúes, dirigido por las reglas de inclusión y exclusión’’76.
Herramientas de otro tipo para los rituales católicos y de los que los curas
podían servirse mejor para poder aconsejar, orientar, inducir y llevar por "buena
senda” a las ovejas de su parroquia y también para oficiar apropiadamente los
ritos de integración religiosa eran, básicamente, los libros que desarrollaban más
en concreto los decretos de las veinticinco sesiones contenidas en el Concilio de
Trento. Hablamos, específicamente, de aquéllos que desde ese mismo concilio
se proyectaron para combatir la “muchedumbre de libros" que, por su manera
particular de entender los dogmas cristianos, eran juzgados por las autoridades
católicas de “sospechosos o perniciosos’”7. Estos textos, todos aprobados bajo
el pontificado de San Pío V (1504-1572) que fue papa entre 1566 y 1572, eran
el Catecismo Romano, el Breviario Romano y el Misal Romano.
57
Construyendo la Hegemonía Religiosa
58
Amasua Caicedo Oscwi o
Catecismo Romano, p. 9.
LUQUE ALCAIDE, Elisa y SARANYANA. Josep-lgnasi. La Iglesia Católica y América, Madrid,
Mapire, 1992, pp. 106-110.
59
CoKSTRL'YENDO LA HEGEMONÍA RELIGIOSA
" CEHILA. Historia general de la Iglesia en América Latina. Tomo l/l Introducción general.
Ediciones Sígueme, Salamanca, 1983. pp. 622-624. CEHILA es la Comisión de Estudios de Historia
de la Iglesia en América l-atina fundada en 1973 y reúne a un grupo de historiadores presididos por
Enrique Dussel
n Ibid., pp. 482-487
** ALVAR LÓPEZ, Manuel, Comentarios al III Concilio de Lima. 1582-1583, Madrid, Ediciones
LaGoleta. 1999, pp. 16-17
•’ ROMERO, Mano Germán, "Los catecismos y la catcquesis desde el Descubrimiento hasta 1650",
en: ZAPATA DE CÁRDENAS, Op Cit., pp. 13-26.
60
Amamja Cajcho Owid
BUSTAMANTE. Juan de. Tratado del Breviario Romano, Madrid, Imprenta Real. 1649. Bustamante
era examinador sinodal del obispado de Cuenca (España). El tratado se hizo a mediados del siglo
XVI! para difimdir y explicar el Breviario Romano de 1568 . el cual, a esas alturas, habia recibido
ya un par de reformas
Leyes de Indias. Tomo I, Libro I. Titulo 12. Ley XIX. Se consultó la 3“ edición, Madrid. 1774.
61
Construyendo la Hegemonía Religiosa
Sinodo Diocesano de Popayán de 161?, Cup. 63 y Cap. 85, pp. 75 y 85, respectivamente.
Constituciones sinodales de Popayán de ¡717, Libro 2, Titulo 9, Constitución 3, p. 144 y Libro 2,
Titulo 9, Constitución 6, p 146
AGN, Archivo Arzobispal de Popayán, Legajo 2700, Fot 17.
62
A StKsDA Caiceoj Osóte
” G ALINDO, Gregorio, Rúbricas del Misal Romano para que con másfacilidad puedan instruirse en
ellas todos los eclesiásticos, Barcelona, Imprenta Brusi y Ferrer. 1739.
” Para ampliar la idea del cura como actor en la misa, Cfr. GARCÍA G., José Luis, “Los ritos y sus
actores de los contenidos del guión a sus representaciones”, en: GONZÁLEZ C.. David (ed.).
Ritos y ceremonias en el Mundo Hispano durante la Edad Moderna. Publicaciones Universidad de
Huelva. 2002, p. 18
” BOUSSINGAULT. J. B., Memorias (1324-1330), Tomo 4, Bogotá, Banco de la República, 1985,
p. 38.
63
Construyendo la Hegemonía Religiosa
se puede apreciar que el cura de Rio Sucio, aunque estaba oficiando ya en plena
época republicana -durante lo que luego se llamó la Gran Colombia-, no era
muy adepto del pensamiento ilustrado puesto que, en uno de los sermones que
dirigió a los indios que atendía en su iglesia, discurrió contra Voltaire y contra
Rousseau tratando de dilucidar cuál de los dos filósofos era el peor.
Una situación como la anterior hace necesario recalcar, sobre todo para
los practicantes de la tradicional Historia de las Ideas, en tres de las muchas
advertencias que los propulsores de las relativamente recientes disciplinas de
la Historia del Libro y de la Lectura han realizado: a) en que disponer de libros
y de capacidad de lectura no debe inducir de manera automática a pensar que
un sujeto del pasado (y vale también para el presente) leyó todos los textos
que tuvo a mano; b) que leer algo no significa la adherencia total a las ideas
expresadas en el texto abordado puesto que el lector llega al acto de descifrar
el contenido de lo escrito provisto de concepciones adquiridas a lo largo de su
vida: y c) que los sujetos pueden leer libros que no poseenw.
Al cura de Río Sucio con frecuencia -asegura Boussignault- se le veía
“leyendo su Breviario en su casa” a puertas abiertas, es decir, a vista de todos.
Tal vez con ello quería significar que leer debía ser, para un cristiano sincero
y un católico convencido, un acto público y transparente. Por el contrario,
la lectura a puerta cerrada, en privado, seria acaso una actitud más propia
de conspiradores contra el orden divino y de mentes turbias como las de los
ilustrados franceses. Un gesto público de lectura privada, esto es, mostrarse
ante los demás leyendo para si, puede llevar un mensaje latente distinto al
contenido en el texto que se lee. En una historia de la lectura habría que tener
en cuenta, entonces, también la intencionalidad social del gesto de leer.
Subre las interesantes formas nuevas de abordar la historia de los libros, de su cireulación. de los
editores, de los lectores y de la lectura, Cfr. CHART1ER. Rogcr y ROCHE, Daniel, "El libro. Un
cambio de perspectiva”, en: LE GOFF. Jacques y NORA. Fierre (eds.). Hacer la Historia. Tomo
111. Objetos nuevos, Barcelona, Editorial Laia, 1980; DARNTON, Robert, "Historia de la lectura",
en BURKE, Peter (ed.), Formas de hacer Historia. Madrid, Alianza Editorial. 1994. En nuestro
medio, mas centrado en la prensa de finales de la Colonia, pero con un repertorio de preguntas
similares, son fundamentales los trabajos del profesor Renán SILVA: Prensa y revolución, Bogotá.
Banco de la República, 1988, “El periodismo y la prensa u finales del siglo XVIIl y principios
del XIX en Colombia" y “Formas de sociabilidad y producción de nuevos ideales para la vida
social, a propósito del Correo curioso de Santafé de Bogotá", ambos artículos en: La Ilustración
en el Virreinato de la Nueva Granada. Estudios de historia social. Medellin. La Carreta Histórica,
2005.
M
Avihstja Caicedo Oscsw
En tomo al lugar donde debía residir este tipo social especial que realizaba
una tarea fuera de lo común, en la Nueva Granada desde el siglo XVI se
mandaba que la casa del sacerdote se hiciera junto al templo con la intención
de facilitarle su paso a esta última edificación. Para conservarle en la decencia
que le correspondía y protegerlo de las miradas curiosas y maliciosas de la
comunidad, se ordenaba además que su residencia mantuviera “cercada y
cerrada””. De nuevo para sacralizar se impone la distancia con lo profano,
cuya esencia pareciera ser desacra lizadora por naturaleza.
Más puntilloso se era con las iglesias o 'casas de Dios”, sitios sagrados
donde el cura oficiaba los principales ritos católicos. Éstas debían ser “lugares
cómodos", con suficiente espacio para que "todo el pueblo quepa en ellas"
y “tan decentes como conviene para tan altos misterios". Al cura se le pedia
encarecidamente que. como ocurriacon sus herramientas de trabajo, “procure de
ser curioso en el omato y limpieza de ellas”*. Estaba prohibido rotundamente
por el Concilio de Trento, con el fin de controlar mejor la religiosidad católica,
que "ninguno pueda hacer ni edificar iglesia ni monasterio, capilla o ermita sin
que preceda información y licencia del prelado”*'.
Otra prohibición existente era la de que, por ningún motivo, y menos bajo
la excusa de que porque “está vaca", tanto personas legas como clérigos
ocupen iglesias del obispado ya que, entre otras cosas, terminarían usurpando
lo ajeno y metiendo indebidamente sus manos en los bienes eclesiásticos
de lo que se seguirían “muchos inconvenientes, escándalos y otros graves
daños en ofensa de Dios nuestro Señor"”. Cuando el Santísimo Sacramento,
no estaba a la vista del público, debía permanecer encerrado en su sagrario
ubicado en medio del altar mayor y con lámpara adelante "que arda de dia
y de noche”99. Se subrayaba que si “algunas iglesias tuvieren necesidad de
reparo”, los curas y mayordomos de ellas, “para impedir cualquier ruina",
avisaran a sus superiores para que “con tiempo se remedie”, y esto porque
según el obispo era a las autoridades eclesiásticas a las que les correspondía
“proveer porque las iglesias estén bien reparadas y no se vengan a caer” y.
si lo estaban, que se las levantara y reedificara “con la brevedad posible".
En caso de que los curas y mayordomos fueren negligentes en dar aviso, se
65
Construyendo la Hegemonía Religiosa
les castigarla “con pena de seis patacones por cada vez para la fábrica de la
iglesia”"1". De las pilas bautismales, se ordena “estén con la mayor decencia”,
en lo posible cubiertas de madera y “cerradas y con buena guarda”; las llaves
las tendría celosamente guardadas el cura evitando con ello se hagan “cosas no
debidas, ni supersticiones"*101*
.
Los comportamientos de los curas en los rituales que presidian despertaban
permanentes temores e inquietudes entre las jerarquías eclesiásticas ya que,
como hemos dicho reiterativamente, se les ve como unos seres que desempeñan
un oficio especial. Acorde con su dignidad soeiocultural. entonces, se esperaba
su comportamiento en los rituales. Los curas, por ejemplo, tenían expresamente
prohibido en las ceremonias que regían dejarse guiar por su propio y personal
juicio “quitando y poniendo de ellas lo que les parece”, entre otras cosas,
salmos y evangelios no dispuestos por la Iglesia'02; mucho menos podían en
sus predicaciones en el pulpito emplear “palabras escandalosas”103 o en la misa
hacer uso de hostias que no estuvieran enteras ni frescas104. Por constituciones
sinodales se establecía que si un clérigo iba a celebrar su primera misa, tenía
antes que presentar su Ucencia y ser examinado por los vicarios respectivos
(pertenecientes a la sección de gobierno de la Curia Diocesana) para saber
por qué algunos de ellos, “sin tener la habilidad y suficiencia que se requiere,
sin estar instruidos en las ceremonias del Misal Romanó", se “entrometen a
decir misa en esta nuestra diócesis”105. Adicionalmente, a los curas se les exige
que, en los días de fiesta, algunas oraciones como el Credo y el Pater noster
“se digan cantadas” y no con los órganos; que, en la misa, aunque supieran el
canon de memoria, lo leyeran para poder “excusar el grande yerro que puede
ocasionar la fragilidad de la memoria” y que, en el mismo ritual, “deben tener
siempre gravedad y recogimiento” sin salirse del altar y andar entre la gente,
“lo cual no es de buen ejemplo”10*. Debían en lo referente a los ritos de los
66
Ata to» Caicedo Osoeio
otros sacramentos cumplir con todo lo que sobre ellos estaba ya determinado
desde el mismo Concilio de Trento y regulado y explicado en los distintos
libros y sínodos derivados de él107.
Asi, como lodo sacerdote, el cura de almas es en la época colonial (incluido
por supuesto el siglo XVIIl) una muy sentida y auténtica necesidad cultural.
Para estas sociedades, donde lo religioso permeaba la cotidianidad y envolvía
por completo la vida de las personas, no se requería hacer un esfuerzo grande
para justificar su labor ni para mostrarla como algo fuera de lo comente. El
cura, por ende, tampoco era un sujeto cualquiera. De lejos se le consideraba
dentro de la parroquia el Intermediario más alto porque se ocupaba de lo
más profundo que es el Espíritu, esencia de la que cada individuo se hacía
partícipe de la divinidad. Gracias a este intermediario, va a sostener la literatura
eclesiástica, el espíritu constreñido por el cuerpo individual podia conectarse
con el espíritu superior creador de todo.
67
Construyendo la Hegemonía Religiosa
Visitar la diócesis bajo su jurisdicción era una de las tareas principales que el
obispo debía realizar mientras ejercía su cargo. En las Leyes de Indias se encargaba
a los Prelados de nuestras Indias que personalmente visiten todas sus diócesis y
reconozcan el estado de las doctrinas, predicación del Santo Evangelio y conversión
de las almas, y administren el santo Sacramento de la Confirmación, procurando
informarse de todo tan particularmente, como encargan los sagrados cánones y
concilios"18.
La Visita Pastoral o Eclesiástica va a ser, entonces, la inspección de la
feligresía a su cargo que realiza personalmente el obispo de una diócesis
acompañado de una comitiva (auxiliares y escribano) que le ayudaba en
sus múltiples tareas: informar a la gente de la llegada de la visita, reunirla,
interrogarla, tomar nota de lo que exponían, aclarar ciertas dudas, revisar
libros de bautismos, confirmaciones, matrimonios y defunciones, revisar las
cuentas eclesiásticas locales, etc.
Su cumplimiento estaba contemplado en el Concilio de Trento y en una
disposición expresa del rey Felipe II. En buena medida tiene su origen, por
lo menos en Hispanoamérica, en la fragilidad de las prácticas cristianas y su
difícil instauración entre las culturas aborígenes locales, los mestizos y los
individuos traídos a la fuerza de Africa que eran, a su vez, portadores de una
religiosidad bien distinta.
En las Constituciones sinodales de Popayán de 1717 quedó incluida una
“Instrucción de visitadores” de 26 puntos para que esta importante tarca fuera
cumplida de la mejor manera posible. En ella se recomendaba al obispo o
al visitador delegado por el prelado que: a) reuniera al pueblo al menos un
dia antes para exhortarlo al cumplimiento de los preceptos cristianos: b)
diera a conocer el edicto general de pecados públicos; c) demorara la visita
en cada lugar el tiempo requerido para remediar lo necesario; d) visitara el
Santísimo Sacramento de la Eucaristía para inspeccionar si estaba protegido
y guardado decentemente; e) conociera el estado en que se encontraban las
iglesias y capillas, lo mismo que la pila bautismal, los santos óleos, los libros
parroquiales, el altar, la sacristía, etc.; f) visitara los bienes eclesiásticos
(“casas, heredades y demás posesiones”) para ver el trato que recibían; g)
revisara si las órdenes de anteriores visitas se cumplían o no; h) inquiriera si las
rentas de las cofradías y otras obras pías se gastaban conforme a “su instituto
y fundación”; i) se informara, acerca de los curas, si eran hábiles en su oficio,
Leyes 1 y 26. Título 14, Libro 1. Citado en GÓMEZ HOYOS, Rafael. La Iglesia de América en las
Leyes de Indias, Madrid, 1961. p. 182.
68
Aawum Caicedo Os ove i
69
Construyendo la. Hegemonía Reuciosu
sumo cuidado información sobre las rentas procedentes no sólo del suministro
de los sacramentos sino también de servicios prestados tales como expedición
de certificados, velaciones y entierros. Igualmente, a-parecen numerosos datos
sobre los recursos materiales de la diócesis (cantidad de haciendas, hatos,
trapiches, minas, esclavos, ganado). En tomo a lo social, sebuscaba saber sobre
el número de feligreses, su etnia, su sexo, su edad y el numero y composición
de las familias. Y. finalmente, en tomo a lo geográfico, se indagaba por las
distancias entre los lugares del obispado, las peculiaridades topográficas, las
ambientales y la riqueza natural en fauna y flora.
Como bien se puede apreciar, su utilidad para el historiadores enorme puesto
que las visitas pastorales realizadas en la época colonial se constituyen en
fuentes de inagotables posibilidades para el estudio pormenorizado de estas
sociedades. Su revisión permite el análisis y comprensión de las peculiaridades de sus
prácticas sociales, hábitos cotidianos, fórmulas de vida adoptadas, relaciones entre
los individuos, como parte de un proceso complejo y diverso en el que la Iglesia
tuvo participación activa, no sólo con el propósito de normar y controlar la vida de la
feligresía, sino también con el fin de informar al Rey de los alcances y tropiezos de su
labor evangelizadora110.
La visita siempre tenía lugar una vez que el obispo se posesionaba. De
ahí en adelante, se llevaba a cabo cada dos años. En obispados tan extensos
como el de Popayán. una visita que cubriera a cabalidad todo su territorio
podría durar muchísimos años. Por eso es que en el Fondo Arzobispal lo que
más encontramos son visitas realizadas a lugares o zonas muy especificas
o llevadas a cabo por visitadores encargados. Es necesario, en este sentido,
levantar una estadística que incluya lugares, años y duración del recorrido.
Podríamos saber qué sitios fueron más frecuentados, cuáles lo fueron pocas
veces, determinar los lugares a donde nunca llegó una visita y a partir de
allí elaborar explicaciones que den cuenta tanto de lo típico como de lo
significativo y lo particular.
Una vez terminaba la visita, se enviaba una relación detallada al Rey
para informar sobre las condiciones morales, espirituales y materiales de las
provincias a cargo1". Una visita es, en términos de archivística histórica, un
expediente complejo ya que se compone de varias partes: a) decisión pública
del obispo de iniciar la visita, b) fijación de una carta de edicto en la que
están contenidos los asuntos que interesa averiguar al obispo y su comitiva,
"• QUINTERO, Inés. “Visitas eclesiásticas", en: MOL1NIÉ BERTRAND. Annie y RODRÍGUEZ
JIMÉNEZ, Pablo (eds.), .4 través del tiempo Diccionario de fuentes para la historia de la familia.
70
An *.»□» Cak loo Oiotr
Nota: esta visita de 1733 se hizo por designación del Cabildo Eclesiástico de Popayán ya que. por
entonces, no habia prelado en la diócesis. Francisco José de Figucredo Fue obispo de esta diócesis,
por demás el único payanes, pero entre los años 1743 y 1752
OLANO, Antonino, Popayán en la Colonia, s.e.. s.c., 1910, p. 150.
71
Construyendo la Hegemonía Religiosa
sumo cuidado información sobre las rentas procedentes no sólo del suministro
de los sacramentos sino también de servicios prestados tales como expedición
de certificados, velaciones y entierros. Igualmente, aparecen numerosos datos
sobre los recursos materiales de la diócesis (cantidad de haciendas, hatos,
trapiches, minas, esclavos, ganado). En tomo a lo social, se buscaba saber sobre
el número de feligreses, su etnia, su sexo, su edad y el número y composición
de las familias. Y, finalmente, en tomo a lo geográfico, se indagaba por las
distancias entre los lugares del obispado, las peculiaridades topográficas, las
ambientales y la riqueza natural en fauna y flora.
Como bien se puede apreciar, su utilidad para el historiador es enorme puesto
que las visitas pastorales realizadas en la cpoca colonial se constituyen en
fuentes de inagotables posibilidades para el estudio pormenorizado de estas
sociedades. Su revisión permite el análisis y comprensión de las peculiaridades de sus
prácticas sociales, hábitos cotidianos, fórmulas de vida adoptadas, relaciones entre
los individuos, como parte de un proceso complejo y diverso en el que la Iglesia
tuvo participación activa, no sólo con el propósito de normar y controlar la vida de la
feligresía, sino también con el fin de informar al Rey de los alcances y tropiezos de su
labor evangelizadora"0
La visita siempre tenia lugar una vez que el obispo se posesionaba. De
ahí en adelante, se llevaba a cabo cada dos años. En obispados tan extensos
como el de Popayán, una visita que cubriera a cabalidad todo su territorio
podría durar muchísimos años. Por eso es que en el Fondo Arzobispal lo que
más encontramos son visitas realizadas a lugares o zonas muy especificas
o llevadas a cabo por visitadores encargados. Es necesario, en este sentido,
levantar una estadística que incluya lugares, años y duración del recorrido.
Podríamos saber qué sitios fueron más frecuentados, cuáles lo fueron pocas
veces, determinar los lugares a donde nunca llegó una visita y a partir de
allí elaborar explicaciones que den cuenta tanto de lo típico como de lo
significativo y lo particular.
Una vez terminaba la visita, se enviaba una relación detallada al Rey
para informar sobre las condiciones morales, espirituales y materiales de las
provincias a cargo111. Una visita es. en términos de archivistica histórica, un
expediente complejo ya que se compone de varias partes: a) decisión pública
del obispo de iniciar la visita, b) fijación de una carta de edicto en la que
están contenidos los asuntos que interesa averiguar al obispo y su comitiva.
1,11 QUINTERO, Inés, “Visitas eclesiásticas", en: MOLINIÉ BERTRAND. Anme y RODRÍGUEZ
JIMENEZ. Pablo (eds.)..4 través Jet tiempo Diccionario Je fuentes para la historia Je la familia.
70
Aiiaso Caicedo Üsotr
111 Nota: esta visita de 1733 se hizo por designación del Cabildo Eclesiástico de Popayán ya que. por
entonces, no habia prelado en la diócesis. Francisco José de Figueredo fue obispo de esta diócesis,
por demás el único payanes, pero entre los ados 1743 y 1752
OLANO. Antonino, Popayán en la Colonia, s.e., s.c., 1910, p. 150.
71
CONSTRUYENDO LA HEGEMONIA RELIGIOSA
en los bailes las mujeres debían bailar entre sí, lo mismo que los hombres;
exigió que los niños de las gentes pobres no anduvieran desnudos114.
b. En el norte de lo que hoy es el Valle del Cauca concedió licencia para
la continuación y terminación de la iglesia de la población de San
Sebastián de la Balsa, la cual, a su vez, es erigida como viceparroquia.
Ordenó la unión, en una sola, de las cinco cofradías existentes en
Toro. Esas cofradías eran las del Señor Sacramentado, Consolación,
Concepción, Carmen y Santa Lucía. En la viceparroquia de Hato
de Lemus (hoy La Unión), dado que no había sido erigida “con las
formalidades y requisitos que prescriben las leyes y reales cédulas de
Su Majestad”, extinguió la Hermandad de San Pedro, sobre la cual
carecemos de más información"5.
c. En Antioquia dividió algunas parroquias en viceparroquias para una
mayor atención espiritual de los fieles. También realizó visitas a escuelas,
cárceles y haciendas"0.
d. En las provincias del Chocó hizo una revisión minuciosa de los
aditamentos materiales de las iglesias, señalando la notoriedad de sus
escaseces tanto en lo referente a la edificación (paredes, techos, puertas,
pisos) como a su mobiliario (bancas, mesas, armarios, andamios,
repisas, altar) y a su instrumental litúrgico. Recalcó también la falta
de imágenes: lienzos, retablos, cuadros, crucifijos, etc. Decidió, por lo
tanto, cerrar temporalmente todos los lugares visitados debido a que.
a su juicio, no cumplían con los requisitos mínimos para presentarse
como “casas de Dios”. Condicionó su reapertura a que los dueños de los
reales de minas, los curas doctrineros y los curas de almas hicieran algo
importante al respecto"’.
Para ejercer un mayor contTol sobre sus principales hijos espirituales (los
curas de almas), el Prelado, antes de iniciar su visita hacia leer una carta
de edicto en la misa mayor en la parroquia a donde se dirigía. Se pegaba
en las puertas de la iglesia para que nadie pudiera argüir "ignorancia” o
“desconocimiento”. Se prevenía que la persona que supiera algo y guardara
silencio acerca de uno de los puntos de indagación, se vería expuesta a “pena* •••
"* PACHECO, Juan Manuel. Historia Eclesiástica. Tomo 4: La iglesia bato el Regalismo de los
barbones, siglo XVlll Libro segundo bajo la Ilustración, Bogotá, Historia Extensa de Colombia.
Volumen Xlll, Ediciones Lemer. 1986. pp. 142-143
OSOR1O. Héctor. Cartago... una iglesia, una Diócesis, un Obispo. Mundo Gráfico Impresores,
Cali. 2000, pp. 74-76.
••• MESA, Carlos E.. La iglesia y Antioquia, Medellin, Ediciones Autores Antioqueflos. 1989, p. 114.
111 AGN. Archivo Arzobispal de Popayán, Legajo 2700. Fols. 1-30.
72
Amaksa Caicedo Oschuq
Si sabéis que algún eclesiástico o secular ha tratado mal, de palabra o de obra, a los
indios por enredarlos a lo que no debían; si se han valido de su trabajo, y sudor sin
pagarles, si por tenerlos intempestivamente empleados en sus labores no asisten a la
73
Construyendo la Hegemonía Religiosa
explicación de Doctrina Cristiana y oficios de religión; si castiga con rigor a los negros
y no los trata con humanidad, que debe: si les da el alimento necesario; si los viste con
la precisa decencia que exige la honestidad, si los hace trabajar más de los justo o en
dias prohibidos; y si procura tengan la instrucción cristiana necesaria para salvarse11’.
74
Ahasca Caiceso Osott'
120 PÉREZ MUÑOZ. Isabel, Pecar. Delinquir y Castigar el Tribunal Eclesiástico de Coria en los
siglos XVI v XVII, Salamanca. Institución Cultural ‘El Brócense". 1992. p. 41.
121 Ver María Luisa Caitdau, "Los libros de visitas parroquiales como fuente de estudio del clero rural
a comienzos del siglo XVIII”, en: Actas de las II Jomadas de Metodología y Didáctica de la
Historia. Universidad de Extremadura. Cáccres, 1983. citada por PÉREZ MUÑOZ. Isabel. Op
Cit., pp 29-30 Rodolfo Aguirrc diferencia entre bajo clero rural y bajo clero urbano: “El acceso al
Alto Clero en el Arzobispado de México. 1680-1757”, p. I. sin más datos
75
1 Construyendo ij* Hegemonía Religiosa
Para trazar unas líneas generales de conducta religiosa de los curas y de todos
los hombres del estado eclesiástico, el prelado tenia la facultad de convocar
sínodos diocesanos1". Se trata de asambleas en las que los miembros de una
diócesis se reúnen para deliberar y decidir sobre asuntos doctrinales y de otra
índole, que afectan la situación eclesiástica de un obispado123. En el Nuevo
Reino de Granada, el primer sínodo se dio en Santafé de Bogotá en 1556. Lo
presidió el obispo Fray Juan de los Barrios y contó con la participación de
más de veinte clérigos y de varios abogados de la Audiencia. Su objeto fue
“discutir y determinar lo procedente a la conversión y a la predicación de la
doctrina cristiana entre los naturales”. Se dice que el espíritu de este sínodo
estuvo abiertamente influido por el Primer Concilio de Lima (1551) y el Primer
Concilio de México (1555). Dos décadas después, el arzobispo de Santafé.
Fray Luis Zapata de Cárdenas, intentó convocar un concilio provincial con la
Habia también sínodos provinciales que. como los diocesanos, eran asambleas de estudio y decisión.
Las diferencias están en que los convocados son los prelados y no los curas párrocos, en que quien
convoca no es ya el obispo sino el arzobispo y en que el radio de acción no se limita a la diócesis
sino que trasciende a la arquidióccsis. En tomo a este tipo de sínodos, Elisa Luque comenta que
"constituyen una figura canónica que aparece en la histona antigua desde los primeros siglos y
que el Concilio de Tiento impulsó animando a su celebración quinquenal. Felipe 11 obtuvo de Pió
V. en 1570. que en América debido a las distancias, no rigiera esta periodicidad. Gregorio XIII.
en 1584. estableció que se celebraran cada siete años. Por último, Paulo V, en 1610, alargó el
plazo de celebración a doce años. De hecho, esta periodicidad no fue respetada por la corona. Los
Concilios provinciales fueron muy poco numerosos, en América y Filipinas. Los dos 111 Concilios
provinciales de Lima (1582/83) y de México (1585). seguían en vigor prácticamente hasta bien
entrado el siglo XIX". Véase su articulo “Politica eclesiástica de Carlos III en América: instancias
de reforma en Charcas", en: Vanos Autores (coords), Lo que duele es el olvido. Recuperando
la memoria de América Latina, VI Encuentro- Debate América Latina ayer y hoy. Barcelona,
Universitat de Barcelona. 1998. p. 146.
Un listado completo de sinodos diocesanos y concilios provinciales celebrados en Hispanoaménca,
con sus respectivos años y lugares, se puede observar en GARCÍA Y GARCÍA, Antonio, “Las
asambleas jerárquicas", en: BORGES. Pedro (dir.), Hisloria de la Iglesia en Hispanoamérica y
Filipinas (siglos XV-X1X), Vol. 1, Madrid. Biblioteca de Autores Cristianos, 1992, pp. 181-182 y
185-186
76
Anamda Caicedo Oscbio
u< RODRÍGUEZ. Pablo. Sentimientos y vida familiar en el Nuevo Reino de Granada, Bogotá, Ariel
Historia, 1997, pp. 149-156.
IU DÍAZ. Zamira, La ciudad colonial Popayán. política y vida cotidiana (siglo XVI). Cali, Fondo
Mixto de Cultura del Cauca, 1996, pp. 105 y 110.
