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música y estética
en la época medieval
Cecilia Criado
(Edición y traducción de textos latinos)
ISBN: 978-84-313-2526-8
Depósito legal: NA 3.711-2007
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Ilustración cubierta:
Latinstock
Tratamiento:
Pretexto. Estafeta, 60. 31001 Pamplona
Imprime:
Gráficas Alzate, S.L. Pol. Comarca 2. Esparza de Galar (Navarra)
Introducción .................................................................................................. 11
¿Qué se entiende en el Medievo por estética musical? ..................................... 11
El pensamiento medieval y la herencia griega ................................................ 16
San Agustín y la ciencia bene modulandi . ...................................................... 20
Boecio y la musica mundana .......................................................................... 27
El valor de la educación musical a partir del siglo XI ..................................... 32
antología de textos 1
. Selección de textos a cargo de Enrico Fubini; edición y traducción de los textos latinos a cargo
de Cecilia Criado.
Música y estética en la época medieval
educación en sentido amplio y la ética, sino que la atención gira ahora alrededor
del individuo y de sus motivaciones psicológicas. Este cambio de perspectiva,
que se produce debido al ocaso de la polis griega y al surgimiento de los grandes
imperios –donde el ciudadano ya no existe y viene reemplazado por un indivi-
duo aislado y replegado en sí mismo– da lugar a una profunda transformación
en la forma de considerar la música. Por una parte, aumenta el interés con res-
pecto a aspectos técnicos y teóricos propios del arte de los sonidos y, por otra,
se manifiesta un nuevo interés con respecto a la importancia psicológica de la
música, es decir, a la correspondencia de las particularidades armónicas, tímbri-
cas y rítmicas con nuestros estados de ánimo. Esta focalización, sin embargo,
está despojada de cualquier recaída ética o política como, en cambio, sucedía en
el platonismo o en el aristotelismo.
Si dirigimos nuestra atención a la Edad Media, es claro que en esta época
prevalece el debate teológico y religioso. Dicha perspectiva influye, por tanto,
en cualquier consideración relacionada con la música, que se sitúa en el centro
de un debate de máxima relevancia: la licitud y la importancia de esta disci-
plina en el ámbito de la liturgia. Así pues, el enfoque de observación cambia
radicalmente respecto a la cultura griega, ya que surgen nuevos intereses y nue-
vos problemas; por tanto, nace una nueva civilización musical. A partir de ese
momento, los textos sobre el pensamiento musical se circunscribirán a otras
parcelas de la cultura, que estaba ligada a los intereses religiosos predominantes
en la Edad Media. Los problemas que interesan a los teóricos de la música a
menudo son de carácter didáctico (por ejemplo, cómo enseñar a los coristas, en
su mayoría analfabetos, a entonar y a recordar los textos sacros), pero también
de índole más específicamente filosófica, puesto que se ocupan de la relación
entre la música de las esferas –de tradición pitagórica y boeciana– y la música
que realmente se escuchaba y se interpretaba, es decir, de la relación entre quien
razona y teoriza sobre la música y quien simplemente la interpreta, y finalmente
de la relación con la liturgia, problema central en la reflexión medieval. La mú-
sica, como muy a menudo se preguntan los teóricos de la Edad Media, ¿ayuda a
los fieles en la oración o representa un obstáculo, una inevitable distracción? Si
la música acompaña al texto litúrgico, ¿no corre el riesgo de oscurecerlo con sus
cautivadoras espirales melódicas e, incluso, aumentar su grado de dificultad?
La articulación de la música occidental, el nacimiento de la polifonía y su
rápida evolución hacia formas de mayor complejidad gracias al Ars Nova, así
como la progresiva afirmación de formas provenientes de la música profana que
introduce nuevas modalidades a la hora de escuchar y disfrutar, revolucionan
profundamente el horizonte en el cual se situará y se desarrollará el pensamiento
Introducción 15
musical a partir del siglo XI. Los problemas se amplifican y, quizás por primera
vez en el pensamiento occidental, se toman en consideración cuestiones como el
placer que procura la música, el deleite de escuchar y el agrado o desagrado que
determinadas armonías producen en el oído. Se podría afirmar que empiezan a
plantearse, aunque tímidamente, consideraciones que sería posible denominar
«de orden estético» según la acepción moderna del término. No obstante, será
preciso que transcurran muchos siglos antes de que la dimensión propiamente
estética alcance su especificidad y predomine en el pensamiento musical.
Si se continuara con esta investigación, nos daríamos cuenta de que en el
Renacimiento y, sobre todo, en los albores de la civilización barroca, el proble-
ma que destaca en primer plano es la búsqueda de las bases de la nueva armonía
tonal. La principal preocupación, tanto de los músicos como de los teóricos,
girará en torno a la justificación del nuevo estilo y del nuevo lenguaje difundido
en la música a finales del siglo XVI. Matemáticos, físicos y filósofos también
serán de gran ayuda a los músicos en la búsqueda de las bases de esta nueva ar-
monía. Todos aquellos que sean capaces de reflexionar sobre el nuevo lenguaje
musical a fin de identificar esas bases naturales que justifiquen la introducción
de esta nueva praxis, escribirán obras pertenecientes al pensamiento musical.
En conclusión, como se ha podido entrever, cada época centra su atención en
determinados aspectos de la música, de forma que la búsqueda de textos no es
siempre simple porque no siempre se encuentran escritos que explícitamente,
ya desde el título, sugieran que contienen reflexiones significativas en torno al
problema musical. Esta dificultad es particularmente evidente en toda la época
medieval, pues el interés por la música estaba teñido de otras preocupaciones y
polaridades. Aun así, en la Edad Media cristiana son muy numerosos los trata-
dos de carácter filosófico o teológico que dejan un amplio espacio a los proble-
mas musicales. Aunque una buena porción de ellos son anónimos, y muchos
otros, de difícil atribución a un autor u otro, constituyen ese amplio corpus de
escritos sobre la música que se circunscriben al período comprendido entre los
siglos V-VI hasta el Renacimiento y representan la principal fuente a la hora de
reconstruir el pensamiento musical de la época 1, además de la historia misma
de la música.
. Existen recopilaciones de estos tratados musicales que se llevaron a cabo ya en los siglos
XVIII y XIX y que, pese al tiempo transcurrido, todavía siguen siendo útiles e indispensables
como puntos de referencia para estudios musicales sobre la Edad Media. En especial, recorda-
mos M. Gerbert, Scriptores ecclesiastici de musica sacra potissimus, 3 vol., 1784 y la más reciente
E. Coussemaker, Scriptorum de musica mediaevi novam seriem a Gerbertina alterum, 4 vol., París
16 Música y estética en la época medieval
Casi todos los primeros padres de la Iglesia tuvieron que afrontar el pro-
blema de la música en estrecha relación con la oración bajo su forma colectiva
como canto litúrgico. Por una parte, recogían la tradición pagana grecorroma-
na, la teoría musical elaborada durante tantos siglos por los griegos, su filoso-
fía de la música y su verdadero patrimonio musical, mientras que, por otra,
se ocupaban de la tradición hebrea del canto de la sinagoga. Sobre estas dos
diferentes tradiciones debía asentarse el nuevo canto cristiano, pero al mismo
tiempo tenían que crearse otras escalas de valores propias de la nueva música,
puesto que ésta debía expresar nuevos contenidos. A raíz de esta situación, surge
una cantidad de complejos problemas que se reflejan en las posturas, a menudo
contradictorias, que adoptan los teóricos y filósofos de los primeros siglos del
cristianismo en relación con la música, para algunos instrumento del demonio
y fuente de corrupción, para otros medio de elevación espiritual e imagen de la
armonía divina.
En general, los padres de la Iglesia efectúan una neta distinción entre la
música pagana, es decir, la música que se difundió antes de la llegada del cris-
tianismo, y la nueva música cristiana o el «nuevo canto», instrumento de sal-
vación. La distinción de valor entre los dos tipos de música no es tanto de
carácter formal sino que existe, más bien, una diferencia de contenido. Cle-
mente de Alejandría, que vivió en el siglo II d. C., afirma en su Exhortación a
los griegos que los mitos antiguos son crueles y engañosos y la música, a través
de la cual se suelen expresar, conduce a la perdición. «A mi juicio –afirma Cle-
mente– nuestro tracio Orfeo y también el cantor de Tebas y de Metimna no
son dignos del apelativo de «hombre», porque son unos embaucadores. Con
el pretexto de la música han ultrajado la vida humana, pues empujados por
el demonio, mediante hábil brujería, han llevado al hombre a la ruina. Ellos
son los primeros que inducen a la idolatría, al alabar la muerte violenta en sus
ritos religiosos y al conducir al hombre a la adoración de leyendas dolorosas
(...) Con sus cantos y sus encantamientos han mantenido en cautiverio y en
la más abyecta esclavitud a todos aquellos que, ciudadanos del cielo, podrían
haber poseído la verdadera y noble libertad. Pero cuán diverso es mi trovador;
1864-1876. Sobre todo a ellas se hace referencia en la presente antología. Otra fuente funda-
mental es la amplísima recopilación de escritos medievales en latín y en griego de J. P. Migne,
Patrología latina y Patrología griega, obras publicadas respectivamente en 1844-1855 y en 1857-
1868, y a las que todavía hoy en día se hace una amplia referencia.
Introducción 17
él ha venido para poner fin a esta amarga esclavitud del demonio que reina
sobre nosotros» 2. El contenido religioso confiere, así pues, un nuevo valor a
la música, arte que en el pasado, lejos de ser insignificante, refulgía en toda su
potencia demoníaca.
Desde un punto de vista formal se diría que la diferencia entre los dos tipos
de música se puede entrever en el distinto grado de armonía que manifiestan.
«¡Observa cuán potente es el nuevo canto! –afirma siempre Clemente– Todos
aquellos que de lo contrario habrían muerto, todos aquellos que no tenían nin-
gún contacto con la verdadera y auténtica vida reviven sólo con escuchar el
nuevo canto. Además, es precisamente este canto el que dio lugar a la creación
entera en un orden melodioso y al mismo tiempo acordó los elementos discor-
dantes, de forma que el universo entero puede estar en armonía con él» 3. En el
fondo, Clemente y otros padres de la Iglesia atribuyen a la música los mismos
poderes que los antiguos pitagóricos le atribuían. Es más, parece que no es ajena
al pensamiento de Clemente no sólo la idea de que la música tenga el poder
de armonizar entre sí a elementos que de otro modo serían discordantes, sino
también que el mismo universo esté compuesto de música, es decir, de armo-
nía: «¿Acaso existe algo más elevado que este puro canto, morada del universo y
armonía de todas las cosas, que se propaga desde el centro a la circunferencia y
desde los límites extremos al centro?». El propio universo se concibe como «un
instrumento con muchas voces» y el canto se identifica con el «verbo divino» 4.
Los mismos poderes que los antiguos atribuían al canto de Orfeo ahora, en el
nuevo mundo cristiano, se le atribuyen al bíblico cantor David. Esta perspec-
tica metafísico-pitagórica adquiere tintes más marcadamente pedagógicos en
otros escritores, de forma que la música y el canto sacro se aprecian, sobre todo,
por su valor educativo como instrumento de edificación religiosa. En el siglo III
d. C. san Basilio afirmaba en su Homilía sobre el primer salmo que «el salmo
da tranquilidad de ánimo, es árbitro de paz y limita el desorden y el tumulto de
los pensamientos, ya que calma las pasiones del alma y modera su extravío (...)
¿Quién puede seguir considerando a una persona como a un enemigo si juntos
han elevado un canto a Dios? Un salmo es obra de ángeles, decreto celeste y
emanación del Espíritu. ¡Oh, sabia invención del maestro, quien ha imaginado
que los hombres seríamos capaces de cantar y, al mismo tiempo, aprender cosas
. ������������������������
Clemente de Alejandría, Exhortación a los griegos, Heinemann, Londres 1919, pp. 3‑17
(trad. del autor).
. Ibid.
. Ibid.
18 Música y estética en la época medieval
provechosas, por lo que las doctrinas se fijan, en cierta medida, de forma más
profunda en la mente!» 5.
Bajo esta perspectiva edificante, el canto sacro asume casi exclusivamente la
función de instrumento auxiliar de la oración, a fin de hacerla más grata gracias
al toque de deleite que puede conferirle el elemento musical. Así, las verdades
de la fe serán más agradables y más fáciles de aprender: «... lo que no se aprende
de buena gana no se fija en la mente, pero lo que se acoge con placer y amor se
fija de forma más duradera», afirma una vez más san Basilio 6.
Si bien con matices diferentes, Juan Crisóstomo (siglo IV), arzobispo de
Constantinopla, reafirma el valor educativo de la música en su Exposición del
Salmo XLI. Para Juan Crisóstomo, el que ha dado a la música este poder a la
hora de ayudar al hombre en su indolencia ha sido el mismo Dios, que «ha mez-
clado melodía y profecía de forma que, deleitados por la modulación del canto,
todos puedan con gran fervor dirigirle himnos sacros. El poder que se le otorga
a la música de tranquilizar el alma se extiende también al empleo no religioso
que de ella se hace: hombres, mujeres, campesinos y marineros intentan aliviar
las fatigas inherentes al trabajo con un canto, porque el alma soporta las durezas
y las dificultades con mayor facilidad si escucha una melodía o un canto» 7.
Sin embargo, el valor pedagógico de la música sobrepasa el hecho de afir-
mar la oportunidad de mezclar utile dulci. En sí misma, la música contiene un
significado religioso propio porque «está formada por números» y, por tanto,
por armonía, hasta tal punto que el ser humano puede cantar en su interior,
sin emitir sonido alguno, desde el momento en que canta dirigiéndose a Dios,
y Dios puede «escuchar nuestros corazones y entrar en el silencio de nuestra
alma»; el valor de la música no se modifica «aunque nos resulte desconocido el
significado de las palabras» que acompaña, pues la intención del espíritu por sí
misma santifica el sonido.
El motivo de la interioridad del canto sacro lo retoman otros padres de la
Iglesia. San Jerónimo, siempre en el siglo IV, afirma en su Comentario a la epís-
tola de san Pablo a los efesios que «nosotros deberíamos cantar melodías dando
gracias al Señor más con el corazón que con la voz». Esta idea aparece a menudo
bajo una perspectiva marcadamente pitagórica en la que el canto silencioso, al
límite, se puede acercar o, incluso, identificar con la percepción de la armonía
cósmica: «quien analiza la armonía del mundo y el orden y la concordia de
. J. P. Migne, Patrología griega, vol. XXIX, pp. 209‑213 (trad. del autor).
. Ibid.
. Ibid.
Introducción 19
todas las criaturas –afirma una vez más san Jerónimo– eleva un canto sacro».
Así, la división entre canto exterior y canto interior puede convertirse en un ele-
mento para distinguir el canto pagano del nuevo canto cristiano. «Eleva cantos
al Señor –añade san Jerónimo– no con la voz, sino con el corazón; no como es
costumbre entre los trágicos que ensucian su garganta con una dulce droga» 8.
No en todos los tratados de música se manifiesta un interés por esbozar el
pensamiento musical medieval. Muchos de ellos sólo se refieren a cuestiones
de preceptiva, de didáctica del canto o de teoría musical, en la acepción más
restringida del término. Sin embargo, en otros se tratan problemas de carácter
más general y filosófico como, por ejemplo, los «efectos de la música»; a menudo
intentan responder a cuestiones tales como «¿qué es la música?», «¿qué utilidad
tiene?», «¿cuál es su origen?», etc. A veces, de este tipo de reflexiones se puede ex-
traer un pensamiento dotado de cierta coherencia y organicidad acerca de la mú-
sica. Estas consideraciones de carácter general suelen encontrarse al inicio de los
tratados, si bien a veces están repartidas en distintos lugares de la obra y son, por
tanto, difíciles de localizar y extrapolar del contexto. Otra dificultad reside en el
carácter aparentemente repetitivo de muchos tratados musicales. Por ejemplo, la
parcelación de la música en mundana, humana e instrumentalis que se retoma
tal cual de Boecio, quien a su vez la heredó del pensamiento clásico pitagórico-
platónico, se repite de forma cada vez más mecánica en casi todos los tratadistas
medievales. No resulta siempre fácil entender cuándo esta división tiene todavía
trascendencia especulativa y, por consiguiente, un sentido filosófico, o no deja
de ser una mera repetición mecánica de una fórmula y, consiguientemente, vacía
de contenido. Lo mismo sucede con respecto a otras fórmulas, siempre de lejana
ascendencia platónica y aristotélica, como por ejemplo la idea de que la teoría
y no la práctica constituirían la verdadera ciencia, tal como proclama el famoso
dicho de Guido d’Arezzo quien, al aludir a la diferencia entre el músico y el can-
tor, afirmaba que «aquel que hace lo que no sabe puede ser definido como una
bestia». Esta fórmula se repite hasta la saciedad, incluso cuando el interés del tra-
tadista se concentra más sobre el cantor, su cometido y su educación, antes que
sobre abstractas elucubraciones en torno a la música mundana y a la verdadera
scientia musicae. Además, en lo tocante a la filosofía de la música, se citan nume-
rosos autores mecánicamente, ya venga o no al caso, en calidad de autoridades
indiscutibles, ante todo a san Isidoro de Sevilla, Boecio y san Agustín, todos ellos
pertenecientes a los primeros siglos del cristianismo.
San Agustín nos ha legado en seis libros uno de los más imponentes trata-
dos medievales de argumento musical, el De musica, si bien en realidad sólo en
los volúmenes primero y sexto se pueden hallar nociones de estética musical,
mientras que los otros se pueden definir más bien como un tratado de métrica.
Todo el razonamiento de san Agustín se articula alrededor de la definición, ya
célebre, que se incluye inmediatamente después de las primeras páginas de su
tratado dialógico: Musica est scientia bene modulandi. Dicha definición se cen-
tra, sobre todo, en el término scientia. La música es, ante todo, una ciencia, y
Introducción 21
en este sentido implica más a nuestra razón que a nuestro instinto o a nuestros
sentidos. San Agustín no excluye que la música pueda producir placer en quien
la escucha, aunque en última instancia considera que el placer de escuchar jun-
to con el instinto de componer y de interpretar son censurables; la música ha
de convertirse en una ciencia y para ello se debe despojar de todos los elementos
que no sean propios de una absoluta racionalidad 9. El placer no debe ser un
fin, aunque pueda acompañar a la comprensión racional de la música sólo en
la medida en que se controle: «... es propio de un alma bien templada disfrutar
alguna vez de este placer; pero dejarse llevar por él, aunque sólo sea de vez en
cuando, es impúdico e indecoroso» 10.
Existe, por tanto, una determinada jerarquía en el ejercicio del arte mu-
sical. En el nivel más bajo se sitúa la música que se percibe en el plano de los
instintos, como el canto del ruiseñor. En un nivel un poco más alto están los
instrumentistas, ya que éstos últimos «actúan según el arte que han aprendido»,
mientras que «en el ruiseñor no hay más que instinto» 11. Con respecto a los
instrumentistas, la música es imitación, es decir, imitación de maestros que en-
señan a tocar; pero san Agustín rechaza categóricamente que el verdadero arte
sea imitación. Además, la imitación se reserva a seres privados de razón, como
los animales, y a pesar de que «muchas artes se basan en la imitación», esto no
significa que el arte sea «de por sí, imitación». El arte en el sentido estricto del
término, y con mayor razón la música en cuanto arte, es únicamente ciencia
y no tiene nada que ver ni con los sentidos ni siquiera con la memoria, cua-
. Este concepto se expresa de esta forma en el I libro del De musica, (en esta cita y en las
sucesivas hacemos referencia a la edición italiana –Sansoni, Florencia 1969, bajo la dirección de
G. Marzi, con texto en latín al lado–) en el diálogo entre Maestro y Discípulo: «M.: Entonces
respóndeme: ¿crees que el ruiseñor modula bien su voz en primavera? Su canto es rítmico y
placentero: si no me equivoco, bien se corresponde con la estación. / D.: De veras que sí. / M.:
¿Acaso el ruiseñor es un experto en este arte liberal? / D: No. / M: Entonces, ¿no ves que el
concepto de ciencia es realmente necesario para la definición? / D: Perfectamente. / M: Ahora,
por favor, dime una cosa: ¿no te parece que son símiles al ruiseñor todos aquellos que cantan
bien, puesto que se apoyan solamente en un cierto instinto (hay ritmo y dulzura en lo que
hacen), pero si se les pregunta sobre los ritmos empleados o sobre los intervalos de los sonidos
agudos y graves, no son capaces de responder? / ��������������������������������������������
D: Demasiado símiles los juzgo. / M: ¿Y qué
decir de todos aquellos que, privados de conocimientos específicos, los escuchan? Vemos a los
elefantes, a los osos y a algunas especies de animales moverse al ritmo de la música, y hasta los
mismos pájaros se deleitan con su canto (de hecho, si no reconocieran en ello cierta utilidad, no
cantarían así como cantan, con un cierto placer): ¿acaso esos hombres no se pueden comparar
con las bestias?» (�De musica, libro I, p. 100).
10. Ibid., p. 101.
11. Ibid.
22 Música y estética en la época medieval
lidades que también poseen los animales. De ahí que la agilidad de los dedos
de los instrumentistas sea propia sólo del cuerpo y no del espíritu. Por tanto,
ser un buen intérprete no depende en absoluto de si se posee o no la ciencia de
la música. Entonces, entre oficio entendido como ejercicio práctico y ciencia
entendida como conocimiento de dicho ejercicio existe, según la concepción
agustiniana –heredera de la civilización griega– una total ruptura: los histriones
«no conocen la música»; el conocimiento de la música es solamente la ciencia
bene modulandi.
Pero ¿qué significa bene modulandi? San Agustín también usa la expresión
bene movendi y, con objeto de aclararlo, añade que «se puede decir que bien se
mueve cualquier cosa que procede según la ley del número, en el respeto pro-
porcional de los tiempos y de los intervalos» 12. El placer es una posible conse-
cuencia al «surgir de relaciones numéricas y de medidas temporales» 13. De esta
manera, la definición de música se termina enriqueciendo y se puede resumir
en el concepto según el cual ésta es «ciencia del movimiento bien regulado, de
forma que el movimiento se ha de buscar por sí mismo».
Resulta evidente que, a este punto, el razonamiento de san Agustín se dirige
fatalmente hacia una metafísica del número, puesto que la esencia más auténti-
ca de la música ha de buscarse, precisamente, en el número. La música adquiere
calidad de ciencia y se convierte en objeto de razonamiento justo porque se
puede reducir al número. El movimiento de los sonidos, sea desde el punto de
vista rítmico, sea desde el de los intervalos, debe reducirse a relaciones numéri-
cas simples (rationabiles), dado que los números son los únicos elementos que
la razón puede juzgar como válidos.
La antigua mística de los números, de ascendencia pitagórica, se encuentra
y se funde con la nueva mística cristiana. Algunos números asumen un carác-
ter sacro: el primero entre todos es el número tres, que alude claramente a la
Trinidad; de hecho, en él existe «una verdadera perfección, ya que este número
representa un todo, puesto que tiene principio, mitad y fin» 14.
Si la música es esencialmente un movimiento ordenado y mensurable, en-
tonces es preciso concluir, siguiendo el pensamiento agustiniano, que su fuente
es totalmente interior y, sólo de forma secundaria y accesoria, la música y, por
tanto, los números se convierten en «sonantes». Toda la complicada argumen-
tación de san Agustín tiende a demostrar que la verdadera música no deja de
ser «una operación del alma» 15 y, en este marco, puede encontrar un lugar ade-
cuado también la música en cuanto sonido. Existe una jerarquía en los sonidos
que se puede resumir así: «... en realidad, una cosa es producir un sonido, algo
propio de un cuerpo, y otra escuchar, que es el efecto de una impresión en el
alma del cuerpo; otra, crear ritmos más lentos o más rápidos; otra, acordarse de
ellos y otra expresar un parecer sobre todos estos fenómenos, ya sea aprobando
o desaprobando, como por virtud de un natural derecho» 16. En esta progresión,
la última categoría –que san Agustín denomina numeri judiciales– representa el
punto más alto, aquel donde se reconduce la música desde el exterior y desde
la sensibilidad hasta el grado más elevado de interiorización y hasta la facultad
puramente racional de juzgar. Las restantes categorías inferiores están subor-
dinadas, por tanto, a los numeri judiciales y dependen de estos últimos para
existir. Sin embargo, los numeri judiciales se pueden todavía subdividir en dos
subcategorías, a saber, los sensuales y los rationales. Los primeros aprueban o
desaprueban los movimientos agradables o desagradables del alma, mientras
que los segundos permiten juzgar si el placer es o no lícito y conveniente. Sólo
en éstos últimos, el juicio es puramente racional y aparece como «un juicio más
atento, por así decir, de los números sobre sí mismos» 17. La capacidad de juzgar
estos números reside en que el alma ya tiene en sí misma los modelos perfectos
de tales números. Los números surgen del alma y se originan en ésta y no en los
cuerpos, además de que el alma tiende a la unidad, a la igualdad. Por su parte,
la belleza consiste en el reconocimiento de esta fundamental y eterna igualdad,
más allá de la cual no existe más que belleza efímera.
En este contexto, surge el problema clave de la estética de san Agustín: ¿qué
grado de licitud existe en la belleza en general? ¿Y en la variedad de sonidos,
colores y formas? Si sólo la unidad y la relación de igualdad refleja la belleza, o
sea, a Dios mismo, ¿en qué medida es lícito «disfrutar» de otras bellezas? Según
san Agustín, la belleza superior se refleja en cierta medida en todas las formas
de belleza, incluso en aquellas inferiores. Por este motivo, el alma siempre debe
dirigirse al modelo eterno de belleza y para poder reconocerla en cualquier
lugar; «así pues –afirma san Agustín– los números, que también tienen una
belleza propia si se consideran dentro de su género, no son inferiores a la razón
y, por tanto, no contaminan al alma, aunque sí al amor de la belleza inferior: y
el alma, al apreciar no sólo la igualdad, de la que bastante se ha hablado según
21. Ibid.
26 Música y estética en la época medieval
una proyección de voz tan leve que dicho salmo más parecía una declamación
que un canto. Mas cuando recuerdo las lágrimas que me arrancaron los cantos
de iglesia en los albores de mi fe reconquistada y la conmoción que todavía
hoy suscitan en mí no ya el canto, sino las palabras cantadas –siempre que se
canten con voz límpida y con la modulación más conveniente–, reconozco de
nuevo la gran utilidad de esta práctica. Así, vacilo entre el peligro del placer y la
constatación de sus efectos saludables, aunque más bien me inclino a aprobar el
empleo del canto en la iglesia, pero sin emitir una sentencia irrevocable, con la
idea de que el espíritu demasiado débil se eleva ante el sentimiento de devoción
mediante el placer que provoca la música en sus oídos. Esto no quita que, cuan-
do me siento empujado más por el canto que por las palabras cantadas, confiese
que he cometido un pecado que he de expiar y que, entonces, hubiera preferido
no escuchar dicho canto» 22.
Si bien el san Agustín filósofo no siente gran simpatía por la música y por
los músicos –quienes, según él, «no son capaces de responder cuando se le pre-
gunta sobre los ritmos que emplean y sobre los intervalos de los sonidos agudos
y graves» 23–, el san Agustín sensible al arte, abierto al encanto de la música y a
la seducción del sonido y de la melodía, vacila ante el dilema de aceptar el placer
ambiguo y profundo de la música, olvidándose así de las abstracciones de los
teóricos y de la metafísica de los números, o renunciar radicalmente a él a favor
de la pura oración, de la palabra despojada de todo ornamento. Este dualismo,
que en san Agustín se plasma a veces en expresiones dramáticas, permanece
como una constante a lo largo de casi todo el pensamiento medieval. Así, la
música se presenta como ciencia teorética, a veces incluso como instrumento
privilegiado de ascesis mística, o como atracción de los sentidos, como sonido
corpóreo o, en otras palabras, como instrumento de perdición. En la base de
esta dicotomía o de esta alternativa se encuentran dos diferentes concepciones
estéticas: por una parte, la idea de la música como ascesis nos conduce a una
estética pitagórica de los números; por otra, la música como sonido, objeto de
placer sensible, nos conduce a una estética de la imitación de inspiración aris-
totélica y a una concepción de la música como imitación de las pasiones. Estas
dos concepciones estéticas, propias de la Antigüedad griega, se entrecruzarán
de distinta forma y se opondrán durante toda la Edad Media cristiana e incluso
después.
22. Ibid.
23. De musica, I, p. 99.
Introducción 27
25. Ibid.
26. Ibid., cap. II
Introducción 29
27. Ibid.
28. Ibid., cap. XXXIII.
29. Ibid.
30 Música y estética en la época medieval
que incluso los considera como el punto de partida para formular una ciencia
y un juicio sobre los sonidos. Boecio se hace eco de la postura de los pitagóri-
cos: «... de hecho –afirma el autor–, éstos no conceden ningún poder de juicio
al sentido del oído pero, no obstante, terminan indagando algunos hechos a
través de dicho sentido» 30. Si su investigación debe adoptar el aspecto de un
tratado de armonía y no sólo de introducción a la filosofía de la música, como
en el caso de san Agustín, no puede rechazar totalmente el sentido del oído.
Tanto es así que Boecio define la armonía como «la facultad de investigar tanto
con el sentido del oído como con la razón la diferencia entre los sonidos agudos
y graves». Por lo tanto, el sentido del oído se considera como un instrumento
de utilidad que, aunque a menudo pueda engañar, siempre está al servicio de
la razón.
La tripartición de la música en mundana, humana e instrumentalis deja de
presentarse bajo una compleja visión cosmológica, como era en su origen, para
convertirse en una pálida repetición de un esquema. Por su parte, el pensamien-
to musical ya había evolucionado en otras direcciones. Sin embargo, el esquema
boeciano se sigue empleando a veces para sostener otras tesis, incluso aquéllas
más alejadas de la original. En el Renacimiento, por ejemplo, el concepto de
una música mundana se usará en clave naturalista para defender el concepto de
una música dirigida por leyes eternas e inmutables que representan su funda-
mento. La evolución del pensamiento musical en la Edad Media, por tanto, no
se produce a través de netos y violentos contrastes o abiertas polémicas entre
diferentes posturas. En realidad, la evolución ya se había producido, y de for-
ma realmente profunda, desde el siglo VIII hasta el Renacimiento, pero ésta
se descubre y se pone de manifiesto en el interior de discursos aparentemente
monótonos e uniformes. Además, la dialéctica entre las distintas posturas a
menudo apenas se apunta y, a veces, resulta difícil de distinguir en los esquemas
y en las definiciones pasivamente repetidas o en las largas disquisiciones sobre
problemas que, hoy en día, resultan de escaso interés. Sin embargo, a partir de
una atenta lectura que no se deje distraer por una uniformidad, más aparente
que real, se puede reconstruir una línea de pensamiento muy compleja que re-
fleja, por una parte, las profundas transformaciones que se habían producido en
la música occidental desde el primer gregoriano hasta la polifonía y el Ars Nova,
y, por otra, la nueva actitud especulativa que lentamente se iba imponiendo
y apuntaba cada vez más al Renacimiento. El interés por la posible relevancia
religiosa de la música y los riesgos del hedonismo con respecto a su empleo en
y músicos; los primeros cantan, mientras que los segundos saben de que está
formada la música». Sentencias de este tipo se pueden hallar en numerosos tra-
tados musicales bastante después del siglo XI, hasta el Renacimiento. Este tipo
de afirmaciones expresan el tradicional desprecio hacia el cantor o intérprete de
música, es decir, hacia aquél que ejecuta una actividad eminentemente práctica,
mientras que la admiración del filósofo medieval se dirige sobre todo hacia el
teórico, hacia aquél que entiende de lo que habla y, por tanto, es superior al que
ejecuta. Resulta curioso que siempre Guido d’Arezzo, quien había dedicado la
mayor parte de su obra de teórico precisamente a cuestiones puramente peda-
gógicas, afirmara que en su época «los cantores son, de entre todos los hombres,
lo más tontos», pero se preocupara del tiempo que éstos debían dedicar al ejerci-
cio de su profesión, con escaso provecho para su mente y para su cultura: «Estos
extraordinarios cantores y alumnos de cantores, aunque ensayaran todos los
días durante cien años, nunca conseguirían cantar una antífona, ni tan siquiera
breve, por sí solos, sin un maestro, de tal forma que pierden tanto tiempo en
el canto como el que les bastaría para conocer bien todos los libros sagrados y
profanos» (Regulae rhythmicae). El peligro es que «en este tonto esfuerzo (...)
muchos monjes desatienden los salmos, las lecturas sagradas y las vigilias noc-
turnas, además de otras obras de caridad».
Este tipo de posturas, dictadas por preocupaciones con un trasfondo reli-
gioso más que estético, se han superado con posterioridad gracias al interés cada
vez más apremiante por los reales problemas técnicos de la música y por sus
implicaciones de carácter didáctico. Por otra parte, precisamente el principal
«consumidor» de la música, la Iglesia –cuyas exigencias musicales crecían cada
vez más–, no cesaba de pronunciarse en contra de ésta, dando lugar así a esta
situación contradictoria. En el Concilio de Tours, en el año 813, se expresaba
en estos términos con respecto a la música: «Los sacerdotes de Dios deben
mantener alejado todo aquéllo que seduce a nuestros oídos y a nuestros ojos y
que puede corromper el vigor del alma; de hecho, acariciando nuestros oídos y
nuestros ojos, la multitud de vicios entra generalmente en nuestra alma». Este
tipo de condenas se ha repetido siempre en el ámbito de la Iglesia, con insis-
tencia, hasta el Concilio de Trento en el siglo XVI y posteriormente, aunque a
veces se introdujera alguna distinción entre la música no lasciva de la correcta
tradición cristiana y la música corrupta de los nuevos tiempos. No obstante esta
situación, la atención de los teóricos de la música se centraba cada vez más en
los problemas reales y concretos de esta disciplina –a menudo estrechamente re-
lacionados con la educación musical–, problemas que iban siendo cada vez más
acuciantes y urgentes a medida que surgían nuevas dificultades relacionadas con
34 Música y estética en la época medieval
Moisés afirma que el inventor del arte musical fue Tubal 34, que perteneció
a la estirpe de Caín, antes del diluvio. Los griegos, sin embargo, afirman que
Pitágoras descubrió los principios de este arte a partir del sonido de martillos y
de la pulsación de cuerdas en tensión 35. Otros sostienen que los primeros que
descollaron en el arte de la música fueron el tebano Lino 36, así como Zeto y
Anfión 37. Tras ellos, esta disciplina fue progresivamente regulada en sus líneas
maestras y perfeccionada de muchas maneras, y resultaba tan vergonzoso igno-
rar la música como no saber leer. De hecho, era parte integrante no sólo de los
actos cultuales, sino también de todas las ceremonias, y de todas las ocasiones
tanto festivas como luctuosas. E igual que en la devoción religiosa se entonaban
himnos, así en las bodas se cantaban himeneos y en los funerales, trenos y la-
34. Entiéndase Jubal (cf. n. 59), hijo de Lamec y Ada, al que en Gen., 4, 21 se lo designa
como «padre de todos los que tocan arpa y flauta».
35. Aparte de Casiodoro (Institutiones, II, 5, 1) al que Isidoro sigue literalmente, diver-
sas fuentes de la Antigüedad (véanse, por ejemplo, Nicómaco, Harmonicum enchiridon, V;
Jámblico, Vita Pythagorae, IV; Macrobio, Commentarium in somnium Scipionis, II y Marciano
Capela, De Nuptiis Philologiae et Mercurii, II) aseguraban que Pitágoras había sido el ‘inventor’
de la música oyendo golpear los martillos en la fragua de Milón. Según tendremos ocasión de
comprobar, también Boecio en De institutione musica, Guido d’Arezzo en muchas de sus obras
(Micrologus, Musica speculativa secundum Boetium, Tractatus de musica, Summa, Notitia artis
musicae, etc.), y [Ps.] Tomás de Aquino en Ars musyce y De arte musica dan detallada cuenta de
cómo Pitágoras hizo tal hallazgo tras someter a observación el sonido producido bien por unas
cuerdas en tensión, bien por unos martillos sobre el yunque. El de Samos habría comparado los
pesos relativos de estos martillos, logrando así deducir las proporciones numéricas en las que se
fundamentaban las consonancias.
