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Carmilla
Carmilla
Sheridan Le Fanu
Mi nana y mi institutriz ejercían sobre mí ape- sentí perpleja, y un poco molesta al encontrarme,
nas el mínimo control que usted pueda imaginar, como suponía, abandonada. Y empecé a lloriquear,
tratándose de una niña mimada como yo, criada sin preparándome para pegar una tanda de alaridos,
madre y con un papá que la consentía y le daba gusto cuando, para mi sorpresa, percibí un rostro, solemne
prácticamente en todo. pero muy bello, que me contemplaba desde el otro
Uno de los primeros incidentes de mi vida que lado de la cama. Pertenecía a una joven que estaba
puedo recordar fue algo que marcó mi mente con un de rodillas con sus manos metidas debajo de la cobi-
sello terrorífico e indeleble, y que nunca he podido ja. La miré con una suerte de asombro placentero, y
borrar de mi memoria. Algunos dirán que fue una dejé de lloriquear. Ella me acarició con las manos, y
cosa tan trivial que no merece ser registrada aquí. luego se acostó a mi lado y me abrazó, sonriendo. Al
Pero pronto verá usted por qué la incluyo en mi relato. instante me sentí deliciosamente tranquila, y volví a
El cuarto de los niños –pues así se llamaba, dormir. Me despertó la sensación de un par de agujas
aunque yo lo tenía para mí sola– era una amplia ha- que penetraban muy hondo en mi pecho y lancé un
bitación con un empinado techo de roble. Se hallaba grito muy fuerte. La joven se apartó de mí con brus-
en el último piso del castillo. Creo que yo no debía quedad, pero sin dejar de mirarme fijamente. Luego
haber tenido más de seis años cuando una noche me se deslizó hasta caer al piso y esconderse debajo de la
desperté y al mirar para todos lados no vi a la niñe- cama. Al menos así creía yo.
ra. En realidad ella no estaba, y yo supuse que me Ahora sí, por primera vez estaba asustada y em-
encontraba sola. Pero no sentí miedo, porque yo era pecé a gritar a pulmón partido. La nana, la niñera, el
una de esas niñas afortunadas cuyos padres o guar- ama de llaves, todas vinieron corriendo. Pero cuando
dianes se esfuerzan por mantener en la ignorancia les conté lo que me había pasado no le dieron impor-
de historias de fantasmas y cuentos de hadas, y todos tancia y se dedicaron a tranquilizarme. Sin embargo,
esos relatos folclóricos de misterio y terror que ha- a pesar de ser solo una niña, me di cuenta de que
cen que uno esconda la cabeza cuando una puerta se habían puesto pálidas y llevaban una expresión
cruje súbitamente en el silencio, o cuando el titileo inusual de ansiedad. Las observé mientras miraban
de una vela que se apaga hace bailar la sombra de debajo de la cama y examinaban los rincones de la
un mueble a pocos metros de uno. Simplemente me habitación. También se agachaban para ver si había
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algo debajo de las mesas y abrieron el armario para mi cama, conversando amablemente, preguntándole
inspeccionar allí. Y oí al ama de llaves comentar a la cosas a la niñera y riéndose con gusto de alguna res-
niñera: puesta suya. Me dio un beso y una palmadita en el
—Ponga la mano aquí, en esta depresión en la hombro, y me dijo que no tuviera miedo, que sólo
cama. Alguien se acostó ahí, seguro. Y no fue usted. había sido un sueño y que no me iba a pasar nada.
Mire, todavía está tibio. Pero no me sentí consolada, porque sabía que la
Recuerdo cómo la niñera me reconfortaba, y visita de la extraña joven no había sido un sueño. Yo
cómo las tres examinaron mi pecho, donde les dije estaba terriblemente asustada.
que había sentido el pinchazo, y me aseguraron que La niñera intentó consolarme un poco al ase-
no había ningún signo visible de que algo me hubiera gurarme que fue ella quien había entrado a mirarme
pasado. y quien se había acostado junto a mí en la cama, que
El ama de llaves y dos sirvientas encargadas del yo debía de estar medio dormida para no haberla re-
cuarto de niños permanecieron al pie de mi cama conocido. Pero esto, a pesar de ser testimonio de la
toda la noche, y a partir de entonces una de las sir- niñera, no me satisfizo del todo.
vientas siempre me acompañaba en las noches hasta Recuerdo también que, en el curso de aquel día,
cuando cumplí catorce años. un señor viejo y venerable vestido de sotana negra
Después del incidente estuve nerviosa duran- entró a la habitación en compañía de la niñera y del
te mucho tiempo. Llamaron a un médico, un señor ama de llaves, y, después de conversar un rato con
mayor, muy pálido. Aún recuerdo su largo rostro ellas, se dirigió a mí de la manera más gentil. Su cara
saturnino levemente picado de viruela, y su peluca era muy dulce, y me dijo que iban a rezar. Me juntó
castaña. Durante un buen tiempo me visitó con in- las dos manos y me rogó que dijera lo siguiente, sua-
tervalos de dos días, y me daba medicinas que por vemente, mientras ellas oraban: «Señor, presta oído a
supuesto odiaba. todas nuestras plegarias, por nosotros, en el nombre
La mañana siguiente a la aparición yo estaba de Jesús». Creo que esas eran sus palabras, ya que
en un estado de terror y no soportaba estar sola ni las repetía para mí misma con frecuencia, y durante
por un momento, a pesar de que ya había amaneci- años mi niñera insistía que las pronunciara cada vez
do. Recuerdo que mi padre vino y se quedó al pie de que rezaba.
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casa a la inocencia, a la felicidad, a una compañera se me llenaron los ojos de lágrimas al enterarme tan
encantadora para mi adorada Bertha. ¡Por Dios, qué súbitamente de lo sucedido. Quedé asustada, además
tonto he sido yo! de profundamente desilusionada.
»Doy gracias a Dios que mi niña haya muerto Ahora se había acostado el sol. A la luz del cre-
sin sospechar la causa de sus sufrimientos. Se ha ido púsculo devolví a mi padre la carta del general.
sin haber sospechado siquiera la naturaleza de su en- Era un atardecer suave, de cielo despejado, y
fermedad, ni la maldita pasión de quien trajo toda esta nos quedamos sentados allí especulando sobre la
miseria. Dedicaré el resto de mis días a la persecución posible significación de las violentas e incoherentes
y extinción de aquel monstruo. Me dicen que existe la frases que yo acababa de leer. Nos faltaba caminar
posibilidad de que pueda cumplir con mi propósito, más de un kilómetro antes de llegar a la carretera
tan justo como misericordioso. Por el momento no que pasa por delante del castillo, y mientras tanto
encuentro más que un mero resquicio de esperanza, salió la luna, iluminándolo todo. En el puente leva-
un tenue rayo de luz para guiarme. Maldigo mi pre- dizo nos encontramos con madame Perrodon y ma-
sumida incredulidad, mi despreciable afectación de demoiselle De Lafontaine, quienes habían salido, las
superioridad, mi ceguera, mi terquedad, todo. Pero cabezas descubiertas, para disfrutar el exquisito cla-
demasiado tarde. En este momento no puedo escri- ro de luna. Al acercarnos oímos sus voces dialogan-
bir ni hablar con calma. Mi mente está turbada. Tan do en animada cháchara. Y nos reunimos con ellas
pronto me haya recuperado un poco, pienso dedicar- al pie del puente levadizo para admirar la belleza de
me durante un tiempo a hacer pesquisas, cosa que po- la escena.
siblemente significaría un viaje hasta Viena. En algún Frente a nosotros se distinguía el claro que aca-
momento, cuando llegue el otoño, es decir en un par bábamos de atravesar. A nuestra izquierda la estrecha
de meses, o tal vez antes si aún estoy vivo, espero ir a vía zigzagueaba a la sombra de majestuosos árboles
verlo –es decir, si me lo permite–, y entonces le con- hasta perderse de vista entre la densidad del bosque.
taré lo que en este momento no me atrevo a poner en A la derecha la misma carretera pasa por encima del
el papel. Hasta luego. Rece por mí, querido amigo». alto y pintoresco puente, cerca de una torre en ruinas
Con estas palabras terminó tan extraña carta. que una vez vigilaba el paso. Y más allá del puente
A pesar de no haber visto nunca a Bertha Rheinfeldt, se eleva una montaña empinada, cubierta de árboles.
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En la penumbra del bosque se divisan algunas rocas sueños, y sobre los locos también, y sobre personas
grises invadidas por la hiedra. nerviosas. Poseía una maravillosa potencia física re-
Sobre el césped y todo el terreno llano avanzaba lacionada con la vida. Mademoiselle contó cómo su
lentamente una delgada capa de niebla que parecía primo, marinero en un barco de la marina mercante,
humo, y a lo lejos se divisaba una que otra curva del al quedarse dormido sobre el planchón del barco en
río en la que la luna producía, por momentos, unos una noche similar, acostado boca arriba con su ros-
breves destellos de luz. Imposible imaginar una esce- tro iluminado totalmente por la luna, después de so-
na más dulce o más apacible. Aunque la noticia que ñar con una anciana que le arañaba la cara, despertó
acababa de recibir transmitía a todo un tono melan- con sus facciones horriblemente distorsionadas. Su
cólico, nada podía malograr ese ambiente de pro- rostro nunca recuperó su forma normal.
funda serenidad, ni la gloria encantada y la hermosa —Esta noche –dijo– la luna está plena de in-
nebulosidad de aquel panorama. Mi padre, a quien fluencias idílicas y magnéticas. Miren, si se voltean y
le placía todo lo pintoresco, quedó de pie a mi lado contemplan la fachada del castillo que está a sus espal-
contemplando en silencio el paisaje a nuestros pies. das, verán cómo todas sus ventanas despiden destellos
Las dos buenas mujeres conservaban una discreta de luz de un esplendor argénteo, como si unas manos
distancia de nosotros. Discurrían acerca de la escena invisibles hubieran prendido las luces en las habita-
y alababan con elocuencia la belleza de la luna. ciones para recibir a unos huéspedes hechizados.
Madame Perrodon era una matrona regordeta Era un típico momento cuando uno sufre de
y romántica que hablaba y suspiraba poéticamente. una suerte de indolencia y, aunque no tiene ganas de
Mademoiselle De Lafontaine, que ostentaba ciertos hablar, disfruta de la charla de otros cuando llega a
conocimientos heredados de su padre –un alemán sus oídos. Así me deleitaba el tintineo de la conver-
quien había sido, según decían, un gran sicólogo y sación de las dos mujeres.
metafísico, tomado incluso por místico–, afirmó que —Esta noche he sucumbido a uno de mis ratos
cuando la luna brillaba con una luz tan intensa, como de melancolía –me dijo papá, después de un silencio,
aquella noche, se producía una actividad espiritual y antes de pronunciar una cita de Shakespeare cuya
excepcional. El efecto de la luna en ese estado de bri- obra solía leerme en voz alta para que mantuviéra-
llantez era múltiple. Ejercía su influencia sobre los mos vivo el inglés–. «En verdad no sé por qué estoy
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tan triste. Me fatiga. Me dices que te fatiga también a gritos de una voz femenina que emergían de la ven-
ti. Pero cómo llegué a este…» Ya no me acuerdo del tanilla de la carroza.
resto –continuó–, pero siento como si un inmenso e Nos acercamos todos, inspirados por una mez-
inminente infortunio pendiera sobre nosotros. Debe cla de curiosidad y horror; yo, en silencio; los demás,
ser que la angustiada carta del pobre general tiene con variadas expresiones de temor.
que ver con ello. No íbamos a quedar en suspenso por mucho
En ese preciso momento nuestra conversación rato. Justo antes de llegar al puente levadizo del cas-
fue interrumpida por el sonido inusual de las ruedas tillo, siguiendo la ruta que ellos habían tomado, hay
de un coche y el batir de cascos en la carretera. El rui- un magnífico limero al borde de la carretera. Frente
do parecía proceder de la tierra alta que daba al viejo a este árbol se encuentra una antigua cruz de pie-
puente. Y efectivamente, en ese momento toda una dra. Ahora, al ver la cruz, los caballos, que venían a
comitiva emergió de ese punto: primero dos jinetes una velocidad aterradora, dieron un viraje abrupto
cruzaron el puente, seguidos de un coche tirado por haciendo que las ruedas del coche se montaran sobre
cuatro caballos, con dos hombres montados detrás. las raíces del árbol.
Evidentemente era el coche de una persona de alto Yo sabía lo que iba a pasar. Me cubrí los ojos,
rango, y al instante quedamos fascinados frente a un pues no fui capaz de mirarlo. Volteé la cabeza para
espectáculo tan inusitado. Pocos instantes más tarde, otro lado y, en ese momento, oí un grito de una de
el espectáculo se volvió aún más interesante, ya que, las dos señoras amigas quienes se habían alejado un
apenas pasada la cumbre del alto puente, uno de los poco de nosotros.
caballos que tiraban el coche, el que iba adelante, se Finalmente la curiosidad me hizo abrir los ojos.
asustó. Su pánico contagió a los demás, y luego de Y lo que contemplé fue una escena de confusión to-
corcovear desesperadamente, todos arrancaron en tal. Dos de los caballos estaban echados en la tierra;
un galope desenfrenado y, sobrepasando a los jinetes el coche se recostaba sobre un lado con dos ruedas
que iban en primera fila, vinieron tronando, desbo- en el aire; los hombres se dedicaban a soltar los ti-
cados, hacia nosotros a la velocidad de un huracán. rantes del arnés; y una señora, de aspecto imponente
A lo dramático de la escena se agregó un ele- y de un aire imperioso, había descendido del coche
mento más doloroso aún: los largos y terroríficos y quedaba de pie retorciéndose las manos y, de vez
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en cuando, levantando un pañuelo para enjugarse los —¿Existe otra que haya nacido para aguantar
ojos. tantas calamidades? –le oí decir, nuevamente retor-
Acto seguido, por la portezuela de la carroza ciéndose las manos–. Heme aquí en un viaje de vida
sacaron en brazos a una mujer joven, aparentemente o muerte, un viaje en el que perder una hora significa
sin vida. Mi viejo y querido padre ya se encontraba al posiblemente perderlo todo. Mi hija no se habrá re-
lado de la señora, sombrero en mano, evidentemente cuperado lo suficiente como para poder acompañar-
ofreciendo su ayuda y los recursos de su castillo. La me. Y, ¿quién puede saber por cuánto tiempo tengo
señora parecía no escucharlo, o más bien no poder que abandonarla? No puedo esperar, no me atrevería
hacer otra cosa que observar a la delgada muchacha a demorarme. Dígame, señor, ¿de aquí cuánto dista
a quien pusieron a descansar en el terraplén. el pueblo más cercano? Voy a tener que dejarla allá.
Me acerqué. La muchacha se veía aturdida, ¡Ay, no voy a volver a ver a mi tesoro, ni siquiera sa-
pero por fortuna no estaba muerta. Mi padre, que se ber de ella, hasta mi regreso, en unos tres meses!
preciaba de poseer buenos conocimientos médicos, Halé del abrigo a mi papá y susurré en su oído
acababa de colocar los dedos en su muñeca, y le ase- con emoción:
guraba a la señora, quien se declaró ser madre de la —¡Oh, papá! Por favor, pídele que nos permita
joven, que su pulso, aunque tenue e irregular, todavía que la niña permanezca aquí con nosotros. Sería tan
se distinguía, sin la menor duda. La señora se juntó agradable. Sí, papá. Díselo, te lo ruego.
las manos y miró hacia el cielo, como una expresión —Si madame acepta dejar a su hija al cuidado de
momentánea de gratitud. Pero irrumpió en seguida la mía –dijo mi padre–, y de nuestra buena ama de lla-
con un gesto dramático y teatral que, según entien- ves, madame Perrodon, para que resida aquí como in-
do, es natural en ciertas personas. vitada hasta su regreso, y bajo mi responsabilidad, sería
Era lo que llaman una mujer atractiva para sus para nosotros un reconocimiento y, al mismo tiempo,
años, y habrá sido muy hermosa cuando joven. Era alta, una obligación. Y la cuidaríamos con todas las atencio-
pero no demasiado delgada, vestía terciopelo negro y, nes y devoción que merece encargo tan sagrado.
aunque pálida, su cara revelaba una persona soberbia y —No puedo aceptarlo, señor. Sería pedir dema-
acostumbrada a mandar, a pesar de estar ahora extra- siado de su amabilidad y su galantería –respondió la
ñamente agitada. Me acerqué para verla mejor. señora, distraída.
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—Al contrario –dijo mi padre–, sería para noso- de la escena inicial. Luego, con un gesto discreto, lla-
tros un gesto de gran amabilidad, sobre todo en este mó a mi padre a un lado y se alejó con él unos pasos
momento cuando más nos hace falta. Mi hija acaba para que estuvieran fuera del alcance de nuestros oí-
de sufrir una desilusión debido a un evento cruel, que dos. Observé cómo le habló con una expresión fija y
le ha privado de una visita largamente esperada, una severa, muy diferente de la que había tenido cuando
visita que le habría proporcionado mucha felicidad. hablaba unos momentos antes.