77
( OMSTRlAf'inot X Hh.IMOXÍIA Rl.lUli»,,
(sobre los diezmos), cuarenta y nueve (de la paga de las primicias), cincuenta y
cinco (de la obligación de entenar a los pobres sin cobrarles derechos), sesenta
y seis (que no se admitan cartas acusando a los curas si las mismas no van
firmadas, esto para evitar darle curso a pasiones y odios sin fundamento contra
los clérigos), sesenta y siete (que los curas no tengan tratos ni contratos), sesenta
y ocho (“del traje de los eclesiásticos”), sesenta y nueve (“que Los clérigos no
jueguen”), setenta (“que los clérigos no tomen tabaco antes de haber celebrado
ni en público ni en secreto"), setenta y tres (que los religiosos no tengan en
sus casas mujeres sospechosas), ochenta y cinco (que los curas no digan en las
misas salmos y otras cosas distintas a las establecidas por la santa Iglesia). ;h
En 1717. Mateo Castrillón Bemaldo de Quirós, deán del Cabildo
Catedralicio, aceptó en nombre de dicha corporación los nuevos estatutos que
el obispo Juan Gómez de Nava y Frías (prelado de Popayán entre los años 1716
y 1726) redactó en vista de las grandes dificultades para reunir al clero en un
nuevo sínodo. Ese documento se conoce como "Constituciones sinodales por
el llustrísimo Sr. Dr. Don Juan Gómez Frías, dignísimo obispo de Popayán,
para gobierno de las iglesias, párrocos, sacristanes, vicarios, visitadores y
clero de la diócesis” y, para su justificación, el obispo se expresó así:
Reconociendo cuán precisa obligación del oficio pastoral que Dios nuestro Señor
están sobre nuestras fuerzas, y méritos se dignó cometemos es celar, y solicitar
cuando en Nos. fuere con su divina gracia el mejor y más perfecto estado espiritual de
nuestros súbditos de cuyas almas se nos pedirá estrecha cuenta, y teniendo presente
lo dispuesto y encargado por los santos concilios y en especial por el santo concilio
de Trento que los prelados celebren sínodos en sus diócesis por ser este el medio
mas eficaz para la conservación y aumento del divino culto, bien de las almas y
conciencias de nuestros súbditos, circunspección del estado eclesiástico, extirpación
de abusos, corrección de costumbres, término y decisión de controversias, y en esta
consideración deseando aplicar de nuestra parte cuanto nos es posible, reconociendo
la imposibilidad de congregar sínodo originado de lo dilatado de la diócesis y carestía
de sacerdotes que pueden sustituir las veces de los que deben ser convocados para
asistir al dicho sínodo para cumplir en cuanto nos es posible con esta grave obligación,
hemos determinado el sacar unas constituciones generales para los fines expresados,
arregladas en todo a los sagrados cánones y concilios y en especial al santo concilio
de Trento, las cuales queremos y mandamos que todos nuestros súbditos en adelante
las observen y guarden12’.
La obra se encuentra dividida en tres libros. El primero, en 8 títulos en los
que se tratan asuntos tales como la enseñanza cristiana, la predicación, las
imágenes sagradas, el oficio de sacristán, el sacramento del bautismo, el de la
confirmación, el de la ordenación y el de la extrema unción. El segundo, en 14
78
Aj-iv-j» C-Mc-
tilmos y sus temas son la vida y las prescripciones y prohibiciones a los curas
<de portar armas, de ciertos contactos y relaciones con mujeres, de cantar y
bailar.de predicar cosas vanas. de jugando entraren chicherías, de mercadear),
la administración de los bienes dé la iglesia, los testamentos, las sepulturas, el
matrimonio, el divorcio, los bailes nocturnos en nombre desantos,cl consumo
de alimentos en lugares sagrados, las cofradías, la celebración de las misas,
las procesiones, las representaciones teatrales de cosas sagradas, el santísimo
sacramento, la edificación de iglesias, los juegos en lugares sagrados, la
inmunidad de las iglesias, laconfesióny la limosna. Y el tercer libro se compone
de seis títulos en los que se habla de los diezmos y las primicias, las tiestas
sagradas, las excomuniones, los indios, los estipendios, los pagos de servicios
religiosos (entierros, aniversarios, misas), el nombramiento de procuradores,
el promotor fiscal, ios visitadores y los examinadores sinodales.
El inicio de un sinodo diocesano tenia claros rasgos teatrales. Y no era para
menos, pues se reunían las cabezas de la diócesis junto con sus representantes
locales para decidir la suerte espiritual de una porción especifica de la
cristiandad. El evento iniciaba con una procesión que saliade la catedral, hacia
un circuito por la plaza principal y de nuevo regresaba a su punto de origen.
Los hombres de iglesia se presentaban con sus mejores trajes. Resaltaba, por
encuna de todos, el prelado, es decir, el pastor de la diócesis. Se escuchaba el
repique de campanas, desfilaban cruces y ciriales y se veían capas para eventos
especiales que portaban los prebendados y el obispo. El historiador venezolano
Elias Pino comenta que en estas procesiones “los pasos, las precedencias y los
cánticos eran una muestra de autoridad, una ostentación de legitimidad dirigida
a remachar ante los circunstantes, a través del mensaje de las insignias y de los
ornamentos captado a simple vista, una presencia ineludible en sus vidas”128.
En un evento como ese. inscrito en una sociedad en la que las fronteras entre
lo político y lo religioso fueron siempre difusas y que por tanto generó de
manera permanente relaciones tensas entre un universo y el otro -lo que ha
llevado a Fernán González a catalogar con acierto la larga historia de esas
relaciones como "poderes enfrentados”12*1-, el cabildo secular no podía faltar.
Como el evento de manera evidente era religioso, el cabildo secular secundó
al eclesiástico pero nunca dejó de hacer presencia.
En resumen, en el obispado de Popayán a lo largo de toda la época
colonial se presentaron cuatro sínodos diocesanos: dos en el siglo XVI. uno a
PINO ITURRIF.TA, Elias. Las jerarquías de la vida cotidiana: Iglesia y sociedad en Venezuela",
en In/luencia legado español en las culturas tradicionales de los Andes americanos. Memorias
111 Encuentro para la promoción y difusión del patrimonio lólclonco de los países andinos. Granada.
España, Octubre de 2002. p 62
GONZÁLEZ. Fernán. Poderes enfrentados Iglesia y Estado en Colombia. Bogotá. Ctnep. 1997
79
ESQUEMA No.1
GOBIERNO DIOCESANO DEL PUEBLO CRISTIANO
Curia de Gobierno
y Administración Curia de Justicia
C onstruyendo la H k ie m o n u R e l ü io u
00
c
Amvjda Caicedo ton
IB ZAHINO PEÑAFORT. Luisa, Iglesia y sociedad en México. 1765-1800, México, UNAM. 1996, p. 13.
81
Construyendo la Hegemonía Religiosa
82
Amanda Cjüchoj Ostra»
83
CONSTRLVENDO LA HEGEMONIA RELIGIOSA
84
AMANM C^KEt»jOsURI0
85
CONSTRUYENDO LA HEGEMONIA RELIGIOSA
No obstante, los casos de clérigos conocidos por su gran afición a los juegos
no fueron extraños en el último tramo de la época colonial. A comienzos del
siglo XIX, en 1808, un fiscal solicitaba una pena severa contra un sacerdote.
Se trataba del cura de Puracé quien, de acuerdo con lo que había arrojado
la investigación, consentía al parecer juegos prohibidos en lugares sagrados.
Insistía el fiscal que en este caso, donde se estaba violando una pragmática real
antecedente, al cura no le favorecía el fuero del que gozaba normalmente14".
Un poco más de un par de décadas atrás, en Popayán. se le abría causa penal
a varios hombres, entre ellos a tres eclesiásticos por encontrárseles jugando
dados en la tienda del platero Pedro del Campo, alias Solimán141.
El caso del presbítero Nicolás de Lcnis en Buga en 1741 fue otro entre los
varios denunciados. Se le acusaba de concurrir cotidianamente a las garitas
de juegos “empleando los días y noches en jugar”, con lo que producía “el
ajamiento al estado sacerdotal”. Uno de los testigos, otro presbítero, afirmaba
que lo habia visto jugar algunas veces “en concurso de personas igual a su calidad”
por lo que según su parecer no desdecía “de su estrato”. Pareciera que lo grave no
era a ojos de muchos el juego como tal, sino la manera como éste se practicaba por
parte de ciertos hombres del estado eclesiástico: acompañados de gentes de bajo
86
AMANDA LZLCEtW OsrXKj
87
Construyendo la Hegemonía Remigios*
llevadas de la mano por éste ni tampoco se les permitía que las mentaran en
“las ancas de las caballerías en que fueren" para poder así atender “al decoro
y decencia debida al estado eclesiástico”144.
Pese a tantos cuidados normativos, ya desde la primeramitaddcl siglo XVIIl
se denunciaban amores ilícitos entre unos y otras. Por 1735. en la misma sede
episcopal, se supo que el clérigo Ambrosio Hurtado, hijo de familia noble, se
hallaba enredado en amoríos con María de Valencia145.
En 1763, en el curato de Tadó, el capellán Fray Ignacio Manrique levantó
un rosario de acusaciones contra el cura Femando Martínez. Decía que era
deshonesto, calumniador, mentiroso, pernicioso y tramposo. Pero, además,
señalaba que vivía por fuera de la ley cristiana puesto que se encontraba
amancebado. La concubina de Martínez, según el capellán, “no es solamente
comadre de él dos veces, sino también su cuñada" Insinuaba, con lo último,
un pecado adicional: el incesto. Los motivos de esos señalamientos tenían que
ver con que Manrique no habia recibido los pagos prometidos por los servicios
prestados en Tadó y porque tenia a la comunidad de fieles en su contra1*’.
Cinco años más adelante, en la ciudad de Popayán, sede de la prelatura,
el padre Martín López fue sorprendido por las autoridades civiles hablando a
solas con una mujer tarde en la noche. Al principio, el alcalde Andrés José Pérez
de Arroyo no lo reconoció por la oscuridad remante y porque López andaba
en traje ordinario y con “sombrero gacho”. Como se les hubiera comunicado
que irían a la cárcel, López prorrumpió en improperios y denuestos contra el
alcalde. Le dijo, entre otras cosas, que le “daría crianza” y que le enseñaría a
persignarse y la doctrina cristiana queriendo sugerir, quizá, que el alcalde no era
quién para amenazarlo con ponerlo preso. Además, parecía querer asimilarlo a
la condición de indio ignorante rebajándole su dignidad públicamente. Su ira,
en definitiva, fue de tal tamaño que “alborotó las casas inmediatas".
'** Sínodo Diocesano de Popayán de 1617, Capitulo 68, pp. 77-78 y Capitulo 73, p. 80; Constituciones
sinodales de Popayán de 1717. Libro 2. Titulo I, Constitución 3, p. 118, Libro 2, Titulo 1.
Constitución 4, pp. 118-119 Desde íus Siete Partidas, en la segunda mitad del siglo XIII. se
mencionaba que las mujeres que podían vivir “sin mala estancia" con los curas eran: "madre y
abuela y hermana y tía hermana de padre o de madre, sobrina hija de hermano o de hermana, su hija
misma que hubiese habido de mujer de bendiciones antes que recibiese orden sagrada, o su nueva
mujer velada de su hijo legitimo [¿nuera?] u otra que fuese panenta suya en segundo grado, asi
como prima cormana [pruna hermana]" Vivir con una mujer distinta a las aqui mencionadas, decía
el mismo código medieval, envilecería “la honestidad de los clérigos". Consúltese Partida primero.
Titulo 6, Ley 37.
141 ACC, Colunia. Juicios Criminales. Signatura 11.477.
144 AGN, Juicios Civiles del Cauca. Tomo l. tí. 472-475.
88
-Xna.'íd* CAii nxi Chotí
89
Construyendo i a Hegemonía Religiosa
90
Amamos Caicedo Osoaiu
lw GIJREVIC, Aron Ja.. “El mercader", en: LE GOFF, Jacques y otros. £/ hombre medieval. Madnd.
Alianza Editorial, 1990. pp. 258-260.
1,1 LE GOFF. Jacques, La bolsa y la vida. Barcelona. Gedisa. 1987, p. 70.
152 Constituciones sinodales de Popayán de 1717, Libro 2, Título I. Constitución 13. p. 122. En Las
Siete Partidas. Partida pnmera. Titulo 6. Ley 46. se expresa que "mercancías hay que son vedadas a
todos, y mayormente a los clérigos, asi como vender y comprar les cosas con voluntad de ganar en
ellas”; en el Sínodo Diocesano de Popayán de 1617, Capitulo 67, p. 77. que “una de las cosas tnás
indecentes y reprobables en el estado sacerdotal son los tratos y contratos que por tantos concilios y
cánones tiene la santa Iglesia reprobados"; y en las Leyes de Indias. Tomo 1. Libro 1, Titulo 13, Ley
XXIII. que “los clérigos y religiosos doctrineros no traten ni contraten”
91
Construyendo la Hegemonía Religiosa
si se les compara con los que se pretendían contener los sentimientos amorosos
de los curas. La razón, sin duda, tiene que veT con que a esta altura a los tratos
mercantiles y a los negocios, aunque siguen teniéndose por pecaminosos, ya
no se les considera, como ocurría en la Edad Media, un pecado mayor sino un
“vicio”: algo malo pero susceptible de corrección.
Efectivamente, en la misma constitución antes citada se aclara que
-contrario a lo establecido por las Leyes de Indias1”- no se esta prohibiendo
el que los clérigos por medio de sus criados puedan trabajar “y trabajen minas
que hubiesen heredado o comprado, ahora sean de plata, ahora sean de oro”.
Adicionalmente en 1717 se levanta la restricción, impuesta una centuria antes,
de que los curas fueran mayordomos de las iglesias. Esa restricción en su
momento (1617) se había formulado para evitar “fraude y menoscabo”1 M.
Ahora, en el siglo XVIIl, se ve con buenos ojos que sean justamente los clérigos
los que velen por el patrimonio eclesiástico ya que en sus manos, distinto a
lo ocurrido cuando estuvieron bajo el dominio de los legos, los bienes de la
Iglesia serían mejor administrados155.
En la diócesis de Popayán fue particularmente sensible el caso de los curas
metidos en lucrativos negocios de comercio y minería en las provincias del
Chocó. El aislamiento de estos territorios, el difícil control político sobre sus
gentes y la facilidad para agenciar empresas económicas incurriendo en la
evasión fiscal fueron alicientes para que los hombres de iglesia aprovecharan
y se unieran a las numerosas personas que veían en la extracción del oro
chocoano una interesante oportunidad de obtener beneficios propios.
A lo anterior habría que sumarle la repetitiva circunstancia de que los curas
que actuaban en esta zona tenían dificultades permanentes para recibir sus
correspondientes estipendios, ya por resistencia de los indios o ya por la de los
corregidores que veían en el adoctrinamiento y la asistencia a misa un valioso
tiempo perdido por los hombres a su servicio. Sin acceso a sus emolumentos
los curas se veían, pues, envueltos en complicadas actuaciones económicas.
Por 1716, en Buga, se habían recibido continuas quejas de que los
eclesiásticos vendían y comerciaban sin pagar el impuesto de la alcabala.
Algunos años después, en el marco de una visita pastoral, los visitadores de la
diócesis encontraron que algunos clérigos del valle del Cauca habían partido
rumbo al Chocó con el fin de vender los cerdos que criaban156.
92
Amakoa.Ca.cedo Osomo
93
Construyendo la Hegemonía Reí igiosa
metálicos. Fray Luis de Jesús Delgado, en fecha tan tardía como el año 1802.
se dolía ante el gobernador del Chocó de que el lugarteniente Ventura Salsas
Malibrán le dijera “que los franciscanos están llenos de ambición y abundan
de ambición” y que. además, le anunciara que siempre que pudiera haría lodo
el esfuerzo “a fin de que los curas no mendiguen en estas provincias, que a
cuantos vengan hará regresar en el mismo día y en la misma embarcación
y por el mismo camino que vinieren". Se había atrevido incluso a afirmar,
continuaba el religioso, que “la limosna dada a los franciscanos no es grata
ni aceptada ante los ojos de Dios". Para Delgado, el único motivo de haber
tenido que escuchar semejantes improperios en contra de su orden era la de su
condición de religioso. Advertía sombríamente que “en la provincia de Citará
ya se llega el tiempo de que los religiosos sean perseguidos y calumniados no
por otro delito que por ser religiosos”1641.
A los curas de mal comportamiento que incurrieran permanentemente
en vicios y pecados como los hasta aquí descritos, es decir, que con su
comportamiento no dieran buen ejemplo a sus hijos espirituales (los feligreses
de su parroquia), se les va a perseguir inclusive por las autoridades civiles como
"clérigos sediciosos y alborotadores de mala vida y ejemplo que inquietan
y desasosiegan a los pueblos”. Así consta en una Cédula Real expedida en
Aranjuez el 18 de diciembre de 1771 por la cual se nombra como virrey a
Don Manuel Guirior. El castigo esencial sería el destierro161. A comienzos de
la siguiente década, con otra cédula real el mismo mandato le era reiterado
por la Corona al arzobispo-virrey Antonio Caballero y Góngora. En dicho
documento se le recomendaba al pacificador de los Comuneros “procurar la
paz y quietud universal que algunas veces suelen perturbar clérigos sediciosos
y alborotadores de mala vida”. En caso de que hubiera alguno persistente en
su inapropiada conducta, su destierro podría ser la solución162. Con mayor
firmeza que antes, la Corona en este tramo del siglo XVIII se pronunciaba y lo
hacía en el proceso de adelantamiento de la Reforma Eclesiástica con la que
intentaba modificar las relaciones con la Iglesia y sus miembros.
94
Am.anda Cacedo Oscikio
95
CONSTRL YENDO LA HEGEMONIA RELIGIOSA
Enseñando esto les dará el sacerdote [a los indígenas] a entender cómo el que
es cristiano vive otra vida más alta que esta temporal, porque vive vida espiritual
y divina, y que asi como el hombre para vivir esta vida temporal es necesario que
nazca del vientre de su madre, y crezca y tenga fuerzas, y coma y beba, y sane de
sus enfermedades por las medicinas corporales que dan salud corporal, y conviene
que haya autoridad de principes que lo gobiernen, y otras cosas; también para vivir
vida espiritual es necesario que el hombre nazca espiritualmente y se fortalezca y
obre fuerzas espirituales para vivir en aquesta vida espiritual, y que tenga sustento
y medicinas para vivir espiritualmente y sanar de las espirituales enfermedades, y
darles a entender cómo para este efecto dejó Dios instituidos siete sacramentos, los
cuales están obligados a recibir, declarándoles cómo unos son necesarios de tal suerte
que si no los recibieren, dejándolos de recibir por no quererlos recibir, que no se
salvarán, porque sin ellos no puede el hombre vivir vida espiritual, y asi se condenará
para siempre y no gozará de ver a Dios, los cuales sacramentos les dirá que son los
siete siguientes: 1" El primero bautismo. 2“ El segundo confirmación. 3“ El tercero
penitencia. 4o El cuarto Eucaristía. 5o El quinto Extrema Unción. Estos cinco son
necesarios, que si uno los dejase de recibir por no querer, se condenará. Los otros dos
que siguen son de voluntad, que están en voluntad del cristiano recibirlos si quisiere.
6o El sexto Orden sacerdotal. 7° El séptimo matrimonio1'’5.
Para el obispado de Popayán. los sínodos que la rigieron en los siglos XVII
y XVIII hablan de manera similar, es decir, asociando la labor del cura con la
del médico y el papel de los sacramentos con el de los medicamentos, cuando
advierten que los nativos deben reducirse a pueblos para mejor evangelizarlos
y para “remediarlos en sus necesidades espirituales y corporales” a través
de los sacramentos y cuando se reconoce que “a nuestro cargo pastoral
pertenece principalmente velar sobre la salud de las almas de nuestros
súbditos”160. El Diccionario de Autoridades, documento que como sabemos
es bien representativo del Siglo de las Luces español, sostiene a su vez que los
sacramentos son “una especial medicina que sana el alma y la da gracia”167
En tomo al cura como maestro, el Catecismo Romano ve el origen de
esta equiparación en dos hechos. Primero, en que Cristo hubiese venido al
mundo “a enseñar la fe” y en que sus discípulos y sucesores, emulándolo,
hubieran dilatado su palabra divina. De ahí que se insista en que Cristo, para
darle autoridad y seguridad a sus discípulos en el momento de hablar ante
la feligresía, les hubiese manifestado: “El que os oye, me oye, y el que os
desprecia, me desprecia”. Segundo, en el hecho de que es por la palabra que
se puede saber de Dios y de su Hijo16*. *•*
96
Ahkmda Carino Osorio
Como maestros, <,qué debían enseñar los curas?, ¿qué debían transmitirles
a sus feligreses'’. Según el Catecismo Romano: el Credo, los Sacramentos, el
Decálogo y la oración del Pater noster. En el primero estaría contenido todo
lo que se debe saber de La fe cristiana, es decir, de Dios, de la creación, del
gobierno del mundo, de la redención humana y de los premios y de las penas:
en los segundos. Las señales e instrumentos para conseguirla divina gracia: en
el tercero, las leyes cuyo fin es la caridad y, en la cuarta, todo lo que los seres
humanos pueden desear, esperar y pedir provechosamente '’1'.
Para Zapata de Cárdenas, además de lo anterior, muchas otras cosas más
deben an transmitírseles. Pot ejemp lo, para ganarse el c ie lo, es vital tamb ién q ue
los fieles aprendan: a) a creer en los catorce artículos de Lafel?0;b)aguardar los
diez mandamientos de la ley de Dios*171; c) a cumplir los cinco mandamientos
de la Santa Madre Iglesia172: d) a socorrer las necesidades corporales y
espirituales del prójimo a través de las catorce obras de misericordia173; e) a
97
CONSTRUYENDO LA HEGEMONIA RELIGIOSA
apartarse del mal rechazando los siete pecados mortales haciendo uso de las
siete virtudes contrarias a ellos174 y f) a rezar otras oraciones (el Ave María. la
Salve Regina y la protestación de la fe).
El Sínodo Diocesano de Popayán de 1617, por su parte, manifestaba que
habia que tener “especial cuidado de que todos los feligreses’’ supieran y
entendieran, “con toda distinción y claridad”, “el Avemaria, Credo. Paternóster.
Salve y los mandamientos de la Ley de Dios y Santa Iglesia’’175*.Por último, en
las Constituciones sinodales de Popayán de 1717 se insistía en que los fieles
estuvieran instruidos en “los artículos de la fe; en los diez mandamientos y
preceptos de la Iglesia y con mucha particularidad como se han de disponer
y prevenir para recibir los sacramentos y en especial el de la Penitencia y
Eucaristía”; adicionalmentc. el pueblo habría de conocer “todo lo tocante a la
doctrina cristiana” para entender mejor y fructuosamente “estos sacramentos
y también el Pater noster. la confesión general. Ave María y Salve Regina”.
A todo lo cual se le añadiría el “que los fieles sepan lo que deben hacer en
entrando en la Iglesia”, esto es. que cuando ingresen a la iglesia, “se signen y
santigüen, tomen agua bendita, hincadas las rodillas hagan oración al Santísimo
Sacramento y le adoren diciendo las oraciones del Padre nuestro”17,).
Pero para enseñar todo lo anterior, los curas, como cualquier maestro,
tenían que pensar en cómo lo habrían de hacer: por eso. era menester en primer
lugar apreciar la heterogeneidad del auditorio ya que la “edad”, el “ingenio”,
las “costumbres” y la “condición de los oyentes” darían como resultado al
menos tres tipos distintos de fieles: “unos como recién nacidos, otros que ya
empiezan a crecer en Cristo, y algunos ya robustos en la virtud". Esta distinción
era importante porque asimismo, a la hora de operar, el cura podría mirar con
discreción “quiénes necesitan de leche, quiénes de comida más sólida, y dar a cada
uno de ellos aquellos alimentos de doctrina que acrecienten su espíritu”177.
3* La tercera dar de vestir al desnudo. 4* La cuarta visitar los enfermos y encarcelados. 5' La quinta
redimir al cautivo. 6‘ La sexta dar posada a los peregrinos. 7" La séptima enterrar los muertos. Y las
otras siete obras de misericordia son estas 1“ La primera enseñar a los que no saben. 2" La segunda
dar buen consejo al que lo ha menester. 3* La tercera castigar al que ha menester castigo. 4J La
cuarta corregir al que yerra. 5’ La quinta perdonar a los que nos injurian. 6' La sexta consolar a los
desconsolados. 7* La séptima rogar a Dios por los vivos y muertos"
”* Ibid.. pp. 53-54: Pecados mortales (Soberbia, Ira. Envidia. Avaricia. Gula. Lujuria y Pereza);
Virtudes contrarias (Humildad. Paciencia. Caridad. Largueza, Templanza, Castidad y Diligencia).
r” Sínodo Diocesano de Popayán de 1617, Capítulo I. p. 43.
,w Constituciones sinodales de Popayán de 1717. Libro 1. Titulo 1_, Constitución 3, p. 102, Libro 1.
Titulo I. Constitución 4, p. 102 y Libro 2, Titulo 14, Constitución 2, p. 160.
177 Catecismo Romano, pp 10-ll
98
CkXtLt: Osonio
En ese mismo sentido, si. por ejemplo. Jos oyentes cuan nativos, era de
rechazarse el que los curas doctrineros pretendieran predicar a los indios
*■00535 exquisitas, o en estilo levantado, como si predicasen en alguna corte
o universidad” y, por el contrario, era loable el que las enseñanzas que se
impanían se realizaran en un estilo "sencillo, claro y breve” y con un lenguaje
“fácil, humilde’’, con "cláusulas no muy largas, ni de rodeo” y sin “términos
afectados”. Sólo asi se evitarían ofuscaciones y confusiones y, sobre todo, el
que los hijos espirituales de los doctrineros se murieran tal como ocurriría si
una ama de cría no atendiese apropiada y oportunamente a su chicuelo11*.
99
r Construyendo la Hegemonía Religiosa
”* Leyes de Indias. Tomo I. Libro 1. Titulo 13. Ley V: “Que los curas dispongan a los indios en la
enseñanza de la lengua española y en ella la doctrina cristiana".
Sínodo Diocesano de Popayán de 1617, Capitulo 7, p 47 y Capitulo 18, p. 53; Leyes de Indias,
T omo I, Libro 1. Titulo 13, Ley III; y Constituciones sinodales de Popayán de 1717. Libro 2. Titulo
1, Constitución 11, p. 121.
ZAPATA DE CÁRDENAS. Op. Cit, pp. 31 y 44.
'« Ibid . pp 45-46.
100
Amanda Caicedo Osokio
101
Construyendo la Hegemonía Religiosa
102
AMANDA C\K.'lDvO»l>HIO
103
Construyendo la Hegemonía Religiosa
1,1 AGN. Archivo Arzobispal de Popayán. Legajo 6105, Fots. 33D, 37D. 42D. 41D y 43D
Las Siete Partidas, Partida Cuarta, Título 13, Ley 1: “Qué quiere decir hijo legitimo, y cuáles deben
ser asi llamados".
,n La fornicación se refiere a los vínculos sexuales que unían fortuitamente a un hombre soltero con
una mujer soltcru. Cfr. ATONDO RODRÍGUEZ. Ana María, “De lu perversión de la práctica a la
perversión del discurso: la fornicación", en: ORTEGA, Sergio (ed.). De la Santidad a la Perversión,
México. Grijalbo. 1986, pp. 129-163.
,M Relación, más o menos duradera, entre dos personas solteras de distinto sexo que viven bajo
un mismo techo, se ayudan económicamente y tienen hijos. Cfi. RODRÍGUEZ, Pablo, “El
amancebamiento en Medellin. siglos XVU1-XIX", en: Seducción, amancebamiento y abandono en
la Colonia, Bogotá, Fundación Simón y Lola Gubcrek, 1991. pp. 73-93.
Vínculo sexual ocasional entre dos personas casadas I cada una de ellas con su propia familia) o entre
una casada y otra soltera. Véase del libro de MANNARELLI, María Emma, Pecados públicos. La
¡legitimidaden Lima, siglo Xl'Il, Lima, Ediciones Flora Tristón, 1994. el capitulo TV: “El adulterio’
'a quien le acude y le asiste de dia y de noche contra mi honor y fama-”, pp. 131-158.
'* Similar al adulterio en cuanto a la» condiciones de lox contraventores, pero diferente en cuanto
a la frecuencia de los actos sexuales y la duración del vinculo. Por esto es que en el concubinato
adulterino no son raros los hijos habidos en la relación. Ver CAICEDO, Amanda. "Formas familiures
y Matrimonio entre los Libres de todos los colores en la Gobernación de Popayán" (informe final de
investigación). Fondo Mixto de Cultura, Popayán, 2001, pp 122-147.
104
Amamda Caicedo Oxijuo
Relación sexual ocasional o permanente entre dos personas del mismo sexo, sean o no casadas.
Alrededor de la sodomía masculina en la época colonial, consúltese GRUZINSKI. Serge, “Las
cenizas del deseo. Homosexuales novohispanos a mediados del siglo XVII". en' ORTEGA. Sergio
(ed.), Op. Cit.. pp. 255-281 En tomo a la sodomía femenina, véase RODRÍGUEZ. Pablo. “Historia
de un amor lesbiano en la Colonia", en: VELÁSQUEZ TORO, Magdala (coord. académica). Las
mujeres en la historia de Colombia. Tomo 111. Mujeres y Cultura, Santafé de Bogotá, Editorial
Norma, 1995. pp 103-106
,M Las Siete Partidas. Partida Cuarta. Titulo 13. Ley 2: “Qué provecho y qué honra nace a los hijos
en ser legítimos". La cursiva es mía pura resaltar cómo desde la Edad Media estaba estipulada la
legitimidad como exigencia para poder pertenecer al clero.
Cfr. GARRIDO, Margarita, Reclamos y Representaciones, Santafé de Bogotá. Banco de la
República, 1993, p. 121 y RODRÍGUEZ, Pablo, Cabildo y vida urbana en el Medellin colonial.
1675-1730. Medellin, Universidad de Antioquia, 1992. pp. 103-123.
100 KtJETHE. Alian J., Reforma Militar v Sociedad en la Nueva Granada. 1773-1808, Santafé de
105
Construyendo i.a Hegemonía Religiosa
LAVALLÉ. Bemard, Amor y opresión en ¡os Andes coloniales, Lima, IEP-LFEA-URP, 1999, pp.
331 333. nos informa que para el caso del obispado de Arequipa se había fijado, desde el siglo XVII,
una renta personal de doscientos pesos anuales, lo que significaba un principal de al menos cuatro
mil.
UR1BE ANGEL. Jorge Tomás. “Estratificación social en la Villa de Nuestra Señora de la Candelaria
de Medellin. Siglo XVIIl", en: Nobles. blancos y mestizos en la Villa de Nuestra Señora de La
Candelaria de Medellin Probanzas de nobleza, familia y mestizaje del cabildo 1674-1812, Bogotá,
1CANH. 2000. pp. 15-41. Uribe Angel subraya la diferencia entre dos instituciones que “a menudo
se confunden en la historiografía”: la hidalguía o nobleza, por un lado, y la limpieza de sangre, por
otro. Todo noble o hidalgo debía poseer limpieza de sangre, pero no todo sujeto limpio de sangre
era hidalgo. La fórmula de limpieza empleada en Popayán en 1717 era “no ser infecto con sangre de
judio, moro y penitenciado". Cfr. Constituciones sinodales de Popayán de 1717, Libro 1, Titulo 6,
Constitución 2. pp. 113-114.
205 O’PHELAN UODOY, Scarlett. “Ascender al estado eclesiástico. La ordenación de indios en Lima
a mediados del siglo XVUI”, en: DECOSTER, Jean-Jacques (ed. ). Incas e Indios cristianos. Elites
indígenas e identidades cristianas en los Andes coloniales. Cuzco. CBC- IEEA- Asociación Kuraka,
2002. p. 311.