36. A Lino (que algunas versiones hacen hermano de Orfeo) se le atribuye generalmente el
invento del ritmo y de la melodía, así como el haber introducido mejoras en la lira. Cf. Higino,
Fabulae, 161.
37. Anfión era hijo de Júpiter y Antíope. Junto con su hermano Zeto, ocupó el trono de
Tebas a la que ambos dotaron de murallas. Anfión era diestro en la lira, a cuyo son se movían
las piedras con las que se había de construir la muralla de Tebas (cf. Estacio, Thebais, I, 9-10:
quo carmine muris / iusserit Amphion Tyrios accedere montes).
Textos de los siglos VI-VIII 39
mentos al son de flautas. Del mismo modo, en los banquetes circulaban la lira
y la cítara, y cada comensal tenía que entonar un canto banquetual 38.
Y así, sin la música ninguna disciplina puede ser perfecta; nada existe sin
ella 39. En efecto, se afirma que el propio mundo fue compuesto en virtud de
cierta armonía de sonidos y que el cielo mismo revoluciona sometido a una
modulación armónica 40.
La música mueve los sentimientos, causa en el alma diferentes sensaciones.
También en los combates el clangor de la trompeta excita a los que luchan, y
cuanto más vehemente es su sonido tanto más ardiente es el espíritu de com-
bate. El canto ayuda a los remeros a soportar el esfuerzo; la modulación de la
voz alivia la penalidad de cada uno de los trabajos 41. También la música relaja
los espíritus atormentados, como se lee con relación a David que, gracias a su
arte del canto, expulsó de Saúl el espíritu malo 42. Las propias bestias, así como
serpientes, aves y delfines, se sienten impulsadas a escuchar su modulación. E
incluso cuanto hablamos, o las íntimas pulsaciones de nuestras venas, en virtud
de sus ritmos musicales, guardan relación con los poderes de la armonía 43.
38. Cf. Cicerón (Tusculanae disputationes, IV, 3, 16), quien afirma que los Origines de Ca-
tón dan testimonio de que en los banquetes de los antiguos romanos, los comensales cantaban
al son de la flauta poemas en que se encomiaban las hazañas y virtudes de los hombres ilustres
(gravissumus auctor in Originibus dixit Cato morem apud maiores hunc epularum fuisse, ut dein-
ceps, qui accubarent, canerent ad tibiam clarorum virorum laudes atque virtutes).
39. Cf. Casiodoro, Institutiones, II, 5. Tanto Casiodoro como Isidoro asumen la prevalen-
cia que Platón (Respublica, VII, 12, 530d y 531c) confiere al sentido del oído, ya que, gracias a
él, percibimos los movimientos de la armonía que, en cuanto número, es idónea para el acceso
a las ciencias teoréticas que son, de este modo, ‘hermanas’ de la Música.
40. Plasmación de la teoría platónica –de ascendencia pitagórica– sobre la música de las
esferas celestes (Respublica, X, 14, 617b y Timaeus, 31c-37c y ss.), posteriormente recreada por
Cicerón (De re publica, VI, 18, 5 ss.) y Boecio (De institutione musica, I, 2).
41. He respetado la puntuación que propone el editor y que difiere de esta otra propuesta
textual: Si quidem et remiges cantus hortatur, ad tolerandos quoque labores musica animum mul-
cet, et singulorum operum fatigationem modulatio vocis solatur, cuya traducción sería «El canto
anima a los remeros, la música dulcifica el ánimo para tolerar las fatigas; la modulación de la
voz consuela de la penalidad de los trabajos». Véase como ejemplo el pasaje de Rabanus Maurus
infra, en p. 48.
42. I Sam., 16, 23.
43. Isidoro cita literalmente a Casiodoro, Institutiones, II, 5, 2.
40 Antología de textos
Capítulo I
1.- Digamos los dones de que Dios se digna colmarnos cuando la devoción
de los salmos le es grata y aceptable. Así pues, nosotros, queridísimos, que he-
mos sido de todo punto instruidos tanto en las enseñanzas proféticas como en
las evangélicas y apostólicas, presentemos ante los ojos los dichos y hechos de
aquéllos a los que debemos todo lo que somos, y, remontándonos a los oríge-
nes, sostengamos con estos autores cuán gratos y queridos son a Dios los cantos
espirituales.
2.- Si nos preguntamos quién fue el primero que inventó este tipo de
cantos, no encontraremos otro sino Moisés, que concibió un canto de gloria
a Dios cuando, estando Egipto sacudido por las diez plagas, su pueblo, tras
perecer ahogado el faraón, marchó hacia el desierto por inéditos caminos del
mar, diciendo en acción de gracias: «Cantaré yo a Jehová, porque se ha mag-
nificado grandemente» (Éxodo, 15, 1). De esta manera, Moisés, primer jefe de
las tribus de Israel, instituyó los coros y, separándolos en grupos de acuerdo
con el sexo, que dirigían él y su hermana, les enseñó a entonar cánticos triun-
fales en honor de Dios. Con posterioridad, en el libro de los Jueces, encon-
tramos a la noble dama Débora desempeñando esta función. Con todo, en el
Deuteronomio, Moisés, a punto de morir, reiteró en forma de ominoso cánti-
co lo que había consignado por escrito a su pueblo a modo de testamento, a
fin de que supiesen qué castigos y tribulaciones les esperaban si abandonaban
a Dios 44. ¡Oh infelices y dignos de conmiseración que, a pesar de advertencias
de tal naturaleza y tan ciertas, no tuvieron a bien abstenerse del pecado y de
la superstición proscrita!
3.- Pero en tiempos posteriores encontrarás muchos ejemplos no sólo de
hombres sino también de mujeres que, colmados del Espíritu divino, cantaron
los misterios de Dios con anterioridad a David, quien desde su infancia fue es-
pecialmente señalado con este don por el Señor y mereció el título de príncipe
de cantores y tesauro de cánticos. Éste, todavía niño, cantando al son del arpa
Capítulo II
6.- Éstos son los cánticos de Dios que canta la Iglesia católica de Dios. Éstos
son los que nuestra congregación ejecuta con el sonido de su voz. Estos cantos
no fomentan el libertinaje de los lascivos, sino que lo reprimen. No incitan a la
lujuria, sino que acaban con ella. Estos cánticos son gratos a Dios, pues todo lo
creado mira la gloria del Creador. Con razón el profeta mismo nos exhorta con
estas palabras a que tanto nosotros como cuanto existe alabemos al Señor: «Todo
lo que respira alabe a Javé» (Salmos, 150, 6) 46. Y declarándose él mismo apologe-
45. Cf. n. 42.
46. Para la traducción de los pasajes bíblicos que aparecen en estos textos, se ha utilizado la
versión de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera (Santa Biblia, Korea, 1569/1960).
42 Antología de textos
Capítulo III
8.- Siendo así las cosas, hermanos, con más plena confianza cumplamos
fielmente el deber de los himnos, con la seguridad de que hemos conseguido la
gracia infinita de Dios y de que se nos ha concedido, junto con tantos y tales
santos, profetas y mártires que he mencionado, la gracia de cantar las maravillas
de Dios eterno. Así con David proclamamos al Señor porque es bueno; con
Moisés hacemos resonar el poderío del gran Señor con estos cánticos; con Ana,
que prefigura la Iglesia, antes estéril, ahora fecunda, confirmamos nuestros co-
razones en loa a Dios; con Isaías, en vigilia nocturna entonamos salmos; con
Habacuc, con Jonás y Jeremías, Padres santísimos, cantamos en oración; de la
misma manera, con salmos ensalcemos todas las criaturas al Creador de todo, a
coro con los tres muchachos que fueron condenados al horno 52.
9.- ¿Qué hay de más fruto que este provecho?, ¿qué más gozoso que este
amor? Los salmos nos deleitan, las oraciones riegan nuestro espíritu y las leccio-
nes que intercalamos entre ellos nos alimentan. Y verdaderamente, así como los
buenos convidados disfrutan con la variedad de viandas, así nuestras almas se
alimentan con la conjunción de prédicas e himnos.
10.- Queridísimos, dejando de lado las fábulas superfluas, tan sólo cante-
mos salmos con sentido atento y mente vigilante, y no desagrademos a Dios.
Así nos lo advierte el salmo diciendo: «Porque Dios es el Rey de toda la tierra,
cantad con maestría» (Salmos, 46, 8). Esto es, con inteligencia. Cantemos no
sólo con nuestro aliento, es decir, con el sonido de nuestra voz, sino también
con la mente y pensemos aquello que cantamos para evitar que la mente, presa
de imaginaciones o pensamientos extraños, haga estéril nuestro trabajo. Tam-
bién se ha de entonar el sonido o la melodía conveniente con santa religiosidad,
no para que exprese penalidades propias de la tragedia, sino para que haga pa-
tente en vosotros la verdadera Cristianidad; no para que emane de ella un dolor
teatral, sino para que produzca la contrición de los pecados. Pero vuestra voz no
debe ser disonante, sino consonante.
[14] Introducción
La sabiduría creadora de todo dispuso las criaturas todas con número, peso
y medida 53; en relación con éstos, doctos filósofos establecieron cuatro ciencias:
una para los números, otra para los pesos y dos para las medidas. La Aritmética
enseña a enumerar lo innumerable; la Geometría y la Astronomía, a medir lo
inmensurable. Esta última versa sobre números móviles, mientras que la prime-
ra, sobre números inmóviles. La Música, por su parte, enseña a aprehender lo
inaprehensible a partir de las proporciones de los pesos.
Tres son los tipos de música: mundana, humana e instrumental. La Ins-
trumental enseña a encontrar los sonidos placenteros; la Humana, los sonidos
concordes. La música Mundana con mucho tiene preeminencia sobre todas las
ciencias. Ésta es, en efecto, una ciencia deliciosa. Ésta es la gloria de los filósofos.
Ésta proporciona intimidad con los designios divinos y su comprensión. Ésta
enseña que un vínculo de afinidad, o deliciosa Necesidad 54, hace ora que los
elementos se integren en composición mutua, ora que, como si fueran sonidos,
alma del hombre, y la conjunción de ambos (cf. Platón, Timaeus, 31c-37c ss. y 41ss.). Véase
también Boecio, De institutione musica, I, 1.
55. Sicut diametri ad diametrum duplicata proportione, tal como se expone en la Proposi-
tio 2 del libro XII de los Elementa de Euclides.
Textos de los siglos IX-XI 47
56. Tamquam diametri ad diametrum proportio(ne) triplicata, vel tamquam profundi ad pro-
fundum triplicata proportio(ne), tal como, de nuevo, expone Euclides en relación a las propor-
ciones de conos, cilindros y esferas (Propositiones 12 y 18 de Elementa, XII).
57. Sobre la música cósmica, cf. Platón, Respublica, X, 14, 617b y Timaeus, 30b, 31c-32c
y 31c-37c y ss.
48 Antología de textos
58. Salvo en puntuación y en ciertas lecturas erróneas, Rabanus Maurus sigue con fidelidad
un extenso pasaje de Isidoro, Etymologiae, III, 15-20. Véanse las notas explicativas del texto de
Isidoro en las pp. 37 y ss.
59. Así es nombrado el hijo de Lamec en Gen., 4, 21, frente a la forma ‘Tubal’ que ofrece
Isidoro (cf. n. 34) y, a partir de él, muchas otras fuentes, concretamente Rabanus Maurus y
Petrus Comestor.
60. Cf. Isidoro, Etymologiae, III, 17, 1. Véase también la n. 39.
Textos de los siglos IX-XI 49
61. Para el pasaje similar de Isidoro, aunque con distinta puntuación, véase la n. 41.
62. La referencia correcta es I Sam., 16, 23.
63. Cf. Casiodoro (Institutiones, II, 5, 5) e Isidoro (Etymologiae, III, 18).
64. Cf. para lo que sigue, Isidoro, Etymologiae, III, 19, quien, a su vez, deriva de Casiodoro
(Institutiones, II, 5, 6) y Agustín (De ordine, II, 14, 39).
50 Antología de textos
65. Es decir, ‘palabras’. El autor, siguiendo a Isidoro (Etymologiae, III, 20, 1), hace derivar
verba (‘palabras’) del verbo verberare (‘azotar, golpear’): Vox aer spiritu verberatus, unde verba
sunt nuncupata.
66. Para la opinión contraria de Aristóteles, cf. De anima, II, 8, 420b5-10.
67. Ya en Píndaro e Íbico, Orfeo aparece como músico al que, como tal, se le acabó atri-
buyendo la invención de la música y el mérito de haber sido el primer poeta inspirado. El so-
metimiento y estupefacción de la naturaleza ante los cantos de Orfeo lo describe morosamente
Ovidio (Metamorphoses, X, 86 ss.).
68. En el texto: marina scilicet animalia, en donde no sería imposible que bajo marina sub-
yaciese inmania, con lo que la traducción sería: «esto es, animales de gran tamaño».
69. Isidoro, Etymologiae, IV, 13, 3.
Textos de los siglos IX-XI 51
ciencia, no hay nadie a quien no se exhorte a proclamar las loas al Creador. Por
esta razón, me centraré para empezar en los primeros doctores que descollaron
en este arte, pero después, si Dios lo permite, trataré brevemente de las reglas
que lo rigen.
77. Aurelianus Reomensis fue el primer teórico medieval que se hizo eco de la definición
que de la música habían dado Agustín (De musica, I, 2, 2) y Casiodoro (Institutiones, II, 5, 2):
Musica est bene movendi scientia, donde bene ha de ser entendido «según las leyes del número»,
es decir, «guardando la debida proporción de tiempos y de intervalos». Sobre la consideración
de San Agustín de la música como scientia y no ars, cf. n. 31.
78. En este argumento filológico, así como en lo que sigue, el autor es fiel a Isidoro. Cf. las
notas a la traducción de éste, en las pp. 37 y ss.
79. Matemáticos griegos de los siglos IV a. C. y II d. C., respectivamente.
80. Sobre la forma Tubal por Jubal, cf. n. 59.
81. En el original se lee qui laude gloriosa super Domini sacrificia musa personarent dulcedi-
nem carminum, que, salvo por la alteración sintáctica, tiene un claro sabor bíblico. Véase Ps.,
49, 14: immola Deo sacrificium laudis et redde Altissimo vota tua («Sacrifica a Dios alabanza. Y
paga tus votos al Altísimo») y 49, 23: Sacrificium laudis honorificabit me et illic iter quod osten-
dam illi salutare Dei («El que sacrifica alabanza me honrará: y al que ordenare su camino, le
mostraré la salud de Dios»).
Textos de los siglos IX-XI 53
hijo Salomón. En efecto, entre los antiguos así como no se permitía que ningún
hombre libre no supiese leer, igualmente vergonzoso era desconocer la música.
El ya mencionado Pitágoras fue el primero en descubrir de qué manera la
variedad de proporciones implicaba consonancia de sonido. Sean, por ejem-
plo, cuatro martillos que por debajo contengan escrito su peso: XII, IX, VIII y
VI 82. Así pues, los martillos que correspondían a los pesos XII y VI formaban
la consonancia doble o diapasón, como es el caso de la antífona Inclina Domi-
ne aurem tuam y todas las que se encuentran en modo primero. Sin embargo,
el martillo de peso XII respecto al martillo de peso IX, y el martillo de peso
VIII respecto al martillo de peso VI guardaban, según proporción epítrita, una
consonancia diatessarón, como en el siguiente ejemplo: Introitus: Confessio et
pulchritudo y todas las compuestas en modo deuterus auténtico. El martillo de
peso IX respecto al de peso VI, y el de peso XII respecto al de peso VIII cau-
saban ambos una consonancia diapente, como en la antífona Circumdederunt
me y aquéllas que se encuentren en tritus auténtico. Pero el de peso VIII res-
pecto al de peso IX producía un tono en proporción de nueve octavos, como
en la antífona Puer natus est nobis y en aquéllas que se sujetan a las normas del
tetrardus auténtico.
Por tanto, hay cuatro modos, protus auténtico, deuterus auténtico, tritus
auténtico y tetrardus auténtico que, al duplicarse, parecen ser ocho 83, a los que
algunos llaman latus 84 y, otros, ‘discípulos’. Pero para que quede más claro, no
tendrás éxito si pretendes separar al discípulo del maestro (o lo que es lo mismo
al protus auténtico del protus plagal) y unirlo con otro modo. Lo mismo ha de
entenderse para el resto de los modos, porque siempre el inicio del inferior lleva
al inicio del superior. En sustancia, lo expuesto puede ser aplicado también para
85. A partir de aquí, el autor sigue casi literalmente a Boecio, De institutione musica, I, 10.
86. Cf. nn. 36 y 37.
87. Cf. la recreación que hacen Cicerón (De re publica, VI, 18, 5 ss.) y Boecio (De institu-
tione musica, I, 2) de la concepción pitagórica y platónica de la música de las esferas (Respublica,
X, 14, 617b y Timaeus, 31c-37c y ss.). Cf. también n. 57.
Textos de los siglos IX-XI 55
88. Iob, 38, 37. La cita completa es: «¿Quién puso por cuenta los cielos con sabiduría? Y los
odres de los cielos, ¿quién los hace inclinar?».
89. Boecio, De institutione musica, I, 2.
90. Isidoro, Etymologiae, III, 23, 2. Cf. también Platón, Timaeus, 41 d.
91. Mc., 16, 15.
92. Cf. Gregorio, Homiliae in Evangelia, XXIX, 1568, 2 (Patrologia cursus completus, series
latina, vol. 76 [ed. J. P. Migne], Paris, 1844-1904).
93. Véase Platón, Phaedo, 86b-c y 93a-e. Ha de tenerse en cuenta, no obstante, que el
filósofo en Phaedo «rechaza la tesis materialista de aquellos pitagóricos que consideraban el
56 Antología de textos
agudos se tratase, produce una especie de consonancia? ¿Qué otra cosa es lo que
entre sí une el alma y el cuerpo del hombre que, tal y como Aristóteles defiende,
consta de una parte racional y otra irracional 94 (por así decir, el Sol lo dota de
espíritu y la Luna de cuerpo)? ¿Qué otra cosa, sino ésta, es la que da cohesión a
las partes del cuerpo y las dota de una proporcionada armonía mutua?
El tercer tipo de música es la que se extrae de ciertos instrumentos, como
el órgano, laúd, lira y otros muchos. Pero la ejecución de los instrumentos
queda al margen de la ciencia e intelección musical y se consigue por medio
de la pulsación, como en el caso de las cuerdas, del viento, como en las flautas,
del movimiento del agua, como en los órganos, o de cierta percusión, como en
aquellos instrumentos en que se golpea un objeto cóncavo con una pieza de
metal. De estos modos se producen distintos sonidos.
Hasta aquí hemos tratado de los tipos de música y hemos dicho que son
tres: mundana, humana y aquélla que resulta de los muchos instrumentos. Con
la ayuda de Dios para lograr nuestro empeño, enumeremos ahora las partes de
la música humana. Son tres, a saber: armónica, rítmica y métrica 95.
La Armónica es la que, entre los sonidos, distingue el acento agudo del
grave, como en la antífona Exclamaverunt ad te Domine, donde ex tiene acento
grave y clamaverunt, agudo. La Rítmica es la que requiere el concurso de pala-
bras y dictamina si el sonido se adecua bien o mal a ellas. Y en efecto, el ritmo
parece ser muy semejante al metro: no obstante, no es el metro, sino el número
de sílabas y el juicio del oído los que dirimen la armonía de la ligazón de pala-
bras, como en la mayoría de las composiciones ambrosianas; por ejemplo, en
Rex aeterne Domine, Rerum creator omnium que, compuesto a semejanza del
metro yámbico, no guarda, sin embargo, observancia al pie métrico, sino que su
alma como resultado de la krasis o armonía entre elementos: el alma no es resultado de la vida
corporal, sino su principio, distinguiéndose de ella como su contrario; lo propio del alma es
el pensamiento, por el que comulga con las realidades inteligibles» (Ezequiel Téllez, Tomás de
Aquino. Cuestiones disputadas sobre el alma –estudio preliminar de Juan Cruz Cruz–, Pamplona,
1999, p. 11, n. 4). Ahora bien, según la concepción platónica, aunque el alma no es armonía,
sí tiene armonía (Timaeus, 47c-d y 88-89).
94. Politica, VII, 13, 1334a8-10 y De anima, III, 9, 432a25.
95. Las definiciones que a continuación Aurelianus Reomensis ofrece de cada una de estas
partes se atienen a las de Casiodoro (Institutiones, II, 5, 5) e Isidoro (Etymologiae, III, 18).
Textos de los siglos IX-XI 57
armonía tan sólo se la confiere la modulación rítmica. El que tenga una peque-
ñísima o somera noción sobre los metros, puede ampliar su conocimiento con
nuestras consideraciones sobre esta cuestión. El metro es relación de cantidades
con modulación, mientras que el ritmo es modulación sin relación de cantida-
des, siendo determinante el número de las sílabas.
La Métrica es la que establece la medida de los diversos metros de acuerdo
con un patrón conveniente, por ejemplo heroico, elegíaco, sáfico y demás. En
efecto, la letra de una cantilena, si se canta sin rupturas, discurre según el orden
de los pies. Pero cuando hay sinalefa o éctasis en la escansión del metro, debe
cantarse, coherentemente, con sinalefa, como en el caso de Aspera conditio et
sors irrevocabilis ore. Ha de procederse de la misma manera si hay edempsis,
como en el cuarto verso del Carmen Inmortale: Nam statuit genitor rerum irre-
vocabile tempus.
Así pues, según Nicómaco 96, esta parte de la música humana que se deno-
mina Métrica es la tercera porque no se concreta en una composición en virtud
de principios especulativos o teóricos del propio arte, sino en virtud del instinto
natural. Por esta razón considera este autor que aunque la métrica comparta
origen con la música, ha de ser considerada aparte de ella. Defiende, sin em-
bargo, que el ritmo, ya que su fundamento básico es teórico y especulativo, hay
que considerarlo, por derecho propio, dentro de la música. Por tanto, músico
es el que, ciñéndose a los fundamentos de la especulación o valoración racional
y de la conveniencia musical, posee la facultad de dictaminar con autoridad no
sólo respecto a los modos, ritmos y tipos y consonancias de las melodías, sino
también respecto a las composiciones de los poetas.
Así pues, es cosa manifiesta que tres son las formas para todo sonido que
es sustancia de las melodías 97. La primera es la Armónica, que está formada
por la modulación de la voz, la segunda es la Orgánica, que se produce a partir
del viento, y la tercera es la Rítmica, que consigue la cadencia por medio de la
96. Matemático griego que vivió entre los siglos I-II d. C., escribió Arithmetica introductio
y Harmonicum enchiridion.
97. Aunque con omisión de períodos enteros y lecturas de dudosa ortodoxia (sobre todo en
lo que se refiere a la enumeración de los modos, en los que incluye las definiciones de ‘canto’,
arsis, tesis …), Aurelianus Reomensis utiliza los contenidos de un largo pasaje de Isidoro: Ety-
mologiae, III, 18-20.
58 Antología de textos
pulsación de los dedos sobre las cuerdas. La Armónica es, pues, la modulación
de la voz y la consonancia o armonía de muchos sonidos. La symphonia es la
combinación proporcionada de la modulación mediante la consonancia de los
sonidos graves y agudos, ya sean producidos por la voz, ya por el viento, ya
por la pulsación. Gracias a ella, los sonidos más agudos y los más graves son
consonantes: de manera que cualquier disonancia que se produzca, molesta al
oído. Euphonía es la suavidad del sonido. Ésta, por la suavidad del sonido, fue
llamada también con los nombres de melos y mele, de donde deriva ‘melodía’.
Diastema es el intervalo apropiado de voz entre dos o más sonidos. Diesis son
ciertos intervalos, así como las inflexiones melódicas y también el paso de un
sonido a otro.
Tono es la emisión aguda de sonido; representa, por tanto, la diferencia
de la armonía y la cantidad, que consiste en el acento y en la entonación del
sonido. Los músicos distinguieron quince tipos, de los cuales trataremos a con-
tinuación. El primero es el modo hiperlidio, que es el último y el más agudo.
El segundo es el hipodorio, que es el más grave de todos. El tercer modo es el
‘canto’, que es la inflexión de la voz. En efecto, el sonido avanza lineal hacia de-
lante 98, por lo que el sonido es anterior al canto. El cuarto es la arsis, esto es, la
elevación de la voz, esto es, su parte primera. Quinto es la tesis o positio, es decir,
la parte final. El sexto modo es donde están las voces. Las voces ‘suaves’ son suti-
les y densas, claras y agudas. El séptimo es donde están las voces ‘diáfanas’, cuya
fuerza llega lejos, de modo que en un momento 99 llenan un lugar, como es el
caso de la trompeta. El octavo es donde están las voces ‘sutiles’, como las de los
niños y las cuerdas. El noveno, donde están las ‘recias’, como las de los hombres.
El décimo, donde está la voz ‘aguda’, fina y alta, como la de los instrumentos de
cuerdas. El undécimo, donde está la voz ‘dura’, que se emite de forma violenta,
como el sonido de los martillos contra el yunque. El duodécimo es el modo
donde está la voz ‘áspera’: áspera es la voz ronca y se propaga por emisiones
reducidas y desiguales. El modo decimotercero es donde está la voz ‘ciega’, así
llamada porque una vez que se emite, calla. El decimocuarto es el modo donde
está la voz ‘acariciante’, que es una voz flexible; vinnola deriva de vinnus, porque
tiene la flexibilidad muelle de un rizo de pelo 100. El decimoquinto es el modo
98. En el texto: nam sonus directus est. Aurelianus Reomensis se refiere al sonido continuo
(synechê), frente al discontinuo (diastematikê), según la diferenciación establecida por Boecio
(De institutione musica, I, 12).
99. En el texto: contiguum, que, de acuerdo con Isidoro (Etymologiae, III, 20, 10) se ha
leído: continuo.
100. Tal es el significado de vinnus en latín.
Textos de los siglos IX-XI 59
donde está la voz ‘perfecta’, es decir, alta, suave y clara 101. Si carece de alguna de
estas cualidades, no puede ser perfecta.
Tanta diferencia hay entre músico y cantor, como entre gramático y simple
lector, o como entre cuerpo y razón. En efecto, el oficio manual, en calidad de
sirviente, obedece, mientras que la razón, como señora que es, ordena 102, por-
que a no ser que la razón rija una acción, la mano del que la ejecuta trabaja en
vano. Pues todo arte y disciplina teórica tiene por naturaleza una razón que es
más insigne que la técnica, en la que sólo concurren ejecución y destreza. Con
mucho tiene más valor conocer lo que uno hace, que hacer lo que uno sabe
hacer 103. De donde se colige que el que especula en los principios teóricos no
necesita del acto de ejecución y, sin embargo, no puede haber ejecución alguna
sin el concurso de la razón. Pero cuánta es la gloria del arte musical puede de-
ducirse del hecho de que los distintos ejecutores han tomado su nombre no a
partir del de esta ciencia, sino de las denominaciones de los propios instrumen-
tos. Así como el que trabaja con el martillo tomó su nombre del martillo 104,
el citarista lo tomó de la cítara, y así sucesivamente: en todos resulta que el
101. Aparte de Isidoro, Etymologiae, III, 20, 14, sobre la ‘voz perfecta’ véase el concepto
aristotélico infra, n. 835. Cf. al respecto también Platón, Timaeus, 67b.
102. Cf. Boecio, De institutione musica, I, 34, quien, a su vez, bebe de Platón (Phaedo,
80a).
103. El texto da un sentido suficientemente claro: Multo enim est maius scire quod quisque
faciat, quam illud facere quod sciat y la mayoría de las ediciones de Boecio, con alguna diferencia
mínima, ofrecen la misma lectura (concretamente la edición de Godfredus Friedlein, Leipzig,
1867, y la de Patrologia cursus completus, series latina, vol. 63 [ed. J. P. Migne], Paris, 1844-1904).
Sin embargo, teniendo en cuenta el verso en el que Guido d’Arezzo también recrea este pasaje
de De institutione musica, I, 34 de Boecio (Nam qui facit, quod non sapit, diffinitur bestia: «Ani-
mal puede ser considerado el que hace lo que no entiende» –cf. infra p. 67–) y atendiendo a los
argumentos esgrimidos por Aristóteles (Metaphysica, I, 1, 981a28-981b6 –cf. n. 117–) cuando
establece las diferencias entre tevcnh (arte) y ejpisthvmh (ciencia), creo conveniente interpretar
scire como ‘conocer’ (en el sentido de ‘dominar los fundamentos teóricos que subyacen al acto’),
frente a sciat que, vaciado de cualquier semántica de implicaciones gnoseológicas, denotará un
simple ‘saber hacer’. De hecho, en la fuente del De institutione musica de Boecio de Cambridge
(Trinity College, R. 14.22 [944], [–f.26v–]), se lee: Multo enim est maius atque auctius scire quod
quisque faciat. quam ipsum illud efficere quod nesciat («con mucho es mayor empresa y de más
substancia entender lo que uno hace, que hacer aquello que uno no entiende»).
104. En el original: ut malleator a malleo.
60 Antología de textos
nombre deriva del instrumento del que se sirven 105. El músico, sin embargo,
es el que, siendo la razón su guía, ha adquirido la ciencia de la música no por
la servidumbre de la ejecución sino por el señorío de la especulación 106. En la
construcción de edificios y en las empresas bélicas vemos que la terminología es
empleada en sentido absolutamente contrario 107. En efecto, los triunfos bélicos
no son celebrados ni los edificios designados con el nombre de aquéllos que con
su destreza manual y fatiga los llevaron a efecto, sino con el de quienes con su
mando y dirección técnica los proyectaron. De aquí que se hable del templo de
Salomón y que Joab dijese a David 108: «... he acudido porque había que tomar
la ciudad, pero no para que la victoria llevase mi nombre». Por tanto, tanta dis-
tancia parece haber entre músico y cantor como entre maestro y discípulo. Por
ejemplo, éste lee las composiciones poéticas, aquél las analiza: y lo que aquél,
por poco que sea, consigue a fuerza de un trabajo constante, con el solo recurso
del sentido lo resuelve y despacha en el transcurso de una hora. Y así parece
que el reo es al juez lo que el cantor al músico. Esto lo podrá reconocer con
mejor criterio quien tenga una noción, aunque sea muy somera, sobre música.
Y, según ya hemos advertido en el prefacio, es posible encontrar muy ilustres
cantores, pero, en mi opinión, no músicos de la calidad de los antiguos.
105. En todo este párrafo, el autor sigue a Boecio (De institutione musica, I, 34), aunque
con interpolaciones y omisiones que pueden estorbar la comprensión.
106. Boecio toma de Agustín (De musica, I, I, 2) la consideración de la música como scien-
tia, y no ars. Cf. al respecto, n. 31.
107. Aunque no de forma literal, sigue ahora Aurelianus Reomensis a Boecio. He recons-
truido ‘terminología’ (nuncupatione), pues el texto (quod omnino in aedificiorum bellorumque
opera in contrariam versum videmus partem) ofrece una lectura que varía y dificulta la inte-
ligibilidad del original de Boecio (De institutione musica, I, 34: Quod scilicet in aedificiorum
bellorumque opera videmus, et in contraria scilicet nuncupatione vocabuli: «Lo mismo vemos en
la construcción de edificios y en las empresas bélicas, donde la terminología es empleada en
sentido claramente contrario»).
108. El autor parafrasea II Sam., 12, 27-28: «Entonces envió Joab mensajeros a David,
diciendo: “Yo he puesto sitio a Rabá, y he tomado la ciudad de las aguas. Reúne, pues, ahora
el pueblo que queda, y acampa contra la ciudad, y tómala, no sea que tome yo la ciudad y sea
llamada de mi nombre”».
Textos de los siglos IX-XI 61
Al-Farabi, De ortu scientiarum. Dictio de cognoscenda causa unde orta est ars
musice, en Al-Farabi’s Arabic-Latin Writings on Music, Collection of Oriental
Writers on Music, vol. 2 (ed. Henry George Farmer), London: Hinrichsen
Edition Ltd., 1935/1965.
[44] Texto P3: Afirmo que, una vez que se movió la sustancia, ocurrió el
sonido, el cual fue dividido en los tres tipos presentes, esto es, agudo, grave
y el medio entre ambos. De donde fue necesario un arte por medio del cual
pudiéramos desarrollar la ciencia de los sonidos agudos, es decir de aquéllos
que poseen el grado último de agudeza, y la de los sonidos graves, que son los
que poseen el grado máximo de gravedad, y la ciencia de los sonidos medios,
y pudiésemos analizar sus modos respectivos de disposición, para que ningún
accidente de la sustancia pudiese quedarnos oculto. Tal arte fue la ciencia de
los sonidos. Su utilidad es temperar el carácter de los seres vivos que carecen de
mesura, y pulir las virtudes de aquéllos que todavía no han alcanzado en ellas la
perfección, y conservar la serenidad de ánimo de los que la poseen pero que aún
no han alcanzado el grado de excelencia. También la utilidad de la música se re-
fiere a la salud del cuerpo, ya que el cuerpo enferma cuando el alma languidece,
y queda impedido cuando el alma está impedida; por ello, la curación del cuer-
po sobreviene a causa de la curación del alma, y del ajuste de sus fuerzas y de la
regulación de su sustancia, cosas todas conseguidas gracias a los sonidos 109.
Por otro lado, los fundamentos de esta ciencia son tres: metro, melos y ges-
to. Se inventó el metro para dotar a la dicción de comprensión racional 110. Se
inventó el melos para proporcionar partes de agudeza y de gravedad, y estos dos
principios fueron sometidos al sentido del oído. El gesto, por su parte, quedó
sujeto al sentido de la vista y fue instituido para ajustar metro y sonido a mo-
vimientos semejantes y a disposiciones acordes. Por tanto, este arte está sujeto
principalmente a dos sentidos, el oído y la vista. Y en ella se compendian las
ciencias disciplinales que se llaman ciencias domatrices. Así, está claro el origen
de dónde el arte de la música surge, fluye y nace. Estas cuatro ciencias se deno-
109. Ya Platón había llamado la atención sobre la dependencia del cuerpo respecto a la
armonía que gobierna el alma o razón (Phaedo, 86b-c y 93a-e, y Timaeus, 47d). Igualmente,
Aristóteles había tratado la capacidad de la música para elevar el carácter del alma y el poder
purificador de ésta en Politica, VIII, 5, 1340b11-12 y 7, 1341b35-1342a1-27, respectivamente.
Cf. también supra, n. 93.
110. En el texto: ad proporcionandos intellectus racionales dictionibus.
62 Antología de textos
minan domatrices porque someten al que las cultiva y lo vuelven más sutil, y le
muestran el camino recto para saber con certeza lo que a ellas subyace.
[44] Texto F: Pero la música tiene una parte teórica y otra práctica. De la
música práctica son tres las partes, esto es, la ciencia del sonido agudo, la cien-
cia del sonido grave y la ciencia del sonido medio. La utilidad de este arte es
muy grande para temperar el carácter de los seres vivos que carecen de mesura,
y pulir las virtudes de aquéllos que todavía no han alcanzado en ellas la per-
fección, y conservar la serenidad de ánimo de los que la poseen pero que aún
no han alcanzado el grado de excelencia. De aquí se sigue que la música es útil
para la salud del cuerpo, ya que el cuerpo enferma cuando el alma languidece y
queda impedido cuando el alma está impedida; por ello, la curación del cuerpo
sobreviene a causa de la curación del alma, y del ajuste de sus fuerzas y de la
regulación de su sustancia, cosas todas conseguidas gracias a los sonidos.
Pero, según otros, son tres las especies de música: melos, metro y gesto. Se
inventó el metro para dotar a la dicción de comprensión racional 111. Se inventó
el melos para proporcionar partes de agudeza y de gravedad, y estos dos princi-
pios fueron sometidos al sentido del oído. El gesto, por su parte, quedó sujeto
al sentido de la vista y fue instituido para que metro y sonido se ajustasen a mo-
vimientos semejantes y a disposiciones acordes. Por tanto, este arte está sujeto
principalmente a dos sentidos, el oído y la vista.
por qué estados es necesario que pasen hasta que su modo llegue a ser perfecto
y completo 112. Y lo que es conocido bajo la denominación de música son, en
realidad, dos ciencias. La primera es la ciencia de la música activa, la segunda es
la ciencia de la música especulativa.
