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EVER
Inmortal estaba lleno esa noche,
como casi todas las noches. Y más si
contábamos con que era fin de semana.
Entro sin hacer demasiada cola, nos
conocemos entre nosotros y tenemos un
trato de favor hacia nuestra especie. Me
aprieto entre la marabunta y doy un par
de empujones para poder llegar a la
barra. El cartelito indica un aforo
máximo permitido de 200 personas,
pero desde mi posición puedo
comprobar que se sobrepasa con creces.
Fuera la noche es fría, casi hielo, pero
dentro el calor que rezuman tantos
cuerpos moviéndose al unísono al ritmo
de la música hace que el calor sea
exasperante. Me despojo de mi camisa
de manga larga quedándome en tirantes.
Observo el panorama de Inmortal esa
noche, las había habido mejores.
−¿Te pongo algo? −grita el
camarero.
−No veo aún nada que me apetezca
−contesto al tiempo que le guiño un ojo.
Sigo escuchando la música mientras
mi pie se mueve al compás de los
acordes. Desde la barra puedo no solo
ver la pista de baile, sino también la
parte superior del local, los baños y el
guardarropía, al que se accede por dos
escaleras de caracol. El humo de los
cigarrillos, el sonido estridente… Creo
que empiezo a hacerme vieja para tanta
fiesta. Llevaba dos semanas en Alaska, y
pronto me iría. No me gustaba nada la
idea de que él diera conmigo, porque no
habría sabido explicarle por qué me
largué, creo que ni siquiera sabría
explicármelo a mí misma.
STEPHANO
Me he deshecho de sus brazos hace
un rato, le pedí que se marchara, pero
cuando salgo de la ducha sigue desnuda,
remoloneando en la cama, no entiendo
ese afán de las mujeres por hacer durar
las cosas, por alargarlas, solo ha sido un
polvo, más allá de compartir un par de
orgasmos no busco nada, no voy a
compartir mi intimidad con ella, ni con
ella ni con nadie, ni siquiera recuerdo su
nombre, es posible que lleve años entre
nosotros, pero solo hemos coincidido
unas pocas veces.
Todavía no se ha marchado y ya
siento que ha sido un error, mis fuertes
convicciones por mantenerme al margen
de todos esos juegos de seducción, se
han ido al traste, ha sido la primera vez
y me hago la firme promesa que no se
volverá a repetir, nunca he buscado
satisfacer mis apetitos dentro de nuestro
círculo, y mucho menos dentro del
Castillo, durante siglos nadie ha
perturbado la soledad de mi estancia, no
sé muy bien por qué sucumbí a sus
encantos, la miro de soslayo, aunque a
decir verdad tiene unas bonitas piernas.
Desenrollo la toalla de mi cintura y
me pongo los pantalones, recojo su
vestido del suelo y se lo lanzo.
EVER
Abro la puerta y un sol naciente
impacta en mi cuerpo, la cierro
rápidamente y me apoyo en ella. No
pudo creerme que esté ahí atrapada.
Vuelvo sobre mis pasos al interior del
antro. Paso por encima de Raven
intentando no pisarla, tratando de
imaginar dónde puede tener escondida la
ropa alguien como ella. Un baúl, lo abro
y ahí está lo que necesito. Busco entre
los trapos hasta que encuentro algo que
me sirva para mi fin, una sudadera color
verde lima, unos guantes de cuero
negros y unas enormes gafas de sol,
servirán. Me enfundo la sudadera
encima de mi ropa, la falda se desliza
hasta mis tobillos dándose de patadas
con la sudadera verde. Me subo la
capucha, me pongo las gafas de sol y los
guantes.
Camino por las calles con la cabeza
baja, intentado mezclarme con los
cientos de jóvenes resacosos que
vuelven a sus casas un sábado por la
mañana, y me alegra comprobar que no
soy la que lleva las peores pintas. Un
grupo de tres chicos se cruza en mi
camino y me miran de arriba abajo, sin
darse cuenta que sus caras no son mucho
mejores que la mía. Me bajo más la
capucha e intento andar rápidamente
hacia mi motel de las afueras. Cuando
entro, el recepcionista me saluda al
tiempo que me desprendo de la capucha
y las gafas de sol. Es un motel bonito,
sin grandes lujos, pero confortable.
Llevo aquí dos semanas y no creo que
pueda quedarme mucho más. Hago girar
la llave en la cerradura y abro la puerta,
me quito la sudadera en el pasillo y voy
directa al baño, necesito una ducha, me
miro al espejo, levanto los brazos para
empezar a desmontar el elaborado
peinado y…
Le veo. A través del espejo puedo
ver a un vampiro perfectamente vestido,
sentado en MI cama, leyéndose una de
MIS revistas. Termino de sacar la
horquilla y la deposito con cuidado
encima del mármol. Me doy la vuelta
poco a poco y le miro, y todo mi mundo
se desquebraja en un instante,
escondiéndome del malo me han
encontrado otros peores. Mi existencia
estaba condenada desde el día que me
mordió, después de tres siglos logrando
pasar desapercibida, había bajado la
guardia. O quizás fue mi vida con Scotch
lo que me había protegido evitando que
ellos dieran con mi paradero. ¿Ahora
qué?, ¿morir? Yo no había hecho nada
malo, por qué no mataban a mi creador,
eso sería más justo. Yo no pedí que me
convirtieran. Abro mucho los ojos,
presa del pánico y la sorpresa a partes
iguales, no puedo creérmelo.
EVER
Estoy perdida, a cada paso que doy
me acerco más a mi destrucción.
Aunque, si quisieran matarme, Stephano
simplemente me habría arrancado la
cabeza en el motel, no se tomarían la
molestia de hacerme ir a Suiza. La
claridad va cayendo, por suerte, aunque
no ha hecho un día soleado, sí he echado
de menos mis gafas de sol, deben
haberse quedado en el motel, y esa
claridad ha estado jodiéndome todo el
camino. Divisamos el aeropuerto y él
aprieta el paso, se ve que tiene prisa por
volver y entregarme. Me siento como un
paquete. Ando en la dirección que me
indica con la mano, al llegar al
mostrador Stephano entrega lo que
parece ser una reserva de billete, se
exaspera cuando la chica le anuncia que
nuestro vuelo ha despegado hace rato.
No nos queda otra que buscar un sitio
donde pasar la noche. Genial, una noche
más con ese tío que a todas luces es un
desequilibrado.
−Venga.
−No.
−No me hagas perder la paciencia.
STEPHANO
Se va directa al baño, las mujeres
se pasan horas enteras en los lavabos, en
sus habitaciones, en las discotecas, en
los aeropuertos... Y eso que rehúyo la
vida social, y cuando he ido a
cualquiera de esos antros ha sido
haciendo algún seguimiento, pero de
algún modo todas las mujeres, incluso
las de mi especie tiene una cadencia
especial por pasar demasiado tiempo en
los baños.
Me desprendo de mi bolsa y la
pongo encima de la cama, me quito la
americana y tiro de mi camisa, que saco
por la cabeza sin ni siquiera
desabrochar los botones, paso mi mano
por la nuca y pienso que todo parece una
broma absurda, no debería estar aquí,
podría haber venido cualquiera a
buscarla y llevarla a la Fortaleza para
que sea juzgada, condenada o lo que sea
que decidan hacer con ella.
Tiro la camisa sucia dentro de mi
bolsa y saco una limpia, que desdoblo y
coloco sobre el respaldo de la silla,
lista para ponérmela mañana, cuando
por fin podamos partir hacia casa.
Enciendo un cigarrillo, y pienso que en
un par de días estaré en el otro lado del
mundo, al frente de alguna milicia, sobre
el terreno, para poder valorar de
primera mano cuál es la situación real
de la posible insurrección que se ha ido
haciendo fuerte en esa parte del mundo.
Cuando estoy quitándome los
zapatos mis sentidos se ponen alerta, el
teclado de un teléfono, claramente ha
marcado varias cifras, un monosílabo...
¡¡¡¡Mierda!!!!, puede que la falta de
acción me esté haciendo perder
facultades.
Abro la puerta de golpe.
STEPHANO
Me enfrasco de nuevo en la lectura,
o intento hacerlo, porque en realidad
tengo que reconocer que me ha
sorprendido, parece una chiquilla, pero
no he de olvidar que no lo es, que según
el expediente que me pasó Marco nació
en 1623, y fue convertida por Samael
pocos años después, a veces me
pregunto cómo diablos se le ocurrió,
pero no soy quien para juzgarlo. Así,
que levanto brevemente la vista del
libro y la miro de soslayo, sigue
enfrascada en el televisor soltando de
vez en cuando alguna risa o algún
comentario cuando alguno de esos
zombies pierde un miembro... Niego con
la cabeza y vuelvo a mi libro, parece
mentira que tras su frágil aspecto
encierre a sus espaldas casi cuatro
siglos vagando sola por la tierra.
−¡Escapa!
−Sí, espera, ahora abro la
compuerta y salto al vacío… ¡No te
jode!.
−Ever, abre la puerta… −Stephano
parece impacientarse aún más.
−Tienes que largarte… porque si
no terminarás criando malvas.
−No, ¿en serio?
−¡EVER!
−¡Huye!
−¡Abre la puerta!, Ever no me
obligues a…
−¡Tienes que escapar!
−¡JODER! −exclamo al tiempo que
se abre la puerta.
−Sal de aquí y siéntate. –dice
Stephano enfadado.
Resoplo y ando por el estrecho
pasillo, sorteando algunos pies y
rodillas, un hombre mira a Stephano y
sonríe cómplice a mi acompañante,
definitivamente todos los hombres son
unos malditos cerdos. Me abrocho el
cinturón y lo aprieto contra mi cuerpo.
STEPHANO
Me gusta estar solo, valoro
positivamente el silencio, el poder
zambullirme en mis propios
pensamientos sin ser estorbado, la
soledad buscada no es dolorosa ni deja
cicatrices. Mi templanza, mi paciencia y
mi autocontrol son legendarios en la
Fortaleza, el buscar siempre el momento
oportuno para ganar ventaja ante
cualquier expectativa, y sin embargo...
Durante este viaje he tenido que
ejercitar mi autocontrol como hacía
lustros que no tenía la necesidad de
hacerlo.
Estoy a cargo de una vampira con
pinta de adolescente, que se comporta
como si fuera adolescente, pero lo que
es aún más insufrible es que lo hace
como si fuera una humana, o como si se
creyera que es humana, con necesidades
humanas... Es evidente que debe estar
desequilibrada, creía que entre los de
nuestra especie eso no era posible, es
cierto que el grado de sadismo puede
variar en gran medida, pero ¿el de
locura? no, no es posible...
Llegamos al aeropuerto de Zurich
de madrugada, tras atravesar el
Atlántico habiendo tenido que pasar
demasiadas horas en un habitáculo muy
pequeño en compañía de una demente,
no creo que Marco nunca llegue a
imaginar lo agotador de esta misión, si
llega a ser consciente de ello sin duda
me deberá unas buenas vacaciones.
A esa hora tan temprana el
aeropuerto está prácticamente desierto,
muchas de las ventanillas de las
compañías nacionales e internacionales
están cerradas, así como la zona del duty
free, y tan solo una cafetería y algún
local de esos de comida rápida
permanecen abiertos. La mayoría de los
pasajeros que venían con nosotros en el
vuelo se dirigen a la zona de recogida
de equipajes, con un golpe de cabeza le
indico que siga caminando hasta
atravesar el puesto de control, para salir
directamente al hall del aeropuerto,
también prácticamente desierto, solo
alguna persona que ha venido a recoger
a algún familiar o amigo, pero que ya se
marcha.
Enciendo mi móvil y compruebo en
los mensajes que, como era previsible,
en el aparcamiento tengo a mi
disposición un vehículo, mucho mejor
así, cuanto antes lleguemos a casa antes
podré dar por concluida la jodida
misión.
−Cariño...−dice zalamera
acariciando mi brazo−. Tienes que
pagarlos.
EVER
Qué tontería, que absurdo es todo,
¿por qué me han dolido sus palabras?
Enciende el motor del coche y empieza a
maniobrar para salir del aparcamiento,
marcha atrás, poco a poco, la ira
reflejada en sus ojos y sus palabras que
todavía retumban en mis oídos, abro la
puerta y antes de que pueda maldecirme
por eso, ya he abierto también la puerta
trasera y me siento allí, dejándole solo
delante.
−¿Vas a llorar?
−Cállate −susurro con un hilo de
voz.
−¡Venga hombre! No lloraste
cuando me mataste y ¿Vas a llorar
ahora? −dice Victoria muy enfadada
sentada a mi lado−. ¡Eres imbécil!
¡Estúpida! ¡¡¡Venga llora!!! Llora por
un vampiro que no te importa nada, que
ni conoces, llora como una cría o…
¿Lloras porque sabes que vas a morir?
Intento centrarme en el paisaje, el
aeropuerto va haciéndose pequeño,
parece que empieza a amanecer, pero
puede que sea solo una impresión
porque los cristales están tintados. Los
ojos me escuecen, pero no quiero
derramar una lágrima más, ya he llorado
demasiado en las últimas décadas.
Empiezo a trenzarme el pelo, poco a
poco, sin prestar atención a lo que estoy
haciendo, casi por inercia. Victoria ha
desaparecido. Desde hace casi
cuatrocientos años he pensado en mi
creador, en tenerlo cara a cara para
escupir en ella. Cuando me enteré de
quién era, alguien así como el
Presidente de Vampirolandia, supe que
la sentencia de mi muerte estaba dictada.
No era un vampiro normal quien había
desobedecido la ley, sino precisamente
uno de los grandes líderes que la dictó
era quien la había quebrantado. Sabía
que el Consejo querría enmendar ese
error eliminándolo. ¿Sería otro mi
destino?, ¿merecía otro destino
diferente? En el fondo, ¿quería otro
destino? Mis primeros cuatrocientos
años sobre la tierra habían sido una
absoluta mierda, en casi cuatro siglos no
tenía nada ni a nadie, al menos nadie que
me quisiera, o simplemente que me
apreciara. Solo a …
EVER
El maldito hijo de su madre se
marcha, hasta creo que le escucho reír, y
me deja totalmente sola, sola frente al
peligro, como la película. Me abruma la
majestuosidad de esa sala, la riqueza de
la decoración, auténticas obras de arte
cuelgan de las paredes. Me encantan,
aunque no lo reconocería ni ante la
amenaza del fuego candente. Merodeo
por la sala, llama mi atención una vitrina
donde reposa un viejo libro. Me acerco
poco a poco, temiendo que sea como en
los museos y si doy un paso de más
suenen las alarmas. Parece una primera
edición serigrafiada a mano, preciosa, y
con solo leer un párrafo reconozco la
obra de inmediato, la Ilíada, de Homero.
−Mátalo.
−Sshhhhh −le chisto−. Ahora no,
por favor…
−¿Con quién hablas? −el tal Marco
me mira con curiosidad.
MARCO
Cierro la puerta tras de mí, no
quiero escuchar una palabra más,
conmovedor discurso, y no negaré que
encierra parte de verdad, pero esa
joven… No es solo por quién es, creo
que ahora es más por el cómo es. Me
extraña que Stephano no haya comentado
nada, sin duda, no todos los vampiros
soportan la idea de la inmortalidad con
el mismo aplomo, y es evidente, que esta
vampira sufre algún tipo de
desequilibrio mental, cosa que no la
hace apta para vivir en la Fortaleza.
Entro en mi despacho, miro el reloj,
Stephano se retrasa, pero si realmente
Ever es como da la impresión de ser,
una ducha de treinta minutos no será
suficiente para borrar el mal recuerdo
de ese viaje. Ahora me intriga, a modo
de curiosidad, el motivo real por el que
perdieron el vuelo. Sin duda la excusa
del reloj era estúpida. Samael está loco
si cree que esa vampira va a poder
adaptarse a nuestro estilo de vida. Y
solo he pasado con ella escasos diez
minutos. Me sirvo un trago y me siento
tras mi mesa. Sería un error garrafal
permitir su estancia con nosotros,
aunque mucho me temo que Samael se
opondrá rotundamente a que sea
eliminada.
STEPHANO
Marco y Samael empiezan a hablar
sopesando pros y contras, sé que no van
a acercar fácilmente sus posturas por lo
que la reunión se prevé larga, de ese
tipo de encuentros en los que se tiende a
poner todas las cartas sobre la mesa,
aunque siempre se reserven las mejores
para el final.
Me levanto y me sirvo un trago,
cojo un cenicero de cristal tallado,
encastado en una complicada y floral
filigrana de plata y me acerco a la
ventana, pongo la copa y el cenicero en
el amplio alféizar de piedra y me
enciendo un cigarrillo, inhalo con fuerza
y dejo escapar el humo poco a poco
formando una pequeña nube gris sobre
mi cabeza, espero a que se disipe y me
siento sobre la fría piedra.
No puedo intervenir en esa
decisión, no a menos que me pidan que
tenga que desequilibrar la balanza y sé
que no lo harán, ambos expondrán sus
mejores argumentos hasta que, de común
acuerdo decidan cuál es la mejor
solución, matar a la joven vampira o
intentar adaptarla para que pueda formar
parte de nuestra comunidad.
Cualquiera de las decisiones será
dura para uno de ellos. Si se impone la
razón y el criterio de Marco, deshacerse
de Ever, despojarla de su inmortalidad
para convertirla en cenizas, supondrá un
duro golpe para Samael, que lleva casi
cuatro largos siglos arrastrando sobre
sus espaldas su propia penitencia, la de
haber contravenido una de nuestras
principales Leyes, haber convertido a un
humano y no haberlo acogido como
pupilo, como hijo, como parte de las
propias responsabilidades que se deben
asumir, por eso normalmente vemos a
los humanos como mera comida, como
el contenedor de nuestro líquido vital,
esa sangre que nos sustenta. No se toma
la decisión de convertir a un humano a
la ligera, no es que dispongamos de
números clausus, pero sí que somos
conscientes de que los de nuestra
especie no podemos extendernos sobre
la tierra de forma ilimitada, porque
tarde o temprano llamaríamos la
atención, y otra de nuestras Leyes sería
contravenida, y por otro lado iríamos
agotando poco a poco nuestros recursos
alimenticios. Samael, como muchas
otras veces obró mal, debió matar a
Ever tras alimentarse de ella, ese error
lo ha estado pagando desde hace mucho
tiempo, demasiado tiempo. Si Ever es
sacrificada por el error de Samael, me
temo que no podrá recuperarse de ese
duro golpe, aunque no es algo que me
importe demasiado. Estoy convencido
de que necesita la oportunidad de tratar
de enmendar su traición, necesita
perdonarse a sí mismo, pero por encima
de todo, hacerse perdonar por ella.
Si se impone la voluntad de Samael
y trata de integrar a Ever en nuestra
comunidad, que se adapte a nuestras
reglas, que pueda demostrar su lealtad al
Consejo, mucho me temo que su tarea
será ardua y habiendo compartido con
esa vampira algo más de veinticuatro
horas, me atrevería casi a pensar que
esa misión es imposible.
Doy otro par de caladas y aplasto el
cigarrillo en el cenicero. Marco y
Samael siguen exponiendo sus
argumentos, y yo aunque no me pierdo
ninguno de ellos, me permito el lujo de
evadirme unos instantes, y sin
pretenderlo me pregunto si esa chiquilla
ya estaría loca antes de ser convertida, o
si precisamente tras su conversión el
hecho de no haber tenido a su instructor,
a su creador que le sirviera de guía ha
sido lo que la ha trastornado... Imagino
que no ha debido ser nada fácil para
ella, despertar en un estado
completamente diferente, ser dominada
por la sed sin saber cómo calmarla,
tener que seguir únicamente el impulso
de su instinto, y sin embargo haber
logrado salir adelante, huyendo durante
cuatro siglos, logrando mantenerse
oculta a pesar de haberse convertido en
uno de nuestros objetivos primordiales
desde el mismo momento que Samael se
derrumbó y confesó voluntariamente su
falta a Marco... Es sin duda una
superviviente.
Me alegro de no tener que ser yo
quien decida, al fin y al cabo dentro de
unos cuantos días estaré muy lejos.
Marco y Samael siguen sopesando
las posibilidades, tratando de
convencerse uno a otro de cuál es la
mejor solución, pueden pasar horas sin
que ninguno de ellos ceda un ápice de su
posicionamiento, más en un asunto tan
delicado como este. Me sorprende casi
intuir cómo parece que Marco pudiera
ceder, como si soltara lastre o se dejara
ganar terreno, ha mirado su reloj un par
de veces, y del mismo modo le he
sorprendido en un par de ocasiones
mirando a través de la ventana, al
infinito, mientras escuchaba lo que
Samael le exponía en ese momento.
Entrecierro los ojos, me pregunto qué
otro asunto puede tener en la cabeza, le
conozco desde hace mucho tiempo como
para dejar escapar esos pequeños
detalles, parece como si quisiera zanjar
este asunto con rapidez, cuando la
impaciencia nunca ha sido una de sus
debilidades.
Marco pasa las manos por su pelo,
mira directamente a los ojos a su
interlocutor, y una vez más me asalta la
sensación de que va a ceder ante las
pretensiones de Samael, aunque en un
nuevo amago, niega con la cabeza y
parece dejar escapar un suspiro, aunque
no es resignación lo que muestran sus
ojos.
EVER
Me he quedado sola… Miro a mi
alrededor… ¡SOLA! Esto es genial, esto
es… Una ilusión que se desvanece
cuando la puerta se abre y aparece un
vampiro joven. Me alivia saber que no
todos en ese lugar son unos carcamales,
aunque me parece alarmante la falta de
chicas entre esas paredes.
−Estás loca.
−¿Por qué?, ¿por qué hablo con
alguien que no existe?
−Entre otras cosas −y aparece a
mi lado, vestida como cuando la maté.
MARCO
Está tumbada en el suelo. Al menos
no está haciendo de trapecista en una de
las lámparas, pero no entiendo qué es lo
que hace en el suelo, y mucho menos por
qué nos pregunta quién es, estoy tentado
de entretenerme en buscar la respuesta,
hasta que me doy cuenta de lo absurdo
de la situación, cuando de pronto grita
Jesucristo, y no sé por qué se empeña en
parecer una loca sacada de una
institución mental. No lo entiendo en
absoluto. La miro, no puede ser que esté
tan desequilibrada, creo que es más una
fachada, una pose, puede que sea lo que
la ha ayudado a sobrevivir todo ese
tiempo, hacer creer a todos que su salud
mental no es la adecuada. Nos ha dado
esquinazo durante casi cuatro siglos, esa
es otra de las cosas que no entiendo. Y
no me gusta no entender las cosas.
Stephano toma la delantera y le pide
que se levante, le tiende la mano y
aunque parece reticente, finalmente
obedece. Puede que haya sido un acierto
hacer que el templario se ocupe de la
niña, nunca he conocido a nadie con
tanta paciencia como Stephano. Nada
podría sacarle de sus casillas. Parece el
título de una película de serie B, el
templario y la huerfanita.
Se mueve inquieta, carga el peso de
una cadera a la otra y pronto retuerce
una mano dentro de la otra, del mismo
modo que se retuerce nerviosa un
mechón de su pelo, con tal intensidad
que parece que vaya a arrancárselo. No
puedo evitar reír.
STEPHANO
Marco abandona la sala, y yo dejo
de sujetar a Ever, alejándome un poco
de ella, mientras paso una mano por mi
cabeza y me acerco a Samael, me
consuelo pensando que algún día le
agradeceré convenientemente su gran
idea de volver a nombrarme "niñera" de
esa desequilibrada, pero no pienso
"disfrutar" de ese honor en solitario,
Samael es el responsable de esa
vampira y él tendrá que asumir su
"reeducación" y a fe mía que le queda
por delante un arduo trabajo.
Samael parece nervioso,
intranquilo, como si ahora que se ha
marchado Marco dejándole al frente de
sus propias obligaciones, hubiera
perdido algo de fuelle, como si él
mismo notara que flaquean sus fuerzas.
Se levanta y se dirige hacia Ever, pero
titubea.
Sorprendentemente se mantiene
callada y atenta durante el rato que
dedico a ponerle al día de todo lo que le
puede ser de utilidad para poderse
adaptar a nuestro estilo de vida,
empiezo a relajarme y a pensar que
quizás la he juzgado con demasiada
dureza. Sigue sentada en la misma
posición, y observo de soslayo que su
mirada me sigue con atención mientras
camino algunos pasos andando y
desandando los escasos dos metros que
me separan del otro sofá, llevo una de
mis manos a la frente y presiono
ligeramente mis sienes, en un absurdo
gesto que me permita no perder la
concentración y ordenar mis
pensamientos. Me detengo de nuevo
frente a ella y termino indicándole
cuáles son las salas comunes y que tiene
totalmente prohibido, bajo ningún
concepto, abandonar la Fortaleza.
La miro desconcertado, no me lo
puedo creer, no puede ser cierto, estoy
convencido que lo hace a propósito,
debe hallar algún tipo de placer en
comprobar hasta dónde puede aguantar
su interlocutor, estoy seguro que trata de
tensar la cuerda de tal modo que se
rompa, si siempre hace lo mismo no
logro entender cómo es posible que siga
con vida... Sería tan fácil en un arrebato,
alguien menos paciente... Desecho ese
pensamiento y dejo exhalar el aire de
mis pulmones, de forma mecánica,
innecesaria, pero a todas luces
tranquilizadora.
EVER
Cierra la puerta de la habitación
dejándome sola dentro. Solo tengo una
como referencia, la suya propia, y a
simple vista la mía es mucho más
pequeña. En la pared de la derecha está
la cama, justo en frente hay un pequeño
armario y a continuación otra puerta, y
no hace falta ser un premio nobel para
saber que es la del baño. Frente a la
puerta de entrada un gran ventanal, y un
pequeño espacio justo delante con un
par de sillones y una mesa auxiliar. Es
bonita.