106
Ana.md* Caicedo Dsoaio
36 Cfr. BORJA. Jaime Humberto, Rostros y rastros del demonio en tu Nueva Granada. Bogotá. Ariel
Historia. 1998, pp. 245-267 y GARCÍA CÁRCEL, Ricardo, La Inquisición. Bogotá, Reí Andes,
1997. pp. 46-63.
Sobre este comportamiento desviado en el Nuevo Reino de Granada, consúltese VEGA, Leonardo
Alberto. Pecado y Delito en la Colonia. La bestialidad como una forma de contravención sexual
(1740 1808). Santafé de Bogotá. Instituto Colombiano de Cultura Hispánica. 1994.
“ LÓPEZ. Mercedes, Tiempos para rezar y tiempos para trabajar La cristianización de las
comunidades muscas durante el siglo XVI. Bogotá. ICANH, 2001, pp. 39-41. nos presenta,
al respecto, el ilustrativo caso de Antonio de Torres quien, en Tunja en 1575, tras “estuprar y
corromper” a la hija doncella del capitán Gómez de Cifúentes. pidió ser juzgado por las autoridades
eclesiásticas porque alegaba haber recibido ya las ordenes menores. Torres era acusado por muchos
testigos de no tener verdadera vocación. Los argumentos que se ofrecieron fueron el de usar ropas
de colores, portar armas, jugar cartas, realizar ventas en una tienda, negarse a prestar oficios y no
estudiar.
llw CALATAYUD. Pedro de, s.j., Catecismo práctico y muy útil para la instrucción y enseñanza fácil
de os fieles y para el uso y alivio de los señores Párrocos y Sacerdotes. Pamplona, 1749, p. 127.
110 Constituciones sinodales de Popayán de 1717, Libro 1, Titulo 6, Constitución 2. pp. 113-114
107
CoNSTRl YENDO t A HEGEMONÍA R£l;l1OSA
108
Amxmda Caichi» Osorio
de los testimonios recogidos, todos cumplían con los requisitos exigidos que
en los párrafos anteriores hemos descrito, lo que los Lacia altamente idóneos.
A ninguno de ellos, porrazon.es que saltan de inmediato a la vista, le negaron
la solicitud que elevó ante las jerarquías eclesiásticas diocesanas. Los lazos
familiares y la. pertenencia a cienos círculos locales depoder, sin duda, jugaban
también un papeL importante al lado de los valores morales y las calidades
humanas que los aspirantes portaban. Una palabra más. para atender lasolicitud
del pretendiente se ordenaba publicar un edicto. Publícala114, en la iglesia de
la parroquia donde se encontraba el aspirante con el fin de empezar a recoger
los testimonios de las personas interesadas en dar información sobre la vida,
las capacidades y los valores morales de quien quería ser ordenado sacerdote.
Se armaba, asi. un pequeño expediente que luego se enviaba a la capital de la
diócesis donde finalmente el obispo, atendiendo las consideraciones del cura
párroco donde se armó el conjunto documental, lomaba las decisiones que
consideraba correctas.
En 1700, en la ciudad de Popayán, José Ventura de Velasco, quien deseaba
ordenarse “desde la primera tonsura hasta la orden sacro de presbiterato",
presentó ante las instancias correspondientes su fe de bautismo y confirmación,
ofreció dar la información necesaria de su vida, de sus actos dentro del estado
eclesiástico y de sus aprendizajes en latín en el colegio de los jesuítas. Uno
de los varios testigos dijo que era hijo de padres conocidos, que lo había visto
proceder "con toda virtud y recogimiento sin escándalo alguno de su persona"
y que. entre otras cosas, lo había visto asistir a la iglesia como sacristán menor,
ayudar en la misa y cargar la cruz alta en las procesiones215.
En 1797, los testimonios sobre Pedro Antonio González, natural de
Ansermanuevo, no podían ser mejores. De él. el alcalde ordinario de dicha
ciudad dijo que era hijo legítimo e “hijo de cristianos viejos, que no es nielo
de judío, moro, o de los nuevamente convertido”, de espíritu “quieto, humilde,
pacífico, de buena vida, fama, honesto, virtuoso y recogido”, a la vez que certificaba
que no había cometido delito grave ni había sido penitenciado por la Inquisición.
De notar es que el alcalde estaba unido a Pedro .Antonio González por parentesco.
Otras declaraciones, entre las que estaban las de otras autoridades, agregaban
La invitación a los feligreses a dar sus testimonios se realizaba en estos términos: “El Dr. Don
Jerónimo de Obregón y Mena (...) obispo de Popayán (...) a Vos. los fieles cristianos, vecinos,
moradores, estantes y habitantes de esta ciudad (...) de cualquier estado, dignidad, sexo, condición
que seáis, sepáis o podáis saber lo que contiene estn nuestra carta de edictot ...) os amonestamos y
mandamos que en el término de nueve dias (...) en virtud de santa obediencia y pena de excomunión
mayor digáis si conocéis al dicho [al solicitante] (...) a sus padres, abuelos paternos y matemos, y si
tenéis noticias de ellos ( ...)". Cfr. AGN, Archivo Arzobispal de Popayán. Legajo 6106. Fot. 65.
A.GN. Archivo Arzobispal de Popayán. Legajo 6055, Fots. 35-41.
109
Construyendo la Hegemonía Religiosa
que no era casado ni habia hecho promesa a nadie y que no padecía defecto o
1 impedimento alguno. Juan Mariano de Grijalba. del Real Colegio Seminario,
señalaba que era “un sujeto de buena conducta y aplicación”, y Manuel Femando
Vidal, coadjutor de Popayán, testificaba que el aspirante habia ejercido el oficio de
subdiácono en una misa por él ofrecida en Anaconas210.
En el mismo año. el cura párroco de Calderas, José Joaquín Chávcz, de 28
años, quien había sido tonsurado en La Plata y aspirando al sacerdocio indicaba
que “me he dedicado al estudio de latinidad, filosofía y teología moral”. Se dijo
de él que era hijo legitimo, bien educado y que se caracterizaba por ser “quieto,
humilde, pacifico, de buena fama, honesto, virtuoso y recogido”. Se certificaba
también que en el momento de presentar sus solicitudes no estaba al servicio
del Estado, que no era militar y que habia hecho ejercicios espirituales por diez
días en uno de los colegios de misiones de los franciscanos217. Resállense en
este caso, primero, que como requisitos también aparecía el hecho de no estar
vinculado directamente con las instituciones civiles y, segundo, que se podían
presentar pruebas adicionales de moralidad y de conocimientos religiosos para
hacer más evidente la idoneidad.
Un último ejemplo a este respecto es el de Pedro Inocencio Valencia, natural de
Santa María de Quinamayó, quien en su condición de colegial pensionista del Real
Colegio Seminario y siendo vecino y residente en Caloto solicita el sacerdocio en
1799. Valencia era sacristán mayor en La Plata cuando, varios años atrás, solicitó las
órdenes mayores y menores. Para esta solicitud los distintos declarantes afirmaban
que el aspirante era “descendiente de sangre limpia y libre de toda raza", que de
ninguno de sus ascendientes se conocía “haber delinquido”, que era aplicado a
los estudios y “separado de todo bullicio". En cuanto a su “genio”, se le conocía
por hombre “pacifico, humilde y obediente con sus padres, de una vida arreglada,
dedicado a la virtud y el recogimiento". Se destacaba, para resaltar su vocación
religiosa, que desde muy joven se habia aplicado al estado eclesiástico. Fray
t Ildefonso Gil de Tejada, Prior del convento de los dominicos de Popayán, certificaba
que Valencia "lia tenido sus ejercicios espirituales, cumpliendo exactamente con
edificativa devoción y modestia las distribuciones, que para el día y la noche se le
ordenaron para su perfecta y cumplida actuación". El cura rector de la catedral en
Popayán. Manuel Marino Rodríguez, finalmente dictaminó que “este pretendiente
es acreedor a la solicitud que busca pues en él no he visto cosa que desdiga a la
integridad y compostura que debe formar a los ministros de la iglesia”2"1.
110
Amanda C'ailedo Onoskj
Anserma, 1700): Legajo 6111, Fots. 62-68 (José Ramón Castro y Nieto en Yurumanguí, 1797); y
Legajo 6111. Fots. 77-83 (José Joaquín Fernández de Navia en Toribio, 1797).
111
CONSTRUYENDO LA HEGEMONIA RELIGIOSA
PACHECO, Juan Manuel. "La organización de la Iglesia en Colombia", en: CEIL1LA. Historia
general de la Iglesia en América Latina, Tomo Vil. Colombia y Venezuela. Salamanca. Ediciones
Sígueme, 1981. p. 133.
“ DECOSTER, Jean-Jacques. “La sangre que mancha: la Iglesia colonial temprana frente a indios,
mestizos e ilegítimos", en: DECOSTER, J-J. (ed.), Op. Cit.. p. 257.
Ibid., pp. 256 y 274.
m Ibid., p. 258
112
Awxnl'a C a cedo Osomd
que pudieran ser admitidos una buena pane de personas procedentes de tales
est intentos soc ia les
* 2*.
¿Que factures pudieron habeT incidido para que entonces, en el siglo XVIII,
el clero, a diferencia del siglo de la Conquista, se viera impelido a ser más
flexible en el ''reclutamiento” de sus hombres’’
En primer lugar, la gran distancia a la que se encontraban muchos pueblos
de indios, lugares, sitios y parroquias de las capitales de obispado. Para el
caso de la diócesis de Popayán, las distancias que separaban la zona norte
( Antioquia) y la zona sur (Pasto) de la sede de la silla episcopal produjeron la
fragmentación jurisdiccional eclesiástica del obispado. La lejania era tal que
fue casi imposible que los mismos prelados cumplieran con la obligación de
adeLantar por si mismos una visita completa de la diócesis a su cargo. A la
distanciase le sumaban los pésimos caminos que conducían de Popayán a las
provincias, Las grandes dificultades de acceder a territorios como el Chocó,
el Pacífico suroccidental y la parte amazónica del obispado y, por último,
la pobreza que en los lugares distantes solía reinar. Recordemos que fueron
vanos de estos aspectos vividos en carne propia los que alegó José Jerónimo
de la Calle para presionar por la creación de un obispado en Antioquia:
Certifico que con el motivo de haber ido a recibir las sagradas órdenes a la ciudad
de Popayán tengo conocimiento de la suma distancia que hay desde esta Provincia a
dicha ciudad y de que son muy fangosos los caminos, porque estos nunca se componen
y hay que pasar muchas lomas y montes con bastante riesgo y muchos ríos caudalosos
que no tienen vado en tiempo de invierno ni tienen puentes de cabalgadura”4.
En ese mismo sentido, en una Real Cédula que llegó a Nóvita en 1764,
el Rey enterado “de la extensión de los curatos de América” se pronunciaba
impeliendo urgentemente a todos sus obispos para que proveyesen los
sacerdotes necesarios con los cuales cubrir las “abandonadas cristiandades”
ubicadas a distancias que superaban las 10, 12, 14 y más leguas de la cabecera
en la que residía el párroco-5.
Esta complicada situación religiosa de Hispanoamérica que conjugaba
diversos factores (feligreses a la buena de Dios, notoria pobreza, distancias
enormes y casi insalvables, escasez aguda de curas226 y presión del Rey), pudo,
113
Construyendo la Hegemonía Rzijckdsa
sin duda, haber incidido en que los prelados del siglo XVIII, a lo largo de todo
el continente, decidieran nombrar en las distantes tierras de sus obispados
hombres a quienes no se les podía exigir que cumplieran los rígidos requisitos
iniciales para ser ordenados. Para mestizos, blancos pobres, algunos indígenas
y tal vez para algún mulato, un contexto tan complejo como el descrito era
de aprovechar para lograr su cometido de mejorar su condición social y,
en no pocos casos, de acceder a sus sentidos deseos de verse con la sotana
puesta ayudando a impartir el pasto espiritual. Esto, no obstante los sacrificios
materiales que tenían que hacer en caso de que procedieran de las zonas urbanas
del obispado. No sería de extrañar, por otro lado, que muchos de los libres de
todos los colores e indígenas que quisieron aprovechar la coyuntura que se
les aparecía como favorable, fueran naturales o vecinos de los lugares adonde
solicitaban ser nombrados como curas de almas, lugares pobres y lejanos a los
que muchos no querían ir.
El caso de Francisco Mariano Fernández Martínez ilustra bien lo anterior.
En 1799 era cura del Raposo, un territorio de difícil acceso al que se llegaba
por el río Dagua navegando peligrosamente entre grandes piedras y un
discurrir muy pendiente. Su paisaje, apenas dos años antes, era catalogado
por el gobernador Diego Antonio Nieto de “montuoso y flojo”, de allí que
“con mucha fatiga adquieren los moradores algunos frutos comestibles”22'.
La solicitud que Fernández Martínez elevó pidiendo para sí la última de
las órdenes mayores (sacerdocio o presbiterado), se le aprobó, entre otras
razones a causa de “la gran escasez de ministros que en el dia se experimenta
con perjuicio de la iglesia"22". Solicitudes de ese estilo (alcanzar la máxima
orden para quedarse ejerciendo el sacerdocio en territorios distantes y poco
atractivos dada su visible pobreza) difícilmente serían desaprobadas por las
autoridades diocesanas, aunque los que elevaran las peticiones no fueran de
las más connotadas calidades sociorraciales. El provecho de la situación era
de parte y parte.
En segundo lugar, y esto sobre todo para la época de Conquista y para
aquellas zonas en las que la evangelizaron de los indios siempre fue un
Un siglo antes, en Popavan. en el último tercio del siglo XVII. el obispo LiAán y Cisneros, pese a
su afán por evangelizar a los indios del Chocó que según él tenían "encendidos deseos de recibir la
luz evangélica", se quejaba -amargamente porque no encontró entre sus hombres “quién quisiera ir a
aquellas insalubres y apartadas regiones, aunque muchos se habian ordenado a titulo de párrocos de
indios". Véanse, respectivamente. LAVALLÉ. B.. Op. Cit.. p. 335; LUQUE, E., Art. Cit., p. 149 .
y PACHECO, Juan Manuel, Historia Eclesiástica. Tomo 2..., p. 343.
m NIETO, Diego Antonio.. "Visita de la Gobernación de Popayán, 1797”, Cespedesia Nos. 45-46,
Cali, 1983, p. 497.
“ AGN, Archivo Arzobispal de Popayán, Legujo 6112. Fot 09D.
114
AnU X t>\ C\ll EOO Osorxj
proceso difícil de lograr a lo largo de toda la época colonial (v. gr. Chocó,
Putumayo, territorio Pácz), la ausencia de sacerdotes que supieran y dominaran
las lenguas naturales. La comunicación oral era clave para poder transmitirle
al “idólatra” la palabra verdadera contenida en las Sagradas Escrituras. Si
uno de Los Fundamentos de la conquista de América era la salvación de almas
y la extensión del reino espiritual de Cristo en el mundo, se hacía necesario
que la Iglesia buscara las estrategias apropiadas para hacer llegar su mensaje.
Sin duda, el lenguaje era un instrumento vital, máxime cuando el número de
idiomas autóctonos era grande y diverso.
La importancia del lenguaje para la difusión del cristianismo en América
fue reconocida incluso por la autoridad máxima del catolicismo: el Papa.
Gregorio XIII, Sumo Pontífice de 1572 a 1585, reformador del calendario (de
allí lo de “calendario gregoriano”) y uno de los teólogos más destacados del
Concilio de Tremo, en vista de que no habían suñcientcs curas que dominaran
las lenguas indígenas, concedió la posibilidad de “dispensar a los mestizos
del impedimento de ilegitimidad ex defectu natalium para recibir las sagradas
órdenes, incluso el presbiterado (sacerdocio)'
En la N ueva Granada, a finales del XVI, se estableció la cátedra de lengua
muisca para facilitar la labor de los doctrineros. El primercatedrático nombrado
fue Gonzalo Bermúdez en 1582. En 1604 la Audiencia le ordenaba dictar tres
clases diarias: en el convento de San Francisco, en el de Santo Domingo y en el
de San Agustín. Con el fin de aligerar el aprendizaje y aumentar la comprensión
de la lengua de los muiscas. se compusieron gramáticas y vocabularios como
la del dominico Bernardo de Lugo (Madrid, 1619). cuyo título era Gramática
de la Lengua general del Nuevo Revno, llamada Mosca. Igualmente, para
difundir la fe católica entre los naturales, se escribieron varios catecismos en
lenguas indígenas en los que se traducían oraciones, se explicaban misterios y
se daban instrucciones para administrar los sacramentos231’.
No conocemos de esfuerzos similares emprendidos en la diócesis de
Popayán pero, en todo caso, en vista de lo difícil que era para los indios
del distrito de la capital del obispado, lo mismo que para los de Almaguer,
Timaná, Jambaló y El Torimo “el aprender la doctrina en lengua española”
y, al contrario, observando “cuán fácilmente entran en ella enseñándosela en
la lengua general del Inga", las autoridades eclesiásticas payanesas. desde las
115
Construyendo la Hegemonía Relk-ios*
primeras décadas del siglo XVII prescribieron que en estos lugares los curas
hablasen en los idiomas americanos.
Ahora bien, lo que para dichas autoridades era una “dificultad de
aprendizaje” por parte de los indígenas, habría que interpretarlo en otro
sentido; ya no desde el código del dominador sino desde el del hegemonizado,
como una forma de resistencia cultural que con relativo éxito habí a superado el
traumático momento inicial del choque cultural en el que se vieron envueltos
hispanos y andinos. Importante observar también que aunque idiomáticamente
la institución eclesiástica payanesa hacia concesiones con algunos grupos
indígenas de la diócesis, no llegó hasta el extremo de enseñar la doctrina
cristiana en la lengua de cada uno de los grupos étnicos indígenas con los que
tenía que ver sino que buscó, de todas maneras, una especie de denominador
común lingüístico que facilitara sus propósitos. Ese denominador común lo
halló en la lengua que predominó a lo largo y ancho del Tawantinsuyu. el
imperio del Inca.
Por otro lado, las mismas autoridades apreciando que los indígenas de las
provincias de Cali. Anserma y Antioquia eran ladinos, mandan que a ellos se
les enseñe en el idioma del conquistador231. Como se sabe, los indígenas de
Cali entraroq como en muchos otros lugares?en un rápido y temprano proceso
de disminución demográfica tras la llegada de los españoles131. Según parece,
la llamada catástrofe demográfica en Anserma fue de mayores dimensiones
puesto que para 1779 era la jurisdicción de la Gobernación de Popayán con
menos indígenas, tan sólo 56 entre personas de todas las edades y de los dos
sexos13’. Y en Antioquia las cosas no ocurrieron de modo distinto. En fin,
estos grupos nativos al no estar ya en los siglos XVII y XVIII ubicados en
las zonas periféricas de la diócesis ni al ser tampoco los demográficamente
más numerosos ni los que más resistencia cultural habían opuesto a lo largo
de los dos siglos antecedentes, adoptaron más fácilmente el idioma de los
ibéricos y empezaron a abandonar los propios, lo cual facilitaba la avanzada
evangelizadora de religiosos y clérigos.
Pese a todo, dentro de la misma Iglesia del siglo XVII hubo oposición a
permitir que los curas aprendieran lenguas nativas para enseñar la doctrina
cristiana pues se consideraba imposible poner en ellas -por verlas como111 *
116
Amanda Caicedo Oscilo
117
r Construyendo la Hegemonía Religiosa
”* PACHECO. Juan Manuel. Historia Eclesiástica, Tomo 4..., p. 139. En Perú, donde el tamaño de la
población indígena seguía siendo grande y la costumbre de hablar el quechua se mantenía sólida,
se dio una mayor apertura hacia la presencia de clérigos indígenas (sobre todo si eran de las élites)
y mestizos cercanos a las culturas locales. Cfr O’PHELAN, S., Art. Cit., p. 311 y LAVALLÉ, B..
Op. CiL. p. 344.
Sobre el mestizaje en Hispanoamérica, véanse: ROSENBLAT. Angel. La población indígena y el
mestizaje en América, 2 tomos. Buenos Aires. Editorial Nova, 1954 y L1PSCHUTZ. Alejandro. El
problema racial en la Conquista de América y el mestizaje. Santiago de Chile, Editorial Andrés
Bello, 1967 Para la Nueva Granada. JARAMILLO GRIBE, Jaime. “Mestizaje y diferenciación
sociul en el Nuevo Reino de Granada en la segunda mitad del siglo XVIII". ACUSC bio. 3. 1965; del
mismo autor, “Cambios demográficos y aspectos de la política social espnñola en el Nuevo Reino
de Granada, durante la segunda mitad del siglo XVIU”. en: La personalidad histórica de Colombia
y otros ensayos, Bogotá, Colcultura. 1977, y TOVAR PINZON, Kermes. “La frontera del Nuevo
Mundo y el poblamiento de la Nueva Granada", en: TOVAR. Kermes et al.. Op Cit., pp. 17-59
DECOSTER. J-J., Art. CÍL, p. 282. Para Michoaeán. BRADING. David, Una Iglesia asediada: el
Obispado de Michoaeán, 1749-1810. México. F. C. E.. 1994. p. 136. llega a una conclusión similar
aunque haciendo la salvedad de que a los mulatos se les seguía prohibiendo su entrada al sacerdocio
por tener la mancha de la esclavitud, lo que se interpretaba como un signo claro de inferioridad
racial
118
Amanda. Ckk.íDo Osokíu
119
Construyendo la Hegemonía Religiosa
120
Amxmcim Caicedo Ose-mu
121
C'ONSTRL YENDO LA HEGEMONIA RELIGIOSA
el de los obispados cuyas sedes tienen una cierta importancia; el nivel III. el de
los obispados “de importancia" por razones de diverso orden y el nivel IV, el de
las grandes capitales, sedes de los principales arzobispados u obispados’’250.
En el siglo XVIII hubo una leve mejoría. Esto, no obstante el aumento de
algunas parroquias y viceparroquias gracias al crecimiento poblacional y a
que la economía del suroccidente mostró un importante reavivamiento con
la ampliación de la frontera minera en el Chocó y otras zonas del Pacífico
bajo control de Popayán. Según información estimada para 1799 por David
Brading, de las 43 diócesis que él relacionó. 34 la superaban en ingresos.
Si seguidamente dividimos los ingresos en rangos de a 50.000 pesos cada
uno, nos resultan 5 grupos (0 a 50.000, 50.001 a 100.000, 100.001 a 150.000,
150.001 a 200.000 y más de 200.001). En el primero, con un aproximado
de 37.500 pesos tendríamos la diócesis de Popayán acompañada de otros 11
obispados. En el segundo grupo habrían 6 diócesis; en el tercero, 6 también;
en el cuarto, 4; y en el quinto. I 5251.
Con unas condiciones globales e históricas como esas, no era entonces
infrecuente que algunos curas de almas aprovecharan las distancias que los
separaban de las autoridades eclesiásticas vigilantes para buscar sus propios
medios de subsistencia tal como se comentó antes sobre el Chocó. Cuando
alternativas de dicho tipo no se presentaban, otros medios buscados eran el
cobro excesivo de los servicios religiosos y en algunos casos la explotación de
los indígenas por evangelizar. De esto se hablará en el próximo capitulo.
Respecto de los pagos debidos a los curas, más corriente sin embargo
fueron las quejas continuas por la ausencia prolongada y reiterativa de sus
estipendios. Quejas elevadas, en su mayoría, con dolor y amargura ante las
autoridades civiles y eclesiásticas.
En Marinilla, a comienzos del siglo XVTII, el alcalde Marcelino Anas Bueno
informaba al Rey que se había nombrado a otra persona para la administración de
los sacramentos y del pasto espiritual porque sus habitantes no podían contribuir
con la manutención del cura. El cura destituido. Femando Lasema. reaccionó
y se trenzó en una disputa con las autoridades, la feligresía y su sustituto252.
El problema, como se infiere, no consistía en que los vecinos se resistieran a
122
Amanda Caicedo Osorio
pagarle al cura sino que sus esfuerzos económicos eran in suficientes para cubrir
sus estipendios. En vista de ello, Lasema intentó no ser removido de su cargo
y hasta buscó infructuosamente aliarse con los fieles para evitar el ingreso
de Sebastián Solano, el nuevo sacerdote del lugar. Acaso la autoridad civil y
también los fieles querían aprovechar la circunstancia (los altos estipendios
que veían como impagables) para traer a alguien que se contentara con menos
y que tuviera un carácter más llevadero. Entre las adoloridas palabras con las
que expresaba su indignación, tras enfurecerse, gritar v excomulgar, Laserna
recordaba que desde hacía ocho años se habia entregado a su parroquia “con
tal vigilancia y desvelo que no he hecho falta a mis feligreses de día. de noche
solo, a pie. en caminos fragosos, ríos caudalosos, sin reparar en sus avenidas
(...) y en ocasiones estando postrado en una cama con purgantes”. A su juicio,
tantos esfuerzos no se veian recompensados debidamente, y lo peor de todo
era que se sentía traicionado por aquéllos a quienes habia servido con tanta
entrega y diligencia.
Totalmente reacios al pago de estipendios, en cambio, sí se mostraron los
indios de los pueblos de Guática, Tachiguia y Quinchia, en jurisdicción de
Ansermaviejo. Su cura, Esteban de Guevara, en noviembre de 1771 conminaba
al corregidor de naturales para que llamase la atención de los indios a su cargo
para que le pagaran pues, en los seis años en los que les había administrado
el pasto espiritual, no había recibido “paga alguna". De nuevo el malestar era
porque el empeño puesto por el cura para que ningún feligrés suyo anduviera
sin sacramento no era reconocido apropiadamente. Acudiendo a un testigo, al
indio Diego José Leonín de Estrada, se buscaba que se tuvieran muy presentes
las dificultades enfrentadas para cumplir con la labor pastoral. Este indio decía
ante las autoridades que “me consta la maleza de los caminos y el riesgo tan
evidente que [el cura] tiene de la vida porque el más cercano pueblo que tiene
(...) es el pueblo de Tachiguia y para ir a este hay el impedimento de un rio muy
rápido y en este presente año me consta que por irles a administrar se le ahogó la
muía de silla y se hubo de botar a pie al cumplimiento de su obligación"253.
Pero si algunas veces los indios se obstinaban en no pagarle al cura, otras lo
era el corregidor como sucedió en Lloró (Chocó) a mediados de los setentas.
Alegando descuido de sus feligreses, Don Francisco Antonio Romero se
abstuvo de darle los estipendios al cura José Lozano. Este último, estando
en casa de Juan Alvaro Fino en febrero de 1775, reaccionó con violencia y le
propinó tremenda golpiza al corregidor por su negativa.
123
Construyendo la Hegemonía Religiosa
124
A.vamxc Cmic'ppOsorio
125
Construyendo la Hegemonía Religiosa
126
Amanda Cacedo Osuno
los estipendios que le asignaron alcanzaba para muy poco sino que, además,
se hallaban en franca desigualdad en comparación con los 243 pesos anuales
asignados al cura de La Montaña, en la misma jurisdicción de C'anago, y los
250 que debía recibir el cura de La Vega. Bermúdez j uraba en su comunicado
que para su reclamo no actuaba con malicia. Pedía equidad. Aunque le
aceptaron su petición y le prometieron remediar la situación, más adelante
tuvo que volver a acudir a la justicia eclesiástica. En concreto, pedia que le
dieran anualmente por lo menos 200 pesos, aparte de 80 para poder comprar
pan, vino y cera
* 64.
Como se ha podido observar en varios de los casos brevemente descritos, no
bastaba con solicitar el pago de los estipendios o un trato menos discriminatorio
y que las autoridades aceptaran las peticiones. Las promesas incumplidas y los
trámites engorrosos hacían parte de otras dificultades que los curas debían
sortear para obtener sus respectivos reconocimientos monetarios. Lo ocurrido
con José Mariano de Ayora, cura de Santa Ana y sus anexos en Cartago. ilustra
bien la posibilidad de un dispendioso procedimiento para acceder a lo que por
justas razones ya se había ganado.
En 1767, el cura Ayora por medio del señor Pedro José de Hinestroza,
procurador de la Audiencia y Real Cancillería de Santafé. aspiraba a solicitarle al
virrey le fuera satisfecha la deuda de los estipendios que no se le habian cancelado.
En su petición contaba que en febrero de 1756 se había presentado ante Cristóbal
Barbosa, en ese entonces cura de Santafé para pedirle al virrey que anualmente se
le pagaran sus estipendios. Para su pesar, no obtuvo ninguna respuesta.
Tras la muerte del cura Cristóbal Barbosa, el oficial real y secretario de
gobierno Francisco Díaz informaba que en los libros por él consultados no se
encontraba información alguna sobre los pagos a Ayora. Según Díaz, “las leyes
municipales de indias” no estipulaban este tipo de pagos sino para territorios
como ciudades, villas, sacristías y pueblos de indios. No incluía, por lo tanto,
jurisdicciones como el sitio de Santa Ana donde se desempeñaba Ayora.
Ayora, ante semejante argumento, recordaba que por Cédula Real del 22
de octubre de 1764 se ordenaba proveer cura secular o regular en aquellos
poblados que como Santa Ana se encontraban a una distancia mayor de cuatro
leguas de la cabecera. Ayora resaltaba que esta medida se había tomado sobre
todo “porque para las personas enfermas es muy difícil desplazarse a éste (el
pueblo cabecera) y pueden morir sin la confesión”.
Revisada la mencionada cédula real, hacia el año 1786 el escribano de su
majestad comunicaba que era necesario pagarle la deuda por estipendios al cura
127
Construyendo la Hegemonía Reí igiosa
Ayora. El fiscal, sin embargo, ponia una nueva talanquera a las pretensiones
del sacerdote de Santa Ana. Exigía la presentación de los documentos donde
se demostrara el tiempo no pagado, la distancia efectiva de Santa Ana respecto
de la parte urbana de Cartago. el tipo de relación que sostenía el cura con sus
feligreses, la calidad de éstos y las circunstancias en las cuales vivían. Mas
para el fiscal aún esto no era suficiente. Luego, habia que esperar la orden
autorizando la remuneración
* 65.
Un trámite tan prolongado como el anterior, por el cual pasó el cura Ayora,
podia poner a cualquiera en situación de desespero. Desde el momento en
que se hacía la petición hasta el momento en que formalmente se reconocía
la deuda podían pasar muchos años, incluso décadas. Mientras tanto, el cura
debía seguir atendiendo con diligencia a sus ovejas sin que les faltara lo básico,
y buscar cómo sostenerse sin estipendios.