La música Activa es la propiedad de individuar los diversos sonidos percep-
tibles en los instrumentos que, sea por naturaleza sea por arte, están predispues-
tos a producirlas. Instrumentos naturales son la epiglotis, la úvula y los órganos
que éstas contienen y, por último, la nariz. Están también los instrumentos
artificiales, como el oboe, el laúd y otros. El ejecutante de la música Activa no
forma neumas ni armonías ni todas sus variaciones si no es en cuanto que están
en los instrumentos que tiene el hábito de ejecutar. Pero la música Especula-
tiva proporciona la ciencia de estas cuestiones y sus teorizaciones, y explica las
causas de todo aquello de lo que se componen las armonías, y ello no según
su existencia en cuanto propiedad material y materia misma, sino en sentido
absoluto, según los principios abstraídos de cada instrumento y materia; y toma
estas cosas en cuanto que son oídas en general, independientemente de cuál sea
el instrumento o el cuerpo del que provengan.
A su vez, la música Especulativa se divide en cinco grandes partes. La pri-
mera versa sobre los principios y fundamentos primeros cuya propiedad ha
de emplearse en la deducción de lo que haya en esta ciencia, y la manera en
que se deben regular estos principios, y de qué forma ha sido inventado el
arte musical, y de cuáles y cuántos elementos se compone, y de qué manera
conviene que se profundice en la investigación de lo que hay en él. La segunda
parte versa sobre las reglas de este arte, esto es, la individuación de los neumas,
el conocimiento de su número, de sus especies, de las demostraciones de las
relaciones de unos con otros y de las respectivas demostraciones de cada una
de estas cosas; también trata sobre los tipos de sus órdenes y sus sitios con los
que están preparados para que el compositor tome de ellas lo que quiera y con
ellas componga melodías. La tercera parte trata sobre la congruencia de aquello
que se ha demostrado en los principios, con las explicaciones y demostraciones
sobre las clases de instrumentos artificiales que con ellos se preparan, y sobre el
invento de éstos y su disposición sobre ellos, según la medida y el orden que se
112. En el texto: operationem (…) magis ultimam. Ieronimus de Moravia al final del capítu-
lo V de su Tractatus de musica (Scriptorum de Musica Medii Aevi Nova Series a Gerbertina Altera
[ed. Edmond de Coussemaker], vol. 1, Hildesheim: Olms, 1864-1876/1963), explicando ul-
timae referido a las armonías íntegras, dice: scilicet interlimitate intentiones, ad quam factae sunt
(«esto es, ceñidas a la intención para la que fueron concebidas»).
64 Antología de textos
son los maestros por cada iglesia, de modo tal que vulgarmente se habla no ya
del Antifonario de Gregorio, sino del de León o Alberto o de cualquier otro. Y
si muy difícil es aprender uno solo, muchos, ya no sólo es cosa de dudar que sea
improbable sino imposible.
Respecto a esto, aunque por propia voluntad introduzcan muchas varia-
ciones, ello poco debe indignarme si, siendo pocas las diferencias en relación
con el uso común, toda melodía sigue sometiéndose de forma uniforme a una
común regla del arte. Pero, dado que todos estos males y otros muchos son por
culpa de los que hacen antifonarios, con contundencia advierto e insto a que
nadie sea osado de poner neumas a un antifonario a no ser que pueda hacerlo
de acuerdo con las reglas prescritas y sepa alcanzar la perfección en este arte.
De otro modo, con certeza será maestro del error el que no fue antes discípulo
de la verdad.
De tal manera, me dispuse con el auxilio de Dios a poner música a este an-
tifonario, con la intención de que cualquier persona sensata y estudiosa aprenda
el canto con facilidad y, después de que haya conocido bien parte de él gracias a
su maestro, pueda acceder sin dudas a lo restante, sin necesidad de la ayuda del
profesor. Si alguien considera que miento, que venga, compruebe y vea que tal
es lo que hacen entre nosotros los niños que todavía reciben duros castigos por
su ignorancia de los salmos y de las simples letras, y que no saben pronunciar
las palabras y sílabas de una antífona que, sin embargo, son capaces de cantar a
la perfección sin la dirección de su maestro. Esto mismo, con la ayuda de Dios,
cualquier persona, a poco sensata y estudiosa que sea, será capaz de hacerlo si se
preocupa de reconocer con cuánto esmero se disponen los neumas.
Así pues, se han dispuesto las notas de tal manera que cada sonido, cuantas
veces se repita en el canto, se encuentre en su orden, y siempre en el mismo.
Para mejor visualizar estos órdenes se han trazado en varias líneas: algunos en las
propias líneas, otros entre éstas, en el intervalo y espacio que media entre ellas.
Dan comienzo las reglas rítmicas de Guido d’Arezzo que preceden al pró-
logo de su Antifonario:
Entre músicos y cantores grande es la distancia.
Éstos interpretan, mientras aquéllos entienden lo que la música compone.
Puede ser considerado animal el que hace lo que no entiende 117.
Si sólo se valora la potencia de la voz,
entonces incluso el rebuznar de una asna superará al ruiseñor.
Razón por la cual su ser natural niega a éstos la capacidad de raciocinio.
Por este motivo, gran parte de la gente rústica,
porque vive en la ignorancia, lleva a cabo admirables desatinos, en
tanto que, sin la dirección de un maestro, nadie puede aprender una antífona.
Despreciando el conocimiento de las notas que usa el pueblo,
que, sin guía, avanza como ciego a ninguna parte,
aprende estas siete notas con sus siete letras.
[Gamma]. A. B. C. D. E. F. G. a. b. c. d. e. f. g. aa. ut. re. mi. fa. sol re. la
mi. sol ut. la re. fa ut. mi la. sol la. 118.
Y las otras siete que siguen
la mi. fa. sol. ut. / G. A. B. C. D. E. F. G. / a. b. c. d. e. f. g. a. [a] / la. re. mi. fa ut. sol. re. mi
la. fa. sol la.
119. Es decir, entre B y C habrá un espacio menor que entre A y B.
120. Esto es, las notas que son dispuestas según la regla de dividir en nueve el espacio bajo
la cuerda producirán entre ellas espacios más grandes (o tonos) que las que son dispuestas tras
dividirla por cuatro. De esta manera, entre G y A y entre A y B habrá un tono, mientras que
entre B y C habrá un semitono, tal como el propio Guido indica en Micrologus, IV (Patrologia
cursus completus, series latina, vol. 141 [ed. J. P. Migne], Paris, 1844-1904).
121. ‘Cuatro’ y ‘cinco’ son en griego, respectivamente, tevssare~ y pevnte. Respecto a la
etimología de ‘diatessarón’ y ‘diapente’, Salinas (De musica, IV, 15) acude a la autoridad de
Tolomeo quien, asegura Salinas, «afirma en su tercer libro sobre los Armónicos que se llama dia-
tessarón por ‘cuatro’, es decir porque consta de cuatro sonidos. El diapente, por ‘cinco’, porque
tiene cinco sonidos. El diapasón, aunque consta de ocho sonidos, no se dice por ‘ocho’, sino por
‘todos’, esto es por todos los sonidos ya que los contiene todos». Cf. también Marciano Capela,
De Nuptiis Philologiae et Mercurii, IX, 933-934.
122. Como el propio Guido d’Arezzo explicita más adelante, en unos versos no recogidos
en esta antología, el tono da nueve pasos, el diatessarón, cuatro, el diapente, tres, y el diapasón,
dos: nota caute, omnes toni novem fiunt passibus, / Diatessaron quaternis, sicut supra diximus, /
Diapente semper tribus, Diapason duobus.
Textos de los siglos IX-XI 69
123. Sobre scientia bene modulandi, cf. Agustín (De musica, I, 2, 2: musica est scientia bene
movendi) y Casiodoro (Institutiones, II, 5, 2: musica quippe est scientia bene modulandi). Cf.
n. 77.
70 Antología de textos
124. Cf. n. precedente.
125. En el texto: nomini.
126. Sobre las teorizaciones platónicas al respecto, cf. n. 93.
127. Boecio, De institutione musica, I, 1. Boecio es deudor de Aristóteles, Politica, VIII, 5,
1340a1-5.
72 Antología de textos
y edad (niños, jóvenes y ancianos) de una forma natural y con una querencia
casi espontánea se sienten atraídos por las cadencias musicales hasta tal punto
que no hay persona que no encuentre deleite en las melodías dulces, de manera
que, tan sólo oír esa especie de dulce melodía, reproduce con su cuerpo un mo-
vimiento semejante a la melodía escuchada.
De aquí que parezca indudable que la música está unida a nosotros de una
forma tan natural que, aunque quisiéramos, no podríamos prescindir de ella.
Esta idea parece también corroborarla el hecho de que las composiciones profa-
nas, que no guardan el curso debido de tonos e intervalos propio de la ciencia
musical artificial, producen sonidos agradables y, no conociendo sus creadores
las diversas propiedades de los modos ni sus diferentes caracteres e intervalos, ni
tampoco las proporciones de las consonancias, con el solo dictado de la natura-
leza modulan sus músicas con tal armonía que, fluyendo debidamente, parece
que nada de esto les falta.
Siendo así las cosas, parece bastante congruente y lógico que los ejecutores
de música litúrgica sigan celosamente los estudios del arte musical y se considera
más indecoroso y vergonzoso que no posean el conocimiento de una disciplina
indispensable en los cantos de alabanza a Dios 128, de modo que lo que los es-
colanos en su ignorancia modulan correctamente, siendo capaces de producir,
sin ciencia y con el único aporte de la naturaleza, un sonido, por así decirlo, sin
sentido, puedan ellos saberlo y razonarlo con conocimiento de causa, gracias a
su experiencia y a su dominio de esta disciplina. Ahora bien, en el aprendizaje de
una ciencia de esta índole, es muy necesario el conocimiento del monocordio,
pues en el frecuente ejercicio de éste se pueden llegar a aprehender plenamente
las consonancias y los modos y las demás cuestiones que conciernen a este arte.
128. En el texto: Quae causae ita se habeant satis congruum dignumque videtur +dum me lau-
dis+ modulatores studiis musicae artis sedulo inherere magisque inhonestum judicatur +el tempore+
ejus rei qua in divinis laudibus carere nequeunt noticiam non habere. Los incomprensibles dum
me y el tempore que la edición presenta han sido leídos a partir de un pasaje muy semejante que
presenta el Breviarium de Musica de Frutolfus (Cölestin Vivell, P., ed., Frutolfi Breviarium de
Musica et Tonarius, Akademie der Wissenschaften in Wien, Philosophisch-historische Klasse,
vol. 188, Vienna, 1919): Quae cum se ita [(ita se)] habeant, satis congruum dignumque videtur,
divinae laudis modulatores studiis musicae artis sedulo inhaerere magisque inhonestum judicatur et
turpe, ejus rei, qua in divinis laudibus carere nequeunt, notitiam non habere.
Textos del siglo XIII 73
* * *
129. Cf. n. 35.
130. La etimología propuesta no es latina ni griega. El anónimo autor de Tractatus de mu-
sica plana et organica, 484 aclara un tanto la cuestión: Musica autem dicitur a Moys. Moys enim
lingua egyptiaca est, aqua latine. Dicitur enim Moyses aquaticus, quod est satis perspicuum divinam
paginam legentibus. Y, efectivamente, se lee en Exodus, 2, 10: «Cuando fue grandecito se lo llevó
a la hija del faraón y fue para ella como un hijo. Diole el nombre de Moisés, pues se dijo: ‘De
las aguas lo saqué’». Ya Filón de Alejandría (De vita Mosis, I, 17, 5) y Clemente de Alejandría
(Stromata, I, 23, 152, 3, 2) habían defendido tal etimología para la palabra egipcia mw`u. Con
todo, estas fuentes resultan recoger una etimología popular hebrea, toda vez que la raíz egipcia
ms(j), que encontramos en ‘Moisés’ y ‘Ramsés’, no alude al ‘agua’, sino al hecho de ‘nacer, adop-
tar, ser descendiente de’.
131. Cf. n. 123.
132. Solamente se ha incluido la traducción del texto latino. Estos asteriscos indican la
omisión de comentario francés intercalado entre estos dos párrafos.
74 Antología de textos
Sobre la Música
Respecto al arte musical, también hay que hacerse las mismas preguntas,
esto es: qué es, cuál es su género, cuál su materia, cuáles sus partes, cuáles sus
clases, cuáles son sus instrumentos, cuáles sus ejecutantes, cuál es su función,
cuál su fin, de dónde viene su nombre, cuál es su utilidad y cómo hay que leer
la música.
La definición de qué es la música es la siguiente 133: «la música es la destreza
en la modulación, y se compone de sonido y canto». Modulación, por su parte,
es la disposición regular y armoniosa de cuantas cosas diversas se quiera. Un tipo
de esta disposición se da en la composición del mundo corruptible, otra distinta
en la complexión del cuerpo animal, otra en la armonía perceptible por los sen-
tidos de los sonidos. La primera es la música Mundana, la segunda la Humana y
la tercera la Instrumental, siendo ésta la que el autor quiso definir en las palabras
precedentes y, por eso, después de decir ‘modulación’, el autor añadió «que se
compone de sonido y canto». Sonido es cualquier cosa que pueda ser percibida
por el oído, ya sea de seres animados o no, es decir, sonido de cualquier tipo,
como el rumor de los árboles o el ruido de unos pasos. Canto, por su parte, es la
inflexión de la voz. Pero voz es lo que se emite por cierta parte de la garganta que
se llama tráquea y es proferida por los animales, de donde se deduce que la voz es
propia tanto de los hombres como de los seres inanimados 134. Sin embargo, en
otros tratados, en sentido abusivo y carente de propiedad, llaman al sonido ‘voz’,
como por ejemplo «resonó la voz en la trompeta». Porque el sonido avanza lineal
hacia delante 135, el sonido es siempre anterior al canto.
Cuando el autor dijo «música es la destreza», puso una condición en la
que la música coincide con todas las otras ciencias. Pero cuando el autor
añadió «en la modulación», la estaba distinguiendo de las restantes ciencias
133. Definición que de la música daba Isidoro, Etymologiae, III, 15, 1. Cf. p. 37.
134. Contra, Aristóteles, De anima, II, 8, 420b5-10.
135. En el texto: nam sonus directus est, esto es, el sonido es continuo, sin inflexión o modu-
lación, frente a la voz que sí las posee. Para la diferenciación que Boecio (De institutione musica,
I, 12) establece entre synechê y diastematikê, cf. n. 98.
Textos del siglo XIII 75
143. Tanto en el argumento etimológico como en los contenidos de los párrafos que siguen,
el autor sigue los contenidos de Isidoro, Etymologiae, III, 15-17. Cf. las notas de nuestra traduc-
ción de Isidoro en las pp. 37 y ss.
144. Tubalcaín, en vez del esperado Jubal, que en las fuentes medievales puede aparecer bajo
la forma de ‘Tubal’. En Gen., 4, 22, Tubalcaín, hijo de Lamec y Zila y hermano de Tubal, apa-
rece, simplemente como «artífice de toda obra de bronce y hierro». Según testimonio de Petrus
Comestor (Historia scholastica, XXVIII), Tubal (sic, cf. n. 34) habría comenzado a reflexionar
sobre las proporciones y consonancias a propósito del sonido que producía su hermano al tra-
bajar con los martillos.
145. Cf. n. 35.
78 Antología de textos
149. �����������������������������������������������
A pesar de que en la actualidad el prestigioso Thesaurus Musicarum Latinarum (TML) de
la Universidad de Indiana sigue dando crédito a la paternidad aducida por el editor Adrien de la
Fage, la imposibilidad de identificar �����������������������������������������������������������
a este misterioso Joannes Presbyter no ha podido menos que
sembrar las dudas. Dado que la fecha de copia establecida para la compilación de Montecasino es de
finales del siglo XI, no es factible
�����������������������������������������������������������������������������
que se trate de�����������������������������������������������������
Amerus ���������������������������������������������
Presbyter (s. XIII), también llamado Joannes
Presbiter o Anglicus según consta ����������������������������������
en el capítulo cuarto del tratado Musica de Johannes Szydlow (cf.
W. Gieburowski��,� Die�����������������������������������������������������������������������������������
Musica Magistri Szydlovite��������������������������������������������������������
: ein polnischer Choraltraktat des XV. Jahrh.
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und seine
Stellung in der Choraltheorie des Mittelalters, mit Berücksichtigung der Choraltheorie und -Praxis des
XV. Jahrh.
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in Polen, sowie der Nachtridentinischen Choralreform, Posen 19����������������������������
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15, 18); tampoco podría ser
Johannes de Quadris, dominico activo hacia el segundo tercio del siglo XV. Un �������������������
candidato firme es
Johannes Affligemensis (o John Cotton), perteneciente a la Abadía de Affligem en los siglos XI-XII,
aunque es igualmente posible que se trate del monje de la Abadía de Montecasino Johannes Diaco-
nus (s. IX), de cuya Vita S. Gregorii Magni se reproduce un extracto en los folios 17-20 del mismo
manuscrito (ms. 318 de Montecasino) en que aparece el Vocabularium musicum.
150. La derivación de calamus a partir de calare (que, al igual que voco, significa ‘llamar’) la
documenta Isidoro (Etymologiae, III, 21, 5).
151. Cf. Isidoro, Etymologiae, III, 22, 6. Hemos indicado en n. 75 que Isidoro (Etymologiae,
III, 22, 2) relaciona kiqavra (‘cítara’) y kivqara (‘caja torácica’).
152. Según Isidoro (Etymologiae, III, 22, 8), Mercurio habría inventado la lira y sus cuerdas
a partir de los nervios secos y tensos de una tortuga muerta.
80 Antología de textos
Clangor: griterío.
Concentor: que es consonante. El que no es consonante, ni produce armonía
ni será cónsono.
Concentus multorum canentium composite: canto simultáneo y unísono.
Cymbala: en griego, se llaman ballemantia 153; se denominan cymbala por-
que son percutidos a un tiempo 154.
Cymbalum: es el sonido del bronce o el restallar del hierro.
Cythara: entre los antiguos, las cítaras tenían ocho cuerdas.
Euphonia: es la suavidad del sonido. Ésta se llama también con los nombres
de melos y mele.
Fidicen: cítara 155.
Fidicula: cítara, citarista.
Fidiculae: cuerdas.
Fidis: cítara, con una madera cóncava en la parte inferior. Tiene caja y seis
cuerdas. Cuerdas de la cítara 156.
Fistula: flauta o calamus con lengüetas.
Fistulor: el que sopla.
Harmonia: es la modulación de la voz; o la unión conjuntada de sonidos; o
la modulación apta de muchas palabras o la consonancia de muchos sonidos.
Es la adecuación conveniente e idónea de muchas cosas. Ocurre cuando los
tubos de los órganos, conjuntados según un orden, tienen la gracia del acorde
correcto y cuando la consonancia de cuerdas guarda el orden debido.
Jubilate: cantad.
Lyra: tipo de cítara, llamada así de lyrin 157, es decir, de la variedad de cánti-
cos. De aquí que a los poetas se los denomine ‘líricos’, porque producen sonidos
diversos: «... no oí el sonido de tus cánticos» 158.
153. Forma que también aparece con las lecturas: ballemathia, balematia o balemacia.
154. Aunque la fuente directa o indirecta es, sin lugar a dudas, Isidoro, las variaciones intro-
ducidas hacen que resulte ininteligible un texto que bebe de un arquetipo ya difícil. En realidad,
Isidoro (Etymologiae, III, 22, 11) afirma: Dicta autem cymbala, quia cum ballematia simul per-
cutiuntur; cum enim Graeci dicunt suvn, balav ballemantia («se los llama címbalos porque se los
hace percutir al tiempo que se baila; pues cum se dice en griego syn y ‘baile’, balá»).
155. Propiamente, fidicen es ‘el que tañe la cítara’, pero en Isidoro (Etymologiae, III, 22, 4)
se lee: Veteres autem citharam fidiculam vel fidicem nominaverunt («los antiguos llamaron a la
cítara fidicula o fidicen»).
156. Cf. al respecto, infra n. 865.
157. Ya Isidoro (Etymologiae, III, 22, 8) hace derivar lyra del griego lurei`n. En todo caso, la
etimología de lyra sigue siendo hoy día desconocida, tratándose quizá de un préstamo.
158. En el texto: sonum cantionum tuarum non audixu, donde audixu ha de ser audivi.
Parece claro que Joannes Presbyter quiere recrear la sentencia que el profeta Amós pone en
Textos del siglo XIII 81
boca de Yahvé (V, 21, 23): Transfer me sonum cantionum tuarum, et psalmum organum tuorum
non audiam («Aleja de mí el ruido de tus cantos, que no escucharé el sonar de tus cítaras»). La
intención de Joannes Presbyter, en todo caso, se nos escapa: quizá, como en el pasaje bíblico,
pretende hacer una admonición contra las celebraciones musicales paganas o, quizá, introduce
el pasaje como ejemplo de una composición lírica.
159. Como se ha indicado en la n. 130, no es ésta una etimología griega ni latina, sino
egipcia.
160. Donde ‘verdadero canto’ es una variación de la definición de Agustín ‘mover bien’
(De musica, I, 2, 2). Veraciter ha de ser entendido en el mismo sentido que hemos indicado
para bene, esto es, ‘guardando las debidas leyes del número’ (cf. n. 77). En sus líneas maestras,
lo que sigue está extractado de Isidoro, Etymologiae, III, 18-22. Para la deuda de Isidoro con
Casiodoro en este pasaje y para la consideración de san Agustín de la música como scientia y
no ars, cf. nn. 31 y 394.
161. Sobre la falsa atribución de esta definición a Guido d’Arezzo, cf. n. 218.
162. Así en Isidoro, Etymologiae, III, 15, 1 (cf. p. 37 y n. 33 ad loc.). La división de la música
que el autor establece a continuación es igualmente deudora de Etymologiae, III, 19, pasaje que,
a su vez, muestra una clara dependencia de Casiodoro y Agustín (cf. n. 31).
82 Antología de textos
163. Tambur, mandore o pandurina. Ya Casiodoro (Institutiones, II, 5, 6), del que se hace
eco este pasaje casi con seguridad a través de Isidoro (Etymologiae, III, 21, 8), consideraba la
pandoria (sic) como instrumento de viento. Isidoro, de hecho, la asociaba a la flauta de Pan o
siringe. No obstante, tal como consta en Varrón (De lingua latina, VIII, 61, 5), la pandura (sic),
es, en realidad, un instrumento de cuerda de la familia de los laúdes.
164. Cornamusa o ‘gaita medieval’. Sobre este instrumento, cf. infra el texto de Ieronimus
de Moravia, Tractatus de musica (p. 101) y más concretamente la n. 253.
165. Isidoro, Etymologiae, III, 21, 2.
166. He reconstruido el texto, toda vez que es ininteligible (Genus musicae artis, est enim
lignum concavum ex parte utraque extensa). Como ya hemos señalado en la n. 163, Casiodoro e
Isidoro consideraban la pandoria como instrumento de viento frente a la clasificación de cuerda
que documenta Varrón. En la referencia que un poco más arriba Joannes Presbyter hacía a este
instrumento, resultaba atenerse a esta información. Ahora, sin embargo, el autor se refiere a un
Textos del siglo XIII 83
Plaudite : regocijaos.
Psalmista : que tañe la cítara.
Psaltera : cantora.
Psalterium : tipo de instrumento musical parecido a la lira y al que el pueblo
vulgarmente llama ‘cántico’; los hebreos lo utilizaron de diez cuerdas pues diez
era el número de las leyes del Decálogo 167.
Psaltes : citarista. El que tañe la cítara para elevación de su espíritu. El que
salmodia.
Sambuca : tipo de cítara rústica y, según los músicos, un tipo de sympho-
nia 168.
Sambucista : el que toca la cítara rústica.
Sambucus : danzante.
Scypha : caña.
Symphonia : tipo de instrumento. Consiste en un madero hueco extendido
de una y otra parte 169.
Systrum: tipo de instrumento musical. Se llama así por el nombre de su
inventora que, según se dice, fue Isis, reina de Egipto.
Tibia.
Tibiae : según se cree, inventadas en Frigia.
Tibicines : aves que cantan acordemente. También los que tocan la flauta.
Timpanistriae : jovencitos que tocan los tímpanos.
tipo de tambor, concretamente a un ‘pandero’, ya que Isidoro permite reconstruir y corregir con
ciertas garantías el difícil texto del pseudo-Presbyter. No es posible, sin embargo, que si se trata
de un pandero y no de un tambor, la piel esté tensada sobre las dos bases del bastidor. Eviden-
temente, el pseudo-Presbyter, teniendo alguna ligera idea sobre la naturaleza de percusión de la
pandyria y de su cercanía con el tambor de Isidoro (symphonia), con literalidad más pretendida
que efectiva aplicó a aquélla la definición isidoriana de ésta (Etymologiae, III, 22, 14). No advir-
tió, sin embargo, que el sintagma ex parte utraque, válido para la descripción de la symphonia,
no se acomodaba, en cambio, a la de la pandyria que, si bien compartía con la symphonia su
naturaleza de percusión, poseía una membrana únicamente en uno de sus extremos y, por ello,
le habría convenido el ex una parte que Isidoro había referido atinadamente al tympanum (Ety-
mologiae, III, 22, 10), y no el ex parte utraque que, también atinadamente, Isidoro refiere a la
definición de la symphonia (cf. infra n. 170).
167. Isidoro, Etymologiae, III, 22, 7.
168. La sambuca como un tipo de tambor (o symphonia) y no como un instrumento de
cuerda, aparece documentada en Isidoro, Etymologiae, III, 21, 7.
169. Así en el texto (est enim lignum concavum ex parte utraque extensum). El testimonio de
Isidoro (cf. n. 166) vuelve a permitir la reconstrucción: «Consiste en un madero hueco sobre
cuyos ambos extremos se aplica una membrana». Se trata, por tanto, de un ‘tambor’. No obs-
tante, Plinio (Naturalis historia, VIII, 157, 3) hace de la symphonia un instrumento de viento.
84 Antología de textos
170. El original es oscuro: dicitur quod medius sit, pero, de nuevo, queda aclarado su sentido
por el contexto que ofrece el pasaje de Isidoro (Etymologiae, III, 22, 10): Tympanum est pellis
vel corium ligno ex una parte extentum. Est enim pars media symphoniae in similitudinem cribri.
Tympanum autem dictum quod medium est, unde et margaritum medium tympanum dicitur; et
ipsud, ut symphonia, ad virgulam percutitur («El tímpano consiste en una piel o membrana de
cuero tensada sobre una sola cara de un cilindro de madera. Es la mitad de un tambor (sympho-
niae), que guarda semejanza con una criba. Se lo llama tímpano porque es medio tambor; por
ello, también a la mitad de una perla se la llama tympanum. Igual que el tambor (symphoniae),
el tímpano es percutido con un pequeño palillo»). En sus razones etimológicas, Isidoro sigue a
Plinio, quien en Naturalis historia (IX, 109, 8-9) afirmaba que las perlas que poseían un lado
plano y el otro redondo eran denominadas por esta razón tympania. No obstante, tuvmpanon
parece derivar de tuvptw (‘golpear’), aunque no sería imposible una relación con el arameo
tuppa, hebreo top (cf. al respecto, Chantraine 1968/1999: s.v. tuvmpanon). No hay, en todo caso,
ningún dato que indique relación etimológica alguna con medius. De hecho, en 1523 Pietro
Aaron cautamente prefiere pasar por alto la sugerencia etimológica de Isidoro y corregir a su
fuente: «Tympanum é detto da typto, cioé percuoto» (Toscanello de la musica, I, 5, 27).
171. Virgilio, Aeneis, VIII, 526: Tyrrhenusque tubae mugire per aethera clangor.
172. Cf. n. 65.
Textos del siglo XIII 85
Proemio
173. Para veraciter con el sentido de ‘guardando las debidas leyes del número’, cf. nn. 77 y
160.
174. Sobre esta definición y su atribución a Guido d’Arezzo, cf. infra n. 218.
Textos del siglo XIII
Boecio da fe de que, entre las siete artes liberales, la música obtiene el prin-
cipado 175, pues ella contiene tanto el concierto de los cuerpos celestes y la con-
junción de sus elementos, como la armónica unión de alma y cuerpo 176. Por
esta razón consideramos de utilidad entrar en consideraciones sobre qué es la
música, qué se enseña en ella, y con qué fin y de qué modo. La música es el arte
de contemplar las diversidades de las consonancias, aceptando aquella cuádru-
ple división de las notas: simples a simples, compuestas a compuestas, simples a
compuestas y compuestas a simples. Algunos, al contrario, sostuvieron que esta
división en cuatro miembros era superflua, y que bastaba con distinguir una
tripartita: unas notas son graves, otras agudas y otras superagudas 177, pues no
hay modo de sonido que no esté contenido en alguna de estas especies. Encon-
traban corroboración de la suficiencia de esta última clasificación en la división
de la ciencia musical que exponemos a continuación.
En efecto, hay una música instrumental, una mundana y una humana. La
Instrumental tiene como objeto discernir y conocer los cantos y se obtiene
tanto a partir de instrumentos artificiales como naturales. Instrumentos natu-
rales son la lengua, los dientes, el paladar y la tráquea, que dan forma a la voz
humana. Son artificiales aquéllos de los que se obtiene sonido de una forma que
presupone destreza, como por ejemplo la lira, el tímpano, la simphonia 178, etc.
La música Humana es la que subyace a la composición proporcionada de las
cosas: a la juntura de los elementos del cosmos, a la posición de los humores del
cuerpo humano y a la unión de alma y cuerpo. La Mundana es aquélla de cuya
existencia hay constancia en el efecto sinérgico de los elementos del mundo y
en el movimiento distinto de los cuerpos celestes superiores 179.
A su vez, la Instrumental se divide en mélica, métrica y rítmica. La Mélica
tiene como objeto, según dijimos, discernir y conocer los cantos. La Métrica es
la ciencia consagrada a estudiar las sílabas, para distinguir cuál es larga y cuál
breve. La Rítmica es la ciencia que busca la cadencia en el número de sílabas.
Los géneros de la música Instrumental son el diatónico, el cromático y el enar-
mónico. El Diatónico es el que se da en las consonancias que producen de for-
ma proporcional un sonido agudísimo; éste eleva a las cosas celestiales la mente
y carácter de los hombres. El Cromático es la consonancia que produce insolen-
cia y molicie en la carne, impulsando a nuestro espíritu a la lujuria y lascivia de
la carne. El Enarmónico se encuentra en el término medio de los dos anteriores,
es decir, no es ni grave ni agudo, sino moderado. De lo aquí expuesto, creo que
queda probado que es suficiente la triple división mencionada antes: las notas
son unas graves, otras agudas y otras superagudas. Las graves empiezan en A
(Gamma) y abarcan hasta G., que es diapasón; las agudas abarcan de G. inferior
hasta g. superior., que es de nuevo diapasón. Las superagudas abarcan desde la
g. última hasta el final del alfabeto musical, que es diapente 180. Y de esta triple
división de las notas se sigue la triple división del arte.
Cuando Boecio se disponía a escribir su tratado Fundamentos de la música
fue enviado al exilio por el rey Teodorico y por ello no pudo llevar a término
[–f.14r–]
En el preámbulo a esta ciencia, opino que hay que tratar qué es la música,
qué un músico y de dónde procede su denominación; cuál es su género, cuál
su materia, cuáles sus partes, cuáles sus especies, qué un instrumento, cuál su
utilidad, quién su ejecutante, cuál su función. Debemos saber que la música es
la ciencia liberal que dota de la facultad de cantar con maestría. Y se divide en
181. En el texto: apotoymoy. Para la derivación de ‘música’ a partir de mois, cf. n. 130.
182. Como consecuencia de un errado análisis componencial, el autor confunde el sufijo
griego ‑iko`~ con la palabra yuchv (‘aliento vital, alma, espíritu’). Cf. infra, n. 188.
90 Antología de textos
183. En el texto: Vt armonica est illa in numeris duplex uel dupliciter, et mensuris. una loca-
lis secundum proportionem sonorum et uocum. alia temporalis secundum proportionem longarum
breuiumque figurarum. Más clara es la lectura que del libro primero de Boecio ofrece el anóni-
mo autor en Quatuor principalia, I (British Library, Additional 4909) y que aparece infra, en la
p. 141. A su luz, hemos intentado clarificar la traducción del Anónimo.
184. El latín del original sigue dificultando la lectura, razón por la cual he intentado hacer
más accesible la traducción recurriendo al [Ps.] Beda, Musica quadrata seu mensurata, en Patro-
logia cursus completus, series latina, vol. 90 (ed. J. P. Migne), Paris, 1844-1904.
185. En el texto: ratione propensa, que ha sido corregido por ratione perpensa, tal como se
lee en la definición original de Boecio (De institutione musica, I, 34), del que el Anónimo bebe.
Sobre la deuda de Boecio con Agustín, cf. n. 31.
186. En el texto: quorum ac ratione infinita, frente a Boecio donde se lee: quorum ratione
instituta sunt.
187. El Anónimo repite los versos de Guido d’Arezzo, Regulae rhythmicae in antiphonarii
sui prologum prolatae (cf. p. 67), autor que, según hemos ya mencionado, recrea a Boecio, De
consolatione philosophiae, II, 131, Prosa V (Humanae quippe naturae ista condicio est ut tum tan-
Textos del siglo XIII 91
tum ceteris rebus cum se cognoscit excellat, eadem tamen infra bestias redigatur si se nosse desierit) y
De institutione musica, I, 34. Ahora bien, tal como se ha indicado en las nn. 103 y 117, la idea
está ya presente en Aristóteles, Metaphysica, I, 1, 981a28-981b6.
188. Efectivamente, el sufijo griego –ikov~, por su carácter clasificador, es de alta rentabilidad
en la formación del léxico de carácter científico.
189. En el texto: secundum modum et secundum non modum, donde modus no ha de referirse
ni a los modos antiguos ni a los tonos, sino, tal como recogemos en la traducción, a la música
mensural frente a la no mensural o plana o simple. El teórico de la notación mensurada, Franco
Teutonicus o de Colonia (Ars cantus mensurabilis, Oxford, Bodleian Library, Bodley 842 [S.C.
2575], f. 49v.) enfrenta la música mensural y la plana en los siguientes términos: Mensura est
habitudo quantitatiua longitudinem seu breuitatem cuiuslibet cantus mensurabilis manifestans.
Mensuralis dico; quia in plana musica non attenditur talis mensura («‘Medida’ es la relación
cuantitativa que manifiesta la longitud o brevedad de todo canto mensural. Y digo ‘mensural’,
porque la música plana no atiende a tal medida»).
190. En el texto: maneriei proprietas frente al inadmisible materiae proprietas que aparece en
el [Ps.] Beda (Musica quadrata seu mensurata, Patrologia cursus completus, series latina, vol. 90
[ed. J. P. Migne], Paris, 1844-1904). No obstante, es el propio [Ps.] Beda (col. 0934D) el que
no deja lugar a dudas sobre la interpretación que en el presente pasaje ha de tener maneries (‘me-
dida’), así como sobre la sinonimia de maneries y modus (Modus vero maneriesve, ut hic sumitur,
est quidquid per debitam mensuram temporaliter longarum breviumque figurarum et semibrevium
transcurrent). En este sentido, resulta todavía más explícito el Anónimo 4 (Manuscript London,
British Library, Royal 12 C. VI <59r>) al equiparar semánticamente modus, maneries y temporis
consideracio (‘consideración del tiempo’).
191. Cf. n. 189.
92 Antología de textos
por ‘ordenado’ 192, el número y medida de los lugares y tiempos de las notas, re-
presentados en las figuras; y por ‘según la medida’, entiéndase la cantidad de las
figuras largas y breves, resultante sea de la elevación, sea del descenso de la voz.
Sobre la música
División de la música
Cuestiones musicales
194. Aunque cita como fuente los Elencos de Aristóteles, el Anónimo repite literalmente la
traducción que del pasaje hace santo Tomás en la lección tercera del capítulo primero de Super
Epistolam B. Pauli ad Titum lectura.