Dejo la mochila sobre la cama y
saco de su interior las dos únicas
prendas de ropa que he llevado
conmigo, dos vestidos, el primero es el
vestido que llevaba el día que Samael
me atacó, aún manchado con mi propia
sangre y la de ella. El otro, me lo había
regalado Scotch al poco tiempo de
conocernos, y durante una época, cada
vez que me lo ponía, me decía que
parecía una princesa, aunque siempre
me tratara como a una fulana. Cuelgo
ambos vestidos en el armario,
acariciándolos con la punta de los dedos
encontrando, en esa poco exhaustiva
inspección, más de un descosido.
−Y ahora, ¿qué?
−¿Ahora? Puessss… −digo
buscándola con la mirada hasta que
aparece sentada al lado de la ventana−.
No lo sé.
−Podrías…
−¿Vas a decir algo de Scotch?
porque preferiría que no lo hicieras.
−Está bien −y hace el gesto de
cerrar una cremallera sobre su boca.
−¿Y ya? ¿Sin más? ¿Vas a hacerme
caso?
−Claro. Pero que sepas que él nos
hacía felices.
−Sabes, recientemente he
descubierto que teníamos algo
equivocado el concepto de felicidad, es
una lástima que tú todavía no te hayas
dado cuenta de eso.
STEPHANO
La dejo en su habitación y me
marcho sin más, no quiero permanecer
con ella más tiempo del estrictamente
necesario. Debería haberle dado algunas
instrucciones más, explicarle con más
detenimiento el funcionamiento interno
de la Fortaleza, quizás debería haberle
presentado a algunos compañeros de las
habitaciones contiguas, pero necesito
tomar un poco de distancia y serenar los
ánimos.
De camino a mi habitación me
encuentro con una de las doncellas de
esta planta y le indico que la última
habitación del fondo del pasillo está
ahora ocupada por una vampira joven, y
que siga el protocolo habitual con
respecto a la incomunicación con el
exterior hasta nueva orden. La doncella
asiente y sigue su camino girando por el
siguiente pasillo a la derecha, mientras
yo continúo hasta mi habitación, situada
en la zona sur del Castillo, en esa misma
planta.
Antes de llegar a mi puerta, incluso
mis sentidos parecen jugarme una mala
pasada, huele a ella, parece que no vaya
a poder librarme de su aroma o de su
caótica presencia. Abro la puerta y
efectivamente me azota su particular
fragancia, que no sé determinar, puede
que de algún tipo de fruta, de cítrico o
quizás de alguna flor exótica, está un
tanto diluido en el aire, pero sin duda ha
estado en mi habitación. Doy un rápido
vistazo y todo parece en orden, a simple
vista no echo nada en falta. Resoplo, a
saber por qué y cuándo habrá venido
hasta aquí, quizás ni siquiera haya
llegado a entrar, quizás solo haya
pasado por el pasillo mientras
deambulaba, deslizo una mano por mi
cabeza hasta dejarla reposar en la nuca,
no voy a empezar a estas alturas a
volverme paranoico.
Me desprendo de la camisa y la
dejo sobre una banqueta del lavabo,
abro el portátil mientras enciendo un
cigarrillo y contesto un par de mails que
todavía no había ni abierto, leo un par
de noticias internacionales, y anoto
algunas ideas que no quiero olvidar,
compruebo que no tengo ningún otro
mensaje y bajo la tapa del ordenador.
Aplasto el cigarrillo en un pequeño
cenicero de cristal que reposa en un
extremo de la mesa y veo una cajetilla
de tabaco y mi encendedor Zippo, me
alegra comprobar que no lo he perdido,
lo cojo y lo meto de nuevo en mi
bolsillo.
He dejado pasar una hora, mientras
tanto he terminado el libro que me
estaba leyendo y lo coloco en la
estantería, junto con los demás, supongo
que ya habrá tenido tiempo suficiente de
instalarse, y espero que tiempo para
comprender que es mucho mejor
colaborar y adaptarse a su nueva
situación, de todos modos no puedo
demorar mucho más el nuevo encuentro,
me han asignado su custodia y no tengo
modo de evitarlo.
Abro el armario y cojo una de mis
camisas, una de seda color marfil, y
cuando estoy a punto de abrochar el
último de los botones veo mi imagen
reflejada en el espejo y sobre la solapa
derecha una marca de carmín en forma
de perfecto beso perfilado sobre la tela.
No recuerdo haber guardado la camisa
sin haberla enviado a la lavandería, las
doncellas pasan a primera hora de la
mañana a hacer las habitaciones y se
llevan la ropa sucia. Stephano, debes
estar perdiendo facultades.
Me desprendo de ella y descuelgo
otra del armario, pero... No puede ser,
las repaso todas, una a una, y la marca
de unos labios pintados de carmín
reposa en la solapa derecha de todas
ellas.
−¡¡¡Joder!!!, maldita loca.
−descuelgo todas las camisas y las dejo
en el suelo, mientras tiro de una
camiseta negra y me la empiezo a
colocar por la cabeza, abro la puerta y
me dirijo a buen paso hacia la
habitación de esa vampira que se ha
propuesto volverme loco.
EVER
Me he quedado detenida en medio
de la calle, bajo la única luz de una
farola, hace un rato que he notado su
olor. Me alcanza en cuatro zancadas, me
agarra del brazo y tira de mí hasta una
zona algo más apartada. Con dos fuertes
zarandeos me coloca justo frente a él,
clavando sus ojos en los míos. A pesar
de todo, de su caminata bajo la nieve y
el hecho de que le haya desobedecido a
los diez minutos de dejarme sola, parece
que contiene su enfado. Los músculos de
su cuerpo están tensos, pero otro en esa
situación ya me habría golpeado.
−¿Tan poco te importa tu vida?
−dice terminando así de hilar sus
pensamientos e intentando no gritar.
−Tengo algo para ti −le sonrío.
Sigue mirándome con odio
contenido, sus brazos sujetando los
míos, con firmeza pero con cuidado.
Poco a poco afloja el agarre de su mano
izquierda y la conduce lentamente al
bolsillo de su pantalón, sacando de su
interior su teléfono móvil. No me pasa
desapercibido que no lleva camisa como
las otras veces, sino una camiseta
deportiva negra, así que ya debe de
haber visto la marca de mis besos. Me
habría gustado ver su cara en ese
momento, seguramente parecida a la que
puso en la farmacia.
STEPHANO
Quiero acabar con todo, cuanto
antes, finiquitar este asunto, y volver a
retomar mi vida justo en el mismo punto
donde la había dejado un par de días
atrás. Marco ha sido claro y tajante, me
ha dado carta blanca para decidir qué
hacer con el "problema", y en este caso
solo hay una salida, aunque me tenga que
enfrentar a Samael más tarde, la
desobediencia tiene un claro castigo.
Estoy seguro que no se va a adaptar a la
vida en la Fortaleza, y su indisciplina
nos ocasionará más de un quebradero de
cabeza. Ha contravenido una orden
directa. Seré rápido y expeditivo, como
lo he sido siempre. Solo necesito la
confirmación de Marco, y todo habrá
terminado. No le voy a dejar margen de
maniobra ni consentiré ningún otro de
sus juegos. La miro a los ojos no rehúyo
su mirada, no sería noble hacerlo, no
cuando voy a matarla.
−Tengo algo para ti −dice de
repente, mientras me sonríe, y no puedo
entender cómo sus ojos me devuelven
una mirada cargada de inocencia,
cuando lo más probable es que la
perdiera hace siglos.
Definitivamente me ha ganado,
Stephano Massera te estás ablandando
pienso para mí, y lo vas a lamentar,
seguro que vas a lamentarlo...
Extiendo mi brazo y su mano rodea
mi muñeca.
EVER
Tiende su mano hacia las mías, y
con rapidez ajusto el reloj a su muñeca,
todo su cuerpo se destensa, creo que
necesita hacer yoga, pues siempre está
en tensión, pero por fin, parece relajado.
Sigue mirándome, creo que le he
sorprendido, bueno, a decir verdad, y no
por darme méritos, llevo más de
cuarenta y ocho horas sorprendiéndole.
STEPHANO
Me coge totalmente desprevenido,
ese beso rápido, casi fugaz, que tiene
cierto regusto a prohibido, su descaro y
juventud me descolocan, porque sus
labios pueden albergar promesas en las
que no debo ni quiero pensar. Su
seguridad es pasmosa y nada tiene que
ver con su frágil aspecto, que ahora
desborda una aparente inocencia, capaz
de desarmar a cualquiera, afirma que es
una excepción, y en cierto modo tiene
razón porque jamás he conocido a nadie
como ella, aparentemente complicada y
caótica, capaz de destilar candor
mientras puede llegar a resultar
destructiva.
No reacciono, no digo nada
mientras sus labios permanecen
peligrosamente cerca de los míos,
cuando asegura que no la aparto porque
en el fondo me ha gustado que me
besara, y sin tiempo si quiera a que
pueda contestar, sus labios se funden en
los míos y vuelve a besarme despacio,
su boca jugosa y entreabierta es como
una invitación a dejarse llevar por los
instintos. Sin pretenderlo, una de mis
manos se enreda en su nuca mientras mi
lengua busca la suya con más intensidad.
Me separo de su lado con rapidez,
no he debido dejar que pasara, es una
chiquilla, hasta hace escasas horas casi
una prisionera, y no puedo romper las
reglas que yo mismo vengo
imponiéndome desde hace siglos.
−Besas bien.
−Lo sé –sonrío mientras enciendo
un cigarrillo y exhalo el humo de una
bocanada−. Pero no volverá a suceder,
lo digo muy en serio.
−¡Claro jefe!, palabrita de Satanás
−responde cruzando los dedos sobre los
labios, donde los besa−. ¿Sabes?, tanta
nieve hace que me apetezca un helado.
Algún día deberías llevarme a Italia,
dicen que hacen los mejores helados del
mundo, y nunca he estado allí.
−¿En serio? −la miro mientras
seguimos caminando, no puedo creer
que en todos los años que lleva vagando
por la tierra nunca haya visitado una de
las cunas de la civilización−. ¿Nunca
has estado en Italia? −niega con la
cabeza, mientras acompasa sus pasos a
los míos, alzándose de vez en cuando
sobre las puntas de sus pies−. Pues eso
sí que lo tendremos que remediar... Pero
quizás deberías ir con alguien más
divertido.
−Puede, pero a falta de ese alguien,
me conformaría contigo, ¡qué remedio!
−empieza a estrujar un mechón de su
pelo−. Aunque la verdad, sí deberías
presentarme a más vampiros macho, tú
eres un sieso, y yo necesito sexo y un
helado.
−Está bien... −digo mientras lanzo
la colilla al suelo y la aplasto con la
punta del pie−. Creo que en eso sí te
puedo complacer.
−¡Perfecto! −dice dando un gritito−.
Pues lo quiero de chocolate −enlaza su
mano con la mía, de modo totalmente
inocente−. O de fresa, o de...
¡¡¡Sangre!!!, un helado de sangre ¿¡Te
imaginas?!
−¿Un helado de sangre? Prefiero no
imaginarlo −digo mirando el reloj que
me acaba de regalar, momento que
aprovecho para soltar su mano−. Ahora
tenemos que volver −añado, y la miro de
reojo.
Creo que no me acostumbraré a esta
manía que parece tener de creerse
humana, o llevar su tapadera como
humana hasta límites insospechados,
¿helados? Ufff un vampiro comiendo
helados sería lo último que me faltaría
por ver, mientras me devuelve una
cándida sonrisa, saco el móvil de mi
bolsillo, que de forma insistente ha
empezado a sonar, miro la pantalla y
compruebo que se trata de Marco.
−¿Señor?
−¿Cómo va todo?
−Bien, la tengo, y haciendo caso a
sus consejos, la he atado corto.
−¿Literal? −y por el tono de su voz
parece divertirse al otro lado de la línea
−. Eso está bien, veo que has conseguido
que se calle.
−Bueno… −pero antes de terminar
la frase Ever empieza a protestar que no
quiere volver todavía, que quiere su
helado, así que en un rápido movimiento
la rodeo con mi brazo derecho
consiguiendo taparle la boca con la
mano, a pesar de que he actuado con
rapidez no logro acallar algunos
gemidos de protesta −. ¿Pasa algo
Marco?
−No, nada, vuelvo ya −un silencio
demasiado prolongado−. Sí, tengo que
volver ya.
−¿Voy a buscarle? −hay algo en la
voz de Marco, en su actitud, que me
resulta un poco extraño, al igual que
esas escapadas, casi furtivas, del país.
−No gracias. Solo quería
comprobar que Ever estaba bajo control.
−Lo está −afirmo mientras mantengo
mi mano sobre su boca.
EVER
Las sábanas huelen a flores, es algo
sutil, pero agradable. Remoloneo entre
ellas, sintiendo el tacto suave sobre la
piel, no recuerdo la última vez que
estuve en una cama limpia, recién hecha,
y con tiempo suficiente para no tener que
salir corriendo de ella. Es sumamente
relajante, solo me falta un dispositivo
móvil con wifi para ser una vampira
feliz. Me cubro la cabeza con la
almohada.
STEPHANO
Y sale corriendo hacia la puerta sin
decir nada más, dejándome con la
noticia del nuevo encargo, Samael y su
siempre sutil manera de escurrir el
bulto. Resoplo y lanzo los guantes sobre
uno de los bancos de madera, ahora
resulta que entre mis obligaciones de
niñera está la de ir de compras. Seguro
que será algo interminablemente lento y
tedioso, las hembras, de cualquier
especie, y su enfermiza pasión por los
"trapitos".
Salgo del gimnasio dando largas
zancadas, y me encamino a mi
habitación para ducharme y cambiarme
de ropa. Tan seguro que estaba de que
iba a entrar en acción y la máxima
acción que voy a tener será elegir o
apreciar la diferencia entre un tono más
o menos oscuro de verde, o de azul o
de... Porque encima seguro que quiere
saber mi opinión, y qué diablos sé yo de
vestidos o ¡¡¡de ropa de mujer!!!,
excepto si no tenemos en cuenta cuando
tengo que quitársela, mucho más
excitante, sin duda.
A medida que recorro los pasillos
hasta llegar a mi habitación mi evidente
mal humor va en aumento, me encantaría
encontrarme con Samael y tener con él
unas cuantas palabras, pero seguro que
ya se ha encerrado en su habitación, en
su despacho o simplemente se habrá
buscado alguna otra actividad fuera de
nuestros muros.
Una ducha rápida y ropa deportiva,
cojo la cartera, el móvil y las gafas de
sol y salgo al pasillo, no me resulta
difícil seguir el rastro de Ever hasta una
de las salas comunes donde algunos
compañeros están tomando una copa y
jugando al póquer o al ajedrez o
simplemente leyendo alguna revista.
Está reunida con un pequeño grupo
que mantiene una animada conversación,
me pregunto cuánto tiempo tardará en
hacer alguna de las suyas. Levanta la
vista y sus ojos se encuentran con los
míos, con un gesto de cabeza le indico
que salga de la sala.
EVER
Un tímido sol ha empezado a
colarse persistente por entre las densas
nubes, las mismas que han estado
descargado nieve durante toda la noche.
Pero eso no es algo que deba
preocuparme dentro de la Fortaleza, a
sus gruesos muros deben sumársele las
gruesas cortinas que cubren todas las
ventanas, así da gusto caminar por los
pasillos, incluso poder lucir una
camiseta de tirantes sin preocupaciones.
Stephano camina dos pasos detrás
de mí, cargado con las bolsas, y aunque
le conozco muy poco, estoy casi segura
que debe estar rezando a Satanás para
no cruzarse con nadie y poner en
entredicho esa reputación de lobo
solitario de que presume tener. Debo ser
la comidilla de la Fortaleza, o eso es lo
que pude comprobar a pesar de los
pocos minutos que pasé en una de las
salas comunes.
Le doy paso a mi habitación, deja
las bolsas sobre la cama, mira alrededor
hasta que su vista vuelve a focalizarse
en la puerta, hacia donde se dirige a
paso rápido para irse, parece incómodo.
−¿Te vas?
−Claro.
−Zorréale −se aparece a su lado.
−Pues me volveré a escapar
−sentencio.
−Prometiste no volver a hacerlo.
−Soy una fugitiva, ¿te fías de mi
palabra? −abro una de las bolsas y saco
unos vaqueros negros y una camisa
entallada blanca−. Quédate, no tardaré
nada −de otra bolsa saco unas braguitas
rosas de Hello Kitty y el sujetador del
mismo tono.
−¡Venga! ¡Uno más en tus redes!
¡Haz algo! −Victoria hace aspavientos
con las manos.
−Pero…
−Ponte cómodo, en la mesilla de
noche tienes un libro −digo cogiendo
también el champú y el acondicionador.
−¡Joder!, éste es MI libro −dice
remarcando mucho el posesivo.
−¡Anda!, qué cosas…−le sonrío.
−Cómo has… Déjalo, prefiero no
saberlo.
−¿Seguimos o necesitas un
descanso? −me dice Marco aún con una
sonrisa en los labios.
−Podemos seguir −confirmo
sentándome frente a su mesa−.
Entonces…−aunque mi mirada vuelve a
perderse en el eco de las sombras que
dibuja el hueco de esa puerta que no ha
terminado de cerrarse.
−Entonces… Voy a cortarte la
cabeza y empalarla para colgarla en el
comedor.
−Aha…−asiento mientras mi mente
divaga.
−¡Stephano!, por Satanás, que ojo
tiene Samael con las mujeres. Vete.
Seguiremos en otro momento… ¡Espera!
−hace una pausa como si le costara
tomar una decisión−. Vas a ir a Londres.
−¡NO!
−¿Ocurre algo?
−Debes irte −se aparta de mí.
−Está bien…
−Samael, no…
STEPHANO
Termino de meter un par de
pantalones y un par de camisas en la
bolsa de viaje, cierro la cremallera
mientras todavía noto grabado en mi
memoria olfativa el olor a tensión sexual
que casi se filtraba por las paredes de la
habitación de Samael... Olor a
testosterona, a deseo contenido, casi
prohibido, ese tipo de deseo que lubrica
los sentidos y deja volar la
imaginación...
Había abandonado el despacho de
Marco con la inútil y absurda intención
de alcanzarla, no porque su juego
hubiera provocado en mí una erección
que incluso ahora todavía se
evidenciaba, sino porque había
despertado algo que creía erradicado,
muerto para siempre, olvidado en el
confín de los tiempos... Si mi corazón
todavía cumpliera la función de
impulsar la sangre por mi cuerpo, creo
que se habría desbocado, y no solo por
refrenar el impulso de poseerla, lo que
más me había asustado es que hubiera
despertado en mí un deseo diferente, un
tipo de deseo al que no quería ponerle
nombre.
Casi agradecía que hubiera
decidido aplacar su lívido con Samael,
ese viejo no dejaba de sorprenderme,
así yo podría dejar que esa absurda idea
que me había asaltado volviera al lugar
de donde nunca tendría que haber
aflorado, llevo una existencia tranquila y
sin complicaciones, mi corazón lleva
muerto casi mil años, y mi única misión
es proteger nuestro estilo de vida. Nada
te puede dañar cuando nada sientes.
Cojo la bolsa, el tabaco, me pongo
las gafas de sol y cierro la puerta de mi
habitación, de mi santuario, donde nunca
dejo entrar a nadie, donde todo mi
mundo se encierra y está a salvo.
Un par de horas después mientras
sobrevolamos el Atlántico abro el sobre
que me entregó Marco, un solo nombre y
una dirección en Londres, en el barrio
de Chelsey, si no ando equivocado.
Salgo del parking del aeropuerto
con un coche de alquiler, no me cuesta
nada orientarme y pongo rumbo a la
vieja Londres, que me recibe entre
brumas y bajo el manto de un cielo
plomizo, conduzco de memoria y casi
por instinto al barrio de Chelsey,
callejeo un poco hasta que localizo un
hueco donde aparco, en la esquina de la
calle, a unos cien metros de la casa que
he de vigilar, aunque más concretamente
a la mujer que la habita, una de las
ventanas del segundo piso está abierta, y
una figura se vislumbra tras una de las
cortinas, se mueve de forma pausada por
la estancia, parece que se esté
preparando para irse a dormir, me
esperan unas cuantas horas de
aburrimiento.
Es un barrio tranquilo, a esas horas
las calles están desiertas y el silencio es
tan denso que casi te deja oír tus propios
pensamientos, durante las tres o cuatro
últimas horas tan solo han pasado un par
de coches y un taxi que se ha parado a
unos doscientos metros de donde me
encuentro y del que se ha bajado una
pareja de ancianos que han cruzado la
calle para meterse en una de las casas.
Nada más, incluso la lluvia ha cesado y
la suave brisa, que hasta hace poco
mecía las hojas de los árboles, se ha ido
desvaneciendo hasta pararse por
completo. Guardo mi ipod en su funda y
lo meto en la bolsa de viaje, que lanzo
de nuevo al asiento de atrás.
Exhalo una bocanada de humo, y
tiro la colilla de mi último cigarro por
la ventanilla cuando el chirriante ruido
de unas ruedas al frenar sobre el asfalto
rompe el silencio. Un portazo, varios
insultos y el sonido de unos tacones
altos. Miro por el retrovisor, por la
acera se acerca una mujer, imposible
determinar su edad bajo todo ese
maquillaje, y esas pestañas postizas,
lleva una especie de bufanda de plumas
que rodea su cuello, y el resto de la tela
que cubre su cuerpo no es mucho más
extensa que esa bufanda. Sigue pisando
con fuerza el pavimento, el sonido de
sus tacones de aguja amenaza con
despertar a todo el vecindario. Cuando
está a dos metros se detiene. Su pelo es
lila, sin duda se trata de una peluca. Me
ha visto y sonríe, se acerca hasta la
ventana y mete medio cuerpo dentro
mostrándome un cigarrillo.
−Mira éste
MARCO
Mis nudillos repiquetean
rítmicamente sobre la mesa, mientras
observo cómo la pantalla del ordenador
muestra el insistente reloj que indica que
aún debo esperar un poco más, hasta que
finalmente me muestra la página
consultada. Leo rápido la información,
es exactamente lo que buscaba, es una
colección de cuadros preciosa.
−¿Puedo?
−Claro Samael, pasa. ¿Dónde está
Ever?
−La vi salir con María hace unas
horas.
−¿María?, ¿en serio? el destino
dispone extraños compañeros de cama
−reflexiono.
−Cierto. ¿Sirvo un par? −señala el
minibar.
−Sí, claro. ¿Qué te preocupa?
−Nada.
−¿Seguro?
−El asunto de Panamá se está
complicando. Y Ever… claro.
−Lo de Panamá tiene más fácil
solución que lo de tu hija.
EVER
Salgo del baño enrollada en una
gran toalla, la noche es apacible y el
suave viento se ha llevado las nubes, las
estrellas relucen espléndidas, parece
que ya no va a nevar más. Cepillo mi
pelo mientras rebusco dentro del
armario algo que ponerme, me apetece
tumbarme tranquila, ver una película y
disfrutar de la compañía de nadie más
que de mí misma, pero no tengo
televisor en mi habitación, y las salas
comunes, por lo que he podido observar,
siempre son bulliciosas, demasiado
concurridas para mi gusto.
−El vestido.
−¿Qué? No… Ni de coña, ¿tú sabes
lo que cuesta? Es para una ocasión
especial
−¿Y cuándo vas a tener tú una
ocasión especial?
−Touché −digo dejando los
vaqueros en la percha donde estaban.
−Ever, ¿no?
−Viktor −digo mirando la puerta
que acaba de abrirse al otro lado del
pasillo.
−Stephano se ha ido, salió hace ya
algunas horas con una bolsa de viaje.
−Vaya −y me duele que se haya ido
sin decirme nada.
−¿Habíais quedado?
−No exactamente, bueno pues…
−¿Puedo acompañarte?
−No sé a dónde ir −digo
enroscando un mechón de mi pelo.
−No importa, te acompaño.
−Samael...
−¿Dónde siempre?
−Sí, en el Hotel Splendide Royal
−sonríe, aunque sé que su sonrisa no es
del todo franca−. Gracias Stephano
−añade simplemente antes de alejarse.
Ya en mi habitación recojo la
cazadora de cuero, las gafas de sol, un
par de paquetes de tabaco y las llaves
de mi moto, y me encamino hacia la
cochera, cuando atravieso una de las
galerías observo a través de uno de los
grandes ventanales acristalados cómo la
figura de Marco se recorta en la parte
trasera de uno de los coches, que
abandona en esos momentos el recinto,
no suele usar chófer salvo que se dirija
al aeropuerto.
EVER
No me siento orgullosa de lo que he
hecho, de la noche que he pasado, pero
necesitaba unas manos que me tocaran
con algo de ternura, aunque ésta fuese
fingida. Me he escabullido de puntillas
de su habitación y horas después,
cuando hemos coincidido en una de las
salas comunes, no ha dicho nada, como
si nada hubiese pasado, y lo agradezco.
−Y entonces fue cuando se cayó
−dice Hugo riéndose−. ¿Y tú qué, Ever?,
¿de dónde sales tú?
−Alaska, esa era mi última
residencia.
−Buen sitio −Viktor me mira−.
Entonces, ¿conoces Inmortal?
−¡Claro! ¡Quién no lo conoce!
Me gusta el ambiente de la
Fortaleza, todos parecen llevarse bien,
aunque me consta que todo es fachada,
no me creo que cien vampiros viviendo
juntos no tengan rencillas entre ellos,
aunque de ser así, las disimulan
francamente bien. María se une a
nosotros, con un gin tonic en la mano y
un simple cruzar de piernas hace que
todo a su alrededor se detenga y solo
importe ella, y el movimiento pausado
de su cuerpo. Deslumbrante.
La puerta se abre y no me giro, pero
sé quién acaba de entrar, su olor llega
inconfundible hasta mí. Avanza unos
pasos, y le miro de reojo, se dirige a la
barra de bar, lo que sí advierto es esa
extraña manía de beber algo que sin
duda no les sabe a nada, y María,
desatendiendo a mis súplicas mentales,
invita a Stephano a unirse a nosotros.
−Estoy pensando.