Parece que más de un cura se vio obligado a empeñar sus estipendios con el fin de
conseguir mantenerse mientras la deuda le era satisfecha. El desespero económico
los podía conducir a este tipo de operaciones que se consideraban indignantes. El
sínodo de 1617 intentó que no ocurriera esto por ningún motivo prohibiendo las
hipotecas o embargos de los derechos económicos de los curas266.
Los estipendios, en fin, fueron una de las tres formas básicas de subvención
con las que contaba una parroquia. Procedían de la administración de los
sacramentos por parte del cura. Los otros dos ingresos eran el sínodo, en el
caso de las parroquias de indios, y los diezmos. El sínodo era la cantidad asignada
por la Corona a los párrocos y la suma se calculaba con base en los tributos de los
indios. Su origen suele ubicarse hacia mediados del siglo XVI y una característica
suya importante fue su taita de uniformidad durante la Colonia267.
Los diezmos, de raigambre bíblica, se comienzan a formalizar desde el
siglo VI como un impuesto que obliga a los fieles cristianos a contribuir con
el sostenimiento tanto del culto como de sus ministros con una décima parte
de los frutos o ganancias adquiridas lícitamente. En noviembre de 1501,
mediante la bula Eximiae devotionis sinceraos, el papa Alejandro VI cedió a
los reyes católicos de España el derecho a percibir los diezmos en las nuevas
128
Amakox Oicido Osorio
CEHILA. Op Cit.. p. 450-456 y ESCOBEDO MANSILLA, Ronald. lbíd.. pp. 99-104 y 107-108
La distribución decimal habitual consistía en dividir en dos mitades la masa bruta. La primera
de esas masas, por mitad, se entregaba al obispo y al cabildo eclesiástico. La segunda, se dividía
en nueve partes asi: dos novenos para la Real Hacienda, cuatro novenos para los párrocos, un
noveno y medio para los hospitales y el otro noveno y medio restante para lu fábrica de iglesias. Por
1804 hubo una importante modificación. La Hacienda Real ahora tomaría un noveno de todos los
diezmos pero antes de ser distribuidos, lo que significó una duplicación de ingresos a la Corona por
razón de los diezmos. Esta modificación se aprobó en medio de una crisis fiscal y del consecuente
interés recaudatorio del Monarca.
MELO. Jorge Orlando, “La producción agrícola", en: VALENCIA, Alonso (dir.), Op. Cit.. p. 62.
Según Meló, en el siglo XVIII, en la diócesis de Popayán, el impuesto se pagaba sobre el ganado
y productos agrícolas como la coca, el tabaco, el plátano, el caco, el arroz, el maíz, el azúcar y las
mieles, p. 61
m Sínodo Diocesano de Popayán de 1617. Capítulo cuarenta y nueve, p 67
129
Construyendo la Hegemonía Religiosa
abierto de ser Dios el “dador de los frutos y autor de ellos y para la congrua
sustentación de los curas”2’1. En caso de no querer cumplir un cosechero
con las obligaciones de diezmar y de las primicias, del mismo Dios habría
que temer el castigo. Las autoridades diocesanas, advirtiendo y al mismo
tiempo infundiendo un profundo miedo entre sus feligreses, decían que nadie,
indistintamente de su calidad o condición, quedaría exento de las penas
divinas que incluían no sólo las eternas sino también algunas temporales
tales como la pobreza, el hambre, las enfermedades, la muerte repentina sin
penitencia que conduciría a la pérdida por siempre del alma, la imposibilidad
de tener herederos, la carencia de eclesiástica sepultura y las plagas para los
cultivos (pulgón, oruga)2'2. Tener deudas con Dios era atraer los peores males
existentes. No pagarle era provocar su ira sin limites. Después, nadie podría
detener la andanada de azotes sobre aquella cabeza que fue capaz de intentar
evadir sus responsabilidades supremas.
Desde el siglo XVI se intentó, para controlar a los curas en los cobros de
sus servicios, establecer una tabla de precios para los bautismos, velaciones,
misas, entierros y otros. Con su regulación se buscaban dos cosas: por una
parte, que los fieles no dejaran de acceder a los sacramentos y similares; por la
otra, que los curas pudieran recaudar lo mínimo suficiente para poder ayudarse
en su propio sustento273.
En Popayán dicho listado de precios incluía siempre un valor que
corrientemente se repartia en cuatro partes. Una primera era para el obispo
(“cuarta episcopal”), una segunda para el sacristán y las últimas dos para el
cura. Así, cuando se atendía un entierro mayor de español o mestizo con cruz
alta, doble campana e incensario, se cobraban 30 patacones. De ellos, alrededor
de 15 le correspondían al cura. Si el entierro era de un niño español o mestizo
menor de 10 años y se hacía en las mismas condiciones anteriores, se cobraban
12 patacones. Al cura le tocaban algo así como 6 patacones y medio. Si con los
mismos acompañamientos se prestaban los servicios para un negro, un indio, un
mulato libre o un indio forastero, se cobraban 6 patacones quedando cerca de la
mitad para el cura. Cuando el entierro de estos últimos era catalogado de menor,
se cobraban 3 patacones y para el sacerdote quedaba la mitad. En las zonas de
explotación aurífera, los cobros eran los mismos pero el peso ya no era de plata
sino de oro por los costos duplicados de todo en esas “tierras de oro”274.
221 Constitucional sinodales de Popayán de 17¡7, Libro 3. Título I, Constitución única, p. 165
ln Ibid.. Libro 3, Titulo I, Constitución 2, p. 166.
222 ZAPATA DE CÁRDENAS, Op. Cit., p. 131.
222 Constituciones sinodales de Popayán de 1717. Libro 3. Título 4. Constitución 4. pp. 171-173.
130
Amanda Caicedo üsokkj
Para cerrar ya este apartado, vale decir que no obstante las distintas vías
posibles para obtener ingresos con los cuales sostener económicamente al cura,
las permanentes exigencias de las altas figuras del obispado a encomenderos,
mineros, comerciantes y autoridades civiles para ayudar a los pagos oportunos
de la labor sacramental y doctrinaria de los sacerdotes con almas a cargo y las
repetidas amenazas de condenación eterna proferidas por la Iglesia diocesana,
los curas de almas siempre se vieron limitados en su economía personal. La
escasez material en sus iglesias para oficiar y en sus vidas para llevar una
cotidianidad acorde con su estimación institucional produjo en algunos de
ellos resignación, en otros malestar expresado en continuas quejas y, en unos
últimos, un estimulo para obtener por caminos ilegales lo que por los legales
les era negado.
La diócesis de Popayán no pudo estar muy alejada de lo que ocurría en otras
diócesis de mejores ingresos y de lo que ocurría en general en Hispanoamérica
colonial. Referente a Michoacán, un obispado importante en Nueva España.
David Brading cuenta que a finales del siglo XVIII éste se caracterizaba “por
una notable desigualdad entre un número relativamente pequeño de curas ricos
y cultos y un número mucho mayor de sacerdotes desempleados, muchos de
ellos sin buena capacitación, que apenas lograban mantenerse a sí mismos y
a sus dependientes"275. Respecto de las diócesis hispanoamericanas, el Cehila
concluía que “a partir de los documentos que hemos podido considerar se
deduce que se vivía pobremente, y a veces miserablemente"276.
Con este último apartado que hemos denominado “vivir como cura" estamos
lejos de haber agotado lo que una expresión como esa abarcaría. Hemos hecho
énfasis en los aspectos económicos porque esa variable no podría nunca faltar
a la hora de ver a los curas como un tipo social.
131
Capítulo 2:
Los curas: agentes hegemónicos y mediadores
SOC1OCULTURALES
134
Amanda Caicedo Osorio
Para lograr el Consentimiento se parte de la diferencia social que produce visiones distintas del
mundo, pero sobre esa base se construye un acuerdo en tomo al grupo particular que debe liderar los
procesos sociales porque se le considera el más capacitado para esa labor Con el Consenso lo que
se busca es producir un acuerdo sobre sólo una visión del mundo y generar la idea de la creación de
un campo totalmente unificado y homogéneo, Cfr. UROSSBERG, Lawrencc, Arl. Cit., pp 52-53.
135
CoNST1<l.'VtND0 LA HEGEMONIA RfI IGIOSA
REVEL. Jacques, "La cultura popular: usos y abusos de una herramienta liistonografica". p. 113.
w La noción de “frontera”, en este trabajo, alude no solo a lo temlonal: también se refiere a lo socio-
cultural. Con este uso queremos decir que las creencias y prácticas religiosas son algo que está
siempre en proceso de constitución y que. entonces, no son una realidad ya dada de antemano e
invariable.
ARES QUEDA, Berta y GRUZINSKI, Serge (Coords.), Entre dos mundos. Fronteras culturales y
agentes mediadores, Sevilla, CSIC, 1997. p. 9.
a! TAYLOR. William, "La iglesia entre la jerarquia y la religión popular mensajes de la zona de
contacto", pp. 184-186.
136
Amanda Caicboj Osano
137
Construyendo la Hegemonía Religiosa
138
Amanda Caicedo Osóme
139
Construyendo la Hegemonía Religiosa
140
Axundx Cake» Osoai»
141
Construyendo i.a Hegemonía Religiosa
Delumeau. siguiendo a un autor del siglo XVI. la confesión con una suerte de
obstetricia espiritual que ofrece salud psíquica y al verla, al mismo tiempo,
como un puente que vincula el “conócete a ti mismo” de Sócrates en la
antigüedad del de Freud en épocas contemporáneas, el historiador francés
subraya que “los hombres de iglesia también son los médicos de almas”2*7.
Lo anterior es válido, como solia ocurrir, cuando la mayoría de los penitentes
iban a contar sus propias faltas. Hablar de lo propio ayudaba a aliviar el alma.
Pero las cosas podían tomar otro cariz cuando se narraban sucesos inmorales
cometidos por otros. El siguiente caso acontecido al final de 1770. por ejemplo,
nos sugiere varias importantes reflexiones.
María Luisa era casada "como Dios manda” con Juan de Dios Ortega,
miembro de las Milicias Disciplinadas de Popayán. y madre de la niña María
Teresa. Cierto día fue donde su confesor a narrarle que su marido había tenido
“conocimiento camal” con su hija en varias ocasiones. La primera vez ocurrió
cuando ella se había acostado con su esposo, pero
Como a las 10 de la noche... ella se despertó y el no estaba y fue a revisar a la cama
de la niña y él estaba allá... en donde lo bajó a él botándolo al suelo; y a la hija la sacó
de la cama y salió con ella al corredor de la casa en donde la registró y la encontró
desflorada echando bastante sangre. Que se volvió a entrar a la casa y vio a su marido
que fingia estar ebrio y que irrumpió en amenazas que las habia de matar si hacian
notorio el caso-’"*.
María Luisa, al parecer, cargaba un malestar en su conciencia originado por
lo que sabia de éstas y otras varias fechorías cometidas por su esposo, pero
ante las que habia callado en detrimento de la integridad física y psicológica
de la niña. En parte, su silencio es explicable por las amenazas directas de
que era objeto. Recuérdese que no era nada inusual, tanto en la Colonia como
en la República, que los hombres abusaran de su posición de jefes de hogar.
Los archivos judiciales están plagados de soberanas palizas recibidas por
las mujeres a manos de sus legítimos esposos e, incluso, de sus amantes2*".
Las mujeres de la Colonia, y María Luisa no era la excepción, sabían de su
142
Amanda CaicedoOíulk
inferioridad ante las leyes civiles patriarcales. En esta ocasión las cosas, en el
marco de la institución eclesiástica a la cual se dirigió en primera instancia,
finalmente la condujeron al mismo callejón sin salida.
Efectivamente, cuando la señora Gómez apeló al confesor, dos motivos la
impulsaban: aligerar su alma y hallar ayuda para remediar la situación. Su intención
inicial fue, inclusive, quejarse ante el Obispo en pro de encontrarle solución pronta
a su dilema. Pero el confesor la detuvo. Le dijo que no era necesario, que él estaría
pendiente de todo. Es más, para tranquilizarla, pero también para asombro de la
penitente, decidió absolver el delito llegando hasta el punto de. a los esposos,
"habilitarles el débito sin escrúpulo del impedimento que mediaba”.
Juan de Dios, de todas maneras, seguía acechando a la niña. En una segunda
ocasión en que intentó lomarla a la fuerza, temprano en la mañana, fue otra
vez descubierto y huyó de inmediato. Al finalizar el día, regresó avergonzado
y de rodillas le pidió perdón a su esposa. De nuevo María Luisa acudió a
su confesor quien le recomendó, en esta ocasión, ir a donde un cura regular
llevando a su hija para que se confesara. Suponía el confesor, preso de las ideas
de su tiempo, que había quizá algo en la niña que le hacia perder la cabeza a su
padre. Tras recibirlas, el religioso recomendado determinó la absolución del
pecado y aconsejó depositar la niña en otra casa, algo que no permitió cumplir
Juan de Dios. Aunque el padre no volvió a tener relaciones sexuales con la hija.
María Luisa con amargura comentaba que a diario observaba los "tocamientos
deshonestos que continuamente le hacía en su presencia”. Madre e hija, pues,
se veían burladas. Ni Juan de Dios dejó de molestar ni los confesores le dieron
la trascendencia que el asunto merecía y, antes sí, disculpaban al hombre por
el único prurito de no permitir la disolución matrimonial.
¿¡Para qué servía la confesión!?, seguramente se preguntaba una y otra vez
María Luisa. Para aprender a resignarse y a sufrir los tormentos de la vida,
pudo ser una de sus respuestas. No creemos, sin embargo, que la penitente
compartiera esa idea del todo, porque en una ocasión futura de nuevo buscó
justicia. Esta vez ya no con los hombres del estado eclesiástico (los indolentes
confesores) sino con los del Estado. La denuncia no era ya el de los abusos
eróticos de su marido con su hija, que no cesaron, sino el de intento de matarla.
Sólo así, en situaciones extremas, muchas autoridades le prestaban atención a
las quejas de las mujeres.
La confesión ante las autoridades eclesiásticas podía tal vez detener
procesos penales contra los hombres abusadores. Los hombres de iglesia,
con tal de evitar la ruptura de los lazos conyugales católicos, eran capaces
de hacerse los de la vista gorda con crudos y duros hechos intrafamiliares.
A pesar de la gravedad de los hechos, se obstinaban en conservar la unión
143
Construyendo la Hegemonía Religiosa
Sobre el tabú y su importancia para establecer fronteras con importantes significados, Cfr.
BAUMAN, Zygmunt, Op Ciu, pp. 269-270.
Ibid.. p. 271
*“ El sentido wachteliano de aculturación supera en mucho la idea de cierta antropología norteamericana
que veta con ese concepto un proceso unidireccional en el cual un grupo le traspasaba su cultura a
otro, por lo general, luego de procesos de conquista e invasión. Con Wachtel. el concepto es más
diverso y los sujetos son más activos. Cfr WACHTEL. Nuthan, “La Aculturación", en: LE GOFF.
Jacques y NORA. Picrre (eds.). Hacer la Historia. Tomo /. Nuevos Problemas, Barcelona. Editorial
Laia. 1985. pp. 135-156.
144
Amamcx C.MCtixj Osoua
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Construyendo la Hegemonía Rei.ioiosa
146
Amanda Caicedo Ostjrio
147
Construyendo la Hegemonía Religiosa
que en la del cura que dia a dia veía como muy humano o quien, dadas sus
desavenencias con el párroco, prefería esperar un momento especial como era
el arribo del obispo. Una segunda época era preestablecida instiracionalmente
en Cuaresma509, que va entre el Miércoles de ceniza y la Pascua de resurrección.
Una tercera dependía de las amenazas de la naturaleza (terremotos, tempes tades
proverbiales, inundaciones, etc) ya que, una vez ocurrían estos fenómenos. Las
confesiones de los creyentes se multiplicaban profusamente.
Al hablar de una suerte de llanto ritual que se transmitía como una epidemia
sociocultural en determinados momentos del año, no quiero significar que era
de carácter meramente externo. Es muy probable que el dolor del alma que se
sentía tuviera una buena y mejor canalización cuando se expresaba en forma
colectiva. Esto, por supuesto, le daba más cohesión a la sociedad, y le permitía
al individuo retener parte de lo colectivo en un rito católico que afectaba tanto
a la persona particular.
Para llevar a cabo la confesión, era indispensable que el parroquiano
asumiera una postura determinada: la de la vergüenza ante Dios1'0. Se trataba
de que el feligrés sintiera temor de la Majestad Divina y entendiera que,
mientras contaba sus yerros, no estaba en posición de levantar la mirada. A
los ojos gachos y la cabeza inclinada, debía sumarle la postura de sus manos
en señal de ruego, el doblamiento de sus rodillas como posible símbolo de
encontrarse vencido y el destocamiento (descubrirse la cabeza) para significar,
quizá, que se hallaba sin defensas en el momento de la reconvención moral.
El cambio de comportamiento en los penitentes sería más notorio entre
más públicas fueran las faltas. De esta forma, más visible socialmente se haría
el efecto medicinal de la confesión. En el caso de las “mujeres de mal vivir o
escandalosas", por ejemplo, pese a reconocerles su estado o tal vez justamente
por ello, se le recomendaba a los curas que su absolución la hicieran depender
de “la perfecta enmienda de su vida”. Los curas tenían que procurar, “con todo
desvelo, el remedio de sus almas". Si esto no sucedía, estaban en la obligación
de avisarle a las jerarquías diocesanas para que éstas miraran cómo se procedería
en adelante511. Para que le fuera creído su verdadero arrepentimiento, a una
mujer del dominio público, por lo visto, no le quedaba otro camino distinto al
del abandono de la prostitución. Que tal cosa ocurriera, era un triunfo que el
cura podía ostentar con orgullo.
w* Constituciones sinodales de Popaván de 1717, Libro 2, Titulo 14, Constitución l.p. 159.
ZAPATA DE CÁRDENAS, Op. Cit., p. 65.
Constituciones sinodales de Popayán de 1717, Libro 2. Titulo 14. Constitución 9, pp. 162-163.
148
Amamja Cajcfim» Osorio
149
Construyendo la Hegemonía Religiosa
**’ AGN. Archivo Arzobispal de Popayán, Legajo 2202. Desafortunadamente el dato exacto de la
ubicación de este documento dentro del rollo-legajo lo perdí y no lo he podido volver a encontrar.
’** AGN. Archivo Arzobispal de Popayán, Legajo 6546. Fots. 0231-023D.
AGN, Archivo Arzobispal de Popayán, Legajo 4908, Fots. 010-1OD.
150
Av a moa Ca icedo Osorio
111 MARTINI, Módica. “La evangelizaron en el periodo hispánico. Dificultades y limites de la labor
apostólica", Credencial-Historia, No. 153. Bogotá, 2002, p. 9
151
CchSIHLIlhDOL* HKjIN'JMIZ RlDGfK»
’*• Según un documento del siglo XVIII. algunos de esos pecados y pecadores eran teóricamente
competencia exclusiva del obispo: "el incendiario, el nefando o venalidad contra natura, el sortilegio
o hechicería, la ocultación de diezmos, el sacrilegio hurtado en la iglesia. el acceso a monja o
beata o profesa, el juramento en falso en cara de justicia, el incesto en primer y segundo grado, la
procuración de aborto, el poner manos violentas en padre o madre, el no cumplir con el precepto
anual". AGN. Archivo Arzobispal Je Popayán. Legajo 2699, Libro 3
ORTEGA NOR1EGA, Sergio. "Catecismos, doctrinas y confesionarios", en MO1.INIÉ
BERTRAND, Anmc y RODRÍGUEZ. Pablo (eds.). Op. Cit. pp 58-59.
152
Amx» t>\ Caicedo Oso» ii i
153
Construyendo la Hegemonía Religiosa
154
Amjwcw Caicedo O so tío
155
Construyen!» la Hegemonía Religiosa
Más que imágenes o prendas de vestir del cura, los candelabros, los cristos,
los marcos, las cruces, las copas, los platillos y los recipientes parece que
estuvieron entre los objetos más apetecidos por los ladrones. Aparle del precio
del materia! con que eran confeccionados, quizá la razón fundamental de esa
preferencia la podemos encontrar en el hecho de que, fuera de su contexto
original (una iglesia, la sacristía, una capilla, un convento, la casa coral), los
objetos de metales apreciados podrían perfectamente confundirse con bienes
propios de una casa corriente de un hombre o una mujer de cierto prestigio
social o cierto nivel de riqueza. Estar en la calle o en una tienda frente a un
objeto de claras connotaciones religiosas o ante un platillo, bandeja o jarra de
plata no quería decir estar frente a algo de carácter sagrado o extraído de un
lugar sagrado. Los platillos de plata, así como los cristos, los candelabros o
las bandejas, podían abundar en casas de hombres y mujeres connotados. No
es raro tampoco encontrar cosas similares en hogares de las capas sociales
medias y medias bajas.
En efecto, en el hogar payanés conformado por Marcos Hurtado y Gabriela
Pacheco se hallaban, por ejemplo, “un cristo de bronce pequeño con su
cajoncito” y otro que tenían en un derecho de tierras llamado La Tetilla527. La
negra libre María de Velasco, mujer soltera y sin hijos que había logrado con
su propia agencia amasar un interesante capital (en Su testamento registraba
como deudores suyos a 11 personas de diversas calidades sociales), reportaba
igualmente en 1775, entre sus numerosos pequeños bienes personales, “cuatro
cuadritos plateados” y "una cruz plateada”52**. Y Matías Vivas, más de dos
décadas atrás, señalaba tener entre otras cosas “un jarro de plata”52’.
Tras el robo, lo más habitual era que el ladrón intentara quebrar el objeto
no sólo para facilitar su venta por pedazos sino también para evitar su pleno
reconocimiento. Asi, en 1771 el mestizo Asencio Gómez fue encontrado por
varios sujetos a orillas del rio Molino, en las afueras de la capital diocesana,
rompiendo un candelabro de plata que había hurtado de casa de un particular.
Otro tanto hizo con un platillo de plata de 12 onzas y media, robado de la
casa de José Rincón, el peluquero quiteño Feliciano Alfaro330. En 1809 las
autoridades civiles, por su parte, acusaban al mulato José María Rivera de
vender plata robada331.
156
Anxnih. Caicedo Osorio
Más descarada, por el carácter sagrado tanto del objeto como del lugar
extraído, era la Fechoría cometida a finales del siglo XVIII por el pardo
patiano Marcos Matases, quien entre otros muchos cargos penales por los
cuales se le perseguía estaba el de haberse robado una custodia en la iglesia de
Barbacoas, que después quiso vender completa en la ciudad de Pasto’52. Estos
dos Lugares, recordemos, eran parte oficial de la diócesis de Popayán pero en
la práctica estuvieron bajo el gobierno del obispo de Quito Otro sacrilegio fue
el perpetrado por Carlos Duran quien por el año de 1790 robó del convento
de La Merced, en Cali, un cristo de plata. La sanción fue ejemplarizante (200
azotes y 2 años de destierro en la vigía del Atrato) aunque fútil porque Duran
huyó”3. Igualmente por 1755 se reportaba en el Patía la sustracción indebida
de unos bienes y una escritura de la casa del cura Simón Galeano Molano”4.
Como "juez de desagravios” ante hechos tan vergonzosos actuó Juan Antonio
Calvo. Dicho desagravio se realizaba, entre otras cosas, por no contar con
pistas claras sobre los delincuentes. Por último, señalemos que los esclavos
que estaban al servicio de religiosos aprovechaban su acceso a los bienes de
un convento para sustraerlos y venderlos indebidamente, tal como sucedió en
1808 con José Albán, esclavo del fraile agustino Pedro Albán535.
Luego de la extracción ilícita, se buscaba a un artesano interesado en
la compra. Generalmente se acudía a un platero quien, cuando hacia la
transacción, se preocupaba poco por hacer preguntas sobre el origen del trozo
de metal que estaba adquiriendo. Esto significaba que el pedazo de plata podia
proceder de un objeto sagrado o no, de una casa corriente o de la casa de
Dios. Semejante indefinición sirvió, como es lógico, de argumento defensivo
a aquellos hombres (v. gr. plateros) que fueron acusados de complicidad de
robo a la hora de comprar.
En la capital de la diócesis en 1782 se mencionaban ocho maestros de
platería. Uno de ellos, José Joaquín Álvarez, se hallaba prófugo336. Una
posibilidad de estar en tal situación jurídica podría ser el hecho de ser acusado
de comprar objetos de platería robados entre los cuales, por otro lado, podría
encontrarse alguno cuya procedencia fuera sagrada. Otro maestro de platería,
Pedro del Campo Trujillo (alias Solimán), al igual que el oficial de platería
Miguel Vásquez (alias Papero), estuvieron implicados en la compra del platillo* 333
157
Construyendo i.a Hegemonía Religiosa
de plata robado que rompió el quiteño All'aro. A los dos se les apercibió que en
caso de reincidencia serían privados de su oficio y desterrados'37.
Aunque fuera de las iglesias las imágenes podían confundirse también con
las que eran propiedad de los vecinos, su comercio ilícito, si existió, fue tan
escaso que no se registró en los procesos criminales ni en las excomuniones
conocidas. La posesión de imágenes de distintas calidades fue bastante
corriente en la Colonia. Los negociantes ilegales, más que en las figuras
dibujadas, estarían interesados seguramente en los marcos si eran de plata o
tenían incrustaciones de oro. El profuso comercio de imágenes pareciera ser
ante lodo un terreno de lo legal que cruzaba todos los estamentos sociales en
la diócesis payanesa. En la sede episcopal justamente la negra libre Juana
Bonilla por el año de 1775 dejaba en su testamento, entre otros bienes, tres
cuadros grandes de Nuestra Señora del Rosario. Nuestra Señora de los Dolores
y Nuestra Señora de Santa Ana, además de otros cinco cuadros pequeños3’8.
Por su parte Domingo Bedoya, tres años después, decía también que entre sus
propiedades se podían encontrar “una efigie de bulto de Nuestra Señora de
Gracia en su cajón y con corona de plata” y “un retablo de Nuestra Señora de
Chiquinquirá”339. La india María Loxa, a su vez. listaba entre sus haberes "un
cajoncito con una imagen de Nuestra Señora del Rosario de retablo” y “un
retablito de Nuestra Señora de Chiquinquirá”340.
Si las imágenes religiosas no contaban con un mercado subterráneo por
nosotros hoy conocido, muchas menos posibilidades teman las compraventas
de vestuarios del cura. Dado que esas prendas eran de uso exclusivo de los
ministros de lo sagrado, atreverse a adquirir de manera clandestina una de
ellas, amen de la conciencia de estar cruzando los linderos de un tabú, no tenía
mayor sentido para el comprador. Ni se podían lucir ni daban mucho lugar a
su transformación. Como las telas eran especiales, una prenda reelaborada a
partir de los vestidos originales fácilmente insinuaba que el material procedía
de algo que estaba prohibido usar a los seglares.
Robar o hurtar objetos sagrados de lugares sagrados, objetos sagrados de lugares
no sagrados y objetos no sagrados de lugares sagrados eran conductas catalogadas,
en fin, de sacrilegios que, por tanto, merecían la severa condena de la excomunión.
158
Amah d a. C ajc e tx> Oscri o
De igual forma, y bajo el m ismo rótulo, se condenaba a aquel que fuera capaz de
“meter manos airadas” en hombre o mujer del estado eclesiástico541*544
.
Con toda segundad el guarda de la renta de Ara bato. José Antonio Sosa,
tuvo que estar dispuesto a cnlrcntar la posible amenaza de excomunión por
haber golpeado en. Pop ayunen L8O7 a Manuel Maña Rodríguez, clérigo de la
primera tonsura quien a la sazón se hallaba vestido de paisano. El hecho de
que el hombre del estado eclesiástico no anduviera con sus ropas distintivas
pudo aducirse como defensa para poder esquivar el ser excomulgado, aunque
no sirviese para evitar la pena civil'c.
Al respecto, hacia mediados del siglo XVII se presentó un sonoro caso
de una autoridad civil que se portó muy duro con los hombres del estado
eclesiástico payanes y queporello fue excomulgado. Se trataba del gobernador
Luis Valenzuela Fajardo de quien se quejó el tesorero del capitulo catedralicio
ante la Audiencia de Santafé. Landaeche contaba que dicho funcionario había
llegado a Popayán procedente de Pasto luego de apalear a unos sacerdotes y,
por tanto, haber sido excomulgado por el provisor de Quito. Con una segunda
excomunión, continuaba, se le penó en la capital de la diócesis de Popayán
porque encarceló de muy mala manera a un sacerdote que a su paso no se quitó
el sombrero34’.
Contrario a una autoridad militar o civil, para el común de los feligreses era
mucho más fácil incurrir en sacrilegio a causa de “meter manos airadas" en un
cura. La hostilidad que no pocos de éstos mostraron hacia sus parroquianos
aunada a la situación de inferioridad de estos últimos, daba pie para que
fácilmente un hombre o una mujer reaccionaran de forma violenta o en
actitud de absoluto desacato344. Algo que facilitaba tales reacciones en toda
Hispanoamérica, según William Taylor. era la nítida distinción que se hacía
entre la religión católica y los sacerdotes, lo que podía llevar a que los feligreses
desafiaran a los curas en asuntos mundanos sin que se les acusara de atacar a
la institución345. Para cierta literatura historiográfica, que se basa más en casos
extremos de expresión del rechazo evidenciado por las comunidades, lo único
159
Construyendo la Hegemonía Religiosa
y hacer que cumplan con lo que deben cumplir”. Una vez se les expuso que
"solo se cobraría por medios amables”, los fieles se calmaron341'.
Otras comunidades indígenas que moderaron la actuación de su cura
fueron las de los indios de San Lorenzo y Cañamomo. al norte del valle del
Cauca. Su cura, que igual lo era de Quiebralomo, José Joaquín Fernández,
cobraba por los entierros, los bautismos, las fiestas, las misas de aguinaldos
y las conmemoraciones de difuntos mucho más de lo estipulado por la ley.
También se cobraban limosnas de aguinaldos, conmemoraciones de fechas
y otros asuntos que se habian vuelto una onerosa carga para los naturales al
finalizar el siglo XVIII. Pidieron les fueran retirados algunos de estos excesos
y. no sin ciertas resistencias, al fin lo lograron con la anuencia del cura349.