Si usted fuera a confiar esta joven a nuestro cuida- Me sorprendió mucho que mi padre no pare-
do, sería el mejor consuelo para mi hija. El pueblo ciera haber notado el cambio. Me dio una curiosi-
más cercano está lejos, y no goza de ningún hospeda- dad insaciable por saber qué era lo que ella le estaba
je digno de recibir a su hija. No puedo permitir que diciendo, prácticamente pegada a su oído. Lo decía,
continúe un viaje que evidentemente será largo, sin además, con tanta intensidad, y tan rápido.
que corra peligro. Si es verdad, como usted ha dicho, Estuvieron ocupados así durante dos minutos,
que no puede suspender el viaje, tendrá que separarse o tres cuando mucho. Terminada la conversación,
de ella esta misma noche. Y en ningún lugar podría ella se volteó y dando unos cortos pasos llegó a don-
dejarla con tantas y tan honestas manifestaciones de de yacía su hija en brazos de madame Perrodon. Se
un tierno cuidado como el que encontrará aquí. arrodilló a su lado por un momento y le susurró algo
Había algo en el aire de esta señora, y en su fi- al oído, que madame suponía era una bendición. Lue-
gura, de tanta distinción, e incluso de imponencia, y go, de prisa, le plantó un beso en la frente e inmedia-
en su manera de ser tan agradable, que dejaba a uno tamente se levantó, entró en el coche, la portezuela
impresionado. Y eso aparte de su elegante comitiva y se cerró, dos lacayos de elegantes atuendos subieron
la sensación inequívoca de que se trataba de un per- a ocupar sus puestos en la parte de atrás, los jinetes
sonaje importante. acompañantes espolearon sus bestias, los postillones
Ya habían levantado la carroza, estaba puesta soltaron latigazos, los caballos corcoveaban antes de
en posición para andar de nuevo, y los caballos se ha- arrancar a un medio galope que amenazaba con con-
bían calmado y tenían sus arneses otra vez en orden. vertirse pronto en un galope veloz y el coche partió
La señora echó a su hija una mirada que no me en estampida con los dos jinetes auxiliares siguiendo
pareció tan afectuosa como hubiera esperado a la luz por detrás al mismo acelerado ritmo de todos.
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3 —No veo el coche. ¿Y Matska? ¿Dónde está
Matska?
C omparamos notas Madame respondió todas sus preguntas hasta
donde pudo entenderlas, y gradualmente la mucha-
cha recordaba cómo había sucedido la desventura, y
se puso feliz cuando supo que nadie en el coche, ni
ninguno de los que estaban atendiendo, había sufri-
do heridas. Pero, al enterarse de que su madre le ha-
bía dejado aquí hasta su regreso en unos tres meses,
Nuestras miradas siguieron la comitiva hasta se puso a llorar.
que se perdió abruptamente entre la neblina del bos- Estaba yo al punto de agregar mis consuelos a
que y el ruido de cascos y ruedas murió en el aire los de madame Perrodon, cuando mademoiselle De
silencioso de la noche. Lafontaine me tomó del brazo y me dijo:
Lo único que quedó para asegurarnos de que —No te acerques. Por ahora ella no puede con-
la aventura no había sido simplemente la ilusión de versar con todos nosotros al mismo tiempo, sino
un instante fue la joven, quien, justo en ese momen- solamente uno por uno. En este momento cualquier
to, abrió los ojos. Yo no los podía ver, porque ella agitación le podría hacer daño.
se había volteado hacia el otro lado, pero levantó la Tan pronto esté cómodamente acostada en una
cabeza, evidentemente mirando a su alrededor, y oí cama, pensé yo, voy a ir a su cuarto para verla.
una voz muy dulce que preguntaba en tono quejum- Mientras tanto mi padre había despachado a
broso: un sirviente a caballo para que fuera a traer al mé-
—¿Dónde está mamá? dico que vivía a unas dos leguas de nosotros. Y una
Nuestra querida madame Perrodon le contestó habitación se preparaba para recibir a nuestra joven
tiernamente, agregando algunas palabras de consuelo. huésped.
Luego le oí preguntar: Ella se levantó ahora, y recostada en el brazo de
—¿Dónde estoy? ¿Qué lugar es este? madame, caminó lentamente por el puente levadizo
Y después dijo: y entró al castillo. En el amplio vestíbulo del castillo
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los sirvientes la esperaban, y sin más demora la con- —Me gusta mucho –contestó madame–. Casi
dujeron a su habitación. El lugar que habitualmen- diría que nunca he visto una criatura más hermo-
te usamos como salón de estar es una sala larga con sa. Es como de la misma edad tuya, tan amable y
cuatro ventanales que dan a la fosa y al puente leva- querida.
dizo, y al bosque que antes describí. Los muebles son —Sí, es absolutamente bella –añadió mademoi-
de roble tallado, y hay altos escaparates. Los asientos selle, quien se había asomado por un momento a la
están forrados de terciopelo carmesí de Utrecht. Las habitación de la niña.
paredes están cubiertas de tapicerías con grandes —Y tiene una voz tan dulce –agregó madame
marcos dorados, y las figuras, de tamaño real, están Perrodon.
vestidas de atuendos antiguos y muy curiosos. Los —¿Se fijó usted en una dama en el coche,
personajes representados están dedicados a la cace- después de que lo levantaron? ¿Una mujer que no
ría, a la halconería, y en general a un ambiente festi- descendió –preguntó mademoiselle–, sino que úni-
vo. El lugar no es tan majestuoso como para no ser camente nos observó a través de la ventana?
cómodo. Y es aquí donde nos tomamos el té, porque —No, no la vimos.
papá, con su consabida tendencia patriótica, insiste Luego mademoiselle describió una mujer ne-
en que la bebida nacional debe aparecer con regula- gra, horrorosa, de turbante rojo, que miraba fija-
ridad, sin descuidar el café y el chocolate. mente todo el tiempo desde la ventana de la carroza,
Aquella noche estuvimos sentados allí con las asintiendo con la cabeza y sonriendo despectiva-
velas prendidas hablando de los acontecimientos de mente en dirección de las dos señoras. Sus grandes
la tarde. Madame Perrodon y mademoiselle De La- ojos sobresaltados brillaban, dijo, y mantenía los
fontaine nos acompañaban. Nuestra joven visitante dientes apretados en una mueca de furia.
apenas se había acostado en la cama cuando entró —¿Y se fijó en los sirvientes que la acompaña-
en un sueño profundo, y las dos señoras le habían ban? –preguntó madame–. Una pandilla de tipos de
dejado al cuidado de una sirvienta. muy mal aspecto.
—¿Cómo le parece nuestra invitada? –le pre- —Es cierto –dijo mi padre, quien acababa de
gunté a madame apenas entró al salón–. Cuénteme entrar–. Los más feos y mal encarados que he vis-
todo de ella. to en mi vida. Ojalá no le vayan a robar a la pobre
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señora en el bosque. Sin embargo, son hábiles, hay —De todas maneras sí lo dijo –contestó con
que admitirlo. Arreglaron todo en segundos. una risa–. Y como quieres enterarte de todo lo que
—Supongo que están agotados de viajar tanto sucedió, que no era mucho en realidad, pues te lo
–dijo madame–. Además de parecer malévolos, te- cuento. A continuación ella me dijo: «Voy a empren-
nían caras tan raras, alargadas, oscuras y taciturnas. der un largo viaje de vital importancia», ella subrayó
Me suscitaron curiosidad, lo reconozco. Me supongo la palabra «vital». «Un viaje rápido y secreto», dijo.
que la joven te contará todo mañana, si está suficien- «Regresaré por mi niña en tres meses. Mientras tan-
temente recuperada. to ella mantendrá silencio sobre quiénes somos, de
—No creo que lo haga –dijo mi padre, con una dónde venimos y a dónde vamos». Eso fue todo lo
sonrisa misteriosa y una inclinación de la cabeza, que me dijo. Habla un francés excelente. Al pronun-
como si supiera más del asunto de lo que estaba dis- ciar la palabra «secreto», hizo una pausa de varios
puesto a revelar. segundos, mirándome severa y fijamente a los ojos.
Lo cual me incitó a querer saber qué era lo que Me pareció que era muy importante para ella. Tú vis-
había pasado entre él y la señora de terciopelo negro te cómo se fue de rápido. Espero no haber cometido
durante la breve pero intensa entrevista que se llevó un error estúpido al encargarme de esta jovencita.
a cabo justo antes de su partida. Por mi parte, estaba feliz. Ansiaba verla y ha-
Apenas estuvimos a solas, le pedí que me lo blar con ella. Solo esperaba a que el médico me diera
contara. No hubo necesidad de insistir. el permiso. Las personas que viven en las ciudades
—No hay ninguna razón particular por la que no tienen idea de lo enorme que es el hecho de en-
no debería contarte. Ella expresó su renuencia a mo- contrar a una nueva amiga en medio de la soledad
lestarnos con el cuidado de su hija, explicando que la que nos rodea.
niña tenía una salud precaria, que era nerviosa, pero Daba casi la una de la mañana cuando llegó el
no sufría de ninguna clase de epilepsia (cosa que la se- médico. Pero para mí era tan imposible acostarme a
ñora reveló sin yo preguntárselo) ni de ningún tipo de dormir como habría sido alcanzar a pie la carroza en
ilusiones, dijo, siendo, de hecho, perfectamente sana. la que había partido la princesa de terciopelo negro.
—Qué raro que dijera todo eso –dije–. No era Cuando el médico, habiendo examinado a la
necesario. paciente, entró al salón de estar, nos dio un informe
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muy favorable. La niña estaba despierta, sentada en madre le había cubierto los pies mientras yacía en
la cama. Su pulso era regular y se veía perfectamente el suelo.
bien. No había sufrido ningún golpe y el pequeño Cuando llegué al borde de la cama y estaba
sobresalto nervioso ya se le había quitado sin dejar a punto de saludarla, ¿qué cosa fue la que me dejó
huella. Una visita mía no suponía ningún inconve- muda y me hizo echar atrás ante su presencia? Se lo
niente, si las dos estábamos de acuerdo. De modo voy a decir. Vi la misma cara que me había visitado
que, con el beneplácito del médico, fui a preguntar aquella noche en mi infancia y que había quedado
si ella me permitía visitarla por unos minutos en su tan fija en mi memoria, y sobre la que había rumiado
habitación. con frecuencia, y con horror, a lo largo de los años,
La sirvienta regresó inmediatamente y me dijo cuando nadie imaginaba en qué estaba pensando.
que, para la niña, sería lo mejor que se podía esperar. Era una cara bonita –diría que bella–, y cuando la vi
Puede usted tener la certeza de que no me de- por primera vez tenía esa misma expresión melancó-
moré nada en aprovechar ese permiso. lica. Pero esa expresión cambió casi instantáneamen-
A nuestra invitada le habían asignado una de las te y se convirtió en una extraña e inmóvil sonrisa de
habitaciones más elegantes de nuestro castillo. Era, reconocimiento.
tal vez, excesivamente majestuosa. Al pie de la cama Siguió un silencio de al menos un minuto y lue-
colgaba una tapicería que representaba a Cleopatra go, finalmente, ella habló. Yo no podía.
apretando el áspide contra su pecho. Otras escenas —¡Qué maravilla! –exclamó–. Hace doce años vi
clásicas, un poco desteñidas, adornaban las demás tu cara en un sueño y me ha perseguido desde entonces.
paredes. Pero había algunas tallas de oro, además de —De verdad, maravilloso –repetí yo, superando
otros objetos del decorado de colores lo suficiente- con un esfuerzo el horror que, por unos momentos,
mente ricos y variados como para contrarrestar lo me había impedido hablar–. Hace doce años, en una
sombrío de las viejas tapicerías. visión o en realidad, a ti ciertamente te vi. No pude
Al lado de la cama habían prendido unas velas. olvidar tu rostro. Ha permanecido ante mis ojos des-
Ella estaba sentada, su delgada y bella figura envuelta de entonces.
en una bata de seda con bordado de flores y forrada Su sonrisa se volvió más tierna. Lo que en un
de una seda más gruesa, una prenda con la que su primer momento había visto como extraño en ella se
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había desvanecido. Ahora su sonrisa, con los hoyue- Creía que las camas estaban desocupadas, que en la
los de sus mejillas, prestaba a su cara tan deleitable, habitación no había nadie más que yo. Luego, des-
tan bonita, un toque de inteligencia. Me sentí más pués de mirar por todos lados (y recuerdo cómo me
segura, y continué en la tónica indicada por las reglas llamó la atención especialmente un candelabro de
de la hospitalidad, dándole la bienvenida y diciéndo- dos brazos que reconocería fácilmente si lo volviera a
le cómo su accidental llegada había sido placentera ver), me metí debajo de una de las camas para llegar
para todos nosotros, y le conté especialmente cuánta hasta la ventana. Pero al levantarme al otro lado de
felicidad me había traído a mí. la cama sentí que alguien estaba llorando. Y estando
La tomé de la mano. Yo era un poco tímida, yo todavía de rodillas, mi mirada cayó sobre la cama,
como es normal en las personas solitarias, pero en y te vi. Estoy segura de que eras tú. Y estabas como te
esta situación me volví elocuente, y hasta audaz. Ella veo ahora, una bella adolescente con bucles dorados
me apretó la mano, poniendo la suya encima de la y grandes ojos azules, y con los labios, tus labios, tal
mía. Sus ojos brillaban, y al mirarme a los ojos, son- como te veo aquí en este momento.
rió de nuevo, y se ruborizó. Y continuó:
Había respondido a mi bienvenida de una ma- —Tu belleza me conquistó. Trepé encima de
nera muy bella. Yo me senté a su lado. Estaba todavía la cama para abrazarte, y creo que las dos nos que-
llena de dudas y preguntas. Y ella me dijo lo siguiente: damos dormidas. Me despertó un grito; tú estabas
—Tengo que contarte cómo fue la visión que sentada, gritando. Me asusté, y deslizándome, caí al
tuve de ti. Es tan extraño que hayamos tenido las dos, piso. Parece que perdí el conocimiento momentá-
tú y yo, un sueño tan vívido, una de la otra. Y que neamente, y cuando volví en mí, estaba otra vez en
ambas nos hayamos visto con las mismas caras que mi propia habitación en casa de mamá. Pero nunca
tenemos ahora, dado que, en aquel entonces, éramos he podido olvidar tu cara. Un mero parecido no me
apenas niñas. Yo tenía unos seis años, y cuando me engañaría. La joven mujer que yo vi aquella noche
desperté de un sueño confuso y perturbado, me en- eras tú.
contré en una habitación muy distinta de la mía, con Entonces me tocó el turno de narrar la corres-
paredes forradas en paneles de madera oscura. Había pondiente visión que yo tuve. Cosa que hice. Y al oír
armarios, y alrededor de la cama, asientos y bancas. mi historia mi nueva amiga no ocultó su asombro.
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—No sé cuál de las dos –me dijo con una son- que espera afuera. Encontrarás en ella a una persona
risa–, debería sentir más miedo de la otra. Si no fue- tranquila, y también útil.
ras tan bonita, tal vez sentiría mucho miedo en tu —Tan amable tú. Pero no podría dormir. Nun-
presencia. Pero siendo como eres, y las dos tan jóve- ca he podido dormir con otra persona en la habita-
nes, solo siento haberte conocido hace doce años y ción. No me hará falta ninguna asistencia. Y debo
por eso he ganado un cierto derecho a la intimidad confesar mi debilidad. Me persigue un terror frente
contigo. En todo caso, parece evidente que, desde la a los ladrones. Una vez los ladrones se metieron a
primera infancia, estábamos destinadas a ser amigas. nuestra casa y asesinaron a dos sirvientas nuestras.
Me pregunto si tú te sientes tan extrañamente atraída Así que siempre cierro la puerta con llave. Se me ha
hacia mí como yo me siento hacia ti. Nunca he teni- vuelto una costumbre. Y como tú eres tan amable, es-
do una amiga. ¿Voy a encontrar una amiga ahora? toy segura de que me perdonarás. Veo que la puerta
Suspiró hondamente y sus bellos ojos oscuros tiene una llave colgada en la cerradura.
me contemplaron con pasión. Me apretó entre sus bellos brazos y me susurró
Ahora, para decir verdad, tenía una sensación al oído:
imposible de explicar frente a esta bella desconocida. —Buenas noches, querida. Es tan difícil despe-
Me sentí, como dijo, «atraída hacia ella». Pero había, dirme de ti. Pero te deseo una buena noche. Mañana
al mismo tiempo, un elemento de repulsión. No obs- nos volveremos a ver. Pero no muy temprano.
tante, en medio de esta ambigüedad de sensaciones, Con un suspiro se recostó sobre la almohada, y
la atracción predominaba fuertemente. Ella captó mi sus bellos ojos me siguieron con una mirada amoro-
interés, me conquistó. ¡Era tan bella y tan indescrip- sa y melancólica. Nuevamente murmuró:
tiblemente encantadora! —Buenas noches, amiga querida.
Entonces experimenté otra sensación: me inva- Los jóvenes se quieren –incluso, se aman– por
dió una especie de languidez y agotamiento. De modo un impulso. Me sentí halagada por el evidente aun-
que le di las buenas noches y comencé a retirarme. que, hasta ahí, inmerecido cariño que me había mos-
Pero antes, le dije: trado. Me había gustado la confianza con la que me
—El médico opina que una sirvienta debería recibió espontáneamente. Ella estaba decidida a que
acompañarte esta noche. Hay una de las nuestras íbamos a ser amigas íntimas.
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c a r m il l a
Al otro día nos volvimos a encontrar. Y yo es- 4
taba feliz con mi nueva compañera. Es decir, bajo
muchos aspectos. Vista a la luz del sol su belleza no S us costumbres – Un paseo
perdía nada; era la criatura más bella que había visto
jamás. Y el desagradable recuerdo de la cara que se
me había presentado en aquel sueño de niña había
perdido el efecto de ese primer momento de reco-
nocimiento. Ella confesó que había experimentado
un miedo similar cuando me vio, y precisamente la
misma vaga antipatía mezclada con admiración que, Les dije que ella me encantaba en casi todo. Pero
en un primer momento, yo había sentido frente a había ciertos aspectos que no me gustaban tanto.
ella. Nos reímos juntas de nuestros momentáneos Voy a comenzar por describirla.
temores. Era más alta que el promedio de las mujeres,
delgada, y de una maravillosa gracia en su porte.