−¿En serio? Sin duda eso debería
sorprenderme. −se abrocha la cazadora
−. ¿Y este coche?
−¿Te marchas otra vez? −digo
haciendo caso omiso a su pregunta,
mirando cómo termina de ajustarse las
hebillas del cuello−.¿Dónde vas?
−A Lugano y no has contestado
−dice señalando el coche con un gesto
de su mandíbula−. ¿De dónde lo has
sacado?
−Bonito ¿Verdad? −sonrío−. Es un
regalo.
−Regalo… ¿De quién? −dice
montando en su moto.
−De Samael. ¿Cuándo vas a volver?
−¿Samael? −y sus ojos se
empequeñecen al clavarse en los míos−.
Entiendo…
−¿Qué es lo que entiendes?
−Nada, déjalo... −le da al contacto.
−No, espera… −salgo del coche−.
¿Qué quieres decir con eso?
−Nada, solo que... Que eso tiene un
nombre. Pensé que eras diferente... −y
sus últimas palabras quedan flotando en
el aire amortiguadas por el ruido del
motor al acelerar.
STEPHANO
Abro gas a fondo y abandono la
Fortaleza con destino a Lugano. A
medida que voy quemando kilómetros
noto cómo la rabia que se ha mantenido
aletargada en mi estómago pugna por
ascender, amenazando así con
incrementar mi mal humor. Después de
dejar atrás un par de carreteras locales,
al llegar a la bifurcación con dirección a
San Bernardino, me incorporo a la A13,
y sigo por inercia un camino que he
recorrido mil veces.
De manera mecánica voy dando gas
y metiendo y sacando marchas mientras
mi mente vuela por libre y en solitario,
volviendo al garaje de la Fortaleza,
recreando esa última conversación
mantenida con Ever.
Y no lo entiendo, parecía especial,
con su punto de locura, pero auténtica,
capaz de plantar cara de forma audaz,
aunque temeraria, al mismísimo Marco,
pero en el fondo es como las demás...
Sexo y caprichos, un mero intercambio.
No conoce a Samael como yo,
entendería que quisiera matarlo por lo
que le hizo, por convertirla y dejarla
abandona a su suerte, por los cuatro
siglos de éxodo que se ha visto obligada
a pasar, por haber tenido que aprender a
sobrevivir siempre huyendo de nosotros,
y la verdad que no lo ha hecho nada mal,
podría entender que deseara acabar con
él, pero convertirse en su juguete a
cambio de tan poco, todavía no sabe que
lo más probable es que acabe siendo una
muñeca rota.
Pero, ¿qué puede importarme?
Nada, absolutamente nada.
Casi dos horas después llego al
hotel de Lugano donde tienen que
hacerme la entrega que está esperando
Calixto, aparco frente a la puerta
principal, entro en el hall y me dirijo
directamente a recepción.
STEPHANO
Nada resultaría más fácil en ese
momento, soy un vampiro mucho más
antiguo que ella y más fuerte. Entre mis
manos su níveo cuello podría partirse
como una pequeña rama de leña seca,
arrancar de cuajo su cabeza y así
arrancar de raíz lo que sea que me está
sucediendo, no puedo permitirme sentir,
no quiero...
Con un movimiento rápido la
empujo, arrinconándola contra la pared,
tengo las mandíbulas tan tensas que en
cualquier momento podría hacer saltar
mis colmillos, sigo sujetando sus
muñecas hasta que libero una de sus
manos, mientras la presiono con mi
cuerpo, inmovilizándola, para tener
tiempo de pensar con claridad.
Alzo una mano, ni siquiera sé por
qué, hasta que uno de mis dedos roza su
cuello, mis ojos siguen clavados en los
suyos, que destilan ira y me miran con
altivez, con rapidez coloco mi mano en
su nuca y mientras mis dedos se hunden
en su melena, sin saber muy bien cómo
mi boca se funde en la suya, con furia,
con ansias, atrayéndola con fuerza hacia
mí. Coloca sus manos sobre mi pecho y
empuja con ímpetu logrando así ganar
unos centímetros de distancia y
desprenderse de mis besos. Busco sus
ojos mientras sigo sujetando su nuca y
me encuentro con que me devuelve una
mirada burlona, de suficiencia, que me
indica a las claras que sabe que ha
ganado, que estaba segura de tener
razón, y que es justo en este lugar y no
en ningún otro donde deseo estar en este
preciso momento. Su boca se tuerce en
una sonrisa que me escupe a la cara que
aunque sabe que es claramente menos
fuerte que yo, puede doblegarme, y no sé
si esa sonrisa acrecienta más mi furia o
mis ganas de ella, pero no es momento
de pensar, por una vez no quiero
hacerlo, solo deseo probar de nuevo
esos labios y dejarme arrastrar por el
deseo. Mi lengua se hunde en su boca,
mis labios se adhieren a los suyos con
fuerza, casi con violencia, mientras mi
mano baja desde su nuca al límite de su
espalda, para descender un poco más y
atraerla con ímpetu hacia mí, hasta
convertir en nada el espacio que
separaba nuestros cuerpos.
Deja de oponer resistencia, de
tratar de escurrirse de entre mis brazos y
cuando nuestros labios se separan en
busca de una bocanada de aire que no
necesitan, su mirada ha cambiado, es
una mezcla de fingida inocencia y
lujuria, de tentación apenas insinuada
pero que me hace arder en deseos de
poseerla. Con un rápido movimiento tira
del cuello de mi camiseta hasta rasgarla,
dejándola caer al suelo, al tiempo que
salta sobre mí enrollando sus piernas en
mi cintura. Mis manos recorren su
espalda hasta vararse en sus nalgas,
donde se detienen acariciándolas,
apretándolas con voracidad. Estiro de su
camiseta, rompiéndola con facilidad, y
mi lengua se deleita siguiendo la curva
de sus pechos, plenos, de endurecidos
pezones, bajo su escueto sujetador.
Me lanzo con ella sobre la cama,
con la urgencia que marca mi necesidad
de hundirme en su interior. Rodamos
sobre las sábanas de seda y de un tirón
hace saltar los botones de mis vaqueros.
Deslizo sus braguitas por sus muslos,
hasta que tiro de ellas dejándolas caer, y
así nuestros cuerpos, ya libres de
ataduras, se acoplan como en una danza
ritual, mi polla se introduce con ímpetu
en su sexo, húmedo, caliente, y mientras
sus uñas se clavan en mis riñones, una
de mis manos se apoya en el colchón y
con la otra aferro una de sus caderas
atrayéndola hacia mí, iniciando un ritmo
frenético de balanceo de nuestros
cuerpos, el fuego de su interior me
excita tanto como sus propios jadeos.
Mientras muerde sus labios
ahogando un gemido, mi lengua empapa
de saliva uno de sus pezones y se
desliza por su cuello hasta encontrar su
boca que reclama la mía con ansias, casi
con desesperación, nuestros gemidos se
confunden, sus manos suben por mi
espalda, presionando mis costillas hasta
que sus dedos se aferran a mi nuca, y
acarician el pliegue de mi cuello. Mi
sexo sigue atrapado en el suyo,
disfrutando de un calor húmedo y
sofocante, prisionero de un deseo
largamente contenido.
Mis dedos, ávidos de su piel,
recorren senderos inexplorados,
adaptándose a su cuerpo menudo, de
curvas generosas, mi brazo rodea su
cintura y la voltea, dejando que nuestros
cuerpos rueden por el amplio lecho,
hasta que queda sentada en mi cintura.
Clava sus ojos en los míos, y mientras
mis manos se aferran a sus caderas las
suyas se elevan recogiendo su melena y
volviéndola a soltar, dejándola caer en
cascada sobre sus hombros, y ahora es
ella quien me cabalga, como una experta
amazona, imponiendo su propio ritmo,
frenético, vibrante, acompasando los
movimientos, acoplando su pelvis a la
mía y en ese momento soy consciente
que quiero hacerla gritar de placer, que
quiero que disfrute como nunca antes lo
haya hecho, que quiero correrme en su
interior, y fundirme en su piel.
EVER
Creo que mi progresión en ese
momento va del miedo a que falle mi
farol y me arranque la cabeza, a la
seguridad de tenerle justo donde yo
quería, pasando por la incredulidad de
que sus besos despierten en mí un
cosquilleo que tenía por completo
olvidado. Intento zafarme de él, aunque
solo sea por dejarle claro que no soy la
chica fácil que él cree, pero de nada
sirve.
Mis manos se mueven casi por
inercia cuando desgarran su camiseta, y
recorren su torso desnudo, de ser
humana ya me habría ahogado, pues
nuestros labios parecen imantados de tal
modo que no podemos separarlos. Hay
prisa, hay necesidad, urgencia, pasión…
un ímpetu casi enloquecedor, doloroso
incluso.
Y de pronto dos palabras aparecen
en mi mente. Dos simples palabras
cuando salto sobre su cintura, dos
palabras cuando me tira sobre la cama,
dos palabras cuando mis dedos hacen
saltar los botones de su pantalón, dos
palabras cuando sus manos acarician mi
cuerpo. POR FIN.
Creo que enloquezco segundos
antes de que su polla se clave en mí,
esos instantes previos son casi mejores
que el polvo en sí, esas ansias, esa
necesidad de algo, esa primera caricia
antes de que se hunda en mi interior…
cierro los ojos y me abandono al sexo
de manera plena, de manera totalmente
sumisa, entregada a sus embistes, a sus
caricias, a sus besos, a sus ojos, que me
miran como si yo fuese la respuesta a
una pregunta no formulada. Su mano
coge mi cadera, y acompaña el
movimiento de su pelvis contra la mía,
sonríe, sonrío, estoy a punto de
correrme, rodamos sobre las sabanas
hasta quedar sobre él, cabalgándole.
Marco un ritmo cadencioso, rápido,
salvaje, mis ojos y los suyos destilan tal
lujuria que una mirada bastaría para
llegar a corrernos. Empiezo a sentir el
inicio de un orgasmo, estoy a punto de
venirme y así se lo hago saber con mis
jadeos entrecortados, asiéndole con mis
manos por la nuca, y acercándole a mí,
devoro sus labios a besos, como si
fuesen a devolverme la vida.
Nos corremos a la vez, llegando
juntos a la cúspide del placer, le aprieto
fuerte con mis piernas, para que no se
separe de mí, no quiero que termine, no
quiero que salga de mi interior, le quiero
dentro siempre, no quiero que se levante
de la cama para echarme de ella, no
quiero oír de sus labios que quiere que
me vaya. Pero eso no es posible y poco
después deja caer su cuerpo sobre las
sábanas, yo me tumbo a su lado, y me
preparo para escuchar su invitación a
abandonar la estancia. Se gira y alcanza
de la mesilla el paquete de cigarrillos
encendiéndose uno, vuelve a girarse y
deja su mano sobre mi vientre,
admirando mi desnudez.
Y todo parece normal, él parece
normal y me hace sentir como tal,
acaricia con suavidad los pliegues de mi
ombligo mientras sus ojos se detienen en
mis pechos.
STEPHANO
Salta de la cama llevándose la
sábana consigo, cubriendo su cuerpo
como si de una túnica se tratara, sonrío,
aunque no puede verme porque se dirige
directamente al baño, siempre me ha
desconcertado el pudor que les
sobreviene a las mujeres después del
sexo. He gozado de su cuerpo, lo he
recorrido con mis manos, mi lengua
conoce los senderos que la conducen al
placer, al límite de la locura, la he
contemplado desde diferentes
perspectivas, todas perfectas, la
redondez de sus caderas, su breve
cintura, la curva de sus pechos y el final
de su espalda, ese culo perfecto que
podría conducir a un pozo de lujuria y
pecado al más santo de los varones, que
sin duda podría hacerme perder la
cabeza... Y sin embargo, interpone esa
sábana que cubre ahora su desnudez,
robándome el disfrute de esa visión que
sería el sueño de todo hombre... Y que
sé que no volveré a ver, no puedo
hacerlo, no debo dejar que esto vuelva
suceder.
No solo ha cubierto su piel
desnuda, ha cubierto su historia, su
pasado, esas cicatrices que recorren su
espalda, y que, necio de mí, no supe ver
mientras la acariciaba, mientras mi
mente se centraba en hundirme en su
interior y satisfacer nuestros instintos, o
para qué engañarme, satisfacer mis
ganas de hacerla mía, de poseerla.
Estúpido, egoísta... ¿Cómo mis dedos no
han reparado en sus marcas mientras
recorrían su espalda? mis labios podrían
haberlas besado, haber tratado de
mitigar un dolor que tal vez solo esté ya
en su memoria, en algún recoveco de sus
recuerdos, aunque probablemente
pasarán siglos hasta que desaparezcan
de su piel, o tal vez no logren
desaparecer nunca. Su dolor, su
tormento debió ser insoportable, la piel
de un vampiro es muy resistente, y
cualquier herida tiende a sanar con
mucha más rapidez que en un humano.
Se detiene un momento frente a los
amplios ventanales, antes de entrar en el
baño, y dejar de escuchar el roce de la
suave tela sobre sus piernas al caminar,
hace que se detengan también mis
pensamientos.
−¿Nos vamos?
EVER
Al contrario de lo que pueda
parecer a simple vista, de esa primera
impresión que da mostrando una
máscara de chico duro, Stephano me ha
demostrado, puede que no con palabras,
pero sí con gestos y miradas, que puede
llegar a ser un tipo tierno, puede que el
macho con quien más de una fémina
quisiera pasar la eternidad, incluso a
pesar de su carácter extremadamente
reservado.
Cuando me abre la primera puerta
acristalada del hotel, puedo ver en el
reflejo de la segunda, cómo su mirada se
pierde unos instantes, justo en el lugar
donde la espalda pierde su nombre,
sonrío, me gusta saber que puedo,
aunque solo sea un poco, camelarlo a
golpe de cadera.
Su moto está aparcada justo delante
del hotel, unos metros más a la derecha,
en el parking prácticamente vacío está
aparcado mi Mini rojo, resoplo, no me
gusta ni el color. Stephano me tiende su
casco que rechazo amablemente,
dispuesta a seguirle en mi coche, pero
de pronto, todo sucede como a cámara
rápida, me quita las llaves de la mano y
en un par de segundos, el estruendo que
produce el primer impacto de mi coche
contra el hormigón me deja atónita, y
con el segundo creo que ya me he vuelto
loca. Sale con una sonrisa pintada en su
cara. Yo miro lo que queda de mi coche.
Sube a su moto. Yo miro mi coche. Me
tiende su casco. Sigo mirando el coche.
−¿Marco?
−Sí, sí.
−Sí sí, ¿a qué? −mi voz empieza a
ser apremiante.
−A lo que decías −contesta, aunque
no parece muy convencido−. Mira
Stephano, no he escuchado nada de lo
que has dicho, haz lo que veas mejor,
confío en ti −dice interrumpiendo la
comunicación.
El comportamiento de Marco no es
el habitual, pero recuerdo el extraño
brillo de sus ojos cuando miraba las
fotografías de la humana, y creo que
ahora puedo entenderle quizás un poco
mejor. Me guardo el móvil en el bolsillo
de los tejanos y resoplo mientras subo
los escalones hacia la planta superior,
no estoy acostumbrado a disculparme,
de hecho no recuerdo la última vez que
lo hice, bueno, sí, y precisamente fue
con ella, en el camino del aeropuerto a
la Fortaleza, cuando se puso a llorar…
pero supongo que tiene razón, que no
tenía ningún derecho a destrozarle su
coche.
Al llegar a su habitación golpeo
suavemente la puerta con los nudillos.
No recibo respuesta, y vuelvo a dar un
par de golpes suaves.
EVER
Definitivamente, es un buen tío,
simple y sin dobleces. Pasa su brazo por
encima de mis hombros, con un gesto de
total naturalidad y aunque me encanta,
no quiero complicarle la vida. Así que
antes de salir de la habitación, enlazo mi
mano a la suya, y como si de un baile se
tratara, doy una vuelta girando sobre mí
misma, le regalo una sonrisa, cuando al
salir al pasillo suelto su mano.
Nuestros ojos se encuentran un
instante, y creo entender en ellos que no
le molesta que le haya soltado. Indica
con su mano la dirección a seguir, y
ando deliberadamente un paso por
delante, me encanta saberme observada.
Cuando llegamos al pasillo del fondo,
donde está su habitación, cruzo los
dedos para no encontrarnos a Viktor, no
quiero que Stephano sepa que… Vuelvo
a mirarle sonriente.
STEPHANO
Nunca hubiera imaginado que fuera
tan sencillo, que de forma natural, como
si tuviera que ser de este modo y de
ningún otro, haya dejado que se abra un
resquicio en mi coraza, y haya permitido
que se cuele un soplo de aire fresco, una
brizna de locura, que agite, aunque solo
sea un poco, mi encorsetada vida. Mi
habitación es mi reducto personal, es
una especie de santo santorum donde
rara vez permito que entre nadie, y
mucho menos que permanezca. Sin
embargo con ella es diferente, parece
haber sido predestinada para ocupar
este preciso lugar, a mi lado, en este
preciso instante.
Jamás hubiera pensado que pudiera
estar tan cómodo siendo partícipe de una
escena cotidiana, que pudiera estar
disfrutando de mi silencio y de mi
soledad en compañía, y que no resultara
incómoda su risa, ni que interrumpiera
una y otra vez un diálogo en mitad de
una escena. Parece una chiquilla que se
emociona, que se enfada y es capaz de
gritar a uno de los protagonistas que está
loco si deja marchar a la chica.
Sonrío, en el fondo también pienso
que ese tipo debe estar loco al dejar que
la rubia protagonista regrese a París con
su marido, nadie puede ser tan generoso,
cuando se trata del amor o de la guerra,
todo vale, o eso es lo que suelen decir
los humanos.
La música sube de volumen en la
última escena cuando Bogart camina por
el aeropuerto junto al jefe de policía, y
pronuncia una de las frases míticas de la
historia del cine, aquel célebre «Louis,
pienso que este es el comienzo de una
bella amistad» y antes de que aparezcan
los títulos de crédito Ever empieza a
protestar insistiendo que el tal Rick es
un capullo. No puedo evitar soltar una
carcajada y reprimir el impulso de
revolver su pelo ante su ocurrencia.
Me levanto a sacar el dvd del
reproductor, y no puedo evitar mirarla
de soslayo, ha cogido uno de los cojines
y lo ha colocado sobre su estómago,
cruzando los brazos a su alrededor, sus
piernas también están cruzadas, y su
cara esboza una mueca.
EVER
El calor sería sofocante si
pudiésemos sentirlo, estoy segura que lo
hacen para que los humanos consuman
más, y ellas lleven menos ropa. Es un
local no demasiado grande, Vladimir
pide una ronda para todos, copa que por
mi parte se quedará intacta, sigo sin
entender la necesidad de esos vampiros
de beber algo que no sea sangre. Miro a
mi alrededor, hay algunas decenas de
humanos, sudando, excretando
feromonas, testosterona y toda esa clase
de hormonas que lo único que hacen es
hacerlos más apetecibles.
La conversación en nuestra mesa es
algo inusual, a diferencia de mesas
colindantes, en las que todos hablan a
gritos para sobreponer su voz a la
estruendosa música, a nosotros no nos
hace falta, nos oímos perfectamente,
Vladimir explica algo de una guerrilla
con la que se ha enfrentado, mientras
otros le preguntan algunos pormenores
de la misión en sí. Misión, así lo llaman,
como si fuese una película de James
Bond. Intento seguir la conversación,
pero me siento algo desubicada, nunca
he participado en una misión, no soy
capaz de recordar todas las normas y
subnormas que rigen la Fortaleza, ni
siquiera conozco el nombre de todos los
miembros del Consejo, y sin duda sería
incapaz de identificarles en una rueda de
reconocimiento. Sonja, una rubia algo
estirada, me mira con aires de
suficiencia, lo que identifico claramente
como hostilidad hacia mí, puede que
esté marcando el terreno con alguno de
los machos que nos acompañan, pero si
no es algo más específica, soy incapaz
de identificar con cuál de ellos. Creo
que he pasado demasiado tiempo sola, y
con malas compañías, no se
socializarme, lo he desaprendido todo.
−Stephano.
−¿Quién?
−Stephano, ha llegado hace un rato,
pero no parece muy animado, bueno, él
nunca lo está, la verdad −sus manos
acarician mis nalgas−. Es la primera vez
que le veo por aquí.
−¿Te importa si intento hacerle
bailar?
−¿Vas a abandonarme por ese
muermo?
−¡Lo siento!
STEPHANO
Es relativamente sencillo para un
vampiro rastrear a una presa una vez
fijado su olor en el registro de nuestra
memoria olfativa, así que localizar a un
grupo de vampiros que se han mezclado
entre un numeroso grupo de humanos
sudorosos, que excretan por todos los
poros de su piel miles de hormonas, la
mayor parte de ellas con información de
carácter sexual, es como un juego de
niños.
Por lo que veo al final se
decidieron por acudir a Kronos, una de
las pocas discotecas de la comarca,
afortunadamente Satán en su diabólica
magnificencia es compasivo, pues nos
encontramos en una zona tranquila, de
parajes solitarios.
Accedo al interior del recinto
cuando el de seguridad me abre la
puerta, tras deslizar en su mano un
billete de cien, nunca falla, una
verdadera llave maestra que te abre
sitios insospechados, es una de las
debilidades que comparten la mayoría
de los humanos, que siempre están
dispuestos a dejarse comprar,
únicamente tienes que averiguar cuál es
su precio.
Permanezco un rato cerca de la
puerta, analizando el local y a sus
ocupantes, y desde donde tengo una
perfecta visión de la pista de baile,
cuando una imagen me azota de repente,
encajo la mandíbula y pienso, no sin
pesar, que soy un estúpido, que esas
manos que sujetan su cintura podrían
haber sido las mías. Pero desecho ese
pensamiento, somos amigos, tenemos
que serlo, no puede ser de otro modo.
Me acerco a la mesa donde
Vladimir parece haber estado hablando
desde que ha llegado y pido una copa de
bourbon cuando se acerca la camarera.
Sin pretenderlo, mis ojos se desvían de
vez en cuando hacia la pista de baile.
Cuando miro de nuevo, ya no la veo
hasta que de repente aparece a mi lado.
−¿Ya te vas?
−Sí, se ha hecho un poco tarde.
−Vaya, ahora me dirás que tienes
toque de queda −se acerca a mí,
mientras uno de sus dedos juega con un
mechón de su pelo.
−Sí como Cenicienta −respondo y
aunque trato de forzar una sonrisa me
temo que el tono de mi voz ha sido un
tanto oscuro–. Vuelve ahí dentro y
diviértete –añado tratando de
suavizarlo.
−Venga dámelo... −dice resuelta
tendiéndome la mano.
−¿El qué? −pregunto sin poder
seguirla.
−¡¡Pues el casco!! ¿No has oído que
es peligroso montar en moto sin él?
−¿Estás segura que no quieres
quedarte otro rato? −digo tendiéndoselo.
−¡¡¡Venga arranca!!! −exclama
mientras se sienta a mi espalda y me
rodea con sus brazos.
Llegamos a la Fortaleza y subimos
las escaleras en silencio, pero no es un
silencio incómodo, sino instantes de
reflexión compartidos, disfrutando de la
tranquilidad de la noche, de la brisa que
ha alborotado su pelo antes de acceder
al interior. Recorremos los pasillos
hasta llegar a las escaleras, donde
nuestros caminos se separan, no obstante
continúo andando con ella hasta
acompañarla a su habitación.
EVER
Dejo el pelo secándose al aire,
mientras mis manos juguetean con el
llavero. “Hasta que puedas comprarte
uno o confíes suficientemente en mi…”
¿Confiaba en él?
−¡No!
Pero no la hago caso, intento no
hacérselo, ya la he obedecido
demasiadas veces en mi vida, ha tomado
demasiadas decisiones por mí, casi
todas erróneas, como la de camelar a
Samael. Verdaderamente, creo que esa
ha sido mi última y más reciente mala
decisión.
Salimos de la habitación, me ha
gustado su comentario, estoy tremenda,
sé que le gusto, estoy segura, no deja de
repasarme con la mirada ¿Confiar en
él?, puede que sea la persona más
diferente a mí que he conocido nunca, es
arisco, serio, tiene fama de no
relacionarse con prácticamente nadie en
la Fortaleza, según Viktor, es antisocial.
Sí, totalmente diferente a mí, la noche y
el día, sin embargo, creo que podría ser
el único ser en quien confiar.
Descendemos hacia la parte más
profunda de la Fortaleza, la que está
excavada directamente en la roca, es fría
y húmeda, pero no tienes que
preocuparte del sol, porque carece de
ventanas. Abre una puerta y entramos en
el gimnasio. Me gusta el silencio que se
instaura a veces entre nosotros, porque
me hace sentir cómoda, sin la necesidad
de intentar llenarlo con palabras vacías.
Se planta en medio de unas colchonetas
y me indica que me acerque.
STEPHANO
Cuando termina de separar sus
labios de los míos, me levanto de golpe
como empujado por un resorte, con ella
en brazos, sus piernas siguen rodeando
mi cintura. Mientras rodeo sus caderas
con un brazo, me inclino un poco hacia
el lado derecho presionando mi costado
con la otra mano, tendré que esperar un
buen rato a que se suelde mi costilla.
De un grácil salto baja hasta el
suelo y me mira con aire de total
inocencia.
−Pero... ¿Cómo coño has hecho
eso?, no se suponía que nunca...
−Y eso, ¿quién te lo ha dicho? das
por sentado muchas cosas y eso no es
bueno. Primera regla de un combate,
¿¿no?? no dar nada por sentado.
−Nunca doy nada por sentado
−presiono un poco más mi costado
derecho hasta que se oye un
característico crack−. Pero entonces, en
Alaska, ¿por qué no te defendiste? Me
hubieras pillado igualmente
desprevenido, y sin embargo apenas
opusiste resistencia.
