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Tempestades

Roser A. Ochoa & Yolanda García


Copyright © 2014 Roser Amat y
Yolanda García
Título: Tempestades
1a Edición Septiembre 2014
All rights reserved.
ISBN−10: 1500893102
ISBN−13: 978−1500893101
A todos los que nos han ayudado
en este duro camino.
PRÓLOGO

Paseo mi mano por uno de los


muros de piedra del pasillo que conduce
a las mazmorras en la Fortaleza, el sol
ha descendido aunque en este lugar
húmedo y frío, excavado en la propia
roca de la montaña, eso no importa. Me
detengo un instante, sintiendo la
rugosidad de la piedra en mi dura piel.
Fui convertido a la luz de las
tinieblas en el año del señor de 1125, y
no sé por qué me detengo en ese instante
a pensar en ello, como si la piedra que
tengo bajo la palma de mi mano me
impulsara a recordar, cuando contaba la
edad de 30 años, toda mi vida, desde mi
más tierna infancia la había dedicado a
él, siempre fui un fiel defensor de mis
profundas creencias religiosas,
dispuesto a blandir la espada y la cruz
en pos de la defensa de la fe. Como
caballero templario le dediqué mi vida,
incluso después de haber renacido en las
tinieblas, qué gran contradicción, sesgar
vidas humanas para alimentarme y
seguir enarbolando la espada para
mantener la fe más allá de nuestras
fronteras, en el mismísimo Jerusalem.
He sido testigo de cruentas batallas
que se iniciaron en nombre de Dios y de
la verdadera fe, campos anegados de
sangre y de cuerpos mutilados, vidas
sesgadas de cuajo, poblados enteros
arrasados, saqueados y sin embargo
dicen que somos los vampiros quienes
carecemos de alma, porque la misma
está condenada y ni siquiera resta el
consuelo de verla arder algún día en los
infiernos, esa puede ser una de las
desventajas de la inmortalidad.
Reanudo mis pasos por ese angosto
pasillo que debe conducirme a una de
las celdas, al mismo tiempo que reanudo
también mis pensamientos.
He visto reproducirse esas mismas
batallas en pos de otros dioses y de
otras creencias, exacerbando los credos
o queriendo dominar a otros países,
derrocando gobiernos, modificando
fronteras, aniquilando supuestos
enemigos, todo ello por la infinita
ambición de los seres humanos, sin
embargo es a mí y a los míos a quienes
se nos niega la existencia de alma.
He sido testigo de traiciones, de
cruentas luchas por el poder, de
magnicidios, de las más deleznables
vilezas, he observado desde primera
línea de fuego cómo se han declarado
guerras y se han desencadenado batallas,
y desde las tinieblas he sido mudo
testigo de cómo ha ido forjándose la
historia de la humanidad.
Siempre fui un hombre de fe, hasta
que perdí mi condición de ser humano
abrazando la inmortalidad.
He morado en la Fortaleza los
últimos ocho siglos, casi un milenio al
lado del vampiro más poderoso que
existe sobre la tierra, un ser sanguinario
que, al igual que yo se nutre de sangre
humana, pero cuyos principios y su
sentido de la justicia nada tienen que
envidiar al más justo de los hombres. He
consagrado mi vida a la Fortaleza, a
hacer cumplir y respetar las leyes que
promulgó el Consejo, y por propia
convicción mi lealtad y mi respeto se
hallan para siempre unidos a Marco, soy
su mano derecha, y en muchos casos, su
brazo ejecutor.
Llego a la celda donde esa vampira,
menuda y desgarbada, ha exhalado su
último suspiro inmortal, miro a mis
compañeros aprobando su trabajo con
un simple gesto de mi cabeza.
−Informaré a Marco −digo
simplemente antes de girar sobre mis
pasos y regresar por el pasillo por el
que he llegado.

Me gusta mi soledad, el orden, la


pulcritud, el silencio, no concedo la
gracia de la amistad con ligereza, pues
la amistad es un bien preciado que ha de
ganarse. Mi fama de taciturno me
precede, y la templanza dicen que es la
más remarcable de mis virtudes, aunque
no soy yo quien tenga que alardear de
tales cosas, llevo casi un milenio
morando la tierra en soledad, contando
con los dedos de una mano a quienes he
concedido mi lealtad, pero incluso la
vida ordenada y tranquila de un ser
inmortal puede convertirse en un caos si
alguien que se cruza en ella le hace
encontrarse de pronto en medio de una
gran tempestad.
Soy Stephano Massera y esta es la
historia de cómo puede cambiar la vida,
incluso la vida inmortal.
TEMPESTADES

EVER
Inmortal estaba lleno esa noche,
como casi todas las noches. Y más si
contábamos con que era fin de semana.
Entro sin hacer demasiada cola, nos
conocemos entre nosotros y tenemos un
trato de favor hacia nuestra especie. Me
aprieto entre la marabunta y doy un par
de empujones para poder llegar a la
barra. El cartelito indica un aforo
máximo permitido de 200 personas,
pero desde mi posición puedo
comprobar que se sobrepasa con creces.
Fuera la noche es fría, casi hielo, pero
dentro el calor que rezuman tantos
cuerpos moviéndose al unísono al ritmo
de la música hace que el calor sea
exasperante. Me despojo de mi camisa
de manga larga quedándome en tirantes.
Observo el panorama de Inmortal esa
noche, las había habido mejores.
−¿Te pongo algo? −grita el
camarero.
−No veo aún nada que me apetezca
−contesto al tiempo que le guiño un ojo.
Sigo escuchando la música mientras
mi pie se mueve al compás de los
acordes. Desde la barra puedo no solo
ver la pista de baile, sino también la
parte superior del local, los baños y el
guardarropía, al que se accede por dos
escaleras de caracol. El humo de los
cigarrillos, el sonido estridente… Creo
que empiezo a hacerme vieja para tanta
fiesta. Llevaba dos semanas en Alaska, y
pronto me iría. No me gustaba nada la
idea de que él diera conmigo, porque no
habría sabido explicarle por qué me
largué, creo que ni siquiera sabría
explicármelo a mí misma.

−Uuuaaauuuu molan tus lentillas


rojas −dice acercándose mucho a mi.
−¿Si? −como única respuesta.
−Soy Raven, off course es mi
nombre vampírico, claro.
−No sabía que habían nombres
vampíricos, la verdad.
−¿Eres nueva por aquí? −me
pregunta.
−Más o menos.
−Pues te diré, para tu información,
que soy un vampiro. Para ser más
exactos lo era. Soy una princesa de las
tinieblas pero me veo presa en este
cuerpo del que algún día escaparé.

La miro de arriba abajo y no puedo


evitar reprimir una carcajada, ella tenía
de vampiro lo que yo de monja de
clausura. Pero si es feliz creyendo esas
patrañas, ¿quién soy yo para
desilusionarla? Raven sigue hablando y
aunque la escucho alto y claro, debido a
mi buen oído, finjo no entender lo que
dice. Deseo que se aleje de mí. Inmortal
es un punto de encuentro para todos esos
neo−góticos que se creen tocados por la
mano de Satanás. Pero en realidad
somos pocos los no muertos que nos
encontramos allí, y podemos
identificarnos fácilmente por el olor.
−¿Vienes o no?
−¿Perdona? −ahora sí me había
despistado.
−A la sala VIP. Es solo para
Vampiros, pero si vienes conmigo te
dejarán entrar. ¿Te animas? Puedes ser
una donante.

Empiezo a seguirla por entre la


gente, algún que otro borracho y alguna
tía perdiendo ya las formas, y solo era
cerca de la media noche. Subo a
trompicones por una escalera, y no es
que yo me caracterice por mi torpeza,
todo lo contrario, pero verdaderamente
ese local ha superado con creces su
aforo, demasiados corderos para un
matadero tan pequeño. Me cruzo con
muchos “vampiros” pero solo con un
vampiro. Nos saludamos con un ligero
movimiento de cabeza. Para entrar a la
sala VIP necesitas pasar por un
minucioso control de calidad que ejerce
el portero, un armario ropero lleno de
tatuajes, que sabe de calidades lo que yo
de física cuántica, pero en fin, dejo que
me examine, que no es más que una
excusa para meterme mano, y me dé el
aprobado raspado pero que, según mi
acompañante, me abre las puertas al
paraíso. Es una sala pequeña, estilo
chill out, 20 o 30 cojines desparramados
por el suelo, telas rancias y
enmohecidas colgadas del techo y sin
otra luz que la de las velas.
Pienso en la cantidad de maneras en
que una de esas pequeñas llamas puede
entrar en contacto con las telas y hacer
de esa sala un puto horno crematorio,
podría ser un golpe de aire, o un
estúpido manotazo de esos torpes
“vampiros”, podría desprenderse una de
esas telas y caer encima de las velas, en
fin, millones de posibilidades para un
mismo fatídico desenlace. Y yo estaría
ahí para reírme. Raven habla con un
chico ojeroso y paliducho, otra de las
ventajas de ese local, el color blanco
roto es el no va más. Miro a mi
izquierda donde un grupo mayor de
personas está reunido, dos en el centro y
el resto como si fueran una corte. Todos
ataviados con ropas que sin duda
pertenecieron a sus bisabuelas. Raven se
acerca a mí con el chico ojeroso que me
observa los ojos.

−El rojo ya no se lleva −dice de


golpe.
−¿Quiénes son? −digo señalando
con la cabeza en dirección al grupo.
−¿Ellos? Son Kenc y Brila los reyes
vampiros, proceden de un largo linaje y
no sé qué dioses de la noche. No puedes
acercarte a ellos sin autorización. Este
es Jon −dice cogiendo la mano al
ojeroso−. Ella es… ¿Cómo has dicho
que te llamabas?
−No lo he dicho.

Camino directa a esos grandes


reyes, dando la espalda a mi nueva
amiga. Unos ojos verde manzana me
miran con soberbia, y repasan mi
atuendo, sin duda mucho menos
ostentoso que el suyo. Aguanto la mirada
hasta que se desvanece.

−¿Quieres? −me ofrece él.

Miro a la chica sentada a su


derecha un pequeño corte en el brazo
hace que se deslice por el mismo un
pequeño riachuelo de sangre. Kenc pasa
su lengua por el corte y saborea la
sangre. No sé a qué puede saberle la
sangre a un humano, pero a mí me sabe a
gloria, así que me arrodillo encima de
una almohada y acerco mi lengua a ese
brazo. Sin duda la chica notará la gran
diferencia de succión entre su “rey
vampiro” y yo. Y como no podía ser de
otra manera siento ganas de matar. La
sangre de esa chica me parece un lujo
que quiero poseer. Aprieto los labios
sobre ese brazo, procurando no
morderla y succiono tanto que creo que
en breve saldrá por ahí su páncreas. Dos
fuertes brazos me agarran para
apartarme de ella, por lo visto ha
empezado a gritar como si estuviera
poseída, pero aunque esos dos hombres
que me sujetan tienen mucha fuerza, mi
cuerpo no cede ni un milímetro. Cuando
por fin comprendo que toda la sala VIP
está pendiente de qué pasa en ese
rincón, me aparto de ese brazo
levantando las manos con las palmas de
frente, en señal de inequívoca rendición.
Una pequeña gota del líquido viscoso se
desliza por la comisura de mis labios y
la atrapo al vuelo con la punta de la
lengua, antes de que caiga desperdiciada
al suelo.

−Realmente suculenta −digo al fin.

Pero ya es demasiado tarde, mi


presencia ante los reyes ya no es
bienvenida, así que me acompañan a la
salida, para que no decida volver a
entrar. Salgo otra vez al Inmortal de los
pobres, de los que no son personas
especiales. Otra vez a la barra del bar
donde recojo mi camisa, y aunque no me
hace falta, porque yo no siento el frío,
me la pongo para salir a la calle. Saludo
con un golpe seco de cabeza al portero.
Y me dirijo a las afueras de la ciudad,
donde cualquier prostituta me servirá
para saciar mi sed.
Compruebo mis espaldas al dar la
vuelta en cada esquina, no quiero ser
sorprendida por nadie, y menos por él.
Toda la vida pendiente de quien quiera
arrancarme la cabeza, que inmortalidad
más injusta, algunos se dedican a
sacarse carreras, y yo a vigilar en no
convertirme en polvo.
Pero de lo único que sirve mi
vigilancia es para comprobar que la
chica “vampiro”, Raven, me sigue al
exterior del local. Intento andar más
rápido para perderla pero ella corre
para darme alcance, cuando está a mi
altura me agarra del brazo para
frenarme. Pongo los ojos en blanco, me
está empezando a molestar esa humana.
Mueve la cabeza en forma de negación,
como quien está decepcionado con el
comportamiento de un niño y debe
reprenderle.
−¿Se puede saber qué ha pasado ahí
dentro? −dice de golpe.
−Me gusta la sangre, ¿eso es malo?
−Sí cuando ¡casi matas a la chica!
Por Dios… ¡Qué entrada!
−Psss −le quito mérito.
−Si quieres −empieza−. Puedes
acoplarte conmigo.
−¿Perdona? −abro
desmesuradamente los ojos.
−Bueno, es evidente que no tienes
donde ir, así que…
−¿Es evidente? −pregunto
encogiéndome de hombros.
−Sí, esa ropa, ¿cuántos años tiene?
Salta a la vista que no tienes a dónde ir
¿O estoy equivocada?
−No.
−¡Pues decidido! ¡Te acoplas
conmigo!

Caminamos por las viejas calles de


la ciudad, gloriosa hace siglos y de lo
más cutre ahora, calles empinadas, con
los baldosines sueltos y socavones a
cada esquina. Llegamos a un edificio
medio en ruinas pegado a lo que antaño
parecía haber sido una próspera fábrica
textil. Cerca de un riachuelo. Un sitio de
lo más “acogedor”. Raven empieza con
un ritual extraño, gira la llave, da dos
patadas a la puerta, vuelve a girar la
llave y por fin abre con un empujón de
su cadera. Yo la miro a una distancia
prudencial, esa distancia de seguridad
que debemos respetar todos los de mi
especie para no terminar haciendo una
carnicería cada vez que nos rodeamos
de humanos, o al menos de un humano
solo, en las afueras, sin nadie que pueda
escucharle gritar. Sería tan fácil, pienso,
no hay nadie, y dudo que tenga una
familia que la eche de menos. Raven se
aparta para darme paso a su hogar. Una
planta abuhardillada, con suelos de
hormigón, muebles recién adquiridos en
el Ikea y una tele que dudo que sea en
color. Raven se despoja de su capa, sí,
lleva capa, y de las botas de tacón de
aguja y me invita a que yo haga lo
mismo. Pero prefiero quedarme de pie y
esperar. Volteo sobre mi misma
intentando empaparme de todos los
detalles, algo que me indique el nivel de
locura de la chica que tengo a pocos
metros. Cruces invertidas, fotos de
vampiros, algún poster de Brad Pitt
haciendo su lamentable papel de
Louis… pero nada personal, ni una foto
suya, de sus padres o de su gato. Raven
se acerca a la nevera y me ofrece un
botellín de agua que rechazo.

−Bueno, ¿qué te parece? Cool,


¿verdad? −dice sentándose en el sofá

Me rasco la cabeza a la vez que


entorno un poco los ojos para ver si se
me escapa ese pequeño detalle que hace
que esa chica defina ese antro como
cool. Pero no veo nada, y eso que seguro
tengo la vista mejor que ella.

−Sí, que te pasas−digo al fin.


−Sabía que te encantaría ¡Oye!, aún
no sé ni tu nombre.
−¿Tienes por costumbre invitar a tu
casa a gente que no conoces? −la
pregunta sale sin más.
−No −se queda pensativa un rato−.
Bueno, ¿vas a decirme cómo te llamas o
tengo que adivinarlo?
−Ever.
−Ever… ¿De dónde sale ese
nombre?
−No lo sé…
−Bueno Ever, chica de la sangre,
puedes acoplarte ahí mismo −señala un
sofá viejo y un poco destartalado−. No
es el Buckingham Palace, pero no está
mal.

Me siento en esa mierda de sofá y


pongo los pies sobre una caja de madera
que supongo tiene esa finalidad.
Empiezo a moverme en la butaca
esperando darle forma rápidamente.
Raven, tumbada a mi izquierda, empieza
a cerrar los ojos. Un ligero sonido
envuelve poco a poco la estancia, su
respiración se hace más pausada y
profunda y un pitido sale de su nariz, en
cada exhalación. Miro mi ropa, esa que
ha delatado que no tengo un sitio donde
caerme muerta, si es que el caerme
muerta entrara en mis planes, que lo
dudo. Y sí, está vieja y desgastada, paso
los dedos por los agujeros de la falda,
fuego amigo, metralla, guerra… ¡Joder!
Ese vestido ha vivido muchas cosas, me
apena tirarlo, pero puede que sea el
momento de dar paso a las imitaciones.
Y es que no todos podemos lucir un
vestido auténtico del siglo XVIII,
cuando muevo la falda aún puedo notar
el olor a alcanfor que desprende.

“En 1863 Nueva Ámsterdam era un


barrio viejo y desgastado, en donde las
bandas callejeras habían dominado la
vida social. Las calles que me habían
visto crecer estaban llenas de suciedad y
pobreza. Paseé lentamente por esas
calles hasta llegar a dónde había vivido,
mi hogar. Por más que hubieran
cambiado las cosas encontré el camino
casi con los ojos cerrados. Y ahí estaba.
Me planté en frente de mi casa,
convertida ahora en burdel después del
incendio. Me apenó ver ese lugar tan
maravilloso convertido en escoria. Pude
pasear sin que nadie me reconociera o
me relacionara con ese sitio. Las
familias habían crecido, muchas seguían
ahí, los hijos de los hijos de los hijos,
otras se habían mudado y otras
simplemente habían desaparecido.
Conocí al padre Vallon al día
siguiente de llegar. No sé muy bien por
qué regresé a ese sitio, supongo que
nostalgia. Estaba en mi antigua casa,
ahora llena de fulanas, cuando el padre
Vallon vino a mí. Hablamos durante
horas, conocía a mi familia, de oídas, ya
que el apellido se perdió conmigo,
bueno con la hija que desapareció, el
mismo día que también lo hizo otra
chica de la zona, de la misma edad. El
hombre recordó el hecho como algo que
marcó profundamente a la comunidad,
aunque fui yo quien había marcado algo
en alguien, no pude evitar sonreír al
pensarlo. Victoria, mi primera víctima,
la que había sido mi amiga de la
infancia, ahora reconvertida en mi
fantasma particular. Muchas más
víctimas vendrían después de esa, pero
fue ella quien marcó mi inicio en la vida
eterna. El padre Vallon hablaba con
tristeza de esas pobres chicas, sin saber
que a una de ellas la tenía justo en
frente.”

Me río, sentada en ese sofá, en ese


antro de mierda en el que me encuentro.
Me muevo para acomodarme mejor. Los
vampiros no soñamos pero tenemos
grandes recuerdos a los que podemos
aferrarnos, como los mejores sueños de
los humanos. Tengo muchos y grandes
momentos para evocar, son muchos
años, miles de vidas para poder recrear
en mi mente, es lo que tenemos los
inmortales, y después de todo, los
recuerdos son lo único que nos queda.
Raven, en el sofá de al lado, sigue
durmiendo como un tronco, se mueve
apenas unos milímetros y sigue haciendo
un ruido estridente con la nariz. Me
quito los zapatos y vuelvo a
acomodarme. Faltan solo unas horas
para el amanecer. Miro la ventana y
pienso en millones de sitios mejores
donde estar, millones de sitios donde me
gustaría ir, y ninguno de esos sitios es
ese almacén reconvertido en vivienda.
Los primeros rayos de sol empiezan
a despuntar, y entran por el techo de
uralita desconchada que da cobijo a esa
pobre infeliz. No la he matado. Creo que
ha sido por pereza. Finalmente ese sofá
me parece de lo más cómodo. Raven no
se ha movido en toda la noche, solo
denota que está viva por ese
característico aleteo de su nariz
acompañado del estridente pitido.
Cuando despierta y me ve aún sentada
en la misma posición, con los pies
encima de la caja sonríe. ¿Sonríe? Yo de
verdad no entiendo a los humanos.
−¡Buenos días chica de la sangre!
−Buenos días princesa de las
tinieblas −aún me descojono pensando
en su historia.
−¿Quieres desayunar algo?
−A tí.
−¡Ja! Que graciosa es la chica de la
sangre.
−Que ilusa es la princesa de las
tinieblas.

Mis movimientos son rápidos.


Antes de un parpadeo estoy detrás de
ella, con mi pecho pegado a su espalda,
mi mano derecha rodeando su cintura y
mi mano izquierda ladeando su cabeza
para hacerme más accesible su garganta.

−Como broma está bien, ahora


suéltame −dice Raven.
Clavo mis dientes en su cuello y me
aparto. He desgarrado su carne y sus
músculos y observo, deleitándome,
cómo empieza a brotar la sangre.

−Me duele –protesta.

La punta de mi lengua se afana en


recoger ese líquido viscoso pero dulce y
sabroso. Suelto su cintura y con la mano
derecha clavo un poco las uñas para
hacer el desgarrón de su cuello un poco
más grande y profundo. Me chupo los
dedos. Pego mis labios a su cuello y
empiezo con el baile de la muerte. Lo
denomino así porque si suelto a Raven
su cuerpo se balancea y yo con ella. Sin
despegar los labios de mi fuente de
alimentación, su respiración se agita, su
corazón se acelera y su mente se nubla,
lo he vivido antes.
−Voy a morir –afirma.

Sí, pienso, esa es la idea, para eso


estamos aquí, para eso me has invitado,
sabías perfectamente cuál iba a ser tu
final. Y no lo has dudado, es lo que
deseas, deseas la muerte y yo solo
cumplo con tus más oscuros deseos. No
quieres ver amanecer otro día en este
antro, no quieres recordar lo que un día
tuviste y de pronto se te esfumó. Estás
sola y no te gusta. Quieres la muerte y yo
te la proporciono.
Dejo caer su cuerpo inerte.

−Descansa en paz, amiga…


−Hala, otra mancha en tu historial
−se queja con voz chillona.
−¡Hombre tú por aquí! ya te echaba
de menos.
−¿En serio?
−No, para nada. ¡Esfúmate!

STEPHANO
Me he deshecho de sus brazos hace
un rato, le pedí que se marchara, pero
cuando salgo de la ducha sigue desnuda,
remoloneando en la cama, no entiendo
ese afán de las mujeres por hacer durar
las cosas, por alargarlas, solo ha sido un
polvo, más allá de compartir un par de
orgasmos no busco nada, no voy a
compartir mi intimidad con ella, ni con
ella ni con nadie, ni siquiera recuerdo su
nombre, es posible que lleve años entre
nosotros, pero solo hemos coincidido
unas pocas veces.
Todavía no se ha marchado y ya
siento que ha sido un error, mis fuertes
convicciones por mantenerme al margen
de todos esos juegos de seducción, se
han ido al traste, ha sido la primera vez
y me hago la firme promesa que no se
volverá a repetir, nunca he buscado
satisfacer mis apetitos dentro de nuestro
círculo, y mucho menos dentro del
Castillo, durante siglos nadie ha
perturbado la soledad de mi estancia, no
sé muy bien por qué sucumbí a sus
encantos, la miro de soslayo, aunque a
decir verdad tiene unas bonitas piernas.
Desenrollo la toalla de mi cintura y
me pongo los pantalones, recojo su
vestido del suelo y se lo lanzo.

−Lárgate, tengo una reunión y no


quiero llegar tarde.
−Pero...
−Vamos, puedes ducharte en tu
habitación −hago que se levante y la
acompaño hasta la puerta, que abro
incluso antes de que termine de recoger
del suelo sus zapatos.
−Pero espera, deja que me vista...
−Hace un rato no parecías tan
tímida −y cierro la puerta tras de sí al
tiempo que escucho claramente cómo,
entre dientes, me llama gilipollas.

Me pongo una camisa negra que


saco del armario y abandono mi
habitación. Recorro los mismos pasillos
que vengo recorriendo los últimos
siglos, el Castillo, que entre nosotros
llamamos La Fortaleza, apenas ha
sufrido transformaciones desde su
construcción, parcialmente excavado en
la roca y prácticamente invisible entre
las montañas para ojos inexpertos, nos
ha garantizado desde tiempos
inmemoriales pasar completamente
desapercibidos.
Los mismos muros de piedra que
año tras año, siglo tras siglo, nos
contemplan y dejan resbalar por su lisa
y fría superficie murmullos que han ido
atesorando y parecen haberse grabado
sobre ellas, resquicios de otras épocas,
secretos largamente conservados sin
hacerse públicos, y aunque esas vetustas
paredes parezcan tener oídos nunca han
dejado trascender nada al exterior, los
murmullos nacen y mueren en el interior
de la Fortaleza.
Cuando llego a la gran escalinata de
mármol bajo los escalones de dos en
dos, hasta la planta baja, en dirección al
amplísimo salón de reuniones, situado
en la vertiente sur del castillo. Al abrir
la puerta compruebo que Marco ya está
dentro, sentado en su sillón, a la
cabecera de la enorme mesa ovalada,
ante un voluminoso expediente, solo está
él, ningún otro miembro del Consejo ha
sido convocado, me sorprende que no
me haya citado en su despacho, de forma
más informal, lo que me hace suponer
que el asunto es delicado, es posible que
él mismo haya suspendido la reunión
que estaba prevista.

−Te estaba esperando −dice sin


levantar la cabeza de la hoja de papel
que sostiene en sus manos−. Sirve un par
de copas y siéntate.
−¿No esperamos a nadie más?
−pregunto mientras sirvo un par de
dedos de whisky en dos pesados vasos
de cristal grabado con intrincadas
formas vegetales.
−No, aplacé la reunión en el último
momento, ha surgido un asunto urgente,
de vital importancia −dice levantando al
fin la cabeza del dossier.
−Sí que debe ser urgente −contesto
tomando asiento en el sillón de su
derecha, acercándole uno de los vasos,
mientras doy un trago del mío y lo dejo a
un lado−. He oído que las cosas se han
puesto muy feas en el sudeste asiático...
¿Así de urgente?
−Valóralo tú mismo... Nada tiene
que ver con Asia −dice deslizando el
dossier hasta mi posición.
Lo abro y echo un vistazo, no
necesito demasiado para comprobar lo
delicado del asunto, de hecho es un tema
no resuelto desde hace siglos, una
especie de lacra que pesa sobre la
cabeza de uno de los miembros del
Consejo desde hace ya demasiado
tiempo, y que al parecer puede que
estemos cerca de zanjarlo.

−Ya veo, efectivamente, entiendo


que pase a ser un tema prioritario
−reflexiono en voz alta mientras apuro
mi trago.
−Vas a encargarte tú en persona, no
puedo confiar algo así a nadie más.
−De esto puede encargarse
cualquier otro, Marco
−Stephano, no puede volver a
escapar, se debe zanjar de una vez.
−Pero... Necesito acción, creo que
empiezo a anquilosarme, creí que me
destinarías a Asia, a controlar la
insurrección.
−Este asunto es prioritario, lo
sabes, y no puedo arriesgarme a que se
me vaya más de las manos. Y todavía es
pronto para llamar insurrección a lo que
está sucediendo en Asia.
−Joder lo sé, lo sé, pero pensé que
entraría en acción y en cambio me
envías a hacer de canguro de una
chiquilla −miro la fotografía con desdén
−. Que aparenta... ¿Dieciséis o
diecisiete años? −no entiendo cómo ha
podido darnos esquinazo tanto tiempo.
−Partirás de inmediato −zanja el
asunto.

Lanzo el cigarrillo a un charco de la


acera y paso las puertas giratorias, no
hay demasiada gente en el aeropuerto a
esas horas, no llevo equipaje, tan solo
una pequeña bolsa de viaje de piel
negra, tras obtener mi tarjeta de
embarque paso los arcos de seguridad y
espero a que anuncien mi vuelo.
Me he alimentado antes de salir, los
siglos acumulados a mis espaldas hacen
que mi necesidad de sangre no sea
acuciante, puedo pasar semanas sin
probar una gota, pero nunca está de más
iniciar un viaje habiendo saciado la sed,
nunca se sabe qué puede deparar el
destino, aunque esto será rápido y
sencillo, una vez que ha sido localizada,
el trasladarla hasta la Fortaleza no será
un problema, todavía no me puedo creer
que tenga que atravesar el Atlántico para
hacerme cargo de una vampira díscola y
a todas luces rebelde, me jode pensar
que podría estar camino de Asia... Me
consuela que solo se trata de un
aplazamiento.
Cuando por megafonía nos indican
que podemos desabrocharnos los
cinturones, cierro los ojos y finjo
dormir, no tengo ganas de mantener una
estúpida conversación intrascendente
con mi vecino de asiento, que parece un
poco decepcionado con mi actitud.
Al llegar al aeropuerto
internacional de Juneau le doy al taxista
la dirección y me acomodo en el asiento
de atrás, estoy seguro que tras las
primeras frases de intercambio, mi
mirada le disuade de continuar con su
conversación.
Tras casi media hora de recorrer
una carretera poco transitada y observar
por el cristal de la ventanilla un paisaje
monótono de hileras interminables de
frondosos árboles, situados como
centinelas a ambos lados de los arcenes,
la mayoría salpicados por una fina capa
de escarcha helada en sus copas,
llegamos a un motel que aparece de
pronto, como surgido de la nada. Le
pido al taxista que lo pase de largo, me
mira con cara de extrañeza pero estoy
seguro que los ojos que se enfrentan a
los suyos a través del pequeño espejo
retrovisor, vuelven a disuadirle de decir
nada, le indico que pare un par de
kilómetros después.
No resulta complicado acceder a
una habitación de la segunda planta, sin
ser visto. Echo un rápido vistazo,
sabiendo de antemano que no ha pasado
la noche aquí, su aroma aparece un tanto
difuminado, pero sin duda debe tratarse
de la vampira hembra que he venido a
buscar.
Me siento en la cama, subo las
piernas y cruzo los pies uno encima de
otro, apoyando mi espalda contra el
cabecero, y cojo una revista de esas que
no me interesan en absoluto, dispuesto a
esperar.

EVER
Abro la puerta y un sol naciente
impacta en mi cuerpo, la cierro
rápidamente y me apoyo en ella. No
pudo creerme que esté ahí atrapada.
Vuelvo sobre mis pasos al interior del
antro. Paso por encima de Raven
intentando no pisarla, tratando de
imaginar dónde puede tener escondida la
ropa alguien como ella. Un baúl, lo abro
y ahí está lo que necesito. Busco entre
los trapos hasta que encuentro algo que
me sirva para mi fin, una sudadera color
verde lima, unos guantes de cuero
negros y unas enormes gafas de sol,
servirán. Me enfundo la sudadera
encima de mi ropa, la falda se desliza
hasta mis tobillos dándose de patadas
con la sudadera verde. Me subo la
capucha, me pongo las gafas de sol y los
guantes.
Camino por las calles con la cabeza
baja, intentado mezclarme con los
cientos de jóvenes resacosos que
vuelven a sus casas un sábado por la
mañana, y me alegra comprobar que no
soy la que lleva las peores pintas. Un
grupo de tres chicos se cruza en mi
camino y me miran de arriba abajo, sin
darse cuenta que sus caras no son mucho
mejores que la mía. Me bajo más la
capucha e intento andar rápidamente
hacia mi motel de las afueras. Cuando
entro, el recepcionista me saluda al
tiempo que me desprendo de la capucha
y las gafas de sol. Es un motel bonito,
sin grandes lujos, pero confortable.
Llevo aquí dos semanas y no creo que
pueda quedarme mucho más. Hago girar
la llave en la cerradura y abro la puerta,
me quito la sudadera en el pasillo y voy
directa al baño, necesito una ducha, me
miro al espejo, levanto los brazos para
empezar a desmontar el elaborado
peinado y…
Le veo. A través del espejo puedo
ver a un vampiro perfectamente vestido,
sentado en MI cama, leyéndose una de
MIS revistas. Termino de sacar la
horquilla y la deposito con cuidado
encima del mármol. Me doy la vuelta
poco a poco y le miro, y todo mi mundo
se desquebraja en un instante,
escondiéndome del malo me han
encontrado otros peores. Mi existencia
estaba condenada desde el día que me
mordió, después de tres siglos logrando
pasar desapercibida, había bajado la
guardia. O quizás fue mi vida con Scotch
lo que me había protegido evitando que
ellos dieran con mi paradero. ¿Ahora
qué?, ¿morir? Yo no había hecho nada
malo, por qué no mataban a mi creador,
eso sería más justo. Yo no pedí que me
convirtieran. Abro mucho los ojos,
presa del pánico y la sorpresa a partes
iguales, no puedo creérmelo.

−Te has confundido de habitación


−digo con el tono más neutro que puedo.
−¿Tú eres Ever? −asiento−.
Entonces no estoy confundido.
−Al menos me permites darme una
ducha ¿no?
−Claro −alarga la mano como
dándome paso.

Voy a cerrar la puerta del baño


cuando, a mis espaldas, oigo la fricción
de su lengua con el paladar y observo su
movimiento lateral de cabeza
indicándome que ni se me ocurra
cerrarla. Así que con ella abierta
empiezo a sacarme las horquillas,
lentamente, una a una, mientras las
guardo en su cajita. Me quito la ropa y
veo cómo el desconocido me mira. Abro
la vieja cortina de plástico y me meto en
la ducha. El agua empieza a acariciar mi
cuerpo, cojo el puente de mi nariz con
dos dedos y bajo la cabeza. Sopeso mis
opciones. Una lucha a la antigua usanza,
golpes fuertes y certeros e intentar llegar
a su cabeza para partirle el cuello. Eso
debería darme algo de tiempo. Suspiro.
El agua sigue cayendo dibujando mis
curvas. Cojo un botecito de champú de
esos que regalan en el motel y empiezo a
enjabonarme. Apoyo mis manos en la
pared en actitud derrotista, sabiendo
bien lo que va a pasar cuando abra la
cortina y salga de la ducha.

−No tenemos todo el día −la voz


del vampiro suena por encima del agua.
−Una chica necesita su tiempo −me
quejo, escucho sus pasos.
−Tienes un minuto.
−¿Solo? ¡Venga!, que acabo de
ponerme la mascarilla, eso son por lo
menos cinco.

No me arriesgo a llegar al límite


del tiempo, tomo una toalla antes de
salir de la ducha, la paso delicadamente
por mi rostro y pelo, me enrollo en ella
antes de abrir la cortina y cuando lo
hago me topo con unos ojos que se
clavan en los míos. Sus manos cogen mi
cuello y me empotran con violencia
contra la pared. Instintivamente las mías
cogen su muñeca para tratar de soltarme,
haciendo que la ley de la gravedad
impere con su sin sentido habitual. La
toalla se desliza hasta el suelo dejando
así al aire mi desnudez.

−¿Te gusta verme desnuda,


pervertido?
−No me hagas perder la paciencia
−escupe con rabia.
−Sí, ya veo que Satanás te dotó con
poca.
Su agarre a mi cuello se afloja un
poco, momento que aprovecho para
soltarme, coger rápidamente la toalla y
volver a cubrirme con ella. Aún en el
baño, el vaho empaña el cristal del
espejo. Busco una salida, mis ojos
pasean rápidamente por las distintas
opciones, pero de pronto se detienen
otra vez en él. Está a menos de un palmo
de mí, noto su cuerpo casi pegado al
mío, y un sentimiento de terror me
invade al ver la seguridad y confianza
de su rostro. Eso no puede ser nada
bueno. Nunca me he rendido con
facilidad, siempre he luchado hasta el
final. Pero él no es un vampiro normal, y
ver esa seguridad tatuada en su rostro
me hace temer lo peor.
−Vístete −dice empujándome fuera
del baño.
−No tengo ropa.
−¿Y eso? −señala la sudadera.
−No es mío, y está sucio.
−Ever −suspira cansado−. No me lo
pongas más difícil.

Se acerca a mi armario y saca un


par de prendas, un pantalón negro y una
camiseta de tirantes del mismo color.
Finalmente, pero muy despacio, me
visto, bajo su atenta mirada, el muy
cabrón se está poniendo las botas hoy.
Miro el interior de mi armario,
auténticas piezas únicas cuelgan de él.

−Haremos que te lo lleven todo a


Suiza –dice.
−No sabía que leías la mente…
Suiza ehhh… Y tu nombre es...
−Sí, Suiza.
−¿Y tu nombre?
−Stephano −dice cogiendo una
bolsa donde se ha permitido el lujo de
guardar algo de ropa del armario.
−¿Vas a matarme, Stephano?−digo
mirándole a los ojos.
−No, de momento.
STEPHANO
Aún he tardado más de diez minutos
en sacarla casi arrastras de esa
habitación, he terminado por meter el
resto de sus ropas en una bolsa, pues no
paraba de insistir en que eran piezas
únicas, verdaderas reliquias, a mí más
bien me parecen harapos, pero no tengo
tiempo ni ganas de discutir con alguien
que parece una eterna adolescente. Tras
tirar la bolsa por la ventana, procurando
no hacer ruido, la he instado a que
saltara.

−Estás de broma, ¿no?


−Si no saltas te haré saltar yo
mismo.
−Ah no, ¿Y si me rompo una
pierna?
−¡¡Salta!! o...
−Vale, vale −dice levantando las
palmas de las manos−. Encima sin
sentido del humor.

Cuando estoy a punto de sujetarla


del brazo y lanzarla a fuera, se tapa la
nariz como si fuera uno de esos
cachorros de humano que se lanzan a una
piscina, y salta.
Esto quizás no vaya a ser tan fácil
como parecía.
Caminamos hacia el pueblo, el día
es nublado y pronto anochecerá. Un
grupo de casas de madera, todas
pintadas de diferentes colores y en la
estafeta de correos nos indican que el
único autobús al aeropuerto ha salido
hace una hora, así, que pese a las
protestas de mi "protegida”, le digo que
coja su bolsa y comenzamos a andar por
la carretera, despacio y sin llamar la
atención.

−¿Cómo habéis tardado tanto en


encontrarme? pensaba que erais algo así
como súper vampiros. La verdad −se
para en seco y me mira−. Me habéis
decepcionado.
−No tengo que darte explicaciones
−digo pasando a su lado, sin pararme−.
¡Camina!
−Es que estoy cansada, esta noche
he salido de fiesta, y no he dormido
nada... Estoy de resaca, podrías
comprarme un café, o algo, ¿no?
−No tenemos tiempo −contesto sin
prestarle demasiada atención, mientras
me enciendo un cigarrillo y exhalo una
bocanada de humo
−Fumar mata.
−Hablar a destiempo también.
−Touché. Entonces, ¿me callo?
−Lo preferiría −miro mi reloj y
compruebo que está parado, eso o el
tiempo se me está haciendo
rematadamente lento−.¿Qué hora tienes?
−¡La hora de irme! −dice mientras
sale corriendo como alma que lleva el
diablo.

Resoplo, y salgo corriendo tras


ella, definitivamente esto va a ser más
complicado y costoso de lo que
pretendía. Se ha internado en el bosque
y continúa con su alocada carrera, en
algunos momentos su velocidad la hace
invisible al ojo humano, pero no cuenta
con que soy zorro viejo. Atajo por
encima de unos matorrales, salto una
pendiente y un par de rocas ocultas tras
la maleza y caigo justo delante de ella,
trata de zafarse pero la hago un placaje y
rodamos por el suelo.

−Vuelve a salir corriendo y te


llevaré a Suiza amordazada dentro del
petate −sujeto con fuerza sus muñecas
mientras la inmovilizo con mi propio
cuerpo.
−¿Te va el sado? porque se me
ocurren mejores cosas que hacer
amordazada, si me soltases...
−¡Basta de juegos! −respondo
mientras quito su mano de mi
entrepierna, ha sido rápida al liberar una
de ellas, pero no lo suficiente−. Vas a
venir conmigo por las buenas o por las
malas, tú decides −sujeto sus piernas
con las mías, haciendo presión con mi
cuerpo para que no se mueva.
−Me haces daño −se queja−.
Suéltame por favor, si me llevas con
ellos me condenas a muerte.
−Eso es algo que a mí no me
incumbe −digo aflojando un poco mi
agarre, a pesar de que sé que no le estoy
haciendo daño, tiene la misma
naturaleza vampírica que yo−.
¿Prometes que no volverás a salir
corriendo?
−Si no salgo corriendo y me
comporto durante el viaje ¿Me prometes
que nadie va a hacerme daño? Pareces
un buen tío Stephano, ¿no pesaría sobre
tu conciencia mi muerte?
−No tengo conciencia −digo
incorporándome y tirando de su mano
para que se ponga también en pie.
−Gilipollas, hijo de puta −exclama
empujándome−. ¡Cabronazo de mierda!
−¿Has terminado? −digo limpiando
el polvo de mis pantalones y mi camisa
−. Tenemos que coger un avión.

Calculo que deben quedar unos diez


kilómetros hasta el aeropuerto, su
pequeña rebelión nos ha hecho
retroceder un buen trecho, ha cogido su
bolsa y se pone en marcha delante de mí,
parece ofendida, quizás sea mejor así,
no sé cuál va a ser la decisión del
Consejo sobre su destino, y no soporto
esos incesantes parloteos sin sentido.
Permanezco tras ella, a unos
cuantos pasos, no me quiero exponer a
que se vea en la necesidad de tener que
romper el bendito silencio que nos
envuelve hablando de banalidades solo
por pasar el tiempo, un vampiro sabe
que dispone de todo el tiempo del
mundo y se hace un tanto estúpido eso
que muchas veces hacen los humanos
solo "por matar el tiempo", ilusos, con
el poco de que disponen y parece que
disfruten malgastándolo.
Continúa sin decir palabra, sin
echar un vistazo atrás, y lo mejor de
todo, sin quejarse. Me he sorprendido
concentrándome en su movimiento de
caderas, y sin quererlo, en el final de su
espalda. Rebusco en el interior de mi
americana y saco un cigarrillo, que
enciendo dándole una fuerte calada.
Pero no tengo nada mejor que hacer y de
nuevo me sorprendo examinándola. No
es demasiado alta, calculo que no debe
llegar ni al metro sesenta, le saco más
de una cabeza, es menuda y a pesar de
que sé que tiene varios siglos a sus
espaldas, su aspecto es el de una
chiquilla, no debe aparentar más de
dieciséis o diecisiete años, aunque en
las distancias cortas y si sostienes el
suficiente tiempo su mirada, puedes
notar que la aparente inocencia la perdió
hace mucho tiempo, hace un momento no
le hubiera importado abrirse de piernas
para lograr su objetivo, poder largarse.
Una suave brisa mece su pelo,
oscuro, de un negro intenso, que cae en
cascada rebasando su cintura, y un
aroma floral, dulce, que no identifico
invade mi pituitaria.
Al alzar la vista descubro que el
aeropuerto ya se recorta contra el cielo,
en la distancia, y casi ha oscurecido. Me
pongo a su altura y la sobrepaso, ni
siquiera me mira, aunque de soslayo veo
algo parecido a la rabia en sus ojos, me
pregunto de qué color serían antes de
que la convirtieran, ahora son de un
negro profundísimo, y no es por la sed,
por lo que deduzco que debe usar esas
lentillas que nos son tan útiles.
Atravesamos el parking y las
puertas giratorias, el aeropuerto está
como aletargado a esas horas, la gente
espera pacientemente en la cola de las
ventanillas, y algún grupo de
adolescentes que se hace más evidente
por el incontrolado latir de sus
corazones y sus risas.
Afortunadamente en el mostrador de
Swissair no hay gente esperando,
entrego las reservas a la empleada que
apenas levanta la vista de la pantalla de
su ordenador, comienza a teclear con
eficiencia hasta que se detiene y detecto
un gesto de fastidio en su cara, un
pequeño rictus en sus labios.

−Señores, lamento informarles que


su vuelo ha salido hace cuarenta
minutos, y no hay ningún otro hasta
mañana.
−¡¡Joder!! −maldigo entre dientes−.
Por favor, no me importan las escalas
que tengamos que hacer, ni lo que
cueste.
−Lo lamento señor, solo
disponemos de un vuelo mañana a
última hora y está cerrado, si quiere que
le ponga en lista de espera, por si hay
alguna baja...
−Hágalo −espeto tratando de
controlar mi mal humor.

Algo sencillo, ir y volver, solo


serán unas horas, pensaba, y ahora me
veré obligado a pasar la noche aquí,
buscar un hotel y probablemente
aguantar la mirada obscena de algún
recepcionista cuando tenga que pedir
una habitación.

EVER
Estoy perdida, a cada paso que doy
me acerco más a mi destrucción.
Aunque, si quisieran matarme, Stephano
simplemente me habría arrancado la
cabeza en el motel, no se tomarían la
molestia de hacerme ir a Suiza. La
claridad va cayendo, por suerte, aunque
no ha hecho un día soleado, sí he echado
de menos mis gafas de sol, deben
haberse quedado en el motel, y esa
claridad ha estado jodiéndome todo el
camino. Divisamos el aeropuerto y él
aprieta el paso, se ve que tiene prisa por
volver y entregarme. Me siento como un
paquete. Ando en la dirección que me
indica con la mano, al llegar al
mostrador Stephano entrega lo que
parece ser una reserva de billete, se
exaspera cuando la chica le anuncia que
nuestro vuelo ha despegado hace rato.
No nos queda otra que buscar un sitio
donde pasar la noche. Genial, una noche
más con ese tío que a todas luces es un
desequilibrado.

−¡Socorro! −grito de pronto−. ¡Este


hombre intenta secuestrarme! ¡Llamen a
la policía! Por favor, señor −.agarro a
un humano del brazo−. Por favor
señor… ¡Se lo suplico!
−¡Ever! −grita Stephano a mi
espalda−. Disculpe caballero,
adolescentes…
−Que me va a decir −dice el
hombre con media sonrisa−. Yo también
tengo una hija de su edad.
Noto su mano golpeándome la cara
y me duele. Aunque nunca lo
reconoceré. Le clavo los ojos llenos de
ira. Le odio. Me quedo plantada en
medio del aeropuerto, dispuesta a no
mover un pie.

−Venga.
−No.
−No me hagas perder la paciencia.

El hombre que tiene una hija de mi


edad nos mira en la distancia, pendiente
de cómo se desarrolla la escena entre un
padre y una hija, puede que él también
hubiese abofeteado a la suya.
−No pienso moverme hasta que me
pidas perdón −digo con fingido sollozo.
−¿Perdón?
−Por pegarme −apuntillo.
−Perdona, no debería haberte
pegado −dice mirando de reojo al
humano−. Ahora, ¿Puedes andar hasta la
calle?… ¿Por favor? −añade entre
dientes.
−Está bien.

Camino, meto la mano en el bolsillo


de mi chaqueta, y ahí está, casi tan fino
como una hoja de papel, mi teléfono
móvil, lo acaricio con la punta de los
dedos como si fuera mi más preciado
tesoro. Solo voy a tener una
oportunidad, y no pienso
desaprovecharla.
Hace frío, o eso parece por lo
abrigados que van los humanos, por
suerte, cerca de los aeropuertos,
siempre hay algún hotel, Stephano coge
mi bolsa y se la cuelga de su hombro,
como teniendo un estúpido gesto amable
conmigo, como si eso solventara el
hecho de que va a entregarme a unos
vampiros sádicos que no sé qué van a
hacer conmigo.

−Pasa −dice sujetándome la puerta.

Le obedezco, es un sitio cutre, un


hotel de polígono, pintado con tonos
pastel para, absurdamente, darle calidez.
Nos acercamos al mostrador y Stephano
pide una habitación. El chico nos
observa detenidamente, y una sonrisa
estúpida se pinta en su cara. Noto como
mi captor está a punto de perder la
paciencia, los músculos de su antebrazo
se tensan apoyado en el mostrador que
empieza a quebrarse. Decido atajar la
situación.

−Es mi padre, gilipollas −escupo de


pronto.

Me giro, estoy hasta los cojones, y


quiero que ese día de mierda termine
pronto, me acerco al ascensor para
esperarle. Aprieto el botón y me
abstraigo en los números rojos que
descienden paulatinamente. Le siento a
mi lado, justo al abrirse las puertas, me
coge del brazo y me conduce dentro del
habitáculo.

−Habitación cuatro cientos doce.


−Guay −digo sin ganas.

Entro en la habitación y me quito


los zapatos, voy directa al baño, espero
que respete ese momento de intimidad,
saco el móvil y miro la pantalla.

−Llámale −dice Victoria a mi


lado.
−Sshhhh.
−¡Venga idiota! Llámale y ¡Que
nos saque de ésta!

En mi mente miles de imágenes


contradictorias, de besos y abrazos
mezclados con sangre y dolor. Dudo,
pero finalmente marco el número que
jamás pensé volver a marcar. Un tono,
dos, tres…

−¿Sí? −y nada más contestarme


enmudezco−. ¿Diga? −no soy capaz−.
Ever, ¿eres tú? Claro que eres tú…
Maldita hija de puta voy a encontrarte y
te juro que...

Cuelgo. La puerta del baño se abre.


−No he dicho nada, lo juro.

STEPHANO
Se va directa al baño, las mujeres
se pasan horas enteras en los lavabos, en
sus habitaciones, en las discotecas, en
los aeropuertos... Y eso que rehúyo la
vida social, y cuando he ido a
cualquiera de esos antros ha sido
haciendo algún seguimiento, pero de
algún modo todas las mujeres, incluso
las de mi especie tiene una cadencia
especial por pasar demasiado tiempo en
los baños.
Me desprendo de mi bolsa y la
pongo encima de la cama, me quito la
americana y tiro de mi camisa, que saco
por la cabeza sin ni siquiera
desabrochar los botones, paso mi mano
por la nuca y pienso que todo parece una
broma absurda, no debería estar aquí,
podría haber venido cualquiera a
buscarla y llevarla a la Fortaleza para
que sea juzgada, condenada o lo que sea
que decidan hacer con ella.
Tiro la camisa sucia dentro de mi
bolsa y saco una limpia, que desdoblo y
coloco sobre el respaldo de la silla,
lista para ponérmela mañana, cuando
por fin podamos partir hacia casa.
Enciendo un cigarrillo, y pienso que en
un par de días estaré en el otro lado del
mundo, al frente de alguna milicia, sobre
el terreno, para poder valorar de
primera mano cuál es la situación real
de la posible insurrección que se ha ido
haciendo fuerte en esa parte del mundo.
Cuando estoy quitándome los
zapatos mis sentidos se ponen alerta, el
teclado de un teléfono, claramente ha
marcado varias cifras, un monosílabo...
¡¡¡¡Mierda!!!!, puede que la falta de
acción me esté haciendo perder
facultades.
Abro la puerta de golpe.

−No he dicho nada, lo juro.

Le arrebato el teléfono de la mano y


lo lanzo hacia el interior de la
habitación, no sé dónde ha ido a parar,
lo más probable que, a tenor del ruido
de pequeñas piezas rebotando en el
suelo, haya ido a estrellarse contra la
pared del fondo. Tiro de su muñeca, y en
un movimiento tan ágil que hubiera
resultado invisible para cualquier
humano, la empujo contra la pared y con
uno de mis pies hago que separe las
piernas. Sujeto sus dos manos por las
muñecas con una de las mías, justo por
encima de su cabeza, y paso la otra de
forma rápida y precisa por sus axilas,
palpo con decisión ambas piezas del
sujetador, por si llevara algo escondido,
nada en el interior de los muslos, sigo
descendiendo y cacheo sus tobillos, y de
un tirón enérgico le doy la vuelta,
forcejea, y presiono con más firmeza su
cuerpo, palpo su espalda, sus costados y
sus caderas, bajo por las piernas... Está
limpia.
Resoplo, debí haberla cacheado
antes, ha sido un fallo de principiante,
una llamada adecuada y habría dado al
traste con toda la operación.

−¿Estás ya? −dice furiosa−. Te has


empalmado.
−Estoy empezando a hartarme de tus
juegos, no me hagas perder la paciencia.
−¿Cómo vas a perder algo que no
tienes?
−Claro y es algo con lo que tú
debes estar familiarizada, has debido
hacérsela perder a muchos.−tiro de ella
hacia la habitación y la empujo sobre la
cama.
−No a todos los que me gustaría, en
serio ¿Estás intentando ponerme
caliente? sin camisa y tocándome... Esto
solo puede terminar en polvo −susurra
mordiéndose el labio.
−No me jodas Ever, no estoy de
humor, así que no estires mucho más de
la cuerda o...
−O ¿Qué?... Papi −sonríe pícara−.
¡Mierda! espera... ¿Qué día es hoy?
−¡¡Basta!! no estás en posición de
preguntar, de protestar o de quejarte
−resoplo y me acerco mucho a ella, que
sigue medio tumbada en la cama, tal y
como ha caído cuando la he lanzado
sobre ella−. Es muy sencillo, yo mando
y tú, como buena chica, obedeces.
−¡Vale! −grita contenta besándome
en los labios y saltando de la cama−.
¡¡¡Es sábado!!! Sábadoooo..−y se pone a
rebuscar−. ¡Aquí!, ¡eres mío! −dice
levantando el mando de la tele−.
¡Zombies Party!, ¿la has visto? ¡¡Es
genial!

Me incorporo y me doy la vuelta


desconcertado, mirando cómo se ha
vuelto a sentar en la cama y enfoca el
mando de forma despreocupada hacia el
televisor pasando los canales hasta que
encuentra lo que busca, unos tipos
demacrados y que parecen ir perdiendo
trozos de piel, andan como a la deriva
por un parking. Miro la pantalla y la
miro a ella, atónito, es imposible que me
esté pasando algo así, Marco no tiene ni
idea de lo que se les viene encima, no
puede ser cierto, es completamente
caótica, inconstante y lo que es peor no
parece conocer lo que es la disciplina,
iba a decir que no parece conocer lo que
es el miedo, pero en tan solo unos
segundos y con una frase antes de colgar
ese teléfono me ha quedado claro que sí
debe tener miedo de alguien, aunque es
una verdadera inconsciente si teme a
cualquiera más que al propio Consejo.
Me giro buscando un cigarrillo, y
juro que mataré a alguien si, como
pienso, era el último de la cajetilla, por
fortuna para ella, o tal vez para mí,
quedan un par todavía. Enciendo uno y
doy una larga calada dejando escapar el
humo poco a poco, antes de volver a
observarla y comprobar que está
abstraída mirando a esos muertos
vivientes de pacotilla.
La dejo por imposible, me acerco a
mi bolsa, me pongo una camiseta negra,
cojo mi libro, siempre procuro que en
todos mis viajes me acompañe un libro,
puedo prescindir de muchas cosas, pero
no de una buena lectura y me voy al
sofá.
EVER
Saco un peine de la bolsa que está a
mis pies, y empiezo a desenredarme el
pelo. Ese tío es un cerdo y un bruto, aún
me duele la cara interna del muslo
derecho del cacheo que me ha hecho, yo
creo que sus habilidades sociales son
nulas, debe ser el único modo que
conoce para relacionarse con el sexo
opuesto. Me da pena, porque a pesar de
ser un viejo, es muy atractivo, solo que
es un huraño.
La película lleva diez minutos
empezada, pero no me importa, la he
visto cientos de veces, y me encanta.

−¿Tú crees que existen los zombis?,


¿muertos que vuelven a la vida para
comer humanos? −empiezo a reírme−.
¡Al menos los vampiros somos algo más
atractivos! ¡Hasta tú tienes tu punto!
Sigo mirando la pantalla mientras
cepillo mi pelo poco a poco, desde las
puntas, intentando desenredarlo, cosa
que empieza a parecerme una tarea
hercúlea. Anuncios. Me giro hacia
Stephano, ha sacado un libro desgastado
y está leyéndolo.

−¿Cuántos años tienes? −no levanta


la mirada de su libro−. Una vez me
dijeron que todos los que formáis parte
de la cúspide de súper vampiros tenéis
más de mil años, que es algo así como
un requisito para entrar…−sigue sin
mirarme, pero sé que ha dejado de leer
−. Así que debes tener más de mil
años… Llevas el pelo muy corto, yo
diría que te lo rapabas con asiduidad…
Y después está tu físico −ahora si alza
su mirada del libro, yo sigo peinando mi
pelo−. Eres fuerte, debías realizar una
actividad física −deja el libro sobre la
mesilla−. Y eres un pervertido, en
menos de veinticuatro horas me has
visto desnuda y te las has ingeniado para
manosearme entera. Aunque lo que más
te delata es la cruz de Malta que cuelga
de tu cuello y que te esfuerzas por
mantener siempre bajo la ropa… Eras
monje, más específicamente un monje de
la orden del Temple. ¿Verdad?
−¿A ti nunca te ha dicho nadie que
eres demasiado lista?
−Gracias, entonces ¿He acertado?
−¿Sabes que la curiosidad mató al
gato? también podría matar a una gatita.
−Si veo alguna, la advertiré... pero
¿Me has visto bien? ¡Yo soy una pantera!
Rrggg −le gruño fingiendo un arañazo y
no puedo más que ponerme a reír−.
Cuando me condenen a muerte, ¿me
dejarán elegir la última cena? −digo
poniéndome seria de pronto.
−Si te condenan a muerte, querrás
decir. −y suelta una risotada−. Y si es
así no creo que te importe mucho tu sed.

Alzo los hombros despreocupada,


puede que tenga razón. Al menos se ha
reído, he logrado de él una tímida
sonrisa y una carcajada. Me giro hacia
la tele de nuevo y vuelvo a pasar mi
peine por el pelo, empieza a deslizarse
casi con suavidad.

−¿Y puedo elegir quién va a


matarme? me gustaría que fueses tú...
−digo sin mirarle−. Sería divertido, ¿no
crees? ¿Cómo lo harías? ¿Me
arrancarías la cabeza? ¿Me quemarías?
−¿Qué te hace suponer que me gusta
mancharme las manos?−. dice volviendo
a coger su libro.
−Pues porqué si tengo razón y eras
un templario, las tienes sucias desde
antes de ser un vampiro.
−Lo que tú digas −susurra.

Subo el volumen de la televisión y


me acomodo boca abajo en la cama con
todo el pelo desparramado por mi
espalda, me rindo, no voy a sacar en la
vida todos esos nudos y enredos...
Necesito un suavizante, una mascarilla o
un peluquero, y no tengo ninguna de las
tres cosas. Qué triste, estoy viendo una
de mis películas favoritas, y tengo ganas
de llorar.

STEPHANO
Me enfrasco de nuevo en la lectura,
o intento hacerlo, porque en realidad
tengo que reconocer que me ha
sorprendido, parece una chiquilla, pero
no he de olvidar que no lo es, que según
el expediente que me pasó Marco nació
en 1623, y fue convertida por Samael
pocos años después, a veces me
pregunto cómo diablos se le ocurrió,
pero no soy quien para juzgarlo. Así,
que levanto brevemente la vista del
libro y la miro de soslayo, sigue
enfrascada en el televisor soltando de
vez en cuando alguna risa o algún
comentario cuando alguno de esos
zombies pierde un miembro... Niego con
la cabeza y vuelvo a mi libro, parece
mentira que tras su frágil aspecto
encierre a sus espaldas casi cuatro
siglos vagando sola por la tierra.

−¡¡¡Pero serás idiota!!! arriba, mira


arriba −dice dirigiéndose a alguien tras
la pantalla haciendo algún gesto, que no
alcanzo a ver, con las manos.

Finjo concentrarme de nuevo en la


lectura, pero lo que en realidad hago es
fijarme en una de sus manos, y en la
forma que tiene de enroscarse un
mechón de cabello en uno de sus dedos,
dándole vueltas, enrollándolo para acto
seguido volverlo a desenrollar, y me
pregunto cómo nos ha podido eludir
durante casi cuatrocientos años, no
puede ser tan superficial y alocada como
parece, tras su apariencia tiene que
haber una mujer bastante más
calculadora e inteligente, nunca dejamos
que nadie se tuerza de la norma, nada
escapa a nuestro poder y nuestro
dominio, tarde o temprano, normalmente
temprano localizamos, juzgamos y
sentenciamos a todo elemento
conflictivo, a cualquier elemento que se
aparte de la Ley y sin embargo, esa
vampira con aspecto de chiquilla
atolondrada ha logrado mantenerse fuera
de nuestro alcance demasiado tiempo,
puede que sea justo esa circunstancia la
que juegue más en su contra, ya que ha
levantado ampollas en algunos
miembros del Consejo, que veían como
década tras década este asunto del
"error de Samael", tal como lo llama
Marco, era el único que no
terminábamos de tener zanjado.

−¿Pero por qué os separáis? −grita


de pronto−. No os separéis.
Niego de nuevo con la cabeza,
quizás no ha sido habilidad suya sino
mera suerte, o puede que haya contado
con algún tipo de ayuda, porque
viéndola actuar de esa forma espontánea
y presumiblemente algo imprudente no
me explico cómo ha podido mantenerse
oculta tanto tiempo.
Sí ha debido ser solo eso, un golpe
de suerte... ¿Que ha durado casi cuatro
siglos? es la siguiente pregunta que me
hago, pero es algo que no puedo
contestarme pues su forma de actuar,
desde luego, no se corresponde con ese
excelente resultado... Casi cuatro
centurias dándonos esquinazo, aunque su
análisis ha sido certero y minucioso, a
pesar de que hemos permanecido juntos
escasas horas, ha sido una buena y
elocuente observadora, pero me cuidaré
mucho de reconocérselo.
Definitivamente abandono el libro
en el interior de la bolsa y me acomodo
sobre el sillón, ha debido observar mi
movimiento, porque de pronto y sin
mirarme, su siguiente comentario va
dirigido a mí y no a los zombies que
siguen apareciendo en el televisor.

−Mira, mira, esta es la mejor parte


−dice y cuando me fijo en la pantalla
observo como unos tipos fingen ser
zombies.
−Sin comentarios... −susurro, pero
me pregunto quién le habrá enseñado lo
que es el buen cine, yo sin duda la
hubiera animado a amar los clásicos.

Hace horas que terminó esa


película, y ha ido empalmando una tras
otra, cambiando el canal
compulsivamente. Unos rayos de luz se
cuelan a través del cristal de la ventana,
está amaneciendo, nos quedan un par de
horas para coger nuestro vuelo, y no
quiero que ningún inconveniente o
imprevisto haga que lo perdamos.
−Apaga la tele −le digo
levantándome−. Y recoge tus cosas
−añado mientras me quito la camiseta, la
introduzco en la bolsa de viaje, me
acerco a la silla, donde dejé colgada la
camisa limpia, y me la pongo.
−Jo, pero si ya se está terminando.
−¿Ya lo has olvidado? −le digo
mientras cierro la cremallera de la bolsa
y me pongo los zapatos−. Yo mando y tu
obedeces, así funciona esto.

Refunfuña mientras apaga la tele


con el mando a distancia y se levanta de
la cama para dirigirse al baño. No lo
puedo creer, de nuevo al baño, espero
que esta vez no tenga que ducharse de
nuevo, o hacerse lo que sea que se hacen
las mujeres en el pelo.

−Cinco minutos o volveré a entrar


−resoplo−. No me impedirá la entrada
ese pestillo −añado cuando oigo el
sonido metálico.
−Vale, vale, qué humor −oigo que
susurra entre dientes, y no puede verme
pero sonrío.

Dos horas después estamos, por fin,


acomodados en nuestros asientos del
avión, con destino a Zurich. Unas horas
más y dejaré el paquete para dar inicio a
mi nuevo destino.
EVER
Entro en el avión y me siento donde
me indica con la mano. Apoyo la cabeza
en la ventanilla y espero con ansia que
el avión despegue. Me entran ganas de
gritar, de correr, de patalear, pero en vez
de eso me quedo quieta mirando por la
ventanilla, viendo cómo Alaska se va
haciendo pequeñita a medida que vamos
ganando altura. Repico con las uñas en
el cristal y el sonido rompe ese siniestro
silencio que ha imperado desde que
Stephano me gritó la orden de entrar.
Cierro los ojos.
“Cuando mis padres murieron, todo
mi mundo se derrumbó, la familia con
quien mis padres me habían prometido
rompió el compromiso, y durante un
tiempo tuve que intentar hacer frente al
negocio familiar. Fue imposible, y me vi
abocada a la miseria, y a tener que
soportar cómo ella ocupaba mi lugar. El
anuncio del compromiso entre Victoria y
el que había de ser mi marido terminó
de hundirme, o eso pensaba, tres noches
después, me retorcía de dolor al
convertirme en vampira.”

−Me gusta que pienses en mí, te


calé hondo eehhhh…
−Sshhh.
−Lo sé, lo sé… ahora no puedes
hablar… pero escúchame Ever, aunque
no te caiga bien, tienes que hacerme
caso… Tienes que escapar de aquí.
−Me escuchas ¿o no? −la voz de
Stephano me devuelve a la realidad−.
¿Se puede saber qué haces?
−¡Dormir!, ¿¡o es que no lo ves!?
−digo sin abrir los ojos.
−¡Pues despierta! −me golpea en el
brazo.

Abro los ojos y giro la cabeza hacia


mi acompañante, está cansado, se le nota
tenso, y creo que yo termino de agotarle.
Me gusta. Le sonrío de manera pícara y
me pongo en pie.

−¿Dónde vas ahora?


−Al baño –digo.
−Al baño, ¿¡a qué!? −Parece
molesto con la idea de que vaya al baño.
−¡A mear! −suelto mientras paso
delante de él.
−Ever…−se queda callado−. Me
agotas.

Sonrío mientras cierro la puerta tras


de mí. En ese pequeño habitáculo me
siento como deberían sentirse los
vampiros, encerrados en su ataúd.
Suelto una carcajada ante tal ocurrencia.
Abro el grifo y me humedezco la cara y
la nuca, me miro en el espejo, tengo la
cara demacrada, mi pelo está
desenredado casi por completo.
Introduzco los dedos desde la raíz a las
puntas a modo de peine, intentando
quitarme los nudos que no pude
deshacer por la noche. Intento peinarme
y no puedo, clavo más mis uñas en el
pelo pero a mitad de la melena se
quedan encallados, tiro con fuerza hasta
el punto de hacerme ladear la cabeza en
dirección al tirón.

−¡Escapa!
−Sí, espera, ahora abro la
compuerta y salto al vacío… ¡No te
jode!.
−Ever, abre la puerta… −Stephano
parece impacientarse aún más.
−Tienes que largarte… porque si
no terminarás criando malvas.
−No, ¿en serio?
−¡EVER!
−¡Huye!
−¡Abre la puerta!, Ever no me
obligues a…
−¡Tienes que escapar!
−¡JODER! −exclamo al tiempo que
se abre la puerta.
−Sal de aquí y siéntate. –dice
Stephano enfadado.
Resoplo y ando por el estrecho
pasillo, sorteando algunos pies y
rodillas, un hombre mira a Stephano y
sonríe cómplice a mi acompañante,
definitivamente todos los hombres son
unos malditos cerdos. Me abrocho el
cinturón y lo aprieto contra mi cuerpo.

−Por si nos estrellamos, ya sabes,


seguridad ante todo.

Me mira hastiado y coge un libro


para ponerse a leer. Yo vuelvo a mirar
por la ventanilla, el paisaje se ha
desdibujado completamente y ya solo
puedo ver un manto blanco de nubes de
algodón. Me encantaría saltar por la
ventanilla y ponerme a correr por
encima de ellas, saltar y acomodarme,
dormirme si eso fuera posible, abrigada
por ese tacto suave que seguro deben
tener. Repico otra vez con los dedos en
la ventanilla. Me aburro. Recojo las
rodillas encima del asiento y las abrazo
contra mi pecho, hundo mi cabeza entre
ellas.
Odio a ese tío, estúpido y
pretencioso vampiro. De reojo puedo
ver cómo me mira aunque finja leer su
libro gastado, debe haberlo leído
cientos de veces, tiene pinta de ser de
esos, de los que disfrutan de tardes y
noches enteras encerrado releyendo lo
que ellos consideran clásicos. Aunque
reconozco que es un buen libro. No
entiendo cómo ese humano ha podido
pensar que nuestro viaje al baño era
para… Verdaderamente Stephano parece
mi padre.
Horas más tarde sigo en esa
posición, la luz ha disminuido por lo que
intuyo que se está haciendo de noche.
Bajo las piernas otra vez poniendo los
pies en el suelo. Casi todo el pasaje se
ha puesto a dormir, se escuchan
ronquidos y carraspeos de fondo.

− ¡Tengo sed! ¿¿Cuándo llegamos??


¿¿Falta mucho??
−Sshhhh.
−Es que me aburro, en serio ¿Falta
mucho? Oye, creo que estoy mareada, no
me has dado ni una triste biodramina…
−Cállate −susurra a mi lado.
−¿Sabes cómo se pasaría el tiempo
más rápido? ¡Echando un polvo!,
¿follamos?

Sus manos de pronto están tapando


mi boca, aprietan fuerte, mi cabeza
choca contra el respaldo del asiento y no
deja de apretar, cada vez más fuerte.
Intento quitar su mano con las mías,
clavando las uñas con fuerza pero esas
manos no se mueven.

−¿Te vas a callar ya? –susurra.


−¡Estás loco! ¡Podría haberme
ahogado! −grito furiosa cuando me
suelta.
−Ever, estás muerta –susurra.
−¿¿Yyyyy?? ¿Eso significa que no
me puedo ahogar?

Turbulencias al aterrizar, Stephano


no ha vuelto a abrir la boca, y se ha
centrado de nuevo en su libro. Poco a
poco el aeropuerto de Zúrich se va
haciendo más visible, Stephano pone
una mano en mi pierna para que
permanezca sentada hasta que todo el
pasaje haya desembarcado. Cierro los
ojos cuando noto que una lágrima
amenaza con deslizarse por mi mejilla.

STEPHANO
Me gusta estar solo, valoro
positivamente el silencio, el poder
zambullirme en mis propios
pensamientos sin ser estorbado, la
soledad buscada no es dolorosa ni deja
cicatrices. Mi templanza, mi paciencia y
mi autocontrol son legendarios en la
Fortaleza, el buscar siempre el momento
oportuno para ganar ventaja ante
cualquier expectativa, y sin embargo...
Durante este viaje he tenido que
ejercitar mi autocontrol como hacía
lustros que no tenía la necesidad de
hacerlo.
Estoy a cargo de una vampira con
pinta de adolescente, que se comporta
como si fuera adolescente, pero lo que
es aún más insufrible es que lo hace
como si fuera una humana, o como si se
creyera que es humana, con necesidades
humanas... Es evidente que debe estar
desequilibrada, creía que entre los de
nuestra especie eso no era posible, es
cierto que el grado de sadismo puede
variar en gran medida, pero ¿el de
locura? no, no es posible...
Llegamos al aeropuerto de Zurich
de madrugada, tras atravesar el
Atlántico habiendo tenido que pasar
demasiadas horas en un habitáculo muy
pequeño en compañía de una demente,
no creo que Marco nunca llegue a
imaginar lo agotador de esta misión, si
llega a ser consciente de ello sin duda
me deberá unas buenas vacaciones.
A esa hora tan temprana el
aeropuerto está prácticamente desierto,
muchas de las ventanillas de las
compañías nacionales e internacionales
están cerradas, así como la zona del duty
free, y tan solo una cafetería y algún
local de esos de comida rápida
permanecen abiertos. La mayoría de los
pasajeros que venían con nosotros en el
vuelo se dirigen a la zona de recogida
de equipajes, con un golpe de cabeza le
indico que siga caminando hasta
atravesar el puesto de control, para salir
directamente al hall del aeropuerto,
también prácticamente desierto, solo
alguna persona que ha venido a recoger
a algún familiar o amigo, pero que ya se
marcha.
Enciendo mi móvil y compruebo en
los mensajes que, como era previsible,
en el aparcamiento tengo a mi
disposición un vehículo, mucho mejor
así, cuanto antes lleguemos a casa antes
podré dar por concluida la jodida
misión.

−Venga, nos vamos −rompo el


silencio que mantenía desde hacía horas.
−Ahh no −dice con un hilo de voz,
me da la impresión que con cierta
timidez, o puede que sean imaginaciones
mías, con ella no estoy seguro de nada.
−¿Cómo que no? −trato de mantener
un tono de voz tranquilo−. He dicho que
nos vamos.
−Lo siento Stephano, pero necesito
pasar por una farmacia.
−Tendré que volver a insistir en que
no estoy para bromas −la miro y parece
seria, me pregunto si quizás necesita
unas lentillas−. ¿Es absolutamente
necesario?
−Total y absolutamente, por favor
−pone cara de súplica.
−Está bien −consiento, tengo la
ligera impresión de que quizás pueda
llegar a arrepentirme, pero no le he dado
todavía ni un voto de confianza, quizás
sea el momento−. Una farmacia… −y
echo un vistazo para comprobar si hay
alguna cerca, el reflejo de una luz
verdosa se vislumbra justo al otro lado
del enorme vestíbulo.

A pesar de que estoy deseando


dejar atrás el aeropuerto y ponerme en
marcha hasta la Fortaleza, caminamos
hacia la farmacia a paso humano, no
quiero llamar la atención de las pocas
personas que deambulan por el mismo a
esas horas. Atravesamos las puertas
mecánicas y Ever se pone a mirar por
las estanterías hasta que encuentra lo
que parece andar buscando, no alcanzo a
ver lo que ha cogido, se dirige hacia el
mostrador donde ya la estoy esperando,
mira al farmacéutico, me mira a
continuación dibujando una burlona
sonrisa en su cara

−Cariño...−dice zalamera
acariciando mi brazo−. Tienes que
pagarlos.

Deposita sobre mi mano una


pequeña caja en la que se lee claramente
la palabra "TAMPAX", encajo la
mandíbula, y procuro que no se deje
entrever la ira que empieza a gestarse en
mi estómago, me debato entre sonreír y
dejar un billete sobre el mostrador, o
lanzarme con las dos manos sobre su
cuello, aunque eso implique tener que
cargarme al tipo de la barba que espera
a que me decida a entregarle lo que
hemos comprado para pasarle el lector.
Muerdo el interior de mis mejillas y
dejo un billete sobre el mostrador junto
a la caja de cartón de color azul.

−Crees que tendrás suficientes hasta


llegar a casa, ¿querida? −y
deliberadamente pronuncio muy
despacio la última palabra.
−Sí amor, suficientes, ¡gracias! −se
alza de puntillas y estampa un sonoro
beso en mi mejilla.
Recojo el cambio y la caja de
Tampax que el farmacéutico ha
introducido en una pequeña bolsa de
papel blanco, y se la entrego de mala
gana, si en estos momentos me estuviera
mirando a los ojos vería mi ira reflejada
en ellos.

−¡¡Vámonos!! −digo tirando de ella


hacia las puertas de salida del
aeropuerto−. Ever, te juro que... −digo
apretando los dientes mientras continúo
sujetándola con fuerza por el brazo.
−¡Te tendrías que haber visto la
cara!, si no me hubieras roto el móvil
habría podido inmortalizar el momento,
ha sido divertidiiiiisimoooo −dice
tirando la caja de Tampax en la primera
papelera que ve−. No te enfades Step,
¿puedo llamarte Step? ¡Ha sido una
broma!
−No, no puedes llamarme Step, y no
me gustan las bromas −digo tajante−.
Una tontería más y creo que me
expondré gustoso a ser yo al que tenga
que juzgar el Consejo por no haberte
llevado "viva" hasta ellos.
−Venga no desesperes Step, si ya
estamos cerca de "casa" −creo que
intenta que note la ironía con la que
pronuncia la última palabra−. Estarás
contento, te darás una ducha, te follarás
a tu mujer, y en un par de décadas ni
recordarás mi nombre.
−Dame diez minutos... −le digo
cuando llegamos al coche y saco las
llaves escondidas bajo el paso de rueda,
para abrir la puerta.
−¿Para qué? −sonríe mientras se
sienta en el asiento del copiloto−. ¿Para
follarte a tu mujer?
−No…−respondo casi escupiendo
la negación−. Para olvidar tu nombre.

EVER
Qué tontería, que absurdo es todo,
¿por qué me han dolido sus palabras?
Enciende el motor del coche y empieza a
maniobrar para salir del aparcamiento,
marcha atrás, poco a poco, la ira
reflejada en sus ojos y sus palabras que
todavía retumban en mis oídos, abro la
puerta y antes de que pueda maldecirme
por eso, ya he abierto también la puerta
trasera y me siento allí, dejándole solo
delante.

−¿Vas a llorar?
−Cállate −susurro con un hilo de
voz.
−¡Venga hombre! No lloraste
cuando me mataste y ¿Vas a llorar
ahora? −dice Victoria muy enfadada
sentada a mi lado−. ¡Eres imbécil!
¡Estúpida! ¡¡¡Venga llora!!! Llora por
un vampiro que no te importa nada, que
ni conoces, llora como una cría o…
¿Lloras porque sabes que vas a morir?
Intento centrarme en el paisaje, el
aeropuerto va haciéndose pequeño,
parece que empieza a amanecer, pero
puede que sea solo una impresión
porque los cristales están tintados. Los
ojos me escuecen, pero no quiero
derramar una lágrima más, ya he llorado
demasiado en las últimas décadas.
Empiezo a trenzarme el pelo, poco a
poco, sin prestar atención a lo que estoy
haciendo, casi por inercia. Victoria ha
desaparecido. Desde hace casi
cuatrocientos años he pensado en mi
creador, en tenerlo cara a cara para
escupir en ella. Cuando me enteré de
quién era, alguien así como el
Presidente de Vampirolandia, supe que
la sentencia de mi muerte estaba dictada.
No era un vampiro normal quien había
desobedecido la ley, sino precisamente
uno de los grandes líderes que la dictó
era quien la había quebrantado. Sabía
que el Consejo querría enmendar ese
error eliminándolo. ¿Sería otro mi
destino?, ¿merecía otro destino
diferente? En el fondo, ¿quería otro
destino? Mis primeros cuatrocientos
años sobre la tierra habían sido una
absoluta mierda, en casi cuatro siglos no
tenía nada ni a nadie, al menos nadie que
me quisiera, o simplemente que me
apreciara. Solo a …

−A mí… Pero estoy muerta.


Las lágrimas empiezan al fin a
deslizarse por mis mejillas, tiñéndolas
de rojo. Mis ojos se cruzan con los de
Stephano, reflejados en el retrovisor,
intento bajar la cara para que no pueda
verme.

−Ahhh no... −resopla y pasa una de


sus manos por su cara−. No llores
−pone un brazo sobre el apoyacabezas
del copiloto y mientras sigue
conduciendo mira hacia atrás−. No, no
me hagas esto, deja de llorar.
−No estoy llorando.
−Sí lo estás haciendo, a menos que
ahora resulte que las vampiras sudan por
los lagrimales... −creo que intenta
hacerme sonreír, pero me temo que no
tiene éxito, busca en el interior de su
americana y me tiende un pañuelo de
lino blanco−. Toma.
−Gracias−. digo cogiéndolo y
enjugándome los ojos−. pero no estoy
llorando, es la alergia.
−Vale… −asiente, dando un
volantazo para volver a nuestro carril,
pues había invadido ligeramente el
contrario−. Yo finjo que es alergia y tú
finges que en la última hora no me he
comportado como un gilipollas...

A lo lejos se recorta la silueta de


una montaña, tienes que fijarte muy bien
para identificar la construcción que se
camufla en ella. Había dicho dos horas,
pero sus ansias por dejarme en mi nuevo
destino, le han hecho pilotar en vez de
conducir. Y en menos de hora y cuarto
ya puedo divisar el que va a ser mi
último hogar, ya sea porque me maten, o
porque me encierren en alguna celda.

−¿Cuántos vampiros viven aquí?


−digo intentando formarme una imagen
mental de lo imposible que va a ser
escaparme.
−Muchos... −dice de forma vaga.
−Qué bien −una gran puerta se abre
y Stephano aparca el coche cerca de un
Maserati amarillo−. Pueeees ya estamos
aquí −vuelvo a pasarme las manos por
la cara, para intentar que no queden
restos de sangre.
Stephano carga con ambas bolsas, y
se pone a andar en silencio hacia unas
escaleras, de ahí a un estrecho pasillo,
que desemboca en otro algo más amplio,
finalmente se detiene ante una puerta de
madera, abre y me invita a pasar. No
puedo ni siquiera fijarme en los detalles
de la Fortaleza. Stephano deja caer mi
bolsa al suelo y se dispone a irse.
Entiendo que debo esperarme ahí.
Se aleja hacia la puerta, ahora
cargando simplemente con su bolsa. Me
muevo rápida tras él y cojo su mano
entre las mías.

−No te vayas, por favor… Quédate


conmigo.
STEPHANO
La conduzco directamente hasta el
gran salón de recepciones, dejo su bolsa
en el suelo y me dispongo a ir en busca
de Brigitta para que anuncie a Marco
que ya hemos llegado, cuando oigo el
sonido de sus botas a mi espalda, me
detiene sujetando una de mis manos y me
pide que no me vaya, que me quede con
ella.

−¿Quedarme contigo? −pregunto un


tanto desconcertado clavando mis ojos
en los suyos−. Debes estar bromeando
¿no? me encomendaron ir a Alaska y
traerte hasta aquí, mi misión ha
terminado.
−Eres un maldito cabronazo −me
empuja con todas sus fuerzas−. ¡Lárgate!
−Vamos, ahora no vayas a fingir que
te importa −sonrío mientras me doy la
vuelta−. Seguro que ambos queremos
perdernos de vista.
−¡¡Gilipollas!!

Salgo de nuevo hacia el pasillo


central, de fondo puedo oír cómo
continúa maldiciéndome, aunque el
sonido de su voz se va amortiguando, no
quiero empatizar con nadie, ni dar pie a
que se estrechen lazos de confianza,
parece una vampira neurótica y casi ha
estado a punto de hacerme perder la
paciencia en más de una ocasión, de
bien seguro se la podría definir como
desquiciante, aunque en el fondo me he
divertido, el viaje no ha resultado tan
tedioso como suponía.
Es mejor cortar por lo sano, no he
querido que pudiera tratar de interpretar
alguna expresión en mi cara, o que
alguna mirada fugaz pudiera
traicionarme, no he querido que pudiera
adivinar que quizás no le quede mucho
tiempo entre nosotros, el Consejo suele
ser implacable, si se somete a la
votación de todos los miembros con
toda probabilidad el castigo será
ejemplar, y esa vampira que ha cogido
mi mano y me ha suplicado que me
quedara con ella probablemente acabe
convertida en cenizas... Y no, no voy a
dejar que nada de eso me alcance, no
hay ningún hueco para la piedad, o para
la compasión, cualquier tipo de
sentimiento acaba por herirte, y ese es
un lujo que no quiero ni puedo
permitirme.
Atravieso un par de salones, antes
de girar a la izquierda, hacia la zona sur
de la Fortaleza donde se encuentra el
despacho de Marco, pero antes quiero
pasar por el de su secretaria, seguro que
Brigitta podrá enviar a alguien para que
se haga cargo de Ever mientras comento
mi viaje con Marco y le "agradezco" la
misión encomendada, creo que a pesar
de lo que le he dicho a ella, tardaré
tiempo en olvidarla.
Antes de llegar al despacho de
Brigitta me alcanza su inconfundible
perfume, demasiado intenso para mi
gusto, pero al menos lo usa con
discreción. Es una vampira de mediana
edad, elegante, siempre impecablemente
vestida, aunque de forma austera, su
pelo recogido en un moño tirante, hace
años bromeaba con ella diciéndole que
me recordaba al ama de llaves de
Rebecca, y siempre se enfadaba, aunque
no por mucho tiempo. Es muy celosa de
su trabajo y su lealtad hacia Marco es
inquebrantable, estoy seguro que daría
la vida antes de revelar algún secreto o
alguna información que él le haya
confiado, creo que al descubrir que eso
era algo que compartíamos le hizo
confiar de forma inmediata en mí.

−¡Hola preciosa! −saludo


colándome en su despacho sin llamar a
la puerta.
−Stephano, siempre haces lo
mismo, algún día podrías...
−¿Pillarte haciendo algo
inapropiado? −suelto una carcajada.
−Llamar a la puerta −y me mira con
esos ojos inteligentes que encierran
siglos de secretos.
−Brigitta te he dejado "un paquete"
en el salón de recepciones.
−Y ese paquete huele muy bien por
lo que veo −dice haciendo un pequeño
movimiento con su nariz.
−Envía a alguien a que se encargue
de ella −cojo un cigarrillo de la cajetilla
que está encima de su mesa y me giro
hacia la puerta−. Aahhh y si es posible
envía a alguien que sea sordo o acabará
volviéndole loco.
−Está bien... −dice moviendo la
cabeza mientras coge el teléfono que
reposa en su mesa.

Continúo unos cuantos metros más


hasta el despacho contiguo, Marco ha
debido advertir mi presencia ya desde
hace rato.
−¡Stephano! dos días para traer a
una chiquilla, verdaderamente pierdes
facultades.
−Marco... −resoplo, me encantará
verle cuando tenga que permanecer más
de veinte minutos seguidos con ella,
entonces... creo que solo por el placer
de poder disfrutar de ese momento,
merecerá la pena−. Sí, creo que estoy un
poco oxidado, necesito acción
−Está claro que lo que necesitas son
vacaciones. En fin, ¿algún problema?,
¿estaba con algún otro vampiro?, ha sido
una misión ¿limpia?
−Ningún problema −si obvio el
hecho de que ha estado a punto de
sacarme de mis casillas en más de una
ocasión.−. Dar con ella fue fácil, la
información era correcta, y estaba sola.
−¡Fantástico! −exclama, y termina
de colocar unos papeles en una carpeta
−. Entonces...−alza la vista−. ¿El retraso
a qué se ha debido?
−Perdimos el vuelo, un
contratiempo sin importancia −le miro y
estoy seguro que no va a conformarse
con solo parte de la información−. Está
bien, tienes razón quizás estoy
demasiado anquilosado, el reloj se me
paró, y perdimos el único autobús que
nos llevaba al aeropuerto, cuando
llegamos el vuelo a Zúrich había salido
hacía más de media hora −ni yo mismo
sé por qué no termino de explicar que si
no hubiera sido porque a Ever le dio por
echarme un pulso en el bosque
hubiéramos llegado al aeropuerto con
tiempo de sobras, pienso en que hace un
rato me pidió que no la dejara sola, ella
no lo sabrá nunca, pero quizás le estoy
haciendo un favor con esto−. Y nos
vimos obligados a pasar allí la noche.
−Está bien −dice sonriendo−. Pues
pon una pila a tu reloj y tómate un
descanso. Iré a buscar a Samael y
conoceremos a la hija pródiga... Que la
has dejado en...
−Bueno −y me pregunto si esa
sonrisa encerrará algún otro significado
que no alcanzo a comprender... Espero
que no piense... ¡¡No!!, antes se
congelaría el infierno−. La dejé en el
salón de recepciones y le pedí a Brigitta
que enviara a alguien a custodiarla.
−Está bien −dice poniéndose en pie
−. Voy a hablar con Samael, descansa un
rato y nos vemos aquí, en media hora.

Salgo del despacho y me voy


directo a mi habitación, creo que me he
ganado una buena ducha.

EVER
El maldito hijo de su madre se
marcha, hasta creo que le escucho reír, y
me deja totalmente sola, sola frente al
peligro, como la película. Me abruma la
majestuosidad de esa sala, la riqueza de
la decoración, auténticas obras de arte
cuelgan de las paredes. Me encantan,
aunque no lo reconocería ni ante la
amenaza del fuego candente. Merodeo
por la sala, llama mi atención una vitrina
donde reposa un viejo libro. Me acerco
poco a poco, temiendo que sea como en
los museos y si doy un paso de más
suenen las alarmas. Parece una primera
edición serigrafiada a mano, preciosa, y
con solo leer un párrafo reconozco la
obra de inmediato, la Ilíada, de Homero.

−¿Te gusta? −esa voz grave


consigue asustarme.
−No −digo girándome rápida−. no
sé…
Está justo detrás de mí, y su aspecto
concuerda divinamente con su voz, sus
ojos desprenden crueldad, aunque me
gusta su pelo, largo, y perfectamente
recogido en una coleta baja. Pero él no
es a quién esperaba ver, él no fue quien
me convirtió.

−Es la Ilíada, ¿lo conoces?


−No −niego con la cabeza−. No sé
leer. ¿Dónde está él? El que me mordió.
−Ahora vendrá, pero antes quería
conocerte.
−Pues ya me conoces.

Se queda mirándome, parece que


estudia mis movimientos, y éstos no son
otros que trenzar y destrenzar mi pelo,
de manera casi compulsiva, a velocidad
tal, que un humano no alcanzaría ni a
ver. Tuerzo el pelo, derecha, por
encima, izquierda por debajo, y lo
suelto, paso los dedos por los mechones
para deshacerlas, y vuelta a empezar.

−¿Tengo monos en la cara?


−Lo que tienes es muy poca
educación −se queja.
−Peor la tienes tú, que ni te
has presentado, no te jode.
−Soy Marco Vendel.
−Y yo Ever, pero eso ya lo sabes, y
tengo la educación que mi creador me ha
dado, es decir, ninguna. ¿Puedo irme?
−¿No quieres conocerle? −y se
queda observando mi reacción.
Resoplo. Me giro y vuelvo a la
estantería donde hay algunos libros,
seguro que no son los únicos que hay en
ese sitio. Estoy segura que esos
vampiros resabiados tienen libros para
aburrir. Empiezo a moverme inquieta, a
cruzar y descruzar las piernas.

−Tengo pipi. ¿Puedo ir al baño?


−¿Perdona?
−Pipi, mear, baño.

Se queda parado, extrañado, parece


que, por momentos, ese viejo no cree lo
que está viendo y de pronto, un ruido en
la puerta. Se me hiela la sangre, si eso
fuese posible, ahí está, es él. Samael. El
vampiro que me mordió. El vampiro que
me tiró al muelle. El vampiro que
desapareció dándome por muerta.
Tiemblo, no, es el suelo el que se
mueve, ¿un terremoto en Suiza? no, soy
yo, tiemblo, creo que necesito cogerme a
algo, pero no lo hago, se altiva Ever, no
dejes que nadie lo note, se fuerte.

−Mátalo.
−Sshhhhh −le chisto−. Ahora no,
por favor…
−¿Con quién hablas? −el tal Marco
me mira con curiosidad.

La puerta termina de abrirse, parece


que han pasado horas pero solo han sido
unos segundos. Y aparece él.

−Ever…−su voz, a diferencia de la


de Marco, es empalagosamente dulce−.
Cuanto tiempo…
−Vaya originalidad −y estallo en
una carcajada−. Tres cientos setenta y
dos años exactamente, ¿llevas desde
entonces ensayando esa frase?
−Ever…
−Sí, sí, sí… mi nombre lo sabes,
agilicemos el tema −les miro a ambos−.
¿Vais a matarme?

Ambos se miran. Las normas, las


reglas, gilipolleces, pero… Mis manos
vuelven de nuevo a mi pelo, retuerzo un
mechón, creo que voy a arrancármelo,
mis piernas se mueven inquietas, sin que
pueda detenerlas, como si no fuesen
mías.

−Tengo que ir al baño.


−Dice que tiene ganas de orinar−.
dice Marco mirando a Samael.
−¿Dónde está Stephano? –pregunto.
−Ever, tranquilízate −dice Samael.
−¿Que me tranquilice? Estás de
coña, ¿no? ¡¡¡Queréis matarme!!! Es que
no lo entiendo… ¡No es justo! −grito−.
¿Qué he hecho yo? ¡Fue él! Él tiene la
culpa. Estas leyes son absurdas, matad
al que ha obrado mal, no al que no tiene
¡culpa de nada! Yo no pedí esto, él me
convirtió y me abandonó, y desde
entonces he ido dando tumbos, ¿sabéis
las veces que me quemé hasta que
descubrí que el sol me dañaba? Ahí
fuera hay vampiros diferentes, ¿lo
sabéis? No todos somos iguales, todos
esos estúpidos que se creen más
humanos porque fingen formar familias,
los que quieren ser independientes pero
tienen a alguien con quien volver, un
puerto donde regresar, y nosotros, los
huérfanos, los chupa arañazos, porque
nadie nos ha explicado que la sangre se
obtiene mordiendo, matando… Yo me he
tenido que valer por mí misma
siempre… ¡Esto es una mierda! Las
normas sobre los huérfanos son
estúpidas, ¡vosotros sois estúpidos! La
culpa es suya −señalo de nuevo a
Samael−. Matadle a él ¡¡¡Quiero un
abogado!!!
−Relájate pequeña… −la voz de
Marco transmite tranquilidad.
−¡No quiero! −grito−. No quiero, no
quiero, no quieroooooooooooooo
−cierro los ojos y tapo mis oídos con las
manos−. ¡Quiero irme! ¡Quiero irme a
casa! ¡Quiero largarme de aquí! ¿Dónde
está Stephano? Quiero que venga
Stephano.

Unas manos me sujetan, abro los


ojos y ahí está, tal como lo recordaba, y
tan cerca como aquél día. Pero ahora no
noto la frialdad de su piel, ya que la de
ambos está a la misma temperatura, ni
noto el olor a óxido de su alimentación,
puesto que yo huelo a lo mismo. Sus
ojos me miran con una ternura infinita,
tanta, hasta tal punto que creo que éste
no va a ser mi fin. Me dejo abrazar, y
hago una prueba, en el hueco de su
cuello, haciéndole notar ese aliento que
no debería estar ahí. A Samael le gusta,
lo sé, su cuerpo reacciona. Mi prueba,
mi pequeño experimento ha arrojado un
resultado positivo. Si algo he aprendido
en mi largo paso por la tierra es que la
forma más fácil de conseguir algo de
ellos es follándotelos.

−Os dejaré a solas −dice el tal


Marco abandonando la sala.
Samael no aparta sus ojos de mí,
parece que busca las palabras
adecuadas para la situación ¿Qué le
dices a la persona a la que creías haber
matado? Entiendo su situación. Pero su
sentimiento de culpabilidad juega a mi
favor, me mató, así que me debe la vida
eterna, y mis sentimientos negativos
hacia él no se han evaporado en
absoluto. Voy a hacerle daño, algún día,
pero para eso debo seguir viva, todo lo
viva que puede estar una vampira. Mi
venganza llegará. Me ahueco un poco el
pelo, miro al suelo y de nuevo a él.
Pongo en práctica esa caída de ojos que
tanto se usa en las películas.
−Entonces, si me convertiste,
eres… ¿Mi padre? −digo con la voz más
dulce que puedo modular.
−Podría verse así.
−Me gustaría verlo así −aunque te
odio, me das asco, pienso para mí−. No
dejarás que me maten, ¿verdad?
−Voy a hacer todo lo posible para
que eso no ocurra, cielo.

¿Cielo? Le sonrío. Besa mi frente,


me mira mientras su mano acaricia mi
mejilla y se dirige a la puerta, entiendo
que debo esperar en esa sala a que
vengan a por mí.

−Aunque no lo consigas… Gracias


de todos modos −digo antes que la
puerta se cierre.

MARCO
Cierro la puerta tras de mí, no
quiero escuchar una palabra más,
conmovedor discurso, y no negaré que
encierra parte de verdad, pero esa
joven… No es solo por quién es, creo
que ahora es más por el cómo es. Me
extraña que Stephano no haya comentado
nada, sin duda, no todos los vampiros
soportan la idea de la inmortalidad con
el mismo aplomo, y es evidente, que esta
vampira sufre algún tipo de
desequilibrio mental, cosa que no la
hace apta para vivir en la Fortaleza.
Entro en mi despacho, miro el reloj,
Stephano se retrasa, pero si realmente
Ever es como da la impresión de ser,
una ducha de treinta minutos no será
suficiente para borrar el mal recuerdo
de ese viaje. Ahora me intriga, a modo
de curiosidad, el motivo real por el que
perdieron el vuelo. Sin duda la excusa
del reloj era estúpida. Samael está loco
si cree que esa vampira va a poder
adaptarse a nuestro estilo de vida. Y
solo he pasado con ella escasos diez
minutos. Me sirvo un trago y me siento
tras mi mesa. Sería un error garrafal
permitir su estancia con nosotros,
aunque mucho me temo que Samael se
opondrá rotundamente a que sea
eliminada.

−Pasa Stephano −digo antes de que


golpee la puerta−. Siéntate, anda.
−¿Ha ocurrido algo? −y creo intuir
una sonrisa en su cara.
−¿Es una pregunta seria?

Ambos permanecemos un momento


en silencio, esperando a ver quién va a
ser el primero que diga lo que es obvio.
Está esperando que le diga eso que lleva
pensando desde seguramente hace un par
de días, eso que ha evitado comentarme
anteriormente.
−Está loca −dice al fin.
−Eso me ha parecido −asiento
contento de que tengamos la misma
percepción.
−Aunque, tiene su encanto −y
sonríe.
−Supongo que con diez minutos no
me ha dado tiempo a encontrarlo, pero
lo creeré si lo dices, ahora, vas a
contarme por qué perdisteis el vuelo.
−Intentó escaparse.
−Entiendo.
−No Marco, no puedes llegar a
entenderlo, se cree que es humana,
quiere ir al baño, dice tener sueño, se
comporta como una niña pequeña
malcriada.
−Pero es mi hija −interrumpe con
sequedad Samael cerrando la puerta−.
Marco, no voy a permitir que se le haga
daño.
−Lo sé. ¿Qué propones?
−Hacer lo que debería haber hecho
en su momento, encargarme de ella.
Aquí, en la Fortaleza.

Stephano se levanta y se sirve una


copa, creo que acaba de decidir que se
mantiene al margen de la siguiente
discusión, se sienta cerca de la ventana
y aunque parece ausente, sé que analiza
con detenimiento cada una de nuestras
palabras. Entiendo a Samael,
seguramente estaría en su misma tesitura
de ser “mi hija”, pero también creo que
el amor por la chiquilla le ciega, dejarla
quedarse con nosotros sería un absurdo,
como el de meter un elefante en una
cristalería.
Termino de tomarme el trago, estoy
seguro que es el primero de unos
cuantos, puesto que esto encierra alguna
que otra discusión, y no voy a involucrar
a más miembros del Consejo, es algo
que debemos resolver aquí y ahora,
entre nosotros. Matar a la joven, o
intentar reformarla.

STEPHANO
Marco y Samael empiezan a hablar
sopesando pros y contras, sé que no van
a acercar fácilmente sus posturas por lo
que la reunión se prevé larga, de ese
tipo de encuentros en los que se tiende a
poner todas las cartas sobre la mesa,
aunque siempre se reserven las mejores
para el final.
Me levanto y me sirvo un trago,
cojo un cenicero de cristal tallado,
encastado en una complicada y floral
filigrana de plata y me acerco a la
ventana, pongo la copa y el cenicero en
el amplio alféizar de piedra y me
enciendo un cigarrillo, inhalo con fuerza
y dejo escapar el humo poco a poco
formando una pequeña nube gris sobre
mi cabeza, espero a que se disipe y me
siento sobre la fría piedra.
No puedo intervenir en esa
decisión, no a menos que me pidan que
tenga que desequilibrar la balanza y sé
que no lo harán, ambos expondrán sus
mejores argumentos hasta que, de común
acuerdo decidan cuál es la mejor
solución, matar a la joven vampira o
intentar adaptarla para que pueda formar
parte de nuestra comunidad.
Cualquiera de las decisiones será
dura para uno de ellos. Si se impone la
razón y el criterio de Marco, deshacerse
de Ever, despojarla de su inmortalidad
para convertirla en cenizas, supondrá un
duro golpe para Samael, que lleva casi
cuatro largos siglos arrastrando sobre
sus espaldas su propia penitencia, la de
haber contravenido una de nuestras
principales Leyes, haber convertido a un
humano y no haberlo acogido como
pupilo, como hijo, como parte de las
propias responsabilidades que se deben
asumir, por eso normalmente vemos a
los humanos como mera comida, como
el contenedor de nuestro líquido vital,
esa sangre que nos sustenta. No se toma
la decisión de convertir a un humano a
la ligera, no es que dispongamos de
números clausus, pero sí que somos
conscientes de que los de nuestra
especie no podemos extendernos sobre
la tierra de forma ilimitada, porque
tarde o temprano llamaríamos la
atención, y otra de nuestras Leyes sería
contravenida, y por otro lado iríamos
agotando poco a poco nuestros recursos
alimenticios. Samael, como muchas
otras veces obró mal, debió matar a
Ever tras alimentarse de ella, ese error
lo ha estado pagando desde hace mucho
tiempo, demasiado tiempo. Si Ever es
sacrificada por el error de Samael, me
temo que no podrá recuperarse de ese
duro golpe, aunque no es algo que me
importe demasiado. Estoy convencido
de que necesita la oportunidad de tratar
de enmendar su traición, necesita
perdonarse a sí mismo, pero por encima
de todo, hacerse perdonar por ella.
Si se impone la voluntad de Samael
y trata de integrar a Ever en nuestra
comunidad, que se adapte a nuestras
reglas, que pueda demostrar su lealtad al
Consejo, mucho me temo que su tarea
será ardua y habiendo compartido con
esa vampira algo más de veinticuatro
horas, me atrevería casi a pensar que
esa misión es imposible.
Doy otro par de caladas y aplasto el
cigarrillo en el cenicero. Marco y
Samael siguen exponiendo sus
argumentos, y yo aunque no me pierdo
ninguno de ellos, me permito el lujo de
evadirme unos instantes, y sin
pretenderlo me pregunto si esa chiquilla
ya estaría loca antes de ser convertida, o
si precisamente tras su conversión el
hecho de no haber tenido a su instructor,
a su creador que le sirviera de guía ha
sido lo que la ha trastornado... Imagino
que no ha debido ser nada fácil para
ella, despertar en un estado
completamente diferente, ser dominada
por la sed sin saber cómo calmarla,
tener que seguir únicamente el impulso
de su instinto, y sin embargo haber
logrado salir adelante, huyendo durante
cuatro siglos, logrando mantenerse
oculta a pesar de haberse convertido en
uno de nuestros objetivos primordiales
desde el mismo momento que Samael se
derrumbó y confesó voluntariamente su
falta a Marco... Es sin duda una
superviviente.
Me alegro de no tener que ser yo
quien decida, al fin y al cabo dentro de
unos cuantos días estaré muy lejos.
Marco y Samael siguen sopesando
las posibilidades, tratando de
convencerse uno a otro de cuál es la
mejor solución, pueden pasar horas sin
que ninguno de ellos ceda un ápice de su
posicionamiento, más en un asunto tan
delicado como este. Me sorprende casi
intuir cómo parece que Marco pudiera
ceder, como si soltara lastre o se dejara
ganar terreno, ha mirado su reloj un par
de veces, y del mismo modo le he
sorprendido en un par de ocasiones
mirando a través de la ventana, al
infinito, mientras escuchaba lo que
Samael le exponía en ese momento.
Entrecierro los ojos, me pregunto qué
otro asunto puede tener en la cabeza, le
conozco desde hace mucho tiempo como
para dejar escapar esos pequeños
detalles, parece como si quisiera zanjar
este asunto con rapidez, cuando la
impaciencia nunca ha sido una de sus
debilidades.
Marco pasa las manos por su pelo,
mira directamente a los ojos a su
interlocutor, y una vez más me asalta la
sensación de que va a ceder ante las
pretensiones de Samael, aunque en un
nuevo amago, niega con la cabeza y
parece dejar escapar un suspiro, aunque
no es resignación lo que muestran sus
ojos.