Aparte de que sus movimientos, que eran lánguidos
–muy lánguidos–, no había nada en su figura que in-
dicara invalidez. Su cutis era de un brillo muy rico,
sus facciones pequeñas y bellamente formadas, sus
ojos grandes, oscuros y lustrosos, sus cabellos, ma-
ravillosos. Nunca había conocido cabellos tan mag-
níficamente densos, y eran tan largos que le cubrían
totalmente los hombros. Muchas veces metía las ma-
nos debajo de su pelo, y me reía con asombro al cons-
tatar su peso. Al mismo tiempo era exquisitamente
suave y fino, y de un rico color castaño oscuro, con
unos toques dorados. Me fascinaba soltarlo y verlo
caer por su propio peso cuando, en su habitación,
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c a r m il l a he r ida n l e fa n u
ella se estiraba en su silla y hablaba con su dulce tono y melancólica sonrisa, se negaba a darme un solo
de voz semiapagada. Yo solía doblar su pelo y hacerle rayo de luz acerca de su vida.
trenzas. O explayarlo y jugar con él. ¡Por Dios! ¡Sí No digo que hayamos peleado por eso, ya que
hubiera sabido lo que sé ahora! ella no peleaba por nada. De mi parte, por supuesto,
He dicho que había ciertas cosas que no me era injusto presionarla. Era de mala educación. Pero
gustaban. Como ya les conté, su confianza me con- no podía controlarme. Aunque en realidad daba lo
quistó desde cuando la vi esa primera noche. Pero mismo. Porque, comparado con mis expectativas, lo
descubrí que, con respecto a sí misma, su madre, su que me contó sobre ella no fue prácticamente nada.
historia, de hecho todo lo relacionado con su vida, Se puede resumir todo en tres revelaciones:
sus planes y su gente, ella mantenía una tremenda Primera, que su nombre era Carmilla; segunda, que
reserva, como si estuviera siempre vigilante. Mi ma- su familia era muy antigua y noble; y tercera, que su
nera de averiguar no era del todo razonable, tal vez. casa estaba en el oeste con respecto a nuestro casti-
A lo mejor me equivocaba. Debería haber respetado llo. No me quiso contar el apellido de su familia, ni
la solemne amonestación pronunciada por la majes- detalles de su escudo, ni el nombre de sus tierras. Ni
tuosa dama de terciopelo negro en conversación con siquiera me dijo de qué país era.
mi padre. Pero la curiosidad es una pasión inquie- No debe creer usted que yo le molestaba in-
ta y sin escrúpulos. Y ninguna niña la soporta con cesantemente preguntando sobre estos temas. Es-
paciencia, ni aguanta que su natural curiosidad en- peraba cada oportunidad, y prefería insinuar mis
cuentre rechazo por parte de otra. ¿Qué daño haría si averiguaciones, en vez de urgir una respuesta. Una
ella respondiera y me contara todo lo que, con todo que otra vez la ataqué más directamente, es verdad.
ardor, quería yo saber? ¿No confiaba en mi sensatez? Pero no importaba cuál táctica empleara, el resultado
¿En mi honor? ¿Por qué no me iba a creer cuando le era siempre el mismo: ningún avance. No servían ni
juraba, como lo hice solemnemente, que no divulga- las caricias ni los reproches. Pero debo admitir que
ría a ningún ser mortal una sola sílaba de lo que me evadía las respuestas con una melancolía y un alzar
revelara? de hombros, y con tantas, y a veces tan apasionadas,
Mostraba algo de frialdad, me parecía, una du- declaraciones de su amor por mí, y de su confianza
reza más allá de sus años, cuando, con su persistente en mi honradez, y tantas promesas de que algún día,
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por fin, yo iba a saberlo todo, que no encontraba en canción de cuna y convertían mi esfuerzo de resis-
mi corazón cómo sentirme ofendida. tencia en una especie de trance, del que sólo podía
Ella solía tomarme en sus bellos brazos, abra- recuperarme después de que ella hubiera dejado de
zarme y, su mejilla contra la mía y sus labios en mi abrazarme.
oído, murmurar: Durante esos misteriosos episodios, yo no la
—Mi amada, tu pequeño corazón está herido. quería. Experimentaba una extraña, tumultuosa ex-
No me creas cruel simplemente porque obedezco la citación que muchas veces era placentera, aunque
irresistible ley de mi fortaleza y de mi debilidad. Si tu mezclada con una sensación también de temor y de
querido corazón está herido, el salvaje corazón mío repulsión. Mientras duraban estas escenas, no tenía
sangra por el tuyo. En el éxtasis de mi enorme humi- una idea clara acerca de ella, pero tenía conciencia
llación, vivo en tu cálida vida. Y tú morirás, dulce- de un amor que se convertía poco a poco en adora-
mente morirás, en la mía. No tengo remedio. Como ción, aunque al mismo tiempo en aborrecimiento. Sé
yo me acerco a ti, tú, a tu turno, atraerás a otros y que esto suena a paradoja, pero no encuentro otra
conocerás el éxtasis de esa crueldad, que aun así es forma de intentar una explicación de lo que yo esta-
el amor. De modo que, por un tiempo, no intentes ba sintiendo.
saber más de mí y de los míos, confía en mí con tu Estoy escribiendo esto ahora, después de un
espíritu amante. intervalo de más de diez años, con la mano temblo-
Y cuando hablaba de esta manera rapsódica, rosa, y con un recuerdo horrible y confuso de cier-
me apretaba más fuertemente contra ella en un abra- tas ocurrencias y situaciones que sucedían durante
zo tembloroso, mientras sus leves besos hacían que la ordalía que inconscientemente yo estaba atrave-
mi mejilla brillara con una suave incandescencia. sando. Sin embargo, retengo un agudo recuerdo de
Su agitación y su lenguaje eran incomprensi- la trama central de mi historia. Supongo que en las
bles para mí. vidas de todo el mundo ocurren episodios emocio-
De estos abrazos –que, debo decir, no ocu- nales en los que nuestras pasiones son desatadas tan
rrían con demasiada frecuencia– yo siempre quise salvajemente, tan terriblemente, y que, no obstante,
liberarme. Pero se me iba la energía. Las palabras son los momentos, entre todos, que más vagamente
que murmuraba sonaban en mi oído como una recordamos.
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En ciertas ocasiones, después de una hora de teoría satisfactoria. No se explicaban como afecta-
apatía, mi extraña y bella compañera me tomaba la ción, ni como trucos. Se trataba, sin lugar a dudas,
mano, reteniéndola en la suya con un apretón amo- del momentáneo estallido de un instinto y de unas
roso, que repetía una y otra vez, mientras se rubo- emociones suprimidas. ¿Será que ella sufría de breves
rizaba levemente y me miraba con sus lánguidos y períodos de locura, no obstante la afirmación de su
encendidos ojos, emitiendo gemidos con tanta ra- madre en sentido contrario? ¿O, detrás de todo, existía
pidez que su vestido subía y bajaba al ritmo de su un disfraz y un romance? En viejos libros de cuentos
tumultuosa respiración. Fue como el ardor de un había leído sobre cosas de ese estilo. Qué tal si fue-
amante. Me avergonzaba. Era odioso, y sin embargo ra un adolescente enamorado que se había metido en
se apoderaba de mí. Con una expresión de regodeo, nuestra casa, disfrazado, para perseguir al objeto de su
me atraía hacia ella y sentí sus cálidos labios corrien- deseo con la ayuda de una vieja aventurera. Pero, a pe-
do por mis mejillas mientras ella susurraba, casi en sar de que esta teoría alimentaba mi vanidad, contra
sollozos: ella como hipótesis existían muchas objeciones.
—Tú eres mía, serás mía, tú y yo somos una Primero, yo no podría decir que me había ase-
para siempre. diado con una galantería masculina tal como los
Luego se echaba para atrás en su silla, cubrién- hombres suelen hacer con deleite. Entre uno de estos
dose los ojos con sus pequeñas manos, mientras me momentos apasionados y el siguiente había largos
dejaba temblando. intervalos cuando todo era normal, de una cotidiana
—¿Será que somos parientes? –le preguntaba–. felicidad, aunque ella manifestaba también su ensi-
¿Qué quieres decir con todo esto? A lo mejor te re- mismamiento y tristeza. Pero, con excepción de los
cuerdo a una persona que has amado. Pero no puede momentos cuando yo notaba que sus ojos me se-
ser. No me gusta. No te conozco. No me conozco a mí guían con un cierto fuego melancólico, yo no podría
misma cuando me miras así y hablas de esa manera. haber representado nada para ella. Aparte de aque-
Ella suspiraba ante mi vehemencia, y en segui- llos arranques de misteriosa excitación, ella se porta-
da volteaba la cabeza y dejaba caer mi mano. ba como cualquier niña. Y en ella había siempre una
Con respecto a estas extraordinarias manifes- languidez totalmente incompatible con el sistema
taciones, intenté en vano llegar a formular alguna masculino cuando un hombre tiene buena salud.
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Bajo ciertos aspectos, sus hábitos eran raros. Tal del féretro. Había perdido su única hija y era eviden-
vez no hubieran parecido tan singulares en opinión te que tenía el corazón roto. Unos campesinos venían
de una mujer citadina, pero sí lo eran para nosotros, detrás, a dos en fondo, entonando un canto fúnebre.
como la gente rústica que éramos. Ella no se dejaba Me levanté en gesto de respeto, y acompañé a
ver hasta muy tarde, generalmente no aparecía antes los dolientes con un verso del himno que cantaban
de la una de la tarde. Acaso tomaba una taza de cho- muy dulcemente. De súbito mi compañera me haló,
colate, pero no comía nada. Luego solíamos salir a obligándome a voltear hacia ella, sorprendida.
pasear, no por mucho rato, pues casi inmediatamen- —¿No te das cuenta de lo desafinados que es-
te se sentía agotada. De modo que regresábamos al tán? –dijo con brusquedad.
castillo, o nos sentábamos en una banca de las que se —Al contrario –le dije–. Me parece que cantan
encontraban en diferentes rincones del bosque, de- muy bonito.
bajo de los árboles. Su cuerpo sufría de una langui- Me sentí perpleja y muy incómoda, por temor
dez que no era acorde con su estado mental. Siempre a que la gente que andaba en la pequeña procesión
conversaba animadamente, y era muy inteligente. fuera a oír y a resentirse por lo que ella había dicho.
A veces aludía a su casa de modo pasajero, o Seguí cantando, entonces. Pero nuevamente ella me
hablaba de alguna aventura o situación que había interrumpió.
vivido, o un recuerdo temprano, que indicaba que —Me están taladrando el oído –protestó Car-
se movía entre personas de costumbres extrañas, de milla, muy enfadada, mientras se tapaba los oídos
costumbres totalmente ignoradas por nosotros. De con sus pequeños dedos–. Además, ¿no te das cuenta
estas breves referencias ocasionales deduje que su de que tu religión y la mía no son iguales? Tus formas
país natal era más remoto de lo que, al inicio, había me hieren. Yo odio los funerales. ¿Por qué tanto es-
imaginado. cándalo? Uno tiene que morir. Todo el mundo tiene
Una tarde estábamos sentadas debajo de un que morir. Y todos están más felices cuando están
árbol cuando frente a nosotras pasó un cortejo fú- muertos. Vamos a casa.
nebre. Eran los funerales de una niña muy bonita —Mi padre ha ido adelante con los clérigos al
que yo había visto con frecuencia, hija de uno de los cementerio. Yo creí que tú sabías que la iban a ente-
guardabosques. El pobre hombre caminaba detrás rrar hoy.
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Estos talismanes consistían en tiras de tela de- Y era cierto. La bella joven se veía muy enojada,
coradas con cifras cabalísticas y algunos diagramas. y se retiró de la ventana.
Carmilla no vaciló en comprar uno, y yo otro. —¿Cómo se atreve este vagabundo a insultar-
El hombre nos miraba desde abajo en el patio, nos de esta manera? ¿Dónde está tu padre? Voy a
y nosotros lo mirábamos sonriendo. Nos hizo gracia; insistir que me repare esta ofensa. Mi padre hubiera
a mí, al menos. Mirando a nuestras caras con sus pe- atado a este atrevido a un poste y le habría castigado
netrantes ojos negros parecía detectar algo que, por con látigo. Es más, le habría quemado el pellejo con
un instante, parecía despertar su curiosidad. Inme- la marca del ganado de nuestro castillo.
diatamente sacó una caja de cuero que contenía toda Dando unos pasos para alejarse del ventanal, se
clase de pequeños instrumentos de acero. sentó. Y apenas el hombre se había perdido de su vis-
—Mire usted, señorita –dijo, mostrándome la ta, su ira se calmó tan súbitamente como había esta-
caja–. Entre otros oficios menos útiles, practico el llado. En pocos minutos había recuperado su actitud
arte de la dentistería. ¡Maldito perro! –se interrum- normal. Aparentemente había olvidado la existencia
pió–. ¡Cállate, animal! Él aúlla para que usted, se- del diminuto jorobado y sus tonterías.
ñorita, no pueda oír lo que estoy diciendo. Su noble Aquella noche mi padre no estaba de buen hu-
amiga, la señorita allí a su derecha, tiene el diente mor. Cuando llegó a casa, nos habló de un nuevo
muy afilado. Es largo, delgado, punzante como un caso muy similar a los otros dos fatales que habían
alfiler. ¡Ja! ¡Ja! Con mi ojo agudo y la buena visión ocurrido en tiempos muy recientes. La hermana de
que tengo, desde donde estoy parado aquí abajo lo un joven campesino que trabajaba en sus tierras,
he visto clarísimamente. Ahora, si a la señorita le apenas a una milla de distancia, estaba muy enfer-
molesta –y me parece imposible que no le cause do- ma. Tal como ella misma contó, fue atacada en casi la
lor– aquí me tiene, aquí está mi lima y mi pequeño misma forma de la otra y estaba muriendo lenta pero
alicate. Podría volver ese diente redondo y romo, si irremediablemente.
a la señorita le place. Ya no será el diente de un pez, —Todos estos casos –dijo mi padre–, tienen
sino el diente de la bella joven que ella es… ¿Cómo? una explicación científica. Se deben a causas natu-
¿Qué pasa? ¿Se ha molestado la señorita? ¿He sido rales. Pero estos pobres heredan sus supersticiones
demasiado osado? ¿La he ofendido? y por eso transmiten de generación en generación
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unas versiones de terror que se transforman luego en —Más enferma de lo que tú has estado nunca
imágenes y van contagiando a sus vecinos. –respondió.
—Pero esa misma circunstancia me asusta te- —¿Hace mucho tiempo?
rriblemente –dijo Carmilla. —Sí, hace mucho tiempo. Yo sufría de esta mis-
—¿Cómo así? –pregunto papá. ma enfermedad. No recuerdo sino el dolor y la debi-
—Me da tanto miedo ver cosas imaginarias. lidad que me produjo, pero no eran tan graves como
Creo que sería tan malo como si fueran de verdad. los dolores de otras enfermedades.
—Estamos en las manos de Dios –dijo mi pa- —¿Eras muy joven entonces?
dre–. Nada puede ocurrir sin su consentimiento, y —Supongo que sí. Pero no hablemos más de eso.
todo terminará bien para aquellos que lo amen. Él —Bueno, no hablemos más del asunto. Uno no
es nuestro fiel Creador. Él nos ha creado a todos y se quisiera hacerle daño a una amiga.
encargará de cuidarnos. Ella me miró con languidez, pasó su brazo alre-
—¡Creador! ¡Naturaleza! –exclamó Carmilla en dedor de mi cintura y me condujo fuera del salón. Mi
respuesta a las palabras de mi amable padre–. Esta padre se ocupaba de algunos papeles en un rincón al
enfermedad que está invadiendo el país es natural. pie de la ventana.
La Naturaleza. Todo procede de la Naturaleza, ¿no —¿Por qué a tu papá le gusta asustarnos? –sus-
es así? Todas las cosas que hay en el cielo y sobre la piró la bella niña, y se estremeció levemente.
tierra, y bajo la tierra, ¿no actúan y viven como la —No es cierto, Carmilla querida. Nada podría
Naturaleza ha ordenado? Yo creo que sí. estar más lejos de su intención.
—El médico prometió venir hoy –dijo mi padre —¿Tienes miedo, querida? –preguntó ella.
finalmente, después de un silencio–. Quiero saber —Tendría mucho miedo –dije–, si pensara que
qué piensa él de todo esto, y qué cree él que debemos existe algún peligro real de que yo fuera a ser atacada
hacer. como lo fue esa pobre gente.
—Los médicos nunca me han hecho ningún —¿Tienes miedo a la muerte?
bien –dijo Carmilla. —Sí. Todo el mundo tiene miedo a la muerte.
—¿Entonces nunca has estado enferma? –le —Pero morir como mueren los amantes. Morir
pregunté. juntos, para vivir juntos.
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—Y ahora –le dije–, uno puede ver nítidamente —Así que estabas pensando en la noche que lle-
el nombre en la esquina del cuadro. Parece escrito en gué –me dijo en un susurro–.¿Estás contenta de que
oro. No es Marcia. El nombre es Mircalla, condesa de yo esté aquí?
Karnstein. Lleva puesta una pequeña corona. Y abajo —Encantada, mi querida Carmilla –contesté.
dice A.D. 1698. Yo soy descendiente de los Karns- —Y pediste que te dejaran el cuadro que se pa-
tein. Es decir, lo era mi mamá. rece a mí, para colgarlo en tu alcoba –murmuró con
—Yo también –dijo ella, lánguidamente–. Es un un suspiro, apretando su brazo alrededor de mi cin-
linaje muy antiguo. ¿Aún viven algunos de la familia tura y descansando su bella cabeza sobre mi hombro.