−Puede que quisiera que me
pillaras... −sin duda no puedo disimular
la sorpresa que me causan sus palabras,
me desconcierta−. Puede que pensara, y
solo puede −aclara−. Que aquí no
estaría tan mal... −sonríe−. ¡¡¡Creo que
he incumplido las dos normas!!!
−exclama de repente.
−Bueno... en realidad solo has
incumplido una, aquella que impide
besar a un superior −la miro con
expresión burlona−. Y la verdad que no
lo haces nada mal −ahora es ella quien
me mira con cara desconcertada,
momento que aprovecho para sesgar de
un rápido barrido con mi pierna sus dos
pies del suelo y hacerla caer, mientras la
aprisiono con mi cuerpo y con una mano
sujeto las suyas−. La otra tendrás que
esforzarte un poco más para incumplirla
−sonrío a escasos centímetros de su cara
−. Porque solo me has fracturado una
costilla, de ningún modo me has dejado
K.O., segunda regla que no debes
olvidar nunca −beso la punta de su nariz,
me incorporo de un salto, no sin
llevarme la mano al costado derecho y
tiendo la otra para que se levante.
−Creo que puedo hacerlo mejor −se
quita las botas−. ¿Esperamos un poco?
−señala mi costilla.
−Sí, dame diez minutos, además
debería hacer una llamada.
−¿Al médico? −pregunta con tono
de burla.
−¡¡Ja!!, muy graciosa. No, tengo que
localizar a Marco.
Mientras se sienta en uno de los
bancos y empieza a trenzarse el pelo,
cojo el móvil y llamo a Marco. Tengo
que localizarle, me ha llegado algún
rumor de que Calixto había protestado
por el atraso que se había producido en
el interrogatorio del prisionero, Brigitta
se las ha arreglado para convencerle que
en realidad se había fijado para dentro
de unos días, pues Marco había tenido
que salir a atender unos asuntos fuera
del país, y que posiblemente ella no se
lo había comunicado por error. Me
alegro que Brigitta no haya puesto en
duda mis explicaciones en ningún
momento, y haya seguido al pie de la
letra mi sugerencia. Marco lleva casi
dos días sin contactar con su secretaria,
ni conmigo. No contesta y tampoco salta
el buzón de voz. Dejo el móvil sobre el
banco de madera, y flexiono varias
veces el torso para comprobar si la
costilla ya se ha soldado.
−Es extraño...
−¿Qué sucede? −pregunta Ever
incorporándose.
−Nada, no tiene importancia.
−¿Seguro?
−Sí, volveré a llamar más tarde
−guardo mi móvil en el bolsillo−. Y por
cierto... Todavía tienes que explicarme
por qué pensaste que en la Fortaleza no
estarías tan mal, llevabas siglos huyendo
de nosotros... ¿De quién estás huyendo
ahora?
−Step −y su forma de mirarme me
indica que no es el momento, que tal vez
algún día…
−Perdona, no pretendía
entrometerme −pongo una mano sobre su
hombro, pero la retiro enseguida.
−No importa −asegura, y la sonrisa
vuelve a sus labios−. y ahora, ¿qué
actividad me tienes preparada?
−mientras hablamos salimos al pasillo,
donde al poco rato vemos a Viktor a lo
lejos.
−Ever, vas a quedarte con Viktor.
−¿Te marchas? –su boca se tuerce
ligeramente haciendo un mohín−. ¿Puedo
ir contigo? −sugiere de pronto.
−No, no es buena idea, tal vez en
otra ocasión.
−¿Es una promesa? −dice con un
tono de voz que muestra algo parecido a
la esperanza.
−Puede −respondo sonriendo, llamo
la atención de Viktor para que se
acerque a nosotros−. Me alegro de
encontrarte −le digo−. Quiero que te
ocupes de mostrar a Ever cómo funciona
la organización, que se familiarice con
todo, yo tengo que ausentarme, espero
estar de vuelta mañana mismo −golpeo
el hombro de mi compañero y asiento
con un movimiento de cabeza−. Procura
que no se meta en líos.
−Puedes estar tranquilo, la cuidaré
bien.
EVER
Por suerte he podido deshacerme de
Viktor hace un rato, agradezco su
compañía, pero la necesidad de estar
sola, total y completamente sola ha
crecido en mí, y es una necesidad que
difícilmente puedo satisfacer, ya que
siempre aparece ella. Pero los pocos
segundos o minutos que me concede,
procuro disfrutarlos al máximo.
Paso el peine poco a poco por mi
pelo, intentando dejarlo totalmente
desenredado, a veces creo que me
empeño demasiado en eso, cuando está
claro que algo falla, llámalo genética o
el hecho de llevar muerta casi cuatro
cientos años, pero no es normal que se
enrede de ese modo.
Parece que vuelve a nevar, ahora sí
es la Suiza que yo esperaba, blanca y
fría, como nosotros, supongo que por
eso la Fortaleza se encuentra justo en
este lugar en concreto, habría sido
absurdo meter a un centenar de vampiros
viviendo en Brasil, o en Egipto…
−O no.
−Joder… ya tardabas, Victoria.
−Vicky, llámame Vicky.
−¡Y una mierda! Se ha terminado,
¿Me oyes? −le advierto, adivinando qué
será lo próximo que va a decirme
−¿Desde cuándo eres tan
remilgada, Ever?
−No quiero volver a hacerlo,
Samael me da asco… no quiero, no
puedo.
−No veo que sea para tanto.
−¡Joder!, porque no eres tú la que
tiene que soportar sus asquerosas manos
en tu cuerpo… −miro a mi alrededor
buscándola−. ¡Da la cara cuando te
hablo! −le grito−. A partir de ahora, si
quieres algo de alguien, ¡zorréale tú!
EVER
No puedo irme sin mi llavero, no
puedo irme sin… No puedo irme si…
Ever, no te engañes, no puedes irte por
Step, deja ya de buscar excusas… ¡No!
Eso no es cierto, abro la puerta de mi
habitación, es por el llavero, es un
regalo, sería feo irme sin mi regalo,
abro el cajón y saco de entre las
camisetas la pequeña margarita
amarilla, la sostengo entre mis manos, al
lado un pequeño trozo de papel, una
caligrafía perfecta, muy cuidada, cinco
nombres de cinco películas, cinco
clásicos me rectificaría, sería feo irme
sin despedirme ¿no?
Vuelvo a guardar el llavero y salgo
de nuevo al pasillo, huyendo del aroma
de Samael, que parece concentrarse en
la planta baja, la zona donde tienen los
despachos, ¿a qué puede dedicarse
alguien como él? Seguro que dirige un
cartel de drogas, o puede que trafique
con armas… Se gana la vida
jodiéndosela a los demás, eso seguro.
Llego a la habitación de Stephano, sé
que no está, pero también sé que no
cierra con llave, seguro de que nadie se
atrevería a ocupar su santuario. Voy
directa al armario donde tiene las
películas, y aunque me entretengo un
poco buscando un doble fondo en el
mueble donde pueda esconder películas
algo más picantes, me sorprende
comprobar que debo estar equivocada.
Cojo el dvd de Mogambo, leo la
sinopsis y termino poniéndolo en el
reproductor.
Tirada en la cama, acomodada en
ella, dejo volar mi mente, Marco parece
dedicarse a negocios inmobiliarios, en
su mesa vi diversos documentos de
compra y venta de inmuebles, Stephano
parece dedicar su vida a hacérsela más
fácil a sus dueños, pero definitivamente,
los negocios de Samael tienen que ser
de trata de blancas, es un cerdo baboso.
La puerta se abre, y entra sin
mirarme, aunque es evidente que sabe
que estoy allí. No ha tardado demasiado,
aunque me jode reconocer que le he
echado terriblemente de menos, no es lo
mismo ver una película sin sus
incesantes explicaciones de la época,
las actrices y actores, o sin su particular
punto de vista del real trasfondo que
encierran esos filmogramas. Me siento
cómoda con él, y estoy segura que él no
dejaría que Samael... Parece odiarlo
casi tanto como yo.
"Que te jodan."
STEPHANO
Salgo en dirección a la habitación
de Marco, debe estar a punto de llegar y
es importante, nunca dejo de atender mis
obligaciones, aunque en esta ocasión he
de reconocer que hubiera deseado que la
llamada del deber se hubiera demorado
algo más... No, el deber me ha llamado
en el momento oportuno, justo en el
momento de volver a cometer otra
equivocación, ¡¡por Satanás!! Claro que
la deseo, aunque a veces creo que puede
llegar a desquiciarme es solo una
chiquilla, aunque una mujer al fin y al
cabo y las mujeres solo traen
problemas... no puedo complicarme la
vida, pero sentir su cuerpo tan cerca del
mío, sus labios en mi piel... No, no
puede volver a pasar, debe entenderlo,
será mucho mejor para ella, mejor para
ambos... Eso es lo que deberé repetirme
para lograr creérmelo. No puede volver
a suceder nunca más.
Cuando entro en la habitación de
Marco él todavía no ha llegado, pero a
los pocos minutos aparece utilizando el
pasadizo secreto, oculto tras un antiguo
tapiz que pende de una de las paredes.
La reunión es rápida, simplemente le
pongo en antecedentes y le ofrezco la
coartada que explica su ausencia de
estos días, y que previamente me he
encargado de difundir.
STEPHANO
Tras dictar su Sentencia Marco
abandona la sala, en esta ocasión ha
mostrado aparente benevolencia, aunque
sin duda yo preferiría la muerte a que
me arrancaran mis colmillos, ya no solo
por tener que soportar un terrible dolor
físico, sino por la connotación de
humillación que conlleva.
El resto de los miembros del
Consejo también se han levantado dando
por finalizada la reunión, casi todos han
abandonado ya la sala, tan solo se
escuchan de fondo las incesantes
súplicas de ese desgraciado, ya no
parece tan arrogante, ni siquiera ha sido
capaz de mantener una actitud digna y ha
acabado suplicando por su vida.
Ever ha permanecido atenta todo el
tiempo, ha seguido con interés los
interrogatorios, mostrándose expectante
por lo que sucedía en la Sala, y por todo
lo que comentaban los miembros del
Consejo, parecía fascinada no sé si por
la parafernalia que envuelve a este tipo
de situaciones o por ese sentido innato
que parece tener de emocionarse por las
cosas, a diferencia de tantas y tantas
veces en las que he asistido a
situaciones similares, e incluso he sido
partícipe de cientos de interrogatorios,
en esta ocasión mis sentidos no estaban
concentrados en las reacciones de ese
infeliz, sino en las de mi compañera, en
ese olor fresco que desprende su piel,
que la envuelve, en su cuerpo, que no sé
si deliberadamente, mantiene casi
pegado al mío, y en ese mechón de
cabello que enrolla de forma mecánica
en su dedo índice.
Permanece ensimismada durante un
buen rato, enrollando y desenrollando su
mechón de pelo que, lejos de
molestarme, parece ejercer en mí un
efecto hipnótico, he de forzar mi
parpadeo un par de veces, de forma
enérgica, y pasar la palma de la mano
por mi nuca, no entiendo cómo algunas
actitudes que hasta hace poco lograban
sacarme de quicio, ahora no lo hacen,
casi podría llegar a echarlas de menos...
Miro en dirección donde ya no queda
ningún miembro del Consejo y espero
que nadie haya reparado en mi total falta
de interés en el interrogatorio y mi
exagerada atención hacia ella.
Vuelvo la cabeza hacia la ventana,
el viento ha empezado a azotar con
fuerza los cristales, parece que se
avecina una tormenta, el cielo parece
embravecerse y las hojas de los árboles
se arremolinan en el suelo iniciando una
danza frenética que parece no tener fin,
el aire huele a tierra y humedad, en la
lejanía se intuye el reflejo de los
primeros relámpagos, y como un idiota
en lo único que puedo pensar es en
ella… Muevo la cabeza de forma
enérgica disipando ese estúpido
pensamiento.
Mientras arrastran al condenado
fuera de la sala hacia las mazmorras
donde se encargarán de ejecutar su
castigo, Ever intenta acercarse hacia
ellos, da un paso al frente y luego otro
más, casi poniéndose de puntillas,
tratando de obtener una mejor visión,
pero la detengo, rodeo su cintura con
uno de mis brazos e impido que siga
avanzando.
−Quieta.
−Pero quiero verlo. −protesta.
−¿Quieres entrar?
Me detengo en seco.
EVER
Termino de perfilar un bonito bigote
a ese horrible cuadro de algún
“antepasado” de Samael, sonrío ante la
visión que muestra ahora, guardo el
lápiz de ojos negro en el bolsillo trasero
de mis vaqueros, nunca se debe salir sin
él, pues nunca se sabe cuándo puede
hacer falta.
STEPHANO
He estado un par de horas
debatiendo si marcharme directamente a
Londres o ir a hablar con ella, mientras
esa música que tanto le gusta y que no
había oído jamás retumba en mis
oídos… Salgo de mi habitación
portando la bolsa que me acompaña en
todos mis viajes, y guardando
distraídamente el ipod en el bolsillo de
mi camisa. Recorro los pasillos con un
rumbo y un destino fijo, su habitación, y
con la determinación de decirle que
quizás estoy equivocado, que quizás he
sido demasiado tajante, que lamento
haberme cerrado en banda intentando no
mostrar una parte de mí que no quiero
que nadie vea, que no me gusta expresar
lo que siento porque en realidad no sé
muy bien lo que siento, pero lo que está
claro es que aunque lo intento, no puedo
dejar de pensar en ella.
A medida que reduzco la distancia
para llegar a su encuentro, crece mi
determinación a decirle que estoy
dispuesto a intentarlo, a bajar mis
defensas y exponerme como no lo había
hecho nunca antes y ha tenido que
aparecer ahora esta chiquilla para
volver mi mundo del revés, tanto como
para dejar que por una vez sea mi
muerto corazón el que mande en vez de
mi cabeza.
Paso mi mano por la nuca y la llevo
al bolsillo de mi pantalón cuando me
doy cuenta que he olvidado mis
cigarrillos, sonrío casi sin querer, hasta
me ha hecho olvidar que me los ha
destrozado todos.
Sí, estoy decidido a cogerla fuerte
por la cintura y besar sus labios como
nunca antes la han besado, a dejarme
llevar y dejar de lado los prejuicios y
exponer mi corazón a ser partido en mil
pedazos, porque en realidad sino lo
expongo tampoco puedo sentir que estoy
vivo, o al menos no vivo del todo, un
poco paradógico para alguien que lleva
casi un milenio sin oír su propio latido
dentro del pecho.
Necesito tenerla muy cerca y poder
decirle que no es un error, que ya no lo
creo, que puede que en realidad no lo
haya creído nunca... Necesito sentir
cómo su pelo roza mi cara mientras le
digo que quiero intentarlo, que quiero
cogerla de la mano y arrastrarla hasta el
pueblo para invitarla a ese helado que
nunca llegué a comprarle, aunque me
parezca una locura, quiero dejarme
arrastrar por sus locuras, por su risa...
quiero tenerla de nuevo entre mis brazos
y amanecer junto a ella, sin tener que
salir corriendo mientras me pongo la
ropa y me niego a mí mismo lo que está
pasando.
Antes de doblar la esquina tras
atravesar uno de los salones del primer
piso, cerca de las dependencias
privadas de Samael, oigo un portazo y
un aroma muy familiar azota mi nariz,
justo en el instante que giro a la derecha
para verla soltar el pomo de la puerta,
precisamente de esa puerta, de su
puerta... el olor a sexo se mezcla con ese
olor tan suyo que he aprendido a
distinguir entre millones en tan poco
tiempo, su pelo enmarañado, su mano
tratando de alisarlo, y cuando gira la
cabeza y sus ojos se topan con los míos
con esa mirada entre sorprendida y
airada, parece detenerse el tiempo, de
una forma dolorosa, de esa forma en la
que te laceran hasta los segundos que,
crueles, van pasando, dos figuras
suspendidas en el filo de sus propios
cuerpos, separadas a penas por unos
pasos pero, en esos momentos,
infinitamente lejos, muy lejos, se
prolonga ese momento confuso, aciago
que me golpea en la boca del estómago,
es la puerta de Samael, podría ser la
puerta de cualquier otro y el dolor sería
igual de intenso, pero no la sensación de
quemazón, no la sensación de sentirme
traicionado, de que incluso sin saberlo
sea precisamente Samael quien me robe
mi ilusa esperanza... siento ganas de
golpearle hasta que me duelan los
nudillos, las mismas ganas que me he
tenido que tragar otras veces, pero
ahora... ahora se trata de ella, que sigue
con su mirada fija en mí, sin rendir sus
ojos, puede que hayan pasado solo unos
instantes, pero una vida se ha ido en
ellos... esos segundos que parecen
horas.
Adelanta una de sus manos, parece
que quiere decir algo pero no le doy
tiempo a que sus labios se separen,
porque me doy la vuelta con tanta
rapidez que casi me golpeo con uno de
los muros, aunque puede que mi puño
haya llegado a golpearlo.
Cuando he avanzado un buen trecho
creo oír mi nombre pronunciado de
manera queda por sus labios, o igual es
únicamente lo que me hubiera gustado
escuchar pero no me detengo, continúo
mi rápido descenso por las escaleras
hasta la planta baja, quiero encontrar mi
retazo de intimidad, quiero aislarme del
resto del mundo, creo que incluso hasta
de mí mismo, afortunadamente no me
tropiezo con nadie cuando atravieso y
dejo atrás uno de los salones donde
suelen reunirse algunos compañeros a
esas horas, otras veces suele estar muy
concurrido, afortunadamente en estos
momentos está desierto.
Estúpido, actuando como un
adolescente cuando tienes casi mil años
a tus espaldas, necio, iluso, tan solo has
expuesto tu corazón durante cinco
minutos dejándolo sin defensas para que
ella venga a destrozártelo...
Me siento ridículo, estafado, tanto
tiempo recluido en mi propia burbuja,
sin sentir la necesidad de compartir
nada con nadie, sin la necesidad de
sentir anhelos, sin remordimientos, sin
sentir dolor, sin sentir en realidad nada y
ahora, una mujer, casi una niña me hace
creer que merece la pena arriesgarse a
amar, y todo se derrumba incluso antes
de haberlo intentado, que cruel el
destino que me arrebata esa efímera e
ilusoria felicidad casi intuída antes
incluso de llegar a saborearla.
Acelero el paso. Nunca sabrá que
estuve tan cerca de ser otro necio
enamorado, o de creer serlo, nunca más
bajaré mi coraza, hace apenas dos horas
yacíamos juntos... iluso de mí. Solo
quiero largarme a Londres a cumplir mi
misión y olvidar que todo esto ha
pasado.
Subo en mi moto y doy gas a fondo,
abandono la Fortaleza maldiciendo el
día y la hora en que Marco me envió a
buscarla.
EVER
Una vez leí la absurda idea que los
seres inmortales poseían dones, como si
de los X−Men se tratase. En ese
instante, descubro cual habría sido el
mío de tenerlo, soy capaz de parar el
tiempo. Solo son segundos, pero me
parece que una eternidad ha pasado
entre que nuestros ojos se han
encontrado y mi mano se ha movido
haciendo que él huyera
atropelladamente.
Y no entiendo por qué me duele
tanto el pecho, es como si me ahogase
sin ahogarme, esa necesidad de gritar
aunque la voz jamás salga, casi tan
horroroso como las dagas que rasgaron
mi espalda, pero de un modo totalmente
distinto.
−Step...
−¿Alfabéticamente?
−Creía que no sabias leer.
−Mentí, lo hago mucho.
EVER
Veo pasar las horas. El sol se
esconde y vuelve a salir, jamás detiene
sus amaneceres por más que no
queramos ver ni uno solo más. Al menos
tengo la tranquilidad de que Samael se
ha ido, Marco así me lo ha confirmado,
y siento como la Fortaleza es menos
inhóspita y algo más acogedora, aunque
me falte él, Stephano… mi memoria solo
lo puede recrear con esa última mirada
de desprecio.
El repiqueteo de unos tacones se
detiene frente a mi puerta, y el ligero
golpe de unos delicados nudillos rompe
el silencio en el que me había refugiado
desde hacía unas horas, desde que
Marco me había largado de su despacho.
Me quedo meditando en su
respuesta. Están vivos. ¿Y qué? Eso solo
significa que su dolor tiene fecha de
caducidad, pero también su felicidad.
Seguro que la muerte es tan cabrona que
perdona al que sufre y se lleva al que
disfruta de la vida. No, sin duda no
quiero seguir sintiéndome humana, pero
tampoco me apetece mucho seguir
sintiéndome yo misma. Puede que el
experimento haya tocado a su fin, he
saboreado una vida lejos de él, y es tan
horrible como la que tenía a su lado.
−Estás muy rara.
−No −la corrijo−. Soy rara. ¿Nos
vamos?
−Nos marchamos.
−Espera, ¡espera! ¿Y esto?
−señala sobre la cama.
−¿No querías irte? No me vuelvas
loca −me quejo.
−¿No vas a mirar qué es?
−No.
−¿Ni la nota?
STEPHANO
Espero sentado en los escalones de
la puerta de Alessandra, cuando uno es
inmortal el tiempo pierde el verdadero
valor que suele tener para un humano,
puedes simplemente malgastarlo, dejar
pasar las horas una tras otra lentamente,
mientras lo que vuela lejos muy lejos
son tus propios pensamientos. El sonido
del motor de un coche antes de girar la
esquina del hotel interrumpe esa especie
de ensoñación retrospectiva en la que
me hallo sumido en las últimas horas, o
quizás hayan sido en los últimos días,
aunque no han impedido que en todo
momento me mantuviera alerta, la
prioridad era la seguridad de esa
humana... de Alessandra. Supongo que
tendré que empezar a acostumbrarme,
está sumamente claro que para Marco es
mucho más que un capricho, creo que
puedo entender lo que siente, aunque se
me haga extraño, creo que por primera
vez en mi ya larguísima vida puedo
alcanzar a comprender, a sentir lo que es
perder la cabeza por alguien, aunque ese
alguien sea una humana en el caso de
Marco, o una vampira desquiciante y
contradictoria en el mío... siento de
nuevo esa horrible punzada en el
estómago y ese regusto amargo en el
paladar.
Antes de que el vehículo se acerque
hasta mi posición ya he percibido que
son ellos, Marco desciende del taxi y
con rapidez se acerca a la puerta de su
acompañante para abrirla y tenderle la
mano, cuando sus ojos se encuentran
parece que se vaya a detener el mundo,
la cara de Alessandra muestra una
amplísima sonrisa, Marco sujeta sus
dedos con tal delicadeza como si
temiera romperla, nunca antes he
percibido el espíritu de Marco tan libre
de cargas. La imagen de ambos juntos
vuelve a provocarme una punzada aguda
en la boca del estómago.
Aplasto el cigarrillo entre mis
dedos y lanzo la colilla lejos de la acera
mientras me levanto.
Marco el teléfono, lo sé de
memoria. Un tono… Dos tonos…Tres
tonos… Descuelga…
MARCO
Stephano parece haber echado
cuenta de una botella entera de Wisky, y
aunque eso no implique nada en nosotros
sí me hace presuponer, sin mucho miedo
a equivocarme, que está preocupado o
puede que simplemente esté rabioso
porque una chiquilla de poco más de
metro y medio se haya atrevido, ya
diversas veces, a contradecir sus
órdenes.
Me informa de las últimas
novedades, obtenidas recientemente
gracias a un buen informador que
tenemos en la capital del Reino Unido, y
según él, Ever se encuentra en Londres.
Me parece absurdo, huir de la Fortaleza,
de nosotros, para venir donde estamos,
pero la mente de esa vampira neurótica
funciona a la inversa de todo lo que
conozco, así que cuando Stephano me
asegura que Ever está en la ciudad, no
puedo más que creerle.
Ha amanecido nublado, como casi
siempre en Londres, y odio haberme
tenido que separar de Alessandra, y
mucho más que el motivo sea el tener
que dar caza a esa loca hija de Samael.
Si no fuese por lo mucho que aprecio a
mi amigo, esa vampira ya habría
contado con su último suspiro. Pero en
vez de eso, me hallo caminando sobre
calles encharcadas, olfateando como un
perro, para intentar localizar el rastro
difuso de ese olor a flores.
Voy a MATARLA.
EVER
Huele a sangre, a dulce y apetitosa
sangre, un olor delicioso, es una mujer, y
aunque en un primer momento pienso en
ella como mi posible comida, pronto
recapacito, todo huele tanto a Marco,
que no me hace falta preguntar mucho
para averiguar qué es lo que allí ocurre.
Pero finalmente los planetas se
alinean, y la amenaza que me ha
proferido en tantas ocasiones cobra
realidad, supongo que era así como
debía terminar todo. Entra como un
vendaval, llevándoselo todo a su paso,
creo que ni tan siquiera ha reparado en
el hombre atado del rincón, el que ha
intentado matar a su humana y yo
amablemente he reducido.
Mi espalda ha impactado
violentamente contra la pared y sus
manos han agarrado con fuerza
desmedida mi cuello. Sus ojos destilan
odio y rabia contenida, puede que no
solo de esas últimas semanas,
seguramente fraguado en los últimos
siglos, cuando todos intentaban darme
caza sin lograrlo. Les herí hondo en su
gran orgullo.
Y no me vería en esa situación de
no haber sido por Stephano. Marco es
fuerte y rápido, pero podría haberme
defendido de algún modo, aunque el
resultado hubiese sido el mismo.
Cuando le he olido, intuido y casi
visto... Solo podía pensar en mirarle a
los ojos, en saber si me había
perdonado, o si yo le había perdonado a
él. Una necesidad que va a hacer que
todo termine.
Siempre pensé que moriría a manos
de uno de esos bárbaros que pagaban
por vejarme y follarme, a veces no
necesariamente en ese orden. Siempre
pensé que moriría en uno de esos antros,
que alguno de ellos ejercería un poco
más de presión, un golpe mal dado, una
excitación tal que nublara los sentidos y
terminara conmigo, para eso pagaban,
para dar rienda suelta a sus instintos...
Pero no, había estado equivocada,
aunque solo en parte, siempre supe que
sería un varón el que terminaría con mi
existencia.