En 1739, en el pueblo de Lloró, en el Chocó, como una forma de detener
el “mucho rigor” y las “temeridades” de su cura doctrinero. Fray Francisco
Gutiérrez, los indios tributarios comenzaron a huir. El protector de naturales, a
instancias del indio capitán Benito Chomam, expresaba que “todos los indios
generalmente se hallan sumamente hostigados y molestos del reverendo padre
(...) por los malos tratamientos que continuamente les hace del castigo riguroso
como se experimentó con don Bernardo Chagamana". Era público que el cura
doctrinero, a punta de latigazos, había matado a Bernardo en la propia puerta
de la iglesia. Como una investigación presionada por los indios comenzó
a gestarse, el Vicario del Chocó, Fray Juan Domingo Calderón, intentó
detenerla interceptando un comunicado escrito que le llegó al corregidor.
Calderón amenazó a dicha autoridad de sancionarlo con la excomunión en
caso de no “manifestarle la carta”. El Gobernador del Chocó, molesto por el
actuar de Calderón, señaló severamente la inconveniencia de que los jueces
eclesiásticos “con pretextos frivolos” compelieran a las autoridades civiles a
mostrar comunicados oficiales bajo amenaza de “la pena de excomunión”350.
Casi dos décadas atrás, los indios de Supía cansados de las humillaciones
de su cura. Femando de Vega Cobián, se quejaron ante el obispo y solicitaron
su remoción. Al no sentir acogidas sus peticiones, amenazaron entonces con
abandonar el pueblo y quemar sus casas, pero el prelado ripostó encarcelando
a los cabecillas indios e imponiendo silencio sobre el tema. El cura, a su vez.
se vio forzado a cambiar de conducta351.****
162
An a moa Caicedo Ostr: <•
Pero las únicas comunidades que protestaron contra los excesos de los
curas no Fueron las indígenas. También las de las ciudades, ayudadas por los
cabildos seculares, se manifestaron. La voz de los vecinos, luego de quejarse
mucho, fue escuchada por los miembros de la principal corporación estatal
Local que aprovechó para desestabilizar a su competidor natural.
En Cali, en 1724 el cabildo secular pidió el traslado del cura párroco Pedro
Francisco de Iturralde por su carácter hosco que le había granjeado la mala
voluntad de toda la feligresía caleña. Luego de una candente disputa. Iturralde
fue enviado lejos de la ciudad: al curato de Santa Bárbara del Citará i Chocó) '52.
En 1734. en una visita adelantada por Francisco José de Figueredo por orden
del Cabildo Eclesiástico, las quejas en Buga contra los curas Francisco Javier
de la Cruz y Pedro Pablo de Escobar no se hicieron esperar. En lo que más
insistieron los fieles fue en la falta de ejemplo que daban dichos sacerdotes
con sus comportamientos agresivos que eran contrarios a la dignidad que
representaban333. En 1771 los alcaldes de otra importante ciudad del obispado.
Cartago, también se quejaban del cura Pedro de Aguilar. Lo acusaban de
atropellar a los feligreses, de cobrarles por sus servicios más de lo debido,
de no enseñar la doctrina, de no impartir los sacramentos y. lo más grave de
todo, de dividir a los vecinos entre sí. Decían los alcaldes que contrario a lo
esperado, el cura no amparaba su grey sino que muy a la inversa se portaba
como “lobo con sus ovejas”. Ponían de presente que, antes de su llegada, en
Cartago reinaban la unión y la paz. Después, lo que sobrevino fue la guerra
y la enemistad. Ahora, decían los alcaldes, lo que se ve es que “el hijo le
tira al padre, el plebeyo al noble y el súbdito y el vasallo al juez"354. El cura,
fuente de integración y cohesión, por lo visto fallaba en su ejercicio según los
alcaldes. En el fondo se le reclama su falta de tino para construir de manera
consensuada lo que aquí, siguiendo a Taylor, hemos llamado religión local. En
vez de acercar a los fieles, de conformar una unidad, estaba haciendo todo lo
contrario: dividiendo al pueblo cristiano.
Los casos anteriores nos revelan que para ser un mediador cultural en
la Colonia no bastaba con estar “en medio de". Se requería aún algo más
importante, que el sujeto fuera él mismo un personaje-limen, o sea, alguien con
la capacidad y la disposición para negociar. Esa era una habilidad que. como se
ve, no era nada natural en los curas. Sólo aquéllos conscientes de las fronteras
líquidas de sus parroquias y de lo fronterizo de las creencias y prácticas de sus
fieles fueron capaces de ser verdaderos mediadores socioculturales. Ser cura.
PACHECO, Juan Manuel. Historia Eclesiástica, Tomo 3 La Iglesia bajo el Regalismo..., p. 137.
AON, Archivo Arzobispal de Popayán, Legajo 6524, Fots. 271 y 32-331.
AGN. Archivo Arzobispal de Popayan. Legajo 2202, Fots. 1-5.
163
Construyendo la HloemonIa Relioiosa
164
Axi/mu Cajcedc Osob'o
entre curas y cabildo sccuLar marcaron la vida política local a lo largo de todo
el periodo hispánico. Es éste un tema ampliamente tratado por especialistas y
no es mi intención trabajarlo aquí.’-''
En plena vigencia de los ataques ilustrados borbónicos a las costumbres
religaosas de los sectores populares, las excomuniones se ligaron a algunas
prohibiciones episcopal es que sehabian reeditado recientemente en la diócesis
y que se estaban aplicando con severidad. Una de ellas, muy mal recibida por
los feligreses, fue la de no permitir bailes nocturnos bajo ningún pretexto En
Rionegro, en 1770, cuando estaba próxima a casarse, una pareja de novios fue
excomulgada por haber realizado la noche anterior una animada reunión que
iba contra el mandato dictado previamente por el obispo Jerónimo Antonio de
Obregón y Mena. En su auto, el prelado mandaba
Que no se toquen ni bailen sones, ni bailes indecentes (..) añadiendo por nuestra parte
en orden a los bailes que en llegando la oración, de ninguna suerte se baile, aunque sea
el baile muy honesto lo que asi cumplirán bajo la pena de excomunión
El argumento empleado por los novios para salir de la sanción que se les
impuso lúe el de que uno de los padrinos habia afirmado que él conocía un
mandato que anulaba la anterior disposición. Tras escuchar esto, el cura José
Pablo de Villa Castaño les otorgó el perdón y enseguida dispuso una lectura
pública, en la misa mayor, de dicha absolución’5*. Ante la importancia del
rito que se paralizaba, y en un medio social donde lo que abundaban eran las
relaciones ilicitas, se adivina un afán del cura por retirar la excomunión con
alguna facilidad. Sostener la sanción podia, con peligro del orden moral del
cual el cura era el primer responsable, conducir al no matrimonio, o sea, a la
organización de una relación amorosa de hecho. Una imprudencia cometida
por parte del mismo cura era, en algunos momentos, causa de un desorden
cuya posibilidad de ser prevenido estaba en sus manos.
Antes de entrar en vigencia la política ilustrada eclesiástica, no obstante,
también se presentaron excomuniones del mismo tipo. Manuel Isidro de
Castro, cura de Quilcacé, excomulgó en diciembre de 1757 a toda la familia
de apellido Dorado y a todos los naturales de Gualoto por el desacato de sus
mandatos. Castro había prohibido tiempo atrás la celebración de la fiesta de
Santa Bárbara por las borracheras y peleas que allí se provocaban. Preocupados,
los afectados dirigieron una petición al obispo Diego del Corro para que
revocara la sanción del cura quien, entre otras cosas, fijó sus nombres en la
puerta de la capilla de la hacienda “Palo de leche". Alegaban que nunca tuvo
Para el caso de la capital diocesana, Cfr. DÍAZ, Zamira, La ciudad colonial.. . pp 89-116.
AGN, Archivo Arzobispal de Popayán, Legajo 635, Fots 11-081
165
Construyendo la Hegemonía Religiosa
166
Amanda Caicedo Osorio
traspasadas por las prácticas de los hombres y las mujeres que se enlazaban
con el catolicismo pero que entraban en un juego donde el carácter de las
relaciones que sostenían con él no quedaba definido del todo.
Por último, digamos que la excomunión fue un instrumento útil no sólo
para controlar a los parroquianos sino que también sirvió para meter eü cintura
a los curas y a otros miembros del estado eclesiástico. Sus abusos con los
fieles y el descuido con sus tareas eclesiásticas tuvieron en la excomunión una
especie de muro de contención que operó con relativa efectividad.
AI cura de Quibdó, Francisco Antonio Boniche, quien hacia poco había
asumido el honroso cargo de Provisor y Vicario general de la diócesis, se le
notificó a mediados de los años cincuenta, bajo amenaza de excomunión, la
necesidad de retomar a su parroquia que la había dejado a la deriva o que para
poder atenderla renunciara a su nuevo puesto361. Sobre la cabeza del Prior
del convento de Santo Domingo de Cali pendía, por las primeras décadas del
siglo XVIII. la posibilidad de una excomunión ya que habia admitido en su
institución a un hombre excomulgado’62.
Por los mismos años, más exactamente en 1728, llegaban quejas a Santafé,
sede del arzobispado, de cómo en Quibdó el cura Varona estaba celebrando
misa aunque se hallaba impedido por encontrarse excomulgado'6’. Las quejas
elevadas ante la máxima autoridad eclesiástica del virreinato neogranadino lo
tenían sin cuidado porque, según el mismo Varona, “el señor metropolitano
es un triste monigote", manifestando quizá con un exceso de sinceridad que
en las parroquias los mandatos de las altas jerarquías clericales del virreinato
se cumplían a medias. No seria apropiado decir lo mismo de los mandatos
del prelado diocesano, aunque sabemos que los obispos también encontraban
dificultades para controlar a sus directos hijos espirituales que a veces se
mostraban díscolos e inconformes.
Por administrar sacramentos y ofrecer misas sin previa licencia diocesana,
un cura incurría en una conducta grave. La pena más severa consistía en
la aplicación de la excomunión mayor. Al padre coadjutor de la Hacienda
Zabaletas de los jesuítas, en jurisdicción de Guacarí. lo amenazaron en 1764
con una sanción de éstas por realizar sin el permiso debido algunas tareas
propias del cura párroco como enterrar los muertos y celebrar misa. Al hacerlo,
golpeaba la débil economía parroquial. Defraudar las arcas de la Iglesia, que
era lo que en últimas estaba pasando, era tan delicado como hacer lo mismo
167
Construyendo la Hegemonía Religiosa
166
Amanda Caicedo Osorio
traspasadas por las prácticas de los hombres y las mujeres que se enlazaban
con el catolicismo pero que entraban en un juego donde el carácter de las
relaciones que sostenían con él no quedaba definido del todo.
Por último, digamos que la excomunión fue un instrumento útil no sólo
para controlar a los parroquianos sino que también sirvió para meter en cintura
a los curas y a otros miembros del estado eclesiástico. Sus abusos con los
fieles y el descuido con sus tareas eclesiásticas tuvieron en la excomunión una
especie de muro de contención que operó con relativa efectividad.
Al cura de Quibdó. Francisco Antonio Boniche. quien hacía poco había
asumido el honroso cargo de Provisor y Vicario general de la diócesis, se le
notificó a mediados de los años cincuenta, bajo amenaza de excomunión, la
necesidad de retomar a su parroquia que la habia dejado a la deriva o que para
poder atenderla renunciara a su nuevo puesto361. Sobre la cabeza del Prior
del convento de Santo Domingo de Cali pendía, por las primeras décadas del
siglo XVIll, la posibilidad de una excomunión ya que habia admitido en su
institución a un hombre excomulgado'62.
Por los mismos años, más exactamente en 1728. llegaban quejas a Santafé,
sede del arzobispado, de cómo en Quibdó el cura Varona estaba celebrando
misa aunque se hallaba impedido por encontrarse excomulgado
*
' ’3. Las quejas
elevadas ante la máxima autoridad eclesiástica del virreinato neogranadino lo
tenían sin cuidado porque, según el mismo Varona, “el señor metropolitano
es un triste monigote", manifestando quizá con un exceso de sinceridad que
en las parroquias los mandatos de las altas jerarquías clericales del virreinato
se cumplían a medias. No seria apropiado decir lo mismo de los mandatos
del prelado diocesano, aunque sabemos que los obispos también encontraban
dificultades para controlar a sus directos hijos espirituales que a veces se
mostraban díscolos e inconformes.
Por administrar sacramentos y ofrecer misas sin previa licencia diocesana,
un cura incurría en una conducta grave. La pena más severa consistía en
la aplicación de la excomunión mayor. Al padre coadjutor de la Hacienda
Zabaletas de los jesuítas, en jurisdicción de Guacari, lo amenazaron en 1764
con una sanción de éstas por realizar sin el permiso debido algunas tareas
propias del cura párroco como enterrar los muertos y celebrar misa. Al hacerlo,
golpeaba la débil economía parroquial. Defraudar las arcas de la Iglesia, que
era lo que en últimas estaba pasando, era tan delicado como hacer lo mismo
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CoNSTRI.-YENtX' LA HeGEMCMA ReLACSA
21.3. Conteniendo los pecados públicos para “plantar virtudes y arrancar vicios ”
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Amanta Caicedo Osorio
169
CoNSTWAEMX) l.< HíUEMOM 1 Rlt.tGr.iS*
170
Xm>fda Caicedo Cimiuü
171
CONSTRLYEHIXi LA HbGEMONlA RELIGIOSA
Enotroámbitopolítico-administrativodentrodelamismadiócesis.el capitán
Don Francisco Arboleda, Alcalde Ordinario de Popayán en 1762. realizando
una ronda nocturna aprehendió por sorpresa en una tienda a Antonio Monlilla,
hombre casado, y a Martina Velasco. mujer viuda. Eran conocidos por haberse
“mantenido mucho tiempo en ilícita amistad”. El alcalde castigó a la viuda con
la pena del destierro por dos años en Almaguer, pero ella le solicitaba enviarla
mejor a Cali donde residía una hermana que la podría apoyar económicamente
haciéndosele “más soportable la pena porque -advertía- de seguir el destierro
de Almaguer quedaré expuesta a usos torpes e indecente modo de vivir”371.
Finalizando la misma década, otro alcalde, Andrés José Pérez de Arroyo,
dictó sentencia de destierro contra la pareja de esposos compuesta por Teresa
Rengifo. alias La Parca, y Antonio Sánchez. La causa de dicha sanción para
un matrimonio católico devenía de que la mujer, con el consentimiento de su
legítimo esposo, estaba en público concubinato con Femando de Tovar Anaya.
alias Leoncito. Según el alcalde, la pasividad del marido estaba relacionada
con el hecho de que él y su mujer eran mantenidos por el amante’72.
Según este panorama, los curas en general poco hacian por castigar a los
burladores del sacramento del matrimonio. Las persecuciones y sanciones en
la práctica eran competencia básica, aunque no exclusiva, de las autoridades
civiles. De cuando en cuando a las penas judiciales ordinarias se le agregaba la
excomunión373 y no faltaban, en esos casos, los reclamos airados del abogado
defensor y del condenado por considerarlo un exceso.
¿Cuál era, entonces, el papel de los curas ante las transgresiones a uno de los
sacramentos por los cuáles ellos, a nivel parroquial, debían velar? Se orientaba,
sin duda, al ámbito persuasivo. Con sus palabras y consejos tenían que horadar
la conciencia moral de los fieles. Instalar en ellos un fuerte sentimiento de
culpa y de temor a Dios era, ajuicio del Estado y la Iglesia en la segunda mitad
del siglo XVIII, la mejor manera de combatir los pecados públicos que. por su
cantidad y persistencia, parecían incontenibles si se hacía un uso exclusivo de
la fuerza. Como hemos mencionado, una vez se cumplían las penas originales
de destierro, los amantes volvían a encontrarse para continuar sus andanzas.
La justicia civil se veía en realidad desbordada por los sentimientos de amor
y por las pasiones incontrolables de hombres y mujeres, de distintas calidades
170
A.vtAbDz Caicldo Osow
171
Construyendo la Hegemonía Religiosa
prometido a la mulata. Para ello, el cura hizo, como era costumbre, correr las
amonestaciones. El sentimiento de culpa parecía conducir a un giro formidable
en el comportamiento del soldado. Por fin su manceba e hijos iban a contar
con un hogar temeroso de Dios y bendecido por la máxima figura religiosa de
la parroquia. Aparte de Gertrudis, otra de las personas felices con la enmienda
de Casañas era el cura. Sin necesidad de recurrir al destierro ni mucho menos
a la excomunión, el reino de Cristo se instalaría en este hogar bugueño.
Sin embargo, cuando ya todo estaba dispuesto para que el rito del matrimonio
permitiera el paso de una relación inmoral a una moral, para que el caos
sexual se convirtiera en orden afectivo37*, un nuevo arrepentimiento surgió en
el corazón del soldado. Casañas le manifestaba al cura que contraer nupcias
con la mulata seria “lo mismo que aplicarse un cuchillo a su garganta". Su
retractación se debía, según él. a que Gertrudis lo habia engañado ocho años
atrás con Joseph Cifuentes. Se hacía patente, ahora, que la primera muestra
de arrepentimiento era solo extema puesto que Casañas sabía con suficiente
anticipación aquello que repudiaba justo en el momento en que se adelantaban
los preparativos del matrimonio. El cura le escribía al gobernador que, ante el
nuevo bandazo dado por el miliciano, él no podía violentarle “el fuero de la
conciencia", máxime cuando desde el Concilio de Trente se hizo tanto hincapié
en el carácter voluntario del vínculo conyugal. Además, porque la reforma
eclesiástica por reales cédulas de 1777 y 1787 sólo permitía que los curas
procedieran a través de medidas espirituales379. Al final, dada la inviabilidad
del matrimonio, sobrevino la ruptura del concubinato.
Del caso nos queda claro que los pecados públicos cuando llegaban a oídos
de las autoridades debían resolverse. Su consistencia le parecía a jueces civiles
y a curas bastante viscosa porque, por un lado, la relación no estaba bendecida
por la Iglesia y, por otro, tenia elementos similares a los de un vínculo católico
(v. gr. heterosexualidad, reclamo de fidelidad, expresiones públicas de afecto.
El interés eclesiástico de sustituir el caos sexual por el orden afectivo es más entcndible si pensamos,
con Bauman. que toda “praxis humana" consiste esencialmente en convertir el caos en orden o en
sustituir un orden por otro. Orden, para el mismo autor, habria que tomarlo como sinónimo de
“inteligible y significativo”. BAUMAN. Zygmunt, Op. Cit.. p. 62. El rito del matrimonio, como acto
de “inteligibilidad", haría que lo natural se volviera cultural, que el apetito sexual se transformara en
afecto y, en últimas, que el caos se sustituyera por el orden
En el marco de la mencionada Reforma Eclesiástica de Carlos III, se mandaba por Cédula Real
de noviembre de 1777 que “en caso de concubinato la iglesia solo podia tratar de enmendar a los
pecadores mediante medidas espirituales, y que en caso de no obtener resultado, debería invocar
la justicia estatal". Una década después (diciembre de 1787) en otra Cédula Real se declaraba que
“el Rey ( ..) decide que el clero indiano, en caso de pronunciarse sobre pecados públicos, debe
limitarse a castigos espirituales y no puede exigir multas Cfr. FLORIS MARGADANT.
Guillermo. Art. Cit., pp.56 y 60, respectivamente
172
Amanda Caicedo Osoiuo
173
CONSTRl>VFNt» LA IIeüENONU Rfl.lGtWK
sabían eran ofensivos al Dios cristiano y que. en muchos casos, desde siempre
se habia conocido?
La enorme dificultad del cura para hacer desaparecer de su parroquia esa
mancha grisácea del pecado público estaba, sobre todo, relacionada con los
sentimientos de los sujetos perseguidos. Muchos hombres y muchas mujeres
se repetían a sí mismos lo inapropiado de sus afectos Tenían conciencia de
estar faltando al orden moral pero no podían manejar sus deseos Pensar en
estas relaciones ilegales de voluntad mutua es pensar, de uno u otro modo, en
un territorio donde la racionalidad católica cede su lugar al '“amor romántico”
que desconoce los muros que separan lo moral de lo inmoral, lo cristiano de ¡o
no cristiano, lo debido de lo indebido.
¿Qué podía hacer, en la práctica, un cura ante manifestaciones amorosas
tan hondas como las observables en las cartas enviadas por las ya referidas
Josefa Marín y Manuela Vaca a sus respectivos amantes’’ Marín, mujer soltera
de oficio costurera, vivía con un hombre casado cuando se le condenó a cinco
años de destierro. La relación continuaba pese a la distancia. En varias misivas
le expresaba su amor. Al comenzar una de ellas le decía "con la salud que le
deseamos todos los de esta su casa lo saludamos de corazón”; al finalizarla,
las palabras cariñosas no dejaban de expresarse: “seré su esclava ínter el
Señor me lo mantenga con felicidad de esta su casa de Piendamó. Su criada
que lo estima, Josefa Marín”. En otra carta su pasión era más desbordada. Le
expresaba: “no tengo otro pensamiento ni otro anhelo sino ir pues me veo
desterrada de mi dueño y sin gusto”: a lo que le sumaba un “yo no tengo amigo
ninguno ni pienso en tal cosa”, cerrando con noticias melancólicas del fruto
del amor que se habían prodigado: “la niña está alentada... pensando en su
taitica y llamándolo mucho pues todo el día lo tiene en la boca"”1.
Más nostálgicos y dolorosos eran los mensajes que le escribía, con su
propio puño y letra. Manuela Vaca -alias La Platanito- a su concubino, el
hombre casado Manuel de Aranda:
Mi muy amado y estimado dueño de mi mejor aprecio, me alegraré que al recibo de esta
te halle alentado con la salud que mi fino amor te desea... Yo estoy alentada para servirte
solo con la pena de verte y de verme tan sola y que no tengo a quién volver mis ojos aun
cuando recuerdo de noche tocando al rincón, pensando que estás echado conmigo y me
hallo sola y vos no te acordarás de mi porque estás echado con otra y solo yo me estoy
acordándome, pero dice el refrán querer a quien no te quiere así me sucede a mi flanco
de mi vida.. Dios guarde tu vida por muchos años. Quien te quiere y te estima, tu negrita
que verte desea. Manuela Úrsula Vaca de Ortega y otras hierbas3’-.
174
AU.CMDX CSUCEDI) OSOKIO
Ni las palabras que aconsejan ni las que amenazan podían arrancar de los
amantes transgresores sus deseos El cura en este terreno caminaba sobre
arenas movedizas, sobre suelo pantanoso. Ni tierra sólida ni agua nítida.
El amor romántico y pasionaL se Le podía figurar como un venenoso dardo
que, enviado desde los espacios externo-caóticos, pretendía herir la sólida
arquitectura del matrimonio bendecido por éL. El cura no tenía en estas
materias la úfiima palabra pero tampoco es que su verbo no sirviera de nada.
Así que por otros caminos -los de los padres, familiares, amigos, etc- el
cura buscaba la persuasión. Muchas veces, incluso, se negociaba: abandono
definitivo de la pareja y reacomodamiento en el hogar santificado a cambio
del silencio y la no penalización. Es en este marco de acción que podemos
retomar la consideración de que la lucha hegemónica está anclada en la vida
diaria de la gente, y que se relaciona íntimamente con su vida cotidiana y su
sentido común El cura, como agente hcgcmónico, podía inmiscuirse hasta
en los sentimientos de las personas y buscar modificarlos si se consideraba
conveniente para la comunidad cristiana local.
La insistente tarea del cura en pro de forjar, entre las personas cuya
ascendencia directa no era hispánica, el consentimiento con un hegentónico
modelo moral de vida tuvo, pese a todo, logros interesantes en aquellas zonas
resistentes a la transformación mental. De acuerdo con María Teresa Pérez,
por ejemplo, la difícil y tardía “sujeción ideológica’’ de los indios paeces fue
posible gracias a “la labor de los curas doctrineros en la política del bautismo,
el matrimonio y la formación de la familia cristiana”. Eran esas políticas “los
cimientos para la conformación, en los territorios coloniales, de la república
cristiana basada en el bien común, la armonía y la concordia”. Al estar teñidas
de una lógica organicista y jerárquica, legitimaban una estructura social en la
que los valores hispánicos predominaban383.
No era conveniente en todo caso que los curas disminuyeran sus cuidados
entre la población que daba muestras de vivir asimilada a los parámetros de
la religión hegemónica. Al reino que defendían, por cualquier abertura podría
llegarle un viento perturbador. Su defensa los llevaba a mantenerse en guardia
permanente. Un instrumento valioso de salvaguarda fue el de la conformación
más o menos rigurosa de lo que hoy llamamos “archivos parroquiales”.
Se trata de unos libros en los que quedaron registradas diferentes acciones
católicas relevantes de sus ovejas, lo que iba conformando un concreto
historial cristiano de los sujetos. Su uso para la historia social se ha revelado
importante en tanto que, operando sobre ellos de una manera intensiva y
exhaustiva, permite adentrarse profundamente en las dinámicas individuales
175
Construyendo la Hegemonía Religiosa
176
Akamia Caicedo Osorio
Sobre diversos casos en los que los padres de la provincia de Antioquia y de la capital de la diócesis
de Popayán, a través de juicios de disenso, se opusieron a los intentos de casarse de sus hijos
cuando veian que la contraparte era "desigual", Cfr. RODRÍGUEZ, Pablo, "Elección matrimonial
y conflicto interétnico en Antioquia". en: Seducción, amancebamiento y abandono..., pp. 95-124
y CAICEDO, Amanda. "Pretendiendo casamiento y carente del atuendo. La selección de pareja y
la oposición patenta. Gobernación de Popayán a láñales de la Colonia". Memoria No. 12. Bogotá.
Archivo General de la Nación. 2004. pp. .18-49 Sobre posibilidades y dificultades de elección de
consorte para otros lugares de Hispanoamérica, Cfr. CASTAÑEDA. Carmen. "La formación de
la pareja y el matrimonio”, en: GONZALBO A1ZPURU. Pilar (Coord.), Familias novoliispanax.
Siglos XVI al XIX. México, El Colegio de México, 1991, pp. 73-90; STOLCKE. Verena, Racismo
y sexualidad en la Cuba colonial. Madrid, Alianza Editorial, 1992. pp. 88-98; SOCOLO W. Susan,
"Cónyuges aceptables: la elección de consorte en la Argentina colonial, 1778-1810”. en: LAVRIN,
Asunción (Coord.). Op. Cit., pp 229-270.
177
Construyendo la Hegemonía Religiosa
Desde la segunda mitad del siglo XVI hasta las primeras décadas del XVIII,
luego de asumir en la Conquista la intransigencia con los dioses indígenas387,
la Iglesia toleró con más facilidad -respecto de las figuras de santos, vírgenes,
cristos, cruces, reliquias, etc.- todas aquellas formas de sensibilidad barroca188
que en últimas contribuyeran a aumentar la devoción.
William Taylor afirma que los curas, desde el inicio del poblamiento
hispánico, introdujeron objetos rituales de devoción y que contribuyeron a
su fomento en América después de que el Concilio de Trento prescribiera la
reforma de las prácticas católicas. Agrega, además, que la principal tendencia
del catolicismo barroco (ubicable entre los decretos tridenhnos y un poco
más allá de mediados del siglo XVIII) fue el despliegue externo en tanto que
subrayó más el pathos que el elhos de la religión389.
La “galaxia barroca”, sin embargo, se abandonó “formalmente” con la
llegada de los borbones y con el cambio de rumbo en la institución clerical.
Esto último se debió a la presión estatal que llegó a desbordar los ámbitos
político y económico e impuso un modelo reorganizativo de alcance
intercontinental. El rechazo de lo barroco desde arriba, es decir, por una parte
de la jerarquía eclesiástica, se hizo bajo términos despectivos. A los creyentes
que continuaban aproximándose a las imágenes de la misma manera a como
se hacía en tiempos pasados se les tildó, por contrarios a la razón ilustrada,
de “ignorantes” y “supersticiosos”. A su culto, se le calificó de “superficial”,
“extemo” y “rústico”39”.
En el siglo XVI el arzobispo Fray Luis Zapata de Cárdenas mandó eliminar, para todo el territorio
bajo su jurisdicción (lo que incluía la diócesis de Popayán). los "bailes y tiestas gentílicas"; a los
santuarios indígenas, los mundo "destruir y asolar del lodo sin que haya memoria de ellos" pero, en
cambio, el oro encontrado allí debía distribuirse en utilidad de la Iglesia; a los "jeques y mohanes
y hechiceros" proponía castigarlos “con todo rigor"; a los sacrificios humanos, por dañosos,
suprimirlos; a las “idolatrías y agüeros", extirparlos; y a “los materiales de los sacrificios y perfumes
para sus ritos y ceremonias", quemarlos públicamente Ctr. Op. CiL, pp. 34-41.
Constanza Toquica menciona cómo la Iglesia, básicamente del siglo XVII, puso en marcha
una política colonial basada en "la exposición masiva de imágenes religiosas para imponer un
común denominador en una sociedad pluriétnica" La muerte y la visión pesimista conviven y se
complementan con lo teatral, lo laberíntico, lo apnriencial. lo alegórico y la preocupación por las
formas. Ctr. su articulo “El barroco ncogranadino: de las redes de poder a la colonización del alma",
en: BlüECAl.N, Ana María Idir.), Historia del Cristianismo en Colombia Comentes y diversidad,
Bogotá. l auras. 2004. pp. 116-123.
TAYLOR, Williain, Ministras de ¡o Sagrado, p. 75.
GRUZINSKI. Serge. La guerra de las imágenes. De Cristóbal Colón a "Blade Runner" (1492-
2019), México, F.C.E., 1995, pp. 199-204 Suya es la expresión “galaxia barroca", sugiriendo
multitud de formas y prácticas religiosas de los creyentes cristianos
178
Amanda Caicedo Osorio
1,1 Éstas y otras características de lo barroco en el arte y la vida del siglo XVII europeo, entre las
que cabe destacar la "primacía del devenir sobre el ser" y la percepción de la acción como algo
fragmentario que es “pane de un todo que imaginamos, pero que no vemos”, pueden consultarse
en TRIADO TUR, Juan-Ramón (coord. gral.). Historia del Arte, Bogotá. Editorial Norma. 1999.
pp 599-677 En la presentación de esta obra, acaso para darle cierto carácter de oficialidad, se
resalta que su elaboración y confección tuvo el auspicio de los más importantes museos de arte de
Occidente: Musco Británico de Londres. Museo del Prado de Madnd. Museo del Louvre de París.
Metropolitan Muscurn of Art de Nueva York y Musco Alexander Pushkin de Moscú, entre otros.
m Citados por OLANO. Antonino, Popayán en la Colonia, s.c.. s.e., 1910, pp. 82-83.