Karnstein? —Cómo eres de romántica, Carmilla –le dije–.
—Ninguno que lleve el nombre, creo. Me dicen El día que me cuentes tu vida, estoy segura de que
que la familia se arruinó en unas guerras civiles hace será la historia de un gran romance.
mucho tiempo. Las ruinas del castillo están cerca de Me besó en silencio.
aquí, a unos cinco kilómetros. —Estoy segura que has estado enamorada, Car-
—¡Qué interesante! –comentó. milla. En este mismo momento, debe haber algún
Y, cambiando de tema, dijo: amor en tu corazón.
—Pero mira la belleza de esta noche de luna. —Jamás me he enamorado de nadie –susurró–.
Miró por la puerta principal, que estaba medio Y no me voy a enamorar nunca. A no ser que sea de ti.
abierta. Cómo se veía de bella a la luz de la luna. Con
—¿Por qué no paseamos por el patio –propu- una expresión a la vez tímida y extraña. Escondió
so– y miramos cómo se ve la carretera y el río? su rostro entre mis cabellos y mi cuello, emitiendo
—Me recuerda la noche que tú llegaste –le dije. suspiros tumultuosos que parecían sollozos, y tomó
Ella suspiró, sonriendo. mi mano en la suya, que estaba temblando. Su suave
Se levantó, y las dos, cada una con un brazo mejilla calentaba la mía.
alrededor de la cintura de la otra, caminamos por —Querida, querida –murmuró–. Yo vivo en ti.
el adoquinado. En silencio, lentamente, nos acer- Y tú morirías por mí. Te amo tanto.
camos al puente levadizo para contemplar el bello Me distancié de ella, asustada. Me miraba con
paisaje. ojos carentes de cualquier viso de fuego, ojos sin
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sentido. Su rostro, pálido en extremo, reflejaba una un poco de debilidad. La gente dice que soy lángui-
enorme apatía. da. Soy incapaz de esfuerzos grandes, es cierto. Difí-
—¿No sientes frío, querida? –preguntó con voz cilmente camino lo que caminaría una niña de tres
somnolienta–. Estoy tiritando. ¿He estado soñando? años. Y de vez en cuando, lo poco de fortaleza que
Entremos, pues. Sí, sí, entremos. tengo me falla, y me vuelvo como me acabas de ver.
—Veo que estás mal, Carmilla. Casi desmaya- Pero me recupero fácilmente. En un instante soy otra
da. Debes beber un poco de vino. vez yo. ¿No ves cómo me recuperé?
—Sí. Lo haré. Ya me siento mejor. En unos mo- Y era cierto; se había recuperado. Seguimos
mentos estaré perfectamente bien. Sí, te acepto un charlando un largo rato, ella muy animada. Y el resto
poco de vino –dijo, mientras nos acercábamos a la de la noche pasó sin que ella volviera a repetir esas
puerta. expresiones de enamoramiento. Me refiero a su for-
—Pero miremos otra vez, por un momento. A ma loca de hablar y de mirar, que me producían ver-
lo mejor será la última vez que voy a contemplar el güenza, y hasta miedo.
claro de luna contigo. Pero esa misma noche ocurrió una cosa que
—¿Cómo te sientes ahora, Carmilla? ¿De ver- hizo dar un nuevo giro a mis pensamientos, algo que
dad estás mejor? –le pregunté. incluso parece haber sacado a Carmilla de su habi-
Empezaba a alarmarme. Me preocupaba que le tual languidez, llevándola, aunque fuera por un mo-
hubiera atacado la extraña epidemia que parecía ha- mento, a un inusual arranque de vitalidad.
ber invadido la campiña a nuestro alrededor.
—Papá se preocuparía sobremanera –agregué–
si te fueras a enfermar, aunque sea un poquito, sin
hacérselo saber inmediatamente. Tenemos un médi-
co muy eficiente, vive aquí cerca, el mismo que esta-
ba hoy con papá.
—No dudo que sea bueno. Yo sé cómo son de
amables ustedes. Pero, mi querida niña, ya estoy bien
otra vez. No tengo ningún problema de salud. Solo
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Le di las buenas noches y salí de la alcoba, ex- Habiendo tomado estas medidas en mi propio
perimentando una sensación incómoda. caso, me acosté y prontamente estaba dormida. Una
Me preguntaba con frecuencia si nuestra linda lámpara quedaba encendida en mi alcoba, una vie-
invitada alguna vez rezaba las oraciones nocturnas. ja costumbre de mi infancia a la que no renunciaría
Nunca la había visto de rodillas. Por las mañanas por nada del mundo. Tranquilizada de este modo,
nunca salía de su alcoba antes de que hubiéramos podía dormir en paz. Pero los sueños no respetan
terminado de rezar nuestras plegarias matutinas. Y los muros de piedra ni los cuartos oscuros. Tampoco
por la noche ella nunca abandonaba el salón para respetan los cuartos bien iluminados. Entran y salen
acompañarnos durante nuestras oraciones vesper- cuando se les da la gana, y se burlan de los cerrajeros.
tinas en el vestíbulo. De no haber sido porque el Aquella noche yo tuve un sueño que fue el ini-
tema salió en una de nuestras charlas desprevenidas, cio de una agonía muy extraña. No puedo decir que
habría dudado que fuera católica. Sobre la cuestión era una pesadilla, pues estaba perfectamente cons-
religiosa no le había escuchado pronunciar una sola ciente de estar en mi alcoba, acostada en mi cama y
palabra. Seguramente si yo hubiera tenido más co- dormida, como en efecto lo estaba. Vi –o creí ver– el
nocimiento del mundo, este descuido o antipatía no cuarto y sus muebles exactamente como los acababa
me habría sorprendido tanto. de ver antes de dormir. Pero ahora la pieza estaba
Las precauciones de la gente nerviosa son con- muy oscura, y vi que algo se movía alrededor de la
tagiosas, y con el tiempo personas de un tempera- cama. Primero no lo distinguía bien. Pero pronto vi
mento similar tienden a imitarse las unas a las otras. que era un animal de color negro hollín, y que se pa-
Yo había adoptado la costumbre de Carmilla de echar recía a un gato monstruoso. Tenía un metro, o metro
llave a la puerta de mi alcoba, habiendo asimilado y medio de largo. De eso mi di cuenta, pues medía lo
mentalmente todas sus fantasías y miedos acerca largo del tapete al pie de mi cama cuando pasó por
de los visitantes nocturnos y los asesinos al acecho. encima de él. Y continuó yendo de un lado a otro con
Había adoptado igualmente su precaución de revisar la siniestra inquietud de un animal en una jaula. No
brevemente por todos los rincones del cuarto de ella pude gritar, aunque estaba atemorizada, como puede
para asegurarla de que no había un asesino o un la- usted imaginar. La creatura se movía cada vez más
drón escondido en algún lado. rápido, y el cuarto se ensombrecía tanto que al fin
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quedó oscurísimo y no podía ver otra cosa que los 7
ojos del animal. Lo sentí subir a mi cama, suavemen-
te, de un brinco. Los dos grandes ojos se acercaron a En descenso
mi cara, y pronto sentí un intenso dolor, como si dos
largas agujas, separadas por una pulgada o dos, pe-
netraran hondamente en mi pecho. Me desperté con
un grito. La alcoba estaba iluminada por la lámpara
que estaba encendida siempre durante toda la noche.
Observé una figura femenina de pie cerca de la cama,
un poco a la derecha. Llevaba puesto un vestido lar- En vano trataría de comunicarle el terror con
go y suelto, y sus cabellos caían sobre los hombros. el que, aun ahora, traigo a la memoria lo ocurrido
Quedaba inmóvil, como un bloque de granito. No se aquella noche. No se trataba del terror pasajero que
le notaba siquiera el más mínimo movimiento, como deja un mal sueño. Al contrario, parecía profundi-
el que hace una persona al respirar. Mientras la mi- zarse en mí cada vez más con el tiempo. Incluso pa-
raba fijamente, la figura parecía haber cambiado de recía afectar la alcoba y los muebles que habían sido
lugar. Estaba más cerca de la puerta, Luego, junto a el entorno de la aparición.
ella. Y entonces la puerta se abrió y ella se fue. Durante el día siguiente no podía estar sola
Ahora sentí alivio y pude respirar normalmente ni un segundo. Debí contárselo a papá, pero no lo
y moverme. Lo primero que se me ocurrió fue que hice por dos razones opuestas. En un comienzo
Carmilla estaba jugando conmigo, y que se me ha- creí que él se reiría de la historia, y no soportaba
bía olvidado asegurar la puerta. Corrí a examinarla que lo fuera a tratar como un chiste. Pero también
y encontré que estaba con llave, y que la llave estaba pensé que él estaría convencido de que yo había
al interior de la alcoba, como de costumbre. Me dio sido víctima de la misteriosa enfermedad que estaba
miedo abrirla. Estaba horrorizada. Me metí de prisa haciendo estragos en nuestra comunidad. Yo perso-
en la cama y me cubrí la cabeza con las cobijas. Y allí nalmente no creía eso. Pero dado que, desde tiempo
me quedé, más muerta que viva, hasta la primera luz atrás, él no gozaba de muy buena salud, no quise
del nuevo día. alarmarlo.
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Me sentí bastante tranquila en compañía de las —Estaba muy asustada anoche –dijo, tan pron-
bien humoradas señoras, madame Perrodon y ma- to nos encontramos–. Estoy segura de que hubiera
demoiselle De Lafontaine. Las dos notaron que yo visto algo horrible si no fuera por ese amuleto que
estaba desanimada y nerviosa, y finalmente les conté me vendió aquel pobre jorobado a quien insulté tan-
la causa de la pesadez que sentía en el corazón. to. Soñé con algo negro que merodeaba alrededor de
Mademoiselle rió pero, si no me equivoco; la mi cama y me desperté horrorizada. Durante unos
cara de madame Perrodon expresó cierta ansiedad. segundos estaba convencida de que estaba viendo
—A propósito –dijo mademoiselle, riéndose–, una figura oscura al lado de la chimenea. Pero bus-
el sendero de limeros que corre bajo la ventana de qué mi amuleto debajo de la almohada y apenas lo
Carmilla tiene su propio fantasma. toqué la figura desapareció. Si no hubiera tenido ese
—¡Tonterías! –exclamó madame, que probable- talismán a la mano, estoy segura de que algo terrorí-
mente consideraba el tema inapropiado–. ¿Y quién le fico habría aparecido, y tal vez me habría estrangu-
contó eso, querida? lado, como le pasó a esa pobre gente de quienes nos
—Martín dice que, cuando la vieja puerta esta- hablaron.
ba en reparación, él pasó por allá dos veces antes del —Bueno, escúchame –empecé–. Y le conté lo
amanecer, y en ambas ocasiones vio la misma figura que me había pasado, ante lo cual ella se veía horro-
femenina caminando por ese sendero. rizada.
—Así debe de entretenerse cuando todavía no —¿Y tenías el amuleto cerca? –preguntó, ansiosa.
ha ordeñado las vacas que lo están esperando en los —No. Lo había dejado caer en un florero de
campos al borde del río –dijo madame. porcelana que hay en el salón. Pero esta noche sin
—Tal vez. Pero Martín se asustó. Diría que falta lo voy a llevar conmigo, ya que tú has puesto
nunca he visto un bobo tan asustado como estaba él. tanta fe en él.
—No debes decirle nada de eso a Carmilla, por- A esa distancia en el tiempo, no puedo explicar,
que ella puede ver ese sendero desde su ventana –le ni siquiera entender, cómo había superado mi temor
dije–. Y ella es aún más cobarde que yo, si eso es posible. tanto para poder acostarme sola en mi alcoba esa no-
Ese día Camilla se presentó más tarde que de che. Recuerdo cómo prendí el amuleto con una aguja
costumbre. a mi almohada y caí dormida casi al instante. Incluso
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dormí más profundamente que de costumbre toda seres andan por el aire y empiezan con un ataque a
la noche. los nervios, para así infectar el cerebro. Pero antes de
La noche siguiente, igual. Dormí profundo, que te agarren, el antídoto los repele. Eso es lo que
deliciosamente profundo, y sin soñar nada. Pero me nos ha hecho el amuleto, estoy segura. No tiene nada
desperté con una sensación de pereza y melancolía, de magia. Es simplemente natural.
aunque, por fortuna, no excedía un grado que se po- Habría estado más contenta si hubiera podi-
dría definir como de voluptuosidad. do estar totalmente de acuerdo con Carmilla. Pero
—Bueno, te lo dije –comentó Carmilla, cuan- hice lo que pude por creerle, y se mermaba la fuerte
do le describí mi sueño tranquilo–. Yo misma dormí impresión que la experiencia había dejado en mí al
muy bien anoche. Prendí el amuleto a mi camisón. inicio.
La noche anterior lo había dejado demasiado lejos Durante las noches siguientes dormí bien. Sin
de mí. Estoy segura de que todo fue una mera fanta- embargo, cada mañana sentía esa misma pereza y
sía, salvo por los sueños. Antes creía que los sueños una languidez que pesaba en mí por el resto del día.
fueron creados por los espíritus malignos, pero un Me sentí como otra persona. Me entregaba a una ex-
médico me dijo una vez que no existe tal cosa. Se traña melancolía, una melancolía de la que no hu-
debe únicamente a una fiebre pasajera, o algún otro biera querido salir. Vagos pensamientos acerca de la
mal, que toca en la puerta e, incapaz de entrar, sigue muerte me invadían. Y la idea de que me estaba hun-
derecho, dejando esa alarma. diendo lentamente empezó a poseerme con suavi-
—Y, ¿en qué consiste el amuleto, crees tú? –le dad. Y de alguna manera, a aquella sensación le daba
pregunté. yo la bienvenida. Aunque triste, el estado mental que
—Ha sido fumigado por alguna droga, o in- esto producía era dulce también.
merso en una droga, como podría ser un antídoto Sea lo que fuera, mi alma lo aceptó sin la menor
contra la malaria –contestó. prevención. No admitiría que estaba enferma. No le
—Entonces, ¿solo actúa sobre el cuerpo? contaría a mi papá, ni permitiría que me fueran a
—Por supuesto. ¿Tú crees que los espíritus traer el médico.
malignos se asustan con una tirita de tela, o con los Carmilla dedicó más tiempo que nunca a con-
perfumes que se compran en la farmacia? No, estos sentirme, y sus extraños paroxismos de lánguida
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devoción ocurrían con más frecuencia. Se regodeaba espantosa, y la sensación de agotamiento, como si
en mi mal con un ardor que se incrementaba a diario hubiera transitado por un largo periodo de esfuerzo
en la medida en que mi fuerza y mi espíritu se debi- mental y de peligro.
litaban. Cosa que me alarmaba, como si fuera una Al despertar, después de todos estos sueños,
momentánea manifestación de locura. permanecía el recuerdo de haber estado en un lugar
Sin saberlo, estaba yo en un estado avanzado de oscuro, y de haber hablado con personas a quienes
la enfermedad más rara que un ser mortal podía pa- no podía ver. Me acordaba, sobre todo, de una sola
decer. En la etapa de los síntomas tempranos sentía voz clara, una voz femenina, muy profunda, que ha-
una fascinación irracional que me reconciliaba con blaba desde la distancia, muy despacio, y que produ-
el efecto de incapacidad que el mal me producía. Esta cía siempre la misma sensación de una indescriptible
fascinación aumentó durante un tiempo, hasta llegar solemnidad y temor. A veces, también, tuve la sen-
a cierto punto cuando gradualmente un sentido del sación de una mano que me acariciaba la mejilla y
horror empezaba a mezclarse con ella, profundizán- el cuello. En ocasiones fue como si me besaran unos
dose, como se verá, hasta llegar a desfigurar y per- cálidos labios, besos cada vez más prolongados y con
vertir completamente el estado de mi vida. más amor hasta alcanzaban mi garganta, y allí la aca-
El primer cambio que experimenté fue bastante ricia se instaló de modo fijo e inmóvil. Mi corazón
agradable. Sin saberlo, estaba muy cerca del punto de latía más rápido, respiraba e inhalaba con mayor ve-
no retorno desde donde se inicia el descenso al Aver- locidad, y emitía unos sollozos que terminaban en la
no. Ciertas vagas y extrañas sensaciones me visita- sensación de estrangulamiento y una tremenda con-
ban mientras dormía. La sensación dominante fue vulsión que me privó de mis sentidos y me dejó sin
ese peculiar estremecimiento, frío pero placentero, conocimiento.
que le pasa a uno cuando se mete en un río y nada Habían pasado tres semanas desde el inicio
contra la corriente. Esta sensación fue acompañada de este inexplicable estado. En los últimos días, mi
prontamente por interminables sueños tan vagos sufrimiento dejó huella en mi rostro. Estaba pálida,
que nunca pude recordar cómo era su escenario ni mis ojos se habían dilatado y tenía notorias ojeras.
quiénes eran las personas, ni nada relacionado con la Además, la languidez que venía experimentando
acción. Sin embargo me dejaban con una impresión durante bastante tiempo se notaba en mi expresión
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c a r m il l a he r ida n l e fa n u
facial. Mi padre me preguntó si me sentía mal. Pero, sola voz, dulce y tierna, y al mismo tiempo temible,
con una obstinación que ahora me parece inexplica- que dijo:
ble, seguía insistiendo en asegurarle que me sentía —Tu madre te advierte; ten cuidado del asesino.
perfectamente normal. En el mismo momento, una luz surgió inespe-
En cierto sentido era la verdad. No sentía nin- radamente, y vi a Carmilla, parada al pie de mi cama,
gún dolor. No podía quejarme de ningún malestar en su camisón blanco, bañada, de pies a cabeza, por
físico. Mi mal parecía ser una cosa de la fantasía, o de una gran mancha de sangre.
los nervios. Y por más horribles que fueran mis su- Me desperté con un aullido, convencida de que
frimientos, los guardé prácticamente para mí misma, a Carmilla la estaban matando. Recuerdo cómo salí
con una reserva morbosa. de la cama de un brinco, y mi próximo recuerdo es
No podría ser ese terrible mal que los campe- estar en el corredor, pidiendo ayuda a gritos.
sinos llamaban el diablo, porque yo ya llevaba tres Madame y mademoiselle salieron de sus habi-
semanas de sufrimientos, y ellos no se enfermaban taciones a la carrera. A la luz de una lámpara que se
durante más de unos cuantos días antes de que la mantenía encendida en el corredor, ellas me vieron y
muerte pusiera fin a su miseria. pronto les conté la causa de mi terror.