−Sé que no lo entiendes −dice


Samael dejándose caer sobre la butaca
de su izquierda.
−Sé que sabes que no lo entiendo,
pero juegas también con la ventaja de
saber, que aún y así, voy a darte mi
apoyo −Marco se mantiene de pie,
apoyado tras su mesa−. Aunque a todas
luces sea un error.
−Error fue convertirla, lo que no es
un error es hacerme cargo de ella ahora
−añade Samael con vehemencia.
−¿Tú qué piensas Stephano? −y la
pregunta de Marco me introduce de
nuevo en esa especie de negociación que
llevan manteniendo desde hace ya casi
dos horas.
−Creo que no encaja en la Fortaleza
−. digo con firmeza−. Tiene un carácter
extraño, pero…
−Pero no podemos deshacernos de
ella −se apresura a decir Samael,
interrumpiendo el final de mi frase−.
Marco…
−Lo sé, lo sé… − interviene Marco,
sentándose en la butaca frente a él−.
Está bien, no puede ocasionar mucho
alboroto, solo es una niña, ¿no? −dice
paseando la mirada por Samael y
clavándola en mí.

Estoy convencido no solo de que es


capaz de formar alboroto, sino que sería
capaz incluso de organizar un cataclismo
en el sitio más insulso de la tierra,
Marco no puede ni imaginar la forma de
pensar que tiene esa vampira, creo que
sus pensamientos van a una velocidad
infinitamente superior a la velocidad en
que puede verbalizarlos, recuerdo el
episodio de la farmacia y el aeropuerto,
solo espero que la próxima vez no le dé
por decir que alguien de la Fortaleza la
ha dejado embarazada y no quieren
reconocer a su hijo, la creo
absolutamente capaz, sonrío y me alegra
pensar que deberá buscar otro padre
para un hipotético hijo imaginario
porque yo estaré en Asia, en poco
tiempo.
Levanto mi mirada esperando que
Marco continúe y le descubro un poco
abstraído como si también estuviera
pensando, o bien tomando una decisión
justo en ese preciso momento.

−Marco −mi voz parece devolverle


a la realidad−. Si decides darle una
oportunidad, mi consejo sería
mantenerla permanentemente con
vigilancia, es rápida, ágil, astuta, y
empleará cualquier truco para obtener lo
que quiere, es lista.
−Sí, desde luego no podemos
exponernos a que vague por la
Fortaleza, hasta que demuestre que se
puede confiar en ella, que muestra
signos de adaptación... ¿Pero quién?
¿Quién podría encajar con su perfil? ¿A
quién encomendar la misión de su
adiestramiento, de su adaptación?
−Marco parece meditar.
−¡¡Stephano!! −y la voz de Samael,
aunque jovial, parece una Sentencia.
−¡¡Ni hablar!! −espeto,
acercándome hasta ellos−. Marco no me
puedes hacer eso... No, me niego.
−¿Por qué no Marco? −interviene
de nuevo Samael antes de que pueda
decir nada−. Stephano lleva con
nosotros muchos siglos, y a la vista está
que si ha sido capaz de soportarnos a
nosotros, esa chiquilla no le doblegará
−Samael ríe, parece complacido con su
propuesta, mientras se levanta a por una
copa−. Además ya ha tenido ocasión de
lidiar con ella.
−Precisamente por eso, ¡¡no voy a
hacer de niñera de nuevo!! −miro a
Marco buscando su aprobación,
esperando que diga la última palabra−.
Buscaos a otro y acompañadle en el
sentimiento de mi parte.

Marco vuelve a pasarse la mano


por la cara, esta vez desde la frente
hasta el nacimiento de su pelo, parece
debatirse todavía entre cuál será la
mejor solución, cuando sabe que ambas
son de algún modo comprometidas.

−Sabes que de no ser porque la


mordiste tú, le cortaría la cabeza,
¿verdad? −Marco se dirige a Samael,
entrecerrando los ojos.
−Lo sé, y agradezco que no lo hagas
−Samael parece aliviado mientras toma
un largo sorbo de su copa.

Miro directamente a Marco, sé que


ya ha tomado una decisión, y que ésta no
va a pasar por hacer que su compañero
de armas durante los últimos milenios
no pueda enmendar el error que cometió
en el pasado, espero que ese error
trasnochado no dé lugar a un nuevo error
de mayor entidad aún.

−Tómate un trago Stephano −dice


Marco al fin−. Lo vas a necesitar.

Encajo la mandíbula y no digo nada,


la lealtad es uno de los pilares
fundamentales en que basamos nuestras
relaciones de confianza desde siempre,
desde que nos conocemos, y sé que su
decisión ha sido terriblemente difícil, no
quiero ponérselo aún más complicado,
aunque va a costarme la vida, o al
menos la paciencia, estoy seguro de
ello. Marco levanta el teléfono y manda
llamar a Ever, que se supone debe estar
esperando en una de las salas contiguas,
si es que no ha logrado sacar de quicio a
quien quiera que la esté acompañando
en estos momentos.

−Gracias −dice Samael dejando su


copa en la mesa auxiliar.
−Responsabilizaos de ella, los dos
−nos dice Marco señalándonos con el
dedo alternativamente−. No quiero saber
nada de sus locuras.

Marco se vuelve sobre sus pasos,


Samael sigue sentado en una de las
butacas que rodean la mesita de té,
donde ha dejado reposar su copa vacía,
mientras permanezco callado, de pie,
algo alejado de ambos, observando
cómo Marco parece algo impaciente, se
sienta al lado de Samael, en la otra
butaca, vuelve a mirar su reloj, me
extraña un poco que se muestre tan
ansioso, como si tuviera prisa por
marcharse, como si en realidad quisiera
estar en algún otro lugar.

−¡Pero dónde demonios está! −dice


enfurecido.

Se levanta y sale de la sala,


siguiendo el rastro de esa joven
vampira, Samael y yo nos miramos y
salimos pisándole los talones. Pasamos
de largo la sala en la que se supone
debería estar, y subimos unas escaleras
siguiendo su peculiar aroma. Le
seguimos a muy poca distancia, no
puedo evitar que mi cabeza se mueva a
ambos lados, ya suponía que no sería
fácil.

EVER
Me he quedado sola… Miro a mi
alrededor… ¡SOLA! Esto es genial, esto
es… Una ilusión que se desvanece
cuando la puerta se abre y aparece un
vampiro joven. Me alivia saber que no
todos en ese lugar son unos carcamales,
aunque me parece alarmante la falta de
chicas entre esas paredes.

−No se fían de ti.

Le miro y me quedo callada. El


vampiro se sienta en una silla, me
observa con curiosidad, ¿qué le habrán
dicho de mí? Merodeo un rato por la
sala, pasando la yema de los dedos por
el lomo de los libros. Me agacho al lado
de mi mochila, de su interior saco la
cajetilla de tabaco de Stephano, junto
con un zippo, seguro que no ha reparado
en ella, debe tener más. Carraspeo un
poco y hago eclosionar la lengua contra
el paladar.
−Vaya, vaya, vayaaa… Joooo vaya
−el vampiro me mira−. El tabaco de
Stephano −me muerdo el labio fingiendo
preocupación−. Joder, con lo nervioso
que se pone cuando no lo tiene a mano y
no tiene más, no encontramos la tienda
abierta al venir, ésta era su última
cajetilla −tuerzo el morro−. Yo podría…
−No.
−¡Claro!, te han dicho que no me
dejes salir de aquí hasta que decidan en
qué habitación acomodarme, ¿no? Pues
me hará gracia ver cómo se lo explicas
cuando vaya a coger un cigarro y no
tenga −dejo el paquete sobre la mesa
junto al vampiro y me siento frente a él
−. Puedes ir tú, yo no iré a ningún lado,
no tengo nada mejor que hacer que
esperar a que vengan a buscarme −le
sonrío, me mira y coge la cajetilla−. No
voy a moverme −le aseguro.
Sale por la puerta, escucho cómo se
aleja. Salir, no salir, salir… Claro, por
qué no. ¡Salir! Abro la puerta y saco la
cabeza. Huele a hierbas mentoladas, o
algo así, debe ser porque estoy en Suiza,
de ahí son los caramelos para la
garganta, ¿no? Me alejo en dirección a
la izquierda, el pasillo es relativamente
ancho, y me gusta el hecho de que las
paredes sean de piedra, irregulares,
cada una diferente a la otra, lo hace
parecer tan viejo como debe ser. Al
fondo del pasillo hay unas escaleras, me
debato entre subirlas o salir por una de
las puertas que parecen dar a una
especie de balconada.

−¿Buscas algo? −una voz me


sorprende a la espalda.
−La habitación de Stephano.
−¿Stephano?, ¿estás segura? Un tipo
alto, fuerte, cabeza rapada, cara de…
−¡Gilipollas! −atajo−. ¡Sí! ¡Ese!
−Escaleras arriba, pasillo a la
derecha, última habitación.
−¡Gracias! −digo empezando a
subir.
−Soy Viktor.
−Yo Ever −grito sin girarme.
La habitación de Stephano, me paro
en la puerta, sí, huele a él, y a tabaco,
pero no está, no oigo ruido dentro, y su
olor es tenue. Pongo mi mano en el
pomo sin muchas esperanzas, pero de
pronto cede, que estúpidos o qué
confiados. Entro. Las ventanas están
abiertas de par en par, se cuela el aire
frío de las montañas. Es una habitación
grande, con una cama enorme, una
televisión de pantalla plana y una
pequeña zona con mesa y butacas. Me
adentro cerrando la puerta tras de mí.
Me sorprende la falta de detalles de la
habitación, es anodina como el dueño.
Busco mi objetivo, el armario. Saco el
pintalabios de mi bolsillo y maquillo
delicadamente mis labios. Sonrío
mientras voy depositando un beso en el
cuello de cada una de las camisas que
tiene allí colgadas. Me sorprende la
meticulosidad con que lo tiene todo
ordenado, me recuerda a Jack Nicholson
en Mejor Imposible, seguro que ese
vampiro tiene un trastorno obsesivo
compulsivo.
Salgo corriendo en dirección a la
sala donde se supone que debería estar,
pero de pronto me detengo, no creo que
ninguno de esos vampiros espere
encontrarme donde me dejaron, así que
elijo otra sala diferente donde
esperarles.

−Estás loca.
−¿Por qué?, ¿por qué hablo con
alguien que no existe?
−Entre otras cosas −y aparece a
mi lado, vestida como cuando la maté.

Todas las salas en ese castillo son


prácticamente iguales. Me tumbo en el
suelo con los brazos en cruz,
descansando hasta que les escucho
llegar.

MARCO
Está tumbada en el suelo. Al menos
no está haciendo de trapecista en una de
las lámparas, pero no entiendo qué es lo
que hace en el suelo, y mucho menos por
qué nos pregunta quién es, estoy tentado
de entretenerme en buscar la respuesta,
hasta que me doy cuenta de lo absurdo
de la situación, cuando de pronto grita
Jesucristo, y no sé por qué se empeña en
parecer una loca sacada de una
institución mental. No lo entiendo en
absoluto. La miro, no puede ser que esté
tan desequilibrada, creo que es más una
fachada, una pose, puede que sea lo que
la ha ayudado a sobrevivir todo ese
tiempo, hacer creer a todos que su salud
mental no es la adecuada. Nos ha dado
esquinazo durante casi cuatro siglos, esa
es otra de las cosas que no entiendo. Y
no me gusta no entender las cosas.
Stephano toma la delantera y le pide
que se levante, le tiende la mano y
aunque parece reticente, finalmente
obedece. Puede que haya sido un acierto
hacer que el templario se ocupe de la
niña, nunca he conocido a nadie con
tanta paciencia como Stephano. Nada
podría sacarle de sus casillas. Parece el
título de una película de serie B, el
templario y la huerfanita.
Se mueve inquieta, carga el peso de
una cadera a la otra y pronto retuerce
una mano dentro de la otra, del mismo
modo que se retuerce nerviosa un
mechón de su pelo, con tal intensidad
que parece que vaya a arrancárselo. No
puedo evitar reír.

−Pareces nerviosa −digo


acercándome.
−Bueno, digamos que la curiosidad
me corroe −continúa jugueteando con su
pelo−. Y tengo hambre −añade.
−Te vas a quedar aquí −digo sin
más.

Su cara transmuta, y no sabría decir


si está aliviada al saber que de momento
su cabeza va a seguir pegada a su
cuerpo, o profundamente contrariada por
tener que permanecer entre esas
paredes. De pronto se gira hacia Samael
y le escupe con ira la palabra más
envenenada que una hija puede decir a
su creador, “te odio”, y esas dos simples
palabras sé que hieren profundamente a
mi amigo. Lo puedo ver en sus ojos.
−Ever, aquí vas a estar bien
−Samael la coge de la mano−.No hay
elección pequeña, de verdad, verás
como…
−¿Me devuelves la mano? −espeta
−. Me hace falta para masturbarme.

Miro a Stephano, a eso se refería


con un carácter descarado, si por mi
fuera, le habría cruzado la cara por esa
desfachatez, mi mano reposaría en su
rostro tras una sonora bofetada. No, sin
duda no estamos tomando la elección
más correcta, lo sensato sería matarla y
olvidar que ha existido. Y con dos ágiles
movimientos la muy ilusa cree que
puede escapar, sonrío cuando Stephano
ataja su intento de evasión agarrándola
con fuerza, sujetando sus brazos por
detrás.

−¡Cállate! −ordena Stephano


tapándole la boca−. No quiero ser el
primer vampiro de la historia con dolor
de cabeza.

Toda esa situación empezaba a


alcanzar unos niveles de surrealismo
que me superaba. Parecía una sitcom
americana, y nunca me había gustado ese
humor tan simplón. Samael se moría de
ganas de que fuera la princesita perfecta,
pero esa chica estaba lejos de ser tal
cosa.
−Ever, pórtate bien −digo
acercándome hasta donde Stephano aún
la mantiene con la boca cerrada por la
fuerza−. No hagas que te castigue.
−Oweifna hoiawnehfo hofua hcofh.
−Suéltala Stephano… ¿Qué?
−Que no me hables como si fuese
idiota −dice tocándose la mandíbula
dolorida.
−Demuéstrame que no eres idiota, y
no te hablaré como tal.

Miro a mis compañeros. Saben que


ahora ella es cosa suya, Samael por
elección y devoción, Stephano por
imposición. Lo lamento mucho por él
pero, verdaderamente, ella es un tema
delicado, que no le confiaría a nadie
más, la grieta que puede hacer que
nuestros sagrados cimientos se
tambaleen.
Salgo de la sala con una sola idea
en la cabeza, y nada tiene que ver con la
chica.

STEPHANO
Marco abandona la sala, y yo dejo
de sujetar a Ever, alejándome un poco
de ella, mientras paso una mano por mi
cabeza y me acerco a Samael, me
consuelo pensando que algún día le
agradeceré convenientemente su gran
idea de volver a nombrarme "niñera" de
esa desequilibrada, pero no pienso
"disfrutar" de ese honor en solitario,
Samael es el responsable de esa
vampira y él tendrá que asumir su
"reeducación" y a fe mía que le queda
por delante un arduo trabajo.
Samael parece nervioso,
intranquilo, como si ahora que se ha
marchado Marco dejándole al frente de
sus propias obligaciones, hubiera
perdido algo de fuelle, como si él
mismo notara que flaquean sus fuerzas.
Se levanta y se dirige hacia Ever, pero
titubea.

−Ever... −parece que busque las


palabras adecuadas−. quiero que
empecemos de cero, yo...
−Oh, ¿quieres decir que ahora te
vas a comportar como un padre? −se ha
sentado sobre la mesa de reuniones,
dejando que sus piernas se balanceen−.
Olvídalo, es demasiado tarde, ¿no
crees? −enarca una ceja y comienza a
enredar un mechón de su pelo en su dedo
índice, lo enrolla y lo desenrolla, y lo
vuelve a enrollar, y lo desenrolla de
nuevo, sin pretenderlo veo como la
punta de mi zapato repiquetea en el
suelo, y tengo que obligarme a detener
ese ligero movimiento no carente de
cierta impaciencia−. Llegas como unos
cuatro siglos tarde...
−Está bien.−intervengo procurando
mantener el control de la situación−. No
es el momento de reproches ni de
lamentaciones.
−¡¡Guay!! −exclama de repente
saltando desde la mesa al suelo y
sosteniéndose sobre las puntas de los
pies, para volver a plantarlos
completamente en el suelo de nuevo y
volverse a poner de puntillas caminando
así hasta situarse al lado de Samael−.
Papi, quiero un coche, un deportivo
estaría bien, no sé, o mejor no, quizás
estaría mejor que me regalaras un
caballo... O no, no, espera un...
−¡¡Basta!! −la interrumpo ante la
mirada un tanto atónita de Samael−.
Tenemos que hablar de cosas más serias,
como establecer las normas...
−Uy normas, pues que aburrido
−dice sentándose sobre el reposabrazos
del sillón donde Samael está sentado, y
empieza a parecer un tanto incómodo−.
No me gustan las normas.
−Pues jovencita −empieza a decir
Samael levantándose−. Deberás
aprender a respetarlas, no son muchas,
pero sí que son estrictas, nos gusta la
lealtad y la disciplina −me mira y hace
un gesto de disculpa que no alcanzo a
entender, hasta que veo cómo se dirige a
la puerta−. Lo lamento Stephano, olvidé
que tengo una reunión urgente con Darío,
estoy seguro que puedes ocuparte de
Ever y encontrarla un buen acomodo.
−Pero, no es eso en lo que hemos
quedado −protesto−. debemos
encargarnos ambos... Pero antes de
terminar la frase ya ha abandonado la
sala.
−Vaya parece que nos hemos
quedado solos −dice Ever levantándose
y acercándose a mí deslizando los pies
poco a poco−. Se me está ocurriendo...
−No se te está ocurriendo nada
−atajo seco, mientras la sujeto por
ambos brazos y la obligo a que se siente
en el mismo sillón en que ha estado
sentado el cobarde de Samael hasta hace
tan solo un momento−. Te estarás
sentada, callada y atenderás lo que tengo
que decirte.
−Aha −hace un gesto afirmativo con
la cabeza y comienzo a explicarle el
funcionamiento de la vida diaria en la
Fortaleza, los horarios, las
disposiciones comunes a todos los
miembros, le informo sobre las
actividades que puede realizar y las que
de momento le están vetadas, dónde y
cómo puede alimentarse, a quién pedir y
cómo cursar las solicitudes cuando
necesite algo.

Sorprendentemente se mantiene
callada y atenta durante el rato que
dedico a ponerle al día de todo lo que le
puede ser de utilidad para poderse
adaptar a nuestro estilo de vida,
empiezo a relajarme y a pensar que
quizás la he juzgado con demasiada
dureza. Sigue sentada en la misma
posición, y observo de soslayo que su
mirada me sigue con atención mientras
camino algunos pasos andando y
desandando los escasos dos metros que
me separan del otro sofá, llevo una de
mis manos a la frente y presiono
ligeramente mis sienes, en un absurdo
gesto que me permita no perder la
concentración y ordenar mis
pensamientos. Me detengo de nuevo
frente a ella y termino indicándole
cuáles son las salas comunes y que tiene
totalmente prohibido, bajo ningún
concepto, abandonar la Fortaleza.

−Te acompañaré a la que será tu


habitación, está en la primera planta..−le
hago un gesto con el dorso de la mano
indicándole que se levante y que me siga
−. De momento te está vetado el teléfono
y el portátil. Vamos.
−No.
−¿Cómo qué no? −me detengo y
vuelvo a acercarme a ella−. No es una
invitación, esto no se negocia. Vamos.
−No, no quiero, primero...
−Irás a tu habitación
voluntariamente o tendré que obligarte.
−Ufff, eres odioso, puedo ir sola,
pero primero deberías acompañarme.
−Acompañarte... ¿Dónde? −resoplo
e intento mantener la calma, no quiero
perder los estribos, en un milenio de
existencia nadie ha logrado sacarme de
mis casillas, ni vampiro ni humano que
hubiera podido vivir para contarlo, y no
voy a consentir que esta mocosa vaya a
ser una excepción, aunque en el poco
tiempo que llevo con ella haya logrado
exasperarme.
−Pues a comprarme ropa, tú me
obligaste a dejarla en Alaska y bueno ya
sabes...
−No, no sé… ¿Qué se supone que
debo saber?
−Una chica se cambia su ropa
interior cada día −me mira como si lo
que me está diciendo fuera una
confidencia entre adolescentes−. Y por
tu culpa yo...

La miro desconcertado, no me lo
puedo creer, no puede ser cierto, estoy
convencido que lo hace a propósito,
debe hallar algún tipo de placer en
comprobar hasta dónde puede aguantar
su interlocutor, estoy seguro que trata de
tensar la cuerda de tal modo que se
rompa, si siempre hace lo mismo no
logro entender cómo es posible que siga
con vida... Sería tan fácil en un arrebato,
alguien menos paciente... Desecho ese
pensamiento y dejo exhalar el aire de
mis pulmones, de forma mecánica,
innecesaria, pero a todas luces
tranquilizadora.

−Primero te mostraré tu habitación


−digo intentando mantener un tono de
voz monótono y desprovisto de
cualquier emoción−. Y enviaré a alguien
a buscarte ropa.
−Claro −dice levantándose muy
despacio del sillón, pero sin acercarse−.
Lo que pasa es que a tí te pone cachondo
saber que no llevo ropa interior, porque
no me digas que no te habías fijado... −y
de pronto veo como empieza a tirar de
su camiseta hacia arriba para quitársela,
con un rápido movimiento la detengo,
pero no antes de que me asalte la visión
de la nívea piel de su abdomen, estiro
de su camiseta hacia abajo para cubrirla
de nuevo, y espero que no le dé por
ponerse a chillar que he querido
desnudarla, o cualquier otra cosa que se
le ocurra.
−¡¡Basta!! −casi estoy a punto de
gritarle, pero logro contenerme, y
lentamente me giro hacia la puerta−. O
vienes conmigo a tu habitación o te
llevaré a rastras, tú decides −digo
mientras abro la puerta y espero a que se
decida, tengo la mandíbula tan apretada
que casi puedo notar cómo podría
fracturarse solo con ejercer un poco más
de presión sobre ella.

EVER
Cierra la puerta de la habitación
dejándome sola dentro. Solo tengo una
como referencia, la suya propia, y a
simple vista la mía es mucho más
pequeña. En la pared de la derecha está
la cama, justo en frente hay un pequeño
armario y a continuación otra puerta, y
no hace falta ser un premio nobel para
saber que es la del baño. Frente a la
puerta de entrada un gran ventanal, y un
pequeño espacio justo delante con un
par de sillones y una mesa auxiliar. Es
bonita.
Dejo la mochila sobre la cama y
saco de su interior las dos únicas
prendas de ropa que he llevado
conmigo, dos vestidos, el primero es el
vestido que llevaba el día que Samael
me atacó, aún manchado con mi propia
sangre y la de ella. El otro, me lo había
regalado Scotch al poco tiempo de
conocernos, y durante una época, cada
vez que me lo ponía, me decía que
parecía una princesa, aunque siempre
me tratara como a una fulana. Cuelgo
ambos vestidos en el armario,
acariciándolos con la punta de los dedos
encontrando, en esa poco exhaustiva
inspección, más de un descosido.

−Y ahora, ¿qué?
−¿Ahora? Puessss… −digo
buscándola con la mirada hasta que
aparece sentada al lado de la ventana−.
No lo sé.
−Podrías…
−¿Vas a decir algo de Scotch?
porque preferiría que no lo hicieras.
−Está bien −y hace el gesto de
cerrar una cremallera sobre su boca.
−¿Y ya? ¿Sin más? ¿Vas a hacerme
caso?
−Claro. Pero que sepas que él nos
hacía felices.
−Sabes, recientemente he
descubierto que teníamos algo
equivocado el concepto de felicidad, es
una lástima que tú todavía no te hayas
dado cuenta de eso.

Me acerco a la ventana y la abro de


par en par, dejando que se cuele un aire
helado que solo puede anunciar nevada.
Miro la distancia hasta el suelo, aunque
no es que sea importante, pues dudo que
vaya a romperme una pierna o a abrirme
la cabeza. Miro hacia la puerta,
Stephano me ha advertido que bajo
ningún concepto puedo salir de la
Fortaleza, pero él no es mi padre, y el
que se supone que lo es, tiene tanto
miedo de enfrentarse a mí, que ha salido
huyendo en cuanto ha visto la más
mínima oportunidad. Si siempre va a ser
igual, no veo por qué tomarse tantas
molestias en encontrarme, yo estaba muy
bien buscándome la vida sola. Miro mi
reflejo a través del cristal de la ventana,
y descubro de nuevo mis dedos
jugueteando con un mechón de mi pelo.
No tengo nada que perder, y no voy a
darle el gusto a Stephano de ser una niña
buena, nunca me ha gustado ser
obediente. Salto por la ventana.
La Fortaleza está a varios
kilómetros de un pueblo grande, o una
ciudad pequeña, depende de lo
optimista/pesimista que sea uno o tenga
uno el día. Paseo por sus calles, las
tiendas están casi a punto de cerrar. Me
cuelo en alguna de ellas, miro la ropa,
me encanta el tacto de la seda en mis
manos, y mucho más en mi piel, pero las
dependientas no me quitan el ojo de
encima. Debo tener pinta de chica
marginal, o puede que al ser un sitio tan
pequeño, todos se conozcan y yo solo
sea una extranjera. Salgo a la calle y
entro en otra tienda, y otra y otra... No sé
qué hora debe ser, lo que sí sé es que
hace ya mucho rato que he saltado desde
esa ventana, así que no creo que tarden
mucho en darme caza. Espero que sea él
mismo el que venga a por mí, meto la
mano en mi bolsillo y noto la frialdad
del metal.
Salgo de la última tienda de ropa
que he visto, con el pensamiento de
volver en otra ocasión y rellenar lo más
que pueda ese pequeño armario que hay
a los pies de mi cama. Empieza a
lloviznar, con una consistencia que me
hace pensar que pronto será nieve lo que
caiga. Me gusta ver nevar. La gente a mi
alrededor se apresura a volver a sus
casas, algunas primeras persianas echan
el cierre, esperando ser reabiertas al día
siguiente. Una mujer choca contra mi
brazo al correr a refugiarse de la lluvia
bajo el toldo de una cafetería. Me giro
sobre mi misma para ver cómo no se
vuelve ni para disculparse. En todas
partes es igual, no importa que el sitio
sea grande o pequeño, de montaña o de
costa, los humanos siempre van a la
suya, sin fijarse en los demás. Estoy
segura que por eso viven en la inopia de
su mundo perfecto, porque son tan
arrogantes que no pueden concebir que
exista una realidad diferente inmersa en
su estructurado mundo.
La vuelta va a ser más lenta que la
ida. Abstraída en mis pensamientos, con
ambas manos en los bolsillos de una
chaqueta que, a todas luces, es
insuficiente para resguardarme del frío
invernal, y los primeros copos de nieve
cayendo despacio, ejecutando su sutil
baile antes de desplomarse en el suelo,
donde dentro de un rato, empezarán a
cuajar en un precioso manto blanco. Me
gusta que nieve.

−Esto debe ser precioso cuando


esté todo nevado, seguro que parece una
postal.
−¿Ahora va a gustarte esto?
−Bueno, no me negarás que el
paisaje es precioso. Las casas, las
montañas, la nieve…
−Los vampiros, la falta de
libertad, las normas, leyes, horarios,
restricciones…
−Sí, bueno, eso también, pero…
−¡Ever! ¡Por favor! −se queja.
−¿Qué? Solo digo que…
−Solo dices que… ¿Qué?
−Que puede que no esté tan mal.
El suelo empieza a volverse blanco,
me giro para ver cómo van marcándose
mis pisadas en el suelo enharinado.
Comienzo a caminar de puntillas, y
parecen pisadas de un duende. Sonrío
ante tal idea, me paro de repente,
percibo su olor, espero que le guste su
regalo.

STEPHANO
La dejo en su habitación y me
marcho sin más, no quiero permanecer
con ella más tiempo del estrictamente
necesario. Debería haberle dado algunas
instrucciones más, explicarle con más
detenimiento el funcionamiento interno
de la Fortaleza, quizás debería haberle
presentado a algunos compañeros de las
habitaciones contiguas, pero necesito
tomar un poco de distancia y serenar los
ánimos.
De camino a mi habitación me
encuentro con una de las doncellas de
esta planta y le indico que la última
habitación del fondo del pasillo está
ahora ocupada por una vampira joven, y
que siga el protocolo habitual con
respecto a la incomunicación con el
exterior hasta nueva orden. La doncella
asiente y sigue su camino girando por el
siguiente pasillo a la derecha, mientras
yo continúo hasta mi habitación, situada
en la zona sur del Castillo, en esa misma
planta.
Antes de llegar a mi puerta, incluso
mis sentidos parecen jugarme una mala
pasada, huele a ella, parece que no vaya
a poder librarme de su aroma o de su
caótica presencia. Abro la puerta y
efectivamente me azota su particular
fragancia, que no sé determinar, puede
que de algún tipo de fruta, de cítrico o
quizás de alguna flor exótica, está un
tanto diluido en el aire, pero sin duda ha
estado en mi habitación. Doy un rápido
vistazo y todo parece en orden, a simple
vista no echo nada en falta. Resoplo, a
saber por qué y cuándo habrá venido
hasta aquí, quizás ni siquiera haya
llegado a entrar, quizás solo haya
pasado por el pasillo mientras
deambulaba, deslizo una mano por mi
cabeza hasta dejarla reposar en la nuca,
no voy a empezar a estas alturas a
volverme paranoico.
Me desprendo de la camisa y la
dejo sobre una banqueta del lavabo,
abro el portátil mientras enciendo un
cigarrillo y contesto un par de mails que
todavía no había ni abierto, leo un par
de noticias internacionales, y anoto
algunas ideas que no quiero olvidar,
compruebo que no tengo ningún otro
mensaje y bajo la tapa del ordenador.
Aplasto el cigarrillo en un pequeño
cenicero de cristal que reposa en un
extremo de la mesa y veo una cajetilla
de tabaco y mi encendedor Zippo, me
alegra comprobar que no lo he perdido,
lo cojo y lo meto de nuevo en mi
bolsillo.
He dejado pasar una hora, mientras
tanto he terminado el libro que me
estaba leyendo y lo coloco en la
estantería, junto con los demás, supongo
que ya habrá tenido tiempo suficiente de
instalarse, y espero que tiempo para
comprender que es mucho mejor
colaborar y adaptarse a su nueva
situación, de todos modos no puedo
demorar mucho más el nuevo encuentro,
me han asignado su custodia y no tengo
modo de evitarlo.
Abro el armario y cojo una de mis
camisas, una de seda color marfil, y
cuando estoy a punto de abrochar el
último de los botones veo mi imagen
reflejada en el espejo y sobre la solapa
derecha una marca de carmín en forma
de perfecto beso perfilado sobre la tela.
No recuerdo haber guardado la camisa
sin haberla enviado a la lavandería, las
doncellas pasan a primera hora de la
mañana a hacer las habitaciones y se
llevan la ropa sucia. Stephano, debes
estar perdiendo facultades.
Me desprendo de ella y descuelgo
otra del armario, pero... No puede ser,
las repaso todas, una a una, y la marca
de unos labios pintados de carmín
reposa en la solapa derecha de todas
ellas.
−¡¡¡Joder!!!, maldita loca.
−descuelgo todas las camisas y las dejo
en el suelo, mientras tiro de una
camiseta negra y me la empiezo a
colocar por la cabeza, abro la puerta y
me dirijo a buen paso hacia la
habitación de esa vampira que se ha
propuesto volverme loco.

Llego hasta la última habitación del


pasillo del lado opuesto del Castillo y
no me molesto en llamar a la puerta, si
tenemos en cuenta su forma de actuar
nadie podrá pensar que no observo las
mínimas normas de cortesía... No tengo
ganas de juegos y a pesar de tener toda
la eternidad por delante, nunca me ha
gustado perder el tiempo.

−¿Se puede saber qué coño...? −mi


pregunta muere en el aire, pues he
levantado innecesariamente la voz a la
nada, abro la puerta del baño para
confirmar, como ya he supuesto, que no
hay nadie dentro. Ni rastro de ella.

Resoplo y una suave brisa hace que


se mueva la leve tela de la cortina,
dando paso a una ventana abierta, me
asomo y observo los escasos diez
metros que separan la ventana del suelo,
y las marcas que han dejado sus botas en
la tierra, al amortiguar su caída.
−¡¡¡Mierda!!! −maldigo entre
dientes−. Iba a ser algo fácil, recoger a
una vampira al otro lado del mundo,
traerla a casa y poder emprender mi
misión en Asia, algo sencillo... −si fuera
humano en estos momentos estaría
buscando un antiácido.

Salto por la ventana para seguir su


rastro mientras saco el móvil de mi
bolsillo, marco un número desde la
memoria y espero.

−Dime −la voz de Marco al otro


lado suena ruda y seca.
−Se ha escapado −digo
simplemente sin tratar de disimular mi
cansancio.
−¿¡Cómo!? Si solo hace unas horas
que te dije que te encargaras de ella.
¿Cómo ha podido pasar?
−Lo lamento −me disculpo,
mientras compruebo una rama partida y
el rastro de unos pies en la gravilla justo
cuando el camino que bordea el Castillo
se pierde en el lindero del bosque.
−Búscala, encuéntrala y mátala.
−Pero…
−Mátala, entiérrala viva o ponle un
chip rastreador, lo que te dé la gana,
pero no vuelvas a molestarme.

Y cuelga sin más, guardo mi móvil


de nuevo en el bolsillo y me pregunto
dónde habrá ido Marco y qué diablos
estará haciendo para reaccionar de ese
modo, le conozco bien y le ha molestado
enormemente ser interrumpido en lo que
sea que esté haciendo, ni tan solo se ha
molestado en disimularlo.
Seguir su rastro es sencillo, incluso
si no fuera un excelente rastreador, la
tarea no sería nada complicada, parece
que, en el fondo, quiera ser encontrada,
podría parecer que como en aquel
cuento infantil esté dejando un sendero
de evidencias que irremediablemente
conduzcan a ella. Tras unos cuantos
kilómetros ya tengo claro que se ha
dirigido a la ciudad, aunque algunos
escépticos considerarían que más que
una ciudad se trata de un pueblo grande,
el centro todavía conserva su estructura
casi feudal, de pequeñas y estrechas
calles empedradas, con casas bajas de
tejados elevados, pero a lo largo de los
años, la población se ha ido extendiendo
hacia las afueras, donde edificios de
varias plantas han proliferado.
Su aroma todavía permanece en el
aire en varias tiendas de ropa donde ha
entrado, no me es difícil
individualizarlo y separarlo del resto de
olores a sudor y perfume barato que se
solapan y entremezclan camuflándose
entre sí. El hecho de saber que está
cerca y que no tardaré en localizarla no
contribuye a que mi mal humor
disminuya, noto tensos todos y cada uno
de los músculos de mi cuerpo, quiero
dar con ella y acabar de una vez con
todo. Su olor llega con total nitidez a mi
pituitaria y al girar la siguiente esquina
la veo, caminando poco a poco de
puntillas, se detiene, parece como si
estuviera esperando a que le den caza.
Acelero el paso, las últimas luces de la
tarde parecen iniciar su despedida,
cuando la alcanzo la sujeto con fuerza
del brazo y tiro de ella hacia mí, la
arrastro hacia una zona más apartada,
tras unos setos, donde no llamar la
atención, no voy a consentir ninguna
estupidez más... Ni una sola.

−¿Se puede saber qué te pasa?


−aunque no pretendo elevar el tono de
mi voz, sé que la misma destila rabia,
estoy furioso y no pretendo disimularlo,
la zarandeo un poco hasta que la sitúo
frente a mí, sin soltar su brazo, eleva sus
ojos hasta clavarlos en los míos, pero no
dice nada y su silencio casi está a punto
de desencadenar mi ira−. Ya sabes cuál
es el castigo por no acatar las reglas
−ahora mis manos sujetan sus antebrazos
y los presionan con más intensidad, y
aunque estoy tentado de elevar una de
ellas hasta encontrar su cuello, me
contengo−. ¿Tan poco te importa tu
vida?

EVER
Me he quedado detenida en medio
de la calle, bajo la única luz de una
farola, hace un rato que he notado su
olor. Me alcanza en cuatro zancadas, me
agarra del brazo y tira de mí hasta una
zona algo más apartada. Con dos fuertes
zarandeos me coloca justo frente a él,
clavando sus ojos en los míos. A pesar
de todo, de su caminata bajo la nieve y
el hecho de que le haya desobedecido a
los diez minutos de dejarme sola, parece
que contiene su enfado. Los músculos de
su cuerpo están tensos, pero otro en esa
situación ya me habría golpeado.
−¿Tan poco te importa tu vida?
−dice terminando así de hilar sus
pensamientos e intentando no gritar.
−Tengo algo para ti −le sonrío.
Sigue mirándome con odio
contenido, sus brazos sujetando los
míos, con firmeza pero con cuidado.
Poco a poco afloja el agarre de su mano
izquierda y la conduce lentamente al
bolsillo de su pantalón, sacando de su
interior su teléfono móvil. No me pasa
desapercibido que no lleva camisa como
las otras veces, sino una camiseta
deportiva negra, así que ya debe de
haber visto la marca de mis besos. Me
habría gustado ver su cara en ese
momento, seguramente parecida a la que
puso en la farmacia.

−Es un regalo −añado.


Las calles están desiertas, la nieve
cae lentamente, ahora todo el suelo ha
quedado emblanquecido, y las montañas
parecen las de un belén, como si alguien
las hubiese espolvoreado con harina. El
aire se arremolina a nuestro alrededor
moviendo las solapas de mi fina
chaqueta y alzando los copos sueltos de
la calzada.
Mueve su dedo por la pantalla táctil
buscando un número en su agenda. Meto
la mano en mi bolsillo y saco una
pequeña caja metálica.

−No creo que se te haya terminado


la pila del reloj, es muy antiguo, creo
que ya no funciona −abro la caja con una
sola mano, puesto que la otra sigue
inmovilizada−. Supongo que tu reloj
tiene una larga historia detrás, pero…
−alzo la caja para que pueda verlo−.
Puede que dentro de unos siglos éste
también la tenga, podrás contar cómo te
lo regaló una vampira, de la que
olvidaste su nombre a los diez minutos.

Cuelga el teléfono y vuelve a


guardarlo en su bolsillo. Suelta mi brazo
y su rictus se suaviza, sigo con la mano
alzada, sujetando la caja con un
precioso reloj, o eso me ha parecido
cuando lo he visto en el escaparate de la
tienda, y el hecho de que fuese el más
caro de todos ha terminado de ayudarme
a decidir. Y aunque es el ser menos
expresivo que he tenido el placer de
conocer en mi vida, creo que el acto de
colgar el teléfono, que de seguro iba a
complicarme la vida, me anuncia que
puede que le haya gustado. No parece
que vaya a decirme nada, parece medir
cada gesto, y en ningún momento
desciende la mirada para ver qué
sostengo entre mis manos.

−¿Te gusta? Lo he robado para ti.

Sigue mirándome, y solo desvía los


ojos unos segundos para fijarse en el
reloj. Pasa su mano por la cabeza, gesto
que en un humano significaría convertir
los copos de nieve adheridos a su pelo
en agua, pero con nuestra frialdad,
simplemente se desplazan de lugar. Me
impaciento, pero sigo con una sonrisa
pintada en la cara y la mano alzada,
cambiando el peso de mi cuerpo del
talón a la punta de los pies,
balanceándome ligeramente.

−Bueno, dime algo. ¿No te gusta el


color?

STEPHANO
Quiero acabar con todo, cuanto
antes, finiquitar este asunto, y volver a
retomar mi vida justo en el mismo punto
donde la había dejado un par de días
atrás. Marco ha sido claro y tajante, me
ha dado carta blanca para decidir qué
hacer con el "problema", y en este caso
solo hay una salida, aunque me tenga que
enfrentar a Samael más tarde, la
desobediencia tiene un claro castigo.
Estoy seguro que no se va a adaptar a la
vida en la Fortaleza, y su indisciplina
nos ocasionará más de un quebradero de
cabeza. Ha contravenido una orden
directa. Seré rápido y expeditivo, como
lo he sido siempre. Solo necesito la
confirmación de Marco, y todo habrá
terminado. No le voy a dejar margen de
maniobra ni consentiré ningún otro de
sus juegos. La miro a los ojos no rehúyo
su mirada, no sería noble hacerlo, no
cuando voy a matarla.
−Tengo algo para ti −dice de
repente, mientras me sonríe, y no puedo
entender cómo sus ojos me devuelven
una mirada cargada de inocencia,
cuando lo más probable es que la
perdiera hace siglos.

Me veo reflejado en sus iris, he de


contener la profunda rabia que me
provoca, estoy convencido que tras esa
mirada transparente teñida de un
profundo color burdeos se esconde pura
nitroglicerina, continúo sujetando sus
brazos, con firmeza, aunque procuro no
hacerle daño, reminiscencias de una
trasnochada caballerosidad podrían
pensar algunos, y tal vez no se
equivocan... Suelto con cuidado mi
mano izquierda y la deslizo hasta el
bolsillo de mi pantalón, de donde saco
mi móvil.

−Es un regalo −añade con suavidad,


sino supiera de lo que es capaz, casi
podría hacerme creer que está azorada.

Los copos de nieve siguen cayendo


poco a poco sobre nuestras cabezas, se
van adhiriendo a su cabello, de un
intenso color negro, lo que hace que el
contraste sea incluso más acusado.
Parece que toda la ciudad se haya
desvanecido y que hayamos quedado tan
solo los dos, en una especie de duelo
bajo las estrellas, aunque las fuerzas no
están equilibradas pues su suerte casi
está echada. Deslizo el dedo por la
pantalla buscando en la agenda el
número de Marco, de soslayo creo intuir
como hace un rápido movimiento con
una de sus manos, que no alcanzo a ver.

−No creo que se te haya terminado


la pila del reloj, es muy antiguo, creo
que ya no funciona −entrecierro los ojos,
soy consciente de que mi mirada en
estos momentos debe ser dura−.
Supongo que tu reloj tiene una larga
historia detrás, pero…−noto un ligero
movimiento de su mano a mi izquierda,
por mi visión periférica creo que ha
levantado ligeramente su mano, pero no
desvío mis ojos de los suyos ni un
milímetro, en cuanto Marco descuelgue
y confirme la orden… −. Puede que
dentro de unos siglos éste también la
tenga, podrás contar cómo te lo regaló
una vampira, de la que olvidaste su
nombre a los diez minutos.

En mi cerebro salta un click, y


aunque sé que voy a arrepentirme, de un
golpe seco cuelgo el teléfono y vuelvo a
guardarlo en mi bolsillo. La libero de mi
mano que la seguía aprisionando y
aflojo un poco la tensión de mis
hombros, desencajando lentamente la
mandíbula, sé que sostiene algo en su
mano derecha, de hecho todavía la tiene
ligeramente levantada pero no he
desviado la mirada para comprobar de
qué se trata, me desconcierta mucho más
que ha sido capaz de sostenerme la
mirada durante todo el tiempo, sin
mostrar ni un ligero destello de duda, sin
tratar de desviarla, estoy seguro que
sabe cuál va a ser su destino, y que el
mismo está muy muy cerca, y sin
embargo...
−¿Te gusta? Lo he robado para ti −y
su voz es firme y melodiosa, ni una
ligera vibración de temor, ningún asomo
de zozobra.

Continúo mirándola, y tan solo


desvío los ojos unos segundos hacia su
mano que mantiene todavía extendida en
el aire, y sobre la que sostiene una caja,
en su interior un reloj, y un ligero
destello brillante que rompe la
oscuridad que empieza a cernirse sobre
nosotros. Paso una mano por mi cabeza,
nunca he entendido a las mujeres, creo
que son increíblemente más complicadas
que nosotros, pero juro por Satanás que
la jovencita que tengo delante se lleva la
palma, no entiendo cómo funciona su
mente, sus reacciones, su forma de
actuar un tanto caótica me sobrepasa...
No deja de ser para mí un misterio.
Parece impacientarse, lo noto por su
lenguaje gestual, aunque continúa con su
mano en alto mostrándome su regalo, va
cambiando el peso de su cuerpo, del
talón a las puntas, una y otra vez, y otra,
y una vez más, balanceándose
lentamente, aunque no ha borrado la
sonrisa de su rostro.
−Bueno, dime algo. ¿No te gusta el
color? −dice por fin.

Sujeto con dos dedos el puente de


mi nariz, cierro unos segundos los ojos y
aprieto ligeramente mis sienes, mientras
niego poco a poco con un gesto de mi
cabeza, cuando los abro la candidez de
su sonrisa me sobrecoge.

−Dime... ¿Qué voy a hacer contigo?


−y aunque no lo pretendo tengo la
sensación de que debo parecer
derrotado.
−¿Aceptar mi regalo? −deshace con
dos pasos la distancia que nos separaba,
y mientras se muerde ligeramente la
comisura del labio inferior me tiende su
otra mano, con la palma hacia arriba,
reclamando mi muñeca−. Y todavía no
me has dicho si te gusta −la punta de su
zapato se desliza poco a poco de
izquierda a derecha, describiendo un
pequeño semicírculo en el suelo.

Definitivamente me ha ganado,
Stephano Massera te estás ablandando
pienso para mí, y lo vas a lamentar,
seguro que vas a lamentarlo...
Extiendo mi brazo y su mano rodea
mi muñeca.

−Puede que tarde algo más de diez


minutos en olvidar tu nombre −le digo
cuando noto el frío tacto del metal en mi
muñeca, sus ágiles dedos se afanan en
ajustar el cierre, me sonríe con sus
profundos ojos y me hace una mueca−.
Tal vez doce… −sonrío a mi vez.

EVER
Tiende su mano hacia las mías, y
con rapidez ajusto el reloj a su muñeca,
todo su cuerpo se destensa, creo que
necesita hacer yoga, pues siempre está
en tensión, pero por fin, parece relajado.
Sigue mirándome, creo que le he
sorprendido, bueno, a decir verdad, y no
por darme méritos, llevo más de
cuarenta y ocho horas sorprendiéndole.

−Puede que tarde algo más de diez


minutos en olvidar tu nombre −le miro
con alegría, aún no había hablado−. Tal
vez doce…−. añade con una sonrisa.
−Bueno, algo es algo −digo
sacándole la lengua−. Es la segunda vez
que te veo sonreír, y deberías hacerlo
más a menudo, se te marcan unas
arruguitas aquí −señalo su ojo−. Y aquí
−acaricio su otro ojo−. Y eso resulta
muy sexy.

No le doy tiempo a responder,


suelto su mano y me doy la vuelta, la
nevada ha aumentado en intensidad, pero
sigue siendo muy agradable, empiezo a
caminar con paso firme, clavando mis
botas sobre la nieve, dejando tras de mí
un rastro exagerado. Stephano me da
alcance situándose a mi lado.
Caminamos algunos kilómetros en el
más estricto silencio, creo que se siente
más cómodo cuando nadie a su
alrededor le habla. De reojo puedo ver
cómo me observa, ha estado a punto de
decirme algo un par de veces, y después
parece haberse arrepentido.

−Lo siento −digo ayudándole a


iniciar el dialogo−. No debería haberte
desobedecido, no volverá a ocurrir, te lo
prometo.
−No es solo eso, me has puesto en
una situación comprometida −dice
desviando la mirada del camino−. Y no
sabes lo cerca que has estado de tener
razón −clava sus ojos en los míos−. En
eso de que no volverá a ocurrir...

Caminamos poco a poco, yo


disfrutando del paseo, el aire frío contra
mi cara y la nieve empapándome poco a
poco la ropa.

−Lo sé, y agradezco que hayas


detenido la ejecución, no tengo ganas de
morir −desvía la mirada de nuevo al
camino−. Te queda muy bien −señalo
con un gesto su muñeca−. El reloj, digo.
−Gracias −parece dubitativo, al
menos me da la impresión que no sabe
muy bien qué decir, introduce sus manos
en los bolsillos de su pantalón, y
mientras caminamos me entretengo en
comprobar cómo algunos copos de nieve
se van arremolinando sobre nuestros
zapatos, empujados por un viento suave
pero pertinaz−. No tenías por qué
hacerlo... −y vuelve a mostrarse
dubitativo como si buscara las palabras
adecuadas−. Quiero decir, que no
esperaba que tú, bueno... Me gusta.
−Me alegra que te guste −me
detengo de pronto, él lo hace un par de
pasos después, y se gira para mirarme−.
¿Puedo hacerte una pregunta? −y no
espero a que me diga que sí, ya que voy
a hacerla igualmente−. ¿Tenía razón?, en
Alaska, cuando te dije que habías sido
Templario.
−Ya sabes eso de que no hay
pregunta impertinente, ¿no? −¿me está
llamando impertinente a mí en vez de a
mi pregunta?−. No me gusta hablar de mí
−añade justificándose−. No suelo
hacerlo nunca.
−Yo creo que acerté −le miro
inquisitivamente−. no importa, no me
respondas, lo averiguaré, algún día,
tengo toda la eternidad para hacerlo, has
sido un vampiro malo y te han castigado
atándote a mí, es una pena... Para ti,
pero yo creo que nos lo vamos a pasar
muy bien −me mira sin decir nada, daría
un céntimo por saber qué es lo que pasa
por su cabeza−. Stephanoooooo... No,
nada...

Me pongo a caminar de nuevo,


pasando por su lado y rebasándole.

−No, espera, lo... lo siento −dice


tratando de disculparse, aunque se le da
fatal−. Venga ¿Qué ibas a decirme?
−Iba a decirte... −vuelvo a detener
mi caminar−. ¿Cómo va a ser esto? ¿No
voy a poder salir nunca? ¿Estaré
permanentemente vigilada? o ¿Algún día
confiareis en mí?
−Bueno acabas de salvar tu vida
−se detiene a mi lado−. Casi de forma
milagrosa, diría yo, si pudiera creer en
milagros −pasa las manos por su cabeza
−. La confianza es un bien escaso y
demasiado precioso, es algo que cada
uno de nosotros debe ganarse −saca una
mano de su bolsillo y extrae un
cigarrillo de la cajetilla, me ofrece uno
pero lo rechazo con un movimiento de
cabeza−. Y tú no vas a ser una
excepción −exhala una bocanada de
humo−. Tendrás que ganártela.
−Te equivocas, soy una excepción
−recalco−. Y si no, analízalo... Estoy
segura que en cuarenta y ocho horas has
hablado más conmigo que con otros
vampiros con los que llevas
conviviendo siglos, te he exasperado
más que cualquier otro y sin embargo ya
te has disculpado conmigo dos o tres
veces, yyyyyyyy… −digo haciendo mi
voz muy aguda−. Soy la única vampira
que esta noche te va a besar.

Me alzo de puntillas, agarro la


solapa de su chaqueta y busco sus labios
para rozarlos levemente. Su cigarro cae
al suelo, apagándose al contacto con la
capa de nieve que ya se ha empezado a
formar. Es un beso rápido, con sabor a
prohibición y tabaco.

−Si yo fuese otra, me apartarías


−susurro a escasos milímetros de su
boca−. Pero como ya he dicho, soy una
excepción, y te gusta este atrevimiento,
de no serlo... −digo casi rozando sus
labios−. Te enfadarías conmigo, pero no
puedes −vuelvo a besarle despacio−. Es
más, yo diría que te gusta.

STEPHANO
Me coge totalmente desprevenido,
ese beso rápido, casi fugaz, que tiene
cierto regusto a prohibido, su descaro y
juventud me descolocan, porque sus
labios pueden albergar promesas en las
que no debo ni quiero pensar. Su
seguridad es pasmosa y nada tiene que
ver con su frágil aspecto, que ahora
desborda una aparente inocencia, capaz
de desarmar a cualquiera, afirma que es
una excepción, y en cierto modo tiene
razón porque jamás he conocido a nadie
como ella, aparentemente complicada y
caótica, capaz de destilar candor
mientras puede llegar a resultar
destructiva.
No reacciono, no digo nada
mientras sus labios permanecen
peligrosamente cerca de los míos,
cuando asegura que no la aparto porque
en el fondo me ha gustado que me
besara, y sin tiempo si quiera a que
pueda contestar, sus labios se funden en
los míos y vuelve a besarme despacio,
su boca jugosa y entreabierta es como
una invitación a dejarse llevar por los
instintos. Sin pretenderlo, una de mis
manos se enreda en su nuca mientras mi
lengua busca la suya con más intensidad.
Me separo de su lado con rapidez,
no he debido dejar que pasara, es una
chiquilla, hasta hace escasas horas casi
una prisionera, y no puedo romper las
reglas que yo mismo vengo
imponiéndome desde hace siglos.

−Lo siento −digo apartándome un


poco más−. No volverá a pasar
−aseguro disculpándome−. Será mejor
que volvamos a la Fortaleza, se está
haciendo tarde.
−¿Siempre eres así de aburrido?
−pregunta haciendo un mohín con la
nariz.
−No, claro que no, puedo llegar a
serlo mucho más.
Ever me mira con los ojos
entrecerrados, como intentando
averiguar cuanta verdad encierra esa
frase.

−Besas bien.
−Lo sé –sonrío mientras enciendo
un cigarrillo y exhalo el humo de una
bocanada−. Pero no volverá a suceder,
lo digo muy en serio.
−¡Claro jefe!, palabrita de Satanás
−responde cruzando los dedos sobre los
labios, donde los besa−. ¿Sabes?, tanta
nieve hace que me apetezca un helado.
Algún día deberías llevarme a Italia,
dicen que hacen los mejores helados del
mundo, y nunca he estado allí.
−¿En serio? −la miro mientras
seguimos caminando, no puedo creer
que en todos los años que lleva vagando
por la tierra nunca haya visitado una de
las cunas de la civilización−. ¿Nunca
has estado en Italia? −niega con la
cabeza, mientras acompasa sus pasos a
los míos, alzándose de vez en cuando
sobre las puntas de sus pies−. Pues eso
sí que lo tendremos que remediar... Pero
quizás deberías ir con alguien más
divertido.
−Puede, pero a falta de ese alguien,
me conformaría contigo, ¡qué remedio!
−empieza a estrujar un mechón de su
pelo−. Aunque la verdad, sí deberías
presentarme a más vampiros macho, tú
eres un sieso, y yo necesito sexo y un
helado.
−Está bien... −digo mientras lanzo
la colilla al suelo y la aplasto con la
punta del pie−. Creo que en eso sí te
puedo complacer.
−¡Perfecto! −dice dando un gritito−.
Pues lo quiero de chocolate −enlaza su
mano con la mía, de modo totalmente
inocente−. O de fresa, o de...
¡¡¡Sangre!!!, un helado de sangre ¿¡Te
imaginas?!
−¿Un helado de sangre? Prefiero no
imaginarlo −digo mirando el reloj que
me acaba de regalar, momento que
aprovecho para soltar su mano−. Ahora
tenemos que volver −añado, y la miro de
reojo.
Creo que no me acostumbraré a esta
manía que parece tener de creerse
humana, o llevar su tapadera como
humana hasta límites insospechados,
¿helados? Ufff un vampiro comiendo
helados sería lo último que me faltaría
por ver, mientras me devuelve una
cándida sonrisa, saco el móvil de mi
bolsillo, que de forma insistente ha
empezado a sonar, miro la pantalla y
compruebo que se trata de Marco.

−¿Señor?
−¿Cómo va todo?
−Bien, la tengo, y haciendo caso a
sus consejos, la he atado corto.
−¿Literal? −y por el tono de su voz
parece divertirse al otro lado de la línea
−. Eso está bien, veo que has conseguido
que se calle.
−Bueno… −pero antes de terminar
la frase Ever empieza a protestar que no
quiere volver todavía, que quiere su
helado, así que en un rápido movimiento
la rodeo con mi brazo derecho
consiguiendo taparle la boca con la
mano, a pesar de que he actuado con
rapidez no logro acallar algunos
gemidos de protesta −. ¿Pasa algo
Marco?
−No, nada, vuelvo ya −un silencio
demasiado prolongado−. Sí, tengo que
volver ya.
−¿Voy a buscarle? −hay algo en la
voz de Marco, en su actitud, que me
resulta un poco extraño, al igual que
esas escapadas, casi furtivas, del país.
−No gracias. Solo quería
comprobar que Ever estaba bajo control.
−Lo está −afirmo mientras mantengo
mi mano sobre su boca.

Guardo mi móvil en el bolsillo y


suelto a Ever, quien hace un gesto
exagerado simulando coger aire y llenar
sus pulmones.

−Joooo ¡¡Por poco me asfixias!!


−Ever… −digo moviendo mi cabeza
a ambos lados.
−¿Qué?
−No empieces…

Continuamos caminando, ya hemos


dejado atrás el bosque, y nos
adentramos en el camino de gravilla que
atraviesa los jardines del Castillo. La
acompaño hasta la habitación que le ha
sido asignada y antes de llegar a su
puerta nos cruzamos con Samael, que
parece venir precisamente de ese lado
de la Fortaleza.

−Ever… −dice observándola con


una mirada inquisitiva, que me hace
extensiva, supongo que se pregunta por
qué estamos ambos mojados−. Te estaba
buscando.
−Le mostré los alrededores del
Castillo −intervengo antes de que Ever
pueda decir nada−. Y nos sorprendió la
nevada.

No me gusta esa mirada


reprobadora que me lanza, no soporto
que pretenda estar siempre por encima
del bien y del mal, cuando tiene tanto
que callar. Le debo obediencia, respeto,
es mi superior, pero en otras
circunstancias, si yo pudiera… Me
obligo a desviar mi mirada, no debo
olvidar cuál es mi posición, y cuál es la
suya, aunque no crea que sea merecedor
de ser miembro del Consejo.
EVER
−Estás empapada −dice Samael
cerrando la puerta de mi habitación.
−Lo sé… −me miro de arriba abajo
−. Pero Stephano no me dejó coger mi
ropa, así que no tengo nada para
cambiarme.
−Lo lamento, debí haber ido yo, tu
eres... −cierra los ojos meditativo−. Lo
lamento −dice volviéndolos a abrir.
Entro en el baño, no lo había hecho
aún, es espacioso y funcional. De
pronto, sentada en la taza de wáter
aparece Victoria, con una sonrisa
pintada en la cara, me mira como si
supiera algo que yo no sé. Mis ojos y los
suyos se cruzan a través del reflejo del
gran espejo del baño. Con un
movimiento me indica que me quite la
ropa, la miro extrañada pero la
obedezco.

−Sal del baño −dice moviendo las


manos en dirección al dormitorio.

La miro por encima de mi hombro,


interrogándola con la mirada, pero
insiste haciendo aspavientos con ambos
brazos.

−Coge la toalla y sécate delante


de él.
Miro a mi alrededor, doy un tirón a
la toalla perfectamente colgada del
toallero y empiezo a secar mi cuerpo
saliendo de nuevo a la habitación,
Samael se ha sentado en el borde de la
cama, y me mira.

−¿Ocurre algo, Samael? ¿Cómo


debo llamarte? ¿Por tu nombre? ¿Padre?
−¿maldito hijo de la gran puta?, pienso
para mí.
−No ocurre nada pequeña, deberías
ser discreta con tu origen, así que
llámame Samael.
−Entiendo.

Me giro dándole la espalda,


observo mi imagen en el espejo,
mientras termino de secar mi torso, y
continúo con el pelo. Veo su reflejo
detrás, y aunque aparentemente no se ha
movido, algo en él ha cambiado, puede
que sea su mirada, o puede que no sea
nada. Victoria, frente a mí, me hace el
símbolo de la victoria con la mano.
Samael se levanta y se acerca a mí,
mi cuerpo se estremece cuando las
yemas de sus dedos resiguen una de las
cicatrices de mi espalda. Sus ojos
repasan mi cuerpo, deteniéndose justo
en el borde del sujetador. No pregunta
nada, no dice nada, es más, la visión de
esas heridas, parece que le provocan
una acusada excitación. Le odio, eso
solo hace que le odie aún más. Le
sonrío.

−¿Te gusta lo que ves? Venga…


¡Díselo!
−¿Te gusta lo que ves? −repito
girándome.
−¿Qué? ¡No! Yo no estaba…
Llamaré a alguna doncella para que te
traiga algo de ropa.
−También podría ir a comprármela
yo.
−Eso no va a ser posible Ever, no
deberías salir de la Fortaleza.
−Pero… −me acerco a él mirándole
a los ojos, mientras mi dedo juguetea
con el botón de su camisa−. Me gustaría
poder ir a comprar algo de ropa, y
también necesito algún producto de
higiene…
−No deberías…
−Salir sola, pero estoy segura que
encontrarás a alguien que me acompañe.

Su mano se posa delicadamente


sobre mi brazo derecho, y sus ojos se
pierden en el nacimiento de mis senos,
perfectamente cubiertos con la tela
mojada del sujetador. Coge la toalla del
suelo y me cubre con ella, parece
aturdido, sin duda mi presencia allí le
tiene descolocado, puede que Victoria
tenga razón, y jugando bien mis cartas
pueda ganar algo de libertad, autonomía,
y quién sabe… Siempre he querido un
coche.
−Ya lo tienes… −susurra Victoria
pasando por mi lado cual espectro.

Se aparta de mí como un resorte,


pero sus ojos siguen clavados en mi
anatomía, carraspea y pasa su mano por
su rostro. Se gira para no verme, y se
encamina hacia la puerta.

−Le diré a Stephano que te


acompañe mañana al pueblo.
−Bésale… ¡Corre!, remata la
faena.
−¡Samael! −grito haciendo que se
detenga a un paso de la puerta.
En un rápido movimiento me sitúo a
su lado y alzándome de puntillas rozo
sus labios levemente, siento nauseas.

−Gracias, por todo –digo.


−De nada pequeña, tengo que
resarcir casi cuatro cientos años de
abandono.
−Yo no te culpo ya de eso, todo
olvidado.

Cierra la puerta y me quedo sola


con ella. Da saltos de alegría por la
supuesta victoria.

−¡Lo tienes en el bote! ¿Sabes lo


que significa eso? ¡¡TODO!! Poder
hacer todo lo que quieras, una carta
blanca.
−Hacerle daño.
−Sí claro, eso también, vengarte y
esas cosas, y después, volvemos con
Scotch.

Levanto la mirada pero desaparece


como si fuese el humo de un cigarrillo.
Podría replicarle, volverle a explicar,
pero no me apetece. Me quito la toalla
de encima y la tiro al suelo, me meto
dentro de la cama. A veces, me gustaría
poder dormir.
STEPHANO
Hemos terminado de recorrer juntos
los escasos pasos que nos separaban de
su habitación, hasta que Samael, tras
sujetar levemente su codo, le cede el
paso, cerrando la puerta tras de sí. No
ha tenido ningún reparo en darme casi
con ella en las narices, algo bastante
propio en él. Me encojo de hombros
deben tener muchas cosas de las que
hablar, así que me doy la vuelta en
dirección opuesta, hasta atravesar todo
el Castillo y llegar a mi habitación. Ya
dentro, me quito la americana, y la dejo
sobre el respaldo de una silla del baño
para que se seque un poco, cojo una
toalla y me seco la cabeza, y la paso por
el cuello y la cara, después enciendo el
portátil sin sentarme, me quito la
camiseta, desabrocho el botón del
pantalón, compruebo el correo y veo que
solo hay unos cuantos mensajes de los
chicos, todos con documentos adjuntos,
al abrir uno de ellos, la foto de dos
rubias de curvas contundentes retozando
en el barro llena por completo la
pantalla. Sonrío mientras echo un
vistazo al resto de las fotos, en algunas
de ellas tengo que torcer un poco la
cabeza en un ángulo casi imposible,
niego con un leve movimiento de la
misma, mientras elimino los correos,
desde luego hay humanas que son
verdaderamente flexibles.
Me saco los zapatos y dejo caer los
pantalones al suelo, de donde los recojo
y los coloco en el respaldo de otra silla,
aunque no están tan mojados como la
americana. Abro el armario y de uno de
los estantes saco un pantalón de chandall
y una sudadera negra.
Me gusta entrenar de madrugada, el
gimnasio a esas horas siempre está
vacío, así evito tener que mantener
conversaciones que nada tienen que ver
conmigo o escuchar cuchicheos sobre
los gustos de uno, o las preferencias de
otra, retazos de la vida de los demás,
que bien poco me interesan, si quiero
saber algo simplemente lo pregunto, los
rumores, casi siempre malintencionados
no me han interesado nunca.
Vuelvo a recorrer los pasillos, casi
desiertos, me gusta el ambiente que se
respira en la Fortaleza, la sensación de
privacidad que devuelven sus paredes,
poder recorrer estancias y salones
durante horas, prácticamente en silencio,
poder degustar momentos de soledad en
la enorme biblioteca, disfrutando de
algunos de los libros más antiguos que
se conocen, y que aparentemente se
perdieron en el lindar de los tiempos,
incunables de amplias páginas y esas
bellísimas e intrincadas letras
capitulares, el olor a piel de sus
cubiertas, pequeños tesoros en sí
mismos y a pesar de esa quietud, los
fríos muros parecen tener oídos ocultos,
esas piedras han sido testigos durante
años de la mayor parte de nuestra
historia, tejida casi siempre sobre la
base de pactos secretos.
Desciendo los escalones hasta la
planta baja en dirección al gimnasio
situado en la zona sur del Castillo, es
una sala para entrenar, dotada con los
más modernos aparatos, en una esquina
hay montado un cuadrilátero, me gusta
calzarme los guantes de vez en cuando y
cruzar unos asaltos con algún
compañero. En una sala aparte,
comunicada por unas amplias puertas
acristaladas, disponemos de una piscina
de veinticinco metros, la sauna y los
vestuarios completan todas las
instalaciones, lujos humanos que nos
hacen sentir algo más vivos y que en
otros casos nos permiten hilvanar
retazos de nuestras vidas pasadas.
Me calzo unos guantes y comienzo a
golpear uno de los sacos que penden del
techo, sujeto por una gruesa cadena de
acero. Cubro mi cara con ambas manos,
posiciono mis piernas, ligeramente
separadas, y apenas flexionadas, lanzo
un par de golpes seguidos, directos,
secos, pero sin descubrir mi cara,
protegiéndola con la mano derecha, y sin
dejar de mover mis pies, me gusta
pensar en mis cosas mientras golpeo una
y otra vez el saco. La última serie de
zurdazos lo ha desplazado demasiado,
así que me detengo y lo paro, hasta que
vuelve a quedar totalmente quieto,
pendiendo del techo, resoplo, cambio mi
peso sobre el pie izquierdo, que
adelanto brevemente, y continúo
golpeando el saco una y otra vez, y otra.
Mientras sigo concentrado en
mantener el ritmo de los golpes vuelvo a
pensar en que me resulta muy extraño
que Marco haya vuelto a abandonar la
Fortaleza, en poco tiempo se ha
ausentado un par de veces, cuando
durante años ha evitado viajar, por lo
menos con tanta asiduidad, y ha
preferido enviarme a mí mismo o a
alguien de su confianza a ultimar algunos
asuntos, o a gestionar algún tema un
tanto más comprometido, en ese caso,
estoy seguro que solo hubiera contado
conmigo.
A pesar de estar abstraído en mis
pensamientos, siempre estoy alerta,
podríamos decir que es algo así como
deformación profesional, y su aroma me
impacta de repente, aunque más me
sobresalta su grito a mi espalda.

−¡Quiero que me enseñes!

EVER
Las sábanas huelen a flores, es algo
sutil, pero agradable. Remoloneo entre
ellas, sintiendo el tacto suave sobre la
piel, no recuerdo la última vez que
estuve en una cama limpia, recién hecha,
y con tiempo suficiente para no tener que
salir corriendo de ella. Es sumamente
relajante, solo me falta un dispositivo
móvil con wifi para ser una vampira
feliz. Me cubro la cabeza con la
almohada.

−Venga… Sal de ahí.


−Noooo ¿Por qué?
−¡Tenemos que explorar el terreno!

Saco la cabeza como un resorte de


debajo de la almohada, incorporándome
en la cama.

−Siiiiiiiiiiii ¡Me encanta! ¡Vamos a


inspeccionar el terreno!

Salto de la cama a la puerta en dos


rápidas zanjadas y pongo la mano en el
pomo para abrir cuando Victoria se
aparece a mi lado mirándome con una
sonrisa en la cara, me miro y estallo en
una carcajada, estoy en ropa interior, la
que le había dicho a Stephano que no
llevaba.
Me visto de nuevo con la misma
ropa, unos vaqueros, una camiseta de
color negro y mis botas militares.
Recojo mi pelo en una coleta alta y
estoy lista para salir a la aventura de
descubrir mi nuevo hogar. Primero miro
a ambos lados del pasillo, desierto, me
aventuro a salir, ya sé lo que hay al otro
lado del pasillo, a lo lejos, casi en la
otra punta, la habitación de Stephano,
lugar al que no pienso ir. No sé dónde se
esconde Samael, pero de nuevo se ha
largado para no estar conmigo.
−Le pones cachondo −dice a mi
lado.
−Creo que Samael es uno de esos
tíos.
−¿Uno de esos tíos?
−Sí, uno de esos, a los que todo les
pone cachondo, ¿Viste como miró las
marcas?
−¿Marcas?... ¡Mira!, salida al
jardín, ¿vamos?

Alzo los hombros, con ella es


imposible. Lo sabe, y de pronto
desaparece. Pero no me importa, no me
hace falta para divertirme. El jardín está
totalmente cubierto por un manto blanco,
me encanta, pero prefiero aventurarme
hacia la parte más baja de la Fortaleza,
la que está excavada en la roca. Busco
unas escaleras por donde descender un
par de pisos, hasta que la luz artificial
sustituye a la natural. Me parece una
idea cojonuda para un atajo de
vampiros. A partir de esas plantas, todas
las inferiores no tienen una sola ventana,
no hay que preocuparse por si un
puñetero rayo de sol se filtra por entre
las cortinas y te achicharra un pie.
Me gusta la sensación de humedad
que desprenden las paredes, aunque
todos los pasillos huelen a las flores que
perfectamente cortadas lucen en los
jarrones. Me parece casi irónico que esa
manada de vampiros sanguinarios tenga
el detalle de llenar de flores los pasillos
de su hogar.

−Aquí hay alguien −dice Victoria


apareciendo delante de una gran
puerta.
−Sí, lo oigo. ¿Crees que debería
entrar? −miro a mi alrededor−.
¿Victoria?
−Vicky −se queja desapareciendo.

Rumor de un televisor, voces y


risas, el sonido de los cubitos de hielo
golpeando el cristal de los vasos, el
rumor de un beso, una risa apagada,
alguien baraja unas cartas. Cierro los
ojos y me centro en todos los sonidos,
un golpe sobre la mesa, cambian el
canal, un cojín que cae al suelo… Y a lo
lejos ligeros golpes secos. Alguien
habla de una vampira nueva, debo ser
yo, fichas de póquer tiradas sobre la
alfombrilla verde… Y esos golpes a lo
lejos.
Dejo atrás la sala, sin duda más
animada, bajo las escaleras, no movida
por los golpes rítmicos sino por el olor
de quien los está realizando. Me
escabullo entre las dos grandes puertas
de madera, y me quedo parada
mirándole.

−¡Quiero que me enseñes! –mi voz


se eleva en un grito.
−Vaya ¿No me digas que no has
encontrado a nadie más a quien volver
loco? − y juraría que sonríe.
−No me gusta mucho conocer gente
nueva... No suelo caer bien... Vas a
enseñarme, ¿o no?
−No estoy seguro, eso depende...
−¿De qué?
−Pues, no sé si prefiero que me
noquees con tu locura o que aprendas a
hacerlo con los puños.

No puedo evitar sonreírle, me he


ido acercando hasta donde se encuentra
y ahora estoy literalmente colgada del
saco que hace un segundo golpeaba.
−Sin duda mi locura es más mordaz
que mis puños... Pero me encantaría
aprender a romperte la nariz... ¿Me
enseñarás o no?
−Está bien −dice haciéndome bajar
del saco−. Pero con una condición, una
regla que debes aceptar y cumplir
siempre.
−¿No besarte?
−Está bien... Dos condiciones −y
vuelve a sonreír.
−Vale, no besarte, y ¿la otra es…?
−Está totalmente prohibido dejar
K.O. al maestro.
−Creo que podré cumplirla, al
menos una de las dos. Por cierto,
Samael dice que debes acompañarme a
comprar ropa. Esperaré a que te duches,
búscame después.

Y salgo corriendo por las mismas


puertas por las que he entrado antes,
directa a esa sala que parecía tan
animada, y en la que ahora sí quiero
entrar decidida a dejar pasar la noche
hasta poder salir de la Fortaleza, aunque
tenga que ser para ir a comprar.

STEPHANO
Y sale corriendo hacia la puerta sin
decir nada más, dejándome con la
noticia del nuevo encargo, Samael y su
siempre sutil manera de escurrir el
bulto. Resoplo y lanzo los guantes sobre
uno de los bancos de madera, ahora
resulta que entre mis obligaciones de
niñera está la de ir de compras. Seguro
que será algo interminablemente lento y
tedioso, las hembras, de cualquier
especie, y su enfermiza pasión por los
"trapitos".
Salgo del gimnasio dando largas
zancadas, y me encamino a mi
habitación para ducharme y cambiarme
de ropa. Tan seguro que estaba de que
iba a entrar en acción y la máxima
acción que voy a tener será elegir o
apreciar la diferencia entre un tono más
o menos oscuro de verde, o de azul o
de... Porque encima seguro que quiere
saber mi opinión, y qué diablos sé yo de
vestidos o ¡¡¡de ropa de mujer!!!,
excepto si no tenemos en cuenta cuando
tengo que quitársela, mucho más
excitante, sin duda.
A medida que recorro los pasillos
hasta llegar a mi habitación mi evidente
mal humor va en aumento, me encantaría
encontrarme con Samael y tener con él
unas cuantas palabras, pero seguro que
ya se ha encerrado en su habitación, en
su despacho o simplemente se habrá
buscado alguna otra actividad fuera de
nuestros muros.
Una ducha rápida y ropa deportiva,
cojo la cartera, el móvil y las gafas de
sol y salgo al pasillo, no me resulta
difícil seguir el rastro de Ever hasta una
de las salas comunes donde algunos
compañeros están tomando una copa y
jugando al póquer o al ajedrez o
simplemente leyendo alguna revista.
Está reunida con un pequeño grupo
que mantiene una animada conversación,
me pregunto cuánto tiempo tardará en
hacer alguna de las suyas. Levanta la
vista y sus ojos se encuentran con los
míos, con un gesto de cabeza le indico
que salga de la sala.

−¿Ya nos vamos? −pregunta


divertida, mientras se acerca a mí dando
pequeños saltitos.
−Sí −contesto mientras salgo fuera y
me encamino hacia la parte trasera de la
Fortaleza donde se encuentran las
antiguas caballerizas, que fueron
reconvertidas en garaje para los
vehículos
−Vaya, sí que estás comunicativo
−se queja a mi espalda.
−Sube −le digo indicando la puerta
del copiloto mientras abro la del
conductor y me siento tras el volante,
pero no sube, sino que veo cómo mete la
cabeza por el hueco de la puerta abierta
y hace una mueca.
−Quiero conducir.
−Ni hablar, déjate de tonterías y
sube ya.
−Pero yo quiero conducir, ¿por qué
no me dejas?
−Vamos, ¿quieres que nos detengan
si nos encontramos con una patrulla?, es
evidente que no tienes edad para tener
carnet −alargo la mano hasta sujetar su
muñeca y tiro de ella con cuidado pero
con firmeza para hacer que se siente
−¡Jo! pero si tengo casi cuatro
cientos años, esto no es justo −protesta y
en cuanto cierra su puerta de un golpe
seco doy gas y nos ponemos en marcha
en dirección al pueblo.

Cuando llegamos aparco en el


parking gratuito que hay en la entrada,
hace años que lo dispusieron así para
evitar que los turistas y los viajeros
invadan las calles, casi todas
peatonales. El cielo está totalmente
encapotado, teñido por completo de un
gris plomizo y como la noche anterior
amenaza nieve. Nos encaminamos al
centro, donde se encuentran la mayor
parte de los comercios abriendo sus
puertas, intento detenerme en alguna de
esas tiendas de moda femenina, para que
pueda mirar los escaparates, donde se
exhiben algunos modelos, pero pasa de
largo y va directa hasta la siguiente
manzana, a una Levi´s Store que hace
esquina, mira unos segundos el
escaparate y entra haciéndome gestos
con una de sus manos para que la siga.
Lanzo el cigarrillo a uno de los
pequeños montículos de nieve que se
han formado sobre el asfalto y la sigo al
interior, busco con un golpe de vista
algún sitio donde esperar el rato
interminable hasta que dé por
terminadas sus compras, diviso unos
bancos de madera cerca de unos
enormes percheros atestados de camisas
y cuando me dirijo por el pasillo central
hasta el banco para esperarla mientras
termina, noto como algo tira de mi
cazadora, al darme la vuelta me
encuentro con Ever, de sus brazos
cuelgan varias camisetas blancas y
negras, un par de jerseys, dos pares de
tejanos desgastados y otros dos de color
negro, supongo que mi boca ha debido
permanecer entreabierta algunos
segundos.

−Vamos que tú pagas, ¿no?


−¿En serio? −digo mirando las
escasas diez o doce prendas que ha
elegido−. ¿Seguro que no quieres
llevarte alguna cosa más?
−Eso es toooodooooooo... Bueno,
necesito ya sabes... Lo que va debajo,
pero aquí no tienen.
−Bueno sí, claro... Supongo que
tendremos que ir a una lencería...
−carraspeo.
−O no... −dice de forma enigmática,
girándose hacia donde se encuentran las
cajeras.

No entiendo muy bien a qué se


refiere con esa negativa pero la sigo
hasta la caja donde la dependienta ya
está poniendo la ropa en un par de
bolsas, mientras saco la tarjeta de
crédito recuerdo que a un par de
manzanas hay una tienda de ropa íntima
femenina. Salimos a la calle, ella me ha
entregado las dos bolsas y cuando estoy
a punto de devolvérselas una señora de
avanzada edad me mira con gesto
reprobador, así que evito el soplido que
estaba a punto de soltar y continúo
sosteniendo las bolsas. Al cruzar un par
de calles señalo a Ever el sugerente
escaparate.

−Genial, estoy segura que a tu novia


le sentarían de lujo... −mira a su
alrededor−. ¡¡¡Mira!!! −dice señalando
otro escaparate−. ¡¡¡Que genial!!!
−exclama antes de salir corriendo.
−¡Espera! −exclamo mientras me
doy la vuelta en la dirección que señala
y salgo tras ella a tiempo de comprobar
que entra en una tienda con puertas de
madera, totalmente pintada de lila y
amarillo y decorada con una especie de
hadas o ninfas en el escaparate. Al mirar
con más detenimiento observo como los
maniquíes, del tamaño de un niño, están
todos vestidos como los personajes de
esos cuentos populares infantiles.
−Pero… ¿Qué diablos? −traspaso
las puertas y la veo junto a unas
estanterías donde hay un enorme cartel
de una especie de gata blanca con unos
enormes ojos pero sin boca, y un
llamativo lazo rojo en la cabeza.
−¡Lista! −dice dejando cuatro
paquetes de braguitas de Hello Kitty en
el mostrador más cinco sujetadores en
diferentes tonos−. No me mires así
Stephano, cada uno tiene sus propios
fetiches.

Saco de nuevo la tarjeta de crédito


mientras agradezco mentalmente
haberme puesto las gafas de sol, porque
puedo imaginarme perfectamente el
significado de la mirada que en este
preciso momento está clavando en mí la
encargada de la tienda.

−Gracias −digo de mala gana


metiendo la tarjeta en la cartera y
saliendo con rapidez hacia la calle.
−Solo necesito algún producto de
higiene, jabón, champú,
acondicionador... Siento tardar tanto,
¡ah! y un lápiz de ojos negro, tenía uno
buenísimo en Alaska, pero como muchas
otras de mis cosas allí se quedaron −y
me mira de una forma que parece querer
hacerme sentir mal−. ¿Dónde puedo
comprar eso?
−Vamos −digo simplemente
mientras me enciendo otro cigarrillo, la
miro de soslayo, y espero que pronto
llegue desde Alaska el paquete con sus
reliquias, si no estoy seguro que es de
las que siempre me recordará que tuvo
que deshacerse de sus cosas.

Veinte minutos después estamos de


nuevo en el coche camino de la
Fortaleza, en el asiento de atrás se han
acumulado algunas bolsas, aunque si
tengo que ser sincero esperaba que
fueran tantas que impidieran cerrar el
maletero. La miro unos segundos
mientras finjo echar un vistazo al
retrovisor derecho, es una caja de
sorpresas, parece que nada le importa,
nunca había visto a una mujer tan rápida
como ella, jamás pensé que alguien
pudiera comprar a esa velocidad,
aunque estoy seguro que eso es solo
fachada, una pose.
Conduzco en silencio mientras Ever
juguetea con la radio hasta que se decide
por una emisora que le gusta, al parecer
es el último disco de alguien llamado
Evanescence.

EVER
Un tímido sol ha empezado a
colarse persistente por entre las densas
nubes, las mismas que han estado
descargado nieve durante toda la noche.
Pero eso no es algo que deba
preocuparme dentro de la Fortaleza, a
sus gruesos muros deben sumársele las
gruesas cortinas que cubren todas las
ventanas, así da gusto caminar por los
pasillos, incluso poder lucir una
camiseta de tirantes sin preocupaciones.
Stephano camina dos pasos detrás
de mí, cargado con las bolsas, y aunque
le conozco muy poco, estoy casi segura
que debe estar rezando a Satanás para
no cruzarse con nadie y poner en
entredicho esa reputación de lobo
solitario de que presume tener. Debo ser
la comidilla de la Fortaleza, o eso es lo
que pude comprobar a pesar de los
pocos minutos que pasé en una de las
salas comunes.
Le doy paso a mi habitación, deja
las bolsas sobre la cama, mira alrededor
hasta que su vista vuelve a focalizarse
en la puerta, hacia donde se dirige a
paso rápido para irse, parece incómodo.

−¿Te vas?
−Claro.
−Zorréale −se aparece a su lado.
−Pues me volveré a escapar
−sentencio.
−Prometiste no volver a hacerlo.
−Soy una fugitiva, ¿te fías de mi
palabra? −abro una de las bolsas y saco
unos vaqueros negros y una camisa
entallada blanca−. Quédate, no tardaré
nada −de otra bolsa saco unas braguitas
rosas de Hello Kitty y el sujetador del
mismo tono.
−¡Venga! ¡Uno más en tus redes!
¡Haz algo! −Victoria hace aspavientos
con las manos.
−Pero…
−Ponte cómodo, en la mesilla de
noche tienes un libro −digo cogiendo
también el champú y el acondicionador.
−¡Joder!, éste es MI libro −dice
remarcando mucho el posesivo.
−¡Anda!, qué cosas…−le sonrío.
−Cómo has… Déjalo, prefiero no
saberlo.

Cierro la puerta del baño y abro el


grifo, coloco la ropa sobre la repisa y
me acerco una toalla para tenerla a
mano, huelo el champú, me encanta ese
olor, es tan... mío. Voy quitándome la
ropa y tirándola al suelo, no recuerdo
qué me dijo que tenía que hacer con la
ropa sucia.

−Me has ignorado.


−¿Me has hablado? Perdona, no te
he oído.
−Imbécil−.dice enfadada.
−Eras más simpática cuando
estabas viva.

Cuando salgo del baño me


sorprende que esté en la habitación
todavía, sinceramente, creí que habría
aprovechado para irse, Samael lo
hubiese hecho. Cierra el libro y me
mira, deja el cigarrillo en un
improvisado cenicero y se levanta.

−Te agradecería que no fumaras


aquí −me acerco a él y cojo el
“cenicero”.
−Lo siento. −me sigue con la mirada
−. Estás guapa.
−Gracias −abro la ventana y lo
arrojo al vacío.
−Marco ha regresado... −mira hacia
la ventana desde donde nos llega el
sonido del cristal al romperse, frunce un
poco el ceño, parece que va a decir
algo, aunque no lo hace, y continúa con
lo que me estaba diciendo−. Me llamó
su secretaria, y quiere verme.
−Lo sé, te escuché desde el baño.
Vamos −paso las manos por mi pelo
para acomodarlo un poco.
−A veces, pareces hasta normal
−susurra.
Sonrío, aunque no pueda verme,
salgo de la estancia dejándole un poco
atrás, no sé por qué, pero intuyo que le
gusta esa posición entre nosotros, pues
ya le he sorprendido un par de veces
fijándose en una parte muy concreta de
mi anatomía, y yo solo quiero facilitarle
la visión.

−Pasa −la voz de Marco se anticipa


antes de que Stephano golpee la puerta−.
Tú −me señala con el dedo acusador−.
Siéntate donde no molestes.
−¿Alaska?
−La butaca al lado de la ventana −y
se gira hacia mi acompañante−.
Stephano, busca en los archivos las
listas de los escoceses.
Stephano obedece inmediatamente
cual autómata, y yo remoloneo un poco
hasta que termino sentada donde me ha
indicado, si debo decir la verdad,
Marco me da algo de miedo, parece uno
de esos tipos que no dudaría en
arrancarme la cabeza al mínimo
descuido, de esos que actúan y después
preguntan. A Samael lo tengo ya casi
comiendo de la palma de mi mano, me
falta rematar la faena, Stephano… le
miro de reojo, bueno, estoy casi segura
de que siente algo de cariño por mí,
aunque si Marco se lo ordenase,
supongo que no dudaría en matarme.
Pero me gusta, detrás de esa fachada de
duro, creo que en el fondo se esconde un
buen tipo.
El sonido de un ordenador
cargándose hace que pierda el hilo de
mis pensamientos, un ordenador,
conexión a internet, redes sociales, mi
granja debe estar ya arrasada, tantos
días sin entrar en el juego. Dudo que
Marco quiera dejarme su portátil, pero
no pierdo nada por intentarlo. Quiero
revisar Facebook, twitear un rato,
recolectar las alcachofas antes de que se
pudran…

Doy un salto y me arrodillo en la


silla de delante del jefe.

−¿Puedo usar el ordenador?


STEPHANO
Marco me pide que busque la lista
de los escoceses, es de crucial
importancia que este asunto podamos
cerrarlo de manera satisfactoria para los
intereses de ambas partes, y si son
nuestros propios intereses los que salen
beneficiados tanto mejor. Además
mientras me ocupo de buscar el
documento puedo distanciarme un poco
de Ever y de su nueva locura, aunque no
pueda abstraerme del todo de su
verborrea, en este caso nuestro finísimo
oído es sin duda un inconveniente. Hasta
mi posición llega con claridad toda la
conversación que está manteniendo con
Marco, me pregunto cuándo la mandará
callar con cajas destempladas. Ahora
Ever le está hablando sobre las ventajas
de tener un perfil en Facebook... ¡Vaya
locura!, pretender que un vampiro tres
veces milenario vaya a dejarse arrastrar
por esas redes sociales, por Satanás, ¡Se
trata de Marco! ¿Es que esta vampira no
conoce límites? Pretender que el
miembro más insigne del Consejo
acceda a estas nimiedades es tan
absurdo como... como... Resoplo,
mientras sigo buscando en los archivos
de los diferentes clanes escoceses la
lista en concreto que le interesa a
Marco, paso mi mano por la frente, y
aprieto casi sin darme cuenta el puente
de la nariz.
A la voz cantarina de Ever solo le
siguen las negativas de Marco en forma
de monosílabos, alzo la cabeza por
encima del mueble archivador y veo
cómo Ever ha cambiado de posición y
se ha sentado en el sillón frente a él y
sigue tratando de convencerle de los
beneficios de tener un perfil en esa red
social, de la que estoy seguro Marco no
ha oído hablar nunca. Observo cómo ha
cogido entre sus dedos un mechón de
cabello y lo empieza a enrollar en uno
de sus dedos, y vuelve a desenrollarlo
de forma rítmica y cadenciosa, una y
otra vez, y otra, estoy tentado de
abandonar mi búsqueda y ser yo mismo
quien detenga su mano, pero me
abstengo de hacerlo y trato de
concentrarme en lo que estoy haciendo.
Pero ese olor a flores o fruta que
desprende su pelo cada vez que mueve
la melena me desconcentra, cierro el
cajón de un archivador y abro el
siguiente.

−¿Y en qué me ayudaría Facebook?


−y ahora sí que la pregunta de Marco
hace que me detenga de pronto y que la
lista que acabo de localizar casi se me
caiga de las manos. No puede ser cierto,
no puedo creerme que vaya a convencer
al Jefe de semejante locura... pero al
tropezarme un par de segundos con la
mirada de Marco constato que solo le
está siguiendo el juego, no estoy seguro
de ello, pero casi me atrevería a pensar
que la actitud de esa vampira más que
impacientarle le divierte, supongo que
porque todavía no ha tenido el placer de
tenerla en su compañía el tiempo
suficiente.
−Stephano, ¿hay algún problema?
−la voz potente de Marco hace que
regrese de mi pequeño retiro mental.
−No, ya lo he localizado −cojo la
carpeta roja y examino el dossier de su
interior−. Está completo.

Elijo el sillón más alejado de Ever,


frente a la enorme mesa de caoba, y le
tiendo la carpeta.
−¿Qué pasa con los escoceses?
−dice ella enroscando y desenroscando
otro mechón de su oscura melena en uno
de sus dedos.

Me pregunto cuándo me pedirá


Marco que cambie el objeto de mi
misión, mucho me temo que tendré que
dejar de ser niñera y convertirme en
exterminador. Ella me mira y sonríe.
Resoplo e intento ignorar su presencia,
esperando a que Marco me indique
quiénes son los objetivos.

−Los tres primeros −señala Marco


mirando el dossier e ignorando también
la pregunta de Ever.
−¿Está confirmado? −pregunto
torciendo el gesto y tratando de no
desviar mi mirada hacia la protegida de
Samael, que ha vuelto a hacerlo, ese
ruidito rítmico golpeando el suelo con la
punta de su bota, igual que estuvo
haciendo durante horas en el viaje de
vuelta desde Alaska…

Y mientras Marco y yo debatimos


sobre este asunto, que ahora es uno de
los más candentes y que necesita de una
pronta resolución, Ever sigue con sus
movimientos rítmicos y constantes,
atusándose el pelo, haciendo preguntas
sin sentido acerca del atuendo de los
clanes, o sobre si es cierto o no que
lleven ropa interior bajo los kilts.

−¿Quieres que vaya a hacerles una


visita? −pregunto esperanzado−. Podría
recabar esa información yo mismo.
−No, le diré a Brigitta que les envíe
una invitación para que vengan a
reunirse con nosotros −saca de nuevo
uno de los informes y vuelve a dejarlo
donde estaba−. Prefiero que sea en
nuestro terreno.
−Tengo la ligera sensación de que
me estáis ignorando –protesta Ever de
repente poniéndose en pie.
−¡Por Satanás! −la exclamación de
Marco me pilla desprevenido−. ¿Qué te
hace pensar eso?
−Bueno, pues quizás el hecho...
−empieza a decir, pero Marco la
interrumpe con un gesto de su mano.

Al menos se ha callado, y parece


que permanece quieta, ha dejado de
juguetear con su pelo, y ha detenido el
incesante repiqueteo de sus pies,
mientras organizo los datos del dossier y
los cruzo con las cifras actualizadas de
que dispone Marco en el último informe
que le han remitido por e−mail, la miro
de soslayo, casi como de pasada, sin
prestarle demasiada atención, y parece
un tanto aburrida, casi diría que
hastiada.

−¿Puedo salir? −pregunta de


repente, removiéndose ligeramente en su
sillón.
−No −respondo tajante.

Durante la siguiente hora


terminamos de ultimar los detalles del
futuro encuentro, de orquestar los pros y
los contras con los que nos podemos
encontrar, mientras le devuelvo a Marco
otra de las carpetas, observo de nuevo a
Ever, si no supiera que es imposible
casi me atrevería a jurar que se ha
dormido de puro aburrimiento.

−¿Has terminado? −dice


mirándome.
−Ahhh sí −contesto dejando el
archivador de cuero sobre la mesa.
−¡Quiero jugar! Ven… −exclama de
repente tirando de mí hacia las butacas
que están cerca de la ventana, y aunque
en un principio estoy tentado de
permanecer en mi sillón, incluso
empleando la fuerza si fuera necesario,
lo cierto es que la sigo sin poner
demasiada resistencia−. ¿Cuán quieto
puedes estar? −pregunta plantándose
delante de mí.
−¿Perdona? No entiendo la pregunta
−le digo frunciendo un poco el ceño.
−¡Es un juego! ¿Cuán quieto puedes
estar? −repite sin variar su posición, a
pocos centímetros de mí.
Se muerde el labio mientras clava
sus ojos en los míos y deliberadamente
cambia el peso de su pierna izquierda a
la derecha, remarcando así el
pronunciado movimiento envolvente que
ejecuta su cadera, mientras la punta de
su pie izquierdo empieza a moverse de
nuevo, haciéndola chocar contra el
suelo. Me molesta enormemente ese
repiqueteo incesante que se clava en mi
cerebro martilleándolo una y otra vez de
forma mecánica.

−¿Y entonces? −pregunta de forma


precipitada, parece que la paciencia no
es una de las virtudes de las que Ever
pueda presumir.
−Está bien −digo al fin−.Tengo que
quedarme quieto.
−¡Sí!, si no… ¡Pierdes!
−¿Y si gano? ¿Y si me quedo quieto
hagas lo que hagas?
−¡Pues tendrás un premio! −dice
saltando divertida, mientras Marco,
aparentemente ausente y abstraído en sus
cosas hasta ese momento, levanta la
mirada del ordenador.
−¿Cuál? −pregunto enarcando una
ceja, quizás puede ser interesante.
−El que tú quieras
−Está bien −alargo la mano−. Trato
hecho.

Cerramos el trato, me acomodo en


la butaca dispuesto a seguir su juego,
aunque todavía no tengo muy claro por
qué tengo la vaga sensación de que me
tiene justo donde quería tenerme, en eso
las mujeres, aunque sean tan jóvenes
como aparentemente lo es Ever, siempre
nos sacan ventaja. Pienso, quizás
demasiado tarde, que he cometido un
error, no sé qué es lo que pasa con esta
vampira, pese a que la mayoría de las
veces está a punto de sacarme de quicio,
lo cierto es que... Me mira con una
expresión que parece querer indicar que
no ha roto nunca un plato. Me dispongo
a permanecer absolutamente quieto,
impasible, haga lo que haga, cuando de
pronto una sonrisa pícara vuelve a
asomar a sus labios. Se acerca a mí, muy
despacio, casi puedo oír sus
movimientos cadenciosos, cómo su
cintura cimbrea y sus caderas se
contonean hasta que se detiene a escasos
milímetros de mi cuerpo, acercando sus
labios a mi oído hasta casi rozar el
lóbulo de mi oreja, un ligero soplido y
puedo notar la humedad de su aliento, y
la proximidad de su cuerpo se hace más
patente que nunca.

−Recuérdalo, no puedes moverte −y


su sonrisa de niña pícara se convierte
poco a poco en una sonrisa sibilina,
hasta borrar por completo la falsa
inocencia de su rostro transformándolo
en el de una mujer segura de sí misma,
que sabe obtener lo que quiere, incluso
si lo que desea es enloquecer a alguien.
Trago saliva de forma imperceptible, y
sigo hundiéndome en sus ojos, sin
permitirme ni un pestañeo.

Comienza a desabrochar uno a uno


los botones de su camisa, que se ciñe a
su cuerpo como una segunda piel, al
aflojar el último de los botones deja
entrever su sujetador. Y empieza a
acariciar su cuerpo, deteniéndose de
forma provocativamente lenta en su
vientre, jugando a dejarme solo intuir su
ombligo, haciendo que sus manos suban
por el escote... Acaricia sus pechos, y
parece que sus piernas tiemblan
ligeramente, pero solo es una ligera
tregua que parece ofrecerme, porque de
repente las separa, moviendo
suavemente sus caderas. Parece como si
toda la energía de su cuerpo se centrara
justo en el punto exacto que forma el
puente de sus piernas, en ese punto
cálido que imagino ahora casi
palpitante, mientras sin poder evitarlo,
noto que mi energía también empieza a
concentrarse en un punto concreto de mi
anatomía. Tenerla tan cerca de mí, con
su sensual baile, apenas insinuante, sin
mostrar nada más que lo que mi mente
puede imaginar bajo su ropa me está
poniendo cachondo, hasta casi el punto
de no retorno, evito incluso encajar mis
mandíbulas para no evidenciar ningún
movimiento, aunque mucho me temo que
una parte de mi cuerpo ha decidido
actuar por su propia cuenta.
Y en el momento en que supongo
que mi erección debe resultar más que
evidente, sus manos bajan hasta su sexo,
desabrochando el botón de su pantalón,
y casi puedo predecir que de un
momento a otro vaya a estallar el botón
del mío, mientras los dedos de su mano
izquierda juegan poco a poco a
introducirse en mi boca, logro
amortiguar un leve gemido, que de ser
humano se hubiera convertido, sin duda,
en un hondo jadeo. Sus ojos descienden
hasta mi entrepierna y sonríe satisfecha,
sabe que ha ganado.
−¡Pero qué cojones! −exclamo
dando por terminado el jueguecito.

Una carcajada se une a mi queja,


tras la mesa desde donde Marco ha
debido estar observando la escena. Me
levanto de forma apresurada del sillón,
estoy rabioso, aunque creo que la
excitación en este caso ha superado a la
ira, y me pregunto hasta dónde habría
sido capaz de llegar si no hubiera
detenido su avance, y tengo que
reconocer que por un instante, en otro
lugar, en otro tiempo, quizás en otras
circunstancias yo también me hubiera
dejado arrastrar por la promesa del
pecado que sus carnosos labios
provocan.
Me mira con lascivia, de manera
triunfal, y ahora sí encajo la mandíbula,
y desvío la mirada.

−¿Puedo salir? −vuelve a preguntar.


−Acompáñala con Samael −dice
Marco divertido.
−Puedo ir sola −responde mientras
abrocha un par de botones de su camisa.

La sujeto por el brazo, de forma un


tanto torpe, para llevarla incluso a
rastras si fuera necesario, esperando
simplemente una indicación de Marco.

−De verdad tío que vida tan insulsa


la tuya. Has probado a hacer algo por tu
propia iniciativa, no sé, cualquier cosa,
¡aunque sea tirarte un pedo!
−Eres agotadora –digo soltando su
brazo.
−Sabes, he escuchado tantas veces
esa frase, que hasta me parece una frase
hecha. Puedo ir sola −sentencia.
−Ve −dice al fin Marco, creo que
incluso parece aliviado de que salga de
su despacho−. Pero Ever, si sigues con
esa actitud ser la princesita de Samael
no va a lograr mantener tu cabeza
pegada a tus hombros.
−Pues vaya, ya estoy acostumbrada
a tenerla ahí, tendré que ir con cuidado
para que nadie quiera cambiarla de
ubicación.
Abre la puerta y sale corriendo por
el pasillo. Durante unos instantes mi
mirada divaga entreteniéndose en el
hueco de la puerta, mientras el reflejo de
su figura permanece meciéndose en mi
retina.

−¿Seguimos o necesitas un
descanso? −me dice Marco aún con una
sonrisa en los labios.
−Podemos seguir −confirmo
sentándome frente a su mesa−.
Entonces…−aunque mi mirada vuelve a
perderse en el eco de las sombras que
dibuja el hueco de esa puerta que no ha
terminado de cerrarse.
−Entonces… Voy a cortarte la
cabeza y empalarla para colgarla en el
comedor.
−Aha…−asiento mientras mi mente
divaga.
−¡Stephano!, por Satanás, que ojo
tiene Samael con las mujeres. Vete.
Seguiremos en otro momento… ¡Espera!
−hace una pausa como si le costara
tomar una decisión−. Vas a ir a Londres.