Sínodo Diocesano de Popayán de 1617, Capitulo 61, pp. 73-74.
179
CohVmt.VU'DO LA HEGEMONIA RüJCJJSA
** Cfr. CORTES PEÑA. Luis Antonio. La política religiosa de Carlos IIIy las Ordenes Mendicantes,
p 43.
’’’ AGN. Archivo Arzobispal de Popayán. Legajo 6429. Fots I -7.
AGN. Fondo Bernardo Caicedo-Misiones, Volumen único, Caja 23, f. I6v
180
Amanda Caicedo Osorio
espejo que estaba en la peana del crucifijo grande fuera removido. Al cura de
San Francisco de Tadó, José Ignacio Varela, le previno que en la parroquia
de indios no permitiera “ahora ni nunca dentro de la iglesia los adornos de
espejos, ni de otras cosas impropias”. En la misma jurisdicción de Tadó,
pero en una iglesia de la parroquia de españoles (iglesia de San José) se le
exhortó a su cura, José Mariano Fresneda, no aceptar “ahora ni en tiempo
alguno adornos de espejos ni otros que desdicen de la santidad del templo”3’7.
Las imágenes que los espejos proyectaban eran imágenes falsas, capaces de
llevar la fe hacia un lugar espiritual equivocado. Ni los indios ni los mismos
españoles, e igual habría que pensar para los mestizos y los negros, podían
escapar a lo ilusorio de los espejos. En fin, los espejos distraían la atención de
lo central y encaminaban hacia lo accesorio.398
Cuando los comportamientos de los feligreses creyentes católicos del siglo
XV1I1 tendían a irse más allá del “centro justo" estipulado por la razón ilustrada,
estaban éstos incurriendo en errores, entendidos no como una negación o
rechazo de preceptos, sino como una falla interpretativa en los mismos. Tener
devoción por las imágenes, rendirles culto, creer en sus poderes o agradecerles
por los favores recibidos no era problemático para la Iglesia. Lo que le podía
causar algún temor o escozor era que se viera en ellas un sustituto de la máxima
figura celestial. Los santos, cristos y vírgenes eran seres que conducían a Dios;
de una u otra manera eran sus elementos externos y visibles. La aproximación
a esas imágenes no podía ser, por tanto, el fin último para un creyente católico.
Un feligrés debía rogarle a una cualquiera de ellas para que intercediera por él
ante una instancia mayor. Desde lo superficial-extemo (imágenes) se pretendía
llegar a lo profundo-interno (Dios).
Como los curas de almas, las imágenes ayudaban a tramitar las peticiones.
Eran también, en las parroquias, intermediarias que conectaban el aquí de los
fieles con el allá del Ser Supremo. El problema que se podía presentar era que en
algunos momentos las imágenes de los santos y de las vírgenes, al tener el poder
de atraer demasiado la atención de la población, “podían arriesgar la autoridad
condicional del sacerdote”. Se convertían en una importante competencia suya
que debería aprender a tratar con cuidado. No debía, en ningún momento, poner
en duda ni su propia capacidad de intermediar ni tampoco la de las imágenes
pero no podía admitir un uso indiscriminado de ellas3”.
181
Construyendo i a Hfgemonia Religiosa
Pero ese aquí, en tiempos coloniales, fue variopinto y diverso tanto por las
distintas tradiciones culturales de los diferentes grupos humanos que componían
cada una de las parroquias de un obispado como por las complejas relaciones de
alli resultantes, más si se trataba de una diócesis tan extensa y pluriétnica como
lo era la de Popayán. El acercamiento de un indígena o de un descendiente de
africano a las imágenes sagradas católicas pasaba por una apropiación activa de
parte suya, que se traducía en resignificaciones y reelaboraciones40".
En la breve vida que tuvo un palenque conformado por un pequeño grupo
de negros esclavos en los términos jurisdiccionales de la ciudad de Cartago en
el año de 1785 se aprecia cómo los cimarrones cargaron con unas imágenes.
Junto con unas herramientas y unas armas, les pareció imprescindible
trastearse unas “efigies de santos”. En las distintas declaraciones dadas por los
apalencados luego de su captura mencionaron que las efigies eran: un santo
cristo de metal, una estampa de papel de Nuestra Señora de Santa Bárbara,
otra de Nuestra Señora de Guadalupe, una más de Nuestra Señora de Belén,
un cajoncito de Nuestra Señora de Santa Rita y una estampa de San Ramón.
Decían, además, que las llevaron para “rezar y encomendarse a Dios” v
“para que los defendiesen”. Uno de ellos contaba que para rezar el rosario se
organizaban haciendo cabeza, esto es, que unas noches el rezo lo dirigía “el
capitán Prudencio, otras Simón y otras Paula y los demás el coro”401.
¿Que tanto de africano tenia todo esto? Algunos autores no dudarían un
solo segundo en encontrar alli resonantes ecos. Y aunque no lo considero
descartable, a primera vista se nota mucho la marca europea evangelizado™.
Acaso un análisis más detenido sea capaz de mostrar un poco más de lo que la
impresión inicial deja en la retina del investigador.
Esa primera impresión, en todo caso, no deja de ser interesante ya que
permite apreciar que los cimarrones asumían la conformación de un palenque
como si fuera una fundación hispánica con sus instrumentos de trabajo, sus
182
Anajioa Caicedo Osofio
m Bauman subraya y enfatiza la inmensa devoción de la cual es objeto la Virgen María, "la madre
humana de Dios” Su condición humana le da, sin dudn, un tmtc especial que incrementa su aprecio
entre los cnstiunos, Cfr. BALTMAN. Zygmunt. Op. Cit.. pp. 270-272.
AHC, Notaría Segunda. Tomo de los años 1772-1773, ff. I -4v.
183
CONSTRUYENDO LA HEGEMONIA RELIGIOSA
184
Am-ssoz» Caicedo Osoaio
“* Ibídem
410 AGN. Archivo Arzobispal de Popayán. Legajo 2700. Fots. 5 y 6.
411 PACHECO, Juan Manuel. Historia Eclesiástica. Tomo 3. La Iglesia bajo el Regalismo..., p, 144
185
Construyendo la Hegemonía Religiosa
y mulatos. En el frontal del altar mayor observó dos corazones. Uno más. pero
pintado, había en el altar de San Jorge. Las dos primeras figuras las mandó
quitar y a la tercera la hizo borrar. Instó al cura a ejecutarlo “al instante y, si
este fuere negligente, lo practicará nuestro vicario superintendente”412.
Llama la atención que sabiendo por anticipado de la entrada de la comitiva
de la visita, los curas no retiraran ni el sombrero ni los corazones. Queda
la sensación de que no tomaban esas expresiones como algo negativo sino
todo lo contrario, como manifestaciones de devoción de los fieles en medio
de la pobreza que vivían y de la lejanía de sus parroquias. Cosa contraria
pensaría un visitador que, en tomo a las imágenes, se fijaba en varias cosas
a la vez: la calidad de la representación, el material con la cual se hacia y
la no introducción de imágenes distintas a las tradicionalmente tenidas por
religiosas. Si no cumplía con tales estándares, la descalificación llegaba de
manera natural.
Cuando los pedidos del obispo, del cabildo eclesiástico o de la curia
diocesana se podían interpretar como meros llamados de atención general,
el cura aprendía a convivir con expresiones populares de devoción que no
seguían al pie de la letra lo recomendado desde las cumbres catedralicias.
Es una falla historiográfica pretender ver al cura como una mera y simple
extensión del obispo a nivel local que conduciría a forjarse, de él. la equivoca
y reduccionista idea de un pequeño tirano parroquial dispuesto a eliminar a la
brava todo lo que contrariara los dictámenes de la institución que encamaba. Se
le estaría confundiendo con las jerarquías mismas (alto clero) y con tribunales
atemorizantes como el de la Inquisición.
Contrario a las lecturas altamente ideologizadas, más basadas en recortadas
evidencias empíricas y en prejuicios que nunca abandonan lo “pre”, mucho de
ello entendible también por la dificultad de acceso a los archivos diocesanos,
es aclarador apreciar que el papel del cura de almas fue, a la vez, mucho más
activo y comprensivo frente a lo que ha dado en I lamarse la reí igiosidadpopular.
En la parroquia, al lado de indígenas, descendientes de africanos, mestizos,
mulatos, blancos pobres y “nobles” de periféricos poblados, entre otros, el
cura de almas del siglo XVIII (que en incontables ocasiones no procedía de
los estratos sociales más elevados) tenía la posibilidad de entender mejor que
un obispo, un deán o un vicario general, los sentimientos piadosos de la grey
a su cargo y las formas en que eran exteriorizados por ella. La prolongada
duración de sus servicios en una parroquia, aunque diera pie para otras cosas
más personales, contribuía al convivencialismo con las comunidades bajo
186
Amanda Caicedo Osorio
Aunque desde el siglo XII la Iglesia católica se habia reservado el derecho exclusivo de canonizar
santos y santas y habia desplegado otro tipo de restricciones similares ofreciendo diversas razones,
todavía en el siglo XV "el pueblo mantenía su prerrogativa de creur santos”. Cfr. VAUC'HEZ,
.Andró. “El santo”, en: LE GOFF, Jacques (ed.), El hombre medieval, p. 345.
187
CONSTRUYENDO LA HEGEMONIA RELIGIOSA
4,4 Constituciones sinodales de Popayán de 1717. Libro primero, Titulo 2, Constitución I, pp. 103-
104; Libro 1, Titulo 2. Constitución 2. p. 104; Libro 1. Titulo 2, Constitución 4. p. 105; Libro 1.
Titulo 2. Constitución 5, p. 105; y Libro I, Titulo 2. Constitución 6, p. 106.
415 GRUZINSKI, Serge, La guerra de las imágenes.... p. 203.
188
Amanda Caicedo Osorio
El viajero Isaac Holton, a su paso por el valle del Cauca a mediados del
siglo XIX, registró con algo de picardía cómo algunos curas se involucraban
con sus feligreses en los bailes que éstos hacían en el marco de las fiestas
populares o en el de celebraciones particulares. Los veía, alegres, recogerse
la sotana y danzar bambuco con las más jóvenes y bellas mujeres del lugar.
Su presencia pretendía ser una garantía de que la diversión popular no tenía
por qué disgustar a nadie. Su voz determinaba el inicio de ciertos juegos
tradicionales como el del gallo, que luego comentaré. Destacaba, en fin. cómo
los curas, al igual que los parroquianos, bailaban y se divertían con soltura41’.
Presenciar un cuadro festivo asi era casi impensable más de medio siglo
antes y algunos piensan que durante prácticamente toda la Colonia. Desde
muy temprano se atacaron las festividades indígenas, considerándolas como
“borracheras y bailes y fiestas gentílicas”, cuya característica más evidente
eran “los graves daños” que se ocasionaban. Para regular los bailes indígenas,
se recomendaba al cura doctrinero estar presente y permitirlos sólo de día. La
noche quedaba proscrita*417.
Para las primeras décadas del siglo XVII, en el obispado de Popayán, las
presiones al respecto tendieron a aflojarse. Eran tiempos barrocos y lo clave
era tanto atraer la devoción popular como disminuir la inmoralidad, aunque
para ello se adoptaran algunas medidas que pudieran significar el correr ciertos
riesgos. Una de esas medidas consistió en el levantamiento de las censuras
eclesiásticas que prohibían la producción y venta de guarapo y chicha418.
Para la Iglesia del XVI, dado que el guarapo y la chicha se bebían en
bailes y juntas por parte de las temidas castas (indios, mulatos y negros) que
se reunían sin distinción alguna entre sí, esto es. revolviéndose racialmente
414 Cfr. CAICEDO, Amanda. “Curas rurales pavaneses en la naciente república", p. 10.
417 ZAPATA DE CÁRDENAS, Op. Cit.. p. 34.
411 Sínodo Diocesano de Popayán de 1617, Capitulo 65, pp. 75-76.
189
CONSTKUYhNtXj LA HEGEMONIA RELIGIOSA
Danza del Bambuco en la aldea del Bordo, lomado de América Pintoresca. Ancora Editores, 1987.
190
Amaisda Caicedo Osokio
191
Construyendo la Hegemonía Religiosa
192
Aaw*z Ca£=¡xi Osorio
PACHECO, Juan Manuel, Historia Eclesiástica. Tomo 3; La Iglesia bajo el Regalismo.... p. 144.
«' SANTA GERTRUDIS, Fray Juan. Op. Cit. p. 222.
193
Construyendo la HtatMONtA Religiosa
194
AUAMU C.A CT-DO OSOFUO
Quenosc loquen nt bsil en 50n.es. ni bailes indecentes., añadiendo por nuestra parte en
orden a los bailes, que en llegando laoración. de ninguna manera se baile, aunque sea
el baile muy honesto, loqueas! cumplirán bajo la misma, pena de excomunión4-’.
En una comunicación escrita.sostenida con el cura vicario de Rioncgro, José
Pablo de Villa Castaño, el obispo le comentaba que “en punto de bailes, no
tiene v. m. que hablarme > el que .se quemare que .sople pues yo no tengo otro
modo de cumpl ir con mi pastoral obligación”. Es decir, que quien tuviera que
sufrir los electos del auto episcopal no podría hacer otra cosa que soportarlos
porque la decisión estaba tontada y no se daría marcha atrás. Continuaba el
obispo diciéndole que era necesario acabar con “esas malditas diversiones"
que eran promovidas por el demonio, el que por su parte no tenia otro interés
que el de “despeñar las almas a los infiernos”. Por último lo instaba a que
desde el pulpito y en el confesionario diera a conocer “lo pcijudicial de estos
bailes y la gran ruina espiritual que ocasionan”414.
Por la reacción de varios pobladores de Rionegro sabemos que el cura trató
de hacer las cosas tal como se las mandaba el obispo Obrcgón y Mena. La
expresión “el que se quemare que sople" fue repetida por el fraile Clemente
de Valenzuela en el pulpito y por Villa Castaño en algunas casas del poblado.
Linos mercaderes forasteros que andaban por allí recogieron la frase en unos
estribillos con música que en la zona llamaban "bromas". Según el vicario,
estos siete hombres andaban por la noche repitiendo esos “cantos deshonestos"
en los que se burlaban de las medidas episcopales contra los bailes. Habian,
además, recogido unos muchachos para que repitieran sus “cantos satíricos y
vulnerativos”. Según declaraba otro miembro del estado eclesiástico
Es cieno que en dichos cantares han mezclado sátiras en contra de su señoría ilustrísima
y del señor vicario diciendo: quien se quemare, que sople; y que se cagaban en la
descomunión y (en) quien las impuso y en el pendejo del cura caratejo, y que ya se
había encontrado con la horma de su zapato y que los habian de echar a decir misa a
la parroquia de los infiernos42’.
Los versos le daban salida al parecer de las gentes. A través de unos
cantares que se aplaudían, se repetían y se celebraban, los feligreses de la
localidad dejaban que unos forasteros expresaran lo que ellos sólo se atrevían a
murmurar. El malestar con el cura era notorio. Tenían al frente de la parroquia
a alguien que se prestaba poco para mediar. Esa distancia acercaba al cura a su
padre espiritual pero lo alejaba de sus hijos espirituales. Era un “zapato" que
calzaba en una “horma" que no era la de los parroquianos. El abandono de los
195
CONSTITUYENDO LA HEGEMONIA Rfl KHOSA
intereses de sus fieles se cobraba con insultos y con rechazo. Un cura asi no
podía oficiar en la comunidad, su lugar estaba fuera de ella. En las palabras
groseras, duras, se dejaba sentir el malestar profundo. Entre más grande era la
decepción, de mayor calibre eran los insultos. Existía entre la una y los otros
una relación proporcionalmente directa.
Las autoridades civiles de Rionegro acudieron en ayuda de las peticiones de
los hombres de iglesia pero no podían, según ellas, hacer nada al respecto. Los
comerciantes, apelando a la costumbre “como retórica de legitimación”426 para
sus mordaces prácticas, alegaban que esas diversiones las tenia permitidas el
gobernador y que, además, “se han acostumbrado en este valle”427. En últimas,
que lo que hacían era legal (el gobernador lo tenia autorizado) y legítimo
(era una tradición popular que se había impuesto en Rionegro). Pese a estos
argumentos, fueron penados con la excomunión por el vicario no sin nuevos
alegatos por parte de los comerciantes. Sostenían ahora que la resolución del
obispo nunca fue publicada. Que nadie sabía de la pena de excomunión. Que
esa pena no podia dárseles porque no estaban incurriendo en pecado mortal ni
en contumacia. Y que ni ellos ni nadie le habían prestado atención a los posibles
castigos porque, aunque hacía tiempo corrian prohibiciones similares para las
comedias, nadie les prestaba atención, ni siquiera los mismos superiores42*.
En Cartago, aunque menos sarcástica, sus gentes también se sintieron a
disgusto con las medidas represivas del obispo. Se estaban rompiendo unas
tradiciones muy afianzadas entre los fieles y se ponía en peligro la estabilidad
alcanzada en la vida parroquial. El procurador que elevó una representación
por la comunidad decía que el despacho del prelado ocasionaba “muchos
perjuicios a la salud de las almas de los vecinos de aquella ciudad”. Interesante
paradoja: mientras el obispo intentaba evitar el “despeñamiento” de las
almas de los parroquianos al infiemo, los parroquianos se veían por ello
más perjudicados. El argumento del procurador encontraba la causa de esto
último en la circunstancia de que los bailes, en vez de disminuir, se habían
incrementado notoriamente. El desprecio por la censura cundía en toda la
ciudad. A unos, decía el procurador, les venia por su rusticidad y limitaciones
de entendimiento. A otros, en cambio, porque no veían la prohibición como
algo obligatorio; esto, “prevalidos de opiniones” de antigua existencia. Los
feligreses, respecto de los bailes, las músicas y las borracheras, no veían en
los mandatos del obispo Obregón y Mena el anuncio de nuevos tiempos. Al fin
y al cabo, tiempo atrás, prohibiciones del mismo estilo se habían presentado,
nadie las había acatado y no había pasado nada. Basados en esta experiencia,
no veían los feligreses por qué ahora iba a ser todo distinto429.
A la oposición que en Rionegro y Cartago se hizo contra el auto episcopal,
se le sumó el rechazo de las autoridades civiles de Antioquia que pedían al
Rey examinara si el prelado tenía jurisdicción para prohibir los bailes y las
diversiones públicas430. La consulta elevada a tan altas instancias se alimentaba,
en el fondo, de las disputas renovadas que corrían en el siglo XVITI entre las
dos majestades. El fiscal de Antioquia, valiéndose de las opiniones de uno de
los principales arquitectos del estado español ilustrado. Don Pedro Rodríguez
Campomanes. subrayaba que “los bailes, comedias y diversiones públicas
ni alguno de los delitos extemos” son del fuero eclesiástico, por lo que no
puede “poner celadores de ello el obispo, sin caer en la nota de usurpar la
jurisdicción real y turbar la República metiendo la hoz en mies ajena”431. La
tensión entre Estado e Iglesia crecía. A nivel local, ésta se manifestaba en las
acciones que los curas realizaban bajo presión de su superior pero enfrentando
a las autoridades del cabildo que recogían las quejas del vecindario y, mediante
representaciones de alto sesgo "civilista”, las elevaban ante instancias mayores
para refrenar los impulsos moralizantes de los hombres de iglesia.
En una mirada de larga duración, la confrontación entre los curas y las
autoridades locales se remite en Popayán y en Hispanoamérica en general a
los tiempos de la Conquista y a comienzos de la instauración de la Colonia.
Siguiendo el ejemplo de obispos del siglo XVI como Don Juan del Valle y
Agustín de la Coruña que se enfrentaron abiertamente a encomenderos y
gobernadores, no faltaron los curas (religiosos y clérigos) que en su jurisdicción
parroquial imitaron esa lucha para hacer, del sometimiento indigena, una
tragedia menos dolorosa para los nativos. En el siglo XVIII, esa lucha heredada
del pasado significaba, en tomo de los indígenas, continuos forcejeos de los
curas con los corregidores y, en tomo de la población esclavizada, tensas
disputas con los mineros. Corregidores y mineros eran figuras estrechamente
ligadas a los poderes políticos locales. Unos y otros obstaculizaban la labor
evangelizado™ de los curas porque muchas veces impedían deliberadamente
que sus subordinados recibieran los sacramentos, asistieran a misa, recibieran
la doctrina cristiana y pagaran sus estipendios. Para corregidores y mineros,
el tiempo que su mano de obra invertía en el Dios cristiano era tiempo valioso
197
CoNStKL YENDO LA HEGEMONIA RELIGIOSA
de trabajo que se perdía en unas enseñanzas que, además, les insuflaba ciertas
ideas que, reintCTpretadas por indígenas y esclavos de otra manera, podían
estallar en reclamos y exigencias molestas. Las batallas cotidianas entre los
curas y estas figuras se manifestaron con fuerza, sobre todo, en las zonas de
doctrina y en las de los reales de minas. Las acusaciones mutuas eran allí
interminables y en ellas los más mínimos detalles se agrandaban para intentar
la remoción del contrincante.
La contradicción nunca resuelta del todo entre las dos fuerzas ideológicas
más importantes de la Colonia (Corona e Iglesia) dio pie para que los curas de
la segunda mitad del siglo XVIII o bien aceptaran los designios del prelado en
algunos casos, o bien los pasaran por alto como si nada ocurriera, en otros. De
nuevo nos encontramos, por otro camino, en una situación en la que al final la
política eclesiástica local quedaba en manos del párroco. Pero en ese proceso de
construcción y reconstrucción de la religión local el cura no operaba de manera
aislada y unilateral. En primera instancia, y gracias a la actitud participativa de
ellos, debía tener en cuenta las características sociales y culturales de los fieles
a su cargo. Por los celos jurisdiccionales y por esa antigua batalla que habia
dejado algunos resentidos de lado y lado, en segundo lugar, no podía obviar
la opinión de las autoridades civiles locales cuando hacían presencia en su
parroquia. De esto resultaba que aún en tiempos borbónicos duros encontremos
a la par. por un lado, a algunos curas en actitudes de rechazo abierto hacia los
bailes de las castas y, por otro, a otros curas realizando intentos de incluirlos
hasta en espacios sagrados como las iglesias locales y en ritos centrales como
la misa. Esto es lo que a continuación ilustraremos.
En 1793, en el distrito minero de Caloto, dadas las permanentes e
incansables quejas de las autoridades eclesiásticas locales, las civiles se vieron
muy presionadas a adoptar medidas de control contra la población esclavizada
y la negra libre4'2. Mandaron, como solución básica, que los administradores
de minas prestaran más atención a la educación religiosa y cristiana “de que
son capaces los esclavos, cuidando de que vivan con el arreglo de costumbres
que demandan los preceptos de Dios y de nuestra Santa Madre Iglesia”. Se
consideraba que allí estaba la clave para acabar con todo el desorden en el que
discurrían sus días. Los síntomas de ese desarreglo espiritual, con implicaciones
directas sobre sus cuerpos, eran los frecuentes amancebamientos, el uso de
“bebidas perniciosas” y los bailes deshonestos. Con malos ojos también se
veían las relaciones que sostenían los negros esclavos con los negros libres
y los mulatos por la supuesta contaminación del espíritu levantisco de los
segundos sobre los primeros.40
198
Amandz Caichdo Osoíio
411 Sobre el levantamiento de los mulatos contra su participación forzada en la apertura del camino al
Chocó en 1778. Cfr. MEJ1A, Eduardo, Origen del campesino vallecaucano, Cali. Universidad del
Valle. 1093; RAFEO, Tulio, Palmira histórica, Cali, Biblioteca de Autores Vallecaucano», 1956,
pp 51-52 y AHC. Fondo Cabildo. Tomo 23, IT. I20-123v.
444 Cfr. NAVzXRRETE. María Cristina, Prácticas religiosas de los negral en ¡a Colonia. Cartagena,
siglo XVII. Cali, Universidad del Valle, 1995. En carta enviada al Rey en 1781, el obispo de
Cartagena. Joscph Díaz de la Madrid, le expresaba la necesidad de que las justicias reales evitaran
“los bailes que vulgarmente llaman hundes” En esas juntas, se congregaban los negros "en montón,
sin orden, ni separación de sexos (...) Unos tocan, otros bailan, y todos cantan versos lascivos,
haciendo indecentes movimientos con sus cuerpos" Citado en RODRÍGUEZ, Pablo, “Bailes
prohibidos y estamentos sociales", Credencial-Historia No. 168, Bogotá, 2003.
4U SANTA GERTRUDIS, Fray Juan, Op. CiL, p. 225.
199
Construyendo la Hegemonía Religiosa
Cfr. CEBALLOS, Diana Luz. "Quyen tal hace que tal pague" Sociedad v prácticas mágicas en
el Nuevo Reino de Granada, Bogotá. Ministerio de Cultura, 2002; BORJA. Jaime Humberto, Op.
CiL; MAYA RESTREPO. Luz Adriana. “Botánica y medicina africanas en la Nueva Granada, siglo
XVII". Historia Critica No 19, Bogotá, Universidad de los Andes, 2000, NAVARRETE, María
Cristina, “La mujer bruja en la sociedad colonial. El caso de Paula de Eguiluz", Región No. 2, Cali.
Universidad del Valle, 1994
En 1648 Fray Matías Abad, al poco tiempo de entrar a la zona, muñó a manos de los indios urabáes.
Al fraile lo encontraron muerto “hincado de rodillas atravesado con lanza”. En 1684. durante una
gran rebelión indígena chocoana. Fray Esteban de Aviles fue quemado vivo. Fray Juan de Llanos
murió atravesado por una lanza y Fray José de Flórez fue azotado, atado a una cruz y luego “le
fueron cortando una por una las coyunturas de las manos y pies, diciéndole muchos oprobios y
afrentas" Cfr.. DOBLADO. Fray Juan. Op Cit.. pp. 66-69 y 72-74.
200
Amanda Caicedo Osorjo
™ ULLOA, Alejandro. “La música popular", en: VALENCIA LLANO. Alonso (Dir.), Op. Cit.. pp.
259-262.
■|W AGN, Curas y Obispos, Tomo 52. f. 678v
*“ Ibid., fT. 680-680v. Como algo “provocativo" de este baile en particular eslaria el que, por ejemplo,
lu mestiza organizadora, jugueteando, hubiera quedado en medio de dos hombres que. vendados los
201
Construyendo i_A Hegemonía Religiosa
Contra los ataques frontales a los bailes populares y las bebidas, una
vez más nos encontramos a las gentes del común desafiantes, sarcásticas
y molestas. Junto a ellas, las autoridades civiles se asociaban con el fin de
impedir que el cura arrasara con unas prácticas arraigadas. Si el cura arrogante
apelaba a la autoridad del obispo y a la defensa de las sanas costumbres, la
feligresía y los cabildos acudían a la ley civil y a la tradición para evitar la
supresión de las diversiones populares. Este contrapunteo se sostuvo hasta las
postrimerías de la Colonia; es decir, que durante el periodo hispánico nunca
hubo un punto final al respecto. Unas veces la palabra del cura predominó y
otras la de la comunidad en alianza con el poder político local. En todo caso,
también existieron numerosos momentos en los que las confrontaciones entre
los dos bloques interesados no se presentaron. Entre otras razones porque tales
“bloques”, como todo elemento en el territorio de la hegemonía, nunca fueron
unos “agentes sociales preconstituidos” y. así como cada agente pudo cambiar,
también las relaciones lo hicieron441.
A comienzos del siglo XIX, cuando por el suroccidente pasó el reconocido
científico Alexander von Humboldt, quedó registrado cómo en un pueblo
del macizo colombiano el cura admitía los bailes y festejos de los nativos
pero tratando de integrarlos al máximo a las ceremonias católicas. Según el
investigador Gonzalo Buenahora, en los pueblos de indios de esta región la
Iglesia (en concreto, los curas) fue “bastante permisiva” con las creencias de los
indígenas. Esto, a su juicio, desembocó en una “extraña mezcla” de sus formas
ancestrales de cultura o en un “sincretismo con la liturgia cristiana”442.
Dada la escasez permanente de curas doctrineros, cuando uno de ellos
llegaba era recibido con flautas, rezos, canciones profanas, guarapo y disfraces,
entre otras cosas. Humboldt contaba que lo más llamativo para él había sido
poder observar “la danza indígena durante la misa”:
El capitán de los indios estaba arreglado con estilo de arlequín: un casco de tela con
17 [Pastern] colgadas de unas hebras y con una urdimbre de cintas. Su pelo sencillo,
suelto del modo de medusa, alrededor de los hombros. Innumerables rosarios colgaban
alrededor del cuello. Llevaba una corta falda femenina hasta la rodilla, con innumerables
campanillas colgando. Un bastón en la mano. Dos compañeros con campanillas
202
Amzndk Cx<fik> Osorio
similares, pero con decoración menos rica. El cura recibía a los indígenas en la puerta
de la iglesia; ellos bamboleaban los bastones delante del sacerdote y danzaban una
especie de ballet frente al altar, al ritmo de un tambor y un pífano leí mismo indigena
tocaba simultáneamente ambos instrumentos). El movimiento de los pies era muy
sencillo; un taconeo después del toque, lo cual producía un mido como de un bolero
con castañetas. Tan uniformes como el movimiento de los brazos tport de brasi eran
el bamboleo de los bastones y el danzar entrecruzado. todo con una gravedad sin fin y
con pretenciosos aires. Con el comienzo de la misa paraba la danza, pero, ¡cómo nos
sorprendimos cuando en la consagración, cuando el padre tenia en alto la hostia y el
cáliz, resonó la música indigena! Los hombres enmascarados danzaban con estilo de
bacanal alrededor del sacerdote"’.
