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La Bestia de Azaru Mizrash PDF
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BORRADOR 1
D.C. BROWN
I
AZARU MIZRASH
Hace mucho tiempo, en una tierra que los antepasados de mis ancestros
llamaban "Gera", existió un oscuro bosque que tocaba cientos de pueblos y
una bestia voraz de la que ya no sabían proteger a sus niños.
Las festividades de Gera estaban cerca. Cuando el sol saliera por el centro
del este por primera vez en el ciclo constelacional, lo que pasaba una vez
cada año, los aldeanos del pueblo de Myralia comenzarían los preparativos
para darle la bienvenida a "dugwei", palabra que en su lengua nativa
significaba "la buena vida".
Todo aquel que hubiese vivido más de once dugwei, podría consultar a los
espíritus, comiendo la sabia de la diosa y entrando en un trance que marcaba
solo el inicio de 7 días de ritual.
Para esta celebración, los aldeanos estaban cada vez más convencidos de
que la diosa sería buena y los alejaría después de tantos siglos de tormento,
de ese mal que asolaba a sus pueblos. Y es que, una vez por año y sin aviso,
a plena luz del sol o bajo los lúgubres rayos de la luna, un niño aparecía a
los pies de "Azaru Mizrash" o "el bosque de los lamentos", con el torzo
completamente devorado.
Azaru Mizrash era tratado por todos los habitantes de Gera como un solo
ente dotado de conciencia propia. Su tamaño era tal, que con excepción que
la nación de Merkel y su campaña de devastación que dio origen a "Tala
Termes" no existía nación o pueblo alguno que no fuera tocado por el
misterio de sus árboles.
Y así paso el tiempo y en todo Ariag nadie nunca más enfermó, nadie
nunca más envejeció, la cosecha continuó abundante, la carne siguió
llenando los estómagos de todos los aldeanos sin detenerse y nunca más
aparecieron niños a la sombra del bosque con el torso devorado. Sin
embargo, algo muy extraño estaba pasando en todos los demás pueblos y
reinos del mundo.
—No hay ningún otro, mi joven cochero —Respondió Roth con voz
fuerte—, y no se puede llenar un granero si no hay grano para cosechar.
—Esto es malo —dijo Ari mirando al suelo—. Ahora solo nos queda
Sawelberg.
Sotus caminó con paso lento pero firme hacia el centro del lugar
sumergiendo los cuatro dedos en su larga cabellera de azabache.
—Ari, mira bien este lugar ¿Es un granero muy grande verdad?
—¿Qué quiere que hagamos con ellos señor? —preguntó uno con
voz firme mientras aparecía desde el fondo el rostro de Roth por encima del
hombro de Sotus y Ari.
Cuando estalló la guerra que marcó el fin de la era de los Místicos, las
cuevas de Lexadur comenzaron a utilizarse para encerrar a los prisioneros
que venían de las batallas que se libraban en la costa. En aquel entonces, el
enemigo hizo arder en llamas toda la cocecha y el pueblo tuvo que correr a
las mazmorras en busca de refugio. Sotus conocía la historia por boca de su
abuelo, a quien recordó cuando la nerviosa luz ámbar que iluminaba la celda
se convirtió en oscuridad, cuando el eco de la puerta de hierro cerrándose
frente a ellos se convirtió en absoluto silencio y cuando un hilo de sangre
terminó de escurrir de la nariz al suelo que tocaba su cabeza. Entonces, en
sueños, vio una figura blanca formarse a partir de la bruma que arropaba
con su manto un campo salpicado por tulipanes y un cielo de estrellas
infinitas.
Ari permaneció sentado con las rodillas en el pecho, hasta que un alboroto
en la entrada de las mazmorras lo hizo levantarse de esa esquina hedionda y
polvorienta en donde había estado cerca de una hora. Al cabo de un
momento, sombras largas proyectándose en las paredes aparecieron, para
luego revelar a siete hombres que agarraban con fuerza a una sola chica,
cuya fiereza Ari no había visto jamás. Lanzó sus últimas patadas al aire,
grito casi sin aliento otro improperio más y se rindió, ya sin fuerzas, a sus
captores, viendo a través de una cortina color carmesí que escurría de a
poco por sus ojos, como le ataban las manos y la tiraban al frío suelo de la
celda.
Ari la miró conmovido, pero confuso, con cautela pero con un deseo
sin nombre de conocer su corazón. En la mano, por fin, la llave de alambre
que había estado construyendo bajo las instrucciones de una de las tantas
lecciones que recibió de Sotus en el pasado, y que hasta el día de hoy
pensaba que era conocimiento que nunca aplicaría en la vida real. No hubo
tiempo de pensarlo, Ari salió con el rechinar de la puerta de hierro en línea
recta hasta la celda de Hazel, quien, arrodillada aún en el suelo, alzó la
mirada cuando escucho el rechinar de la llave improvisada de Ari violando
la cerradura.
—Zir Lek Hana — Las piedras crujieron por segunda vez hasta que la
puerta se cerró con Ari y Sotus dentro. La oscuridad era total, pero Ari, que
había aprendido tanto en todos estos años bajo la tutela de Sotus, casi
siempre estaba preparado. Sacó de un compartimiento secreto que tenía en
su bota (el mismo de dónde sacó un pedazo de alambre para fabricar la
llave, pero esta vez en la bota derecha) un pequeño artefacto de invención
propia. El artefacto funcionaba de una manera muy curiosa para las pocas
personas que lo habían visto y padecido, ya que Ari tuvo que realizar
muchas pruebas antes de obtener la versión final. Eran tres esferas de un
extraño mineral llamado Efritlita, talladas a mano e insertadas dentro de un
recipiente de cobre de forma rectangular, el cual estaba revestido en su base
con una pequeña capa de madera, en el lado opuesto y al centro, salía un
trozo de tela impregnada en brea que al sacudir con fuerza el recipiente y
crear chispas interminables por dentro, creaban en un instante, una pequeña
llama que no se apagaba y que solamente logró iluminar bien el camino
unos 5 metros adelante y adivinar la silueta de Hazel que se encontraba unos
pocos pasos más allá.