Me levanto y asiento, ahora no


puedo pensar con claridad, no me
cuestiono lo que debo o no hacer en
Londres, más tarde... Más tarde
preguntaré por el objeto de esa nueva
misión, ahora tras abandonar el
despacho de Marco y cerrar la puerta
tras de mí dudo unos instantes hacia
dónde dirigir mis pasos, pero la estela
de un aroma afrutado me empuja en una
dirección en la que previamente no
había pensado, aunque hacia allí
encamine ahora mis pasos.
MARCO
Stephano cierra la puerta tras de sí,
no obstante no escucho sus pasos
inmediatamente, permanece unos
segundos tras la puerta hasta que parece
decidir hacia dónde encaminar su
rumbo. Pobre ser del inframundo, ha
permanecido estático el último milenio y
ahora parece estar a punto de poner su
vida patas arriba por una ninfa que ha
aparecido como por arte de magia.
Caprichoso el destino, o complejo su
modo de intentar burlarnos a todos,
incluso a los seres inmortales.
Saco del cajón esas revistas que me
han desbocado el corazón, si eso fuese
posible, esos ojos verdes, esas mejillas
sonrosadas, esa vida que yo jamás
poseeré. Sus ojos delatan una profunda
melancolía a pesar de que sus labios
sonríen a la cámara. Oculta tras una
fachada de mujer segura y alegre, hay un
alma atormentada, o un alma que quiero
atormentar, aún me debato con eso.
Amarla o matarla, eterna cuestión.

−¡NO!

Dejo caer las revistas al suelo, pero


inmediatamente como un resorte me
afano en recogerlas y volverlas a dejar
sobre la mesa. Esa mujer, esa humana
me hace débil. Aunque temo que mucho
más débil me hace haberle pedido a
Stephano que vaya a Londres, pues
ahora en cuanto le explique en qué
consistirá su viaje será un secreto
compartido entre los dos. Y aunque es
mi hombre de confianza desde hace ya
casi ocho cientos años, sé que este
asunto puede volverse en mi contra, o en
la suya. Y además creo que Stephano
empieza a tener sus propios quebraderos
de cabeza, pues no se me ha escapado la
forma en que ha mirado a Ever durante
su numerito estilo club de alterne, sí, sin
duda entiendo por qué cautivó a Samael,
y por qué parece que el hombre más frío
de toda Suiza pueda empezar a perder su
cordura por ella. Tiene esa edad
perfecta, ese paso de niña a mujer, en
que sus facciones aún destilan candidez
e inocencia, mientras su cuerpo ya ha
tomado forma. Lo suficientemente joven
para despertar el lado más morboso de
alguien, lo suficientemente mayor para
que no sea del todo una locura.
Si Gabriella, mi mujer, estuviese
aún entre nosotros, creo que ya habría
matado a esa chiquilla, ella no se
caracterizaba por ser un alarde de
paciencia. Pero ya no está entre
nosotros, y mi mente está empezando a
ser invadida por otra fémina, y así como
los ojos de Gabriella se difuminan en mi
mente, los de Alessandra cogen fuerza y
color, así como el rostro de ella se va
perdiendo en el limbo del tiempo, el de
Alessandra amenaza con perdurar
intacto en mi retina para siempre.
Dejo caer mi cuerpo sobre el
respaldo de mi sillón, tras mi mesa, esa
mesa color caoba que compramos hace
siglos en un anticuario, la misma que
había sido testigo de innumerables tratos
y tretas, de pactos y traiciones, de
sentencias e indultos y ahora, su fina
capa de barniz rojizo está prácticamente
camuflada bajo las revistas donde
aparece esa humana. Aunque por más
que me empeñe en llamarla humana para
desnaturalizarla, sé que ya me ha ganado
una batalla, a mí, Marco Vendel
derrotado por una mujer, una joven,
hermosa y perfecta mujer. Alguien con
quien a pesar de no haber cruzado ni una
sola palabra había logrado que, para
proteger su vida, yo no hubiera dudado
ni un instante en sesgar la de trece
personas.
Cierro los ojos deleitándome en el
recuerdo de esa escena acontecida hace
escasas horas. Sin duda, no podía ser de
otro modo,un ser como yo no podía
enamorarse de una humana normal, no,
tenía que hacerlo de aquella criatura a
quien se le había ocurrido descender a
las más profundas catacumbas para
invocar al mismísimo Lucifer.
Alessandra… ¿Que debía estar haciendo
ella con aquellos trece adeptos de
Satanás? Esa era una pregunta que
probablemente quedaría pendiente de
respuesta, necesitaba mantener la rutina
de mi vida milenaria, y no dejarme
arrastrar por humanas que se infiltraban
en grupos satánicos, por más preciosa
que fuera, por más atraído que me
sintiera.
Me levanto y me sirvo una copa,
que tomo de un solo trago, paladeando
algo que para mí resulta insípido, pero
que en el fondo, muy en el fondo, sigo
recordando su intenso sabor. Y en el
preciso momento que ese whisky de
Teneesse atraviesa mi garganta es
cuando decido que debe ser mía, sea del
modo que sea, viva, muerta, en coma o
en sueños, pero mía al fin y al cabo,
porque la amo, y la deseo a partes
iguales, y me subyuga tanto su dulce
sangre como el tacto de su sedosa piel.
Tan solo unos días, y diversos
viajes a Londres, habían servido para
hacerme perder la cabeza. Sí, sin duda,
ahora podía entender algo mejor a
algunos de mis congéneres, que lo
habían perdido todo por amor. Es un
sentimiento un tanto absurdo, pero capaz
de hacer vulnerable al ser más tosco.

−Esto es absurdo Marco −me


reprendo a mí mismo−. Debes
eliminarla.

Eliminarla… Convencido con mi


última revelación, vuelvo a mi mesa
para apagar el ordenador, guardo
cuidadosamente las revistas en el primer
cajón del escritorio, asegurándome que
queda bien cerrado con llave, y salgo
del despacho, creo que una pequeña
cacería fuera de los límites de mi país
es lo que verdaderamente me hace falta
en ese momento, pero antes de salir de
cacería, debo localizar a Stephano,
puesto que sabe el destino pero no el
objeto de su viaje a tierras londinenses.
Espero que, en su fuero interno, no me
juzgue severamente.
Sin embargo, cuando ese olor
tropical o a flores impacta en mis fosas
nasales, por mucho que mi mente me
ordena seguir caminando hacia mi
destino, mis pies parecen desobedecer y
me conducen hacia donde seguramente
Ever debe estar haciendo de las suyas.
Pero lo que más me impacta, sin duda,
es el fuerte olor de Samael, aunque lo
más extraño, es que al encontrarme con
la vampira, no hay rastro de su creador.
La observo un segundo embelesado
con el movimiento casi hipnótico de su
pelo, cuando me doy cuenta de dónde
tiene metida una de sus manos. El olor a
humedad femenina empieza a impregnar
la sala. Mi raciocinio no da crédito, y
por un segundo tengo que refrenar el
impulso de matarla.

−¿Necesitas ayuda con eso? –digo


al fin.
EVER
Salgo corriendo de ese despacho
con una nueva amenaza sobre mi cabeza,
nunca mejor dicho, puesto que Marco
parece empeñado en separar mi linda
cabecita de mi precioso cuerpo, ese
cuerpo que, sin duda, acaba de volver
loco a su perrito faldero. Tuerzo el
pasillo y detengo la carrera para
convertirla en un agradable paseo, fuera
sigue nevando. Me detengo frente a una
ventana y la abro, extiendo mi mano
para dejar que unos copos sueltos se
posen sobre la palma. Es agradable no
ser lo más frío del lugar.

−Ever, ¿qué haces aquí? −Samael se


sitúa justo a mi lado, cogiéndome
delicadamente del brazo retirándolo y
cerrando después la ventana.
−Stephano me llevó a comprarme
ropa, y he estado con Marco.
−Eso está bien.
−No, no lo está, yo quiero estar
contigo. ¿Es que no quieres que estemos
juntos?
−Ven…

Samael reanuda sus pasos en


dirección a una parte del Castillo para
mí aún por explorar. Me detengo a
observarle en ese breve instante, mayor,
cansado, camina con ambas manos a la
espalda, como siempre imaginé a los
monjes caminando por el claustro,
pensativos ellos, pensativo él. Parece
uno de esos tipos que se toma su tiempo
para meditar las cosas, puede que por
eso mi recuerdo le haya atormentado
durante tanto tiempo. En vez de pasar
página, la dejó marcada para no
olvidarla jamás.
Se detiene frente a una gran puerta y
saca una llave del bolsillo de su levita.

−¿Tienes cerradura? ¿Por qué yo no


tengo?
Pero no contesta a mi pregunta, me
cede el paso haciéndose a un lado. Su
habitación es más grande que la mía,
incluso más grande que la de Stephano,
y lo que la diferencia de la de éste es la
enorme pared llena de estanterías, con
infinidad de libros, estoy segura que
perfectamente ordenados. Paseo la
mirada por la estancia, mientras Samael
parece ponerse algo más cómodo, sirve
dos copas y deja una frente a mí. No le
digo que no bebo nada que no sea sangre
humana, y que, a esas horas, y con todo
lo que ha pasado, verdaderamente mis
ansias de sangre son casi infinitas.
Deambulo por la habitación, no
pierdo detalle de los cuadros que
penden de las paredes, obras de arte de
valor incalculable, no soy experta en
pintura, pero no soy una ignorante del
todo. Termino mi paseo frente a la cama,
sábanas de seda, perfectamente
combinadas con el dosel, y las cortinas,
que permanecen cerradas cubriendo las
ventanas a pesar de que el día continúa
nublado.

−Eres preciosa −dice a mi espalda.

Ahora soy yo la que no dice nada,


tampoco me giro, a veces es mucho más
sensual lo que uno se imagina que lo que
realmente es. Noto cómo sus manos se
mueven por mi pelo, acariciándolo casi
sin llegar a rozarlo, como si el miedo
imperara en cada gesto. Cierro los ojos
y me invade una sensación que
desgraciadamente conozco muy bien.
Pero como tantas otras veces, me
sobrepongo a esos sentimientos. Alzo
mis manos y por segunda vez en la
última hora empiezo a desabrochar los
botones de mi blusa. No me ve, pero
sabe lo que estoy haciendo, no le veo,
pero sé lo que le gustaría hacer.

−¿Me deseas? −digo con un hilo de


voz.
−Más que a la sangre.

Me giro lentamente, sus ojos se


dirigen casi de inmediato a mis pechos,
cubiertos por la tela rosa del sostén.
Con pausado movimiento alza las manos
hasta mis hombros y deja caer al suelo
la blusa. Su mirada destila lujuria,
ambos nos observamos durante un
segundo hasta que mi mirada se desvía,
sé jugar bien la carta de inocente
desvalida, llevo con esa misma mano
cuatro cientos años, cuando el destino
repartió las cartas y esas fueron las que
me tocaron. Me extraña que no aparezca
Victoria celebrando esa pequeña
conquista. La mano de Samael se alarga
y cuando está a punto de rozarme la
retira como si mi piel fuese un brasero
candente.

−¿Ocurre algo?
−Debes irte −se aparta de mí.
−Está bien…

Me agacho para recoger mi ropa,


hace rato he intuido el aroma de
Stephano cerca, y en ese momento creo
que irme es lo mejor que puedo hacer,
pero al levantarme, sus brazos me
rodean con brusquedad, mientras sus
labios, rudos, intentan arrancar mis
besos a la fuerza. Parece que ha
cambiado de opinión, como si del juego
a llevar la contraria se tratara. Miro la
puerta, y sé quién está detrás, y aunque
eso no debería detenerme, por alguna
extraña razón hace que esa parte de
pudor, que siempre intento mantener a
raya, aparezca, aunque pronto es
acallado por la voz de la sabiduría, o la
de Victoria, quien me dice que debo
continuar con lo establecido, y eso es,
sin duda, conseguir tener a Samael
totalmente rendido a mis necesidades.
Así que intento zafarme de su agarre, un
poco por el asco que siento, un poco por
seguir con ese juego que, empiezo a
intuir, le vuelve loco.

−Samael, no…

Pero no atiende a razones, y sin


demasiado esfuerzo hace saltar el cierre
de mi sujetador, dejando mi torso
desnudo, solo parcialmente cubierto por
mi pelo en constante movimiento.
−¡Vete! −dice apartándome de
pronto.

No voy a dejar que me lo repita, y


aunque en mi mente, la voz de Victoria
sigue acribillándome a gritos para que
no deje el trabajo a medias, recojo mi
ropa del suelo y desaparezco por el
pasillo, sin casi tiempo a cubrirme y
comprobando que Stephano ya no está
ahí.

−¡Vuelve! −su figura se aparece


frente a una gran columna.
−No. No quiero.
−Hazlo… Esto es absurdo.
−No, no lo es.
−No seas estúpida, Ever.
−Estúpida, ¿por qué?
−Porque te comportas como una
niñata −me reprende−. Stephano es…
−No le metas en esto, no tiene nada
que ver −me enfurecen mucho sus
palabras

De pronto, su mirada se torna


perversa y una carcajada inunda la sala,
o mi cabeza, me giro de pronto, unos
pasos se aproximan, estoy sola en la
sala y sin duda cualquiera podría pensar
que hablando sola, y ella lo sabe.
Disimula Ever…
Me giro y meto la mano dentro de
mi pantalón, mejor pasar por una salida
que por una demente. Sonrío.

−¿Puedo ayudarte con eso? −Marco


me mira y creo que reprime el impulso
de saltar sobre mí.
−No, me apaño bien sola, gracias.
−¡Esto es inconcebible! Quieres
hacer el favor de… Pero… ¿Tú no
tienes habitación? −parece muy
enfadado conmigo.
−Es que me entraron ganas de
pronto −saco la mano del interior de mi
pantalón y me lo abrocho, quiero irme a
mi habitación.
−Estás loca.
−Lo he escuchado demasiadas
veces para que tenga sentido.
−Hueles a…
−Samael −y seguro que decir eso es
un error−. Parece que al papi le gusta
jugar −puestos a meter la pata, la meto
hasta el fondo−. Aunque aún le asusta
rematar la faena, me ha dejado muy
caliente…
−No tengo tiempo para esto. Lárgate
a tu habitación, no quiero volver a
cruzarme contigo.
−¿Hoy?
−¡¡¡Nunca!!! −grita.

Salgo corriendo pasando por su


lado, estoy segura que era exactamente
como esperaba encontrarme, y no quería
defraudar al jefe, es cuestión de no
desmontar mitos.

STEPHANO
Termino de meter un par de
pantalones y un par de camisas en la
bolsa de viaje, cierro la cremallera
mientras todavía noto grabado en mi
memoria olfativa el olor a tensión sexual
que casi se filtraba por las paredes de la
habitación de Samael... Olor a
testosterona, a deseo contenido, casi
prohibido, ese tipo de deseo que lubrica
los sentidos y deja volar la
imaginación...
Había abandonado el despacho de
Marco con la inútil y absurda intención
de alcanzarla, no porque su juego
hubiera provocado en mí una erección
que incluso ahora todavía se
evidenciaba, sino porque había
despertado algo que creía erradicado,
muerto para siempre, olvidado en el
confín de los tiempos... Si mi corazón
todavía cumpliera la función de
impulsar la sangre por mi cuerpo, creo
que se habría desbocado, y no solo por
refrenar el impulso de poseerla, lo que
más me había asustado es que hubiera
despertado en mí un deseo diferente, un
tipo de deseo al que no quería ponerle
nombre.
Casi agradecía que hubiera
decidido aplacar su lívido con Samael,
ese viejo no dejaba de sorprenderme,
así yo podría dejar que esa absurda idea
que me había asaltado volviera al lugar
de donde nunca tendría que haber
aflorado, llevo una existencia tranquila y
sin complicaciones, mi corazón lleva
muerto casi mil años, y mi única misión
es proteger nuestro estilo de vida. Nada
te puede dañar cuando nada sientes.
Cojo la bolsa, el tabaco, me pongo
las gafas de sol y cierro la puerta de mi
habitación, de mi santuario, donde nunca
dejo entrar a nadie, donde todo mi
mundo se encierra y está a salvo.
Un par de horas después mientras
sobrevolamos el Atlántico abro el sobre
que me entregó Marco, un solo nombre y
una dirección en Londres, en el barrio
de Chelsey, si no ando equivocado.
Salgo del parking del aeropuerto
con un coche de alquiler, no me cuesta
nada orientarme y pongo rumbo a la
vieja Londres, que me recibe entre
brumas y bajo el manto de un cielo
plomizo, conduzco de memoria y casi
por instinto al barrio de Chelsey,
callejeo un poco hasta que localizo un
hueco donde aparco, en la esquina de la
calle, a unos cien metros de la casa que
he de vigilar, aunque más concretamente
a la mujer que la habita, una de las
ventanas del segundo piso está abierta, y
una figura se vislumbra tras una de las
cortinas, se mueve de forma pausada por
la estancia, parece que se esté
preparando para irse a dormir, me
esperan unas cuantas horas de
aburrimiento.
Es un barrio tranquilo, a esas horas
las calles están desiertas y el silencio es
tan denso que casi te deja oír tus propios
pensamientos, durante las tres o cuatro
últimas horas tan solo han pasado un par
de coches y un taxi que se ha parado a
unos doscientos metros de donde me
encuentro y del que se ha bajado una
pareja de ancianos que han cruzado la
calle para meterse en una de las casas.
Nada más, incluso la lluvia ha cesado y
la suave brisa, que hasta hace poco
mecía las hojas de los árboles, se ha ido
desvaneciendo hasta pararse por
completo. Guardo mi ipod en su funda y
lo meto en la bolsa de viaje, que lanzo
de nuevo al asiento de atrás.
Exhalo una bocanada de humo, y
tiro la colilla de mi último cigarro por
la ventanilla cuando el chirriante ruido
de unas ruedas al frenar sobre el asfalto
rompe el silencio. Un portazo, varios
insultos y el sonido de unos tacones
altos. Miro por el retrovisor, por la
acera se acerca una mujer, imposible
determinar su edad bajo todo ese
maquillaje, y esas pestañas postizas,
lleva una especie de bufanda de plumas
que rodea su cuello, y el resto de la tela
que cubre su cuerpo no es mucho más
extensa que esa bufanda. Sigue pisando
con fuerza el pavimento, el sonido de
sus tacones de aguja amenaza con
despertar a todo el vecindario. Cuando
está a dos metros se detiene. Su pelo es
lila, sin duda se trata de una peluca. Me
ha visto y sonríe, se acerca hasta la
ventana y mete medio cuerpo dentro
mostrándome un cigarrillo.

−¿Tienes fuego, encanto?. −dice


llevándose el cigarrillo a los labios−.
Quizás quieras compañía.
−Gracias, prefiero estar solo
−respondo mientras le acerco el
encendedor, con la esperanza de que se
marche enseguida.
−¿Seguro? −insiste mostrándome
sin pudor su generoso escote.
−Segurísimo, lárgate −aunque no
puedo evitar que mis ojos se detengan en
ese punto concreto de su anatomía un
poco más de lo necesario.
−¿Pero qué os pasa a los tíos? −su
voz se eleva, parece crispada−. ¿Es que
una chica no tiene derecho a ganarse la
vida? −me lanza el humo directamente a
la cara−. ¿Qué pasa, es que no te gusto?
−lanza el cigarrillo al suelo y lo aplasta
−. ¿O es que te van más los tíos? −el
tono de su voz ha crecido dos octavas,
casi se ha convertido en un grito.

Una luz se enciende a lo lejos, y me


temo que va a despertar a todos los
vecinos, mientras sigue refunfuñando,
me debato entre partirle el cuello o
hacer que se calle de algún otro modo,
tiro de la manilla de la puerta.
−Está bien, sube, pero cállate −no
hace falta que se lo repita dos veces,
entra, se sienta girando su cuerpo hacia
mí y cierra la puerta dando un portazo,
otra luz se enciende en una de las casas
de al lado−. Mantén tu boca cerrada −le
advierto.
−Puedo hacer algo mucho mejor con
ella −pinta una sonrisa maliciosa en su
cara mientras su mano se desliza hasta la
cremallera de mi pantalón y se pierde en
su interior.

Mientras baja la cabeza hasta mi


regazo compruebo que tras esas capas
de maquillaje extravagante se esconde
efectivamente una mujer muy joven, su
cuello parece tan frágil, sería tan fácil
partírselo... Cuando sus labios
aprisionan mi incipiente erección, y noto
su lengua húmeda, simplemente cierro
los ojos.
Le he entregado dos de los grandes,
mientras le abría la puerta para que se
bajara, pero cuando ha visto los billetes
me ha costado un buen rato convencerla
de que era suficiente, que no tenía que
mostrarme ninguna otra de sus
habilidades, que se marchara a casa,
hubiera sido demasiado sencillo sesgar
su vida y alimentarme, pero estoy
saciado, nunca viajo si no me he
alimentado antes, y ella parece tan
joven... Te estás ablandando Stephano,
pienso mientras enciendo uno de los
cigarrillos de la cajetilla que me ha
regalado. Velvet, que extraño nombre.
Está amaneciendo.
Menos de 30 km separan Londres
de Oxford. He efectuado un seguimiento
discreto hasta la universidad donde se
ha dirigido la mujer objeto de mi
misión. Se ha pasado horas en la
biblioteca y en el claustro. Es una mujer
joven, muy atractiva y popular en el
campus, aunque un halo de melancolía y
misterio parece envolverla. No entiendo
qué interés puede tener el Consejo en
ella, pues a su alrededor no he detectado
ningún otro vampiro, ni ningún otro
miembro de algún clan que estemos
investigando. Me intriga el énfasis que
puso Marco en que fuera yo
precisamente quien hiciera este trabajo,
pues a priori es algo sencillo, sin
complicaciones, a no ser que el encargo
esconda algo más.
Permanezco siguiendo sus pasos y
vigilando sus movimientos durante todo
el día, sin que haya nada que llame mi
atención, nada irregular, nada
remarcable.
Ya ha oscurecido cuando la joven
regresa a su casa en Londres y doy por
concluido el trabajo por hoy. Paso la
noche en el interior del coche,
comprobando que no sale de su
domicilio, que el ritual para irse a
dormir es igual que el de la noche
anterior.
Durante las siguientes cuarenta y
ocho horas no sale de su casa, nadie la
visita, no recibe llamadas, apenas se
mueve de un par de habitaciones, la veo,
o más bien la intuyo, deambular por el
interior de las estancias como si
esperara fundirse con el mobiliario.
Nada más que se deba reseñar por lo
que doy por terminada mi misión y
decido poner rumbo al aeropuerto,
aunque antes paso por el laboratorio
casero de un viejo amigo que me deja
revelar las fotografías.
Ya de vuelta en el aeropuerto, la
espera se me hace interminable y
tediosa, una pareja de adolescentes que
compartían un helado me ha hecho
pensar en ella. Un simple helado, un
gesto cotidiano y mi mente se entretiene
en dibujar su cara intentando no olvidar
ningún rasgo. Me levanto enfadado,
molesto por esas divagaciones. ¿Qué me
ha llevado a pensar en Ever? Han sido
un par de días de vuelta a la normalidad,
a la rutina, a la calma, y eso es
precisamente lo que necesitaba.
Cuarenta minutos después estoy
sentado en mi asiento, en la parte
delantera del avión, mirando por la
ventanilla, tras abrocharme el cinturón.
El sonido chirriante de una voz infantil,
al otro lado del pasillo, que protesta de
forma airada y lloriquea mientras el
adulto que la acompaña pone cara de
circunstancias, y resopla haciendo
grandes esfuerzos por ejercitar su
paciencia, me hace pensar en mi viaje
de regreso de Alaska mientras conducía
a Ever camino de la Fortaleza, estoy
seguro de que mi cara debía ser bastante
parecida a la del tipo que intenta
razonar, sin éxito, con la niña. Cuando
se vuelve mis pupilas se quedan fijadas
en la imagen impresa en su camiseta, una
cara de esa Kitty que tanto parece
gustarle.
Y de repente me asalta su imagen en
el interior de aquella tienda,
mostrándome unas braguitas de algodón
grises con esa estúpida gata sin boca y
con un enorme lazo rosa. Me pregunto
por qué diablos, a pesar de la distancia,
esa vampira medio neurótica tiene que
regresar de nuevo de forma insistente a
mi cabeza.
EVER
He contado en esa misma planta
cincuenta y dos habitaciones, y parecen
todas habitadas, al menos todas
desprenden el olor característico de su
ocupante, es algo que me gusta, buscar
algún símil para los olores de la gente,
sobretodo de mis víctimas, así algunas
huelen a salchichas, otros a tortitas,
otros a vino… Y nunca se me ocurriría
comerme a alguien que huele a pizza
para el desayuno, ni a alguien que huele
a tostadas con jamón para la comida. Yo
sigo una dieta equilibrada.
Y tanto pensar en olores y sangre,
no puedo evitar darme cuenta que llevo
varios días sin alimentarme. Stephano
me dijo que podía pedir sangre siempre
que quisiera, pero no me gusta mucho
eso de pedir, no me gusta beber en vaso
y no me gusta que la sangre no esté a la
temperatura exacta. Olisqueo el
ambiente buscando de dónde deben
sacar esos vampiros las jarras de
comida tibia, cuando me cruzo con ella.
Alta, rubia, esbelta, la clase de
mujer por la que todo hombre dejaría de
hacer lo que está haciendo, incluso
lograría captar la atención de más de
una mujer. No puedo evitar voltearme
para seguirla con la mirada, tiene un
culo perfecto.
−¿Se puede saber qué miras niña?
−dice girándose de pronto.
−Estás buenísima.

Se queda perpleja, parece debatirse


entre rebatirme o echarse a reír, y opta
por lo segundo. Es de las primeras
mujeres que veo entre esos muros.

−Tú eres Ever –sentencia.


−¡Mi fama me precede! −exclamo
orgullosa.
−Eres la protegida de Samael, él
conocía a tu creador y mentor, ¿no es
así?
−Sí, algo así. ¿Y tú eres…?
−María.
−Pues María, debes tener a la mitad
de estos trogloditas besando el suelo por
donde pisas.
−Gracias. Iba al pueblo, ¿quieres
venir?
−Solo si me dejas matar a alguien,
¡tengo mucha hambre! −digo tocándome
la barriga.
−¡Por supuesto! Podemos traspasar
los límites de Suiza para tomarnos un
tentempié.

María es divertida, lista y lo que


más me gusta esconde cosas, como yo,
aunque de un modo totalmente distinto,
yo simplemente no cuento algo, ella
desprende un halo de enigma a su
alrededor que la hace fascinante. Segura
de sí misma, parece no tener ninguna
debilidad, es una maestra en la caza de
su víctima, como una pantera atrapando
a una indefensa gacela, a mí, por el
contrario, siempre me lleva mi tiempo,
no me gusta precipitar las cosas, a la
mayoría no les gusta entablar relación
con sus víctimas, yo lo adoro. Me
parece estimulante, siempre que el
tiempo me lo permite, creo una fantasía
para cada una de mis víctimas, les doy
su espectáculo final.
A lo lejos, mientras doy cuenta de
mi cena, veo cómo se sienta en el coche
y sacando una pequeña bolsita de la
guantera, retoca su maquillaje, nota
mental, comprarme una bolsa como esa.
Sacudo un poco mi ropa antes de tirar
por el barranco a ese chico guapo que
me ha servido para saciar mi sed. Olía a
carne a la brasa con patatas y sabía
mucho mejor.

−¿Y bien? −digo entrando en el


coche.
−Tengo que recoger un par de
vestidos en una tienda −me alarga la
barra de labios y da contacto al coche.
−Perfecto −rozo con la yema del
dedo el carmín y la deslizo acariciando
mis labios−. Parece que ya oscurece
−añado mirando por la ventanilla, hace
horas que ha dejado de nevar.
Creo que todos los vampiros de la
Fortaleza conducen como locos, se
deslizan por la carretera casi sin
rozarla, seguro que tienen un abogado
exclusivamente dedicado a recurrir
todas las multas de tráfico que deben
llegarles. Aparca en el mismo
aparcamiento a las afueras que usó
Stephano el día anterior y nos
disponemos a pasear por las mismas
calles atestadas de comercios, aunque
María se dirige directamente a una
boutique de escaparate iluminado.

−Uauuu −digo entrando y mirando


la etiqueta del primer vestido que
encuentro.
−Bonitos ¿No crees?
−Caros los definiría mejor.
−Oh venga Ever, me vas a decir que
te falta el dinero.
−Bueno, digamos que no he tenido
muy buena cabeza invirtiendo.

Soy consciente que es una práctica


muy común entre los inmortales comprar
y vender objetos de incalculable valor,
por ejemplo, si hubiese guardado los
telares con los que tejían mi madre y mi
abuela, décadas después podría
haberlos vendido por una cuantiosa
suma de dinero, sin embargo, yo me
divertí mucho viendo arder el taller.
Me mira sonriendo, parece que casi
condescendiente. Entrega un papel a la
dependienta y se dispone a esperar,
mientras mis manos pasean rápidas por
los colgadores.

−Mira éste

María alza delante de si un precioso


vestido negro de tirantes, de esos que
llegan a medio muslo, con un fino
cinturón dorado y una caída
espectacular.

−Seguro que te sentaría genial


−digo tocándolo−. Tiene un tacto muy
suave.
−Y a ti, pruébatelo.

Antes de que pueda mirar la


etiqueta, la arranca y se la guarda en el
bolsillo, la miro con desconfianza,
nunca nadie da nada por nada, eso lo he
aprendido a base de ensayo error, error,
error… Miro a mi alrededor, ni rastro
de las sabias palabras de Victoria.

−¡Venga va! −insiste.


−¿Qué quieres?
−¿En realidad? Verte desnuda.
−¡Oh bueno! Si solo es eso, no hace
falta que me regales un vestido, con solo
pedírmelo... −ambas estallamos en una
carcajada−. Trae va, voy a probármelo.
−Estos zapatos le quedarán genial.
−Vaya tacón −digo mirándolos.
−Tienes un equilibrio natural,
querida.

No voy a decirle que lo sé, que he


estado subida a tacones similares
durante las últimas décadas, fetiche de
prácticamente todos los hombres,
vampiros, y duendes si existiesen…
Sacudo la cabeza para alejar esos
pensamientos.
La vuelta hacia la Fortaleza es
divertida, María fue convertida en
Atlanta, aunque pasó largas temporadas
en París, junto a Paolo y Giorgio, unos
aristócratas italianos a los que adora y
no puedo evitar soltar una carcajada
cuando me explica que son pareja, jamás
he conocido un vampiro gay, aunque no
veo por qué no pueda haberlo, pienso en
las muchas mujeres que de una manera u
otra han formado parte de mi vida. Le
hablo durante horas, pero solo de mis
primeros años como vampira, ella es
mucho más reservada, aunque por su
tono de voz en algunos comentarios creo
que hay alguien más de su pasado del
que no quiere hablar, y estoy segura que
nadie querría apartarse voluntariamente
de ella, sobre todo un hombre, pues es
arrolladora, divertida, es distinta… Y
me ha comprado un vestido. Pero se nota
que alguien consiguió hacerle daño a
ella también, debe ser un sello
identificativo de la mayoría de los
inmortales, todos arrastramos muchos
fantasmas, a veces hasta demasiados.

−¡Espera! −le digo cuando se


despide delante de mi habitación−. ¿No
querías verme desnuda? −añado
guiñándole un ojo.
−Otro día preciosa −y junta sus
labios con los míos.

MARCO
Mis nudillos repiquetean
rítmicamente sobre la mesa, mientras
observo cómo la pantalla del ordenador
muestra el insistente reloj que indica que
aún debo esperar un poco más, hasta que
finalmente me muestra la página
consultada. Leo rápido la información,
es exactamente lo que buscaba, es una
colección de cuadros preciosa.

−¿Puedo?
−Claro Samael, pasa. ¿Dónde está
Ever?
−La vi salir con María hace unas
horas.
−¿María?, ¿en serio? el destino
dispone extraños compañeros de cama
−reflexiono.
−Cierto. ¿Sirvo un par? −señala el
minibar.
−Sí, claro. ¿Qué te preocupa?
−Nada.
−¿Seguro?
−El asunto de Panamá se está
complicando. Y Ever… claro.
−Lo de Panamá tiene más fácil
solución que lo de tu hija.

Apunto el número de la galería de


Berlín en mi agenda y apago el portátil,
Samael tiene la mirada perdida en la
ventana, no sé si pensando en su hija o
en Panamá, seguro que una reyerta con
los panameños sería de más fácil
solución para nosotros. Aunque no
puedo compadecer a mi compañero,
supongo que por ese motivo los
vampiros son muy selectivos a la hora
de otorgar el don de la inmortalidad,
porque ese acto, te ata a tu pupilo no de
por vida, sino para toda la eternidad.
Samael se levanta, pensativo, deja
la copa sobre la mesa auxiliar y abre la
ventana, es plena noche, puede incluso
que sea de madrugada, el aire frío se
cuela por esa apertura, meciendo
ligeramente las cortinas. A veces el
silencio es la mejor de las compañías.
Cierro los cajones con llave y vuelvo a
guardarla en su sitio, compruebo que
todo está en orden antes de levantarme
de la mesa y acercarme a mi compañero
y poniéndole una mano en el hombro le
insto a salir del despacho.
−Puede que me acerque a hacer una
visita a nuestros amigos panameños.
−Me parece bien.

Cierro la puerta de mi despacho y


me despido de Brigitta, sin duda, sin
ella mi vida sería caótica.
El jardín está vacío por completo,
nuestras pisadas se van marcando en la
nieve, que seguramente desaparecerá en
pocos días, y por una de las puertas
acristaladas laterales, vemos pasar a
Ever acompañada de Viktor, un buen
chico, ¿cómo habrá logrado engañarle?

−Voy a hablar con ella −dice mi


amigo despidiéndose, y no sé por qué
me parece que sus intenciones como
siempre esconden algo más.

Samael desaparece hacia el interior


del Castillo y yo desvío mis pasos hasta
la parte delantera del jardín, la más
cuidada, aunque en invierno pocas
plantas resisten a esas bajas
temperaturas. Pero durante la primavera
y el verano, esta zona del jardín, la más
visible de todas, la que no queda oculta
a ojos indiscretos, se tiñe de cientos de
colores.
Mi mano acaricia un par de veces el
teléfono guardado en mi bolsillo,
deseando decirle a Stephano que aborte
la misión, que regrese, o que esa no era
la dirección correcta, que lo olvide,
pero no lo hago, desando el camino
andado de vuelta al interior de esos
muros de piedra, directo a mis
aposentos, mi santuario de paz y
soledad. Al cerrar la puerta, me invade
la extraña sensación de que mi vida está
a punto de cambiar, no sé si para bien o
para mal, pero sé que pronto todo va a
ser diferente, aunque no sé si alegrarme
o acojonarme.
Cojo un par de prendas de ropa y
las dejo sobre el taburete del baño, abro
el grifo de la ducha y mientras el agua
va colándose por el sumidero, una ducha
rápida y volveré al trabajo. Paso el
peine por mi pelo, desenredando
algunos nudos testarudos. El reflejo del
espejo me devuelve la imagen de un
hombre mayor, cansado, sin vida… justo
todo lo contrario de Alessandra. Eso no
puede salir bien.

EVER
Salgo del baño enrollada en una
gran toalla, la noche es apacible y el
suave viento se ha llevado las nubes, las
estrellas relucen espléndidas, parece
que ya no va a nevar más. Cepillo mi
pelo mientras rebusco dentro del
armario algo que ponerme, me apetece
tumbarme tranquila, ver una película y
disfrutar de la compañía de nadie más
que de mí misma, pero no tengo
televisor en mi habitación, y las salas
comunes, por lo que he podido observar,
siempre son bulliciosas, demasiado
concurridas para mi gusto.

−Stephano tiene televisión.


−¿Dónde te habías metido hoy?
−Tú sabrás, no soy más que tu
imaginación.
−Y muy molesta −apuntillo.
−Stephano tiene televisión.
−Lo sé, ¿qué quieres decir con eso?
−Estar con él es como estar sola,
no habla, molesta poco.
−Pues también tienes razón.
Saco unos vaqueros y una camiseta
blanca de tirantes cuando la figura de
Victoria se aparece entre mi y el
armario, dándome un susto de muerte.

−El vestido.
−¿Qué? No… Ni de coña, ¿tú sabes
lo que cuesta? Es para una ocasión
especial
−¿Y cuándo vas a tener tú una
ocasión especial?
−Touché −digo dejando los
vaqueros en la percha donde estaban.

Me sienta como un guante, se ajusta


a mi cintura gracias al cinturón, y cae
delicadamente hasta un palmo por
encima de mis rodillas, suficientemente
largo para sentirse cómoda,
suficientemente sugerente para sentirse
muy atractiva. Repaso la línea negra de
mi lagrimal inferior y me decido por el
pelo suelto, nunca me ha gustado mostrar
mi espalda.
Una vez en el pasillo, me siento
ridícula, que absurdo, tiro un poco del
vestido intentando, inútilmente, que se
alargue por arte de magia. Los tacones
resuenan con fuerza sobre el mármol.
Respiro hondo cuando golpeo la puerta
de Stephano, aunque sé que no está ahí.
Por un segundo me decepciono.

−Ever, ¿no?
−Viktor −digo mirando la puerta
que acaba de abrirse al otro lado del
pasillo.
−Stephano se ha ido, salió hace ya
algunas horas con una bolsa de viaje.
−Vaya −y me duele que se haya ido
sin decirme nada.
−¿Habíais quedado?
−No exactamente, bueno pues…
−¿Puedo acompañarte?
−No sé a dónde ir −digo
enroscando un mechón de mi pelo.
−No importa, te acompaño.

Me ofrece el brazo, que tomo


encantada, me parece entrañable lo
caballerosos que son entre estos muros,
seguro que después son todos unos
depravados, sádicos y mentirosos, pero
por el momento, parecen todos un
encanto. Caminamos en dirección a una
de las salidas laterales, que dan, según
creo recordar, a un pequeño jardín. Justo
a dos pasos de cruzar la puerta que
hundirá mis tacones en la nieve, Samael
aparece de pronto por las escaleras que
conducen al ala de los despachos. No
me pasa desapercibida la leve
inclinación de cabeza que Viktor hace
nada más ver a mi padre.

−Ever, me gustaría hablar contigo.


−Claro… −miro a mi acompañante.
−Otro día −dice él con una franca
sonrisa.
Cambio de brazo y me cojo al de
Samael, andamos en silencio por el
pasillo y me conduce a su habitación.
Cierra la puerta tras de sí. Sus ojos
destilan lujuria. Entre abre la boca, pero
no dice nada, desliza las manos al borde
del escote de mi vestido. Con un acto
reflejo le golpeo para apartársela, lo
que le invita a sobarme los pechos de
manera más ruda.

−Samael...

Sus manos torpes destrozan uno de


los tirantes del vestido, desgarran parte
de la blonda del escote, mi precioso
vestido nuevo. No parece querer dar
tiempo a nada, de un empujón me hace
caer sobre la cama, sus manos deslizan
el vestido hacia mi cintura, dejando a la
vista las braguitas negras de Kitty. Se
aparta un poco, sus ojos se clavan en los
míos.

−Eres tan bonita... −sus labios se


juntan con los míos−. Te he comprado
algo. −dice a escasos centímetros de mi
boca.

Desliza algo en mi mano, casi no


me da margen a girar la cabeza para ver
qué es, pero de reojo adivino la forma
de una pequeña llave. Sus besos son
incesantes.
−No besa mal −Victoria está
sentada a mi lado−. Y te ha comprado
un coche −tiene una especie de risa
burlona en los labios−. Sabes que
Stephano se ha ido… ¡Oh! Sí, ya viste
antes que no estaba en su habitación.
−Dijiste que querías un coche…
−noto el roce de la lengua de Samael
cuando habla.
−Es genial, gracias.

Sus manos apartan mi ropa interior,


un golpe rudo y está por entero dentro de
mí, siento su polla entrando y saliendo,
sin ritmo concreto, con afán, con ganas
desmedidas, con la ansiedad de quien ha
esperado por algo largo tiempo. Yo
simplemente me dejo hacer.
Apenas una hora después, estoy en
mi habitación, tirando el precioso
vestido y enfundándome en unos
vaqueros después de una rápida ducha.
Salgo al pasillo en una dirección
concreta. Pico a la puerta.

−¿Tienes mujer, novia, pareja...?


−No, no, y no −dice Viktor
sorprendido.
−Pues vas a pasar una gran noche
−.digo buscando sus labios.
STEPHANO
Dejo mi bolsa de viaje sobre la
cama y saco el sobre de su interior,
cierro la puerta de mi habitación y me
dirijo directamente al despacho de
Marco. Me pregunto de quién será el
flamante Mini de color rojo que han
dejado en la parte trasera del garaje, no
es el tipo de vehículo que solemos
conducir, me da la sensación que
demasiadas cosas están cambiando en la
Fortaleza en los últimos tiempos, y me
consta que no soy el único que se ha
dado cuenta.
Unos ligeros toques con los nudillos
en la puerta de su despacho y entro sin
esperar a que me de paso, muchos siglos
a su lado me permiten tomarme alguna
que otra familiaridad. Desde la puerta
un reflejo en la pantalla de su ordenador
me sorprende sobremanera, jamás
hubiera creído... Tengo que abortar el
conato de una sonrisa.

−¿Facebook? −pregunto con voz


totalmente neutra.
−¡Stephano! Joder, voy a ponerte un
cascabel −dice cerrando de forma casi
precipitada la pantalla−. ¿Cómo ha ido
el viaje?
−Bien −respondo de forma escueta,
no soy dado a ofrecer grandes y
farragosas explicaciones.

Dejo el sobre de color marrón


sobre su mesa. Lo coge y lo sostiene
entre sus manos, diría que de forma casi
delicada, pero ha debido ser una
percepción errónea ya que tan solo es un
sobre, lo mira durante unos instantes,
como si no se decidiera todavía a
abrirlo. Permanezco de pie delante de su
mesa, no entiendo a qué viene tanta
duda, no alcanzo a comprender a qué se
debe su extraño proceder con relación a
esa humana, supongo que debe querer
que desaparezca, deshacerse de ella,
algún motivo debe haber para ello,
alguno que desconozco, pero que en
realidad no influye para desarrollar mi
trabajo con eficacia. O se trata de alguna
otra cosa, algo que simplemente se me
escapa.
Nos observamos durante unos
instantes, y aunque no entiendo lo que
pasa, como parece que Marco no
termina de decidirse, opto por ser yo
quien rompa el silencio.

−¿Es una donante?


−No. Es Lady Valmont −dice aún
con el sobre en la mano. Ni la más
mínima señal de tener intención de
abrirlo.
−Sí, nacida en Londres, 25 años,
hija de Lord Edmund Clarence Valmont
−Mountbaten perteneciente a la Cámara
alta parlamentaria inglesa por derecho
de nacimiento y de Lady Edwina
Richmond, licenciada en historia por la
univ…
−Sí, sí, sí…−me interrumpe
mientras comienza a abrirlo.

Saca la primera fotografía, lo hace


con sumo cuidado y la observa con
detenimiento, es una de las que saqué en
el interior de la biblioteca, en Oxford, la
humana parece acariciar con una de sus
manos el lomo de un libro, parecía
interesada en la sección de la Iglesia
Medieval Anglicana, se percibe su cara
de perfil, y aparece totalmente sola,
como sola está en las siguientes
fotografías tomadas en el interior de la
enorme biblioteca, tal como recojo en el
informe, apenas se cruzó con una docena
de personas, a parte de los alumnos que
deambulaban por el campus.
Desde mi posición creo ver cómo
Marco, con uno de sus dedos parece
acariciar sutilmente la superficie de la
foto, y mi excelente visión me confirma
que así es, ha sido un movimiento casi
imperceptible para el ojo humano, pero
durante una fracción de segundo la yema
de su pulgar ha rozado su pelo, o quizás
su mejilla.
Y de pronto, Marco parece
abandonar la estancia, a pesar de
encontrarse a penas a un metro de donde
me hallo, todavía de pie, su mente
parece concentrarse exclusivamente en
analizar pormenorizadamente ese
pequeño pedazo de papel. Un fugaz
brillo en su mirada, un destello casi
imperceptible que me desconcierta.
La siguiente fotografía muestra a la
misma joven bebiendo de un vaso de
café, de esos de cartón. Tomé esa foto
algunas horas después, cuando ella
había ya abandonado el campus y
decidió hacer una parada en una
cafetería del pueblo para tomar un
tentempié. Tampoco en ese lugar se
había encontrado con nadie, ni entabló
conversación con persona alguna, con la
excepción de sacarse de encima a un
tipo que se empeñaba en invitarla al
café.

−¿Es preciosa verdad? −pregunta


de repente.

Sus ojos todavía permanecen


anclados a esa fotografía, y su pregunta
me coge totalmente desprevenido,
observo cómo su retina aún conserva. el
reflejo de esa humana, a quien he estado
siguiendo sin que nada me haya alertado
de algún posible peligro, de algún
beneficio que pudiéramos obtener, salvo
que...
El reflejo de esa mujer se va
desvaneciendo de la mirada de Marco,
que me observa ahora expectante en
espera de mi respuesta.

−Sí, supongo −contesto, creo que


empiezo a entender.
−Sin duda lo es.
−Sin duda nada saldrá de mis
labios.
−Estoy seguro de eso Stephano −me
mira con complicidad, con esa
seguridad que ofrecen los siglos
compartidos−. Solo confío en ti.

Hago una ligera inclinación de


cabeza en señal de asentimiento y
abandono el despacho, no necesito saber
nada más, para mí es suficiente, se trata
de un asunto privado de Marco, ni en
otros mil años hubiera logrado adivinar,
sino es porque creo haberlo visto
reflejado en sus ojos, la verdadera
naturaleza de esa misión. Casi un
milenio me unen a Marco y a la
Fortaleza, si no recuerdo mal, ocho
largas centurias son las que hemos
compartido, y en todo ese tiempo no le
he conocido ni una debilidad, nunca, y
ahora todo me hace pensar que... ¡No es
posible! sabe lo que se juega, sabe que
no nos está permitido, aunque no
importa, él mismo lo ha dicho, solo
confía en mí, y yo permaneceré siempre
a su lado, sin emitir juicios.
Quiero una copa, un poco de relax
me vendrá bien, así que en lugar de
encaminar mis pasos hacia mi habitación
decido pasarme un rato por la sala
común. A esas horas está bastante
concurrida, se han formado varios
grupos, y el ambiente parece animado.
Me dirijo directamente hacia la barra
del bar y me sirvo un whisky con hielo.
Desde uno de los sofás del fondo María
me hace un gesto con la cabeza para que
me acerque, cuando llego a su altura
observo cómo Ever, que estaba situada
detrás y a quien no había visto, me mira
con cara de pocos amigos.

−Stephano, ¿dónde te metes?


−pregunta María−. Hace tiempo que no
coincidimos −añade cruzando las
piernas y dando un pequeño sorbo a su
gin tonic.
−Bueno, ya sabes... Un poco aquí y
allá −enciendo un cigarrillo y apuro mi
copa de un trago, dejándola sobre la
mesa.

Ever me mira por un instante y me


fulmina con la mirada, parece indignada,
y cuando voy a abrir la boca para
preguntarle si le pasa algo, se levanta
airada, se despide de María y se
marcha. ¡Mujeres!, ¿quién diablos las
entiende? en el fondo es una buena idea
permanecer alejado de ellas.
Al poco rato me despido de María y
decido regresar a mi habitación, quizás
otro whisky y una buena película... Sigo
el largo pasillo en dirección a la
escalera principal cuando la voz de
Calixto a mi espalda reclamando mi
atención hace que me detenga.

−¡Stephano!, qué bien que te


encuentro, te estaba buscando −dice
acercándose a mí y colocando una mano
sobre mi hombro−. Necesito que vayas a
Lugano ahora mismo, es urgente...

Le miro de hito en hito, Calixto es


otro de los miembros del Consejo, un
par de milenios arrastra a sus espaldas,
debió ser convertido cuando contaba
unos 50 años de edad, es tan alto como
yo y sus ojos profundos y taimados
nunca dejan ver lo que sus intenciones
esconden, su piel de color ébano
contrasta con la palidez de la mía.
Podría protestar, indicarle que estoy
inmerso en una misión encomendada por
Marco, aducir que acabo de llegar de un
viaje relámpago a Londres, pero ya
conozco sus urgencias, y en realidad
creo que me vendrá bien alejarme de la
Fortaleza.

−¿Dónde siempre?
−Sí, en el Hotel Splendide Royal
−sonríe, aunque sé que su sonrisa no es
del todo franca−. Gracias Stephano
−añade simplemente antes de alejarse.

Ya en mi habitación recojo la
cazadora de cuero, las gafas de sol, un
par de paquetes de tabaco y las llaves
de mi moto, y me encamino hacia la
cochera, cuando atravieso una de las
galerías observo a través de uno de los
grandes ventanales acristalados cómo la
figura de Marco se recorta en la parte
trasera de uno de los coches, que
abandona en esos momentos el recinto,
no suele usar chófer salvo que se dirija
al aeropuerto.

EVER
No me siento orgullosa de lo que he
hecho, de la noche que he pasado, pero
necesitaba unas manos que me tocaran
con algo de ternura, aunque ésta fuese
fingida. Me he escabullido de puntillas
de su habitación y horas después,
cuando hemos coincidido en una de las
salas comunes, no ha dicho nada, como
si nada hubiese pasado, y lo agradezco.
−Y entonces fue cuando se cayó
−dice Hugo riéndose−. ¿Y tú qué, Ever?,
¿de dónde sales tú?
−Alaska, esa era mi última
residencia.
−Buen sitio −Viktor me mira−.
Entonces, ¿conoces Inmortal?
−¡Claro! ¡Quién no lo conoce!

Me gusta el ambiente de la
Fortaleza, todos parecen llevarse bien,
aunque me consta que todo es fachada,
no me creo que cien vampiros viviendo
juntos no tengan rencillas entre ellos,
aunque de ser así, las disimulan
francamente bien. María se une a
nosotros, con un gin tonic en la mano y
un simple cruzar de piernas hace que
todo a su alrededor se detenga y solo
importe ella, y el movimiento pausado
de su cuerpo. Deslumbrante.
La puerta se abre y no me giro, pero
sé quién acaba de entrar, su olor llega
inconfundible hasta mí. Avanza unos
pasos, y le miro de reojo, se dirige a la
barra de bar, lo que sí advierto es esa
extraña manía de beber algo que sin
duda no les sabe a nada, y María,
desatendiendo a mis súplicas mentales,
invita a Stephano a unirse a nosotros.

−Te ignora −y estalla en una


fuerte carcajada.
Intento ignorar a Victoria, sus risas,
Stephano me mira, y Victoria me habla a
voz en grito, parece que va a decirme
alguna cosa, y siento algo en la boca del
estómago, ¿Ira? ¿Rabia? ¿Desprecio?
Me levanto y me despido de María,
salgo al pasillo, pero Victoria no cesa
de increparme, de reírse, hace
aspavientos delante de mi cara, me hace
burla, miro las escaleras, Victoria sigue
cachondeándose de mí, me debato entre
subir a las habitaciones o bajar al…
Bajo corriendo las escaleras, saco la
llave de mi bolsillo y abro el coche, no
me gusta nada, pero no se lo voy a decir,
cierro la puerta de golpe cuando me
siento tras el volante y enciendo la radio
subiendo el volumen al máximo.
−¡Tú eres GILIPOLLAS! −le grito−.
¡Te he dicho mil veces que no me hables
cuando estoy con gente! Van a pensar
que estoy loca.
−Ever, estás en un coche hablando
sola.

Odio que tenga razón. Golpeo con


fuerza el volante.

−Scotch no te habría ninguneado


nunca, para él eras lo primero.
−¡Cállate!
−Porque él te quería…
−¡VICTORIA! ¡He dicho que te
calles!
−Pero si tú le quieres, porque yo
soy tú, es decir yo no existo y soy tú, y
yo le quiero así que tu…
−¡BASTA! −grito a punto de llorar.

Unos golpes de nudillo en la


ventanilla me sobresaltan, seco con el
dorso de la mano esa lágrima que estaba
luchando por salir. Miro fuera del
coche, Stephano está a mi lado, con una
mano en el cristal y un casco de moto en
la otra.

−¿Se puede saber qué haces? Baja


esa música.

Apago la radio, Victoria ha


desaparecido.

−Estoy pensando.
−¿En serio? Sin duda eso debería
sorprenderme. −se abrocha la cazadora
−. ¿Y este coche?
−¿Te marchas otra vez? −digo
haciendo caso omiso a su pregunta,
mirando cómo termina de ajustarse las
hebillas del cuello−.¿Dónde vas?
−A Lugano y no has contestado
−dice señalando el coche con un gesto
de su mandíbula−. ¿De dónde lo has
sacado?
−Bonito ¿Verdad? −sonrío−. Es un
regalo.
−Regalo… ¿De quién? −dice
montando en su moto.
−De Samael. ¿Cuándo vas a volver?
−¿Samael? −y sus ojos se
empequeñecen al clavarse en los míos−.
Entiendo…
−¿Qué es lo que entiendes?
−Nada, déjalo... −le da al contacto.
−No, espera… −salgo del coche−.
¿Qué quieres decir con eso?
−Nada, solo que... Que eso tiene un
nombre. Pensé que eras diferente... −y
sus últimas palabras quedan flotando en
el aire amortiguadas por el ruido del
motor al acelerar.

Veo cómo desaparece más allá del


camino empedrado fuera de la Fortaleza.
Me quedo plantada en medio del garaje,
ahora lo que sentía en la boca del
estómago se ha acrecentado.

−Maldito hijo de…

Subo al coche y arranco el motor.

STEPHANO
Abro gas a fondo y abandono la
Fortaleza con destino a Lugano. A
medida que voy quemando kilómetros
noto cómo la rabia que se ha mantenido
aletargada en mi estómago pugna por
ascender, amenazando así con
incrementar mi mal humor. Después de
dejar atrás un par de carreteras locales,
al llegar a la bifurcación con dirección a
San Bernardino, me incorporo a la A13,
y sigo por inercia un camino que he
recorrido mil veces.
De manera mecánica voy dando gas
y metiendo y sacando marchas mientras
mi mente vuela por libre y en solitario,
volviendo al garaje de la Fortaleza,
recreando esa última conversación
mantenida con Ever.
Y no lo entiendo, parecía especial,
con su punto de locura, pero auténtica,
capaz de plantar cara de forma audaz,
aunque temeraria, al mismísimo Marco,
pero en el fondo es como las demás...
Sexo y caprichos, un mero intercambio.
No conoce a Samael como yo,
entendería que quisiera matarlo por lo
que le hizo, por convertirla y dejarla
abandona a su suerte, por los cuatro
siglos de éxodo que se ha visto obligada
a pasar, por haber tenido que aprender a
sobrevivir siempre huyendo de nosotros,
y la verdad que no lo ha hecho nada mal,
podría entender que deseara acabar con
él, pero convertirse en su juguete a
cambio de tan poco, todavía no sabe que
lo más probable es que acabe siendo una
muñeca rota.
Pero, ¿qué puede importarme?
Nada, absolutamente nada.
Casi dos horas después llego al
hotel de Lugano donde tienen que
hacerme la entrega que está esperando
Calixto, aparco frente a la puerta
principal, entro en el hall y me dirijo
directamente a recepción.

−Señor Massera un placer volver a


verle.
−Solo estoy de paso Phillip, espero
a alguien.
−Oh, hace como una hora dejaron
un mensaje para usted −dice el conserje
mientras me tiende un trozo de papel
doblado por la mitad, lo desdoblo y una
sola frase me anuncia que la entrega se
retrasará hasta mañana.
−¡¡Joder!! −arrugo el papel con
rabia lanzándolo por encima del
mostrador.
−¿Malas noticias, señor Massera?
−¿Tengo cara de haberlas recibido
buenas, Phillip? −y debo haberle
fulminado con la mirada porque de
forma instintiva da un paso atrás.
−Yo... Lo lamento... Yoo…
−Maldita sea con los últimos
encargos −casi gruño entre dientes−.
Pasaré aquí la noche, dame la llave del
ático.
−Por supuesto −dice mientras
selecciona una tarjeta magnética y la
activa.

Casi se la arranco de la mano sin


darle tiempo a que me la entregue, subo
en el ascensor y accedo directamente a
nuestra suite del ático. Meto la tarjeta en
la ranura y se encienden las luces, me
quito la cazadora de cuero y la lanzo
sobre uno de los sillones.
Me acerco al mueble bar, me sirvo
un whisky que apuro de un trago y
vuelvo a llenar el vaso, mientras me
enciendo un cigarrillo.
Levanto el auricular del teléfono
para llamar a recepción y pedir que me
envíen una de esas masajistas
complacientes que me haga más
llevadera la espera, pero antes del
segundo tono cuelgo con rabia, no sé si
quiero compañía o si quiero
desaparecer por una temporada, en
realidad no sé qué coño me está
pasando... Maldita chiquilla.
Y de pronto mi sentido del olfato
me debe estar jugando una mala pasada
porque... No puede ser, pero el recuerdo
de su aroma me asalta incluso en la
distancia, me llega con una nitidez
pasmosa, lo aspiro, casi lo paladeo y me
atrevería a jurar que se encuentra muy
cerca, sin duda esa vampira se va a
convertir en mi pesadilla particular, esa
que me azota una y otra vez sin que, a
pesar de mi experiencia y mis años,
pueda evitarlo. Por Satanás que temo
volverme loco cuando identifico un sutil
olor a flores y antes de que pueda
reaccionar un fuerte golpe hace saltar la
manecilla de la puerta e irrumpe en la
habitación con ímpetu, deteniéndose al
atravesar la puerta.
La miro con estupor, perplejo,
mientras la cajetilla de cigarrillos
resbala de mis manos hasta precipitarse
al suelo, parece hacerlo a cámara lenta,
sin apenas hacer ruido.
EVER
Dejo atrás la Fortaleza, en
dirección a la carretera general, solo
queda polvo del rastro de Stephano,
polvo y la sensación de angustia que me
oprime el pecho. Cambio de marchas a
gran velocidad, y me doy cuenta que me
he ido sin decirle nada a nadie, sin
coger absolutamente nada, tan solo
cargando con toda la rabia que ha
nacido en mí. Y sus palabras que siguen
retumbando en mis oídos, mientras
compruebo que, por más rápido que
conduzco, no termino de alcanzarle.
La furia se apodera de mí cuando el
indicador de la gasolina empieza a
parpadear rozando casi el cero. Encima
que me compra un coche de niña, me lo
da sin gasolina. Voy reduciendo la
velocidad, esperando encontrar, en los
próximos kilómetros una gasolinera, no
una cualquiera, una que esté apartada y
solitaria, pues mucho me temo que de
algún modo tengo que desfogarme.
Lo siento por el chico del mono
azul, lo lamento por él y por su familia,
por su novia y los futuros hijos que ya
nunca va a tener. Pero cuando su
manguera termina de llenar mi tanque, su
sangre pasa a llenarme a mí. Sabrosa y
de sabor fuerte justo lo que a mí me
gusta. Y cuando mis uñas desgarran su
carne produciéndole feroces heridas, mi
alma se apacigua un poco, pero solo es
una pequeña tregua, pues cuando subo al
coche, y mis manos se aferran al
volante, siento las mismas ganas de
matarlo que al principio.
El camino se me hace terriblemente
largo, y a pesar de que dicen que el
tiempo calma y que la música amansa
las fieras, ni los kilómetros ni la radio
consiguen despejar mi mente. Una
mezcla de ira, rabia y resignación, una
mezcla de incredulidad con azotes de
realidad, una bofetada de verdad en toda
la cara que no quiero encajar. Me juzga
sin conocerme, y aunque tiene razón, no
quiero reconocérselo.
−Lugano.
−No sé a qué vas.
−Esfúmate.

Dejo el coche frente al hotel, salgo


con nada, porque no tengo nada más que
las llaves del coche. Recojo mi pelo en
una coleta con la goma negra de mi
muñeca, y de pronto temo que salga el
sol, pues voy con parte de mi cuerpo
totalmente expuesto a los rayos solares.
Tengo que encontrarle rápido, escupirle
que le odio y volver a irme, no sé
dónde, pero sin duda no allí, ya pueden
olvidarse de mí en la Fortaleza, cuando
vuelvan a encontrarme, tendrán que
arrancarme la cabeza.
Lugano, bonito lugar, huele a
montaña, a agua y a nieve, y también a
Stephano, así que sigo su olor, de ser
humana me definiría a la perfección la
frase de que me hierve la sangre, pero
en mi caso, lo que hierve en mí es todo
el veneno que llevo dentro. Mi cutre
rastreo me lleva hasta la orilla de un
lago, trozos de hielo flotan en su
superficie, y de ahí mi vista se vuelve
hacia un edificio color crema de cuatro
plantas, con una majestuosa entrada, y
yo, vestida como una mendiga. Por
suerte dispongo de muchos recursos a la
hora de entrar y salir de cualquier sitio,
mis brazos y mis piernas están
preparados para saltar grandes
distancias, o como en este caso, escalar
una fachada.

−¡Qué horrible decoración!


−susurro a la nada.

Y estúpidamente espero que


Victoria me conteste, y me diga que no
es horrible, lo que pasa es que yo no
tengo buen gusto, pero no aparece, y no
me importa. Con paso decidido recorro
el primer pasillo, como una perra
olisqueando el aire, buscando el rastro
que me ha traído hasta aquí. Un hotel de
lujo, no esperaba menos.
Me detengo, lo huelo, escucho
pasos tras la puerta, mi corazón inerte a
punto está de dar un vuelco. La ira se
acumula en mi garganta, dejándome un
regusto amargo, como de sangre en mal
estado. Agarro fuerte la manecilla de la
puerta y la fuerzo hasta romperla y
lograr abrirla.
Está de pie, frente a la cama, me
mira incrédulo, de su mano cae la
cajetilla de tabaco, por único sonido el
ruido del cartón amortiguado por la
moqueta.

−¿Qué has querido decir? −escupo


con rabia.
−Pero... ¿Se puede saber qué
diablos haces aquí?
−¡Responde! −grito empujándole
aunque no logro que se mueva más de
medio paso.
−¿Te has vuelto loca? −me increpa
sujetándome por los antebrazos−. ¿Qué
quieres que te responda? sabes de sobra
lo que quise decir.
−No, no lo sé... ilústrame.
−No, claro −dice soltando mis
brazos−. ¿Cuánto llevas en la Fortaleza?
¿Una semana? y en tan poco tiempo, ¿te
dejas comprar por Samael?
−Yo no me dejo comprar por nadie
−mastico poco a poco cada palabra, mis
manos acarician mis antebrazos a la
altura por donde me ha tenido agarrada
−. Al menos Samael consigue lo que
desea, tu… Tu… −susurro−. Eres un
gilipollas.
−Desde luego, la señorita no se
deja comprar... −encaja las mandíbulas,
parece afectado por la situación−.
Samael no hace nada a cambio de nada,
así que tienes razón, abrirse de piernas a
cambio de un puto coche no es dejarse
comprar... ¿Cómo lo llamamos, Ever?
−su tono de voz se ha ido elevando poco
a poco.

Mi mano se alza casi sin


pretenderlo y sin poder evitarlo se
estampa de manera sonora en su mejilla,
su cara se voltea levemente por el
impacto, mis ojos deben destilar toda la
rabia que siento en ese momento contra
él.
−Te mueres de ganas de meterte
entre mis piernas −le espeto alzándome
de puntillas para acercarme a su cara.
−No te confundas −su sonrisa se
torna sardónica− yo no pago por un
polvo.
−¡Maldito hijo de puta!

Levanto mi mano para golpearle de


nuevo, cuando en un pestañeo me
detiene cogiéndome de la muñeca,
medio centímetro más, y habría logrado
mi objetivo. Tira de mi brazo haciendo
que nuestros cuerpos queden muy cerca,
y agacha la cabeza hasta que sus ojos se
sitúan a la altura de los míos.
−Podría matarte, sería muy fácil.
−Hazlo −le reto−. Échale cojones a
algo por una vez en tu vida.

STEPHANO
Nada resultaría más fácil en ese
momento, soy un vampiro mucho más
antiguo que ella y más fuerte. Entre mis
manos su níveo cuello podría partirse
como una pequeña rama de leña seca,
arrancar de cuajo su cabeza y así
arrancar de raíz lo que sea que me está
sucediendo, no puedo permitirme sentir,
no quiero...
Con un movimiento rápido la
empujo, arrinconándola contra la pared,
tengo las mandíbulas tan tensas que en
cualquier momento podría hacer saltar
mis colmillos, sigo sujetando sus
muñecas hasta que libero una de sus
manos, mientras la presiono con mi
cuerpo, inmovilizándola, para tener
tiempo de pensar con claridad.
Alzo una mano, ni siquiera sé por
qué, hasta que uno de mis dedos roza su
cuello, mis ojos siguen clavados en los
suyos, que destilan ira y me miran con
altivez, con rapidez coloco mi mano en
su nuca y mientras mis dedos se hunden
en su melena, sin saber muy bien cómo
mi boca se funde en la suya, con furia,
con ansias, atrayéndola con fuerza hacia
mí. Coloca sus manos sobre mi pecho y
empuja con ímpetu logrando así ganar
unos centímetros de distancia y
desprenderse de mis besos. Busco sus
ojos mientras sigo sujetando su nuca y
me encuentro con que me devuelve una
mirada burlona, de suficiencia, que me
indica a las claras que sabe que ha
ganado, que estaba segura de tener
razón, y que es justo en este lugar y no
en ningún otro donde deseo estar en este
preciso momento. Su boca se tuerce en
una sonrisa que me escupe a la cara que
aunque sabe que es claramente menos
fuerte que yo, puede doblegarme, y no sé
si esa sonrisa acrecienta más mi furia o
mis ganas de ella, pero no es momento
de pensar, por una vez no quiero
hacerlo, solo deseo probar de nuevo
esos labios y dejarme arrastrar por el
deseo. Mi lengua se hunde en su boca,
mis labios se adhieren a los suyos con
fuerza, casi con violencia, mientras mi
mano baja desde su nuca al límite de su
espalda, para descender un poco más y
atraerla con ímpetu hacia mí, hasta
convertir en nada el espacio que
separaba nuestros cuerpos.
Deja de oponer resistencia, de
tratar de escurrirse de entre mis brazos y
cuando nuestros labios se separan en
busca de una bocanada de aire que no
necesitan, su mirada ha cambiado, es
una mezcla de fingida inocencia y
lujuria, de tentación apenas insinuada
pero que me hace arder en deseos de
poseerla. Con un rápido movimiento tira
del cuello de mi camiseta hasta rasgarla,
dejándola caer al suelo, al tiempo que
salta sobre mí enrollando sus piernas en
mi cintura. Mis manos recorren su
espalda hasta vararse en sus nalgas,
donde se detienen acariciándolas,
apretándolas con voracidad. Estiro de su
camiseta, rompiéndola con facilidad, y
mi lengua se deleita siguiendo la curva
de sus pechos, plenos, de endurecidos
pezones, bajo su escueto sujetador.
Me lanzo con ella sobre la cama,
con la urgencia que marca mi necesidad
de hundirme en su interior. Rodamos
sobre las sábanas de seda y de un tirón
hace saltar los botones de mis vaqueros.
Deslizo sus braguitas por sus muslos,
hasta que tiro de ellas dejándolas caer, y
así nuestros cuerpos, ya libres de
ataduras, se acoplan como en una danza
ritual, mi polla se introduce con ímpetu
en su sexo, húmedo, caliente, y mientras
sus uñas se clavan en mis riñones, una
de mis manos se apoya en el colchón y
con la otra aferro una de sus caderas
atrayéndola hacia mí, iniciando un ritmo
frenético de balanceo de nuestros
cuerpos, el fuego de su interior me
excita tanto como sus propios jadeos.
Mientras muerde sus labios
ahogando un gemido, mi lengua empapa
de saliva uno de sus pezones y se
desliza por su cuello hasta encontrar su
boca que reclama la mía con ansias, casi
con desesperación, nuestros gemidos se
confunden, sus manos suben por mi
espalda, presionando mis costillas hasta
que sus dedos se aferran a mi nuca, y
acarician el pliegue de mi cuello. Mi
sexo sigue atrapado en el suyo,
disfrutando de un calor húmedo y
sofocante, prisionero de un deseo
largamente contenido.
Mis dedos, ávidos de su piel,
recorren senderos inexplorados,
adaptándose a su cuerpo menudo, de
curvas generosas, mi brazo rodea su
cintura y la voltea, dejando que nuestros
cuerpos rueden por el amplio lecho,
hasta que queda sentada en mi cintura.
Clava sus ojos en los míos, y mientras
mis manos se aferran a sus caderas las
suyas se elevan recogiendo su melena y
volviéndola a soltar, dejándola caer en
cascada sobre sus hombros, y ahora es
ella quien me cabalga, como una experta
amazona, imponiendo su propio ritmo,
frenético, vibrante, acompasando los
movimientos, acoplando su pelvis a la
mía y en ese momento soy consciente
que quiero hacerla gritar de placer, que
quiero que disfrute como nunca antes lo
haya hecho, que quiero correrme en su
interior, y fundirme en su piel.

EVER
Creo que mi progresión en ese
momento va del miedo a que falle mi
farol y me arranque la cabeza, a la
seguridad de tenerle justo donde yo
quería, pasando por la incredulidad de
que sus besos despierten en mí un
cosquilleo que tenía por completo
olvidado. Intento zafarme de él, aunque
solo sea por dejarle claro que no soy la
chica fácil que él cree, pero de nada
sirve.
Mis manos se mueven casi por
inercia cuando desgarran su camiseta, y
recorren su torso desnudo, de ser
humana ya me habría ahogado, pues
nuestros labios parecen imantados de tal
modo que no podemos separarlos. Hay
prisa, hay necesidad, urgencia, pasión…
un ímpetu casi enloquecedor, doloroso
incluso.
Y de pronto dos palabras aparecen
en mi mente. Dos simples palabras
cuando salto sobre su cintura, dos
palabras cuando me tira sobre la cama,
dos palabras cuando mis dedos hacen
saltar los botones de su pantalón, dos
palabras cuando sus manos acarician mi
cuerpo. POR FIN.
Creo que enloquezco segundos
antes de que su polla se clave en mí,
esos instantes previos son casi mejores
que el polvo en sí, esas ansias, esa
necesidad de algo, esa primera caricia
antes de que se hunda en mi interior…
cierro los ojos y me abandono al sexo
de manera plena, de manera totalmente
sumisa, entregada a sus embistes, a sus
caricias, a sus besos, a sus ojos, que me
miran como si yo fuese la respuesta a
una pregunta no formulada. Su mano
coge mi cadera, y acompaña el
movimiento de su pelvis contra la mía,
sonríe, sonrío, estoy a punto de
correrme, rodamos sobre las sabanas
hasta quedar sobre él, cabalgándole.
Marco un ritmo cadencioso, rápido,
salvaje, mis ojos y los suyos destilan tal
lujuria que una mirada bastaría para
llegar a corrernos. Empiezo a sentir el
inicio de un orgasmo, estoy a punto de
venirme y así se lo hago saber con mis
jadeos entrecortados, asiéndole con mis
manos por la nuca, y acercándole a mí,
devoro sus labios a besos, como si
fuesen a devolverme la vida.
Nos corremos a la vez, llegando
juntos a la cúspide del placer, le aprieto
fuerte con mis piernas, para que no se
separe de mí, no quiero que termine, no
quiero que salga de mi interior, le quiero
dentro siempre, no quiero que se levante
de la cama para echarme de ella, no
quiero oír de sus labios que quiere que
me vaya. Pero eso no es posible y poco
después deja caer su cuerpo sobre las
sábanas, yo me tumbo a su lado, y me
preparo para escuchar su invitación a
abandonar la estancia. Se gira y alcanza
de la mesilla el paquete de cigarrillos
encendiéndose uno, vuelve a girarse y
deja su mano sobre mi vientre,
admirando mi desnudez.
Y todo parece normal, él parece
normal y me hace sentir como tal,
acaricia con suavidad los pliegues de mi
ombligo mientras sus ojos se detienen en
mis pechos.

−Me moría de ganas de follar


contigo desde que te vi por primera vez
−reconozco.
−¿Me tomas el pelo? −dice
lanzando hacia el techo una fina
bocanada de humo.
−¿Por qué debería hacerlo? −cojo
el cigarrillo de entre sus labios y doy
una calada−. Tus besos saben a humo.
−No sé, quizás simplemente porque
te guste bromear −recupera el cigarrillo
y sus labios cubren los míos por un
instante, su lengua apena me roza antes
de retirarse, dejándome con ganas de
más−. Y ¿No te gustan mis besos o el
humo? −y mientras apaga el cigarrillo,
pasa su brazo por debajo de mis
hombros, con toda naturalidad.
−Me gustan tus besos −me
sorprendo diciendo la verdad−. Eres
templario −acaricio con la punta del
dedo su colgante−. Bueno, lo fuiste…
−alzo los ojos clavándolos en los suyos
−. ¿Qué? ¿Ahora también me dirás que
soy una listilla? o me lo vas a negar.
−¿Siempre eres así de insistente?
−esboza una sonrisa−. No, no te lo voy a
negar, efectivamente fui templario, de
eso hace mucho tiempo. −acaricia con
suavidad mi espalda, pero su mano se
detiene de repente, tira ligeramente de
mi cuerpo hacia sí, y mira por encima de
mis hombros−. ¿Qué es esto? −pregunta
deslizando su dedo por una de mis
cicatrices, de manera tan tierna… cierro
los ojos un instante, me gustaría
adherirme a él, abandonarme...
−No es nada −reacciono volviendo
a mi posición inicial, pero tira de mí de
nuevo−. Stephano… −insisto.
−Ever, ¿quién te ha hecho esto?
−pasa delicadamente las manos por mi
espalda.
−No quiero hablar ahora de eso…
No lo estropeemos ¿vale? −me acomodo
sobre él sentándome a horcajadas sobre
su cintura−. No quiero estropearlo…
−con un beso fugaz rozo sus labios−.
Voy a darme una ducha.
Tiro de la sábana para cubrirme con
ella, y de camino al baño me detengo
frente la ventana, admirando el lago en
la tranquilidad del momento, disfrutando
de un paisaje de una belleza infinita. No
quiero girarme y verle tumbado en la
cama, no sabe qué son las cicatrices,
Samael no tuvo ninguna duda al verlas,
pero Stephano… sonrío, veo mi reflejo
en el cristal.

−Stephano −digo sin girarme−.


¿Puedes hacerme un favor?
−Supongo.
−No te enamores de mí.

Retomo mi camino al baño y cierro


la puerta al entrar.

STEPHANO
Salta de la cama llevándose la
sábana consigo, cubriendo su cuerpo
como si de una túnica se tratara, sonrío,
aunque no puede verme porque se dirige
directamente al baño, siempre me ha
desconcertado el pudor que les
sobreviene a las mujeres después del
sexo. He gozado de su cuerpo, lo he
recorrido con mis manos, mi lengua
conoce los senderos que la conducen al
placer, al límite de la locura, la he
contemplado desde diferentes
perspectivas, todas perfectas, la
redondez de sus caderas, su breve
cintura, la curva de sus pechos y el final
de su espalda, ese culo perfecto que
podría conducir a un pozo de lujuria y
pecado al más santo de los varones, que
sin duda podría hacerme perder la
cabeza... Y sin embargo, interpone esa
sábana que cubre ahora su desnudez,
robándome el disfrute de esa visión que
sería el sueño de todo hombre... Y que
sé que no volveré a ver, no puedo
hacerlo, no debo dejar que esto vuelva
suceder.
No solo ha cubierto su piel
desnuda, ha cubierto su historia, su
pasado, esas cicatrices que recorren su
espalda, y que, necio de mí, no supe ver
mientras la acariciaba, mientras mi
mente se centraba en hundirme en su
interior y satisfacer nuestros instintos, o
para qué engañarme, satisfacer mis
ganas de hacerla mía, de poseerla.
Estúpido, egoísta... ¿Cómo mis dedos no
han reparado en sus marcas mientras
recorrían su espalda? mis labios podrían
haberlas besado, haber tratado de
mitigar un dolor que tal vez solo esté ya
en su memoria, en algún recoveco de sus
recuerdos, aunque probablemente
pasarán siglos hasta que desaparezcan
de su piel, o tal vez no logren
desaparecer nunca. Su dolor, su
tormento debió ser insoportable, la piel
de un vampiro es muy resistente, y
cualquier herida tiende a sanar con
mucha más rapidez que en un humano.
Se detiene un momento frente a los
amplios ventanales, antes de entrar en el
baño, y dejar de escuchar el roce de la
suave tela sobre sus piernas al caminar,
hace que se detengan también mis
pensamientos.

−Stephano −dice sin girarse−.


¿Puedes hacerme un favor?
−Supongo −y no sé a quién trato de
engañar, pues lo más probable es que ya
no sea capaz de negarle cualquier cosa
que pudiera pedirme.
−No te enamores de mí.

Retoma su camino al baño y cierra


la puerta al entrar. Enciendo un nuevo
cigarrillo, y sonrío. Sí, sé que tengo que
cumplir con mi palabra y hacerle ese
favor.
Reposo la espalda sobre el
cabecero mientras doy una calada al
cigarrillo, desde la cama oigo como
abre el grifo de la ducha y no es difícil
imaginar cómo en este momento el agua
empezará a empapar su pelo, resbalando
después por su piel...
Ni siquiera recuerdo cuándo fue la
última vez que compartí un momento de
tanta intimidad con alguien, y aunque sé
que no puede volverse a repetir, resulta
agradable. Expulso el humo mientras
levanto el auricular del teléfono que
reposa sobre la mesilla, y que ha
empezado a sonar de forma insistente.
La voz del recepcionista me informa que
han dejado un paquete a mi nombre en el
hall, pero la persona que lo traía tenía
mucha prisa y no ha querido esperar a
que me avisaran. Le doy las gracias
mientras aplasto la colilla en el cenicero
de cristal.
Ever parece cantar en la ducha,
debe ser alguna canción de esas
desgarradoras porque tengo la impresión
de que el timbre de su voz muestra algo
de enfado... No puedo evitar una
sonrisa, no deja de sorprenderme, creo
que en el fondo no me resultaría tan
difícil acostumbrarme... Pero quien
siente acaba sufriendo, así que no es
buena idea, no.
Sale envuelta en una escueta toalla.
Pienso que quizás también pueda sentir
pudor de vestirse en mi presencia y le
facilito la tarea saltando de la cama,
afortunadamente los hombres no tenemos
tantos miramientos, y me meto con
rapidez en la ducha.

−No tardaré −le digo mientras


cierro la puerta.

En menos de diez minutos estoy


fuera, vuelvo a entrar en el dormitorio
secando mi cabeza con una toalla, la
misma que empleo para secarme el
pecho y termino enrollando en mi
cintura, cuando levanto la cabeza la veo
de pie, observándome, todavía envuelta
en la escueta toalla que la cubre.

−¿Todavía no te has vestido?


−pregunto extrañado.
−¿Con qué, listillo? −señala la ropa
del suelo−. Solo me han quedado
intactos los pantalones, eres demasiado
pasional... −dice caminando hacia mí−.
Aunque, siempre puedo ir desnuda,
¿No? −sugiere dejando caer la toalla
con la que se cubría.

Mis ojos recorren su cuerpo solo un


instante, aunque temo que será suficiente
para que esa imagen quede grabada en
mi memoria, y con rapidez repaso la
habitación, me separo de ella y tiro del
visillo de una de las ventanas, al
tendérselo reparo que quizás es
demasiado transparente.

−Esto debería servir...


−Estás de coña ¿no?
−Claro que no −contesto mientras
recojo mis pantalones a los pies de la
cama−. Siempre será mejor que ir
desnuda.
−Pues no −se queja mientras se
enfunda en sus vaqueros y tira la cortina
al suelo−. Mejor esto −Y se pone mi
cazadora, que estaba colgada de una de
las sillas−. Ahora el problema es tuyo,
ponte tú la cortina si tanto te gusta.
−Vamos Ever, no me jodas −le digo
mientras abrocho mi pantalón y meto los
pies en mis botas, terminando de atarme
los cordones−. Yo no puedo salir así−.
Y muestro mi torso desnudo.
−Ahhh y ¿Yo sí?
−Vamos... tu eres una mujer −digo y
levanto mis hombros ante la obviedad
que acabo de decir−. Y las mujeres
suelen ponerse esas cosas... ¿Cómo las
llamáis?
−Gilipollas, así es como llamamos
a los tíos como tú −se quita la cazadora
y me la tira a los pies. Coge la cortina y
la rasga haciéndola más pequeña y
termina ajustándola a su cuerpo,
pasándola por detrás de la espalda, para
acabar cruzándola en el pecho, haciendo
un nudo tras del cuello.
−Pero… ¿Por qué te enfadas? −le
digo admirando lo que ha sido capaz de
hacer con un trozo de tela, intentando no
reparar en el hecho de que no deja a la
imaginación la exuberante curva de sus
pechos, y que enmarca con claridad sus
pezones−. Estás... estás estupenda.
−Bah, déjalo... y ¿Ahora qué? −dice
mirándome−. ¿Nos marchamos de vuelta
a la Fortaleza? −parece que va a
recogerse el pelo pero se arrepiente y lo
deja de nuevo suelto cayendo sobre su
espalda−. ¿Podemos quedarnos un poco
más? por favor…
−No puede ser, lo siento −y me
sorprendo cuando me doy cuenta que yo
también querría quedarme un poco más
−. Debo recoger un paquete en
recepción y llevárselo a Calixto, lo está
esperando.
−¿Quién es Calixto?
−Es otro de los miembros del
Consejo.
−Ahhh... −exclama terminando de
ponerse una de las botas. Se levanta,
coge una de mis manos entre las suyas, y
acaricia con la yema del dedo el reloj
que me regaló−. Step... Nada, da igual...
−No, dime...−la animo a continuar
mientras observo el movimiento de su
dedo sobre el metal y pienso por un
instante que desearía que fuera mi piel
la que acariciara.
−Nada −se alza de puntillas y besa
mis labios buscando mi lengua−. No era
nada importante −añade a escasos
milímetros de mi boca−. Vamos, seguro
que tus dueños tienen prisa por recibir
su paquete.
−Espera... −atajo tirando de su
mano hacia mí antes de que alcance la
puerta, mientras el sabor de sus labios
persiste en mi boca−. Esto ha sido un
error, no debimos... −trato de buscar las
palabras−. No debí dejar que pasara, no
volverá a repetirse.
−Claro, solo un polvo −su boca se
tuerce en una gran sonrisa−. O ¿Qué
esperabas, que me casara contigo?
venga, vamos −dice abriendo la puerta,
mientras recojo la cazadora del suelo y
me la pongo.
Creo que en el fondo me duele en
mi orgullo que haya sido tan fácil, que
se haya mostrado tan rápido de acuerdo.
Pasamos por recepción donde recojo el
paquete, no me ha pasado desapercibido
el hecho que el recepcionista ha
devorado con los ojos a mi compañera,
y no es para menos, le cedo el paso al
salir a la calle, y no puedo evitar que mi
mirada se entretenga demasiado en el
final de su espalda. Me pongo las gafas
de sol, aunque el día se prevé que
amanezca nublado.
Me acerco a la moto, suelto mi
casco que tenía sujeto al manillar y se lo
lanzo a Ever cuando se pone a mi lado.

−No, gracias, vine en mi propio


coche −me dice tendiéndome el casco y
sosteniendo en la otra mano las llaves
de su Mini, aparcado a unos metros.
−Eso tiene solución −respondo
cogiéndole las llaves y dejando el casco
sobre la moto.

Abro la puerta del Mini y me pongo


tras el volante, por el retrovisor veo la
cara de Ever, que parece no entender,
meto la marcha atrás y acelero hasta
hacer chocar el coche contra el muro de
cemento, el estruendo es importante, y
con rapidez, meto ahora la primera y
acelero de nuevo hasta estamparlo
contra el muro de contención del lado
contrario.
Me bajo del coche. No puedo evitar
una sonrisa cuando veo cómo ha
quedado. Vuelvo a ponerme las gafas de
sol y me acerco a Ever, subo a la moto y
vuelvo a tenderle el casco.

−¿Nos vamos?

EVER
Al contrario de lo que pueda
parecer a simple vista, de esa primera
impresión que da mostrando una
máscara de chico duro, Stephano me ha
demostrado, puede que no con palabras,
pero sí con gestos y miradas, que puede
llegar a ser un tipo tierno, puede que el
macho con quien más de una fémina
quisiera pasar la eternidad, incluso a
pesar de su carácter extremadamente
reservado.
Cuando me abre la primera puerta
acristalada del hotel, puedo ver en el
reflejo de la segunda, cómo su mirada se
pierde unos instantes, justo en el lugar
donde la espalda pierde su nombre,
sonrío, me gusta saber que puedo,
aunque solo sea un poco, camelarlo a
golpe de cadera.
Su moto está aparcada justo delante
del hotel, unos metros más a la derecha,
en el parking prácticamente vacío está
aparcado mi Mini rojo, resoplo, no me
gusta ni el color. Stephano me tiende su
casco que rechazo amablemente,
dispuesta a seguirle en mi coche, pero
de pronto, todo sucede como a cámara
rápida, me quita las llaves de la mano y
en un par de segundos, el estruendo que
produce el primer impacto de mi coche
contra el hormigón me deja atónita, y
con el segundo creo que ya me he vuelto
loca. Sale con una sonrisa pintada en su
cara. Yo miro lo que queda de mi coche.
Sube a su moto. Yo miro mi coche. Me
tiende su casco. Sigo mirando el coche.

−Pero… ¿Es que no vas a decirle


nada? ¡¡Ever reacciona!! ¡Que te ha
jodido el coche! −aparece de pronto a
mi derecha.
−¿Nos vamos? −dice Stephano.
−¡Joder! No me lo puedo creer…
¡Reacciona coño! ¡Ever! ¡Por Satanás!
−¡Venga! −apremia Stephano.
−Basta… −susurro caminando hacia
el coche.
−Te lo dije Ever, te lo dije y no me
haces caso, este tío…
−Basta… −digo un poco más fuerte
cuando llego a lo que queda de él.
−Venga, sube a la moto ya…
−Samael te folla y te regala un
coche, con éste, al contrario, un polvo
y te lo rompe… ¡Vaya negocio!
−Bastaaaaa −acaricio el capó
destrozado.
−Nunca me haces caso Ever, ¡eres
tonta! Tonta, tonta, tonta, tonta,
tonta…
−¡BASTA BASTA
BASTAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!

No sé cómo Stephano ha llegado a


mi lado, tiene el casco en la mano y me
mira, aunque ha borrado esa sonrisa
estúpida de su estúpida cara.

−¿Con quién hablas? −dice


mirándome serio. Victoria esta justo a su
lado, enseñándole el dedo corazón de su
mano izquierda.
−¿Te has vuelto loco? −digo muy
despacio, para que entienda cada
palabra.
−No te gustaba −dice seguro de sí
mismo.
−¡ERA MI COCHE! −le grito
empujándole con fuerza.
−Venga va, no dramatices, si
quieres un coche, yo puedo comprarte
uno.
−Un momento −digo alzando las
manos−. Te parece mal que Samael me
folle y me compre un coche, y tú
¿Pretendes hacer lo mismo?
−No, no es lo mismo y lo sabes.
−Sí, sí es lo mismo, ¿Un coche a
cambio de un polvo? Y qué pasa si te la
chupo, ¿vas a comprarme unos
pendientes? −empiezo a andar en
dirección a la salida del parking.
−¿Dónde vas? Vuelve aquí.
−¡Déjame! ¡No quiero verte!
−Ever, vas a despertar a todo el
mundo.

Recorro el mismo camino por el


que llegué hace unas cuantas horas, y
que sé que me lleva directa a la
carretera, y una vez allí ya decidiré qué
dirección tomo. El ruido de sus pisadas
empujando la moto llegan pronto tras de
mí.

−No lo entiendo, si estaba seguro


que el coche no te gustaba.
−No tenías ningún derecho a hacer
eso −digo al borde del llanto−.¡Era mío!
−Ever, ¿te gusta este tío?
Realmente en algún momento has
podido pensar que este tío… −Victoria
estalla en una estruendosa carcajada−.
¡Eres patética! −dice entre carcajadas.
−Cállate… por favor… −suplico.
−Pero si no he dicho nada −se
defiende Stephano−. Sube Ever, solo
falta una hora para que amanezca, y vas
prácticamente desnuda −su voz denota…
¿Preocupación? ¿Remordimientos? −.
Por favor, sube a la moto −dice
tendiéndome el casco.

Finalmente accedo, cogiéndome a


su cintura, Stephano da gas a fondo, en
mis retinas permanece la imagen de mi
coche destrozado, y sí, tiene razón, no
me gustaba, pero eso no le daba ningún
derecho, ¿por qué?, ¿qué le había hecho
yo? Estúpida de mí hasta pensé que le
gustaba un poco… El viento es frío,
helado, incluso algunos copos de nieve
han empezado a caer, y yo tan solo voy
tapada con una cortina como si fuese un
pareo, creo que si alguien me viera,
pensaría que estoy completamente loca,
y sí, puede que lo esté.
Ese viaje se me hace igual de largo
que el de ida, mi mente anda ocupada
con algo diferente, pero con el mismo
origen, Stephano. Cuando la silueta de la
Fortaleza se dibuja en el horizonte, me
sorprendo deseando llegar. Salto de la
moto en cuanto apaga el motor, dejo caer
el casco en el suelo, y me encamino a
las escaleras que conducen a la parte
superior, desde donde se accede al
siguiente tramo, que da paso a las
habitaciones. Su mano cogiendo mi
brazo me hace girar sobre mí misma, sus
ojos me miran.

−Lo siento… −se disculpa−.


Mira… −con un golpe de cabeza indica
el garaje−. Hay decenas de coches,
puedes coger el que quieras, cuando
quieras.
−No lo entiendes… ese era mío, era
solo mío, algo de mi exclusiva
propiedad.
−¿Y qué? −parece totalmente
desconcertado.
−Que yo nunca he tenido nada.
Me zafo de su agarre y vuelvo a
emprender el camino a las plantas
superiores.A pesar de que han caído
algunos copos durante el camino, el sol
ha terminado por salir, una doncella se
afana en ir cerrando las cortinas una a
una. Escucho los pasos de Stephano tras
de mí. Me pregunto si ahora también se
entretiene mirándome el culo.

−Ever, querida ¿Qué llevas puesto?


−Samael aparece tras una puerta al
tiempo que Stephano se coloca a dos
pasos de ambos.
−¿No te gusta? −e intento fingir una
bonita sonrisa−. Es la última moda en
París.
−Bueno…−pasa un dedo desde mi
esternón hasta mi ombligo, deleitándose
en el tacto de mi piel−. Enseña un poco
más de lo que me gustaría que mostrases
−suena verdaderamente como un padre
preocupado por su hija−. Me gustaría
charlar un rato contigo, ¿vienes? −dice
tendiéndome la mano.
−Ahora no Samael, lo siento, quiero
cambiarme de ropa y estar un rato a
solas.

Les dejo ahí a ambos, y empiezo a


ascender el último tramo de escaleras.
Aún tengo tiempo de oír cómo Samael le
pregunta a Stephano qué es lo que me
ocurre, y cómo la voz de Stephano suena
seca, excesivamente seca al contestarle
con evasivas.
STEPHANO
Observo cómo sube las escaleras,
hasta que desaparece tras el segundo
tramo, cuando gira a la izquierda. Me
giro a Samael y no puedo evitar mirarle
con dureza, aunque siempre he logrado
esconder el desprecio que siento por él,
no puedo obviar el hecho de que es un
miembro del Consejo y como tal, le
debo lealtad, obediencia y respeto, un
respeto que jamás he sentido.

−¿Sabes qué le pasa? −insiste en


vista de que persiste mi silencio.
−Pues no estoy seguro −respondo
mientras noto como se tensan los
músculos de mis hombros−. Supongo
que cosas de mujeres, ya sabes...
−convierto mis ojos en dos estrechas
ventanas antes de continuar−. Si no me
necesitas, he de reunirme con Calixto.
−Está bien −contesta, pero yo ya me
he dado la vuelta y me encamino al
despacho de Brigitta.

La secretaria de Marco tiene la


puerta de su despacho abierta, sonrío
cuando veo su mesa totalmente
organizada, notas perfectamente
alineadas, carpetas clasificadas por
colores, por fechas, por orden de
prioridad... Marco hizo una buenísima
elección cuando le ofreció que se
quedara en la Fortaleza a su servicio, es
eficiente, metódica, y muy competente.

−Hola preciosa −saludo y me siento


en el borde de su mesa mientras coloco
el pequeño paquete marrón sobre uno de
los expedientes−. ¿Se lo puedes hacer
llegar a Calixto? lo está esperando y
ahora tengo algo importante que hacer.
−Vamos, Stephano aunque me
alegro de verte, estoy muy ocupada
−recoge varias notas de su mesa, sin
duda seleccionadas previamente−.
Tengo que consultar todo el asunto del
prisionero... Según mis notas el
interrogatorio se había fijado para hoy.
−¿Estás segura?
−Por supuesto −dice fingiendo
sentirse ofendida−. Veinticuatro de
noviembre, pero Marco tuvo que
ausentarse, así todo se atrasa y...
−No te preocupes, yo me encargo
de llamarle, de todos modos tenía que
hablar con él.
−¿Sí? Oh gracias Stephano −y se
enfrasca de nuevo en anotar algún dato
en su ordenador−. Yo aviso a Calixto, no
te preocupes −añade sin apartar la vista
del ordenador.

Salgo del despacho mientras saco el


móvil de mi bolsillo y deslizo el índice
por la pantalla. Cuando descuelga el
teléfono le pongo al corriente de todo lo
que me ha explicado Brigitta, así como
del breve viaje a Lugano, aunque obvio
decir que la vuelta la he realizado
acompañado.

−Así, ¿te parece que Brigitta avise


al resto de los miembros que el
interrogatorio se retrasará unos días?
supongo que en cuanto regreses querrás
ocuparte personalmente, de momento los
mismos agentes que destinaste al
seguimiento se están encargando de
controlar a otros posibles informantes...
¿Quieres que regresen ya?
Dejo pasar unos segundos sin
obtener respuesta.

−¿Marco?
−Sí, sí.
−Sí sí, ¿a qué? −mi voz empieza a
ser apremiante.
−A lo que decías −contesta, aunque
no parece muy convencido−. Mira
Stephano, no he escuchado nada de lo
que has dicho, haz lo que veas mejor,
confío en ti −dice interrumpiendo la
comunicación.

El comportamiento de Marco no es
el habitual, pero recuerdo el extraño
brillo de sus ojos cuando miraba las
fotografías de la humana, y creo que
ahora puedo entenderle quizás un poco
mejor. Me guardo el móvil en el bolsillo
de los tejanos y resoplo mientras subo
los escalones hacia la planta superior,
no estoy acostumbrado a disculparme,
de hecho no recuerdo la última vez que
lo hice, bueno, sí, y precisamente fue
con ella, en el camino del aeropuerto a
la Fortaleza, cuando se puso a llorar…
pero supongo que tiene razón, que no
tenía ningún derecho a destrozarle su
coche.
Al llegar a su habitación golpeo
suavemente la puerta con los nudillos.
No recibo respuesta, y vuelvo a dar un
par de golpes suaves.

−Venga, déjame pasar −espero otro


instante, pero el resultado es el mismo,
ningún movimiento de pasos al otro lado
−. Vamos Ever, no seas niña, sé
perfectamente que estás dentro −pongo
la palma de la mano sobre la madera
como si con ese gesto pudiera intuir
mejor su presencia−. Voy a entrar, y si
no estás visible no digas que no te he
advertido.

Deslizo la mano hasta el pomo.

−No estoy, estoy apagada o fuera de


cobertura en este momento.
−Vale, tu ganas... −digo
acercándome hasta la cama, donde está
tumbada bajo las sábanas, tapada hasta
la barbilla y me siento a su lado−.
Tienes razón no debí hacerlo.
−No me vale, es la disculpa más
cutre de la historia de las disculpas.
−¿Que no te vale? −resoplo y me
levanto, busco la cajetilla de cigarrillos
pero no sé dónde la he dejado−. Ever no
me lo pongas más difícil, yo no... Yo no
estoy acostumbrado a tener que
disculparme.
−Pues me extraña, eres un
gilipollas, no entiendo cómo nadie se ha
quejado antes −se incorpora en la cama
pegando la espalda al cabezal−. En
menos de veinticuatro horas me has
llamado puta, me has roto el coche y has
intentado comprarme con otro... Encima
poco original.
−Vamos... ¡¡No tergiverses las
cosas!! −y sin pretenderlo alzo un poco
la voz y paseo una de mis manos por la
cabeza, desde la frente a la nuca−. Yo no
te he llamado puta... bueno, no te lo
hubiera llamado sí... ¡¡Maldita sea!!!
Samael solo quiere tenerte a su
disposición y no pretendía que creyeras
que yo quería hacer lo mismo… Yo... −
me dejo caer en uno de los sillones junto
a la ventana.
−Tu... −parece animarme a seguir,
mientras se incorpora de rodillas en la
cama.
−Yo... −dónde estará la maldita
cajetilla, me pregunto mientras palpo de
nuevo el bolsillo del pantalón sin
resultado−. Yo no estoy acostumbrado a
tener que dar explicaciones a nadie,
salvo a los Consejeros, y no presumo de
tener muchos amigos... Lo siento, creí...
Estaba seguro de que no te gustaba, no
es de tu estilo, y pensé que igual... Que
igual te sentías obligada a quedártelo o a
tener que agradecérselo de algún modo a
Samael −hago una breve pausa y busco
sus ojos, continúa de rodillas sobre la
cama−. Es evidente que me equivoqué y
que ese coche te importaba... lo lamento,
enviaré a la grúa para que vaya a
buscarlo, haré que lo reparen... Yo, lo
siento, no sé qué más puedo decir.

Salta de la cama, sonriendo, vestida


únicamente con una camisa, ¡una de mis
camisas!

−No me gustaba, era horrible, pero


era mío, qué remedio, acepto tus
disculpas −se acerca a mí, y se arrodilla
a mi lado, mete la mano en el bolsillo
derecho de mi cazadora y saca el tabaco
−. Y según tú... −se sienta a mis pies−.
¿Qué coche me pega?

Y sonríe mientras me mira


directamente esperando una respuesta.
Me sorprende con la facilidad que
puede pasar de estar enfadada a parecer
feliz, de una manera tan rápida, que hace
que esos cambios de humor parezcan de
lo más natural, como si no pudiera ser
de ningún otro modo.

−No sé... −digo aceptando el


cigarrillo que me tiende y antes de
contestar, mientras pienso que tiene unas
piernas preciosas y que esa camisa le
sienta probablemente mejor que a mí,
enciendo el cigarrillo aspirando con
fuerza el humo−. Quizás uno con más
carácter, de mayor envergadura... y de
color verde... sí, de un color verde
militar

Estalla en una carcajada.

−¿Eso lo dices por mis botas?


−señala las botas militares alineadas al
pie de la cama−. Desde que te conozco,
me has roto el móvil, y el coche... no me
gusta llevar la cuenta, pero... −me tiende
la mano, que sujeto y doy un pequeño
tirón de ella haciendo que se ponga en
pie−. Tú también eres observador Step.
−pasa las manos por su pelo, me mira, y
se muerde ligeramente el labio.
−Bueno, lo digo por tus botas, por
tu determinación, por tu fortaleza a pesar
de tu aspecto, cuatro siglos dándonos
esquinazo... No lo puede decir todo el
mundo −digo apurando el cigarrillo y
aplastando la colilla en el cenicero−.
Por cierto...
−Por cierto, ¿qué? −recoge su pelo
en una coleta.
−¿Por qué me obligaste a ir de
compras, si acabas poniéndote mi ropa?
−digo señalando mi camisa con un gesto
de la barbilla, y me sorprende
comprobar que contra todo pronóstico,
en realidad no me molesta que la lleve
puesta.
−Bueno, técnicamente yo no te
obligué, fue Samael y... bueno, este
invierno las camisas masculinas son
tendencia, pero si te molesta, puedo
devolvértela −empieza a desabrochar
poco a poco los botones, y la detengo al
percibir, casi intuir, que no lleva nada
debajo.
−No me molesta, si te gusta, puedes
quedártela.
−¡Gracias! −da una vuelta sobre sí
misma apoyada en la punta de los pies,
como lo haría una bailarina. Va hasta el
armario, saca unos vaqueros casi
blancos y se los pone, después anuda los
extremos inferiores de la camisa a la
altura de la cintura. Y se agacha
dándome la espalda, incluso diría que
deliberadamente, para ponerse las botas
−. Step... ¿Te gusta mi culo?
−¿Cómo? −casi me atraganto
mientras reproducía en mi mente cómo
sonaba en sus labios esa forma de decir
mi nombre... S T E P... no suena nada
mal−. Yo, no sé, no me he fijado, yo...
−llevo mi mano a la frente para eliminar
un sudor que solo mi mente imagina,
elevo los ojos y la sorprendo
mirándome, una sonrisa asoma a su boca
−. Vale… me estás tomando el pelo ¿no?
−¿A eso le llamas pelo? −señala mi
cabeza evidenciando que la llevo casi
rapada−. Como he visto que te gusta
mirármelo, pero no me importa.
−Así que tengo tu permiso para
mirarte el culo. −digo pasando mi brazo
por encima de sus hombros−. Jummm...
−finjo estar pensando lo que voy a decir
−. Entonces... ¿Amigos?
−¡Qué remedio! −resopla.
−Está bien, entonces eso te abre las
puertas de mi santuario.
−¿Tu santuario? venga vaaaaaaa
−protesta con vehemencia−. ¿Qué es
eso? ¿Es algo secreto? −insiste y por un
momento pienso que va a hacer un
puchero−. Dime dónde vamos. −insiste
mientras abro la puerta.
−Shhhhh no seas impaciente.