Los curas, pues, como hemos visto, en la segunda mitad del siglo XVlll
cuando se estaban aplicando las más severas medidas reformistas tanto en el
campo político como en el religioso, oscilaron entre seguir los dictados del
obispo o contrariarlos pero cobijándose en sus feligreses. El cura payanes,
en este aspecto y por esta época, veía con más claridad cómo su oficio estaba
atravesado por distintas exigencias que lo encenaban en un dilema difícil de
resolver. La salida normalmente consistió en sopesar con tacto la correlación
de fuerzas que cruzaban la religión local y mirar allí qué tanto podía pesar
su propia convicción. En general, cuando la parroquia estaba muy lejos de
hallarse bajo la hegemonía religiosa, el cura buscaba imponer su propio criterio,
en lo cual casi siempre fracasaba, o se adaptaba a las exigencias locales si
éstas eran lo suficientemente fuertes. Cuando, por el contrario, la parroquia
estaba funcionando bajo una hegemonía religiosa más sólida, era usual que
irrumpiera en la religión local para luego tratar de negociar en favor de la
Iglesia. Entre más distante estuviera su parroquia de la capital diocesana, más
se veía impelido a actuar sin tener en cuenta las determinaciones episcopales;
todo quedaba a su propio arbitrio porque allí la Iglesia era él aunque no podía,
de ninguna manera, pasar por alto los deseos de sus fieles que, sin intención de
atacar a la religión católica, pretendían que sus creencias tradicionales fueran
tenidas en cuenta. Si la parroquia se hallaba cerca, y el cura sentía por voluntad
propia o ajena la necesidad de atacar las diversiones públicas, invocaba una
y otra vez a su superior diocesano como fuente de autoridad. En estos casos,
lo corriente era que al final la Iglesia reconociera su falta de jurisdicción al
respecto pero, de todos modos, hacía que las autoridades civiles locales se
mostraran más dispuestas a bajarle el tono a los escándalos populares.
203
Construyendo la Hegemonía Religiosa
204
Amanda Caicedo Osorio
205
CosSIRUYENWl LA HEGEMONIA RELIGIOSA
206
Amanda Cakjjxj Osokio
arribó el 6 de octubre y vio allí una iglesia decente y conoció a un párroco que
cumplía bien con su deber”7.
En 1759, respondiendo a una orden de 1 virrey Solís que sol icitaba información
sobre los pueblos de indios de la diócesis de Popayán, el gobernador Antonio
Alcalá Galiano mandó a Juan Antonio de [barra, arrendador de tributos, a hacer
el inventario de las iglesias de los pueblos cercanos a Popayán. En Tambo,
San Francisco de Chapa. San Pedro del Alto del Rey, Santiago de Piagua,
El Zarzal, Timbío, Sotará. San Juan de Tunia, Cajibio, Guambia, Paniquitá,
Calibio, Totoró y otros pueblos, ¡barra encontró que tenían iglesias pajizas en
las que una mesa servía de altar y era donde se colocaba la estatua o el cuadro
del patrono del pueblo. Los ornamentos y vasos sagrados, en general, eran
escasos y pobres. El autor del informe destacaba, de todas maneras, el que
en la iglesia de Timbío se contaba con numerosas imágenes: que en Guambia
había sagrario de madera dorada adornado de espejos y una custodia de plata:
y que en San Miguel de Puracé había una corona de plata y un rosario de oro.
Por su parte, los corregidores de Antioquia le informaron al Virrey que en el
pueblo de indios de Sopetrán la iglesia era una edificación de tapia cubierta
de teja; con suelo sin enladrillar; con dos Iones, en una de las cuales colgaban
tres campanas; y que, además de abundantes ornamentos, vasos sagrados y
utensilios litúrgicos, contaba con una corona imperial con 33 perlas grandes, una
sortija de chispas de diamante, diez collares de oro, un tachón de esmeraldas,
once pares de zarcillos de oro y otras cosas más. El pueblo de Sabanalarga.
seguían los corregidores, poseía una iglesia de tapias, con cubierta de paja y
sin enladrillar; compuesta de cinco altares con numerosas imágenes. En este
pueblo también había una capilla consagrada a Jesús Nazareno. La iglesia
de Buriticá, más pequeña, también era de paja. En San Antonio de Pereira
la iglesia era de teja, pobre en ornamentos y se había levantado a costa de
las limosnas de los blancos pero con el trabajo de los indígenas. Sabaletas
tenía iglesia con techo de paja y estaba "medianamente decente”. La iglesia
de El Peñol era de paja y en ella se destacaba el cuadro de Nuestra Señora
de Chiquinquirá con su marco dorado. Por último, se informaba que en La
Estrella había una iglesia muy pobre debido a la escasez de los indios44".
En 1771. en respuesta a un mandato del gobernador de Popayán, don José
Ignacio de Ortega44’, los alcaldes ordinarios de Toro señalaron que allí se
PACHECO, Juan Munuel, Historia Eclesiástica. Tomo 3: La Iglesia bajo el Regalismo de los
barbones... , pp. 144-145.
“ Ibíd., pp 229-230.
“Estado General de las ciudades y pueblos del Cauca en 1771", Cespedesia Nos. 45-46. Cali. 1983.
pp. 405-423. En este informe está contenido lo que se dice de las jurisdicciones de Toro y Anserma.
ubicadas en la zona norte del valle geográfico del rio Cauca.
207
Construyendo la Hegemonía Religiosa
contaba con iglesia de techo de teja y que se mantenía “con la decencia que
corresponde a la pobreza de sus vecinos". Del sitio del Hatillo, que hacía
parte de su jurisdicción, dijeron que “en tiempos pasados hubo alguna gente
más que en lo presente, y mantuvieron una corta capilla, su techo de paja, en
donde se celebraba la fiesta del Patrón, y habiendo muerto aquellos, se arruinó
dicha capilla y los vecinos que allí vivían no la han reedificado por ser todos
pobres". De Bujio, otro sitio perteneciente a Toro, las mencionadas autoridades
afirmaron que sus habitantes en 1760 “fundaron capilla para celebrar la fiesta
del Patrón, lo que se continuó hasta el año de mil setecientos sesenta y ocho, en
el que se quemó, volviéndola a edificar desde dicho tiempo y hasta lo presente
no la han concluido, siendo su techo de pajas; siguen la misma pobreza". Del
último de los sitios de Toro, Hato de Lemus, dijeron que tenia “su capilla y
colocado al Patrón San Joseph, celebrando su fiesta anualmente".
Don Juan José Gutiérrez del Toral, alcalde ordinario de primer voto de la
ciudad de Santa Ana de Anserma, informó que la santa iglesia parroquial se
hallaba “totalmente arruinada” y que. por no poderla reedificar, el cura marchó
a las provincias del Chocó en busca de limosnas para intentar “el reparo de
dichas ruinas”. Que por tal razón Nuestro Señor Sacramentado se hallaba
depositado en una capilla del convento de franciscanos. Igualmente informa
de una “corta capilla” de Nuestra Señora de Chiquinquirá, la cual ha pasado
por varias reedificaciones. Por último, dice que eran tan pobres los moradores
de esta jurisdicción que sus iglesias no contaban con cofradías ni con bienes
para sufragar el alumbrado de las lámparas “ni demás gastos correspondientes
a una mediana decencia en el culto divino”.
A Anserma pertenecían los pueblos de indios de Guática. Quinchia.
Tachiguia, Cañamomo, Vega de Supía, La Montaña y San Lorenzo, la
parroquia de Anserma la Vieja, el sitio de Sevilla y los reales de minas de
Quiebralomo y Marmato.
De los moradores de Sevilla y Anserma la Vieja, en el informe enviado
al gobernador don José Ignacio de Ortega, se dice que “concurren al pasto
espiritual a la citada Anserma la Vieja en donde tienen una iglesia de paja y con
la decencia que sus cortas fuerzas y fervor les ha permitido, con poca esperanza
de aumento por lo estéril de las tierras”. De los habitantes de Quinchia, Guática
y Tachiguia, cuyos pueblos se encuentran a medio, uno y dos días de Sevilla
recorriendo malísimos caminos, que se encuentran carentes de pasto espiritual
pues “cuando se regresa de un pueblo a otro el citado cura, ya ha pasado
bastante tiempo que han carecido de aquel socorro”. En Quinchia la iglesia
se halla “muy desdichada” debido a la “poca disciplina” de sus habitantes a
los que se califica de “haraganes” porque teniendo vastas tierras, con variados
climas y buenas aguas, “no las cultivan”; en Guática, hay una iglesia de paja
208
Amanda Cmcldo Osow
NIETO. D. A„ “Visita ile la Gobernación de Popayán 1797". pp. 495-511 Este documento será la
base para hablar, a continuación, de lo eclesiástico en 1797 en la parte sur de la diócesis de Popayán
que colinda con el Pacifico y con la Amazonia.
209
Construyendo l.a Hegemonía Religiosa
210
Amano* Cajcedo Osokio
Recuérdese que en la clasificación realizada por Dora León Boga. Popayán a finales del Sp!
(y es fácil presumir que su lugar en el XVIII no mejorará mucho aunque sus condici^r
esta centuria hubieran mostrado algunos datos más optimistas), es una diócesis de cuarta ¡y,
en una gradación donde el peor lugar es el quinto Otra clasificación del mismo corte,
por CEH1LA, pone a la diócesis de Popayán, también para el XVII. en el peor nivel (ni,.;i
correspondería a los obispados sin suficiente infraestructura y que se situaron “de manera en
a las grandes civilizaciones y núcleos de población amerindias". El nivel II seria el de los
cuyas sedes tienen una cierui importancia, el nivel III, el de los obispados “de impa
por razones de diverso orden y el nivel IV, el de las grandes capitules, sedes de los pt,:
arzobispados u obispados. Cfr. CEI11LA. Op. CiL, pp. 461-471
211
Construyendo la Hegemonía Religiosa
210
Amanda Caicedo Osowo
San Ana y a San Joaquín; en El Espinal, una iglesia; en El Salado, una capilla;
en Arroyohondo, no había capilla; en Yumbo, una iglesia parroquial con cura
propio; en la Hacienda Muíalo, una capilla; en Vijes. una capilla de teja; en
Cali, conventos de las órdenes de Santo Domingo, San Francisco, San Agustín,
La Merced y San Juan de Dios, iglesia de San Francisco (inconclusa, de cal
y ladrillo), iglesia parroquial (también inconclusa, de cal y ladrillo) y cinco
ayudas de parroquia en paredes de adobe y lecho de teja: San Antonio, Santa
Rosa, San Nicolás de Mira, La Ermita (en la que se venera a Nuestra Señora
de los Dolores) y el Beaterío donde se “recogen muchas mujeres virtuosas’’;
en el pueblo de Anaconas. una iglesia con “pared de adobe con cubierta de teja
mal reparada”.
En una síntesis bastante somera, tal como dejan ver los informes de
diferentes años del siglo XVIII, la diócesis de Popayán no contaba con muy
buenas iglesias. Mejor que las del Chocó, las de la parte amazónica del
obispado, las del territorio del suroccidentc diocesano y las de la provincia de
Páez. estaban las de Antioquia, las de las jurisdicciones de Cali y de Popayán
y las de los territorios ubicados al norte del valle del río Cauca. Por lo general,
las iglesias no eran de muy sólida estructura y solían ser escasas de ajuar. La
pobreza que exhibían estaba en clara sintonía con la pobreza del obispado152.
Por lo tanto, poco podía esperarse que las jerarquías diocesanas pudieran hacer
para atender con eficiencia todas las necesidades materiales de las numerosas
“casas de Dios” que aquí y allá se localizaban en los distintos espacios de tan
dilatado obispado.
Si por el lado de la institución religiosa no se contaba con suficientes
recursos económicos y mucho menos tenían con qué sufragar los gastos los
habitantes corrientes de la diócesis, la única vía que quedaba para construir,
reparar y embellecer las casas de Dios era la voluntad de las personas y del
propio cura. A pesar de que las autoridades gubernamentales y las jerarquías
diocesanas, como se ha visto en los informes arriba mencionados, no alionaban
Recuérdese que en la clasificación realizada por Dora León Borja. Popavan a finales del siglo XVII
(y es fácil presumir que su lugar en el XVIII no mejorará mucho aunque sus condiciones para
esta centuria hubieran mostrado algunos datos más optimistas), es una diócesis de cuarta categona
en una gradación donde el peor lugar es el quinto Otra clasificación del mismo corte, elaborada
por CF.HILA, pone a la diócesis de Popayán, también para el XVU. en el peor nivel (nivel I) que
correspondería a los obispados sin suficiente infraestructura y que se situaron "de manera periférica
a las grandes civilizaciones y núcleos de población amerindias”. El nivel 11 sena el de los obispados
cuyas sedes tienen una cierta importancia; el nivel IU, el de los obispados “de importancia"
por razones de diverso orden y el nivel IV, el de las grandes capitales, sedes de los principales
arzobispados u obispudos. Cfr. CEHILA. Op. CiL, pp. 461-471
211
Construyendo la Hegemonía Religiusa
Decían de sus habitantes que eran '‘ignorantes", “cortos de fervor", “poco disciplinados",
“haraganes", “propensos a la embriaguez", “inconfesos", “dispersos", “desconocedores de la ley de
Dios", “tan rústicos como cuando se conquistaron", “viciosas", “perezosos" y “brutos".
FRIEDE. Juan, El indio en lucha por la tierra. Historia de los resguardos del macizo central
colombiano, Bogotá, Editorial Punta de Lanza. 1976, p. 72.
212
A.MAM>A.CaJCHXI ÜSORIO
para pedirle que les ayudara en la obtención de un permiso para “la erección
de una capilla" ya que los negros del real se molestaban cuando los veían
entrara su propia capilla o cuando querían enterrar a alguien de su calidad o
siquiera asistir a misa. EL cura, Domingo Burbano de Lara, elevó la petición
ante eL visitador eclesiástico y el permiso le fue concedido455. Un pequeño
triunfo como ese. en el que el cura tuvo alguna participación, pudo servirle
a los libres para fortalecer su identidad, independizarse eclesiásticamente de
los negros con los que existían tensiones por el uso de su iglesia y sentirse
integrados en la más vasta comunidad cristiana.
El entusiasmo por recibir el aval para empezar una construcción de
un templo podia ser tal que a veces el mismo cura y los fieles perdían las
dimensiones del sueño que esperaban ver hecho una realidad prontamente.
Tras considerar la necesidad de realizar una iglesia mejor y mucho más amplia
debido al crecimiento de su población, el cura del sitio de Quilichao. Jacinto
Amonio Caicedo, pidió auxilio al Rey en 1808 para continuar la obra que ya
había iniciado en el año de 1793 con gran “fervor”, “devoción” y “celo” de
sus parroquianos. Caiccdo proponía que se le pidiera a los rescatadores de
oro del lugar una contribución con la cual podría acabar la obra que “resulta
del servicio de ambas majestades”. El cura parece que había establecido unas
buenas relaciones con los quilichagíieños porque los defendía de los ataques
de la familia Arboleda y de los poderosos de Calolo. siempre molestos con
los habitantes libres de Quilichao que fueron ganando terreno y autonomía.
Según parece, los miembros de la comunidad de Quilichao recibían malos
tratos por parte de los .Arboleda y padecían por la falta de carne porque el
ganado lo vendían los dueños de las haciendas a compradores ajenos de la
zona. La voluntad del cura y de sus fieles con el propósito de mejorar la iglesia
era de tales proporciones que. cuando le mostraron los planos al gobernador,
éste consideró impracticable el esfuerzo dado el costo que suponía ya que la
“arquitectura arreglada” de lo deseado “me hizo juzgar fue escogido entre
alguna de las láminas que para adorno suelen venir de Europa, y pudo ser
hecho a imitación de alguna iglesia de Italia”456,
La identidad que algunos feligreses lograron con las cosas de Dios que
estaban al servicio de toda la comunidad fue a veces tan grande que por ellas
se pelearon. En 1801, de nuevo en el Real de minas de Quiebralomo. un
conflicto de esta índole se presentó. El director de minas. Don Angel Díaz,
con obstinación empezó a edificar una casa de bahareque y paja en un lugar
“que impedía el corto terreno que debía dejarse para plaza de dicha iglesia”.
213
Constui'venoo i a Hegemonía Religiosa
214
Amanda Caicedo Osorio
215
Construyendo la Hegemonía Religiosa
Los viajeros que en el siglo XVLI1 y XIX pasaron por los territorios bajo
jurisdicción de la diócesis de Popayán tuvieron un comentario coincidente en
sus observaciones climáticas. Se trataba de los permanentes peligros de rayos,
tempestades y movimientos telúricos que se vivían en numerosos sitios desde la
zona andina del obispado hasta la parte norte del valle geográfico del río Cauca.
Miguel de Santisteban, quien pasó por esta región por el año cuarenta del
siglo XVL11. decía de Popayán:
El temperamento es todo el año uniforme y muy templado, lo más del aflo llueve con
muy frecuentes tempestades de rayos y terribles truenos, que causan espanto. Algunas
veces se sienten temblores de tierra y el año 1736 padeció uno que arruinó algunos
templos y casas4"'.
Una década después, el franciscano Fray Juan de Santa Gertrudis hizo
varios comentarios sobre distintas partes que, en el siguiente bloque de cita,
los unimos a través de un paréntesis con puntos suspensivos:
216
Amanda Caicedo Osorio
Pasamos por lnzá, que es una capilla que está sobre un cerro, en donde se venera una
Virgen muy milagrosa. Antiguamente hubo allí un pueblo llamado lnzá. Por lo peligroso
del puerto y destemplanza de temporales, la gente se mudó y sólo ha quedado la iglesia
y la Virgen (...) El clima de Popayán es muy frío y destemplado, y se conmueven en
todo tiempo del año tempestades muy furiosas de aguaceros, ventarrones, truenos,
rayos y relámpagos, que continuamente es menester estar haciendo rogativas"'1.
Haciendo otro comentario, en el que se observaban ciertas consecuencias
de los temporales en las decisiones de las personas, afirmaba que cerca de la
ciudad de Popayán. a donde fríe a realizar conversiones, su compañero que
era Fray Juan Mayor le contó que había tomado el hábito “había pocos años
porque siendo el tratante, yendo un día de camino, vino un rayo y reventó casi
en su mano, tanto que le chamuscó el pelo y el vestido. A vista de lo cual dejó
el mundo y se hizo religioso”462.
En las primeras décadas del siglo XIX y para terminar de ilustrar la
problemática meteorológica de buena parte del obispado, citemos estos
trágicos eventos narrados por el viajero francés J. B. Boussingault.
Cerca de la Vega de Supía se señala un sitio conocido por la frecuencia de las caídas
de rayos: es Tumbacarrcta. sobre el camino de la Mina de Botafuego, cerca de
Quiebralomo. Aseguran que muchos habitantes habrían perdido allí la vida y yo tuve
la triste ocasión de dar fe sobre esta opinión: al pasar por Tumbacarreta me sorprendió
una tempestad a mitad de camino; tronaba fuertemente y yo estaba rodeado de rayos
por todos lados; mi caballo ya no obedecía cuando vi caer a un joven negro que me
precedía a pocos pasos; me desmonté inmediatamente para socorrerlo, pero todo fue
inútil; había quedado fulminado. Al llegar un poco más lejos a una casa, envié gente
para recoger al infeliz y hacerlo enterrar. En la Vega de Supía el rayo cayó una noche
sobre mi residencia e incendió el techo de paja; María, una esclava negra, murió en
su cama; la pobre muchacha iba a ser liberada al dia siguiente y tenia en sus brazos a
su hijo de 3 años, quien se hallaba bien y profundamente dormido sobre el cadáver de
su madre. En El Rodeo, en el curso de una tempestad que estalló a las 5 de la tarde,
el rayo cayó a 200 pasos de mi habitación, sobre unos matorrales; durante 10 minutos
oi claramente, entre trueno y trueno, un chxsquido que recuerda el de las chispas que
salen de una poderosa máquina eléctrica. En el Valle del Cauca las tempestades llegan
a tener proporciones grandiosas y aterradoras, desde Popayán hasta Antioquia. en
donde los siniestros causados por el rayo son muy comunes. La cantidad de personas
que mueren a causa de las tempestades es verdaderamente considerable si se tiene en
cuenta la poca densidad de la población'1'’3.
Esas últimas palabras de Boussingault son bien dicientes acerca de por
qué en la Diócesis de Popayán se había declarado a Santa Bárbara como su
patrona. La leyenda establece que dicha santa mujer nació en Nicomedia (hoy
" SANTA GERTRUDIS. Fray Juan, Op. Cit., pp. 139 y 153.
« TbicL.p. 157.
BOUSSINGAULT. J. B., Op. Cit., pp. 98-99.
217
Construyendo la Hegemonía Religiosa
*** FAJARDO. Marta. Santa Bárbara- conjuro de las tormentas, Bogotá. Museo de Arte Religioso,
1992. pp. 7-8.
En Popayán. fue el tesorero del capitulo catedralicio Antonio Landache. quien, por decreto de 2 de
diciembre de 1652. designó a Santa Bárbara como la patrona diocesana. Cfr BUENAVENTURA
ORTIZ. Juan. Op. Cit., p. 262.
*• FAJARDO. Marta. Op Cit. pp 6-9
218
Amanda Caicedo OsuKio
Santa Barbara, virgen y manir. Ella procura el beneficio de los últimos sacramentos a quienes la invocan
(lomudo de La vida de los santos. Imprenta E. Petithenry, París)
H A.Vlll.TON, lohn Pottcr. Viajes por el interior de las provincias de Colombia, Bogotá. Biblioteca
V Centenario Colcultura, 1993, p. 267.
219
Construyendo la Hegemonía Religiosa
220
Amanda Caicedo Osoriü
Río Sucio había hecho una apropiada mediación que permitía fortalecer las
creencias religiosas populares del rebaño a su cargo.
Los hombres y mujeres que sufrían calamidades entraban en una
negociación con el único autorizado a exhibir imágenes sagradas, el cura, y a
veces realizaban fuertes presiones a las que este último le era difícil resistirse
aunque expresara cierto temor porque la Ee del común disminuyera si no veía
el milagro cumplido. Para evitar añadirle a las tragedias naturales padecidas
por los fieles más malestares con discusiones sobre las procesiones, los curas en
esos momentos trataron de calmar a sus ovejas y aprovecharon la circunstancia
para incrementar la integración comunitaria. La súplica y el niego colectivos,
se suponía, conformaban una fuerza metafísica capaz de trascender lo terrenal.
De rodillas, era el pueblo de Dios implorando clemencia. Hombres y mujeres,
adultos y niños, ricos y pobres, blancos y negros, indígenas y españoles,
cultos y rústicos, todos sin excepción, en esos instantes de pánico profundo
dejaban por un momento en el olvido sus divisiones de todo tipo y entraban
en comunión social. Desde una perspectiva l'uncionalista, la tragedia lograba
la unificación humana que la vida social y cultural diaria no permitía. Por una
vez, como bajo una luz centelleante, se hacía más que nunca claro el dogma
cristiano de que todos los seres humanos son iguales ante Dios.
Los desastres naturales, de no ser bien tratados entre los fieles por parte de los
curas, rápidamente podían convertirse en una seria causa de “desorganización
social y un factor de temido desarreglo para la vida cotidiana”. Se acudía a
soluciones mágico religiosas (procesión-rogativa-imagen) como una manera
de contrarrestar las amenazas incontrolables por mano humana. La vida
social y personal se hacía precaria y frágil: muertos por enfermedades, casas
destrozadas por vendavales y crecientes de ríos, cosechas perdidas por las
plagas de langostas, edificaciones estropeadas por los terremotos. El mundo
natural, así, se concebía como “amenazante, terroríficamente poderoso e
incontrolable; es decir, triunfaba fácilmente sobre los hombres”. El único
contrabalanceador de semejante empequeñecimiento humano eran la religión
como sistema explicativo y el cura y la imagen como intermediarios que
intercedían por los hombres ante Dios470.
De acuerdo con Margarita Gascón, el mundo religioso estaba tan adentro
de las personas en las sociedades coloniales que cuando habían fuertes
movimientos telúricos las gentes acostumbraban a medir su duración en clave
JURADO, Juan Carlos, '‘Desastres naturales, rogativas públicas y santos protectores en la Nueva
Granada (siglos XV1I1 y XIX)". Boletín Cultural y Bibliográfico No. 65. Bogotá, 2004. pp. 59-61.
221
CONSTRUYENDO LA HEGEMONIA RELIGIOSA
de devoción. De esta manera, las personas solían decir que un terremoto duró
“entre tres y cuatro credos" cuando el asunto era bastante serio471.
Pero asi como Santa Bárbara no fue la única imagen invocada para protegerse
de los males de la naturaleza en el obispado de Popayán. la naturaleza no
fue la única razón por la cual los fieles iban hasta donde el cura a solicitarle
organizar una procesión o una rogativa. Los conflictos sociales fueron también
causantes de intensas y fervorosas rogativas dirigidas por los sacerdotes y
de que, igualmente, los santos y las vírgenes marcharan por las calles de la
parroquia en una procesión encabezada por el cura de la localidad.
Del pueblo de indios de Roldanillo en 1602. se dice que su población se
preparó militarmente para repeler los posibles asaltos de los pijaos que habían
estado realizando fieros ataques contra distintas poblaciones en la zona. Dado
que arrasaban con las vidas humanas y con sus posesiones, el miedo campeaba
entre las gentes amenazadas. Los habitantes de Roldanillo. para protegerse,
no se sintieron seguros sólo preparándose con las armas, por eso acudieron a
herramientas más espirituales y se unieron en tomo de su cura en una cruzada
de oración pidiéndole a la Virgen de Chiquinquirá los cubriera de todo mal. Ya
que no les ocurrió nada, los pobladores construyeron una capilla en nombre de
la Virgen por los favores recibidos472.
En los graves levantamientos protagonizados por los mulatos del Hato de
Lemos (hoy La Unión) en 1781 contra la implantación de los estancos de
tabaco y aguardiente que afectaban profundamente su cotidianidad económica
y social, las autoridades civiles le hicieron una petición especial a uno de los
curas del lugar: sacar en procesión a San José, patrono de los hateños. con el
ánimo de calmar los ánimos de los rebeldes. El cura lo hizo pero el efecto fue
más bien nulo desde la perspectiva policiva473. No atender los llamados del
cura no significaba asumir cierto anticlericalismo como las autoridades de la
época lo quisieron ver y como una parte de la historiografía regional lo ha
reproducido. Lejos estaban estos pardos y mulatos de caer en una actitud de
ese tipo. Lo que sucedió fue que, aún a costa de poner en riesgo sus propias
vidas por los posibles castigos que pudieran recibir, se concentraron sólo en
resolver la problemática social que había adquirido unas dimensiones bastante
delicadas para su propio futuro y el de sus hijos.
Según una ley de Las Siete Partidas, fiesta “tanto quiere decir como dia
honrado en que los cristianos deben oír y decir y hacer cosas que sean alabanza
y en servicio de Dios”475, por lo que quedaba sellada la unión entre el regocijo
(lo mundano-terrenal) y la devoción (lo celestial). Sin embargo, a renglón
seguido distinguía entre las fiestas a celebrar por mandato de la Iglesia, las
que ordenaban los emperadores y reyes y, por último, las ferias “que son por
provecho comunal de todos los hombres, asi como aquellos días en que cogen
sus frutos”. En la siguiente ley de la misma Partida, se ordenaba que los jueces
no adelantaran procesos en tales dias de fiesta ni que las demás personas se
ocuparan en lo que tradicionalmente hacían476.
223
CONSTRUYENDO LA HEGEMONIA RELIGIOSA
224
Amanda Caicedo Osorio
Procesión del doinmeo de Pascua en Popayán Grabado en La america Equinoxial, de Edouard Andró.
1875-1876.
225
Construyendo i_a Hegemonía Religiosa
7,8, 19, 20 Santo Tomás de Aquino. San Juan de Dios, San José. San
Marzo
y 25 Joaquín y La Encamación
1,3, 19 San Felipe y Santiago, Santa Cruz. San Isidro Labrador y Santo
Mayo
y 30 Rey Don Femando
11. 13,24 San Bernabé, San Antonio de Padua. San Juan Bautista y San
Junio
y 29 Pedro y San Pablo
Nuestra Señora del Campo. Nuestra Señora del Carmen. Santa
2. 16, 22,
Julio Maria Magdalena, Santiago, Santa Ana y San Ignacio de
24. 26 y 31
Loyola
La Porciúncula, Santo Domingo de Guzmán, Nuestra Señora
Agosto 2,4. 5 y 6
de las Nieves y San Salvador
1.2,4.
segundo Todos Santos. Los Difuntos, San Carlos Borromeo. Fiesta
domingo del Patrocinio. San Diego de Alcalá; Santa Isabel, Reina de
Noviembre
del mes, 13, Hungría. Nuestra Señora de los Remedios, Fiesta del Santísimo
19,21.29 Sacramento por los Galeones de 1625 y San Andrés
y 30
. Miércoles de ceniza
. Domingo de Ramos. Jueves Santo y Viernes Santo
Fiestas
. Segundos dias de Pascuus de Resurrección y Navidad
movibles
. Primer dia del Espíritu Santo
. Lunes de... las Vísperas en Santo Domingo a Nuestra Señora...
226
Amanda Caicedo Osorio
*” RODRIGUEZ, Pablo, “La vida cotidiana en las ciudades andinas coloniales”, en: Influencia y
legado español en las culturas tradicionales de los 4ndes americanos. Memorias del 111 Encuentro
puru la promoción y difusión del patrimonio folclórico de los países andinos, Granada, España.
Octubre de 2002, pp. 56-57.
*“ GARRIDO. Margarita, "La vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales", en: CASTRO
CARVAJAL, Beatriz (ed.). Historia de la vida cotidiana en Colombia, Bogotá, Norma, 1996. pp
154-155.
227
Construyendo la Hegemonía Religiosa
acusaba “quedó expuesto a que con él se ejecutara lo que con los demás del
concurso”4*4. Cada uno de los contendientes en este lío judicial creía tener la
verdad de los hechos. Y asi era porque las fiestas daban lugar a la creación de
un ambiente en el que la ambigüedad y la ambivalencia podían reinar.
Donde más ese carácter ambiguo e inclusive invertido se presentaba era
en las fiestas de Carnestolendas. Para Peter Burke, retomando al folklorista
cubano Femando Ortiz485, esa peculiaridad ponía en evidencia los procesos de
transculturación acaecidos. Esta fiesta, continúa el historiador inglés, “exhibe
y dramatiza la interacción de diferentes grupos étnicos y subculturas”48'’.
Llegadas de Europa en la Conquista, estas fiestas eran semejantes a los carnavales
del Viejo Mundo, con máscaras, disfraces, bromas y bailes. Para los negros era
la época del año más especial porque “en ella actuaban con mayor libertad y
desbordaban todas las posibilidades de expresión lúdiea”4’7. En Brasil, Trinidad,
sur de Estados Unidos y Cuba, el carnaval incorporó numerosos e importantes
elementos culturales de origen africano. Se festejaba a comienzos de cada año y
empezaba desde el domingo anterior a la Cuaresma hasta el Miércoles de Ceniza.
Por la cantidad y calidad de personas más concurrentes (indios, negros libres,
mestizos, esclavos, mulatos, blancos pobres), era sin duda la fiesta más popular
de la Colonia. En la diócesis de Popayán. como en los otros obispados de la
Nueva Granada, una característica importante del carnaval era la confrontación* **
228
Amanda Caicedo Osorio
Cfr. MIÑANA BLASCO. Carlos. De fastos a fiestas. Navidad y chirimías en Popayán. Bogotá.