Siento cómo poco a poco mi cuello
va a ceder, y solo han pasado segundos
aunque me han parecido horas, siento el
dolor como nace y muere en mi garganta.
Pronto mis ojos se cerrarán, y las manos
que ahora intentan zafarse del agarre de
Marco caerán flácidas a ambos lados de
mi cuerpo, sin vida, después solo
quedará arder. Veo a Stephano a su lado,
al lado de Marco, puede que disfrute
viéndome morir, y sin necesidad de
manchar sus manos. Jamás me perdonará
lo de Samael, aunque creo que ya no
importa. Intento por última vez soltarme,
ahora Stephano está al otro lado del
salón, aunque no sé cómo ha llegado
hasta esa posición, solo puedo ver a
Marco, y mi propia imagen reflejada en
sus pupilas. Casi paladeo el odio que
siente hacia mí.
Voy a ceder, ¿para qué luchar más?
Han ganado. Todos ellos, Scotch,
Samael, Marco... Step... Por qué me
duele tanto este último nombre. Porque
puede que me haya enamorado de él.
Pero ya nada de eso importa. Voy a ir a
reunirme con Victoria. Voy a morir y la
muerte tiene voz de mujer, dulce y
sosegada.
Cuando abro los ojos estoy en el
sofá, Stephano arrodillado a mi lado,
creo haber notado que me acariciaba la
mejilla. Me mira aliviado, puede que ya
esté muerta. ¿Qué debe pensar? Me
encantaría decirle tantas cosas...
−Hola..−.susurro.
STEPHANO
Todo se ha desencadenado a una
velocidad de vértigo, incluso para un
vampiro. Ha sido llegar a las
inmediaciones de la casa de Alessandra
y de repente se ha entremezclado ese
olor tan característico, tan fresco, ese
aroma de flores, que en sí mismo define
a Ever, con el aroma de la humana y el
olor a sangre, sin duda está herida y no
me ha dado tiempo ni siquiera a poder
pensar qué ha podido suceder, cuando
Marco se ha precipitado al interior de la
casa como si su cuerpo fuera el vagón
locomotora de un tren descarrilado,
arrollando todo a su paso, nunca antes le
he visto así, destilando furia como si su
propia vida fuera en ello, quizás piense
que algo más importante que su propia
vida está en juego, y no me paro a
pensar que es posible que algo más
importante que la mía propia también
pueda peligrar si no le detengo.
Apenas he tardado una fracción de
segundo en seguirle al interior de la casa
cuando alcanzo a ver a un Marco ciego
de ira que ha sujetado a Ever del cuello
lanzándola contra una de las paredes,
estoy seguro que su ímpetu le ha
impedido comprobar que su humana está
de pie tan solo a unos metros, sangra por
una herida del brazo, pero
aparentemente está bien, del mismo
modo que no ha reparado en que hay un
tío inconsciente maniatado justo al otro
lado del salón. Estoy acostumbrado a
fijarme en todos los detalles en pocos
segundos, es mi trabajo, a veces la
subsistencia puede depender de ellos.
Pero todo pasa a un segundo plano,
porque en menos tiempo del que un
humano necesitaría para efectuar un par
de inspiraciones de aire, Marco se ha
abalanzado de nuevo sobre Ever y la
tiene agarrada fuertemente por el cuello,
empotrándola contra la pared, sus pies a
más de un metro por encima del suelo, y
no puedo ni quiero esperar, ni mucho
menos medir las consecuencias, nunca
he puesto en tela de juicio las decisiones
de Marco, ni una sola vez durante tantos
siglos a su lado, pero mi muerto corazón
parece querer estallar cuando siento que
voy a perderla, que Marco tan solo
necesita un ágil movimiento para partir
su cuello y acabar con todo, y algo se
remueve en mis entrañas cuando soy
consciente que no quiero estar sin ella,
en ese preciso instante, justo en ese
momento, cuando la veo tan frágil en
manos de Marco sé que no podría estar
sin ella, por primera vez en mi
larguísima vida entiendo lo que es que
alguien te importe más que tu propia
vida, y aunque no quiero darle nombre,
aunque ni siquiera me atrevo a pensar
que la quiero, es justo lo que estoy
sintiendo, pues una vida sin ella
significaría volver a la nada más
absoluta, a desfilar por los límites del
vacío.
Es en esa milésima de segundo en la
que mi corazón ha decidido, y ha
escogido amarla, aunque sabe que no
será correspondido, soy un iluso pero
ahora soy consciente de que no podría
soportar una eternidad sin poder
aferrarme a sus locuras, sin colgarme de
sus risas, aunque sea en la distancia, en
el más absoluto anonimato, ahora ya no.
En otra milésima de segundo me
acerco a Marco por la espalda sin tratar
de medir las consecuencias, sin que ni
siquiera me importen, y sujeto su mano
para evitar que quiebre su cuello, pero
su ira es tan grande, tan
inconmensurable, que casi se puede
sentir cómo emana de todo su ser y logra
zafarse de la firme presión de mi mano
lanzándome con furia contra la pared
contraria.
Mi espalda rebota contra la dura
piedra y caigo con estrépito al suelo, y
es en ese momento cuando comprendo
que todo ha acabado porque aunque de
manera inmediata me he vuelto a poner
en pie, la mano de Marco sobre su
garganta actuará con mayor celeridad,
antes de que pueda alcanzar de nuevo su
brazo ella estará inerte en el suelo, he
visto su ira, he sentido su furia indómita,
se ha despertado la bestia que todos
llevamos dentro y sé de cierto que ni
siquiera la fuerza bruta podrá detenerle,
y cuando, de todos modos, me dispongo
a lanzarme de nuevo hacia su posición,
es la voz de la humana la que hace que
todo parezca detenerse, una voz suave y
dulce pero enérgica, una simple
palabra...
−Hola... −susurra.
EVER
Me duele un poco todo y un poco
nada, creo que es más la vergüenza que
siento dentro de mí, el hecho de haber
dejado mi vida en manos de otro, como
tantas y tantas veces, esa rabia de no
controlar lo que sucede a tu alrededor,
de que sean otros los que decidan por ti.
Aunque cuando la humana ha empezado
a hablar con Marco, cuando éste me ha
lanzado contra el sofá, no me he sentido
mejor. Pero su presencia, su caricia, esa
forma de mirarme, como quien mira una
obra de arte que acaba de adquirir,
cuando sus ojos y los míos se han
fundido, no me ha hecho falta más para
comprenderlo. Si mi vida hacía unos
segundos estaba en manos de Marco,
ahora ésta pasaba a manos de Step,
obviando el hecho de que esa vida es
mía, y tengo unas manos propias para
sostenerla. El destino vuelve a
ignorarme, pero yo soy más tozuda que
él, y esta vez, no dejaré que me gane.
Que absurdo ha sido saludarle,
vuelvo a cerrar los ojos un instante y al
abrirlos sigue ahí, arrodillado a mi lado,
y por una milésima de segundo el mundo
se detiene solo para nosotros, pero
enseguida tomo consciencia de la
realidad que nos envuelve, Marco y su
Alessandra, y yo y él... Algo así como
pupila y mentor, por no llamarnos la
presa y su carcelero.
STEPHANO
Cómo explicar a alguien que soy un
vampiro milenario y que por primera
vez en mi larga y a veces tortuosa
existencia he sentido miedo, nunca antes
había experimentado esa sensación,
jamás había temido a la muerte, ni
siquiera cuando era humano, pero hace
unos momentos sí que he podido
saborearlo, de forma nítida y certera y
constatar que tan solo un segundo puede
separar la inmortalidad del abismo.
A pesar de haber sufrido la mano de
Marco sobre su garganta atenazándola
como si fuera una garra, creo que ni ella
misma sabe que cerca ha estado de
terminar convertida en cenizas, no se
contravienen las órdenes, nunca, y
cuando Marco o cualquiera de los otros
Consejeros ha tomado una decisión nada
ni nadie es capaz de hacerles cambiar de
idea, nunca, sus decisiones son
inamovibles y Marco estaba decidido a
aniquilarla. Cómo hacerla entender que
me he sentido débil, terriblemente débil
e impotente al comprobar que no podía
hacer nada, que la perdía de forma
irremediable y para siempre. La rabia,
el rencor que pudiera sentir por la
última escena que presencié antes de
salir de la Fortaleza dejaron de tener
importancia, debe entender que quien
incumple una orden, quien contraviene
las reglas simplemente lo paga, y el
precio en este caso es la vida o esa
muerte inmortal de que disfrutamos los
de nuestra especie.
Así que en el corto espacio de
tiempo de los últimos días he pasado
por diferentes estados, del dolor a la
furia, de la rabia a la desesperación, del
rencor a la furia de nuevo, pasando por
esos dos sentimientos que he
descubierto de golpe en el salón de
Alessandra, el amor y el miedo a perder
algo que se ama, para volver a sentir un
enfado visceral y profundo, un cabreo
que no pienso ni quiero evitarle.
Así que cuando llegamos al hotel y
dejo caer en el suelo al tipo, todavía
inconsciente, no le doy tiempo a
reaccionar, ni tan siquiera le permito
replicar, trato de no perder los estribos
pero en ningún momento escondo que
estoy cabreado, muy cabreado en
realidad. Incluso llego a gritarla por
insensata, por irresponsable, por poner
en peligro su propia vida sin pensar en
nadie, sin pensar en mí...
Contesta a mis preguntas de forma
monótona casi mecánica, creo entrever
un tinte de dolor en su mirada, es solo un
instante, pero deben ser mis sentidos que
se empeñan en jugarme malas pasadas, y
cuando le espeto que no solo se ha
puesto en peligro ella sino que puede
dejar a Marco en una posición
comprometida creo vislumbrar un brillo
diferente en sus ojos, un destello de
desencanto quizás, y no alcanzo a
entenderlo, se levanta y simplemente
empieza a desnudarse, va quitándose la
ropa poco a poco, mientras se acerca a
mi armario deliberadamente despacio y
se pone una de mis camisas.
MARCO
Una vez seguro de que Alessandra
se encontraba en perfectas condiciones y
podía quedarse sola unos instantes,
decido ir al hotel. Estaba asustada, no
sabía quién podía querer hacerle daño
¿Un robo? lo dudaba. Al salir a la calle,
siento todo el peso de lo que podría
haber sido, aunque por suerte no ha sido.
La amo por encima de cualquier cosa,
mortal o inmortal, ella va a ser mi
compañera eterna, con quien quiero
pasar cada día de mi larga, larga, larga
vida.
Cuando llego al hotel no han pasado
ni cinco minutos, pero ya me siento
nervioso, y no quiero que permanezca
sola, por lo que pudiera pasar. Al abrir
la puerta, lo primero que capta mi
atención es el hombre que permanece en
el suelo, el tipo con quien me dispongo a
bailar un vals que durará toda la noche.
Lo segundo que capta mi atención son
las piernas de Ever, que muestra sin
pudor alguno, cubierta solo por una
camisa de Stephano. No pierdo el
tiempo y la mando con Alessandra,
puede que algún día me disculpe con
ella, pero no ahora, puede que incluso
nunca. Sale corriendo sin mirar atrás,
descalza y solo con la camisa. Entiendo
la cara de Stephano, esa chica es
agotadora.
−Está bien... Necesito un lugar
íntimo para mi cita −le digo sirviéndome
un trago.
−Claro −Stephano cierra la puerta
abierta del armario mientras parece
pensar−. Tenemos un almacén... Sí, ese
será perfecto.
ALESSANDRA
Mi cabeza da vueltas como si me
hallara viajando en una supernova y me
siento algo mareada, oigo una voz que
todavía no alcanzo a identificar, parece
una discusión aunque juraría que es una
única voz la que percibo, abro
lentamente los ojos y la débil luz que se
filtra a través de una rendija de la
cortina me indica que hace ya un buen
rato que ha amanecido. Estoy encogida
en un sillón y noto el cuello un poco
rígido. Vuelvo a cerrar los ojos como si
el sueño volviera a vencerme.
STEPHANO
Dejo a Marco entretenido en el
almacén, disfrutando de su personal
venganza, desde luego ese tipo no sabía
con quien se metía intentando matar a
esa humana, a la humana de Marco
Vendel, no se tocan las cosas de Marco,
no se ponen en peligro las cosas que
Marco ama, y por lo que parece está
profundamente enamorado de una simple
humana, hermosa sí, pero frágil, efímera
y potencialmente peligrosa, no porque
suponga una amenaza en sí misma para
él, sino porque se ha transgredido la
primera, más importante y fundamental
de nuestras leyes, no revelar nuestra
presencia, nuestra naturaleza a ningún
humano. Ahora no solo Marco había
contravenido la Ley, sino que nosotros
mismos lo habíamos hecho, mi lealtad
está siempre a su lado, pero ahora
también se ha visto involucrada Ever en
todo este asunto... Niego repetidamente
con la cabeza mientras subo los
escalones desde el sótano, esto no tiene
buena pinta, nada buena.
Continúo calle abajo mientras
enciendo un cigarrillo. La limpieza del
almacén no será tarea fácil, Marco se ha
empleado a fondo, por lo que he podido
ver lleva horas torturando a ese tipejo, y
lo ha hecho a conciencia, evitando que
se desangrara de forma rápida,
esperando pacientemente a que
recobrara la conciencia una y otra vez, y
otra, para continuar con su particular
tango de muerte. La sangre de ese infeliz
estaba esparcida por todo el suelo, las
salpicaduras alcanzaban prácticamente
la totalidad de las paredes, restos de
cabellos y tejidos adheridos a uno de los
muros, incluso he podido ver algún
diente en el suelo, cerca de la columna
donde ha estado maniatado. Resoplo
mientras lanzo el resto del cigarrillo a
uno de los charcos que se ha formado en
la acera, sin duda borrar todas las
huellas va a ser una ardua tarea.
Tras un buen rato caminando
compruebo que tan solo unas manzanas
me separan de la mansión de
Alessandra, me pregunto cómo le habrá
ido a Ever ejerciendo de niñera de esa
humana, últimamente he sido yo quien ha
tenido que hacer de niñera con ella y no
estoy seguro de que se me haya dado
demasiado bien. Paso una de mis manos
por la frente, he de tratar de recuperar
mi aplomo habitual.
Solo percibo la presencia de
Alessandra en el interior de la casa, me
lo confirma su silueta difuminada tras el
cristal de la cocina, pero a pesar de
estar sola el rastro de Ever me llega muy
nítido, ese olor a flores frescas podría
reconocerlo entre miles de fragancias
diferentes. Rodeo la casa siguiendo el
rastro, dejo atrás las vallas de un
pequeño jardín muy bien cuidado y
cruzo la calle, situándome bajo los
árboles de frondosas ramas, no veo a
Ever pero su voz llega nítida y clara
hasta mis oídos.
EVER
Desaparece por el borde de la
calle, sin girarse, aunque creo por el
movimiento de su cabeza que sigue
buscando al gato. Algún día confiaré en
él, lo sé, lo siento, sé que solo podría
confiar en ese vampiro aburrido y serio
que me trata a veces como si fuese una
niña, pero que otras tantas me hace
sentir como si yo le importara, y esa es
una extraña sensación.
−A Scotch también le importabas.
−No, solo le importaba lo que tengo
entre las piernas y cuántos podían pasar
entre ellas... Nada más.
STEPHANO
Encamino de nuevo mis pasos hacia
el almacén, en el otro extremo de la
ciudad, en uno de esos barrios que no
resultarían recomendables para la gente
de bien, camino despacio, no tengo
prisa, aunque pensándolo bien Ever dio
a entender que Marco y su humana tenían
una cita, quizás será mejor apurar el
paso por si Marco ha terminado con su
divertimento y tiene que marcharse,
levanto la mano y paro a un taxi.
Largo al taxista un par de billetes y
tras cerrar la puerta cruzo la calle, abro
una puerta metálica, medio oculta tras un
muro ennegrecido, y desciendo los
escalones hasta el sótano. No se oye ni
un solo ruido, ni tan solo el rítmico y
acompasado de un corazón humano, así
que Marco ha terminado, pero no hace
mucho, el olor a sangre todavía caliente
me azota cuando termino de bajar el
último escalón y me doy de bruces con
un espectáculo que alguien de estómago
delicado podría calificar de dantesco.
Marco está de pie, junto a una
columna, bajándose con parsimonia las
mangas de su camisa, que hace algunas
horas era de un blanco impoluto, ahora
las salpicaduras rojizas harían
difícilmente identificable su color
original, salvo por algunos trozos de la
espalda. Se acerca hasta una silla de
respaldo alto donde tiene perfectamente
colgada la americana y se la pone
despacio como si temiera arrugarla, me
mira y asiente con la cabeza, sé que ha
llegado mi turno, me corresponde borrar
todas las huellas, el trabajo sucio.
Cuando pasa por mi lado se detiene
poniendo su mano sobre mi hombro
ejerciendo una presión contenida.
EVER
La felicidad, aunque tarde, siempre
termina llegando, y esa noche le ha
tocado a ella, a esa humana tonta, puede
que algún día me toque a mí. Quiero
verme vestida de princesa, nerviosa
porque llegue mi alma gemela y nos
fundamos en uno solo. Pero de momento
lo que me toca es esperar, y verla a ella,
jugando con los hielos de su vaso,
mirando por la ventana, su corazón se
acelera cuando una Limusina gira la
esquina. Resoplo, el colmo de la
cursilería, joder, me muero de envidia.
Cuando Marco desciende me deja sin
palabras.
Todo ocurre como en una película
pero es la realidad, y no puedo cambiar
el canal, la puerta se abre y aparece
ella, los ojos de él se iluminan, y el
corazón de ella hace que me arda la
garganta aún habiéndome alimentado. Le
tiende la mano como el perfecto
caballero que es.
−Y ahora él la convertirá, y la
acompañará en su muerte, estará ahí
cuando despierte y le enseñará lo que es
vivir la inmortalidad junto a la persona
que se quiere, la ayudará a controlarse
los primeros meses, le enseñará a
sobrevivir cuando tienes que jugar a
esconderte... Vamos, igual que Samael.
STEPHANO
A penas llevo unos minutos sentado,
haciendo girar los cubitos de hielo en el
fondo del vaso después de apurar de un
trago mi bebida y hacer un ademán al
camarero para que me sirva la segunda,
cuando su inconfundible aroma me
advierte de su presencia, aunque me
desconcierta el sonido de unos tacones
golpeando con algo de indecisión las
baldosas del suelo. No aparto la mirada
del fondo de la copa, donde el hielo ha
empezado a derretirse, o eso es lo que
pretendo, no levantar la cabeza para
mirarla, pero mi corazón inerte parece
querer llevarle la contraria a mi cerebro
y giro la cabeza ligeramente hacia mi
derecha para encontrarme con ella, que
casi me da la espalda.
Habla con el camarero, su risa llega
nítida hasta mi posición, el tipo de mi
izquierda, que se encuentra a unos pasos
de mí, junto a la máquina de tabaco,
también la observa con detenimiento,
está diferente, igual de sexy que siempre
pero más elegante, esa ropa que lleva
puesta no parece suya, aspiro
ligeramente el aire hasta descubrir
algunas notas del aroma de la humana
adherido a esa camisa de seda blanca.
Una de las ventajas de ser vampiro
es poder escuchar sin dificultad las
conversaciones que se producen incluso
a cierta distancia, en este caso la
advertencia del camarero sobre la edad
para servir alcohol me llega sin ningún
tipo de dificultad, encajo la mandíbula,
sin duda es evidente que es demasiado
joven, en realidad casi parece una
adolescente, me reprendo mentalmente
por siquiera pensar que un tipo como yo
y alguien como ella... A veces echo de
menos que el alcohol nos afecte, en
algunas ocasiones me encantaría que
pudiera aletargarme los sentidos, aparto
mi mirada de ella, la fijo de nuevo en el
espejo que tengo en frente y apuro mi
segunda copa de un trago.
STEPHANO
No me lo puedo creer, todo
organizado, un plan detallado al
milímetro, le advierto que no toque
nada, que no se mueva, que ni respire,
siempre lo tengo todo controlado,
siempre, debía parecer un accidente, y
va y me lo pone todo patas arriba... Es
incapaz de obedecer una orden, es eso
sin duda, o quizás es que siempre tiene
que actuar por impulsos, sin pensar, sin
valorar las consecuencias.
Acelero el paso mientras sigo
aferrando su muñeca, ni siquiera miro
atrás, no pienso escuchar sus excusas, ni
sus quejas, no tiene justificación
ninguna, le dije que no hiciera nada, no
es tan complicado, cualquiera puede
obedecer una orden sencilla, hasta los
perros lo hacen... Todos, todos menos
ella, ella siempre tiene que llevar la
contraria, actuar a su manera, según le
parece, ella quiere volverme loco, no,
sin duda va a lograr volverme loco.
Asciendo casi de un salto los
escasos escalones que separan la calle
del hall del hotel, no me detengo en
recepción y voy directamente a los
ascensores.
Hace ademán de protestar pero con
un gesto la detengo, creo que prefiere
mantenerse callada, yo necesito que se
mantenga callada, necesito pensar... Sí
eso es, necesito un poco de calma para
poder reflexionar, exacto, eso es,
paciencia, mantener la calma es lo
fundamental, he de serenarme.
Abro la puerta de la habitación con
la tarjeta magnética y tras cerrar la
puerta vuelvo a introducir la tarjeta en el
dispositivo de la luz. Me giro hacia ella
al tiempo que suelto su muñeca.
EVER
¿Por qué todo es tan difícil? alguien
me dijo una vez que la vida es sencilla,
que somos nosotros los que nos
empeñamos en complicarla. Y tenía
razón, porque no conozco mente más
caótica que la mía, que la de Victoria, y
juntas... Ohhh sí, juntas somos un
descontrol.
Mi mano se alza y acaricia su
mejilla, un gesto que pretende aplacarlo,
tranquilizarlo, porque es la hora, porque
ha llegado la hora de dejar que me
conozca un poco más, de decirle todo lo
que lleva atormentándome tiempo, de
hacerle saber cómo se ha desarrollado
mi inmortalidad, mientras él impartía
justicia y hacia cumplir las leyes, yo las
quebrantaba todas. Donantes, timbas,
favores por dinero, sexo por más dinero,
creación de vampiros para fines
lucrativos... He estado envuelta en todo
lo que él ha perseguido... Sus ojos y los
míos se encuentran y cuando mis labios
se despeguen ya no van a poder parar,
por eso, prefiero primero sellarlos con
un beso, nos sentamos sobre la cama y
dejo que sus brazos me envuelvan, que
sus dedos jueguen con un mechón de mi
pelo mientras le cuento todo.
STEPHANO
Marco cierra la puerta cuando Ever
se marcha, creo que ni siquiera ha
reparado en que llevaba la ropa mojada.
Parece algo distante, su mirada es fría.
EVER
Llevo más de una hora paseando
por las calles comerciales de Londres,
jamás en la vida me había costado tanto
elegir un atuendo, miro las dos bolsas
que cuelgan de mi mano derecha, no me
lo puedo creer, ¿Qué me está pasando?
¿Por qué tengo esa necesidad de intentar
encontrar algo que me siente bien o que
me haga parecer algo mayor?
Pienso en esa conversación que ha
quedado pendiente y nace en mí una
sensación de vértigo, como si me
encontrara frente a un abismo con la
única indicación de saltar, confiando en
que la cuerda me sujetará, o el
paracaídas va a abrirse, cerrar los ojos
y confiar ciegamente en que el otro te
sostendrá. Dicen que en eso se basan las
relaciones, y aunque solo sea de
amistad, supongo que Stephano y yo
ahora estamos intentando cultivar una
relación.
Entro en otra tienda, miro los
percheros, puede que me esté costando
elegir ropa porque no sé dónde voy a
ponérmela, ¿me quedo en Londres?,
¿vuelvo a Suiza?, ¿va Marco a
mandarme a Mongolia desterrada como
castigo por saber más de la cuenta?
Sostengo entre mis manos unos
pantalones militares, no puedo evitarlo,
uno siempre vuelve a sus orígenes, les
doy la vuelta comprobando los amplios
bolsillos que tienen justo detrás y
cuando voy a dejarlos en su sitio me
sorprenden sus ojos mirándome. Parece
más serio de lo habitual.
MARCO
Me dolía el corazón, o puede que
fuese el orgullo, o simplemente las horas
que llevaba mirando al horizonte sin
saber muy bien qué hacer. No podía
entender cómo una velada que prometía
ser tan mágica se había torcido de ese
modo, parecía el mal guión de una
película de serie B. Estaba enfadado,
¿con ella? jamás. Conmigo, por haber
sido tan estúpido, por haber pensado
que ella lo dejaría todo por mí como yo
estaba haciendo por ella. Tenía una vida
por vivir, y aunque yo le ofrecía una
eternidad, podía entender sus
reticencias. Las conversiones pactadas
no solían ser muy habituales entre
nosotros. No iba a decir que nuestro
caso era único, pero casi.
¿Qué esperabas Marco? supongo
que esperaba que gritara que SI, que me
dijera que se entregaría a mí en cuerpo y
alma, en vida y muerte. Estúpido. No
pretendía convertirla esa misma noche,
pero tenía planes, grandes planes para
ella, para mí, para nosotros, me
imaginaba regresando a la Fortaleza con
ella asida de mi brazo, imaginaba esas
largas noches los dos juntos en nuestro
dormitorio, salvando el trámite de
dormir, podríamos follar del alba al
ocaso.
Mido la estancia a grandes
zancadas, de vez en cuando me detengo
para comprobar que sigue siendo de día,
parece que la noche se resiste a llegar,
puede que sea porque es medio día y
prácticamente no han trascurrido las
horas. Resoplo molesto con el paso del
tiempo, que parece confabularse en mi
contra.
Me dejo caer sobre la cama alargo
el brazo y cojo la botella que reposa
sobre la mesilla de noche y dándole un
largo trago doy cuenta de ella. Tengo
hambre. Después del fiasco de
Alessandra es en lo único que puedo
pensar, en que tengo hambre y no me
apetece moverme de esas cuatro
paredes. Hace un rato que Ever y
Stephano no están en el hotel, de estar
aquí, me plantearía pedirles que me
subieran algo de comida.