La miro de soslayo mientras


recorremos el pasillo, y estoy casi
seguro de que ésta ha sido la
conversación más larga que he
mantenido con alguien por iniciativa
propia en las últimas décadas.

EVER
Definitivamente, es un buen tío,
simple y sin dobleces. Pasa su brazo por
encima de mis hombros, con un gesto de
total naturalidad y aunque me encanta,
no quiero complicarle la vida. Así que
antes de salir de la habitación, enlazo mi
mano a la suya, y como si de un baile se
tratara, doy una vuelta girando sobre mí
misma, le regalo una sonrisa, cuando al
salir al pasillo suelto su mano.
Nuestros ojos se encuentran un
instante, y creo entender en ellos que no
le molesta que le haya soltado. Indica
con su mano la dirección a seguir, y
ando deliberadamente un paso por
delante, me encanta saberme observada.
Cuando llegamos al pasillo del fondo,
donde está su habitación, cruzo los
dedos para no encontrarnos a Viktor, no
quiero que Stephano sepa que… Vuelvo
a mirarle sonriente.

−¿Tu habitación? −susurro


enarcando una ceja.
−No voy a hacerte nada −ríe.
−No te tengo miedo −contesto
provocándole.
Cuando cierra la puerta me siento
más tranquila. Se quita la cazadora
dejando su torso desnudo. Tiene un
cuerpo diez, podría darse una clase de
anatomía muscular sobre ese cuerpazo.
Se mueve por su habitación como si yo
no estuviera, saca del vestidor una
camisa limpia, y unos tejanos azul
oscuro.

−Abre ese armario− me dice


señalando el mueble debajo de la
enorme tele de pantalla plana.

Le miro embelesada unos segundos


más, sobre todo cuando sus pantalones
descienden hasta sus tobillos, pero me
obligo a recobrar la cordura, o me
obliga Victoria a voz en grito. Me
arrodillo en el suelo y abro el armario
que me ha indicado, y de pronto… El
paraíso.

−Esto... Esto… Esto... ¡JODER!


−Sabía que te gustaría −dice
arrodillándose a mi lado ya vestido.
−¿Cuantas hay?
−Setecientas treinta y cinco,
ordenadas alfabéticamente. ¿Cuál
quieres ver? −dice pasando el dedo por
sus dvd.
−¡Todas! −me encanta esa media
sonrisa sorprendida−. No ahora, poco a
poco −aclaro.
La tele está orientada a la cama, así
que entiendo que es desde allí desde
donde acostumbra a verlas. Me levanto
de un salto, me tiro sobre el colchón,
arrugando las sábanas y me acomodo
sobre los almohadones, dispuesta a ver
cualquier cosa que haya elegido. Parece
dudar, todavía tarda un rato en elegir una
y ponerla.

−No sé si van a gustarte son


películas…
−¿Viejas como tú? Seguro que me
encantan. ¡Espera! −grito desde la cama
−. Apúntala.
−¿Qué?¿Cómo?
−Un papel, apunta cuál es… Quiero
verlas todas.
−¿En serio quieres ver todas mis
películas?
−Claro −hundo un poco mi espalda
entre las almohadas.

Se sienta a mi lado en una de las


sillas, y no puedo evitar reírme, aunque
no le digo nada, a mitad de la primera
película, ya ha cambiado su ubicación y
está a mi lado en la cama, en ningún
momento aparece en su cuerpo ese rictus
nervioso que parecía poseerle los
primeros días, que le hacía aparecer
siempre tenso, al principio de la
segunda, parece mucho más relajado,
hasta se ha tomado la libertad de rozar
mi pierna un par de veces. Cojo una
almohada y la coloco sobre su hombro,
recostándome sobre ella, evitando así un
contacto que pudiera hacernos sentir
algo incómodos a ambos, pretendemos
ser amigos. Y por raro que parezca,
Victoria permanece callada, a los pies
de la cama mirando con interés los
clásicos que Step ha seleccionado.
Me siento extrañamente cómoda,
como si toda mi vida, toda mi eternidad,
este hubiese sido mi sitio, como si mi
cuerpo no deseara estar en ningún otro
lugar. Esa habitación, la tranquilidad, el
silencio, el confort de sentirme segura.
Seguridad, extraño sentimiento.
Me gusta mucho la película de
Gilda, nunca antes la había visto, y me
divierto viendo esa especie de triángulo
amoroso que mantienen sus
protagonistas. Lo que no termina de
gustarme es lo del jugador tramposo, no
me gusta el juego, no me gustan las
cartas, ni los dados, creo que de ir a Las
Vegas, me daría una crisis nerviosa,
todo esto me recuerda tanto a Scotch.
Stephano se levanta de un salto para
cambiar el dvd cuando termina y elegir
nuestra tercera película, me levanto
también para andar un poco, me acerco a
la ventana y miro por un resquicio de la
cortina, parece que el sol empieza a
esconderse tras las nevadas montañas.

−¿Qué vas a ponerme ahora? −digo


desde la ventana.
−La tentación vive arriba.
−Bueno, en tu caso al otro lado del
pasillo −digo riéndome.

STEPHANO
Nunca hubiera imaginado que fuera
tan sencillo, que de forma natural, como
si tuviera que ser de este modo y de
ningún otro, haya dejado que se abra un
resquicio en mi coraza, y haya permitido
que se cuele un soplo de aire fresco, una
brizna de locura, que agite, aunque solo
sea un poco, mi encorsetada vida. Mi
habitación es mi reducto personal, es
una especie de santo santorum donde
rara vez permito que entre nadie, y
mucho menos que permanezca. Sin
embargo con ella es diferente, parece
haber sido predestinada para ocupar
este preciso lugar, a mi lado, en este
preciso instante.
Jamás hubiera pensado que pudiera
estar tan cómodo siendo partícipe de una
escena cotidiana, que pudiera estar
disfrutando de mi silencio y de mi
soledad en compañía, y que no resultara
incómoda su risa, ni que interrumpiera
una y otra vez un diálogo en mitad de
una escena. Parece una chiquilla que se
emociona, que se enfada y es capaz de
gritar a uno de los protagonistas que está
loco si deja marchar a la chica.
Sonrío, en el fondo también pienso
que ese tipo debe estar loco al dejar que
la rubia protagonista regrese a París con
su marido, nadie puede ser tan generoso,
cuando se trata del amor o de la guerra,
todo vale, o eso es lo que suelen decir
los humanos.
La música sube de volumen en la
última escena cuando Bogart camina por
el aeropuerto junto al jefe de policía, y
pronuncia una de las frases míticas de la
historia del cine, aquel célebre «Louis,
pienso que este es el comienzo de una
bella amistad» y antes de que aparezcan
los títulos de crédito Ever empieza a
protestar insistiendo que el tal Rick es
un capullo. No puedo evitar soltar una
carcajada y reprimir el impulso de
revolver su pelo ante su ocurrencia.
Me levanto a sacar el dvd del
reproductor, y no puedo evitar mirarla
de soslayo, ha cogido uno de los cojines
y lo ha colocado sobre su estómago,
cruzando los brazos a su alrededor, sus
piernas también están cruzadas, y su
cara esboza una mueca.

−Vamos Ever, la deja marchar


porque la ama de verdad, es un acto de
generosidad, de renuncia a su propia
voluntad, pensando en ella, en su
bienestar.
−¡¡Bah!! −exclama resuelta−. Es un
cobarde, y eso solo es una excusa, si de
verdad la amara no le importaría nada ni
nadie, no la habría dejado marchar.
−Pero... −protesto−. Claro que la
ama, pero renuncia a ella porque cree…
−Me interrumpe mientras de un salto se
levanta de la cama y se sujeta el pelo en
una coleta.
−Ahhh no, no me vas a convencer.
−Está bien −río de nuevo−. No
pretendo hacerlo.
−¿Las has apuntado?
−Sí.
−¿Todas?
−Sí, te he hecho una lista.
−¡¡Genial!! −exclama mientras se
pone las botas y se ata los cordones−.
Pues así haremos como Rick y Louis
−dice divertida.
−¿Y qué se supone que tenemos que
hacer? −pregunto totalmente
desconcertado mientras busco mi
paquete de tabaco, últimamente no sé
nunca dónde meto las cajetillas, parece
que se obstinen en esconderse.
−Pues eso, que este será el
comienzo de una bella amistad −afirma
impostando la voz.
−¿Sabes?... Te falta el sombrero y
la gabardina −le comento entre risas
mientras abro la puerta.
−¿Sí?, pues me encantan los
sombreros −dice plantándose delante de
mí−. Oye, ¿me estás echando? −añade
poniendo los brazos en jarras.
−¡¡Claro que no!!, tengo que pasar
por la sala común, Vladimir volvía hoy
de una misión en el Báltico y quería
saludarle −sonrío mientras le cedo el
paso y cierro la puerta−. Esperaba que
quisieras acompañarme y te lo presento,
es un gran tipo, un poco extraño, anclado
en las viejas costumbres de la Rusia de
los zares, pero se puede confiar en él.

Recorremos los pasillos hasta la


escalera principal que nos lleva a la
planta baja, a uno de los salones
destinados a sala común, cuando
entramos podemos ver a un animado
grupo que literalmente rodea a alguien
que queda completamente cubierto por
numerosas cabezas, pero su marcado
acento báltico le identifica de forma
inmediata. Antes de que lleguemos hasta
ellos, su voz se eleva por encima de la
de los demás, y el grupo se abre,
dejando un pasillo.
−Stephano...
−Vladimir, compañero. −me acerco
hasta él y nos saludamos entrelazando
nuestros brazos a la altura de los codos
−. Me alegro de que hayas regresado,
¿todo controlado?
−Y no gracias a ti. Te estás
aburguesando −ríe mientras hace que
nos separemos un poco del grupo que ha
empezado a dispersarse−. Veo que
últimamente te buscas muy buenas
compañías.
−No me jodas Vlado, sabes que
llevo meses queriendo volver a primera
línea, pero siempre surge algo −miro a
mi izquierda, donde Ever permanece
callada, algo no demasiado usual en ella
−. Perdona, Ever, él es Vladimir, su
mala fama le precede.
−Como a mí la mía, seguro que nos
llevaremos bien −dice tendiéndole la
mano.

Veinte minutos después todos


hablan animadamente y bromean como si
se conocieran de toda la vida, y yo
empiezo a sentirme un poco fuera de
lugar, me digo a mí mismo que cuando
termine mi cigarrillo me retiraré de
forma discreta a mis habitaciones. Ever
parece haberse integrado perfectamente,
se ríe de los chistes fáciles que hace
Viktor, de alguna de las bromas de
Vladimir, y sus propios comentarios son
jaleados con bullicio.
Alguien, que eleva su voz sobre la
de los demás, propone salir fuera de la
Fortaleza a celebrarlo, y mientras
debaten cuál es el local más animado
dónde acudir, la ayudante de Brigitta
entra en la sala y me hace un gesto con
una de sus manos para que me acerque.

−¿Qué sucede? −pregunto cuando


me sitúo a su lado.
−Lamento interrumpir, pero parece
que uno de nuestros rastreadores ha
localizado una donante en el pueblo.
−¿Una donante, aquí? ¡Eso es
imposible!
−Informó que la tiene retenida en el
viejo almacén abandonado.
−Está bien, iré a comprobarlo.

Antes de salir de la Sala, Ever se


acerca hasta donde me encuentro,
seguida de Viktor y del resto del grupo.

−Dicen de ir a no sé qué sitio que


hay no sé qué Dj. ¿Vamos?
−Ve tú y diviértete, tengo que
ocuparme de un asunto.
−Oohh venga −mira como todos van
saliendo de la sala−. Veeeeen porfiiiiiiii
−No seas cría. −y he de contener
una carcajada ante la mirada de algún
rezagado que queda todavía por salir−.
Ha surgido una urgencia y he de
comprobar algo−. Le guiño un ojo−. Ve
con ellos, seguro que lo pasarás bien.
−Voy a portarme muy mal −me
advierte−. Y cuando me meta en un lío,
ten por seguro que te culparán a ti −me
saca la lengua y se va corriendo tras
Viktor que la está esperando y le tiende
un brazo.

Veo como desaparecen al final del


largo pasillo y no puedo evitar pensar
que las cosas podrían haber sido
diferentes si... Pero es mejor no dar más
vueltas al asunto.
Paso por mi habitación, consulto un
par de cosas en mi portátil, cojo un
paquete de Camel, las llaves de mi moto
y me lanzo escaleras abajo hacia el
aparcamiento. Cuando abandono los
terrenos de la Fortaleza doy gas a fondo
en dirección al pueblo. No se ve ni
rastro de mis compañeros, por lo que
deduzco que se deben haber puesto en
marcha hace rato.
Una hora después regreso
caminando hacia el lugar donde dejé
aparcada la moto para no llamar la
atención, ni alertar de mi llegada.
Resoplo y expulso el humo de mi
cigarrillo, mientras subo la cremallera
de mi cazadora de piel. Estos novatos
deber ser idiotas, confundir a una neo
−gótica o cómo diablos se llamen esas
tribus nuevas que han ido apareciendo
como setas, con una donante.
Estoy a punto de llegar a la moto
cuando al girar una esquina algo llama
mi atención en el escaparate de una
tienda que está a punto de bajar las
persianas.

−¡¡Espere un momento!! −me


sorprendo a mí mismo casi gritando de
repente.
−Caballero, estamos cerrando,
puede volver mañana por la mañana.
−Sí podría, pero no voy a hacerlo.
−añado mostrando una sonrisa un tanto
forzada−. Será solo un momento,
muestro mi abultada cartera. Quiero eso
−aclaro señalando en el escaparate un
llavero de plata antigua del que cuelga
una margarita, también de plata,
esmaltada de color blanco y amarillo
chillón, sobre la que se puede leer algo
así como "mi otro coche es un
escarabajo".

Sonrío cuando meto en el bolsillo


de mi cazadora la pequeña caja.
Tampoco sería el coche que más se
acerca a su estilo, pero sin duda mucho
mejor que el jodido Mini.
Subo a la moto con intención de
volver a la Fortaleza cuando la mezcla
de diversos aromas conocidos se cuela
en mi olfato.

EVER
El calor sería sofocante si
pudiésemos sentirlo, estoy segura que lo
hacen para que los humanos consuman
más, y ellas lleven menos ropa. Es un
local no demasiado grande, Vladimir
pide una ronda para todos, copa que por
mi parte se quedará intacta, sigo sin
entender la necesidad de esos vampiros
de beber algo que no sea sangre. Miro a
mi alrededor, hay algunas decenas de
humanos, sudando, excretando
feromonas, testosterona y toda esa clase
de hormonas que lo único que hacen es
hacerlos más apetecibles.
La conversación en nuestra mesa es
algo inusual, a diferencia de mesas
colindantes, en las que todos hablan a
gritos para sobreponer su voz a la
estruendosa música, a nosotros no nos
hace falta, nos oímos perfectamente,
Vladimir explica algo de una guerrilla
con la que se ha enfrentado, mientras
otros le preguntan algunos pormenores
de la misión en sí. Misión, así lo llaman,
como si fuese una película de James
Bond. Intento seguir la conversación,
pero me siento algo desubicada, nunca
he participado en una misión, no soy
capaz de recordar todas las normas y
subnormas que rigen la Fortaleza, ni
siquiera conozco el nombre de todos los
miembros del Consejo, y sin duda sería
incapaz de identificarles en una rueda de
reconocimiento. Sonja, una rubia algo
estirada, me mira con aires de
suficiencia, lo que identifico claramente
como hostilidad hacia mí, puede que
esté marcando el terreno con alguno de
los machos que nos acompañan, pero si
no es algo más específica, soy incapaz
de identificar con cuál de ellos. Creo
que he pasado demasiado tiempo sola, y
con malas compañías, no se
socializarme, lo he desaprendido todo.

−¿No te la vas a beber? −susurra


Viktor a mi lado.
−No.
−Se lo tomará como una ofensa.
−¿En serio? pues tómatela por mí
−digo acercándole el trago
disimuladamente.
−Me debes una −se acerca mucho
para decírmelo−. Y me la voy a cobrar
ya. Bailemos −coge mi copa y la apura
de un trago.

Nos mezclamos con el resto de los


humanos, pasando desapercibidos en un
principio, pero el cuerpo de un vampiro
está hecho para destacar, para gustar,
para hipnotizar, y pronto es lo que
logramos ambos, sus manos pasean casi
impúdicas por mis costados,
descendiendo en el momento justo hasta
mis caderas y volviendo a subir
después. Nuestras piernas se entrelazan,
nuestras caderas se pegan y despegan,
nuestros cuerpos se alejan y acercan al
compás de la canción. Y poco a poco,
no solo nuestra mesa está pendiente de
eso que podríamos calificar de follar
bailando, sino que otras mesas no
pierden detalle del espectáculo. Su
mano derecha desciende desde mi cuello
por mi pecho, y con un leve movimiento
hace que mi cuerpo gire, y ahora siento
su pecho pegado a mi espalda. Cierro
los ojos, estoy bailando, el tiempo
parece detenerse para mí, me estoy
divirtiendo.
−Me lo estoy pasando genial −le
digo cuando me agarra de las caderas−.
joder hacía siglos que no salía a
divertirme.

Entrelazo mi mano a la suya y me


hace girar de nuevo, separándome de él
para, con un suave tirón, volver a
acercarme.
−Pues me alegra que te diviertas.
¿Sabes quién no parece divertirse?

No presto atención a sus palabras,


estoy con los ojos cerrados, subo mis
manos por encima de mi cabeza,
acaricio con una mano el brazo
contrario, mientras mis rodillas se
flexionan para descender un poco al
tiempo que muevo las caderas de
manera sensual.

−Stephano.
−¿Quién?
−Stephano, ha llegado hace un rato,
pero no parece muy animado, bueno, él
nunca lo está, la verdad −sus manos
acarician mis nalgas−. Es la primera vez
que le veo por aquí.
−¿Te importa si intento hacerle
bailar?
−¿Vas a abandonarme por ese
muermo?
−¡Lo siento!

Beso su mejilla y corro hasta donde


se encuentra Step, sentado al lado de
Vladimir quien sin duda seguirá
hablando toda la noche si nadie le tapa
la boca con algo.

−¡Baila! −digo tirando de su mano.


−No, yo no bailo.
−Y yo no acato las normas pero
estoy aquí.

STEPHANO
Es relativamente sencillo para un
vampiro rastrear a una presa una vez
fijado su olor en el registro de nuestra
memoria olfativa, así que localizar a un
grupo de vampiros que se han mezclado
entre un numeroso grupo de humanos
sudorosos, que excretan por todos los
poros de su piel miles de hormonas, la
mayor parte de ellas con información de
carácter sexual, es como un juego de
niños.
Por lo que veo al final se
decidieron por acudir a Kronos, una de
las pocas discotecas de la comarca,
afortunadamente Satán en su diabólica
magnificencia es compasivo, pues nos
encontramos en una zona tranquila, de
parajes solitarios.
Accedo al interior del recinto
cuando el de seguridad me abre la
puerta, tras deslizar en su mano un
billete de cien, nunca falla, una
verdadera llave maestra que te abre
sitios insospechados, es una de las
debilidades que comparten la mayoría
de los humanos, que siempre están
dispuestos a dejarse comprar,
únicamente tienes que averiguar cuál es
su precio.
Permanezco un rato cerca de la
puerta, analizando el local y a sus
ocupantes, y desde donde tengo una
perfecta visión de la pista de baile,
cuando una imagen me azota de repente,
encajo la mandíbula y pienso, no sin
pesar, que soy un estúpido, que esas
manos que sujetan su cintura podrían
haber sido las mías. Pero desecho ese
pensamiento, somos amigos, tenemos
que serlo, no puede ser de otro modo.
Me acerco a la mesa donde
Vladimir parece haber estado hablando
desde que ha llegado y pido una copa de
bourbon cuando se acerca la camarera.
Sin pretenderlo, mis ojos se desvían de
vez en cuando hacia la pista de baile.
Cuando miro de nuevo, ya no la veo
hasta que de repente aparece a mi lado.

−¡Baila! −dice tirando de mi mano.


−No… yo no bailo.
−Y yo no acato las normas pero
estoy aquí.
−Y yo también estoy aquí... pero no
me vas a convencer −le indico la silla a
mi lado con un golpe de cabeza−. Al
menos si puedo evitarlo.
−Oohhh venga... −me mira con ojos
suplicantes−. Está bien −termina
sentándose a mi lado−. Entonces ¿para
qué has venido?, si puede saberse.
−Obviamente no para bailar −indica
Vladimir−. Juraría que en los últimos
siglos no le he visto nunca hacerlo.
−¿No puede un tipo unirse a sus
camaradas para tomar una copa sin que
lo sometan a un tercer grado?− me
quejo.
−Eres un poco rarito –asegura.–
Pero me resultas de lo más interesante
−añade acercándose a mi oído.

Se levanta de repente, e igual como


ha aparecido, desaparece hacia la pista
de baile, pero esta vez se aleja
despacio, sonrío, sé que es consciente
de que mis ojos se han clavado en el
final de su espalda. Comienza a bailar al
compás de la música, sus movimientos
son suaves y sugerentes, muy sensuales,
balancea sus caderas de forma tan
provocativa que pronto son varios los
tipos que se han dado la vuelta desde la
barra para mirarla, pero sus ojos están
clavados en los míos, y me da la
sensación de que ella solo baila para mí,
exhalo el humo de mi cigarrillo, es
cierto eso que dicen que el diablo se
empeña en ir poniendo obstáculos en tu
camino en forma de tentación.
−Uffff ¡menudo polvo tiene!
−comenta Vladimir a mi lado y no sé si
me molesta más su comentario, las
miradas lujuriosas y babeantes de la
mitad de los tipos del local o mi
estúpida pero firme determinación a no
traspasar una frontera que yo mismo he
impuesto.
−Suficiente por esta noche −digo
apurando mi copa y levantándome de la
mesa.

Al salir a la calle el aire frío azota


mi cara, cosa que agradezco, doy las
últimas caladas a mi cigarrillo, lanzo la
colilla al suelo y la aplasto con fuerza
con la punta de mi bota. Bajo los tres o
cuatro escalones de rejilla metálica que
me separan de la acera y subo a mi
moto. Mientras desabrocho los seguros
del casco unos pasos resuenan a mi
espalda.

−¿Ya te vas?
−Sí, se ha hecho un poco tarde.
−Vaya, ahora me dirás que tienes
toque de queda −se acerca a mí,
mientras uno de sus dedos juega con un
mechón de su pelo.
−Sí como Cenicienta −respondo y
aunque trato de forzar una sonrisa me
temo que el tono de mi voz ha sido un
tanto oscuro–. Vuelve ahí dentro y
diviértete –añado tratando de
suavizarlo.
−Venga dámelo... −dice resuelta
tendiéndome la mano.
−¿El qué? −pregunto sin poder
seguirla.
−¡¡Pues el casco!! ¿No has oído que
es peligroso montar en moto sin él?
−¿Estás segura que no quieres
quedarte otro rato? −digo tendiéndoselo.
−¡¡¡Venga arranca!!! −exclama
mientras se sienta a mi espalda y me
rodea con sus brazos.
Llegamos a la Fortaleza y subimos
las escaleras en silencio, pero no es un
silencio incómodo, sino instantes de
reflexión compartidos, disfrutando de la
tranquilidad de la noche, de la brisa que
ha alborotado su pelo antes de acceder
al interior. Recorremos los pasillos
hasta llegar a las escaleras, donde
nuestros caminos se separan, no obstante
continúo andando con ella hasta
acompañarla a su habitación.

−¿Solucionaste esa urgencia?


−pregunta de repente cuando casi
estamos llegando a su puerta.
−Sí, solo fue una falsa alarma.
−Genial... por cierto, lo he pasado
muy bien esta noche −su mano se posa
en el pomo de la puerta y lo hace girar
hasta que se abre.
−Yo me alegro de que te estés
adaptando tan bien −meto mi mano en el
interior del bolsillo y saco la pequeña
caja −tengo algo para ti.
−¿Un regalo? −exclama emocionada
−. ¿Para mí?, pero no tenías...
−Shhhhh −la reprendo mirando
hacia ambos lados del pasillo−. Te
ruego que lo aceptes, hasta que tú misma
puedas comprarte uno o confíes lo
suficiente en mí como para saber que si
lo hago yo, no será buscando nada a
cambio −detengo su mano a punto de
abrir la bolsita−. Buenas noches−.
añado y emprendo el camino hacia mi
habitación.
−Buenas noches −susurra.

EVER
Dejo el pelo secándose al aire,
mientras mis manos juguetean con el
llavero. “Hasta que puedas comprarte
uno o confíes suficientemente en mi…”
¿Confiaba en él?

−¡No!
Pero no la hago caso, intento no
hacérselo, ya la he obedecido
demasiadas veces en mi vida, ha tomado
demasiadas decisiones por mí, casi
todas erróneas, como la de camelar a
Samael. Verdaderamente, creo que esa
ha sido mi última y más reciente mala
decisión.

−Follarte a Stephano sí lo ha sido.


−No, esa no ha sido mala, creo que
ha sido de las mejores que he tomado
nunca.
−Estúpida –resopla
desapareciendo.
Sigo pasando el llavero de una
mano a la otra, poco a poco, mirándolo,
es bonito, y un regalo muy original. Un
llavero. Un llavero para mi futuro coche.
Un llavero para el futuro coche que yo
misma me voy a comprar, suena genial.
¿Confiaba en él? ¿Podía confiar en
él? En la última persona en quien había
confiado ciegamente me había echado a
los lobos, y aunque sonara muy
metafórico, casi podía decir que había
sido literal. Scotch me salvó la vida, me
hizo creer que me amaba, y le había
creído durante casi doscientos años…
doscientos años de mi inmortalidad
desperdiciados.
Dejo el llavero sobre la mesa
auxiliar y me acurruco en la butaca,
mientras los dedos de mi mano derecha
juguetean con los dedos de los pies.
Recuerdo la primera vez como si
hubiese sido esa misma mañana. Cuando
apareció con una rosa, una simple rosa,
preguntándome si yo le amaba, ¿Cómo
no iba a amarle? Era absurdo pensar que
eso no fuese así, le debía mi vida. Y me
dijo que me necesitaba, que su vida
dependía de eso, sus negocios, sus
locales de timbas ilegales, sus clubs de
donantes, todo eso solo escondía algo un
poco más perverso, y mucho más
lucrativo para él.
Me levanto y cojo el llavero para
guardarlo en algún sitio donde no vaya a
perderse. Ese día, ese fatídico día, con
la rosa todavía en la mano, me decía que
si le amaba accedería a hacerlo, y lo
hice, y después de esa noche vinieron
muchas otras, durante casi dos siglos,
vendiendo mi cuerpo, vampiros tan
hastiados de su inmortalidad recreando
fantasías que por ser tan obscuras,
ninguna humana podría aguantarlas, y
pocas vampiras lo lograban sin
enloquecer. Dos cientos años…
El sol ha ido saliendo poco a poco,
parece que a este invierno le va a costar
nevar, yo pensaba que en Suiza nevaba
siempre, que desilusión.

−Voy a entrar −la voz de Stephano


me saca de mis pensamientos.
−¡No! −pero ya no estoy a tiempo,
estoy delante de la ventana en ropa
interior.
−Oh, lo siento, pensaba que…
−Pues no pienses tanto y date la
vuelta −le digo mientras cojo ropa del
armario−. ¿Qué haces aquí? ¿Me
echabas de menos?
−¿Que me dé la vuelta? pero si ya te
he visto antes... −dice divertido−. Y
claro que no te echaba de menos, que
tontería, es hora de ponerse en forma.

Se sienta en la butaca y me mira


mientras me visto, no me molesta, puede
que me hubiese molestado más que me
hubiera hecho caso y se hubiera girado.
Termino de recogerme el pelo y me
siento en una butaca a su lado.
−¿En forma? Pero… ¿Me has visto?
¡Estoy en forma!
−Estás tremenda, no estoy ciego
−sonríe y se pone en pie−. Pero quiero
saber cómo te defiendes... además vas a
tener el privilegio de que yo en persona
sea tu instructor.
−¿A eso llamas privilegio?
−contesto entornando los ojos.
−Por supuesto, soy el más duro de
todos −se dirige a la puerta y ya con la
mano en el picaporte, se da la vuelta−.
¿Venga a qué esperas?, ¡no seas
perezosa!

Salimos de la habitación, me ha
gustado su comentario, estoy tremenda,
sé que le gusto, estoy segura, no deja de
repasarme con la mirada ¿Confiar en
él?, puede que sea la persona más
diferente a mí que he conocido nunca, es
arisco, serio, tiene fama de no
relacionarse con prácticamente nadie en
la Fortaleza, según Viktor, es antisocial.
Sí, totalmente diferente a mí, la noche y
el día, sin embargo, creo que podría ser
el único ser en quien confiar.
Descendemos hacia la parte más
profunda de la Fortaleza, la que está
excavada directamente en la roca, es fría
y húmeda, pero no tienes que
preocuparte del sol, porque carece de
ventanas. Abre una puerta y entramos en
el gimnasio. Me gusta el silencio que se
instaura a veces entre nosotros, porque
me hace sentir cómoda, sin la necesidad
de intentar llenarlo con palabras vacías.
Se planta en medio de unas colchonetas
y me indica que me acerque.

−¿Y si te hago daño? −le pregunto


sonriente.
−Venga, después sigues con los
chistes... −se sitúa en posición de
ataque, piernas separadas, una un poco
adelantada, balancea su peso de uno a
otro pie, brazos formando una elipse, la
cabeza ligeramente adelantada−. vamos,
prepárate para atacar.

Le veo colocarse, miro sus piernas,


analizo el movimiento pendular de su
cuerpo, espera un ataque frontal, no hay
duda de ello, no tiene protegido ninguno
de los dos flancos, así que me decido
por un rápido movimiento, hacia
adelante y cuando estoy a punto de
alcanzarle giro sobre mí misma,
colocándome en su lado derecho, golpeo
con todas mis fuerzas su costado, creo
escuchar el sonido de una de sus
costillas partiéndose, me agacho rápida
antes que pueda reaccionar y segando
uno de sus pies hago que pierda la poca
estabilidad que le quedaba,
aprovechando ese momento para hacerle
caer al suelo y ponerme encima, sentada
a horcajadas sobre su pelvis.
−¿Te duele? −digo acariciándole
delicadamente su costilla−. Pobrecito
−inclino mi cuerpo para besarle
despacio.

STEPHANO
Cuando termina de separar sus
labios de los míos, me levanto de golpe
como empujado por un resorte, con ella
en brazos, sus piernas siguen rodeando
mi cintura. Mientras rodeo sus caderas
con un brazo, me inclino un poco hacia
el lado derecho presionando mi costado
con la otra mano, tendré que esperar un
buen rato a que se suelde mi costilla.
De un grácil salto baja hasta el
suelo y me mira con aire de total
inocencia.
−Pero... ¿Cómo coño has hecho
eso?, no se suponía que nunca...
−Y eso, ¿quién te lo ha dicho? das
por sentado muchas cosas y eso no es
bueno. Primera regla de un combate,
¿¿no?? no dar nada por sentado.
−Nunca doy nada por sentado
−presiono un poco más mi costado
derecho hasta que se oye un
característico crack−. Pero entonces, en
Alaska, ¿por qué no te defendiste? Me
hubieras pillado igualmente
desprevenido, y sin embargo apenas
opusiste resistencia.
−Puede que quisiera que me
pillaras... −sin duda no puedo disimular
la sorpresa que me causan sus palabras,
me desconcierta−. Puede que pensara, y
solo puede −aclara−. Que aquí no
estaría tan mal... −sonríe−. ¡¡¡Creo que
he incumplido las dos normas!!!
−exclama de repente.
−Bueno... en realidad solo has
incumplido una, aquella que impide
besar a un superior −la miro con
expresión burlona−. Y la verdad que no
lo haces nada mal −ahora es ella quien
me mira con cara desconcertada,
momento que aprovecho para sesgar de
un rápido barrido con mi pierna sus dos
pies del suelo y hacerla caer, mientras la
aprisiono con mi cuerpo y con una mano
sujeto las suyas−. La otra tendrás que
esforzarte un poco más para incumplirla
−sonrío a escasos centímetros de su cara
−. Porque solo me has fracturado una
costilla, de ningún modo me has dejado
K.O., segunda regla que no debes
olvidar nunca −beso la punta de su nariz,
me incorporo de un salto, no sin
llevarme la mano al costado derecho y
tiendo la otra para que se levante.
−Creo que puedo hacerlo mejor −se
quita las botas−. ¿Esperamos un poco?
−señala mi costilla.
−Sí, dame diez minutos, además
debería hacer una llamada.
−¿Al médico? −pregunta con tono
de burla.
−¡¡Ja!!, muy graciosa. No, tengo que
localizar a Marco.
Mientras se sienta en uno de los
bancos y empieza a trenzarse el pelo,
cojo el móvil y llamo a Marco. Tengo
que localizarle, me ha llegado algún
rumor de que Calixto había protestado
por el atraso que se había producido en
el interrogatorio del prisionero, Brigitta
se las ha arreglado para convencerle que
en realidad se había fijado para dentro
de unos días, pues Marco había tenido
que salir a atender unos asuntos fuera
del país, y que posiblemente ella no se
lo había comunicado por error. Me
alegro que Brigitta no haya puesto en
duda mis explicaciones en ningún
momento, y haya seguido al pie de la
letra mi sugerencia. Marco lleva casi
dos días sin contactar con su secretaria,
ni conmigo. No contesta y tampoco salta
el buzón de voz. Dejo el móvil sobre el
banco de madera, y flexiono varias
veces el torso para comprobar si la
costilla ya se ha soldado.

−Sigamos −le digo poniéndome


frente a ella.
−¿Seguro?
−Venga, en guardia.

Durante más de dos horas seguimos


midiendo nuestras fuerzas, rodando por
el suelo, lanzando golpes y evitándolos,
avanzando y retrocediendo posiciones.
La he tumbado varias veces, y no puedo
decir que me haya resultado todo lo
sencillo que a priori hubiera podido
suponer. Ella me ha derribado en tres
ocasiones, y tengo que reconocer,
aunque no lo haré en voz alta, que me ha
tocado un tanto el orgullo, pues no
puedo poner como excusa que estuviera
distraído.
Se levanta del suelo y suelta una
carcajada.

−¿Qué pasa ahora? −y sin


pretenderlo el tono de mi voz parece un
tanto molesto.
−No pretenderás que pasemos aquí
todo el día... ¿No? −se acerca y su
sonrisa se ensombrece un poco−. Porque
no es eso lo que estás pensando,
¿Verdad? −y al ver su cara un tanto
compungida no puedo evitar ser yo
quien ahora suelte una carcajada.
−Está bien, por hoy hemos
terminado −y le lanzo sus botas.

Se sienta en el suelo para atarse los


cordones mientras recojo el móvil de
encima del banco de madera, y antes de
guardarlo hago un nuevo intento de
contactar con Marco. Deslizo mi dedo
por la opción de rellamada, y tras los
innumerables tonos la comunicación
acaba cortándose, sin que esta vez
tampoco salte su buzón.

−Es extraño...
−¿Qué sucede? −pregunta Ever
incorporándose.
−Nada, no tiene importancia.
−¿Seguro?
−Sí, volveré a llamar más tarde
−guardo mi móvil en el bolsillo−. Y por
cierto... Todavía tienes que explicarme
por qué pensaste que en la Fortaleza no
estarías tan mal, llevabas siglos huyendo
de nosotros... ¿De quién estás huyendo
ahora?
−Step −y su forma de mirarme me
indica que no es el momento, que tal vez
algún día…
−Perdona, no pretendía
entrometerme −pongo una mano sobre su
hombro, pero la retiro enseguida.
−No importa −asegura, y la sonrisa
vuelve a sus labios−. y ahora, ¿qué
actividad me tienes preparada?
−mientras hablamos salimos al pasillo,
donde al poco rato vemos a Viktor a lo
lejos.
−Ever, vas a quedarte con Viktor.
−¿Te marchas? –su boca se tuerce
ligeramente haciendo un mohín−. ¿Puedo
ir contigo? −sugiere de pronto.
−No, no es buena idea, tal vez en
otra ocasión.
−¿Es una promesa? −dice con un
tono de voz que muestra algo parecido a
la esperanza.
−Puede −respondo sonriendo, llamo
la atención de Viktor para que se
acerque a nosotros−. Me alegro de
encontrarte −le digo−. Quiero que te
ocupes de mostrar a Ever cómo funciona
la organización, que se familiarice con
todo, yo tengo que ausentarme, espero
estar de vuelta mañana mismo −golpeo
el hombro de mi compañero y asiento
con un movimiento de cabeza−. Procura
que no se meta en líos.
−Puedes estar tranquilo, la cuidaré
bien.

EVER
Por suerte he podido deshacerme de
Viktor hace un rato, agradezco su
compañía, pero la necesidad de estar
sola, total y completamente sola ha
crecido en mí, y es una necesidad que
difícilmente puedo satisfacer, ya que
siempre aparece ella. Pero los pocos
segundos o minutos que me concede,
procuro disfrutarlos al máximo.
Paso el peine poco a poco por mi
pelo, intentando dejarlo totalmente
desenredado, a veces creo que me
empeño demasiado en eso, cuando está
claro que algo falla, llámalo genética o
el hecho de llevar muerta casi cuatro
cientos años, pero no es normal que se
enrede de ese modo.
Parece que vuelve a nevar, ahora sí
es la Suiza que yo esperaba, blanca y
fría, como nosotros, supongo que por
eso la Fortaleza se encuentra justo en
este lugar en concreto, habría sido
absurdo meter a un centenar de vampiros
viviendo en Brasil, o en Egipto…

−Ever, ¿puedo pasar?

No, no, no, no, no, no, no, no…

−Sí, claro Samael −me obligo a


sonreír−. ¡Hola! −saludo desde la butaca
donde he pasado la última hora sentada.
−¿Interrumpo algo?
−Solo mis pensamientos, pero son
tan pocos que enseguida puedo retomar
el hilo, ¿quieres algo?
−Pensaba en ti −dice sin más.
Que mala suerte tengo, joder.

−¡Guay! −me limito a decir.

En dos rápidas zancadas está a mi


lado y con su mano aparta hábilmente el
pelo que cubre mi hombro para,
suavemente, posarla sobre el mismo. Su
mano es blanda, incluso me da la
sensación que su tacto es húmedo,
aunque sé que no es posible, debo
contener las ganas que siento de
apartarlo de mí de un manotazo, y no lo
entiendo, peores tipos me han tocado. Su
dedo desciende lentamente,
deslizándose del mismo modo que lo
haría una babosa, debatiéndose entre la
torpeza y la avidez hasta que,
indecoroso, se cuela entre la tela de la
camiseta y mi piel. Cierro los ojos e
intento evadirme, como en tantas otras
ocasiones, pero esta vez no me funciona,
con Samael es como si me viera
condenada a tener que soportar sus
caricias. Desde el pasillo el insistente
ruido de unos tacones marcan un paso
firme y esperanzador para mí. No puedo
seguir, no quiero seguir, quiero que se
detenga, que retire sus manos de mi
cuerpo, necesito salir de ahí.
−Es María, dijo que iríamos esta
tarde de compras.

Me levanto dejando a mi padre con


la mano suspendida en el aire y abro
rápidamente la puerta antes que esos
tacones tomen alguna dirección diferente
a la que llevan y se alejen de mí.

−¡María! ¡Ya casi estoy! −digo


sacando la cabeza al pasillo−. Lo sé, lo
sé, me dijiste que estuviese lista, cojo
una chaqueta y salgo.

Samael me mira desde el mismo


sitio, y abro la puerta para dejar paso a
María, que aún parece desconcertada,
pero creo que ha entendido mi necesidad
de ella. Saluda con una inclinación de
cabeza a Samael, que se dispone a
marcharse.

−Está bien −resopla−. Iré a hablar


con Brigitta, no sé dónde narices se ha
metido Marco −besa mi mejilla antes de
salir−. Pasadlo bien chicas −masculla
antes de abandonar mi habitación.

Espero que se aleje un poco, asomo


la cabeza para comprobarlo antes de
cerrar de nuevo, paso el dorso de la
mano por mi mejilla casi instintivamente
y suspiro aliviada, María a su vez me
mira con cara de no entender demasiado,
o de entenderlo todo y preferir no
comentar nada. Le sonrío.

−Soy tu tapadera −aventura a decir


antes de sentarse sobre la cama.
−Más o menos. Lo siento, no me
apetecía estar con él, a veces se pone…
−como un cerdo obsceno, pienso−. Un
poco pesado con lo de recordar el
pasado y eso... −digo al fin.
−Tranquila, aunque no tengo mucho
tiempo, estaba en unos asuntos que…
−No te preocupes, no quiero
entretenerte, gracias −abro la puerta y
me sonríe.
−Si me necesitas silba −añade antes
de irse.

Cierro la puerta tras ella, y vuelvo a


quedarme sola en esa estancia, que,
aunque es la mía, no la reconozco como
propia, por momentos me gusta estar en
la Fortaleza, pero otros me gustaría
volar lejos de aquí. No entiendo qué es
lo que me retiene entre estas paredes…
Abro la ventana y salto a la parte trasera
del jardín, más allá de ese pequeño
bosque puedo encontrar algo más de
libertad. Puede que sea el momento de
volver a desaparecer, con suerte,
tardarán en encontrarme otros
cuatrocientos años.

−O no.
−Joder… ya tardabas, Victoria.
−Vicky, llámame Vicky.
−¡Y una mierda! Se ha terminado,
¿Me oyes? −le advierto, adivinando qué
será lo próximo que va a decirme
−¿Desde cuándo eres tan
remilgada, Ever?
−No quiero volver a hacerlo,
Samael me da asco… no quiero, no
puedo.
−No veo que sea para tanto.
−¡Joder!, porque no eres tú la que
tiene que soportar sus asquerosas manos
en tu cuerpo… −miro a mi alrededor
buscándola−. ¡Da la cara cuando te
hablo! −le grito−. A partir de ahora, si
quieres algo de alguien, ¡zorréale tú!

Cojo una piedra del suelo y la lanzo


donde me gustaría que estuviese, para
darle en esa cabezota que tiene.
STEPHANO
Este viaje a Londres se me ha hecho
especialmente largo, o quizás debería
decir excesivamente tranquilo, aburrido
incluso, aunque me obligo a desechar
esa idea, no puedo evitar sonreír
mientras miro a través de la ventanilla
del taxi que me lleva al hotel, nunca
pensé que podría echar de menos su
constante parloteo, o esa caótica
agilidad mental con la que llega a
conclusiones que, aunque me cueste
admitirlo, son ciertas... Ahora el ligero
golpear de la lluvia en los cristales me
recuerda el sonido de la punta de su pie
moviéndose incesante cuando se
impacienta. Paso la mano por mi cabeza
y la dejo caer hacia atrás en el asiento
permitiéndome unos instantes de
divagación hasta que el taxi se detiene y
el taxista me informa que hemos llegado,
le entrego un par de billetes y bajo del
vehículo.
A pesar de la lluvia cruzo la calle
despacio, y subo las escaleras hasta
entrar en el hall del hotel en el que nos
alojamos siempre que visitamos
Londres. He percibido el rastro de
Marco mucho más fuerte en la calle,
antes de entrar, no está demasiado lejos,
pero desde luego no se encuentra en la
suite que suele ocupar, aquí en el
interior su rastro, aunque reciente, es
mucho más tenue.
Recojo en recepción la llave de mi
habitación y subo en el ascensor hasta el
cuarto piso, me tranquiliza saber que
está aquí, y que no he percibido la
presencia de ningún otro miembro de
nuestra especie, ni de ningún peligro,
aunque otro rastro se mezclaba
claramente con el suyo, el aroma de esa
humana... Sin duda está con ella, y
aunque estoy seguro que sabe lo que
hace no puedo evitar pensar que se está
poniendo en peligro, que se expone
demasiado.
Me quito la americana, la coloco en
el respaldo de una silla, me tumbo en la
cama con el mando a distancia,
dispuesto a esperar a que regrese o
incluso dispuesto a ir a buscarlo si se
retrasa demasiado. Quito el volumen del
televisor y paseo a una velocidad
considerable por los numerosos canales
sin que nada llame mi atención, hasta
que un fotograma pillado al azar hace
que me detenga y ponga de nuevo el
volumen, un bar y un piano... Y la
música de Casablanca envuelve la
estancia.
El sonido de mi teléfono me rescata
de ese pequeño trance.

−Stephano, ¿algo nuevo? −la voz de


Marco, directa y con ese tinte de sobria
autoridad me saluda desde el otro lado.
−¡Marco! −respondo un poco
dubitativo−. Esto... Sí. Estoy en
Londres. Estaba preocupado.
−¿Por mí? Que absurdidad. Ya
puedes irte −suena tajante.
−Marco, hace tres días que intento
hablar contigo.
−He estado muy ocupado.

Y sin más interrumpe la


comunicación, no se despide, ni parece
interesarle lo que tenga que decirle, sin
embargo sé que no tardará mucho en
volver a contactar conmigo, sabe que es
importante, y él nunca elude sus
responsabilidades.
La película ha acabado, por lo que
me dispongo a seguir pasando canales
hasta que alguna otra cosa vuelva a
llamar mi atención, aplasto el cigarrillo
en el cenicero, así evito que mis
pensamientos vuelvan a jugarme una
mala pasada y se empeñen en volar lejos
y me acerquen de nuevo a Suiza... Viktor
me aseguró que cuidaría de ella, pero
empiezo a preguntarme si eso es algo
que posiblemente también me moleste.
Me levanto de la cama, me sirvo
una copa que apuro de un solo trago y
me sirvo otra, mientras me obligo a
pensar de nuevo en Marco y en esa
humana suya, no puede ser un simple
capricho, no puede estar interesado solo
en su sangre, que por cierto tiene un
aroma exquisito, pues ya podría haberse
saciado y haberla hecho desaparecer. El
sonido del ascensor al final del pasillo
deteniéndose en esta misma planta
interrumpe de nuevo el hilo de mis
pensamientos, unos pasos que se alejan,
una puerta que se abre para cerrarse de
nuevo, apago el cigarrillo aplastándolo
en un pequeño cenicero de cristal y me
levanto del sofá al tiempo que el móvil
empieza a vibrar sobre la mesa.

−Stephano, te espero en mi suite


−es directo como suele serlo
habitualmente.
−¿La de siempre? −contesto
caminando ya hacia la puerta.
−En efecto −y cuelga mientras salgo
al pasillo.

Camino con paso decidido hasta la


Suite cuatrocientos veinte, al final del
pasillo, golpeo suavemente con los
nudillos y a los pocos instantes Marco
abre la puerta, tiene el pelo mojado y
una sonrisa apenas insinuada asoma a
sus labios, algo que no suele ser muy
habitual en él.
Cuando entro y cierro la puerta tras
de mí, se sirve una copa, me ofrece otra,
que acepto y me siento frente a él,
intercambiamos algunas obviedades,
sabe perfectamente que no ha sido el
tema de los escoceses lo que me ha
llevado a coger un avión y presentarme
en Londres sin previo aviso, es
consciente que sus ausencias de la
Fortaleza no pasarán inadvertidas por
más tiempo. Durante unos momentos se
hace el silencio en la estancia.

−Bueno, ¿vas a hablar? −me espeta


de pronto dejando la copa en la mesa.
−¿Debo?
−Lo agradecería. Con sinceridad,
por favor −añade, mientras cruza su
pierna.
−¿Qué se supone que está haciendo?
¿Qué está pasando con esa humana?
−tengo que preguntárselo de forma
directa, si tengo que cubrir sus espaldas,
he de saber algo más, tengo que dejar de
hacer conjeturas.
−¿Vuelves a tratarme de usted?
Hemos retrocedido algunos siglos
−sonríe, pero intento mantenerme
inexpresivo, la situación es bastante
delicada−. Me he enamorado −suelta de
repente y espero que mi rostro siga igual
de impenetrable porque su confesión me
deja totalmente desarmado, él, Marco
Vendel enamorado.
−De la humana.
−De Alessandra −me corrige.
−Y va a… ¿Vas a convertirla?
−No.
−Está bien.
−Nadie debe saberlo −sentencia.
−Por supuesto −asiento.

Ambos nos miramos, el silencio se


instaura de nuevo en la amplia estancia,
pero creo que puedo entender... Termina
su copa.

−Y Ever, ¿se adapta? −pregunta de


pronto, como de pasada.
−Es inadaptable −aseguro.
−Eso temía. Stephano, otra cosa…
−parece algo dubitativo.
−Tranquilo Marco, yo la vigilaré,
nadie va a enterarse, pero si eso
ocurriera, nada le sucederá a la hum… a
Alessandra.

Mueve la cabeza en señal de


asentimiento. No es necesario que me
diga nada más, los siglos han hecho que
podamos entendernos de una forma
tácita, y la mutua confianza y mi lealtad,
firme y absoluta son inquebrantables. Se
levanta dando así por terminada la
reunión, imito su gesto levantándome
también y me dirijo a la puerta.

−Te espero en veinte minutos en el


hall −dice antes de que abra la puerta−.
Vas a conocer a mi humana −añade sin
más.

Recorro de nuevo el pasillo hasta


mi habitación. Ya en el interior me sirvo
otro whisky, enciendo un cigarrillo y me
acomodo en uno de los sillones de piel,
pongo los pies encima de una de las
mesillas de cristal y simplemente dejo
pasar el tiempo mientras pienso en los
últimos acontecimientos, y aunque sigo
sin entender cómo puede poner en
peligro todo en cuanto cree, todo lo que
durante siglos ha contribuido a forjar,
aquí estoy yo, dispuesto a servir de
coartada y a proteger su secreto, con mi
propia vida si fuera necesario. Pasados
veinte minutos bajo al hall donde, casi
de inmediato, aparece Marco,
simplemente cruzamos una mirada y nos
encaminamos a la calle, no hay
necesidad de mediar palabra.
Entramos en la casa que permanece
en penumbras, pese a los enormes
ventanales las cortinas aparecen medio
entornadas sin dejar pasar la claridad
del exterior, el silencio es absoluto, roto
únicamente por el sonido agitado de un
corazón, Marco deja atrás el vestíbulo y
se dirige por un pasillo directamente a
un gran salón, donde el sonido de ese
corazón humano se escucha con mucha
más fuerza, mucho más cerca, y sin
necesidad de que Marco me diga nada
me detengo frente a una ventana, desde
mi posición veo cómo continúa hacia el
otro extremo del salón dónde la humana
está sentada, sus manos sostienen su
cabeza y parece pensativa, incluso
desde la distancia su rostro presenta
claras muestras de haber llorado. Al
llegar al sillón Marco se arrodilla a su
lado y toma una de sus manos, me quedo
atónito, continúo inmóvil siendo mudo
testigo de una escena que encierra tal
intimidad y ternura que si no la estuviera
presenciando por mí mismo me sería
casi imposible poder si quiera
imaginarla... Marco pronuncia el nombre
de la humana en un susurro, y cuando
ella levanta la cabeza y sus ojos se
encuentran parecen cobrar vida,
desprendiendo un brillo intenso.
Mantienen un breve diálogo, y ella pone
su mano en la mejilla de Marco cuando
éste se sienta a su lado. No necesito ver
más para comprender por qué se
arriesga de ese modo jugándoselo todo,
muchos son los siglos que llevo a su
lado y aquí en este salón londinense
junto a esa frágil humana parece que
Marco está vivo, solo el inexistente
latido de su corazón podría decir lo
contrario.
−Alessandra, ¿quieres seguir con
esto? −su voz suena sobria−. Con el tú y
el yo, con el nosotros... −la humana
asiente con rapidez y firmeza−. Está
bien… −resopla y parece aliviado−. Él
es Stephano.

Ella se aferra a su mano


evidenciando que hasta ese momento no
se había percatado de mi presencia,
parece algo desconcertada, sin duda
debido a la sorpresa de descubrir que no
estaban a solas, doy un par de pasos en
su dirección, con cautela.
−Solo puedes confiar en él. Solo en
él, ¿entiendes? en nadie más −Añade
Marco de un modo un tanto apremiante.
−Comprendo −responde con un hilo
de voz, y vuelve a sorprenderme la
confianza que muestra ella al asentir de
forma inmediata, sin dar siquiera
muestras de cuestionarse por qué habría
de confiar en alguien que no conoce.

A una indicación de Marco me


acerco hasta donde se encuentran
sentados y dejó una nota sobre la
mesilla de té.

−Mi número −digo dirigiéndome a


ella−. Volveré a Suiza para no levantar
sospechas −hago una nueva inclinación
de cabeza y me marcho sin añadir nada
más.
El vuelo de regreso a casa no es tan
apacible, una tormenta hace que las
turbulencias disparen el miedo de los
humanos y hace que sus corazones se
agiten bombeando su sangre con más
velocidad, debería haber saciado mi
apetito antes de subir al avión. Intento
evadir mi mente, pensar en otra cosa que
no sea la sangre de esos pasajeros, el
latir de sus corazones propicia que
afloren mis más bajos instintos, casi
como cuando estoy con ella, que debo
controlar el ser primario que pugna por
salir. Y mientras las pobres almas que
me rodean se encomiendan a su dios,
estrujan sus manos o se atiborran de
pastillas, mi pensamiento vuelve sin yo
proponérmelo a Londres, a esa vieja
casa victoriana, unos cuantos minutos
me han bastado para saber que Marco
simplemente es feliz, unos cuantos
minutos para comprobar que en esa
habitación dos seres de distinta
naturaleza se pertenecían, algo
aparentemente tan sencillo y sin
embargo... Doy un trago a mi whisky
mientras me pregunto si yo sería capaz
de arriesgarlo todo por alguien, si sería
capaz de poner en juego todo mi mundo,
mi propia existencia, y un sentimiento de
temor, algo parecido al miedo que no he
sentido jamás, me asalta de repente
cuando en un reflejo de la ventanilla se
me dibujan sus ojos, y soy consciente
que quizás... Pero no, no puedo
permitírmelo.
Una hora después dejo atrás el
camino de piedra que da paso a los
jardines de la Fortaleza, me dirijo
directamente a mi habitación, me
apetece quitarme la ropa, darme una
ducha y quizás ponerme algún clásico.
Antes de girar el pomo de mi puerta sé
que está dentro, la esencia de su aroma
ha embriagado mis sentidos hace ya un
rato.

−No me digas que has vuelto a


equivocarte de habitación −saludo con
fingida contrariedad−. ¿O es que no te
gusta la decoración de la tuya? −me mira
desde mi cama, donde está tumbada
boca abajo apoyando su cabeza en sus
manos sobre los codos. En la enorme
pantalla de plasma una espectacular Ava
Gadner saluda displicente a una
bellísima pero excesivamente sosa
Grace kelly−. Ehhhh pensaba que no te
gustaban las pelis "viejas".

EVER
No puedo irme sin mi llavero, no
puedo irme sin… No puedo irme si…
Ever, no te engañes, no puedes irte por
Step, deja ya de buscar excusas… ¡No!
Eso no es cierto, abro la puerta de mi
habitación, es por el llavero, es un
regalo, sería feo irme sin mi regalo,
abro el cajón y saco de entre las
camisetas la pequeña margarita
amarilla, la sostengo entre mis manos, al
lado un pequeño trozo de papel, una
caligrafía perfecta, muy cuidada, cinco
nombres de cinco películas, cinco
clásicos me rectificaría, sería feo irme
sin despedirme ¿no?
Vuelvo a guardar el llavero y salgo
de nuevo al pasillo, huyendo del aroma
de Samael, que parece concentrarse en
la planta baja, la zona donde tienen los
despachos, ¿a qué puede dedicarse
alguien como él? Seguro que dirige un
cartel de drogas, o puede que trafique
con armas… Se gana la vida
jodiéndosela a los demás, eso seguro.
Llego a la habitación de Stephano, sé
que no está, pero también sé que no
cierra con llave, seguro de que nadie se
atrevería a ocupar su santuario. Voy
directa al armario donde tiene las
películas, y aunque me entretengo un
poco buscando un doble fondo en el
mueble donde pueda esconder películas
algo más picantes, me sorprende
comprobar que debo estar equivocada.
Cojo el dvd de Mogambo, leo la
sinopsis y termino poniéndolo en el
reproductor.
Tirada en la cama, acomodada en
ella, dejo volar mi mente, Marco parece
dedicarse a negocios inmobiliarios, en
su mesa vi diversos documentos de
compra y venta de inmuebles, Stephano
parece dedicar su vida a hacérsela más
fácil a sus dueños, pero definitivamente,
los negocios de Samael tienen que ser
de trata de blancas, es un cerdo baboso.
La puerta se abre, y entra sin
mirarme, aunque es evidente que sabe
que estoy allí. No ha tardado demasiado,
aunque me jode reconocer que le he
echado terriblemente de menos, no es lo
mismo ver una película sin sus
incesantes explicaciones de la época,
las actrices y actores, o sin su particular
punto de vista del real trasfondo que
encierran esos filmogramas. Me siento
cómoda con él, y estoy segura que él no
dejaría que Samael... Parece odiarlo
casi tanto como yo.

−No me digas que has vuelto a


equivocarte de habitación −saluda con
fingida indiferencia−. ¿O es que no te
gusta la decoración de la tuya? −le miro
desde la cama, es fácil estar con él, es
tan fácil…−Ehhhh pensaba que no te
gustaban las pelis "viejas".
−Es Mogambo, un clásico, y a los
clásicos no se les puede llamar viejos...
Son atemporales −me incorporo en su
cama y me acomodo mientras veo cómo
se quita la chaqueta−. Es como tú, todo
un clásico... −salto de la cama y le
ayudo a terminar de quitarse la manga
derecha y deslizo rápida mis dedos a los
botones de su camisa, no puedo perder
nada−. ¿Necesitas ayuda con esto?
−No −retira mis manos con
suavidad mientras me mira un poco
burlón−. Creo que puedo arreglármelas
solo −y su conato de sonrisa me
desarma, le deseo.
−No has tardado mucho −digo
retirándome un par de pasos−. O se me
ha pasado el tiempo sin ti
exageradamente deprisa −le sonrío y de
un rápido movimiento cojo el mando y
apago la tele−. No tienes películas
porno.
−¿Eso es una afirmación? −pregunta
a la vez que eleva una ceja divertido−.
quizás no hayas buscado bien
−aprovecha para dejar en la mesa el
paquete de tabaco y el encendedor y
poner el móvil a cargar.

Le miro divertida, no entiendo esa


fama que le persigue de tipo serio, a mí
me está siguiendo el rollo de manera
magistral, con una normalidad pasmosa,
como si... ¿Puede que él también me
haya echado de menos? Vuelvo a
acercarme a él y desabrocho el primer
botón de su camisa antes de que atrape
mis manos de nuevo entre las suyas para
detenerme. Sé que me desea, lo sé por la
forma en que me mira, ¿por qué se lo
niega?

−No debo haber buscado nada bien,


pero podrías enseñarme dónde las
guardas, ya sabes, por si algún día
necesito de tu alijo secreto.
−¿Y qué te hace suponer que tengo
un alijo secreto? −continúa sosteniendo
mis manos entre las suyas, se acerca a
mí pero en el último momento vuelve a
echarse hacia atrás, disminuyendo la
presión de su agarre.
−Si no lo tuvieras, sería una gran
decepción para mí... −pego más mi
cuerpo al suyo−. Dime que no me
deseas...
−Si dijera que no te deseo estaría
mintiendo −y de pronto su boca busca la
mía con ansias contenidas.

Siento su pasión transformada en


ardientes besos, su lengua encuentra la
mía mientras sus manos, que siguen
agarrando mis muñecas, me aprietan con
desmesurada fuerza, puedo notar cómo
todo su cuerpo destila pasión, pero hay
algo más, lo sé, puedo sentirlo, hace que
todo mi ser se estremezca, cuando la
pasión va un paso más allá dejando a un
lado la razón. Y de pronto se separa de
mí, clavando sus ojos en los míos, como
esperando algo, como pidiéndome algo
que no sé qué es, o no lo quiero saber.
Yo no quiero pensar, mi cuerpo ahora
solo responde al estímulo de sus besos,
esos que han cesado de pronto y me
muero por reanudar. Si espera que sea
yo quien le detenga, no puedo, no voy a
poder nunca, sus caricias son un
bálsamo para mi lastimado cuerpo.

−Espera, espera... −dice


separándose un poco, pero solo un poco,
como si no fuera capaz de hacerlo del
todo−. No debemos, sería mejor que...
−Ssshhhhhh −vuelvo a besarle,
suelto mis manos de su agarre y las
enredo en su nuca, para atraerle más
hacia mí−. No pienses... Déjate llevar.
−Esto no está bien, nada bien −pero
a pesar de sus palabras corresponde a
mis besos, su mano se cuela bajo mi
camiseta para acariciar mi vientre,
apenas sin darnos cuenta, mientras
nuestras bocas no se dan tregua,
avanzamos hasta la cama.

Tardo varios segundos en


identificar que ese molesto ruido es el
teléfono que no deja de sonar, y otros
varios segundos en darme cuenta que
eso que me molesta exageradamente es
que sus manos ya no juegan a recorrer
mi cuerpo semi desnudo, sino que se han
detenido para contestar esa inoportuna
llamada.
Rueda sobre la cama para terminar
saliendo de ella, contestando con
monosílabos a su interlocutor, para
terminar colgando de un golpe seco el
auricular. Me mira. Se arrepiente, ¿por
qué?

− Lo siento, debo irme, Marco…


−¿En serio?, ¿vas a dejarme así?
−le interrumpo incorporándome en la
cama.
−Ever… −empieza a remeter su
camisa por dentro de los pantalones−.
No hace falta que te vayas, quédate aquí
si quieres.
−¡Vete a la mierda! −salto de la
cama dispuesta a salir del dormitorio
cuando sus manos me atrapan casi de
refilón haciéndome girar.
−Sabes que no puede ser…−y besa
la punta de mi nariz antes de salir.
−¡Cobarde! −grito sobreponiendo
mi voz al ruido de la puerta al cerrarse.

Gilipollas, estúpido, cobarde de


mierda... Cojo las botas del suelo y
empiezo a ponérmelas. Abrocho el
pantalón y me recoloco bien la camiseta,
paso las manos por el pelo para
adecentarlo un poco. ¿Por qué me
molesta tanto? ¿Por qué…?
−Eeeereeess
toooonnnnntaaaaaaaa

Pero esta vez no pienso caer en su


juego. Cuando estoy a punto de salir
reparo en la cajetilla de tabaco encima
de la mesa. Antes de que pueda ser
plenamente consciente de ello, mis
dedos ya han hecho añicos cuatro
cigarrillos, y ya que he empezado no veo
por qué parar… rebusco por la
habitación por si tiene otras, encuentro
dos más en el bolsillo de dos de sus
chaquetas y otras tres en el primer cajón
de la mesita de noche… Todos terminan
destrozados sobre la mesa de cristal. La
matanza de Texas pero con cigarrillos.
Cojo una de las cajetillas, la abro
sirviéndome de ella para dejarle una
simple nota.

"Que te jodan."

STEPHANO
Salgo en dirección a la habitación
de Marco, debe estar a punto de llegar y
es importante, nunca dejo de atender mis
obligaciones, aunque en esta ocasión he
de reconocer que hubiera deseado que la
llamada del deber se hubiera demorado
algo más... No, el deber me ha llamado
en el momento oportuno, justo en el
momento de volver a cometer otra
equivocación, ¡¡por Satanás!! Claro que
la deseo, aunque a veces creo que puede
llegar a desquiciarme es solo una
chiquilla, aunque una mujer al fin y al
cabo y las mujeres solo traen
problemas... no puedo complicarme la
vida, pero sentir su cuerpo tan cerca del
mío, sus labios en mi piel... No, no
puede volver a pasar, debe entenderlo,
será mucho mejor para ella, mejor para
ambos... Eso es lo que deberé repetirme
para lograr creérmelo. No puede volver
a suceder nunca más.
Cuando entro en la habitación de
Marco él todavía no ha llegado, pero a
los pocos minutos aparece utilizando el
pasadizo secreto, oculto tras un antiguo
tapiz que pende de una de las paredes.
La reunión es rápida, simplemente le
pongo en antecedentes y le ofrezco la
coartada que explica su ausencia de
estos días, y que previamente me he
encargado de difundir.

−Ve a buscar a Ever, debe ir


aprendiendo cómo funcionan las cosas
por aquí.
−Por supuesto −asiento
dirigiéndome hacia la puerta.

Camino con paso firme hacia mi


habitación, incluso antes de llegar
percibo que ya no está dentro, ha debido
regresar a la suya, no obstante entro,
olvidé la cajetilla de cigarrillos y el
encendedor sobre la mesa. Y justo ahí
descansa el encendedor tal y como lo
dejé, y a su lado aparecen un montón de
cigarrillos destrozados junto a una nota
escrita sobre el cartón, también roto, de
una cajetilla. "Que te jodan", breve y
escueta...
Salgo de nuevo al pasillo de un
humor un tanto aciago, no sé si
cabrearme con ella... o cabrearme
conmigo por haber dejado que las cosas
llegaran demasiado lejos, quizás solo se
merezca unos azotes, y no entiendo por
qué tiene esas reacciones infantiles si
luego quiere que la trate como a una
mujer, llevo mi mano al bolsillo y saco
mi tabaco, no me queda ni un jodido
cigarrillo, la arrugo y la lanzo al interior
de una papelera de mármol que dejo al
doblar la esquina, cerca de su
habitación. No me detengo en llamar a la
puerta, giro la manecilla y entro como
una exhalación.

−¿Se puede saber que quieres


ahora? −dice saliendo del baño
pasándose una toalla por el pelo−. Vete
anda, que creo que Marco ha silbado.
−¿Estás abanderando alguna
cruzada antitabaco? −pregunto obviando
su sarcasmo.
−Mi cruzada no es contra el tabaco,
sino contra gilipollas como tú −abre el
armario y se pone una simple camiseta
de tirantes negra. Se gira y me mira−.
¿Aún sigues aquí?
−¿Reaccionas como una criatura y
resulta que yo soy el gilipollas?
−resoplo−. ¿Puedo saber qué he hecho
ahora para que la tomes con mis
cigarrillos?
−Tú no eres muy listo ¿no?
−resopla−. Quiero entender que tu
actitud para conmigo no la tienes con el
resto de mujeres, porque si no, ahora
entiendo tu mal humor −se acerca y me
golpea con el puño en el brazo−. ¿Qué
crees que hacíamos en tu habitación?
¡Esas cosas no se interrumpen!
−Pero... Tengo obligaciones, la
lealtad, el deber, son principios
fundamentales aquí dentro. Marco quería
verme, era importante y simplemente
todo lo demás queda relegado −paso una
de mis manos por la frente hasta la nuca,
sin pretenderlo he sido excesivamente
vehemente, hasta que recapacito−. Pero
¡¡Maldita sea!! ¿Por qué me estoy
justificando?, ya hemos hablado de eso
Ever, no debemos dejar que ocurra, no
está bien, es un error, lo lamento, fue
culpa mía −digo un tanto compungido−.
Te prometo que no volverá a ocurrir...
Yo, lo lamento.
−¿Pero qué hay de malo? me gustas,
te gusto, follamos... No hay más
complicación que esa ¡Joder!, después
somos las mujeres las complicadas...
−alza el pie acercándolo a mi muslo e
instintivamente mis manos empiezan a
abrocharle los cordones de las botas−.
¿Vas a decirme ya a qué has venido? ¿O
tengo que adivinarlo? ¿¡No me digas que
quieres que te acompañe a por tabaco!?
−No, quiero que me acompañes a la
sala de reuniones, Marco quiere que
veas algo.
−¿Qué? No, uff suena a rollazo
total, paso −dice sentándose en la cama
y empezando a trenzarse el pelo.
−¿Cómo que pasas? −exclamo
poniéndome aún más serio−. No se trata
de una sugerencia, tienes que venir
conmigo.
−Solo si terminas lo que has dejado
a medias −dice guiñándome un ojo.
−Ever... ¡¡no empecemos!! −me
acerco hasta la cama, la cojo del brazo y
tiro de ella para conducirla hasta la sala
de reuniones tal como ha establecido
Marco, sus ojos me devuelven una
mirada entre pícara e inocente, y opone
la resistencia justa esperando que la
arrastre, parece que va a decir algo
cuando niego con la cabeza−. No, no es
negociable −sonrío mientras sigo tirando
de ella con firmeza pero con suavidad
hasta la sala, me cuesta evitar que una
sonrisa asome a mis labios, pero logro
mantenerme en mi sitio.
−Me encanta cuando te pones
duro... −me susurra justo antes de entrar.
MARCO
Stephano ya está dentro de mi
habitación, es el único en todo este lugar
al que le permito tal atrevimiento. Me
ofrece una razonable coartada, ya
difundida entre esos muros, estoy
tranquilo sabiendo que es él quien cubre
mis espaldas, no podría confiar en nadie
más, me gustaría poder agradecérselo de
algún modo, pero me temo que cualquier
palabra quedaría corta, está jugándose
su vida, su inmortalidad por mí, y me
consta que no lo hace solo por esa mal
entendida obligación, creo que en estos
años nuestra relación ya no es
estrictamente profesional, sino que ha
trascendido al terreno de lo personal.
Cuando cierra la puerta me doy
cuenta de lo oscura y lúgubre que es esta
habitación. Tantos siglos y ¿No me había
dado cuenta de eso?, hasta huele a
humedad y polvo y... A soledad, sí,
huele mucho a soledad.
Desato mi pelo y paso los dedos
por él, en el armario elijo ropa limpia,
sobria, triste y dejo correr el agua de la
ducha antes de que mi mente vuelva a
pensar en ella. SOY FELIZ. Ese es el
primer pensamiento que viene a mi
mente. Felicidad en estado puro. El
cielo es más azul, los pajaritos entonan
mejor sus cantos, hasta Stephano me ha
parecido más feliz, sin esa cara de
amargado que arrastra siempre. Puede
que a él también le siente bien la
compañía femenina que, aunque
impuesta y sumamente molesta, estoy
seguro que jamás se ha divertido tanto
en los últimos siglos, algo de diversión
le vendrá bien.
Releo el informe que reposa sobre
la mesa, no quiero aparecer sin tener ni
idea de cuál es el asunto que nos ocupa.
Un Vampiro, acusado de matar a dos de
los nuestros, miro las fotografías
recogidas por alguno de nuestros
informadores, y los comentarios que ha
hecho el acusado, implicando a una
tercera persona. Lo cierro de golpe. No
puedo detener mi mente, que solo hace
que recrear el cuerpo de Alessandra,
Alessandra vestida, Alessandra
desnuda, sentada, tumbada, de pie,
sonriéndome, cocinando, dormida... Me
miro al espejo, y tengo cara de
gilipollas.
Sí, sin duda, es un día feliz, me
repito a mí mismo cuando paso el peine
por mi pelo, y me lo recuerdo cuando
cojo la levita, colgada del respaldo de
una silla. Los pasillos de la Fortaleza
parecen diferentes, más luminosos, creo
que me estoy volviendo loco, el amor
me está volviendo loco, y no puedo
dejar que eso ocurra. Debo serenarme,
ser el Marco de siempre, estoy en una
complicada situación, quebrantando una
de las normas más importantes de
nuestra especie, de ser descubierto, toda
esa felicidad se tornaría tormento. No
tengo ganas de morir, no ahora, no ahora
que la he conocido.
Están todos esperándome, resoplo,
sonrío, cierro los ojos, respiro sin
necesidad y entro.

−Bien, ya has llegado −dice Samael


estrechándome la mano a la altura del
antebrazo.
−He estado de caza.
−Eso nos dijo Stephano −encajo del
mismo modo la mano con Albert−.
¿Mucho en que pensar?
−Adrenalina que quemar.

Y todo sucede como debe suceder.


Stephano entra con Ever y puedo ver
cómo esa joven crea expectación,
supongo que todos deben comentar quién
es y de dónde ha salido, el único que no
la mira es Samael, temo que esa relación
enfermiza pueda llegar a complicarle a
mi amigo las cosas.

−¿Sabes de qué se te acusa?


−pregunta Samael.
−Sí, pero no fue mi culpa…−sus
gritos se han tornado un hilo de voz−. Yo

−Has matado a dos vampiros, nadie
mata a los de nuestra especie, y debes
ser castigado.
−¡No!, ¡no por favor! Debían mucho
dinero, yo solo cumplo órdenes… Lo
lamento.
−Explícate −intervengo−. Dinero a
quién, a ti no, obvio.
−Perdonadme la vida, y os diré
todo lo que sé.

El condenado o presunto culpable,


para ser políticamente correctos, llora,
grita y suplica por su vida, y gracias a
que nos proporciona buena información
permuto su pena de muerte simplemente
por otra algo diferente, imaginativa, de
mis favoritas.

−Arrancadle los colmillos –


sentencio.
−¿Van a arrancarle los colmillos?
−escucho de fondo la voz de Ever.
Todo termina y antes de que a
alguien se le ocurra entablar
conversación conmigo, decido irme a mi
despacho, mi mesa debe estar sepultada
por miles de papeles, pero antes, debo
encargarme de Alessandra, no puedo
dejar que esté tanto tiempo sola, no,
nunca jamás, si algo le sucediera...
Stephano tendrá que encargarse de ello.

STEPHANO
Tras dictar su Sentencia Marco
abandona la sala, en esta ocasión ha
mostrado aparente benevolencia, aunque
sin duda yo preferiría la muerte a que
me arrancaran mis colmillos, ya no solo
por tener que soportar un terrible dolor
físico, sino por la connotación de
humillación que conlleva.
El resto de los miembros del
Consejo también se han levantado dando
por finalizada la reunión, casi todos han
abandonado ya la sala, tan solo se
escuchan de fondo las incesantes
súplicas de ese desgraciado, ya no
parece tan arrogante, ni siquiera ha sido
capaz de mantener una actitud digna y ha
acabado suplicando por su vida.
Ever ha permanecido atenta todo el
tiempo, ha seguido con interés los
interrogatorios, mostrándose expectante
por lo que sucedía en la Sala, y por todo
lo que comentaban los miembros del
Consejo, parecía fascinada no sé si por
la parafernalia que envuelve a este tipo
de situaciones o por ese sentido innato
que parece tener de emocionarse por las
cosas, a diferencia de tantas y tantas
veces en las que he asistido a
situaciones similares, e incluso he sido
partícipe de cientos de interrogatorios,
en esta ocasión mis sentidos no estaban
concentrados en las reacciones de ese
infeliz, sino en las de mi compañera, en
ese olor fresco que desprende su piel,
que la envuelve, en su cuerpo, que no sé
si deliberadamente, mantiene casi
pegado al mío, y en ese mechón de
cabello que enrolla de forma mecánica
en su dedo índice.
Permanece ensimismada durante un
buen rato, enrollando y desenrollando su
mechón de pelo que, lejos de
molestarme, parece ejercer en mí un
efecto hipnótico, he de forzar mi
parpadeo un par de veces, de forma
enérgica, y pasar la palma de la mano
por mi nuca, no entiendo cómo algunas
actitudes que hasta hace poco lograban
sacarme de quicio, ahora no lo hacen,
casi podría llegar a echarlas de menos...
Miro en dirección donde ya no queda
ningún miembro del Consejo y espero
que nadie haya reparado en mi total falta
de interés en el interrogatorio y mi
exagerada atención hacia ella.
Vuelvo la cabeza hacia la ventana,
el viento ha empezado a azotar con
fuerza los cristales, parece que se
avecina una tormenta, el cielo parece
embravecerse y las hojas de los árboles
se arremolinan en el suelo iniciando una
danza frenética que parece no tener fin,
el aire huele a tierra y humedad, en la
lejanía se intuye el reflejo de los
primeros relámpagos, y como un idiota
en lo único que puedo pensar es en
ella… Muevo la cabeza de forma
enérgica disipando ese estúpido
pensamiento.
Mientras arrastran al condenado
fuera de la sala hacia las mazmorras
donde se encargarán de ejecutar su
castigo, Ever intenta acercarse hacia
ellos, da un paso al frente y luego otro
más, casi poniéndose de puntillas,
tratando de obtener una mejor visión,
pero la detengo, rodeo su cintura con
uno de mis brazos e impido que siga
avanzando.

−Quieta.
−Pero quiero verlo. −protesta.

Su mirada sigue fija, casi anclada


en el mismo punto por donde el
condenado ha desaparecido, a penas ni
parpadea, me pregunto qué es lo que
estará pensando en ese mismo instante,
parece sobrexcitada, como si esa
cabecita no parara de darle vueltas a
todo, como si por fin hubiera
descubierto ese secreto tan bien
guardado, esa verdad que todo el mundo
intuye pero que nadie nunca ha logrado
contemplar.
Parece absorta... Refreno el
impulso de colocar ese fino mechón de
pelo, convertido casi en un bucle, tras el
hueco de su oreja, para así poder rozar
su mejilla pero en vez de eso, introduzco
la mano en el interior del bolsillo de mi
pantalón.

−Ever, vamos −digo soltando mi


brazo de su cintura−. Venga… −y mi
mano se desliza hasta encontrar la suya y
tirar suavemente de ella fuera de ese
salón.

Mientras ascendemos los escalones


hasta la planta superior, y durante todo
el trayecto por pasillos y corredores que
nos llevan hasta su habitación, no ha
parado de parlotear de manera
incesante, casi atropelladamente, su
vehemencia es arrolladora, en tan solo
unos minutos es capaz de montar y
desmotar varias tramas de
conspiraciones y contraespionaje sobre
las hipótesis que pueden haber llevado a
ese desdichado, que debe estar
revolcándose en estos momentos en
alguna de las mazmorras, a meterse en
semejante lío, si actuará solo o tendrá
cómplices, si es únicamente la cabeza
de turco e imaginando cómo debe ser el
que mueve sus hilos, elucubrando sobre
las diferentes personalidades que podría
adoptar ese "cocinero", sobre la triste y
anodina vida de las personas que sin
saberlo se llegan a convertir en
donantes... Pero lo que más me llama la
atención y me deja perplejo son sus
teorías conspiratorias sobre la que fuera
miembro del Consejo y compañera de
Marco, Gabriella, cuando se pregunta en
voz alta quién la habría matado... La
desaparición repentina de Gabriella
llenó de dudas e interrogantes la vida de
la Fortaleza durante un tiempo, pero
nadie se atrevió a mencionar nada de
forma abierta, sin duda por no abrir una
brecha aún mayor en la herida de
Marco, y sin embargo nadie nunca llegó
a sospechar, ni siquiera a aproximarse a
intuir... Y a ella le han bastado unos
minutos para acercarse tanto a la
verdad.
Me tiene desconcertado la forma en
que viaja su pensamiento, la manera en
que se cuestiona las cosas, aunque no me
sorprende, desde el primer momento que
la vi en aquel hotelucho en Alaska, supe
que era una chica lista.

−Hemos llegado −comento de forma


obvia y algo tosca por lo evidente,
cuando me detengo ante la puerta de su
habitación.

Me mira con esos infinitos ojos de


color escarlata, tan profundos que de ser
humana seguro que podría temer por
dejar expuesta su alma, su cuerpo se
acerca con lentitud al mío hasta que
anula el espacio entre ambos, uno de sus
brazos rodea mi cuello y se muerde el
labio sin fingida intención. Se alza de
puntillas atrapando mi labio inferior
entre sus dientes.

−¿Quieres entrar?

Y ya no puedo pensar porque mis


manos se han enredado en su pelo,
mientras mi cuerpo la empuja sin
preámbulos hacia el interior de su
habitación.
EVER
Mi cuerpo reposa prácticamente por
entero sobre el suyo, su olor, el olor a
sexo, el aire que entra por la ventana,
me parece una situación surrealista, más
propia de una película romántica que de
mi propia vida, si no fuese por el
incesante parloteo de Victoria dentro de
mi cabeza, casi podría pensar que se
trata de un sueño. El sabor de su semen
aún en mi boca, y no puedo evitar
sonreír, cerrar los ojos y simplemente
dejar de pensar, aunque ella no me deje,
y no pare de repetirme que estoy
cometiendo un error.

−¿Siempre eres así de tierno?


−susurro cuando sus labios besan la
curva de mi cuello.
−¿Eso te molesta? −su dedo índice
resigue mi brazo, desde el hombro hasta
la altura del codo.

Es fácil sentirse cómoda con él, a


pesar de esa aparente seriedad, detrás
hay un ser sumamente delicado, tanto
que temo hacerle daño.

−No estoy acostumbrada a eso


−digo pasados unos segundos.
−¿A qué estás acostumbrada, Ever?
−su voz delata que es una pregunta que
ronda su mente desde hace tiempo.
−No quiero hablar de eso.
Debería añadir que no quiero
hablar de eso con él, ¿por qué? Parece
tan dulce, agriamente dulce, qué
pensaría si supiera que yo… Y que más
me da lo que piense, atajo antes que sea
la propia Victoria la que me inunde con
ese pensamiento.
Step se incorpora sobre sus codos y
con un ligero tirón hace que me quede
sentada frente a él. Ambos desnudos
sobre la cama, jamás he sentido pudor
en esas situaciones, he pasado gran parte
de mi inmortalidad desnuda,
mayormente abierta de piernas, pero no
puedo evitar sentir un ligero rubor en
ese instante, y casi sin pretenderlo mis
manos tiran de las sábanas para
cubrirme.
−¿Cuándo vas a querer hablar de
eso?

Me levanto de la cama enrollada en


la sábana y camino hasta el gran
ventanal, abriéndolo de par en par,
dejando que se cuele el aire helado de
las montañas suizas.

−No eres mi amigo −cierro de


pronto el ventanal.
−Sin duda eso es cierto.

Se levanta en busca de su ropa


interior, mientras apoyada en el frío
cristal le observo, sus movimientos son
ágiles, como si tuviera prisa por salir de
aquí, y de pronto me mira, y no me hace
falta ser adivina ni tener ningún don para
saber qué es lo que va a decir, sus ojos
le delatan.

−Ever... −se pone sus calzoncillos,


como si medio vestido fuese más fácil
de seguir−. Esto no está bien.
−Lo sé, lo sé... el estigma del error
perpetuo me persigue desde mis inicios.
−No es eso joder, pero...
−Tranquilo −estoy dispuesta a
facilitarle el trabajo−. No debe volverse
a repetir, aunque déjame que te diga, que
para ser Stephano el perfecto, es
demasiado fácil tentarte.
Me giro hacia el armario, dejando
caer la sábana, quedándome desnuda.
Saco un par de prendas, casi elegidas al
azar, es lo bueno de tener poca ropa y
casi toda del mismo color, que siempre
todo pega con todo, voy directa al baño,
no percibo movimientos a mi espalda, se
ha quedado quieto en la misma posición.

−No hace falta que estés aquí


cuando salga −digo cerrando de un
portazo.

Gilipollas. Cojo el peine y empiezo


a pasármelo por el pelo. Imbécil. Meto
la mano por la ranura de la mampara
medio abierta y abro el grifo del agua.
Idiota. Tiro de los mechones hasta
hacerme ladear la cabeza. Me giro hacia
la bañera para meterme bajo el agua ya
caliente.

−¡¡¡Joder!!! Me cago en... −grito


sobresaltada cuando lo primero que veo
bajo el agua es la cara de Victoria.
−Tendrías que verte la cara, es de
chiste.
−No me toques las narices
−advierto.
−Ohhhh venga Ever, eres un polvo,
además un polvo con arrepentimiento.
−Y tú eres medio idiota.
−Qué pensabas, ¿que con él sería
diferente?
−No, claro que no.
−Ahora que ya has experimentado
la búsqueda del príncipe azul y has
fallado, ¿volvemos con Scotch?
−Es que es imposible −me quejo−.
¡No puedo sacarte de mi cabeza! Estás
siempre ahí...
−Y eso te encanta, me adoras.
−Con locura, te adoro con locura,
por eso nunca sales de mis pensamientos
−digo irónica−. Anda cállate, no digas
nada y lárgate.

Hago aspavientos con las manos


para disipar su figura delante de mí.
STEPHANO
No me muevo mientras se dirige al
baño, no sé muy bien qué hacer o qué
decir, no reacciono tampoco mientras
desaparece dando un portazo, solo
pienso… Pienso que no he debido dejar
que las cosas llegaran tan lejos, pienso
que estoy cometiendo un error, que no
debí dejarme llevar, que debo poner fin
a esta situación antes de que sea
demasiado tarde y nos pase factura a
ambos.
Me siento en el borde de la cama
para atarme los zapatos, termino de
abrochar los botones de la camisa
cuando su voz desde el baño me
sobresalta, sin duda debe haberse
cabreado, tengo que hacerle entender
que no es ella, que soy yo, que no quiero
ni puedo permitirme el lujo de iniciar
una relación que no lleva a ningún sitio,
pero ahora no es el momento.

−Ever, me marcho −elevo un poco


la voz aunque sé que no es necesario,
mientras termino de meter los brazos en
mi americana.
−No me toques las narices. −me
advierte tras la puerta.
−Joder eres imposible... −contesto
casi en un susurro.
−Y tú eres medio idiota
−Uffff −resoplo−. Está bien me
largo... ¿Quieres que me pase después?
−No, claro que no.
−De acuerdo, pues cuando se te
pase y quieras hablar, ya me buscarás.
−me dirijo hacia la puerta.
−Es que es imposible −parece un
tanto quejumbrosa−. ¡No puedo sacarte
de mi cabeza! estás siempre ahí...

Me detengo en seco.

−Con locura, te adoro con locura,


por eso nunca sales de mis pensamientos
−casi susurra−. Anda cállate, no digas
nada y lárgate.
Estoy a punto de girar sobre mis
talones y decir algo pero... No puede
ser, no puede haberse enamorado de mí,
no podemos haberlo estropeado tanto.
Abro la puerta y salgo al pasillo algo
aturdido. Así que ella en realidad no es
tan dura e indiferente como quiere
aparentar, así que sus ojos no mienten
cuando me miran, pero... No, es mejor
que todo se quede como estaba, es mejor
no complicar más las cosas... No puede
ser, simplemente es mejor no implicarse
demasiado, dejarse llevar aunque sea un
poco implica sufrir, siempre es igual,
siempre acaba perdiendo alguien.
Golpeo una de las paredes con el
puño y me meto en mi habitación
mientras tiro mi camisa y los zapatos
hacia un lado, me meto en la ducha y
apenas han pasado ni dos minutos
cuando suena el teléfono. Aseguro a
Brigitta que estaré en el despacho de
Marco en diez minutos.
Brigitta me espera en el pasillo, en
sus manos lleva varias carpetas
voluminosas, sin duda Marco va a tener
que ponerse al día, llegamos a su
despacho, y antes incluso de traspasar
las puertas estoy seguro de qué me va a
pedir. Brigitta deja las carpetas sobre la
mesa y se retira, como siempre, de
manera discreta.

−¿Todo bien con Ever? ¿Algún


problema con la hija pródiga? −pregunta
levantándose de su sillón, tras la mesa
de trabajo.
−Todo controlado.
−Bien, tienes que hacerme un favor.
−Por supuesto −contesto al instante,
mientras me acerco al mini bar y me
sirvo un dedo de Whisky−. ¿Ir a
Londres?
−Sí. –asiento, me tomo el trago, y
salgo del despacho.

En el pasillo me topo con Samael, a


quien cedo el paso, nuestras miradas se
han cruzado unos instantes, la suya es
taimada, como suele serlo siempre, mira
de soslayo como si tratara de esconder
alguna cosa, pese a los cientos de años
que hemos pasado juntos no tenemos
demasiada afinidad, no confío en él,
nunca lo he hecho, a pesar de que cuenta
con toda la confianza de Marco, siempre
he pensado que no es trigo limpio.
Sigo mi camino hacia mi habitación,
una vez dentro voy directo al armario
para preparar mi bolsa de viaje, siempre
viajo ligero de equipaje, no tardo más
de cinco minutos en tenerla lista y
dejarla sobre la cama. Me quito la
camisa y la cambio por otra limpia, saco
la cajetilla de tabaco del bolsillo de una
cazadora y compruebo que realmente no
me queda ninguno, estrujo la cajetilla y
la lanzo hacia la papelera, pienso en
coger un par de paquetes cuando al
mirar hacia la mesilla de cristal, donde
reposa una pequeña montaña de
cigarrillos destrozados, recuerdo que
tendré que comprar un cartón en el
aeropuerto, pienso en Ever y no puedo
evitar que a mis labios suba una sonrisa.
Algo sobre la mesilla de noche
llama mi atención, me acerco y recojo su
ipod, y vuelvo a pensar en ella y en esa
música un tanto estridente que le gusta
tanto, me dejo caer sobre el colchón y
me pongo los auriculares, selecciono al
azar una de las canciones, y de nuevo no
puedo evitar volver a pensar en ella, y
en sus últimas palabras tras la puerta del
baño.
No, no está bien, debo quitármela
de la cabeza, no debemos iniciar algo
que no tiene ningún sentido, pero quién
sabe, quizás... Dicen que quien no se
arriesga no gana. Apoyo mi espalda
sobre el cabecero de la cama y paso mis
manos tras la nuca, intentando
concentrarme en la música, en su
música, casi me es imposible hacerlo
pues son sus ojos escarlatas los que
dominan mi pensamiento.

EVER
Termino de perfilar un bonito bigote
a ese horrible cuadro de algún
“antepasado” de Samael, sonrío ante la
visión que muestra ahora, guardo el
lápiz de ojos negro en el bolsillo trasero
de mis vaqueros, nunca se debe salir sin
él, pues nunca se sabe cuándo puede
hacer falta.

−Yo no he sido, ya estaba así


cuando he llegado −digo cuando me veo
sorprendida por él.
−Querida, me alegro de encontrarte
–me muestra su pérfida sonrisa−. Y
celebro que ahora no estés ocupada
−añade mientras mira el cuadro de reojo
−. Ven conmigo.

Estoy a punto de replicar, pero algo


me dice que es más prudente
mantenerme callada, quizás su mirada, o
ese modo de agarrarme del brazo, casi
clavándome las uñas, y esa manera de
encajar la mandíbula… Me veo casi
literalmente arrastrada por el pasillo,
hasta que abre la puerta de su habitación
y me empuja dentro.

−Samael, ¿está todo bien? −me


siento nerviosa, hace que me sienta
nerviosa.

−¿Si está todo bien? −empieza a


quitarse la levita despacio y la deja
sobre una de las butacas, mientras libera
la hebilla de su cinturón y de un rápido
tirón lo saca de sus pantalones para, con
suavidad, colocarlo despacio sobre el
respaldo del sillón−. No lo sé... −da un
par de pasos hacia mí, me mantengo
extremadamente quieta, me gustaría
poder anticipar sus movimientos, me
rodea despacio y de pronto acaricia mi
cuello con la yema del dedo, dejándolo
caer por mi columna vertebral−. Me
siento un poco aburrido… −vuelve a
subir la mano hasta mi cuello
acariciándolo despacio−. Así, que las
cosas vayan bien, depende un poco de ti.

−Samael, ¿qué haces? −sus manos


siguen recorriendo mi garganta hasta que
su mano la rodea por completo,
apretando−. Viktor me espera para…
−Viktor puede esperar... −tira de mi
brazo hasta colocarme frente a él−.
Vamos esperaba que fueras un poco más
cariñosa... −su mano se sitúa
deliberadamente sobre uno de mis
pechos presionándolo, su pulgar aprieta
mi pezón por encima de la fina tela de
mi camiseta.
−No creo que puedas tener queja
padre, he obedecido, no me he
escapado, no he quemado nada −sonrío
un poco e intento apartar su mano−.
Creo que he sido bastante solícita a tus
necesidades, pero ahora mismo no
puedo, me están esperando.
−Ya te he dicho... −su tono de voz
no se altera, continúa siendo bajo, casi
un susurro helado−. Que Viktor puede
esperar. −su mano se desliza desde mi
nuca al nacimiento del pelo, donde
enreda sus dedos, tirando ligeramente de
él−. Cualquiera debe esperar −añade,
mientras con la otra mano desabrocha el
botón de sus pantalones y tira del faldón
de la camisa hacia fuera.
−Samael, déjalo...
−Vamos, querida... −su boca se
tuerce en una horrenda sonrisa, mientras
sus ojos siguen clavados en el
nacimiento de mis pechos−. Ahora no
vas a hacerte la puritana.

Su mirada lasciva se clava en mí,


puedo adivinar hasta cómo paladea el
momento en que va a meterse entre mis
piernas, y empiezo a pensar todo lo que
podría perder si le rechazo. Estaba tan
equivocada con él, y ahora esa
equivocación va a pasarme factura.
Intentar quitármelo de encima sería un
error nefasto, la culpa era de Victoria,
me veía en esa situación por su culpa
y… ¿Dónde estaba ella ahora?
Siento la mano de Samael
agarrándome más fuerte por el pelo,
subo mi mano hacia su brazo, y con una
suave caricia enredo mis dedos con los
suyos, intentando que me suelte. Pruebo
a dar un par de pasos hacia atrás, pero
me veo aprisionada entre él y su enorme
cama. No puedo evitar dirigir la mirada
a su entrepierna, para ver cómo termina
de liberar la camisa del interior del
pantalón.

−No pretendo hacerme la puritana,


padre…−intento pronunciar con ímpetu
esa última palabra−. Es solo que… No
creo que…
−No crees que... ¿Qué? −retira la
mano de mi nuca y la desliza por mi
espalda hasta el final de la misma,
donde sus manos presionan con avidez
la redondez de mis nalgas, me atrae
hacia si, puedo sentir la dureza de su
miembro, y es uno de esos momentos en
los que desearías desaparecer, intento
resistirme, pero cuanta más resistencia
opongo más se curvan sus labios en una
sonrisa, acerca su cara a la mía y la
punta de su lengua recorre mi mejilla
hasta detenerse en mi oído, mi cuerpo
tiembla, no de deseo, sino de asco, y esa
repugnancia hace que él se excite más−.
Qué no debes, ¿complacerme?
−Si estás intentando excitarme
−digo tragándome el miedo que pugna
por salirse de mis entrañas−. Creo que
no lo estás haciendo del todo bien… Y
de querer complacerte, lo haría porque
quisiera, y no porque sea mi deber ni mi
obligación, no soy tu puta −intento
mantener la cabeza alta, incluso
sosteniéndole la mirada.
−¿Excitarte? −de repente eleva un
poco el tono de su voz y de un empujón
me lanza sobre la cama−. ¿Qué te hace
suponer que necesito que te excites?
−mientras me aprisiona con su cuerpo,
una de sus manos tira del botón de mis
pantalones hasta liberarlos, su rodilla se
sitúa entre mis muslos, apretándola
contra mi sexo−. Eres mía, puedo
follarte cuando me apetezca, me
perteneces, ¿qué te has creído? no vas a
poner reparos a estas alturas, ya has
complacido antes a muchos otros... −y es
entonces cuando una de sus manos se
aferra a mi espalda, haciéndome notar
mis antiguas heridas.
−Quítate de encima, Samael −digo
luchando con todas mis fuerzas para
lograr que me suelte−. Yo no te
pertenezco, ¡suéltame! −y aunque he
intentado mantener un tono de voz neutro
y calmado, empiezo a escucharme a mí
misma con ese punto de histeria que me
invade−. Suéltame...−sus manos, rompen
el cierre del sostén sin apenas esfuerzo
−. Déjame Samael −intento mostrar una
seguridad que ni por asomo siento.
−Sí que me perteneces... Te di la
vida eterna y llevo años buscándote
−mientras una de sus manos aprisiona mi
garganta, con la otra baja poco a poco la
cremallera de su pantalón−. ¿Qué te
pasa?, yo sé que te gusta... −libera su
miembro de la presión de la ropa
interior y de un empujón se mete dentro
de mí, sin miramientos−. ¿O es que
ahora prefieres que te follen mis
lacayos? −empuja más fuerte mientras
tira de mi rodilla hacia afuera para
separar más mis muslos−. Me crucé
hace un rato con Stephano y olía a
sexo... Olía a ti.

Es la segunda vez que me folla sin


yo quererlo, pero en esta ocasión, no
solo sus acometidas son más duras,
también lo son sus palabras, su mirada
destila un profundo odio, puedo beber
de su desprecio, respirar la repulsión
que siente en esos momentos, cómo
escupe poco a poco cada palabra, como
un veneno que fuera a matarle si no lo
soltara.
Y aunque intento cerrar las piernas,
aunque procuro empujarlo lejos de mí,
voy perdiendo ímpetu, muero un poco
con cada una de sus embestidas. Noto la
humedad de las lágrimas en mi cara, y
después de décadas dedicándome a
satisfacer los más bajos instintos de los
seres más odiosos, siento asco de mí
misma, de permitir a alguien como él
usarme así. Él debería protegerme, es mi
creador.
Y me gustaría decirle que le odio,
que su lacayo, como él lo ha llamado,
me hace sentir mil veces más con una
sola caricia que él con su polla. Que él
jamás lograría hacer que disfrute como
me ha hecho disfrutar Stephano. Pero
simplemente miro a un lado, contando
las florecillas que decoran las cortinas,
intento fijar la vista en alguno de esos
estúpidos cuadros o en su caja fuerte
que ha dejado abierta, intento centrar mi
atención en cualquier cosa que no sea él,
mientras que con las pocas fuerzas que
me quedan, hago algún que otro intento
esporádico por alejarle de mí, como un
espasmo que no puedo evitar.
Se corre rápido, aunque a mí el
tiempo se me haya hecho eterno, se
levanta poco a poco, observando mi
cuerpo desnudo, los pantalones reposan
en el suelo, y la camiseta arrugada a la
altura de mi cuello, mostrando mis
pechos. Sonríe satisfecho.

−Venga vístete −dice subiéndose los


pantalones−. Y sécate esas lágrimas, no
seas ridícula.

Termina de ajustar su camisa dentro


de sus pantalones y pasa las manos por
su pelo, me mira y se ríe. Me visto
despacio, seco mi cara, deslizo los
dedos por mi pelo, hago un ovillo con el
sostén y lo guardo en el bolsillo trasero
de mi pantalón.
−Un placer −dice sirviéndose una
copa.
−No puedo decir lo mismo.

Salgo de su habitación dando un


sonoro portazo.