195. Esto es, sus ‘accidentes transitorios’. Siguiendo la identificación que Aristóteles esta-
blece entre ‘hábito’ y ‘estado’, Tomás de Aquino (Sententia libri metaphysicae, 1, 1, 8) aclara
explícitamente que habitus es el ‘accidente permanente’ y passio el ‘accidente transitorio’ (esto
es, ‘rasgo, movimiento’): Videntur enim Pythagorici ponere numerum esse principium entium sicut
94 Antología de textos
numerum, et passiones numeri esse sicut passiones entium, et sicut habitus; ut per passiones intelliga-
mus accidentia cito transeuntia, per habitus accidentia permanentia.
196. Non simpliciter, es decir, ‘no de forma absoluta, sino relativa’ (secundum quid). Cf. al
respecto, santo Tomás, In libros posteriora, libro I, Lección 15, 5.
197. Analytica posteriora, I, 13.
198. En el texto: rectum et contrarium.
199. Para la comprensión de este pasaje y dada la confusión que el original latino presenta,
se hace necesario acudir al comentario de santo Tomás al Analytica posteriora de Aristóteles (In
libros posteriora, libro I, Lección 15, 5): «... un género relativo (secundum quid) se da cuando se
asume respecto del sujeto alguna diferencia extraña a la naturaleza de este género. Así ‘visual’ es
extraño al género de la línea y ‘sonido’ es extraño al género del número. Consiguientemente, el
número absoluto, que es el género sujeto de la Aritmética, y el número sonoro, que es el género
sujeto de la Música, no son un solo género absoluto. De igual manera, tampoco lo son la línea
absoluta, que es el objeto de la Geometría, y la línea visual, que es el objeto de la Perspectiva.
De donde se sigue que, cuando se aplican a la línea visual aquellos conceptos que son propios
de la línea absoluta, se produce, en cierto modo, un paso de un género a otro» (secundum quid
autem est unum genus, quando assumitur circa subiectum aliqua differentia extranea a natura illius
generis; sicut visuale est extraneum a genere lineae, et sonus est extraneus a genere numeri. numerus
ergo simpliciter, qui est genus subiectum arithmeticae, et numerus sonorum, qui est genus subiectum
musicae, non sunt unum genus simpliciter. similiter autem nec linea simpliciter, quam considerat
geometra, et linea visualis, quam considerat perspectivus. unde patet quod quando ea, quae sunt
lineae simpliciter, applicantur ad lineam visualem, fit quodammodo descensus in aliud genus).
200. Cf. Aristóteles, Posteriora, I, 10, 76b8-9.
Textos del siglo XIII 95
O, dicho con otras palabras, el número tiene doble naturaleza. Tiene una
naturaleza conforme a la cual hace abstracción de su carácter numeral y, como
tal, es de naturaleza aritmética; en ella se teoriza sobre el número en virtud de
sus distintas combinaciones en abstracto. Pero el número tiene otra naturaleza,
conforme a la cual hace abstracción de todo número en modo de sonoridad.
Queda así claro que no conviene subordinar una disciplina a otra 201.
3.- Por qué carecemos de una ciencia que trate de manera principal sobre la
música Humana.
A lo tercero hay que decir que en un sentido la música humana puede
ser considerada Instrumental: se produce por medio de un instrumento de la
naturaleza. Por tanto, en la «cuestión» 202 se suponía una falsedad. Con otras
palabras, aquí se trata de manera principal de la música Instrumental porque
principalmente se producen en ella las diversidades de sonidos y melodías; y
por ello aquí se trata de forma principal de ella. De donde, si alguna pasión se
muestra aquí de la música, puede mostrarse de forma más evidente con relación
a la música instrumental que a la humana.
4.- Aun poseyendo una música Mundana, como no tenemos una disciplina
que sobre ella teorice, nos parece que nos falta una de las ciencias de la música.
A lo cuarto hay que decir, como ya se mencionó en la división de la filosofía,
que no somos capaces de percibirla debido a la excesiva distancia que media
entre nosotros y los elementos del cielo superior, o debido a alguna causa que
no nos ha sido revelada.
5.- Mientras toda la Matemática trata de abstracciones, la Música versa
sobre el número concreto. Por lo cual parece que la Música no es ciencia ma-
temática.
207. En el texto: secundum vero modum. Respecto a modus con el significado de ‘medida’,
en el mismo sentido que maneries y temporis consideracio (‘consideración del tiempo’), cf. supra
nn. 189 y 190.
208. Boecio, De institutione musica, I, 2.
98 Antología de textos
209. Cf. n. 160.
210. Sobre la atribución de estas palabras a Guido d’Arezzo, cf. infra n. 218.
211. Sobre moys, cf. 130.
212. Cf. n. 188.
213. Esta etimología repite el error ya notado en n. 182.
214. Para lo que sigue, cf. Isidoro, Etymologiae, III, 15-16, y las notas a su traducción en
las pp. 37 y ss.
215. Así en el texto. Cf. n. 33.
Textos del siglo XIII 99
216. Esto es, A. B. C. D. E. F. G., para las notas graves, a. b. c. d. e. f. g, para las agudas y
aa. bb. cc. dd. ee., para las superagudas. Véase n. 180.
217. Deduco significa ‘sacar, conducir desde’.
218. Es decir, Guido d’Arezzo, en cuya obra, sin embargo, no se encuentra la definición que
sigue. No obstante, también Jacobus Leodiensis (Compendium de musica, II) la atribuye a Gui-
do, especificando que aparece en su Dialogus; y así es, pues tal se encuentra en el capítulo I del
Dialogus de musica. Ahora bien, es sabido que diversas fuentes han transmitido erróneamente el
Dialogus bajo el nombre de Guido (otras bajo el de Odo), tratándose en realidad de la hechura
de un autor anónimo, quizá de la zona del Po.
219. Esta parte de la definición remonta a Agustín, habiéndola reutilizado ya en plena Edad
Media Aurelianus Reomensis (cf. nn. 77 y 394). Sobre el sentido de ‘verdadero’, cf. n. 160.
100 Antología de textos
229. Sobre el carácter de scientia que Boecio, como ya antes Agustín, confiere a la música,
cf. n. 31�.
230. ������������������������
Johannes Affligemensis, De musica, II, 233 (Scriptores ecclesiastici de musica sacra potis-
simum, vol. 2 [ed. ����������������������������������������������
Martin Gerbert], Hildesheim: Olms, 1784/1963).
231. Contra lo que indica Ieronimus de Moravia, los versos que siguen no se encuentran
en el Micrologus de Guido d’Arezzo, sino en su Regulae rhythmicae in antiphonarii sui prologum
prolatae. Cf. p. 67.
232. Guido d’Arezzo recrea a Boecio, De consolatione philosophiae, II, 131, Prosa V (Hu-
manae quippe naturae ista condicio est ut tum tantum ceteris rebus cum se cognoscit excellat, eadem
tamen infra bestias redigatur si se nosse desierit) y De institutione musica, I, 34. Tal como se ha
indicado en la n. 103, la idea está ya presente en Aristóteles, Metaphysica, I, 1, 981a28-981b6:
(«Y esto porque los unos saben la causa y los otros no. Efectivamente, los hombres de expe-
riencia saben el hecho, pero no el porqué, mientras que los otros [sc. los de ciencia] conocen el
porqué, la causa. Por ello, en cada caso consideramos que los que dirigen la obra son más dignos
de estima, y saben más, y son más sabios que los obreros manuales: porque saben las causas de
lo que se está haciendo. [A los otros], por su parte, [los consideramos] como a algunos seres
inanimados que también hacen, pero hacen lo que hacen sin conocimiento como, por ejemplo,
quema el fuego, si bien los seres inanimados hacen cosas tales por cierta disposición natural,
mientras que los obreros manuales las hacen por hábito. Conque no se considera que aquéllos
son más sabios por su capacidad práctica, sino porque poseen la teoría y conocen las causas»
–traducción de T. Calvo Martínez, Aristóteles, Metafísica, Madrid, 1994–).
Textos del siglo XIII 103
Siendo nuestro deseo que los cantores conozcan lo que la música compone
y que tengan la oportunidad de acceder a la música siempre, gracias al arte,
por el camino recto, en honor de nuestro Señor Jesucristo y de su gloriosísi-
ma madre la Virgen María y de santo Domingo, con estudio diligente hemos
compilado el presente tratado a partir de las diversas enseñanzas de nuestros
predecesores, con la intención de que los hermanos de nuestra orden o de cual-
quier otra, cuando quieran juzgar respecto a la cualidad de un canto, si éste es
culto o vulgar, verdadero o falso, o corregir uno falso o componer uno nuevo,
puedan hacerlo a través de la sistematización aquí ofrecida, ya que es su deseo
ser músicos prácticos que siguen las reglas. Por tanto 234, no es poco el motivo
de alabanza de la música ni modesta su utilidad ni labor digna de desprecio el
dedicarse a la ciencia de la música que, además de otros beneficios que después
señalaremos, convierte al que la estudia en juez del canto bien compuesto, co-
rrector del erróneo e inventor del nuevo.
Pero hemos tenido en cuenta que los neófitos en esta ciencia encuentran
dificultades en las doctrinas que distintos autores han dejado consignadas por
escrito, debidas, en parte, a la proliferación de palabras griegas inútiles y de fi-
guras, en parte, al hecho de que los fundamentos teóricos esenciales no han sido
transmitidos de forma clara, sino oscura, abstrusa y difícil, y, en parte, a que la
repetición rutinaria de éstos generaba en el ánimo de los receptores fastidio y
confusión.
Confiando en la ayuda divina intentaremos evitar a los estudiantes éstos y
otros inconvenientes, para que puedan avanzar de forma rápida y clara en el
estudio de aquellas cuestiones musicales que pertenecen de manera específica al
oficio del canto. Por ello hemos hecho una compilación de éstas en un pequeño
233. Falta un verso en el que Guido, en tono admonitorio, anima a su lector al estudio de
las notas musicales: Septem istas disce notas septem characteribus («aprende estas siete notas con
sus siete notaciones»).
234. Ieronimus de Moravia introduce una cita, aunque no literal, de Johannes Affligemen-
sis, De musica, II (Scriptores ecclesiastici de musica sacra potissimum, vol. 2 [ed. Martin Gerbert],
Hildesheim: Olms, 1784/1963).
104 Antología de textos
y hasta tal punto le acompañan integridad y verdad que por ello aminora,
corrige o completa aquello en que según la sensación se yerra. Lo que el sen-
tido, en calidad de observador incompetente, percibe no con atención a la
totalidad sino de forma confusa y lejana a la verdad, quizá supone un error
menor cuando consideramos las cosas por separado. Ahora bien, considera-
das en conjunto, multiplican los efectos de este error y producen una gran
diferencia. En efecto, si el sentido decide que entre dos notas hay el intervalo
de un tono, y no es así, y de nuevo considera que una tercera nota dista de
una de ellas en un tono, cuando el intervalo íntegro y verdadero no es de un
tono; y el sentido estima que la distancia entre la tercera y una cuarta nota es
de un tono, y se vuelve a equivocar; y considera que hay un intervalo de un
semitono entre la cuarta y quinta nota, y no hace esta valoración ateniéndose
a la verdad y exactitud: quizá da la impresión de que, considerado cada inter-
valo por separado, el error ha sido pequeño. No obstante, la cantidad que el
sentido dejó en el tono primero y el error que arrastró en el segundo y tercer
tono y en el cuarto semitono, al someterlos a una consideración de conjunto,
tendrá como consecuencia que el primer sonido no tenga una consonancia
diapente respecto al quinto, cosa que tendría que suceder si el sentido hubiese
juzgado con precisión los tres tonos y el semitono. Pero, efectivamente, lo que
en cada tono por separado parecía una diferencia mínima, se manifiesta de
evidente relevancia en el conjunto de la consonancia. Y para demostrar que
el sentido percibe lo confuso y que en modo alguno alcanza la visión integral
de la razón, hagamos la siguiente comprobación: dado un segmento, ninguna
dificultad tendrá el sentido para encontrar otro mayor o menor; ahora bien,
si se establecen unas medidas para hallar otro mayor o menor en una longitud
concreta, esto no lo logrará hacer el juicio inmediato del sentido, pero sí el
entendimiento, diestro en razón.
»Así pues, cuando las operaciones alcanzan tal complejidad de cálculo 241, la
eficacia del sentido es nula. Su juicio rápido y superficial no explica la integri-
dad y perfección. Por eso no se puede encomendar un juicio al sentido del oído,
sino que hay que recurrir a la razón, que impondrá gobierno y moderación a
de las formas, es decir, la materia considerada como el soporte aparente de la forma, que es lo
pertinente para explicar ya desde Platón que el conocimiento no equivale a la sensación, pues
ésta atiende a lo particular que nunca puede ser objeto de la ciencia. Frente a ello tenemos el ca-
rácter de totalidad, unidad y perfección que sólo la razón puede captar. En este sentido, véanse
Aristóteles, De anima (III, 3, 427b7-11) y Physica (I, 5, 189a4-7).
241. Falta una parte importante del texto de Boecio, en el que el autor detallaba la compli-
cación creciente de las operaciones a las que estos dos segmentos habían de ser sometidos.
Textos del siglo XIII 107
los yerros del sentido y en la cual, como en un báculo, el sentido apoyará sus
errores y deficiencias.
»E igual que cada uno de los oficios tiene ciertos instrumentos propios con
los que, en parte, dar forma gruesa, como es el caso de la doladera de los tone-
leros, y, en parte, afinarla con carácter definitivo, como es el caso del compás,
así también la fuerza armónica tiene dos formas de juicio: una primera con la
que percibe los intervalos de los sonidos, y otra segunda con la que estima la
perfección de conjunto de dichos intervalos y su medida.
A este instrumento, gracias al que, recurriendo a la razón, se determinan los
intervalos de los sonidos, se lo denomina ‘regla armónica’ 242». Hasta aquí, las
palabras de Boecio.
Según Al-Farabi 243 la definición de la música es la siguiente: «... la música
es la que se encarga del conocimiento de las clases de la armonía y de lo que se
compone y de qué modos».
Según Ricardo 244, «... música es la concordia de muchos sonidos diferentes
reducidos a unidad armónica».
Según Isidoro, en el libro tercero de las Etimologías, «música es la destreza
en la modulación, y se compone de sonido y canto».
Según Hugo de Sancto Victore 245, «... música es la división de sonidos y la
variedad modulada de voces».
Según Guido 246, «... música es la ciencia de modular bien».
Según Johannes 247, «... música es la modulación consonante de sonidos».
248. Así en el texto. Se refiere a Johannes de Garlandia, también llamado Gallicus, tal como
el propio Ieronimus de Moravia lo denomina más abajo.
249. No se conserva el testimonio directo de la Musica plana de este teórico del siglo XIII.
El contenido de las enseñanzas del maestro ha sido recogido por fuentes diversas. Respecto al
pasaje concreto al que Ieronimus alude, disponemos de un Anónimo perteneciente a la tradi-
ción del de Garlandia (cf. Meyer, Chr., ed., Musica plana Johannis de Garlandia, Baden-Baden-
Bouxwiller, 1998, pp. 3-21).
250. Scientia est cognitio rei sicuti est. �����������������
Cf. Aristóteles, Metaphysica, VI, 1, 1025b1-5.
251. Cf. n. 160.
252. Sobre la atribución de esta definición, cf. n. 218.
Textos del siglo XIII 109
La palabra ‘música’ deriva de musa que, según dice Johannes 253, «es un ins-
trumento musical que suena de forma conveniente y placentera, y que supera
a todos los instrumentos musicales, y que en sí contiene la fuerza y el modo de
todos. Efectivamente, recibe el aliento humano como la flauta y, como la viela,
es tañido por la mano».
Según Isidoro, en el libro tercero de sus Etimologías 254, «es cosa manifiesta
que todo sonido que es materia de música tiene triple naturaleza. La primera
es la Armónica, que está formada por la modulación de la voz, la segunda es la
Orgánica, que se produce a partir del viento, y la tercera es la Rítmica, que con-
sigue la cadencia por medio de la pulsación de los dedos. En efecto, el sonido
puede ser emitido por la voz, como es el caso de la garganta, por el viento, como
en la trompeta y en la flauta, por el tañido, como en la cítara o en cualquier
instrumento que sea sonoro por percusión».
La musa, por tanto, contiene en sí la fuerza y el modo de todos. Recibe el
aliento humano, como la flauta, es tañida por la mano, como la viela, y, como
el órgano, debe su impulso a un fuelle. Por tanto, viene del griego y, ya que es
mesa 255, es decir ‘media’, recibe el nombre de musa, porque del mismo modo
que en el punto medio convergen los extremos, así en la musa confluyen diver-
sos y distintos instrumentos. La música no toma, entonces, su nombre de una
forma azarosa, sino de la parte que le es más esencial.
O bien, como dice Isidoro en el libro tercero de sus Etimologías, «la palabra
‘música’ deriva de ‘Musas’. A su vez, las Musas reciben su nombre de muson 256,
esto es, del verbo ‘buscar’, porque por medio de ellas, según creencia de los anti-
guos, se busca la facultad de la poesía y la modulación de la voz. Su sonido, por
253. Tal como afirma Ieronimus de Moravia, Johannes Affligemensis describe la musa, cor-
namusa o ‘gaita medieval’ en De musica cum tonario, III, 54 (Van Waesberghe, J. Smits, ed.,
Corpus scriptorum de musica, vol. 1, Roma: American Institute of Musicology, 1950). Con
posterioridad, el [Ps.] Tomás de Aquino vuelve a hacerse eco de tal definición en el proemio de
Ars musyce. En todo caso, la descripción de este instrumento remonta al autor griego Herodiano
(liber V).
254. Se refiere al ya muchas veces mencionado pasaje de Isidoro, Etymologiae, III, 19, 1,
que, a su vez, utiliza como fuente a Casiodoro y Agustín (cf. n. 31).
255. En el texto: quod est sertamesa, que tiene todos los visos de ser un ‘ghost-word’, que
acaso se pueda resolver con <dis>serta mesa. En cualquier caso, el autor, siguiendo a Johannes
Affligemensis en el pasaje citado en n. 253, establece la derivación etimológica de musa del
griego mevso~ (‘medio, que está en el medio’).
256. Cf. n. 33.
110 Antología de textos
ser objeto que se percibe por los sentidos, pasa de largo en dirección al tiempo
ido y queda impreso en la memoria. De ahí que la imaginación de los poetas
haya hecho que las Musas fuesen hijas de Júpiter y de la Memoria, pues, si los
hombres no los retienen en la memoria, los sonidos mueren, ya que no pueden
recibir fijación por escrito».
Otros autores la hacen derivar de moduficam 257, es decir de ‘modulación’.
Otros de moysicam o moys, es decir, de ‘agua’ 258, porque en tiempos antiquísi-
mos se produjo por primera vez música en instrumentos hidráulicos o de agua.
Ydraula es el sonido del órgano o cierto tipo de instrumento musical. Se dice
así del griego ydor, que significa ‘agua’, y aule, que significa ‘flauta’. Razón por
la que a los tubos de los órganos se los denomina ‘hidráulicos’.
O bien, ‘música’ deriva de moys, porque versa sobre sonidos y proporciones
de sonidos y, sin el beneficio del líquido elemento, no existe ninguna melodía
o deleite sonoro. Otros la hacen derivar de mundicam, es decir de ‘mundo’,
porque consideran que se llama así por el canto del cielo.
261. En el texto: vel ex quocunque tempore accidunt («o del tiempo en el que suceden»), que
hemos preferido corregir a partir del original de Al-Farabi: et ex quocunque corpore accidat.
262. En el texto: mundus que, lógicamente, ha sido leído modus.
263. En el texto: magis ultime, para cuyo sentido en Al-Farabi, véase la explicación de Iero-
nimus de Moravia en n. 112.
264. La referencia correcta es Boecio, De institutione musica, I, 2. Gran parte de las ideas
que Boecio plasma en este pasaje son eco de la reproducción que Cicerón hace en De re publica,
112 Antología de textos
VI, 18, 5 ss. de las concepciones platónicas, a su vez de inspiración pitagórica, sobre la armonía
de las órbitas celestes (Respublica, X, 14, 617b y Timaeus, 31c-37c y ss.).
265. Sigue un pasaje claramente inspirado en Boecio, De institutione musica, I, 2.
266. Saturno, Júpiter y Marte son los tres astros errantes situados por encima del Sol. Cf.
Plinio, Naturalis historia, II, 34-35.
267. Venus y Mercurio son los astros que giran debajo del Sol. Cf. Plinio, Naturalis historia,
II, 36-39.
Textos del siglo XIII 113
reconstruir el sentido correcto de un pasaje que evidentemente corrompe el original: «Hay una
música mundana, otra humana y otra instrumental. La Mundana se da una en los elementos,
otra en los planetas y otra en los tiempos. La de los elementos, una se da en el peso, otra en el
número y otra en la medida. La de los planetas, una se da en la posición, otra en el movimiento
y otra en la naturaleza».
273. Así en el texto: cogitationibus, que, por coherencia con lo que sigue, habrá que leer
in vegetationibus (cf. Excerptionum allegoricarum libri XXIV, I, 10), esto es, «en la facultad
vegetativa» gracias a la cual todo ser vivo está habilitado para las operaciones de alimentación,
crecimiento y reproducción.
274. Entiéndase «en las operaciones del alma».
275. Faltaría: alia in flatu, ut in tibiis et organis: «otra en el viento, como en las flautas y
órganos».
276. Cf. Isidoro, Etymologiae, III, 17, 1; véase también la n. 39. Como ya hemos indicado
en la n. 40, Isidoro plasma la teoría platónica de la música celeste (Respublica, X, 14, 617b y
Timaeus, 31c-37c y ss.).
277. Es evidente la base aristotélica (De caelo, II, 9) de todo este capítulo de Ieronimus de
Moravia. A pesar del mal estado del texto o de su ya original mala redacción, el autor resulta
guardar una fidelidad casi absoluta con el comentario de santo Tomás al De caelo aristotélico
–In libro de caelo et mundo, II, Lección 14–. A éste he acudido para enmendar las numerosas
lecturas erróneas de Ieronimus y las puntuaciones inadmisibles, así como para corregir las omi-
siones de períodos enteros o los cruces de cláusulas, en las numerosas ocasiones en que causaban
ininteligibilidad.
Textos del siglo XIII 115
278. He leído determinat veritatem, en vez de la lectura que el original propone: determinat
unitatem.
279. Aristóteles refuta la teoría platónica –de ascendencia pitagórica– sobre la música de las
esferas celestes. Sobre ésta, véanse Platón, Respublica, X, 14, 617b y Timaeus, 31c-37c y ss.
280. La corrupción del texto es obvia: non ita habet severitas.
116 Antología de textos
decir, según razones musicales, pero no según la verdad, pues no es posible que
el proceso sea tal. Porque si los cuerpos celestes produjesen tan gran sonido,
no sólo no es congruente que no se oiga nada de ellos –objección a la que los
propios pitagóricos trataron de buscar explicación–, sino que tampoco es co-
herente que los cuerpos terrestres no acusen ningún efecto de tal sonido, aun
en el caso de que no lo oigan. Pues tenemos experiencia de que sonidos muy
fuertes destruyen no sólo el oído de los animales sino también ciertos cuerpos
inanimados. El sonido del trueno, por ejemplo, destruye piedras e incluso otros
materiales muy resistentes, como hierro, edificios y otros semejantes. Ello no
quiere decir que estos cuerpos inanimados perciban el sonido en cuanto objeto
sensible al órgano auditivo, sino en tanto percusión intensa y movimiento del
aire que se produce de forma simultánea al sonido, tal como el filósofo deja
establecido en El alma.
Así pues, ya que los cuerpos celestes que se mueven son de tal magnitud,
es de esperar que su sonido, si existe, supere en exceso al sonido del trueno y
a cualquier otro sonido, dadas las proporciones de los cuerpos celestes. Parece,
pues, mucho más necesario que el sonido de los cuerpos celestes llegase hasta
aquí y que los efectos de su violencia sobre los cuerpos inferiores resultasen más
intolerables.
Hay otra razón más por la que es manifiesto que la solución de los pitagó-
ricos no es suficiente, ya que el hábito de oír sonidos fuertes no sólo disminuye
la capacidad de distinguir estos sonidos, sino también otros. Así, los herreros
que trabajan el bronce no pueden oír otros sonidos de menor intensidad. De
donde se colige que, si debido a la costumbre no somos capaces de percibir el
sonido de los cuerpos celestes, por igual razón no seremos capaces de percibir
otros sonidos.
Con todo, parece que, tal como sostiene Simplicio en su comentario 283, la
tesis pitagórica puede ser defendida, en contra de lo que Aristóteles arguye aquí.
Afirma que puede decirse que los sonidos de los cuerpos celestes no son destruc-
tivos, sino, más bien, conservadores y donadores de vida, de igual manera que
también el movimiento del cielo es como una suerte de vida para todas las cosas
que existen, tal como se afirma en el libro octavo de la Física.
De modo semejante, el que nosotros no oigamos los sonidos de los cuerpos
celestes no sucede por causa del hábito, como aquí se ha dicho, ya que los pro-
pios pitagóricos reconocen que en alguna ocasión percibió tal armonía Pitágoras,
283. Filósofo neoplatónico griego del siglo VI d. C. Escribió In Aristotelis de caelo commen-
taria.
118 Antología de textos
que estaba tan acostumbrado a oírla como el resto de los hombres. Y afirman que
esto podía acontecer porque no todos los objetos sensibles se adecuan a todos los
sentidos en implicación mutua: por ejemplo, los perros captan muchos olores
que, sin embargo, los hombres no pueden percibir. De manera semejante se pue-
de defender que aquellos sonidos no son perceptibles al oído humano, salvo que
se posea una capacidad de sentido elevada y exquisita, como la tuvo Pitágoras.
Aunque podría decirse que Pitágoras oyó este sonido por especies auditivas,
esto es, discerniendo las proporciones en que se fundamentaba su armonía.
Pero parece que estas razones no se atienen a la verdad. Primero, porque vemos
que, aunque los cuerpos celestes, y sobre todo el Sol, son causa de vida, su res-
plandor daña nuestra vista, pues excede su capacidad. Y por la misma razón,
el sonido que pudiera provenir del movimiento de estos cuerpos, a causa de su
propio exceso, dañaría nuestro oído. Segundo, porque, así como nuestro inte-
lecto es susceptible de percibir lo inteligible, nuestro sentido lo es de percibir
todo lo sensible, esto es, la potencia visiva es capaz de percibir todo lo visible y la
auditiva de percibir todo lo audible. De ahí que Aristóteles en el libro tercero de
El alma trate de la percepción de todas las cosas según el sentido y según la ra-
zón 284. Por ello, si hubiese algún órgano del oído que no fuese capaz de percibir
cualquier sonido, ha de suponerse que o bien equivocadamente se denomina a
uno sonido, o bien al otro sentido del oído 285. Ciertamente puede suceder que
un animal dado encuentre deleite en alguna especie de objeto sensible percibida
con un sentido, que a otro animal, sin embargo, no le causa placer. Por su olfa-
to, al hombre, por ejemplo, le agrada el olor de las rosas y de los lirios; no así a
otros animales, porque estos olores, por sí mismos, son convenientes a la natu-
raleza del hombre, pero no a la de otros seres vivos que no encuentran placer en
ellos, como tampoco en los colores, salvo que sean fuente de alimento.
288. Falta la segunda parte del argumento de santo Tomás: pari ratione in corporibus caeles-
tibus sunt accidentia perceptibilia sensu, es decir, «por la misma razón, en los cuerpos celestes hay
accidentes perceptibles al sentido».
289. Entiéndase Simplicio.
290. He respetado la omisión, por parte de Ieronimus de Moravia, de algunas líneas, así
como su alteración del orden de palabras y de la puntuación respecto al texto de santo Tomás,
ya que el sentido queda suficientemente claro.
Textos del siglo XIII 121
292. He acudido al texto de santo Tomás (quod nihil in his inferioribus esset similiter se
habens), ya que el texto que propone la edición de Ieronimus de Moravia resulta extremada-
mente confuso: quod nihil in his inferioribus esset super se habens. En el pasaje correspondiente
de Aristóteles (De caelo, II, 9, 291a25-26) se lee: «... porque si el movimiento de las estrellas no
reuniera estas condiciones, no existiría ninguna de las cosas que aquí existen, supuesto este lugar
con sus condiciones iguales».
293. Introduce el autor ahora una muy extensa cita de Boecio, De institutione musica, I, 1,
pasaje en el que, como ya hemos advertido, es manifiesto el reflejo de ideas platónicas (Respu-
blica, III, 12, 401d) y aristotélicas (Politica, VIII, 5, 1340a1-5).
Textos del siglo XIII 123
por los ojos sobre los objetos sensibles 294. Es ésta una cuestión que, sin embar-
go, al vulgo no interesa. Cuando alguien ve un triángulo o un cuadrado, con
facilidad reconoce lo que sus ojos ven. Pero para saber cuál sea la naturaleza del
cuadrado o del triángulo, precisará de la ayuda de un matemático. Lo mismo
puede decirse de los demás objetos sensibles y sentidos y, sobre todo, de la fa-
cultad del oído, que percibe los sonidos de tal manera que no sólo se forma un
juicio sobre ellos y reconoce las diferencias, sino que siente placer si las melodías
son armoniosas y desagrado si, inconexas e incoherentes, hieren su sentido. De
donde se deduce que, aunque hay cuatro disciplinas matemáticas, tres de ellas
trabajan en la investigación de la verdad 295.
»Pero la música no sólo se relaciona con la especulación, sino también con
la moralidad. En efecto, nada es tan propio del ser humano como relajarse con
las melodías dulces y angustiarse con las discordantes. Y esto no es aplicable
solamente a cada gusto o edad, sino que se extiende a todos los gustos, y niños
y jóvenes y ancianos, como en virtud de un afecto natural, sienten tal querencia
hacia la música que no ha existido edad que a ella haya podido sustraerse. De
aquí puede entenderse que no en vano Platón afirmó que el alma del mundo
encuentra cohesión en virtud de una armonía musical 296. En efecto, cuando
percibimos aquello que en los sonidos está regulado en la justa medida y ar-
monía por el solo hecho de que en nosotros está dispuesto con orden y en la
proporción conveniente y en ello encontramos deleite, reconocemos que no-
sotros mismos estamos estructurados sobre la base de la misma semejanza. La
semejanza es, en verdad, amiga, mientras que la desemejanza es odiosa y con-
traria 297. De ello deriva que la música produzca los más profundos cambios en
las costumbres.
»Ciertamente, un espíritu lascivo o encuentra deleite en los modos más
lascivos, o, en muchas ocasiones, al escucharlos se ablanda y apacigua 298. Y al
299. Platón (Leges, II, 660a y Respublica, III, 10, 398d-399c), desterrando de la República
las armonías lastimeras, muelles y banquetuales, aconseja dejar únicamente los modos dorio
y frigio. Igualmente Aristóteles (Politica, VIII, 7, 1342b13-14) muestra su preferencia por el
modo dorio, pues es el más grave y el que mejor expresa el carácter viril.
300. La conveniencia de la música para facilitar la aprehensión de las ciencias teoréticas ya
la defendía Platón, Respublica, VII, 12, 530d y 531c. Sobre la primacia de la educación musical
por su carácter moral, cf. Respublica, III, 12, 401d.
301. Sobre el impacto de los sonidos en los estados del alma, cf. Aristóteles, Politica,
1340a10-25.
302. Pueblo de orillas del Danubio, célebre por su espíritu belicoso y agresivo.
303. Ya Platón (Leges, VII, 816d-e) y Aristóteles (Politica, VII, 15, 1336b11-12) advertían
de la inconveniencia educativa de los espectáculos de yambos y de comedias.
Textos del siglo XIII 125
307. Gracias a esta cita que Boecio (al que Ieronimus de Moravia está siguiendo) hace en
De institutione musica, I, 1, conservamos este fragmento de la obra ciceroniana De consiliis suis,
Expositio consiliorum suorum (cf. Cic., philfrag., 10 t. 1).
308. Terpandro y Arión fueron poetas líricos lesbios del siglo VII, aunque quizá el último
sea una figura legendaria.
309. Cuenta la leyenda que los habitantes de Abdera, viendo con malos ojos la fortuna que
el filósofo había dilapidado en sus viajes de estudios, rogaron a Hipócrates que tuviese a bien
curar la locura de Demócrito.
Textos del siglo XIII 127
310. La cita completa de Estacio, Thebais, VI, 120-122 es: Cum signum luctus cornu grave
mugit adunco / tibia, cui teneros suetum producere manes / lege Phrygum maesta («Cuando la flauta
de curvo cuerno, que entre los frigios acompaña, según una triste costumbre, las almas de los
niños, profirió su sonido grave en señal de lamento»).
128 Antología de textos
consonancia simultánea (o sinfonía) diapente y diapasón, que se da en la serie triple (es decir, 2
y 6, donde 3 es la diferencia) y que mantiene una proporción sesquiáltera y doble (cf. Boecio,
De institutione arithmetica, II, 48, 8).
319. Tal como se relata en el ya citado I Sam., 16, 23. Kilwardby, obviamente, está parafra-
seando los contenidos de Isidoro, Etymologiae, III, 17, 1-3.
320. Véanse Platón, Phaedo, 86b-c y 93a-e y, especialmente, Timaeus, 47d. Cf. al respecto,
n. 93.
Textos del siglo XIII 131
324. Para la utilización que Gundissalinus hace de esta definición de Isidoro, cf. p. 74.
Textos del siglo XIV
Proemio
Todo arte o saber tiene una razón que supera en dignidad a la práctica que
lleva a cabo la mano y la obra del ejecutante. Con mucho, mayor empresa es
conocer lo que uno hace, que saber lo que se aprende de otro 325. Así pues, el
oficio corporal 326, en calidad de sirviente, obedece, mientras que la razón, como
señora, ordena. Aunque son muchos los que con sus dedos producen música
o extraen sonido, pero en manera alguna entienden de su fuerza y naturaleza.
De aquí sucede que estos ejecutantes manuales no reciben su nombre de la
disciplina musical, sino de los instrumentos que ejecutan. El músico, al revés,
no recibe su nombre de instrumento alguno, sino de la propia música. No se lo
denomina ‘músico’ porque opere solamente con su voz o sus manos, sino por-
que puede teorizar de forma sistemática sobre la música y desentrañar su pleno
sentido con argumentos racionales.
Es, por tanto, músico el que, siendo la razón su guía, ha adquirido la cien-
cia de la música no por la servidumbre de la ejecución sino por el señorío de la
325. Así en el texto: Multo enim maius est scire quid quis faciat, quam scire quid ab alio discit,
variante de la diferenciación aristotélica entre tevcnh (arte) y ejpisthvmh (ciencia), de la que ya
Boecio, autor al que el Anónimo sigue en este párrafo y en el siguiente, se había hecho eco en
De institutione musica, I, 34. Cf. nn. 103 y 117. Véase también Platón, Phaedo, 80a.
326. Es decir, la ejecución manual.
134 Antología de textos
327. Cf. Boecio (De institutione musica, I, 34). Para la deuda de éste con Agustín (De musi-
ca, I, I, 2) al conferir a la música el carácter de scientia, y no ars, cf. n. 31.
328. Isidoro, Etymologiae, III, 15, 1.
329. Para la derivación de ‘música’ a partir de moys, cf. n. 130.
330. Cf. n. 188.
331. Cf. la definición y etimología de Isidoro en p. 37 y n. 33 ad loc. Aunque en el texto no
aparece, he puesto a continuación un punto y he referido el quaeritur (‘se busca’) a la oración
anterior, tal como aparece en el original de Isidoro.
Textos del siglo XIV 135
[ff. 52r-v]
Las siete órbitas de los siete planetas giran con dulcísima armonía, y el su-
tilísimo concento que deriva de sus circunvoluciones produce y origina siete
tonos 332. Este sonido no llega a nuestros oídos porque se produce más allá del
éter y su magnitud excede la capacidad de nuestro sentido auditivo. Aunque
no percibimos su sonido, tomamos las medidas que se establecen en la música
celeste como modelo de la nuestra. Si en la Tierra se encuentra Gamma, en la
Luna A, en Mercurio B, en Venus C, en el Sol D, en Marte E, en Júpiter F, en
Saturno G, a no dudarlo se deduce la medida de la música. De la Tierra hasta
el firmamento se encuentran siete tonos. De la Tierra a la Luna hay un tono, de
la Luna a Mercurio un semitono, de Mercurio a Venus un semitono, de Venus
al Sol tres semitonos, del Sol a Marte un tono, de Marte a Júpiter un semitono,
de Júpiter a Saturno un semitono y de Saturno al firmamento tres semitonos,
de cuya suma resultan siete tonos.
