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La igualdad distributiva y la autonomía económica

Capítulo II
Introducción
A. Sin superación de la pobreza no hay autonomía económica para las mujeres

 Hasta ahora las mediciones de pobreza basadas en encuestas de hogares no han sido
sensibles al género y han partido de las premisas de que la distribución de los ingresos en
los hogares es completamente igualitaria y que el valor del trabajo no remunerado es
cero.
 Ante las profundas desigualdades de género que aún enfrentan los países de la región, el
indicador de la proporción de personas sin ingresos propios resulta clave para analizar la
autonomía económica de las mujeres y caracterizar las desigualdades de género en
términos del acceso a recursos monetarios (CEPAL, 2010a y 2015a)1. Ser perceptor o
perceptora de ingresos confiere poder de decisión sobre el destino de dichos ingresos, por
lo que este indicador se propone no solo como la contracara individual de la medición de
pobreza que tradicionalmente se realiza a nivel del hogar, sino también como una forma
de medir la autonomía de las mujeres en términos de decisiones económicas a nivel
familiar. Muestra también las posibilidades (o no) de las mujeres de tener ahorros, de
adquirir un bien duradero como una casa, de invertir en una iniciativa productiva o de
realizar otras acciones que permiten los ingresos.

Más mujeres entre los pobres


Después de varios años de reducción de la pobreza por ingresos de los hogares en América Latina,
el ritmo se ha estancado desde 2012 en torno al 28%, mientras que la indigencia aumentó del
11,3% al 12,0% (CEPAL, 2015c). Esto se debe al proceso de desaceleración económica que sigue la
región. No obstante, es posible afirmar que la reducción de la pobreza y el aumento del PIB
experimentados en la última década no han beneficiado de igual forma a hombres y mujeres. Por
el contrario, existe una tendencia creciente a la sobrerrepresentación de mujeres en los hogares
en situación de pobreza, y el índice de feminidad de los hogares pobres e indigentes ha crecido de
manera sostenida.
El índice de feminidad de la pobreza refleja el porcentaje de mujeres pobres de 20 a 59 años con
respecto a la proporción de hombres pobres de esa misma franja estaria, corregido por la
estructura poblacional. En América Latina, este índice subió 11 puntos, pasando de 107,1 en 2002
a 118,2 en 2014 (véase el gráfico II.2). Esto significa que en 2014 el porcentaje de mujeres pobres
era un 18% superior al de los hombres pobres del mismo tramo de edad, lo que marca la
sobrerrepresentación de las mujeres en este conjunto de hogares2.
Este fenómeno conduce a una profunda reflexión sobre las políticas de combate a la pobreza y la
igualdad de género, ya que se puede afirmar que las estrategias de superación de la pobreza por sí
solas no mejoran las condiciones de vida de las mujeres. Si las políticas no están formuladas desde
el comienzo con perspectiva de género, tomando en consideración la división sexual del trabajo, la
discriminación y las barreras de acceso que enfrentan las mujeres en el mercado laboral, pueden
resultar poco eficaces para lograr sus objetivos y, a su vez, tener efectos nocivos para las mujeres e
incluso aumentarla proporción de mujeres pobres con respecto a los hombres.
Por otra parte, cuando los países disminuyen en gran medida sus niveles de pobreza, como ocurrió
en el Cono Sur en la última década, deben recurrir a otro tipo de políticas y no a las tradicionales,
consideradas homogéneas y neutrales desde el punto de vista de género. Esto se debe a que los
niveles de pobreza inferiores al 5% corresponden a la pobreza estructural, fenómeno más
complejo de superar que los niveles más altos de pobreza y donde se concentran más mujeres.
Entre los grandes problemas de la pobreza estructural que enfrentan estos países, se destacan el
estancamiento de la tasa de participación económica de las mujeres y las mayores tasas de
desempleo entre las mujeres de hogares pobres, junto con una escasa oferta estatal y una
segmentada oferta privada de servicios de cuidado.
En países precursores en la incorporación de las mujeres al mercado laboral, el ritmo de
incorporación ha disminuido y en algunos incluso se ha reducido la proporción de mujeres que
trabajan en forma remunerada; este es el caso de la Argentina, donde la tasa de actividad de las
mujeres se contrajo dos puntos porcentuales en la última década.
Al parecer, estos países tienen un “techo de cristal” en la inserción laboral femenina, y necesitan
aplicar políticas que den mayor impulso a la participación económica de las mujeres para lograr su
autonomía económica y superar la pobreza. Es frecuente que, ante peores condiciones de vida y
mayores niveles de privaciones, las asimetrías de género tiendan a ser menores. De este modo, en
países donde los niveles de pobreza superan el 40% de los hogares, el índice de feminidad fluctúa
entre 100 y 109 mujeres por cada 100 hombres (véase el gráfico II.3). El desafío para que se
reduzcan las cifras de pobreza en estos países sin aumentar la proporción de mujeres en hogares
pobres es formular políticas de erradicación de la pobreza que contemplen una mirada de género
desde el inicio, atendiendo a las especificidades de cada país en su contexto. Estas políticas
deberán estar orientadas a potenciar la inserción laboral de las mujeres y a brindar servicios para
que puedan desarrollarse personal y profesionalmente sin encontrar en el propio hogar las
principales barreras para salir de la condición de pobreza. Esto se relaciona directamente con
políticas activas de empleo, capacitación, oportunidades y promoción laboral, acceso al sistema
financiero y ampliación de la protección social. Es fundamental velar y promover la sostenibilidad
de esos esfuerzos y las fuentes de ingresos de todos los miembros del hogar para superar la
pobreza, incluida la posibilidad de reconocimiento del derecho de acceso a un ingreso básico
garantizado como nuevo derecho humano.
Entre las estrategias de superación de la pobreza, promover el acceso a los ingresos propios
debería ser una prioridad para los gobiernos de la región. En este sentido, las políticas de
superación de la pobreza y de inclusión productiva deberían contemplar el cuidado de personas
dependientes (niños, niñas, adultos mayores y personas con discapacidad), valorar las capacidades
y competencias de las mujeres y ampliar sus oportunidades rompiendo la segmentación vertical y
horizontal en el empleo.