STEPHANO
He estado un par de horas
debatiendo si marcharme directamente a
Londres o ir a hablar con ella, mientras
esa música que tanto le gusta y que no
había oído jamás retumba en mis
oídos… Salgo de mi habitación
portando la bolsa que me acompaña en
todos mis viajes, y guardando
distraídamente el ipod en el bolsillo de
mi camisa. Recorro los pasillos con un
rumbo y un destino fijo, su habitación, y
con la determinación de decirle que
quizás estoy equivocado, que quizás he
sido demasiado tajante, que lamento
haberme cerrado en banda intentando no
mostrar una parte de mí que no quiero
que nadie vea, que no me gusta expresar
lo que siento porque en realidad no sé
muy bien lo que siento, pero lo que está
claro es que aunque lo intento, no puedo
dejar de pensar en ella.
A medida que reduzco la distancia
para llegar a su encuentro, crece mi
determinación a decirle que estoy
dispuesto a intentarlo, a bajar mis
defensas y exponerme como no lo había
hecho nunca antes y ha tenido que
aparecer ahora esta chiquilla para
volver mi mundo del revés, tanto como
para dejar que por una vez sea mi
muerto corazón el que mande en vez de
mi cabeza.
Paso mi mano por la nuca y la llevo
al bolsillo de mi pantalón cuando me
doy cuenta que he olvidado mis
cigarrillos, sonrío casi sin querer, hasta
me ha hecho olvidar que me los ha
destrozado todos.
Sí, estoy decidido a cogerla fuerte
por la cintura y besar sus labios como
nunca antes la han besado, a dejarme
llevar y dejar de lado los prejuicios y
exponer mi corazón a ser partido en mil
pedazos, porque en realidad sino lo
expongo tampoco puedo sentir que estoy
vivo, o al menos no vivo del todo, un
poco paradógico para alguien que lleva
casi un milenio sin oír su propio latido
dentro del pecho.
Necesito tenerla muy cerca y poder
decirle que no es un error, que ya no lo
creo, que puede que en realidad no lo
haya creído nunca... Necesito sentir
cómo su pelo roza mi cara mientras le
digo que quiero intentarlo, que quiero
cogerla de la mano y arrastrarla hasta el
pueblo para invitarla a ese helado que
nunca llegué a comprarle, aunque me
parezca una locura, quiero dejarme
arrastrar por sus locuras, por su risa...
quiero tenerla de nuevo entre mis brazos
y amanecer junto a ella, sin tener que
salir corriendo mientras me pongo la
ropa y me niego a mí mismo lo que está
pasando.
Antes de doblar la esquina tras
atravesar uno de los salones del primer
piso, cerca de las dependencias
privadas de Samael, oigo un portazo y
un aroma muy familiar azota mi nariz,
justo en el instante que giro a la derecha
para verla soltar el pomo de la puerta,
precisamente de esa puerta, de su
puerta... el olor a sexo se mezcla con ese
olor tan suyo que he aprendido a
distinguir entre millones en tan poco
tiempo, su pelo enmarañado, su mano
tratando de alisarlo, y cuando gira la
cabeza y sus ojos se topan con los míos
con esa mirada entre sorprendida y
airada, parece detenerse el tiempo, de
una forma dolorosa, de esa forma en la
que te laceran hasta los segundos que,
crueles, van pasando, dos figuras
suspendidas en el filo de sus propios
cuerpos, separadas a penas por unos
pasos pero, en esos momentos,
infinitamente lejos, muy lejos, se
prolonga ese momento confuso, aciago
que me golpea en la boca del estómago,
es la puerta de Samael, podría ser la
puerta de cualquier otro y el dolor sería
igual de intenso, pero no la sensación de
quemazón, no la sensación de sentirme
traicionado, de que incluso sin saberlo
sea precisamente Samael quien me robe
mi ilusa esperanza... siento ganas de
golpearle hasta que me duelan los
nudillos, las mismas ganas que me he
tenido que tragar otras veces, pero
ahora... ahora se trata de ella, que sigue
con su mirada fija en mí, sin rendir sus
ojos, puede que hayan pasado solo unos
instantes, pero una vida se ha ido en
ellos... esos segundos que parecen
horas.
Adelanta una de sus manos, parece
que quiere decir algo pero no le doy
tiempo a que sus labios se separen,
porque me doy la vuelta con tanta
rapidez que casi me golpeo con uno de
los muros, aunque puede que mi puño
haya llegado a golpearlo.
Cuando he avanzado un buen trecho
creo oír mi nombre pronunciado de
manera queda por sus labios, o igual es
únicamente lo que me hubiera gustado
escuchar pero no me detengo, continúo
mi rápido descenso por las escaleras
hasta la planta baja, quiero encontrar mi
retazo de intimidad, quiero aislarme del
resto del mundo, creo que incluso hasta
de mí mismo, afortunadamente no me
tropiezo con nadie cuando atravieso y
dejo atrás uno de los salones donde
suelen reunirse algunos compañeros a
esas horas, otras veces suele estar muy
concurrido, afortunadamente en estos
momentos está desierto.
Estúpido, actuando como un
adolescente cuando tienes casi mil años
a tus espaldas, necio, iluso, tan solo has
expuesto tu corazón durante cinco
minutos dejándolo sin defensas para que
ella venga a destrozártelo...
Me siento ridículo, estafado, tanto
tiempo recluido en mi propia burbuja,
sin sentir la necesidad de compartir
nada con nadie, sin la necesidad de
sentir anhelos, sin remordimientos, sin
sentir dolor, sin sentir en realidad nada y
ahora, una mujer, casi una niña me hace
creer que merece la pena arriesgarse a
amar, y todo se derrumba incluso antes
de haberlo intentado, que cruel el
destino que me arrebata esa efímera e
ilusoria felicidad casi intuída antes
incluso de llegar a saborearla.
Acelero el paso. Nunca sabrá que
estuve tan cerca de ser otro necio
enamorado, o de creer serlo, nunca más
bajaré mi coraza, hace apenas dos horas
yacíamos juntos... iluso de mí. Solo
quiero largarme a Londres a cumplir mi
misión y olvidar que todo esto ha
pasado.
Subo en mi moto y doy gas a fondo,
abandono la Fortaleza maldiciendo el
día y la hora en que Marco me envió a
buscarla.

EVER
Una vez leí la absurda idea que los
seres inmortales poseían dones, como si
de los X−Men se tratase. En ese
instante, descubro cual habría sido el
mío de tenerlo, soy capaz de parar el
tiempo. Solo son segundos, pero me
parece que una eternidad ha pasado
entre que nuestros ojos se han
encontrado y mi mano se ha movido
haciendo que él huyera
atropelladamente.
Y no entiendo por qué me duele
tanto el pecho, es como si me ahogase
sin ahogarme, esa necesidad de gritar
aunque la voz jamás salga, casi tan
horroroso como las dagas que rasgaron
mi espalda, pero de un modo totalmente
distinto.

−Step...

Doy un par de pasos hacia donde se


ha marchado precipitadamente, con una
mirada tan dolida que me había helado
por dentro. Sabía que iba a hacerle
daño, sabía que íbamos a hacernos
daño. Porque en esas pocas semanas se
había colado por alguna grieta poco
enmasillada de mi coraza. Corro en
dirección al garaje, a tiempo de ver
cómo abandona la fortaleza dando gas a
fondo, levantando la gravilla de la
entrada.

−¡STEPHANO! −grito a pleno


pulmón sabiendo que sería casi un
milagro que me escuchase.

Siento una ligera presión en el


pecho. Huelo a sexo, tengo el sabor de
sus besos en mi boca, su saliva
recorriéndome el cuerpo. Maldito hijo
de puta... le odio, me odio... siento asco
y náuseas. Subo de dos en dos los
escalones hasta llegar a la ilusa
seguridad de mi habitación, mis manos
se mueven torpes cuando intento
sacarme la ropa y tropiezo antes de
meterme en la ducha, hago que el agua
caiga sobre mi cabeza, mientras mis
rodillas se niegan a sostener por más
tiempo el peso de mi cuerpo. No puedo
borrar ese horrible recuerdo de sus
manos recorriendo mi piel, ni ese ligero
dolor que siento en mis entrañas, donde
se ha derramado mientras su sonrisa se
tornaba una mueca de triunfo.
Y aunque no es comparable, no sé si
me duele más lo que ha pasado dentro
de esas paredes, o justo cuando he
podido escapar de ellas. Qué cruel es el
destino, guiando sus pasos hacia lo
único que sé que jamás me perdonará.
Me siento como si lo hubiese perdido
todo, aunque sé que es totalmente
absurdo ya que jamás he tenido nada.

−Te odio −le digo cuando aparece


delante de mí.
−Aja... −y finge apuntarlo en una
libreta imaginaria−. ¿Qué más?
−Te desprecio.
−Interesante... sobre todo
partiendo de la idea inequívoca de que
yo no existo y solo soy una mera
proyección de ti misma.
−Vete.
−Nunca −y estalla en una
carcajada.

Me levanto, cojo la toalla y me


enrollo en ella, sus ojos, esos ojos,
dolidos, los de Samael, satisfechos. Me
miro en el espejo, ¿Qué dicen los míos?
Nada. Absolutamente nada. Victoria
sigue apuntando en su libreta imaginaria,
como si de una psicóloga se tratase.
Intento no mirarla, no pensar, no hacerle
caso, pero se me hace imposible cuando
cada vez que me giro la veo ahí.

−Sabes... −dice recolocándose


unas gafas que no lleva−. Stephano
odia a Samael, lo conoce, lo tiene
calado desde hace tiempo, él te
advirtió del daño que podía hacerte,
sin embargo, al verte salir de su
habitación, le ha sido más fácil pensar
que eres una zorra a no que él sea un
cabrón que te ha forzado.

Voy a replicar, pero me doy cuenta


que tiene razón, y cuando la tiene, la
tiene, no voy a quitársela. Me visto
despacio. Peino mi pelo con la mirada
perdida en esas blancas montañas.

−¿Por qué no lloras?


−Porque estoy hasta los cojones de
tener que llorar por todo −me levanto y
tiro el peine sobre la cama−. No me ha
dejado ni explicarle... ha presupuesto lo
peor de mí.
−Motivos no le faltan −ríe
divertida−. Venga Ever, ¿qué más te
hace falta para ver que éste no es tu
sitio?
−Nada más.
−Pues vámonos.
−Nos iremos cuando yo diga.
Ahora, lárgate.

Me giro a tiempo de ver cómo su


figura se evapora.
STEPHANO
He llegado al aeropuerto en menos
de la mitad del tiempo en que lo hubiera
hecho un humano, conduciendo por
instinto, ya que ni siquiera he prestado
atención a las curvas de la carretera, me
las conozco de memoria, podría
trazarlas con los ojos cerrados con la
seguridad que no fallaría ni una sola
vez, el precipicio en que desembocan
esas altas montañas escarpadas no
produce el menor vértigo a mi estómago,
es la rabia que todavía me reconcome
por dentro y que sigue pugnando por
salir. Aparco la Harley en uno de los
boxes que tenemos a nuestra disposición
en el mismo hangar donde reposa una de
nuestras avionetas y el jet, que suelen
utilizar los miembros del Consejo en sus
desplazamientos, el resto solemos viajar
en vuelos regulares para no llamar la
atención.
Todavía faltan un par de horas para
mi vuelo hacia Londres, así que
parapetado tras mis gafas de sol sondeo
las llegadas de vuelos internacionales,
hace un rato que he fijado mi objetivo,
un par de japoneses de mediana edad,
varones que por su forma de vestir y por
su olor me dan a entender que nadie
echará de menos, se dirigen a uno de los
stands de vehículos de alquiler. No les
pierdo de vista ni un momento,
guardando las distancias, en cuanto
salen del aparcamiento y compruebo que
no toman la carretera principal sino una
poco transitada carretera de montaña,
les sigo corriendo entre los árboles,
sorteando desniveles, tras una de las
curvas más cerradas, donde es necesario
reducir la velocidad, les sorprendo
saltando sobre el techo de su coche,
haciendo que se estrelle contra las
enormes piedras del arcén.
La rabia que devoraba mi estómago
desde que abandoné la Fortaleza se
desboca por fin, crispando mis puños y
haciendo aflorar mis colmillos.
Se inicia el juego, empieza la caza y
doy rienda suelta a mis instintos
asesinos, no tengo necesidad de
alimentarme, la sed de sangre que siento
en estos momentos se debe a un motivo
aún más atávico y salvaje, me siento
herido.
Todo ha terminado rápido,
demasiado rápido sin duda para sosegar
mis pulsiones, en mis retinas todavía
reverberan los reflejos de las llamas en
el fondo del desfiladero, el vehículo se
vislumbra como un amasijo de hierros
incandescentes, cuando localicen los
pocos vestigios de cuerpos
carbonizados nunca llegarán a adivinar
que ni una gota de sangre circulaba ya
por sus venas cuando exhalaron el
último suspiro, ni podrán advertir sus
gargantas destrozadas.
Desconecto mi móvil y abrocho el
cinturón de mi asiento, mientras cierro
los ojos tras las gafas, no quiero pensar,
me niego a hacerlo y solo espero que
durante el viaje no me asalte su mirada,
ni me acompañe el escarlata de sus ojos,
todo terminó incluso antes de haber
dado inicio, la próxima vez que nos
veamos, si esa próxima vez llega,
seremos tan solo compañeros.
Londres me recibe con un día gris,
plomizo, con un cielo encapotado que
me anuncia que probablemente no dejará
asomarse al sol, me encojo de hombros
cuando salgo del taxi y subo las
escaleras hasta el hall de mi hotel, nunca
he prestado demasiada atención al
tiempo, no me molesta la lluvia y hoy no
tendría por qué ser diferente.
Dejo la bolsa sobre la cama y miro
distraídamente por la ventana, parece
que la lluvia va a dar una tregua, aunque
se ha levantado una ligera niebla que
amenaza con enturbiar aún más el
ambiente. Me llevo la mano al bolsillo
de la camisa y en ese momento recuerdo
que no tengo ni un puto cigarrillo y que
he olvidado por completo comprar una
cajetilla. Me acerco hasta el pub de la
esquina pido un whisky y cambio para la
máquina de tabaco. Bebo mi copa de un
trago, dejo un billete sobre la barra y
enciendo mi cigarrillo nada más salir a
la calle.
Me parapeto al otro extremo de la
calle, frente a la casa de Alessandra,
mis sentidos me indican que está dentro,
aunque todavía no he llegado a verla en
ningún momento, y me dispongo a dejar
pasar las horas intentando mantener mi
pensamiento fijo en un único objetivo,
atender la petición de Marco y proteger
a su humana.
Un ligero movimiento tras una de
las cortinas de la primera planta y una
luz que se enciende me deja vislumbrar
la figura de Alessandra, se sienta ante
una amplia mesa y parece tener delante
la pantalla de un ordenador. Desde mi
posición puedo observar una botella y
cómo enciende un cigarrillo tras otro.
Supongo que no va abandonar su
domicilio, han pasado las horas y tan
solo se ha levantado de la silla una vez,
miro mi reloj que marca las cinco de la
madrugada y parece que no tiene
intención de irse a dormir. Todo
aparente normalidad, nada llama mi
atención en los alrededores, nadie se ha
acercado a su casa y ni siquiera han
pasado vehículos por la calle, todo está
en calma.
Amanece, y aunque hoy tampoco el
sol hará acto de presencia
suspendiéndose en el cielo, la luz poco a
poco ha ido ganando espacio a la
oscuridad en el horizonte, y la ciudad
empieza a despertarse. Los más
madrugadores se apresuran para ir al
trabajo tras detenerse a tomar su primer
café, y en la casa de enfrente el silencio
es roto por el insistente sonido del
teléfono. Agudizo el oído, alguien le
recuerda que la subasta será mañana,
pasarán a recogerla a las once.
Llamo a Marco para informarle.
MARCO
Cierro los ojos y me muevo al
compas de la música que suena a mi
alrededor. Hace unas quince horas que
estoy encerrado, enclaustrado en mi
despacho, sepultado bajo una grotesca
montaña de papeles, de los cuales la
mitad no me interesan, y el otro
cincuenta por ciento no me importa.
Rubrico una firma en el último
contrato de compra venta de un precioso
palacete de Barcelona. No he visto la
propiedad, pero me han asegurado que
es bonita y tranquila. Cierro la carpeta y
poniéndola a mi derecha me doy cuenta
que estoy harto de todo eso, por primera
vez en tantos milenios, desearía estar
lejos de la Fortaleza. Embrujado,
hechizado por esa mujer exuberante, de
besos profundos y sexo pasional, no
puedo evitar empalmarme cuando pienso
en ella. Pero debo desechar toda
distracción de mi mente y centrarme en
mis negocios, cuanto antes termine antes
podré reunirme con ella, y estará a
salvo, Stephano cuidará de ella, como si
le fuese la vida en ello, le va la vida en
ello.
Enciendo el portátil y me centro en
repasar los últimos correos
electrónicos, muchos de nuestros
informadores pasan periódicamente un
informe sobre su objeto de vigilancia.
En este caso, las peores informaciones
llegan de Vietnam, ese terreno se está
haciendo quebradizo y si no actuamos
con pericia podemos correr peligro.
Puede que haya llegado el momento de
ponernos algo más serios con ese tema.
Las autoridades locales están ya tras la
pista de unos posibles asesinos en
serie… Paso la mano por mi pelo, sí,
debemos actuar antes.
Entra sin picar a la puerta, como si
fuese su habitación o alguna
dependencia de su dominio, me mira y
se sienta frente a mí. Sus dedos
juguetean con un clip rojo que hace
escasos segundos sujetaban ocho hojas
de papel.
−Tu impertinencia te persigue −digo
dejándome caer sobre el respaldo.
−Pero yo soy más rápida −replica
aún sin mirarme−. Dónde has mandado a
Step… phano.
−Londres.
−¿Y Samael?
−También se ha ido.
−Y ¿quien se supone que me vigila
ahora?
−Nadie −alzo la vista−. ¿Debo
encargar a alguien esa misión?
−No.

Se queda inusualmente callada, así


que prosigo haciendo lo que hacía antes
de que su presencia me interrumpiera.

−¿Cuándo vuelves a irte?


−Mañana −digo en un arrebato de
sinceridad.
−¿Puedo ir contigo?

Su mirada destila tal inocencia, que


no parece la misma vampira que llegó a
la Fortaleza hace unas semanas,
Stephano ha hecho un buen trabajo. Dejo
los documentos sobre la mesa y los
engancho con otro clip.

−No −respondo a su pregunta.

Cuando voy a levantarme para


archivar los documentos ella lo hace
más rápidamente y cogiéndomelos de las
manos se dirige al mueble.

−¿Alfabéticamente?
−Creía que no sabias leer.
−Mentí, lo hago mucho.

Se queda callada las siguientes


horas, me sorprende el silencio que se
puede respirar incluso estando ella en la
estancia. Verdaderamente Stephano ha
hecho un buen trabajo con esa chiquilla
y en un tiempo récord. Mi móvil suena y
veo que es una llamada desde
Londres… Londres… Alessandra.
Sonrío sin querer.
−Ever −le digo antes de contestar−.
Vete −y lo hace, no puedo estar más
sorprendido−. ¿Dime?... Ajá…
Tranquilo, yo me encargo.

Me sirvo una copa que paladeo


despacio, una subasta… Sin duda esos
cuadros solo pueden ser míos, de nadie
más, le arrancaría los ojos a cualquiera
que osara contemplarlos. Supongo que
por ese motivo no voy a dejar que sea
Stephano quien se encargue de eso…
Soy demasiado celoso de lo que es mío,
de mi propiedad. Salgo del despacho y a
pocos pasos está la mesa de Brigitta, sin
ella mi vida sería un absoluto caos.
−Tengo trabajo para ti.
−¿Más señor? −se queja con una
sonrisa en los labios.
−¿Sabes? si lo dices de ese modo,
no intimidas a nadie −me siento en una
de las sillas frente a su mesa. Van a salir
unos cuadros a subasta, en la Galería
Sothesby's, hay un lote que me interesa
especialmente.
−Aja −apunta el nombre de la
galería y el pintor, pintora en este caso−.
¿Tengo algún límite?
−Ninguno. Solo una cosa…
−Diga…
−Cómpralos todos en bloque, no
quiero perder ni uno.
−Entiendo −y deja la libreta a un
lado−. ¿Algo más?
−No. Gracias Brigitta.

Salgo a la tranquilidad del


amanecer, todo permanece en relativo
silencio, algunas voces vienen de una de
las salas comunes que se usan para el
divertimento de todos en momentos de
inactividad. Nunca he frecuentado
dichas salas, la soledad de mis
aposentos es todo el divertimento que
necesito, que necesitaba, me corrijo,
pues ahora mi única diversión se halla
entre las piernas de Alessandra.
ALESSANDRA
Regreso a casa, cómodamente
instalada en el asiento trasero del Sedán
que hace unas horas me trajo hasta
Sotheby´s. Presiono mis sienes
ligeramente con una de mis manos, la
velada ha sido intensa, muy intensa
podría decirse, hacía meses que no veía
a alguna de las personas con las que me
he cruzado y no he tenido más remedio
que detenerme a intercambiar algunas
frases amables, aunque solo fuera por
mera cortesía. Recuerdo la cara que han
puesto esas dos harpías amigas de mi
madre cuando se han acercado a mí solo
para husmear, aunque han salido un tanto
trasquiladas, creo que las normas de la
buena educación no aconsejan hacer
mención sobre haber compartido el
lecho con el marido de una de ellas,
sonrío al recordar la cara de estupor que
puso el aludido, pero mayor satisfacción
obtuve en escandalizar a su cornuda
esposa.
Me asquea tener que alternar con
todos ellos, ratas que han ascendido y
pugnan por hacerse un hueco entre la
élite, infelices que solo viven de
apariencias, luchando por ampliar cada
vez más sus expectativas, los detesto, a
todos ellos, siempre me han causado
náuseas.
Enciendo un cigarrillo haciendo
caso omiso a la pequeña señal de
prohibición que exhibe uno de los
paneles de cristal tintado que me
separan del chófer, preservando mi
intimidad, estoy segura que no hará la
más mínima intención de reprobar mi
actitud, no sería apropiado... compruebo
en el reflejo de uno de los cristales de la
ventanilla como mi cara muestra un
gesto hastiado.
Mi pensamiento vuela de nuevo a la
sala de subastas, y aunque estoy
orgullosa por Charlie y la proyección
que ha alcanzado su obra, no dejo de
preguntarme por qué sus cuadros más
intimistas, los menos conocidos, que
casualmente corresponden a los cinco o
seis desnudos que me hizo a lo largo de
los años que estuvimos juntas, son
precisamente los que han alcanzado una
mayor cotización... dos millones de
libras, sin duda muy por encima de su
valor de salida. Me pregunto quién
estaría tan interesado en adquirir todo el
lote de desnudos, aunque he solicitado
que me facilitaran el nombre del postor,
la política de privacidad y el garantizar
el anonimato a sus clientes ha impedido
que pudieran satisfacer mi curiosidad,
como muy amablemente me han
indicado.
Por muchas vueltas que le doy no
logro recordar si Charlie o yo
conocíamos a alguien en Suiza que
pudiera estar interesado en la obra.
Suspiro mientras aplasto la colilla en
uno de los impolutos ceniceros.
Giro la cabeza para mirar
instintivamente por la luna trasera, tengo
la sensación de que alguien me mira
fijamente, como si me siguieran, es solo
una sensación, pero no me ha
abandonado en ningún momento desde
hace horas. Puede que me esté
volviendo una paranoica o puede
simplemente que eche terriblemente de
menos a Marco, tan solo han pasado
unos días desde que se marchó de mi
lado, pero el hecho de no saber nada de
él, de no saber dónde está ni dónde
puedo localizarle, y lo que es aún peor
el hecho de no saber cuándo volverá a
reunirse conmigo hace que me sienta un
poco intranquila. No debería estarlo, lo
sé, me dijo que volvería pronto, y confío
ciegamente en su palabra.
Nos detenemos ante un semáforo en
rojo y de nuevo esa sensación de no
estar sola, como si alguien me observara
desde la distancia, de forma automática
vuelvo mi cabeza para mirar hacia atrás,
aunque no veo a nadie.
Me sobresalto al oír el sonido de
mi móvil que vibra con insistencia en el
interior de mi bolso de mano, observo la
pantalla y rechazo la llamada sin
contestar, vuelve a ser el mismo
periodista que ha llamado antes
interesado en obtener unas
declaraciones sobre temas que nada
tienen que ver con la subasta, a pesar de
no haber sido muy amable hace un rato
cuando le colgué por segunda vez parece
no importarle volver a insistir. Tengo
ganas de llegar a casa, de cambiarme de
ropa y poder ir a explicarle a Charlie
cómo ha ido todo, aunque lo que más
deseo es poder hablarle de Marco, sé
que desde dónde quiera que esté me
entenderá y se alegrará de verme feliz.
El Sedán se detiene frente a mi casa
pasadas las tres de la tarde. Subo las
escaleras directamente hasta mi
dormitorio, desciendo de mis tacones al
tiempo que me quito la ropa, entro en el
baño y me detengo un momento para
mirarme en el espejo, me sorprende
descubrir que pese al gesto cansado mi
rostro mantiene una expresión serena y
feliz, no puedo evitar pensar en Marco,
único culpable de ese brillo intenso que
vuelven a mostrar mis ojos.
Me doy una ducha rápida y me
preparo un sándwich. El tiempo pasa tan
despacio que casi podría decirse que es
exasperante, vuelvo a mirar por enésima
vez las manecillas del reloj sin que las
mismas hayan avanzado a penas un corto
trecho.
Dejo el plato en el fregadero y
salgo de nuevo al salón, me entretengo
un rato mirando una revista pero no
logro concertarme. Me levanto y me
dirijo al mueble bar, me pongo una copa
y doy un sorbo, me encantaría que
Marco estuviera a mi lado, me acerco a
la ventana y veo cómo la luz que se filtra
entre las hojas de los árboles empieza a
ser más tenue, hace rato que dejó de
llover, aunque el aire todavía huele a
humedad. Vuelvo a mirar el reloj,
definitivamente el tiempo ha decidido
ralentizar su curso y jugar con mi
paciencia. Dejo el vaso de cristal vacío
sobre la bandeja de una pequeña mesa
de nogal y subo de nuevo a mi
habitación.

EVER
Veo pasar las horas. El sol se
esconde y vuelve a salir, jamás detiene
sus amaneceres por más que no
queramos ver ni uno solo más. Al menos
tengo la tranquilidad de que Samael se
ha ido, Marco así me lo ha confirmado,
y siento como la Fortaleza es menos
inhóspita y algo más acogedora, aunque
me falte él, Stephano… mi memoria solo
lo puede recrear con esa última mirada
de desprecio.
El repiqueteo de unos tacones se
detiene frente a mi puerta, y el ligero
golpe de unos delicados nudillos rompe
el silencio en el que me había refugiado
desde hacía unas horas, desde que
Marco me había largado de su despacho.

−¡Vamos! −dice risueña cuando


abro la puerta.
−¿Dónde?
−¡A divertirnos!
−María, no me apetece mucho
divertirme.
Pero no puedo resistirme a esa
diosa rubia, me arrastra, me enamora
con su franca sonrisa, con sus súplicas a
no dejarla sola, y así me veo sentada en
el asiento del copiloto de un deportivo,
sorteando las curvas que nos alejan de
la Fortaleza.
Desgarro su muñeca para poder
succionar fácilmente la sangre. Así era
como el condenado a ser mutilado
debería beber a partir de ahora, sin
colmillos, solo podría valerse de sus
uñas… Para mí, en ese momento era un
juego, pero no sabía si podría
sobrevivir sin el placer de clavar los
dientes en mi víctima.
Estaba enfadada. Dolida. Sucia.
Usada. Humillada. Ni alejarme de Suiza
había disipado en lo más mínimo mi
desánimo.
La segunda chica me mira
horrorizada, con los ojos llenos de
lágrimas, sabe que ha llegado su final.

−Lo lamento −le digo aunque sé que


no me va a poder responder−. pero en el
fondo te estoy haciendo un favor. La
vida es una mierda. Créeme, lo sé…
crees que lo tienes todo, que todo es
maravilloso, pero no es así. En el fondo
deberías agradecérmelo.
−Ever, ¿estás bien? −dice María a
mi lado.
−Claro. Perfectamente −parto el
cuello de la muchacha.
−¿Y eso? −dice señalándola.
−He perdido el apetito.
−¿Sabes qué es el efecto placebo?
−dice metiendo la mano en su bolsillo.
−Sí −doy una patada a la chica para
hacerla caer en la zanja de una obra,
cuando el hormigón las sepulte, nadie
encontrará los cadáveres.
−Toma −dice alargando una especie
de lágrima de plástico.
−¿Pretendes que me meta coca? −la
rechazo amablemente−. Sois muy
extraños, bebéis, fumáis…
−Supongo que pretendemos seguir
anclados a la humanidad.
−¿Para qué? Somos mil veces
mejores que esa escoria.
−Pero están vivos…

Me quedo meditando en su
respuesta. Están vivos. ¿Y qué? Eso solo
significa que su dolor tiene fecha de
caducidad, pero también su felicidad.
Seguro que la muerte es tan cabrona que
perdona al que sufre y se lleva al que
disfruta de la vida. No, sin duda no
quiero seguir sintiéndome humana, pero
tampoco me apetece mucho seguir
sintiéndome yo misma. Puede que el
experimento haya tocado a su fin, he
saboreado una vida lejos de él, y es tan
horrible como la que tenía a su lado.
−Estás muy rara.
−No −la corrijo−. Soy rara. ¿Nos
vamos?

Le doy un beso cuando nos


separamos en uno de los pasillos,
escucho cómo se aleja moviendo sus
caderas cadenciosamente, sin duda debe
tener a esos vampiros tras sus huesos, es
perfecta. Voy a irme. Estoy casi
convencida. Podría haberlo hecho ya
desde donde estaba con María, pero no
quería irme sin el llavero. Que ridículo,
una mierda de trozo de metal, y había
vuelto al punto de partida a por él.
Cuando abro la puerta me azota el
aroma de alguien desconocido que ha
estado allí, y veo sobre mi cama dos
cajas junto con un sobre con mi nombre.

−¡Un regalo! −chilla contenta−.


El grande no sé, pero el pequeño
¡Parece una joya!
Voy directa al mueble situado a la
izquierda de la entrada del dormitorio, y
abro el primer cajón. El llavero brilla
bajo las luces de esos focos. Lo meto en
el bolsillo de mi pantalón.

−Nos marchamos.
−Espera, ¡espera! ¿Y esto?
−señala sobre la cama.
−¿No querías irte? No me vuelvas
loca −me quejo.
−¿No vas a mirar qué es?
−No.
−¿Ni la nota?

Ando los tres pasos que me separan


de la cama, abro la nota y con una
intrincada caligrafía podemos leer la
amenaza de Samael, “nos vemos a mi
vuelta”.

−¿Contenta? −le digo−. Venga,


vamos.
−¿Vas a llevarte una mierda de
llavero en vez de lo que parece ser una
joya? Podemos venderla, o no sé,
Ever… No seas absurda.
−Me encanta lo absurdo, se me da
genial.
Salgo al pasillo y cierro la puerta
de golpe, haciendo así que Victoria
desaparezca. Noto el llavero a través de
mi pantalón. Parece ridículo, algo tan
estúpido, y ahora tan importante, “hasta
que confíes en mí…” me había dicho, lo
que él no sabía es que quien no era
digna de confianza era yo misma.
Salgo al frío de la noche. Cuando
llegue al aeropuerto, llamaré a Scotch,
soy lo que soy, y cuanto antes lo acepte,
mejor para todos. Y si desaparezco,
puede que sea mejor para él.
MARCO
Si alguien me hubiese dicho alguna
vez, que yo, Marco Vendel, me
ausentaría tantas veces y durante tanto
tiempo de mi hogar, no me lo habría
creído. Pero así era. Vivía en un viaje
continuo, porque cuando mi cuerpo
estaba en Suiza, mi mente y mi corazón,
aunque muerto, viajaban a la vieja
Londres. Ando tranquilamente por el
aeropuerto, estoy tentado de saludar a la
chica del quiosco, puesto que en las
últimas semanas nos hemos visto muy a
menudo, pero desisto por lo ridículo que
me sentiría y en vez de eso, contesto al
teléfono cuando empieza a sonar.
Pensé encontrarla en casa, puede
que en el pub de enfrente, incluso
paseando por un parque, me la había
imaginado tumbada en el césped leyendo
un libro, o desnuda entre sábanas de
seda esperando a que yo llegara para
colmarla de felicidad. Pero cuando
Stephano me dice que está en el
cementerio... Bueno, supongo que
después de nuestro primer encuentro en
una morgue, un polvo entre tumbas
tampoco habría sido descabellado.
Cojo un taxi justo al punto que unas
primeras gotas empiezan a caer, aunque
pronto cesa esa ligera lluvia y vuelve a
salir la luna, redonda y brillante.
Cuando llego me recibe el característico
olor a camposanto, huele a muerto,
aunque afortunadamente no todos olemos
igual.
La observo en la distancia,
preciosa, podría sorprenderla
cogiéndola por detrás, acercándola a mi
cuerpo, mostrándole lo mucho que la he
echado de menos, traducido en una
poderosa erección. Sin embargo me
quedo atrincherado en las sombras,
practicando el placentero juego de
observarla. Ese vestido se ciñe
perfectamente a su cuerpo. Sus gemelos
muestran la tensión justa que suelen dar
esos altísimos tacones que usa. Observo
cómo se mueve, cómo acaricia la fría
losa, cómo habla, su voz, apenas es un
susurro, llega nítida hasta mí. Y de
pronto me pregunto con quién habla,
¿conmigo? no puede ser pues aún no me
ha visto, sin embargo, pronuncia mi
nombre, y me doy cuenta de lo
surrealista que es la situación. Habla
con un murciélago. Un cliché literario en
toda regla, y no puedo evitar soltar una
carcajada. Alguna vez me habían dicho
que era un animal, pero esta vez mi
amada me lo decía literalmente. Me
acerco a ella sin ser visto, me gusta
sorprenderla, decirle que hago magia
para ella.

−Si quieres puedo conseguirte uno


amaestrado, podrías tenerlo de mascota,
pero por favor… No le pongas Marco,
no es nombre de murciélago, es nombre
de santo.

Me encanta cogerla por sorpresa,


ver sus ojos abrirse, es solo una
fracción de segundo, pero su rostro se
ilumina tanto como el sol. Después salta
a mis brazos, mezo su cuerpo y beso su
pelo, un ritual al que sin duda podría
acostumbrarme. Me iría mil veces de su
lado para volver mil veces más junto a
ella.
Aunque es el mismo taxi, el trayecto
del camino de vuelta se me hace mucho
más confortable, me siento bien, a gusto,
la amo, y eso se nota, mi ánimo jamás
había sido más maravilloso. Cuando
llegamos Stephano, sentado en las
escaleras, parece enfrascado en una
difícil discusión consigo mismo. Tan
solo días atrás parecía otro, pero de
nuevo, su mirada se ha vuelto lúgubre.
Ayudo a Alessandra a bajar del taxi, y
me muero de ganas de confesarle a mi
amigo que el amor es lo más
maravilloso que le puede pasar. Pero no
digo nada.

STEPHANO
Espero sentado en los escalones de
la puerta de Alessandra, cuando uno es
inmortal el tiempo pierde el verdadero
valor que suele tener para un humano,
puedes simplemente malgastarlo, dejar
pasar las horas una tras otra lentamente,
mientras lo que vuela lejos muy lejos
son tus propios pensamientos. El sonido
del motor de un coche antes de girar la
esquina del hotel interrumpe esa especie
de ensoñación retrospectiva en la que
me hallo sumido en las últimas horas, o
quizás hayan sido en los últimos días,
aunque no han impedido que en todo
momento me mantuviera alerta, la
prioridad era la seguridad de esa
humana... de Alessandra. Supongo que
tendré que empezar a acostumbrarme,
está sumamente claro que para Marco es
mucho más que un capricho, creo que
puedo entender lo que siente, aunque se
me haga extraño, creo que por primera
vez en mi ya larguísima vida puedo
alcanzar a comprender, a sentir lo que es
perder la cabeza por alguien, aunque ese
alguien sea una humana en el caso de
Marco, o una vampira desquiciante y
contradictoria en el mío... siento de
nuevo esa horrible punzada en el
estómago y ese regusto amargo en el
paladar.
Antes de que el vehículo se acerque
hasta mi posición ya he percibido que
son ellos, Marco desciende del taxi y
con rapidez se acerca a la puerta de su
acompañante para abrirla y tenderle la
mano, cuando sus ojos se encuentran
parece que se vaya a detener el mundo,
la cara de Alessandra muestra una
amplísima sonrisa, Marco sujeta sus
dedos con tal delicadeza como si
temiera romperla, nunca antes he
percibido el espíritu de Marco tan libre
de cargas. La imagen de ambos juntos
vuelve a provocarme una punzada aguda
en la boca del estómago.
Aplasto el cigarrillo entre mis
dedos y lanzo la colilla lejos de la acera
mientras me levanto.

−Señorita −digo haciendo un ligero


gesto con la cabeza−. Si no me necesitas
más... −añado dirigiéndome a Marco.
−Gracias Stephano −contesta
golpeando con firmeza mi hombro.
Regreso a la tranquilidad de mi
habitación del hotel, a mi soledad, a esa
rutina que tengo tan interiorizada. Me
quito los zapatos y me recuesto en la
cama dispuesto a pasar el rato
enfrascado en la lectura, pero pronto
dejo el libro sobre la mesilla y me
levanto para servirme un whisky y
encender la tele. Voy accionando el
mando a distancia a una velocidad de
vértigo intentando localizar alguna
buena película, pero hasta la
programación televisiva parece
conjurarse en mi contra porque no hay
nada que verdaderamente llame mi
atención.
Miro de reojo el móvil, que reposa
sobre la cama a mi lado, incitándome a
realizar una llamada que en el fondo de
mi muerto corazón deseo hacer pero que
no llegaré a realizar nunca. Apuro el
trago y vuelvo a mirar la pantalla negra
del teléfono. Y por qué no, me pregunto
tratando de ofrecerme a mí mismo un
argumento plausible, al fin y al cabo
Marco me encargó que me ocupara de
ella, y al tener que volar a Londres la
tuve que dejar sin vigilancia… Una
llamada casual a Briggita, podría
pedirle que comunique a Vicktor que no
la pierda de vista, sí, eso no llamaría la
atención, esa es mi obligación, en
realidad debería haberme encargado de
eso antes de abandonar la Fortaleza. No,
será mejor que no llame, me auto
convenzo de nuevo, ¡¡¡Pero qué
diablos!!! Por qué no habría de hacerlo,
paso el índice por la pantalla y
establezco llamada con la Fortaleza.

−Buenas noches Brigitta.


−Pero Stephano, ¿has visto la hora
qué es? −finge enfadarse al otro lado.
−La verdad es que no he mirado el
reloj −contesto levantando los ojos
hacia el ventanal, es noche oscura tras
los cristales.
−Son casi las 4 de la mañana.
−Bueno es una suerte que ninguno
de los dos duerma −oigo que trata de
ahogar su risa.
−Stephano, ¿todo va bien?
−Sí, por supuesto, solo llamaba
para confirmar una transferencia
bancaria.
−Pero Stephano, ¿eso no puede
esperar a mañana?
−Es importante...
−De acuerdo, confirmaré esa
transferencia.
−Y... −titubeo.
−¿Qué?, ¿alguna cosa más? No
querrás que envíe otra vez a alguien a
recoger tu moto al aeropuerto, Stephano
en ese box no puede entrar nadie, ya
sabes que está segura.
−No, no, lo sé Brigitta, no es eso...
−estoy tentado de despedirme−. Tuve
que marcharme de forma precipitada y
no puede dejar instrucciones sobre la
vampira nueva.
−¿Ever? −pregunta y casi puedo
adivinar su sonrisa−. Oh no te preocupes
salió con María.
−Hummm gracias Brigitta, no me
preocupo, es solo que prefiero tener las
cosas controladas.

Cierro la comunicación al tiempo


que enciendo un cigarrillo, me levanto
de la cama y me acerco a la ventana
lanzando el humo hacia afuera, una brisa
helada me azota en la cara pero no me
molesta el frío. Rebusco en la agenda
del teléfono y establezco nueva
comunicación.

−¿Stephano? −la voz suena


incrédula desde el otro lado−. ¿En serio
eres tú? hacía siglos que no me
llamabas... y no es una forma de hablar.
−Lo sé, lo sé... −me disculpo−.
Sabes que no soy buen conversador.
−Stephano, ¿ha pasado algo?
−No, todo va bien, estaré fuera unos
días, y me preguntaba si podrías
encargarte de la nueva.
−¿De Ever? −parece algo
sorprendida−. Ahhh claro, Marco te
encargó su instrucción, supongo que es
eso...
−Sí, ¿te ocuparías de ella?
−Sí claro, de hecho he estado con
ella, aunque hace horas que no la veo
−noto como chasquea la lengua−. Quizás
debe estar abriendo sus regalos...
−¿Regalos? −pregunto tratando de
que mi voz no denote ninguna emoción.
−Sí, ya conoces a Sonja vio como
el lacayo de Samael metía un par de
paquetes en la habitación de Ever y ...
−Gracias María, tengo que colgar.

No dejo que termine de hablar, no


me interesa saber los detalles, cada vez
que me doy la vuelta Samael parece
estar al otro lado del hilo que me
empeño en no estirar, suelto un gruñido
y mis músculos se tensan. No puedo
creer que de nuevo se deje engatusar por
los trucos de Samael, que se deje
comprar más bien, no después de lo que
le hice a su coche, pensé que había
entendido que Samael nunca da nada a
cambio de nada, pero eso supongo que
ya lo sabe, salir despeinada y apestando
a sexo de su habitación al menos así lo
indica. Cierro la ventana de un golpe y
me dirijo al mini bar, saco la botella de
whisky y lleno el vaso, apenas lo he
terminado de apurar cuando la pantalla
del móvil se ilumina, me sorprende ver
el nombre de María parpadeando.

−¿María? −pregunto extrañado.


−Stephano, ha desaparecido.
−¿Quién ha desaparecido? María
¿De qué diablos me hablas?
−Ever, no está.
−¿Cómo que no está? ¿Qué significa
que no está?
−Hace más de dos horas que salió
de la Fortaleza.
−¡Joder! sabe que no puede salir
sola, no está autorizada.
−Lo siento, he enviado a Vicktor y a
Gabriel para que la localicen.
−No es culpa tuya, yo debí... −me
llevo los dedos al puente de la nariz
mientras cierro los ojos, me pregunto en
qué diablos estará pensando para
desobedecer las instrucciones−. Gracias
María, avísame si hay novedades.

Será inconsciente, no debe


abandonar sola la Fortaleza, por lo
menos debería haber avisado a alguien,
voy pensando con rapidez mientras
rebusco en la agenda un nuevo número,
irse sin permiso sabiendo que no puede
hacerlo, salvo... Detengo mi búsqueda
de golpe... Salvo que sí tuviera el
permiso de alguien. Quizás se emocionó
con los regalos y quiso darle las gracias
en persona, Samael suele ser muy
generoso con sus atenciones, coches,
joyas, artículos de lujo... Puede que esté
con Samael, sin duda puede ser muy
persuasivo... Maldito sea.
Marco el número de Samael desde
la agenda, mucho mejor salir de dudas.
Tras varios tonos la comunicación se
interrumpe. Vuelvo a marcar y el
consabido mensaje de que el número
marcado está apagado o fuera de
cobertura retumba en mi oído.
¡¡Mierda!!
Y si no está con Samael, y
simplemente decidió largarse, se ha
pasado siglos huyendo, por qué habría
de quedarse con nosotros, por qué
renunciar a esa libertad que tanto parece
buscar, me siento en uno de los sillones
y rasco mi cabeza hasta terminar
presionando ligeramente mi nuca, ¿y si
no volviera a verla? No, no puedo
pensar en eso ahora.
Apuro un par de copas más antes de
llamar a Marco. La luz del amanecer
hace un par de horas que se filtra a
través de los cristales.
EVER
La tengo localizada. Doce o trece
años, morena, pálida, no puedo ver sus
ojos pero no importa. Viaja con sus
padres, pero se retrasa constantemente
mirando los escaparates de las tiendas
de ropa, bien enseñadas desde la cuna.
Me acerco sigilosa, miro el mismo
escaparate que ella, un vestido
demasiado corto para mi gusto, solo un
pestañeo y estoy a su lado, en un latido
ya la tengo, en medio segundo he
desaparecido. Repaso todos los
bolsillos de la mochila hasta que
localizo el pasaporte.
Me demoro, remoloneo, retraso el
momento, lo medito, sopeso las
opciones, hasta que finalmente y no sé
cómo, me encuentro frente a la cabina
telefónica. La gente sigue caminando a
mi alrededor, nada se detiene, solo mi
mundo ha entrado en una especie de
parada cardíaca, agoniza, y creo que ni
con las palas lo podré resucitar. Frente a
frente con la cabina telefónica,
totalmente en desuso, la miro, la estudio,
quema, duele, me da miedo, pero reúno
valor y descuelgo el auricular.

−¿A qué esperas? −insiste a mi


lado.

Marco el teléfono, lo sé de
memoria. Un tono… Dos tonos…Tres
tonos… Descuelga…

−¿Sí? −contestan al otro lado y a mí


se me atragantan las palabras.

−Venga Ever habla −grita ella a


mi lado.

Pero mis cuerdas vocales se han


congelado al escuchar su voz.
−¿Ever? Eres tú, ¿verdad? Venga
nena… Vuelve… sabes que no puedo
estar sin ti.
−Scotch… −me sorprende mi voz
en mí misma, no, no puedo, no quiero,
no, es… No… Imposible.
−Nena, sabes que te quiero.

Me quiere… ¿Me quiere? No, claro


que no me quiere. Nadie me quiere, ni
yo misma lo hago, pero algo bueno va a
sucederme, lo sé.

−No puedo −y estoy a punto de


colgar cuando su voz me llega con
nitidez.
−Hija de puta, ¿así que Suiza
verdad? ¡Sabía que volverías a llamar!
Voy a encontrarte, ya lo sabes nena o
conmigo o con nadie.
Huyo, como si ese teléfono
quemara, me muevo torpemente,
mirando hacia atrás, ¿cómo diablos
puede saber dónde estoy? De camino al
mostrador me choco con dos o tres
turistas, soy una carterista con una
velocidad sobrenatural. Saco “mi”
pasaporte y el dinero necesario para
pagar el billete. Solo ida. Londres. En
realidad, ahora menos Suiza, cualquier
destino me parece mejor.
Me acomodo en mi asiento, bajo
mis gafas de sol y me dispongo a
“dormir”, los nervios me oprimen en la
boca del estómago, y aunque Victoria no
ha cesado de gritar, hace rato que su voz
es una especie de murmullo aletargado
que poco a poco deja hasta de
molestarme.
Odio Londres, cuando bajo del
avión ya noto la humedad en mi piel, y
lo que es peor, en mi pelo, y lo que es
aún peor, amanece, hace frío y solo
llevo una simple chaquetilla. Londres es
horrible y no entiendo qué hace Step
aquí, pero no me importa, voy a
buscarle, no, no voy a buscarle, voy a
hacer que me encuentre, que sin duda es
mucho más divertido para mí, y es
exactamente lo que él esperaría, se
sentirá mucho más útil si lo hago de esa
manera.
Y no se me ocurre mejor manera de
llamar la atención de Stephano, que
llamar la atención de media ciudad.
−Pues nada mejor que intentar
entrar en el Buckingham Palace, ¿no?
Aunque, quiero que conste en acta que
estar aquí me parece un error.

A veces adoro esa vocecilla


molesta de mi cabeza. Qué pena que la
mayoría de las veces me produzca un
horrible dolor. Pero en ocasiones tiene
buenas ideas. Si algo no soportan los
ingleses es... Nada, tienen un pésimo
sentido del humor, y estoy segura que
cuando me encarame a la verja del
Palacio a gritos no tardarán en intentar
darme caza, y con un poco de suerte,
alguno de los pajaritos de la Fortaleza
llamará a Step para advertirle.
Londres es fría, camino por sus
calles mojadas, ya ha amanecido y yo
solo puedo pensar en qué voy a decirle
cuando le encuentre, Step… Está tan
dolido, pero tiene que perdonarme,
porque la de Samael no es mi metedura
de pata más reciente, Scotch sabe dónde
estoy, y me tiene que ayudar con eso. Mi
mano se cuela dentro del bolsillo trasero
del pantalón donde puedo notar la
dureza del metal.

MARCO
Stephano parece haber echado
cuenta de una botella entera de Wisky, y
aunque eso no implique nada en nosotros
sí me hace presuponer, sin mucho miedo
a equivocarme, que está preocupado o
puede que simplemente esté rabioso
porque una chiquilla de poco más de
metro y medio se haya atrevido, ya
diversas veces, a contradecir sus
órdenes.
Me informa de las últimas
novedades, obtenidas recientemente
gracias a un buen informador que
tenemos en la capital del Reino Unido, y
según él, Ever se encuentra en Londres.
Me parece absurdo, huir de la Fortaleza,
de nosotros, para venir donde estamos,
pero la mente de esa vampira neurótica
funciona a la inversa de todo lo que
conozco, así que cuando Stephano me
asegura que Ever está en la ciudad, no
puedo más que creerle.
Ha amanecido nublado, como casi
siempre en Londres, y odio haberme
tenido que separar de Alessandra, y
mucho más que el motivo sea el tener
que dar caza a esa loca hija de Samael.
Si no fuese por lo mucho que aprecio a
mi amigo, esa vampira ya habría
contado con su último suspiro. Pero en
vez de eso, me hallo caminando sobre
calles encharcadas, olfateando como un
perro, para intentar localizar el rastro
difuso de ese olor a flores.

−Estás más callado de lo habitual


−digo cuando volvemos a perder el
rastro de Ever.
Stephano sigue caminando a mi
lado, pero su mente anda lejos, muy
lejos. Si hace unos días pensé que
haberle encargado el cuidado de Ever
había sido una excelente elección, ahora
empiezo a tener mis dudas sobre eso. No
puedo obviar el hecho de que ella ha
estado intimando con ambos, con
Stephano y con Samael, lo que jamás
pensé es que eso pudiera importarle a
ese vampiro a priori frío y distanciado
de todo.

−¿Qué vas a hacer cuando la


encontremos? −dice de pronto tirando el
enésimo cigarrillo consumido al suelo.
−Mandarla de vuelta a Suiza.
Puede que amordazada y atada,
narcotizada o sin cabeza, pero esos
detalles los dejo para cuando la
encuentre, según cómo la encuentre y
cuanto tarde en hacerlo, porque cada
paso que doy fuera, en las calles de
Londres, lo estoy robando de los
momentos que podría estar
compartiendo con Alessandra.
Tengo la sensación que hemos
estado dando vueltas a lo tonto, andando
en círculo, siguiendo un rastro que se
solapa con el anterior. Pero de pronto,
parece tomar determinación, todo se
centra, parece haber terminado con esa
locura circular y adopta un rumbo fijo,
un rumbo que la aleja del bullicio del
centro, sin duda eso me calma, pues no
creo que sea muy buena guardando las
apariencias, aunque a decir verdad
cuatrocientos años dándonos esquinazo
la colocan en una posición de suma
estrategia, puede que no sea tan loca
como...
No puede ser... El barrio de
Chelsea, a dos calles de la casa de
Alessandra el olor de Ever se
intensifica.

−Marco, no por favor.

La mano de Stephano intenta


sujetarme cuando identificamos
claramente, no solo el olor de Ever, sino
el olor a sangre de Alessandra, ya nada
puede detenerme, soy como un huracán
tocando tierra, no hay quien me pare.

Voy a MATARLA.

EVER
Huele a sangre, a dulce y apetitosa
sangre, un olor delicioso, es una mujer, y
aunque en un primer momento pienso en
ella como mi posible comida, pronto
recapacito, todo huele tanto a Marco,
que no me hace falta preguntar mucho
para averiguar qué es lo que allí ocurre.
Pero finalmente los planetas se
alinean, y la amenaza que me ha
proferido en tantas ocasiones cobra
realidad, supongo que era así como
debía terminar todo. Entra como un
vendaval, llevándoselo todo a su paso,
creo que ni tan siquiera ha reparado en
el hombre atado del rincón, el que ha
intentado matar a su humana y yo
amablemente he reducido.
Mi espalda ha impactado
violentamente contra la pared y sus
manos han agarrado con fuerza
desmedida mi cuello. Sus ojos destilan
odio y rabia contenida, puede que no
solo de esas últimas semanas,
seguramente fraguado en los últimos
siglos, cuando todos intentaban darme
caza sin lograrlo. Les herí hondo en su
gran orgullo.
Y no me vería en esa situación de
no haber sido por Stephano. Marco es
fuerte y rápido, pero podría haberme
defendido de algún modo, aunque el
resultado hubiese sido el mismo.
Cuando le he olido, intuido y casi
visto... Solo podía pensar en mirarle a
los ojos, en saber si me había
perdonado, o si yo le había perdonado a
él. Una necesidad que va a hacer que
todo termine.
Siempre pensé que moriría a manos
de uno de esos bárbaros que pagaban
por vejarme y follarme, a veces no
necesariamente en ese orden. Siempre
pensé que moriría en uno de esos antros,
que alguno de ellos ejercería un poco
más de presión, un golpe mal dado, una
excitación tal que nublara los sentidos y
terminara conmigo, para eso pagaban,
para dar rienda suelta a sus instintos...
Pero no, había estado equivocada,
aunque solo en parte, siempre supe que
sería un varón el que terminaría con mi
existencia.
Siento cómo poco a poco mi cuello
va a ceder, y solo han pasado segundos
aunque me han parecido horas, siento el
dolor como nace y muere en mi garganta.
Pronto mis ojos se cerrarán, y las manos
que ahora intentan zafarse del agarre de
Marco caerán flácidas a ambos lados de
mi cuerpo, sin vida, después solo
quedará arder. Veo a Stephano a su lado,
al lado de Marco, puede que disfrute
viéndome morir, y sin necesidad de
manchar sus manos. Jamás me perdonará
lo de Samael, aunque creo que ya no
importa. Intento por última vez soltarme,
ahora Stephano está al otro lado del
salón, aunque no sé cómo ha llegado
hasta esa posición, solo puedo ver a
Marco, y mi propia imagen reflejada en
sus pupilas. Casi paladeo el odio que
siente hacia mí.
Voy a ceder, ¿para qué luchar más?
Han ganado. Todos ellos, Scotch,
Samael, Marco... Step... Por qué me
duele tanto este último nombre. Porque
puede que me haya enamorado de él.
Pero ya nada de eso importa. Voy a ir a
reunirme con Victoria. Voy a morir y la
muerte tiene voz de mujer, dulce y
sosegada.
Cuando abro los ojos estoy en el
sofá, Stephano arrodillado a mi lado,
creo haber notado que me acariciaba la
mejilla. Me mira aliviado, puede que ya
esté muerta. ¿Qué debe pensar? Me
encantaría decirle tantas cosas...

−Hola..−.susurro.

STEPHANO
Todo se ha desencadenado a una
velocidad de vértigo, incluso para un
vampiro. Ha sido llegar a las
inmediaciones de la casa de Alessandra
y de repente se ha entremezclado ese
olor tan característico, tan fresco, ese
aroma de flores, que en sí mismo define
a Ever, con el aroma de la humana y el
olor a sangre, sin duda está herida y no
me ha dado tiempo ni siquiera a poder
pensar qué ha podido suceder, cuando
Marco se ha precipitado al interior de la
casa como si su cuerpo fuera el vagón
locomotora de un tren descarrilado,
arrollando todo a su paso, nunca antes le
he visto así, destilando furia como si su
propia vida fuera en ello, quizás piense
que algo más importante que su propia
vida está en juego, y no me paro a
pensar que es posible que algo más
importante que la mía propia también
pueda peligrar si no le detengo.
Apenas he tardado una fracción de
segundo en seguirle al interior de la casa
cuando alcanzo a ver a un Marco ciego
de ira que ha sujetado a Ever del cuello
lanzándola contra una de las paredes,
estoy seguro que su ímpetu le ha
impedido comprobar que su humana está
de pie tan solo a unos metros, sangra por
una herida del brazo, pero
aparentemente está bien, del mismo
modo que no ha reparado en que hay un
tío inconsciente maniatado justo al otro
lado del salón. Estoy acostumbrado a
fijarme en todos los detalles en pocos
segundos, es mi trabajo, a veces la
subsistencia puede depender de ellos.
Pero todo pasa a un segundo plano,
porque en menos tiempo del que un
humano necesitaría para efectuar un par
de inspiraciones de aire, Marco se ha
abalanzado de nuevo sobre Ever y la
tiene agarrada fuertemente por el cuello,
empotrándola contra la pared, sus pies a
más de un metro por encima del suelo, y
no puedo ni quiero esperar, ni mucho
menos medir las consecuencias, nunca
he puesto en tela de juicio las decisiones
de Marco, ni una sola vez durante tantos
siglos a su lado, pero mi muerto corazón
parece querer estallar cuando siento que
voy a perderla, que Marco tan solo
necesita un ágil movimiento para partir
su cuello y acabar con todo, y algo se
remueve en mis entrañas cuando soy
consciente que no quiero estar sin ella,
en ese preciso instante, justo en ese
momento, cuando la veo tan frágil en
manos de Marco sé que no podría estar
sin ella, por primera vez en mi
larguísima vida entiendo lo que es que
alguien te importe más que tu propia
vida, y aunque no quiero darle nombre,
aunque ni siquiera me atrevo a pensar
que la quiero, es justo lo que estoy
sintiendo, pues una vida sin ella
significaría volver a la nada más
absoluta, a desfilar por los límites del
vacío.
Es en esa milésima de segundo en la
que mi corazón ha decidido, y ha
escogido amarla, aunque sabe que no
será correspondido, soy un iluso pero
ahora soy consciente de que no podría
soportar una eternidad sin poder
aferrarme a sus locuras, sin colgarme de
sus risas, aunque sea en la distancia, en
el más absoluto anonimato, ahora ya no.
En otra milésima de segundo me
acerco a Marco por la espalda sin tratar
de medir las consecuencias, sin que ni
siquiera me importen, y sujeto su mano
para evitar que quiebre su cuello, pero
su ira es tan grande, tan
inconmensurable, que casi se puede
sentir cómo emana de todo su ser y logra
zafarse de la firme presión de mi mano
lanzándome con furia contra la pared
contraria.
Mi espalda rebota contra la dura
piedra y caigo con estrépito al suelo, y
es en ese momento cuando comprendo
que todo ha acabado porque aunque de
manera inmediata me he vuelto a poner
en pie, la mano de Marco sobre su
garganta actuará con mayor celeridad,
antes de que pueda alcanzar de nuevo su
brazo ella estará inerte en el suelo, he
visto su ira, he sentido su furia indómita,
se ha despertado la bestia que todos
llevamos dentro y sé de cierto que ni
siquiera la fuerza bruta podrá detenerle,
y cuando, de todos modos, me dispongo
a lanzarme de nuevo hacia su posición,
es la voz de la humana la que hace que
todo parezca detenerse, una voz suave y
dulce pero enérgica, una simple
palabra...

−¡¡Basta!! −enfatiza con firmeza


acercándose a Marco, nadie en su sano
juicio se acercaría a un depredador que
ha dado inicio a su mano ejecutora.
Miro a esa humana a la que ya he
aprendido a reconocer entre la multitud,
a la que he rastreado durante los últimos
días, veo su aparente fragilidad pero su
determinación y en ese momento la
confianza ciega que tiene en Marco,
cómo pese a la gran confusión reinante,
a la mirada perdida de Marco pues la
ira parece cegar sus ojos y sus dedos
crispados continúan aferrando como
garras la garganta de Ever, la voz suave
y melodiosa de Alessandra domina toda
la estancia−. Ya basta amor. −susurra
poniendo una de sus manos en su
mejilla, situándose entre su cuerpo y el
de Ever−. Está bien, Marco, Marco
mírame... −se pone de puntillas, sin duda
trata de establecer contacto visual, que
los ojos de Marco se encuentren con los
suyos, mientras su mano con un gesto
que destila infinita ternura sigue
acariciando su mejilla−. Está bien
Marco, suéltala, ella... Ella me acaba de
salvar la vida.
Creo que nunca antes en mi larga
existencia he estado tan cerca de un ser
humano, y desde el día de hoy estoy en
deuda eterna con uno. Suspiro aliviado
cuando de manera anticipada sé que de
forma casi imperceptible Marco ha
dejado de ejercer presión sobre Ever.
Un ligerísimo movimiento de su cabeza,
diría que acomodando su mejilla a la
palma de la mano de Alessandra. Cierro
los ojos un instante, liberando la presión
que ha agarrotado todos y cada uno de
los músculos de mi cuerpo.
Marco gira la cabeza levemente
hacia su humana y en otra fracción de
segundo lanza a Ever contra uno de los
sofás del salón para pasar a sujetar a
Alessandra por los brazos, y no me
entretengo en ver cómo la abraza
mientras se asegura de que se encuentra
bien, pues yo mismo me he precipitado
hacia ese sofá en que Ever yace medio
inconsciente, me arrodillo a su lado y
acaricio su mejilla, mientras retiro de su
rostro un mechón de su cabello, he
estado tan cerca... Tan cerca de que mi
vida dejara de tener sentido, ese sentido
a veces un tanto desquiciante que ella le
ha dado en las últimas semanas, resoplo
de forma apenas perceptible cuando
abre los ojos.

−Hola... −susurra.

EVER
Me duele un poco todo y un poco
nada, creo que es más la vergüenza que
siento dentro de mí, el hecho de haber
dejado mi vida en manos de otro, como
tantas y tantas veces, esa rabia de no
controlar lo que sucede a tu alrededor,
de que sean otros los que decidan por ti.
Aunque cuando la humana ha empezado
a hablar con Marco, cuando éste me ha
lanzado contra el sofá, no me he sentido
mejor. Pero su presencia, su caricia, esa
forma de mirarme, como quien mira una
obra de arte que acaba de adquirir,
cuando sus ojos y los míos se han
fundido, no me ha hecho falta más para
comprenderlo. Si mi vida hacía unos
segundos estaba en manos de Marco,
ahora ésta pasaba a manos de Step,
obviando el hecho de que esa vida es
mía, y tengo unas manos propias para
sostenerla. El destino vuelve a
ignorarme, pero yo soy más tozuda que
él, y esta vez, no dejaré que me gane.
Que absurdo ha sido saludarle,
vuelvo a cerrar los ojos un instante y al
abrirlos sigue ahí, arrodillado a mi lado,
y por una milésima de segundo el mundo
se detiene solo para nosotros, pero
enseguida tomo consciencia de la
realidad que nos envuelve, Marco y su
Alessandra, y yo y él... Algo así como
pupila y mentor, por no llamarnos la
presa y su carcelero.

−¿Te encuentras bien? −y su voz


denota seria preocupación, como si lo
anterior entre nosotros, el episodio de
Samael se hubiese esfumado.
−He estado mejor −y al alzarme
enlazo mi mano a la que él me tiende−.
Casi te libras de mí.
−No bromees, todavía no entiendo
cómo ella ha conseguido que Marco
diera marcha atrás... Creí que iba a
matarte.
−Y eso habría sido una pena,
¿verdad? −digo irónica.

Me quedo de pie, frente a él, y no


puedo evitar ver cómo Marco
inspecciona su mercancía, casi como ha
estado tentado de hacer Stephano
conmigo, pero Marco lo hace por amor a
su humana, y de pronto parece que sea
yo la mala, cuando lo único que
preocupa al gran Marco es si yo he
lastimado a Alessandra de algún modo,
eso me molesta, debería estarme
agradecido, el muy ingrato.

−Yo también estoy bien, gracias por


preguntar −digo de pronto, no voy a
dejar que la situación me domine, YO
voy a dominar la situación−. ¿Todo esto
es por el cadáver del japonés? Lo siento
Marco… Iba a deshacerme de él más
tarde −improviso.

Stephano se preocupa por el


cadáver mencionado, Marco se
desespera porque no entiende qué hago
allí y Alessnadra intenta seguir una
conversación que a todas luces estoy
encargándome que se vuelva caótica, un
poco por necesidad, un poco para
disimular que tengo el orgullo herido,
como diría Victoria estoy haciéndoles la
envolvente. Y aunque la excusa de que
estoy en Londres en busca de mi Ipod es
la más absurda y ridícula que se me ha
pasado por la mente, para ellos parece
valer, la encuentran plausible y la
aceptan como tal. De Marco no me
extraña, pero me molesta que Stephano...
Aunque, ya tendré ocasión de hablar con
él a solas.
Y de pronto la sentencia de Marco.
LLÉVATELA. No dice dónde pero está
claro que no me quiere en Londres.
Y como un magnetotérmico en
subida de tensión mi mente salta, hace
click y el pánico me empieza a invadir.
Volver a Suiza, no puedo, no entra en
mis planes, ni presentes ni futuros.
Marco casi me arranca la cabeza, me ha
dolido, pero han sido segundos, yo he
visto lo que hace Scocth con quien le ha
traicionado. Mi mente va a mil por hora,
y si a eso añadimos el incesante
parloteo de Victoria que se empeña en
cantar una canción de los Rolling
Stones, estoy en ese punto sin retorno en
que creo voy a volverme loca.

−¡¿Qué?! Noooo, por favor ¡¡¡No!!!


−de un rápido movimiento me libro de
Stephano−. Por favor Marco, ¡no! No me
mandes de vuelta a Suiza −vamos a
teatralizar un poco, me arrodillo frente a
él, estoy segura que su Ego está teniendo
un orgasmo−. ¡Te lo suplico Marco! Eso
es tremendamente aburrido, no tengo
nadie con quien follar, y siempre estoy
encerrada en la habitación −no voy a
decirle que el psicópata de mi “ex algo”
está rondando su país, Stephano me
agarra de los hombros−. Por favor
Marco deja que me quede con vosotros
¡Puedo ayudaros! ¡Os he ayudado!
−señalo al hombre maniatado y del que
nadie ha dicho nada todavía−. He
salvado a tu humana, y he sido muy
amable con ella, ¿verdad Alessandra?
−ahora Marco mira a la humana, me
debe una−. ¿Verdad que he sido amable?
¡¡Díselo tú!! Por favor, díselo…−me
cago en la puta, ¡humana habla!

Y por suerte la humana habla,


salvada por Alessandra, o por conocer
el secreto de ambos, no importan los
factores, lo que importa es el resultado,
y el resultado es que tengo un nuevo
indulto. Son solo cinco minutos hasta el
hotel, pero se me hacen eternos,
caminamos en silencio, Step arrastra al
atacante de la humana, subimos por la
escalera de servicio y entramos en la
habitación. Deja al hombre inconsciente
en el suelo y me mira.
Habla, dime algo...

−¡Mierda! −es lo primero que


exclama mientras se sirve un whisky−.
¡Joder! Ever no era tan complicado
¿No? permanecer en la Fortaleza, no
volver a escaparte, acatar las normas
−me mira, ¿en serio solo vas a hablarme
de eso? pienso–. siéntate −añade él.
Y apenas me deja casi replicarle,
empieza a hablar atropelladamente, me
grita, me dice que no sé en el apuro que
puedo poner a Marco, su dueño y señor
¿En serio es solo eso lo que te
preocupa? Me levanto y mientras le
respondo con las trivialidades que él
espera, empiezo a quitarme la ropa, no
se me ocurre otro modo de captar su
atención. Ando despacio hacia su
armario, y saco una camisa que me
pongo, dejando parte de mis muslos al
aire.

−¿Pero qué haces?, se supone que te


estoy echando la bronca −replica
perplejo.

Por eso, necesito que te calles


necesito contarte algo, necesito que me
perdones y que estés a mi lado, necesito
que no me juzgues, como dijiste que
jamás harías, necesito...
Me acerco a él y me alzo de
puntillas dejando mis labios expuestos a
sus besos, o a su rechazo.

STEPHANO
Cómo explicar a alguien que soy un
vampiro milenario y que por primera
vez en mi larga y a veces tortuosa
existencia he sentido miedo, nunca antes
había experimentado esa sensación,
jamás había temido a la muerte, ni
siquiera cuando era humano, pero hace
unos momentos sí que he podido
saborearlo, de forma nítida y certera y
constatar que tan solo un segundo puede
separar la inmortalidad del abismo.
A pesar de haber sufrido la mano de
Marco sobre su garganta atenazándola
como si fuera una garra, creo que ni ella
misma sabe que cerca ha estado de
terminar convertida en cenizas, no se
contravienen las órdenes, nunca, y
cuando Marco o cualquiera de los otros
Consejeros ha tomado una decisión nada
ni nadie es capaz de hacerles cambiar de
idea, nunca, sus decisiones son
inamovibles y Marco estaba decidido a
aniquilarla. Cómo hacerla entender que
me he sentido débil, terriblemente débil
e impotente al comprobar que no podía
hacer nada, que la perdía de forma
irremediable y para siempre. La rabia,
el rencor que pudiera sentir por la
última escena que presencié antes de
salir de la Fortaleza dejaron de tener
importancia, debe entender que quien
incumple una orden, quien contraviene
las reglas simplemente lo paga, y el
precio en este caso es la vida o esa
muerte inmortal de que disfrutamos los
de nuestra especie.
Así que en el corto espacio de
tiempo de los últimos días he pasado
por diferentes estados, del dolor a la
furia, de la rabia a la desesperación, del
rencor a la furia de nuevo, pasando por
esos dos sentimientos que he
descubierto de golpe en el salón de
Alessandra, el amor y el miedo a perder
algo que se ama, para volver a sentir un
enfado visceral y profundo, un cabreo
que no pienso ni quiero evitarle.
Así que cuando llegamos al hotel y
dejo caer en el suelo al tipo, todavía
inconsciente, no le doy tiempo a
reaccionar, ni tan siquiera le permito
replicar, trato de no perder los estribos
pero en ningún momento escondo que
estoy cabreado, muy cabreado en
realidad. Incluso llego a gritarla por
insensata, por irresponsable, por poner
en peligro su propia vida sin pensar en
nadie, sin pensar en mí...
Contesta a mis preguntas de forma
monótona casi mecánica, creo entrever
un tinte de dolor en su mirada, es solo un
instante, pero deben ser mis sentidos que
se empeñan en jugarme malas pasadas, y
cuando le espeto que no solo se ha
puesto en peligro ella sino que puede
dejar a Marco en una posición
comprometida creo vislumbrar un brillo
diferente en sus ojos, un destello de
desencanto quizás, y no alcanzo a
entenderlo, se levanta y simplemente
empieza a desnudarse, va quitándose la
ropa poco a poco, mientras se acerca a
mi armario deliberadamente despacio y
se pone una de mis camisas.

−¿Pero qué haces? −pregunto


desconcertado−. Se supone que te estoy
echando la bronca -me desespera.

Me mira con detenimiento, como si


quisiera decirme algo pero sin llegar a
hacerlo por ser evidente, como si
tuviera que saber en qué diablos puede
estar pensando en ese justo momento,
pero no dice nada, en cambio se acerca
hasta mí poco a poco, despacio, con ese
ritmo cadencioso que imprime a sus
caderas, dejando entrever su ropa
interior, marcando levemente el
contorno de sus pechos, que se esconden
bajo mi camisa, me concentro unos
segundos en la leve ondulación de su
ombligo, esa camisa blanca, anodina,
cobra vida sobre su cuerpo, y apenas
alcanza a cubrir sus muslos, una parte de
mi cuerpo reacciona como si tuviera
voluntad propia, llevándole la contraria
a la rigidez de mi cerebro, que pugna de
nuevo por no mantenerse al margen y
tomar las riendas de la situación, actuar
de forma fría y cerebral, siempre lo he
hecho así y no me ha ido tan mal.
Cuando llega hasta mí se pone de
puntillas y me mira directamente a los
ojos, sus labios quedan a escasos
centímetros de los míos, y nada sería
más apetecible que besarlos, que
fundirme en ellos, tan jugosos como la
fruta madura, pero aunque la amo sé que
ella no siente lo mismo por mí, siempre
lo ha dejado claro, para ella es un juego,
es solo sexo, pura diversión y no voy a
exponerla ni exponerme a sufrir una
decepción. Está tan cerca de mí que casi
puedo sentir la calidez de su piel, pero
no puedo más que pensar que tras mis
caricias las manos de Samael también
han tocado su cuerpo, es posible que sus
labios hayan recorrido los mismos
lugares recónditos que exploraron los
míos, no puedo soportar pensar que no
desea ser solo mía, no puedo soportar
pensar que Samael la posee y disfruta
del mismo modo, simplemente no puedo
soportarlo. Y no es su culpa, ella nunca
me ha engañado, nunca me ha ofrecido
más de lo que me daba, en sus propias
palabras solo follábamos, pasábamos un
buen rato sin compromisos ni ataduras.
Y fue un error, siempre ha sido un error,
nunca debí dejar que pasara... Stephano
has caído de bruces en tu propia trampa.
Poso una mano sobre su hombro y
con la otra recoloco tras su oreja un
mechón de su cabello, acaricio su
mejilla con el dorso de mi mano y me
separo de ella un par de pasos justo en
el momento en que Marco ha abierto la
puerta de la habitación y entra sin más.

MARCO
Una vez seguro de que Alessandra
se encontraba en perfectas condiciones y
podía quedarse sola unos instantes,
decido ir al hotel. Estaba asustada, no
sabía quién podía querer hacerle daño
¿Un robo? lo dudaba. Al salir a la calle,
siento todo el peso de lo que podría
haber sido, aunque por suerte no ha sido.
La amo por encima de cualquier cosa,
mortal o inmortal, ella va a ser mi
compañera eterna, con quien quiero
pasar cada día de mi larga, larga, larga
vida.
Cuando llego al hotel no han pasado
ni cinco minutos, pero ya me siento
nervioso, y no quiero que permanezca
sola, por lo que pudiera pasar. Al abrir
la puerta, lo primero que capta mi
atención es el hombre que permanece en
el suelo, el tipo con quien me dispongo a
bailar un vals que durará toda la noche.
Lo segundo que capta mi atención son
las piernas de Ever, que muestra sin
pudor alguno, cubierta solo por una
camisa de Stephano. No pierdo el
tiempo y la mando con Alessandra,
puede que algún día me disculpe con
ella, pero no ahora, puede que incluso
nunca. Sale corriendo sin mirar atrás,
descalza y solo con la camisa. Entiendo
la cara de Stephano, esa chica es
agotadora.
−Está bien... Necesito un lugar
íntimo para mi cita −le digo sirviéndome
un trago.
−Claro −Stephano cierra la puerta
abierta del armario mientras parece
pensar−. Tenemos un almacén... Sí, ese
será perfecto.

¿Tenemos un almacén? Yo debería


saber que tenemos un almacén. Coge una
hoja de papel del bloc de notas de la
mesilla de noche, apunta la dirección y
me lo alarga. Me siento en la butaca
mientras ubico mentalmente el lugar
exacto, Stephano coge la botella abierta
de Whisky y rocía al tipo con su
contenido. Apuro el trago y me levanto.

−Encárgate del japonés que ha


mencionado Ever.
−Por supuesto −coge la cajetilla de
tabaco y la guarda en el bolsillo de la
chaqueta−. Marco... no te preocupes,
Ever cuidará bien de Alessandra −dice
antes de salir por la puerta.
−Lo sé... Lo sé... −digo más para mí
mismo.

No sabía que un ser como yo,


muerto por dentro, pudiese sentir esa
especie de nudo en el estómago, que
sube por el esófago y se instaura en el
cielo de la boca, amenazando con
ahogarle a uno. Llevo a "mi amigo"
cogido para que no se caiga. Apesta a
alcohol, una noche dura en el pub. Al
girar la esquina, aún puedo ver a
Stephano, delante de una furgoneta de
reparto de comida, mira hacia la ventana
y siento una ligera punzada, me siento
francamente estúpido cuando compruebo
que la silueta que se dibuja tras el
cristal es la de Ever y no la de mi
Alessandra.
Emprendo el camino hacia ese
almacén, la tarde va cayendo, o son las
nubes las que cubren de tal modo el sol
que oscurecen antes el día. Voy a
tomarme mi tiempo con ese tipo, una vez
sepa todo lo que necesito saber... Mi
imaginación ya empieza a volar, estoy
eufórico, tanto tiempo de retiro
espiritual en la Fortaleza me han
anquilosado un poco, y ahora necesito
dar rienda suelta a esa maldad que todos
llevamos dentro. Cuando termine con
él... Oohh sí... cuando termine con ese
hombre, no quedarán de él ni las
entrañas.
Me parecen minutos, pero cuando
Stephano entra en el almacén me
confirma que llevo horas enfrascado en
mi labor. Siempre he sido muy
concienzudo, o hago las cosas
minuciosamente bien, o prefiero no
hacerlas. Ya sé todo lo que necesitaba
saber, y eso aún me ha enfurecido más
¿Qué clase de desalmado puede querer
ver a su propia hija muerta? Me
entristece saber que la vida de mi
querida Alessandra ha estado siempre
rodeada de monstruos. Pero pronto
habrá uno menos, Stephano se encargará
de ello, de hacerlo yo mismo, bueno...
Las paredes llenas de sangre a mi
alrededor me delatan, jamás podría
hacer parecer que la madre de
Alessandra hubiera muerto de forma
natural.
No presto mucha atención a las
palabras de mi compañero, creo que me
ha dicho que va a comprobar cómo están
las chicas, me advierte que ya es de
madrugada, el tiempo pasa volando
cuando estás torturando a alguien.
Cuando Stephano se marcha me
arrodillo al lado de mi “nuevo amigo”, o
de lo que queda de él. Está inconsciente
desde hace un buen rato, pero su corazón
sigue latiendo, eso debe darme un rato
más de diversión.

ALESSANDRA
Mi cabeza da vueltas como si me
hallara viajando en una supernova y me
siento algo mareada, oigo una voz que
todavía no alcanzo a identificar, parece
una discusión aunque juraría que es una
única voz la que percibo, abro
lentamente los ojos y la débil luz que se
filtra a través de una rendija de la
cortina me indica que hace ya un buen
rato que ha amanecido. Estoy encogida
en un sillón y noto el cuello un poco
rígido. Vuelvo a cerrar los ojos como si
el sueño volviera a vencerme.

−Yo te maté, lo sé, lo sé, qué


rencorosa eres... me sé la historia de
memoria.
−¿A quién mataste? −abro los ojos
de repente mirando a Ever.
−A mucha gente −dice cogiendo la
enorme caja dorada que Marco me envió
ayer por la tarde y se levanta de pronto.
−Déjala −me sorprende la sequedad
de mi orden, pero quiero estar a solas
cuando abra su regalo, no quiero
compartir ese momento con nadie,
"póntelo mañana", decía la escueta nota
de Marco.

Le arrebato la caja de las manos y


subo a mi dormitorio, la deposito
encima de la cama y acaricio con dos
dedos la nota, es mi primera cita con él,
en realidad mi primera cita con alguien
a quien amo, me siento como una
adolescente esperando el baile de
graduación, con miles de mariposas
revoloteando en mi estómago. Pero con
un regusto un tanto ambivalente, pues
con esa sensación maravillosa se mezcla
esa otra que no me gusta sentir, el
miedo, no me gusta sentirme asustada,
nunca he tenido miedo a nada, ni
siquiera a la muerte, hasta ayer cuando
ese tipo se coló en mi casa y estuvo a
punto de matarme, y no es que temiera
por mi vida, el pánico, el verdadero
terror lo experimenté cuando fui
consciente de que tal vez ya no volvería
a ver a Marco, a disfrutar de sus besos,
de sus abrazos, al morir le perdía
irremediablemente, justo ahora que le
había encontrado.
Bajo los escalones poco a poco, el
pensamiento que acabo de tener y el
recordar la escena de la tarde anterior
hace que las piernas me tiemblen, que
experimente de nuevo esa sensación de
mareo, de vacío en el estómago. Cuando
entro en la cocina Ever me está
esperando sentada en uno de los
taburetes, lleva puestos los pantalones y
la blusa que le dejé para que pudiera
vestirse ya que se había presentado en
mi casa tan solo con una camisa de
hombre. La verdad es que es guapa, le
sienta bien mi ropa, quizás le está un
poco grande, a simple vista le saco casi
un palmo de estatura, a la luz del día su
pelo, de un intenso negro azabache,
brilla con destellos casi azulados.
Me pongo a preparar algo para
comer más por contentar a Marco, pues
le imagino diciéndome que debo
alimentarme, que porque en realidad
tenga apetito. Mientras me muevo por la
cocina, Ever parlotea y tengo la
sensación de que me observa y sigue mis
movimientos, al girarme veo cómo sus
pupilas se contraen, cómo baja del
taburete haciéndose un poco hacia atrás
y un ligero aleteo de su nariz me indica
que se está conteniendo, es posible que
ella también deba alimentarse y me
sorprende no sentir miedo, estoy en mi
cocina con una vampira casi
desconocida y pese a esa circunstancia
que debería resultarme aterradora sé que
estoy segura, que Ever jamás me haría
daño, aunque solo sea por el simple
hecho de no tener que enfrentarse de
nuevo a la ira de Marco. Pero algo me
dice que no es solo por eso, cuando me
mira a los ojos y se retira, tengo la
sensación de que no es solo en cumplir
órdenes en lo que está pensando.
Finalmente se marcha, tras
asegurarle que voy a estar bien, aunque
me quedo con la duda si tiene
intenciones de alimentarse con alguno de
mis vecinos, espero que no sea así,
aunque en realidad vuelvo a
sorprenderme a mí misma al comprobar
que no me hago ningún tipo de
consideración moral, simplemente tiene
que alimentarse y necesita sangre.
Veo cómo se aleja desde la ventana
de la cocina, parece resuelta y hace
aspavientos, como si estuviera
discutiendo con alguien, aunque está
sola, es algo extraño no tenía ni idea de
que la locura pudiera afectar a los
vampiros, en realidad hasta hace poco
tiempo ni siquiera podía soñar con que
en realidad existieran.
Cruza la calle sin detenerse a mirar
hacia los lados, un taxi se ve obligado a
dar un frenazo pero ella ni siquiera se
inmuta, la pierdo de vista justo cuando
gira la esquina.

STEPHANO
Dejo a Marco entretenido en el
almacén, disfrutando de su personal
venganza, desde luego ese tipo no sabía
con quien se metía intentando matar a
esa humana, a la humana de Marco
Vendel, no se tocan las cosas de Marco,
no se ponen en peligro las cosas que
Marco ama, y por lo que parece está
profundamente enamorado de una simple
humana, hermosa sí, pero frágil, efímera
y potencialmente peligrosa, no porque
suponga una amenaza en sí misma para
él, sino porque se ha transgredido la
primera, más importante y fundamental
de nuestras leyes, no revelar nuestra
presencia, nuestra naturaleza a ningún
humano. Ahora no solo Marco había
contravenido la Ley, sino que nosotros
mismos lo habíamos hecho, mi lealtad
está siempre a su lado, pero ahora
también se ha visto involucrada Ever en
todo este asunto... Niego repetidamente
con la cabeza mientras subo los
escalones desde el sótano, esto no tiene
buena pinta, nada buena.
Continúo calle abajo mientras
enciendo un cigarrillo. La limpieza del
almacén no será tarea fácil, Marco se ha
empleado a fondo, por lo que he podido
ver lleva horas torturando a ese tipejo, y
lo ha hecho a conciencia, evitando que
se desangrara de forma rápida,
esperando pacientemente a que
recobrara la conciencia una y otra vez, y
otra, para continuar con su particular
tango de muerte. La sangre de ese infeliz
estaba esparcida por todo el suelo, las
salpicaduras alcanzaban prácticamente
la totalidad de las paredes, restos de
cabellos y tejidos adheridos a uno de los
muros, incluso he podido ver algún
diente en el suelo, cerca de la columna
donde ha estado maniatado. Resoplo
mientras lanzo el resto del cigarrillo a
uno de los charcos que se ha formado en
la acera, sin duda borrar todas las
huellas va a ser una ardua tarea.
Tras un buen rato caminando
compruebo que tan solo unas manzanas
me separan de la mansión de
Alessandra, me pregunto cómo le habrá
ido a Ever ejerciendo de niñera de esa
humana, últimamente he sido yo quien ha
tenido que hacer de niñera con ella y no
estoy seguro de que se me haya dado
demasiado bien. Paso una de mis manos
por la frente, he de tratar de recuperar
mi aplomo habitual.
Solo percibo la presencia de
Alessandra en el interior de la casa, me
lo confirma su silueta difuminada tras el
cristal de la cocina, pero a pesar de
estar sola el rastro de Ever me llega muy
nítido, ese olor a flores frescas podría
reconocerlo entre miles de fragancias
diferentes. Rodeo la casa siguiendo el
rastro, dejo atrás las vallas de un
pequeño jardín muy bien cuidado y
cruzo la calle, situándome bajo los
árboles de frondosas ramas, no veo a
Ever pero su voz llega nítida y clara
hasta mis oídos.

−Pero quiero que te vayas... Me


estás molestando.
−Menudo recibimiento. −digo sin
elevar la voz−. ¿No puedes soportarme
ni 30 segundos? −miro hacia arriba y
veo sus botas balanceándose sobre la
rama en la que está sentada a
horcajadas.
−Step, eres tú.
−Sí, pero si quieres me marcho
−contesto haciendo ademán de bajar de
la acera.
−No, espera −grita dejándose caer
de un salto−. espera... No hablaba
contigo.
−¿No?, y entonces ¿Con quién
hablabas? −pregunto mirando hacia
arriba sin ver a nadie más.
−Con ese gato negro de ahí −señala
al azar−. ¿No lo has visto?, se parecía al
de Alicia, hasta creo que me sonreía con
malicia.
−No, ha debido marcharse antes de
que yo llegara −miro en la dirección que
me indica con el dedo con la certeza de
que no encontraré ahí a ese molesto
gato. Algo extraño le ocurre, no es la
primera vez que la sorprendo hablando
sola, pero quizás no es el momento ni el
lugar de insistir−. Los gatos son
tremendamente silenciosos −añado
tratando de dejar a un lado mi enfado,
buscando un momento de tregua.
−Supongo que has venido a
comprobar que Alessandra sigue viva y
en buenas condiciones, y como puedes
ver estoy cumpliendo a rajatabla la
"mision" −hace el gesto de comillas con
los dedos−. Sin novedades en el frente
−dice como usando un walki−. Cambio y
cierro.
−En realidad vine a ver si tú
estabas bien −hago ademán de sacar mi
cajetilla de tabaco del bolsillo−. No
tenía ninguna duda de que Alessandra
estaría perfecta, no creo que quieras
enfrentarte de nuevo a la ira de Marco.
−No −toca su cuello−. Creo que ha
dejado de apetecerme por una buena
temporada. Pero estoy bien, no hace
falta que te preocupes por mí.
−No lo hago... −miento y espero que
nunca llegue a darse cuenta de que de
hecho me importa demasiado, pero será
mejor que cierre de un portazo una
puerta que jamás debí abrir−. Me
deshice de tu japonés −digo cambiando
de tema−. La próxima vez procura ser
más cuidadosa.
−Si no llega a ser por el otro tipo
que casi mata a la humana, ni habrías
oído hablar del japonés −se queja−.
Llevo alimentándome muchos años y
jamás dejé envoltorios a la vista.
¿Dónde está Marco? ¿Qué va a hacer
conmigo?
−Tienes razón −me disculpo−.
Bueno Marco está... Digamos que
impartiendo justicia, y se lo está
tomando con mucha calma −meto la
mano en el bolsillo de mi pantalón
buscando el encendedor−. Y no sé qué
piensa hacer... Todavía no creo que lo
haya decidido.
−No quiero volver a Suiza. Quiero
quedarme con vosotros, bueno...
Contigo.
La miro desconcertado, siempre he
oído decir que es casi imposible
entender a las mujeres, que son
tremendamente complicadas, que a
veces no saben muy bien lo que quieren,
que dicen sí cuando en realidad es no, y
que cuando te están diciendo no, en
realidad quizás estén pensando en un tal
vez. Me contengo, no quiero que de
nuevo se desate mi ira, ni deseo
mostrarme decepcionado, ni que la rabia
guie mis actos ni mis pensamientos, pero
vendería mi alma al diablo por saber en
este instante qué es en realidad lo que
está pensando, cómo puede ser tan fría,
cómo puede decirme que quiere
quedarse conmigo y que al parecer sus
ojos no mientan y al mismo tiempo salir
y entrar de la cama de Samael sin que
ello le cause ningún pudor.

−Eso, no depende de mí. Marco


será quien decida qué hacer contigo.
−Está bien −parece resignarse−.
Step... −un ruido hace que se gire hacia
la casa−. Humana torpe −se queja.

Vuelvo la cabeza también hacia la


casa, pero no es en la humana en quien
pienso, ese pelo negro que parece flotar
mecido por la brisa y ese suave aroma
que emana de su piel aturde mis
sentidos. No será fácil, nada fácil
teniéndola tan cerca.
−¿Crees que deberíamos entrar?
−pregunto sin apartar la vista de la
suave curva que dibuja su culo.
−Está bien, y necesita estar sola.
Marco le ha regalado un vestido
precioso, creo que esta noche va a
convertirla.
−¿Convertirla? −no creo que Marco
esté pensando en hacerlo, no creo que
quiera renunciar a sentirla viva, a dejar
de disfrutar del color de sus mejillas,
renunciar a oír el latido de su corazón,
poder deleitarse del leve sonido de la
sangre circulando por sus venas, he
visto cómo la mira... Ese es el
problema, en el fondo no parece que
Marco quiera que ella renuncie a su
humanidad, o al menos no de momento.
Pero no soy nadie para hacer conjeturas
sobre los planes de Marco−. Sí, supongo
que en algún momento tendrá que
hacerlo.
−Bueno, para mí mejor que no lo
haga, mientras ella esté viva, Marco me
va a querer lejos de Suiza, y si me
hubiese querido matar lo habría hecho
ya. Así que el corazón que late en esa
casa, es mi salvoconducto −vuelve la
cabeza hacia mí−. Step, ¿estás bien?,
tienes una cara de tonto, anda lárgate,
seguro que tienes mejores cosas que
hacer que vigilar a la humana, Marco
debe querer que le planches la corbata
para esta noche.
−Sí, será mejor que me marche
−lanzo el cigarrillo al suelo, lo piso
hasta deshacerlo y comienzo a alejarme
−. Aaahhhh y nunca he planchado una
corbata, ni siquiera sabría cómo hacerlo
−añado sin girarme a mirarla.

EVER
Desaparece por el borde de la
calle, sin girarse, aunque creo por el
movimiento de su cabeza que sigue
buscando al gato. Algún día confiaré en
él, lo sé, lo siento, sé que solo podría
confiar en ese vampiro aburrido y serio
que me trata a veces como si fuese una
niña, pero que otras tantas me hace
sentir como si yo le importara, y esa es
una extraña sensación.
−A Scotch también le importabas.
−No, solo le importaba lo que tengo
entre las piernas y cuántos podían pasar
entre ellas... Nada más.

Alessandra parece dudar entre unas


medias más claritas y otras más oscuras,
cuando se decide por unas, las desliza
delicadamente hasta ajustarlas al muslo,
no puedo evitar excitarme un poco,
parece una película erótica solo para mí.
No se viste, sino que se dedica a
pasarse una toalla por el pelo, sacándole
la humedad, y dejando que el ambiente y
el tiempo hagan el resto. Se pasea por la
habitación, la ropa interior es de lo más
atrevida, nada que ver con mis braguitas
de Kitty, ella parece sacada de una
película del viejo Hollywood,
provocativa pero con glamour.
Es media tarde y parece ponerse
nerviosa con cada vuelta que da el
segundero del reloj. Me siento en la
rama de uno de los árboles que dan a la
ventana del dormitorio, muy lejos para
poder verla si fuese humana, pero no
tengo problemas incluso en distinguir el
tono de colorete que pretende ponerse.

−Muy llamativo para mi gusto


−digo pasando el dedo por la pantalla
del ipod distraídamente.
−Tú siempre has sido muy sosa.
−Que sea una puta no significa que
tenga que parecerlo... Uauuu −digo al
ver el vestido−. Joder con el viejo de
Marco.
−No es para tanto −dice Victoria.
−Estás de coña ¿No?, es precioso.

Acaricia la tela con la yema de los


dedos, y puedo ver cómo cierra los ojos,
como dejándose transportar por lo que
esa simple tela, ese simple gesto le
trasmiten. Desliza el vestido cubriendo
su cuerpo, se le adapta a la perfección y
ese color rojo escarlata la hace parecer
una princesa. No puedo evitar sentir una
pequeña punzada de celos, o mejor
dicho de envidia, no solo porque parece
sacada de un cuento de hadas, sino
porque va a tener lo que todas las
mujeres queremos, no es un romance, es
EL ROMANCE, es ese amor tan
perfecto que duele al mirarlo, joder si
duele, duele tanto que tengo ganas de
atizarle. Pero lo es, de no serlo Marco
no se jugaría todo lo que tiene por ella,
la ama, se nota que más que a nada en
este mundo, las mujeres notamos esas
cosas, tenemos un sexto sentido que nos
hace identificar el amor por más
escondido que esté. Se mira al espejo y
sonríe, obviamente contenta con la
visión que le devuelve. Pasa los dedos
por su pelo, terminando de acomodar un
mechón que se ha soltado.
Baja al salón y se sirve una copa, se
la ve feliz, bueno, yo no sé cómo era
antes, pero debe haber tenido una vida
de mierda si termina en brazos de
Marco, que no es precisamente un
jovencito, sonrío, bueno Step tampoco
lo es, aunque no sé por qué pienso en
eso ahora. Se queda de pie para no
arrugar el vestido, espero que Marco no
tarde en llegar porque esos tacones
tienen pinta de ser matadores. Me
debato entre hacer una entrada triunfal
por la ventana y joderle el momento, o
quedarme donde estoy, sentada a
horcajadas en la rama de un árbol, como
una jodida ardilla, viendo cómo esa
humana desprende felicidad por todos
los poros de su piel.

−Pues tampoco está tan guapa


−dice Victoria desde el pie del árbol−.
No me gusta el peinado, parece una
remilgada.
−Eres una envidiosa −digo
riéndome.
−Ahh claro, y tú no ¿Verdad?
−Sí, yo también, pero lo
reconozco... Está preciosa y eso me jode
muuuuucho.
Me quedo encaramada al árbol,
pasando a gran velocidad las canciones
del ipod, buscando alguna que sea
apropiada para ese momento, sin hallar
nada que llegue a convencerme. Puedo
casi adivinar cómo va a sentirse en el
momento que vea llegar a Marco, yo una
vez también lo sentí, aunque después me
pisotearan como a las alfombrillas que
dan la bienvenida en una casa.

STEPHANO
Encamino de nuevo mis pasos hacia
el almacén, en el otro extremo de la
ciudad, en uno de esos barrios que no
resultarían recomendables para la gente
de bien, camino despacio, no tengo
prisa, aunque pensándolo bien Ever dio
a entender que Marco y su humana tenían
una cita, quizás será mejor apurar el
paso por si Marco ha terminado con su
divertimento y tiene que marcharse,
levanto la mano y paro a un taxi.
Largo al taxista un par de billetes y
tras cerrar la puerta cruzo la calle, abro
una puerta metálica, medio oculta tras un
muro ennegrecido, y desciendo los
escalones hasta el sótano. No se oye ni
un solo ruido, ni tan solo el rítmico y
acompasado de un corazón humano, así
que Marco ha terminado, pero no hace
mucho, el olor a sangre todavía caliente
me azota cuando termino de bajar el
último escalón y me doy de bruces con
un espectáculo que alguien de estómago
delicado podría calificar de dantesco.
Marco está de pie, junto a una
columna, bajándose con parsimonia las
mangas de su camisa, que hace algunas
horas era de un blanco impoluto, ahora
las salpicaduras rojizas harían
difícilmente identificable su color
original, salvo por algunos trozos de la
espalda. Se acerca hasta una silla de
respaldo alto donde tiene perfectamente
colgada la americana y se la pone
despacio como si temiera arrugarla, me
mira y asiente con la cabeza, sé que ha
llegado mi turno, me corresponde borrar
todas las huellas, el trabajo sucio.
Cuando pasa por mi lado se detiene
poniendo su mano sobre mi hombro
ejerciendo una presión contenida.

−Sé que serás discreto.


−Como siempre Marco.
−No me refiero al almacén, sino...
−Parecerá un accidente, no hay
problema.
−Gracias, Stephano −dice
simplemente mientras empieza a subir
los escalones.

Miro a mi alrededor, Marco se ha


tomado a conciencia su papel de noble
caballero al rescate en venganza de su
dama, el escenario haría las delicias de
cualquier agente del CSI, por muy
novato que fuera, aparecen restos
biológicos por todas partes, cabellos,
piel, sangre, vómitos, saliva... tardaría
horas en borrar todas esas
manifestaciones de sadismo en estado
puro y aún así sería complicado dejar el
almacén con su aspecto original. Abro la
puerta de un armario de metal y saco dos
latas de gasolina de unos veinte litros y
las vacío sobre el suelo, las paredes y el
escaso mobiliario, un par de sillas de
madera y unos sofás destartalados. El
papel y los rollos de alfombras viejas
que hay en uno de los cuartuchos del
fondo ayudarán a que todo se convierta
en cenizas en poco tiempo.
Prendo unos periódicos con mi
encendedor y los lanzo sobre el suelo
encharcado de gasolina, una gran
llamarada ilumina el lúgubre espacio al
tiempo en que corro escaleras arriba y
cierro la puerta metálica a mi espalda.
Miro a ambos lados de la calle y no
se ve ni un alma, ni vivo ni muerto, la
furgoneta en la que vinimos ha
desaparecido, sonrío al imaginarme a
Marco al volante, más acostumbrado a
los coches clásicos y a los deportivos,
el cielo está sereno y parece que no
amenaza lluvia, algo inusual en Londres
en esta época del año, subo las solapas
de mi americana, más por actuar como
un tipo cualquiera que sale de cualquier
antro que por guarecerme de un frío que
no me afecta, enciendo un cigarrillo y
comienzo a caminar en dirección a
Chelsea, puedo oír cómo crepita el
fuego en el interior del almacén, todavía
no asoman las llamas, aunque un reflejo
ocre y rojizo se empieza a distinguir a
través de los cristales.
Una hora después, cuando estoy a
unas cuantas manzanas de llegar a mi
destino me detengo bajo una farola a
atar los cordones de uno de mis zapatos,
a lo lejos oigo el repiqueteo de unos
tacones, una muchacha joven camina por
la acera moviendo ostensiblemente sus
caderas, un vehículo se detiene cuando
llega a su altura y la ventanilla
desciende poco a poco, tras
intercambiar unas palabras ella asiente,
abre la puerta y sube deprisa
acomodándose en el asiento, la luz del
techo se refleja en su peluca lila antes
de volver a apagarse, el coche se pone
en marcha y se pierde en el interior de
un parque cercano.
Continúo caminando hasta llegar al
hotel, subo los escalones con rapidez y
me dirijo directamente al bar, mi reloj
señala casi las siete y media, buena hora
para tomarme un whisky. Me acomodo
en la barra en uno de los taburetes más
alejados de la puerta, solo hay un par de
tipos más a esas horas, uno de ellos
cerca de la máquina de tabaco.

EVER
La felicidad, aunque tarde, siempre
termina llegando, y esa noche le ha
tocado a ella, a esa humana tonta, puede
que algún día me toque a mí. Quiero
verme vestida de princesa, nerviosa
porque llegue mi alma gemela y nos
fundamos en uno solo. Pero de momento
lo que me toca es esperar, y verla a ella,
jugando con los hielos de su vaso,
mirando por la ventana, su corazón se
acelera cuando una Limusina gira la
esquina. Resoplo, el colmo de la
cursilería, joder, me muero de envidia.
Cuando Marco desciende me deja sin
palabras.
Todo ocurre como en una película
pero es la realidad, y no puedo cambiar
el canal, la puerta se abre y aparece
ella, los ojos de él se iluminan, y el
corazón de ella hace que me arda la
garganta aún habiéndome alimentado. Le
tiende la mano como el perfecto
caballero que es.

−¡Estás muy guapo Jefe!


−Gracias Ever −pero sus ojos se
han pegado a Alessandra y parece que
jamás vayan a despegarse.
−¿Dónde está? −pregunta
Alessandra mirando alrededor.

Pero Marco ya no le responde,


cierra la puerta tras de sí y pasados unos
segundos, el coche se pierde por el
extremo contrario por el que ha
aparecido. Salto a la acera.

−Y ahora él la convertirá, y la
acompañará en su muerte, estará ahí
cuando despierte y le enseñará lo que es
vivir la inmortalidad junto a la persona
que se quiere, la ayudará a controlarse
los primeros meses, le enseñará a
sobrevivir cuando tienes que jugar a
esconderte... Vamos, igual que Samael.

Busco a Victoria esperando que me


dé la razón, pero por algún extraño
motivo me ha dejado sola. Miro de
nuevo por dónde se ha ido el coche y
tomo el rumbo contrario, dirección al
hotel.
La puerta del hotel se abre, y no es
automática, es un señor vestido con un
ridículo traje el que ha obrado el
milagro, sostiene la puerta mientras con
la otra mano me invita a entrar. Me
sorprendo, no estoy acostumbrada a esas
formalidades, normalmente soy invitada
a salir, pocas veces a entrar, el reflejo
de la puerta me devuelve una Ever un
tanto diferente, pantalones de pinzas y
una camisa blanca de seda, que aunque
un poco grandes, no me sientan mal. Le
huelo a la izquierda, en el bar, no
entiendo la necesidad de contacto
humano que tienen esos vampiros.
Le veo en el otro extremo de la
barra, solo, como le gusta estar, me
desabrocho un botón de la camisa. Hay
un par de hombres más, uno al lado de la
máquina de tabaco, y una pareja en una
de las mesas, ella acaricia la polla de su
acompañante por debajo de la mesa.
Entro decidida, con esos zapatos de
tacón de Alessandra y me siento en la
barra pidiendo una copa que no voy a
beber. Paso las manos por mi pelo y me
cruzo de piernas, no le he mirado ni una
sola vez.
−Disculpe señorita pero no
servimos a menores.
−Me parece una política muy
correcta, si veo a algún menor por aquí
le advertiré −digo sonriéndole−. Pásale
la nota al tipo del final de la barra, al
que me desnuda con la mirada.

STEPHANO
A penas llevo unos minutos sentado,
haciendo girar los cubitos de hielo en el
fondo del vaso después de apurar de un
trago mi bebida y hacer un ademán al
camarero para que me sirva la segunda,
cuando su inconfundible aroma me
advierte de su presencia, aunque me
desconcierta el sonido de unos tacones
golpeando con algo de indecisión las
baldosas del suelo. No aparto la mirada
del fondo de la copa, donde el hielo ha
empezado a derretirse, o eso es lo que
pretendo, no levantar la cabeza para
mirarla, pero mi corazón inerte parece
querer llevarle la contraria a mi cerebro
y giro la cabeza ligeramente hacia mi
derecha para encontrarme con ella, que
casi me da la espalda.
Habla con el camarero, su risa llega
nítida hasta mi posición, el tipo de mi
izquierda, que se encuentra a unos pasos
de mí, junto a la máquina de tabaco,
también la observa con detenimiento,
está diferente, igual de sexy que siempre
pero más elegante, esa ropa que lleva
puesta no parece suya, aspiro
ligeramente el aire hasta descubrir
algunas notas del aroma de la humana
adherido a esa camisa de seda blanca.
Una de las ventajas de ser vampiro
es poder escuchar sin dificultad las
conversaciones que se producen incluso
a cierta distancia, en este caso la
advertencia del camarero sobre la edad
para servir alcohol me llega sin ningún
tipo de dificultad, encajo la mandíbula,
sin duda es evidente que es demasiado
joven, en realidad casi parece una
adolescente, me reprendo mentalmente
por siquiera pensar que un tipo como yo
y alguien como ella... A veces echo de
menos que el alcohol nos afecte, en
algunas ocasiones me encantaría que
pudiera aletargarme los sentidos, aparto
mi mirada de ella, la fijo de nuevo en el
espejo que tengo en frente y apuro mi
segunda copa de un trago.