Carmilla se quejaba de sueños y de fiebres, pero Insistí en que teníamos que llamar a la puerta
nada tan alarmante como lo que me estaba pasan- de Carmilla. Tocamos, pero no hubo respuesta. En
do a mí. Digo que lo mío era alarmante en extremo. cuestión de minutos estábamos golpeando durísimo
De haber sido capaz de comprender mi condición, y gritando a voz en cuello. La llamamos fuertemente
me habría puesto de rodillas para exhortar que me por su nombre. Pero todo en vano.
socorrieran. Pero en mí obraba una sustancia narcó- Nos asustamos las tres, porque la puerta estaba
tica de una influencia insospechada que anulaba mi cerrada con llave. Regresamos con pánico a mi alco-
percepción. ba. Una vez allá, tocamos la campana largamente, y
Ahora le voy a hablar de un sueño que condujo con furia. Si el cuarto de mi padre se hubiera locali-
inmediatamente a un curioso descubrimiento. zado en ese lado del castillo, le habríamos llamado de
Una noche, en vez de escuchar las voces que es- una vez para ayudarnos. Pero lamentablemente es-
taba acostumbrada a oír en la oscuridad, sentí una taba demasiado lejos y no nos podía oír. Para llegar
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c a r m il l a
preguntas, y con felicitaciones y bienvenidas. Ella traslado haya ocurrido aparentemente estando las
siempre repetía la misma historia, y entre todos pa- ventanas selladas y las dos puertas cerradas con llave
recía ser la menos capaz de sugerir una explicación desde dentro. Te voy a contar mi teoría. Pero prime-
de lo que había pasado. ro quiero formularte una pregunta.
Mi padre caminaba por el cuarto de arriba aba- Carmilla descansaba su cabeza sobre una mano.
jo, muy pensativo. Observé cómo, en un momento, Parecía desanimada. Madame y yo quedamos a la es-
Carmilla lo miró de soslayo. Una mirada algo turbia, cucha, casi sin respirar.
me pareció. —Ahora, mi pregunta es la siguiente. ¿Alguna
Cuando mi padre había despachado a los sirvien- vez han sospechado que tú seas sonámbula?
tes, y mademoiselle había ido a traer un frasco de vale- —No, desde que fui muy niña.
riana y sales aromáticas, y dado que no había nadie más —¿Pero sí caminabas dormida cuando muy niña?
en el cuarto, aparte de mi padre, madame Perrodon y —Sí, es cierto. Muchas veces me lo contó mi
yo, él se le acercó, pensativo. Le tomó de la mano con vieja nodriza.
suma gentileza, la condujo al sofá y se sentó a su lado. Mi padre sonrió y movía la cabeza como signo
—¿Me perdonarás, querida, si me atrevo a ha- de complacencia.
cer una conjetura y preguntarte algunas cositas? —Entonces lo que sucedió fue esto: te levan-
—¿Quién tiene más derecho que usted? –res- taste dormida, abriste la puerta sin dejar la llave en
pondió–. Pregunte lo que le parezca importante, y le la cerradura, como era la costumbre, sino que la sa-
contaré todo. Pero mi historia consta únicamente de caste y aseguraste la puerta nuevamente desde fuera.
confusión y oscuridad. No sé nada en absoluto. Me Luego retiraste la llave y la llevaste contigo a una de
puede preguntar cualquier cosa, pero conoce, por las veinticinco habitaciones que hay en este piso, o
supuesto, las limitaciones acordadas con mi mamá. a un piso superior, o a otras más abajo. Es que aquí
—Perfectamente, mi querida niña. No tengo hay tantas habitaciones y closets, y tantos muebles
por qué tocar los temas sobre los cuales ella insiste pesados, y tanta acumulación de trastos viejos que
que guardemos silencio. Ahora, la maravilla de ano- haría falta una semana para poder lograr una requisa
che es el hecho de que tú hayas sido sacada de tu completa de este castillo. ¿Ahora me entiendes?
cama y de tu alcoba sin ser despertada, y que este —Sí. Pero no del todo –respondió ella.
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c a r m il l a
—Pero, papá –intervine–, ¿cómo explicas el he- 9
cho de que, cuando ella despertó, se encontró en el
guardarropa, donde la habíamos buscado con esmero? El médico
—Ella volvió allá después de la requisa de us-
tedes. Estaba aún dormida, y finalmente se despertó
espontáneamente, y fue tan sorprendida como cual-
quiera al encontrarse allí. Ojalá todos los misterios tu-
vieran una explicación tan sencilla y fácil como el tuyo.
Mi padre rió.
—Debemos felicitarnos –continuó–, porque Dado que Carmilla no permitía que nadie pro-
queda claro que la explicación más natural del epi- pusiera ni siquiera la posibilidad de que una persona
sodio no tiene que ver con drogas, ni con cerraduras la acompañara en la noche, mi padre ordenó que una
forzadas, ni con ladrones o brujas o asesinos. De he- de las sirvientas durmiera en el corredor al pie de su
cho no hay nada que deba alarmar a Carmilla, ni a puerta. De este modo evitaba que ella intentara otra
nadie. Gracias a Dios, estamos todos sanos y salvos. excursión nocturna, pues la sirvienta se daría cuenta
Carmilla parecía estar encantada. Y no había y se lo impediría.
nadie tan hermoso como ella cuando estaba así. Creo Todo pasó tranquilamente esa noche, y el día
que esa languidez que llevaba con tanta gracia y que siguiente, temprano, el médico llegó para examinar-
era tan característica de ella sólo servía para destacar me. Mi padre lo había citado, sin decirme nada.
más su belleza. Evidentemente mi padre estaba pen- Madame me acompañó hasta la biblioteca, don-
sando en el contraste entre su semblanza y la mía, de me esperaba el doctor, un hombre muy serio, de
porque suspiró y dijo: baja estatura y pelo blanco, que usaba anteojos. Cuan-
—Ojalá mi pobre Laura también luciera ahora do le conté mi historia, se puso más serio todavía.
como en ella ha sido usual. Los dos estábamos de pie, enfrentados, al pie de
Bueno, nuestras preocupaciones se habían des- un ventanal. Cuando terminé mi relato, él descansó
vanecido y Carmilla disfrutaba de nuevo de su vida los hombros en la pared, mirándome fijamente. Ha-
entre nosotros. bía oído mi relato con mucha atención y por su cara
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c a r m il l a he r ida n l e fa n u
se notaba que quedaba bastante impresionado. Lue- Obedeciendo órdenes, me acerqué hacia don-
go de un silencio, le dijo a madame que quería ver a de estaba mi padre y el médico. Por primera vez me
mi padre. A los pocos minutos papá entró sonriendo sentí alarmada porque, aunque estaba muy débil, no
y le dijo: creía que estaba enferma. Y la fuerza es algo que uno
—Me supongo, doctor, que me va a decir que puede volver a tener en cualquier momento. Al me-
soy un viejo tonto por haberlo traído. Al menos, así nos así pensaba yo.
espero. Mi padre me extendió la mano, pero miraba
Pero se le desvaneció la sonrisa cuando el médi- hacia el médico y dijo:
co, con cara de solemnidad, le señaló que se acercara. —Sin duda es muy extraño. Confieso que no
Mi padre y el médico conversaron durante un acabo de entenderlo del todo. Laura, querida, ven
buen rato al lado del mismo ventanal. Se veían muy acá y oye lo que dice el doctor Spielsberg. Y mantén
serios y agitados. Allá en la biblioteca, que es muy la calma. Hablaste de la sensación de dos agujas que
grande, madame Perrodon y yo quedamos de pie en te penetraban la piel cerca del cuello la noche que
el extremo más lejano, muertas de la curiosidad. No tuviste tu primer sueño horrible. ¿Todavía te duele?
podíamos entender una palabra de la conversación, —No, papá. Ya no.
pues mi padre y el médico hablaban muy quedo, y el —Nos puedes señalar con el dedo más o menos
nicho de la ventana prácticamente los ocultaba. De el punto donde crees que te entraron las agujas.
mi padre apenas se le percibía un pie, el brazo y el —Aquí –dije, indicando–, un poco más abajo
hombro. Y sus voces resultaban aún más inaudibles de la garganta.
debido a una especie de ropero formado por la grue- El vestido que llevaba puesto cubría el lugar.
sa pared. —Ahora usted puede ver, señor –dijo el médi-
Había pasado bastante tiempo antes de que mi co–. Si no te molesta, señorita, tu padre te va a bajar
padre mirara en nuestra dirección. Se le notaba el el cuello del vestido, pero muy poco. Es necesario
rostro pálido. Vi que estaba pensativo, y me pareció para que podamos detectar el síntoma del mal que
angustiado también. padeces.
—Laura, querida, ven acá por un instante. Ma- Yo consentí. El lugar estaba apenas a una pulga-
dame, no la vamos a molestar más por el momento. da debajo del cuello del vestido.
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—¡Que Dios me bendiga! –exclamó papá–. ¡Es —Encuentro que nuestra joven amiga aquí pre-
verdad! sente no está bien, ni mucho menos. Ojalá no sea de
Y empalideció. mucha gravedad. Creo que no. Sin embargo, hay que
—Ahora lo puede ver con sus propios ojos – tomar ciertas medidas, que le voy a explicar pronta-
dijo el médico, triunfante, pero en tono lúgubre. mente. Pero mientras tanto, madame, le ruego que
—¿Qué es? –pregunté, empezando a alarmarme. no deje a la señorita Laura sola en ningún momento.
—Nada, mi querida señorita –dijo el médico–, Es lo único que le puedo recomendar por ahora. Pero
sólo un diminuto punto azul, como la punta de tu es absolutamente indispensable.
dedo. Y ahora… –y se volteó hacia papá–, ahora la —Yo sé que contamos con su amabilidad, ma-
cuestión es ¿qué vamos a hacer? dame. Y su cuidado –dijo papá–. De eso estoy seguro.
—¿Existe algún peligro? –pregunté, con cre- Sin vacilar, madame le aseguró que sí.
ciente temor. —Y tú, mi querida Laura –dijo papá–, yo sé que
—Espero que no, querida –replicó el médico –. vas a acatar la recomendación del doctor.
No veo por qué no vayas a recuperar tu salud. Debe Luego se dirigió al médico:
empezar a mejorar desde ahora. ¿Es ese el punto —Tengo que pedir su opinión sobre otra pa-
donde se inicia el sentido de estrangulación? ciente, cuyos síntomas se asemejan a los de mi hija.
—Sí –le dije. En menor grado, creo, pero similares. Se trata de una
—Entonces, recuerda lo mejor que puedas. ¿Fue joven que es nuestra invitada. Como me dice que
ese punto el centro, de alguna manera, del estreme- vuelve a pasar por estos lados más tarde, le invito a
cimiento que me acabas de describir, como las aguas cenar con nosotros, y luego la puede examinar. Ella
frías de un arroyo cuya corriente venía contra ti? nunca aparece sino después de la una de la tarde.
—Podría ser. Sí, creo que sí. —Le agradezco –dijo el médico–. Estaré con
—¿Logra verlo? –dijo dirigiéndose a mi padre–. ustedes, entonces, a las siete de la noche.
¿Me permite una palabra con madame? Los dos repitieron sus indicaciones para mí y
—Naturalmente –respondió papá. para madame, y con eso mi padre acompañó al mé-
Hizo que madame Perrodon se acercara, y le dico a la salida. Los observé caminando para arriba
dijo: y para abajo sobre el césped frente al castillo, entre la
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c a r m il l a he r ida n l e fa n u
carretera y la fosa. Se veían absortos en una conver- —Esta carta llegó con demora –dijo–. Es del ge-
sación muy seria. neral Spielsdorf. Podría haber venido a vernos ayer.
El médico no regresó con papá. Lo vi montar Ahora no llegará hasta mañana, a no ser que alcance
su caballo y galopar hacia el este por el bosque. Casi a llegar hoy mismo.
en el mismo momento vi que el hombre de Dran- Colocó la carta en mi mano, pero no se veía
field llegó con el correo. Se apeó y entregó las cartas contento, como solía ser cuando esperaba una visita,
a papá. especialmente la de una persona tan querida como
Mientras tanto, madame y yo nos ocupábamos era el general Spielsdorf. Al contrario, tenía cara de
en conjeturas acerca de los motivos que había inspi- querer hundir al general en el fondo del mar. Era evi-
rado la severa recomendación impuesta por el mé- dente que algo lo tenía sumamente preocupado, algo
dico, secundado por mi padre. Fue solo después que que no quiso revelarnos a nosotros.
madame me contó su verdadera opinión; creía que —Papá, querido papá –le dije de súbito, ponien-
el médico tenía miedo de que me diera una súbita do mi mano en su brazo y mirándolo como quien im-
epilepsia y que, sin ayuda instantánea, podría perder plora–, ¿por qué no me cuentas qué es lo que pasa?
la vida en un ataque, o al menos quedar gravemente —Tal vez –me dijo, acariciándome el pelo.
herida. —¿El médico piensa que estoy muy grave?
A mí no se me ocurrió interpretar la cosa así. —No, hija mía. Piensa que, si tomamos las me-
Me imaginaba –y tal vez fue afortunado, dado el es- didas correctas, vas a estar muy bien otra vez, en ca-
tado de mis nervios– que se me había formulado esa mino a una recuperación total. En cuestión de días.
precaución simplemente para que tuviera una com- Pero hubiera querido que nuestro amigo el general
pañera constantemente a mi lado, para que no fuera escogiera otro momento. Es decir, quisiera que tú es-
a hacer demasiados esfuerzos o comer frutas verdes, tuvieras perfectamente bien para recibirlo.
o hacer alguna de las mil tonterías para las que, se- —Pero dime, papá –le insistí–, ¿qué es lo que el
gún suponen los mayores, nosotros los jóvenes so- médico cree que tengo?
mos propensos. —Nada. No me debes acosar con tantas pre-
Una media hora más tarde, mi padre entró. En guntas –me respondió, con una irascibilidad que no
la mano llevaba una carta. le había conocido nunca.
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Luego, viéndome desconcertada, me dio un Las irregularidades del terreno obligan a la vía que
beso y agregó: cambie constantemente de ruta, de modo que anda
—Vas a saber todo en un par de días. Es todo lo merodeando al borde de las colinas más empinadas y
que sé. Mientras tanto, no debes preocuparte. bajando a las hondonadas para revelar ante nuestros
Se volteó y salió del cuarto. Pero antes de que ojos una variedad inagotable de paisajes.
yo hubiera tenido tiempo para reflexionar sobre lo A la vuelta de una curva, nos encontramos de
raro de todo esto, regresó. Fue para decir que pen- improviso con nuestro viejo amigo, el general Spiels-
saba ir a Karnstein. Ordenó que el coche estuviera dorf. Venía cabalgando hacia nosotros, en compa-
listo a las doce del día, y dijo que madame y yo de- ñía de un asistente, igualmente bien montado. Sus
beríamos acompañarlo. Quería visitar a un sacerdote maletas venían detrás en una carreta halada por un
que vivía cerca de ese pintoresco lugar. Un asunto de caballo.
negocios, dijo. Y ya que Carmilla no conocía el sitio, Cuando el general llegó al lado de nuestro co-
ella podía seguirnos cuando bajara de su habitación. che, frenamos y él se apeó para saludarnos. No re-
Carmilla viajaría con mademoiselle, quien llevaría sultó difícil persuadirle para que ocupara el asiento
cosas de comer para hacer un picnic en los predios vacante en nuestro coche. Subió, entonces, y con el
del castillo en ruinas. sirviente, mandó su caballo a nuestro castillo.
A las doce yo estaba lista. Y a los pocos minutos
mi padre, madame y yo emprendimos el viaje. Des-
pués de atravesar el puente levadizo, volteamos a la
derecha y, siguiendo la carretera, cruzamos el puente
gótico. Viajamos hacia el oeste con el fin de llegar a
la aldea abandonada al pie de las ruinas del castillo
de los Karnstein.
Ningún paseo podría ser más grato. El panorama
es una mezcla de colinas y valles, todo vestido de bos-
ques, sin ese formalismo que se ve en los bosques plan-
tados artificialmente, todo podado y bien arreglado.
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he r ida n l e fa n u
los eventos ocurrieron. Usted conoció a mi querida En esas llegamos a una encrucijada donde el
sobrina; mejor dicho, mi niña, como yo la llamaba. camino de Drumstall, por donde había venido el ge-
Ninguna criatura más hermosa. Hace apenas tres neral, se desvía de la carretera que nos iba llevando
meses estaba en la flor de su juventud y su belleza. hacia Karnstein.