Un tono equivale a 15.624 millas y un semitono a 7.812 millas y media.
De aquí que los filósofos figurasen la existencia de nueve Musas, porque encon-
traron que de la Tierra al Cielo había nueve consonancias que coinciden con
las que de forma natural se encuentran en el hombre. Pues, de la misma forma
que el mundo tiene siete tonos y nuestra música siete notas, la complexión de
nuestro ser también es resultado de siete tonos 333, ya que se unen los cuatro ele-
mentos del cuerpo y las tres potencias del alma, que la naturaleza armoniza con
los criterios del arte musical. De aquí que al hombre se lo denomine ‘microcos-
mos’, esto es, «mundo menor», porque reproduce el mismo número de conso-
nancias que existen en la música celeste 334. De la Tierra a la Luna hay 126.000
332. El Anónimo presenta muchas coincidencias con Imago mundi de Honorius Augusto-
dunensis (ed. Valerie I. J. Flint, vol. 1, Paris, 1983), edición en la que me basé para emendar el
texto en aquellas ocasiones que los errores de la edición del Anónimo restaban excesiva inteli-
gibilidad.
333. En el texto: musis, que ha sido leído modis, aunque cabría también musi<ci>s.
334. Respecto a la consideración del hombre como ‘microcosmos’, cf. n. 90, y respecto a la
proporción musical que lo rige, véase la concepción platónica en n. 93 e Isidoro, Etymologiae,
III, 23, 2.
136 Antología de textos
estadios, que hacen 15.630 millas. De la Luna a Mercurio hay 7.812 millas y
media. De Mercurio a Venus otro tanto. De Venus al Sol, 23.436 millas. Del
Sol a Marte, 15.625 millas. De Marte a Júpiter, 7.822 millas. De Júpiter a Sa-
turno, otras tantas. De Saturno al firmamento, 23.436 millas. Por tanto, de la
Tierra al Cielo hay 109.315 millas. A través de las órbitas de los planetas hemos
sobrepasado el Sol; pasemos ahora a otras cosas.
El maestro historiador afirma que Tubal, padre de los que tocan la cítara y el
órgano, no fue el inventor de los instrumentos, que son de aparición muy pos-
terior, sino el de la música 336, esto es, de las consonancias, con el objeto de dotar
de algún solaz a su labor de pastoreo. Y, así, encontrando muy grato el sonido
que su hermano 337, artífice del hierro, producía con los martillos, comenzó a
pensar en las proporciones de sus pesos y en las consonancias que producían.
Y como había oído que Adán había profetizado dos formas distintas para el día
del juicio final, para que no pereciese su hallazgo, lo dejó consignado por escrito
en dos columnas, una de mármol y otra de adobe, a fin de que la primera, en
Ventajas de la música
Según las Etimologías de Isidoro, las partes de la música son tres: armóni-
ca, rítmica y métrica 339. La Armónica es la que, entre los sonidos, distingue el
acento agudo del grave. La Rítmica es la que requiere el concurso de palabras y
dictamina si el sonido se adecua bien o mal a ellas. La Métrica es la que estable-
ce la medida de los diversos metros de acuerdo con un patrón conveniente, por
ejemplo heroico, elegíaco, sáfico, etc., como más abajo mostraremos.
Todo sonido que es materia de música resulta tener, según las Etimologías de
Isidoro 340, una triple naturaleza. La primera es la Armónica, que es la que está
formada por la modulación de la voz; la segunda es la Orgánica, que se produce
a partir de un soplo, y la tercera es la Rítmica, que recibe su cadencia por la
pulsación de los dedos. En efecto, el sonido puede ser emitido por la voz, como
en el caso de la garganta, por el viento, como en la trompeta y en la flauta, y
por el tañido, como en la cítara o en cualquier instrumento que sea sonoro por
percusión.
Música es la disciplina que versa sobre los números que son relativos a los
que se encuentran en los sonidos. O bien, música es la destreza en la modula-
ción, y se compone de sonido y canto 341. La música tiene tres partes 342: armó-
nica, rítmica y métrica. La Armónica es la que, entre los sonidos, distingue el
acento agudo del grave. La Rítmica es la que requiere el concurso de palabras 343
y dictamina si el sonido se adecua bien o mal a ellas. La Métrica es la que esta-
blece la medida de los diversos metros de acuerdo con un patrón conveniente,
por ejemplo heroico, yámbico y elegíaco. Todo sonido que es sustancia de las
melodías tiene una triple naturaleza. La primera es la Armónica, que está for-
mada por la modulación de la voz, la segunda es la Orgánica, que se produce a
partir del viento, y la tercera es la Rítmica, que consigue la cadencia por medio
de la pulsación de los dedos. En efecto, el sonido puede ser emitido por la voz,
como en el caso de la garganta, por el viento, como en la trompeta y en la flauta,
o por el tañido, como en la cítara o en cualquier instrumento que sea sonoro
por percusión.
La música recibe su nombre de moys, que significa ‘agua’ 344, en razón de
que el sonido musical se produce fundamentalmente a partir del agua y del
aire, como es manifiesto en el caso de los órganos hidráulicos. Grande es la
importancia del agua en el sonido musical. Según el mito, las nueve Musas
fueron hijas de Júpiter y Juno. Ellas descubrieron la música a partir del agua. Y,
realmente, nueve son también los órganos de la voz humana, pues se produce
con la lengua, que actúa de plectro, con los cuatro dientes, que dan impulso,
con los dos labios que, actuando como címbalo, permiten la repercusión, con
la garganta, que hace de caja de resonancia, y con los pulmones que, a modo de
fuelle, cogen y expelen aire. De aquí que Aristóteles en el libro séptimo de El
alma 345 afirme que es imposible producir voz con la mera aspiración e inspira-
ción. Se dice que la emisión de voz no se produce en el acto de inspiración o en
el de aspiración de aire, cosa que queda en evidencia mediante la observación
del orden del proceso 346, porque, al producir voz, el aire es retenido, y choca y
adquiere una forma gracias a los órganos vocales.
Sonoridad e insonoridad tienen una doble naturaleza dependiendo de si se
considera el sonido articulado o se considera el sonido en sí mismo y, a su vez,
éste se define por el modo de articulación y por el punto de articulación. Es
evidente que el modo de articulación condiciona la sonoridad o insonoridad
de un sonido, como queda claro del hecho de que el mayor grado de apertura
produce más intensidad de sonido, mientras que el menor grado de apertura es
causa de menor intensidad de sonido. Por tanto, sonoridad e insonoridad son
proporcionales al mayor o menor grado de apertura. Pero también influye el
lugar de articulación, tal como muestra Aristóteles, que afirma en el El alma 347
que tres son los factores que concurren en la sonoridad del sonido: sequedad,
concavidad y lisura. Sequedad, porque favorece la nitidez del sonido, ya que su
contrario, la humedad, lo oscurece; concavidad, porque en un lugar cóncavo la
voz se comporta como el aire, esto es, repercute y, a partir de un solo golpe, pro-
duce reiterados golpes y hace que el sonido se multiplique; y la lisura, para que
la percusión del aire mantenga su cohesión. De este modo, no hay impedimen-
to para que resulte un buen sonido. En consecuencia, la falta de estos tres fac-
tores o de alguno de ellos repercute negativamente en la calidad del sonido. Si,
al contrario, concurren los tres, se dan las circunstancias idóneas para un buen
sonido y, consiguientemente, para la sonoridad o insonoridad. Todo ello puede
ser sometido a demostración: si ciertos sonidos son articulados en la boca, que
es un lugar cóncavo, y por choque de la lengua con el paladar superior, que es
345. II, 8, 421a1-5.
346. El autor obvia la segunda demostración aristotélica de la que santo Tomás (In libros de
anima, II, lecc. 18), sin embargo, sí da cuenta: et dicit, quod signum huius est duplex. En el pasaje
aristotélico que ocupa al Anónimo, Aristóteles aduce dos pruebas que demuestran que la voz es,
efectivamente, el golpe de aire inspirado: la primera (que también el Anónimo recoge) es que
un animal no puede formar voz al inspirar o expirar, sino al retener el aire, pues, en este acto de
retención, el aire percute contra los órganos de la voz y produce movimiento. La segunda (que
el Anónimo omite) es que los peces no tienen voz porque no tienen órganos vocales y no los
poseen porque no respiran.
347. II, 8, 419b15-20.
140 Antología de textos
un lugar seco, el sonido resultante será más nítido, como sucede en el caso de la
‘t’ y la ‘d’. Si, por el contrario, el sonido es articulado por el choque de la lengua
con el paladar inferior, que es un lugar más húmedo, el sonido será más oscuro,
como sucede en la articulación del sonido ‘o’. De donde se sigue que ‘t’ y ‘d’ son
sonidos más claros que ‘o’ y que, por tanto, la sonoridad e insonoridad de una
letra aislada se define a partir del modo y punto de articulación.
Otra cuestión es la sonoridad e insonoridad de una letra 348 opuesta a otra
que se define por la proporción y desproporción del sonido. Es cosa evidente
que las vocales se articulan mediante apertura y las consonantes mediante cierre
porque, si se articulan dos vocales, se produce la apertura máxima y una menor
sonoridad o proporción, y así se dará lugar a la desproporción. Pero, como una
consonante se articula mediante el cierre, y el cierre producido en compañía de
la apertura contrarresta la apertura, por ello, la articulación de vocales con una
consonante da lugar a la sonoridad y proporción en el sonido. En efecto, algu-
nos sonidos son articulados en el pecho y en la garganta, algunos en el ápice de
la lengua, casi entre los labios, algunos por el choque de la lengua con el paladar
superior, algunos con el paladar inferior.
Los sonidos y sílabas tienen tres dimensiones: según la altura, que es el
acento, según la longitud, que es la cantidad, y según la anchura, que es la aspi-
ración. La cerrazón se produce debido al descenso de los órganos naturales que,
por naturaleza, son pesados. La apertura, al revés, se produce por la elevación
de los órganos que no se elevan a no ser que se ejerza sobre ellos una fuerza, ya
que, por naturaleza, son pesados.
Y es así que sin música ninguna disciplina es perfecta, pues nada existe sin
ella 349; en efecto, se dice que el propio mundo fue compuesto en virtud de
cierta armonía de sonidos y que el cielo mismo revoluciona sometido a una
modulación armónica.
La música mueve los sentimientos, causa en el alma diferentes sensaciones.
También en los combates el clangor de la trompeta excita a los que luchan, y
cuanto más vehemente es su sonido tanto más ardiente es el espíritu de com-
bate. El canto anima a los remeros a soportar el esfuerzo. La música dulcifica
el ánimo y la modulación de la voz consuela de la penalidad de cada uno de
los trabajos. También la música relaja los espíritus atormentados, como se lee
con relación a David que, gracias a su arte del canto, expulsó el espíritu malo
de Saúl 350. Las propias bestias, así como serpientes, aves y delfines, se sienten
impulsadas a escuchar su modulación. E incluso cuanto hablamos, o las íntimas
pulsaciones de nuestras venas, en virtud de sus ritmos musicales, guardan rela-
ción con los poderes de la armonía. Y es tal el poder del arte musical que hace
que los alegres se alegren más y los que sufren lo hagan con mayor intensidad,
como es patente para el que observe con cierta sutileza.
Los filósofos afirmaron que hay siete cielos o planetas, cuyas órbitas es-
tán relacionadas y que, armonizados o enlazados, revolucionan en movimiento
opuesto al del cielo. Se llaman planetas, es decir, ‘errantes’, porque discurren
por el éter con movimiento variable y, porque son errantes, se los denomina
‘retrógrados’.
Se llama Zodíaco al círculo de doce signos dividido transversalmente en
partes iguales. Por ellas se desplazan los siete planetas. El Sol se desplaza en el
intervalo de dos grados, la Luna se desplaza por toda la latitud del Zodíaco,
Venus sobrepasándolo en dos grados, Mercurio recorre ocho grados, dos por el
centro, cuatro por la parte superior y dos por la inferior. Marte a cuatro grados
del centro. Júpiter por el centro, a dos grados sobre él. Saturno a dos grados,
como el Sol 351. Estas órbitas revolucionan con armonía dulcísima y, en su giro,
producen un suavísimo concento. No obstante, su sonido no llega a nuestros
oídos, porque se produce más allá del éter y su magnitud excede la capacidad
de nuestro sentido auditivo. Efectivamente, no somos capaces de percibir más
sonidos que los que se producen en el éter. De donde, según testimonio de los
filósofos, Platón afirma en el Fedón 352 que el choque de cielo contra cielo, la co-
lisión y el movimiento de los cielos producen un dulcísimo sonido. Y Alcabicio
da testimonio en su tratado sobre los planetas 353 de que no oímos esta armonía
del cielo porque estamos habituados a ella, de la misma forma que el molinero
ya no percibe el ruido de su molino.
Para tener cierta noción sobre la música, primero ha de verse qué es la mú-
sica y de dónde procede su nombre. Segundo, cuáles son sus partes y cuántas
sus divisiones. Tercero, qué es un músico y cuál es la formación de músicos y
cantores. Cuarto, cuál es su género. Quinto, cuál es su materia. Sexto, qué es
un instrumento. Séptimo, quién es su ejecutante. Octavo, cuál es su utilidad.
Noveno, cuál es su virtud.
Y de lo que es objeto de atención en esta primera parte, hay que saber pri-
mero que la música es una ciencia liberal que confiere la facultad de cantar. Se
denomina ‘música’ por derivación de ‘Musa’ 354 que, según el mito, era hija de
Júpiter. O por derivación del griego moys, que significa en latín ‘agua’ 355; esto es,
«ciencia descubierta junto al agua», porque sin la ayuda del agua no es posible
ni melodía ni deleite alguno del sonido. Otras veces, esta Musa recibe el nom-
bre de Melodía u, otras, de Sabiduría. Incluso se afirma que la palabra ‘Musas’
deriva de muso 356, es decir, del verbo ‘buscar’, porque por medio de ellas, según
creencia de los antiguos, se buscaba la facultad de la poesía y la modulación de
la voz.
Afirma Boecio en el libro primero de sus Fundamentos de la música que la
música se divide en tres partes: mundana, humana e instrumental. Mundana
es la que produce el efecto sinérgico de los elementos, de las estaciones y de los
357. En el texto: cordis que, de acuerdo con Boecio (De institutione musica, I, 2), habrá que
leer corporis.
358. Cf. n. 160.
359. Sobre la atribución de esta definición a Guido d’Arezzo, cf. n. 218.
360. Cf. supra (p. 62) la traducción de Al-Farabi, De ortu scientiarum. Respecto a este tra-
tado, véase también la n. 139.
361. Aunque de forma muy extractada, el Anónimo sigue ahora a Al-Farabi, De scientiis
(cf. supra, p. 63).
144 Antología de textos
362. Aunque no con estricta literalidad, el autor cita a Boecio, De institutione musica, I, 34.
363. Cf. n. 327.
364. El Anónimo intercala versos de Guido d’Arezzo, Regulae rhythmicae in antiphonarii sui
prologum prolatae (cf. p. 67), autor que, según hemos ya mencionado, recrea a Boecio (De con-
solatione philosophiae, II, 131, Prosa V y De institutione musica, I, 34). Sobre la base aristotélica
de este axioma, cf. nn. 103 y 117.
365. Esto es, «el sonido y la voz sometidas a medida». Véase al respecto la p. 91, más con-
cretamente las nn. 189 y 190.
366. La referencia correcta es De institutione musica, V, 4.
367. Para lo que sigue, cf. De institutione musica, V, 5 y 7. Sobre los sonidos no unísonos,
cf. infra, n. 397.
368. La referencia correcta es De institutione musica, I, 8.
Textos del siglo XIV 145
369. Cf. n. 315.
370. Respectivamente, synechê y diastematikê, según la terminología de Boecio (De institu-
tione musica, I, 12).
371. En el texto: iterum, que ha de ser terminum.
372. De institutione musica, I, 13.
373. En el texto: cistolla.
374. Así en el texto. Compárese con la fuente, Al-Farabi, De scientiis (cf. p. 63): Et opifex
quidem musice actiua, non format neumas, et armonias, et omnia accidentia eorum, nisi secundum
146 Antología de textos
melodías, sometiéndose a los dictados del arte, puedan mover los sentimientos
humanos. La función de este arte es, desde la perspectiva de la música práctica,
componer armonías de acuerdo con el arte y, desde la perspectiva de la música
teórica, es, en resumen, el conocimiento de las especies de las melodías, de qué
se componen y de qué modo. Estos aspectos referidos a la música plana y a la
mensural los trataremos en las páginas que siguen.
La utilidad de esta ciencia es grande, admirable y muy edificante, de lo cual
da fe Boecio, ya que, entre las siete artes liberales, le asigna el primer lugar 375,
pues sin ella nada hay. Se dice que el mundo está constituido en virtud de cierta
armonía de sonidos y el propio cielo revoluciona sometido a una modulación
armónica. Los astrólogos afirman que nueve son los sonidos que causan la ar-
monía celeste. Los siete primeros son los de los planetas, el octavo es el del
firmamento y el noveno, según algunos defienden, es el resultante de la adición
de los otros ocho sonidos. En efecto, éstos afirman que la Tierra, ya que no se
mueve, no contribuye con su sonido a la armonía celeste. Pero, según opinión
de otros, aunque por sí misma no se mueva, a pesar de ello, es movida por la
órbita de las otras esferas que la rodean y, por esta causa, emite un sonido ronco,
aunque difícilmente podría incluirse a éste en el cómputo de los sonidos.
Es cosa comprobada que, entre todas las ciencias, la música es la más ge-
nerosa, la más próvida 376, la más grata, alegre y amable, pues torna al hombre
generoso, próvido, grato, alegre y amable. Mueve los sentimientos 377, causa en
el alma diferentes sensaciones, como queda claro en el hecho de que el sonido
de la trompeta hace que sea más pronto el ánimo para la lucha. También anima
[–25–] quod sunt in instrumentis quorum acceptio consueta est in eis («El ejecutante de la música
Activa no forma neumas ni armonías ni todas sus variaciones si no es en cuanto que están en
los instrumentos que tiene el hábito de ejecutar»).
375. Como hemos señalado en la n. 175, tal consideración no se encuentra explícitamente
en Boecio sino en Epytoma Johannis de Muris in musicam Boecii (Frankfurt am Main: s.n.,
1508).
376. En el texto: curialior, cuyo significado aclara Isidoro cuando explica la voz Decuriones
en Etymologiae, X, 4: Et dicti Curiales quia civilia munera procurant («Se denominan Curiales
porque procuran bienes civiles»). Obsérvese la semejanza del texto del Anónimo con la lectura
que de Isidoro (Etymologiae, III, 17, 1-3) ofrece el [Ps.] Beda (ss. VII-VIII) en Musica quadrata
seu mensurata (col. 0922B, Patrologia cursus completus, series latina, vol. 190 [ed. ��������������
J. P. Migne],
Paris, 1844-1904): Inter omnes enim scientias ipsa laudabilior, curialior, jucundior, laetior, am-
abilior esse probatur; nam reddit hominem liberalem, jucundum, curialem, laetum, amabilem;
movet enim affectus hominum, provocat in diversum habitum, sicut in proeliis. ������������������
Sobre la utilidad
de la música en los términos en que aquí se describe, cf. infra n. 417.
377. En sustancia, aunque no literalmente, el pasaje que sigue remeda a Isidoro, Etymolo-
giae, III, 17, 1-3 y a la fuente de éste (Casiodoro, Institutiones, II, 5).
Textos del siglo XIV 147
378. Cf. n. 67.
379. Cf. n. 37.
380. Para la teorización sobre los tres principios de materia, forma y privación, cf. Aristóte-
les, Physica, I, 7, 190b y 192a25.
148 Antología de textos
Según Boecio en el libro primero, capítulo segundo, hay tres tipos de músi-
ca: humana, mundana y orgánica. La música Mundana consiste y se considera
su existencia en las proporciones de los movimientos y magnitudes de los cuer-
pos celestes, y de las distancias de sus posiciones y movimientos. Este tipo de
armonía musical es objeto de mucha controversia y estudio. La tratan Platón
en el Timeo y distintos seguidores, partidarios y comentaristas de Platón, como
por ejemplo Calcidio en su comentario sobre el Timeo y Macrobio en el suyo
sobre el Sueño de Escipión y Remigio en el de Marciano Capela. Y, aunque Aris-
tóteles en el libro segundo de su tratado El cielo y el mundo refuta con razones
contundentes que los cuerpos celestes emitan sonido 381, sin embargo, no niega
las proporciones de sus movimientos y tamaños, y de las distancias y espacios
que median entre ellos.
La música Humana consiste y se considera en las proporciones que mantie-
nen entre sí las cualidades contrarias, diversas y desemejantes de las partes del
cuerpo humano; y, también, de la proporción de la unión de alma y cuerpo.
De este tipo de armonía trata Aristóteles en el libro primero de El alma y en Los
animales; y sobre ella han teorizado de muchas maneras Galeno y Avicena en
sus tratados sobre medicina, Algazel en sus exposiciones sobre la naturaleza y
Constábulo en su libro El espíritu y el alma.
La tercera es la música Orgánica o Instrumental, que consiste y se considera
en las proporciones de las voces humanas y en los sonidos de otros instrumen-
tos musicales, en virtud de las diferencias de gravedad y agudeza de estas voces
381. Véanse supra en las pp. 113 ss. las refutaciones aristotélicas expuestas por Ieronimus de
Moravia en el capítulo VII del Tractatus de musica.
Textos del siglo XIV 149
Tal como afirma Boecio en el capítulo trigésimo tercero del libro prime-
ro, hay tres modos de enseñar y aprender la música orgánica sea de las voces
humanas, sea de los sonidos instrumentales: métrico, melódico y armóni-
co. Métrico es el modo de los histriones, que en nuestro tiempo reciben el
nombre de cantores, y a los que los antiguos denominaban poetas. Ellos,
apelando únicamente al uso, recrean y componen cantos rítmicos y métricos
con la intención de reprender o rectificar caracteres, o de mover los ánimos y
afectos bien hacia el goce bien hacia la tristeza. El modo melódico es propio
de los ejecutantes de cuerda o viento que, también con el único concurso del
uso, interpretan y componen melodías tonales con sus liras, fístulas u otros
instrumentos, aproximándose al arte tanto como le permiten su talento na-
tural y el uso. Pues, tal como sostiene Aristóteles 382 en el libro segundo de
su Elementos, muchos hacen sin oficio 383 aquello que es propio de un oficio,
y así también al contrario, muchos no son capaces de hacer por costumbre
aquello que saben por oficio. No obstante, el armónico, esto es, el modo
sometido a proporción, es el que investiga, enseña y teoriza sobre el arte a
382. Entiéndase [Ps.] Aristóteles porque el tratado que a continuación se cita, De elementa o
De proprietatibus elementorum, fue escrito en España, quizá en el siglo X. Con todo, Aristóteles,
sobre todo en Rhetorica, I, 1, 1354a9ss., había dejado bien establecida la diferencia entre suvn-
hqh~ y tevcnh, conceptos que los escolásticos tradujeron respectivamente por usus (‘costumbre
o hábito’) y ars (‘oficio’).
383. En el texto: sine arte.
150 Antología de textos
partir de los principios propios de éste, y con los criterios del arte juzga y
dictamina sobre el uso.
Para evitar caer en terminologías equívocas y que inducen a error, ha de
advertirse que, aunque con frecuencia utilizamos ‘órgano’ e ‘instrumento’ como
sinónimos, en sentido propio, se denomina ‘órgano’ al instrumento que se pone
en movimiento para emitir voz o cantar, y que es ejecutado por la naturaleza;
tales son los órganos de la producción y emisión de la voz humana, como cora-
zón 384, pulmón, labios, lengua, dientes y garganta. Por el contrario, en sentido
propio, se denomina ‘instrumento’ al que se pone en movimiento para producir
sonido y que es ejecutado por el arte y el uso, como la lira, flauta, salterio, laúd
y demás.
Puesto que algunos jóvenes amigos míos, movidos por el afecto, me han
rogado que con brevedad les explicase algo sobre la doctrina musical, quise
consentir sin dilación a sus ruegos, ya que en ellos he encontrado la mayor
fidelidad, amistad y bondad y han contribuido durante largo tiempo a mi sub-
sistencia. Por tanto, la intención de esta obra es la siguiente: que, en la medi-
da de mi capacidad, ellos puedan acceder a la música, cuyo conocimiento es
esencial para el que pretenda tener nociones profundas sobre lo moviente y el
movimiento 385.
Y con mayor razón sobre el sonido, que se encuentra entre los fenómenos
propiamente sensibles y es objeto de la potencia perceptiva. Y es aplicable tam-
bién a la práctica, pues la música corrige y mejora los caracteres de los hombres
si se sirven de ella del modo idóneo. También en esto sobrepuja a las demás
artes, en que está ordenada para una más inmediata y absoluta loa y gloria del
Creador.
Mi modo de proceder será, en primer lugar, considerar los denominados
principios comunes y, a continuación, tratarlos uno a uno, según lo permita
la materia objeto de estudio. Tal como afirma Aristóteles en el proemio de la
Física, éste es el modo de proceder de todo el conocimiento humano, tanto sen-
sitivo como intelectivo. Respecto a los principios, primero hay que comenzar
por determinarlos, posteriormente habrá que investigar su quididad, cantidad,
cualidad y las propiedades de estos principios.
Así como no sentirá extrañeza el que comprende el modo de determinar la
distancia del Sol respecto al centro de la Tierra, no se limitará a admirarse sino
que, al saberlo, le será fácil hacerlo 386, de la misma manera el que comprende
el descubrimiento de los principios de la música, tendrá mayor aptitud para su
385. En el texto: motione, aunque quizá sería más congruente motu (‘lo movido’).
386. En el texto: sicut enim videns modos inveniendi distamina corporis solis cum centro terrae
non admirabiliter sed faciens erit sciens. Lo he interpretado sicut enim videns modum inveniendi
distantiam corporis solis a centro terrae non admirabitur, sed facilius erit sciens, tal como se lee en
De musica del propio Johannes de Grocheo («Der Musiktraktat des Johannes de Grocheo nach
den Quellen neu herausgegeben mit Übersetzung ins Deutsche und Revisionsbericht», Media
latinitas musica, vol. 2 (ed. Ernst Rohloff ), Leipzig: Gebrüder, Reinecke, 1943).
152 Antología de textos
aprendizaje. Por tanto, que no nos hagan algunos el reproche de que corrom-
pemos esta ciencia, arguyendo que la diversidad de teorías y la pluralidad de
opiniones es un obstáculo para la verdad.
Con atenta consideración, tratamos de investigar las múltiples opiniones
y abstraer la verdad. Todas las artes humanas suscitan diversidad de pareceres,
como en las ciencias mecánicas se pone de manifiesto en la construcción de
edificios y la fabricación de prendas textiles 387. Aunque no pueda alcanzar la
perfección de la naturaleza y del arte divino, siempre el arte humano y su obra
es susceptible de mejora; él, cuanto mejor es, más deja sentir su efecto en todas
las cosas. Pues, aunque son muchos los que se dedican en estos días a la práctica
de este arte, son pocos los que se preocupan del aspecto teórico. Y, todavía más,
algunos teóricos ocultan sus trabajos y conclusiones, negándose a publicarlas,
cuando cualquier hombre debería dejar constancia de su testimonio de la ver-
dad para gloria y revelación de ésta. Sea, por tanto, el objetivo, motivo y modo
de proceder de esta obra lo que aquí queda dicho a modo de proemio.
Narradores de fábulas han asegurado que la música fue inventada por las
Musas que habitaban junto a las aguas, y que de ahí recibe su nombre. Otros
han afirmado que sus inventores fueron hombres santos y profetas. Pero Boe-
cio, varón capaz y noble, sostiene otra teoría que merece ser tenida en la mayor
consideración porque sometió su afirmación a demostración. Así, afirma en su
libro sobre la armonía musical que fue Pitágoras el que descubrió los principios
de la música. Y, aunque los hombres cantaron desde el principio de los tiempos
pues, tal como sostienen Platón y Boecio, la música es inherente a la naturaleza
humana, no obstante, con anterioridad a Pitágoras, ignoraban los principios del
canto y de la música. Y Pitágoras los descubrió de la siguiente manera. Cuenta
Boecio 388 que fue conducido, como por el efecto de la voluntad divina, al taller
de unos herreros. Y al oír la admirable armonía que producían los golpes de
los martillos, acercándose, hizo que los herreros intercambiasen sus martillos y
comprobó así que la armonía no dependía de las fuerzas de los que golpeaban
los martillos.
387. Hugo de Sancto Victore (Eruditionis didascalicae libri VII, II, 20, Patrologia cursus
completus, series latina, vol. 176 [ed. J. P. Migne], Paris, 1844-1904) las especifica: Mechanica
septem scientias continet: lanificium, armaturam, navigationem, agriculturam, medicinam, thea-
tricam.
388. Boecio, De institutione musica, I, 10. Cf. también n. 35.
Textos del siglo XIV 153
Y por ello, porque es ciencia, coincide en género con las demás ciencias, ya
que todas ellas, con el concurso del intelecto, consiguen la perfección del alma.
Y aunque unas ciencias son teóricas y otras son prácticas, Roberto dice en tér-
minos absolutos que «es la perfección del alma especulativa», dando prevalencia
al aspecto teórico, porque su objeto no puede ser manipulado por el hombre
y porque es su fin último el conocimiento de la verdad, pues, en efecto, el fin
de la ciencia teórica o especulativa es el conocimiento. A pesar de ello, puede la
Música ser denominada práctica en atención a alguna de sus consideraciones
porque, en la medida en que puede concretarse en una praxis u obra, el intelecto
especulativo puede, por extensión, convertirse en práctico. Efectivamente, aun-
que la ciencia especulativa versa sobre el número, en la práctica, sin embargo, se
concreta en algoritmos y, en el segundo libro de la Aritmética, el número es apli-
cado a las figuras geométricas. Consiguientemente, la música, aunque suponga
la perfección del alma en tanto concurre la razón de la especulación, en virtud
de la razón de su praxis, puede interesar al cuerpo y conducirlo a la perfección.
Cuando en la definición Roberto añade «en tanto su objeto es el conocimiento
de la modulación armónica, etc.», está introduciendo un rasgo distintivo de la
música que la diferencia de las otras ciencias.
En la mencionada definición de música se expone su fin, tanto el propio
como el común, así como su sujeto, in quo est, y su objeto, de quo est 395, en sen-
tido genérico. En efecto, cuando Roberto dice que «la música es la perfección
especulativa del alma», está aludiendo a su fin común y mediato, pues toda
ciencia tiene la misma finalidad: la perfección del alma. Y a partir de aquí es
evidente cuál es su sujeto, in quo est, pues toda ciencia radica en el alma gracias
al concurso del intelecto, y no, a pesar de que algunos lo sostengan, en alguna
potencia sensitiva.
Cuando añade en la definición «en tanto su objeto es el conocimiento de
la modulación armónica, etc.», Roberto está ya concretando el fin inmediato y
propio de la música, ya que, en calidad de ciencia especulativa, su fin primor-
dial es el conocimiento de la verdad de aquello que es el objeto de estudio de
esta ciencia. Y referido a esto, añade «de cualesquiera realidades que, en virtud
de una modulación armónica, estén sujetas a proporcionalidad», con lo que
menciona el sujeto o el objeto de la música en sentido general, pues se inclu-
ye en la música tanto la mundana y humana como la sonora. Por tanto, si la
la puesta en marcha de una operación. Siguiendo siempre el magisterio del profesor Santiago
González Escudero, ésta es la razón por la que en el presente texto se habla de ‘acto segundo’ y
no de ‘acto primero’.
395. Respectivamente, ‘en el que está’ y ‘del que se trata’.
156 Antología de textos
397. Según Franchino Gaffurio en Theorica musice, II, 2 (Theorica musice Franchini Gafuri
Laudensis, New York: Broude Bros., 1967/1492), son cinco los tipos de sonidos no unísonos:
aequisonae, consonae, emmeles (‘compasables’), dissonae y exmeles (‘incompasables’).
398. Cf. Boecio, De institutione musica, I, 34. Véase también la n. 327.
399. Jacobus Leodiensis introduce diferencias sintácticas de cierta importancia frente al
pasaje de Boecio que extracta (De institutione musica, I, 34). En el texto aparece: aliud quod
fingitur in carminibus metricis et poeticis, mientras que Boecio dice: aliud fingit carmina. He
restablecido la voz activa de Boecio, pues da la impresión de que Leodiensis ha pasado, dis-
traídamente, de las categorías de los que se dedican a la música (genera circa musicae versantur
artem), a las categorías o tipos de música.
158 Antología de textos
do al canto por la especulación o por la razón, sino por cierto instinto natural.
Por tanto, no son, en sentido estricto, músicos especulativos. En definitiva, la
música especulativa tiene prevalencia sobre la práctica. No obstante, si se le
añade el calificativo de ‘práctico’, puede recibir el nombre de músico el que se
dedica a la música práctica.
Pero al que domina la música especulativa, a éste se le llama músico sin
necesidad de calificativos, pues, en virtud de la especulación y de la razón ade-
cuada a la música, posee la facultad de juzgar sobre los modos y ritmos, sobre
los tipos de melodías, sobre las combinaciones o consonancias que derivan de
la conjunción de sonidos, sobre sus proporciones y sobre qué consonancias se
acomodan a los distintos tipos y distintos caracteres de los hombres.
Es el caso que un espíritu lascivo encuentra deleite en los modos musicales
más lascivos y muchas veces, al oírlos, aunque estuviese airado y conturbado,
consigue apaciguarse y aquietarse, tranquilizarse y recuperar la ecuanimidad 400.
Al contrario, un espíritu más rígido encuentra gratos los modos musicales más
vigorosos e incitadores. Efectivamente, la semejanza es amiga, odiosa la dese
mejanza. Así pues, los pueblos muestran preferencia por los modos musicales
y consonancias más afines a sus costumbres. Y así, cierto tipo de hombres se
deleitan con las mejores consonancias, con las voces o sonidos más armoniosos,
como los que se producen en las octavas, en las decimoquintas, en las quintas
y cuartas. Otros hombres, por el contrario, gustan de los sonidos más rudos,
como los que se producen en las terceras y séptimas, en las décimas y undéci-
mas. Sobre todas estas cuestiones y otras semejantes, el músico especulativo
tiene la capacidad de discernir y dictaminar.
Ahora bien, si alguien poseyese simultáneamente el dominio de la música
teórica y el de la práctica, sería músico más perfecto que el que sólo tiene acceso
a una, ya que posee el dominio de ambas, aunque sea una la que domina sobre
la otra.
402. Así figura en el texto, aunque lógicamente habría que leer Tespio o, si aceptamos la
confusión del autor entre personaje mítico y ciudad, Tespias. Según indicación de las profesoras
M.ª C. Álvarez Morán y R. M.ª Iglesias Montiel, la única fuente que da noticias respecto a esta
filiación es Bocaccio (Genealogia deorum gentilium, 11, 2): Theodontius autem Memnonis dicebat
et Thespie, eo forsan quod Tespiades illas appellet Ovidius. En este pasaje Bocaccio afirma que la
razón de que Teodoncio sostenga que las Musas son hijas de Memnón y Tespia puede obedecer
a que Ovidio las llama Tespíades. Y, en efecto, a pesar de ser las Tespíades hijas de Tespio y no
tener nada que ver con las Musas, Ovidio (Metamorphoses, V, 310) se refiere a ellas con este
patronímico, quizá debido a la cercanía del Helicón, monte donde habitan las Musas beocias,
con la ciudad de Tespias, patria de las Tespíades.
403. Para la derivación de ‘música’ a partir de mois, cf. n. 130.
404. Al que hace referencia explícita Johannes Affligemensis en De musica cum tonario, III,
54 (ed. J. Smits van Waesberghe, Corpus scriptorum de musica, vol. 1, Roma: American Institute
of Musicology, 1950). Sobre la musa, cornamusa o ‘gaita medieval’, cf. n. 253.
405. Variación de la propuesta etimológica de Isidoro en Etymologiae, III, 15, 1 (cf. p. 37
y n. 33 ad loc.).