Me obligo a levantarme, paso las
manos por mi pelo recogiéndolo en una
cola, cojo la chaqueta y salgo al pasillo,
después de mucho dudarlo, simplemente
me decido por hacer algo, no puedo
vegetar el resto de mis días, sobre todo
por el hecho, de que éstos jamás tendrán
fin.
Evito cruzarme con Stephano
cuando éste regresa al hotel, sin Ever, no
sé si es buena idea dejar sola a esa
chiquilla, pero confío en el buen criterio
de mi amigo. Solo tengo que andar un
poco, para cambiar de barrio, uno con
algo de más mala fama. El Pussycats es
un reconocido local de Striptease, donde
de seguro encuentro algo que llevarme a
la boca. Tomo un trago mientras mi
olfato va seleccionando entre los
diferentes olores, hasta localizar un rico
manjar. Chicas mostrando sus encantos
sobre el escenario, sus dotes, no
artísticas precisamente, unas más
mayores, otras dudo hasta que tengan
edad para consumir alcohol, como la
chica que ahora baila subida a una
barra, con una llamativa peluca lila,
estoy tentado de elegirla como plato
principal de mi cena, hasta que otra
joven de pelo rojo y ojos azules,
preciosa, con un cuerpo escultural y un
rostro casi angelical, se cruza frente a
mí. Me pierden las mujeres de pelo rojo.
Nunca he pagado por sexo, pienso
cuando alargo un par de billetes a la
joven y salimos del local.
Tiene un sabor dulce, hundido entre
sus piernas, me deleito con esa ambrosia
que es para los vampiros la sangre de un
humano. Succiono directamente de su
vena femoral, mientras la pobre ilusa,
intenta chillar sin lograrlo. Me relamo
cuando termino con ella, dejándola seca,
su corazón no late, sus ojos, sin vida,
muestran el terror de sus últimos
minutos en la tierra.
¿Sería capaz de infringir ese dolor a
Alessandra? Solo quería tenerla a mi
lado para siempre, pero no me había
planteado el hecho de tener que ver
cómo moría para poder revivir en las
tinieblas. Era un duro trámite, muy duro,
puede que su elección fuese la más
acertada, y yo... Yo estaba equivocado,
puede que el egoísta fuese yo, no, sin
duda, yo era el que había obrado mal,
solo pensando en mí.
STEPHANO
Termino de revisar la bandeja de mi
correo y respondo con rapidez un par de
mails, uno de ellos de Brigitta
agradeciéndome que le informara sobre
el viaje relámpago que había tenido que
hacer Marco a Alaska para firmar la
compra de unas propiedades, aunque en
realidad esa adquisición ya se había
efectuado, todavía no se había
procedido a su registro, por lo tanto eso
le daba un margen para poder justificar
su ausencia de la Fortaleza. La
secretaria de Marco me ha explicado
que había informado a un par de
miembros del Consejo que habían
preguntado por Marco y que se habían
mostrado encantados de que al fin esa
operación financiera hubiera llegado a
buen puerto. Sonrío para mis adentros,
Marco había conseguido hacerse con
esos inmuebles a penas sin esfuerzo,
pero no hacía falta ser demasiado
explícito en los detalles, esperaba que
para el momento que tuviera pensado
regresar a Suiza ya hubiera podido
solucionar ese "afaire" suyo con la
humana, quizás para entonces su humana
ya hubiera dejado de serlo.
Hace casi una hora que he dejado a
Ever en uno de los centros comerciales
más exclusivos de Londres, ha insistido
en que debía comprar algunas cosas
más, que tenía que estar preparada para
cualquier eventualidad, sonrío al pensar
en que quizás en realidad habrá tenido
que devolver alguna de esas blusas que
tanto tiempo ha tardado en elegir, cómo
lo había llamado… ¿Seda salvaje?, pues
la seda salvaje y la selva no creo que
sean de fácil combinación.
Enciendo un cigarrillo mientras
selecciono en la agenda del móvil el
número del tipo al que suelo recurrir
cuando estoy en Londres, necesito que
me prepare documentación falsa,
necesitaré algunas tarjetas de crédito,
visados para Vietnam, y un par de
pasaportes para Ever y para mí, lanzo
una bocanada de humo mientras espero
señal de llamada.
−¿Puedo salir?
−Sí −responde Josh de forma
inmediata.
−Quédate aquí −la voz de Step
suena autoritaria−. Pon que nació en
1993.
−Claro, pon eso para aliviar su
conciencia de pederasta −susurro,
mientras Stephano me devuelve una
mirada llena de reproche.
STEPHANO
Entramos en el local bajando unos
cuantos escalones, es uno de eso típicos
pubs ingleses que ha permanecido
inalterable los últimos cien años, con
fotos de la reina madre y de otros
miembros de la familia real en las
paredes forradas de terciopelo verde,
los amplios sillones de color granate
dispuestos alrededor de mesas de
madera barnizada y justo en medio del
establecimiento una gran barra formando
un amplio rectángulo. Nos sentamos en
uno de los laterales, cerca de la salida,
justo al lado de una pequeña y antigua
campana de latón que deja escapar un
quejido metálico cada vez que el barman
anuncia que alguien ha dejado propina.
STEPHANO
Termino de abrochar el último
botón de mis tejanos cuando oigo cómo
la puerta de la habitación se abre y
cierra de un portazo y junto al olor de
Ever me azota el dulce olor de la sangre
de un humano, cuando abro la puerta del
baño y salgo al dormitorio, el
espectáculo que se descubre ante mí
colmaría los sueños de cualquier tío, y
aunque tengo que confesar que ver a dos
féminas revolcarse en una cama no me
deja indiferente, el hecho de que una de
ellas sea la que me privaría de aliento
en caso de que yo tuviera esa humana
costumbre de respirar, hace que
instintivamente el sentido de la posesión
no me deje pensar en compartirla,
incluso sabiendo que no es mía y que
nunca llegará a serlo.
Cuando hace un rato me anunció que
iba a por la cena no imaginé que se
refería a esto, estoy seguro que ni
siquiera se ha dado cuenta de que
observaba cómo retiraba su pelo del
cuello de su chaqueta a través del
reflejo de la pantalla de mi ordenador,
me gusta tenerla cerca, sobretodo estas
últimas horas en que se ha mostrado más
madura y totalmente colaboradora, su
presencia me estimula, hace que quiera
tener controladas todas las posibles
incidencias, no quiero correr ningún
riesgo, no cuando signifique ponerla en
peligro a ella.
Carraspeo a varios pasos de la
cama y ambas levantan la cabeza al
unísono, Ever desliza la tela de su
vestido hacia abajo, cubriendo sus
muslos, pero no lo suficientemente
rápido para que no alcance a ver que el
encaje de su ropa interior no lleva
dibujos infantiles, y desde luego no tiene
aspecto de ser de algodón. Sonrío.
Cuando la chica del pelo lila lanza
un grito reparo en el hecho de que es la
misma prostituta que se metió en mi
coche noches atrás, cuando vigilaba la
casa de Alessandra, Ever no puede
evitar reírse mientras le asegura que yo
solo quiero mirar, resoplo aunque en
otras circunstancias no estaría mal
ejercer de vouyeaur.
EVER
Cuando se acomoda a mi lado le
siento cerca, no físicamente, sino de un
modo algo más espiritual, nunca he
creído en esas cosas místicas, destino,
cartas del tarot ni nada del estilo, pero
eso ha cambiado, porque creo que todos
los astros se han alineado para poner a
ese ser que tengo al lado justo donde
está ahora. Podría no haber sido él,
Marco podría haber enviado a por mí a
cualquier otro... Me mira paciente, con
esa serenidad que solo él sabe trasmitir
con una mirada, y cuando por fin lo
suelto, es como si fuese una piedra que
me ha ido arrastrando hacia el fondo de
un lago, pero él continúa ahí, y
siguiendo con la metáfora, está en la
orilla de ese lago, sosteniéndome la
mano para ayudarme a flotar.
Contarlo era una necesidad, una
necesidad que había nacido en mí hacia
tiempo, pero que hasta ese momento,
jamás había podido tan siquiera ni
plantear. Pero algo dentro de mí, me
había dicho que él era en quien tenía que
confiar, porque esas semanas han
significado algo, porque le quiero, le
necesito, jamás he tenido un amigo y él
es lo más parecido a eso que hay ahora
mismo en mi existencia.
STEPHANO
Rodeo sus hombros con mi brazo y
la acerco a mi cuerpo, arropándola,
beso su sien, me conmueve que por fin
haya confiado en mí, sé exactamente
cómo se siente y lo que debe haberle
costado abrirse a alguien, bajar las
defensas y exponerse a ser vulnerable, y
lo sé porque yo siempre he actuado del
mismo modo, sin dejarme conocer nunca
del todo, sin mostrar a nadie lo que
siento, sin arriesgarme a jugar cuando no
tengo buena mano... La estrecho un poco
más contra mi pecho y separo mis labios
de su frente.
Me siento a gusto con ella a mi
lado, estoy satisfecho de que hayamos
podido hablar, igual que habíamos hecho
los primeros días que pasó en la
Fortaleza, me alegro de que hayamos
acercado posiciones, y si bien esa
herida incipiente que se forjó en mi
pecho tardará en sanar, sé que mi
elección ha sido la adecuada, prefiero
que seamos amigos y tenerla en mi vida
a tener que alejarme de ella. No será
fácil, pero nada que merezca la pena lo
es, y también sé que he tomado la
decisión correcta y que debía ser yo y
no otro quien hiciera este viaje.
Cuando me encuentro con sus ojos
su mirada es cálida y parece aliviada.
ALESSANDRA
Dos largos días con sus largas
noches de agonía, y sobreviviendo.
Quizás se tratara solo de eso, de intentar
dejar pasar las horas, los días, las
estaciones. He acabado con todo el
alcohol que tenía en casa y con todos los
cigarrillos, incluso he agotado las
lágrimas, ya no me quedan lágrimas,
ahora mi llanto es seco, profundo, ese
tipo de llanto que no tiene fin, que no se
acaba nunca porque la herida que
produce el dolor es imposible de cerrar.
A mi cabeza vuelve una y otra vez
su pregunta "¿Serías capaz de estar
conmigo para siempre?"... Para
siempre... Siempre... Por supuesto que
lo sería, claro que quería vivir el resto
de la vida con él, toda una eternidad a su
lado incluso me parecía insuficiente.
Pero en aquel momento y por una
fracción de segundo había dudado, y
había dado la respuesta equivocada, sí
sería capaz de pasar el resto de mi vida
con él, pero mi vida era efímera, finita,
limitada y eso le condenaba a una
eternidad en soledad cuando yo
muriera... Aunque yo en realidad no
había dudado, yo solo deseaba amarle y
que me amara del mismo modo que lo
hacía en ese momento, con la misma
pasión, con el mismo anhelo, de esa
única forma que puede amarse, que
duele cuando te falta el aire en el pecho,
la única manera en que merece la pena
amar, no quería perder lo que tenía en
ese instante, no quería que algo así se
diluyera en el tiempo por la fuerza de la
costumbre, o de la monotonía... Yo sabía
que podría amarle así siempre, con las
mismas ansias del primer instante, pero
dudé, sí, dudé de que él pudiera amarme
así, hasta el fin de los días, ese fin sin
final, del mismo modo, por toda una
eternidad... Sí dudé, soy humana e
imperfecta. No debí hacerlo, mi
respuesta debiera haber sido la que mi
corazón me dictaba y no hacer caso de
mi cabeza, lanzarme a sus brazos y
asegurarle que podía ser suya para
siempre, amarle por el resto de su vida.
Pero tras descender del London
Eye, de la cima del mundo donde me
había ofrecido la eternidad, él
desapareció y ni siquiera sabía si sería
para siempre, dos largos días con sus
largas noches de agonía, y no le sentía a
mi lado, cerca de mí como otras veces, y
no acompañaba mis sueños, ni le intuía,
como le había intuído desde la primera
vez que le vi.
¡Qué paradoja!, me sentía muerta
estando viva, y en esos momentos nada
desearía más que morir en sus manos
para renacer junto a él en las tinieblas y
pasar juntos el resto de la inmortalidad.
Me rueda la cabeza, tengo nauseas,
siento la boca pastosa y creo que
necesito otro trago, pero no queda en el
mueble bar ni una sola botella, miro a
mi alrededor y no reconozco mi casa, ni
siquiera siento necesidad de reconocer a
esa joven ojerosa y despeinada que me
mira desde el otro lado del espejo...
Dormir, solo quiero dormir y quizás
podré volverle a soñar, y en mis sueños
todo estará bien, estaremos juntos,
siempre, como deberíamos haberlo
estado.
Suena el timbre de la puerta y doy
un respingo. Me levanto con desidia de
la Chaise−longe donde llevo horas
sentada, mirando hacia la terraza a
través de los cristales, sabiendo de
antemano que no se trata del único ser
en el mundo al que me gustaría ver, él
jamás picaría a la puerta. Miro a través
del intercomunicador y veo que es Ever,
la vampira un tanto extraña, la misma
que me salvó la vida un par de días
atrás, un par de días... Y parece que
hace siglos... Por toda ropa llevo una
camisa de Marco pegada a mi piel, me
pongo un batín por encima y abro la
puerta desde arriba, mientras bajo
penosamente los escalones apoyando mi
mano en la pared, pienso que puede
haberla enviado Marco, eso me da unos
segundos de esperanza, pues también sé
con certeza que no hubiera enviado a
nadie si quisiera verme.
MARCO
La autodestrucción cuando eres
inmortal se convierte en una destrucción
al prójimo sin precedentes. Dejo caer mi
cuarta víctima de la noche a mis pies, y
pienso en que esta vez voy a tener que
limpiar yo mismo lo que he ensuciado.
Miles de ideas se agolpan en mi mente,
chocando unas con otras, haciéndome
bailar al inconfundible son de la
confusión, esa canción que te hace
cambiar de opinión cada dos segundos,
y me siento estúpido, como un ser
irracional, como si no tuviese nada
controlado, me siento… Muy humano.
Todos juntos y revueltos, tres chicos
y una mujer de edad adulta, el fuego se
refleja en mis ojos, calienta mi fría piel,
y enternece mi muerto corazón. Cuando
suena mi teléfono es como que todo
vuelve a la realidad, todo cobra sentido,
el vacío de mi pecho, el sentimiento de
desespero, las ganas de dejarlo todo a
un lado y volver junto a ella, sin
importarme si está viva o muerta, en
definitiva, pasándome por el forro esas
leyes que yo mismo he dictado. Contesto
al teléfono, pero creo que se me ha
olvidado hablar, Stephano me informa
de que están todos los preparativos
realizados, que ha hablado con algunos
informadores de la zona y que se
dispone a viajar hacia… La verdad,
dejo de escuchar cuando me doy cuenta
que mis pasos me han acercado al punto
de origen, donde se ha instalado mi
corazón a pesar de que mi razón le grite
que está loco. Cuelgo, creo, al menos mi
móvil vuelve a estar en el bolsillo, no he
escuchado nada de lo que me decía mi
interlocutor, pero no importa, sabe hacer
su trabajo, mucho mejor que yo el mío,
si alguien va a controlar la situación ese
va a ser él.
El inconfundible olor de
Alessandra, ese olor dulce que hace que
me arda la garganta aún estando saciado
de sangre, se mezcla con el reciente olor
de Ever… Esa loca vampira parece
estar dentro de la casa con mi dulce
humana y dudo si entrar o mantenerme
impasible fuera. Mi espalda se topa con
el tronco de un árbol, y me mantengo ahí
a la espera de ver cómo discurre la
situación, barajando las distintas
opciones que tengo, la más sensata, sin
duda, sería la de eliminarla, volver a mi
vida y olvidar que todo eso ha tenido
lugar. Pero obviamente esa no es la
opción que voy a tomar, no estoy donde
estoy por haber sido sensato en mis
decisiones. Y una vez envuelto en el
caos del amor, ya voy adelante con todo,
con todas sus consecuencias, con todo lo
que eso me conlleve. Ahora pienso que
ha sido buena idea que Stephano se
marche lejos, no me gustaría que mi
mierda le salpicara a él. Si todo esto
sale mal, jamás debe verse implicado,
es algo así como una promesa interna
que me hago a mí mismo.
Y cuando veo a Ever desfilar
enfadada calle abajo, decido dos cosas,
una es buscarle un psiquiatra a esa
chiflada que se empeña en chillar a la
nada, y la decisión más importante es la
que tomo en referencia a Alessandra. A
la mierda todo, yo solo quiero estar con
ella.
La casa huele a cerrado, a alcohol,
a humo de cigarrillo… El salón está
como si un tifón hubiese pasado por allí,
y lo primero en que reparo es en las
diversas botellas que reposan en
distintos lugares de la estancia. Me
agacho para recogerlas todas y
alinearlas una a una sobre la mesilla de
té.
Y como un estúpido adolescente
pienso en qué voy a decirle cuando
cierre la puerta por donde está viendo
marcharse a Ever y vuelva sobre sus
pasos y me descubra en su salón,
totalmente derrotado, rendido a ella,
vencido por sus ojos, por sus labios, sus
besos, sus caricias… Por el amor
inconmensurable que siento por ella.
−No sé cómo tomármelo −digo muy
despacio−. Bueno, está visto que es
mejor morir de cirrosis que pasar la
eternidad a mi lado, no sé Aless…
−alargo el silencio−. Pensé que me
querías.
−¡Y te quiero! −se apresura a decir.
−¿Un trago para celebrarlo? −digo
cínicamente, levantando una botella.
STEPHANO
Se aleja para ir a buscar unas
revistas y yo todavía mantengo clavados
los ojos en el final de su espalda, y
aunque sé que nuestro simulacro de
historia ha sido solo un espejismo, lo
cierto es que mientras veo cómo se
mueve, cómo su cuerpo cimbrea como
esas esbeltas palmeras del desierto,
todavía mantengo el recuerdo del tacto
de su piel en mis manos, muevo la
cabeza mientras sonrío, y aunque mi
sonrisa ya no es amarga, tiene el regusto
de aquel que perdió incluso antes de
haber poseído, que es quizás la más dura
de las pérdidas. Sí, va a ser duro
permanecer a su lado y lograr resistir el
impulso de dejar que su pelo resbale
entre mis dedos, que la yema de mi
pulgar acaricie la piel de sus jugosos
labios... Va a resultar complicado, sí, y
tengo la ligera impresión de que no va a
ponérmelo nada fácil, pienso de nuevo
en esa falsa imagen de eterna
adolescente que encierra en su interior
la fuerza de un volcán a punto de entrar
en erupción.
Aún recuerdo el libro que estaba
releyendo cuando Marco me envió a
Alaska a una misión rutinaria, pan
comido, algo sencillo, no me iba a
ocupar demasiado tiempo porque a
pesar de llevar varios siglos tras la pista
de esa vampira, ya se había localizado,
y nuestros contactos la tenían vigilada...
Un viaje relámpago y podría entrar en
acción en el frente asiático, algo que
llevaba tiempo deseando, un viaje que al
final ha dado un vuelco a mi vida,
aquella historia de Nabokov que ahora,
sin pretenderlo, empezaba a recordarme
a la mía, solo que los vampiros no
estamos subyugados por el concepto de
la culpa, aunque sí podamos dejarnos
arrastrar por la tentación.
Y aunque a veces casi logra
sacarme de quicio, es mi Lo, ella jamás
lo sabrá, pero...
Una voz un tanto estridente
interrumpe el curso de mis
pensamientos, una mujer joven, morena,
con un escote de vértigo que muestra con
generosidad y sin ningún reparo, está
parada junto a mí y gesticula diciéndome
algo, me disculpo porque ni tan solo me
había detenido a escucharla, pregunta
por el punto de información más
cercano, un problema con un enlace de
su vuelo.
Le indico dónde está el mostrador
de información y ella acerca tanto su
cuerpo al mío que elimina casi por
completo la distancia apropiada entre
desconocidos que impone la cortesía, su
sangre resulta insípida a mi olfato, casi
tanto como esos cuerpos cincelados a
golpe de bisturí y silicona, no puedo
apartar los ojos de sus labios,
demasiado hinchados para resultar
sugerentes.
Y de pronto, aunque noto su
presencia no la veo aparecer, en una
fracción de segundo su mano tira de mi
camisa hacia sí y su boca atrapa la mía
con urgencia, con esas ansias que
alimentan la desesperación, su lengua
buceando en mi boca hasta adherirse a
la mía, un beso brusco, prolongado, de
esos capaces de cortar el aliento. No
puedo pensar, solo puedo sentir, siento
sus pechos generosos y cálidos
aplastándose contra el mío, anulando el
espacio entre ambos, siento el olor de su
piel que me embriaga, el roce de su pelo
en mi cuello, la suave piel de su
garganta... Trato de pensar, de pensar
que no está bien, que nos distancian por
lo menos seis siglos de experiencias, de
dudas, de anhelos, que a la vista del
mundo ella casi es una criatura y yo un
adulto... No está bien, he de parar esto o
sé que terminaré con mi muerto corazón
hecho pedazos, porque siempre quien
ama es quien más pierde, ella es
demasiado joven para querer ir más allá
de un simple juego, de una aventura, de
un instante en la inmensidad del
tiempo... He de pararlo, mi cabeza me
advierte que me detenga y ordena a mis
brazos que la aparten de mí.
Abro los ojos mientras sujeto a
Ever por los hombros, apenas la he
apartado de mí unos centímetros, los
suficientes para poder reflejarme en el
fondo de los suyos, nuestra respiración
reinventada y convertida en ritual para
poder pasar desapercibidos entre los
humanos, es entrecortada, casi un jadeo,
sus labios entreabiertos, húmedos de
saliva, permanecen expectantes, noto el
leve movimiento de sus hombros bajo
las palmas de mis manos, su lengua
sonrosada apenas se vislumbra entre sus
dientes, su pelvis a un palmo de la mía,
puedo oler sus ansias y sus ganas que se
entremezclan con las mías... Y mi cabeza
que me grita que le ponga fin.
−Ever... ¡Ever!
−¿¡Qué!? Por qué me gritas.
−El pasaporte −dice sonriéndome y
sonriéndole a la chica del mostrador.
−Toma, digo sacándolo del bolsillo
trasero de mis vaqueros y dándoselo a la
joven.
−¿Crees que es sitio de llevar una
documentación tan importante? −y me
doy cuenta que mi mano esta libre y
sola.
−¿En serio vas a regañarme ahora
por eso?
−Que tengan buen vuelo −dice la
pelirroja ampliando su sonrisa.
−Anda dame −dice Step tirando de
mi pasaporte y guardándolo él mismo−.
¿Se puede saber en que estabas
pensando? ¡Estabas totalmente ausente!
−Pensaba en que eres un gilipollas
−digo sacándole la lengua.
STEPHANO
Tras más de catorce horas de vuelo
y dos escalas, el cansancio empieza a
hacer mella en algunos de nuestros
compañeros de viaje, sin embargo
nosotros estamos pletóricos, aunque
debemos fingir que dormimos o que
estiramos las piernas de vez en cuando
para no levantar sospechas ni llamar la
atención entre los demás pasajeros.
La primera escala en París solo fue
técnica, la segunda, en Bangkok, ha sido
bastante más larga, casi cuatro horas
hasta que hemos embarcado de nuevo,
aunque de todos modos Ever y yo no
hemos abandonado el aeropuerto, creo
que le hemos cogido el gusto a esos
pequeños almacenes de mantenimiento
que suele haber en todos las terminales.
Nos hemos cambiado de ropa en uno de
los lavabos que hemos convertido en
mixto mientras volvíamos a devorarnos,
no creo que pudiera cansarme nunca de
bucear en su boca, sus labios carnosos
se han convertido en hipnóticos, y
cuando camina delante de mí y se pone a
mover las caderas, entonces puede
detenerse el mundo porque no existe
otro lugar en que mi vista pudiera
perderse con mayor placer.
Hemos tirado la ropa sucia en una
de las papeleras, el olor a sexo habría
resultado evidente hasta para la torpe
nariz de un humano.
Hace rato que hemos entrado en el
espacio aéreo vietnamita, una hora antes
Ever ha pedido una manta a una de las
azafatas alegando que tenía frío, con esa
misma excusa se ha cubierto hasta la
cabeza, una de sus manos, que llevaba
rato reposando sobre mi muslo, lo
abandonó de repente para centrarse en
desabrochar los botones de mi bragueta,
di un respingo y me afané en mirar hacia
todos lados, solo me relajé un poco
cuando comprobé que a nuestro
alrededor casi todos los pasajeros
dormían o estaban enfrascados en una
película a punto de terminar, Alfie, creo
que era.
Cierro los ojos, mientras pienso que
la visión de sus labios no solo es
hipnótica, su boca y su lengua me están
volviendo loco... Y estoy a punto de
correrme.
Por megafonía el capitán anuncia
que nos abrochemos los cinturones y
pongamos en posición nuestros asientos
porque estamos a punto de llegar a
nuestro destino, giro la cabeza al tiempo
de ver cómo Ever se limpia los labios
con el dorso de la mano y me devuelve
una mirada cargada de morbo e
intención, aunque el capitán esté a punto
de tomar tierra yo ya hace un rato que he
rozado el cielo con las manos.
Dos horas después estamos
sentados en una terraza de un hotel de
mala muerte en los suburbios, es el lugar
acordado desde Londres para establecer
contacto con nuestro confidente, quien
me tendrá que poner al día de la
situación y nos llevará hasta el lugar en
que nos tenemos que reunir con nuestro
enlace, a unos 60 kilómetros de la
capital, antes de internarnos en la selva.
Necesitamos los servicios de un
contacto local ya que a los extranjeros
nos está prohibido conducir por las
carreteras vietnamitas, y no queremos
que las autoridades se percaten de
nuestra presencia, cuanto más
desapercibidos pasemos mejor, de todos
modos para evitar problemas
innecesarios viajamos con pasaporte
británico.