−Pásale la nota al tipo del final de


la barra, al que me desnuda con la
mirada.

El camarero deja tras el mostrador


un paño blanco con el que estaba
secando una copa y se acerca hasta mí,
elevo los ojos cuando lo tengo delante,
justo para comprobar cómo pasa de
largo y se acerca al tipo de mi izquierda,
un joven imberbe, que abre
desmesuradamente los ojos cuando el
camarero le pasa la cuenta y señala
hacia Ever.
Noto como los músculos de mis
hombros se tensan cuando veo que el
tipo se levanta y se lleva la mano al
pantalón para sacar su cartera, sus ojos
destilan esa esperanza babosa que
muestran algunos tíos ante la promesa de
un buen polvo, pero tendrá que ser otro
día porque me levanto quizás con más
rapidez de la que sería aconsejable para
pasar desapercibido y arranco la nota de
su mano.

−Ni se te ocurra levantar el culo del


asiento −y no sé si es que mi cara es fiel
reflejo de lo que siento pero el tipo ni se
mueve del sitio y vuelve a guardar su
cartera.

Me acerco a Ever lanzando la nota


y un par de billetes sobre la barra.

−Nos vamos −digo poniendo mi


mano bajo su codo.
−Oye, pobre chico, deberías
disculparte −dice sin poder evitar la risa
−. Eres muy mal educado.
−¿Disculparme? −pregunto pasando
la mano a su espalda mientras baja del
taburete−. ¿Bromeas no? deberías
agradecerme que te haya evitado una
noche de terrible aburrimiento −no la
miro, no quiero que pueda adivinar en
mis ojos el menor atisbo de alivio.
−Gracias, supongo... −salimos del
hotel−. Oye... ¿Se puede saber dónde
vamos?, al decir lo de la noche aburrida
pensé que me ofrecerías una buena
alternativa −y posa descaradamente su
mano en el bolsillo trasero de mi
pantalón.
−Estoy seguro de que la alternativa
te va a encantar −respondo retirando su
mano de mi bolsillo y devolviéndola al
suyo−. Seguro que te resultará bastante
más excitante −añado enigmático.
−Jummmm interesante, me tienes
intrigada. Ohhh espera... A ver si lo
adivino, ¡Vamos a comer un helado! No,
has dicho excitante... Mmmmm... −se
para de golpe y se sitúa frente a mí−. Me
encanta el sexo en lugares públicos...
¿Cómo lo has sabido? −su dedo acaricia
el primer botón de mi camisa.
−No −atrapo su dedo con mi mano
−. No juegues conmigo −digo con
frialdad.
−¿Por qué no?, sé que te encanta
−susurra con tono de voz sugerente.
−¡¡No!! −suelto su mano, con
delicadeza pero con determinación−. No
volveré a cometer el mismo error, será
mejor que...
−Me aburres Stephano, ahora sí,
ahora no, ahora quiero, ahora eres un
error... Para haber sido monje y haber
tenido que obedecer tus votos tu fuerza
de voluntad es lamentable, está bien...
Dime a dónde vamos, o por mas niñato
que sea el del bar me voy con él, aunque
solo sea para que me sirva de cena.
−¿Te aburro? −digo sujetando su
muñeca y tirando de ella hacia mí−.
¡¡Claro!!, cómo no voy a aburrirte, yo no
soy él −la miro con dureza a los ojos,
aunque suelto su mano y aparto la
mirada−. Tenemos una misión −añado
apretando el paso.

Continuamos sin hablar el resto del


camino, voy unos cuantos pasos por
delante de ella, sin aminorar el paso, me
detengo ante una casa moderna, de dos
plantas, aunque bastante anodina. Fuera
de la fachada se puede leer en el buzón
el nombre de una mujer: Edwina
Valmont.
EVER
Yo no soy él. Yo no soy él.
Tú no eres él. Eres infinitamente
mejor. Y yo soy una idiota por jugar
contigo como lo hago con el resto.
Porque no te lo mereces. Porque eres un
buen tío. Porque mereces que te traten
con la consideración que te
corresponde. Porque...
Edwina Valmont.
Valmont... Ese nombre me resulta
extrañamente familiar, aunque no
adivino por qué. Stephano levanta la
mano para mirar su reloj, el reloj que le
regalé, me alzo de puntillas para poder
verlo yo también. Son casi las nueve y
media, hora en que todo humano que se
precie debe estar ya recogido en su
hogar, vuelvo a mirar la casa y de nuevo
a Step.

−Es la madre de Alessandra −y


espera, supongo, una reacción por mi
parte−. Ella fue quien contrató a ese tipo
para que matara a su hija −dice al fin.
−Espera... ¿Qué? ¿Que su propia
madre ha intentado matarla?

Stephano me coge del brazo y tira


de mí alejándonos un poco de la casa, su
mano me aprieta con firmeza pero está
lejos de hacerlo de manera ruda,
siempre se adivina un atisbo de cariño
en cada gesto que hace, me pregunto si
es con todas igual.

−Escúchame, Marco quiere que


parezca un accidente, así que vas a
hacer lo que yo te diga, ¿de acuerdo?
−Claro. Qué clase de monstruo
quiere a su hija muerta... A parte de la
madrasta de Blancanieves, de
Cenicienta, de...
−¡Ever! −chasquea los dedos frente
a mi cara−. La señora Valmont está
cenando ahora, un rato de televisor y
subirá al dormitorio a acostarse. No hay
servicio, Alessandra heredó toda la
fortuna del padre y desde entonces los
bienes de la señora Valmont han ido
desapareciendo poco a poco, así que
está sola, desde el funeral solo ha salido
en contadas ocasiones, alguna reunión
social para que no se olviden de ella y
aparentar que sigue estando entre la élite
y poco más. Ha hecho correr el rumor de
que se encuentra en su casa de campo en
Escocia, pero esa casa la vendió hace un
par de semanas para tener liquidez. ¿Me
sigues?
−Claro, ¿crees que soy tonta?
−Yo no he dicho eso −se defiende.
−Porqué no lo soy −reafirmo−.
Todos creen que la buena madrecita está
de retiro espiritual por la pérdida de su
amantísimo esposo, pero la realidad es
que está aquí comiendo sopa de sobre
pero peinada de peluquería. Así que
puede que tarden semanas en encontrar
el cadáver. ¿Cómo sabes tanto sobre la
buena señora? −estoy asombrada, tan
solo hace un día que atacaron a
Alessandra.
−Me gusta hacer bien mi trabajo.
No hagas ruido −dice cuando nos
acercamos a la verja.
−¿A mí también me tienes tan
vigilada?
−Ever, silencio, y en la casa NO-
TOQUES-NADA −habla despacio
separando las sílabas.
−Sí, sí...

Me guía hacia la parte trasera de la


casa, no es difícil para nosotros escalar
la fría fachada sin ser vistos, una de las
ventanas del segundo piso está abierta y
es por ahí por donde entramos, una vez
dentro, nuestra voz solo puede ser un
susurro, aunque el oído humano no sería
capaz de escucharnos hablar ni
movernos, somos ágiles y discretos,
depredadores perfectos.
−Esperaremos aquí en silencio
hasta que suba y se acueste, cuando su
sueño sea profundo, será una muerte
dulce mientras descansa, tardarán
algunas semanas en encontrar el
cadáver, y parecerá una muerte natural.
−Aja... −digo simplemente sin
apartar la mirada de la escalera, hay
cientos de figuritas de cristal en una
vitrina, con las luces de la farola brillan.
−¡No toques nada! −dice
golpeándome la mano.
−Ainnch... Capullo.

Solo pasan veinte minutos hasta que


el ruido de los tacones amortiguados por
la moqueta llega hasta donde estamos.
Tiene que parecer un accidente,
Stephano pondrá una almohada en su
cara y apretará, como en Alguien voló
sobre el nido del cuco, me pregunto si
ha sacado su idea de esa película,
cuando la mujer, plurioperada está a
punto de llegar al último peldaño de la
escalera, no puedo refrenarme, es como
un impulso, salgo del escondite y me
posiciono frente a ella, abre los ojos
desmesuradamente, al susurro de
"buuuu" mi dedo índice se coloca en su
frente, un simple empujón y su cuerpo se
desploma por los treinta y cinco
escalones, hasta quedar tendida en una
posición que se asemeja a una muñeca
de trapo dentro de una lavadora.

−¡Ever! −dice enfadado.


−Parece un accidente, tiene mal
equilibrio.
−Joder −dice bajando de dos en dos
los peldaños hasta arrodillarse al lado
de la vieja−. Sigue viva.
−Su corazón se irá deteniendo poco
a poco −desciendo lentamente hasta
colocarme a su lado−. No se merecía
una muerte dulce, estoy segura que
Marco estaría de acuerdo conmigo.
La mano de Step me agarra con
fuerza y tira de mí hacia el exterior de la
casa una vez el corazón de la madre de
Alessandra ha dejado de latir.

−¿Estas enfadado porque hago tu


trabajo mejor que tú?

Sus pasos rápidos me arrastran


hacia el hotel.

STEPHANO
No me lo puedo creer, todo
organizado, un plan detallado al
milímetro, le advierto que no toque
nada, que no se mueva, que ni respire,
siempre lo tengo todo controlado,
siempre, debía parecer un accidente, y
va y me lo pone todo patas arriba... Es
incapaz de obedecer una orden, es eso
sin duda, o quizás es que siempre tiene
que actuar por impulsos, sin pensar, sin
valorar las consecuencias.
Acelero el paso mientras sigo
aferrando su muñeca, ni siquiera miro
atrás, no pienso escuchar sus excusas, ni
sus quejas, no tiene justificación
ninguna, le dije que no hiciera nada, no
es tan complicado, cualquiera puede
obedecer una orden sencilla, hasta los
perros lo hacen... Todos, todos menos
ella, ella siempre tiene que llevar la
contraria, actuar a su manera, según le
parece, ella quiere volverme loco, no,
sin duda va a lograr volverme loco.
Asciendo casi de un salto los
escasos escalones que separan la calle
del hall del hotel, no me detengo en
recepción y voy directamente a los
ascensores.
Hace ademán de protestar pero con
un gesto la detengo, creo que prefiere
mantenerse callada, yo necesito que se
mantenga callada, necesito pensar... Sí
eso es, necesito un poco de calma para
poder reflexionar, exacto, eso es,
paciencia, mantener la calma es lo
fundamental, he de serenarme.
Abro la puerta de la habitación con
la tarjeta magnética y tras cerrar la
puerta vuelvo a introducir la tarjeta en el
dispositivo de la luz. Me giro hacia ella
al tiempo que suelto su muñeca.

−¿Pero se puede saber qué coño te


pasa? −me quito la cazadora y la lanzo
sobre la cama−. ¿Tan difícil te resulta
cumplir una orden?, una jodida orden,
¿aunque sea sencilla?

No contesta, se dirige a uno de los


sillones, se sienta pasando sus piernas
por encima de los reposabrazos y atusa
un mechón de sus cabellos mientras
balancea los pies

−¿Y bien? −pruebo de nuevo,


alzando ambas manos para enfatizar el
hecho de que espero una respuesta.
−Estás muy sexy cuando te enfadas
−dice sin más.

Y me descoloca, me desarma sin


haber tenido que apretar el gatillo ni una
sola vez, me deja sin munición y con la
sensación de no saber si me toma el pelo
o simplemente trata de dar una vuelta
más de tuerca para hacerme perder el
control de la situación, o de mi propia
vida, porque no sé cómo enfrentarme a
algo así, si fuera un tío quizás
podríamos haber solucionado el
problema a ostias, un buen intercambio
de golpes y unas cervezas son el inicio,
en ocasiones, de una amistad duradera,
de ese tipo de amigo al que llamas
hermano, pero con ella... La miro entre
furioso y desconcertado cuando se pone
de pie, se acerca a mí, me lanza un beso
y con esa voz de jovencita entre sexy y
desvalida que solo ella sabe modular me
susurra.

−Venga, no te enfades, que no es


para tanto.
−¿Que no es para tanto? −resoplo−.
No lo entiendo, de verdad Ever, que no
puedo entender qué diablos te pasa,
parece como si no te importara nada.
−¿Está muerta no? ¿Qué más da el
cómo? −pasa por mi lado y se dirige a la
pequeña bolsa que hay encima de una
silla−. Dime por favor que tienes un
cepillo.
−Deja ahora el jodido cepillo −digo
haciendo la bosa a un lado−. no lo
necesitas −añado señalando su pelo−.
Estoy intentando comprender por qué
siempre actúas igual, haces las cosas
por impulsos, ¿es que nunca piensas en
las consecuencias?
−No sé qué responder a eso.
−¿Qué? −la miro atónito, no me
puedo creer que todo le resbale, que
nada le importe, que no sienta nada, que
todo sea para ella como un juego−. ¿Que
no sabes qué responder? −me acerco
más, reduciendo su espacio de maniobra
−. Maldita sea Ever −alzo la voz aunque
no quería hacerlo−. Pues di algo, di
cualquier cosa, di que te molesta mi
forma de trabajar, que no soportas que te
de órdenes, que te molesto, que te deje
en paz, pero di alguna cosa...
−"Alguna cosa" −y aunque actúa
como una niña parece dudar, me da la
sensación que quiere decirme algo,
parece como si se debatiera entre
dejarme entrar en su mundo o apartarme
definitivamente de él−. No me molesta
que intentes darme órdenes, me gusta
que te enfades cuando las desobedezco,
si no te enfadaras, no sería divertido.
−No era momento para divertirse
Ever.
−Bla bla bla... Está muerta, un
vejestorio y treinta y cinco escalones...
¿Qué podía fallar? Deja de darle tantas
vueltas a todo Stephano, relájate −se
encoge de hombros−. He tenido una
inmortalidad de mierda... Déjame que
me divierta.
−¿Qué deje que te diviertas?
−aunque hubiera deseado contenerme,
estallo al fin−. ¿Diversión?, es de eso de
lo que se trata ¿No?, para ti todo es
diversión... Pues lo siento pero jamás
mezclo el trabajo y la diversión.
−Y por eso estas amargado.
−¡No estoy amargado! −continúo
levantando la voz−. Y si lo estoy a ti que
más te da...
−Tienes razón, a mí me da igual
−resopla−. Eres insoportable −se queja
−. Voy a darme una ducha.
−Vuelve aquí −la sigo hasta el baño
−. No me dejes con la palabra en la
boca −sujeto su muñeca−. La cuestión es
que no confías en mí, a penas sé nada de
ti, ¿quién te ha hecho tanto daño? ¿Crees
que no noto que tus cicatrices no solo
arañan tu piel? ¿Por qué huyes? ¿De
quién tienes miedo?
−No huyo de nada... No, eso... Eso
no es cosa tuya −abre el grifo de la
bañera.
−Sí, sí que huyes, siempre lo haces,
estás huyendo de mí ahora −de un
movimiento seco cierro el grifo.
−No huyo de ti, qué gilipollez es
esa... Y deja de fingir que te preocupas
por mí, a todos los tíos lo único que os
importa es que nos abramos de piernas
−abre de nuevo el agua.
−Déjame en paz Ever ¡¡No te
consiento que me hables así!! −tiro de
nuevo del grifo para cerrarlo, pero no
controlo la fuerza y me quedo con él en
la mano, uno de los azulejos se
desprende de la pared y cae dentro de la
bañera mientras el agua a presión
empieza a empaparnos.

EVER
¿Por qué todo es tan difícil? alguien
me dijo una vez que la vida es sencilla,
que somos nosotros los que nos
empeñamos en complicarla. Y tenía
razón, porque no conozco mente más
caótica que la mía, que la de Victoria, y
juntas... Ohhh sí, juntas somos un
descontrol.
Mi mano se alza y acaricia su
mejilla, un gesto que pretende aplacarlo,
tranquilizarlo, porque es la hora, porque
ha llegado la hora de dejar que me
conozca un poco más, de decirle todo lo
que lleva atormentándome tiempo, de
hacerle saber cómo se ha desarrollado
mi inmortalidad, mientras él impartía
justicia y hacia cumplir las leyes, yo las
quebrantaba todas. Donantes, timbas,
favores por dinero, sexo por más dinero,
creación de vampiros para fines
lucrativos... He estado envuelta en todo
lo que él ha perseguido... Sus ojos y los
míos se encuentran y cuando mis labios
se despeguen ya no van a poder parar,
por eso, prefiero primero sellarlos con
un beso, nos sentamos sobre la cama y
dejo que sus brazos me envuelvan, que
sus dedos jueguen con un mechón de mi
pelo mientras le cuento todo.

−Déjame en paz Ever, no te


consiento que me hables así...

Su voz me trasporta a la realidad, al


baño, Victoria está sentada sobre el
mármol mientras niega con la cabeza, la
mano de Step sostiene el grifo de la
ducha y me doy cuenta que lo que noto
en mi cuerpo es el agua que sale del
reventón, y me asusta lo cerca que he
estado de dejarle entrar, de dejar que
atravesara esa coraza que me protege de
que tipos como él vuelvan a hacerme
daño. Me mira con rabia contenida,
herido, puede que por mis palabras,
puede que por mis silencios. Deja caer
el grifo al suelo mientras con un rápido
movimiento de cabeza localiza la llave
de paso que en un segundo se asegura de
cerrar. La blusa de Alessandra se me
pega al cuerpo.

−Te dejaré algo de ropa −dice


saliendo del baño con tono neutral en la
voz.

Victoria sale tras de él haciendo


aspavientos con ambos brazos, yo me
demoro un poco más ¿Siempre actúo sin
pensar? no, yo creo que pienso
demasiado, y siempre elijo la opción
equivocada. Podría salir del baño, darle
las gracias por la ropa, cambiarme,
sentarme sobre la cama y simplemente
dejarle en paz, como me ha pedido,
como sé que necesita.

−Déjalo −y me sorprendo hablando


−. Lo que quieres es verme desnuda.

Sus puños se cierran atrapando


entre ellos la camisa negra, sus
músculos se tensan y sus ojos evitan los
míos, de encontrarse, estoy segura que
me dañarían mucho más de lo que
puedan haber hecho otros cientos de
ojos. Todo su cuerpo tiembla y creo que
debe contener las ganas que debe sentir
de golpearme ¿Por qué no dejo de
llevarle al límite? ¿De tensar una cuerda
invisible que sin duda, en algún
momento se partirá?, me sorprende que
no lo haya hecho ya.
Me siento en la butaca, frente a la
ventana, recojo mis piernas cerca del
pecho y las rodeo con ambos brazos,
creo que él está intentando serenarse, no
sé qué es lo que debe pensar, pero
supongo que solo desea perderme de
vista.

−Voy a volver a intentarlo −dice


sentándose frente a mí−. A pesar de
todo, voy a intentarlo una vez más...
Ever −empieza a decir despacio−. Pese
a mis malas habilidades sociales, creo
que en este tiempo, estas semanas hemos
tenido buenos momentos, de verdad que
no finjo preocuparme por ti, me
preocupo por ti −recalca−. La gente dice
que hay cosas que es mejor hablarlas...
Quiero ayudarte, si es que necesitas mi
ayuda −pasa su mano desde la frente
hasta la nuca, en un gesto que denota
agotamiento−. Ever, mírame...

Pero no lo hago, porque soy incapaz


de enfrentarme a sus ojos. Mi mirada
sigue perdida en el horizonte, donde
dentro de poco empezará a despuntar el
sol, y me siento vulnerable, como
cuando me senté en aquel acantilado
esperando el amanecer para arder con
los primeros rayos del alba y dejar así
mi absurda existencia.

−Ever −su voz se vuelve un ligero


susurro.

Necesito contárselo todo, pero no


ahora... No en ese momento, sé que
encontraré el momento perfecto para
desnudar mi alma, porque no podría
hacerlo con nadie más, porque como él
dice, en esas semanas, no solo hemos
pasado buenos momentos, yo he vivido
momentos que jamás pensé que volvería
a vivir, porque a pesar de todos mis
desplantes, de complicárselo todo, sigue
ahí sentado frente a mí.
−Está bien −dice al fin.

De reojo puedo ver como se deja


caer hacia atrás rindiéndose, su mano
alcanza un libro de bolsillo dispuesto a
leer.

−Te dije que jamás te juzgaría, y lo


mantengo.
−Lo sé... −y me giro poco a poco
para verle, sostiene entre ambas manos
una novela−. Es solo que no sé por
dónde empezar.
−Solo empieza... −me anima.

De pronto la puerta se abre, doy un


respingo, no había advertido la llegada
de Marco, ninguno de los dos lo ha
hecho, porque puedo ver la sorpresa
también en los ojos de Step.

−Ever…−dice con una voz nada


normal en él.
−¿Jefe? −no sé si alegrarme o
maldecirle por habernos interrumpido.
−Toma −saca la cartera de su
bolsillo−. Cómprate algo de ropa.

STEPHANO
Marco cierra la puerta cuando Ever
se marcha, creo que ni siquiera ha
reparado en que llevaba la ropa mojada.
Parece algo distante, su mirada es fría.

−Ever no va a volver a Suiza.

La decisión de Marco suena como


una sentencia. De forma inmediata noto
cómo me pongo alerta, cada uno de mis
músculos y tendones se tornan rígidos,
tanto que por un momento creo que
incluso harán estallar las costuras de mi
camisa. Llevo junto a Marco muchos
siglos, y ni una sola vez hasta hoy he
pensado ni por un momento que pudieran
ser demasiados, pero por primera vez en
todo ese tiempo estoy a punto de
cuestionar una decisión que ya ha
tomado. Por un instante temo que sea una
sentencia de muerte, que haya pensado
en acabar con el problema de raíz y es
entonces cuando fuerzo a mis músculos a
que aún se tensen más.

−No voy a matarla. Si es lo que te


preocupa −añade mientras continúa
sentado−. Y es en ese momento cuando
me permito respirar, aún siendo un gesto
mecánico, una fuerte inspiración que
llene de aire mis pulmones, algo
parecido a lo que los humanos suelen
llamar suspiro de alivio.

Me levanto de la silla, me sirvo un


trago y hago que mis piernas se
desentumezcan, necesito que mi cerebro
también lo haga, de forma rápida,
necesito pensar, buscar alternativas a lo
que sea que Marco ha planeado para
ella. No voy a dejarla marchar tan
fácilmente, no sin antes haber hablado
con ella, sencillamente no puedo dejarla
ir... No puedo.

−Tengo diversos informes sobre


Hanoi −empieza a exponer mientras deja
a un lado su copa−. Han aparecido
algunos vampiros de los que nadie se
está responsabilizando. Tenemos que
controlar y asegurar la zona, garantizar
que todo volverá a la normalidad. Se va
a encargar Hugo, y también voy a enviar
a Ever.
−No −y esa negación escueta, la
primera vez que me opongo a la
voluntad de Marco, me suena extraña
cuando abandona mi garganta, pero
estoy decidido a no recular.
−¿Disculpa? −parece sorprendido,
no, sin duda está sorprendido−. ¿Vas a
cuestionarme?
−No es mi intención Marco, sabes
que jamás te cuestionaría, pero en este
caso, no creo que sea la mejor decisión,
Hanoi es un punto demasiado caliente,
Hugo es demasiado explosivo y ella...
−¿Te preocupa que resulte herida, o
muerta? −me mira, parece cansado sino
le conociera pensaría que incluso parece
dolido, pero no me da tiempo a
responder−. ¿Y qué propones?
−Yo iré con ella −y la solución me
surge sin pensar, sin tener que meditar
en absoluto, de forma natural porque sé
que es con ella con quien quiero estar, a
su lado, aunque sea incluso en contra de
su voluntad, aunque sea a su pesar, sé
que no podría permanecer lejos de ella,
necesito aclarar muchas cosas, tenemos
una conversación pendiente cuando se
decida a confiar en mí, puedo esperar a
que lo haga, tengo todo el tiempo del
mundo y aunque es quizás el único ser
que me desespera, todavía mi paciencia
puede ser infinita.

Entiendo que quiera alejar a Ever


de la Fortaleza, sabe demasiado, el
secreto de la humana puede ser una
bomba de relojería que nos estalle en
cualquier momento y que arruine sin
remedio nuestras vidas, la suya por
violar la ley y las nuestras por encubrir
su falta, entiendo que no confíe en ella,
lleva con nosotros poco tiempo, su
carácter es un tanto peculiar pero yo sé
que llegará a ser un miembro importante
de nuestro equipo, tengo la seguridad de
que algún día será imprescindible, y a
pesar de que mi corazón no palpite
desde hace una eternidad, tengo la
corazonada de que puedo poner mi vida
en sus manos sin temor a que la haga
peligrar, pero Marco no puede ver eso,
al menos no todavía, necesitamos
tiempo, si al menos pudiera ganar un
poco de tiempo podría lograr que Marco
la vea como yo puedo verla, sí, mi
decisión también está tomada.
−Marco, voy a ir con ella.
−Veo que no es una sugerencia.
−No, creo que no lo es.
−Me sorprendes. Nunca antes me
habías cuestionado −resopla−. Está
bien. Partiréis desde aquí.

Asiento, partiremos directamente,


sin pasar por Suiza, puedo organizarlo
todo desde aquí, solo necesitaré unos
días para los preparativos.
Cojo mi cazadora de piel marrón y
salgo de la habitación, sin decir nada
más, no necesitamos intercambiar más
palabras para saber que nos entendemos,
y que es lo correcto. Bajo al hall y salgo
a la calle, me enciendo un cigarrillo y
me dispongo a seguir su rastro hasta
localizarla.
Solo tengo que desplazarme unas
cuantas manzanas siguiendo el aroma
que se me ha hecho tan familiar, ese que
ya va a permanecer grabado para
siempre en mi memoria, no tardo
demasiado en encontrarla, la veo en el
interior de una tienda, los amplios
cristales del escaparate me devuelven su
reflejo, ha colgado y descolgado varias
prendas desechándolas después de
darles un vistazo. Se mueve por el
interior del establecimiento despacio,
observando las diferentes estanterías, ha
colgado y descolgado una camisa dos o
tres veces, se la ha colocado
sobrepuesta sobre el pecho frente a un
espejo y ha vuelto a colgarla en la
misma percha de donde la había cogido.
Me sorprende que parezca no decidirse
por nada en concreto, a pesar de que veo
que lleva dos o tres bolsas en las manos.
Lanzo el cigarrillo a una
alcantarilla y entro en la tienda en el
momento que está mirando unos
pantalones cortos de tipo militar.

EVER
Llevo más de una hora paseando
por las calles comerciales de Londres,
jamás en la vida me había costado tanto
elegir un atuendo, miro las dos bolsas
que cuelgan de mi mano derecha, no me
lo puedo creer, ¿Qué me está pasando?
¿Por qué tengo esa necesidad de intentar
encontrar algo que me siente bien o que
me haga parecer algo mayor?
Pienso en esa conversación que ha
quedado pendiente y nace en mí una
sensación de vértigo, como si me
encontrara frente a un abismo con la
única indicación de saltar, confiando en
que la cuerda me sujetará, o el
paracaídas va a abrirse, cerrar los ojos
y confiar ciegamente en que el otro te
sostendrá. Dicen que en eso se basan las
relaciones, y aunque solo sea de
amistad, supongo que Stephano y yo
ahora estamos intentando cultivar una
relación.
Entro en otra tienda, miro los
percheros, puede que me esté costando
elegir ropa porque no sé dónde voy a
ponérmela, ¿me quedo en Londres?,
¿vuelvo a Suiza?, ¿va Marco a
mandarme a Mongolia desterrada como
castigo por saber más de la cuenta?
Sostengo entre mis manos unos
pantalones militares, no puedo evitarlo,
uno siempre vuelve a sus orígenes, les
doy la vuelta comprobando los amplios
bolsillos que tienen justo detrás y
cuando voy a dejarlos en su sitio me
sorprenden sus ojos mirándome. Parece
más serio de lo habitual.

−¿No son de tu talla?


−No son lo que busco.
−La última vez fuiste muy rápida
eligiendo, parecía que sabías muy bien
lo que querías.
−Pues ahora soy un mar de dudas
−digo saliendo de la tienda y dándole
las dos bolsas para que sea mi
porteador.

Nos sentamos en la terraza de un


pequeño café de esos en cadena y nos
quedamos largo rato mirándonos, parece
ridículo que dos vampiros se detengan a
tomar un café, pero supongo que la
aparente normalidad del acto es lo que
nos hace, en ese momento, algo más
humanos. No dice nada, solo me mira,
me mira de un modo distinto a semanas
antes, me mira sin duda de diferente
modo de cómo me miró cuando me vio
salir de la habitación de Samael… Y de
pronto es una idea que toma
determinación y constancia en mi mente,
jamás debe saber eso, procurando así,
con ese acto, proteger lo único de valor
que ahora mismo hay en mi vida.

−¿Se puede saber qué te pasa?


−digo quitando la tapa del vaso de
cartón−. Esa cara es rara hasta para ti
¿Ha pasado algo con Marco?
−No, no ha pasado nada −lanza el
humo del cigarrillo hacia el otro lado de
la mesa−. Bueno, en realidad...
−Vais a matarme, ¿es eso? ¡Joder!
−exclamo de forma teatral −Al menos
espero que lo hagas tú.
−¿Matarte? −gira la cabeza para
mirarme−. ¿Qué te hace pensar eso?
−mueve el vaso dándole vueltas pero no
lo acerca a sus labios ni una sola vez.
−Marco no confía en mí, en que
pueda mantener en secreto lo de
Alessandra, lo más inteligente es
eliminarme... Y tú obedeces órdenes...
Sin cuestionarlas... Si yo fuese Marco
me mataría.
−Bueno, afortunadamente tú no eres
Marco −dice como sin dar importancia a
mis palabras.

No puedo evitar respirar algo más


aliviada, me alegra saber que la opción
de quitarme de en medio no entra en los
planes del gran Jefe, aunque sigo
pensando que Marco no va a dejar que
regrese a Suiza, donde puedo ponerle en
gran peligro.

−Si la decisión de Marco hubiera


sido la de eliminarte... −dice sin
mirarme, como si no hablara para mí.
−Si la decisión hubiese sido
eliminarme, ¿tú...? −digo enfrentándome
a sus ojos.
−No hubiera podido hacerlo −suelta
casi en un susurro−. Por primera vez en
mi vida no hubiera podido cumplir una
orden.
Y su afirmación me pilla totalmente
desprevenida, con la guardia baja,
totalmente vulnerable a sus palabras y
sus ojos. Y algo dentro de mí me dice
que salte a sus brazos, único refugio de
todos mis temores, y otra parte de mí,
llamado Victoria, solo puede jactarse de
haber logrado que alguien como él,
témpano de hielo, esté rendido ahora a
mis caprichos. Y después está mi
cabeza, esa que de vez en cuando entra
en acción, pensando, recordando cómo
la última vez que confié, no salió bien.
Así que me quedo parada, viéndole,
mirando sus ojos, su cara, él... Está
esperando a que yo diga algo, que
corresponda a sus palabras, y quiero
hacerlo y a la vez tengo miedo.
−Supongo que... Gracias −suelto
sonriéndole, sabiendo que es mucho más
lo que le quisiera decir.
−Supongo que... De nada −dice sin
más, creo que ha aprendido a saber
cuando algo me incomoda, y esa
situación, es algo incómoda para mí−.
De todos modos...
−De todos modos, no voy a volver a
Suiza −ahora sí respiro aliviada.
−No, no vamos a volver a Suiza.
−¿Vamos?, ¿los dos?, ¿nos vamos
de vacaciones? −digo ampliando la
sonrisa−. Un estudio dice que el 40% de
los matrimonios de divorcian en
vacaciones.
−Bueno... −y no puede reprimir una
sonora carcajada, una que me encanta−.
No creo que pienses que son unas
vacaciones cuando estemos allí −me
advierte.
−No me importa dónde sea, solo
quiero estar lejos de Suiza
−Pues deseo concedido. En un par o
a lo sumo tres días estaremos a miles de
kilómetros.

Me cambio de silla, poniéndome


justo a su lado, dejando caer mi cabeza
sobre su hombro. Sintiéndome a gusto.

−No sabes lo que me alegro, e


instintivamente cierro los ojos,
aspirando el olor a cigarrillo que
desprende.
−Pues lo celebro −responde
lanzando la colilla al suelo y de pronto
me da un ligero empujón con el hombro
−. Espero que sigas pensando lo mismo
dentro de unas semanas.

Por suerte para nosotros el sol no


luce en Londres, la niebla lo cubre todo,
los londinenses se apresuran a llegar a
sus trabajos, a sus casas, veo el
movimiento a nuestro alrededor sin que
le preste la más mínima atención,
seguimos sentados en esa mesita, el café
pasa de caliente a tibio y a totalmente
frío, han pasado horas. Stephano se
sincera conmigo, está preocupado por
nuestro destino, Hanoi, creo que le
preocupa que yo no esté preparada, que
no de la talla, y que me ponga y le ponga
a él en peligro. Me relata los
pormenores de sus informes, todo lo que
le ha llegado de los “nuestros” que están
allí, vampiros insurrectos, una aldea
totalmente arrasada, me pregunto por
qué el Consejo no ha actuado antes,
aunque creo conocer la respuesta,
Alessandra. Marco no ha estado
atendiendo a sus obligaciones en las
últimas semanas.
Miro las dos únicas bolsas de la
silla de mi derecha, dos vestidos finos,
unos vaqueros y un par de camisas, yo,
con una camisa, suspiro, nada de eso es
apropiado para mi destino. Sería mejor
ropa cómoda, que me de libertad de
movimientos. Cuando nos levantamos de
la mesa, al cabo de horas ahí sentados
no puedo evitar besarle, y aunque lo
haría en los labios, me decido por
hacerlo en la mejilla.

−No te voy a defraudar −le digo


cogiendo las bolsas dispuesta a seguir
comprando.

MARCO
Me dolía el corazón, o puede que
fuese el orgullo, o simplemente las horas
que llevaba mirando al horizonte sin
saber muy bien qué hacer. No podía
entender cómo una velada que prometía
ser tan mágica se había torcido de ese
modo, parecía el mal guión de una
película de serie B. Estaba enfadado,
¿con ella? jamás. Conmigo, por haber
sido tan estúpido, por haber pensado
que ella lo dejaría todo por mí como yo
estaba haciendo por ella. Tenía una vida
por vivir, y aunque yo le ofrecía una
eternidad, podía entender sus
reticencias. Las conversiones pactadas
no solían ser muy habituales entre
nosotros. No iba a decir que nuestro
caso era único, pero casi.
¿Qué esperabas Marco? supongo
que esperaba que gritara que SI, que me
dijera que se entregaría a mí en cuerpo y
alma, en vida y muerte. Estúpido. No
pretendía convertirla esa misma noche,
pero tenía planes, grandes planes para
ella, para mí, para nosotros, me
imaginaba regresando a la Fortaleza con
ella asida de mi brazo, imaginaba esas
largas noches los dos juntos en nuestro
dormitorio, salvando el trámite de
dormir, podríamos follar del alba al
ocaso.
Mido la estancia a grandes
zancadas, de vez en cuando me detengo
para comprobar que sigue siendo de día,
parece que la noche se resiste a llegar,
puede que sea porque es medio día y
prácticamente no han trascurrido las
horas. Resoplo molesto con el paso del
tiempo, que parece confabularse en mi
contra.
Me dejo caer sobre la cama alargo
el brazo y cojo la botella que reposa
sobre la mesilla de noche y dándole un
largo trago doy cuenta de ella. Tengo
hambre. Después del fiasco de
Alessandra es en lo único que puedo
pensar, en que tengo hambre y no me
apetece moverme de esas cuatro
paredes. Hace un rato que Ever y
Stephano no están en el hotel, de estar
aquí, me plantearía pedirles que me
subieran algo de comida.
Me obligo a levantarme, paso las
manos por mi pelo recogiéndolo en una
cola, cojo la chaqueta y salgo al pasillo,
después de mucho dudarlo, simplemente
me decido por hacer algo, no puedo
vegetar el resto de mis días, sobre todo
por el hecho, de que éstos jamás tendrán
fin.
Evito cruzarme con Stephano
cuando éste regresa al hotel, sin Ever, no
sé si es buena idea dejar sola a esa
chiquilla, pero confío en el buen criterio
de mi amigo. Solo tengo que andar un
poco, para cambiar de barrio, uno con
algo de más mala fama. El Pussycats es
un reconocido local de Striptease, donde
de seguro encuentro algo que llevarme a
la boca. Tomo un trago mientras mi
olfato va seleccionando entre los
diferentes olores, hasta localizar un rico
manjar. Chicas mostrando sus encantos
sobre el escenario, sus dotes, no
artísticas precisamente, unas más
mayores, otras dudo hasta que tengan
edad para consumir alcohol, como la
chica que ahora baila subida a una
barra, con una llamativa peluca lila,
estoy tentado de elegirla como plato
principal de mi cena, hasta que otra
joven de pelo rojo y ojos azules,
preciosa, con un cuerpo escultural y un
rostro casi angelical, se cruza frente a
mí. Me pierden las mujeres de pelo rojo.
Nunca he pagado por sexo, pienso
cuando alargo un par de billetes a la
joven y salimos del local.
Tiene un sabor dulce, hundido entre
sus piernas, me deleito con esa ambrosia
que es para los vampiros la sangre de un
humano. Succiono directamente de su
vena femoral, mientras la pobre ilusa,
intenta chillar sin lograrlo. Me relamo
cuando termino con ella, dejándola seca,
su corazón no late, sus ojos, sin vida,
muestran el terror de sus últimos
minutos en la tierra.
¿Sería capaz de infringir ese dolor a
Alessandra? Solo quería tenerla a mi
lado para siempre, pero no me había
planteado el hecho de tener que ver
cómo moría para poder revivir en las
tinieblas. Era un duro trámite, muy duro,
puede que su elección fuese la más
acertada, y yo... Yo estaba equivocado,
puede que el egoísta fuese yo, no, sin
duda, yo era el que había obrado mal,
solo pensando en mí.
STEPHANO
Termino de revisar la bandeja de mi
correo y respondo con rapidez un par de
mails, uno de ellos de Brigitta
agradeciéndome que le informara sobre
el viaje relámpago que había tenido que
hacer Marco a Alaska para firmar la
compra de unas propiedades, aunque en
realidad esa adquisición ya se había
efectuado, todavía no se había
procedido a su registro, por lo tanto eso
le daba un margen para poder justificar
su ausencia de la Fortaleza. La
secretaria de Marco me ha explicado
que había informado a un par de
miembros del Consejo que habían
preguntado por Marco y que se habían
mostrado encantados de que al fin esa
operación financiera hubiera llegado a
buen puerto. Sonrío para mis adentros,
Marco había conseguido hacerse con
esos inmuebles a penas sin esfuerzo,
pero no hacía falta ser demasiado
explícito en los detalles, esperaba que
para el momento que tuviera pensado
regresar a Suiza ya hubiera podido
solucionar ese "afaire" suyo con la
humana, quizás para entonces su humana
ya hubiera dejado de serlo.
Hace casi una hora que he dejado a
Ever en uno de los centros comerciales
más exclusivos de Londres, ha insistido
en que debía comprar algunas cosas
más, que tenía que estar preparada para
cualquier eventualidad, sonrío al pensar
en que quizás en realidad habrá tenido
que devolver alguna de esas blusas que
tanto tiempo ha tardado en elegir, cómo
lo había llamado… ¿Seda salvaje?, pues
la seda salvaje y la selva no creo que
sean de fácil combinación.
Enciendo un cigarrillo mientras
selecciono en la agenda del móvil el
número del tipo al que suelo recurrir
cuando estoy en Londres, necesito que
me prepare documentación falsa,
necesitaré algunas tarjetas de crédito,
visados para Vietnam, y un par de
pasaportes para Ever y para mí, lanzo
una bocanada de humo mientras espero
señal de llamada.

−Tengo que verte −digo


simplemente cuando descuelga−. Sí, esta
noche a las siete me parece bien.

Me levanto y miro por la ventana,


ha dejado de llover hace un rato aunque
el cielo sigue gris y el sol es apenas una
débil mancha bajo una espesa capa de
nubes, adoro ese clima de Londres que
nos permite deambular por la ciudad a
plena luz, a cualquier hora del día. Miro
mi reloj y pienso que Ever está tardando
demasiado en volver al hotel, me resulta
algo extraño que cuando la conocí
apenas tardó diez minutos en entrar en
una tienda, elegir la ropa y salir de
nuevo a la calle, es una caja de
sorpresas, me reconforta pensar que
hayamos limado asperezas, aunque ella
no tiene por qué saber que mi amargura,
esa especie de profunda rabia, se inició
en la Fortaleza, en el momento preciso
en que la vi salir de la habitación de
Samael, cerrándose así de un solo golpe
la puerta que pretendía haber intentado
abrir, aunque me duela el alma quizás
sea mejor así, será difícil, muy difícil
estar a su lado, respirar su aroma, rozar
su piel sabiendo que nada de lo que
pudo haber sido podrá ya ser, que no
tiene sentido pensar que entre nosotros
pueda haber algo más... Dejo caer la
cortina para cubrir la ventana y me
siento de nuevo ante la pantalla del
ordenador.
Vuelvo a mirar el reloj, nunca suelo
estar interesado en el paso del tiempo,
cuando se dispone de todo el tiempo del
mundo ese concepto deja de tener
importancia, y perderlo es uno de los
placeres que algunos miembros de
nuestra especie practican con gran
deleite, pero me sorprendo volviendo a
comprobar la esfera de mi muñeca...
Confío en ella, sé que volverá, sabe que
tenemos una misión, que la haremos
juntos, estoy seguro que no volverá a
huir, no tiene por qué hacerlo, no tiene
necesidad de huir nunca más.
Oigo a mi espalda el ruido de la
puerta al abrirse y cerrarse de golpe, su
suave aroma impregna la habitación,
cuando me doy la vuelta me sorprende
verla cargada de bolsas, está preciosa,
lleva puesto un vestido de color azul
claro con flores menudas, su cuerpo se
adivina bajo la fina tela, me obligo a
apartar la mirada.

−No vuelvo a comprar nada más en


el resto de mis días, así que espero que
la ropa sea de buena calidad, porque me
niego a volver a pisar una tienda. Qué
asco. −deja todas las bolsas al pie de la
cama−. Tienes un par de cosas para
probarte −entra en el baño y abre el
grifo del agua, sale unos instantes
después, secándose la cara y las manos
−. ¿Te gusta? −dice poniendo las manos
en las caderas.
−Qué si me gusta... ¿El qué?
−pregunto simulando no haberme dado
cuenta, cómo no habría de gustarme,
debería estar ciego o loco para que no
me gustara, está preciosa, pero no
quiero... La miro como si me diera
cuenta en ese momento que lleva puesto
un vestido y hago un gesto casual con los
hombros−. Mmmmm no está mal...
−Bueno, tenía que estrenarlo −pisa
el tacón de la bota derecha con el pie
izquierdo para quitársela y viceversa−.
¿Llevas todo el rato delante del
ordenador? −se agacha entre las
diversas bolsas que ha dejado en el
suelo y rebusca en el interior de unas
cuantas hasta dar con lo que parece estar
buscando−. A ver... Esto −dice
tirándome una camiseta−. Y esto, es que
las camisas y los pantalones de pijo no
se llevan en Vietnam.
−Pero... ¿También has comprado
ropa para mí? −pregunto cogiendo al
vuelo lo que me ha lanzado.
−Ropa, linternas, toallas, jabón,
repelente de mosquitos... −parece que
espera ver mi reacción−. No, eso último
es broma −añade, tirándose sobre la
cama, y mirándome fijamente mientras
sosteniente la cara entre sus manos−. No
sabía qué vamos a necesitar, has sido tan
poco preciso, solo quería ser útil. Creo
que son de tu talla −rueda sobre sí
misma quedando con la espalda sobre el
colchón.
−Pero... −balbuceo un poco
desconcertado−. No tenías por qué,
bueno... −la miro mientras permanezco
de pie como un bobo con los tejanos y la
camiseta negra que me ha comprado sin
saber muy bien qué hacer−. Gracias, no
tenía pensado viajar con mucho
equipaje, suelo proveerme de lo que
necesito en destino, pero... −sonrío−.
Creo que no está mal que alguien más se
ocupe de esas cosas.
−Aaiinnssss Stephano, te hace falta
una mujer en tu vida. Por ahí tienes más
cosas −dice moviendo el dedo en
dirección a las bolsas sin mirarlas,
tendida en la cama.

Miro al suelo en la dirección que


señala su dedo, debe haber por lo menos
una docena de bolsas, dejo la camiseta y
los tejanos sobre el respaldo del sofá
mientras me acerco hacia ella.
−Venga, arriba perezosa, estoy
seguro que te habrás encargado de
comprar más de lo que vamos a
necesitar −sonrío−. Tenemos una cita.
−¡Una cita! ¡Yupi!, espero que sea
guapo −dice saltando de la cama y
volviéndose a calzar las botas−.
Tranquilo también he comprado
preservativos, soy muy joven para ser
madre.

Niego con la cabeza y resoplo


mientras abro la puerta y la cedo el
paso.
EVER
Creía haberlo visto todo. Vampiros
de todas clases y tipos, desde el más
estirado al más pervertido, pasando por
algunos otros que quedaban fuera de
toda clasificación. Pero ese tipo que
tenía en frente era, sin lugar a dudas, el
más extravagante que había visto jamás.
Para empezar vivía en el sótano de una
casa de las afueras, no en la casa sino en
el sótano, rodeado de grandes pantallas
de ordenador, televisores y gran
cantidad de aparatos electrónicos.
Habíamos entrado por una puerta
lateral, que daba directamente a ese
sótano, el tipo, cuyo nombre era Josh
parecía huidizo y muy desconfiado,
como si estuviera atemorizado por algo,
puede que Stephano le hubiera
intimidado en el pasado y ahora parecía
asustado en su presencia.

−No me habías dicho que venías


con alguien, no me habías avisado, esto
no...
−Tranquilo Josh, es de fiar, ella es
Ever.
−No me habías dicho que erais dos,
no me habías dicho nada −seguía
farfullando mientras movía sus dedos
nerviosos por los documentos−. Solo
tengo los tuyos, porque no me habías
dicho nada de... −y me mira de reojo.
−Ever −le aclaro−. Me llamo Ever.
Stephano coge el sobre que le
entrega y echa un vistazo por encima a la
documentación, parece satisfecho y se lo
demuestra con un ligero golpe en el
hombro.

−Ever, necesito una foto tuya −dice


Step.
−¿Para ponértela en la cartera?, que
entrañable −sonrío.

Resopla y le indica al frikivampiro


que proceda. Después de tres intentos,
dan por buena la foto y Josh se pone a
trabajar en mi nueva documentación,
Stephano observa y le indica los datos
que deben constar en mi pasaporte,
mientras yo me permito curiosear un
poco por ese lugar. Tiene cientos de
cómics clasificados y metidos en fundas,
muñecos en su caja original, réplicas de
armaduras, cascos, espadas y cientos de
cosas más que no sé ni para qué sirven.

−Nnnnnnnooooooo −grita el friki de


pronto, haciéndome dar un respingo−.
No toques nada, Stephano que no toque
nada.
−Ever −me regaña−. Quédate
quieta.

Ahora soy yo quien resopla,


dejándome caer en una butaca pero de
pronto me asalta la idea de que ese sea
el lugar donde el friki pajillero pase sus
horas y me levanto como empujada por
un muelle.

−¿Puedo salir?
−Sí −responde Josh de forma
inmediata.
−Quédate aquí −la voz de Step
suena autoritaria−. Pon que nació en
1993.
−Claro, pon eso para aliviar su
conciencia de pederasta −susurro,
mientras Stephano me devuelve una
mirada llena de reproche.

Además de las tres pantallas de


ordenador colocadas estratégicamente
como formando un biombo, al otro lado
de la sala hay una pantalla enorme de
televisión con diversas videoconsolas
conectadas a ella. Verdaderamente ese
tío es muy raro. Me acerco un paso a la
pantalla, y miro atrás, parecen discutir
alguno de los detalles, un paso más y
compruebo cómo siguen enfrascados en
su labor, dos pasos más, siguen a lo
suyo. Cojo el mando de la Xbox y le doy
a un botón. La pantalla se ilumina de
pronto.

−¡Ever! −grita Step.


−¡Me aburro! ¡Quiero jugar! −miro
a Josh−. Pooorfiiiiiiiiiiiii
−Sal de mi... Stephano, que salga de
mi partida...− gimotea histérico.
Cuatro Game Over después
Stephano me avisa de que ya hemos
terminado, un voluminoso fajo de
billetes reposa sobre el teclado del
ordenador del Friki, no se molesta ni en
guardarlos, y antes de que hayamos
salido por esa puerta posterior Josh ya
está sentado delante de su televisor con
el mando de la Xbox en sus manos.

−Quiero una videoconsola −digo


colgándome se su brazo−. ¿Vas a
comprarme una?

No contesta, solo sonríe y se


enciende un cigarrillo, Victoria camina
delante de mí, está enfadada desde
hace… en realidad no sé desde cuándo,
pero cuando está enfadada opta por
hablarme mucho, o como en esa ocasión,
por no hablarme nada, bendito silencio,
jamás pensé que me gustara tanto estar
en total y absoluta tranquilidad.

−Necesito una copa −dice Step


parándose frente a un bar.
−Necesitas que alguien te recuerde
que ya no eres humano −y cojo el
cigarrillo de entre sus dedos y lo tiro al
suelo.
−¡Joder! –exclama.
−Y vamos a estar muuucho tiempo
juntos… Jajaja ¿Vas a poder soportarlo?
−Voy a tener que comprar muchos
más cigarrillos para poder hacerlo −y
sonriendo pasa su brazo por encima de
mi hombro para conducirme dentro del
local.

STEPHANO
Entramos en el local bajando unos
cuantos escalones, es uno de eso típicos
pubs ingleses que ha permanecido
inalterable los últimos cien años, con
fotos de la reina madre y de otros
miembros de la familia real en las
paredes forradas de terciopelo verde,
los amplios sillones de color granate
dispuestos alrededor de mesas de
madera barnizada y justo en medio del
establecimiento una gran barra formando
un amplio rectángulo. Nos sentamos en
uno de los laterales, cerca de la salida,
justo al lado de una pequeña y antigua
campana de latón que deja escapar un
quejido metálico cada vez que el barman
anuncia que alguien ha dejado propina.

−Un bourbon con hielo para mí


−hago un gesto hacia mi acompañante−.
Y para la señorita una coca sin hielo y
con limón.
−Eihhhhhh −protesta cuando el
camarero se da la vuelta para ponernos
las bebidas−. Yo no quería una coca, no
me gusta, prefiero una cerveza.
−Tampoco te gusta la cerveza −digo
condescendiente−. Además no alardeas
siempre de tu apariencia de muchachita
de instituto, pues no quiero que me
detengan.
−Ja ¡Qué gracioso! −se queja.

Cuando el camarero pone las


bebidas sobre la barra las cojo y hago
una señal a Ever para que me acompañe
a una de las mesas más apartadas, este
puede ser un buen sitio para que
empiece a explicarle la situación que
vamos a encontrarnos en la selva, los
últimos informes que me han llegado
empiezan a ser, sino preocupantes, si un
tanto delicados.
−He recibido nuevos informes −le
digo sin rodeos−. Creo que deberíamos
partir de inmediato.
−Cómo de inmediato, ¿ya? −me
mira jugando con la rodaja de limón de
su bebida.
−Uno o dos días a lo sumo, la
situación en algunas zonas empieza a ser
complicada −explico mientras doy un
trago a mi copa−. En el hotel te mostraré
el mapa de la región y la zona que
deberemos cubrir.
−Oye Step...
−Lo sé −doy otro trago a mi copa
mientras asiento levemente con la
cabeza.
−¿Cómo que lo sabes? −me mira
enarcando una ceja−. No sabes qué iba a
decir.
−Sí, ya sé que es tu primera vez
−me gusta comprobar cómo por una vez
es ella la que parece desconcertada−.
No te preocupes yo tengo experiencia...
−¡¡Serás capullo!! −me golpea en el
brazo mientras suelto una carcajada que
hace que un par de cabezas se giren
hacia nosotros.
−En misiones, he participado en
cientos de ellas.

Apuro la copa, con un gesto indico


al camarero que me ponga otra de lo
mismo, Ever no ha tocado su cola, ha
permanecido muy atenta mientras le
explicaba algunas cosas que debía
conocer del país a dónde íbamos, de la
zona de la selva que nos tocaría vigilar,
el nombre de los contactos que tenemos
en esa parte del mundo. No me ha
interrumpido con chiquilladas, ha estado
seria y aportando incluso ideas para
cuando estemos sobre el terreno, me
muestra una parte de ella que no
conozco, una Ever madura y
concienzuda que me sorprende.
Me levanto y tiro de su muñeca
suavemente para que haga lo mismo,
antes de salir dejo un par de billetes
sobre la barra, mientras ascendemos los
escalones hasta la calle la vieja
campana de latón da las gracias con su
sonido metálico.
Volvemos al hotel caminando, hace
una noche apacible y la luz de la luna
tiñe de sombras las calles, seguimos
hablando de nuestro viaje, cada vez
queda menos para abandonar la
seguridad y la placidez de Londres y
adentrarnos en algo que para Ever no va
a resultar cotidiano, sino que tendrá que
sumergirse en lo desconocido sin tiempo
para poder adaptarse.
Unas calles antes de llegar al hotel
empieza a caer una fina lluvia que hace
que las personas que caminan por las
aceras corran hacia sus casas a
refugiarse, me río pensando que junto a
ellos camina un peligro mucho más
devastador que esas pocas gotas de
lluvia, pero pobres mortales son
totalmente ajenos a ello. Ever y yo
somos los únicos que no corremos, que
mantenemos nuestro paso pausado hasta
alcanzar los escalones que dan paso al
enorme hall. Me sorprende no captar el
olor de Marco, por el débil rastro que
logro identificar deduzco que hace horas
que no ha pasado por aquí.

−Marco todavía no ha llegado


−comento de pasada mientras nos
dirigimos a los ascensores.
−Estará con Alessandra −dice sin
demasiada convicción, y de nuevo me
llama la atención que no bromea, que se
ha referido a la humana de Marco por su
nombre, y que ha notado igual que yo
que la humana está sola en su casa.
EVER
Lleva horas delante del ordenador,
y ha hecho un par de llamadas, la última
ha terminado con una fuerte discusión
con su interlocutor, jamás le había visto
tan enfadado. He doblado toda la ropa y
la he guardado en los dos petates, he
metido algunas toallas y otras cosas que
creo pueden ser de utilidad, o no, la
verdad es que a mí todo eso me queda
grande.

−¡Joder! −grita bajando la tapa del


portátil y subiéndola inmediatamente
después.
−Voy a ir a por la cena −le anuncio
poniéndome una chaqueta por encima.

Pero no me responde, creo que ni


me ha escuchado, puede que ni se dé
cuenta que me he ido hasta que me
vuelva a ver entrar. Ha caído la noche
hace rato, no tengo reloj pero puede que
sea cerca del amanecer. Camino con
paso decidido hacia algún mal barrio,
donde pueda encontrar fácilmente
alguien que decida venir conmigo a
cambio de algunas libras.

−Quién eres tú y qué has hecho


con Ever −dice Victoria andando a mi
lado.
−No entiendo qué quieres decir.
−Que quites la lengua del culo de
Stephano o te vas a quedar ahí pegada.

Me detengo de golpe y la miro, me


sorprende verla vestida igual que yo,
salvo que en vez de las botas militares
luce el vestido azul con unos tacones.

−¡Vete a la mierda! −le digo


arrancando de nuevo a caminar.
−Ever, ¡esa no eres tú! por favor,
pero ¡Te has visto! Das ganas de
vomitar.
−Quiero hacer esto.
−Quieres hacer ¿Qué?, la
"misión" −hace el símbolo de comillas
con los dedos.
−Pues sí... Sí... Eso... ¿Por qué no?
Marco ha confiado en mí.
−Marco te quiere muerta, pero no
puede hacerlo él mismo por Samael, así
que simplemente va a hacer que te mate
un amarillo de esos, eres tonta si no lo
ves.
−Está bien, pues soy tonta, ¿vale?
no me importa, no voy a morir, voy a
demostrarte, ¡NO! −grito de pronto−. A
demostraros a todos de lo que puedo ser
capaz −y toda distancia con Suiza y
Scotch es bienvenida, añado en mis
pensamientos.
Me detengo de pronto, huele como
si juntases todas las mejores comidas
del mundo mundial juntas y las tuvieras
en la misma mesa, huele dulce pero no
empalagoso, fresco con un puntito
picante, huele genial, y ya sé qué es lo
que voy a cenar, puta de 50 libras. Es
una chica menuda, y muy joven, está
apoyada en una pared mientras masca
chicle ostentosamente, olisqueo el aire
para cerciorarme que es ella la que
huele tan divinamente.

−Me encanta el color de tu pelo


−digo plantándome delante−. El lila es
mi color favorito.
−¿Qué quieres? −dice sin apenas
mirarme.
−¿Qué quieren todos de ti? −y meto
la mano en el bolsillo sacando las
últimas libras de Marco−. Sexo −digo
alzándolas−. Quiero sexo.

Alarga la mano para cogerlas pero


las vuelvo a meter en el bolsillo, le
indico que estoy en una habitación de
hotel no muy lejos de donde nos
encontramos, y finalmente accede a
acompañarme. Prácticamente no
intercambiamos palabras de camino al
hotel, y no le extraña que le diga de
entrar por la puerta trasera y así
evitarnos el hall y su recepcionista.
Paradas delante del ascensor la chica
tira el chicle a una papelera y me sonríe

−Eres muy joven −le dice la sartén


al cazo, pienso−. ¿Eres lesbiana?
−No lo sé, ahora lo comprobaremos
−susurro con una amplia sonrisa

Cuando se abren las puertas del


ascensor mi mano se va directamente a
su culo, palmeándolo, no puedo evitar
soltar una carcajada después. Huele
bien, tengo que hacer un esfuerzo
titánico para no hincarle el diente ahí
mismo.
−Son cien libras
−Aja...

Salimos por el pasillo y le indico la


habitación, desde ahí puedo escuchar el
agua del grifo, Step debe haberse
decidido por una ducha para templar sus
nervios, me pregunto si se habrá dado
cuenta de que no estoy y de que ambas
bolsas están hechas listas para partir.
Pongo la tarjeta en la ranura de la puerta
y la hago pasar, cierro con una patada y
saco todo lo que queda de lo que Marco
me ha dado, son casi 300 libras, La
chica abre desmesuradamente los ojos,
así que me decido por atacar. Hundo mi
cara en su cuello, huele tan bien que
siento hasta un mareo, se me hace la
boca agua. Sus manos se cuelan bajo mi
vestido, me acaricia los muslos, y sube
por mis caderas, de un empujón me tira
sobre la cama, como si ella llevara la
voz cantante, yo me dejo hacer. La ayudo
a quitarse la camiseta, dejando al aire un
sostén negro de encaje.
El carraspeo de Step hace que
ambas alcemos la cabeza, bajo
disimuladamente mi vestido enrollado a
la altura de la cintura, mostrando unas
braguitas que por primera vez en mucho
tiempo, no son infantiles.

−¡Joder! −grita la chica poniéndose


en pie.
−Tranquila, él solo mira −y no
puedo evitar reírme un poco.
−Tú eres... ¡Ei! −dice la chica más
tranquila.− Yo te conozco.

Ahora soy yo la que mira a


Stephano totalmente asombrada.
−¡Es un putero! −grita Victoria
apareciendo justo a mi lado−. Oohhh
no me lo puedo creer Ever, ¡qué ojo
tienes! ¡¡Es un putero!! Y además ¡¡Le
van jóvenes!! Te lo dije ¡Te lo dije!
−grita divertida dando saltos a mi lado
−. Éste es tu príncipe azul −dice
señalándolo−. ¡Mira!, mira cómo se le
van los ojos a las tetas de la puta.

STEPHANO
Termino de abrochar el último
botón de mis tejanos cuando oigo cómo
la puerta de la habitación se abre y
cierra de un portazo y junto al olor de
Ever me azota el dulce olor de la sangre
de un humano, cuando abro la puerta del
baño y salgo al dormitorio, el
espectáculo que se descubre ante mí
colmaría los sueños de cualquier tío, y
aunque tengo que confesar que ver a dos
féminas revolcarse en una cama no me
deja indiferente, el hecho de que una de
ellas sea la que me privaría de aliento
en caso de que yo tuviera esa humana
costumbre de respirar, hace que
instintivamente el sentido de la posesión
no me deje pensar en compartirla,
incluso sabiendo que no es mía y que
nunca llegará a serlo.
Cuando hace un rato me anunció que
iba a por la cena no imaginé que se
refería a esto, estoy seguro que ni
siquiera se ha dado cuenta de que
observaba cómo retiraba su pelo del
cuello de su chaqueta a través del
reflejo de la pantalla de mi ordenador,
me gusta tenerla cerca, sobretodo estas
últimas horas en que se ha mostrado más
madura y totalmente colaboradora, su
presencia me estimula, hace que quiera
tener controladas todas las posibles
incidencias, no quiero correr ningún
riesgo, no cuando signifique ponerla en
peligro a ella.
Carraspeo a varios pasos de la
cama y ambas levantan la cabeza al
unísono, Ever desliza la tela de su
vestido hacia abajo, cubriendo sus
muslos, pero no lo suficientemente
rápido para que no alcance a ver que el
encaje de su ropa interior no lleva
dibujos infantiles, y desde luego no tiene
aspecto de ser de algodón. Sonrío.
Cuando la chica del pelo lila lanza
un grito reparo en el hecho de que es la
misma prostituta que se metió en mi
coche noches atrás, cuando vigilaba la
casa de Alessandra, Ever no puede
evitar reírse mientras le asegura que yo
solo quiero mirar, resoplo aunque en
otras circunstancias no estaría mal
ejercer de vouyeaur.

−Yo te conozco −dice con total


tranquilidad mientras se sienta sobre la
cama, y me descoloca pues no contaba
con que pudiera reconocerme, o que con
su trabajo conociendo a tantos tipos,
hubiera reparado siquiera en mí, pero
aún me descoloca más la cara de
sorpresa de Ever, el ligero movimiento
de negación de su cabeza y la casi
imperceptible sacudida de sus hombros,
ese mismo movimiento compulsivo que
se hace cuando quieres sacarte a alguien
de encima.
−No, no creo que hayamos
coincidido nunca.
−No olvido jamás a los tipos que
me dan buenas propinas −dice
ampliando su sonrisa−. No suelo aceptar
tríos pero contigo haría una excepción...
−Vaya Step, así que das buenas
propinas −suelta Ever poniéndose en pie
−. Pues no os cortéis por mí puedes
follártela.
−Ever te juro que se metió en mi
coche, me dijo que se escondía de un
tipo, yo traté de sacármela de encima...
−Joder pues para no gustarte mi
mamada fuiste muy generoso. −suelta la
joven levantándose ofendida, y solo me
faltaba eso, que me acusen de herir los
sentimientos de una fulana.
−Ever, es que no fue así, no...
−Tú, no me des explicaciones −me
espeta elevando la voz−. Y tú cállate, lo
sé, lo sé... Tienes razón −grita mirando
más allá de mi espalda.

Saco unos cuantos billetes de mi


cartera y se los doy a la fulana
pidiéndole que se largue, su sonrisa
vuelve a adornar su cara, parece que las
ofensas no son tantas cuando se suavizan
con un poco de pasta. Cuando sale de la
habitación me giro hacia Ever, que se ha
alejado hacia la ventana, reposando su
espalda en la pared.

−Ven aquí... −le digo tendiéndole la


mano.
−No −su voz es un susurro mientras
cruza sus brazos sobre el pecho y se
desliza poco a poco hasta sentarse en el
suelo, mientras sigue negando con la
cabeza.

Me acerco despacio, desciendo


hasta ponerme a su altura y me siento a
su lado, pegando también la espalda a la
pared, no sé cómo preguntar algo así, no
sé qué pensar pero soy consciente de
que algo pasa, no es la primera vez que
al observarla tengo la sensación de que
actúa como si no estuviera dirigiéndose
solo a mí, no quiero ser brusco, pero
tampoco quiero que me rehúya como
suele hacer cuando no quiere dar
explicaciones, o cuando éstas entrarían
demasiado en su parcela de intimidad,
vuelvo mi cabeza hacia ella, que sigue
sin decir nada, y decido que lo mejor es
ser directo, sin medias tintas.

−¿Qué sucede? Ever...


−Nada −dice con total naturalidad−.
Has dejado que se vaya nuestra cena.
−No me interesa la cena −presiono
con suavidad su barbilla para obligarla
a que me mire−. ¿A quién le has
ordenado que se callara? −añado y
espero pacientemente a que se decida a
romper el silencio−. Ever...
−Me vais a gastar el nombre −pasa
las manos por su cara−. Victoria, ella...
Joder −dice mirándome a los ojos−.
Júrame por lo que más quieras que no
vas a pasar de mí por esto... No quiero
joder lo que sea que tengamos.
−¿Vais? −digo sujetando una de sus
manos entre las mías−. Ever... ¿Qué
diablos está pasando?
−Júramelo... Por lo que más
quieras.
−Está bien −asiento acariciando el
dorso de su mano, que sigo sosteniendo
−. Te lo juro... −aunque duele no poder
decirle que, a pesar del poco tiempo que
hemos pasado juntos, ella es sin duda lo
que más quiero, es inútil tratar de
engañarme por más tiempo−. No voy a
pasar de ti... No podría hacerlo.

Resopla y parece aliviada.

−Veo a alguien −empieza a decir−.


Bueno, la veo, la escucho... Vale cambia
la cara −me espeta−. Sé que no existe
pero aún y así siempre está aquí.

La observo con detenimiento


mientras por primera vez desde que nos
conocemos se sincera, se atreve a
explicarme algo íntimo, algo que
probablemente nunca haya explicado a
nadie, no, sin duda nunca antes lo ha
comentado con nadie, no es algo que
puedas ir explicando así sin más, al
menos no sin que te tomen por loco, y
ella no está loca, aunque sí me vuelve
loco a mí, mi cara permanece impasible
y trato de que ni uno solo de los
músculos de mi cuerpo ni por un instante
la pongan alerta dándole una falsa
impresión. Está bien... Ve a alguien, la
ve... Una mujer, oye su voz e incluso
habla con ella, y sin embargo me
confiesa que sabe que no existe. Debe
haber un motivo, una explicación
plausible para todo esto, y yo pienso
permanecer siempre a su lado para
averiguarlo.
−De acuerdo... −asiento y sigo
sosteniendo su mano, que presiono ahora
con delicadeza−. Ves y oyes a alguien, a
alguien que sabes que no existe...

EVER
Cuando se acomoda a mi lado le
siento cerca, no físicamente, sino de un
modo algo más espiritual, nunca he
creído en esas cosas místicas, destino,
cartas del tarot ni nada del estilo, pero
eso ha cambiado, porque creo que todos
los astros se han alineado para poner a
ese ser que tengo al lado justo donde
está ahora. Podría no haber sido él,
Marco podría haber enviado a por mí a
cualquier otro... Me mira paciente, con
esa serenidad que solo él sabe trasmitir
con una mirada, y cuando por fin lo
suelto, es como si fuese una piedra que
me ha ido arrastrando hacia el fondo de
un lago, pero él continúa ahí, y
siguiendo con la metáfora, está en la
orilla de ese lago, sosteniéndome la
mano para ayudarme a flotar.
Contarlo era una necesidad, una
necesidad que había nacido en mí hacia
tiempo, pero que hasta ese momento,
jamás había podido tan siquiera ni
plantear. Pero algo dentro de mí, me
había dicho que él era en quien tenía que
confiar, porque esas semanas han
significado algo, porque le quiero, le
necesito, jamás he tenido un amigo y él
es lo más parecido a eso que hay ahora
mismo en mi existencia.

−De acuerdo −y noto como presiona


mi mano con delicadeza, y siento que es
justo donde mi mano tenía que estar−.
Ves y oyes a alguien, a alguien que sabes
que no existe...
−Bueno, no existe ahora, pero
existió −miro de reojo a Victoria que se
mantiene a la expectativa.
−Venga −dice con mirada de odio
−. Dile cómo me mataste.
−Victoria −aparto la mirada de Step
para clavarla en ella−. Yo la maté.
−Ever, es nuestra naturaleza,
matamos para alimentarnos, para poder
subsistir −con delicadeza voltea mi cara
para poder enfrentar mis ojos−. Hemos
matado desde el inicio de los tiempos y
seguiremos haciéndolo el resto de la
eternidad... ¿Qué tiene esa muerte de
diferente?
−Que fue la primera, y con la que
más he disfrutado con diferencia.
−Porque me odiabas −dice
Victoria cambiando la cama por la
butaca
−Sí −digo volviéndola a mirar−.
porque te odiaba, disfruté matándote, y
llevo disculpándome por eso casi cuatro
siglos.
−¿La mataste cuando eras todavía
humana? −pregunta mirando en la
dirección en que yo lo hago−. ¿Está
aquí, ahora?
−La pregunta debería ser ¿Cuándo
no está aquí? porque siempre está
−cierro los ojos, paso mi mano por el
pelo, intentando recordar una historia
que he intentado olvidar desde hace
cuatrocientos años−. Mis padres eran
curtidores de pieles con un negocio
pequeño y estancado así que hicieron lo
que se hacía en aquella época,
aprovecharse de tener una hija casadera,
y me prometieron al hijo mayor de la
familia O'Donnell
−O´Donnell, ¿eh? ¡Vaya! seguro que
era un gilipollas −dice de manera
distraída como para quitar hierro al
asunto.

No puedo evitar soltar una


carcajada, enredo mis dedos con los
suyos, me gusta sentir su mano junto a la
mía.

−Pues la verdad que un poco sí,


pero si te soy sincera, era uno de los
chicos más guapos de la comunidad.
Supongo que no le ves la relación a todo
esto, pero la tiene... Mis padres
murieron dos semanas después, no hace
falta que me digas que lo sientes, ya no
lo siento ni yo −le miro forzando una
sonrisa−. En resumidas cuentas, con mis
padres muertos y el negocio de las
pieles que cada vez iba a peor el señor
O'Donnell decidió echarse para atrás y
romper el compromiso.
−Ya te decía yo que era un
gilipollas... Seguro que dejó escapar a
la chica más bonita de toda la región
−me mira sonriendo, con esa franca
sonrisa que me desarma.
−Bueno, no creas, a los pocos días
anunciaron el compromiso con otra
chica, y si no digo que ella también es...
era muy guapa va a estar chillándome el
resto de la noche, o lo que es peor,
cantando algo de los Rollings.
−Esa chica era Victoria −y no puede
evitar mirar a su alrededor, como si
esperara verla, aunque solo fuese de
refilón.
−Sí... No me importó lo de la boda,
es más, me alivió no tener que casarme,
jamás ha entrado en mis planes, pero me
quedé con un negocio con muchas
deudas, sin mis padres, y viendo cómo
Victoria, que se suponía que era mi
amiga, se disponía a vivir una muy
buena vida, y sus primeros planes como
futura señora O'Donnell, eran los de
comprarme los telares de mi familia a un
precio ridículo.
−Te hacía falta el dinero −se
justifica Victoria.
−Era limosna −escupo ofendida aún
desde entonces−. Ardieron muy bien
−añado mirándola.
−Así que preferiste quemar el
negocio y matarla.
−Dicho así suena frío y cruel... Pero
sí y recibí mi merecido, estoy segura
que de no haber estado cubierta con su
sangre, no habría llamado la atención de
nadie... Tampoco la de quien seguro era
el único vampiro de la zona. Algunos lo
llamarían justicia divina, yo siempre he
pensado que fue mala suerte.
−Samael −masculla entre dientes,
algún día tendrá que contarme por qué
parece odiarle tanto
−Y esa es la historia −dice
Victoria alzándose y desapareciendo.
−Y esta es nuestra historia. Desde
el día que desperté como lo que soy
ahora ha estado conmigo, es como mi
conciencia, pero en mala... Como un
pepito grillo del inframundo.
Ha escuchado atento, casi sin
interrumpirme, su cuerpo se muestra
tranquilo, el único movimiento que
advierto en él es de su mano acariciando
la mía. Sus ojos se encuentran con los
míos, y sé que no me juzga, no juzga que
matara a Victoria incluso cuando mi
naturaleza humana me tendría que haber
hecho ser "buena" y mi condición de
creyente me tendría que haber hecho
poner la otra mejilla. Y siento un ligero
cosquilleo en la parte baja de mi
espalda cuando veo que Victoria ha
desaparecido, me pregunto si no habría
hecho falta simplemente esto para
acabar con ella.
Me giro un poco, y dejo caer mi
cabeza sobre su hombro.

−Nunca le había contado esto a


nadie Step −y espero que sepa apreciar
lo importante que es para mí ahora
mismo−. ¿Crees que estoy loca? −me
giro un poco para mirarle, él ha rodeado
mi cuerpo con su brazo−. Claro que lo
piensas, cómo no vas a pensarlo si lo
creo hasta yo...

STEPHANO
Rodeo sus hombros con mi brazo y
la acerco a mi cuerpo, arropándola,
beso su sien, me conmueve que por fin
haya confiado en mí, sé exactamente
cómo se siente y lo que debe haberle
costado abrirse a alguien, bajar las
defensas y exponerse a ser vulnerable, y
lo sé porque yo siempre he actuado del
mismo modo, sin dejarme conocer nunca
del todo, sin mostrar a nadie lo que
siento, sin arriesgarme a jugar cuando no
tengo buena mano... La estrecho un poco
más contra mi pecho y separo mis labios
de su frente.
Me siento a gusto con ella a mi
lado, estoy satisfecho de que hayamos
podido hablar, igual que habíamos hecho
los primeros días que pasó en la
Fortaleza, me alegro de que hayamos
acercado posiciones, y si bien esa
herida incipiente que se forjó en mi
pecho tardará en sanar, sé que mi
elección ha sido la adecuada, prefiero
que seamos amigos y tenerla en mi vida
a tener que alejarme de ella. No será
fácil, pero nada que merezca la pena lo
es, y también sé que he tomado la
decisión correcta y que debía ser yo y
no otro quien hiciera este viaje.
Cuando me encuentro con sus ojos
su mirada es cálida y parece aliviada.

−Ahora deberías ser tú quien me


hiciera una promesa.
−No entiendo −me mira apoyando
su barbilla en mi pecho mientras enarca
una ceja−. ¿Qué estás pensando?
−Quiero que me jures que jamás me
privarás de tus locuras −sonrío
levantándome de un salto y tirando de su
mano para ayudarla a levantarse−. No
dejes que mi vida vuelva a ser tan
aburrida.
−¿Tan aburrida? −pregunta haciendo
un gracioso gesto con la nariz.
−Sí, tan monótona y aburrida como
antes de conocerte.
−Ya, pero sin duda era mucho más
tranquila −asegura alisando con las
manos su vestido.
−Sí, eso sin duda −y suelto una
carcajada.

Me acerco a la cama donde están ya


preparadas las dos bolsas de viaje,
siempre viajo con muy poco equipaje,
pero es la primera vez que voy a hacerlo
sin ser yo mismo quien prepare mi
bolsa, la miro de soslayo mientras se
dirige al armario y con total naturalidad
se quita el vestido quedándose con un
sugerente conjunto de lencería.

−Guárdalo en mi bolsa −dice


lanzándome el vestido y estoy a punto de
no pillarlo al vuelo al haber fijado la
mirada mucho más tiempo del necesario
admirando la calidez de sus curvas.
−Sí, claro −y lo coloco dentro de su
equipaje tratando de no mirarla
directamente mientras se coloca una
camiseta negra de algodón y unos
pantalones de loneta con numerosos
bolsillos.
−Mucho mejor para un largo viaje –
asegura, mientras asiento un tanto
absorto.

Se mueve por la habitación con


rapidez, entra en el baño y sale de
inmediato metiendo un cepillo en una
pequeña bolsa de mano para acto
seguido abrir su bolsa y guardarlo en su
interior, yo simplemente me siento y me
limito a observarla, parece como si
repasara una lista imaginaria, de repente
vuelve a abrir la cremallera de la bolsa
y rebusca en su interior, metiendo la
mano en el bolsillo posterior de unos
tejanos que vuelve a doblar y colocar en
su sitio. Sonríe mientras sujeta en su
mano algo que no alcanzo a ver, lo
manipula con cuidado, casi diría que
con mimo y cuando aparta su mano
compruebo que se trata del llavero que
le regalé, la margarita amarilla cuelga
ahora del asa de su mochila de tela,
sonrío aunque giro la cabeza con rapidez
fingiendo buscar algo antes de que me
sorprenda de nuevo observándola.
Guardo mi móvil, la cartera y el
tabaco en mi cazadora de piel y cuelgo
la bolsa de mi hombro, Ever se ha
puesto una cazadora tejana y tira de su
bolsa para colgársela mientras
abandonamos la habitación. Cuando
salimos del ascensor y llegamos al hall
de repente se lleva una de sus manos a
la cabeza y supongo que debe haberse
dejado algo en la habitación.

−Tengo que despedirme de


Alessandra.
−¿De la humana? −pregunto
desconcertado.
−Sí claro, nunca me he despedido
de nadie porque siempre he sabido que
no regresaría al mismo sitio −me mira y
su mirada es transparente como si esa
loca idea de despedirse de alguien a
quien apenas conoce fuera lo más
normal del mundo−. Pero ahora es
diferente.
−Está bien −asiento resignado−. Yo
te esperaré aquí mientras hago una
llamada −le indico dejando la bolsa en
un amplio sillón de piel y sacando mi
móvil del bolsillo.
−No tardaré nada −me asegura
mientras se dirige a la salida, pero se
detiene y se vuelve hacia mí−. Ahhhh y
Step...
−¿Qué? −pregunto apartando la
mirada de la pantalla.
−Que no creo que tu vida fuera tan
aburrida cuando la primera puta que
elijo en Londres resulta que te conoce.

Continúa caminando hacia la salida


mientras miro cómo se aleja y me limito
a negar con la cabeza, sonrío, en la
agenda de mi móvil ya he localizado el
número de Marco, tarda en coger la
llamada y ni siquiera responde cuando
le anuncio que partimos de Londres de
forma inmediata y que le informaré en
cuanto me sea posible, parece un tanto
ausente. Guardo mi móvil en el bolsillo
y me acomodo en uno de los sillones a
esperar a Ever, despedirse de la
humana... Me pregunto qué pensaría
Marco si pudiera verla.

ALESSANDRA
Dos largos días con sus largas
noches de agonía, y sobreviviendo.
Quizás se tratara solo de eso, de intentar
dejar pasar las horas, los días, las
estaciones. He acabado con todo el
alcohol que tenía en casa y con todos los
cigarrillos, incluso he agotado las
lágrimas, ya no me quedan lágrimas,
ahora mi llanto es seco, profundo, ese
tipo de llanto que no tiene fin, que no se
acaba nunca porque la herida que
produce el dolor es imposible de cerrar.
A mi cabeza vuelve una y otra vez
su pregunta "¿Serías capaz de estar
conmigo para siempre?"... Para
siempre... Siempre... Por supuesto que
lo sería, claro que quería vivir el resto
de la vida con él, toda una eternidad a su
lado incluso me parecía insuficiente.
Pero en aquel momento y por una
fracción de segundo había dudado, y
había dado la respuesta equivocada, sí
sería capaz de pasar el resto de mi vida
con él, pero mi vida era efímera, finita,
limitada y eso le condenaba a una
eternidad en soledad cuando yo
muriera... Aunque yo en realidad no
había dudado, yo solo deseaba amarle y
que me amara del mismo modo que lo
hacía en ese momento, con la misma
pasión, con el mismo anhelo, de esa
única forma que puede amarse, que
duele cuando te falta el aire en el pecho,
la única manera en que merece la pena
amar, no quería perder lo que tenía en
ese instante, no quería que algo así se
diluyera en el tiempo por la fuerza de la
costumbre, o de la monotonía... Yo sabía
que podría amarle así siempre, con las
mismas ansias del primer instante, pero
dudé, sí, dudé de que él pudiera amarme
así, hasta el fin de los días, ese fin sin
final, del mismo modo, por toda una
eternidad... Sí dudé, soy humana e
imperfecta. No debí hacerlo, mi
respuesta debiera haber sido la que mi
corazón me dictaba y no hacer caso de
mi cabeza, lanzarme a sus brazos y
asegurarle que podía ser suya para
siempre, amarle por el resto de su vida.
Pero tras descender del London
Eye, de la cima del mundo donde me
había ofrecido la eternidad, él
desapareció y ni siquiera sabía si sería
para siempre, dos largos días con sus
largas noches de agonía, y no le sentía a
mi lado, cerca de mí como otras veces, y
no acompañaba mis sueños, ni le intuía,
como le había intuído desde la primera
vez que le vi.
¡Qué paradoja!, me sentía muerta
estando viva, y en esos momentos nada
desearía más que morir en sus manos
para renacer junto a él en las tinieblas y
pasar juntos el resto de la inmortalidad.
Me rueda la cabeza, tengo nauseas,
siento la boca pastosa y creo que
necesito otro trago, pero no queda en el
mueble bar ni una sola botella, miro a
mi alrededor y no reconozco mi casa, ni
siquiera siento necesidad de reconocer a
esa joven ojerosa y despeinada que me
mira desde el otro lado del espejo...
Dormir, solo quiero dormir y quizás
podré volverle a soñar, y en mis sueños
todo estará bien, estaremos juntos,
siempre, como deberíamos haberlo
estado.
Suena el timbre de la puerta y doy
un respingo. Me levanto con desidia de
la Chaise−longe donde llevo horas
sentada, mirando hacia la terraza a
través de los cristales, sabiendo de
antemano que no se trata del único ser
en el mundo al que me gustaría ver, él
jamás picaría a la puerta. Miro a través
del intercomunicador y veo que es Ever,
la vampira un tanto extraña, la misma
que me salvó la vida un par de días
atrás, un par de días... Y parece que
hace siglos... Por toda ropa llevo una
camisa de Marco pegada a mi piel, me
pongo un batín por encima y abro la
puerta desde arriba, mientras bajo
penosamente los escalones apoyando mi
mano en la pared, pienso que puede
haberla enviado Marco, eso me da unos
segundos de esperanza, pues también sé
con certeza que no hubiera enviado a
nadie si quisiera verme.

−Hola −saludo de forma escueta


mientras me coloco en la puerta
apoyando mi hombro en el marco.
−Estás horrible −dice entrando en
casa cuando ni siquiera la he invitado a
pasar.
−Gracias −contesto algo molesta,
mientras cierro la puerta y me acerco a
una silla donde me siento, temiendo que
mis piernas se nieguen a seguir
manteniéndome en pie, noto cómo me
tiemblan ligeramente.
−¿Estás bien?
−Fantástica, ¿no me ves? −respondo
algo seca, tratando de alisarme un poco
el pelo pasando una de mis manos.
−Me marcho −suelta de pronto,
pero sin embargo se sienta en uno de los
sillones y cruza las piernas.
−Dónde, a… ¿Suiza? −aventuro.
−No. Un poco más lejos −responde
de forma vaga, pero yo no tengo ganas
de jugar a las adivinanzas, ni de más
juegos, en realidad no tengo ganas de
nada−. Hueles raro −añade sin el menor
pudor.
−¿Te envía Marco? −pregunto
obviando sus comentarios, en realidad
sería lo único que podría importarme.
−No. Pero hueles raro, ¿has
pensado en ducharte?
−Ever... Estoy cansada...
−Vale… Solo venía a decirte que
me voy.
−Pues ya lo has dicho −contesto con
sequedad.
−¡Que te jodan! −exclama
levantándose y mostrándome el dedo
corazón−. No tendría que haber venido.

Y se marcha sin más, del mismo


modo que entró en mi vida parece que
va a desaparecer de ella. Me levanto
para cerrar la puerta de la calle que ha
dejado abierta y mientras apoyo la
espalda sobre la madera la veo
marcharse, sin ser capaz de reaccionar,
de gritar que se detenga, de rogarle que
me lleve con Marco, de suplicar que le
envíe un mensaje, que le diga que le
quiero, que le necesito y que soy una
necia por haberle dejado marchar. Se va
sin que yo me dé cuenta a tiempo que
igual que ella se marcha lejos, quizás
Marco ya lo haya hecho, que se haya
ido, y que ella podría ser mi última
oportunidad para llegar a él. Veo cómo
sigue caminando hasta la esquina, con
paso decidido, parece más feliz que días
atrás, como aquellos que parecen saber
que van a encontrarse con su destino,
veo cómo cruza la calle frente al hotel,
todavía podría alcanzarla, todavía
podría gritar que espere un momento...
Pero no logro que ningún sonido
salga de mi garganta, solo un sollozo
quedo, apenas audible, cruzo mis brazos
bajo mi pecho notando cómo me falta el
aire.

MARCO
La autodestrucción cuando eres
inmortal se convierte en una destrucción
al prójimo sin precedentes. Dejo caer mi
cuarta víctima de la noche a mis pies, y
pienso en que esta vez voy a tener que
limpiar yo mismo lo que he ensuciado.
Miles de ideas se agolpan en mi mente,
chocando unas con otras, haciéndome
bailar al inconfundible son de la
confusión, esa canción que te hace
cambiar de opinión cada dos segundos,
y me siento estúpido, como un ser
irracional, como si no tuviese nada
controlado, me siento… Muy humano.
Todos juntos y revueltos, tres chicos
y una mujer de edad adulta, el fuego se
refleja en mis ojos, calienta mi fría piel,
y enternece mi muerto corazón. Cuando
suena mi teléfono es como que todo
vuelve a la realidad, todo cobra sentido,
el vacío de mi pecho, el sentimiento de
desespero, las ganas de dejarlo todo a
un lado y volver junto a ella, sin
importarme si está viva o muerta, en
definitiva, pasándome por el forro esas
leyes que yo mismo he dictado. Contesto
al teléfono, pero creo que se me ha
olvidado hablar, Stephano me informa
de que están todos los preparativos
realizados, que ha hablado con algunos
informadores de la zona y que se
dispone a viajar hacia… La verdad,
dejo de escuchar cuando me doy cuenta
que mis pasos me han acercado al punto
de origen, donde se ha instalado mi
corazón a pesar de que mi razón le grite
que está loco. Cuelgo, creo, al menos mi
móvil vuelve a estar en el bolsillo, no he
escuchado nada de lo que me decía mi
interlocutor, pero no importa, sabe hacer
su trabajo, mucho mejor que yo el mío,
si alguien va a controlar la situación ese
va a ser él.
El inconfundible olor de
Alessandra, ese olor dulce que hace que
me arda la garganta aún estando saciado
de sangre, se mezcla con el reciente olor
de Ever… Esa loca vampira parece
estar dentro de la casa con mi dulce
humana y dudo si entrar o mantenerme
impasible fuera. Mi espalda se topa con
el tronco de un árbol, y me mantengo ahí
a la espera de ver cómo discurre la
situación, barajando las distintas
opciones que tengo, la más sensata, sin
duda, sería la de eliminarla, volver a mi
vida y olvidar que todo eso ha tenido
lugar. Pero obviamente esa no es la
opción que voy a tomar, no estoy donde
estoy por haber sido sensato en mis
decisiones. Y una vez envuelto en el
caos del amor, ya voy adelante con todo,
con todas sus consecuencias, con todo lo
que eso me conlleve. Ahora pienso que
ha sido buena idea que Stephano se
marche lejos, no me gustaría que mi
mierda le salpicara a él. Si todo esto
sale mal, jamás debe verse implicado,
es algo así como una promesa interna
que me hago a mí mismo.
Y cuando veo a Ever desfilar
enfadada calle abajo, decido dos cosas,
una es buscarle un psiquiatra a esa
chiflada que se empeña en chillar a la
nada, y la decisión más importante es la
que tomo en referencia a Alessandra. A
la mierda todo, yo solo quiero estar con
ella.
La casa huele a cerrado, a alcohol,
a humo de cigarrillo… El salón está
como si un tifón hubiese pasado por allí,
y lo primero en que reparo es en las
diversas botellas que reposan en
distintos lugares de la estancia. Me
agacho para recogerlas todas y
alinearlas una a una sobre la mesilla de
té.
Y como un estúpido adolescente
pienso en qué voy a decirle cuando
cierre la puerta por donde está viendo
marcharse a Ever y vuelva sobre sus
pasos y me descubra en su salón,
totalmente derrotado, rendido a ella,
vencido por sus ojos, por sus labios, sus
besos, sus caricias… Por el amor
inconmensurable que siento por ella.
−No sé cómo tomármelo −digo muy
despacio−. Bueno, está visto que es
mejor morir de cirrosis que pasar la
eternidad a mi lado, no sé Aless…
−alargo el silencio−. Pensé que me
querías.
−¡Y te quiero! −se apresura a decir.
−¿Un trago para celebrarlo? −digo
cínicamente, levantando una botella.

Está preciosa. Aún despeinada, con


ese batín, ojerosa y con olor a alcohol,
es la mujer más hermosa del mundo, es
simplemente ella. Se queja de mi
cinismo, me quejo de sus actos, pero son
simples reproches para esconder lo que
sentimos en realidad. Y cuando me pide
que le repita la pregunta, que vuelva a
preguntarle sobre nuestro futuro juntos,
lo hago, como en las películas, hincando
la rodilla en el suelo y declarándole mi
amor eterno, y mi necesidad de matarla
para hacerla mía de por vida. Matarla,
para hacerla mía. Solo de pensarlo…
Y cuando dice que sí, siento estallar
todo mi ser, es una sensación
indescriptible, inusual, inhumana, es
como alimentarse de un recién nacido,
una maravilla que no se puede describir.
La amo, la amo como nunca he
amado, como jamás amaré a nadie.
EVER
Cuando llego al hotel noto una
extraña sensación, no estoy enfadada o
molesta con el desplante de la humana,
no, es algo diferente, es algo así como...
¿Miedo? Sí, esa humana me da miedo,
porque representa todo lo que puede
salir mal. Es evidente lo que ha pasado,
bueno, no, no es nada evidente lo
ocurrido, pero sí el resultado, y éste es
que hay una humana que sabe
demasiado, un vampiro intocable que es
el responsable, y un cabeza de turco que
es...

−Has tardado muy poco −dice


poniéndose en pie.
−Tengo muchas ganas de que nos
vayamos.
−Pues en ese caso tus deseos son
órdenes −contesta mientras coge la
bolsa de viaje y señala la salida a la
calle−. Será mejor que cojamos un taxi.
−¿No me preguntas por ella?
−¿Quién? ¿La humana? −dice
extrañado−. No, ella es asunto de
Marco, solo de él.
−Está bien −pero no puedo evitar
pensar que está siendo un poco ingenuo.

El taxi nos deja en la entrada de la


terminal de salidas internacionales,
Stephano se empeña en llevar él ambas
bolsas, siempre el perfecto caballero,
tan atento, tan...
−Estirado −dice Victoria
apareciendo a mi derecha.

No puedo evitar pensar en la última


vez que estuvimos en un aeropuerto, y
eso me lleva a pensar en cuando le vi
por primera vez en mi habitación de
Alaska, cómo me agarró del cuello, lo
molesto que estaba, ahora sé que era
porque él quería ser enviado a Hanoi,
casualidades de la vida, cinco semanas
después, éramos los dos los que nos
dirigíamos a ese destino, con una
relación un tanto más amistosa que la
que iniciamos en aquel hotel de Alaska.
−¿A qué hora sale el vuelo?
−En un par de horas −dice mirando
mi reloj.
−Step, deberías haber comido algo.
−No te preocupes por eso, la sed la
tengo controlada, son siglos de
entrenamiento −me mira con un gracioso
gesto en los ojos−. ¿Y tú? ¿Cómo estás?,
será un viaje largo.
−Step... ¿Me das dinero?, quiero
comprar algunas revistas.

Sonríe cuando saca de su bolsillo


un par de billetes y me los alcanza, y
estoy casi segura que me mira el culo
cuando me alejo de él en dirección al
quiosco. Me entretengo un poco ojeando
las revistas, pero termino decidiéndome
por un libro en edición de bolsillo, creo
que son diversas horas de vuelo, y
tampoco sé muy bien qué me espera una
vez estemos allí.
Pago con un billete pequeño y me
dispongo a volver con Stephano cuando
me percato que no está solo. Miro el
quiosco y miro dónde estábamos, no
creo haber tardado más de diez minutos,
un cuarto de hora a lo sumo, y ya está
con una mujer, morena, alta, aunque
huele a plástico y perfume caro.
Resoplo. Resoplo y me molesta ¿Me
molesta porque me gusta pensar que soy
la única en su vida?, que absurdo suena
todo en mi mente. Es algo ridículo, pero
real. La mujer sonríe mientras se
acaricia el pelo, y puedo ver cómo de
reojo se fija en el reloj de su muñeca,
Stephano es un simple, se nota a la legua
que esa tía va a lo que va.
No puedo evitar sentir esa punzada
en la boca del estómago, que me indica
que estoy molesta con algo, casi sin
pensarlo, como ocurren las mejores
cosas de la vida, me acerco a él, y sin
reparar en la mujer, ni en cómo es, ni
qué es lo que está diciendo pero
consciente de cuáles son sus intenciones,
tengo que salvarle, me veo a mí misma
como una super girl, así que cuando
llego a su altura atrapo su camisa con mi
mano derecha y acercándole a mí cazo
su boca, devoro su lengua y muerdo sus
labios. Cierro los ojos y me abandono a
esa lengua que lejos de rechazarme,
parece que me busca con más
intensidad.

STEPHANO
Se aleja para ir a buscar unas
revistas y yo todavía mantengo clavados
los ojos en el final de su espalda, y
aunque sé que nuestro simulacro de
historia ha sido solo un espejismo, lo
cierto es que mientras veo cómo se
mueve, cómo su cuerpo cimbrea como
esas esbeltas palmeras del desierto,
todavía mantengo el recuerdo del tacto
de su piel en mis manos, muevo la
cabeza mientras sonrío, y aunque mi
sonrisa ya no es amarga, tiene el regusto
de aquel que perdió incluso antes de
haber poseído, que es quizás la más dura
de las pérdidas. Sí, va a ser duro
permanecer a su lado y lograr resistir el
impulso de dejar que su pelo resbale
entre mis dedos, que la yema de mi
pulgar acaricie la piel de sus jugosos
labios... Va a resultar complicado, sí, y
tengo la ligera impresión de que no va a
ponérmelo nada fácil, pienso de nuevo
en esa falsa imagen de eterna
adolescente que encierra en su interior
la fuerza de un volcán a punto de entrar
en erupción.
Aún recuerdo el libro que estaba
releyendo cuando Marco me envió a
Alaska a una misión rutinaria, pan
comido, algo sencillo, no me iba a
ocupar demasiado tiempo porque a
pesar de llevar varios siglos tras la pista
de esa vampira, ya se había localizado,
y nuestros contactos la tenían vigilada...
Un viaje relámpago y podría entrar en
acción en el frente asiático, algo que
llevaba tiempo deseando, un viaje que al
final ha dado un vuelco a mi vida,
aquella historia de Nabokov que ahora,
sin pretenderlo, empezaba a recordarme
a la mía, solo que los vampiros no
estamos subyugados por el concepto de
la culpa, aunque sí podamos dejarnos
arrastrar por la tentación.
Y aunque a veces casi logra
sacarme de quicio, es mi Lo, ella jamás
lo sabrá, pero...
Una voz un tanto estridente
interrumpe el curso de mis
pensamientos, una mujer joven, morena,
con un escote de vértigo que muestra con
generosidad y sin ningún reparo, está
parada junto a mí y gesticula diciéndome
algo, me disculpo porque ni tan solo me
había detenido a escucharla, pregunta
por el punto de información más
cercano, un problema con un enlace de
su vuelo.
Le indico dónde está el mostrador
de información y ella acerca tanto su
cuerpo al mío que elimina casi por
completo la distancia apropiada entre
desconocidos que impone la cortesía, su
sangre resulta insípida a mi olfato, casi
tanto como esos cuerpos cincelados a
golpe de bisturí y silicona, no puedo
apartar los ojos de sus labios,
demasiado hinchados para resultar
sugerentes.
Y de pronto, aunque noto su
presencia no la veo aparecer, en una
fracción de segundo su mano tira de mi
camisa hacia sí y su boca atrapa la mía
con urgencia, con esas ansias que
alimentan la desesperación, su lengua
buceando en mi boca hasta adherirse a
la mía, un beso brusco, prolongado, de
esos capaces de cortar el aliento. No
puedo pensar, solo puedo sentir, siento
sus pechos generosos y cálidos
aplastándose contra el mío, anulando el
espacio entre ambos, siento el olor de su
piel que me embriaga, el roce de su pelo
en mi cuello, la suave piel de su
garganta... Trato de pensar, de pensar
que no está bien, que nos distancian por
lo menos seis siglos de experiencias, de
dudas, de anhelos, que a la vista del
mundo ella casi es una criatura y yo un
adulto... No está bien, he de parar esto o
sé que terminaré con mi muerto corazón
hecho pedazos, porque siempre quien
ama es quien más pierde, ella es
demasiado joven para querer ir más allá
de un simple juego, de una aventura, de
un instante en la inmensidad del
tiempo... He de pararlo, mi cabeza me
advierte que me detenga y ordena a mis
brazos que la aparten de mí.
Abro los ojos mientras sujeto a
Ever por los hombros, apenas la he
apartado de mí unos centímetros, los
suficientes para poder reflejarme en el
fondo de los suyos, nuestra respiración
reinventada y convertida en ritual para
poder pasar desapercibidos entre los
humanos, es entrecortada, casi un jadeo,
sus labios entreabiertos, húmedos de
saliva, permanecen expectantes, noto el
leve movimiento de sus hombros bajo
las palmas de mis manos, su lengua
sonrosada apenas se vislumbra entre sus
dientes, su pelvis a un palmo de la mía,
puedo oler sus ansias y sus ganas que se
entremezclan con las mías... Y mi cabeza
que me grita que le ponga fin.

−¡¡A la mierda!! −lanzo en un


susurro mientras rodeo su cintura con mi
brazo y la atraigo hacia mí, ahora es mi
boca la que busca con desespero la
suya, como un náufrago degusta las
últimas gotas de agua en un charco
hallado de repente en el desierto, de un
salto se acomoda sobre mi cintura
rodeándome con las piernas en un
abrazo feroz, con una mano recojo las
dos bolsas de viaje mientras con la otra
la sostengo, pues jamás la dejaría caer,
mis ojos buscan ávidos un lugar dónde
poder dar rienda suelta a nuestros
instintos.
La deseo como jamás antes en casi
un milenio había deseado nada igual.
EVER
Subo mis pantalones y ajusto el
botón que los sujeta a mi cintura
mientras con la mirada busco la
camiseta que debe cubrir el sostén.
Stephano a mi lado mueve los dedos por
los botones de su camisa, hasta
descubrir que falta uno. Me mira sin
decir nada pero sonríe. Me agacho a por
la camiseta negra, pero no lo hago de
modo normal, se ha terminado eso de
doblar las rodillas para acercar mi
cuerpo al suelo, prefiero deleitarle con
un primer plano de lo que sé que le
vuelve loco, me encanta sentir ese poder
que da un buen golpe de cadera en el
momento oportuno.
−Ever...

Me giro de pronto y sostengo la


mirada enfrentándola a la suya.

−Stephano Massera, como me digas


de nuevo que soy un error no me va a
quedar más remedio que arrancarte la
cabeza.

Su sonrisa es tan sincera que me


desarma.

−Solo iba a decirte que nuestro


vuelo sale en veinte minutos.
Abre la puerta y saca la cabeza, se
asegura que no hay nadie que pueda
vernos salir de ese cuartucho de
mantenimiento donde nuestros cuerpos
se han fundido, aún puedo notar sus
manos recorriendo cada centímetro de
mi piel, su lengua húmeda dibujando
caminitos encharcados por mi vientre,
mi sexo... Step sale al pasillo y me
indica que puedo seguirle. Si me huelo,
huelo a él. Cualquiera con un buen olfato
podría oler su aroma en mí, el olor de su
cuerpo, su saliva y su semen se mezclan
en perfecta armonía en mi piel.
Coge ambas bolsas con una sola
mano mientras con la otra sostiene la
puerta que se abre de nuevo al día a día
del aeropuerto.
−¿Todo esto ha sido por la morena?
−dice de pronto mientras nos ponemos a
andar en dirección a la puerta de
embarque.
−¿Qué morena? −digo sin más.
−La mujer que estaba
preguntándome.
−Yo no he visto ninguna mujer.
¿Había una mujer? −pregunto mirándole
de reojo.
−No −dice al fin ampliando su
sonrisa−. Ninguna.