Ministerio de Cultura. 1997, p. 18 y ARBOLEDA LLORENTE, José María, Popayán a través del
Arte y de la Historia, Popayán. Universidad del Cauca. 1966. p. 216.
VARGAS LESMES, Julián. “Fiestas y celebraciones públicas en Santafé”, en: La sociedad de
Santafé colonial. Bogotá. Cinep, 1990, p. 314.
Constituciones sinodales de Popayán de 1717, Libro 3, Titulo 2, Constitución 1. pp. 166-167.
229
CoNSTKtlYENDO I.* HEGEMONIA RüUGIOSA
PÉREZ SAMPER, María de los Ángeles, “Lo popular y lo oficial en la procesión de Corpus de
Barcelona", en: GONZÁLEZ CRUZ. David (ed.). Ritos y ceremonial en el Mundo Hispano durante
la Edad Moderna, Huelva, Universidad de Huelvu. 2002, pp. 134-135 y 147-150.
RODRÍGUEZ. Pablo, “La vida cotidiana en las ciudades andinas coloniales", p. 57.
GARRIDO, Margarita. “La vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales", p 154.
FR1EDMANN, Susana. Las fiestas de Junio en el Nuera Remo. Bogotá. Ed. Kelly. 1982. pp. 40-41.
230
Amanda Caicedo Osorio
231
Construyendo la Hegemonía Religiosa
SAI AZAR. (.meato, "Rito religioso y rito secular en lu Octava de Corpus de Cuenca". Procesos
Resista ecuatoriana de historia No. 2. Quito, 1992, pp 61-62.
"" l'l'.REZ SAMI'LR. María de los Ángeles. Art. CiL, p. 162.
ZAIIINII l'UÑAFORT. Luisa, Op. Cit.. p. 59.
VIQI IIIRA Al I3ÁN, Juan Pedro, ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en
¡u ciudad de México durante el Siglo de las l.uces, México. F C. E.. 2005, pp 152-153.
SAI AZAR, I.incalo, Art. Cit.. pp 58 y 63-64.
232
Amanda Caicedo Osorio
233
CuNSrRLYENÜO LA HEGEMONIA RELIGIOSA
234
Amanda Caicedo (Jsorio
el siglo XIX sobre la necesidad de que las fiestas fueran llamativas para los
fieles- había perdido todo atractivo para las gentes. La sobriedad buscada por
la reforma borbónica ahuyentó a la concurrencia y creó, allí, la fractura entre
festividad religiosa y fieles cristianos. En esas condiciones, buscar en la fiesta
la profundización de la cohesión social y cultural era casi imposible. Primero
había que reintegrar la unidad y eso sólo podría ocurrir si la fiesta del Corpus
volvía a ser una época de encuentro divertido con tarascas y demás. El cura
se vería abocado a explorar otra estrategia de mediación que le significaría
buscar un ablandamiento de las órdenes civiles que habían forjado la ruptura.
Hasta tanto esto no se hiciera, la profundización de la integración cultural a
través del Corpus quedaba en suspenso.
La mano del Estado borbónico ilustrado se dejó ver en todo tipo de fiestas
religiosas. El oidor visitador Juan Antonio Mon y Velarde, cuando visitó la
provincia de Antioquia, intentó “aplicar algún remedio" para contener “al
pueblo” que en las fiestas de Nuestra Señora de la Candelaria, patrona de la
villa de Medellin, “abusa de lodo y busca su ruina aún en las mismas oblaciones
y sacrificios que hace a los santos. Le parece que no están completos sino
mezclan juegos de toros y otros agregados, que bien lejos de influir en el culto
son el más fecundo semillero de pecados". De dicha celebración se criticaba,
además, el “exceso de gastos" en que se incurría y se descalificaban las corridas
de toros tildándolas de “juego bárbaro”. El discurso ilustrado hispánico, una
de cuyas concreciones fue la Reforma Eclesiástica, propugnaba un rechazo
abierto a manifestaciones populares “barrocas" que supuestamente tendían a
la inmoderación (gastos innecesarios que “no eran gratos a la patrona" de
la villa), al exotismo (el juego de los toros le parece “abominable a todas
las naciones cultas") y a la ausencia real de devoción (“no debían mezclarse
diversiones que distrajeran a sus devotos del verdadero culto”). Bajo ese
discurso, era necesario cambiar drásticamente esa inveterada costumbre que
“desde la más remota antigüedad celebra la villa de Medellin". Los feligreses,
no obstante, insistían “en la antigua manía”506.
De nuevo, observamos cómo la intromisión coyuntural del Estado
borbónico comenzó a producir una división de la unidad. Esa unidad la habían
construido, juntos, feligreses y cura párroco bajo una mutua aceptación con
la cual se buscaba acrecentar la fe católica. Cuando irrumpían en la religión
local figuras fuertes del Estado central, el cura quedaba entre la espada y la
pared. Por un lado, estaba su aliado histórico con el que había podido contar
para crear esa inestable armonía de la hegemonía religiosa local y, por otro,
estaba el Estado que andaba apretando clavijas no sólo en cuanto a costumbres
235
Construyendo i.a Hegemonía Religiosa
m Los tres modelos de intervención estatal en asuntos del gobierno espiritual fueron: el Real Patronato,
el Vicariato Regio y la Regalía Soberana. Las dos primeras formas eran instituciones canónicas
basadas en concesiones papales al Rey mientras que la tercera era de carácter civil y allí el Rey
asume, sin complejos, los atributos de su absoluto poder real. Cfr. GONZÁLEZ. Fernán. Poderes
enfrentados. Iglesia y Estado en Colombia, Bogotá, Cinep, 1997, pp. 30-31 y 95-98.
”* Constituciones sinodales de Popayán de 1717, Libro 2. Titulo 9, Constitución 16, pp 150-151.
Dos importantes representaciones pictóricas son, para la segunda mitad del siglo XIX, Ramón
Torres Méndez: “El dia de San Juan en las tierras calientes de Colombia" y, para la primera mitad
del XX. Alfonso Ramírez Fajardo: "Fiesta de San Pedro".
236
Amanda CaICEIX» Osoriü
CASTAÑO PAREJA. Yoer Javier. "Rinden culto a Baco. Venus y Cupido: juegos y actividades
lúdicas en la Provincia de Antioquia y otras zonas neogranadinas, siglos XVI1-XVIIJ”. Historia
Critica No. 30, Bogotá. Universidad de los Andes, 2005. pp. 128-129.
237
Construyendo la Hegemonía Religiosa
HOLTON. Isaac, La Nueva Granada: veinte meses en ¡os Andes, Bogotá, Banco de la República,
1981, pp. 436-437.
5,1 CASTAÑO PAREJA, Yoer Javier, Art. Cit.. p. 131.
Cfr. ULLOA, Alejandro, Art. Cit.. p. 263.
238
AbLZ ?J CSic FDC OíClRlü
ARAGÓN. Arccsio. Popayán, Imprenta y encuademación del departamento, 1930, pp. 241-242.
239
Construyendo la Hegemonía Religiosa
no quiere decir que haya, por parte de los fieles, plena conformidad con el
orden. De hecho, su inconformidad es la que se está expresando pero a través
de unos canales que tienden a desatar los lazos que unen a unos con otros. Las
heridas, las fallas, los desequilibrios han hecho su aparición de manera más
evidente y es deber del cura remendar el tejido que está desanudándose o dar
puntadas para que una parte de dicho tejido no quede como un hilo suelto.
El cura tiene, y los demás esperan eso de él. que encontrar salidas, caminos y
posibilidades que ayuden a sostener las ataduras sociales a la vez que se atienden
las demandas y las quejas de los levantados. No puede permitir que el mapa
social cambie pero a la vez debe dejar registrado en su cartografía el malestar
que podría llevar justamente a una transformación violenta del paisaje humano.
Por tanto, no se puede permitir ignorar el conflicto sino que. con los instrumentos
sociales y culturales a su disposición, debe tratarlo con cuidado para recuperar la
paz y la tranquilidad en algún momento perdidas. En fin, defendiendo el orden
social, se ve obligado a realizar y solicitar ciertas concesiones.
El orden restaurado devuelve a los actores movilizados a su lugar y a las
actividades corrientes que tienen asignados dentro de una estructura social
cuya base son la desigualdad y el privilegio que conducen a las jerarquías. Sin
embargo, más de una vez la amenaza de ruptura expresada en cimarronismo
y protesta políticamente significó que la sociedad revisara la manera como
se relacionaba con sus propias instituciones viejas (esclavitud) o nuevas
(estancos), y pensara la necesidad de ajustarlas para evitar futuros actos
similares515. El cura actuó, en no pocas ocasiones, como una memoria activa
frente a las autoridades civiles centrales que procedían sin tener en cuenta las
realidades de las personas. El recuerdo de conflictos pasados podia hacer que
las políticas por aplicar en el ámbito local se moderaran un poco para prevenir
el rebrote del malestar social.
Para Chanta! .Mouffe. la política no hay que pensarla sólo como una lucha por destruir instituciones,
también es una lucha por transformar las relaciones que una sociedad sostiene con sus instituciones. Asi,
los participantes en política son todos aquellos que ayudan a ese cucstionamiento y a esa transformación
desde su propio lugar Cff. MOLTT E. Chantal. “Uegemonia. Política e Ideología", p. 137.
240
Amanda Caice» Osonio
La bibliografía sobre palenques es relativamente amplia pero dispersa. Por su carácter aglutinador
que deja una visión global, importante para América Latina es el libro de PRICE. Richard,
Sociedades cimarronas. México. Siglo XXI Editores. 1981. Para Colombia, también por su carácter
abarcador, Cfr. NAVARRETE. María Cristina. Cimarrones y Palenques en el Siglo XVU. Cali,
Universidad del Valle. 2003.
Los hechos sobre el palenque de El Castigo son tomados, a modo de resumen, de ZULUAGA,
Francisco. Guerrilla y Sociedad en el Palia, Cali. Universidad del Valle. 1993. pp. 33-39.
241
CoNSTRLYENDO LA HEGEMONIA RELIGIOSA
El fondo Juicios Criminales del Archivo Central del Cauca está infestado de procesos contra
patianos acusados de robo de semovientes. Cfr. CA1CEDO. Amanda y ESPINOSA. Iván. "Libres y
criminalidad. Abigeato y hurto en la Gobernación de Popayán. siglo XVIII”. Tesis de Historia, Cali,
Universidad del Valle. 1998. pp. 71-79.
242
AMANDA C ACEDO (JSÚSlü
que lo dejaran continuar su labor pastoral, advertía que los negros estaban
resueltos a resistirse inclusive con las armas sí Hiere necesario.
Como pruebas del adelantodesutarea cristianizadora en el palenque, el cura
contaba que había decidido realizar dos visitas al año. Una primera en enero,
en época de unas tiestas que los patianos habían fundado y acostumbraban
celebrar. La segunda, después de Pascua de Resurrección para que cumplieran
con el precepto anual como estaba mandado por la Iglesia católica. Señalaba
además que para la enseñanza de la doctrina cristiana tenía nombrados dos
negros distinguidos por ser buenos cristianos
Que la están enseñando juntando todas las tardes a todos los negritos y negritas en la
iglesia, esto es el tiempo que se recogen a poblado y para este efecto les tengo dado
libritos de doctrina cristiana y aun cartilla para los que se aplicasen a aprender a leer,
así mismo chicos y grandes se juntan todas las noches a la iglesia a rezar el santo
rosario y a cantar las alabanzas a María Santísima y misa sin que para ello tenga
necesidad de precepto’1’.
Aunque estas gentes estuvieran en la práctica por fuera del poder estatal, un
lazo las unia con la sociedad hispánica. La tuerza del vínculo era, pese a todo,
frágil e inestable. Por obtener pasto espiritual de manera oficial no sacrificarían
su autonomía política. Al fin y al cabo habían construido sus propias iglesias,
muchos vivían bajo matrimonio y habían creado unas festividades de corte
religioso sin la ayuda directa del cura. Si le enseñaban esos adelantos
comunitarios era para que él viera en ellos a unos cristianos temerosos de Dios
pero que ponían en entredicho el orden injusto de los hombres.
La acción del cura entre ellos no fue la de la mera imposición unilateral del
cristianismo para de ahí abrir paso a la dominación política. La labor religiosa,
aquí y en otras muchas partes, no estaba al servicio de otras instancias de
poder. Lo religioso reclamaba su propio campo e inclusive se apartaba de
la otra majestad para no verse limitada en sus propósitos. El cura tenía todo
esto muy claro y por eso actuaba con cautela, sin apresuramientos y hasta
soportando criticas de los propios blancos. Si salvar almas era la esencia del
trabajo eclesiástico, por más que ellas se mostraran insurrectas con el orden
establecido ningún cura podía negarse a sus pedidos que clamaban por Cristo.
No acompañarlos en su profunda religiosidad era darle pie a los errores
populares para que se enseñorearan de esos hombres y mujeres. Ya no sólo se
habrían perdido súbditos sino que a eso se le agregaban sus almas. Que el Rey
no pudiera controlar a todos los hombres y mujeres habitantes en su territorio
era algo pasable, pero que Dios estuviera en lo mismo era una situación más
difícil de aceptar.
243
Construyendo la Hegemonía Religiosa
244
Anajjda GaICIDO Osóme
que tener que asumir la absoluta falla <le control sobre un territorio conquistado
por esclavos abiertamente descontentos con la sociedad esclavista.
La búsqueda de presencia del cura en los palenques del suroccidente por
parte de los negros cimarrones hablaba de su nivel de acercamiento con las
creencias religiosas católicas. Sugiere esto que a lo largo de la Colonia, sobre
todo en los siglos XVU y XVU1. el desempeño de los curas payaneses no
se asoció a una política agresiva contra la religión local. La opinión que en
el marco de una visita eclesiástica realizada en 1751 se tenía del cura en el
pueblo de San Miguel, en el valle del Patía. lo mismo que de los que oficiaban
en territorios cercanos -El Tambo y Mercaderes- es bien diciente.
En San Miguel, del cura Luis Jaramillo se decía que cumplía “exactamente
con su obligación dando buen ejemplo y doctrina a sus feligreses, tratando de
educarlos y arreglarlos a que vivan como cristianos”; que era “un sacerdote muy
ajustado en el cumplimiento de su ministerio", y que trataba a sus feligreses
“con amor, prudencia, cariño, procurando atraerlos a la religión cristiana y que
vivan en el santo temor de Dios". Los vecinos del pueblo de Jesús Nazareno de
Tambo, por su parte, decían que su cura párroco “administra los sacramentos a
sus feligreses dándoles buen ejemplo y doctrina" y que de él no se sabía “cosa
que dañe al cumplimiento de su obligación”. Los de Mercaderes afirmaban
que “el cura de este partido cuando lo llaman para alguna confesión pide
bestia para ir”; que “hace pláticas a los feligreses persuadiéndolos al santo
temor de Dios, que no da mal ejemplo a sus súbditos viviendo en mal estado,
ni menos hacerles extorsiones ni llevarles derechos demasiados"; que no anda
con armas ofensivas; que “cumple bien y exactamente con su obligación de
cura de almas, muy amable y cariñoso con sus súbditos, que los trata con
caridad”; y que está siempre atento a defender “a sus feligreses cuando los
quieren maltratar injustamente los jueces y demás blancos”520.
El cura del siglo XV11L a nivel parroquial, era posiblemente símbolo de
cohesión e integración que acercaba culturas y tradiciones distintas aunque al
final llevara al predominio de las figuras y festividades sagradas católicas. Los
santos, las vírgenes, los cristos y los mismos curas eran tenidos por seres que
ayudaban a un mejor estar en una sociedad profundamente desigual. Si no todas
las veces parecían querer tramitar las peticiones, la mayoría de las ocasiones
prestaban oídos al dolor y al sufrimiento de los que los fieles eran portadores.
Quizá en ello radique el hecho de que los negros de Cartago. que quisieron
conformar en las fronteras de su jurisdicción un palenque en 1785 (hecho
mencionado en la sección sobre imágenes), cargaran para el monte con unas
245
Construyendo la Hegemonía Religiosa
246
AnamsvCvceeo Üscrio
247
Construyendo la Hegemonía Religiosa
248
Amanda Caicedo Osorio
524 Cfr. ARIAS. Ricardo. “La jerarquía eclesiástica colombiana y el proceso de paz de Belisario
Bctancur (1982-1986)", Historia Critica No. 8. Bogotá. Universidad de los Andes. 1993. pp. 52-65;
ARLAS. Ricardo. El episcopado colombiano Intransigencia y laicidad (1850-2000), pp 269-316.
Al respecto, véase también. CIFUENTES. Mana Teresa y FIGUEROA. Helwar. “Corrientes del
catolicismo frente a la guerra y la paz en el siglo XX", en; BIDEGAIN, Ana María (Dir.), Op. Cit..
pp. 410-419.
249
Construyendo i a Hegemonía Religiosa
hay que olvidar, de todas maneras, que el cura era miembro de una institución
pilar del orden hispánico que, además, se encontraba constreñida por la
reforma eclesiástica que impulsaba la Corona en la segunda mitad del siglo
XVIII. Podía pedir por los alzados pero tenia que hacerlo con el lenguaje y
las formas apropiadas, sin desconocer la superioridad del Monarca y el deber
de los vasallos de obedecer. No podía tolerar los desórdenes, el ataque a las
propiedades y riquezas de la Corona ni la falta de respeto a su dignidad. Tarea
nada sencilla cuando en el fragor de la protesta el autocontrol individual y
colectivo se anulaban con facilidad.
En enero de 1772 el principal blanco de la amenaza de un levantamiento
de esclavos en Toro fue justamente el cura Francisco Antonio de Ayala y
Rada. Cuatro hombres, dos mulatos y dos negros, fúeroD hasta su casa y
enérgicamente le reclamaron una cédula real. En ella supuestamente el Rey
les otorgaba a todos los esclavos la carta de libertad y, como no convenía a
los blancos propietarios, insinuaban los hombres, la habían ocultado donde el
cura, al que identificaban con los intereses de la contraparte. La idea errada que
los esclavos se formaron derivó de una lectura hecha el 1° de enero, en horas
de la misa mayor, de una cédula en la que Su Majestad mandaba que “los amos
y dueños de criados no los hagan trabajar en los domingos y días de fiestas”.
Aparte de los que fueron a buscar al cura, hubo un grupo más nutrido de
personas que se dirigió con las mismas intenciones a casa de Manuel .Antonio
de Lemos, uno de los dos alcaldes ordinarios. De ahí se regó la voz de que los
negros se querían sublevar. Al final, dadas las explicaciones del alcalde y del
cura, los amotinados se calmaron525.
Una década después, en 1781. las protestas de los mulatos de la misma zona
(Toro y Hato de Lemos) fueron de mayor alcance. Puesto que las medidas
borbónicas estatales de monopolizar tanto el cultivo como la comercialización
del tabaco y la destilación y venta de aguardiente, los dos principales ramos
económicos de los lugares mencionados, afectaron la economía familiar de los
pobladores, éstos no vieron sino en la protesta y el motín las únicas maneras
de hacer escuchar sus peticiones. En el fondo del escenario colonial de esa
coyuntura gravitaban dos sonoras revueltas: la de Túpac Amaru en noviembre
de 1780 y la de los Comuneros en marzo de 1781526.
Tomar las vías de hecho, además de posibilitarles ser tenidos en cuenta en
aquellas decisiones que los afectaban, no era una novedad entre las gentes
del común de la jurisdicción de Toro. Al menos unas dos décadas atrás.
250
Amanda Caicedo Osonio
ante medidas del mismo corte, los cosecheros de tabaco y los fabricantes de
aguardiente se agitaron amenazantes, lo que hizo de ellos unos interlocutores
que, aunque fueran molestos, no podían ser pasados por alto52'. Pero al igual
que en 1781, no fueron en el valle del río Cauca los únicos que se amotinaron
tratando de reversar las disposiciones arbitrarias sobre la hoja y la bebida. En
Cali y sus alrededores en 1765 hubo una auténtica “trepidación social” que
obligó al cabildo a suprimir las medidas estatales a nivel local. Esto les valió
a las autoridades caleñas una tremenda reprimenda de parte del Virrey que los
calificó de ligeros y de tener apagada su lealtad528.
Los sucesos de agosto de 1781 en Hato Lentos muestran que un gran tumulto
de personas, entre 300 y 400, armadas de los más disimiles instrumentos (lanzas,
espadas, sables, machetes, rozadores, escopetas, hachas y barretones) fueron
hasta el estanquillo y derramaron el aguardiente y despedazaron el tabaco
allí resguardado. Al día siguiente pasaron a Toro y luego a Roldanillo donde
hicieron exactamente lo mismo. Participaban, más que sujetos individuales
y aislados, familias enteras en las que se veían madres y niños, jóvenes y
viejos. Las rei vindaciones estaban dirigidas a retomar a una forma económica,
un patrimonio común, que se estaba removiendo y que por ello ponía a las
unidades domésticas al borde de la física hambre. Los habitantes, decían los
mismos funcionarios estatales, vivían dispersos, sin otra posesión que “una
triste desaliñada choza”, cultivando nada más que “el preciso ámbito para tres
o cuatro matas de plátano”. Su pobreza estaba fuera de toda duda y de alguna
manera hacia entendible sus fuertes reacciones y sus enérgicos reclamos529.
El movimiento no actuó de manera anárquica. Contó con toda una
organización que ayudó a que gentes de otras localidades se unieran al
levantamiento. Se tomaron medidas de control interno y de prevención ante
las autoridades. Se contó con el apoyo de otros grupos sociales y de algunos
funcionarios estatales. Se echaron a correr rumores de asaltos como parte de
una guerra de nervios para infundir más temor a las autoridades. Los líderes
intentaron, hasta donde les fue posible, evitar el pillaje y el robo a manos de los
amotinados. Se buscaba, en fin. contar con un movimiento legítimo capaz de
enfrentar con argumentos (que con frecuencia hacían referencia a tradiciones
y costumbres antiguas y comunitarias) la legalidad representada por las
autoridades civiles. Al final, en buena medida por la actitud firme demostrada517 *
517 PIEDRAH1TA, Diógenes. Apuntes para la historia Je Toro. Cali. Imprenta Departamental. 1939,
pp. 99-100
“* GARCÍA VÁSQUEZ. Demetrio, ¡(evaluaciones Históricas para la ciudad de Santiago de Cali.
Tomo 11. Cali, Editorial América, i 951, pp. 318-319
MORA DE TOVAR. Gilma, Aguardiente y conflictos sociales en la Nueva Granada, siglo XV111,
Bogotá. Universidad Nacional, 1988, pp. 210-214.
251
CoNSTRLYEMXJ LA HEGEMONIA RELIGIOSA
252
Amanda Caicedo Osouio
Eso hizo que, en segunda instancia, trataran de ablandar las posiciones de los
mulatos y demás amotinados por otra via. Una que los pusiera más al margen
de las autoridades civiles para no ser percibidos como contrarios a los reclamos
populares. Se mostraron interesados en solicitar un perdón general para que los
alzados se contuvieran al ver la magnanimidad del Rey y, más serenos, entendieran
mejor la situación. Además, acudieron a prácticas religiosas de integración
como la de organizar una procesión con San José, el santo patrono. Si todos
con devoción en ocasiones pasadas habían marchado unidos solicitándole con
fervor al santo por mejores tiempos y mejores cosechas, ahora era un momento
propicio para volverse a unir con el fin de evitar que la sociedad se dividiera aún
más. La crisis social no podría solucionarse sosteniendo un conflicto entre los
mismos miembros de la comunidad. Contra la fuerza disgregadora que se había
formado, una fuerza cohesiva mayor debía organizarse.
Los curas, con logros y fallas, unas veces en el centro del conflicto y
otras un poco al margen, no dejaron de estar presentes de principio a fin en
el levantamiento. Queriendo simbolizar el triunfo definitivo del bien sobre el
mal, de la capacidad de unión sobre el de la fragmentación, se celebró una misa
con repique de campanas y fuegos artificiales cuando se obtuvo el perdón real
del cual estaban tan pendientes los hombres de iglesia.
Unos años más adelante, en 1785, el “clérigo religioso” Francisco Javier
Paz Maldonado, antes de marchar al Putumayo a tratar de reducir los negros
apalencados, tuvo que contener la ira de los indios del pueblo de Inzá contra
el corregidor Manuel Serralde. Lo querían literalmente linchar. Pese a que
Serralde trataba mal a los curas doctrineros y entorpecía de continuo su labor
evangelizadora. Paz Maldonado se vio en la necesidad de ampararlo para
evitar una tragedia534.
En casa del cura nadie se atrevería a ponerle las manos encima. Los aposentos
eclesiásticos eran tomados como casa de Dios y en ellos solo los clérigos y
los religiosos tenían jurisdicción plena, inclusive ni las mismas autoridades
civiles estaban en capacidad de actuar en ellos para prender un delincuente
que se hubiera refugiado allí. Menos aún lo podían hacer los indios en tumulto
por más que la razón estuviera de su lado. En situaciones límites como la
anterior donde la vida de un feligrés estaba en peligro, y así éste no fuera un
dechado de virtudes cristianas, el deber del cura era proteger su vida. Si Dios
era el único dador de vida, sólo él tenía facultad para quitarla. Los hombres no
podían usurparle este poder a la Divinidad.
AGN. Fondo Bernardo Caicedo-Misiones. Volumen único. Caja 23, Carpeta 1, ff. 1-18.
253
Construyendo la Hegemonía Religiosa
254
t
Conclusiones
definir qué estaba incluido y qué no. La frontera de indefinición fue amplia y
espesa y. en consecuencia, era siempre peligroso -desde el punto de vista del
cura- cerrar las puertas porque algo no querido podia quedar adentro y algo
querido podia quedar afuera.
Los curas de almas, por lo dicho anteriormente, fueron más que unos
intermediarios culturales que conectaban el acá con el más allá. Su praxis
religiosa y el hecho de estar en medio de realidades sociales complejas,
los condujeron a participar activamente en la vida local tratando de hallar
soluciones a múltiples problemas que se derivaban del propio funcionamiento
del sistema colonial.
En efecto, en los actos de protesta de las gentes afectadas por diversas
medidas estatales o en los de manifestación de rechazo con el orden esclavista,
fue requerido por las partes en contienda. Por un lado, el Estado demandó de él
sus servicios para que los rebeldes volvieran a entrar en "policía” y, por otro,
los rebeldes le pedían su acompañamiento espiritual. Esa situación lo ponía
en un verdadero entre con el que debía aprender a lidiar. El cura de almas,
pues, aunque pertenecía a una institución de poder, en el despliegue real de
su oficio no podía sentirse integrante de sólo una parte. El se debía también a
sus parroquianos y las peticiones de estos no siempre miraban hacia el mismo
lugar que quería la Iglesia.
Otro dilema que tuvo que enfrentar el cura de almas se presentó a propósito
de la aplicación de algunas medidas de la Reforma Eclesiástica que rompieron
con un orden construido conjuntamente entre él y los feligreses. En tiempos
de innovaciones estatales con implicaciones sobre lo religioso, a un cura le era
muy difícil negarse abiertamente a aplicar lo que se le mandaba. Sin embargo,
debido a las distancias de sus parroquias con la sede episcopal y al peso de las
mismas tradiciones, trató, cuando pudo, de no forcejear con lo ya establecido.
Cuando hubo necesidad de aplicar medidas, vio cómo su feligresía -antes
muy participad va- comenzó a alejarse de las convocatorias que él hacia.
Las estrategias de mediación intentaron, además, construir una verdadera
comunidad cristiana a través del impulso del sentido de pertenencia.
Invitándolos a expresarse con su devoción de imágenes, con su participación
en las fiestas religiosas e incluso en la construcción material de las iglesias,
el mensaje que se quería instalar en la mentalidad de los parroquianos era
el de que la “iglesia somos todos”. Pero esas invitaciones muchas veces
implicaron tolerancia con algunas prácticas que pronto comenzaron a verse
como contrarias a la verdadera fe católica. Con la llegada de la concepción
ilustrada de la religión, empezaron a ser atacadas numerosas expresiones
religiosas tildadas de "barrocas" queriendo decir con ello inmoderación, apego
256
CONCLUSIONES
257
Anexos
ANEXO 1
Obispos de la Diócesis de Popayán (1547-1809)
ORIGEN
NOMBRE PERIODO CLERO
GEOGRÁFICO
Regular
Agustín de la Corufla 1566-1589 La Corada del Conde (Espada)
(agustino)
Regular
Domingo de Ulloa 1594-1597 Toro, reino de León (Espada)
(dominico)
Juan de la Roca 1601 - 1605 Lima (Perú) Secular
Regular
Juan González de Mendoza 1609- 1618 Toledo (Espada)
(agustino)
Regular
Ambrosio Vallejo Mejia 1620-1631 Madrid (España)
l carmelita)
Feliciano de In Vega y Padilla 1632 -1633 Lima (Perú i Secular
Diego de Muntoya y Mendoza 1633- 1638 Mijancas (España) Secular
Francisco de la Sema y Rimaga Regular
1640- 1645 Huánuco (Perú)
Salazar (agustino)
Regular
Mateo de Villafaflc y Panduro 1699-1714 Valderas (España)
(carmelita)
FUENTES; MABQ. pp. 135-164; DLB, pp. 150, 152-153 y 158; JPE.p. 25. 38.41.89-94,98, 189-191,
193-194, JMP. H.E .T 2, pp 181, 183. 195-198.200, 342-344 y 351; JMP. H E . T. 3,pp. 127, 133. 143,219.
225; y JMP, H.E.. T 4, pp. 135 y 141
ANEXO 2
Dignidades del cabildo eclesiástico y funciones
260
Bibliografía
. Juicios Criminales
. Miscelánea/Asuntos eclesiásticos. 2“parte eclesiásticos
. Negros y Esclavos del Cauca
Archivo Histórico de Cali
- Fondos:
. Cabildo
. Notaría Primera
Biblioteca Nacional
- Fondos:
. Antiguo
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262
B IBf.l OGfcAFU
263
CuNSTRIJVENDO LA HEGEMONIA RELIGIOSA
264
Bibliografía
265
Construyendo la Hegemonía Religiosa
266
Bibliíxírafía
267
Construyendo la Hegemonía Religiosa
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271
Construyendo la HeoemonIa Religiosa
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BlBLKXÍRAflA
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Construyendo la Hegemonía Reí igiosa
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