Durante la última hora solo las
moscas y tres tipos diferentes de
mosquitos se han acercado hasta
nosotros, obviamente estos últimos no
han obtenido beneficio alguno, aunque
de haberlo intentado tampoco habrían
podido atravesar nuestra piel. Un par de
niños descalzos y con la cara manchada
de mocos han estado merodeando por
las tres o cuatro mesas que están
ocupadas en estos momentos, los
chiquillos han salido disparados y han
desaparecido instantes después de
lanzarles unas cuantas monedas.
Ever no ha hablado demasiado
desde que hemos llegado aunque lo
observa todo con detenimiento, como
estudiando todo lo que está viendo, igual
que hacen las personas que ven algo por
primera vez, algo que sin resultarles del
todo desconocido no acaba de
convencerles.
La camarera ha recogido la mesa un
par de veces ya y ha retirado los vasos
vacíos, le hago un gesto con la cabeza
para que vuelva a servir lo mismo,
asiente con una leve inclinación de la
suya y una de esas sonrisas
complacientes que anticipan la
expectativa de una generosa propina.
STEPHANO
No hemos llegado todavía a la zona
en la cual, según los informes, se había
visto avanzar a los últimos insurrectos,
se han atrevido a llegar hasta casi unos
50 o calculo 60 km de Hanoi, demasiado
cerca de la capital, demasiado cerca de
la civilización, y eso se puede convertir
en un gran problema.
Nuestro destino está todavía a unos
cien o ciento veinte kilómetros de
Hanoi, Chi Linh fue la localidad donde
empezaron a aparecer nuevos vampiros
de forma algo preocupante, semanas
después, las nuevas conversiones se
fueron extendiendo un poco más hacia el
este, en la zona cercana a la población
de Uông Bi, en pocas semanas los
nuevos convertidos casi se habían
duplicado, y eso había ocurrido hacía
casi dos meses.
Cuando contacté con Kenneth desde
Londres acordamos encontrarnos a unos
diez kilómetros al oeste de Chi Linh,
para que pudiera ofrecerme un informe
lo más detallado y actualizado posible
de la situación, necesito información de
la zona, que me de las coordenadas
sobre el terreno de los puntos más
calientes, y los sectores que todavía
están siendo vigilados. Kenneth me
servirá de enlace con el resto de
informadores de que disponemos en toda
la región.
Las órdenes son claras, limpiar la
zona, ningún vampiro descontrolado
puede permanecer con vida, y en
segundo lugar localizar al vampiro o
vampiros que han dado origen a esta
situación y enviarlos a la Fortaleza para
que sean juzgados, en caso de no ser
posible, exterminarlos.
Ever empieza a impacientarse, tomo
nota mental de que ese debe ser uno de
los puntos en que deberemos trabajar
duro, el apaciguar su temperamento, ha
de darse cuenta de que disponemos de
todo el tiempo del mundo y que no sirve
de nada precipitarse, una decisión
tomada a la ligera puede dar al traste
con el mejor de los planes, un mal
movimiento puede derribar de un soplo
la más brillante de las estrategias. Ser
paciente, va a tener que aprender a
dominar sus impulsos, a sopesar todas
las posibilidades que ofrece una sola
elección, a anticipar el resultado de
cualquiera de ellas. No se puede dejar
absolutamente nada al azar, no podemos
dar ningún margen a confiar en la suerte,
como hizo con la muerte de Lady
Edwina.
Sigue enrollando un mechón de su
pelo en uno de los dedos de su mano,
para volver a desenrollarlo deshaciendo
el perfecto bucle que se había formado.
−Ya no tardará −anuncio mientras
aplasto con mi bota el recién finalizado
cigarrillo.
−Y tú, ¿cómo lo sabes? −pregunta
escéptica.
−Bueno, digamos que lo presiento
−tomo nota mental para adiestrarla y
ayudar a mejorar sus dotes como
rastreadora, hace unos minutos que he
notado en el aire la presencia de alguien
que se acerca, no debe estar a más de
unos tres o cuatro kilómetros.
−Pues yo no he notado nada
−protesta mientras arruga la nariz
olfateando el aire−. Salvo algunos
animales que hace rato han cruzado el
río −asegura con firmeza−. Espera...
−me dice poniendo en alto una de sus
manos−. Sí, es cierto... −añade minutos
después−. Uno de los nuestros se acerca.
EVER
Las ruinas no son nada más que eso,
ruinas. Un montón de piedras puestas la
una al lado de la otra, o más bien caídas
la una al lado de la otra. Solo una
pequeña zona de ese templo mantiene el
techo intacto, el resto solo son paredes,
algunas no mucho más altas que yo.
Stephano deja caer su petate al suelo y
da un primer vistazo rápido, asegurando
el perímetro, o eso me parece a mí,
hasta que se detiene en la zona que ya
me he adjudicado como mía, la que tiene
algo de techo intacto, aunque me
preocupa la remota posibilidad que se
desplome sobre mi cabeza, prefiero
asegurarme un lugar lejos del sol y la
lluvia, que por este lugar creo es
cuantiosa.
Kenneth nos había hablado de
pequeñas guerrillas, vampiros de
reciente creación que se movían en
manadas, como rebaños sin un objetivo
del todo concreto, porque tanto iban al
Este, como cruzaban el río Rojo en
dirección a poblaciones más extensas.
Me preocupaba la posibilidad de tener
que enfrentarme a un número elevado de
esos vampiros, pues mi experiencia en
lucha cuerpo a cuerpo es limitada.
Dejo mi bolsa en un rincón, junto al
tronco de un árbol de grandes hojas
verdes e improviso de ese modo una
especie de camastro, que aunque no me
hace falta porque no duermo, creo que
eso me hace sentir un poco más como en
un hogar, al menos un sitio algo más
agradable donde pasar los siguientes
días... Puede que semanas.
STEPHANO
Dejo que tome la iniciativa, para no
tener experiencia en estas situaciones no
se desenvuelve nada mal, se orienta
fácilmente, sabe tomar decisiones
rápidas y tiene iniciativa, sí, desde
luego sabe manejar los recursos de que
dispone. Ha tomado uno de los senderos
que se pueden intuir entre esos altísimos
árboles, sigue caminando delante de mí
con determinación, siguiendo el curso
del río.
Llevamos ya unas horas
reconociendo el terreno, nos hemos
hecho una idea de los puntos claves
desde donde podríamos ser atacados,
hemos localizado el antiguo campamento
de la guerrilla del que Kenneth nos
había hablado, pero debe llevar días
abandonado, las cenizas de las hogueras
están completamente frías, y algún
cadáver que quedó abandonado sin darle
sepultura indica que por lo menos son
tres o cuatro días los que lleva a la
intemperie.
EVER
La lluvia es insistente, y cuando
deja de llover luce el sol, a veces ambas
cosas a la vez. Es desquiciante, horrible,
inhumano y miles de adjetivos más que
no me salen porque estoy agotada de
pensar. Los escasos seis metros
cuadrados que me adjudiqué a la
llegada, ahora son compartidos, pues no
iba a dejar que Stephano se consumiera
al sol, aunque ahora mismo, después del
tercer cigarrillo en menos de quince
minutos, lo haría encantada. Solo han
pasado un par de días desde que
llegamos y ya odio esto, la selva, la
lluvia, el barro... Odio que Step no lo
odie, hasta perece divertirse como si le
gustara estar siempre lleno de ese lodo
pegajoso.
Un gruñido se escapa de mi
garganta al comprobar lo ciego que está
con Marco.
−¿Hablas vietnamita?
−No, pero algo entiendo −se
adelanta hacia el neófito que empieza a
gritar.
STEPHANO
Me coge de la mano y tira de mí, la
miro de reojo, se ha comportado de
forma excepcional hace un rato, como si
se hubiera dedicado a esto desde
siempre, sin duda el hecho de haberse
pasado la mayor parte de la vida
huyendo ha hecho que sepa cuándo es
necesario mantenerse alerta, y a pesar
de que a veces se comporte como una
criatura, cuando llega el momento de la
verdad está ahí, atenta, decidida... Le ha
costado un poco deshacerse del neófito,
probablemente es el primer vampiro que
mata y no le ha temblado el pulso,
aunque solo sea de forma metafórica.
Sonrío y opongo la resistencia justa
para que no pueda avanzar, tirando a mi
vez de ella hasta que acaba a escasos
centímetros de mi cuerpo, rodeo con un
brazo su cintura y la alzo sin esfuerzo
hasta tener sus labios a la altura de los
míos, mientras con mi otra mano atrapo
su nuca enredando los dedos en el
nacimiento de su pelo.
EVER
Hay momentos que pasan a la
posteridad por ser grandes momentos,
por ser extremadamente importantes, o
diferentes. Pero también hay momentos
que pueden llegar a colarse en el ranking
de mejores momentos por su simpleza y
sencillez. Un gesto, una mirada o una
simple palabra puede marcar un antes y
un después incluso más brutal que la
bomba atómica.
"Serás mi Lo"
Y siento que me ahogo, y no es por
estar bajo el agua, con su cuerpo
aprisionando el mío y su boca buscando
la mía. Más que un ahogo físico es un
ahogo mental, sí, eso es, creo que mi
mente necesita respirar, tomar distancia,
ordenar las ideas y volver a retomar un
poco quién era yo antes. Yo y
simplemente yo, sin responsabilidades,
y con la única preocupación de seguir
con vida el atardecer siguiente.
EVER
Tira de mi mano para ayudarme a
cruzar un pequeño charco. Un cigarrillo
recién encendido reposa entre sus
labios, y mientras nos dirigimos a toda
prisa hacia nuestro campamento, no
puedo evitar pensar que hace que todo
lo difícil sea fácil, y complica todo lo
que debería resultarme sencillo.
Entramos en las ruinas sorteando los
primeros rayos de sol.
Algo como...
−¿En serio no vas a contarme más?
−digo acomodándome en el hueco de su
hombro.
−Vamos a dejarlo en que ambos nos
reservamos la mejor parte −y su
encantadora y franca sonrisa ilumina su
rostro.
STEPHANO
Ahora que ya se ha escondido el sol
salimos de nuestro refugio y caminamos
tranquilamente, es una labor de
vigilancia rutinaria, el perímetro sigue
estando limpio, seguimos hablando,
compartiendo vivencias, el tono de la
conversación ha dejado de ser tan
íntimo, circunstancia que parece
aliviarnos a ambos, sé que todavía hay
muchas cosas por contar, o quizás ni
siquiera sea necesario contarlas.
EVER
Una lluvia de puños, rápidos y
certeros, cara de dolor, su espalda
empotrada contra una gran roca, que a
cada golpe parece a punto de
desprenderse de su emplazamiento
original, si cae, atrapará a ambos
debajo. Sacudo fuerte los brazos para
soltarme del agarre de un vampiro que
no aparenta más de doce o trece años de
edad, y cuando por fin cae al suelo me
precipito alocadamente contra esas dos
figuras que solo parecen un borrón.
Empujo con fuerza a Step, alejándolo y
al girarme salto con furia empotrando
todo mi cuerpo contra la roca haciendo
por fin que ésta se despeñe
arrancándome parte de la piel del
hombro y el triceps izquierdo, atrapando
al tipo alto debajo.
En pocos segundos la cabeza del
niño vampiro está totalmente chafada
contra una roca, mientras el tipo alto
intenta desesperadamente liberarse de la
tonelada de piedra que tiene encima,
pero Stephano le prende fuego antes de
girarse y correr hacia mí.
STEPHANO
Sin duda era un buen tío, y ya no
hay nada que hacer. Noto la presión de
la mano de Ever en mi antebrazo, ella
también lo ha olido, ese olor
característico que deja el cuerpo de un
vampiro carbonizado, cuando se ha
convertido en cenizas y no es más que
una vaga mancha ennegrecida sobre la
tierra en ese claro del bosque, ese olor
persistente entremezclado con la esencia
misma de Kenneth, con ese olor que
reconozco de inmediato, tras haber
permanecido en la Fortaleza los últimos
tres o quizás cuatro siglos. Hemos
compartido misiones, he llegado a poner
mi vida en sus manos en más de una
ocasión, del mismo modo que yo he
salvado la suya también más de una vez.
Un tipo leal, será difícil de reemplazar,
muy difícil. He de informar a Marco.
Me doy la vuelta sin más, para
abandonar el claro, ya nada podemos
hacer por Kenneth, cuando vuelva a la
Fortaleza yo mismo se lo explicaré a
Giovanna, sé que estaban muy unidos, es
lo mínimo que puedo hacer. Ever está a
mi espalda, se ha puesto en marcha en el
mismo momento que lo he hecho yo,
hace apenas unos instantes ha sido ella
la que me ha salvado probablemente la
vida, yo sabía de antemano que podía
confiar en ella, igual que Marco lo hará,
sé que algún día podrá confiar en ella
del mismo modo que yo lo hago.
Nunca había sentido miedo antes de
conocerla, al menos no ese tipo de
miedo físico que llega a paralizarte, y he
vuelto a sentirlo del mismo modo que lo
sentí en Londres cuando Marco estuvo a
punto de acabar con ella, con ese ataque
por sorpresa por parte de esos vampiros
recién convertidos y descontrolados, he
masticado el miedo en la boca del
estómago, miedo a perderla, miedo a no
poder protegerla, a no llegar hasta ella a
tiempo, pero me ha sorprendido, una vez
más lo ha hecho, se ha sabido defender,
se ha deshecho de uno de ellos e incluso
ha sido ella quien me ha cubierto la
espalda, ha sido rápida y resolutiva,
aunque no pienso decírselo para que no
se confíe, nunca debe confiarse, un
vampiro confiado tiene todos los
números para acabar siendo un vampiro
muerto.
EVER
Olía a flores, tan solo hacía un par
de horas mi pelo lucía totalmente limpio
y desenredado, brillaba y olía a flores...
STEPHANO
Lleva tres días apenas sin hablarme,
con un cabreo descomunal, y no puedo
echarle la culpa a los cambios
hormonales, pero creo que está
extremadamente sensible y se defiende
atacando, atacándome, embutiendo sus
sentimientos en una coraza. Pero lo dijo,
aunque ni ella misma quiera
reconocerlo, admitió que se estaba
enamorando de mí... ¿Puede ser posible?
¿Seguro que no me engañaron mis
sentidos o se nubló mi razón? Todo es un
contrasentido, dice que se enamora de
mí y me huye, se enfada, cuando trato de
acercarme se aleja, si muestro una parte
de mí más íntima, algún resquicio que
nunca antes ha visto y me arriesgo a
mostrar mis sentimientos me asegura que
lo nuestro solo es sexo... Solo eso...
Pero estoy seguro que no es tan fácil, ni
siquiera para ella, lo que nos está
pasando no se puede resumir como un
intercambio de polvos, es algo más,
siento que es algo más... Aunque hasta
hace poco tiempo yo tampoco quisiera
creerlo.
Han sido días tranquilos, tan solo
una de las tardes una incursión de un
grupo de cuatro o cinco neófitos a los
que pudimos reducir y eliminar sin
problemas, incluso sin tener que
hablarnos. No se distinguen rastros del
enemigo en kilómetros, así que supongo
que puedo intentar limar asperezas.
Está lavándose el pelo en el lago,
arrodillada sobre una gran piedra, echa
la cabeza hacia delante y zambulle la
melena en el agua cristalina, para
enjuagarla.
Mi sonrisa se ensancha, es la
“mujer” de mi vida, aunque ni siquiera
yo lo sepa todavía, aunque ni siquiera
ella se atreva tan solo a pensarlo.
EVER
Sigo enfadada, molesta, triste,
desamparada, porque mi cabeza da
vueltas a una velocidad descomunal. Y
cada vez que le siento cerca, me entran
ganas de gritarle y pegarle, es
inevitable, solo con verle le daría de
puñetazos hasta romperme los nudillos.
Victoria está sentada a mi lado, mirando
al infinito, aunque hace un buen rato que
ha reaparecido, aún no me ha dirigido ni
una palabra, creo que se mantiene
expectante por saber qué es lo que va a
ocurrir.
Voy dando toques a mi particular
balón, un, dos, tres, cuatro, pie, pie,
rodilla, pie, pie…
−Step, yo…
−Tú…
−¡Hazme tuya!
EVER
Decidimos marcharnos hacia el
norte, donde creemos que pueden estar
los grupos más numerosos, ha estado
lloviendo toda la noche, Step anda
delante de mí, y se gira de vez en cuando
para darme la mano en los tramos que él
considera complicados, me hace gracia
ese gesto, así que le acepto la ayuda,
aunque me parezca una soberana
gilipollez. Y me gusta cómo es, pero
más que eso, me gusta todo lo que me
hace sentir, y no sé si es el síndrome de
Estocolmo, porque en esa selva me
siento casi secuestrada, o si es que
desgraciadamente he caído en las redes
de ese ser que ahora alarga la mano y
me sostiene en volandas para cruzar un
charco, y besa mi hombro cuando vuelve
a dejarme en el suelo.
STEPHANO
Y aunque por un momento pienso
que puede ser una pregunta trampa, que
solo tiene dos posibles respuestas, me
alegro de que no me esté mirando a los
ojos, porque sería difícil negarle lo que
siento, a veces se me hace complicado
esconderlo. He visto su reacción cada
vez que he intentado acercarme un poco
más, como por cada paso que doy hacia
adelante, ella recula tres atrás. Y no
estoy dispuesto a perder lo que tengo,
esa complicidad, esa intimidad que
hemos alcanzado, que puede ser solo un
espejismo, al estar en un medio hostil y
completamente aislados, solos, y puede
que todo eso desaparezca en cuanto
volvamos a casa, a la civilización.
Pero me resisto a perder, tengo todo
el tiempo del mundo para intentarlo, sin
que se sienta presionada. Así que me
acerco a ella y la obligo a detenerse,
mis manos se acoplan perfectamente al
relieve de sus nalgas.
EVER
Jamás pensé que pudiera confiar
tanto en él como para desvelarle todo mi
pasado. No estaba orgullosa de él, fue
una época, unas décadas de mi larga
vida que prefería olvidar, enterrar en el
trastero de mi memoria, pero todo lo que
vivimos nos define como somos, y
puede que él merezca saber cómo soy y
quién soy. Creo que me estoy
enamorando de él, no, miento, estoy
locamente enamorada de él, y sé que él
siente también algo por mí, y merece
saber que por entre mis piernas han
pasado varios cientos de tíos, debe
saber que soy incapaz de amar, de
comprometerme, que en cuanto vea la
mínima oportunidad voy a hacerle daño,
voy a hacerme daño, porque es el juego
de la autodestrucción, un juego que se
me da muy bien y que sin saberlo va a
salpicarle a él también. Que entienda
por qué jamás voy a poder quererle, por
qué jamás podré entregarme sin
reservas. Que sepa que puede darlo todo
y recibir muy poco a cambio, no quiero
engañarle con promesas que no podré
cumplir.
−Sabes... Creo que vas a dejar de
beber whisky −y es la forma más
estúpida de empezar mi relato.
STEPHANO
La escucho en silencio, sin
atreverme siquiera a respirar por no
interrumpir el hilo de su voz ni de su
pensamiento, tiene la mirada perdida en
el horizonte, y aunque no me mira a los
ojos sé que no los rehúye, supongo que
no debe ser fácil buscar la manera de
desnudar el alma. Y sí, quiero que me
ponga a prueba, porque es muy posible
que sea yo mismo quien necesite
ponerme a prueba, desde que la conozco
jamás me he tenido que repetir tantas
veces que poseo un gran autocontrol,
escuchando su voz pausada
rememorando el pasado puedo sentir su
dolor, hago mía esa posible amargura
contenida durante años, y entiendo su
desconfianza, me es más fácil poder
entender su forma de actuar, por qué
unas veces puede resultar caótica y otras
espontánea para pasar a parecer retraída
solo unos instantes más tarde... Aplasto
el cigarrillo entre mis dedos.
Y por más que ese mantra de
tranquilidad se repite una y otra vez
dentro de mi cabeza, no puedo evitar
que mis dedos empiecen a hundirse en la
roca donde estamos sentados, y cuando
suelta una carcajada alegando que ha
tenido una inmortalidad ajetreada la ira
se apodera de mí. Salto de la roca
tirando de ella dejándola de pie a mi
lado, su mirada se encuentra en ese
momento con la mía, parece aturdida,
desorientada, tal vez dolida, en mis
nudillos polvo y ponzoña se mezclan y
mis ojos destilan todo el odio que soy
capaz de sentir. Mis músculos se tensan
y no puedo evitar que de mi garganta se
escape un gruñido áspero y profundo,
que rompe el silencio, y que es
amortiguado únicamente por cientos de
pájaros que salen volando asustados por
el estruendo de mi voz.
−Estás enfadado y me odias −dice
estrujando sus manos mientras retrocede
dos pasos y se gira dándome la espalda,
evitando así mirarme y perdiéndose de
nuevo en esa línea del horizonte donde
el mar se confunde con el cielo.
−Sí, por supuesto que estoy
cabreado −trato de controlar mi voz−.
Muy cabreado... −avanzo despacio en su
dirección−. Pero no contigo, ¿me oyes?
nunca podría enfadarme contigo, jamás
podría odiarte... −me detengo a
centímetros de ella, y apoyo mi mentón
en su coronilla−. Lo sabes ¿Verdad?
−Sí... −musita quedamente, apenas
despega sus labios, pero deja caer su
espalda hacia atrás, buscando el
contacto con mi cuerpo, mientras mis
labios se posan en su sien.
−Le mataré... −gruño de pronto
entre dientes, y no es una promesa, es
simplemente una necesidad, no me
importa dónde esté, ni cuánto tiempo
tarde en encontrarle, tengo una eternidad
por delante para hacerle pagar con
creces cada segundo de dolor que Ever
ha sufrido, dispongo de todo el tiempo
del mundo para hacerle desear haber
muerto antes de encontrarse conmigo−.
No importa cuánto tarde, pero juro que
lo haré −aseguro mientras separo los
labios de su piel.
−¿Ever?
−Ever...
−Dime... −le contesto,
acurrucándome más entre sus brazos.
−Estás muy limpia y hueles muy
bien.
−Gracias −digo cerrando los ojos y
disfrutando de la magia del momento.
−No era un cumplido, deberías oler
un poco más a estiércol.
STEPHANO
−¡Claro que no te odio! Pretendo
que pasemos desapercibidos, como
todas estas semanas… −digo
levantándome.
−Y ¿No podría embadurnarme con
polen o con flores o con algo menos
nauseabundo? −sugiere haciendo una
especie de puchero.
−Ufff −resoplo, me encantaría
complacerla, pero no puedo, lo
prioritario es la seguridad, sobretodo
estando en minoría.
−Pero... No tiene que ser ahora
mismo... −dice levantándose y dando
varios pasos hacia atrás, alejándose un
poco de mí−. Ah no... No tiene que ser
ahora ¿Verdad? ¿Step?
−Sí, lo siento, pero será mejor que
estemos siempre preparados −respondo
y tengo que aguantarme las ganas de
explayarme y decirle que me resulta
simplemente deliciosa cuando parece
enfadada, pero ante todo estamos en
medio de una guerra encubierta, a punto
de estallar.
La cojo de la mano y tiro
ligeramente de ella, bajamos hasta el río
que transcurre apacible unos metros más
abajo, formando en uno de los meandros
un pequeño lago natural, al que nutre de
agua una pequeña cascada que proviene
de otro río algo menos caudaloso. Llego
con ella hasta la orilla y me arrodillo,
tirando de su mano para que me imite…
EVER
Me cede la posición, me mira el
culo, lo sé, puedo notar calor justo en el
punto exacto donde se están clavando
sus ojos, puedo hasta notar cómo traga
innecesariamente saliva, incluso cómo
acelera estúpidamente su respiración,
nos hemos humanizado hasta tal punto,
que cuando no es necesario, seguimos
fingiendo ser humanos.
Y cuando más absorto en mi culo
está, finjo llevar hablándole durante
rato, quiero tomarle el pelo, pero creo
que la sorprendida soy yo, cuando su
voz profunda me acaricia con un
“cariño”... Cariño... No sé si lanzarme
sobre él y arrancarle la cabeza, o
follármelo allí mismo. Acelero el paso,
mientras decido cuál debe ser su castigo
por hacerme soñar de ese modo, y tan
absorta estoy en las consecuencias de
sus actos, que ya hemos llegado al punto
de destino. La cueva en el acantilado.
Me siento nerviosa, ¿Es una forma de
hablar? o ha querido decir algo, es
absurdo, estamos jugando a un juego que
en algún momento uno de los dos va a
tener que dar por perdido, uno de los
dos va a tener que renunciar a la
victoria, pero no voy a ser yo. Le
quiero, me quiere, solo falta que él sea
el primero en decirlo en voz alta, y yo la
primera en huir despavorida. Voy a
disfrutar un poco más de eso que hemos
forjado sin ningún tipo de esfuerzo, esa
íntima magia que nos envuelve, a parte
del verde.
Cojo un cepillo y gomas del pelo,
correteo por esa cueva que nos sirven de
campamento, voy hasta donde se
encuentra, le cojo el cigarro de entre los
dedos, doy una larga calada y lo apago.
STEPHANO
−Me gustas... −digo jadeando sobre
la piel de sus labios−. Pero creo que me
gustas mucho más con la cara limpia
−retiro una costra de barro seco de su
mejilla−. ¡¡Estás llena de barro!!
−¡¡Serás capullo!! −responde airada
poniéndose de pie de un salto y la imito
de inmediato, mientras suelto una
carcajada y la acerco a mí cogiéndola
de sus caderas.
−Ever...
−¿Crees que ya podría...? −pregunta
frunciendo las cejas y señalando el
barro de su cara con las manos.
−Sí −beso la punta de su nariz−.
Creo que hasta que volvamos a
internarnos de nuevo en la selva puedes
darte un baño, estarás más cómoda
−sonrío mientras veo como se aleja
hacia el río.