—Es verdad, ¡la pobre! –dijo mi padre–. La úl- —¿Cuánto hay de aquí a las ruinas? –preguntó
tima vez que la vi estaba hermosa. Su muerte me do- el general con cierta ansiedad.
lió más de lo que le puedo decir, mi querido amigo. —Una media legua, aproximadamente –res-
Sé que para usted fue un golpe terrible. pondió mi padre. Pero, por favor, cuéntenos la histo-
Tomó la mano del general y la apretó. Los ojos ria que, en su bondad, nos había prometido.
del viejo militar se llenaron de lágrimas y no hizo
ningún esfuerzo por ocultarlas.
—Hace muchos años que somos amigos –dijo–.
Sabía cómo me acompañaba en mi dolor, yo que no
tengo hijos propios. A Bertha la quería con un amor
especial, y ella me correspondió con un afecto que
llenó de alegría mi hogar y me volvió la vida feliz. Ya
nada de eso existe. No estoy destinado a vivir mu-
chos años más sobre la tierra. Pero antes de morir,
con la ayuda de Dios, espero poder cumplir un ser-
vicio a la humanidad. Espero colaborar con la ven-
ganza del Cielo contra los malvados que asesinaron
a mi pobre niña en la primavera de sus esperanzas y
de su belleza.
—Hace un momento –dijo mi padre–, usted
prometió contarnos todo en el orden en que ocurrie-
ron las cosas. Hágalo, se lo ruego. Le aseguro que me
incita algo más que una mera curiosidad.
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he r ida n l e fa n u
11 —¡Dignas de un príncipe! Su hospitalidad siem-
pre es digna de la realeza. El conde parece poseer la
El relato lámpara de Aladino. La noche de la que data mi dolor
nos invitó a un magnífico baile de máscaras. Sus jardi-
nes se pusieron a disposición, y lámparas de múltiples
colores colgaban de los árboles. Hubo una muestra de
pirotecnia superior a la que he visto en la mismísima
Ciudad Luz. Y ¡qué música¡ (la música, usted sabe, es
mi debilidad), ¡qué música más bella! Tal vez la mejor
—Con el mayor gusto –dijo el general Spielsdorf, orquesta del mundo, y los mejores cantantes seleccio-
haciendo un esfuerzo. Y luego de una breve pausa nados de los grandes teatros de la ópera de toda Euro-
que parecía necesitar para ordenar el tema en su ca- pa. Cuando uno deambulaba por aquellos predios con
beza, comenzó a contar el relato más extraño que he su iluminación de fantasía, viendo cómo una luz rosa-
escuchado en mi vida. da se reflejaba en la fila de altos ventanales del castillo,
—Mi querida niña anticipaba con el mayor pla- se podía oír las espléndidas voces de tenores y sopra-
cer la visita que usted había tenido la cortesía de pre- nos que se levantaban de entre el silencio de la arbole-
parar para que pudiera pasar un tiempo en su castillo da. En cierto momento se producía la ilusión de que se
con su encantadora hija. –Aquí se interrumpió para levantaban desde los botes que uno adivinaba balan-
hacer una venia melancólica, dirigida a mí–. Mien- ceándose sobre las aguas del lago. Al contemplar toda
tras llegaba el momento, aceptamos una invitación esta escena y escuchar la música, me sentí transporta-
de mi viejo amigo el Conde Carlsfield, cuyo casti- do al romance y la poesía de mi primera juventud.
llo está a unas seis leguas de Karnstein, en dirección »Al concluir la extraordinaria muestra de pi-
contraria. Fue para asistir a la serie de kermeses que, rotecnia, y con el inicio del baile, regresamos todos
como usted recordará, él acostumbraba dar en honor a los nobles salones dispuestos para los danzantes.
de su ilustre visitante, el Gran Duque Carlos. Como usted sabe, un baile de máscaras es algo muy
—Sí, me acuerdo. Y muy espléndidas que eran, bonito. Pero el espectáculo aquella noche fue el más
según entiendo –dijo mi padre. brillante que yo he conocido.
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c a r m il l a he r ida n l e fa n u
»Los asistentes eran todos gente de la aristocra- de mi niña. Su acompañante, o chaperón, se paró al
cia. Entre los presentes, yo era uno de los muy pocos lado mío, y durante un tiempo se dirigía en susurros
plebeyos. a la joven.
»Mi querida niña estaba más bella que nunca. »Contando con el privilegio que le daba la
No llevaba máscara. Y su emoción y su deleite agre- máscara, se volteó hacia mí y me habló como si
gaban un encanto especial a sus facciones, siempre fuéramos viejos amigos, llamándome por mi nom-
tan hermosas. Me fijé en una joven, magníficamente bre. Su conversación me picó la curiosidad, pues se
vestida, pero con máscara, quien, me parecía, miraba refirió a varias circunstancias en las que me había
a mi niña con muchísimo interés. La había visto an- conocido: en la Corte, y también en casas de per-
tes, en el gran vestíbulo, y por unos minutos andaba sonas distinguidas. Trajo a la memoria pequeños
cerca de nosotros por la terraza, debajo de las venta- incidentes en los que yo no había vuelto a pensar
nas del castillo. En ese momento también se fijaba en en mucho tiempo, aunque estaban allí en mi mente,
mi niña con la misma atención. Esta joven fue acom- porque volví a recordarlos vívidamente apenas ella
pañada por una señora igualmente enmascarada y los mencionó.
vestida con elegancia pero, al mismo tiempo, con »Creció en mí una enorme curiosidad por sa-
una cierta austeridad. Su aire imperioso indicaba ber quién era. Ella, con mucha habilidad y elegancia,
que era un personaje de alto rango. sorteaba mis intentos por descubrir su identidad.
»Si la joven no hubiera llevado máscara, es ob- Demostraba un conocimiento inexplicable de tantos
vio que yo podría haber sabido con más certeza si de detalles de mi vida. Se deleitaba, además, haciendo
verdad estaba concentrada en la contemplación de maniobras para frustrar mi curiosidad, y gozaba
mi niña, o si fue simplemente mi imaginación. Aho- viendo mi perplejidad ante cada nueva muestra de
ra le puedo asegurar que no era mi imaginación. su familiaridad con mis andares.
»Estábamos en uno de los salones cuando mi »Observé también cómo, mientras hablábamos,
querida niña, la pobre, que había bailado mucho, la joven había entablado conversación con igual fa-
descansaba en una silla cerca de la puerta. Yo estaba cilidad y gracia con mi niña. La señora resultó ser
de pie, no lejos de ella. Las dos mujeres que acabo de la madre de esta joven, a quien se dirigió un par de
mencionar se acercaron, y la joven se sentó al lado veces, llamándola por el curioso nombre de Millarca.
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»La tal Millarca, al iniciar la charla con mi niña, »“¿Puede haber una solicitud más injusta?”, re-
dijo que su madre era una vieja amiga mía. Dijo que plicó. “¡Pedir a una mujer que se deje en desventaja!
le gustaba usar la máscara, porque le permitía una Además, ¿cómo sabe usted que me va a reconocer?
agradable osadía a la hora de comenzar una relación. Los años no vienen solos”.
Habló con mi niña amigablemente, admirando su »“Como usted puede ver”, le dije, haciendo una
vestido e insinuando un gran aprecio por su belleza. venia, y con una leve risa, sin duda algo melancólica.
También la entretuvo con sus simpáticos comentarios »“Y como nos dicen los filósofos”, dijo ella. “Y
sobre la otra gente en el salón de baile, y le hizo gracia ¿por qué cree que ver mi cara lo ayudará?”.
la manera de gozar de mi pobre criatura. Esta joven »“En cuanto a eso, estoy dispuesto a correr el
se daba gusto exhibiendo su inteligencia y simpatía, riesgo”, le dije. “No puede fingir que es una mujer
y muy pronto las dos habían forjado una amistad. En vieja. Su figura la delata”.
esas, la joven desconocida bajó la máscara para reve- »“No obstante, han pasado bastante años desde
lar un rostro extremadamente hermoso. No la había que lo vi por última vez. O más bien, desde que usted
conocido antes, ni mi niña tampoco. Pero, a pesar de me vio a mí. Millarca es mi hija, lo cual quiere decir
ser una cara nueva para nosotros, la encontramos tan que yo no puedo ser considerada joven, ni siquiera en
encantadora como bella. Resultó imposible no sentir- opinión de personas a quienes el tiempo ha enseñado
se atraído hacia ella inmediatamente. Mi pobre niña a ser indulgentes. Y tal vez no me gustaría que usted
sintió ese atractivo. Nunca había visto una persona me comparara con la persona de quien se acuerda.
conquistada tan rápidamente como lo fue mi niña. O Usted no lleva máscara, entonces no se la puede qui-
a lo mejor fue al revés. Es decir, tal vez la desconocida tar. No tiene nada para ofrecerme en cambio”.
se había enamorado al instante de mi niña. »“Mi solicitud es que tenga piedad usted de mí
»Mientras tanto, aproveché la licencia que otor- y se la quite”.
ga el uso de las máscaras para dirigir unas preguntas »“Y la solicitud mía es que me permita dejarla
a la señora. “Usted me tiene muy intrigado”, le dije ahí donde está”.
jocosamente. “¿No está satisfecha ya? ¿No está dis- »“Bueno, pero al menos me puede decir si us-
puesta ahora a ponernos en igualdad de condiciones ted es francesa o alemana. Habla ambos idiomas tan
y hacerme el favor de quitarse la máscara?”. perfectamente”.
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»“Creo que no se lo voy a contar, mi general. se dirigió a mí, y dijo: “Guarde este asiento para mí,
Usted me quiere sorprender y está calculando cuál mi general. Yo vuelvo en un momento”.
será el mejor punto del ataque”. »Y con esta petición, hecha de manera simpáti-
»“En todo caso, hay algo que no puede negar”, ca, se alejó con el caballero de negro. La miré conver-
le dije. “que por tener el honor de poder conversar sando con él por unos minutos con mucha seriedad.
con usted, debería saber cuál es la forma correcta Acto seguido, se fueron y desaparecieron entre la
de expresarme. ¿Debería llamarla madame? ¿O con- multitud.
desa?’ »Durante los minutos que siguieron, me de-
»Ella se rió y, sin lugar a dudas, me habría res- diqué a forzar el cerebro en un intento por imagi-
pondido con una nueva evasiva. Es decir, si algún nar la identidad de esa señora que tantos recuerdos
aspecto de aquella entrevista podría haberse modi- guardaba de mí. Incluso se me ocurrió unirme a la
ficado por algo incidental. Cosa que es imposible, conversación de mi niña con la hija de la tal conde-
porque, como veo ahora, fue preparada anticipada- sa y tratar de averiguar algo. Pensé que, con suerte,
mente, y con la más profunda astucia. podría preparar una sorpresa para ella cuando regre-
»“En cuanto a eso…”, empezó, pero fue inte- sara. Tal vez podría enterarme, a través de su hija, de
rrumpida, casi en el momento de abrir la boca, por cuál era su título de nobleza, el nombre y localiza-
un caballero, vestido de negro, que lucía particular- ción de su chateau, y cosas por el estilo. Pero en ese
mente elegante y distinguido, salvo por un detalle: momento ella apareció, acompañada por el pálido
su rostro era como el de un cadáver, de una palidez caballero de negro, quien habló y dijo:
que no había visto sino en los muertos. Como es evi- »“Volveré para informar a Madame la Condesa
dente, no llevaba máscara. Vestía el consabido traje cuando su coche esté listo en la puerta”.
negro de todo caballero en esas circunstancias. Hizo »Hizo una venia, y se fue.
una venia ceremoniosa e inusualmente profunda, y
sin sonreír, dijo lo siguiente: “¿Me permite Madame
la Condesa que tenga unas palabras con ella?”
»La señora levantó la vista para mirarlo y se
tocó los labios en señal de guardar silencio. Luego
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12 despedirme de inmediato y viajar por una ruta di-
fícil, casi cien millas, lo más rápido que pueda. Mis
La petición confusiones se me multiplican. Si no fuera por la
obligatoria reserva que mantengo en cuanto a mi
identidad, le pediría un favor muy singular. Mi pobre
niña no ha recuperado su salud luego de caer de su
caballo. Cayó cuando había salido para observar una
cacería. Sus nervios están afectados y nuestro médi-
co insiste en que, durante un buen tiempo, no debe
—“De modo que Madame la Condesa nos va a hacer ningún esfuerzo. Por lo tanto llegamos aquí
privar de su compañía”, dije, haciendo una venia de por etapas, no más que de seis leguas al día. Ahora yo
cortesía. “Pero espero que sea solo por unas pocas tengo que viajar día y noche, en una misión de vida
horas”. o muerte, una misión cuya naturaleza crítica le voy
»“Tal vez. O posiblemente por unas semanas. a poder explicar cuando nos volvamos a encontrar,
Lamento que el señor me haya saludado como hizo que espero sea dentro unas semanas, cuando ya no
en su presencia. ¿Usted ya sabe quién soy?”. estaré obligada a guardar secretos”.
»Le aseguré que no. »A continuación presentó su petición. Lo hizo
»“Pronto lo sabrá”, dijo. “Pero aún no. Somos no como quien ruega un favor, sino como quien con-
viejos amigos, usted y yo, amigos más antiguos y desciende a favorecer al otro. Me refiero únicamente
cercanos de lo que usted sospecha, tal vez. Todavía a su estilo, pues no creo que haya sido consciente de
no puedo revelar mi identidad. Pero en unas tres se- ello. Aparte de la manera en que se expresó, no po-
manas pasaré por su bello castillo, sobre el cual he dría haber implorado con más humildad. Me pidió
hecho mis averiguaciones. Le visitaré por una hora, simplemente que consintiera a encargarme de su hija
o dos, y retomaré una amistad que nunca traigo a durante su ausencia.
la memoria sin que me evoque mil recuerdos pla- »Tomando en cuenta todas las circunstancias,
centeros. Pero en este momento he recibido una no- su solicitud me pareció bastante audaz. Pero de al-
ticia que me ha caído como un trueno. Tengo que guna manera me desarmó, ya que inmediatamente
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ella reconoció las evidentes razones en contra de su quedara bajo mi protección. A esto agregó que yo era
petición, entregándose enteramente a mi sentido de uno de sus más viejos y preciados amigos.
la caballerosidad. En ese preciso momento, debido »Yo, desde luego, eché un pequeño discurso tal
a una fatalidad que parece haber determinado todo como la ocasión parecía merecer. Solo más tarde me
lo que ocurrió, mi pobre niña vino a mi lado y, en di cuenta de que estaba metido en una situación que
voz baja, me imploró que invitara a su nueva ami- no me gustaba en lo más mínimo.
ga, Millarca, para que fuera a hacernos una visita. En »Regresó el caballero de negro, y con mucha ce-
conversación con la joven desconocida, esta le había remonia, condujo la señora hacia la puerta. El porte
dicho a mi niña que, si su madre estuviera de acuer- de este señor fue impresionante, y me dejó conven-
do, a ella le gustaría mucho visitar nuestro hogar. cido de que la condesa era una mujer de mucha más
»En otras circunstancias le habría dicho que importancia de lo que su relativamente modesto tí-
esperara un poco, al menos hasta saber con quiénes tulo podría sugerir.
estábamos tratando. Pero no me dieron tiempo para »Su última advertencia, dirigida a mí, fue que,
reflexionar. Las dos mujeres, la señora y la joven, me antes de su regreso, por ningún motivo debía tratar
asediaron al tiempo. Y debo confesar que la bella y de averiguar ningún dato más acerca de ella, aparte
refinada cara de la joven, que poseía una cualidad de lo que ya podría haber adivinado. Me aseguró que
extremadamente encantadora, sin hablar de su ele- el Conde Carlsfield, nuestro distinguido anfitrión,
gancia, evidencia de que provenía de muy noble conocía perfectamente sus motivos.
cuna, eran factores que me subyugaron totalmente. »“Pero aquí”, dijo, “ni yo ni mi hija podemos
Me rendí y acepté, con demasiada facilidad, tener permanecer por más de veinticuatro horas. Hace
bajo mi tutela por un tiempo a la linda adolescente a una hora aproximadamente yo me quité la máscara.
quien su madre llamaba Millarca. Fue un acto imprudente y no fue por más de un mo-
»La condesa hizo acercar a su hija, y noté que la mento. Pero tuve la impresión de que usted me había
muchacha escuchó con mucha seriedad mientras su visto. Fue por eso que decidí buscar una oportuni-
madre le contó, en términos generales, cómo había dad de entablar conversación con usted. Si hubie-
sido llamada súbita y perentoriamente, explicándole ra encontrado que me había visto, habría invocado
también el arreglo hecho conmigo para que ella se su alto sentido del honor para guardar mi secreto
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por unas semanas. Ahora estoy convencida de que »“Ella ya se fue”, dijo Millarca, con un suspiro.
no me vio. Pero si sospecha, o si más adelante, re- »“Sí, ya se fue”, repetí yo para mis adentros,
flexionando, llegue a sospechar quién soy yo, cuento mientras, por primera vez luego de los acelerados
igualmente con su honorabilidad. Mi hija también momentos que habían pasado desde que acepté el
guardará nuestro secreto. Y espero que, de vez en encargo, reflexionaba sobre la ligereza con la que yo
cuando, usted le recuerde su obligación al respecto, había actuado.
para evitar que, por un descuido momentáneo, lo »“Ni siquiera miró para acá”, dijo Millarca con
fuera a revelar”. tristeza.
»Susurró unas palabras más al oído de su hija, »“A lo mejor la condesa se había quitado la más-
le dio un beso apurado, y se fue, acompañada por el cara y no quiso mostrar la cara”, dije. “Además ella no
pálido caballero de negro. En un instante se habían sabía que tú la estabas viendo desde la ventana”.
perdido entre la multitud. »Ella suspiró y me miró a los ojos. Viéndola tan
»“En la sala aquí al lado”, dijo Millarca, “hay hermosa sentí vergüenza por haberme arrepentido,
una ventana de donde se puede ver la puerta princi- aunque fuera mentalmente, de ofrecerle mi hospita-
pal. Me gustaría ver a mamá cuando salga y mandar- lidad. Tomé la decisión de compensarla por mi indu-
le un beso con la mano”. dable egoísmo.