160 Antología de textos
La música es muy valiosa por ser sus cualidades, tanto las especiales como
las comunes, nobles, numerosas y útiles. Si se atiende a la definición gene-
ral de música, se constata su presencia en la proporción que guarda cualquier
conjunto de cosas cuando se unen y, ya que es aplicable a todo, también lo es
a lo divino. ¿Acaso no hay entre las personas divinas, aun teniendo distintas
propiedades, una armonía perfecta, un orden sublime sin anterior ni posterior,
una unidad indivisible, una simplicísima unión esencial?, ¿acaso no existe una
unión suprema? A esta música consagran su tiempo los habitantes celestiales e
intuitivamente la ven. Además, en la Iglesia triunfante, alaban sin cesar a Dios
a través de la música, pues la música es el instrumento de loa a Dios. De donde
se dice en el Apocalipsis, 6 408: «... y no cesaban día y noche de decir: “Santo,
Santo, Santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha
de venir”». Y en Isaías, 6: «Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, Santo,
Santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria». Es así que a
las cohortes celestiales es común aquel canto con el que reconocen la Trinidad
de las personas divinas y su unidad esencial. Esta multitud canta sin cesar, pues
apenas durante hora y media guarda silencio el cielo. No obstante, no siente
406. Tal como se ha indicado en n. 284, Aristóteles trata esta cuestión en repetidas ocasiones.
407. In labore requies, in aestu temperies, in fletu solacium, verso del himno, de autor anóni-
mo, Veni Sancte Spiritus, que se cantaba en la misa de Pentecostés.
408. La referencia correcta es Apoc., 4, 8.
162 Antología de textos
fatiga ni tedio: es su deseo loar a Dios sin pausa, ya que esperan la más alta
retribución. De acuerdo con la distinción de las moradas celestiales, entonan
cantos propios y distintos según la cualidad de sus méritos: uno es el cántico
de los mártires, otro el de los doctores, otro el de las vírgenes, tal como testi-
monia Apocalipsis, 6 409: «Y nadie podía aprender el cántico sino aquellos ciento
cuarenta y cuatro mil que fueron redimidos de entre los de la tierra. Éstos son
los que no se mancharon con mujeres, pues son vírgenes». Pero esta diversidad
de cánticos no produce ninguna discordia, ni son disonantes ante Dios. Toda
melodía, toda armonía allí encuentra su camino. Todo lo remiten a Dios, que
es su goce. Y, en la medida en que el objeto y el fin que justifican su existencia
la hacen partícipe de la nobleza a ellos intrínseca, esta música de los habitantes
celestiales es más noble, más perfecta y más encomiable que todas las restantes
que, al fin y al cabo, han sido concebidas como derivadas de ella. Ésta es la ra-
zón de que hayamos comenzado por las excelencias de esta música.
Siguiendo con nuestra concepción general de la música, pasemos a aplicarla
a las cosas del universo y, en relación con ellas, tratemos de alguna de sus pro-
piedades recomendables. Si quisiésemos analizar con aplicación la conexión de
todas las cosas creadas y la proporción y orden que guardan tanto entre sí como
respecto a su principio, nos admiraríamos porque sería necesario que nuestra
alma conociese la obra prodigiosa de Dios y, a continuación, ensalzase a Dios,
quien, siendo objeto de las alabanzas de todas las criaturas, con más razón ha de
serlo de las del hombre, que participa de la naturaleza de todas las criaturas. Re-
flexione, por tanto, el hombre y, posteriormente, entone loas a Dios, para que
se pueda afirmar con conocimiento de causa que, tal como sostiene Isidoro 410,
el universo fue compuesto en virtud de cierta armonía y que el cielo revoluciona
por sus efectos. ¿De qué otro modo podría existir, si no estuviese ensamblado
por alguna armonía? Y así, según Isidoro 411, ninguna disciplina puede ser per-
fecta sin la música y no hay nada que sin ella pueda existir, pues ella abraza y
se extiende a todo. Así las cosas, fue de gran utilidad el descubrimiento de la
música y la recuperación de la música teórica, relegada prácticamente al olvido,
porque, en palabras del mismo Isidoro 412, «tan vergonzoso es ignorar la música
como no saber leer», pues la música no sólo explica la admirable conjunción del
«mundo mayor», sino también del «menor» –esto es, el hombre– 413, en tanto
que con atención escudriña y vigila la consumación de la notable y admirable
unión del alma y del cuerpo y de sus contingencias.
Pero pasando ahora a la concepción particular de la música, centrémonos en
la música instrumental o sonora. ¿Acaso carece ésta de motivos de alabanza? En
absoluto, pues gracias a ella, en lo que a su parte teórica respecta, el alma, que se
robustece con lo mucho y diverso, se colma y se perfecciona con la delectación
interior de aquéllos que en ella son expertos y que la honran como ella exige.
Además, también la música práctica es susceptible de recomendación, pues
gracias a ella nosotros, caminantes en la Iglesia militante, podemos alabar a
Dios. De hecho, tal como afirma Isidoro 414, antiguamente hacía acto de presen-
cia en todas las solemnidades cultuales y religiosas, y en todas las ocasiones tan-
to festivas como luctuosas, pues como que en la devoción divina se entonaban
himnos, así en las bodas se cantaban himeneos y en los funerales, trenos. Y ésta
es la música que osó solemnemente traspasar los umbrales de la Iglesia 415. Pues,
en cierta medida, si la Gramática, que enseña la forma correcta de acentuar y
pronunciar al leer, penetra en la Iglesia, lo hace como ornato de la música; y, de
hecho, aquella parte de la Gramática que se denomina Prosodia es una discipli-
na subsidiaria de la música.
El acento, en efecto, es una especie de canto observado en la iglesia en la
recitación rítmica grave, circunfleja y aguda. Con el canto se celebran a diario
en la iglesia los oficios divinos, en los que alabamos a Dios directamente y a sus
santos, con los que seamos llamados a la gloria siempre eterna para que seamos
dignos de alcanzar finalmente la música celestial, y con los que se incite al pueblo
a la devoción. Es cosa probada que, entre todas las ciencias, la música es la más
liberal, la más próvida 416, la más grata y alegre, la de mayor consuelo, la más so-
ciable y amable y la que mejor se adapta a las distintas índoles de los hombres 417,
pues torna al hombre liberal, próvido, grato, alegre, sociable y amable para los
bien acondicionados. Se adecua a las circunstancias diversas de los hombres, a los
tristes y a los felices, a los enfermos y a los sanos. ¿Acaso, según cuenta Boecio,
no curaba Pitágoras con instrumentos musicales a los que sufrían desórdenes?
La música disipa la ira, recrea a los fatigados, reconforta a los tristes y atemori-
zados, seduce a los jóvenes y reanima a los ancianos, a los insomnes les devuelve
el sueño, a los somnolientos los despabila, a los que trabajan los hace perseverar
en el trabajo, es grata al intelecto, al oído es grata; a los avaros convierte en ge-
nerosos, y a los envidiosos, más felices 418. ¿Qué más? Según Boecio, toda edad y
todo sexo, aunque sujetos a los actos y hábitos 419 que les son propios, comparten
el mismo placer por la música. Ésta se adecua a batallas, bodas, banquetes y a
cualquier otra circunstancia. De lo aquí dicho, tal como afirma Boecio, no pue-
de caber duda de que la música es hasta tal punto connatural a nosotros que,
aunque quisiésemos, no podríamos prescindir de ella.
En efecto, la música se apodera del hombre y trata de poseerlo por entero.
Pero no únicamente; no le es suficiente con el solo hombre. Pues también la
música seduce y atrae a bestias y serpientes, aves y delfines, que son peces que,
cuando sopla el Aquilón, acuden al llamárselos por el nombre que les gusta 420.
Y, cosa que es digna de admiración, ciertos animales que poseen voz, aunque no
oído, parecen encontrar deleite en la música, como la cigarra y otros animales
exangües con el sonido que producen cuando están quietos, a diferencia de otros
que, como las abejas, lo producen al volar. Estos animales, sin embargo, no oyen
el sonido, porque son imperfectos, ya que carecen del sentido del oído, pues
es común a los seres que no tienen sangre que ni respiren ni oigan. Los peces,
en cambio, oyen, aunque no respiran; pero los peces sí tienen sangre. También
menciona Isidoro a Orfeo 421 que con su música atraía a todos los seres. Y por
418. Período de inspiración isidoriana (Etymologiae, III, 17, 1-2) y boeciana (De institutione
musica, I, 1) que Johannes de Muris, contemporáneo de Jacobus Leodiensis, plasmó en versos
en Libellus cantus mensurabilis [fragmentum], Roma, Biblioteca Apostolica Vaticana, Barberini
lat. 307, f. 31v.: [musica est] Delectabilis intellectui / Amabilis auditui / Tristes letificans / Anxios
amplificans / Confundens inuidos / Confortans languidos / Insopiens uigilantes / Euigilans dor-
mientes / Nutriens amorem / Honorans possessorem.
419. Cf. al respecto n. 389.
420. La puntuación oscurece el sentido: (…) et delphinos, et qui sunt in achilleo pisces, ad
auditum suum iucundum musica provocat et allicit. Tanto Plinio (Naturalis historia, IX, 23, 3)
como Solino (Collectanea rerum memorabilium, XII, 5) daban noticia de que los delfines reci-
bían un nombre propio cariñoso, simones (‘de hocico chato’), y de que, cuando se utilizaba para
llamarlos, acudían raudos. Parece, no obstante, que esta facultad auditiva se producía sólo si
soplaba el Aquilón, no el Austro (cf. al respecto, Plinio, Naturalis historia, IX, 30, 6-7 y Solino,
Collectanea rerum memorabilium, XII, 6). Cf. n. 533.
421. Cf. n. 67.
Textos del siglo XIV 165
esto, el que no se siente atraído por la música, parece ser más bestia que una bes-
tia. Y con esta mención a Orfeo, pongamos fin a la definición de la música.
Según Isidoro, Moisés asegura que el creador del arte musical fue Tubal 422
que perteneció a la estirpe de Caín, antes del diluvio. Y, en efecto, en el Génesis,
4 423 se afirma que fue el padre de los que tocan la cítara y el órgano; y no porque
él haya inventado dichos instrumentos, que son de aparición muy posterior, tal
como constata el maestro en su Historia 424, sino porque descubrió algunas de las
consonancias musicales que, tiempo después, fueron aplicadas a los instrumen-
tos. Y, como era pastor, inventó la música para que le sirviese de solaz durante
su labor de pastoreo y porque, continúa en el mismo pasaje el historiador Petrus
Comestor, había oído que Adán había profetizado que el diluvio o el juicio sería
de dos maneras, uno en forma de agua y el otro en forma de fuego. Escribió
su música completa en dos columnas a fin de que no pereciese su hallazgo en
ninguno de los casos. Una era de mármol, para que no se disolviese con el agua
si acaecía un diluvio, la otra era de adobe, para que resultase indemne si acaecía
un incendio. Y que así fue, lo narra el historiador Josefo.
Los griegos, por su parte, sostienen que Pitágoras descubrió los funda-
mentos de este arte, es decir, las consonancias principales: diapasón, diapente,
diatessarón y tono (si es que el tono debe considerarse consonancia o, mejor,
parte de consonancia, según los antiguos), y que Pitágoras habría deducido las
proporciones de tales consonancias a partir de los pesos de los martillos 425; no
afirman, en todo caso, que haya descubierto las consonancias en sí, ya que eran
conocidas mucho tiempo antes, ni que haya sido el primero que inventó los
instrumentos musicales.
Y en efecto, a propósito del libro de los Jueces, Petrus Comestor 426 afirma
que en tiempos de Gedeón, Mercurio inventó la siringe, esto es, cierto instru-
mento musical, al que así denominó por la mujer <de Cadmo, Harmonía>,
que se llamaba Siringe; y ésta a causa de los celos hacia Harmonía abandonó
a su marido 427. También, se dice, el propio Mercurio inventó la lira del modo
siguiente: encontró el caparazón de una tortuga muerta que conservaba tensos
sus nervios ya secos en el borde de su caparazón y que, al ser movidos por la
brisa o el viento, producían un tenue silbido 428; tomando nota de este detalle,
Mercurio concibió la lira. Aun así, quizá fue Pitágoras el inventor de nuevos
instrumentos que antes de él no existían.
Otros autores mencionan otros personajes que descollaron en el arte mu-
sical, como Aristóxeno 429, Filolao, Arquitas 430, Nicómaco y Tolomeo 431, a los
que se refiere Boecio en sus Fundamentos de la música y de cuyas teorías, junto
con su propio criterio, se sirvió para escribir su tratado. En efecto, todos ellos
fueron autoridades de la música teórica, aunque el más eminente parece haber
sido Boecio.
En lo que a la música práctica plana respecta, sobresalió el hermano Gui-
do 432, que descubrió nuevas notas y figuras, y escribió mucho sobre el mono-
cordio y los tonos. Muchos han sido los que han estudiado la música mensural,
entre los que parecen destacar aquel autor cuyo libro se transmitió bajo el nom-
bre de Aristóteles 433, y Franco Teutonicus. Las artes de éstos son muy afines;
427. Tal noticia, según aparece en el texto (quae sic vocavit ab uxore <Cadmi, Harmonia>,
quae Syringa vocabatur) es ininteligible. Aun dando por buenos los hechos que aquí se relatan,
Harmonía y Siringe habrían sido dos esposas distintas de Cadmo, y no dos nombres distintos
de la misma mujer, con lo que tendría que proponerse la lectura: ab uxore altera. Efectivamente,
sobre la boda de Cadmo con la Esfinge, anterior a su matrimonio con Harmonía, se lee en Bo-
caccio, Genealogia deorum gentilium, II, 63 (Cf. M.ª C. Álvarez Morán y R. M.ª Iglesias Montiel,
eds., G. Boccaccio, Genealogía de los dioses paganos, Madrid, 1983, p. 166: «Paléfato, además,
escribe que tuvo como esposa a la Esfinge y que ésta, a causa de los celos de Harmonía, se había
separado de él y había declarado la guerra a los Cadmeos»). Y, en efecto, tal se lee en Paléfato (In-
credibilia, IV, 1), según el cual, Cadmo había llegado a Tebas casado ya con una mujer de nom-
bre Esfinge. Tras dar muerte al dragón, fue entronizado y contrajo matrimonio con la hermana
de éste, llamada Harmonía. Al saberlo, Esfinge se retiró al monte Ficio y luchó contra Cadmo.
428. Isidoro, Etymologiae, III, 22, 8.
429. Teórico griego de la música y alumno de Aristóteles, fue autor de Rhytmica y Harmo-
nica.
430. Tanto Filolao como Arquitas fueron filósofos pitagóricos del siglo V a. C.
431. Matemático griego que vivió entre los siglos I-II d. C., escribió Arithmetica introductio
y Harmonicum enchiridion. También matemático, Euclides (s. IV a. C.) compuso, entre otros
muchos tratados, Almagesto o Sintaxis mathematica.
432. Esto es, Guido d’Arezzo.
433. Es decir, el [Ps.] Aristóteles, autor de Tractatus de musica.
Textos del siglo XIV 167
cierto sentido debe conocer cada término por sí mismo, de la misma manera
que si establece una diferencia entre dos cosas, ha de conocerlas ambas.
Las otras dos ciencias estudian la magnitud: la Geometría teoriza de la mag-
nitud inmóvil y por ello deriva su nombre de ‘Tierra’, que se dice que es local-
mente inmóvil. La Astronomía, por su parte, estudia la magnitud móvil, como
es el caso del cielo y de los cuerpos celestes y, por esta razón, toma su nombre
de los astros.
También Roberto en El nacimiento de las ciencias establece una clasificación
de las mencionadas ciencias matemáticas 443. «La Matemática –dice– tratando
de la cantidad, puede ser o bien de la multitud o número, o bien de la magni-
tud. Y si es de la multitud o número, es o bien del número en sentido simple,
sin implicaciones con otras naturalezas, y de ello se encarga la Aritmética; o
bien del número armónico, que es el número que encuentra concreción en las
cosas que, observando una proporción numeral, se unen para conformar una
única cosa. De este número se encarga la Música. Si, por el contrario, es de la
magnitud, es o bien de la magnitud o dimensión en sentido simple, sin implica-
ción con otra naturaleza distinta, y de ella se encarga la Geometría; o bien es de
la magnitud o dimensión que concierne a la naturaleza corpórea fundamental y
primigenia, es decir, la de los cuerpos celestes y, secundariamente, la de las otras
magnitudes del mundo; y tal ciencia es la Astronomía, cuyo objeto primordial
de estudio es el cielo y los fenómenos adyacentes a las dimensiones de éste,
verbigracia, su movimiento, posición, día, noche, y cosas semejantes. De forma
secundaria, se encarga también del estudio de la Tierra».
Por tanto, en la concepción de Roberto, son cuatro las ciencias matemáti-
cas: dos ciencias distintas para el estudio del número, según éste sea abstracto o
concreto, y otras dos ciencias distintas para la magnitud, según ésta sea, igual-
mente, abstracta o concreta.
La afirmación de Boecio de que la Aritmética versa sobre el número abso-
luto y considerado en sí mismo, puede entenderse en dos sentidos. O bien que
la Aritmética no estudia el número concreto o relativo a alguna materia espe-
cial, como declara Roberto explícitamente. Considera, en efecto, el número de
forma simple y absoluta; no en tanto es número de tales o cuales cosas, que es
aplicable también a estas o aquellas cosas en virtud de su aptitud mensural 444;
443. ������������������������
Cf. Robertus Kilwardby, De ortu scientiarum, XLVI, 656 (Auctores britannici medii
aevi, vol. 4, London: The British Academy; Toronto: The Pontifical Institute of Mediaeval
Studies, 1976).
444. En el texto: suo modo. Ya en las nn. 189 y 190 hemos constatado la sinonimia de mo-
dus, maneries y temporis consideracio.
Textos del siglo XIV 171
445. Obra de Aristóteles.
446. Entiéndase el libro segundo de su Commentarium ad somnium Scipionis.
172 Antología de textos
rumbo fijo, oyó a unos herreros forjando a golpes el hierro candente y, de re-
pente, al llegar el sonido a sus oídos, éste se materializó en una cadencia cierta,
ya que en los golpes de los martillos, los agudos eran acordes con los graves, de
forma que, a efectos de percepción, unos y otros mantenían la constancia de
esta cadencia y de los diversos golpes resultaba una consonancia 447. Hizo que los
artesanos intercambiasen sus martillos, pero, tras haberlo hecho, la diversidad de
los sonidos persistía en los martillos, pues no dependía de la fuerza de los hom-
bres. Tras anotar los distintos pesos en cada uno de ellos 448, mandó que se hicie-
sen martillos más grandes 449. Y de los martillos pasó a experimentar con cuerdas.
Tensó tripas de ovejas y fibras de bueyes atadas a pesos semejantes a los de los
martillos del experimento anterior, y se produjo el mismo efecto melódico que
había causado la consonancia de los martillos, aunque con la cualidad añadida
de la dulzura propia del sonido de las cuerdas. De este modo, Pitágoras, artífice
de tan importante hallazgo, dedujo los números en los que se fundamentaban
los sonidos acordes y, a partir de las proporciones que resultaron consonantes,
puso los cimientos de la investigación musical. Esto lo relata Macrobio en el
lugar indicado. Incluso él mismo, según afirma Tulio en el libro cuarto de las
Cuestiones Tusculanas, cultivó los instrumentos de cuerda y el canto y, continúa
Cicerón, se dice que los pitagóricos eran devotos del canto y que mantenían en
secreto algunas de sus teorizaciones y que, con el canto y el sonido de las cuerdas,
inducían a sus mentes al descanso tras la fatiga de sus reflexiones filosóficas.
447. La lectura de la edición de Marchetus de Padua (ut utramque ad audientes, sub statuta
divisione remanerent, ex variis impulsibus sibi consonantia nasceretur) ha sido levemente modifi-
cada a la luz del original de Macrobio (Commentarium in Ciceronis somnium Scipionis, II, 1, 9):
ut utrumque ad audientis sensum stata dimensione remearet et ex variis (…).
448. Sobre la ignorancia de cuál fue la unidad de peso que se utilizó, llama la atención
Guido d’Arezzo en Micrologus, XX, Patrologia cursus completus, series latina, vol. 141 (ed. J. P.
Migne), Paris, 1844-1904.
449. Respecto a Macrobio (Commentarium in somnium Scipionis, II, 1, 8-14), falta texto,
con lo cual resulta inconsecuente este período. Según Macrobio, la finalidad de mandar cons-
truir martillos de mayor (y menor) tamaño era comprobar que, modificados los pesos origina-
rios, la consonancia desaparecía.
450. Tras una consulta detenida de todas las ediciones de Remigius Antissiodorensis que
obran en mi poder en soporte papel, magnético y electrónico, no he sido capaz de localizar esta
Textos del siglo XIV 173
los coros de ángeles, arcángeles y de todos los santos ante la vista de Dios, di-
ciendo: «Santo, Santo, Santo». De ella afirma Boecio en su prólogo que no hay
nada tan propio de la condición humana como relajarse con las melodías dulces
y angustiarse con las discordantes 451. Y esto no es aplicable solamente a un de-
terminado gusto o edad, sino que se extiende a todos los gustos; y niños, jóve-
nes y ancianos, como en virtud de un afecto natural, sienten tal querencia hacia
la música que no ha habido edad que ante ella no haya sentido delectación.
Entre los demás árboles, es la música admirable: sus ramas son las propor-
ciones numéricas, sus flores son las clases de las consonancias, sus frutos son las
dulces armonías llevadas a efecto por las consonancias. De ello trata Bernardo:
«... una es la música universal, cuyo poder, por la voluntad de Dios, abarca,
mueve y contiene todo 452 lo que se mueve en el cielo y en la tierra y en el mar,
y en la voz de los hombres y animales, y se halla en el desarrollo de los cuerpos,
en los años, en los días y en las estaciones» 453.
Se lee en Isidoro que sin la música ninguna disciplina puede ser perfecta,
pues nada se rige sin ella 454. Cuando David tañía su arpa, se apaciaguaba el
espíritu malo de Saúl y ello debido a la dulzura del sonido musical. Se lee tam-
bién que el profeta Eliseo, habiéndole hecho el rey una consulta, se dio cuenta
de que había perdido su espíritu profético. Mandó, entonces, que viniese un
tañedor y, cuando éste comenzó su ejecución, percibió que recuperaba el espí-
ritu profético y volvió a hacer profecías 455. Todos los días vemos la utilidad de
la música de los cuernos y trompetas y de otros instrumentos en las batallas. Y
similar es la reacción del alma. Por ello afirmaba Pitágoras que el mundo tiene
su fundamento en la música y que ella podía regirlo, porque es cosa probada
que incluso las íntimas pulsaciones de nuestras venas guardan relación con los
poderes de la armonía en virtud de sus ritmos musicales. También Boecio 456:
«No hay camino más expedito que el oído para que las enseñanzas penetren en
el espíritu».
humano, sino que, por inspiración divina, con el solo dictado de la naturaleza, produce dulces
sonidos: ésta sucede tanto en el movimiento del cielo como en la voz humana. Algunos añaden
una tercera: la que se produce en las criaturas irracionales, ya sea ésta sonido o voz»).
454. Aunque con omisiones y distorsiones respecto a la fuente, cf. para lo que sigue, Isi-
doro, Etymologiae, III, 17, 1-3. Para la deuda de éste respecto a Institutiones de Casiodoro y a
Platón, cf. las notas a la traducción de Isidoro en las pp. 21 ss. y más concretamente la n. 39.
455. II Reg., 3, 15-16: «Mas ahora traedme un tañedor. Y mientras el tañedor tocaba, la
mano de Jehová fue sobre Eliseo».
456. Boecio, De institutione musica, I, 1 que reescribe a Platón, Respublica, VII, 12, 530d
y 531c.
457. El autor cita con bastante libertad a Boecio, De institutione musica, I, 1.
Textos del siglo XIV 175
Se dice ‘música’ de moys 460, esto es, ‘agua’, ya que fue descubierta a partir del
agua, según refiere Remigio 461, pues, así como el agua no puede ser tocada sin
que se mueva, así tampoco la música sin que se oiga. Afirma también: «‘moys
es palabra que significa ‘agua’, pues muy grande es la contribución del agua al
sonido, como sin duda se deduce de los tubos de los órganos que se llenan de
agua para que puedan emitir sonido».
458. Cf. Boecio, De institutione musica, I, 34, que, a su vez reelabora los argumentos de
Platón (Phaedo, 80a) concernientes a la superioridad del alma sobre el cuerpo.
459. Aunque con la omisión de «de la música», cf. Commentum in Martianum Capellam,
II, 46.8 (Lutz, C.E., ed., Remigii Autissiodorensis Commentum in Martianum Capellam, Leiden:
E.J. Brill, 1962): Nam veritas in numeris continetur. Cf. también Remigius Antissiodorensis en
el inicio de su proemio a De musica (Patrologia cursus completus, series latina, vol. 131 [ed. J. P.
Migne], Paris, 1844-1904): Omnis ars Musica proportionibus constat, id est consonantiis («Todo
el arte de la Música tiene su fundamento en las proporciones, esto es, en las consonancias»).
460. Para la derivación de ‘música’ a partir de moys, cf. n. 130�.
461. �������������������������������
Remigius Antissiodorensis. Cf. Commentum in Martianum Capellam, VI, 286.17
(Lutz, C.E., ed., Remigii Autissiodorensis Commentum in Martianum Capellam, Leiden: E.J.
Brill, 1962).
176 Antología de textos
Música armónica es aquélla que se produce por medio del sonido voz, bien
sea humano bien sea animal. Mas para que tal definición quede clara, hay que
considerar qué es ese sonido voz en el que se concreta. Si consideramos su re-
lación con todas las demás especies de música, la susodicha música armónica
tiene puntos de encuentro con las otras dos. En efecto, cualquier cosa que ella
pueda hacer objeto de canto es susceptible de ser modulada por la música orgá-
nica y por la rítmica. Sólo guarda con ellas una diferencia: sólo se produce por
el sonido voz, bien sea humano bien sea animal.
Sonido voz es el sonido del aire percutido por el aliento, percibible por
el oído y formado únicamente por los instrumentos naturales de un animal.
Decimos que estos instrumentos naturales son, como máximo, seis: pulmón,
garganta, paladar, lengua, dientes anteriores y labios. Es posible, no obstante,
que algunos animales puedan formar voces sin alguno de estos órganos, como
es el caso de las aves, que carecen de dientes. Pero son instrumentos de todo
punto imprescindibles para formar voces, el pulmón, la garganta, el paladar
y los labios 462. Sin ellos, de ninguna forma puede producirse el sonido voz.
Primero, el hálito procede del pulmón, segundo, atraviesa la garganta, tercero,
golpea el paladar, cuarto, la lengua lo escinde para diversificarlo, quinto, como
resultado del choque de la lengua contra los dientes, se concreta la articulación
de su emisión, y, sexto, los labios le imprimen moderación.
465. En el texto: quamvis huius oppositum aliqui moderni, quod abest, se crediderunt invenisse,
que, aunque oscuro, ha de ser leído en el contexto de la refutación a la que los autores «moder-
nos» sometieron la definición de tiempo perfecto aceptada por los «antiguos». Según testimonio
de Jacobus Leodiensis (Speculum musicae, VII, 11) –más explícito en este punto que De Muris–,
argüían los «modernos» que la definición tradicional era «insuficiente» (insufficiens) y que faltaba
a la verdad, ya que el tiempo perfecto, así como era divisible en dos partes desiguales o en tres
iguales, también lo era en dos partes iguales, quedando remanente un cierto valor de tiempo.
Además, sostenían, era falso que estas tres partes iguales en que era divisible el tiempo perfecto,
fuesen indivisibles, pues cualquiera de ellas podía dividirse a su vez en tres. Consiguientemente,
y contra el sentir de Iacobus Leodiensis, los «modernos» aceptaban la brevis imperfecta y la mi-
nima.
466. He respetado, en la medida de lo posible, la literalidad de un texto latino evidente-
mente corrompido: in intelligentia primo divisum (dicimus) esse et concretum, et compositum ex
his sub numero ternario reperitur. Una interpretación más cabal, pero que seguiría reflejando la
corrupción del texto, sería: «la inteligencia es una sustancia divisa y concreta, y en el compuesto
resultante de la adición de ambas se encuentra el número tres». Podría pensarse, entonces, que
De Muris muestra aquiescencia con la tesis de la pluralidad de formas sustanciales en un solo
compuesto, sea en su formulación hilemórfica (forma, materia y compuesto), sea en la formula-
ción más específica de la trinidad del alma (alma vegetativa, sensitiva e intelectiva, cuyo carácter
de formas sustanciales había defendido el dominico Roberto Kilwardby –cf. en p. 154, la refe-
rencia que a Kilwardby hace Jacobus Leodiensis–). Esta última posibilidad sería razonable, toda
vez que el neoplatonismo, vigorizado cuando Occidente dispuso de las traducciones de ciertos
filósofos neoplatónicos árabes, dominaba el pensamiento desde el siglo XIII.
Ahora bien, a la luz de la reconstrucción que conjeturamos a continuación, se trataría exac-
tamente de lo contrario: muy probablemente, en el período sintáctico en cuestión existe detur-
pación por haplografía, a resultas de la cual essentia habría quedado solapada bajo el esse (esse,
<esse<n>t<ia>>) y, casi con seguridad, el dicimus debió de ser introducido por algún copista
deseoso de dotar de coherencia sintáctica al esse, que, tras la haplografía, sólo podía ser interpre-
tado como infinitivo. Cabe, entonces, que el original haya contenido la siguiente enumeración
de las partes de la inteligencia: esse, essentia et compositum ex his, donde el his se refiere a las
dos anteriores. Por tanto, el maestro matemático estaría afirmando que las partes del alma son
el esse (‘existencia’), la essentia (‘esencia’) y el compositum o forma sustancial que resulta de la
composición de ambas. Esto es, se adscribiría a la tesis tomista sobre la existencia de sustancias
Textos del siglo XIV 179
inmateriales no divinas (post Deum, en palabras de Boecio –De Hebdomadibus–, citado por el
propio santo Tomás en Quaestio VI de Quaestiones disputate de anima), en la que resulta nuclear
la noción de alma como sustancia «físicamente simple, pero metafísicamente compuesta» (cf.
p. 14 del estudio preliminar de Juan Cruz Cruz a Ezequiel Téllez, Tomás de Aquino. Cuestiones
disputadas sobre el alma, Pamplona, 1999). Santo Tomás, tras rechazar en la composición del
alma el concurso de materia y forma, y en explícita polémica con el hilemorfismo universal
defendido por el neoplatónico Avicebrón en Fons Vitae (capítulo IV de De ente et essentia y
Quaestio VI de Quaestiones disputate de anima), afirma: «el alma humana, siendo subsistente,
está compuesta de potencia y acto» (De anima, a6 c), donde acto y potencia no son, respecti-
vamente, materia y forma, como lo eran en el hilemorfismo neoplatónico, sino, llevando a sus
últimas consecuencias la concepción aristotélica del alma como forma o entelequia del cuerpo
(De anima, II, 2, 414a15-20), existencia (esse) y esencia (essentia).
467. Cf. nn. 195 y 389.
468. Aristóteles, Physica, I, 7, 190a33-35.
469. Memoria, inteligencia y voluntad.
470. En la edición, lici, que he leído loci.
471. Tomás de Aquino, en la Quaestio LXXIV de su Summa theologica prima califica, efecti-
vamente, al número dos de numerus infamis, por la misma razón aquí aducida, esto es, porque
binarius ab unitate recedit.
180 Antología de textos
472. El texto de la edición con que trabajamos (propter aliarum vocum divisionem) ha sido
leído: propter aliam vocis dimensionem.
473. Cf. Boecio, De institutione musica, I, 13.
474. Secundum sex differentias positionis, en vez de secundum sex differentias proportionis, que
propone la presente edición.
475. En el texto aparece corde, que ha sido leído por corpore.
476. Es decir, es divisible entre tres.
Textos del siglo XIV 181
477. Para evitar confusiones, conviene advertir que la noción de número perfecto a que se
refiere De Muris, no es la sostenida por Euclides (Elementa, IX, propositio 36), y de la que se
harían eco Boecio (De institutione arithmetica, I, 20, 1) e Isidoro (Etymologiae, III, 5, 11). Según
estos autores, el número perfecto es aquél que es igual a la suma de sus divisores. Son, por tan-
to, perfectos, 6, 28, 496, 8.128 y 130.816. En todo caso, la creencia en la perfección del ‘tres’
remontaba ya a los pitagóricos pues, en su opinión, todo concluía en el número tres, porque
era inherente a todas las cosas (véase Tomás de Aquino, In libro de caelo et mundo, I, Lección 2,
11). También la consideración del tres como número perfecto aparecía en Agustín (De musica,
I, 12, 20; aunque en De civitate Dei, XI, 33, es el seis el que merece el calificativo de perfecto)
y, con mayor exhaustividad, en el ya mencionado comentario de santo Tomás, donde se da
cumplida cuenta de las razones que Aristóteles aduce en el capítulo I de De caelo, para conferir
la supremacía a tal número.
478. Eiusque unitas est 27. quae perfectum imperficit perficiens imperfectum. Debido, quizá,
a una laguna en el texto, el pasaje es muy críptico, y para su comprensión hay que acudir a la
noción de número perfecto que De Muris expuso supra. Si es número perfecto el que se puede
descomponer en tres partes iguales o, lo que es lo mismo, en dos partes distintas de las cuales la
mayor excede a la menor en sí misma, el 27 (que es perfecto por ser resultado del producto de 3
x 3 x 3) hace imperfecto al 81 (que también es perfecto porque es el resultado de 27 + 27 + 27
o de 54 + 27, donde 54 es el doble de 27) cuando por adición genera el 54 (que es imperfecto
porque, tal como De Muris acaba de indicar, es divisible entre 2). De igual manera, el número
perfecto 27 hace perfecto a su medio, que es el número imperfecto 18, cuando genera por
sustracción el 9, que es perfecto.
479. Es decir en el 81, 54 y 27 y no, como la puntuación inconsecuente de la edición parece
dar a entender, en la secuencia que va del 27 al 9, es decir, en el 27, 18 y 9.
480. He variado la puntuación de la edición ya que, a la luz de lo expuesto en la n. 478, el
primer grado lo han de constituir los números 81, 54 y 27, el segundo, los números 27, 18 y
182 Antología de textos
mero perfecto, uno imperfecto y uno neutro. Así pues, son cuatro los grados:
ni más ni menos.
9, el tercero, los números 9, 6, 3, y el cuarto, los números, 3, 2, 1. En todas las secuencias apa-
rece, tal como De Muris aclara inmediatamente, un número perfecto (81, 27 y 9), un número
imperfecto (54, 18 y 2) y un número neutro (27, 9 y 1).
481. Esto es, Aristóteles, como en el párrafo siguiente queda claro.
482. Capítulos 6-8 de Ethica Nicomachea.
Textos del siglo XIV 183
Y esta ciencia es la Música, tal como testimonia Boecio 489: «Aunque las de-
más ciencias trabajan en la investigación de la verdad, la música no sólo guarda
relación con la especulación, sino también con la moralidad. En efecto, nada
es tan propio del ser humano como relajarse con las melodías dulces y angus-
tiarse con las discordantes». Y es así que la música lleva en sí muchos placeres y
procura muchas utilidades, tal como el filósofo prueba en el libro octavo de la
Política: «... todos los hombres consideran que la música es lo que más placer
causa. Lo dice Museo 490: cantar con melodía es la alegría más dulce del hom-
bre». Y más abajo, dice el filósofo: «En efecto, posee la música en ella misma un
placer natural, porque su uso se adecua a todos los caracteres». Y más adelante
en el mismo libro: «... no debe recurrirse a la música por tener una única venta-
ja, sino muchas». En efecto, produce placeres varios y admirables en tanto que
arrebata el alma del hombre. Lo afirma el filósofo en el libro octavo de la Polí-
tica 491: «las melodías producen entusiasmo en las almas, y el entusiasmo es una
afección del carácter del alma». Y ya que, también en opinión de Aristóteles en
el libro séptimo de la Política, las deficiencias de la naturaleza las suplen el arte
y la educación 492, en el caso de la música, aunque sea natural la inclinación que
hacia ella sentimos, no lo es, sin embargo, el arte musical. Por ello se aplicaron
muchos a escribir libros y tratados que den cuenta de las verdades de la música,
que clarifiquen sus conceptos y que destierren los errores que se esconden en su
derredor. Hay que concentrar el poder del intelecto para que, como dice Boe-
cio, lo que está sembrado en la naturaleza pueda ser aprehendido por la ciencia.