Estoy sentado entre las intrincadas
raíces de esos frondosos árboles, Ever
no está muy lejos de mí, columpiándose
en un improvisado columpio que le he
hecho con unas lianas, mientras
esperaba a que volviera del río, se
balancea, su melena va y viene al
compás de esos impulsos, las lianas la
mecen con ese mismo compás, las
mismas lianas que unas semanas atrás
aprisionaban sus muñecas impidiéndola
moverse, solo fingíamos que no podía
soltarse, para hacer más divertido el
juego.
Dejo el libro a mi lado y me deleito
en su visión, mientras apuro mi último
cigarrillo, veo su espalda, el contorno
de sus caderas, sus nalgas altas y
redondeadas y el mismo delicado
balanceo de aquel día.
No sé muy bien como ocurrió, todo
fue de repente, la vi acercarse al
campamento, llevaba algunos días
medio enfadada, parca en palabras, y
estaba bellísima, y fue como un
arrebato, querer poseerla por entero,
que todo mi ser la colmara por
completo. La acorralé contra un árbol y
se fingió sorprendida, tapé sus ojos y la
inmovilicé con aquellas benditas lianas,
al principio opuso resistencia, pateaba e
intentaba deshacerse de los nudos,
cuanto más tiraba para liberarse, más se
enredaba, cuanta más oposición ponía
más me excitaba.
La desnudé con celeridad, un tirón
para la camisa y otro para los
pantalones, y la contemplación de su
hermoso cuerpo expuesto para mis
manos era simplemente el delirio. Su
resistencia acrecentaba en mí el deseo, y
en cuanto con manos expertas recorrí
centímetro a centímetro la delicada piel
de su cuerpo, también su deseo y
lascivia crecían al mismo ritmo.
Mi boca muy cerca de su boca, muy
cerca de su piel, sintiendo nuestro
aliento, recorriendo su pelo, bajando
despacio por su espalda, mientras con la
otra mano acariciaba sus pechos y
jugueteaba con ellos endureciendo sus
pezones, descendiendo despacio hasta
colarme en el interior de sus muslos,
comprobando como su inicial
resistencia se tornaba asentimiento,
mientras mis manos provocaban su
humedad.
Su boca... Mi lengua, cubriendo su
piel de saliva, lubricando su sexo, mi
boca insaciable poseyéndola, mi boca
devorándola por completo, y sus
quejidos, sus jadeos quedos que
provocaban en mí nuevas sensaciones,
nuevos deseos de bucear en ella sin
compasión. De rodillas entre sus
piernas, mis manos la obligaron a
abrirlas un poco más, a exponer su sexo
que se abandonó rendido a la humedad
de mis caricias, humedeciéndose cada
vez más, dejando que sus fluidos
navegaran libres por el interior de su
sexo, rebosando en mi boca y
deslizándose poco a poco por la fina
piel de sus muslos, mientras me
colocaba a su espalda, con rapidez ya
había formado un reguero de saliva que
recorrí solícito por sus vértebras una y
otra vez, descendiendo por sus blancas
nalgas, que mordisqueaba con
voracidad, me deleitaba masajeándolas,
amasándolas, acoplando su redondez al
hueco de mis manos, continuaba
colocado a su espalda, haciéndola sentir
mi polla, cada vez más hinchada, entre
sus nalgas, empujando poco a poco con
suavidad.
De un tirón fracturé las lianas que
inmovilizaban sus manos por encima de
su cabeza y tiré de su cuerpo hacia abajo
para, sentado desde el suelo poder
hundirme en ella, jadeaba... Ella misma
rozaba sus pechos y acomodaba su sexo
sobre mi pelvis, gozando de esa
penetración pausada, poco a poco sin
prisas. Sus jadeos provocaban que el
fuego siguiera ardiendo en mi interior,
enardeciendo mi deseo hasta límites más
allá de lo imaginable.
EVER
Cuando pensábamos que no
volverían a atacar, que sería una noche
tranquila, ha sido todo lo contrario, un
grupo de neófitos, jodidos amarillos, ha
hecho una incursión hasta escasos
metros de nuestro campamento. Nos ha
costado varias horas y una estrategia de
desgaste el poder acabar con ellos. Step
y yo en cuestiones tácticas cada día nos
compenetramos mejor, nos entendemos
con solo mirarnos, sabemos exactamente
qué flanco atacar, cuál defender, en qué
momento cubrirnos las espaldas, es algo
que me asombra, ser capaz de
anticiparme a los movimientos de mi
compañero.
Cerca del amanecer, cuando hemos
comprobado que toda el área estaba
limpia, hemos bajado a una pequeña
cala recóndita, escondida de cualquier
mirada indiscreta, sin ningún tipo de
acceso desde tierra, solo desde el mar,
su orografía escarpada impide que
probablemente nadie antes que nosotros
haya pisado esa playa.
Me desnudo y me tumbo sobre la
arena, apoyando la cabeza sobre el
hatillo de ropa en que he convertido mi
camiseta y mi pantalón.
Se lanza al agua y al cabo de varios
minutos sale a la superficie, pasando sus
manos por la cara y por la cabeza, para
retirar el agua que empapa sus ojos.
Juego a enterrar las manos en la fina
arena, al menos estamos retirados del
verde de la selva, el sol pronto
empezará a despuntar, aunque está
nublado y cuando llueve, lo hace durante
días enteros. Es agotador, sucio y
aburrido. Pero empiezo a adorar la
selva. No sé cuánto tiempo tendremos
que estar aquí, supongo que hasta que
Marco decida mandar un relevo.
Se sumerge de nuevo y avanza por
debajo del agua para volver a emerger,
se vuelve a pasar las manos por la cara,
y me mira, me mira y sonríe, con una
sonrisa que no denota lascivia. Me
incorporo un poco, manteniendo los
codos en el suelo, alzando la cabeza y la
parte superior de la espalda. Sigue
mirándome. Y sé lo que siente, o al
menos creo saberlo, y quiero que lo
diga, pero me muero de miedo de que lo
haga, porque sé lo que está pasando
aunque ninguno de los dos lo ha dicho
aún en voz alta, porque una vez el viento
recoja esas palabras, ya no podremos
echarnos atrás.
EVER
Parece molesto, pensativo, puede
que enfadado conmigo aunque no le he
hecho absolutamente nada, o puede que
simplemente esté tan cansado como yo
de esos vampiros de tres al cuarto que
no dejan de importunarnos noche tras
noche, haciéndose la situación casi
insostenible. Si fuesen más listos, ya nos
habrían liquidado, puesto que solo
somos dos y ellos parecen ser cientos,
por suerte son cientos mal organizados.
Y de pronto se pone en plan
protector, como si fuese mi padre, y me
sugiere, por precaución, quedarme fuera,
y eso me enfurece, porque creía haberle
demostrado ya que soy tan buena como
cualquier otro de la Fortaleza, porque en
su día me propuse hacerle sentir
orgulloso de mí y con sus palabras solo
evidencia mi fracaso.
Y cuando le grito, cuando llevada
por la ira alzo la voz, se abalanza sobre
mí, sin previo aviso, pillándome
totalmente desprevenida, haciendo
estrellar mi espalda contra uno de los
muros, pone su cuchillo cerca de mi
cuello, amenazando en rebanarlo, me
mira directamente a los ojos, sin apartar
sus pupilas rojas de las mías, me mira
con una mezcla rara, algo que no sé
identificar, paso mi mano por su
antebrazo, acariciando sus músculos
tensos, hasta poner mi mano en la suya,
donde tiene el cuchillo y hago fuerza
para que lo apriete más contra mi cuello,
adoro tener mi mano enlazada a la suya.
Seguimos mirándonos, ni un solo
pestañeo para no perdernos un segundo
la visión el uno del otro, solo el rumor
de la selva y la lluvia. Sé que quiere
decirme algo, sé que quiero decirle
algo, hace días que esa situación
empieza a ser insostenible, pero solo
nos miramos, con su mano en la mía, y la
hoja del cuchillo apretando contra mi
cuello cada vez más fuerte, haciéndome
sentir el afilado filo a punto de
lacerarme la piel.
STEPHANO
Y cuando me da esa pulsera de
cuero trenzado, a juego con la suya,
tengo la impresión que puede tener un
significado especial, pero me paralizo,
no quiero dar por sentado cosas que tal
vez solo son así en mi imaginación, así
que únicamente hago un tonto
comentario sobre el color y no le miento
cuando le digo que me encantan.
Pero quizás ella esperaba algo más,
me ha parecido quizás un tanto
decepcionada, como si un halo de
tristeza hubiera empañado sus ojos
escarlatas por un instante, pero no hace
ningún comentario más, ha dicho que es
un regalo de "muy mejor amigo", yo
desearía ser para ella mucho más que
eso, pero son cosas que no se pueden
forzar, besa mi mejilla y sale al exterior.
Hoy está siendo un día tranquilo,
ninguna irrupción neófita, el día
amaneció con una copiosa lluvia que fue
poco a poco amainando, y el cielo está
totalmente cubierto de nubes, incluso
oscurece por momentos. Bajo hasta el
río para nadar un poco, pero me detengo
a unos metros de la orilla, en la espesura
de esa jungla, entre los árboles...
Ever está nadando y la visión de su
pelo flotando en las aguas me paraliza.
Ahora llega hasta la cascada y se
incorpora, poniéndose debajo, dejando
que el agua caiga desde su cabeza, con
sus manos peina su melena hacia atrás,
su cuerpo desnudo resplandece bajo
esas aguas cristalinas, el día está
nublado aunque ningún rayo de sol
lograría filtrarse entre la espesura de
ese techo que conforma una bóveda
vegetal densa y de tupido follaje.
Apoyo mi espalda contra el tronco
de un árbol, y sin darme cuenta mi
pulgar juega con el nudo de la pulsera
de cuero que me regaló hace unos días, y
todavía no lo sé, pero no abandonará ya
jamás mi muñeca, me gusta la sensación
que me provoca ese pedazo de cuero
sobre mi piel.
Sé que la amo, es inútil negármelo
por más tiempo, y me pregunto cuál fue
el instante en el que me di cuenta de eso,
cuándo cambió todo, cuándo del simple
polvo y una buena sesión de sexo he
pasado a sentir una necesidad absoluta
de compartir con ella toda mi eternidad,
cuál fue el momento en que rompí mi
promesa de no enamorarme, de no bajar
mis defensas, de no permitir que nadie
atravesara mi coraza... Y tengo la
certeza de conocer la respuesta, fue en
aquel hotel de Lugano, la primera vez
que me hundí en su interior y probé el
fuego de sus entrañas.
El estridente ruido de un trueno
rompe el silencio e interrumpe el hilo de
mis pensamientos mientras en cuestión
de segundos una lluvia torrencial se
precipita sobre nuestras cabezas. Me
adelanto hasta la orilla al tiempo que
Ever sale del agua y juntos volvemos
hacia nuestro refugio.
Mientras rebusca en su petate una
camiseta y empieza a cambiarse me
acerco a la entrada de la cueva, sigue
lloviendo aunque ahora de forma suave
y casi silenciosa, recopilo un montoncito
de guijarros y ejercito mi excepcional
puntería sobre una enorme hoja que a
unos veinte o veinticinco metros me
sirve de diana. Mientras las lanzo y una
tras otra van golpeando en el centro de
la hoja pienso en la encrucijada en que
me encuentro, en que sin haber sido
jamás un cobarde cuando estoy con ella
puedo llegar a notar cómo me tiemblan
las piernas, solo son dos palabras, cinco
sencillas letras que pueden cambiarlo
todo, o dar un paso adelante hacia el
vacío, o hacerme perder lo que he
logrado tener hasta ahora, dos simples
palabras... El guijarro vuelve a golpear
el centro de la hoja cayendo a tierra... Si
fallo el siguiente, se lo digo... De eso se
trata, supongo, cuando saltas al vacío,
pero de nuevo la piedra golpea en la
hoja y rebota en unas ramas más abajo.
Si fallo el siguiente tiro... Pero hago
diana de nuevo... Maldita sea mi
puntería... Aunque, pensándolo bien,
siempre podría hacerme trampas a mí
mismo, jugar con ventaja y forjar mi
propio destino.
EVER
Y no sé qué es, es como un flash,
como una punzada de realidad en toda la
sien, como el ciego que un día recobra
la vista, o un loco que recupera la
cordura de pronto. Primero miedo,
miedo a eso que le es desconocido,
¿Cómo sobrevivirá de nuevo a las
luces? ¿Cómo vivirá ahora en el mundo
de los “normales”?, pero después del
miedo viene la calma, como después de
la tormenta. Después de cuatrocientos
años vagando a la deriva, luchando
contra tifones y olas de quince metros,
de pronto, el mar se calma y me veo en
una barquita disfrutando de un remanso
de paz. Eso es Step para mí, mi remanso
de paz, mi isla de la cordura, mi visión
en la noche.
Está de pie, en la puerta de la
cueva, tira guijarros de piedra contra
una gran hoja que le sirve de diana.
Ajeno a todo aquello que está pasando
dentro de mí. Y sé que he perdido, si se
trataba de un combate estoy a punto de
coger la toalla y arrojarla al ring. Me
has ganado Stephano, ambos hemos
luchado duro, pero sin duda me flaquean
las fuerzas para continuar con el juego.
STEPHANO
Hemos vuelto a esa pequeña cala
recóndita, escondida de cualquier tipo
de mirada, que ya hemos convertido en
algo nuestro. En mi cabeza todavía
resuena el eco de esa canción que
elegida por ella al azar se ha convertido
en el primer vestigio de una historia que
empieza, aunque sin duda no es lo
primero que compartimos, antes hemos
aprendido a compartir la lealtad y la
confianza.
Dejamos la ropa en la arena y
entramos juntos en el agua. La abrazo a
mi cuerpo, la estrecho con fuerza, el
agua resbala sobre su piel, y la siento
más cerca de lo que he sentido nunca a
nadie, jamás dejé que nadie atravesara
el perímetro de seguridad que protegía
mi inerte corazón, nunca sentí la
necesidad de estar ligado a alguien más
allá de los inquebrantables lazos de
hermandad que tracé en la orden
templaria o cuando ingresé en la
Fortaleza. Pero ella atravesó la coraza
sin siquiera pretenderlo, y era
demasiado tarde cuando yo me di
cuenta, porque ha sucedido sin
pretenderlo siquiera, incluso sabiendo
que ella quería evitarlo con todas sus
fuerzas.
La amo con todos los poros de mi
piel, la amo con sus prontos y con sus
pequeñas estridencias, la amo tal y
como es y no deseo que cambie nunca.
Me besa, une sus labios con los míos y
parece que el tiempo se detenga, aunque
en realidad no importa porque tenemos
el dominio del tiempo en nuestras
manos.
La amo más que a mi vida, más de
lo que nunca pensé que se pudiera amar
a alguien, tanto que pensar que eso
pudiera no ser así duele, hiere en lo más
profundo del alma. Se deshace de mi
abrazo, vuelve a besarme y se dirige a la
orilla, completamente desnuda, camina
despacio y se deja caer en la arena,
donde se tumba, arqueando sus piernas.
Me zambullo en el agua y me adentro en
las profundidades, para bucear un rato.
Salgo a la superficie y a unos metros de
nosotros, en la orilla, veo una caracola
reposando sobre la arena, mecida,
lamida, por las olas.
Me agacho a recogerla y la acerco a
mi oído, se escucha el murmullo del
mar, acompasado, una melodía tenue y
se la entrego.
EVER
Me quedo embelesada mirándole y
no puedo evitar pensar que es el ser más
atractivo que he visto jamás, no solo
eso, es el tío más atractivo, bueno,
amable, tierno, fuerte... Y lo mejor de
todo es que es mío.
Tomo la caracola entre mis manos,
me parece lo más bonito que he tenido
nunca, la acerco a mi oído para escuchar
el rumor del mar, Stephano me mira y
sonríe, se le ve feliz, seguro que si
pudiera verme a mí misma, me vería
feliz. Y de pronto caigo en algo, en un
detalle, en un importante y preocupante
detalle...
−Stephanooooooooooooooooooooooo
−grito sabiendo que no va a escucharme
−. Me cago en mi puta vida… −creo que
voy a ponerme a llorar.
−¡¡¡Steeeeeeep!!!
STEPHANO
Dos días, dos jodidos días, cuarenta
y ocho putas horas buscándola sin
resultado. He encontrado y perdido su
rastro cientos de veces, he corrido en
círculos, ampliando el perímetro desde
el último punto en donde la vi, cuando
ella decidió hacerse cargo del jodido
neófito amarillo, y me gritaba que yo
corriera hacia la derecha, no me dio
tiempo a decirle que esperara, otros dos
neófitos se habían tirado sobre mí.
Cinco minutos, solo cinco minutos
fueron necesarios para deshacerme de
esa escoria y ella se había esfumado
como el humo.
Sigo corriendo, creo que no he
dejado de hacerlo en ningún momento
mientras me ha sido posible, incluso he
seguido buscando a la salida del sol
mientras mi piel se quemaba, mientras
pude soportar el dolor y con impotencia
tenía que retirarme a algún refugio hasta
que el sol empezaba a esconderse. No
me importan las quemaduras ni el dolor,
no tardan demasiado tiempo en curarse,
sin embargo si no la localizo, si pasa
más tiempo sin que encuentre su rastro...
Sigo buscando, solo me detengo
para olfatear el aire, comprobar una
rama rota, una brizna de hierba
arrancada, vuelvo a olfatear y nada.
Algo va mal, lo sé, lo noto, ella nunca
actuaría así, algo va mal, y me
desespero, grito su nombre una, dos, tres
veces con la esperanza que el eco me la
devuelva, pero es en vano. Han ido
pasando las horas y con su paso ha
aumentado mi desesperación, y el
enfado de querer matarla cuando la
encontrara se ha tornado en querer
morirme si no la encuentro.
Me siento en el suelo, apoyo la
espalda en el tronco de un árbol, tengo
que pensar, Stephano piensa, no puede
haber terminado todo así, aquel neófito
no ha podido acabar con ella, no quiero
pensarlo, me niego siquiera a creerlo.
Ella es lista, rápida, es fuerte, es una
“mujer” de recursos... Sin embargo ha
pasado demasiado tiempo sin que haya
dado ninguna señal de vida.
Llevo mis manos a mis sienes y
apoyo los codos en mis rodillas, piensa
joder, piensa, y no voy a rendirme, es
algo que no he hecho nunca y no voy a
hacerlo ahora. Pienso que todo es
injusto, pienso en estas últimas semanas
y en que han sido las mejores de mi
milenaria vida. Una vida de orden,
anodina, dedicada primero a dios y a su
palabra, y perdida después en el confín
de los tiempos hasta que entré a formar
parte de la Fortaleza, dedicando mi vida
al Consejo y a hacer cumplir las reglas.
Y ella, una vampira de aspecto
equívocamente frágil que no aparenta
más de dieciséis años, con sus risas, con
su espontaneidad y su pretendida locura
ha venido a ponerla patas arriba, y ahora
creo que no sabría vivir sin ella. Tan
solo unas semanas que han cambiado mi
vida por completo, y volveré con ella a
la Fortaleza o no lo haré nunca, me
quedaré en esta jodida selva hasta que
no quede ni un maldito amarillo. Me
levanto, paso mi mano por mi frente,
estoy ante una pared de roca, por lo
tanto no hay salida posible hacia la
derecha y entre la maleza, justo a mi
lado, veo una especie de trampilla rota,
medio camuflada por el follaje, pero
todo está intacto, no hay huellas en los
alrededores, y de pronto caigo en la
cuenta... Solo eso ha podido suceder.
−¡¡¡Jodeeeer!!! Maldito seas Step,
maldito seas para siempre, es culpa tuya
por no advertirla... Eveeeeeeeeeeer
−grito su nombre en vano, sin la
esperanza de que oiga siquiera mi voz.
−Eveeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee
Espero, espero a que el sonido de
mi voz encuentre un obstáculo, y que ese
obstáculo sea ella, y cuando estoy a
punto de pensar que he fracasado de
nuevo, el débil eco de mi voz me
alcanza...
−veeeer veeeeeeer
veeeeeeeeeeeer...
Espero.
−Eveeeeeeeeer,
Eveeeeeeeeeeeeeeer, ¿me oyes?, ¿estás
ahí?
−Ever cariño...
EVER
No voy a cortarme el pelo. Nunca.
Jamás. El pelo no nos crece. Si corto un
mechón... Si tuviera que cortarlo, jamás
volvería a ser la misma. Mi pelo me
define... Bueno hasta ahora me definía
mi locura, Victoria era parte de esa
definición, sin ella... Solo me quedaba
mi pelo, largo, negro, bonito... Siempre
enredado pero mío.
−Ever cariño...
−No, no, nooooo −grito−. Ves
pensando en otra cosa, porque yo el pelo
no lo corto.
−Está bien −resopla.
Silencio.
−¿¿¿¿¿Step??????
−Ever, nena... Si vas a hacer algo,
hazlo ya, o puede que no llegues a
tiempo.
EVER
Cuando con sus ojos me indica que
ha llegado el momento, salgo corriendo
ladera arriba, mi frenética carrera es
frenada constantemente por los arboles,
troncos y plantas que aparecen a mi paso
seguida de cerca de algunos neófitos sin
experiencia alguna, más movidos por la
inconsciencia que por una orden militar.
Hace días que Step trazó un posible
plan, en realidad fueron tres, e hizo que
me los aprendiera diciendo que nuestra
vida podía depender de ello. Corro en
dirección a unas cuevas que
descubrimos tras la maleza, después de
adentrarnos en ellas, vimos que tenían
una salida posterior, una fisura en la
roca oculta a simple vista, estrecha e
impracticable, pero por la que mi
cuerpo se desliza con más o menos
facilidad, aunque aún con eso, dudo que
el plan de Stephano tenga viabilidad.
Cuando mis ojos visualizan las
ramas que ocultan la cueva en vez de
relajarme me tenso un poco más, pero
me obligo a detenerme frente a esas
ramas verdes, esperando a mis
perseguidores, alguno de los cuales ha
estado casi a punto de echarme el guante
un par de veces.
STEPHANO
Me voy deshaciendo de mis
oponentes uno a uno, con contundencia,
a pesar de que se abalanzan sobre mí
uno tras otro, a veces a la vez, de forma
desorganizada y casi a la desesperada, y
aunque mi piel ha sufrido algún jirón y
tengo una brecha en uno de mis
costados, ellos están sufriendo peor
suerte, arranco la cabeza del que tengo
justo enfrente tratando de arrancar mi
mandíbula y empujo su cuerpo inerte de
una patada. Solo deben quedar dos o
tres, aunque noto que ahora me atacan
por la espalda, recibo un fuerte impacto
en mis riñones. Me giro con rapidez y
extendiendo ambos brazos con fuerza
lanzo a dos amarillos contra las rocas,
uno de ellos ha caído por el precipicio y
su cabeza rebota sin piedad contra las
piedras, cuando su compañero se
levanta y se lanza contra mí con una ira
descontrolada me aparto haciendo un
quiebro de cintura y se estampa contra
otro de los neófitos que se hallaba a mi
lado, esos segundos de desconcierto son
vitales para hacer que sus cabezas
reboten una contra otra y aniquilarlos.
Un fuerte olor a gasolina, humo y
olor a vampiro chamuscado me azota de
pronto, levanto la cabeza un instante y
compruebo una columna de humo a unos
cinco o seis kilómetros, en dirección
donde se encuentra la cueva a la que
Ever ha debido dirigir a los neófitos que
la perseguían. Todo debe estar saliendo
como lo habíamos planeado, así que en
poco tiempo estará de nuevo a mi lado,
y aunque me deshago con firmeza de un
neófito que no tiene pinta de asiático, me
ha costado bastante más de lo esperado
pues me he desconcentrado de mi labor,
ahora solo puedo esperar verla aparecer
por encima del montículo para
comprobar que se encuentra bien.
Vuelvo a centrarme en mis
oponentes, he deshacerme de los pocos
que quedan antes de que los que
sobrevivan en el interior de la cueva
empiecen a huir despavoridos, los
miembros sesgados, ponzoña y sangre
derramada, las cabezas arrancadas que
ruedan colina abajo, el panorama
parecería un tanto desolador para
alguien que no esté acostumbrado a los
lances de la batalla, yo llevo a mis
espaldas cientos como esa, incluso
bastante más cruentas.
Hago un recuento rápido de los
neófitos que tengo cerca, y continúo con
el plan establecido, es decir,
reagruparnos, por lo que empiezo a
correr colina arriba en dirección a la
cueva, compruebo que los pocos
neófitos que han quedado “con vida” me
siguen a corta distancia.
Después de un buen rato corriendo,
sorteando troncos de árboles y ramas,
casi estoy llegando a la entrada
principal de la cueva, cuando de repente
salta desde atrás y se posiciona a mi
lado, espalda contra espalda, como la he
enseñado, y solo estamos ella y yo
contra toda esa caterva de desarrapados
que de un momento a otro empezarán su
huida desesperada, tratando de
desprenderse de sus ropas y sus
miembros en llamas.
Bajo mi mano derecha hasta rozar
su pierna, un par de suaves golpecitos
son suficientes para indicarle que me
alegro de que esté a mi lado y la señal
para que se lance a por su oponente,
antes de que aparezca el primer vampiro
en la entrada, el olor a carne quemada se
intensifica.
Golpeo al tipejo pestilente que
tengo delante y arranco su cabeza con
ambos brazos después de propinarle dos
patadas certeras, me permito un instante
para mirar de nuevo hacia su posición, y
grito que vigile su espalda, aunque en el
fragor de la batalla no sé si podrá oírme,
además tengo el viento en contra. Corro
a su posición cuando veo que uno de
esos tipos la ha agarrado con fuerza por
el cuello, desde atrás, ella trata de
zafarse estirando hacia afuera de sus
dedos, de sus muñecas, pero se ha
aferrado a su garganta con fuerza, agarro
con una ira salvaje al neófito desde
atrás, mi brazo rodea su garganta y la
presiona sin piedad, mientras le arranco
los brazos, su cabeza corre la misma
suerte.