»Asentimos, por supuesto, y la acompañamos a »Ella volvió a ponerse la máscara, y las dos, ella
la ventana. Desde allá vimos una carroza muy bella y mi hija, me persuadieron para que regresáramos
de estilo antiguo, con una cantidad de sirvientes y ji- a los jardines donde se reiniciaba el concierto. Sa-
netes auxiliares. Observamos la esbelta figura del ca- limos, entonces, y caminábamos por la terraza del
ballero de negro quien llevaba en las manos una capa castillo frente a la larga fila de altos ventanales.
de terciopelo negro que colocó sobre los hombros de »Millarca nos trató como si fuéramos amigos
la señora y sobre su cabeza puso el capuche. Ella le íntimos, y nos entretuvo con animadas descripcio-
hizo una pequeña venia y le tocó la mano levemen- nes de las importantes personalidades que obser-
te. Él se inclinó una y otra vez mientras cerraba la vábamos en la terraza, y con historias sobre ellas.
portezuela del coche que, apenas su pasajera estaba a Le iba queriendo más con cada minuto que pasa-
bordo, arrancó a andar. ba. No contaba sus chismes con maldad, y para mí
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resultaron muy divertidos, ya que me había ausenta- podía buscar ayuda con decir que se trataba de la hija
do durante mucho tiempo del gran mundo y de los de la condesa que había partido unas horas antes.
círculos sociales. Pensé en cómo la llegada de Millar- »Llegó la aurora. Fue a plena luz del día, en-
ca a nuestro hogar iba a dar nueva vida a nuestras tonces, cuando finalmente abandoné la búsqueda.
largas tardes de soledad. Fuimos a descansar en la habitación preparada para
»El baile no terminó antes de que el sol matu- nosotros en el castillo de Conde Carlsfield. Solo a las
tino empezara a asomarse por el horizonte. Al Gran dos de la tarde del día siguiente supimos algo de la
Duque le gustaba bailar la noche entera, de modo que muchacha perdida.
los invitados, para expresar su lealtad, no podrían ni »Fue a esa hora aproximadamente cuando un
pensar en partir e ir a la cama antes del amanecer. sirviente tocó en la puerta de mi niña para decirle
»Habíamos pasado por un salón atestado de gen- que una joven, en estado de evidente ansiedad, le
te, cuando mi querida niña me preguntó si yo había había preguntado dónde podría encontrar al Barón
visto a Millarca. Yo creía que ella acompañaba a mi general Spielsdorf y a su hija, al encargo de quienes
niña, y mi niña Bertha creía que estaba conmigo. De le había dejado su madre.
súbito caímos en la cuenta de que la habíamos perdido. »No quedaba duda de que se trataba de nuestra
»En vano la busqué. Se me ocurrió que, en la nueva amiguita. Había vuelto a aparecer. ¡Ojalá se
confusión de separarse momentáneamente de noso- hubiera perdido para siempre!
tros, hubiera tomado a otras personas por sus nue- »A mi pobre niña le contó todo un cuento para
vos amigos y que, en su error, las hubiera perseguido explicar su demora en volver. Muy tarde en la noche,
dentro de los amplios jardines hasta desorientarse dijo, resignada ante la imposibilidad de encontrar-
del todo. nos, había llegado a la habitación del ama de llaves
»Ahora entendí, en toda su extensión, que del castillo, donde cayó en un sueño largo y profundo
había cometido una tremenda estupidez: me había que escasamente fue suficiente para que se recupera-
encargado de esta muchacha sin saber quién era, ni ra de la fatiga que había experimentado en el baile.
siquiera cuál era su apellido. Peor aún, amarrado por »Ese día, Millarca fue con nosotros para casa. Y
la obligación de guardar un secreto (una obligación yo me sentía feliz de que mi niña hubiera encontrado
impuesta por razones para mí desconocidas), no a una compañera tan encantadora.
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13 me convenció de que ella era sonámbula. Pero esta
hipótesis no resolvió el misterio. ¿Cómo fue capaz de
El leñador salir de su alcoba y, al mismo tiempo, dejar la puerta
cerrada con la llave adentro? ¿Y cómo se escapaba de
la casa sin abrir ninguna puerta y ninguna ventana?
»En medio de mi perplejidad, se me presentó
una preocupación mucho más grave y urgente: mi
querida niña empezó a perder su buena salud y se
le mermaba incluso su misma belleza. Y todo de
—Sin embargo, no demoraron en aparecer algu- una manera tan extraña, y tan horrible, que me dejó
nos inconvenientes. En primer lugar, Millarca pa- completamente atemorizado.
decía una languidez extrema (aparentemente una »Primero tuvo sueños espantosos. Luego ima-
secuela de su reciente enfermedad) y jamás salía de ginaba que se le aparecía un fantasma, a veces con
su alcoba hasta bien entrada la tarde. Además, se cara de Millarca, y otras veces en la forma de un ani-
descubrió accidentalmente que, a pesar de que ella mal salvaje, percibido borrosamente, que merodeaba
siempre cerraba la puerta de su alcoba con llave des- al pie de su cama, yendo de un lado a otro.
de adentro y nunca sacaba la llave de la cerradura »Y por último, experimentó una serie de sensa-
hasta cuando permitiera entrar a una sirvienta para ciones. Una de ellas, muy peculiar pero no desagra-
asistirla en el baño, no obstante se ausentaba de su dable, dijo, se asemejaba a la corriente de un río que
habitación con cierta frecuencia en la madrugada, y fluía contra su pecho. Más tarde, sintió algo como
también en ciertos momentos en el curso del día. Y un par de largas agujas que le penetraban un poco
esto ocurría aun cuando ella indicaba que todavía no debajo de la garganta, causándole un dolor agudo.
se había movido de su cuarto. Contradiciendo esto, Unas noches después, sintió una gradual y convul-
desde las ventanas del castillo varias personas la ha- siva sensación de ser estrangulada. Seguido por una
bían visto, en la primera tenue luz de la madrugada, pérdida de conocimiento.
caminando entre los árboles, yendo hacia el oriente Pude oír distintamente cada palabra que pro-
y con la apariencia de una persona en trance. Lo cual nunciaba el viejo general Spielsdorf, ya que el coche
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pasaba entonces sobre el césped que se extiende por a través de un alto ventanal, contemplaba el panorama
ambos lados de la carretera cuando uno se acerca al que abarcaba el pueblo desierto y una ancha franja de
desentejado pueblo donde no se había vislumbrado árboles que cubrían las montañas a nuestro alrededor.
humo de ninguna chimenea en más de medio siglo. —Fue una familia mala, y en este lugar escribió
Usted puede imaginar lo extraño que resultó su ensangrentada historia. Es duro de aceptar que,
para mí oír mis propios síntomas descritos tan exac- después de muertos, los Karnstein puedan seguir
tamente como los de la pobre muchacha quien, si no plagando la humanidad con su lascivia atroz. Miren
fuera por la catástrofe que le sucedió, hubiera esta- donde está su capilla, allá abajo.
do de visita en nuestro hogar. Puede usted suponer, Señaló los muros grises de una construcción
también, cómo me sentía al escucharle detallar los gótica escasamente visible entre el follaje.
hábitos y las misteriosas peculiaridades que eran, de —Siento golpes del hacha de un leñador –agre-
hecho, las de nuestra bella visitante Carmilla. gó–, trabajando entre los árboles circundantes. Pue-
Se abrió un claro en el bosque, y nos encon- de que él nos informe acerca de la cosa que yo busco.
tramos de sopetón frente a las chimeneas y las des- Quiero que me diga dónde está la tumba de Mircalla,
vencijadas paredes del pueblo en ruinas. Encima de condesa de Karnstein. Esta gente rústica conserva
nosotros se erguían las derruidas torres y almenas las tradiciones locales acerca de las grandes familias,
del viejo castillo, rodeado de gigantescos árboles. mientras que los ricos y los aristócratas olvidan todo
Todos bajamos del coche, yo con sentimientos una vez que sus ancestros han dejado de existir.
de temor, y todos en silencio, pues en ese momento —En casa –dijo papá–, tenemos un retrato de
cada cual tenía mucho en qué pensar. Caminamos Mircalla, la condesa de Karnstein. ¿Le gustaría verlo?
en dirección del castillo por una empinada colina, y —Habrá tiempo para eso, mi querido amigo
dentro de pocos minutos nos hallábamos en el casti- –respondió el general–. Creo haber visto la original.
llo de corredores oscuros, escaleras en espiral y vas- Y una cosa que me motivó para buscarlo a usted an-
tos salones en un lamentable estado de deterioro. tes de lo previsto fue mi intención de explorar la ca-
Luego de un largo silencio, el general habló. pilla, a donde vamos a entrar ahora.
—De modo que esto fue alguna vez la residencia —¿Quiere ver a la condesa? –exclamó mi pa-
palaciega de la familia Karnstein –dijo, mientras que, dre–. Pero si hace más de un siglo está muerta.
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—No tan muerta como usted cree –dijo el ge- —Sí, con un hacha, o una pala o con lo que sea,
neral–. Al menos así me han dicho. algo que pueda rebanar su garganta asesina. Va a sa-
—Confieso, general, que usted me intriga, pero ber –dijo, temblando de la furia.
mucho –dijo mi padre, mirándolo con cierta sospe- Luego caminó adelante y señaló una viga echa-
cha de que estaba diciendo locuras. Fue una mirada da en el piso.
que había detectado en mi padre en una ocasión an- —Esa viga puede servir de asiento –dijo–. Su
terior. Pero, a pesar de que se notaba ira y disgusto querida hija se ve fatigada. Que tome asiento, y con
en la actitud del viejo general, hablaba con mucha unas pocas palabras más, voy a concluir mi espanto-
seriedad. sa historia.
Pasamos debajo del arco gótico de la iglesia – El bloque de madera que yacía sobre el adoqui-
pues era más que una capilla; por sus dimensiones nado cubierto de musgo en la destartalada capilla
parecía merecer el término «iglesia»– y nuevamente hizo las veces de banca donde, con el mayor alivio,
habló el general: me senté. Mientras tanto, el general llamó al leñador,
—Un solo objetivo me sostiene ahora en los po- quien estaba ocupado cortando las ramas de un ár-
cos años que me quedan de vida: vengarme de ella. bol que descansaba sobre el muro de piedra de la ca-
Y gracias a Dios, es algo que un arma mortal puede pilla. Al instante, el robusto hombre se presentó ante
aún cumplir. nosotros, hacha en mano.
—¿De qué venganza habla? –preguntó mi pa- No pudo contarnos nada acerca de los monu-
dre, cada vez más atónito. mentos. Pero nos habló de un anciano, un emplea-
—Hablo de decapitar al monstruo –respondió el do del guardabosques, que se alojaba en la casa del
general, con furia, y con un golpe de pie que resonó cura, a unas dos millas de distancia. Ese señor po-
con un triste eco a lo largo de la ruina hueca. Levantó dría indicarnos todos los monumentos de la familia
su brazo con el puño cerrado como si estuviera aga- Karnstein. Estimulado por una propina que le dio el
rrando un hacha, y lo blandió ferozmente en el aire. general, el leñador ofreció ir por él y traerlo en media
—¿Qué? –exclamó mi padre, consternado. hora, si le prestábamos uno de los caballos.
—¡Quitarle la cabeza! Efectivamente, el hombre regresó rápidamente
—¿Decapitarla? con el anciano.
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—¿Hace cuánto trabaja usted en estos bosques? subió a una de las almenas desde donde podía divisar
–le preguntó mi padre. el patio de la capilla. Usted mismo puede verlo des-
—Toda la vida he estado cortando leña aquí de esa ventana. Esperó allá hasta que vio al vampiro
–contestó con el fuerte acento de la gente de la re- salir de su tumba y dejar al lado de ella su ropa bien
gión–. Tal como lo hizo mi padre, y todas las genera- doblada. Luego ese espanto se deslizó hacia el pueblo
ciones de mi familia, más generaciones incluso de las para atacar a sus habitantes.
que pueda yo contar. Le podría mostrar la casa en el »El hombre, habiendo visto todo esto, descen-
pueblo donde antiguamente vivían mis antepasados. dió, levantó la ropa (mejor dicho, la mortaja del vam-
—¿Por qué la gente abandonó el pueblo? piro) y con ella en sus manos, ascendió de nuevo a la
—Los perseguían los espíritus de los muertos, cumbre de la almena. Cuando el vampiro regresó de
señor –respondió el viejo–. Algunos de aquellos fan- sus miedosas andanzas y no encontró la tela en que
tasmas fueron identificados en sus tumbas, donde la quería envolverse, vio al hombre de Moravia arriba
gente los eliminó de la manera usual. Los decapita- en la torre; y este le señaló que ascendiera para reci-
ban, o los quemaban en la hoguera. Pero no antes bir su mortaja. El vampiro aceptó y subió al encuen-
de que esos espíritus hubieran asesinado a mucha tro con el hombre, quien, con un fuerte golpe de su
gente del pueblo. Sin embargo –continuó–, aun des- espada, partió el cráneo del otro en dos, haciendo
pués de todos estos procedimientos legales, luego de que cayera estrepitosamente al patio. El hombre de
abrir muchas tumbas y quitarles a los vampiros su Moravia bajó lo más rápido que pudo por la escalera
terrible poder de destrucción, el pueblo no se alivió. en espiral y le quitó la cabeza. Al día siguiente entre-
Pero hace muchos años la noticia de lo que estaba gó cabeza y cuerpo a los del pueblo, y ellos quemaron
pasando llegó al oído de un aristócrata de Moravia todo en una gran hoguera.
que casualmente viajaba por esta región. Siendo él »Eso fue hace mucho tiempo. Y el caballero de
adepto, como lo es mucha gente en su tierra, según Moravia, siendo un hombre de la nobleza, recibió un
entiendo, en la práctica de ciertas artes y poderes so- permiso por parte de la familia Karnstein para llevar-
bre los espíritus, el hombre se encargó de liberar al se la tumba de la condesa Mircalla, cosa que efectiva-
pueblo de los fantasmas que lo atormentaban. Y lo mente hizo. Así que, al poco tiempo, nadie se acordaba
hizo de la siguiente manera. En una noche de luna, del lugar exacto que la tumba había ocupado.
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—¿No nos puede siquiera indicar el sitio? –pre- 14
guntó el general, ansioso.
El anciano negó con la cabeza. El encuentro
—No hay nadie vivo que pueda mostrarlo aho-
ra –dijo–. Además, dicen que el cuerpo fue llevado
lejos. Pero eso tampoco es seguro.
No teniendo nada más que decir, el viejo tomó
su hacha y partió. Nos dejó solos con el general
Spielsdorf, quien arrancó a contar el final de su ex-
traña historia. —La salud de mi querida niña empeoraba día a
día –dijo el general, retomando su relato–. El médi-
co que la atendía no había logrado detener el avance
de lo que yo creía era simplemente una enfermedad.
Consciente de mi preocupación, propuso buscar una
segunda opinión. Entonces acudí a un médico más
célebre y más experimentado, de la ciudad de Gratz.
»Pasaron varios días antes de que aquel sabio
llegara. Era un hombre bueno y religioso, además de
ser un renombrado científico. Los dos se reunieron
para examinar a mi niña, y luego se encerraron en
mi biblioteca para conversar con el fin de llegar a al-
guna solución. Desde un salón adyacente, mientras
esperaba su veredicto, sentí las voces de los dos caba-
lleros levantadas en lo que parecía ser algo más que
una mera discusión científica. Toqué en la puerta y
entré. Encontré que el célebre médico de Gratz de-
fendía una cierta teoría con respecto al estado de mi
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niña, mientras que su rival le refutaba con un mal Me dijo que era imposible que se equivocara: que
disimulado desprecio, acompañado de carcajadas. ninguna enfermedad natural mostraba los síntomas
Mi entrada a la biblioteca sirvió para poner fin a esta que mostraba mi niña, y que muy prontamente iba a
indecorosa manifestación de discrepancias. morir. Apenas le quedaba un día de vida, o posible-
»“Mi general”, dijo el primero, “mi ilustre cole- mente dos. Si se tomaran medidas inmediatamente
ga parece creer que a usted le hace falta un mago, no para evitar el próximo ataque, existía la posibilidad
un médico”. de que, con sumo cuidado y mucha pericia, recupe-
»“Con su permiso”, dijo el viejo médico de rara su salud. Pero todo dependía de factores irrevo-
Gratz, evidentemente molesto, “voy a elaborar mi cables. Un asalto más sería suficiente para extinguir
juicio sobre el caso a mi manera, y en otro momen- el último, tenue signo de vitalidad que aún le restaba.
to. Lamento decirle, Monsieur le General, que mis »“¿De cuál asalto habla?”, le pregunté. “¿De qué
conocimientos y mis remedios no sirven en la situa- naturaleza es?”.
ción actual. Pero antes de retirarme, me haré el ho- »“He dicho todo en esta nota, que le entrego a
nor de hacerle una sugerencia”. usted con la condición de que llame sin demora a un
»Estaba pensativo. Se sentó ante una mesa y co- sacerdote y que abra esta carta en su presencia. Por
menzó a escribir. nada del mundo debe leerla antes de que el cura esté
»Yo, profundamente decepcionado, hice una presente. Porque de otra manera podría menospre-
venia y empecé a retirarme, cuando el otro médico ciar lo que he escrito, y el asunto es de vida o muerte.
señaló al que estaba sentado escribiendo, tocándose Solo en el caso de que un sacerdote no se consiga,
la frente con un gesto bastante despectivo, pues se puede usted leerla”.
refería al estado mental de su viejo colega. »Finalmente, antes de partir, me preguntó si
»Este par de consultas me habían dejado en las quisiera ver a un hombre muy conocedor del tema
mismas. Salí al jardín sintiendo que la ansiedad me que, una vez leída la carta, seguramente me iba a
enloquecía. Después de diez o quince minutos, el interesar mucho. En tal caso, dijo, debería llamarlo
médico de Gratz apareció a mi lado. Pidió disculpas para que el personaje me hiciera una visita.
por haberme perseguido, pero dijo que su concien- »En el evento, resultó imposible encontrar al
cia no le permitía abandonar la casa sin decir nada. sacerdote; estaba ausente. Así que leí la carta solo.