Ciertamente, es natural no sólo perseguir el bien, sino huir del mal. Esto lo de-
muestra la existencia de dos instintos en el animal: el concupiscible, con el que
busca su bien, y el irascible, con el que no sólo se afana en alcanzar su bien, sino
que opone resistencia a lo malo y perjudicial. También en las criaturas animales
más imperfectas de la tierra ha impreso la naturaleza una doble tendencia: la de
la alegría 493, cuando perciben lo que les parece placentero, y la de contrición,
cuando es poco grato o es triste lo que sienten. Estas propensiones se ubican
494. Prov., 8, 7.
495. En el texto: Horum igitur consideratione ego et si minimus *nitere* alios videlicet, etiam
cum uacat aliquam operam darem phylosophie (…) stilo simplici de Musica tractare disposui. Ha
sido leído a partir de la edición de Jacobus Leodiensis, Speculum musicae, I, 1 (ed. Roger Bra-
gard, Corpus scriptorum de musica, vol. 3, [Roma]: American Institute of Musicology, 1955):
Horum igitur consideratione, ego, etsi minimus inter alios, ut, etiam cum vacat, aliquam operam
darem philosophiae (…)stilo simplici de musica tractare disposui.
496. Epistulae morales ad Lucilium, LXXXII, 3.
186 Antología de textos
498. Cf. Ps., 69, 2. Para el sabor boeciano de la súplica que sigue, cf. De consolatione philo-
sophiae, III, 217, Prosa IX.
499. Para este acróstico, véase la p. 67 y la n. 116.
500. A partir de este capítulo, los contenidos coinciden con los de Jacobus Leodiensis, Spe-
culum musicae. Liber primus. Cf. pp. 153-171 y las notas explicativas a estas páginas.
188 Antología de textos
tido genérico. En efecto, cuando Roberto dice que «la música es la perfección
especulativa del alma», está aludiendo a su fin común y mediato, pues toda
ciencia tiene la misma finalidad: la perfección del alma. Y a partir de aquí es
evidente cuál es su sujeto, in quo est, pues toda ciencia radica en el alma gracias
al concurso del intelecto, y no, a pesar de que algunos lo sostengan, en alguna
potencia sensitiva.
Cuando añade en la definición «en tanto su objeto es el conocimiento de
la modulación armónica, etc.», Roberto está ya concretando el fin inmediato
y propio de la música, ya que, en calidad de ciencia especulativa, su fin pri-
mordial es el conocimiento de la verdad de aquello que es el objeto de estudio
de esta ciencia. Y referido a esto, añade: «... de cualesquiera realidades que, en
virtud de una modulación armónica, estén sujetas a proporcionalidad», con
lo que menciona el sujeto o el objeto de la música en sentido general, pues se
incluye en la música tanto la mundana y humana como la sonora. Por tanto,
si la tomamos en este sentido general, la música no sólo versa sobre el número
de los sonidos o sobre la conjunción de sonidos números, sino sobre el número
de cualesquiera cosas que, al unirse, pongan de manifiesto la relación de cierta
proporción, concordia, orden o conexión, pues, tal como se ha dicho, en este
sentido lato se entiende por modulación armónica la existencia de una relación
general. Y no se ocupa del número de las cosas en términos absolutos, sino que,
en la aglutinación de muchas y diversas cosas, encuentra la relación de alguna
suerte de conexión, orden, proporción o concordia, prescidiendo de si la na-
turaleza de éstas es sonora, humana o mundana, corporal o espiritual, celeste
o superceleste. Por ello, si a tal aglutinación de distintos elementos no sigue
ninguna coherencia, ningún orden, ninguna conexión, ninguna concordia o
ninguna proporción, tales objetos, a pesar de la simultaneidad de su conjun-
ción, no pertenecen a la música. Pero si no fuese posible que, tras parangonar
cualesquiera cosas distintas, se compruebe cierta relación del tipo que sea (to-
mando ‘relación’ en ese sentido general que hemos mencionado), parece que la
música, en su acepción general, podría comparar unas con otras todas las cosas
y podría someter a estudio la relación que entre sí guardan.
Y, según esto, la música parece abarcarlo todo.
decir, teórica y práctica, con más verdad y propiedad es músico el que domina
la teórica, pues ella domina y subordina a la práctica. El que, al contrario, do-
mina la práctica, pero no la especulativa, no puede ser considerado con pro-
piedad músico. De ello, según Boecio, es prueba que los tales no adquieren la
denominación de sus oficios a partir de la palabra ‘música’, sino de otras, por
ejemplo, de los instrumentos musicales que utilizan o de los que se sirven en sus
ejecuciones. Así el citarista toma su nombre de la cítara; el flautista, de la flauta;
el que tañe la lira, de la lira; el vielista, de la viela; el organista, del órgano y así
cada uno de sus respectivos instrumentos musicales artificiales.
Por otro lado, los que se sirven de los instrumentos naturales que confor-
man la voz y que saben, desde un punto de vista práctico, crear consonancias
pero desconocen sus fundamentos musicales y no aciertan a distinguirlas con
exactitud, e ignoran sus propiedades y qué proporciones numéricas son buenas,
mejores u óptimas, o cuáles son consonantes, disonantes o exmelles, éstos se
denominan cantores. A su vez, los que no saben cantar debido a algún defecto
de su voz o porque carecen de tal entrenamiento, pero, a pesar de ello, conocen
las naturalezas de las consonancias y otros aspectos relativos a la música teórica,
no pierden el nombre de músicos.
Ésta es la razón de que Boecio describa al músico en los siguientes términos:
«... músico es el que, siendo la razón su guía, ha adquirido la ciencia de la músi-
ca no por la servidumbre de la ejecución sino por el señorío de la especulación»,
como queriendo decir: «músico, propiamente, es el que domina la música es-
peculativa», y no «el que domina sólo la práctica», pues ésta queda constreñida
a la servidumbre de la ejecución, ya que con su ejecución queda subordinada
a la música especulativa, que gobierna y rige a la práctica. De aquí que, según
Boecio en el mismo pasaje, sean tres las categorías de los que se dedican al arte
de la música: una categoría es la de quien ejecuta instrumentos musicales, otra
la de quien compone versos y poemas y la tercera es la de quien juzga de ellos y
explica la razón de cada uno de ellos.
Las dos primeras categorías, en opinión de Boecio en el mismo lugar, que-
dan excluidas de la ciencia musical, pues son tipos subsidiarios que no apor-
tan razón sino que carecen de ella. De hecho, la primera categoría, que es la
instrumental, se extingue en el momento de ejecución, pues para este fin está
concebida. En efecto, el fin de la ciencia práctica es la obra pues ¿acaso los que
tocan el laúd o el órgano no operan con sus manos? Y, de forma similar, los
que cantan ¿no se sirven acaso de instrumentos naturales? Y tal es el objetivo de
éstos y de aquéllos: saber ejecutar con perfección sus instrumentos artificiales o
saber cantar con la ayuda de los instrumentos naturales.
Textos del siglo XIV 191
501. Así en el texto: Tierbiae, frente a Tesbias que ofrecía Jacobus Leodiensis en la p. 159.
En ambas ocurrencias, tal como se ha advertido en la n. 402, habrá que leer Tespio o, en en
todo caso, Tespias.
Textos del siglo XIV 193
Nosotros trataremos en esta obra de todas las consonancias que los autores
han estudiado y de algunas otras que casi no han recibido atención. Trataremos
de descubrir hasta donde podamos sus proporciones numéricas, lo cual sólo
podremos llevar a cabo tras muchas reflexiones y muchas operaciones mate-
máticas. No es trabajo fácil encontrar los números primeros o mínimos y los
números términos en que se fundamenta cada consonancia. Y aunque es relati-
vamente sencillo asignar números a las proporciones propias de algunas de las
consonancias consideradas individualmente, es muy complicado descubrir los
números exactos de todas las consonancias como aparecen en el monocordio
antiguo y moderno. Y porque en tales cuestiones y en muchas otras que intere-
san a la música, es mucho el esfuerzo intelectual exigido y muchas las operacio-
nes numéricas que hay que hacer, no carece de lógica el que ‘música’ derive de
muso, –sas, que significa ‘analizar con el pensamiento’. Pienso que fue mucho lo
que Boecio reflexionó sobre las cosas que escribió relativas a la música, y tam-
bién sus antecesores, a los que en el transcurso de esta obra haremos mención.
Pero si yo dijese que he pensado poco sobre las cosas que aquí escribo, ¿quién
iba a creerme si no poseo esta ciencia por inspiración divina?
Ahora bien, el constante estudio y fatiga no han de ser disuasorios, pues la
música reporta muchas satisfacciones. Al que es docto en música teórica y en
Aritmética, le resulta muy gratificante investigar sobre las diversas naturalezas
de los números y sobre las proporciones de las consonancias. Y cuando encuen-
tra lo que buscaba, se produce en su alma un gran goce, descansa y se congra-
tula, tanto más cuanto mayor ha sido el esfuerzo intelectual y cuanto más sutil
y ardua era la cuestión que logró resolver. Y en esto radica, según el filósofo,
la diferencia entre razón y sensación, pues cuando el intelecto en su excelencia
logra comprender algo inteligible, alcanza un grado más alto de perfección y el
alma adquiere una mayor destreza para el pensamiento. En cambio, cuando en
su excelencia el sentido siente algo sensible, se debilita y se vuelve más impoten-
te para percibir otras cosas, porque su virtud es orgánica. Así pues, cualquiera
ha de considerar liviano tal trabajo, de modo que encuentre gran sosiego y
exclame: ¡en el trabajo, descanso! Y no sólo las personas capaces y doctas en
música encuentran en ella delectación, sino también pueden encontrarla las no
tan doctas, las carentes de formación y las tardas de entendimiento, de forma
tal que nadie debe eludir el estudio de la música.
De las categorías de música que hemos mencionado, las de los extremos,
esto es, la primera y la última, pertenecen a la música teórica, mientras que las
dos del medio, a la música instrumental y práctica.
194 Antología de textos
La música es muy valiosa por ser sus cualidades, tanto las especiales como
las comunes, nobles, numerosas y útiles. Si se atiende a la definición gene-
ral de música, se constata su presencia en la proporción que guarda cualquier
conjunto de cosas cuando se unen y, ya que es aplicable a todo, también lo es
a lo divino. ¿Acaso no hay entre las personas divinas, aun teniendo distintas
propiedades, una armonía perfecta, un orden sublime sin anterior ni posterior,
una unidad indivisible, una simplicísima unión esencial?, ¿acaso no existe una
unión suprema? A esta música consagran su tiempo los habitantes celestiales
e intuitivamente la ven. Además, en la Iglesia triunfante, alaban sin cesar a
Dios a través de la música, pues la música es el instrumento de loa a Dios. De
donde se dice en Apocalipsis, 6: «... y no cesaban día y noche de decir: “Santo,
Santo, Santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha
de venir”». Y en Isaías, 6: «Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, Santo,
Santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria». Es así que a
las cohortes celestiales es común aquel canto con el que reconocen la Trinidad
de las personas divinas y su unidad esencial. Esta multitud canta sin cesar, pues
apenas durante hora y media guarda silencio el cielo. No obstante, no siente
fatiga ni tedio: es su deseo loar a Dios sin pausa, ya que esperan la más alta
retribución. De acuerdo con la distinción de las moradas celestiales, entonan
cantos propios y distintos según la cualidad de sus méritos: uno es el cántico
de los mártires, otro el de los doctores, otro el de las vírgenes, tal como testi-
monia Apocalipsis, 6: «y ninguno podía aprender el cántico sino aquellos ciento
cuarenta y cuatro mil, que fueron redimidos de entre los de la tierra. Éstos son
los que no se mancharon con mujeres, pues son vírgenes». Pero esta diversidad
de cánticos no produce ninguna discordia, ni son disonantes ante Dios. Toda
melodía, toda armonía allí encuentra su camino. Todo lo remiten a Dios, que
es su goce. Y, en la medida en que el objeto y el fin que justifican su existencia
la hacen partícipe de la nobleza a ellos intrínseca, esta música de los habitantes
celestiales es más noble, más perfecta y más encomiable que todas las restantes
que, al fin y al cabo, han sido concebidas como derivadas de ella. Ésta es la ra-
zón de que hayamos comenzado por las excelencias de esta música.
Siguiendo con nuestra concepción general de la música, pasemos a apli-
carla a las cosas del universo y, en ellas, tratemos de alguna de sus propiedades
recomendables. Si quisiésemos analizar con aplicación la conexión de todas las
criaturas y la proporción y orden que guardan entre sí y respecto a su principio,
nos admiraríamos porque sería necesario que nuestra alma conociese la obra
Textos del siglo XIV 195
más liberal, la más próvida, la más grata y alegre, la de mayor consuelo, la más
sociable y amable y la que mejor se adapta a las distintas índoles de los hombres,
pues torna al hombre liberal, próvido, grato, alegre, sociable y amable a los bien
acondicionados. Se adecua a las circunstancias diversas de los hombres, a los
tristes y a los felices, a los enfermos y a los sanos. ¿Acaso, según cuenta Boecio,
no curaba Pitágoras con instrumentos musicales a los que sufrían desórdenes?
La música disipa la ira, recrea a los fatigados, reconforta a los tristes y atemori-
zados, seduce a los jóvenes y reanima a los ancianos, a los insomnes les devuelve
el sueño, a los somnolientos los despabila, a los que trabajan los hace perseverar
en el trabajo, es grata al intelecto, al oído es grata; a los avaros convierte en
generosos, y a los envidiosos, más felices. ¿Qué más? Según Boecio, toda edad
y todo sexo, aunque sujetos a los actos y hábitos que les son propios, comparten
el mismo placer por la música. Ésta se adecua a batallas, bodas, banquetes y a
cualquier otra circunstancia. De lo aquí dicho, tal como afirma Boecio, no pue-
de caber duda de que la música nos es hasta tal punto connatural que, aunque
quisiésemos, no podríamos prescindir de ella.
En efecto, la música se apodera del hombre y trata de poseerlo por entero.
Pero no únicamente; no le es suficiente con el solo hombre. Pues también la
música seduce y atrae a bestias y serpientes, aves y delfines, que son peces que,
cuando sopla el Aquilón, acuden al llamárselos por el nombre que les gusta. Y,
cosa que es digna de admiración, ciertos animales que poseen voz, aunque no
oído, parecen encontrar deleite en la música, como la cigarra y otros animales
exangües con el sonido que producen cuando están quietos, a diferencia de
otros que, como las abejas, lo producen al volar. Estos animales, sin embargo,
no oyen el sonido, porque son imperfectos, ya que carecen del sentido del oído,
pues es común a los seres que no tienen sangre que ni respiren ni oigan. Los
peces, en cambio, oyen, aunque no respiran; pero los peces sí tienen sangre.
También menciona Isidoro a Orfeo que con su música atraía a todos los seres. Y
por esto, el que no se siente atraído por la música, parece ser más bestia que una
bestia. Y con esta mención a Orfeo, pongamos fin a la definición de la música.
Según Isidoro, Moisés asegura que el creador del arte musical fue Tubal que
perteneció a la estirpe de Caín, antes del diluvio. Y, en efecto, en el Génesis, 4
se afirma que fue el padre de los que tocan la cítara y el órgano; y no porque él
haya inventado dichos instrumentos, que son de aparición muy posterior, tal
Textos del siglo XIV 197
Aristóteles, y Franco Teutonicus. Las artes de éstos son muy afines; no obstante,
los modernos difieren mucho de ellos en sus escritos, en lo que se refiere a la
ejecución de los cantos, al nuevo modo de medir y de figurar o poner notas a
los cantos, tal como, si Dios quiere, quedará claro en el último libro de esta
obra, en el que se esgrimirán algunos argumentos en defensa de los autores
antiguos.
Philippe de Vitry, Ars nova (eds. Gilbert Reaney, André Gilles & Jean Mai-
llard), en Corpus scriptorum de musica, vol. 8, [Roma]: American Institute
of Musicology, 1964.
Comienza el prólogo de los libros del Arte musical, escrito por el hermano
Johannes Aegidius, doctor de Zamora, obedeciendo a su venerable padre fray
Juan, Ministro General de la Orden de los Hermanos Menores.
Tal como leemos en los libros de los antiguos sabios y, sobre todo, en los
libros de los caldeos y egipcios, que en otros tiempos pasaban por ser represen-
tación viva de todas las ciencias, y tal como nos enseñan los libros de los griegos,
de fecha más reciente, especialmente los de tiempos de Alejandro Magno, rey
de los griegos, y de Tolomeo, rey de Filadelfia, en cuyos tiempos en la ciudad de
Alejandría se encontraron setenta mil volúmenes valiosísimos, sin la música no
puede encontrarse una ciencia perfecta, tal como afirma el beato Isidoro en el
libro sexto de las Etimologías 502. En efecto, es muy perfecta y muy útil debido a
las consonancias y disonancias de las cantidades y números de los elementos, de
los tiempos, de los miembros y de otras cosas semejantes. Y no sólo se considera
que su utilidad radica en esto, sino en los efectos que, según las fuentes escritas,
produce sobre los cuerpos enfermos. David, por ejemplo, quien, gracias a su
arte de la modulación, liberó a Saúl de un espíritu inmundo 503. Igualmente, tal
como cuenta Isidoro en el capítulo decimotercero del libro cuarto de las Etimo-
logías, el médico Asclepíades restituyó a su antiguo estado a un hombre enaje-
nado. También Platón encarece el aprecio de la Música porque, si la Aritmética
es la madre de todas las artes, la Música es su hermana 504 y, en su parecer, sin
el arte melódico no es posible encontrar una ciencia perfecta, por eximia que
sea. En las disciplinas gramaticales, lo dicho se comprueba en la ortografía, en
la consonancia y disonancia de las letras y, en la métrica, en la consonancia de
los pies. En las disciplinas lógicas, se comprueba en el arte de los silogismos, en
la consonancia y disonancia de las proposiciones. En las disciplinas retóricas,
en la consonancia y disonancia de los ritmos; y así sucesivamente. Y no sólo
en éstas sino en todo lo que existe, véase, por ejemplo, en los cuerpos celestes,
simples o compuestos, se manifiesta una melodía hermosísima de consonancias
y disonancias musicales dispuestas por la divinidad.
Sobre ella escribimos, con fidelidad a los datos que hemos podido recoger
de las distintas lenguas, libros, compiladores y traductores diversos, confiando
pocas cosas a la memoria.
502. La referencia correcta es Etymologiae, III, 17, 1. Cf. las notas a la traducción de Isidoro
en las pp. 37 ss. y más concretamente la n. 39.
503. I Sam., 16, 23.
504. Respublica, VII, 12, 530d.
200 Antología de textos
Las fuentes escritas documentan muchos inventores del arte musical, de-
pendiendo de cuál sea la opinión sostenida por numerosos sabios. Ciertamente,
afirmaron unos que el filósofo Pitágoras 505, al pasar delante de un taller de he-
rreros, oyó el golpe, ruido o tintineo de cinco martillos sobre el yunque. Como
de la diversidad de su sonido resultaba o se producía una armonía, se acercó al
lugar, considerando que, a resultas de una buena ejecución, los sonidos de estos
martillos encerraban algún secreto del arte melódico. Ésta fue la causa de que,
tras pesar allí mismo y sin demora los martillos y tras discernir los sonidos que
resultaban de esos sonidos o tintineos, descubriese los siete intervalos y conso-
nancias de los sonidos.
Pero, aunque a partir de esto haya que consentir que el filósofo Pitágoras
ha hecho, gracias a la agudeza de su ingenio, alguna contribución teórica a este
arte, no fue, en todo caso, su inventor o autoridad primera. En efecto, tal como
se documenta en las crónicas inspiradas por Dios para la verdad hebrea, esto es,
en el libro cuarto del Génesis, y en las glosas a este pasaje, y en Rabanus 506 y en el
ilustre historiador Josefo y en la Historia escolástica 507, Tubal 508, hijo de Lamec
y de su esposa Ada, fue el padre de los que tocan la cítara y el órgano, pero no
el inventor de los instrumentos, cuya creación es de fecha muy posterior. Éste,
el primero y en primer lugar, descubrió las proporciones y consonancias musi-
cales con el objeto de dotar de algún solaz su labor de pastoreo, que consumía
y extenuaba su cuerpo a costa de vigilias, trabajos y preocupaciones. Entonces,
como había oído que Adán había profetizado dos formas distintas de juicio
final, la primera con agua y la segunda con fuego, a fin de que no pereciese la
ciencia musical que había descubierto, con diligencia la puso por escrito en dos
columnas y en ellas dejó consignados los principios de esta disciplina. Una de
las columnas era de mármol, para que no se deshiciese en caso de diluvio, y otra
de adobe, para que resultase indemne en caso de incendio. Según testimonio de
Josefo, la columna de mármol fue encontrada tiempo después en Siria 509.
Pero el ya mencionado Lamec tuvo de Zila, su segunda esposa, a Tubalcaín,
que fue maestro de la forja del bronce y hierro, tal como se afirma en el capí-
505. Cf. n. 35.
506. Esto es, Rabanus Maurus. Cf. pp. 48 ss.
507. Obra de Petrus Comestor, historiador del siglo XII. Los contenidos a los que se aluden
se encuentran en el libro XXVIII.
508. Sobre Jubal o Tubal, cf. nn. 34 y 59.
509. Respecto a lo aquí narrado, cf. las anotaciones a la p. 165.
Textos del siglo XIV 201
tulo cuarto del Génesis 510. Éste fue el inventor del trabajo siderúrgico y cultivó
dignamente las artes de la armería. También creó esculturas de metales, esto es,
hizo trabajos en metal para deleite de los ojos. Mientras él trabajaba en la forja,
el ya aludido Tubal o Jubal 511, encontrando placentero el sonido de los marti-
llos, según testimonia la Historia escolástica, dedujo ingeniosamente, a partir del
peso de los martillos, las proporciones y consonancias que su sonido producía,
tal como ya hemos dicho antes. Este hallazgo es el que los griegos, como tam-
bién hemos ya mencionado, atribuyeron míticamente a Pitágoras. A resultas de
la quema de matorrales, pensó que del mismo modo podría él 512 fabricar obras
curiosas de metal, que fuesen solaz para la vista en la misma medida que las
consonancias lo eran para el oído. Efectivamente, tras quemar unos matorrales
en el prado a fin de renovar el pasto para el ganado, las vetas de los metales,
en estado líquido, fluyeron a manera de arroyos. Cuando desapareció el metal
líquido, según testimonio de Josefo, resultó que la parte inferior de las láminas
de metal había reproducido en vaciado las formas de las superficies sobre las que
las láminas habían estado extendidas.
Todavía hay que añadir que Zoroastro, inventor de la magia al que algu-
nas fuentes denominan Cham 513, dejó en bella escritura las siete artes liberales
en catorce columnas. De éstas, siete fueron de bronce y siete de adobe, como
precaución contra el agua y el fuego si llegaba a producirse cualquiera de las
dos formas de fin del mundo que antes se indicaron. Pero Nino 514 entregó al
fuego sus libros y los quemó. Ciertamente, a este Zoroastro lo inició en las artes
liberales Abrahám, muy sabio en las ciencias astrológicas. Afirma Isidoro en el
capítulo segundo del libro quinto de las Etimologías 515 que Tubal, de la estirpe
de Caín, inventó la música antes del diluvio. Los griegos, al contrario, atribuyen
su invención a Pitágoras, diciendo que la descubrió a partir del sonido de mar-
tillos y de la tensión y pulsación de cuerdas. Otros, dice Isidoro, aseguran que
los creadores de la música fueron Lino, el científico maestro tebano, así como
los doctos 516 Zeto y Anfión, con posterioridad a los cuales, según la misma
fuente, fue progresivamente perfeccionada. Dependiendo del poeta, siempre
se menciona un nuevo inventor. Así, leemos que los principios de la música
los descubrió el filosófo Asclepíades a partir de la resonancia o zumbido de los
oídos. Otros aducen el nombre de otro filósofo y, como causa, el canto de las
aves, fundamentalmente del ruiseñor, del que trataremos en el siguiente capí-
tulo. Ciertamente, esta ave, por su solo instinto natural conoce el sonido breve,
el alargado, la disminución, abreviación y alargamiento 517, el sonido agudo y
el sordo, la nota simple y la unida por ligadura 518; y enseña y adoctrina en su
516. En el texto: philosophos. Sobre Lino cf. n. 36; sobre Zeto y Anfión, n. 37.
517. En el texto: punctum, tractum, subtractum, contractum, postractum, donde postractum
ha de ser leído protractum. Aun así, es difícil decidir a qué se está refiriendo el autor, ya que no
aporta indicaciones al respecto, aunque el pasaje parece emular aquél en que Plinio trata del
arte musical del ruiseñor (Naturalis historia, X, 81-82, 4): modulatus editur sonus et nunc conti-
nuo spiritu trahitur in longum, nunc variatur inflexo, nunc distinguitur conciso, copulatur intorto,
promittitur revocato, infuscatur ex inopinato, interdum et secum ipse murmurat, plenus, gravis,
acutus, creber, extentus, ubi visum est, vibrans, summus, medius, imus: «[el ruiseñor] emite un
sonido modulado, que ahora alarga sosteniendo el soplo, ahora varía con inflexiones, ahora di-
vide haciendo pausas, liga con trinos, continúa tras detenerlo, apaga de pronto. A veces incluso
murmura consigo mismo. Su voz es plena, grave, aguda, rápida, lenta. Cuando le parece, es de
soprano, de tenor, de barítono, de bajo» (Del Barrio Sanz, et alii, trads., Plinio el Viejo. Historia
Natural, Madrid, 2003, pp. 393-394).
El profesor Michael Bernhard (Ludwig-Maximilians-Universität München) me ha sugerido
que cabría la posibilidad de que Johannes Aegidius esté dando un listado de los símbolos de no-
tación mensural. De ser esto cierto, tendríamos ‘la nota simple’ (punctum), ‘la plica’ (tractum),
‘la plica descendente’ (subtractum) y ‘la plica a la izquierda’ (protactum). No obstante, seguiría
siendo problemático el contractum pues, aun pudiéndose referir a la figura cuadrada sin plica
que representa la breve sin ligadura, dicha terminología no tiene pararelos en la tratadística
medieval. Por ello, he optado por interpretar subtractum, contractum, postractum en el contexto
de los accidentes que pueden sufrir las figuras en la notación mensural (alterationem, imperfec-
tionem, diuisionem, additionem), pudiendo subtractum aludir concretamente a la alteración o
transposición modal descendente bemol.
518. En el texto: acutum et obtusum, planum et ligatum et devaletum, donde hay que poner
una coma delante de develatum y suprimir la que lo sigue, pues develatum (‘polluelo’), a pesar
de lo capcioso de la puntuación, no forma parte de la enumeración de tecnicismos, aunque la
traducción de Michel Robert-Tissot así lo considere (Johannes Aegidius de Zamora. ����������
Ars musica,
Corpus scriptorum de musica, vol. 20, Roma: American Institute of Musicology, 1972, 41):
«aigus, assourdis, unis, liés et affaiblis».
Textos del siglo XIV 203
arte a sus polluelos y al resto de las aves que la escuchan. Otros sostienen que la
invención de la música se produjo a partir del efecto del viento sobre los parajes
cavernosos de los bosques, en los que, sobre todo de noche, se escuchan suaves
silbidos. Otros aseguran que fue a partir del sonido de las aguas y del choque del
viento contra las rocas o escollos, de donde procedería la etimología que la hace
derivar de ‘agua’ 519. Otros defienden que se produjo a partir del movimiento
brusco de las esferas y de la rotación sobre el eje, o del que, del modo que sea,
produce la luz del Sol 520, como consta en las Peripheriis de Toledo 521. Otros, en
fin, a partir de la vibración de los nervios tensos de cadáveres, limpios de carne
y huesos, sobre todo en aguas que fluyen o lugares semejantes 522.
Hay que conceder crédito, no obstante, a la verdad hebrea de que el primer
inventor fue Tubal, aunque, con posterioridad a Tubal, haya habido otros que,
sucediendo en grado y orden hasta la actualidad, como se dirá más abajo, han
contribuido con nuevas consideraciones y experiencias y han perfeccionado las
de sus predecesores, como ocurre también en el resto de las ciencias. Porque, tal
como constata Prisciano en el proemio de su obra 523, «los maestros del pasado,
cuanto más recientes, tanto más sagaces», según se comprueba en los antiguos
filósofos: primero Sócrates, después Platón y, por fin, Aristóteles, ya en tiempos
de Alejandro Magno.
Según Isidoro en el pasaje citado antes, los antiguos reconocieron que tan
fecundas eran las utilidades del arte musical que era igual de vergonzoso no
saber música que no saber leer. Por esta causa, no faltaba su presencia en los
sacrificios, bodas, banquetes y guerras; y lo que es más sorprendente, tampoco
en los entierros. De aquí que afirme el beato Isidoro que, si falta la disciplina
de la música, ninguna ciencia es perfecta 524. Incita los sentimientos, apercibe
los sentidos, anima a los que luchan y, cuanto más vehemente es el sonido de
la trompeta, tanto más fuerte es el ímpetu para la lucha. Alegra a los tristes,
aterroriza a los reos 525, cuando el clangor de la trompeta llega a los oídos de los
enemigos. Hace más llevaderos los trabajos del pastoreo y otros, y sana a los
enfermos. Templa los ánimos atormentados, alivia las preocupaciones y cuitas,
reprime y modera la furia y, para decirlo con brevedad, según Isidoro, de for-
ma admirable incita a escuchar su modulación a las propias bestias, así como
a serpientes, aves y delfines. Y lo que es cosa más prodigiosa, arroja y expulsa
del cuerpo los espíritus malignos, en virtud de cierta cualidad divina, milagrosa
y oculta. Pues leemos que con la aquiescencia justa del Altísimo, los espíritus
inmundos habitan en los cuerpos por culpa de las muchas inclinaciones del
hombre hacia el vicio. Pero cuando, gracias a la armonía melódica, el cuerpo
pasa a una disposición contraria (por ejemplo, de una tristeza pertinaz a la
alegría), el espíritu demoníaco escapa. En este sentido, afirma el maestro 526
en la Historia escolástica que los matemáticos han documentado que muchos
espíritus inmundos no pueden soportar la armonía y que, en alguna ocasión,
son anulados por efecto de esa disposición contraria que produce la armonía
al tomar posesión de esos cuerpos en los que ellos habitan. Respecto a esto, la
crónica inspirada por Dios, en el libro primero de los Reyes, capítulo decimo-
quinto, da fe de que, como un espíritu malo atormentara a Saúl, sus siervos le
dijeron 527: «... haz venir a alguno que sepa tocar el arpa (entendiendo por ‘que
sepa tocar el arpa’ cualquier persona docta en música) y tendrás alivio». Y sigue
relatando que David tañía el arpa en presencia de Saúl, cuando estaba atormen-
tado por el espíritu malo, y que Saúl sentía alivio y estaba mejor y de él salía el
524. Cf. n. 39.
525. A juzgar por el pasaje de Isidoro en que se basa (Etymologiae, III, 17, 2 –para su traduc-
ción véase supra p. 39–), reos no encuentra explicación y cabe sospechar corrupción.
526. Esto es, Petrus Comestor.
527. La referencia correcta es I Sam., 16, 16.
Textos del siglo XIV 205
mal espíritu: espíritu por su naturaleza, pero maligno por sus pecados. También
el filósofo Asclepíades recuperó con la melodía sinfónica la salud de un hombre
enajenado, según cuenta el beato Isidoro 528.
¿Qué más se puede decir? Sabemos por experiencia que las aves se apresuran
a posar su vuelo para oír una melodía, que con agrado aprenden y generosa-
mente enseñan a sus discípulas. Por ello, narra Plinio en el libro décimo 529 y
Ambrosio en el Hexameron 530 que el ruiseñor, también denominado luscinia o
acredula, es un avecilla, pequeña de cuerpo pero por su voz y canto muy grande.
Cuando en primavera incuba sus huevos, ameniza la tarea insomne de la larga
noche con la suavidad de su canto, de modo que da vida a los huevos no menos
con estos dulces tonos que con el calor de su cuerpo. Tiene puestas de un máxi-
mo de seis huevos y, según Plinio, durante quince días y quince noches entona
sin interrupción su canto cuando se multiplican los renuevos en las frondas. Es
cosa digna de asombro que en tan pequeño cuerpo pueda darse un aliento de
semejante pertinacia. También es de admirar que en música tan perfecta se pro-
duzca un sonido de modulación tal que ora se prolongue con aliento continua-
do, ora varíe en inflexión, ora se escinda; sale, se repliega, en ocasiones se vela,
y aun murmura consigo mismo, lleno, grave, agudo, único, fluido, expandido.
En tan pequeña garganta se produce una modulación de calidad semejante a la
que el artificio humano ha concebido en el exquisito instrumento de las flautas.
Y los cantos no son los mismos para todos, sino que cada uno tiene sus cantos
propios. Entre ellos compiten en animosa porfía pública. El ruiseñor vencido
a menudo muere, faltándole antes la respiración que el canto. Otros pajarillos
más jóvenes escuchan la dulzura del canto del ruiseñor y las melodías que éste
profiere, ellos las repiten. El discípulo escucha las enseñanzas de su maestro y
acepta las correcciones, ora cantando, ora callando, ora reanudando el canto.
Inesperadamente el ansia por la dulzura de su canto lo consume y, por último,
muere cantando y, mientras muere, sigue cantando. En ocasiones parece alter-
nar la dulzura de sus cantos con la symphonia 531 y, para que sea mayor la fuerza
de su canto, con frecuencia tiene los ojos cerrados. Pero tan exquisita música
empieza a declinar a los doce días y, poco a poco, al tiempo que el canto, muda
el color del ruiseñor. Y en invierno, ni su canto ni su color parecen los que tenía
dura diez meses y su desarrollo corporal pleno lo alcanza en diez años. Respira
y emite sonidos guturales contraviniendo la naturaleza del resto de los peces.
Tiene la verga interior, no sobresaliendo hacia fuera. Sus mamas no están si-
tuadas en la parte superior del torso sino hacia atrás, casi en las aletas. El útero
en el que gesta su feto es muy interno y sólo pare en verano. Nada bajo el agua
y bajo el agua lo siguen sus crías. Como a los seres marinos, le penetra el agua
por la nariz, pero, como los terrestres, respira con pulmones. Toma el alimento
en posición supina. Sus testículos son interiores, no prominentes como los de
los otros peces de gran tamaño. Según el naturalista 537, se dice que lloran cuan-
do son capturados. El canto los amansa y cautiva. Con su astucia y artimañas
matan cocodrilos. Duermen sobre las aguas, la música los seduce. Así, cuando
unos marineros se disponían a matar al músico Arión 538, consiguió éste que
antes le permitiesen tañer la cítara. Habiéndose congregado un tropel de del-
fines para oír su canto, tras arrojarse al mar, uno de ellos lo recogió y lo llevó a
la costa. Cuando son llamados por el nombre de ‘simones’, siguen a quien los
llama y escuchan con más celeridad las voces 539 de los hombres cuando sopla
el Aquilón, a pesar de que no poseen oídos sino, en su lugar, ciertas aberturas;
sin embargo, cuando sopla el Austro, en cierto modo éstas se cierran 540.
Encuentran grata la música de las symphonias y, según el filósofo Solino
en su libro sobre cosas admirables 541, se vuelven directamente a escucharla. Y
añade que se encuentra en el Nilo cierta especie de delfines que tiene aletas en
forma de sierra. Éstos incitan a los cocodrilos a nadar y, sumergiéndose taima-
damente, nadando por debajo de ellos, atacan sus partes blandas y los matan.
Sobre su naturaleza, hemos ya tratado suficientemente en nuestro libro sobre
historia natural, así como en el libro sobre las propiedades de algunas especies
de peces.
537. Esto es, Plinio, quien en Naturalis historia (IX, 33, 7-8) recoge una anécdota cuya
paternidad atribuye al también naturalista Muciano.