Y de pronto su mano se enreda en la


mía, no puedo evitar mirarlas, la suya
tan grande, la mía ridículamente
pequeña, y me detengo observando esa
escena en plan "La Bella y la Bestia"
mientras él tira de mí haciéndonos
sortear apetitosos humanos que se
cruzan en nuestro camino.
Nos paramos detrás de un tipo que
espera para embarcar en el mismo vuelo
que nosotros. Su mano sigue sujeta a la
mía. Sus besos siguen grabados en mi
memoria, mis labios aún pueden
sentirlos, tan fuertes, tan profundos y
dulces, con regusto a sangre y tabaco.
Sin duda esa misión va a ser difícil.
No sé qué es la lucha en terreno hostil,
como él lo ha llamado, pero sí sé qué es
la lucha contra uno mismo. La lucha
entre cerebro y corazón, entre deseo y
razón... Me gusta su compañía, me
gustan nuestras charlas, me gusta que sea
el único ser en el planeta que se haya
colado un poco bajo mi coraza y sin
duda, lo mejor de todo, es que me gusta
cuando follamos. Es un amante dulce y
complaciente a la par que fuerte y
pasional, es esa mezcla perfecta que
toda mujer busca y que una vez hallado
es de gilipollas dejar escapar. Quiero
ser su amiga, deseo que vea en mí lo que
yo he visto en él, ser su confidente, a
quien se abra un poco y me deje conocer
a ese Step escondido bajo miles de
capas de frialdad e indiferencia.
Sus ojos y los míos se cruzan
diversas veces mientras esperamos
pacientes el turno de embarcar, de vez
en cuando no puedo evitar mirar
nuestras manos enlazadas, a ojos del
mundo algo normal, puede que entre
padre e hija, pero ambos sabemos que
ese gesto tiene algo más, es una unión un
tanto diferente, puede que incluso más
fuerte que esos vínculos de sangre
impuestos al nacer, porque nuestras
manos enlazadas lo son por elección y
no por imposición.
Quiero ser su amiga, conocer su
historia, saber qué le ha hecho ser como
es, tan distante con todos, tan encerrado
en sí mismo, pero que cuando se abre
deja ver a un tipo divertido, generoso y
bueno.

−Ever... ¡Ever!
−¿¡Qué!? Por qué me gritas.
−El pasaporte −dice sonriéndome y
sonriéndole a la chica del mostrador.
−Toma, digo sacándolo del bolsillo
trasero de mis vaqueros y dándoselo a la
joven.
−¿Crees que es sitio de llevar una
documentación tan importante? −y me
doy cuenta que mi mano esta libre y
sola.
−¿En serio vas a regañarme ahora
por eso?
−Que tengan buen vuelo −dice la
pelirroja ampliando su sonrisa.
−Anda dame −dice Step tirando de
mi pasaporte y guardándolo él mismo−.
¿Se puede saber en que estabas
pensando? ¡Estabas totalmente ausente!
−Pensaba en que eres un gilipollas
−digo sacándole la lengua.

STEPHANO
Tras más de catorce horas de vuelo
y dos escalas, el cansancio empieza a
hacer mella en algunos de nuestros
compañeros de viaje, sin embargo
nosotros estamos pletóricos, aunque
debemos fingir que dormimos o que
estiramos las piernas de vez en cuando
para no levantar sospechas ni llamar la
atención entre los demás pasajeros.
La primera escala en París solo fue
técnica, la segunda, en Bangkok, ha sido
bastante más larga, casi cuatro horas
hasta que hemos embarcado de nuevo,
aunque de todos modos Ever y yo no
hemos abandonado el aeropuerto, creo
que le hemos cogido el gusto a esos
pequeños almacenes de mantenimiento
que suele haber en todos las terminales.
Nos hemos cambiado de ropa en uno de
los lavabos que hemos convertido en
mixto mientras volvíamos a devorarnos,
no creo que pudiera cansarme nunca de
bucear en su boca, sus labios carnosos
se han convertido en hipnóticos, y
cuando camina delante de mí y se pone a
mover las caderas, entonces puede
detenerse el mundo porque no existe
otro lugar en que mi vista pudiera
perderse con mayor placer.
Hemos tirado la ropa sucia en una
de las papeleras, el olor a sexo habría
resultado evidente hasta para la torpe
nariz de un humano.
Hace rato que hemos entrado en el
espacio aéreo vietnamita, una hora antes
Ever ha pedido una manta a una de las
azafatas alegando que tenía frío, con esa
misma excusa se ha cubierto hasta la
cabeza, una de sus manos, que llevaba
rato reposando sobre mi muslo, lo
abandonó de repente para centrarse en
desabrochar los botones de mi bragueta,
di un respingo y me afané en mirar hacia
todos lados, solo me relajé un poco
cuando comprobé que a nuestro
alrededor casi todos los pasajeros
dormían o estaban enfrascados en una
película a punto de terminar, Alfie, creo
que era.
Cierro los ojos, mientras pienso que
la visión de sus labios no solo es
hipnótica, su boca y su lengua me están
volviendo loco... Y estoy a punto de
correrme.
Por megafonía el capitán anuncia
que nos abrochemos los cinturones y
pongamos en posición nuestros asientos
porque estamos a punto de llegar a
nuestro destino, giro la cabeza al tiempo
de ver cómo Ever se limpia los labios
con el dorso de la mano y me devuelve
una mirada cargada de morbo e
intención, aunque el capitán esté a punto
de tomar tierra yo ya hace un rato que he
rozado el cielo con las manos.
Dos horas después estamos
sentados en una terraza de un hotel de
mala muerte en los suburbios, es el lugar
acordado desde Londres para establecer
contacto con nuestro confidente, quien
me tendrá que poner al día de la
situación y nos llevará hasta el lugar en
que nos tenemos que reunir con nuestro
enlace, a unos 60 kilómetros de la
capital, antes de internarnos en la selva.
Necesitamos los servicios de un
contacto local ya que a los extranjeros
nos está prohibido conducir por las
carreteras vietnamitas, y no queremos
que las autoridades se percaten de
nuestra presencia, cuanto más
desapercibidos pasemos mejor, de todos
modos para evitar problemas
innecesarios viajamos con pasaporte
británico.
Durante la última hora solo las
moscas y tres tipos diferentes de
mosquitos se han acercado hasta
nosotros, obviamente estos últimos no
han obtenido beneficio alguno, aunque
de haberlo intentado tampoco habrían
podido atravesar nuestra piel. Un par de
niños descalzos y con la cara manchada
de mocos han estado merodeando por
las tres o cuatro mesas que están
ocupadas en estos momentos, los
chiquillos han salido disparados y han
desaparecido instantes después de
lanzarles unas cuantas monedas.
Ever no ha hablado demasiado
desde que hemos llegado aunque lo
observa todo con detenimiento, como
estudiando todo lo que está viendo, igual
que hacen las personas que ven algo por
primera vez, algo que sin resultarles del
todo desconocido no acaba de
convencerles.
La camarera ha recogido la mesa un
par de veces ya y ha retirado los vasos
vacíos, le hago un gesto con la cabeza
para que vuelva a servir lo mismo,
asiente con una leve inclinación de la
suya y una de esas sonrisas
complacientes que anticipan la
expectativa de una generosa propina.

−¿Todo bien? −le pregunto mientras


termino de apurar mi copa.
−Sí, bueno es solo que... −uno de
sus dedos se enredan en un mechón de su
pelo, jugando a enrollarlo y
desenrollarlo sobre sí mismo−.
¿Tendremos que esperar todavía mucho
rato?
−Pues no lo sé −contesto elevando
ligeramente los hombros−. Tenemos que
esperar a que se pongan en contacto con
nosotros, así lo acordamos.

Resopla y hace un pequeño gesto de


resignación, sin embargo sus protestas
no van más allá. Sonrío mientras empujo
hacia ella su copa, el hielo ya se ha
derretido.
EVER
Me recuerda a Tailandia. El calor,
los insectos, hasta el olor es parecido.
Un sinfín de recuerdos y vivencias se
agolpan en mi mente, cosas que
preferiría no tener que recordar. Hace
horas que esperamos, Stephano parece
tener una paciencia infinita, de esas
inagotables como si al terminar una
remesa su cuerpo ya hubiese fabricado
otra. Pero a mí se me está terminando.
Mis dedos se mueven por mi pelo,
haciendo bucles que terminan
deshaciéndose, mientras mis ojos se
pasean por todo lo que se mueve a
nuestro alrededor.
Sentada al lado de Step está
Victoria, hace horas que ha declarado
una huelga de silencio, pero me
obsequia con su presencia constante,
casi tan molesta como su voz
martilleándome las sienes. No puedo
evitar detener de vez en cuando mis ojos
en ella, y me pregunto qué hace falta
para hacer que desaparezca, puede que
cuando salgamos de ésta, deba visitar un
loquero.

−Ahí está −anuncia Stephano


poniéndose en pie y alargando la mano
que encaja con un tipo bastante bien
parecido, de edad imposible de
determinar−. Te esperábamos −le dice
Step sin más.
−Siento haber tardado –el tipo de
rostro atemporal clava sus oscuros ojos
en mí−. Tú debes ser Ever.
−Ella debo ser −me levanto y
encajo mi mano con la suya, mientras
Victoria se descojona a mi lado.
−Sentaos −dice tomando asiento
justo donde estaba Victoria−. La
situación ha cambiado un poco las
últimas horas −y de pronto paso a ser
invisible, porque solo se dirige
directamente a Step−. Se están
descontrolando Stephano, aparecen
nuevos vampiros cada día, arrasan
pequeñas aldeas del interior, ayer
mismo maté a uno, lo encontré casi al
límite de la ciudad, están desplazándose
hacia las grandes poblaciones y eso
sería fatal.
−Debemos encontrar el origen
−Step parece pensativo.
−Pensé que el Consejo se tomaría
esto algo más en serio amigo, no te
ofendas, conozco de sobras tus
capacidades, pero sinceramente este
tema te viene grande a ti solo, bueno
−ahora parece darse cuenta que me
encuentro allí−. Vosotros solos
−rectifica−. Pedí a Marco que enviara
refuerzos.
−Nosotros somos tu refuerzo −Step
apura mi copa.
−Pensaba en un número algo más
elevado de efectivos −se queja el tipo
del que no sé ni el nombre−. Si la
situación sigue empeorando, mandaré a
Leiw Ann fuera del país.
−Puedes enviarla a la Fortaleza −le
ofrece Step.
−Preferiría no hacerlo.

No me extraña, pienso, no sé quién


es Leiw Ann, pero como sea su hija, no
me extraña que no quiera mandarla a la
Fortaleza. El tipo parece francamente
afectado por la situación en la que se
encuentra su país, un poco sobrepasado
por todo lo que está viviendo, y dolido
por ser los dos únicos vampiros que han
acudido a su llamamiento, bueno, o Step
como único salvador, porque está claro
que yo allí no pinto absolutamente nada.
No intercambian muchas más
palabras, el tipo nos ofrece llevarnos
hasta el punto donde se han visto los
últimos insurrectos, nos montamos en su
vehículo en silencio, me sorprende la
capacidad de síntesis que tiene
Stephano, vuelve a ser el del principio,
el Stephano de Alaska, el de los
primeros días, al que parecía doler cada
palabra que salía de su boca.
Cuando llegamos, a penas tengo
tiempo de cargarme el petate sobre los
hombros que el coche ya ha arrancado y
regresa a toda prisa por el mismo
sendero por el que ha subido. Step me
indica con la cabeza que le siga y así lo
hago, unos kilómetros después se
detiene, como movido por un GPS
interno decide que ese es el lugar donde
debemos esperar a su enlace, otro tipo
que nos tiene que adentrar más en esa
jungla verde que se alza frente a mis
ojos.

−¿Todo bien? −dice encendiéndose


un cigarrillo.
−Sí. ¿Quién es Leiw Ann?
−Su hija.
−¿Biológica o de sangre?
−Ambas cosas.
−Stephano, ¿estás preocupado?
−digo sentándome en frente de donde lo
ha hecho él.
−Puede que la situación sea algo
más delicada de lo que imaginábamos.
Y no dice nada más, suelta el humo
de su cigarrillo mientras su mirada se
pierde en el horizonte. Me gusta que
haya usado el plural, que cuente
conmigo como una más. Creo que su
única preocupación radica en que no
cree que pueda ser una buena ayuda, hay
cientos de vampiros mejor adiestrados
en la Fortaleza, yo solo estoy aquí
porque Marco quiere deshacerse de mí,
y en ese acto puramente egoísta, ha
puesto en peligro a Step, a Marco la
situación de Vietnam le importa bien
poco, eso es lo que ha dado a entender
también el padre de Leiw Ann.

−Marco podría haberme mandado


aquí con cualquier otro −susurro para mí
−. ¡Qué gilipollas!

STEPHANO
No hemos llegado todavía a la zona
en la cual, según los informes, se había
visto avanzar a los últimos insurrectos,
se han atrevido a llegar hasta casi unos
50 o calculo 60 km de Hanoi, demasiado
cerca de la capital, demasiado cerca de
la civilización, y eso se puede convertir
en un gran problema.
Nuestro destino está todavía a unos
cien o ciento veinte kilómetros de
Hanoi, Chi Linh fue la localidad donde
empezaron a aparecer nuevos vampiros
de forma algo preocupante, semanas
después, las nuevas conversiones se
fueron extendiendo un poco más hacia el
este, en la zona cercana a la población
de Uông Bi, en pocas semanas los
nuevos convertidos casi se habían
duplicado, y eso había ocurrido hacía
casi dos meses.
Cuando contacté con Kenneth desde
Londres acordamos encontrarnos a unos
diez kilómetros al oeste de Chi Linh,
para que pudiera ofrecerme un informe
lo más detallado y actualizado posible
de la situación, necesito información de
la zona, que me de las coordenadas
sobre el terreno de los puntos más
calientes, y los sectores que todavía
están siendo vigilados. Kenneth me
servirá de enlace con el resto de
informadores de que disponemos en toda
la región.
Las órdenes son claras, limpiar la
zona, ningún vampiro descontrolado
puede permanecer con vida, y en
segundo lugar localizar al vampiro o
vampiros que han dado origen a esta
situación y enviarlos a la Fortaleza para
que sean juzgados, en caso de no ser
posible, exterminarlos.
Ever empieza a impacientarse, tomo
nota mental de que ese debe ser uno de
los puntos en que deberemos trabajar
duro, el apaciguar su temperamento, ha
de darse cuenta de que disponemos de
todo el tiempo del mundo y que no sirve
de nada precipitarse, una decisión
tomada a la ligera puede dar al traste
con el mejor de los planes, un mal
movimiento puede derribar de un soplo
la más brillante de las estrategias. Ser
paciente, va a tener que aprender a
dominar sus impulsos, a sopesar todas
las posibilidades que ofrece una sola
elección, a anticipar el resultado de
cualquiera de ellas. No se puede dejar
absolutamente nada al azar, no podemos
dar ningún margen a confiar en la suerte,
como hizo con la muerte de Lady
Edwina.
Sigue enrollando un mechón de su
pelo en uno de los dedos de su mano,
para volver a desenrollarlo deshaciendo
el perfecto bucle que se había formado.
−Ya no tardará −anuncio mientras
aplasto con mi bota el recién finalizado
cigarrillo.
−Y tú, ¿cómo lo sabes? −pregunta
escéptica.
−Bueno, digamos que lo presiento
−tomo nota mental para adiestrarla y
ayudar a mejorar sus dotes como
rastreadora, hace unos minutos que he
notado en el aire la presencia de alguien
que se acerca, no debe estar a más de
unos tres o cuatro kilómetros.
−Pues yo no he notado nada
−protesta mientras arruga la nariz
olfateando el aire−. Salvo algunos
animales que hace rato han cruzado el
río −asegura con firmeza−. Espera...
−me dice poniendo en alto una de sus
manos−. Sí, es cierto... −añade minutos
después−. Uno de los nuestros se acerca.

Y efectivamente se trata de uno de


los nuestros, Kenneth, un vampiro
milenario al que conozco desde hace
unos cuantos siglos, un tipo íntegro y
leal, a quien sin duda confiaría mi vida,
y eso es algo que no suelo hacer
normalmente, es un excelente rastreador
y un magnífico estratega, un tipo parco
en palabras, que suele ir directamente al
grano, tenemos una forma parecida de
entender la vida, o quizás debería decir
de entender la muerte.

−Stephano −saluda de forma


escueta mientras encajamos nuestras
manos colocándolas a la altura de los
codos.
−Kenneth ella es Ever −digo
señalando hacia mi compañera−. Se ha
unido a nosotros recientemente.
−Marco debe confiar en ti para
enviarte a una misión como esta.
−Pues... −Ever hace un gesto con la
cara, y la interrumpo antes de que pueda
concluir su frase.
−Sí, ambos confiamos plenamente
en sus habilidades −no es necesario dar
más explicaciones−. Hazme un resumen
de cómo está la situación en estos
momentos.
−Ha empeorado −dice sin tratar de
adornar la información con multitud de
datos estériles, y en unos minutos me
pone al día de cuáles son los puntos más
conflictivos y cómo se están
controlando.
−Entiendo −asiento levemente
mientras he ido anotando mentalmente
datos relevantes que nos pueden ser de
utilidad−. Kenneth saca un mapa y
muéstranos esos puntos y los avances
que han realizado, Ever tiene que
empezar a familiarizarse con la zona
cuanto antes.
−Sentémonos −indica Kenneth
mientras estira directamente sobre la
tierra un mapa cartográfico de la zona−.
Estamos aquí −indica un punto con el
dedo.
Nos pasamos más de dos horas
estudiando los puntos estratégicos que
Kenneth ha marcado en el mapa, ha
señalado con precisión los puntos donde
el Rio Rojo es más estrecho, y dónde las
corrientes son más virulentas. Están
también marcadas las zonas donde la
selva se torna tan espesa que se hace
difícil avanzar, incluso para un vampiro.
Me alegra que desde un primer momento
Ever se haya mostrado interesada y muy
atenta a las explicaciones, haciendo
preguntas, añadiendo comentarios,
sugiriendo ideas que Kenneth analizaba
también con atención. De vez en cuando
la miro de soslayo sintiéndome
secretamente orgulloso de ella, debo ser
un bobo o un iluso, o quizás ambas
cosas.
Kenneth nos habla de unas ruinas de
piedra, de lo que en su día fue un templo
situado en un pequeño altiplano en una
zona espesa de la selva, un sitio ideal
donde establecer nuestro campamento
base, se encuentra a unos 30 kilómetros
hacia el este, nos acompaña un buen
trecho, justo hasta que nuestros caminos
se separan. Kenneth tiene que ir al
pueblo más cercano, situado a unos 10
kilómetros al sur, en la otra orilla del rio
Rojo, allí se encuentra uno de nuestros
informadores infiltrados.
Caminamos un par de horas más,
internándonos en esa espesa selva
esmeralda que parece no tener fin a
nuestro alrededor, hasta que al abrirnos
paso entre matorrales y lianas aparecen
las ruinas de piedra de las que Kenneth
nos había hablado.

EVER
Las ruinas no son nada más que eso,
ruinas. Un montón de piedras puestas la
una al lado de la otra, o más bien caídas
la una al lado de la otra. Solo una
pequeña zona de ese templo mantiene el
techo intacto, el resto solo son paredes,
algunas no mucho más altas que yo.
Stephano deja caer su petate al suelo y
da un primer vistazo rápido, asegurando
el perímetro, o eso me parece a mí,
hasta que se detiene en la zona que ya
me he adjudicado como mía, la que tiene
algo de techo intacto, aunque me
preocupa la remota posibilidad que se
desplome sobre mi cabeza, prefiero
asegurarme un lugar lejos del sol y la
lluvia, que por este lugar creo es
cuantiosa.
Kenneth nos había hablado de
pequeñas guerrillas, vampiros de
reciente creación que se movían en
manadas, como rebaños sin un objetivo
del todo concreto, porque tanto iban al
Este, como cruzaban el río Rojo en
dirección a poblaciones más extensas.
Me preocupaba la posibilidad de tener
que enfrentarme a un número elevado de
esos vampiros, pues mi experiencia en
lucha cuerpo a cuerpo es limitada.
Dejo mi bolsa en un rincón, junto al
tronco de un árbol de grandes hojas
verdes e improviso de ese modo una
especie de camastro, que aunque no me
hace falta porque no duermo, creo que
eso me hace sentir un poco más como en
un hogar, al menos un sitio algo más
agradable donde pasar los siguientes
días... Puede que semanas.

−Hola −dice ante mi “camastro”−.


¿Todo bien?
−Claro −me levanto, no quiero
parecer… ¿Débil?
−¿Vamos a dar una vuelta?
−¿Una cita? −alzo una ceja.
−Más bien inspeccionar el terreno.
−Vale −dejo caer los hombros
decepcionada−. Venga, vamos.

Salimos a esa espesa jungla, por


momentos las hojas son tan densas, que
no dejan ni ver el cielo, cosa que
seguramente agradeceremos cuando
salga el sol. Intento pisar con cuidado,
ser sigilosa y discreta, queremos
rastrear, no que nos rastreen, ambos nos
movemos en silencio, aunque no se nota
rastro alguno de vampiro en la zona. Me
encanta comprobar que hasta en la selva,
los ojos de mi compañero a veces se
desvían a una parte de mi anatomía en
concreto. Salto un pequeño riachuelo,
que ha aparecido ante mí, y a mi espalda
escucho el chapoteo de unas botas
militares.

−Eso te pasa por mirarme el culo.


−Yo no te miraba el culo.
−Lo que está claro es que no
mirabas el río... −retrocedo unos pasos y
le tiendo la mano para que saque el pie
del charco−. Stephano espabila ¡Un paso
en falso y te comen!
−¿Ahora me vas a enseñar cómo
moverme en la selva y defenderme?
−sonríe como estrategia para que me
confíe, y cuando coge mi mano, tira de
mí para hacerme meter los pies en el
agua−. Nena espabila, ¡Un paso en falso
y te comen! −repite mis palabras
mientras se desliza por la pendiente.
−¿Nena? −digo sacudiendo la bota
para que caiga el barro−. ¡No me llames
nena! −salto por encima de un tronco y
aterrizo grácilmente a su lado−. Odio
que me llamen nena.
−Vamos, "nena" no suena tan mal...

Verdaderamente es un tío sin


dobleces, tan simple como el mecanismo
de una escoba, natural como toda esa
vegetación que nos envuelve, y no puedo
más que resoplar y conformarme.
Caminamos siguiendo el curso del agua
un poco más, alejándonos de nuestro
punto de inicio. Se detiene en el tronco
de un árbol de intrincadas raíces, y
sopesa el rumbo que debemos tomar, por
suerte el sol ya se ha escondido y
aunque esa zona es menos frondosa, nos
podemos mover con tranquilidad.

−Kenneth habló de un asentamiento


en dirección Sur desde donde estaban
las ruinas −digo saltando de una rama de
un árbol a otra−. Hemos caminado
primero en dirección Oeste, y desde que
cogimos el curso del río en dirección al
Sureste... Creo que si seguimos por ahí
podríamos llegar a ese asentamiento.

Me dejo caer de la rama justo frente


a él, que extiende ambos brazos para
mitigar mi caída. Me gusta sentir sus
brazos rodeándome, aunque solo sea esa
fracción de segundo que tarda en
retirarlos. Le sonrío y emprendo camino
en la dirección que he elegido.

STEPHANO
Dejo que tome la iniciativa, para no
tener experiencia en estas situaciones no
se desenvuelve nada mal, se orienta
fácilmente, sabe tomar decisiones
rápidas y tiene iniciativa, sí, desde
luego sabe manejar los recursos de que
dispone. Ha tomado uno de los senderos
que se pueden intuir entre esos altísimos
árboles, sigue caminando delante de mí
con determinación, siguiendo el curso
del río.
Llevamos ya unas horas
reconociendo el terreno, nos hemos
hecho una idea de los puntos claves
desde donde podríamos ser atacados,
hemos localizado el antiguo campamento
de la guerrilla del que Kenneth nos
había hablado, pero debe llevar días
abandonado, las cenizas de las hogueras
están completamente frías, y algún
cadáver que quedó abandonado sin darle
sepultura indica que por lo menos son
tres o cuatro días los que lleva a la
intemperie.

−Parece que estos tipos tenían prisa


en marcharse −Ever da una patada a
algunas cajas repletas de ropa.
−Sí, eso parece −asiento.
−Mira −me dice señalando una gran
mancha de sangre sobre el tronco
arrancado de un árbol, está seca, pero
aún se puede identificar el penetrante
olor de la ponzoña.
−Sí, parece que están aumentando el
ejército de neófitos.
−¿Vamos?
−Sí, tú primero −digo cediéndole el
paso entre una tupida línea de árboles y
lianas.

Suelta una carcajada y me atiza con


el puño cerrado en el hombro.

−No abandonas tus modales ni en la


selva...
−¿Selva? ¿Qué selva? −la cojo de
la mano elevándola por encima de
nuestros hombros−. Señorita este es un
enorme palacio esmeralda, y está
encantado...
−¿Encantado? −mira hacia todas
partes fingiendo sentirse observada.
−Así es, está encantado... Una
maldición recayó sobre él siglos atrás.
−¿Ah sí? −pregunta divertida
mientras seguimos andando.
−Por supuesto, antaño era todo de
cristal y atrapaba en sus paredes todos
los colores del arco iris.
−¡¡Vaya!!, y… ¿Qué paso?
−Es una larga historia.
−Bueno, creo que me sobra algo de
tiempo.
−Está bien, pues... −sigo
improvisando sobre la marcha−. Que
una bruja despiadada y envidiosa,
pérfida y maléfica, que tenía unos celos
terribles de la hermosa hija del
emperador lanzó un maleficio e hizo que
todo se tornara del color de los ojos de
la bella princesa.
−¿Verdes?
−Bueno, en realidad los tenía de un
hermosísimo color azul, tan profundos
como las aguas del mar, tan intensos
como debieron ser los tuyos, pero la
malvada bruja era daltónica.
−¡¡¡Eres idiota!!! −y se ríe, su risa
envuelve esa enorme masa verde de
vegetación, es como un halo de frescor,
un torrente de vida y suena a música,
dejando la impronta de sus acordes en
cada centímetro de ese verde intenso
que estoy seguro va a marcar nuestros
días.

Volvemos a recorrer esos mismos


senderos de regreso a nuestro
campamento, tendremos que volver a
iniciar el reconocimiento del terreno
ampliando el perímetro, quizás debamos
ir más hacia el norte, o tal vez remontar
el río.
Cuando llegamos a nuestro refugio
casi está amaneciendo y decidimos
continuar con los reconocimientos al día
siguiente cuando el sol deje de estar en
lo más alto y el follaje de esos
frondosos árboles nos sirva de escudo.

EVER
La lluvia es insistente, y cuando
deja de llover luce el sol, a veces ambas
cosas a la vez. Es desquiciante, horrible,
inhumano y miles de adjetivos más que
no me salen porque estoy agotada de
pensar. Los escasos seis metros
cuadrados que me adjudiqué a la
llegada, ahora son compartidos, pues no
iba a dejar que Stephano se consumiera
al sol, aunque ahora mismo, después del
tercer cigarrillo en menos de quince
minutos, lo haría encantada. Solo han
pasado un par de días desde que
llegamos y ya odio esto, la selva, la
lluvia, el barro... Odio que Step no lo
odie, hasta perece divertirse como si le
gustara estar siempre lleno de ese lodo
pegajoso.

−Ten cuidado con eso −le advierto


cuando le veo hacer malabares con mi
bote de champú−. Step, te estoy
hablando... Steeeep... ¡JODER! −grito
cuando se le cae al suelo.
−Perdón −se limita a decir dejando
el bote dentro de mi mochila.

No puedo evitar fijarme en cómo


esa camiseta color tierra se ciñe a su
cuerpo como una segunda piel,
marcando su torso bien contorneado.
Tengo que sacudir la cabeza para evitar
quedarme embobada mirándole cual
idiota pues no quiero que sepa lo mucho
que me atrae, soy yo quien enloquezco a
los hombres, no a la inversa. Puede que
por eso lleve dos días sin dejarle
acercarse a mí.

−Te has fijado… −dice Victoria


sentándose delante de mí−. Que en
estos días, no habéis visto a ningún
vampiro, ningún insurrecto ni nada
parecido
−¿Y? −susurro dada la poca
intimidad que ofrecen seis metros
cuadrados.
−Está claro... Todo esto es una
patraña, aquí no pasa nada más que el
tiempo, si no, ¿por qué no habéis
encontrado nada?
−Step, es raro que en este tiempo no
hayamos encontrado nada ¿no?

Alza los hombros al tiempo que


mira fuera, esperando que el sol baje lo
suficiente como para poder salir sin
preocupaciones. No puedo creer lo
mucho que me gusta y le odio a la vez.

−Hemos rastreado la zona a


conciencia −sigo diciendo ante la
insistencia de Victoria−. Es raro.
Stephano resopla y vuelve a
sentarse en una roca que ya se ha
adjudicado como taburete particular.
Pasa su mano derecha sobre su cabeza,
rascándosela hasta dejar reposar su
mano en la nuca. Estira las piernas y
hace caer sus botas con la punta del pie.

−¿Es raro o no es raro? −insisto.


−¿Qué quieres decir con eso?
−rebusca su cajetilla de tabaco.
−Solo que me digas si no es
extraño.
−Un poco sí.
−Te está engañando −dice
Victoria.
No, pienso, él está tan extrañado
como yo, lo sé, lo noto, he empezado a
conocerle, sus gestos y sus miradas le
delatan siempre, si te tomas el tiempo
suficiente para observarle. Y aunque
Victoria insiste en que Stephano quiere
matarnos, yo sé que eso no es cierto, es
Marco el que está detrás de todo, va a
quitarse de encima a los dos únicos
testigos que pueden delatarle con lo de
la humana, y Stephano no lo ve.
Un ruido fuera hace que me gire
sobresaltada, ¿va Marco a hacer caer
sobre nosotros una turba de guerrilleros
enfurecidos? Después solo queda alzar
una lápida con un epitafio que rece que
morimos en acto de servicio, seguro que
en la Fortaleza tienen algo así como un
Arlington particular. Me alzo
sobrecogida al tiempo de comprobar
que si una turba se nos viniera encima,
Stephano ya los habría rastreado.

−¿Se puede saber qué te pasa?

Un gruñido se escapa de mi
garganta al comprobar lo ciego que está
con Marco.

−Eres idiota −rebufo al fin.


−Gracias −se alza de nuevo y se
calza las botas−. Vamos a salir. Esta vez
cubriremos más terreno si nos
separamos
STEPHANO
Llevamos días cubriendo un extenso
perímetro de selva, nos separamos hace
un par de horas para poder abarcar más
terreno. Llego al punto de encuentro, un
enorme árbol cuyas raíces han
compuesto una intrincada figura, pienso
que de ser imitada por algún escultor de
vanguardia acabaría expuesta en algún
museo de arte moderno.
Me siento sobre una de sus raíces,
enciendo un cigarrillo y me dispongo a
esperar, será solo un breve descanso
para empezar de nuevo, tendremos que
cubrir esta vez la zona norte. Pienso en
estos últimos días, rodeados de extensas
planicies de vegetación, altísimos
árboles de copas tan espesas que a duras
penas permiten ver el cielo, si elevas
los ojos descubres una enorme cúpula
verde, no homogénea, sino salpicada de
distintas tonalidades, siempre verde.
Miro el reloj, me impaciento. Su
mal humor de estos días ha tenido
consecuencias, ha decidido no hablarme,
solo lo imprescindible, pero me tortura,
se desnuda deliberadamente despacio, y
se viste de la misma manera, no camina
a mi lado, se adelanta para hacerlo
delante de mí, y esos pantalones
militares de camuflaje le sientan tan
bien... Se agacha, con cualquier excusa,
los cordones de sus botas deben ser
diferentes de los míos, porque se le
desatan con suma facilidad, y se detiene
para atárselos, pero no lo hace como lo
haría el resto de los mortales o
inmortales, doblando las rodillas, no,
simplemente balancea su cuerpo hacia
delante y los ata, y la redondez de sus
posaderas se marca exquisita bajo la
tela de loneta. Pero desde que llegamos
a esta selva no me ha dejado ni
acercarme, llevo dos días con una
erección permanente, teniéndola tan
cerca, volviéndome loco, sintiéndola tan
próxima sin poder rozar su piel. Y dicen
que los vampiros no sentimos dolor.
Parece que no está dispuesta a ceder lo
más mínimo, todavía tengo en mi boca el
regusto de sus labios y sin embargo el
cuartucho de aquel aeropuerto parece ya
solo un recuerdo.
Miro el reloj. Me preocupo. Me
levanto, a mis pies quedan los restos de
varios cigarrillos. Huelo el aire, intento
encontrar su rastro, discriminarlo de
entre una gran variedad de olores, lo
localizo tras unos minutos, me llega
tenue, por la poca intensidad diría que
no se halla demasiado cerca, eso... O, no
quiero pensarlo, la otra posibilidad, no,
no quiero ni pensarlo... Corro, corro
como si mi vida inmortal dependiera de
ello... Y a pesar de que todavía no
hemos encontrado a nadie en esa jungla,
sé que en cualquier momento puede
aparecer cualquier grupo incontrolado,
su guarida quizás no esté muy lejos, los
diversos informes eran coincidentes en
ese sentido. Olfateo el aire, mis sentidos
no me engañan jamás, sé positivamente
que de haber aparecido alguien, vivo o
muerto, habría sido capaz de rastrearle,
esa zona está limpia, pero aún y así no
puedo evitar preocuparme, perderla a
ella sería peor que perderme a mí
mismo.
Su aroma se intensifica, suspiro
aliviado, pero sigo corriendo. Rumor de
agua...
Noto cómo mis músculos se tensan
al mismo tiempo que se tensa mi
mandíbula, se está bañando. No me
puedo creer que haya decidido darse un
baño cuando las instrucciones habían
sido claras, el punto de encuentro
acordado un par de horas después de
separarnos, ha sido un comportamiento
totalmente improcedente, incluso
temerario.

−Sal del agua −elevo el tono de


voz, aunque sé que a pesar del sonido
del agua que rompe en el pequeño lago
desde la cascada, puede oírme.
−No.
−Sal ahora mismo, o te juro que...
−“Sal ahora mismo o te juro que…”
−dice agravando el tono de su voz en
clara imitación de la mía−. No, no he
terminado −y se enjuaga el pelo con
delicadeza, mete la cabeza bajo el agua
y vuelve a salir.
−No pienso repetírtelo, sal ahora
o...
−O… ¿Qué? −me desafía.

Entro en el pequeño lago, tiene


poca profundidad, no me cubre más allá
de la altura del pecho, intenta alejarse,
pero soy más rápido. Aunque todavía no
hayamos dado con ellos, la zona está
plagada de vampiros descontrolados,
podían haberla encontrado, habría sido
una presa tan fácil... Y de pronto vuelve
a aparecerse ante mí aquella chiquilla
alocada de los primeros días, pero con
una diferencia, y es que ahora moriría si
me la arrebataran.
−No se te ocurrirá... −dice
mirándome altiva−. Déjame.
−No lo dudes... Mientras estemos
de misión soy tu superior, y estás
desobedeciendo una orden.

La cojo por la cintura y tiro de ella


hacia afuera, patea y me golpea con los
puños, pero no cejo en mi empeño de
salir del agua, estamos demasiado
expuestos. La cargo al hombro, desnuda
y chorreando, no para de patalear, de
golpear mi espalda con sus puños ni un
momento, me insulta. Pongo su ropa
sobre mi hombro libre, y antes de
recoger sus botas del suelo, le propino
un manotazo en su nalga derecha.
−¡Silencio! −unos quince kilómetros
nos separan del campamento.

Poco después la dejo en el suelo, se


viste con rapidez y en silencio, ni
siquiera me mira, está enfadada.
Caminamos uno al lado del otro, vamos
agachando la cabeza de tanto en tanto
sorteando lianas, ramas y enormes
troncos, la miro de reojo, llevamos más
de una hora caminando, no ha protestado
ni una sola vez, pero parece un poco
taciturna.

−Está bien −digo de pronto sin


mirarla.
−¿El qué? −se detiene y me mira−.
¿Qué pasa?
−Que tú eliges...
−¡¡Joder Step!! ¿Qué voy a elegir?,
pues no sé... ¡¡El verde !! −parece
irritada.
−Vamos quejica −digo dándole una
palmada en el culo y echando a correr−.
Sígueme.
−Step... Step... −protesta pero
decide seguirme y me da alcance−.
Vamos que no tengo ganas de
adivinanzas.

No digo nada y sigo corriendo con


ella a mi lado, hasta que llegamos al
campamento, rebusco en su petate y
localizo unos shorts tejanos y una
camiseta de tirantes, ropa de calle, nada
de camuflaje, y se lo lanzo.

−¿Y esto? −me mira sin entender.


−Vístete −mientras me pongo unos
tejanos y una camiseta−. Visita a la
civilización.

Su cara se ilumina, no dice nada y


se cambia de ropa en una fracción de
segundo.
EVER
Puede que al fin y al cabo, las
intenciones de Marco no fuesen las de
eliminarnos, puede, y solo puede, que de
ser verdad lo de los vampiros
incontrolados realmente una plaga de
neófitos aceche esas tierras. No nos
sorprenden, no les sorprendemos, ambos
sabemos de la proximidad del otro,
nuestros olfatos no nos mienten.
Habíamos pasado parte de la tarde en
ese pequeño pueblo y ahora... Miro de
reojo a Step, con solo una mirada, una
simple mirada, es capaz de transmitirme
toda la tranquilidad que he ido
perdiendo segundo a segundo, mientras
esos vampiros se nos acercaban.
El tiempo se detiene cuando siento
el primer golpe en la espalda, es un
dolor punzante, pero los he sentido
bastante peores. Son tres vampiros de
reciente creación, aún se adivina en
ellos cierto olor a su recién abandonada
humanidad. Actúan por impulsos,
movidos por una ira irracional que solo
ellos pueden entender, lo sé, todos
hemos pasado por ese estadio, lo he
visto diversas veces, pero esos
vampiros han perdido todo control sobre
sus impulsos. El segundo golpe lo
recibo en el costado, haciéndome doblar
sobre mí misma. Cojo la pierna de ese
hijo de puta, a la altura de la rodilla y
tiro de él con todas mis fuerzas. He
matado muchos humanos, no sería capaz
de precisar con exactitud una cifra, tan
siquiera aproximada, pero jamás he
atacado a uno de los míos. Noto la
dureza de su piel bajo mis manos,
normalmente mis dedos se hunden en los
cuerpos como si estos fuesen de
mantequilla. Puedo arrancar un corazón
atravesando el esternón de un hombre
sin romperme una uña. Pero la piel de
ese vampiro es tan dura como la mía, su
ira mucho mayor sin duda, aunque a mi
favor tengo que ésta le ciega.
Tiro con todas mis fuerzas hasta
sentir como su piel se desgarra por fin,
quedándome con su cabeza entre las
manos. No doy tiempo a nada, y me giro
intentando localizar a Stephano.
−Buen trabajo −dice a mi lado
¿Cuánto tiempo lleva ahí?, veo cómo
detrás de él algo se mueve, uno de
nuestros atacantes intenta ponerse de pie
−. Lo has hecho muy bien −dice
tendiéndome la mano, me molesta
soberanamente que siempre se muestre
tan calmado con todo.
−¡Pero mátalo ya! −grito de pronto
cuando se gira y camina hacia ese
vampiro.
−Podemos sacarle información.
−¿A qué?, ¿a esto? −me acerco al
cuerpo mutilado de un neófito−. ¡Tú!
−digo alzándole la barbilla−. ¿Dónde
estáis? ¿Cuántos sois?
− Tôi sẽ không nói bất cứ điều gì,
giết tôi[1].

Tiro el cuerpo al suelo y me voy


hacia Step, alzo las manos desesperada,
cabreada, señalo de nuevo al neófito.

−Muy útil Stephano.


−Dice que no va a hablar.
Me giro sorprendida.

−¿Hablas vietnamita?
−No, pero algo entiendo −se
adelanta hacia el neófito que empieza a
gritar.

Y me quedo mirándolo, se agacha,


le habla con tranquilidad, asiente,
sonríe, vuelve a preguntar, y vuelve a
asentir, y me quedo anestesiada
viéndole, y pienso en que cada día me
sorprende. Es una pequeña gran caja de
sorpresas, y su tranquilidad, me
envuelve incluso en ese recóndito lugar,
y deja de molestarme.
−¿Qué? −dice después de
arrancarle la cabeza, mirándome con
media sonrisa.
−Nada −digo mirándole de reojo−.
De pronto me apetece mucho...
−¿Ya se te ha pasado el cabreo?
−dice desconcertado.
−Sí −le cojo de la mano y tiro de él
por la selva.

STEPHANO
Me coge de la mano y tira de mí, la
miro de reojo, se ha comportado de
forma excepcional hace un rato, como si
se hubiera dedicado a esto desde
siempre, sin duda el hecho de haberse
pasado la mayor parte de la vida
huyendo ha hecho que sepa cuándo es
necesario mantenerse alerta, y a pesar
de que a veces se comporte como una
criatura, cuando llega el momento de la
verdad está ahí, atenta, decidida... Le ha
costado un poco deshacerse del neófito,
probablemente es el primer vampiro que
mata y no le ha temblado el pulso,
aunque solo sea de forma metafórica.
Sonrío y opongo la resistencia justa
para que no pueda avanzar, tirando a mi
vez de ella hasta que acaba a escasos
centímetros de mi cuerpo, rodeo con un
brazo su cintura y la alzo sin esfuerzo
hasta tener sus labios a la altura de los
míos, mientras con mi otra mano atrapo
su nuca enredando los dedos en el
nacimiento de su pelo.

−Supongo que no es esto lo que te


apetecía…

Me fundo en su boca como si solo


la humedad de sus labios pudiera apagar
la sed que sofoca mi pecho, pero el
contacto de su lengua en vez de
apaciguarla abrasa aún más mis
sentidos y un escalofrío recorre mi
espalda cuando, por primera vez, la
siento total y absolutamente entregada a
mí.
Llevamos un par de días de
tranquilidad absoluta, las batidas no han
dado ningún resultado, el perímetro de
seguridad está limpio, no hemos logrado
encontrar ni un solo neófito, pero la
calma es ficticia, el último que
capturamos, antes de morir, mientras
profería insultos se jactaba de la
creación de un ejército, que iba
creciendo día a día.
He sacado de mi petate mi libro de
cabecera, el que ha sido fetiche para mí
desde que lo compré en París en 1955,
una primera edición inglesa, que sería
prohibida en Francia e Inglaterra casi
inmediatamente, una vez Marco me
comentó que había conocido al autor, me
hubiera gustado conocerle, saber cómo
pudo plasmar con tal precisión lo que
sentía el protagonista, esa forma sublime
de entender el deseo de lo prohibido,
esa mirada inocente pero a la vez
perversa, esa provocación casi innata...
Cojo mi libro y me siento en el
suelo, apoyando la espalda en un árbol.
Sus páginas están gastadas, lo he leído y
releído cientos de veces, buscando
pasajes concretos, degustando cada una
de las sensaciones, a veces admirando
simplemente la precisión de una
descripción maravillosa y concisa, o
rememorando una leve excitación de su
protagonista. Ever está a escasos metros
de mí, a la orilla del pequeño lago,
gozando de esa increíble sensación de
tener tiempo que poder perder en
cualquier cosa nimia e intrascendente,
lanza piedras al agua, que dejan sobre la
superficie estelas de círculos
concéntricos cuando se hunden.
Releo por enésima vez uno de los
fragmentos, en su momento fue
catalogada como novela erótica, pero
creo que va mucho más allá de esa
primera impresión, la psicología de los
personajes es simplemente fascinante. Y
miro hacia la orilla, cómo la brisa mece
su pelo, cómo se mezcla entre sus
mechones, ahora se agacha de nuevo a
recoger algunos guijarros, y esa forma
de agacharse y arquear la espalda, y ese
culo… Si no pongo remedio hará que
pierda la cabeza. Y no puedo evitarlo,
pero algo en su forma de mirarme ahora
que ha girado su cara, de provocar ese
pequeño deseo egoísta de posesión,
hace que me recuerde a la novela...
Cierro el libro. La observo, es
fascinante, y por un instante me
contemplo a mí mismo como el
protagonista de mi novela y no puedo
por más que llamarla.

−¡¡Lo!! −gira la cabeza hacia mí y


refunfuña.
−No me llames así, no me gusta.
−Pero quizás algún día te guste −me
levanto y me acerco a la orilla, a su lado
−. Serás mi Lo −sentencio.
−¡¡Eso no pasará nunca!! −se ríe y
me salpica lanzándome agua con la
punta del pie.
−Será divertido, porque yo tampoco
me rindo jamás −la cojo por la cintura y
me lanzo con ella al agua.

EVER
Hay momentos que pasan a la
posteridad por ser grandes momentos,
por ser extremadamente importantes, o
diferentes. Pero también hay momentos
que pueden llegar a colarse en el ranking
de mejores momentos por su simpleza y
sencillez. Un gesto, una mirada o una
simple palabra puede marcar un antes y
un después incluso más brutal que la
bomba atómica.
"Serás mi Lo"
Y siento que me ahogo, y no es por
estar bajo el agua, con su cuerpo
aprisionando el mío y su boca buscando
la mía. Más que un ahogo físico es un
ahogo mental, sí, eso es, creo que mi
mente necesita respirar, tomar distancia,
ordenar las ideas y volver a retomar un
poco quién era yo antes. Yo y
simplemente yo, sin responsabilidades,
y con la única preocupación de seguir
con vida el atardecer siguiente.

"Será divertido, porque yo tampoco


me rindo jamás"

Sonaba a la mejor de las amenazas


que habían proferido contra mí en toda
mi larga eternidad, y sin embargo, la que
más podía temer, porque sin duda esa
amenaza podía dañarme más que la
propia muerte. Necesitaba alejarme,
necesitaba tiempo para mi sola, una
semana, veinticuatro horas al día, su
presencia se estaba convirtiendo en una
droga que me hacía necesitar más y más.
Necesito apartarle de mí, eso es lo
que pienso cuando mis piernas rodean su
cintura y mis caderas se mueven para
acoplar su polla en mi interior. Veo su
cara borrosa por lo turbia que está el
agua de ese pequeño lago, pero puedo
ver cómo sonríe cuando empieza a
moverse de manera pausada, apretando
mis nalgas con sus manos para
adentrarse un poco más en cada
embestida. Es un polvo tranquilo, sin
prisas, su boca junto a la mía, solo se
aleja cuando busca uno de mis pezones,
atrapándolo entre los dientes,
haciéndome sentir un puntito de dolor.
Su mano derecha deja mi culo y acaricia
mi espalda, deteniéndose en algunos
surcos, acariciándolos con la yema de
los dedos.
Cuando nuestros cuerpos salen a la
superficie, no se puede precisar dónde
empieza uno y termina el otro, ha
empezado a llover, miro hacia el cielo,
pasando mis manos por el pelo,
apartándolo de la cara, y sus labios
empiezan a besar lentamente mi cuello,
su lengua recoge el agua de lluvia que se
precipita desde mi barbilla. Aprieto con
mis rodillas sus riñones acercándolo
más a mí, mi cuerpo cimbrea a cada
acometida, siento el cosquilleo previo al
orgasmo, ese subidón que da cuando
estás vislumbrando el paraíso. Me
agarro con fuerza a su cuello, hundiendo
la cabeza en el hueco que forma en su
clavícula, sé que él también va a
correrse, sus dedos aprietan mis nalgas
con fuerza, jadea casi al mismo ritmo
que me penetra.

−Jamás seré tu Lo −digo aún


temblando−. Pero podemos follar todo
lo que quieras.
STEPHANO
Sujeto sus caderas, sus piernas
todavía siguen aferradas a mi cintura,
incluso después de habernos corrido,
disfrutando ambos de un orgasmo largo
y lento, y la siento mía, cercana, a
pensar de que por momentos le da por
huir lejos, incluso cuando permanece a
mi lado, pero ahora, en esta fracción de
segundo no la comparto con nada ni con
nadie, bajo esa espesura de hojas
verdes, que no dejan pasar la luz, y nos
separan del firmamento, sé que es mía,
aunque ella se niegue a aceptarlo,
aunque solo sea durante estos instantes
en que mientras la poseo la hago mía,
cuando cierra los ojos mientras muerde
su labio y se abandona del todo entre
mis brazos, desnuda su alma sin saberlo,
y sin querer admitirlo, pues cuando
nuestros cuerpos se encuentran
fusionados en una danza continua,
cuando se hallan buceando en un océano
de besos, saliva y jadeos somos solo
uno, por más que no quiera aceptarlo,
del mismo modo que yo no lo admitía
hasta hace bien poco. No, no solo es
sexo.
Su respiración, totalmente
innecesaria al igual que la mía, vuelve
poco a poco a la normalidad, su melena
se balancea, y las gotas de agua salpican
mi cara, uno de sus mechones roza mi
nariz cuando levanta la cabeza y abre
los ojos, que se clavan en los míos
−Jamás seré tu Lo −dice, mientras
su vientre deja escapar el último
espasmo y ella aún está temblando
debido al orgasmo−. Pero podemos
follar todo lo que quieras.
−¿Lo dices en serio? −digo
acariciando su espalda mojada hasta
dejar reposando la mano en una de sus
nalgas, apretándola contra mi propio
cuerpo−. Mira que puedes arrepentirte...
Soy una máquina, no me canso jamás
−pero tendría que añadir que de lo que
no me cansaré jamás es de ella.
−Eres un presuntuoso y… ¡¡Un
fantasma!! −dice soltándose de mi
cintura y saliendo del agua hacia la
orilla, sus pies van dejando un rastro de
huellas mojadas sobre la arena, y salta
dentro de sus pantalones mientras me
lanza los míos.
−Tú no me pongas a prueba que
perderías −contesto poniéndome mi
camiseta y lanzándole la suya, que la
pilla al vuelo tras haber abrochado su
sujetador.

Cuando empiezo a atarme las botas


descubro que ella ya lo ha hecho y me
está mirando con una mezcla de picardía
y maldad en esos preciosos ojos
escarlata.

−¿Estás seguro de ganar siempre?


−dice escondiendo algo tras su espalda.
−Por supuesto, pero… −amplio mi
sonrisa−. ¿Qué estás tramando?
−pregunto mientras termino de hacer el
lazo de una de mis botas.
−Ahhhh pues tendrás que
averiguarlo −suelta una risita y sale
corriendo entre los árboles, mientras
trato de terminar de atar mi otra bota a
la mayor velocidad que puedo.
−Ven aquí, ven aquí tramposa −digo
y me pongo a correr tras ella, pero
siempre se ha jactado de ser algo más
rápida que yo, y eso es cierto como
velocidad punta, pero no en una carrera
de fondo, ahí le saco ventaja.
−Nooooooo, atrápame... Si puedes.
−Eveeer, venga no seas niñaaaaa
−atajo por un claro a su izquierda y así
evito tener que sortear los obstáculos
que se van apareciendo en su carrera,
como varios troncos que han caído tras
la última tormenta.
−No me alcanzas, ¿ves? No puedes
alcanzarme −y no se ha dado cuenta, en
su loca carrera, que ya estoy a su altura,
y que a la menor oportunidad saltaré
sobre ella.
−Steeeeeeeep −grita mientras gira
ligeramente la cabeza hacia atrás por el
lado contrario al que corro y veo clara
mi oportunidad, me lanzo sobre ella, le
hago un placaje, sosteniéndola por la
cintura y ambos rodamos por el suelo.
−Ya eres mía −y no soy consciente
todavía del doble sentido que puede
encerrar la frase.
−Eihhhhhhhhhh tramposo, eso no
valía.

La tengo debajo de mí,


inmovilizada completamente bajo mi
cuerpo, le robo un beso a la vez que le
quito mi cajetilla de tabaco de las
manos.

−Vamos −le digo dándole la mano


para levantarse−. Ahora solo falta que
me digas dónde me has escondido el
encendedor.
−Ahh ahhh −dice negando con la
cabeza mientras da unos cuantos pasos
hacia atrás−. Tendrás que averiguarlo
por ti mismo.
−Está bien −acepto gustoso el
juego, mientras me acerco poco a poco a
ella, y la sujeto con firmeza antes de que
pueda escapar, la dirijo hacia una
escarpada pared de roca, con un rápido
movimiento le doy la vuelta obligándola
a que coloque las palmas de las manos
sobre la piedra, separo sus piernas con
un ágil movimiento de mi bota sobre la
suya, y la cacheo como jamás lo haría un
verdadero policía sin pretender perder
su placa. Localizo el encendedor sujeto
en el elástico de su sujetador, entre sus
pechos, que manoseo sin el menor
recato.
−Eihhhhh −dice soltándose de mi
agarre, pero sin poder evitar reírse−.
Eso es trampaaa −pero he sido más
rápido y me lanzo sobre ella, rodando
ambos por el suelo de nuevo.
−Nunca te he dicho que no fuera
tramposo −y no puedo evitar robarle
otro beso.

EVER
Tira de mi mano para ayudarme a
cruzar un pequeño charco. Un cigarrillo
recién encendido reposa entre sus
labios, y mientras nos dirigimos a toda
prisa hacia nuestro campamento, no
puedo evitar pensar que hace que todo
lo difícil sea fácil, y complica todo lo
que debería resultarme sencillo.
Entramos en las ruinas sorteando los
primeros rayos de sol.

−Ever… −se sienta a mi lado


tirando el cigarrillo−. ¿Dónde has
estado todo este tiempo? −y tengo la
sensación que ese juego de palabras va
más allá del propio significado de la
frase.

Ambos nos miramos, y a diferencia


de hace unas horas, donde la lluvia lo
empapaba todo, ahora el sol parece que
va a lucir fuerte. Parapetados bajo el
pequeño techo de las ruinas nos
disponemos a esperar la noche. Lejos
quedan los días de ataúdes siniestros, si
es que alguna vez los hubo.
Sus dedos atrapan un mechón de mi
pelo y lo colocan tras mi oreja, y me
desarma con una de sus dulces sonrisas.
Cuando le conocí, hace apenas unos
meses, jamás pensé que fuese capaz de
sonreír. Puede que no solo él haya
logrado mimbar mis defensas, puede que
yo también haya derribado un poco las
suyas.

−¡TU! GILIPOLLAS…−el grito de


Victoria me sobresalta, está arrodillada
al lado de Step, su cara muestra la ira
injustificada y absurda que siente
hacia él−. ¡Deja de confundirla! −le
grita−. ¡Deja a Ever tranquila!
−¿Está aquí? −Stephano parece
calmado, mira a su alrededor, como
esperando encontrarla.
−Claro que estoy aquí, yo siempre
estoy con ella… ¡Ever! −ahora se gira
hacia mí−. ¡No dejes que te confunda!
Estamos bien así…
−Ssshhhhh… −ahora no, pienso,
joder Victoria, ahora no.
−¡Cállate tú! −me dice−. O no,
venga… Cuéntaselo todo, ya veremos
qué cara pone cuando sepa que has
pasado por más manos que un Best
Seller en una biblioteca.

Sus palabras me hieren y me


indignan, pero sobre todo me hacen
tener una punzada de realidad absoluta,
como siempre, debo reconocer que la
voz chillona de mi compañera eterna
tiene algo de razón, y pensado esto,
Victoria no puede evitar echarse a reír.

−Ever... −su voz llega a mí como un


susurro−. Ever… Ssshhh mírame −y
siento las palmas de sus manos en mis
mejillas, obligándome a establece
contacto visual con él−. Tranquila.

Tranquilidad… todo en él es calma,


incluso cuando parece fuera de control,
solo sus músculos tensos le delatan, la
rigidez de sus brazos, pero el resto,
siempre parece estar en un momento de
tranquilidad total. No parece perder los
nervios jamás, controlar siempre la
situación, incluso ahora, en que ralla lo
absurdo, cuando sabe de mi locura,
parece estar tranquilo. Me mira a los
ojos con aparente normalidad, incluso
esboza una sonrisa que me llena de
ternura. Sus labios se acercan poco a
poco hasta besar la punta de mi nariz.

−No hace falta que me cuentes nada


−dice separándose un poco−. No me
importa dónde estuvieses o qué hicieses,
solo me importa que ahora estás aquí
−dice recordando su primer comentario
antes que Victoria apareciera.
−No he estado en ningún sitio en
concreto −digo buscando sus ojos para
huir de los de Victoria−. Estuve cerca de
donde había vivido con mis padres
durante un tiempo, al final me decidí por
ir a buscar a “los míos” −digo
enfatizando con las comillas−. Aunque
no sabía muy bien qué o quién era.
Pensaba que era un castigo de Dios,
por… Bueno, por ella. Poco a poco
averigüé las normas que nos regían, y
pensé que lo tenía crudo si me cruzaba
con algún miembro de la Fortaleza, y
cuando supe quién me había convertido,
tuve claro que estaba condenada.

Step me mira confundido,


sorprendido de que me haya puesto
hablar, puede que sea yo quien necesite
soltar esa losa.
Le explico cómo supe quién era mi
creador, intento no nombrarlo
demasiado, puesto que cada vez que el
nombre de Samael sale de mis labios
veo cómo su mirada se ensombrece.
Cómo diversos clanes me dieron la
espalda, y cómo me vi muy sola y sin
saber qué hacer hasta que decidí
quitarme de en medio, aunque no le
cuento por qué no lo hice, y quién evitó
que yo viera mi último amanecer.
Stephano me escucha aunque parece que
hace rato ha evadido su mente, no sé si
intentando averiguar qué es lo que me
callo, o puede que simplemente esté
pensando en Samael, odiándolo un poco
más de lo que ya parece hacerlo. Me
encantaría que sus manos cogieran las
mías, o que rodeara mi cuerpo con su
brazo, pero se mantiene cerca de mí
aunque lejos. Puede que mi conversión
le recuerde a la suya, puede que por
parecidas, o quizás, y así lo espero,
porque no tuvieran nada que ver.

−¿Y tú? −digo de pronto.


−¿Yo? −dice como volviendo a la
realidad−. ¿Yo qué?
−¿Quién te convirtió? ¿Dónde?
¿Cuándo?… ¿Fue una mujer? −y me doy
cuenta que eso me molestaría.

Step estalla en una carcajada que


envuelve el silencio de la selva, y
aunque siempre intentemos mantenernos
en el más estricto silencio, me gusta
escuchar su risa de ese modo tan natural.
−Cuando te conocí, pensaba que
eras incapaz de reír.
−¿Quieres saber una cosa? −dice
acariciando mi mejilla−. Cuando te
conocí, yo también pensaba que era
incapaz de reír.
−Cuéntame cómo te convirtieron
−digo acomodándome en su pecho,
buscando su contacto.
−Es una historia aburrida.
−Eso lo voy a juzgar yo.
STEPHANO
Acomodo mi espalda sobre lo que
hace años debió ser una columna de
piedra, que ahora no alcanza más de
medio metro de altura haciendo las
veces de pequeño muro de contención,
afortunadamente dentro de nuestro
refugio no entran los rayos del sol,
aunque desde la pequeña apertura frente
a nosotros se vislumbra la luz, la selva
ha cobrado vida tras la noche, el rumor
del agua a lo lejos es acompañado ahora
por el canto de algunos pájaros y el
ruido de diferentes animales, sobretodo
roedores, no muy lejos se arrastra
sigilosa una serpiente. Pero nos
presienten, ni siquiera los animales más
fieros se acercan a nosotros, nos evitan,
como nos ha evitado ahora esa víbora
que ha variado su rumbo alejándose.
El contacto de su espalda sobre mi
pecho me reconforta, su suave olor, el
roce de su pelo en mi brazo me
sobrecoge, pero más lo hace su
pregunta, me pide que le explique algo
que he guardado siempre para mí, que
no he explicado nunca a nadie, una
historia que permanece perdida en un
cajón lúgubre y oscuro de mi memoria.
Ever ha mostrado sus cartas y ha
confiado en mí, quizás haya llegado el
momento de rescatar mis recuerdos y
bajar también la guardia.
Expulso el humo de mi cigarrillo
hacia el techo de nuestro refugio,
mientras mi pulgar acaricia su nuca el
resto de mis dedos se enredan en su
pelo, sigo acariciando un punto concreto
en el centro de su nuca, como si ese
poro de su piel fuera a darme la fuerza
necesaria para dejar caer una parte de
mi coraza.
Vuelvo a exhalar la última
bocanada de humo y aplasto con cuidado
el resto del cigarrillo sobre un guijarro
del suelo, apoyo mi barbilla en su
cabeza mientras mis dedos se
entretienen ahora acariciando el fino
pliegue de su codo.

−Bueno... luego no me digas que no


te he advertido −y fuerzo una sonrisa
aunque sé que no puede verme.
−Venga Step, no te hagas de rogar
−se queja.
−Fue en el año mil ciento
veinticinco, yo tendría unos treinta años,
quizás más −hago una pausa mientras me
pregunto a mí mismo si quiero continuar,
si una vez que empiece y abra mi alma a
alguien no habrá vuelta atrás, y sé que
no puede ser de otro modo, que será ella
mi primera y única confidente o no lo
será nunca nadie, como ha sucedido
hasta ahora−. En un viaje a Jerusalem,
durante una incursión contra unos
sarracenos, mi compañía tuvo un
encontronazo con varios Caballeros
Hospitalarios de la orden de Malta, otra
orden religiosa católica fundada en
Jerusalem en el siglo XI por
comerciantes amalfitanos, que
codiciaban nuestras riquezas.
−¿Las riquezas de los Templarios?
−pregunta con suavidad.
−Sí, siempre las ambicionaron −me
detengo el tiempo justo de encender un
nuevo cigarrillo y aspirar una bocanada
de humo−. En esa incursión algo cambió
para siempre −mi mente se pierde entre
el humo de aquella batalla−. Cuerpos y
caballos destrozados, sangre brotando
de las heridas de mis hermanos, casi
habían acabado con todos nosotros, los
cientos de cuerpos se amontonaban
sobre el barro, varias heridas en mi
cuerpo también sangraban pero no eran
tan graves como para haberme
ocasionado la muerte... Hasta que noté
cómo algo atravesaba mi espalda, al
bajar la vista el filo de una espada se
había abierto camino desgarrando mi
vientre, la sangre manaba a borbotones,
traté de taponar la herida con ambas
manos cuando noté un tirón y la espada
abandonó mi cuerpo, pero fue en vano,
caí de rodillas... −hago una pausa y me
doy cuenta que no estaba pensando, que
había estado hablando en un susurro,
Ever sujeta mi mano entre las suyas.
−Step, no es necesario que... −pero
la interrumpo besando su coronilla.
−Tiempo suficiente de girar la
cabeza y entrever una capa, que alguna
vez había sido blanca, ondeando entre
los cuerpos sin vida, una gran cruz roja
en su espalda, una cruz como la mía...
Un hermano que se alejaba...
−¿Has dicho un hermano? −vuelve
su cabeza hacia mí y tuerce ligeramente
su cuerpo para buscar mis ojos−. ¿Le
reconociste? −pregunta agitada−.
¿Buscaste después a ese hijo de puta y le
mataste? ¿Sabes si murió en esa batalla?
−sonrío y con un gesto le indico que
poco a poco.
−Reconocí su espada... Yo mismo le
convertí años después −exhalo una
nueva bocanada de humo−. No quise
matarle, hubiera sido sencillo y casi un
alivio para él, quise otorgarle una vida
eterna de tormento negándole así que su
arrepentimiento y la absolución de sus
pecados le garantizaran un sitio en su tan
ansiado cielo.
−¿Y fuiste su mentor? −dice con
tono de sorpresa−. Tuviste que
encargarte de él. −añade con un hilo de
voz.
−Estuvo bajo mis órdenes el tiempo
suficiente para que pasara su periodo de
adiestramiento, para que consiguiera
dominar su sed y forjar su autocontrol.
−¿Y qué pasó? −termina de girar su
cuerpo entre mis piernas para acomodar
su espalda sobre mi brazo y poder
mirarme cara a cara−. Después de que
se marchara... Te encontraron y te
curaron... ¿No? −dice segura de estar en
lo cierto−. Seguro que apareció el tipo
que te convirtió... ¿Quién fue?

La miro con condescendencia,


parece que el camino hacia mi muerte no
ha debido parecerle tan aburrido,
aplasto el resto del cigarrillo sobre el
mismo guijarro en que apagué el anterior
y expulso por la nariz el resto del humo,
alargando la pausa.
−Vamos Step... ¿Quién fue tu
conversor?
−Fue una mujer −digo sin más y
aunque parece esperar que añada algo
más no lo hago.
−Venga Step... ¿Una mujer? −me
mira con cierto aire de indiferencia−.
Una vampira querrás decir... ¿Qué
mujer?
−Eihh no querrás que desvele todo
el misterio y deje de ser un tipo
interesante −beso la punta de su nariz,
parece enfurruñada−. Eso lo dejaremos
para otro momento.
EVER
Y así se hace el silencio. Una mujer.
Sin dar más reseñas, sin entrar en
escabrosos detalles, simplemente eso...
A él le convirtió una mujer. Eso no es
raro en sí, ¿O sí?, no lo sé. Debió ser
una buena “mujer”, vio un hombre
moribundo y quiso salvarle, eso le
honra, yo jamás lo habría hecho, a no ser
que... A no ser, claro está, que quisiera
algo a cambio.

−¿Algo como qué? −dice Victoria


sentada frente a nosotros.

Algo como...
−¿En serio no vas a contarme más?
−digo acomodándome en el hueco de su
hombro.
−Vamos a dejarlo en que ambos nos
reservamos la mejor parte −y su
encantadora y franca sonrisa ilumina su
rostro.

Sabe que no le he contado todo, que


aún quedan muchas cosas que explicar.
Si una vida da para diversas anécdotas,
una eternidad da para escribir un libro.
Dejo caer mi cabeza sobre su pecho, y
acto seguido sus brazos se cierran en un
abrazo sobre mi cintura. No puedo
evitar imaginarme ese campo de batalla,
la sangre, el polvo, barro... Los gritos de
los heridos, el silencio de los muertos, y
esa espada atravesándole el cuerpo,
lacerándole hasta casi la muerte. Y no
entiendo qué motivo podía tener su
compañero de armas, su hermano de
orden, seguro que esa es también otra
historia que se reserva para más
adelante.

−Debió dolerte mucho, no la


espada, la traición, eso siempre duele
más que una espada.
−Es cierto −y puedo notar cómo sus
labios depositan un ligero beso sobre mi
pelo−. Pero han pasado ya muchos
años...

La yema de sus dedos dibuja


pequeños círculos en mi brazo, sus
labios se han acomodado sobre mi
melena y todo su cuerpo está
perfectamente acoplado al mío y el
hecho de no sentirme incómoda me
incomoda. Pero prefiero no decirle
nada, nos quedamos así largo rato, en
silencio, estoy segura que vuelve a
pensar en él, quien le mató, y en ella,
quien le salvó, y me descubro a mí
misma pensando también en eso,
dejando a lado mi propia historia para
centrarme en la suya, tan llena de
misterios, aunque diga que han pasado
muchos años, la traición jamás se olvida
y siempre duele.
El tiempo es algo que solo
preocupa a quien lo tiene limitado. Veo
como el reflejo del sol sobre la entrada
de esas ruinas pasa del blanco brillante,
que hace que me duelan los ojos al
mirarlo, al amarillo tenue, terminando en
un púrpura precioso. Me gusta pensar
que hay color después del verde.
Nuestros cuerpos no se han movido,
creo que ninguno de los se ha atrevido a
hacerlo por miedo de perder lo que se
ha creado en ese instante, complicidad.
Le he sentido más cerca que nunca, más
incluso que cuando nuestros cuerpos se
follan mutuamente. Me ha dejado
conocer un poco a ese Step escondido
bajo la coraza de indiferencia, puede
que no distemos tanto el uno del otro,
nos parecemos más de lo que nos
gustaría reconocer, yo me escudo en mi
locura, él en su seriedad, pero ambos no
dejamos de poner máscara a todo
aquello que sentimos.
Y no quiero que ese momento
termine, porque me siento cómoda en él,
pero uno de los dos debe poner cordura
y me hace gracia que esa sea yo.

−Marco no nos paga para que


estemos aquí sentados −digo alzándome
de un salto y alejándome de él−.
Bueno... A mí directamente no me paga.

STEPHANO
Ahora que ya se ha escondido el sol
salimos de nuestro refugio y caminamos
tranquilamente, es una labor de
vigilancia rutinaria, el perímetro sigue
estando limpio, seguimos hablando,
compartiendo vivencias, el tono de la
conversación ha dejado de ser tan
íntimo, circunstancia que parece
aliviarnos a ambos, sé que todavía hay
muchas cosas por contar, o quizás ni
siquiera sea necesario contarlas.

−¿Y había muchas diferencias? −me


pregunta, llevamos un buen rato
hablando de mi vida en el siglo XIII.
−Bueno, no muchas, principalmente
había prostitutas y hombres de iglesia...
−Me tomas el pelo.
−No, para nada −la miro un instante
−. Piensa que allá donde se erigía una
catedral aparecía un lupanar.
−¿De veras?
−Claro, a lo largo del camino de
Santiago o de otras congregaciones, iban
apareciendo los burdeles.
−Step, ¿puedo preguntarte algo?
−Claro, dispara...
−Bueno y ¿Tú?
−¿Yo qué? −la vuelvo a mirar y me
detengo un instante−. ¿Si visitaba esas
casas?
−Bueno, sí eso, si tú... Ya sabes.
−¿Quieres saber si acaté el voto del
celibato? −me río−. Sí, sí lo hice
mientras fui templario.
−Entonces… − me mira y suelta una
carcajada.
−¿De qué te ríes?
−Ufffff pues vaya desperdicio −dice
guiñándome un ojo.

Y ahora soy yo quien no puede


evitar soltar una carcajada. Hemos
recorrido unos seis o siete kilómetros
hacia el este, la brisa mece con suavidad
las hojas de los árboles, todo parece en
calma, no se oye ni el más leve ruido, ni
siquiera el rumor del viento, y cuando
meto mi mano en el bolsillo de mi
pantalón para coger un cigarrillo sin
saber muy bien cómo un fuerte golpe en
el pecho me lanza contra el suelo, ni
siquiera lo he visto venir, me levanto
con celeridad y miro a mi izquierda para
comprobar si ella está bien, pero esa
fracción de segundo me resta velocidad
y desde la derecha otro de esos
vampiros recién convertidos se abalanza
contra mí y casi logra arrancarme un
brazo, mientras me levanto y sin
necesidad esta vez de girar la cabeza sé
que Ever está defendiéndose de otro
ellos.
A mi espalda oigo golpes secos,
rápidos, el sonido de pies resbalando
sobre la tierra, y por un instante tengo la
tentación de girarme e ir hacia ellos
para comprobar que efectivamente se
encuentra bien, pero no caigo en mi
propia trampa y evito desviarme del
objetivo, tengo que deshacerme de esos
cabrones, pues es muy posible que tras
ellos vengan más, y ahora nos
encontramos en una zona demasiado
desprotegida.
Tomo impulso y me lanzo con
velocidad contra el más alto de los dos
vampiros, uno de mis puños impacta
contra su pecho, mientras mi pierna
derecha sesga en el aire sus dos piernas
haciendo que caiga como un fardo.
Lanzo el pie hacia atrás e impacto sobre
la pelvis del vampiro más bajo.
Durante los siguientes minutos,
aunque parece que el tiempo se empeñe
en correr muy despacio, pierdo a Ever
de mi campo de visión pero el sonido de
los golpes a mi espalda me indica que
sigue en pie y se está empleando a
fondo. Mis manos sujetan con fuerza la
garganta de uno de esos vampiros que se
retuerce con movimientos bruscos
tratando de escapar, pero de un tirón
rápido y seco arranco su cabeza, su
cuerpo cae a mis pies, al tiempo que su
compañero parece haberse vuelto loco
pues lanza contra mí toda su furia, mi
espalda se empotra contra una gran roca
y caigo al suelo.

EVER
Una lluvia de puños, rápidos y
certeros, cara de dolor, su espalda
empotrada contra una gran roca, que a
cada golpe parece a punto de
desprenderse de su emplazamiento
original, si cae, atrapará a ambos
debajo. Sacudo fuerte los brazos para
soltarme del agarre de un vampiro que
no aparenta más de doce o trece años de
edad, y cuando por fin cae al suelo me
precipito alocadamente contra esas dos
figuras que solo parecen un borrón.
Empujo con fuerza a Step, alejándolo y
al girarme salto con furia empotrando
todo mi cuerpo contra la roca haciendo
por fin que ésta se despeñe
arrancándome parte de la piel del
hombro y el triceps izquierdo, atrapando
al tipo alto debajo.
En pocos segundos la cabeza del
niño vampiro está totalmente chafada
contra una roca, mientras el tipo alto
intenta desesperadamente liberarse de la
tonelada de piedra que tiene encima,
pero Stephano le prende fuego antes de
girarse y correr hacia mí.

−Joder Ever, ¿estás bien? −coge


delicadamente mi brazo e inspecciona la
brecha abierta.
−¿Por qué no les has visto venir? −y
aunque no lo pretenda parece un
reproche hacia mi compañero.
−No... Joder... Yo... No lo sé −dice
mirando a nuestro alrededor para no
vernos de nuevo sorprendidos.

Step roza levemente mi brazo con la


yema de su dedo índice, la herida ya ha
empezado a cerrarse y es visiblemente
más pequeña. Estábamos distraídos, es
cierto, yo estaba distraída, pero ese no
es motivo suficiente para que nos hayan
sorprendido ya dos veces. Atacados por
la espalda sin tiempo a reaccionar.

−El barro −digo poniéndome en pie


− Mira, tienen las ropas llenas de
barro... Huele a…
−Excrementos de animales −dice él
soltando un jirón de camiseta que ha
olfateado−. Por eso no les olemos
llegar, camuflan su olor, pues a ese
juego podemos jugar todos −dice
resuelto.
−No, yo no −miro mi brazo, la
herida no es más grande ya que mi puño
−. No pienso embadurnarme con mierda
de castor.
−Ever, no seas niña.
−Llénate tú de mierda si quieres, yo
paso... ¡Y quema los cuerpos! −le grito
como si se lo ordenara.

Nos han atacado por la espalda,


ergo venían más o menos de donde
nosotros, puede que nos hubiesen
seguido durante algún tiempo sin
habernos dado cuenta, empiezo a
caminar hacia esa dirección, intentando
seguir, esta vez, el tenue olor de
vampiro mezclado con heces de
diferentes mamíferos. Los primeros
metros son exactamente los que
habíamos recorrido Stephano y yo hacía
un momento, pero de pronto el olor me
desvía hacia la izquierda, en pocos
segundos Step ya está a mi lado,
guardando el encendedor en el bolsillo
de su pantalón. Se me hace
tremendamente complicado identificar
ese exiguo rastro de vampiro.
Lianas, hojas y ramas caídas,
confeccionando una intrincada pared,
demasiado elaborado para ser casual,
tras esa pared de diferentes verdes
entremezclados encontramos un claro, el
olor ahí es mucho más intenso, huele a
vampiro, a sangre humana, a barro, a
bosque, a humedad, huele a... Es un olor
que reconozco... Y cuando caigo en el
por qué ese olor me resulta tan familiar
me giro como un resorte, buscando la
cara de Step, que transmite tristeza e ira
a partes iguales.

−Step −pongo mi mano en su


antebrazo.
−Era un buen tío.

Y sin más se da la vuelta para


alejarse del claro.

STEPHANO
Sin duda era un buen tío, y ya no
hay nada que hacer. Noto la presión de
la mano de Ever en mi antebrazo, ella
también lo ha olido, ese olor
característico que deja el cuerpo de un
vampiro carbonizado, cuando se ha
convertido en cenizas y no es más que
una vaga mancha ennegrecida sobre la
tierra en ese claro del bosque, ese olor
persistente entremezclado con la esencia
misma de Kenneth, con ese olor que
reconozco de inmediato, tras haber
permanecido en la Fortaleza los últimos
tres o quizás cuatro siglos. Hemos
compartido misiones, he llegado a poner
mi vida en sus manos en más de una
ocasión, del mismo modo que yo he
salvado la suya también más de una vez.
Un tipo leal, será difícil de reemplazar,
muy difícil. He de informar a Marco.
Me doy la vuelta sin más, para
abandonar el claro, ya nada podemos
hacer por Kenneth, cuando vuelva a la
Fortaleza yo mismo se lo explicaré a
Giovanna, sé que estaban muy unidos, es
lo mínimo que puedo hacer. Ever está a
mi espalda, se ha puesto en marcha en el
mismo momento que lo he hecho yo,
hace apenas unos instantes ha sido ella
la que me ha salvado probablemente la
vida, yo sabía de antemano que podía
confiar en ella, igual que Marco lo hará,
sé que algún día podrá confiar en ella
del mismo modo que yo lo hago.
Nunca había sentido miedo antes de
conocerla, al menos no ese tipo de
miedo físico que llega a paralizarte, y he
vuelto a sentirlo del mismo modo que lo
sentí en Londres cuando Marco estuvo a
punto de acabar con ella, con ese ataque
por sorpresa por parte de esos vampiros
recién convertidos y descontrolados, he
masticado el miedo en la boca del
estómago, miedo a perderla, miedo a no
poder protegerla, a no llegar hasta ella a
tiempo, pero me ha sorprendido, una vez
más lo ha hecho, se ha sabido defender,
se ha deshecho de uno de ellos e incluso
ha sido ella quien me ha cubierto la
espalda, ha sido rápida y resolutiva,
aunque no pienso decírselo para que no
se confíe, nunca debe confiarse, un
vampiro confiado tiene todos los
números para acabar siendo un vampiro
muerto.

−Bajaremos al pueblo −digo como


de pasada.
−¿Ahora? −pregunta a su vez
abriendo mucho los ojos.
−Sí, ahora, si necesitas algo lo
compraremos allí, tengo que informar a
Marco.

Dos horas después estamos en la


civilización, pongo mi móvil en marcha
cruzando los dedos con la esperanza de
tener cobertura. Acciono la pantalla y
selecciono su número desde la memoria,
el teléfono da señal de llamada durante
varios tonos, cuando estoy a punto de
colgar para intentarlo más tarde, una voz
de ultratumba me contesta desde el otro
lado, apenas reconozco la voz de
Marco, le hago un resumen rápido de la
situación y le comunico la muerte de
Kenneth, pero parece ausente como si no
fuera importante lo que le estoy
diciendo, como si tuviera su mente en
cualquier otro sitio menos en nuestra
conversación. Sus últimas palabras
antes de colgar aclaran mis dudas.

−¿Qué pasa? −me pregunta Ever


mientras juega con un mechón de su
pelo, enrollándolo en uno de sus dedos.
−La humana de Marco...
−Alessandra −me corrige.
−Sí, ha sufrido un accidente.
−¿Está...?
−No, pero ha perdido la memoria,
Marco está con ella en el hospital.

Sigo caminando hacia el centro del


pueblo, Ever empieza a hacer conjeturas
sobre lo qué ha podido pasar, sobre lo
qué hará o dejará de hacer Marco si la
humana muere, desgraciadamente los
humanos son tan frágiles...

−Vamos, tomaremos una copa y


volveremos a nuestro campamento.
−Ahhhh no, de eso nada −dice
parándose de golpe y poniendo las
manos en jarras−. Buscaremos un hotel.
−¿Un hotel? −pregunto
desconcertado.
−Síiiiiii quiero ducharme.
−Pero... −empiezo a protestar.
−No, no voy a aceptar un no por
respuesta −y comienza a caminar en
dirección al centro del pueblo sin darme
opción a réplica.

Sonrío mientras la veo caminar


delante de mí, podría morir satisfecho
simplemente mecido por el suave roce
de sus caderas.

EVER
Olía a flores, tan solo hacía un par
de horas mi pelo lucía totalmente limpio
y desenredado, brillaba y olía a flores...

−En fin −digo arrancando un trozo


de barro de mi melena.

Estoy sentada sobre la rama de un


árbol, el sol viene y se va y nos dificulta
mucho poder movernos, cuando el sol
brilla, sus rayos se cuelan por entre el
espeso follaje de la selva, y son como
cañones de fuego que tenemos que
sortear, hay veces que parecemos un
poco lelos dando tumbos para llegar al
mismo sitio, por lo que Step, que es
quien manda, ha decidido que nos
quedemos en las ruinas hasta que la
noche nos sea propicia.
Miro a mi alrededor, Victoria lleva
días sin aparecer, y es como una calma
que mezclada con ese momento, el
rumor de las hojas, y el calor del día, no
puede mejorar. Bueno, sí, si mi pelo no
estuviese lleno de barro imposible de
quitar. Arranco un trocito más pero
termino por rendirme, recojo el pelo,
con el barro incrustado, en una larga
trenza que dejo caer a un lado, tan solo
hacía un par de horas que habíamos
salido del pueblo, después de unas horas
de relax, y ya nos habíamos encontrado
a otro neófito, tan cerca del poblado que
casi se había mezclado con sus
habitantes. No sé qué es lo que pasa
aquí, quién los convierte ni dónde se
esconden, de momento parecen venir a
cuentagotas, y Step no está muy seguro si
hay algún tipo de relación o
comunicación entre un grupo y otro, pero
sin duda son peligrosos, la muerte de
Kenneth ha hecho darme cuenta que yo
también podría morir, o lo que me da
más miedo, que sea él quien lo haga, eso
me aterra, pero lo que más me asusta es
que eso me asuste.

−Sí, ya vuelvo con mis líos


mentales −susurro muy flojito−. ¿Se
puede saber dónde estás?

Me dejo caer al suelo y ando los


cinco pasos que me separan de las
ruinas, saltando a la derecha antes de
entrar para que ese pequeño rayo de luz
no queme mi piel. Y aún no sé muy bien
por qué tengo que estar todo el día
pensando en él, en su sonrisa, en cómo
le sientan esas camisetas ajustadas, en
cómo se mueve como un animal salvaje
cuando está en plena lucha, siento como
si el poco control que había logrado en
los últimos meses volviera a
esfumárseme de entre los dedos. Y la ira
se apodera de mí cuando entro en “mi
habitación” porque todo se está saliendo
de madre, porque ya no solo me atacan
los neófitos descontrolados, sino que
ahora, mi propio compañero es el que
arremete contra mí y de la forma más vil
y cruel. ¿Por qué me hace esto? Por qué
es tan sumamente encantador, por qué
me hace sentir tan bien estar a su lado…
Salgo fuera de las ruinas y le localizo
sentado en las raíces de un árbol, vuelve
a leer ese jodido libro, lleva haciendo
lo mismo durante días.

Tiro la flor a sus pies.

−¿Qué cojones es esto? −le grito.


−Una flor −deja el libro a su lado−.
Y no es verde, ¿no te gusta?
−¿Esta es la cara de alguien a quien
le guste? −se queda callado−. ¿A qué
cojones juegas Step? −dejo que todos
esos sentimientos salgan convirtiéndose
en rabia.
−No te entiendo.
−¡¿Qué es lo que pretendes!? −grito
a un palmo de su cara−. Entre tú y yo
¡Solo hay sexo! ¿Vale? ¡SEXO! ¡Deja de
intentar jugar conmigo! Maldito hijo de
puta…
−No es lo que pretendo −se levanta,
me aparto−. Solo es una flor.
−¿Solo una flor? Solo un
comentario, solo una caricia, solo una
mirada… ¡No tienes derecho a hacerme
esto! −le señalo con el dedo acusador.
−No te estoy haciendo nada, Ever
¡Joder! −me agarra de las manos.
−¡No me toques! −estiro las manos
para soltarme−. ¡No tienes derecho a
hacerme esto! ¡Deja de hacer que me
enamore de ti! Trátame como lo hace el
resto, ¡Yo solo valgo para el sexo!
¿Vale?
−¿Te estás enamorando de mí?
−Sí… ¡NO! −rectifico rápidamente
−. ¡Vete a la mierda! −escupo airada.
Me marcho corriendo, estoy muy
enfadada, y totalmente confundida.

STEPHANO
Lleva tres días apenas sin hablarme,
con un cabreo descomunal, y no puedo
echarle la culpa a los cambios
hormonales, pero creo que está
extremadamente sensible y se defiende
atacando, atacándome, embutiendo sus
sentimientos en una coraza. Pero lo dijo,
aunque ni ella misma quiera
reconocerlo, admitió que se estaba
enamorando de mí... ¿Puede ser posible?
¿Seguro que no me engañaron mis
sentidos o se nubló mi razón? Todo es un
contrasentido, dice que se enamora de
mí y me huye, se enfada, cuando trato de
acercarme se aleja, si muestro una parte
de mí más íntima, algún resquicio que
nunca antes ha visto y me arriesgo a
mostrar mis sentimientos me asegura que
lo nuestro solo es sexo... Solo eso...
Pero estoy seguro que no es tan fácil, ni
siquiera para ella, lo que nos está
pasando no se puede resumir como un
intercambio de polvos, es algo más,
siento que es algo más... Aunque hasta
hace poco tiempo yo tampoco quisiera
creerlo.
Han sido días tranquilos, tan solo
una de las tardes una incursión de un
grupo de cuatro o cinco neófitos a los
que pudimos reducir y eliminar sin
problemas, incluso sin tener que
hablarnos. No se distinguen rastros del
enemigo en kilómetros, así que supongo
que puedo intentar limar asperezas.
Está lavándose el pelo en el lago,
arrodillada sobre una gran piedra, echa
la cabeza hacia delante y zambulle la
melena en el agua cristalina, para
enjuagarla.

−Ever... −no me contesta.


Camino unos cuantos pasos más
hasta ponerme a su altura, sin querer la
punta de mi bota ha impactado contra el
bote de champú y se ha derramado un
poco, a pesar de la celeridad con que lo
he vuelto a poner de pie.

−Jooooo, eres idiota −se enfada aún


más mientras enrolla una toalla en su
pelo−. Si lo tiras, ¿cómo crees que
podré lavarme el pelo?
−No es para tanto, no hagas un
drama de eso.
−No lo hago, no me estarás
llamando histérica, ¿verdad? −resopla−.
Además déjame, ¿no ves que estoy
ocupada?
−Y de mala leche... −digo
acercándome un poco e intentando
cogerla por la cintura.
−No, no estoy de mala leche −hace
una pausa−. Y no me agobies...
−No quiero agobiarte −trato de
acercarla a mí de nuevo−. Pero creo que
tu mal humor es porque retienes líquidos
¡¡Necesitas un buen polvo!!
−Eres gilipollas −resopla y coge
sus cosas dirigiéndose hacia el
campamento.
−Pero ¿qué he hecho? −la sigo,
tratando de razonar−. ¿No me dijiste que
solo SEXO?

No se detiene sigue andando hasta


la puerta de la especie de choza que nos
sirve de refugio, entre las ruinas, y
guarda con cuidado su bote de champú.

−No tengo ganas de hablar...


−No tienes que hacerlo −la cojo por
la cintura y apoyo su espalda contra mi
pecho, tratando de arrancarla una
sonrisa−. No necesitamos hablar si no
quieres −beso su cuello despacio.
−Joder, déjame tengo que
arreglarme el pelo −dice zafándose de
mi abrazo−. Además prefiero estar sola.
−Está bien −digo levantando ambas
manos−. Yo lo he intentado... Pero a
veces eres imposible −digo poniéndome
la camiseta y echando a andar ladera
abajo.

Enciendo un cigarrillo y continúo


caminando sin mirar atrás, su voz me
llega alta y fuerte.

−Y ahora, ¿dónde vas? si puede


saberse −no la veo pero estoy casi
seguro que tiene los brazos en jarras,
sonrío para mí mismo sabedor de que no
puede ver mi cara.
−¡A follarme a cualquier cosa que
tenga falda! −y espero que no sea algún
misionero franciscano que haya
decidido adentrarse en la selva a
evangelizar.
−¡¡¡Steeeeeeeeeep te
odiooooooooooooooo!!!

Mi sonrisa se ensancha, es la
“mujer” de mi vida, aunque ni siquiera
yo lo sepa todavía, aunque ni siquiera
ella se atreva tan solo a pensarlo.

EVER
Sigo enfadada, molesta, triste,
desamparada, porque mi cabeza da
vueltas a una velocidad descomunal. Y
cada vez que le siento cerca, me entran
ganas de gritarle y pegarle, es
inevitable, solo con verle le daría de
puñetazos hasta romperme los nudillos.
Victoria está sentada a mi lado, mirando
al infinito, aunque hace un buen rato que
ha reaparecido, aún no me ha dirigido ni
una palabra, creo que se mantiene
expectante por saber qué es lo que va a
ocurrir.
Voy dando toques a mi particular
balón, un, dos, tres, cuatro, pie, pie,
rodilla, pie, pie…

−¿Qué haces? −Step aparece por mi


espalda.
−A ti que más te da −dejo caer mi
“balón cabeza” al suelo.
−¿Te han atacado? −dice
precipitándose a mi lado y cogiéndome
−. ¿Estás bien?
−Claro que estoy bien... −le miro de
arriba a abajo y debo recordarme que le
odio, me aparto un poco para que me
suelte−. Esta vez les he olido llegar.
−¿Cuántos eran? ¿Te ha costado
reducirlos? −niego con la cabeza, su voz
denota sincera preocupación−. No debí
dejarte sola.
−Solo dos −pateo el cuerpo sin vida
de uno de ellos, y me gustaría soltarle
alguna, haciendo referencia al por qué
me ha dejado sola, pero sus ojos me
enternecen, verdaderamente está
preocupado−. Eeeiii... −digo al fin−.
Relájate, tengo un buen maestro.
−¿Seguro que no había más? −mira
a su alrededor entrecerrando los ojos,
inspirando con fuerza por si le llega
algún rastro−. ¿Lo has comprobado?

No, claro que no lo he comprobado,


porque soy medio gilipollas y me gusta
vivir al límite siendo blanco fácil de
vampiros descontrolados, resoplo y me
agacho a recoger el cuerpo, intentando
ignorar ese último comentario del
zoquete de Step.

−Deja que te ayude −dice


apartándome suavemente.
−No necesito tu ayuda para nada.
−Ni para… −me mira de manera
pícara.
−Ni para eso −digo molesta
soltando al muerto−. Al final pensaré
que eres un obseso.

Me coge del brazo y tira de mí hasta


rodearme con sus brazos, le empujo un
poco, quiero apartarle, pero sigue
abrazándome, no deja que me suelte, me
mantiene apretada contra él. Y quiero
soltarme y quiero que no me suelte
nunca, quiero alejarle, y que no se
aparte jamás. Victoria se pone en pie,
mirándome directamente a los ojos, sé
que Step nota que no estoy mirándole a
él.

−Venga Lo… Dame tregua.


−No me llames Lo −le empujo
fuerte hasta tirarle al suelo.
−Lo… −dice desde el suelo
sonriendo.
−He dicho que no me llames…
Oohh joder… ¡Me rindo!

Salto encima de él, buscando su


boca, lamiendo sus labios, acariciando
su pecho por debajo de la camiseta,
quiero poseerlo allí mismo, en medio de
la nada. Step ladea la cabeza hasta
donde hace un segundo se desviaba mi
mirada, una mueca cínica se dibuja en su
rostro que desaparece cuando vuelve a
fijarse en mí, dedicándome una dulce
sonrisa.
Me arranca el sostén, sus manos me
aprisionan, sus labios me devoran… Y
yo, yo sé que… Yo creo que…

−Step, yo…
−Tú…
−¡Hazme tuya!

No se lo tengo que pedir dos veces,


sus manos se afanan en despojarse de la
ropa, rápidamente, y sin previo aviso se
hunde en mí, como para no darme
tiempo a arrepentimientos. Cierro los
ojos al tiempo que muerdo su labio, no
sé si follamos o si hacemos el amor, no
sé realmente si existe diferencia alguna,
solo sé que no puedo vivir ya sin él.
STEPHANO
Hace una semana que trasladamos
nuestro campamento a una nueva
ubicación, una cueva en el acantilado,
cerca de la playa, que descubrí en una
de mis primeras exploraciones del
terreno, las ruinas habían dejado de ser
seguras, y desde el nuevo asentamiento
tenemos una inmejorable visión por si
nos atacan.
La tarde es apacible, el mar está
totalmente en calma y refleja los tonos
rojizo−anaranjados del atardecer, el sol
casi se ha escondido en el horizonte, y
los suaves destellos ya no pueden
dañarnos, el espectáculo es maravilloso,
las vistas desde nuestra posición
bellísimas, y entre mis brazos reposa
todo mi mundo.

−Venga te toca a ti −siento la suave


piel de su espalda contra mi pecho, sus
nalgas acoplándose perfectamente en el
hueco que le dejan mis piernas, mi
espalda reposa sobre una roca, mientras
sentimos la arena bajo nuestros cuerpos,
y frente a nosotros el mar, de un azul
intenso, el rumor de las olas mece de
vez en cuando su risa.
−Está bien, déjame pensar −pero
me despista un mechón de su pelo que el
viento, caprichoso, ha hecho rozar mis
labios, la aprieto un poco más contra mí
e imposto un poco la voz−. "Voy a
hacerle una oferta que no podrá
rechazar".
−¡¡Vahh!! esa es fácil −dice
mientras juega a ir haciendo pequeños
regueros de arena sobre mis piernas−.
Es El Padrino
−Venga te toca.
−Sí, espera déjame pensar... Si, sí,
espera ya la tengo −y la suelta de golpe
−. "El mejor truco que el diablo inventó
fue convencer al mundo de que no
existía".
−Mmmmmmm, no estoy seguro es
de… ¿El precio del poder?
−No, ¿te rindes? −y sin dejarme
tiempo a pensar dice de pronto−. Es de
Sospechosos habituales.
−Eihhhh −le muerdo ligeramente el
cuello, y los hombros−. Pero si no me
había rendido.
−Ahhhhhh, demasiado lento −y
palmotea uno de mis muslos−. A ver
esta: "Mi nombre es Máximo Décimo
Meridio, Comandante de los ejércitos
del Norte, General de las legiones
medias, fiel...
−Gladiator −la interrumpo sin
dejarla terminar.
−Eihhhh que no había terminado,
eso no vale −y tira el brazo hacia atrás
dándome un codazo en las costillas.
−Demasiado lenta... Mmmmmm me
toca, veamos −pongo voz un tanto
suspicaz−. "Hijo, cuando veas a una
mujer guapa, solo recuerda que en algún
lugar hay alguien cansado de tirársela"
−Esa te la has inventado...
−Que no, es de una película que
vimos hace poco −susurro en su cuello
mientras deslizo la lengua hasta su
garganta−. Pero quizás estabas un poco
distraída…
−¡Idiota! −levanta una mano−. No lo
sé, ¡¡me rindo!!
−Alfie −digo atrapándola un poco
más entre mis piernas.
−Tienes razón estaba algo distraída
−su risa acalla el rumor de las olas, que
empiezan a alcanzar ya nuestros pies−.
Pero solo un poco... Venga te toca de
nuevo.
−Mmmmmmm, déjame pensar −solo
necesito unos segundos, en la Fortaleza
vimos algunas películas juntos, pero
seguramente que por separado hemos
debido de ver cientos, es una afición que
compartimos, y estoy seguro que en el
futuro seguiremos disfrutando de ese
pequeño placer−. "Si quieres que te diga
la verdad... no sé si mi mujer me dejó
porque bebía, o bebo porque mi mujer
me dejó"
−Esa es fácil, Leaving Las Vegas.
−Sí, muy bien señorita, te toca...
−Vale, ya está... "¿Has terminado
ya?, porque me importa una mierda lo
que sepas o no sepas... Te voy a torturar
de todos modos"
−Buena elección, me encanta esa
peli −digo antes de contestar−.
Reservoir Dogs.
−Era fácil...
−Claro que casualidad, las tuyas
siempre son fáciles. Bueno a ver… ¿Qué
tal ésta? "El odio es un lastre, la vida es
demasiado corta para estar siempre
cabreado"...

No me ha dado tiempo a reaccionar


cuando ya se ha levantado de un salto y
corre hacia el agua.

−American History X... Y sigues


siendo muy lento.
La alcanzo antes de que logre
zambullirse en el agua, la cojo en
volandas, entre mis brazos, para
lanzarnos juntos contra las olas.

EVER
Decidimos marcharnos hacia el
norte, donde creemos que pueden estar
los grupos más numerosos, ha estado
lloviendo toda la noche, Step anda
delante de mí, y se gira de vez en cuando
para darme la mano en los tramos que él
considera complicados, me hace gracia
ese gesto, así que le acepto la ayuda,
aunque me parezca una soberana
gilipollez. Y me gusta cómo es, pero
más que eso, me gusta todo lo que me
hace sentir, y no sé si es el síndrome de
Estocolmo, porque en esa selva me
siento casi secuestrada, o si es que
desgraciadamente he caído en las redes
de ese ser que ahora alarga la mano y
me sostiene en volandas para cruzar un
charco, y besa mi hombro cuando vuelve
a dejarme en el suelo.

−¿Por qué haces esto? −digo


poniéndome a andar delante de él.
−No sé… Para que no te resbales
supongo.

Caminamos los últimos metros


agazapados, noto el olor hediondo que
desprende mi cuerpo, mi piel aún
húmeda por el barro, pero Step tenía
razón, y ha sido lo mejor que podíamos
hacer, pues estamos casi frente a frente
con ellos y no se han percatado aún. Son
cinco, puede que alguno más, puede que
alguno menos, se hace difícil poder
contarlos pues todos parecen iguales.
Stephano ladea la cabeza para mirarme
un segundo, entiendo perfectamente cuál
es su plan, desplazarse a la retaguardia y
atacar por los dos flancos a la vez, eso,
unido con el factor sorpresa, debería
invalidar su superioridad numérica.
Veo cómo mi compañero se arrastra
cual culebra hacia el lado izquierdo,
pasando casi a rozar de uno de los
vampiros insurrectos, el factor
sorpresa... Solo contamos con el factor
sorpresa, pierdo de vista a Step, y sé
que espera el mejor momento para
atacar y saltar sobre ellos, espera el
momento en que estén más distraídos...

−Hola −digo alzándome de pronto−.


Suerte que os encuentro chicos, estoy
algo perdida −digo teatralmente−. El
norte es para allá, y el sur para allí
¿Verdad?

Los vampiros me miran, uno parece


intercambiar una frase, todo es rápido,
no prestan atención a la dirección donde
esta Step, y solo me miran a mí, uno va a
girarse, supongo que sabe que no puedo
estar sola, ¿cuál es la maniobra de
distracción más eficaz para una hembra?
Cojo los extremos de mi camiseta y la
alzo hacia arriba, dejando mis pechos al
aire, evitando así que ese tipo se gire y
descubra nuestro plan.
En menos de un segundo Step ya ha
caído sobre el vampiro que tenía más
cerca, arrancándole la cabeza sin ningún
tipo de dificultad, con una técnica
depurada y perfeccionada a lo largo de
los siglos. Otros dos se abalanzan contra
él, mientras el otro, decide atacarme a
mí. Lo esquivo al tiempo que hago
descender mi camiseta, su pierna llega a
alcanzarme cerca del muslo, haciéndome
perder el equilibrio, pero me recupero
rápido, no quiero morir rodeada de
verde, el segundo golpe me alcanza en
las costillas, me giro cogiendo su brazo
y tirando de él con todas mis fuerzas,
como si mi vida fuese en ello, porque
realmente es así, mi vida va en ello, no
sé cuánto les paga Marco a sus guardias,
pero creo que ni todo el dinero del
mundo compensa tales riesgos, tiro y
tiro del brazo hasta que un zaaaasp
característico llega a mis oídos, caigo
de culo en un charco de barro con su
brazo entre mis manos. Después todo es
coser y cantar y cuando me doy cuenta
Step está sentado sobre una roca
viéndome terminar con ese vampiro.

−No me ayudes, no. −finjo


quejarme.
−¿No te enseñaron tus padres que
no debes ir por ahí mostrando tus
encantos? −sonríe al tiempo que salta de
la roca−. Ever, no eres un cebo, podrían
haberte matado.
−Confío en ti, sé que no dejarías
que me pasara nada.
−¿Qué confías en mi? −dice
rebasándome, directo a las cajas
apiladas que estaban transportando los
vampiros−. Vaya novedad−. dice con
fingida modestia.

Estoy agachada mirando una de las


cajas, él hace lo propio con otra a mi
espalda, estoy cansada, sucia, me siento
agotada y no físicamente.
−Step, ¿Yo te gusto?−digo
poniéndome a andar hacia nuestro
campamento.

STEPHANO
Y aunque por un momento pienso
que puede ser una pregunta trampa, que
solo tiene dos posibles respuestas, me
alegro de que no me esté mirando a los
ojos, porque sería difícil negarle lo que
siento, a veces se me hace complicado
esconderlo. He visto su reacción cada
vez que he intentado acercarme un poco
más, como por cada paso que doy hacia
adelante, ella recula tres atrás. Y no
estoy dispuesto a perder lo que tengo,
esa complicidad, esa intimidad que
hemos alcanzado, que puede ser solo un
espejismo, al estar en un medio hostil y
completamente aislados, solos, y puede
que todo eso desaparezca en cuanto
volvamos a casa, a la civilización.
Pero me resisto a perder, tengo todo
el tiempo del mundo para intentarlo, sin
que se sienta presionada. Así que me
acerco a ella y la obligo a detenerse,
mis manos se acoplan perfectamente al
relieve de sus nalgas.

−Bueno, tú no estás mal, pero tu


culo ¡¡Me vuelve loco!!
−Está bien −responde sin más y
comienza a caminar de nuevo−. Mejor
así, si no, sería un chasco para ti. Yo no
puedo amar.
−¿Y eso? −la alcanzo y la cojo de la
mano.
−No te lo quiero contar, es algo que
no quiero contar a nadie.
−¿Ni a mí?
−¿Y por qué tú deberías ser
especial? −vuelve a pararse en seco−.
No, ni a ti. Me alegro de que no sientas
nada por mí… Aunque sé que mientes,
gracias por ponérmelo más fácil.