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En otro momento, o frente a otro caso, lo escrito ahí »Me oculté en el guardarropa, un pequeño
podría haberme parecido ridículo. Pero uno está cuarto oscuro que daba a la alcoba de mi pobre pa-
dispuesto a escuchar incluso a un charlatán si éste ciente. En la alcoba se había prendido una vela. Me
parece ofrecer una tabla de salvación cuando la vida quedé allí vigilante, esperando que mi querida niña
de un ser querido está en juego y todos los demás estuviera bien dormida. Desde la puerta del guarda-
remedios han fracasado. rropa me asomaba para estar pendiente de cualquier
»Ustedes dirán que nada podría ser más absur- cosa que pasara. Siguiendo las instrucciones de la
do de lo que había escrito este viejo médico. Era lo carta del médico, tenía mi espada puesta a mi alcan-
suficientemente fantasioso como para haberlo certi- ce sobre una pequeña mesa. Alrededor de la una de
ficado como demente. Dijo que la paciente sufría de la madrugada, vi un gran objeto negro, poco defini-
visitas de un vampiro. La penetración de las agujas do, que se arrastraba hasta la cama de mi pobre niña
que ella sentía cerca de la garganta fue causada por y rápidamente la cubrió hasta llegar a su garganta
los dos largos y afilados colmillos que, como es bien donde, en una fracción de segundo, se hinchó, con-
sabido, son la particularidad de los vampiros. Y no virtiéndose en una enorme masa palpitante.
podría haber duda acerca de las pequeñas y bien »Por un momento me quedé petrificado. Pero
definidas huellas lívidas que todos describen como luego salté, blandiendo la espada. La creatura negra
típico sello producido por los labios de ese demo- se contrajo súbitamente y se deslizó por encima de la
nio. Todos los síntomas que la víctima describe, dijo, cama. En seguida, estaba parada a pocos metros de
coincidían con los registrados en cada caso de un mí, confrontándome con una mirada feroz, horripi-
ataque similar. lante. Era Millarca. La ataqué con la espada. Pero no
»Bueno, yo he sido totalmente incrédulo en la alcancé. Ahora estaba parada al pie de la puerta,
cuanto a la existencia de portentos de esta índole. ilesa. Horrorizado, ataqué de nuevo. Pero ella des-
La teoría preternatural del médico fue algo que yo pareció en el acto, y mi espada dio contra la puerta,
asociaba con las alucinaciones. Sin embargo, me sen- echando chispas.
tía tan abatido que estaba dispuesto a intentar cual- »No les puedo describir todo lo que pasaba
quier remedio. El contenido de la carta me llevó a la esa noche. Fue horrible. Todos se levantaron y hubo
acción. una confusión total. El espectro de Millarca había
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desaparecido. Pero su víctima se hundía rápidamen- debajo de ese arco, desde las sombras de la capilla,
te y antes del amanecer estaba muerta. emergió Carmilla. Fue para mí un alivio volver a ver
El viejo general estaba muy agitado. Nosotros no su bella figura y tenerla nuevamente a mi lado.
le dijimos nada. Mi padre se alejó y comenzó a leer Estaba yo a punto de levantarme y sonreír en
las inscripciones en las lápidas. Entró en la capilla por respuesta a la especialmente encantadora sonrisa de
una puerta lateral y siguió examinando las tumbas. El Carmilla, cuando, con un alarido, el general agarró
general se recostó contra un muro, enjugó las lágrimas el hacha del leñador y arremetió contra ella. En ese
y suspiró pesadamente. Yo sentí alivio al oír las voces instante, al echarse atrás para esquivar el ataque del
de Carmilla y madame Perrodon, que en ese momen- viejo, Carmilla se transformó horriblemente. Su cara
to se acercaban. Pero luego no las escuché más. se tornó brutal. Y antes de que yo pudiera gritar, el
En esta soledad, cuando acababa de oír el ex- general la embistió con toda su fuerza. Pero ella se
traño relato relacionado con los aristócratas muertos agachó para evitar el golpe y con su pequeña mano
cuyos monumentos se desmoronaban entre el polvo agarró a su atacante por la muñeca. Él intentó zafar-
y la hiedra a mi alrededor, pensaba en cómo cada in- se, pero no pudo. Su mano se abrió, el hacha cayó al
cidente de la historia del general contenía elementos suelo, y Carmilla desapareció.
tan parecidos a mi propio caso misterioso. Entonces, El general tambaleó, aferrándose al muro para
en aquel lugar de fantasmas, oscurecido por el alto y no caer. Sudaba, y su rostro se veía tan pálido que
denso follaje que nos rodeaba y que trepaba encima pensé que iba a morir ahí mismo.
de los silenciosos muros, me oprimió una sensación Todo había ocurrido en un instante. La primera
de horror, y sentí una tremenda corazonada cuando cosa que recuerdo después de eso fue que madame
creí que, después de todo, mis amigas no iban a en- Perrodon estaba frente a mí preguntando, una y otra
trar para disipar el ambiente triste y ominoso. vez y con impaciencia, si yo sabía a dónde se había
El viejo general se apoyaba ahora con la mano ido Carmilla.
puesta en la base de un monumento con los ojos fi- —No sé –le dije–. No lo puedo explicar. Ella sa-
jos en el suelo. Observé un arco estrecho coronado lió por ahí.
por una de aquellas grotescas fantasías esculpidas en Y señalé la puerta por donde madame acababa
piedra típicas de la vieja arquitectura gótica. Por de entrar.
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—Pero yo estaba allí, en el pasillo –dijo mada- 15
me–, desde que entró la señorita Carmilla. Por ahí
no salió. La ordalía y la ejecución
Luego empezó a llamar a Carmilla por su nom-
bre, por todas las puertas y ventanas y pasillos. Pero
no hubo respuesta alguna.
—¿Ella se hacía llamar Carmilla? –preguntó el
general.
—Sí, Carmilla –contesté.
—Ah –dijo él–. Es Millarca. La misma que Antes de que el general Spielsdorf hubiera termi-
hace tanto tiempo se llamaba Mircalla, la condesa de nado de hablar, entró por la misma puerta de la capilla,
Karnstein. Sal de esta maldita tierra, mi pobre mu- por donde Carmilla había entrado y salido, un perso-
chacha, lo más rápido que puedas. Toma el coche y naje de la apariencia más rara que yo había visto jamás
vete a la casa del cura. Quédate allí hasta que llegue- en un hombre. Era alto, flaco y encorvado, con hom-
mos nosotros. Ojalá nunca más vuelvas a ver a Car- bros altos y vestido de negro. Su muy arrugado rostro
milla. Aquí no la vas a encontrar. era de color marrón, y llevaba puesto un sombrero de
ala ancha y forma peculiar. Su pelo, largo y entrecano,
le caía sobre los hombros. Tenía gafas de marco dorado
y caminaba lentamente, arrastrando los pies, mirando
por turnos el cielo y el suelo, con una inamovible son-
risa en los labios. Sus delgadas manos, que llevaban
guantes negros de una talla demasiado grande, gesti-
culaban en el aire de la manera más extraña.
—¡Ah, por fin! ¡El hombre que necesitábamos!
–exclamó el general, con evidente júbilo. —Mi queri-
do Barón, tengo un gran gusto en verlo. No esperaba
encontrarlo tan pronto.
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Llamó a mi padre, que ya había terminado su un monumento perdido durante muchos años: el de
examen de las lápidas, y lo presentó, de modo muy Mircalla, la condesa de Karnstein.
formal, a este viejo estrafalario a quien le decía Ba- El viejo general –quien era poco aficionado a
rón. Luego los tres iniciaron una conversación muy las plegarias, creo yo– levantó los ojos hacia el cielo
seria. El extraño caballero sacó del bolsillo un rollo en un acto de mudo agradecimiento.
de papel y lo extendió sobre la superficie de la tumba —Mañana –le oí decir–, vendrá un hombre
más cercana. En seguida con un lápiz trazaba líneas nombrado oficialmente para llevar a cabo una exhu-
que indicaban varios puntos diferentes sobre el pa- mación de acuerdo con la ley.
pel. Y de la manera como lo miraban y luego alzaban Dicho lo cual, se dirigió al anciano de gafas do-
la vista para observar distintas áreas a su alrededor, radas y tomó sus manos en las suyas.
concluí que el papel era un croquis de la capilla. El —¿Cómo agradecerle, Barón? –dijo–. ¿Cómo
caballero acompañó su conferencia, por así llamarla, podríamos todos agradecerle? Usted habrá liberado
con lecturas de un libro viejo cuyas páginas eran cu- esta región de lo que ha sido un flagelo para sus ha-
biertas de letra muy menuda. bitantes durante más de un siglo. Gracias a Dios, ya
Luego, inmersos en conversación, caminaron hemos localizado a este terrible enemigo.
los tres por la nave lateral de la capilla. Yo, mirándo- Mi padre se alejó con el caballero y el general
los desde donde estaba parada en la nave opuesta, vi los siguió. Lo llevaba fuera del alcance de mis oí-
cómo empezaron a medir distancias con sus pasos. dos evidentemente para poder hablar de mi caso.
Finalmente se detuvieron frente a una sección del Vi cómo, de vez en cuando, me miraban de soslayo.
muro y comenzaron a examinarlo con suma aten- Cuando dejaron de conversar, mi padre vino a donde
ción, arrancando las hojas de hiedra que lo cubrían yo estaba, me besó y me llevó fuera de la capilla.
y golpeándolo con palos para quitar pedazos de es- —Es hora de regresar –dijo–. Pero tenemos que
tuco. Al cabo de unos minutos, descubrieron una llevar con nosotros al buen sacerdote que vive cer-
ancha laja de mármol grabada con letras en relieve. ca de aquí. Tenemos que persuadirle para que nos
Con la ayuda del leñador, que volvió a aparecer, acompañe.
destaparon una inscripción y un escudo tallado en El sacerdote aceptó nuestra invitación y nos
la superficie. Resultaron ser indicios inequívocos de fuimos para la casa con él. Me sentí feliz de llegar, ya
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que estaba muy cansada. Pero mi contento se convir- Ahora bien, si algo valen los testimonios de
tió en desconcierto cuando me dijeron que nada se seres humanos tomados con todo cuidado y solem-
sabía sobre el paradero de Carmilla. Encima, nadie nidad, y registrados judicialmente ante numerosas
me explicó qué era lo que había ocurrido en la capi- comisiones consistentes de personas escogidas por
lla. Evidentemente se trataba de un secreto que mi su inteligencia e integridad, y que abarcan informes
padre guardaba y que no me iba a comunicar en ese más voluminosos de los que existen acerca de cual-
momento. quier otro tipo de casos, entonces es difícil negar, o
La siniestra ausencia de Carmilla sólo sirvió aun dudar, que exista el fenómeno conocido como
para subrayar el horror de la escena que había visto. el vampiro. Por mi parte, no conozco ninguna teoría
Y para la noche se preparó algo muy singular: dos más convincente para explicar lo que yo misma he
criadas junto con madame Perrodon fueron destaca- visto y experimentado.
das para permanecer conmigo en la alcoba, mientras Al día siguiente se llevaron a cabo unos pro-
que mi padre y el sacerdote se escondieron, vigilan- cedimientos formales en la capilla de los Karnstein.
tes, en el vestuario. Se abrió la fosa donde estaba enterrada la condesa
Antes de acostarme, el sacerdote había celebra- Mircalla y tanto mi padre como el general reconocie-
do ciertos ritos solemnes cuyo sentido no compren- ron el rostro de la hermosa y pérfida mujer que nos
día. Como tampoco comprendía por qué se tomaban había visitado. A pesar del siglo y medio que había
tan extremas medidas de precaución para proteger- trascurrido desde sus funerales, sus facciones lleva-
me mientras dormía. ban la calidez de un ser vivo. Tenía los ojos abiertos y
Entendí todo perfectamente unos días después ningún hedor de cadáver emanaba del ataúd. Los dos
ya que, con la desaparición de Carmilla, se acabaron médicos presentes, uno oficialmente, y otro por parte
mis sufrimientos nocturnos. del promotor de la encuesta, reconocieron un hecho
Usted se habrá enterado, sin duda, de la supers- extraordinario: se apreciaba en la mujer una leve res-
tición que abunda en Estiria, Moravia, Silesia y la piración y la acción correspondiente de su corazón.
Serbia turca, sin hablar de Polonia y Rusia. Más que Sus miembros eran perfectamente flexibles, la carne
una superstición es una convicción acerca de la exis- elástica, y el cuerpo dentro del ataúd de plomo esta-
tencia de los vampiros. ba inmerso en un baño de sangre de siete pulgadas
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El Barón Vordenburg permaneció con noso- inicia? ¿Y cómo se multiplica? Les voy a decir. Una
tros en casa durante dos o tres semanas después de persona, más o menos mala, se suicida. Un suicida,
la expulsión de Carmilla. Y en ese tiempo mi padre bajo ciertas condiciones, se convierte en vampiro.
le contó la historia del aristócrata de Moravia y su El espectro visita a ciertas personas mientras duer-
experiencia con la vampiresa en el patio de la capilla men. Ellas se mueren, y casi invariablemente, dentro
de Karnstein. Luego le preguntó al barón cómo había de sus tumbas, se convierten en vampiros. Tal fue el
descubierto el sitio exacto de la tumba de la condesa caso de la bella Mircalla, perseguida por aquellos de-
tantos años oculta. El grotesco rostro del barón se monios. Mi ancestro, Vordenburg, cuyo título osten-
iluminó en una sonrisa misteriosa. Miró el estuche to, descubrió esto y, en el curso de los estudios a los
de sus gafas, lo acarició, y en seguida levantó la cabe- que dedicó su vida, aprendió mucho más.
za para hablar. »Entre otras cosas, ese hombre, supuestamen-
—Yo tengo en mi posesión –dijo– muchos pa- te de Moravia, concluyó que, tarde o temprano, la
peles y anotaciones de ese admirable caballero. Entre sospecha de haberse convertido en vampiro iba a
todos sus escritos, el relato sobre su visita a Karnstein ser la suerte de la condesa, ella que había sido su
es el más notable. La tradición tiende a tergiversar ídolo. Le horrorizó pensar que, sea ella lo que haya
un poco la verdad, como es natural. Tal vez se cono- sido en vida, sus restos fueran a ser profanados por
cía como un aristócrata de Moravia por lo que había una ejecución póstuma. En un escrito mostró que el
cambiado de lugar; residía en Moravia, y era además vampiro, al ser expulsado de su existencia anfibia, es
de sangre noble. Pero en realidad era oriundo de las lanzado a una vida aún más horrible. Entonces él de-
tierras altas de Estiria. Cuando joven había sido un cidió salvar de esta suerte a su amada Mircalla.
amante apasionado, y favorecido, de la bella Mirca- »Adoptó la estratagema de un viaje a estas tie-
lla, condesa de Karnstein. Cuando ella murió tem- rras, fingió sacar los restos mortales de su amada y
pranamente, él se entregó a un duelo inconsolable. borró todo vestigio de su monumento. Muchos años
»Ahora es de la naturaleza misma de un vampi- después, ya viejo, y entre lágrimas, reflexionó sobre
ro que se multiplica, de acuerdo con una ley espectral el pasado y sintió repulsión por lo que había hecho.
bien documentada. Imaginemos, para comenzar, un En un papel anotó las líneas que me guiaron para
territorio totalmente libre de aquella peste. ¿Cómo se llegar al sitio preciso y confesó por escrito que había
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sido culpable de un grave engaño. No sabemos si el
caballero pretendía llevar a cabo alguna acción pos-
terior con respecto a todo esto. Lo alcanzó la muerte,
y la mano de un descendiente remoto, o sea, la mía,
ha podido dirigir la persecución hasta llegar a la ma-
driguera de la horrible criatura. Demasiado tarde, en
el caso de muchos.
Conversamos sobre muchas cosas y entre otras
él dijo lo siguiente:
—Un signo del vampiro es el poder de su mano.
Cuando el general levantó el hacha para atacar a Mir-
calla, ella, con su delgada mano, agarró la muñeca
de su contrincante y la encerró en un viso de acero.
Pero su poder no se limita únicamente a su fuerza,
sino que deja entumecido el miembro que agarra, del
cual la persona sólo se recupera lentamente, o tal vez
nunca.
En la primavera siguiente mi padre me llevó
con él en un viaje por Italia, que duró más de un
año. Pasó mucho tiempo antes de que el terror de los
acontecimientos hubiera mermado. Pero aún hoy la
imagen de Carmilla invade mis recuerdos. A veces
aparece como la bella, lánguida, juguetona que cono-
cí. Otras veces la veo como el brutal demonio de la
capilla en ruinas. Y con alguna frecuencia me he des-
pertado súbitamente de mi ensueño al sentir el paso
ligero de Carmilla entrando por el salón de estar.
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