2. Tener ingresos propios no es suficiente

Los ingresos personales pueden provenir de diversas fuentes: de la actividad laboral remunerada
en forma de sueldos, salarios o ganancias, de la renta derivada de la propiedad de patrimonio
físico o financiero, y de transferencias relacionadas con la trayectoria laboral de las personas
(jubilaciones) o con alguna condición por la cual reciban dinero a título personal.
Tanto para los hombres como para las mujeres, la principal fuente de ingresos son los sueldos y
salarios, que corresponden al 54% del volumen total de los ingresos personales. Esto indica el peso
que tiene el mercado laboral en términos de consolidar la autonomía económica de las personas y
combatir la desigualdad (OIT, 2014). Cabe señalar que en la región solamente una de cada dos
mujeres en edad de trabajar tiene empleo o lo busca, es decir, es económicamente activa3 .
Además de la posibilidad de proporcionar un ingreso que genere autonomía económica, si el
empleo es en el sector formal, les brinda a las mujeres acceso a la protección social, lo que incluye,
en algunos casos, cobertura de salud y una serie de redes y estabilidad que se potencian para
alcanzar otras autonomías, como la autonomía física y la autonomía política.
En cuanto a la segunda fuente de ingresos:
Según diversos estudios, el potencial de crecimiento de las empresas constituidas por mujeres está
restringido por la informalidad: entre el 55% y el 91% de la actividad empresarial de las mujeres en
la región tiene lugar en la economía informal. Este fenómeno hace que el ingreso se torne más
inestable y más propenso a desaparecer que en el caso de los hombres. Las mujeres lideran el 23%
de los pequeños negocios de la región, pero solo el 9% de las grandes empresas. El tamaño de la
empresa es muy relevante, ya que está positivamente asociado al volumen y la estabilidad de los
ingresos (The Economist Intelligence Unit, 2013).

Otra diferencia sustantiva en términos de fuentes de ingresos entre hombres y mujeres se observa
en las transferencias, y cobra especial importancia por su fuerte vínculo con la formulación de
políticas públicas. Las transferencias constituyen un 16,8% del volumen total de los ingresos de las
mujeres y menos del 8% de los ingresos de los hombres. Comprender las diferencias que implica
este tipo de ingresos en la composición de los ingresos personales de hombres y mujeres es clave
para superar la falta de autonomía de las mujeres.

Utilizando también encuestas de uso de tiempo, pero mediante una evaluación cuasiexperimental,
en un estudio de Canavire - Bacarreza y Ospina (2015), se descubrió que el programa
Familias en Acción de Colombia disminuye el tiempo de trabajo remunerado de los
niños y aumenta su tiempo de ocio, pero reduce el tiempo libre de las niñas y eleva su tiempo de
trabajo doméstico. En relación con los efectos del programa en las personas adultas, se encontró
que los hombres aumentaron su trabajo remunerado a costa del trabajo doméstico y que las
mujeres aumentaron su trabajo doméstico en detrimento del tiempo de ocio.

Por su parte, que el ingreso propio dependa de una transferencia condicionada del Estado coloca a
las mujeres una vez más en el lugar de variable de ajuste para las posibles crisis económicas que
enfrentan cíclicamente los países de la región. Como se ha verificado en múltiples casos, una vez
que se instalan las crisis y se responde reduciendo el gasto público, es muy probable que se
recorten programas sociales de los cuales las mujeres son las principales destinatarias. Esto deriva
en la fragilidad y muy poca certidumbre de continuidad del ingreso, el que no depende en
absoluto de la voluntad o las capacidades de quien lo recibe, sino de decisiones políticas muy
alejadas del día a día de las destinatarias.

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