Se suelta de mi mano y comienza a


caminar de nuevo, al parecer sin el
lastre de mi compañía, querría gritarle
que siento por ella más de lo que
probablemente esté dispuesta a aceptar,
quizás siquiera a tolerar, pero me
recuerdo que no quiero que huya de mí
como si fuera un proscrito.
La alcanzo, la tomo del codo, la
obligo a que se detenga y se dé la vuelta
para enfrentarla a mis ojos.

−Quid pro quo.


−Pero no... −se muestra dubitativa.
−No pretendía ser alguien especial,
si tu no lo quieres, solo intentaba que
correspondieras a mi sinceridad, te he
explicado cosas de mi vida que nadie
sabe, ni sabrá nunca.

Y ahora soy yo quien la dejo atrás,


poniendo rumbo hacia la cueva donde
hemos establecido el nuevo
campamento.

−Lo siento −susurra al llegar a mi


altura, justo unos metros antes de llegar
a la cueva−. Aunque tú también sabes
cosas de mí que no sabe nadie, pero está
bien −resopla, y aunque parezca mentira,
tengo la sensación de que necesita
hablarme.
−¿Entonces? −me siento en el suelo,
y palmeo justo el hueco que forman mis
piernas−. ¿Por qué no puedes amar?
−Parece que te moleste…−
responde al sentarse y coge mis brazos,
colocándolos alrededor de su cuerpo−.
No quiero que nadie más me haga daño.
−Espera… ¿Me estás diciendo que
prefieres no arriesgarte?, que porque
alguien te hizo daño en el pasado nunca
más volverás a intentarlo.
−Sí −se deja caer sobre mi pecho−.
¿Crees que estoy loca? −ahora sí me
mira a los ojos−. Aunque ¿No es
también lo que tú haces?

Bucea en mi mirada y me desarma,


es una criatura de miles de matices y
múltiples contrastes, tan dura como una
roca, segura en la batalla, y tan frágil
cuando quiere esconderse a sí misma.

−Lo, desde que te conozco −tomo


con dos dedos su barbilla−. No he
pensado ni un solo instante que estés
loca.
−Que mentiroso eres −dice con una
dulce sonrisa−. De ser verdad, serías de
los pocos.
−¿De los pocos que se han detenido
a conocerte?
−Quizás...

Guardo silencio mientras acaricio y


masajeo su nuca por debajo de su
sedosa melena, eso me ayuda a
concentrarme.
Saco un pitillo de la cajetilla y lo
llevo a mis labios, antes de localizar el
encendedor ella lo ha accionado y me lo
acerca al cigarro, inspiro con fuerza
hasta que prende, hasta que el papel
blanco se torna incandescente,
transformándose por un instante en una
pequeñísima llama roja, exhalo el humo
hacia el cielo.

−Pues me alegro de haberlo hecho


−y espero que con eso entienda todo lo
que le quiero decir, que no puedo ser
responsable del daño que la pudieran
causar, o que ha evitado causarse, pero
que si cierra su corazón a enamorarse...
Todavía no lo sé, todavía ni siquiera me
he atrevido a confesármelo en voz alta,
como se confiesan las cosas
importantes, pero... Pero si cierra su
corazón a enamorarse, me estará
condenando a morir un poco cada día
estando a su lado, sin poder sentirla solo
mía, totalmente mía−. ¿Quién te ha hecho
tanto daño Ever?

EVER
Jamás pensé que pudiera confiar
tanto en él como para desvelarle todo mi
pasado. No estaba orgullosa de él, fue
una época, unas décadas de mi larga
vida que prefería olvidar, enterrar en el
trastero de mi memoria, pero todo lo que
vivimos nos define como somos, y
puede que él merezca saber cómo soy y
quién soy. Creo que me estoy
enamorando de él, no, miento, estoy
locamente enamorada de él, y sé que él
siente también algo por mí, y merece
saber que por entre mis piernas han
pasado varios cientos de tíos, debe
saber que soy incapaz de amar, de
comprometerme, que en cuanto vea la
mínima oportunidad voy a hacerle daño,
voy a hacerme daño, porque es el juego
de la autodestrucción, un juego que se
me da muy bien y que sin saberlo va a
salpicarle a él también. Que entienda
por qué jamás voy a poder quererle, por
qué jamás podré entregarme sin
reservas. Que sepa que puede darlo todo
y recibir muy poco a cambio, no quiero
engañarle con promesas que no podré
cumplir.
−Sabes... Creo que vas a dejar de
beber whisky −y es la forma más
estúpida de empezar mi relato.

Stephano suelta el humo de su


cigarro hacia arriba mientras masajea mi
nuca con la otra mano, un gesto que ya
se me antoja casi cotidiano y necesario.

−¿Me rompes los cigarrillos y


ahora pretendes que deje de beber?
−No he dicho eso −me acomodo
mejor sobre su pecho, donde una vez
latió su corazón−. Solo que espero que
te guste el bourbon, porque creo que vas
a odiar el whisky.
−¿Odiar un buen whisky escocés?
−suelta una carcajada−. ¿Qué te hace
pensar eso?
−Scotch era... Es, un tío muy
adictivo, de esa clase de tipos a quien
nadie le puede decir NO, de esos que se
meten en tu mente con tal maestría que te
harían matar a tu madre sin cuestionarte
el por qué. Le conocí en España, había
pensado quitarme de en medio... La
inmortalidad me empezaba a quedar
grande y llegó Scotch... Le llaman así
porque es escocés, creo o porque
siempre toma whisky, no lo sé.

No dice nada, escucha atento, y con


su mirada me indica que siga, que no me
detenga.
−No sé que tienes... −digo pasando
todo mi pelo hacia adelante para no
molestarle en su masaje−. Pero haces
que necesite contarte todo... Aunque me
acojone saber cómo vas a reaccionar...
−le miro de reojo y veo cómo me sonríe
−. Scotch es un maldito hijo de puta...
Un hijo de puta que me ha tenido
esclavizada décadas... Aunque no lo he
sabido hasta hace poco, yo pensaba que
le quería.
−Ever −gira mi barbilla para
enfrentar mis ojos, esos ojos que me
trasmiten tanta paz−. No tienes por qué
hacerlo, jamás voy a obligarte a hacer
algo que no desees... Pero si de verdad
quieres continuar... −se detiene en seco,
como buscando las palabras−. Dices que
no sabes cómo voy a reaccionar...
Ponme a prueba.
−Ponerte a prueba... −dejo caer la
cabeza hacia atrás, dejándola apoyada
sobre su hombro−. Está bien −mi voz se
vuelve casi un susurro y bajo la mirada
para no enfrentarme a la suya−. Por mi
vida han pasado muchos tipos, cientos,
puede que miles... Para ser más exactos
sería mejor decir que han pasado cientos
de tíos por mi cuerpo... Aunque ninguno
dejó huella sería absurdo esconderte que
no dejaron marcas −fuerzo una risa
nerviosa mientras noto como Step se
tensa−. Scotch propició todos esos
encuentros... Cualquier capricho que un
tipo quisiera comprar, cualquier
fantasía... Él podía proporcionársela
−trago saliva−. Para eso me tenía... Se
pagan grandes cantidades para dar
rienda suelta a las perversiones más
oscuras −vuelvo a soltar una carcajada
−. Como ves, he tenido una inmortalidad
algo ajetreada.

STEPHANO
La escucho en silencio, sin
atreverme siquiera a respirar por no
interrumpir el hilo de su voz ni de su
pensamiento, tiene la mirada perdida en
el horizonte, y aunque no me mira a los
ojos sé que no los rehúye, supongo que
no debe ser fácil buscar la manera de
desnudar el alma. Y sí, quiero que me
ponga a prueba, porque es muy posible
que sea yo mismo quien necesite
ponerme a prueba, desde que la conozco
jamás me he tenido que repetir tantas
veces que poseo un gran autocontrol,
escuchando su voz pausada
rememorando el pasado puedo sentir su
dolor, hago mía esa posible amargura
contenida durante años, y entiendo su
desconfianza, me es más fácil poder
entender su forma de actuar, por qué
unas veces puede resultar caótica y otras
espontánea para pasar a parecer retraída
solo unos instantes más tarde... Aplasto
el cigarrillo entre mis dedos.
Y por más que ese mantra de
tranquilidad se repite una y otra vez
dentro de mi cabeza, no puedo evitar
que mis dedos empiecen a hundirse en la
roca donde estamos sentados, y cuando
suelta una carcajada alegando que ha
tenido una inmortalidad ajetreada la ira
se apodera de mí. Salto de la roca
tirando de ella dejándola de pie a mi
lado, su mirada se encuentra en ese
momento con la mía, parece aturdida,
desorientada, tal vez dolida, en mis
nudillos polvo y ponzoña se mezclan y
mis ojos destilan todo el odio que soy
capaz de sentir. Mis músculos se tensan
y no puedo evitar que de mi garganta se
escape un gruñido áspero y profundo,
que rompe el silencio, y que es
amortiguado únicamente por cientos de
pájaros que salen volando asustados por
el estruendo de mi voz.
−Estás enfadado y me odias −dice
estrujando sus manos mientras retrocede
dos pasos y se gira dándome la espalda,
evitando así mirarme y perdiéndose de
nuevo en esa línea del horizonte donde
el mar se confunde con el cielo.
−Sí, por supuesto que estoy
cabreado −trato de controlar mi voz−.
Muy cabreado... −avanzo despacio en su
dirección−. Pero no contigo, ¿me oyes?
nunca podría enfadarme contigo, jamás
podría odiarte... −me detengo a
centímetros de ella, y apoyo mi mentón
en su coronilla−. Lo sabes ¿Verdad?
−Sí... −musita quedamente, apenas
despega sus labios, pero deja caer su
espalda hacia atrás, buscando el
contacto con mi cuerpo, mientras mis
labios se posan en su sien.
−Le mataré... −gruño de pronto
entre dientes, y no es una promesa, es
simplemente una necesidad, no me
importa dónde esté, ni cuánto tiempo
tarde en encontrarle, tengo una eternidad
por delante para hacerle pagar con
creces cada segundo de dolor que Ever
ha sufrido, dispongo de todo el tiempo
del mundo para hacerle desear haber
muerto antes de encontrarse conmigo−.
No importa cuánto tarde, pero juro que
lo haré −aseguro mientras separo los
labios de su piel.

No necesito mirar sus ojos para


saber cuánto dolor deben reflejar en ese
momento, cuánto asco, cuanta repulsión,
cuánta rabia por haber tenido que
soportar durante décadas ese
sometimiento... Y sí, a través de su piel
he podido sentir su dolor, ella misma me
lo ha mostrado, sin saberlo, pues podría
reproducir de memoria el dibujo de las
cicatrices de su espalda, si pudiera
soñar soñaría con que el roce de mis
dedos resiguiendo su dibujo las elimina,
si pudiera borrar de un soplo su dolor,
eliminar sus recuerdos aciagos... Si
tuviera el cuello de ese tipo entre mis
manos...
Me separo de ella para dejarle un
poco de espacio, pero permanezco a su
lado, mi mirada también se pierde en
ese horizonte en el que parecen morir
sus palabras quedas cuando se ha
callado, dejando perdida su mirada en
ese mismo punto infinito que me afano
por encontrar... Y desearía poder decirle
que la quiero.
EVER
Nunca he sentido pudor al desnudar
mi cuerpo, lo he hecho miles de veces,
delante de diversos pares de ojos
mirándome, follándome con la mirada,
pero ahora se trata de desnudarme por
dentro, desnudar mis sentimientos, mis
recuerdos. Siempre pensé... No, Victoria
siempre me dijo que ese lastre jamás me
abandonaría, me dijo que Stephano
nunca podría entenderlo... Pero como
siempre, ella se equivocaba, como
tantas y tantas y tantas otras veces.
Step se separa un paso de mí, pero
permanece a mi lado, es como si esa
posición fuese la que va a adoptar el
resto de nuestras eternidades, siempre
un paso detrás de mí, protegiéndome, sin
abandonarme jamás, y esa es una extraña
sensación.

−Step, no busco venganza −digo


girándome lentamente−. No te lo he
contado esperando que tú vengues mi
honor ni nada por el estilo... Esto no es
una de esas películas que te gustan tanto
−va a hablar pero le interrumpo−. Solo
quería que me conocieras, que me
conocieras de verdad... Siempre dices
que necesitas tener toda la información
para barajar tus diversas opciones...
−Ever yo... −sus manos se cierran
tornándose puños, pero poco a poco se
relaja, como obligándose a ello, abre las
palmas de sus manos y las pasa por su
cabeza, intentando pensar rápido, como
buscando una solución a algo que no la
tiene.
−Sabe que estoy en Suiza −digo de
golpe, como sacándome de encima la
ultima tirita del alma−. Yo... La cagué,
Step, quería irme de la Fortaleza −las
manos de Samael recorriendo mi cuerpo
vuelven a mi mente y todo él se retuerce
de asco, esa parte, es la única que jamás
le voy a contar, le quiero demasiado−.
Le llamé −sigo esperando la reacción a
esa acción, tan simple, pero que
significa tanto−. Y no sé cómo, pero él
sabía dónde estaba...
−¿Por eso huiste a Londres?
−Lo siento, tenía miedo, él es tan
persuasivo... Tiene un don...
−Entonces −dice resuelto dando un
paso hacia mí−. Voy a tardar menos de
lo que pensaba en localizarle.
−¿Es que no me has escuchado?
−digo molesta−. No quiero que hagas
nada, no... No quiero que te metas en
esto −no quiero que por mi culpa le pase
nada, porque no lo soportaría.
−Lo... ¿Es que no ves que esto ya no
es solo cosa tuya? Dime una cosa... ¿Por
qué a Londres? ¿Por qué fuiste a
Londres?
¿Por qué Londres?, por ti... y lo
sabes. Sé que lo sabe, sé que solo
espera que mis labios se separen y lo
pronuncie en voz alta, es la crónica de
una muerte anunciada, nuestros cuerpos
se entienden a la perfección, nuestras
almas se complementan, es innegable lo
que nos está pasando aunque ambos lo
neguemos.

−Porque solo puedo confiar en ti


−digo con un hilo de voz, dándole la
razón−. Pero Stephano... ¡No quiero que
hagas nada! ¿Por qué no puedes
mantenerte al margen?
−¡Porque no puedo, joder! −grita de
pronto.
−¡Pues vas a tener que hacerlo!
−digo alzando yo también la voz−. La
Fortaleza no está para vendettas
personales, tú haces cumplir las leyes,
no las quebrantas, no vas a hacerlo y
menos por mí, y no quiero volver a
hablar de esto nunca, me oyes...
NUNCA.
−Está bien −dice no muy
convencido−. ¿Qué quieres que haga?
−Que me beses.
STEPHANO
En los últimos días hemos
encontrado más neófitos en nuestras
batidas, pero seguimos sin encontrar el
punto de origen, o el lugar dónde se
ocultan. Saco mi cuaderno del petate y
apunto un par de datos que pueden serme
de utilidad, un par de sitios que podrían
servirnos de nuevo campamento por si
es necesario tener que volver a
trasladarnos. El último neófito al que
matamos era un vampiro muy joven, es
posible que no tuviera siquiera un par o
tres de meses, su absoluta falta de
control y sus movimientos poco
coordinados así lo indicaban. Guardo el
cuaderno en el petate y salgo de la
cueva, hace un buen rato que no oigo a
Ever, no creo que ande muy lejos pues el
aroma de su piel todavía permanece en
el aire, seguir su rastro sería muy
sencillo, pero a veces le gusta jugar a
sorprenderme.
Miro alrededor, paso un brazo tras
la cabeza, y con el otro me cojo el codo,
ejerciendo presión hacia abajo, todos
los músculos de mis brazos se tensan.
Abandono el acantilado y bajo la ladera,
en dirección al río, y aunque no la veo,
sé que anda cerca. Sonrío.

−¿Ever?

No obtengo respuesta, tan solo el


aleteo de algunos pájaros que alzan el
vuelo a mi paso.
Hace unos días me contó su secreto,
y desde entonces, no hemos vuelto a
hablar de eso, ella así lo quiere, y
respetaré su voluntad, no volveremos a
mencionar ese episodio de su pasado, no
volveré a mencionar a ese tipo, pero eso
no significa que vaya a olvidarlo, ella
piensa que no es asunto mío, que no
debo intervenir, lo que no entiende es
que cualquier cosa que le afecte,
cualquier cosa que pueda herirla voy a
convertirla en asunto mío.

−¡Ever! −grito dando un par de


pasos adelante−. ¡¿EVER?!

Oigo una risita justo unos metros


por encima de mi cabeza, levanto la
vista hacia el árbol, y la sorprendo
mirándome, no puedo evitar ampliar mi
sonrisa, y bajo los brazos poco a poco,
dejando las manos apoyadas en las
caderas.
−¿Te escondes?
−¡Sí! de ti, me das miedo...

Se deja caer, balanceándose con


una liana, y aterriza de culo en el suelo
delante de mí, y comienza a reírse a
carcajadas, me gusta verla reír, me gusta
el sonido de su risa.

−¿Qué llevas puesto?


−¿Te gusta? −dice cogiendo la mano
que la ofrezco para ayudar a levantarse
−. Es la última moda en la pasarela de la
selva −da una vuelta sobre sí misma.

Se contonea, eleva los brazos por


encima de su cabeza, y vuelve a girar
despacio, sobre su propio eje,
mostrando su anatomía en todo su
esplendor, ha dejado sus pantalones
militares reducidos a la mínima
expresión, tienen menos tela que el más
ajustado de sus shorts. Se balancea, se
deja caer sobre mi pelvis, amoldándose
a mí, deliberadamente despacio...Y por
Satanás que aunque parezca de mármol,
aunque para el tacto humano semejemos
de granito, no soy de piedra, y mi
reacción física ante sus taimadas
provocaciones y sus pícaras miradas,
tienen una respuesta inmediata.
−¡¡Vaya!! veo que sí te gustan −dice
apoyando de nuevo sus posaderas
directamente sobre mi ya abultado
paquete, sin darme ninguna opción de
respuesta, pues parte de mi anatomía ya
ha respondido por mí.

Y cuando mis manos están a punto


de adentrarse en el límite de sus
caderas, un fuerte olor llega hasta mí,
ella también lo ha notado pues todo su
cuerpo se pone alerta, puedo ver cómo
sus piernas de flexionan, el ligero aleteo
de su nariz me indica que rastrea ese
olor, y yo solo puedo pensar que podría
haberse demorado un poco más, pues
aún noto el roce de sus braguitas en la
punta de mis dedos.
EVER
Esa puta selva es irrastreable, las
lianas, las plantas, los árboles, la densa
niebla y el olor perpetuo a humedad y
putrefacción. No, es imposible
localizarles, por eso cuando vemos uno
no podemos dejarle escapar. Conocen
esas tierras, saben cómo moverse, y
nosotros somos forasteros en un mundo
demasiado desconocido, ahora entiendo
a los americanos. Y después está todo
ese color verdoso, que se clava en las
pupilas y taladra el cerebro.

−¡Corre! −digo saltando por encima


de una roca.
−¡Derecha! ¡Derecha!

Me agacho, dejando caer el peso


sobre la pierna izquierda y golpeo fuerte
cuando cae encima de mí un puto
amarillo. Me doy la vuelta, a tiempo de
ver a dos sobre Step, corro y salto a la
espalda de uno, clavando los dientes en
su cuello. Unas manos, fuerte tirón de
pelo, y me voy al suelo. Pero Step se
posiciona en frente de mí y recibe el
golpe que llevaba mi nombre. Cojo al
neófito amarillo del brazo y tiro de él.
Fuego. Todo empieza a oler a vampiro
quemado.
Debemos bajar al pueblo, aunque
sigo mirando las llamas cuando Step tira
de mí, aludiendo que Marco debe estar
al corriente de todo, puede que Stephano
pretenda que envíen a alguien más en
nuestra ayuda, puesto que está claro que
esos
chinos/japoneses/coreanos/vietnamitas
amarillentos se multiplican cual
cucarachas.
Después de pasar cuatro horas en el
pueblo más cercano, me resisto de
nuevo a formar parte de la jungla, se
hace horrible, dedicamos parte del
tiempo a abastecernos de “comida” y
mandarle informes a Marco, he
disfrutado pisando el asfalto, me he
dado cuenta que amo el asfalto, soy
urbanita, voy a comprarme una pegatina
para mi futuro coche.
−Siempre te empeñas en buscar el
camino más complicado −se queja
tirando de mi mano.
−Pero eso es lo divertido, ¿no
crees?

Desde que estoy en esa puta selva,


se me hace difícil dejar de pensar en él.
Se ha convertido en una necesidad,
tenerle cerca, tenerle encima, tenerle
debajo, tenerle dentro.

−Sí y a veces el mejor camino para


que te maten −dice sentándose a la orilla
del rio que pasa cerca de la cueva−. ¿No
puedes hacer las cosas como el resto de
la gente?
−No, yo no soy como el resto de la
gente −beso sus labios para después
acomodarme en su pecho. Ya es
costumbre.
−Me encanta la calma después de la
tormenta. −coge mi pelo con una mano y
lo aparta para colar su mano debajo,
acariciándome el cuello
−Sabes −digo sin más−. No habría
aguantado ni dos días en esta jodida
selva de haberme mandado con
cualquier otro… Me encanta estar aquí
contigo, contigo parece que la eternidad
es un poco más llevadera.

Siento como sus brazos dudan un


instante antes de rodearme, y pienso en
dónde me sentaré después, cuando todo
esto acabe, y volvamos a la realidad de
la Fortaleza, donde seguro su cama
siempre está ocupada, y sus horas
transcurrirán lejos de las mías, ¿dónde
me sentaré entonces? ¿Quién me
abrazará mientras leo, o simplemente
miro la puesta de sol?

−No quiero irme nunca…−susurro


bajito, con la esperanza de que no me
escuche.

Debería haberle mantenido fuera,


donde el sexo es solo sexo, pero ya es
demasiado tarde, se abrió una brecha y
él la ha sabido aprovechar, y ahora solo
queda esperar el momento en que me
parta el corazón en mil pedazos.
Verde, verde, verde… Verde que te
quiero verde… Después de esos meses
me agobia ese color, cuando llegue a
casa tiraré todas las camisetas verdes
que tenga, si es que tengo alguna, ya ni
me acuerdo. Todo es verde, mire donde
mire verde, cierro los ojos y el verde se
cuela bajo mis parpados. Y correr,
siempre correr, correr por todo, no ser
vistos, ser como sombras, sombras en un
mar verdoso, sombras…

−Ever...
−Dime... −le contesto,
acurrucándome más entre sus brazos.
−Estás muy limpia y hueles muy
bien.
−Gracias −digo cerrando los ojos y
disfrutando de la magia del momento.
−No era un cumplido, deberías oler
un poco más a estiércol.

Levanto la cabeza algo molesta, a


tomar por culo la magia.

−Tú me odias ¿Verdad?

STEPHANO
−¡Claro que no te odio! Pretendo
que pasemos desapercibidos, como
todas estas semanas… −digo
levantándome.
−Y ¿No podría embadurnarme con
polen o con flores o con algo menos
nauseabundo? −sugiere haciendo una
especie de puchero.
−Ufff −resoplo, me encantaría
complacerla, pero no puedo, lo
prioritario es la seguridad, sobretodo
estando en minoría.
−Pero... No tiene que ser ahora
mismo... −dice levantándose y dando
varios pasos hacia atrás, alejándose un
poco de mí−. Ah no... No tiene que ser
ahora ¿Verdad? ¿Step?
−Sí, lo siento, pero será mejor que
estemos siempre preparados −respondo
y tengo que aguantarme las ganas de
explayarme y decirle que me resulta
simplemente deliciosa cuando parece
enfadada, pero ante todo estamos en
medio de una guerra encubierta, a punto
de estallar.
La cojo de la mano y tiro
ligeramente de ella, bajamos hasta el río
que transcurre apacible unos metros más
abajo, formando en uno de los meandros
un pequeño lago natural, al que nutre de
agua una pequeña cascada que proviene
de otro río algo menos caudaloso. Llego
con ella hasta la orilla y me arrodillo,
tirando de su mano para que me imite…

−Pero ¿Qué haces Step? −protesta y


se obstina en mantenerse de pie, por lo
que de nuevo tiro ligeramente de su
mano para que se agache a mi lado.
−Ten −digo cogiendo un poco de
barro en las manos−. Póntelo −y como
buen superior predico con el ejemplo,
restregándome un poco por la cara.
−Bromeas, ¿no? Empiezo a estar
harta de esto.
−No, no bromeo, y no me lleves
siempre la contraria. Venga nena, no
seas tozuda.
−Que no me pienso embadurnar con
eso −insiste con cara de asco−. Otra vez
no, no, no, ni lo sueñes...
−Ven aquí, yo te lo pondré
entonces…
−¡¡¡Que nooooo!!! Que me
dejeeeeees….
Y zasssssssssssss, no sé ni cómo lo
hace pero siento un crac y un
característico sonido a hueso roto.

−¡Me has roto la nariz! −grito


llevándome la mano hacia la zona
fracturada.
−Upsss, bueno si me dejas −y suelta
una carcajada seguida de una risa fresca
y elocuente−. Creo, creo que te la puedo
poner bien.

Me tira de la nariz y solo oigo otro


chasquido de hueso.
Y verde, verde, verde por todas
partes, después de semanas me agobia
ese color, creo que estoy empezando a
odiar el verde, aunque todavía no sé que
llegaré a amar esa selva porque dejará
en mi retina el recuerdo más hermoso de
mi vida.
Llevamos un par de horas de batida,
mientras caminamos de regreso a la
cueva, ha sido al amanecer cuando esos
neófitos amarillos han atravesado el río,
ahora hemos seguido durante un rato el
rastro de un par, pero lo hemos perdido,
han debido huir, suponemos que hoy no
volverán a atacar, pero se están
empezando a organizar, y eso puede ser
peligroso.
Camina a mi lado, en silencio, su
mente parece enfrascada en alguna otra
cosa, quizás todavía sigue enfuruñada
por haber tenido que embadurnarse con
ese barro espeso y negruzco, así que
prefiero no interrumpir sus
pensamientos, pero deliberadamente me
retraso, le cedo la pole position sin que
se dé cuenta, y camino detrás de ella...
Me encanta ver cómo camina, cómo
se mueve balanceando suavemente las
caderas, disfruto posando mis ojos en
esa parte de su anatomía donde finaliza
su espalda, donde las curvas se cierran y
se redondean, su culo es perfecto, está
hecho para ocupar justo el espacio que
forman mis manos.
Esos golpes de cadera me vuelven
literalmente loco, podría pasarme la
vida siguiendo su estela, girando
gravitatoriamente en las suaves líneas de
su cintura, sin tratar de domar su
intrépida forma de cabalgar cuando se
convierte en mi amazona. Y de nuevo
ese vaivén sutil de su cuerpo, que se
torna para mí en adictivo. Esa liviana
provocación a la lujuria, esa seducción
apenas insinuada me subyuga sin
remisión. Ver cómo mueve su culo
cuando camina se ha convertido en un
vicio, sin ella quererlo se ha convertido
en mi único vicio inconfesable.

−Step −se da la vuelta para


llamarme y su voz me saca del trance.
−¿Sí, cariño? −lo he dicho sin
pensar.
−¡No me llames cariño!
−Perdona, Lo…
−¡¡¡Joder!!! −comienza a caminar,
ahora de forma más enérgica−. Seguro
que no has escuchado nada de lo que he
dicho −protesta airada.
−Pero Lo, cariño... claro que te he
escuchado...−la oigo resoplar

Y su paso se acelera, el ritmo de


sus caderas crece, esa especie de braga
mimetizada en la que convirtió sus
pantalones le sienta de vicio, e invita
descaradamente al pecado.

EVER
Me cede la posición, me mira el
culo, lo sé, puedo notar calor justo en el
punto exacto donde se están clavando
sus ojos, puedo hasta notar cómo traga
innecesariamente saliva, incluso cómo
acelera estúpidamente su respiración,
nos hemos humanizado hasta tal punto,
que cuando no es necesario, seguimos
fingiendo ser humanos.
Y cuando más absorto en mi culo
está, finjo llevar hablándole durante
rato, quiero tomarle el pelo, pero creo
que la sorprendida soy yo, cuando su
voz profunda me acaricia con un
“cariño”... Cariño... No sé si lanzarme
sobre él y arrancarle la cabeza, o
follármelo allí mismo. Acelero el paso,
mientras decido cuál debe ser su castigo
por hacerme soñar de ese modo, y tan
absorta estoy en las consecuencias de
sus actos, que ya hemos llegado al punto
de destino. La cueva en el acantilado.
Me siento nerviosa, ¿Es una forma de
hablar? o ha querido decir algo, es
absurdo, estamos jugando a un juego que
en algún momento uno de los dos va a
tener que dar por perdido, uno de los
dos va a tener que renunciar a la
victoria, pero no voy a ser yo. Le
quiero, me quiere, solo falta que él sea
el primero en decirlo en voz alta, y yo la
primera en huir despavorida. Voy a
disfrutar un poco más de eso que hemos
forjado sin ningún tipo de esfuerzo, esa
íntima magia que nos envuelve, a parte
del verde.
Cojo un cepillo y gomas del pelo,
correteo por esa cueva que nos sirven de
campamento, voy hasta donde se
encuentra, le cojo el cigarro de entre los
dedos, doy una larga calada y lo apago.

−¿Qué haces? −se queja.


−¡Hazme trenzas!
−Estas de coña.
−¡No! ¡Venga! ¡¡Va!!
−Pero… −coge otro cigarro del
paquete, se lo quito y lo tiro−. ¡Joder
Ever! ¡Era el último!
−Hazme trenzas −vuelvo a
canturrear.

Me siento de espaldas a él, en el


suelo, y levanto sobre mi hombro el
cepillo, lo muevo hasta que Step resopla
y lo coge. Lo pasa un par de veces,
despacio, desde las raíces a las puntas,
dándome tirones.

−¡Ay! Así no… Empieza por las


puntas −le explico.
−¡Paso! −dice tirando el cepillo y
levantándose.

Se mueve en pequeños círculos,


mirando al suelo, dando pataditas con
los pies, sin duda, buscando el cigarro
que le he tirado antes. Cojo el cepillo y
empiezo a cepillarme el pelo,
empezando por las puntas mientras miro
cómo busca su vicio, ¿su único vicio?
−Frío, frío −me mira−. Más frío −se
mueve a la derecha−. Helado −se acerca
dos pasos−. Un poco más caliente −se
acerca otro paso, vista fija al suelo−. Te
calientas…
−Ever…−dice cansado.
−Un paso más −susurro divertida.
−¿Para el cigarro?
−¡No! −tiro de él, de su camiseta en
mi dirección y empiezo a besarle−.
Dime que te gusto.
−Me gustas… −jadea en mis labios.

STEPHANO
−Me gustas... −digo jadeando sobre
la piel de sus labios−. Pero creo que me
gustas mucho más con la cara limpia
−retiro una costra de barro seco de su
mejilla−. ¡¡Estás llena de barro!!
−¡¡Serás capullo!! −responde airada
poniéndose de pie de un salto y la imito
de inmediato, mientras suelto una
carcajada y la acerco a mí cogiéndola
de sus caderas.
−Ever...
−¿Crees que ya podría...? −pregunta
frunciendo las cejas y señalando el
barro de su cara con las manos.
−Sí −beso la punta de su nariz−.
Creo que hasta que volvamos a
internarnos de nuevo en la selva puedes
darte un baño, estarás más cómoda
−sonrío mientras veo como se aleja
hacia el río.
Estoy sentado entre las intrincadas
raíces de esos frondosos árboles, Ever
no está muy lejos de mí, columpiándose
en un improvisado columpio que le he
hecho con unas lianas, mientras
esperaba a que volviera del río, se
balancea, su melena va y viene al
compás de esos impulsos, las lianas la
mecen con ese mismo compás, las
mismas lianas que unas semanas atrás
aprisionaban sus muñecas impidiéndola
moverse, solo fingíamos que no podía
soltarse, para hacer más divertido el
juego.
Dejo el libro a mi lado y me deleito
en su visión, mientras apuro mi último
cigarrillo, veo su espalda, el contorno
de sus caderas, sus nalgas altas y
redondeadas y el mismo delicado
balanceo de aquel día.
No sé muy bien como ocurrió, todo
fue de repente, la vi acercarse al
campamento, llevaba algunos días
medio enfadada, parca en palabras, y
estaba bellísima, y fue como un
arrebato, querer poseerla por entero,
que todo mi ser la colmara por
completo. La acorralé contra un árbol y
se fingió sorprendida, tapé sus ojos y la
inmovilicé con aquellas benditas lianas,
al principio opuso resistencia, pateaba e
intentaba deshacerse de los nudos,
cuanto más tiraba para liberarse, más se
enredaba, cuanta más oposición ponía
más me excitaba.
La desnudé con celeridad, un tirón
para la camisa y otro para los
pantalones, y la contemplación de su
hermoso cuerpo expuesto para mis
manos era simplemente el delirio. Su
resistencia acrecentaba en mí el deseo, y
en cuanto con manos expertas recorrí
centímetro a centímetro la delicada piel
de su cuerpo, también su deseo y
lascivia crecían al mismo ritmo.
Mi boca muy cerca de su boca, muy
cerca de su piel, sintiendo nuestro
aliento, recorriendo su pelo, bajando
despacio por su espalda, mientras con la
otra mano acariciaba sus pechos y
jugueteaba con ellos endureciendo sus
pezones, descendiendo despacio hasta
colarme en el interior de sus muslos,
comprobando como su inicial
resistencia se tornaba asentimiento,
mientras mis manos provocaban su
humedad.
Su boca... Mi lengua, cubriendo su
piel de saliva, lubricando su sexo, mi
boca insaciable poseyéndola, mi boca
devorándola por completo, y sus
quejidos, sus jadeos quedos que
provocaban en mí nuevas sensaciones,
nuevos deseos de bucear en ella sin
compasión. De rodillas entre sus
piernas, mis manos la obligaron a
abrirlas un poco más, a exponer su sexo
que se abandonó rendido a la humedad
de mis caricias, humedeciéndose cada
vez más, dejando que sus fluidos
navegaran libres por el interior de su
sexo, rebosando en mi boca y
deslizándose poco a poco por la fina
piel de sus muslos, mientras me
colocaba a su espalda, con rapidez ya
había formado un reguero de saliva que
recorrí solícito por sus vértebras una y
otra vez, descendiendo por sus blancas
nalgas, que mordisqueaba con
voracidad, me deleitaba masajeándolas,
amasándolas, acoplando su redondez al
hueco de mis manos, continuaba
colocado a su espalda, haciéndola sentir
mi polla, cada vez más hinchada, entre
sus nalgas, empujando poco a poco con
suavidad.
De un tirón fracturé las lianas que
inmovilizaban sus manos por encima de
su cabeza y tiré de su cuerpo hacia abajo
para, sentado desde el suelo poder
hundirme en ella, jadeaba... Ella misma
rozaba sus pechos y acomodaba su sexo
sobre mi pelvis, gozando de esa
penetración pausada, poco a poco sin
prisas. Sus jadeos provocaban que el
fuego siguiera ardiendo en mi interior,
enardeciendo mi deseo hasta límites más
allá de lo imaginable.

−¡¡Fóllame!! −casi gritaba entre


gemidos, se había corrido ya varias
veces y encharcaba mi cintura, la
sujetaba desde atrás y me hundía en ella
con más decisión, apoyando mis manos
en sus caderas, deslizándolas sobre ese
culo, que estaba poseyendo o que me
poseía a mí, porque me estaba
volviendo literalmente loco.

Se movía como una diosa lo haría


exigiendo su tributo, y reclamaba más.
Su aliento confundiéndose con el mío,
mi boca en su boca, mi boca en su
espalda, mi boca en su sexo, su boca
devorando el mío, provocando que me
derramara en ella, que me corriera en el
interior de sus entrañas, que me corriera
sobre sus nalgas.
Jadeos entrecortados, piernas
entrelazadas, gemidos sofocados solo
por el rumor de la selva, amándonos,
extenuados...
−Steeeeep... ¿Me empujas? −su voz
me devuelve al presente, pero el regusto
de su piel se ha fijado ya en mi
memoria. Está oscureciendo−. ¡¡Hazme
alcanzar las estrellas!!

EVER
Cuando pensábamos que no
volverían a atacar, que sería una noche
tranquila, ha sido todo lo contrario, un
grupo de neófitos, jodidos amarillos, ha
hecho una incursión hasta escasos
metros de nuestro campamento. Nos ha
costado varias horas y una estrategia de
desgaste el poder acabar con ellos. Step
y yo en cuestiones tácticas cada día nos
compenetramos mejor, nos entendemos
con solo mirarnos, sabemos exactamente
qué flanco atacar, cuál defender, en qué
momento cubrirnos las espaldas, es algo
que me asombra, ser capaz de
anticiparme a los movimientos de mi
compañero.
Cerca del amanecer, cuando hemos
comprobado que toda el área estaba
limpia, hemos bajado a una pequeña
cala recóndita, escondida de cualquier
mirada indiscreta, sin ningún tipo de
acceso desde tierra, solo desde el mar,
su orografía escarpada impide que
probablemente nadie antes que nosotros
haya pisado esa playa.
Me desnudo y me tumbo sobre la
arena, apoyando la cabeza sobre el
hatillo de ropa en que he convertido mi
camiseta y mi pantalón.
Se lanza al agua y al cabo de varios
minutos sale a la superficie, pasando sus
manos por la cara y por la cabeza, para
retirar el agua que empapa sus ojos.
Juego a enterrar las manos en la fina
arena, al menos estamos retirados del
verde de la selva, el sol pronto
empezará a despuntar, aunque está
nublado y cuando llueve, lo hace durante
días enteros. Es agotador, sucio y
aburrido. Pero empiezo a adorar la
selva. No sé cuánto tiempo tendremos
que estar aquí, supongo que hasta que
Marco decida mandar un relevo.
Se sumerge de nuevo y avanza por
debajo del agua para volver a emerger,
se vuelve a pasar las manos por la cara,
y me mira, me mira y sonríe, con una
sonrisa que no denota lascivia. Me
incorporo un poco, manteniendo los
codos en el suelo, alzando la cabeza y la
parte superior de la espalda. Sigue
mirándome. Y sé lo que siente, o al
menos creo saberlo, y quiero que lo
diga, pero me muero de miedo de que lo
haga, porque sé lo que está pasando
aunque ninguno de los dos lo ha dicho
aún en voz alta, porque una vez el viento
recoja esas palabras, ya no podremos
echarnos atrás.

−¿Se puede saber qué miras?


−pregunto desafiante.
−A ti –dice simplemente mientras se
pone de pie y el agua resbala por su
torso−. ¿No puedo mirarte?
−No, esa forma de mirar se podría
considerar delito en la mayoría de
países −añado mientras clavo los codos
en la arena para incorporarme un poco
más.

Sale del agua solo lleva puestos los


boxers y el reloj, anda directo hacia mí,
llega a mi altura, y se para justo delante
salpicándome con las gotas que caen de
su cuerpo perfecto.
STEPHANO
La visión que me llega desde la
orilla, mientras voy saliendo, es
perfecta... El ángulo en que ha
flexionado sus piernas, la curva de sus
caderas, como una suave ladera que
invita a deslizarse por ellas sin mirar
atrás, la suavidad de sus nalgas... El
roce de la brisa en su piel, ni las sirenas
que atrapaban con su canto hipnótico a
Ulises hubieran ejercido una atracción
tan salvaje como la que ella ejerce
sobre mí.

−¿Me denunciarías por mirarte?


−Sí, por supuesto −dice enarcando
una ceja−. Porque ya eres un adicto a mí
y cada vez necesitas más…− añade
dándose la vuelta y poniéndose boca
abajo sobre la arena, ofreciéndome una
visión perfecta de sus posaderas, creo
que lo hace a propósito, debe tener un
radar que le indica que con cada golpe
de cadera hace que pierda un gramo más
de cordura.

Y supongo que da de lleno en la


diana, me acusa de haberme convertido
en un adicto a ella, y probablemente
tenga razón, llevamos varias semanas en
esa selva y supongo que cuando
volvamos a la Fortaleza todo habrá
acabado, el compartir tantas cosas,
todos esos momentos...
Me coloco sobre ella, empapando
su culo con el agua que chorrea de mi
boxer, me coloco un poco más abajo,
sobre sus muslos, y mis manos empiezan
a dibujar formas sobre sus nalgas,
jugueteando con las gotas de agua que
resbalan por su piel.

−Joooooooo está fría −finge una


protesta mientras cruza los brazos bajo
su cabeza acomodándose.
−Bueno −mis manos se deslizan
ahora hacia arriba, masajeando su
espalda−. Si no te gusta, me voy −y hago
ademán de levantarme
−Eihhhhhhhhhh si lo dejas ahora
tendré que darte una paliza −murmura−.
Un poco más abajo −añade.
−¿De verdad lo harías? −mis manos
están ahora presionando y masajeando
sus hombros.
−¿El qué?
−Denunciarme por mirarte y querer
estar contigo −mis manos han vuelto a
sus nalgas, colándose entre sus muslos.
−Pues claro, y la multa te saldría
muuuuuy cara.
−Pues no estoy de acuerdo −digo
riendo y me doy cuenta en ese momento
que estamos solos, completamente solos,
que Victoria que suele atormentarla en
su cabeza, ha desaparecido, o por lo
menos lleva días sin que de muestras de
estar oyéndola, sonrío.
−¿Qué quieres? ¿Una rebaja? −finge
enfadarse.
−No, no quiero una rebaja −mis
manos descienden poco a poco
masajeando todas las vértebras de su
espalda−. creo que estoy dispuesto a
pagar esa multa −y detengo mis manos−.
Pero tendré que cobrarte por los
masajes para poder resarcirme.
−Eihhh, ni lo sueñes, no pienso
pagarte ¡¡NUNCAAAA!! −y con un ágil
movimiento logra tumbarme y colocarse
sobre mí.

Forcejea un rato, hasta que cojo sus


muñecas y la obligo a que baje su
cabeza para besarme. Sí creo que tiene
razón y me he vuelto adicto a su piel, a
sus besos, a sus caricias y a su sexo.
EVER
Regresamos lentamente hasta la
cueva, ascendiendo el acantilado,
aferrándonos a los salientes de las
rocas, cuando entramos casi está
amaneciendo, así que nos resguardamos
y nos acomodamos para dejar pasar el
día.
Pienso en estas semanas, en todas
esas décadas obligándome a estar sola a
no confiar en nadie, y pienso que ya no
puedo vivir sin él, sin esas charlas sobre
nuestras vidas, sin esas carreras por la
comida, sin esas peleas, sin... Sin…
Sin… Unas semanas solos han hecho
que no me haga falta hablar con él para
saber lo que me quiere decir. Y eso es
bueno, pero también es malo, porque…
¿Y si él no siente lo mismo? ¿Y si al
final va a hacerme daño? Daño…
Dolor…
Han pasado varias horas, Step mide
nuestro pequeño refugio con grandes
zancadas, llueve de nuevo. De vez en
cuando patea alguna cosa, una piedra,
una pared, un tronco, está preocupado,
yo también he notado que el aire parece
un poco enrarecido. Mientras tanto yo
me pinto las uñas, de verde camuflaje,
me rio de la ocurrencia.

−¡Joder Step! ¡Me estas mareando!


Se sienta sin decir nada, delante de
mí, y me mira mientras voy pasando el
pincel por cada una de las uñas, poco a
poco. A veces me pone nerviosa, me
pone nerviosa todo en él, porque en
ocasiones me mira y parece que vaya a
decirme algo, pero termina dando un
golpe, o un puñetazo, o regañándome
por algo que he hecho o no he hecho.
Soplo las uñas, una a una.

−Deja de mirarme −susurro alzando


levemente la cabeza.
−Dejo de andar, dejo de mirarte,
dejo de…
−De respirar… Aunque eso no
funciona igual que en los humanos, joder
Step ¡Tranquilízate!
−No puedo −se levanta de pronto y
tiende su mano para que yo haga lo
mismo, nos quedamos frente a frente, y
por un segundo, creo que está a punto de
confesarme algo, pero en último instante
se detiene.
−Vas a hacerme daño, lo sé.
−¿Es una pregunta?
−No, es una afirmación.

Salgo fuera, a la lluvia,


empapándome, dejándome calar la ropa
militar, el pelo, olisqueo el aire,
neófitos aunque parece que se baten en
retirada, su olor se aleja. Gruño.
STEPHANO
Parece una locura, ahora cada
noche una avanzadilla de neófitos nos
ataca, a veces solo dos o tres, otras
veces grupos de hasta diez, y aunque
terminamos con ellos, vuelven a venir,
más y más y más… Parece no tener fin,
no quiero llamar a Marco para decirle
que no tenemos esto controlado, no
quiero molestarle justo en estos
momentos en los que está preocupado
con algo más importante para él incluso
que la Fortaleza, que las insurrecciones
o que el jodido cumplimiento de la ley, y
creo que es ahora, lejos de casa, en este
lugar que puede parecer un paraíso pero
que puede resultar tan inhóspito cuando
entiendo a Marco, cuando entiendo cuál
es su prioridad absoluta, porque es
ahora cuando yo también tengo claro
cuál es la mía, su seguridad, sacarla
viva de esta selva y devolverla a casa,
ese ha pasado a ser mi único objetivo.
Pero parece que soy incapaz de dar con
el origen de todos esos vampiros
neonatos, y si no doy con el origen, si no
logro exterminarlos... Estoy lanzando el
cuchillo una y otra y otra vez contra el
tronco de un árbol cercano a la cueva,
me levanto voy a por él y lo vuelvo a
lanzar, lo hago porque es el único modo
que tengo de concentrarme en algo y en
nada, de mantener la mente en blanco y a
la vez analizarlo todo, desde el
principio, una y otra vez. Aunque puede
que visto desde fuera pueda parecer que
las conductas repetitivas de ella se me
estén contagiando.
Escucho a mi espalda los pasos
ligeros de Ever, se mueve como lo haría
grácilmente una bailarina, aunque en la
batalla puede llegar a ser fiera como una
pantera, imposible negar que aprende
rápido, es meticulosa cuando hace falta,
y muy diestra en el cuerpo a cuerpo,
pero no puedo decírselo, no puedo
alimentar su vanidad ni su ego, porque
un soldado confiado es un soldado
muerto...
−¿Y si atacamos nosotros?
−aparece de pronto de la nada, en la
trayectoria del cuchillo y lo intercepta.
−Joder Lo, a ver si te haces daño −y
no he terminado apenas la frase cuando
ya me parecen absurdas mis palabras.
−Sí, porque soy débil, ¿es eso, no?
−¡No! Yo no… −resoplo−. ¿Cómo
quieres atacar?, no sabemos dónde se
esconden, no sabemos cuántos son, no
puedo, podemos −rectifico rápidamente
−rastrearles.
−Cogemos a uno, y le sacamos
información, no sé… Ya sé que no
hablan pero −se contonea hasta mí y me
devuelve el cuchillo−. Estar aquí
esperando que ataquen me pone de los
nervios.
−Lo sé. Creo que voy a adentrarme
en las cuevas que descubrimos el otro
día, tú puedes esperar fuera por si…
−¡Ja!, que te lo has creído −y
empieza a recoger su larga melena en
una apretada trenza, como hace cada vez
que salimos a la selva −a mí no me
dejas fuera de esto.
−Pero Lo, no es una sugerencia, no
quiero que entres, alguien debe quedarse
fuera, por si...
−¿No quieres? −me interrumpe−.
No me importa, tus deseos no son
órdenes para mí −gruñe enfadada−. Y
ahora ¡te quedas sin regalo! ¡Por
gilipollas¡
Y no lo entiende, o parece no
entenderlo, o simplemente no quiere
hacerlo, noto la frialdad del metal en la
palma de mi mano, y la miro sin poder
evitar que mi mirada se tiña de dureza,
no puedo estar en guardia las
veinticuatro horas del día y tener que
lidiar con su falta de disciplina, no lo
toleraría con ningún otro compañero, si
se permitieran poner en cuarentena una
orden... Pero aquí está en juego mucho
más que una estrategia, que una zona
remota del mundo en la que también se
deben hacer cumplir las leyes, aquí está
en juego lo que más me importa del
mundo, y desde luego no es mi propia
seguridad.
Confía en mí, tanto como para poner
su propia vida en mis manos, igual que
yo pongo en sus manos la mía, y cuando
me grita como si mi decisión fuera un
mero capricho, como si hubiera sido
tomada al azar solo por molestarla, me
lanzo sobre ella cogiéndola totalmente
desprevenida, haciendo que su espalda
golpee contra la pared, impidiéndole
que pueda moverse atrapada por mi
propio cuerpo y el frío acero lamiendo
su garganta, sí, va a tener que seguir
confiando en mí.

EVER
Parece molesto, pensativo, puede
que enfadado conmigo aunque no le he
hecho absolutamente nada, o puede que
simplemente esté tan cansado como yo
de esos vampiros de tres al cuarto que
no dejan de importunarnos noche tras
noche, haciéndose la situación casi
insostenible. Si fuesen más listos, ya nos
habrían liquidado, puesto que solo
somos dos y ellos parecen ser cientos,
por suerte son cientos mal organizados.
Y de pronto se pone en plan
protector, como si fuese mi padre, y me
sugiere, por precaución, quedarme fuera,
y eso me enfurece, porque creía haberle
demostrado ya que soy tan buena como
cualquier otro de la Fortaleza, porque en
su día me propuse hacerle sentir
orgulloso de mí y con sus palabras solo
evidencia mi fracaso.
Y cuando le grito, cuando llevada
por la ira alzo la voz, se abalanza sobre
mí, sin previo aviso, pillándome
totalmente desprevenida, haciendo
estrellar mi espalda contra uno de los
muros, pone su cuchillo cerca de mi
cuello, amenazando en rebanarlo, me
mira directamente a los ojos, sin apartar
sus pupilas rojas de las mías, me mira
con una mezcla rara, algo que no sé
identificar, paso mi mano por su
antebrazo, acariciando sus músculos
tensos, hasta poner mi mano en la suya,
donde tiene el cuchillo y hago fuerza
para que lo apriete más contra mi cuello,
adoro tener mi mano enlazada a la suya.
Seguimos mirándonos, ni un solo
pestañeo para no perdernos un segundo
la visión el uno del otro, solo el rumor
de la selva y la lluvia. Sé que quiere
decirme algo, sé que quiero decirle
algo, hace días que esa situación
empieza a ser insostenible, pero solo
nos miramos, con su mano en la mía, y la
hoja del cuchillo apretando contra mi
cuello cada vez más fuerte, haciéndome
sentir el afilado filo a punto de
lacerarme la piel.

−Me alegra −dice muy despacio−.


Que mis deseos no sean órdenes para ti
−pasa el dedo pulgar de su otra mano
sobre mis labios.
−Tengo un regalo para ti −digo
consciente que se me está quebrando la
voz −compré tiras de cuero la última vez
que bajamos a la ciudad… Las he hecho
yo.
Saco de mi bolsillo dos pulseras,
las tiras de cuero se entretejen entre si,
formando una intrincada red, una más
grande y otra visiblemente más pequeña.
La alzo entre ambos, la presión del
cuchillo en mi cuello afloja, y finalmente
su mano junto con la mía descienden.
Muevo mi mano para obligarle a dejar
caer el cuchillo al suelo, el eco del
acero contra la roca rompe de nuevo el
silencio. Sin apartar sus ojos de los
míos coge una de las pulseras, la más
grande y girando su cabeza la mira. Pone
la misma cara que puso cuando le regalé
el reloj.

−Es para agradecerte todo lo que


has hecho estos meses, desde que nos
conocimos, es mi regalo de… “Muy
mejor amigo”.
−¿Lila? nena ¿Tenías que elegirla
lila? −sonríe−. Me encantan Lo.

Dilo ahora, pienso, dilo ahora y me


tendrás para siempre.

STEPHANO
Y cuando me da esa pulsera de
cuero trenzado, a juego con la suya,
tengo la impresión que puede tener un
significado especial, pero me paralizo,
no quiero dar por sentado cosas que tal
vez solo son así en mi imaginación, así
que únicamente hago un tonto
comentario sobre el color y no le miento
cuando le digo que me encantan.
Pero quizás ella esperaba algo más,
me ha parecido quizás un tanto
decepcionada, como si un halo de
tristeza hubiera empañado sus ojos
escarlatas por un instante, pero no hace
ningún comentario más, ha dicho que es
un regalo de "muy mejor amigo", yo
desearía ser para ella mucho más que
eso, pero son cosas que no se pueden
forzar, besa mi mejilla y sale al exterior.
Hoy está siendo un día tranquilo,
ninguna irrupción neófita, el día
amaneció con una copiosa lluvia que fue
poco a poco amainando, y el cielo está
totalmente cubierto de nubes, incluso
oscurece por momentos. Bajo hasta el
río para nadar un poco, pero me detengo
a unos metros de la orilla, en la espesura
de esa jungla, entre los árboles...
Ever está nadando y la visión de su
pelo flotando en las aguas me paraliza.
Ahora llega hasta la cascada y se
incorpora, poniéndose debajo, dejando
que el agua caiga desde su cabeza, con
sus manos peina su melena hacia atrás,
su cuerpo desnudo resplandece bajo
esas aguas cristalinas, el día está
nublado aunque ningún rayo de sol
lograría filtrarse entre la espesura de
ese techo que conforma una bóveda
vegetal densa y de tupido follaje.
Apoyo mi espalda contra el tronco
de un árbol, y sin darme cuenta mi
pulgar juega con el nudo de la pulsera
de cuero que me regaló hace unos días, y
todavía no lo sé, pero no abandonará ya
jamás mi muñeca, me gusta la sensación
que me provoca ese pedazo de cuero
sobre mi piel.
Sé que la amo, es inútil negármelo
por más tiempo, y me pregunto cuál fue
el instante en el que me di cuenta de eso,
cuándo cambió todo, cuándo del simple
polvo y una buena sesión de sexo he
pasado a sentir una necesidad absoluta
de compartir con ella toda mi eternidad,
cuál fue el momento en que rompí mi
promesa de no enamorarme, de no bajar
mis defensas, de no permitir que nadie
atravesara mi coraza... Y tengo la
certeza de conocer la respuesta, fue en
aquel hotel de Lugano, la primera vez
que me hundí en su interior y probé el
fuego de sus entrañas.
El estridente ruido de un trueno
rompe el silencio e interrumpe el hilo de
mis pensamientos mientras en cuestión
de segundos una lluvia torrencial se
precipita sobre nuestras cabezas. Me
adelanto hasta la orilla al tiempo que
Ever sale del agua y juntos volvemos
hacia nuestro refugio.
Mientras rebusca en su petate una
camiseta y empieza a cambiarse me
acerco a la entrada de la cueva, sigue
lloviendo aunque ahora de forma suave
y casi silenciosa, recopilo un montoncito
de guijarros y ejercito mi excepcional
puntería sobre una enorme hoja que a
unos veinte o veinticinco metros me
sirve de diana. Mientras las lanzo y una
tras otra van golpeando en el centro de
la hoja pienso en la encrucijada en que
me encuentro, en que sin haber sido
jamás un cobarde cuando estoy con ella
puedo llegar a notar cómo me tiemblan
las piernas, solo son dos palabras, cinco
sencillas letras que pueden cambiarlo
todo, o dar un paso adelante hacia el
vacío, o hacerme perder lo que he
logrado tener hasta ahora, dos simples
palabras... El guijarro vuelve a golpear
el centro de la hoja cayendo a tierra... Si
fallo el siguiente, se lo digo... De eso se
trata, supongo, cuando saltas al vacío,
pero de nuevo la piedra golpea en la
hoja y rebota en unas ramas más abajo.
Si fallo el siguiente tiro... Pero hago
diana de nuevo... Maldita sea mi
puntería... Aunque, pensándolo bien,
siempre podría hacerme trampas a mí
mismo, jugar con ventaja y forjar mi
propio destino.

Lanzo una nueva piedra contra esa


hoja...

EVER
Y no sé qué es, es como un flash,
como una punzada de realidad en toda la
sien, como el ciego que un día recobra
la vista, o un loco que recupera la
cordura de pronto. Primero miedo,
miedo a eso que le es desconocido,
¿Cómo sobrevivirá de nuevo a las
luces? ¿Cómo vivirá ahora en el mundo
de los “normales”?, pero después del
miedo viene la calma, como después de
la tormenta. Después de cuatrocientos
años vagando a la deriva, luchando
contra tifones y olas de quince metros,
de pronto, el mar se calma y me veo en
una barquita disfrutando de un remanso
de paz. Eso es Step para mí, mi remanso
de paz, mi isla de la cordura, mi visión
en la noche.
Está de pie, en la puerta de la
cueva, tira guijarros de piedra contra
una gran hoja que le sirve de diana.
Ajeno a todo aquello que está pasando
dentro de mí. Y sé que he perdido, si se
trataba de un combate estoy a punto de
coger la toalla y arrojarla al ring. Me
has ganado Stephano, ambos hemos
luchado duro, pero sin duda me flaquean
las fuerzas para continuar con el juego.

−Te quiero −y sale de pronto, como


si fuese lo más normal.
−¿Qué has dicho? −se gira de
pronto, sigo sentada en el suelo.
−¿Vas a hacer que te lo repita? −me
quejo molesta.
−Sí, quiero que me lo repitas. Dilo
−en un abrir y cerrar de ojos está frente
a mí.
−Te quiero.
−Otra vez.
−Te quiero −sonrío divertida.
−¿Lo dices en serio?
−Claro.
−Pues dilo otra vez
−Te quiero Stephano Massera, te
quiero con toda mi alma.

Y me quedo sentada con él frente a


mí, mirándole, esperando, arrancar el
vuelo o estrellarme contra el suelo.
Dicen que cuando te enamoras el
mundo se detiene… No, eso no ocurre,
lo que pasa es que tienes tanto miedo al
rechazo que el tiempo que va desde tu
“te quiero” hasta la respuesta se hace
angustiosamente interminable.

−Pues no dejes de quererme nunca


−dice ampliando una sonrisa que había
nacido en él segundos antes.
−Dilo −exijo de pronto.
−Te amo.

Dos palabras, cinco letras que me


hacen inmensamente feliz, y de pronto su
cabeza se ladea, y el mundo vuelve a ir
en cámara lenta, cierra los ojos y su
mano izquierda se desplaza
estratégicamente a mi nuca mientras la
derecha está a punto de rozar mi mejilla.
−¡Espera! ¡No te muevas! −digo
alzándome de pronto.
−¡No me jodas! −abre los ojos y me
mira totalmente desorientado.
−No te muevas ni un centímetro.

Salgo corriendo y me deslizo de


rodillas por el suelo hasta el petate,
rebusco entre los bolsillos interiores
hasta que encuentro mi Ipod. Vuelvo
donde estábamos y se me escapa una
sonrisa cuando veo a Stephano
exactamente en la misma posición, no se
ha movido ni un milímetro de cómo
estaba, me encajo entre sus manos y
coloco un auricular en su oído y otro en
el mío.
−Nuestra canción −susurro
poniendo al azar una canción cualquiera
pero que a partir de ese momento lo va a
significar todo−. Venga, ahora bésame.

STEPHANO
Hemos vuelto a esa pequeña cala
recóndita, escondida de cualquier tipo
de mirada, que ya hemos convertido en
algo nuestro. En mi cabeza todavía
resuena el eco de esa canción que
elegida por ella al azar se ha convertido
en el primer vestigio de una historia que
empieza, aunque sin duda no es lo
primero que compartimos, antes hemos
aprendido a compartir la lealtad y la
confianza.
Dejamos la ropa en la arena y
entramos juntos en el agua. La abrazo a
mi cuerpo, la estrecho con fuerza, el
agua resbala sobre su piel, y la siento
más cerca de lo que he sentido nunca a
nadie, jamás dejé que nadie atravesara
el perímetro de seguridad que protegía
mi inerte corazón, nunca sentí la
necesidad de estar ligado a alguien más
allá de los inquebrantables lazos de
hermandad que tracé en la orden
templaria o cuando ingresé en la
Fortaleza. Pero ella atravesó la coraza
sin siquiera pretenderlo, y era
demasiado tarde cuando yo me di
cuenta, porque ha sucedido sin
pretenderlo siquiera, incluso sabiendo
que ella quería evitarlo con todas sus
fuerzas.
La amo con todos los poros de mi
piel, la amo con sus prontos y con sus
pequeñas estridencias, la amo tal y
como es y no deseo que cambie nunca.
Me besa, une sus labios con los míos y
parece que el tiempo se detenga, aunque
en realidad no importa porque tenemos
el dominio del tiempo en nuestras
manos.
La amo más que a mi vida, más de
lo que nunca pensé que se pudiera amar
a alguien, tanto que pensar que eso
pudiera no ser así duele, hiere en lo más
profundo del alma. Se deshace de mi
abrazo, vuelve a besarme y se dirige a la
orilla, completamente desnuda, camina
despacio y se deja caer en la arena,
donde se tumba, arqueando sus piernas.
Me zambullo en el agua y me adentro en
las profundidades, para bucear un rato.
Salgo a la superficie y a unos metros de
nosotros, en la orilla, veo una caracola
reposando sobre la arena, mecida,
lamida, por las olas.
Me agacho a recogerla y la acerco a
mi oído, se escucha el murmullo del
mar, acompasado, una melodía tenue y
se la entrego.

−¿Y se escuchan las olas?


−pregunta ilusionada−. Es preciosa.
−No tanto como tú, mi pequeña Lo
−y rozo la piel de su mejilla−. Ponla en
tu oído, escúchala, y si algún día
estamos separados, su murmullo te
traerá el recuerdo de mi voz. Y en un
futuro lejano, en la inmensidad de los
tiempos, cuando todo se olvide o la
memoria no alcance a recordar cada
detalle que hemos vivido juntos, o
incluso el rumor de esta caracola se
apague, yo te seguiré amando, del mismo
modo que lo hago ahora.

EVER
Me quedo embelesada mirándole y
no puedo evitar pensar que es el ser más
atractivo que he visto jamás, no solo
eso, es el tío más atractivo, bueno,
amable, tierno, fuerte... Y lo mejor de
todo es que es mío.
Tomo la caracola entre mis manos,
me parece lo más bonito que he tenido
nunca, la acerco a mi oído para escuchar
el rumor del mar, Stephano me mira y
sonríe, se le ve feliz, seguro que si
pudiera verme a mí misma, me vería
feliz. Y de pronto caigo en algo, en un
detalle, en un importante y preocupante
detalle...

−¡¡¡Victoria!!! −grito poniéndome


en pie y mirando alrededor−. ¡No está!
−¿Qué sucede? −dice alzándose
también−. ¿Qué quieres decir con lo de
que no está?

Miro a mi alrededor, ¿desde cuándo


ha desaparecido? ¿Cuánto tiempo hace
que se ha marchado? cojo mi camiseta y
me cubro con ella. Siempre me he
sentido mal teniéndola al lado, pensando
que todo lo malo que me pasaba era por
ella, pero ¿Y si ahora ya no está?

−¿Victoria? −susurro mirando en


todas direcciones−. ¡Vicky!
−Tranquila Lo, no pasa nada, ya no
estás sola −me rodea con sus brazos−.
Puede que ya no la necesites...
−¿Cómo no voy a necesitarla?,
nunca he estado sin ella...
−Venga nena... Tenemos que irnos
−dice vistiéndose y cogiendo la
caracola.
−Sí, vamos... −empezamos a subir
por el saliente de roca hasta la cueva
que nos sirve de refugio para el sol, que
en breve empezará a despuntar−. ¿Tú lo
sabías verdad? −digo alzando la voz
aunque sé que no tiene problemas en
escucharme, a pesar de que va unos
metros por delante de mí.
−Me di cuenta hace unos días
−Stephano llega a la cueva y me tiende
la mano para ayudarme a subir−. ¿Estás
enfadada? ¿Debería habértelo dicho?

Niego con la cabeza. Jamás podría


enfadarme con él, es el ser más
maravilloso del mundo, termino de
calzarme las botas cuando el aire me
trae un aroma peculiar. Vampiro, casi a
la salida del sol, y sin esperar a nada
salgo corriendo hacia la izquierda de la
cueva.

−¡Step derecha! ¡Le rodearemos!

Le he seguido durante más de veinte


minutos en dirección al norte, salta, se
mueve rápido y de pronto, un claro, y
desaparece. Me quedo quieta, mirando
alrededor, buscándolo, y siento una
punzada en la sien, y el apremiante calor
de la inminente salida del sol.
−Estúpida, estúpida −susurro bajito
−. ¿Y si es una trampa?

Pero de pronto lo veo, una


trampilla. Salto, y se abre. Me dejo caer
abajo antes de darme cuenta que es tan
estrecha que no me permite casi ni
moverme. El pelo se me enreda en las
raíces de los árboles, que ahí abajo
forman un amasijo enmarañado. Pero ya
no puedo ir hacia arriba, y el olor a
neófito se intensifica a medida que me
dejo caer hacia el fondo.
Desciendo unos 15 metros antes de
hacer pie. Dos túneles escarbados en
plena tierra, intento olfatear, y sigo el
rastro de neófito, arrodillada en el
suelo, avanzo poco a poco a gatas, mis
caderas a veces se atascan en algún
punto, y tengo que ir rotando y
moviéndome para poder continuar. El
aire se vicia, pero no me importa, pues
no lo necesito, y la luz va decayendo a
medida que me alejo de la entrada.
Diferentes bifurcaciones, siempre
sigo el olor más reciente a neófito, pero
cada vez veo menos probable poder
alcanzar a ese puto niño amarillo, pues
por su tamaño debe moverse por esos
túneles mucho más rápido que yo. Había
leído sobre esos túneles, fueron una de
las claves de la victoria del Vietcong
sobre los norteamericanos, pero nunca
pensé que serían tan jodidamente
estrechos e impracticables.
−¡Está bien! ¡Tú ganas gilipollas!

Intento dar la vuelta sobre mí


misma, buscar el punto por donde entré,
pero girar implica un esfuerzo
desmedido, la tierra se desprende y va
cayéndome encima, sobre la cara, los
ojos, la boca, me duelen los hombros,
atrancados entre dos muritos de arena.
Me tumbo en el suelo, boca arriba, y
pienso en cómo mover algo de treinta
centímetros en un sitio de veinte.

−¡Joder! −golpeo con fuerza los


puños en el suelo.

Me doy la vuelta, aprieto, estiro…


Las botas… Las quito… La camiseta se
me engancha con una gruesa raíz,
quisiera recogerme el pelo, como lo he
llevado casi siempre desde que estamos
en la selva, pero mis brazos no alcanzan
a acceder a mi melena. Me arrastro
como puedo, atrás quedan mis botas, y
parte de la camiseta. Llego a una de las
bifurcaciones, y ya no sé por dónde tenía
que ir. No reconozco ni mi propio
rastro. Tumbada boca abajo en el suelo,
pataleo con todas mis fuerzas, tengo
ganas de llorar. Si ahora llegara un puto
neófito, podría machacarme sin
problema.

−Stephanooooooooooooooooooooooo
−grito sabiendo que no va a escucharme
−. Me cago en mi puta vida… −creo que
voy a ponerme a llorar.

Me arrastro un poco más, me


decanto por el túnel de la derecha, al
menos parece un poco más ancho, me
muevo como una serpiente, mi ropa ya
es marrón, he perdido, además de las
botas, un calcetín y ahora el jodido pelo
se me enreda en una raíz. Lloro, seguro
que mis mejillas se están tiñendo de
escarlata. A lo lejos empiezo a ver algo
de luz, no sé si son imaginaciones mías,
pero no puedo moverme, estoy
totalmente enredada.

−¡¡¡Steeeeeeep!!!
STEPHANO
Dos días, dos jodidos días, cuarenta
y ocho putas horas buscándola sin
resultado. He encontrado y perdido su
rastro cientos de veces, he corrido en
círculos, ampliando el perímetro desde
el último punto en donde la vi, cuando
ella decidió hacerse cargo del jodido
neófito amarillo, y me gritaba que yo
corriera hacia la derecha, no me dio
tiempo a decirle que esperara, otros dos
neófitos se habían tirado sobre mí.
Cinco minutos, solo cinco minutos
fueron necesarios para deshacerme de
esa escoria y ella se había esfumado
como el humo.
Sigo corriendo, creo que no he
dejado de hacerlo en ningún momento
mientras me ha sido posible, incluso he
seguido buscando a la salida del sol
mientras mi piel se quemaba, mientras
pude soportar el dolor y con impotencia
tenía que retirarme a algún refugio hasta
que el sol empezaba a esconderse. No
me importan las quemaduras ni el dolor,
no tardan demasiado tiempo en curarse,
sin embargo si no la localizo, si pasa
más tiempo sin que encuentre su rastro...
Sigo buscando, solo me detengo
para olfatear el aire, comprobar una
rama rota, una brizna de hierba
arrancada, vuelvo a olfatear y nada.
Algo va mal, lo sé, lo noto, ella nunca
actuaría así, algo va mal, y me
desespero, grito su nombre una, dos, tres
veces con la esperanza que el eco me la
devuelva, pero es en vano. Han ido
pasando las horas y con su paso ha
aumentado mi desesperación, y el
enfado de querer matarla cuando la
encontrara se ha tornado en querer
morirme si no la encuentro.
Me siento en el suelo, apoyo la
espalda en el tronco de un árbol, tengo
que pensar, Stephano piensa, no puede
haber terminado todo así, aquel neófito
no ha podido acabar con ella, no quiero
pensarlo, me niego siquiera a creerlo.
Ella es lista, rápida, es fuerte, es una
“mujer” de recursos... Sin embargo ha
pasado demasiado tiempo sin que haya
dado ninguna señal de vida.
Llevo mis manos a mis sienes y
apoyo los codos en mis rodillas, piensa
joder, piensa, y no voy a rendirme, es
algo que no he hecho nunca y no voy a
hacerlo ahora. Pienso que todo es
injusto, pienso en estas últimas semanas
y en que han sido las mejores de mi
milenaria vida. Una vida de orden,
anodina, dedicada primero a dios y a su
palabra, y perdida después en el confín
de los tiempos hasta que entré a formar
parte de la Fortaleza, dedicando mi vida
al Consejo y a hacer cumplir las reglas.
Y ella, una vampira de aspecto
equívocamente frágil que no aparenta
más de dieciséis años, con sus risas, con
su espontaneidad y su pretendida locura
ha venido a ponerla patas arriba, y ahora
creo que no sabría vivir sin ella. Tan
solo unas semanas que han cambiado mi
vida por completo, y volveré con ella a
la Fortaleza o no lo haré nunca, me
quedaré en esta jodida selva hasta que
no quede ni un maldito amarillo. Me
levanto, paso mi mano por mi frente,
estoy ante una pared de roca, por lo
tanto no hay salida posible hacia la
derecha y entre la maleza, justo a mi
lado, veo una especie de trampilla rota,
medio camuflada por el follaje, pero
todo está intacto, no hay huellas en los
alrededores, y de pronto caigo en la
cuenta... Solo eso ha podido suceder.
−¡¡¡Jodeeeer!!! Maldito seas Step,
maldito seas para siempre, es culpa tuya
por no advertirla... Eveeeeeeeeeeer
−grito su nombre en vano, sin la
esperanza de que oiga siquiera mi voz.

Estampo mi puño derecho con todas


mis fuerzas contra la pared de piedra, y
hundo el brazo hasta el codo, fracturo la
roca, haciendo un enorme hueco en la
misma, trozos desprendidos caen al
suelo a mis pies, al retirar el brazo los
fragmentos han sesgado la piel de mi
antebrazo y la ponzoña corre brazo
abajo sin control, me he destrozado los
nudillos, quiero sentir dolor, porque
ningún otro dolor será comparable al
que puede llegar a sentir mi corazón si
no logro encontrarla.
Esos laberintos intrincados
excavados bajo tierra, trampas mortales
para los soldados yankees durante la
guerra del Vietnam, aquellos jodidos
vietcom supieron sacar ventaja. Si ha
entrado en alguno de ellos, si se ha
adentrado en esos angostos pasadizos
por los que apenas podría deslizarse un
niño, puedo tardar siglos en encontrarla
o no hacerlo nunca.
Y me obligo a pensar en ella
desobedeciendo mis órdenes, me obligo
a pensar en ella contradiciéndome, me
obligo a pensar en ella cuando hace dos
días no me esperó y se lanzó en solitario
a por el neófito, quiero estar enfadado,
iracundo, furioso con ella y con el
mundo, porque así pienso más rápido.
Me muevo a toda velocidad, de
nuevo corro hacia el lugar donde nos
separamos, y voy recorriéndolo en
círculos, que voy poco a poco
ampliando. Me detengo ahora a buscar
esas trampillas y a gritar su nombre a la
espera de que las ondas reboten con su
cuerpo y me devuelvan el sonido del
eco. He abierto más de veinte trampillas
en la última hora y el eco no me ha
devuelto mi voz en ninguno de los casos,
señal de que el túnel estaba despejado,
sigo sin tener ninguna señal.
Un ligero olor a ella, encuentro un
rastro muy, muy débil en un claro del
bosque a unos dos kilómetros donde nos
separamos. Una trampilla abierta,
pisadas de sus botas, varios números
más pequeñas que las mías, y madera
rota. Sonrío y aprieto la mandíbula, es
un agujero por donde a duras penas pasó
su cuerpo, pero el mío no lograría
avanzar ni diez metros.
Me tumbo en el suelo boca abajo y
meto la cabeza en el agujero, haciendo
que mi cuerpo entre en el mismo lo
máximo posible, y grito, grito con todas
mis fuerzas, como si tras ese grito no
fuera a precisar de mi voz nunca más,
pues ni siquiera necesitaré mi voz si no
es ya para pronunciar su nombre, y grito
de nuevo…

−Eveeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee
Espero, espero a que el sonido de
mi voz encuentre un obstáculo, y que ese
obstáculo sea ella, y cuando estoy a
punto de pensar que he fracasado de
nuevo, el débil eco de mi voz me
alcanza...

−veeeer veeeeeeer
veeeeeeeeeeeer...

Por el tiempo que ha tardado en


rebotar debe estar a más de tres
kilómetros hacia el este, pero no sé en
qué condiciones estará o si podrá
moverse, o si el jodido neófito...
¡¡¡NO!!!, basta me niego a pensarlo.
Corro con todas mis fuerzas hacia
el este, con la esperanza de que al
menos pueda oírme, o pueda acceder de
algún modo a ella. Suelo de roca, y otra
trampilla a unos cuatro cientos metros
de donde me encuentro, la abro, es casi
más estrecha que la otra, intento
ensancharla con mis manos, intento
excavar la tierra y romper esa pared de
piedra, pero me detengo... Si provoco un
derrumbamiento y se hunde hacia alguna
sima subterránea, no la encontraré
nunca. Y pruebo a gritar de nuevo

−Eveeeeeeeeeeeeeer, Ever cariño,


¿me oyeeees?

Espero.
−Eveeeeeeeeer,
Eveeeeeeeeeeeeeeer, ¿me oyes?, ¿estás
ahí?

Espero. Espero. Espero.

−Stephanooooooooooo −su voz me


llega débil, aprieto los puños y por fin
absurdamente respiro aliviado.
−Ever cariño −mi voz es un grito
potente−. Cielo, trata de moverte
adelante, poco a poco.
−Tengo el pelo y la camiseta
enganchados con algooooo −una pausa−.
Step no me puedo mover...
−Eveerrr, cariño, tu cuchillooooo,
corta la camiseta... córtate el
pelooooooo.
−Nooooo ¡Una mierdaaaaaaaa!
−¡¡¡Ever joder!!! me cago en la puta
−cuando la pille la mato, juro que la
mato−. Córtaloooooooo.
−Nooo, por favooorr, noooo −y
gimotea como una niña a quien se ha
acabado de regañar.
−Venga nenaaaaaa −cambio de
táctica−. Yo no puedo entrar.

Arrugo la nariz, el viento sopla del


este y hacia mí llega el rastro de un olor
conocido, huele a neófito, giro la cabeza
y olfateo el aire, el mismo rastro me
llega desde mi espalda. Resoplo y trato
de apremiarla.

−Ever cariño...

EVER
No voy a cortarme el pelo. Nunca.
Jamás. El pelo no nos crece. Si corto un
mechón... Si tuviera que cortarlo, jamás
volvería a ser la misma. Mi pelo me
define... Bueno hasta ahora me definía
mi locura, Victoria era parte de esa
definición, sin ella... Solo me quedaba
mi pelo, largo, negro, bonito... Siempre
enredado pero mío.
−Ever cariño...
−No, no, nooooo −grito−. Ves
pensando en otra cosa, porque yo el pelo
no lo corto.
−Está bien −resopla.

Intento adelantar un poco, pero solo


consigo hacerlo un par de centímetros,
puede que incluso algo menos, ahora
puedo llegar a entender lo que sienten
los condenados a emparedamiento.
Siempre había pensado que era una de
las muchas leyendas de nuestro mundo,
pero después de ver a Marco castigando
a un vampiro a que se le arrancaran los
colmillos... Ahora sabía que muy
probablemente también habría gente
emparedada o enterrada dentro de la
Fortaleza... Puede que cientos o miles...
¿Podría haber miles?, debía
preguntárselo a Step... Él, que se ha
quedado sospechosamente callado.

−Step, ¿pasa algo?


−No, Lo... Nada −pero su voz
denota nerviosismo.

Intento adelantar un poco más, noto


cómo algo se engancha en la piel de mi
costado, pero consigo hacer que se
rompa, ventajas de tener la piel tan dura
como un lagarto. Sacudo la cabeza para
intentar que el pelo se suelte, pero es
imposible, y ya no puedo adelantar
más... Si pudiese agrandar el espacio...
O si llegara con las manos al enredo...
Vuelvo a dejarme caer con la cara en la
tierra, rendida, que final más absurdo
para mí, que muerte más ridícula... ¿Y
cómo murió?, como un gusano atrapado.
Y de pronto noto como huele a
vampiro. No me había percatado antes,
pero todo el ambiente apesta a vampiro,
puede que se estén acercando, puede que
me haya acercado yo a algún nido de
neófitos o puede que...

−Stephano, ¿si algo fuese mal me lo


dirías verdad?

Silencio.
−¿¿¿¿¿Step??????
−Ever, nena... Si vas a hacer algo,
hazlo ya, o puede que no llegues a
tiempo.

Vampiros... Neófitos... Insurrectos...


Las puntas de mis dedos rozan el
mango del cuchillo, no sé cómo he
llegado a alcanzarlo, puede que porque
mi hombro ha dejado de estar en su
ubicación habitual y natural, la que la
naturaleza destinó para él. Con el
cuchillo en la mano, y esa posición que
ha adoptado mi brazo derecho, no me
cuesta mucho llegar hasta el pelo, un
ligero movimiento y puedo moverme
casi libre. Mi cuerpo sigue atascándose
en la estrechez de ese pasillo, pero
empiezo a poder ver al fin el final del
túnel.
Solo unos pasos más, solo un poco
más... Descalza, la camiseta hecha
jirones y el cuerpo embadurnado de
arena y barro, la cara manchada por las
lágrimas derramadas instantes antes de
escuchar la voz de Step. Cuando alcanzo
la superficie solo tengo ganas de
abrazarle y asegurarme que está bien,
también de mirarme a un espejo y
comprobar cuán grande es el estropicio
realizado en mi melena. Pero cuando mi
cuerpo emerge a la superficie, me azota
la visión de un par de decenas de
vampiros, y la razón de mi existencia
rodeado por ellos, he contado
veintisiete, y puede que hayan más.
Ahora sería un momento cojonudo para
que el bueno de Marco mandara
refuerzos, pero entretenido con esa
jodida humana dudo que se acuerde de
que ha mandado a dos de los suyos a una
muerte segura.
Mis ojos y los suyos se cruzan un
segundo, con tiempo suficiente para que
sin palabras su mirada me susurre con
alivio lo preocupado que ha estado. No
soy consciente de las horas que he
permanecido en ese angosto túnel, pero
por la mirada de Step, más de las que su
templanza han podido soportar.
STEPHANO
Y parece que el tiempo se haya
detenido, los segundos se hacen eternos,
cuando levanto la vista puedo observar
cómo se están acercando, y a pesar de
estar totalmente desorganizados, en esta
ocasión se han desplegado en abanico,
claramente me están rodeando, son unos
treinta, no me he detenido a contarlos
porque con el rabillo del ojo sigo
mirando hacia esa trampilla,
debatiéndome entre la necesidad de que
salga para hacer un poco más justa la
contienda o por el contrario de que tarde
en decidirse a salir y se mantenga
oculta, sí, quizás sería mejor que se
quedara escondida, si no se dan cuenta
de su presencia y logro alejarlos de este
lugar... Puede que así ella tenga una
oportunidad.
Cada vez están más cerca, incluso
puedo escuchar sus gruñidos, sus
susurros, el ruido de las ramas
fracturadas, pero otro sonido capta mi
atención, es una especie de rasguño
rápido y decidido que corta el aire y que
proviene del interior de la trampilla.
Cuando vuelvo a girar la cabeza al
frente compruebo cómo el grupo de
neófitos ya me ha rodeado por completo,
se encuentran a menos de cincuenta
metros, adopto una posición defensiva y
giro en redondo poco a poco,
efectivamente estoy rodeado.
Vuelvo a girar mi cuerpo hacia el
norte y miro de nuevo hacia la trampilla,
ahora desde el interior me llega el
sonido de un cuerpo arrastrándose
ganando centímetros poco a poco, tierra
que se remueve, y de repente veo
asomar su cabeza y cómo toma impulso
y logra sacar todo su cuerpo a la
superficie. Está cubierta de tierra y
barro, su piel magullada, me parece ver
ponzoña resbalando de su brazo
izquierdo, su melena completamente
enmarañada, y un mechón de cabello un
palmo visiblemente más corto, pero
nunca me he alegrado más de verla, e
incluso en esas circunstancias me parece
bellísima. Suspiro aliviado.
Nuestras miradas se cruzan unos
segundos, pero ese instante es suficiente.
−Me alegro de verte −digo sin
perder de vista mi flanco izquierdo.
−No me extraña soy mejor
compañía, ¿te importa? −y cuando la
miro de soslayo veo cómo señala con la
barbilla su hombro.
−Un placer −digo acercándome con
cautela, apoyando su hombro contra un
árbol−. Te sienta bien el nuevo corte de
pelo.
−Gracias −dice y mientras la
sostengo doy un empujón seco y el
hombro vuelve a su sitio−.
Aauchhhhhhhhhhhhh −se queja.
−Lo lamento −presiono su
clavícula.
−Está bien −eleva la mirada y busca
mis ojos−. ¿Plan A o B?
−Plan B −decido−. ¿Estás lista?
−asiente.

Y aunque en esos momentos lo que


más deseo es besarla, rodear su cintura
y estrecharla entre mis brazos, poder
susurrar en su oído que creí volverme
loco en las últimas horas cuando
pensaba que si la perdía, que si no la
volvía a ver, ya nada de todo esto me
importaría, en realidad no habría nada
en el mundo que ya me importara, sé que
no tenemos tiempo, así que
intercambiamos un simple movimiento
de cabeza y mientras me doy la vuelta
ella sale corriendo ladera arriba,
sorteando neófitos, mientras arranco la
cabeza al primero que se ha abalanzado
contra mí, y mi pie impacta contra el
cuerpo del segundo, nuestra táctica ha
tenido sus frutos, hemos roto sus filas, y
un buen número de neófitos, tras la
sorpresa inicial, han optado por
seguirla. Ella es muy rápida, me permito
mirar en su dirección un instante para
comprobar que les saca bastantes metros
de ventaja. El puño de uno de esos
vampiros desarrapados impacta en mi
cara pero mi mano ya se ha aferrado a su
garganta.

EVER
Cuando con sus ojos me indica que
ha llegado el momento, salgo corriendo
ladera arriba, mi frenética carrera es
frenada constantemente por los arboles,
troncos y plantas que aparecen a mi paso
seguida de cerca de algunos neófitos sin
experiencia alguna, más movidos por la
inconsciencia que por una orden militar.
Hace días que Step trazó un posible
plan, en realidad fueron tres, e hizo que
me los aprendiera diciendo que nuestra
vida podía depender de ello. Corro en
dirección a unas cuevas que
descubrimos tras la maleza, después de
adentrarnos en ellas, vimos que tenían
una salida posterior, una fisura en la
roca oculta a simple vista, estrecha e
impracticable, pero por la que mi
cuerpo se desliza con más o menos
facilidad, aunque aún con eso, dudo que
el plan de Stephano tenga viabilidad.
Cuando mis ojos visualizan las
ramas que ocultan la cueva en vez de
relajarme me tenso un poco más, pero
me obligo a detenerme frente a esas
ramas verdes, esperando a mis
perseguidores, alguno de los cuales ha
estado casi a punto de echarme el guante
un par de veces.

−Venga… −digo alzando las manos


−. Todos somos familia, ¿no? ¿Por qué
pelear unos con otros?
− Đi cho nó[2]
−¿No? ¡Vale!
Saltan encima de mí, me gusta la
batalla cuerpo a cuerpo, es estimulante,
siento unas manos agarradas a mi
cintura, y unos dientes clavándose en mi
pantorrilla, grito, los mordiscos
escuecen, pero me libero, de una patada
mando a dos contra una roca cercana,
me agacho, esquivo un golpe, salto y
abajo, uno menos. Otro pierde la cabeza
bajo el impacto de mi bota, y los que
quedan se separan un poco, como
queriéndose reorganizar en su caos
particular. Momento que aprovecho para
escabullirme entre la maleza y entrar en
la cueva.
No tengo que esperar a que mis ojos
se acostumbren a la penumbra, ya que
fuera la negra noche nos envolvía a
todos, sigo por el pasillo de la derecha,
pronto empiezo a escuchar cómo mis
perseguidores no se lo han pensado
mucho en decidirse a seguirme. Intento
ser rápida, quiero volver con Stephano,
asegurarme que está bien, esa idea me
transporta a otra, una punzada en el
estómago, pero desecho ese mal
pensamiento rápidamente, ninguno de
esos vampiros puede tan siquiera
hacerle sombra a un guerrero como él.
Veo la salida de la cueva, justo
sobre mi cabeza, los gritos de la
muchedumbre detrás, y estoy segura que
ya se han olido que hay algo más, no
hace falta ser un lince, estoy segura que
a alguno ya se le ha pasado por la
cabeza darse la vuelta. Salto hacia la
salida, pero antes, mientras mis manos
se aferran al saliente y mis piernas
cuelgan en el vacío, doy una ligera
patada a la lata de gasolina, una vez
fuera, solo tengo que dejar caer una
cerilla y la cueva empieza a arder. Más
de uno caerá ahí dentro. El siguiente
paso, ir a la entrada y esperar a los que
consigan salir.

STEPHANO
Me voy deshaciendo de mis
oponentes uno a uno, con contundencia,
a pesar de que se abalanzan sobre mí
uno tras otro, a veces a la vez, de forma
desorganizada y casi a la desesperada, y
aunque mi piel ha sufrido algún jirón y
tengo una brecha en uno de mis
costados, ellos están sufriendo peor
suerte, arranco la cabeza del que tengo
justo enfrente tratando de arrancar mi
mandíbula y empujo su cuerpo inerte de
una patada. Solo deben quedar dos o
tres, aunque noto que ahora me atacan
por la espalda, recibo un fuerte impacto
en mis riñones. Me giro con rapidez y
extendiendo ambos brazos con fuerza
lanzo a dos amarillos contra las rocas,
uno de ellos ha caído por el precipicio y
su cabeza rebota sin piedad contra las
piedras, cuando su compañero se
levanta y se lanza contra mí con una ira
descontrolada me aparto haciendo un
quiebro de cintura y se estampa contra
otro de los neófitos que se hallaba a mi
lado, esos segundos de desconcierto son
vitales para hacer que sus cabezas
reboten una contra otra y aniquilarlos.
Un fuerte olor a gasolina, humo y
olor a vampiro chamuscado me azota de
pronto, levanto la cabeza un instante y
compruebo una columna de humo a unos
cinco o seis kilómetros, en dirección
donde se encuentra la cueva a la que
Ever ha debido dirigir a los neófitos que
la perseguían. Todo debe estar saliendo
como lo habíamos planeado, así que en
poco tiempo estará de nuevo a mi lado,
y aunque me deshago con firmeza de un
neófito que no tiene pinta de asiático, me
ha costado bastante más de lo esperado
pues me he desconcentrado de mi labor,
ahora solo puedo esperar verla aparecer
por encima del montículo para
comprobar que se encuentra bien.
Vuelvo a centrarme en mis
oponentes, he deshacerme de los pocos
que quedan antes de que los que
sobrevivan en el interior de la cueva
empiecen a huir despavoridos, los
miembros sesgados, ponzoña y sangre
derramada, las cabezas arrancadas que
ruedan colina abajo, el panorama
parecería un tanto desolador para
alguien que no esté acostumbrado a los
lances de la batalla, yo llevo a mis
espaldas cientos como esa, incluso
bastante más cruentas.
Hago un recuento rápido de los
neófitos que tengo cerca, y continúo con
el plan establecido, es decir,
reagruparnos, por lo que empiezo a
correr colina arriba en dirección a la
cueva, compruebo que los pocos
neófitos que han quedado “con vida” me
siguen a corta distancia.
Después de un buen rato corriendo,
sorteando troncos de árboles y ramas,
casi estoy llegando a la entrada
principal de la cueva, cuando de repente
salta desde atrás y se posiciona a mi
lado, espalda contra espalda, como la he
enseñado, y solo estamos ella y yo
contra toda esa caterva de desarrapados
que de un momento a otro empezarán su
huida desesperada, tratando de
desprenderse de sus ropas y sus
miembros en llamas.
Bajo mi mano derecha hasta rozar
su pierna, un par de suaves golpecitos
son suficientes para indicarle que me
alegro de que esté a mi lado y la señal
para que se lance a por su oponente,
antes de que aparezca el primer vampiro
en la entrada, el olor a carne quemada se
intensifica.
Golpeo al tipejo pestilente que
tengo delante y arranco su cabeza con
ambos brazos después de propinarle dos
patadas certeras, me permito un instante
para mirar de nuevo hacia su posición, y
grito que vigile su espalda, aunque en el
fragor de la batalla no sé si podrá oírme,
además tengo el viento en contra. Corro
a su posición cuando veo que uno de
esos tipos la ha agarrado con fuerza por
el cuello, desde atrás, ella trata de
zafarse estirando hacia afuera de sus
dedos, de sus muñecas, pero se ha
aferrado a su garganta con fuerza, agarro
con una ira salvaje al neófito desde
atrás, mi brazo rodea su garganta y la
presiona sin piedad, mientras le arranco
los brazos, su cabeza corre la misma
suerte.

−Nena, debemos coger a un par de


ellos con vida, esta vez nos llevarán
hasta su cabecilla.
EVER
Siento unas manos agarrándome del
cuello, y por una milésima de segundo
creo que todo va a terminar, siento el
dolor, casi puedo escuchar el mismo
sonido que hacen las gargantas de los
otros cuando soy yo la que aprieta sus
cuellos. Pero como siempre Step, algo
así como mi caballero andante, consigue
liberarme de mi captor,
proporcionándole una muerte rápida.
Nos situamos uno al lado del otro, a
la espera de que los primeros neófitos
envueltos en llamas salgan por el hueco
formado por las milenarias rocas.
Cogerlos con vida, coger alguno
con vida... El primero que sale se
encuentra con mi pierna a la altura de su
cabeza, es un golpe rápido, que hace que
salte por los aires, éste no va a ser el
que quede con vida. Otros salen tan mal
parados de las llamas que es mejor
matarlos de inmediato que hacerlos
sufrir más. Veo como Step ya acumula
dos cadáveres a sus pies, reconozco el
niño tras el que salí corriendo
quedándome atrapada en ese maldito
túnel durante horas. Doy dos pasos hacia
ellos cuando noto que me atacan por
detrás, un golpe fuerte a la altura de
media espalda que me hace caer contra
el suelo, consigo girarme antes de que
esa neófita salte sobre mí, llevo mi
mano a la cintura y saco mi cuchillo con
rapidez, lo levanto con firmeza y cuando
intenta destrozarme la garganta
hundiendo su boca en mi cuello, giro con
determinación la muñeca y se lo clavo
en su ojo derecho, la hoja del cuchillo
se hunde en la cuenca haciendo estallar
su globo ocular atravesando el cráneo.

−¿Estás bien? −grita Step a mi


espalda.
−Ajá... −tiro del cuchillo con
destreza, algunos trozos de piel y hueso
astillado salen despedidos, mientras
limpio la hoja con lo que queda de mi
camiseta, miro el cuchillo que me dio
Step, no sé de qué material puede estar
hecho pero es asombroso.

Parece que poco a poco todos los


neófitos han ido cayendo, uno tras otro,
parece que todo empieza a tocar a su fin.
Estoy cansada y sucia. Stephano está
ocupado con dos, los golpes fuertes
resuenan por todos lados, la idea del
fuego fue muy buena, con esa táctica más
de la mitad de ellos han caído muertos o
muy debilitados. Cojo a una neófita por
el pelo y me arrodillo a su lado, su
brazo cuelga solo de la ropa, pues le he
arrancado esa extremidad hace un
minuto.

−¿Hablas mi idioma? −asiente−.


Dime lo que queremos saber, y no vas a
sufrir la misma suerte que tus
compañeros.
Después de charlar un rato y
prometerle una y otra vez que no iba a
matarla, tengo toda la información que
necesitábamos y así se lo indico a mi
compañero, y a pesar de haberle dado
mi palabra de que no iba a matarla, le
arranco la cabeza dejándola caer al
suelo. Llevo en esa selva demasiado
tiempo como para que mi palabra a uno
de esos jodidos neófitos valga una
mierda.
Me siento mareada aunque sé que
eso es físicamente imposible, agotada, y
con ganas de llorar, ahora que todo
parece llegar a su punto y final, tomo
consciencia de todo lo que ha pasado,
de que podrían haberme matado, o peor,
podrían haberle matado a él, mis
rodillas fallan por un segundo, el ruido
de la lucha va cesando, aunque aún
queda un rumor lejano, puede que ya
jamás abandone mis oídos.
Estoy viva, estamos vivos y no sé
cómo se paga eso en la Fortaleza pero si
cada muerte es un tanto, con esta sola
misión me he hecho rica. Me alzo
contenta con ese pensamiento, me siento
viva, me siento bien, por primera vez en
mucho tiempo siento que acabo de hacer
algo que verdaderamente merece la
pena. Me giro lentamente esperando
encontrarme con él.
STEPHANO
El olor a humo, gasolina y cuerpos
consumiéndose por el fuego se
intensifica, poco a poco vamos
deshaciéndonos de ellos, parece que
todo suceda como a cámara lenta,
rodeados de humo y de ese hedor
característico, cuando el humo se disipa
un poco, todo parece cobrar vida de
nuevo, y mientras golpeo a mi
contrincante alcanzo a ver cómo un
neófito arremete contra ella. Me deshago
de los dos que están a mi derecha, el de
mi izquierda salta hasta mi cuello, me
muerde en el hombro, y clava algo entre
mis costillas, de un manotazo consigo
tirarle al suelo y patearle la cabeza.
Seguimos luchando, peleando,
tomando posiciones y perdiéndolas...
Un buen rato después todo se acaba,
hemos logrado derrotar a todos ellos, no
hemos hecho prisioneros, no ha sido
necesario pues he visto cómo Ever me
hacía una señal con el pulgar hacia
arriba, por lo que deduzco que ha
logrado arrancar a alguno de ellos la
información de lo que necesitábamos.
Miro a mi alrededor la hierba y la tierra
teñidas de rojo, el barro que mancha
nuestras botas y que dificulta nuestro
avance. Acabo de arrancar la cabeza del
último de mis asaltantes, en la distancia
veo cómo Ever ha hecho lo mismo con
una neófita, creo que es la misma a la
que hace un rato parecía estar
interrogando, y cae de rodillas, pero se
levanta de inmediato, pletórica.
La selva a nuestro alrededor se ha
callado, la humedad se adhiere a
nuestros cuerpos sucios y lacerados,
pero al levantar mis ojos un único rayo
de luz de luna ha logrado atravesar la
densidad verde que conforman las copas
de los árboles que no dejan ver el cielo,
y se posa sobre ella, y la hace
resplandecer. Un débil rayo de luna que
baña su melena, sucia, ensortijada con
restos de hojas secas que se han
adherido a algunos mechones, su piel
blanquísima se halla mancillada por
restos de polvo y sangre, sus ropas
desgarradas se ajustan a su piel
mostrando la belleza que esconde ese
cuerpo terso, el barro le llega hasta las
rodillas, pero en ese preciso instante me
doy cuenta que jamás la he visto más
hermosa. Y cuando parpadeo solo una
fracción de segundo y la miro de nuevo,
satisfecha, plena de vida pese a que su
corazón esté inerte, sé que no quiero
pasar ni un segundo del resto de mi
existencia sin ella.
Me acerco hasta ella, y me clavo de
rodillas agarrado a su cintura mientras
acaricia mi cabeza, y cuando su boca
desciende hasta encontrarse con la mía
sé que el cielo no existe ni ha existido
nunca más allá de sus labios. Y es un
arrebato, un impulso irrefrenable del
que sé que no me arrepentiré nunca
porque la amo.

−Cásate conmigo, y prometo


hacerte feliz siempre.
SAMAEL
Mido la estancia en dos grandes
zancadas, puede que hayan sido tres,
cuatro, o veinte, no las cuento, solo sé
que cuando llego a la ventana, antes de
poder mirar por ella, vuelvo a estar
frente a la puerta. Y así transcurren mis
últimos días, tengo que recordarme a mí
mismo que debo aparentar normalidad,
aunque eso me sea, a cada hora que
pasa, un poco más difícil. No he comido
en las últimas semanas, mis ojos se han
tornado de un color tan profundo que
temo que si alguien se asomara a ellos,
pudiera ver todo mi interior, y
descubriría que en mi mente solo está
ella.
Marco lleva semanas también en
paradero desconocido, sería un gran
momento para una rebelión, un motín,
sería el momento perfecto para que
alguien sin escrúpulos, malvado y
retorcido se alzara y se hiciese con el
poder, pero parece que Marco va a tener
suerte esta vez, por Satanás que si yo
pudiera… Cierro los ojos y me detengo
de pronto en medio de mi alcoba, si yo
pudiera… Marco, mi amigo, mi
hermano… Mis manos van tornándose
puños, la ira invade mis brazos que se
tensan hasta notar cada músculo bajo mi
marmolea piel.

−¡Y la ha enviado lejos! −pienso en


Ever y en las semanas de ausencia−.
¡Maldito Marco! Qué autoridad debe
creer que tiene para decidir sobre ella,
¡ELLA ES MIA! Ever es solo asunto
mío… Ella solo debe servirme a mí.

Mi cuerpo impacta de pronto contra


la puerta, inconsciente me he desplazado
de nuevo por la estancia, aparenta
normalidad pienso al abandonar mi
habitación, voy a comprobar inútilmente
de nuevo cómo Marco no habrá
regresado, cómo Ever sigue en paradero
desconocido y cómo toda mi vida, todo
por lo que llevo trabajando las últimas
décadas se va desmoronando poco a
poco sin ella. No hay empresa más
infructuosa que acercarme a hablar con
Brigitta, pues sus negativas a responder
dónde se encuentra Marco o cuándo va a
regresar ya rayan la sublevación contra
el resto del Consejo.
Necesito que Ever vuelva con vida,
lo necesito más que nada, todo mi
mundo se ha construido alrededor de
que Ever esté viva, a la necesidad que
tengo de ella para poder tomar el control
de todo, no solo de mi inmortalidad. Si
Ever no regresara, si ella no volviera…
Ya nada tendría sentido, habría fallado y
yo jamás fracaso. Mi mente está tan
absorta en esta idea que hasta me parece
percibir el olor de su pelo, e incluso el
susurro de su voz que asciende casi
irreverente desde las plantas inferiores,
desde el garaje, no puede ser…
Desciendo los escalones de dos en
dos a tiempo de ver cómo las ondas de
su pelo bailan con la última brisa que se
cuela por la puerta antes de terminar de
cerrarse, de tener corazón se habría
detenido en ese instante, el instante en
que sus ojos y los míos se cruzan y por
fin, después de semanas, noto cómo todo
mi cuerpo se relaja, ya ha pasado lo
peor, está en casa y es mía. Tan siquiera
reparo en Stephano que plantado a su
lado alza también la mirada hacia mí,
estúpido perro faldero, pero debo
agradecer que haya cuidado de mi
pequeño tesoro. Y los segundos
trascurren lentos mientras observo desde
la distancia que ella está bien, he
apostado todo a esa única carta llamada
Ever, y aunque es una apuesta sin duda
arriesgada, no será por mí que falle la
mano y perdamos la partida.

−Estoy bien −dice al fin y su


absurda voz cantarina se clava en mi
sien recordándome lo mucho que la odio
y la necesito.
−Esto no va a quedar así −digo con
todo el matiz amenazante que puedo
imprimir en una sola frase−. ¿Me oyes
Stephano? ya puedes advertirle que esto
no va a quedar así.

Desciendo los dos últimos peldaños


que me separan de ella y la agarro por la
mano, tirando con determinación para
ponerla a salvo de una vez.
[1] No voy a decir nada, mátame.
[2] A por ellos

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