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La Edad Media es, según varios autores, un periodo que abarca desde el
siglo V hasta el siglo XV, otras fuentes señalan que comienza con la caída del
Imperio Romano de Occidente, aproximadamente en el año 476 d.C y finaliza en el
siglo XV aproximadamente en 1492, después del descubrimiento de América,
mientras, otros autores consideran que este finaliza en el año 1453, coincidiendo
con la caída del Imperio Bizantino, que casualmente también concuerda con la
invención de la imprenta. Aún con lo anterior, de todas las especulaciones y
dificultades que presenta aproximarse a un periodo como la Edad Media tan lleno de
mitos, falsedades en su comprensión y reconstrucciones erróneas, la única certeza
posible recae en considerar, que no solo es un periodo sumamente dinámico cuyo
desarrollo pasó por muchas transiciones y cambios sino que además en los casi 10
siglos de su duración la producción simbólica que deriva de la riqueza lingüística
propia de la Edad Media, es tan extensa que el procurar un espacio de la
investigación a indagar por estas cuestiones implica un arduo y largo trabajo.
Pasando al primer capítulo titulado “El animal”, Pastoureau nos introduce con
una tradición perteneciente a la antigüedad denominada: “La caza de jabalí”, cuya
práctica era particularmente valorada por tratarse de una criatura temeraria cuyo
coraje admiraban e incluso un adversario digno de enfrentamiento y respeto. En
contraparte “La caza de ciervo”, era mucho menos relevante llegando a ser ignorada
y despreciada, pues a diferencia de jabalí, el ciervo era considerado un animal
cobarde, débil y asustadizo.
Dicha práctica continua durante la mayoría de la alta Edad Media hasta que
en el siglo XII se produce una paulatina desvalorización del jabalí en poblaciones
como Francia e Inglaterra. Vale la pena añadir que esta actitud fue reforzada por la
postura que poseía la iglesia frente a la caza en donde aún manteniendo los
adjetivos con que el jabalí era referido por autores latinos y sin necesidad de alterar
el discurso de los textos antiguos, lograron transformar a dicha criatura no solo en
una bestia tenebrosa e impura sino además en imagen de hombre pecaminoso,
revelado contra su Dios, alter ego del Bien, en pocas palabras, el diablo.
Bibliografía