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Capítulo II
Introducción
A. Sin superación de la pobreza no hay autonomía económica para las mujeres
Hasta ahora las mediciones de pobreza basadas en encuestas de hogares no han sido
sensibles al género y han partido de las premisas de que la distribución de los ingresos en
los hogares es completamente igualitaria y que el valor del trabajo no remunerado es
cero.
Ante las profundas desigualdades de género que aún enfrentan los países de la región, el
indicador de la proporción de personas sin ingresos propios resulta clave para analizar la
autonomía económica de las mujeres y caracterizar las desigualdades de género en
términos del acceso a recursos monetarios (CEPAL, 2010a y 2015a)1. Ser perceptor o
perceptora de ingresos confiere poder de decisión sobre el destino de dichos ingresos, por
lo que este indicador se propone no solo como la contracara individual de la medición de
pobreza que tradicionalmente se realiza a nivel del hogar, sino también como una forma
de medir la autonomía de las mujeres en términos de decisiones económicas a nivel
familiar. Muestra también las posibilidades (o no) de las mujeres de tener ahorros, de
adquirir un bien duradero como una casa, de invertir en una iniciativa productiva o de
realizar otras acciones que permiten los ingresos.
Los ingresos personales pueden provenir de diversas fuentes: de la actividad laboral remunerada
en forma de sueldos, salarios o ganancias, de la renta derivada de la propiedad de patrimonio
físico o financiero, y de transferencias relacionadas con la trayectoria laboral de las personas
(jubilaciones) o con alguna condición por la cual reciban dinero a título personal.
Tanto para los hombres como para las mujeres, la principal fuente de ingresos son los sueldos y
salarios, que corresponden al 54% del volumen total de los ingresos personales. Esto indica el peso
que tiene el mercado laboral en términos de consolidar la autonomía económica de las personas y
combatir la desigualdad (OIT, 2014). Cabe señalar que en la región solamente una de cada dos
mujeres en edad de trabajar tiene empleo o lo busca, es decir, es económicamente activa3 .
Además de la posibilidad de proporcionar un ingreso que genere autonomía económica, si el
empleo es en el sector formal, les brinda a las mujeres acceso a la protección social, lo que incluye,
en algunos casos, cobertura de salud y una serie de redes y estabilidad que se potencian para
alcanzar otras autonomías, como la autonomía física y la autonomía política.
En cuanto a la segunda fuente de ingresos:
Según diversos estudios, el potencial de crecimiento de las empresas constituidas por mujeres está
restringido por la informalidad: entre el 55% y el 91% de la actividad empresarial de las mujeres en
la región tiene lugar en la economía informal. Este fenómeno hace que el ingreso se torne más
inestable y más propenso a desaparecer que en el caso de los hombres. Las mujeres lideran el 23%
de los pequeños negocios de la región, pero solo el 9% de las grandes empresas. El tamaño de la
empresa es muy relevante, ya que está positivamente asociado al volumen y la estabilidad de los
ingresos (The Economist Intelligence Unit, 2013).
Otra diferencia sustantiva en términos de fuentes de ingresos entre hombres y mujeres se observa
en las transferencias, y cobra especial importancia por su fuerte vínculo con la formulación de
políticas públicas. Las transferencias constituyen un 16,8% del volumen total de los ingresos de las
mujeres y menos del 8% de los ingresos de los hombres. Comprender las diferencias que implica
este tipo de ingresos en la composición de los ingresos personales de hombres y mujeres es clave
para superar la falta de autonomía de las mujeres.
Utilizando también encuestas de uso de tiempo, pero mediante una evaluación cuasiexperimental,
en un estudio de Canavire - Bacarreza y Ospina (2015), se descubrió que el programa
Familias en Acción de Colombia disminuye el tiempo de trabajo remunerado de los
niños y aumenta su tiempo de ocio, pero reduce el tiempo libre de las niñas y eleva su tiempo de
trabajo doméstico. En relación con los efectos del programa en las personas adultas, se encontró
que los hombres aumentaron su trabajo remunerado a costa del trabajo doméstico y que las
mujeres aumentaron su trabajo doméstico en detrimento del tiempo de ocio.
Por su parte, que el ingreso propio dependa de una transferencia condicionada del Estado coloca a
las mujeres una vez más en el lugar de variable de ajuste para las posibles crisis económicas que
enfrentan cíclicamente los países de la región. Como se ha verificado en múltiples casos, una vez
que se instalan las crisis y se responde reduciendo el gasto público, es muy probable que se
recorten programas sociales de los cuales las mujeres son las principales destinatarias. Esto deriva
en la fragilidad y muy poca certidumbre de continuidad del ingreso, el que no depende en
absoluto de la voluntad o las capacidades de quien lo recibe, sino de decisiones políticas muy
alejadas del día a día de las destinatarias.