538. Plinio, Naturalis historia, IX, 28, 4. Cf. también n. 308.
539. En el texto: rationes, que ha sido leído orationes.
540. Cf. Plinio, Naturalis historia, IX, 30, 6-7 y Solino, Collectanea rerum memorabilium,
XII, 6.
541. Collectanea rerum memorabilium o Polyhistor. Cf. n. 533.
208 Antología de textos
542. Boecio, por supuesto, reconocía tanto la importancia del movimiento para la produc-
ción de los sonidos, como la necesidad de que éstos guardasen una proporción matemática.
Por poner dos ejemplos de entre los muchos pasajes que se podrían aducir, cf. De institutione
musica, I, 3 y IV: Vt igitur sit uox: pulsu est opus. Sed ut sit pulsus: motus necesse est antecedat. Vt
ergo sit uox: motum *necesse*esse est y Sonorum igitur coniunctio. proportionibus constituta est («Así
pues, para que se produzca un sonido es necesaria una vibración y, para que haya vibración,
es necesario que preexista un movimiento. El movimiento, por tanto, es imprescindible para
que la existencia del sonido» y «Por esto la combinación de sonidos se basa en proporciones
numéricas»). A pesar de ello, la definición de ‘música’ que Aegidius Zamorensis le atribuye
no se encuentra en la obra de Boecio, al menos no con las palabras con que es formulada en
el presente texto. Sí aparece, en cambio, en otros maestros, entre los que cabe citar a Guido
(Micrologus, XVI), a Johannes Affligemensis (De musica, IV, 9) y a Guglielmo Roffredi (Summa
musicae artis, I).
La paternidad de tal definición ya debió de resultar problemática a los teóricos medievales,
pues mientras Johannes Aegidius Zamorensis la atribuye a Boecio, Ieronimus de Moravia en su
Tractatus de musica cita como autoridad a Johannes Affligemensis (cf. supra p. 107 y n. 247),
el anónimo autor de Ars musice (cf. infra p. 221) y Adam de Fulda (cf. p. 221 y nn. 595 y 597)
parecen dudar entre Johannes y Boecio. La responsabilidad de tales vacilaciones puede proce-
der del propio Ieronimus de Moravia (s. XIII), quien en el capítulo I de Tractatus de musica,
cuando aborda la definición de la música, dice: Musica est motus vocum congrua proportione
inter se consonantium. Secundum autem Boetium in verbo musice: «Musica facultas armonica est
differentias acutorum et gravium sonorum sensu ac ratione perpendens». No habría que descartar
que copistas posteriores hubiesen modificado la puntuación de Ieronimus, poniendo una coma
en vez del punto que sigue a consonantium con lo cual pasaría a ser interpretado de la siguiente
manera: «música es el movimiento de sonidos consonantes que guardan entre sí una proporción
numérica, según la definición boeciana de la palabra ‘música’, que dice: “la facultad armónica es
la que con el sentido y la razón estima las diferencias entre los sonidos agudos y graves”». Con
todo, la posibilidad que apuntamos no deja de ser meramente conjetural.
543. Sobre la atribución de esta definición de claro sabor isidoriano (Etymologiae, III, 15,
1) a Guido d’Arezzo, cf. n. 218.
544. Johannes Aegidius Zamorensis se refiere a Iohannes Cotto o Affligemensis, que da,
efectivamente, tal definición en su tratado De musica, IV, 9 (Scriptores ecclesiastici de musica
sacra potissimum, vol. 2 [ed. Martin Gerbert], Hildesheim: Olms, 1784/1963).
Textos del siglo XIV 209
el verano, la tierra con el otoño, el agua con el invierno. Y Dios eterno da los
tiempos de las estaciones para aliviar el descontento y los trabajos del hombre,
como si de armonías perfectas se tratasen. Y así como los elementos armonizan
con las estaciones, unos y otros armonizan con los humores y cuerpos: el aire
y la primavera son consonantes con la sangre, el fuego y el verano con la bilis,
la tierra y el otoño con la atrabilis, el agua y el invierno con la flema. Sobre
estas consonancias y disonancias ya quedó dicho en otro momento en el libro
Compendio de las ciencias e Historia natural y en el libro que se titula Archivo, es
decir, Armarium 553.
Música Humana es aquélla cuya existencia se contempla en el ensamblaje
de lo humano, cosa que cualquiera puede entender por propia observación. Por
ello, Boecio afirma que sin música no existe hombre, esto es, sin ella, éste no
se puede conformar, pues ella es hasta tal punto connatural a nosotros que, si
quisiéramos privarnos de ella, no podríamos. Grande es la proporción de mú-
sica en la unión de alma y cuerpo 554, y en su contraria, gracias a la mediación
de sus alientos, a saber: al natural, que tiene su sede en el hígado, al vital, que se
halla en el corazón, y al animal, que reside en la cabeza. De la misma forma que
estos humores armonizan entre ellos y con el cuerpo, así también se produce,
respecto a ellos mismos y respecto al cuerpo, la armonía de los huesos, nervios,
arterias, cartílagos, carnes y piel. De donde dice Platón que Dios es la armonía
del alma musical 555. Y, en el mismo sentido, afirma Boecio 556: «¿Qué es lo hace
que el hálito incorpóreo de la razón se vincule al cuerpo sino cierta armonía y
proporción que, como si de sonidos graves y agudos se tratase, produce una
especie de consonancia?». La armonía filosófica emula este tipo de música.
Pero se somete a nuestra consideración ahora la música Instrumental, que
es la que consiste en los instrumentos, tanto en los del arte como en los de la
naturaleza. De hecho, Guido, Johannes y otros teóricos de la ciencia musical
han establecido, en sentido general, la siguiente distinción: el primer tipo de
557. Concentum coeli quis dormire facit? (cf. Iob, 38, 37). Tal como ya he indicado, para los
pasajes bíblicos he utilizado la traducción de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera (Santa
Biblia, Korea, 1569/1960); a ello obedece que también en esta ocasión haya preferido respetar
la propuesta de estos autores, a pesar de que quizá adolece de excesiva libertad respecto al latín
de la Vulgata.
558. El autor cita muy libremente a Boecio (De institutione musica, I, 2), quien, como ya
se ha indicado en la n. 264, recrea la reproducción que Cicerón (De re publica, VI, 18, 5 ss.)
hace de las ideas pitagóricas y platónicas sobre la armonía cósmica (cf. Respublica, X, 14, 617b
y Timaeus, 31c-37c y ss.).
559. Para las refutaciones aristotélicas a la armonía cósmica defendida por Platón, cf. el
Tractatus de musica de Ieronimus de Moravia, supra en las pp. 114 ss.
212 Antología de textos
Capítulo I
562. Para veraciter con el sentido de «guardando las debidas leyes del número», cf. nn. 77
y 160.
563. La referencia correcta es Etymologiae, III, 15, 1.
564. Recuérdese la definición de la musa, cornamusa o ‘gaita medieval’ que hace Johannes
Affligemensis en De musica cum tonario, III, 54 (citado por Ieronimus de Moravia, Tractatus de
musica II –cf. p. 109 y n. 253–): «es un instrumento musical que suena de forma conveniente
y placentera, y que supera a todos los instrumentos musicales, y que en sí contiene la fuerza y
el modo de todos. Efectivamente, recibe el aliento humano como la flauta y, como la viela, es
tañido por la mano».
565. Tal es la lectura de Adam de Fulda y que, a la luz de las variantes encontradas en
otros autores, ha de ser leída como modusica que, con distinto formante sufijal, aparece bajo
la forma moduficam en Ieronimus de Moravia, Tractatus de musica, II (Scriptorum de musica
medii aevi nova series a Gerbertina altera, vol. 1 [ed. Edmond de Coussemaker], Hildesheim,
1864-1876/1963). Otras dos ocurrencias más cercanas al madusica del texto las encontramos
en el anónimo autor de un Tractatus de musica del siglo XV (Bartha, Dénes von, «Studien zum
214 Antología de textos
musikalischen Schrifttum des 15. Jahrhunderts», Archiv für Musikforschung 1, 1936, 180-199:
Alii modusaycam a modulacione) y en Conradus Noricus (s. XVI), Prefatio de Johannis de Muris
musica speculativa (Fast, Susan, ed., Johannis de Muris musica, Musicological Studies, vol. 61,
Ottawa, 1994: vel a modusica [sic] id est ad modulamine dicta). Sus argumentos resultan sumar-
se a la propuesta etimológica de Agustín, que hace derivar modulatio de la palabra latina modus
(De musica, II, 2, 2): Ad id scilicet ut intelligas modulationem posse ad solam musicam pertinere,
quamvis modus unde flexum verbum est, possit etiam in aliis rebus esse («Para que lo entiendas,
la modulación sólo se da en la música, mientras que el modus, palabra de la que deriva, puede
encontrarse en otras cosas»). Y un poco más abajo (De musica, I, 2, 3), sentencia: Igitur quoniam
fatemur modulationem a modo esse nominatam («Por tanto, podemos consentir que ‘modulación’
deriva de modus»).
Salvo la variante mencionada de Ieronimus de Moravia, las demás etimologías han añadido
a modus el sufijo griego –ycos o –icos, que, según hemos ya visto (cf. n. 188), es utilizado para
la formación de léxico de carácter científico. A tal sufijo acudía Ieronimus para hacer derivar
‘música’ de moysicam (cf. p. 110 supra), etimología a la que dan fe otros muchos autores (véase
como ejemplo infra (p. 251) el texto de Dionysius Lewis de Ryckel).
566. Epistola CXXXI, Augustini ad Hieronymum sive Liber de origine animae, 13.
567. III, 59.
Textos del siglo XV 215
dos, por ejemplo, en todas en las que no se pone fa puede ponerse bemol. Igual-
mente, en todas las claves en las que se pone fa puede ponerse becuadro [sqb],
si el tono y la necesidad obligan. Así, igual que todo el espíritu se deleita con la
armonía de modulaciones, también sucede lo contrario: cesa el placer auditivo
si se percibe en ella alguna perversión. A su vez, la música mensural puede ser
Simple o Plana si sus figuras no sufren aumento o disminución, como sucede
en el canto gregoriano, y Mensural o Figurada si en las notas sus figuras pueden
aumentar o disminuir en forma y especie; y esto en los primeros grados de la
música, esto es, en modo, tiempo y prolación. Ambas, la simple y la mensural,
pueden ser, a su vez, vera o ficta.
Capítulo II
Entre las siete artes liberales, la música no es la de menor utilidad, tal como
atestigua Aristóteles en el libro diecinueve de sus Problemas, en el problema diez,
donde asegura: «... la música alegra a los tristes, y a los ya alegres los obliga a
mayor contento». Y en el libro octavo de la Política 568: «... el alma se deleita en la
música de forma natural». Pues consigue tal aplicación de las almas que éstas no
piensan en otra cosa, según afirma Casiodoro. Y del mismo parecer se muestra
Rufo Constantino 569 en su Viático, cuando relata que Orfeo 570, gracias a su mú-
sica, conseguía que los corazones de los príncipes pasasen de la tristeza a la alegría.
Despierta, en efecto, a los que duermen, hace dormir a los insomnes y cura la
melancolía. De aquí, que el filósofo en el libro octavo de la Política afirme 571: «...
la música se adecua a cualquier edad y, sobre todo, a los jóvenes». Son los jóvenes,
pues, los que principalmente han de iniciarse en el estudio de la música a fin de
evitar caer en la lascivia. En palabras del filósofo en el libro sexto de la Ethica 572:
«... es natural que encontremos placer en aquellas cosas a las que cogimos afección
desde la infancia». Así pues, si los jóvenes consiguiesen encontrar en la música esa
satisfacción que suelen buscar en las vanidades, les resultaría más fácil abandonar
las cosas vacuas y dirigir su espíritu a más altas complacencias.
Y no creo que sin razón sea ésta digna de alabanza ya que es la más antigua
de las artes, inventada antes del diluvio y a la que los griegos tuvieron en el más
grande honor; de hecho, no consideraban a nadie suficientemente culto si care-
cía de un conocimiento profundo de la música. Habiendo sido invitado Temís-
tocles 573, general de los griegos, a un banquete, fue considerado menos docto al
rehusar la lira. Sócrates, fuente de inspiración de los filósofos, no se avergonzó
de aprender a tocar la lira en su vejez, pensando que, si no sabía música, sería
imperfecto su dominio de las ciencias 574. El ejército lacedemonio, después de
haber sido instruido en las modulaciones musicales, consiguió la victoria. A
Proclo, el más famoso orador de su tiempo, le agradaba que sonase una música
acompasada a sus palabras. En el prólogo del tratado de Boecio constan cuáles
son las utilidades que de la música obtuvo Empédocles 575. Según cuenta Tulio
en sus De consiliis 576, tras ver Pitágoras que cierto joven de Taornina, excitado
por el deseo, se encontraba fuera de sí junto a la puerta de una meretriz, lo curó
con el sonido de un salterio. Y por medio del canto del médico Asclepíades,
un loco curó de su locura 577. También Licurgo, aunque dictó leyes durísimas
a los lacedemonios, cultivó la música. Y los antiguos, durante sus banquetes,
acostumbraban a cantar al son de la cítara las loas de héroes y dioses 578. ¿Y qué
decir del Iopas virgiliano?, ¿acaso no cantó él los movimientos de la Luna y los
trabajos del Sol? 579.
Sobre ella se expresa Platón con las siguientes palabras 580: «... la música es
el arte de las artes, la ciencia de las ciencias. Gracias a ella sanan los enajenados,
huyen los espíritus inmundos y se aplacan los dioses». De esto también da tes-
timonio Ovidio, cuando dice 581 «... cesó la ira del dios ante la voz que rogaba».
Y en el mismo sentido se manifiesta Cicerón 582: «... se dice que se es músico
cuando nos detenemos en el conocimiento de las cuestiones divinas». He aquí
pruebas de cuál era la importancia que los gentiles conferían a la música: era
práctica habitual de los pitagóricos al acostarse y levantarse, y con el son de
la lira conjuraban la tristeza, pues penetra en los oídos de la mente con una
No obstante, en el inicio de Summulae logicales, obra clásica medieval sobre retórica, lógica
y dialéctica escrita en el siglo XIII por el papa Juan XXI (o Petrus Hispanus) se lee: Dialectica
est ars artium scientia scientiarum, ad omnium methodorum principia viam habens. Sola enim
dialectica probabiliter disputat de principiis omnium aliarum scientiarum. Lógicamente, Petrus
Hispanus se mantiene fiel al lugar prevalente que a la Filosofía y la Dialéctica habían conferido
tanto Platón como Aristóteles, y al aprecio como ars artium que posteriormente habían seguido
reiterando Casiodoro (Institutiones, II, 3, 5), Isidoro (Etymologiae, II, 3, 5), Domenicus Gun-
dissalinus (prólogo de De divisione philosophiae) y otros muchos autores. No ha de sorprender
la definición de música que Adam de Fulda atribuye a Platón, ya que existe el importante
precedente de Johannes de Muris, en varias de cuyas obras encontramos aplicadas a la música
palabras literales que Petrus Hispanus refería a la Dialéctica. El capítulo VI de su Compendium
musicae practicae (ed. Ulrich Michels, Corpus scriptorum de musica, vol. 17, Roma: American
Institute of Musicology, 1972) es sólo un ejemplo de entre los muchos posibles: Musica est ars
artium domina, continens omnium principia methodorum, in primo certitudinis gradu confirmata.
Hay que tener en cuenta que en el pensamiento medieval era normal que las ciencias particula-
res se subordinasen a la Filosofía, y tal era la consideración que la música recibía (cf. al respecto
supra, los textos de Dominicus Gundissalinus –p. 78–, del anónimo autor de De musica –p.
63– y de Jacobus Leodiensis –pp. 168 ss.–, e infra, el de Ugolino Urbevetanis –p. 280–).
581. Ars, I, 442.
582. En el texto: musicum enim esse dicit, cum rerum divinarum cognitione cunctamur. No
obstante, no se encuentra en Cicerón esta sentencia. Es evidente que en muchas de sus obras
y, particularmente en el libro VI de De Republica (somnium Scipionis), el romano habla dila-
tadamente de la armonía cósmica o música de las esferas celestes. Y ello explica que, cuando
Macrobio (Commentarium in somnium Scipionis, II, 17, 16) pondera el somnium Scipionis ci-
ceroniano como depositario de los saberes de la filosofía moral, natural y racional, haga alusión
explícita al conocimiento superior que Cicerón nos transmite al abrir los arcanos de la armonía
divina: (…) et harmoniae superum pandit arcanum, physicae secreta commemorat). Curiosamen-
te, una definición muy similar a la que aquí Adam de Fulda atribuye a Cicerón, aparece en el
Corpus Hermeticum (Hermes Trismegistos, Asclepius, 13): musicen uero nosse nihil aliud est, nisi
cunctarum omnium rerum ordinem scire quaeque sit diuina ratio sortita («Saber música no es otra
cosa que saber cómo se ordena todo el ensamblaje del universo y cuál es el plan divino para su
recta coordinación»). A la luz de este pasaje, quizá resultase conveniente corregir el cunctamur
(«nos detenemos», «vacilamos») que aparece en la presente edición, por cunctarum («de todas»),
aunque, de admitir esta enmienda, el período quedaría sin verbo personal. En cualquier caso,
la cita de Adam de Fulda guarda mucha semejanza con la definición que Cicerón (De oratore,
I, 212) ofrece del filósofo, si bien no del músico: [Philosophus] ut is, qui studeat omnium rerum
divinarum atque humanarum vim naturam causasque nosse.
218 Antología de textos
Parece que es muy útil para conservar la salud del cuerpo y la templanza de
carácter. Por ello Pitágoras prescribió a sus discípulos que, tras el estudio, conci-
liasen el sueño con música y con ella se despertasen, a fin de que la melodía del
cuerpo cobrase vigor gracias a su semejante, es decir, la armonía de los sonidos.
Ésta, en virtud de la conveniente y justa proporción de números, obliga a los
hombres a la justicia, a la equidad de carácter y a inclinarse de forma natural
hacia el régimen debido de educación. En efecto, ella conduce a los inconti-
nentes a la castidad, a los enajenados a la razón, a los tristes a la alegría. Ella da
auxilio a los débiles, salud a los enfermos, constancia y reflexión a las mentes
desordenadas, agilidad a los perezosos e inútiles. Tanto reconforta la música el
espíritu, tanto anima a la mente a tolerar los trabajos, tanta es la salud que pro-
porciona al alma, que, finalmente, de entre todas las artes fue ella la creada para
la alabanza, como ponen de manifiesto los muchos ejemplos de los antiguos y
los siguientes versos 586:
Siempre en tu boca, Sión, esté la loa, siempre los cánticos.
583. ������������
Cf. Boecio, Institutio musica, I, 1.
584. I Sam., 10, 9-15.
585. II Reg., 3, 15-16.
586. Siguen unos versos de Johannes de Gerson que pertenecen, respectivamente, a Eccle-
siasticorum exhortatio ad cantum y Carmen super recogitacione mortis.
Textos del siglo XV 219
y, más adelante:
... siempre su alabanza en mi boca.
y:
... mientras entonas salmos, victoriosa te conduce a lo alto.
La música es una de las siete artes que denominamos liberales y parece fun-
damental en el quadrivium 587. Así como a la Aritmética se la considera «madre
de las artes», así a la música se la denomina «hermana de todas las artes» 588.
Por ello dice Platón: «... sin música, no hay disciplina perfecta» 589. Y afirma
Boecio 590: «La música está tan connaturalmente unida a nosotros que, aunque
quisiésemos prescindir de ella, no podríamos».
¿Por qué se la llama ‘música’? Por el griego moys, que en latín significa
‘agua’ 591, porque aseguraban que había sido descubierta en las aguas.
¿Por quién fue inventada la música? Dice Boecio que por Pitágoras que fue,
según dice cierto doctor de nombre Johannes 592, varón de insigne sabiduría, de
elocuencia insuperable y de ingenio agudísimo.
¿De qué modo fue inventada la música? Se cuenta que cierto día, encon-
trándose Pitágoras paseando 593, quiso la voluntad divina que pasase por delante
del taller de unos herreros y oyese el choque de cinco martillos sobre un yun-
que. Sorprendido de la dulce consonancia que derivaba de la diversidad de sus
sonidos, se dispuso a examinar el peso de los martillos y, a partir de sus sonidos,
con mucho tesón dedujo los intervalos musicales.
¿En qué instrumentos se da la música? Afirmo que en dos, esto es, en el
instrumento natural y en el artificial. Llamamos instrumento natural a aquellas
concavidades de la garganta que denominamos tráquea. Ellas son aptas para
recibir y emitir el aire. A su vez, el sonido natural es discreto o no discreto.
Sonido discreto es aquél en el que se aprecia alguna distinción o consonancia.
Consonancia es, según afirma Boecio 594, una combinación de sonido agudo
y grave que llega a los oídos de forma suave y uniforme. Sonido indiscreto es
aquél en el que no puede apreciarse ninguna distinción, como, por ejemplo, en
el gemido o en la risa. Instrumento artificial es el que se dispone de forma arti-
ficial para que emita sonido y este instrumento, al igual que el natural, también
tiene un sonido discreto y otro no discreto. Discreto llamo al que se da en las
cítaras, órganos e instrumentos similares en los que se aprecia una desigualdad
de sonidos diversa y grata; no discreto, al que se da en tímpanos y campanas,
en los cuales no se puede discriminar ninguna desigualdad ni diversidad de
sonidos. Este sonido que hemos denominado no discreto, en forma alguna
interesa a la música, sino que en música consideramos aquel otro que hemos
llamado discreto, pues, como dice Johannes 595, «... música no es otra cosa que
el movimiento consonante de sonidos». Y Guido se manifiesta en el mismo
596. Sobre la falsa atribución de esta definición de claro sabor isidoriano (Etymologiae, III,
15, 1) a Guido d’Arezzo, cf. n. 218.
597. Tal definición no se encuentra en la obra de Boecio. Para más detalles, cf. n. 542�.
598. ������������������������
Johannes Affligemensis, De musica, II (Scriptores ecclesiastici de musica sacra potissi-
mum, vol. 2 [ed. Martin Gerbert], Hildesheim: Olms, 1784/1963).
599. �������������������������������������������
Cita incompleta de la sentencia de Boecio (De institutione musica, I, 34): ¡Quanto
igitur praeclarior est scientia musicae in cognitione rationis, quam in opere efficiendi atque actu
tantum, scilicet quantum corpus mente superatur! ������������������������������������������
Como ya hemos tenido ocasión de notar, la
superioridad del alma sobre el cuerpo que Boecio enfatiza, se encuentra ya en Platón, Phaedo,
80a. Véase también la n. 103.
600. Regulae rhythmicae in antiphonarii sui prologum prolatae. Para estos versos, véanse las
notas a la p. 67.
222 Antología de textos
Capítulo I
¿De qué modo se define la música? Se define así: música es la ciencia liberal
que proporciona el modo de cantar de forma artificial. O, según el filósofo Pi-
tágoras, armonía es la proporción numérica de agudos y graves. O música es la
ciencia que adoctrina sobre los sonidos y sobre las proporciones de los sonidos.
Isidoro, en el libro cuarto de sus Etimologías la define así 601: «... música es la
destreza en la modulación, y se compone de sonido discreto y canto». Se divide
en música mensural y no mensural. De la no mensural nada se dice, pero la
mensural o figurada se define del modo siguiente 602: es la señora de las artes,
de proporción admirable, amable a la vista, deleitable al oído, capaz de hacer
generosos a los avaros, de alegrar a los tristes, de confortar a los melancólicos,
de despertar a los que duermen, de dormir a los insomnes, de reconciliar a los
enemigos, de alimentar el amor, de honrar al que la posee. Hasta llegar a su fin
último: fue instituida para la alabanza de Dios.
Estos efectos produce la música mensural. Se denomina ‘música’ del griego
mois, que en latín significa ‘agua’ 603 y de ycos 604, que significa ‘ciencia’, porque
fue una ciencia descubierta junto al agua. En efecto, hallándose Pitágoras pa-
seando, se encontró con un taller que tenía agua en sus cercanías y, debido al
efecto de la reflexión del sonido de los martillos sobre ésta, se producían diver-
sas consonancias. Y esto fue lo que le indujo a investigar sobre este arte. No
obstante, hay quien opina que la música fue inventada por un descendiente de
la estirpe de Caín, llamado Tubal, hijo de Lamec, tal como consta en el Génesis,
5 605, donde se designa a Tubal como al primer músico. Y, tras haber inventado
la música, habiendo oído que Adán había profetizado que dos serían las formas
de diluvio del mundo 606, o por agua o por fuego, dejó consignado su arte mu-
sical en dos columnas: una de mármol, para que no fuese destruida en caso de
diluvio, otra de adobe, para que no fuese destruida en caso de incendio. Cuen-
tan que ambas columnas han permanecido ahí en tierras de Siria.
Hay una tercera opinión que defiende que la música fue inventada por An-
fión 607. Una cuarta afirma que el que la inventó fue Orfeo 608, de quien dicen los
filósofos que percibió la armonía del movimiento de los propios cielos ya que es
muy grande la melodía que producen los desplazamientos de los cuerpos celes-
tes. Los griegos, por su parte, aseguran que el inventor de la ciencia musical fue
Pitágoras, como ya he recogido en la primera opinión. Al escuchar la disparidad
de sonidos y la melodía que resultaba de los sonidos de los martillos, concluyó
que ello sucedía en mayor proporción que en la voz humana.
A esta primera opinión dan fe el sabio Macrobio y también Boecio 609, que
tradujo este arte del griego al latín. Documentación sobre cuán útil, deleitable
y necesario sea este arte de la música se encuentra en escritos de muchas auto-
ridades, tanto modernas como antiguas. Pero para su mayor encarecimiento, te
demostraré ordenadamente para qué cosas es necesaria, en cuáles útil y en qué
otras deleitable.
Primero, la demostración de su necesidad es que parece ser ineludible una
ciencia sin la cual no es posible que un clérigo ensalce a Dios de la forma con-
veniente y con los cantos debidos. Que, por tanto, de este modo es ciencia
principal, etc. 610 se colige de lo que afirma san Agustín en su Breviario cuando
habla de la vida y honestidad de los clérigos: «En la Iglesia de Dios, cuatro cosas
está obligado a conocer el sacerdote que tiene a su cuidado las almas: primero,
Griego, para que pueda entender lo que lee; en segundo lugar, Derecho Canó-
nico, para que dirima correctamente las causas que se presenten en confesión;
en tercer lugar, el Calendario, para que de la forma debida marque al pueblo
católico las fechas de las festividades no fijas y acontecimientos similares que
tiene la Iglesia; y, en cuarto lugar, la música, para que ejecute con la armonía
conveniente el canto que los santos padres Gregorio, Ambrosio, Bonifacio y
otros han instituido» 611. Dejando a un lado las tres primeras de las enumera-
das, sobre la cuarta, esto es, sobre la música, se especifica que es necesaria para
entonar las alabanzas de Dios en la Iglesia porque, gracias a la dulzura de los
cánticos, el pueblo cristiano es movido a una mayor devoción.
Segundo, su utilidad la ponen de manifiesto las siguientes palabras 612: «...
ella, la más excelsa de las artes, es la única que, sobrepujando a las demás artes,
se eleva en vuelo hacia el tribunal de Dios donde ángeles y arcángeles cantan
un cántico nuevo». De lo cual da confirmación David al afirmar 613: «Cantad a
Jehová cántico nuevo, en todos los pueblos sus maravillas». Y sobre lo mismo
se abunda en una antífona de Todos los Santos: «En la ciudad de Dios donde
611. Popularmente circulaba el versillo Clerice gramma, melos, jus canonicum atque calendae
(«Del clérigo, las letras, la música, el derecho canónigo y el calendario»). Ahora bien, salvo error
por mi parte, no se encuentran estas palabras en De vita et moribus clericorum suorum I y II de
Agustín (Sermones de diversis, Sermones CCCLV y CCLVI, Patrologia cursus completus, series
latina, vol. 39 [ed. J. P. Migne], Paris, 1844-1904) ni, tal como atestiguan otras fuentes, en
Confessionum libri tredecim (Cetedic Library of Christian Latin Texts, vol. 1, Universitas Catho-
lica Lovaniensis, Brepols-Turnhout, 1996). La fuente anónima del Tractatus de musica (Bartha,
Dénes von, «Studien zum musikalischen Schrifttum des 15. Jahrhunderts», Archiv für Mu-
sikforschung, 1, 1936, 180-199) cita como autoridad a Gregorio IX, cuyo capítulo III, Titulus I:
De vita et honestate clericorum de su Decretalium compilationis, III, resulta efectivamente guardar
bastante semejanza conceptual con los contenidos que la cita recoge aquí, aunque ésta es más
obvia si la cotejamos con el pasaje de Regino Prumiensis, De ecclesiasticis disciplinis et religione
christiana collectus, I, 28, 82-84, 29-92 y 29-95 (Patrologia cursus completus, series latina, vol.
132 [ed. J. P. Migne], Paris, 1844-1904).
612. Posiblemente, las palabras que siguen hayan sido tomadas del musicólogo inglés del
siglo XIII, Amerus, Practica artis musice, I (ed. Ruini, Cesarino, ed., Ameri Practica artis musice
(1271), Corpus scriptorum de musica, vol. 25, Roma: American Institute of Musicology, 1977):
Hec est illa regina omnium liberalium scilicet artium excellentissima que ceteris sex artibus dimissis
in inferioribus, sola volat ante tribunal omnipotentis ut in Apocalypsis capitulo octavodecimo: «Et
cantabant quasi canticum novum ante sedem Dei et ante quatuor animalia».
613. Ps., 95, 1-3. Sobre la libertad con la que recojo la traducción de los pasajes bíblicos,
cf. n. 557
Textos del siglo XV 225
sin cesar suenan los cantos de los santos, cuando ángeles y arcángeles cantan el
himno a Dios, ante el trono de Dios. Aleluya, aleluya».
Tercero, es deleitable porque de ella se dice 614: «... ella es aquella ciencia
nobilísima con la que los santos colman sus devociones, los pecadores piden
perdón, los tristes encuentran consuelo y renovados bríos los que luchan, según
demuestra el sonido de la trompeta y de otros instrumentos musicales, ya que,
cuanto más fuerte sea el sonido de la trompeta, tanto más enardecido será del
ánimo para luchar. Esta modulación de la voz también vigoriza los espíritus
débiles y mitiga las fatigas de cada uno». De esto trata Aristóteles en el libro sép-
timo de la Política, expresándolo con las siguientes palabras 615: «De una forma
natural los seres animados encuentran deleite en los instrumentos musicales».
Así, la melodía introduce cambios en las personas presas de ira y de otras pa-
siones, haciéndolas más felices, según manifiesta Aristóteles en el mismo libro.
También los atormentados por un espíritu maligno encuentran mejoría con
el sonido de instrumentos musicales, según consta en el libro primero de los
Reyes 616, porque, cuando un espíritu inmundo se apoderó del rey Saúl, David
tañendo el arpa lo expulsó y, de este modo, el espíritu de Saúl se reconfortaba y
estaba mejor. Igualmente la aves, por haber recibido el don del canto, sin inte-
rrupción ejecutan un canto de loa a Dios, son cantoras.
Por esta razón los hombres racionales debemos cantar y entonar alabanzas,
tal como dice David en el Salmo, 15 617: «Alaben su nombre con danzas, pande-
ro y salterio» y sigue enumerando hasta nueve instrumentos. Pues, si alabamos
y glorificamos al Señor aquí en la tierra, su Padre nos glorificará en los cielos,
como el Señor afirma en el Evangelio 618: «Si alguno me sirviere, mi Padre le
honrará». Así, has oído cuál es la razón de que la música sea necesaria y delei-
table.
619. Hoy día ninguna obra de Cicerón es conocida bajo este título. Burtius, sin duda, se
refiere al Timaeus de Cicerón, que, como el diálogo platónico del que es versión, posee una
temática eminentemente cosmológica. Las palabras del propio autor latino no dejan dudas al
respecto: Nam haec, quae est habita de universitate oratio a nobis (Timaeus, 52, 6).
620. El argumento etimológico que sigue queda un tanto oscurecido debido a la parquedad
y libertad interpretativa con que son parafraseados los argumentos de Isidoro. El autor alude,
en todo caso, a la derivación que Isidoro (Etymologiae, III, 15, 1) propone de la palabra ‘música’
a partir de ‘Musas’ que, a su vez, derivarían de muson (‘indagar, buscar’). Cf. p. 37.
621. Cf. n. 130.
622. Esto es, Severino Boecio.
Textos del siglo XV 227
hay consonancia diatessarón, que consta de dos tonos y un semitono menor. Del
Sol a la estrella de Marte se encuentra una distancia semejante a la de la Tierra a
la Luna, que es un tono. De aquí a la estrella de Júpiter, casi la mitad, esto es, un
semitono mayor. De Júpiter a la estrella de Saturno existe un intervalo un poco
mayor, es decir, un semitono mayor. De aquí al firmamento donde están los
signos del Zodíaco, hay un semitono menor. Por tanto, del firmamento al Sol,
que está situado en el medio como padre de planetas y hombres, hay un diates-
sarón. De la superficie de la Tierra al Cielo hay cinco tonos y dos tonos menores,
de donde se deduce que hay diapente. A tal armonía universal la denominan
concento. Sobre ella escribe Plinio en el libro segundo de su Historia natural,
cuando trata de la música de los astros 638. No obstante, el que Plinio afirme que
el diapasón consta de siete tonos no ha de atribuirse a la ignorancia de varón tan
erudito y docto que fue capaz de describir toda la estructura del universo y de ex-
plicar sobre él lo susceptible de ser explicado. Con más razón habrá que suponer
corrupción del texto, ya que el diapasón consta únicamente de cinco tonos y dos
semitonos menores, cuya suma no hacen un tono, pues falta un comma. Tam-
bién cabría conjeturar que Plinio se sumó a la opinión de Aristóxeno, a la que,
a pesar de ser de todo punto errónea, prestó oído Macrobio en el segundo libro
del Sueño de Escipión. Del mismo error fue víctima el Reconciliator 639 cuando,
comentando el problema trece de Aristóteles, concluye que el disdiapasón consta
de doce tonos, de lo cual hay que inferir que el diapasón tendría seis tonos, ya
que el disdiapasón no es otra cosa que el doble del diapasón.
Con acierto afirma Dorilao 640 que el mundo es el organum dei. La razón de
que melodía tan concorde no pueda ser oída, a pesar de que el mundo siempre
está en movimiento, algunos la explican del siguiente modo: su sonido o conso-
nancia está hasta tal punto inserta en nuestros oídos desde nuestro nacimiento
que difícilmente puede ser percibida, del mismo modo que los herreros, a fuer-
za de costumbre, tampoco oyen ya el ruido que producen. Otros, con mejor
criterio, sostienen que es inaudible porque, debido a la potencia de este sonido,
la capacidad limitada de nuestro oído apenas es capaz de percibirla.
641. Así en el texto de Nicolaus Burtius, que hay que leer Catadupa, catarata del Nilo que,
efectivamente, menciona el texto ciceroniano que Burtius cita: De re publica, VI, 18-19.
642. Acies nostra en el texto, que ha sido corregido a la luz del original ciceroniano.
643. Cf. n. 619. La cita que sigue corresponde a Timaeus, 15, 1.
644. Cf. Boecio, De institutione musica, I, 2.
645. Esto es, Ovidio.
232 Antología de textos
646. Cf. n. 619.
647. En texto aparece simplemente in quadam, habiendo nosotros reconstruido «epístola
decretal», pues, a la luz de lo que Nicolaus Burtius va a tratar a continuación (la armónica com-
posición de los elementos y humores del cuerpo), es forzoso que el autor se refiera a la epístola
decretal De celebratione missarum, et sacramento Eucharistiae, et divinis officiis en la que el papa
Inocencio III trata de la transubstanciación del cuerpo y la sangre de Cristo en pan y vino, y
aclara que del costado de Cristo manaron el elemento agua y el humor sangre, y no el humor
sangre y flema o humor acuático (cf. Inocencio III, Regesta sive Epistolae, V, 121, Patrologia
cursus completus, series latina, vol. 214 [ed. J. P. Migne], Paris, 1844-1904). En todo caso, para
el detalle de los contenidos que ocupan a Burtius sobre esta cuestión, resulta más clarificadora
la Epistola Ferrariensi Episcopo (cf. Regesta sive Epistolae, XII, 7, Patrologia cursus completus, series
latina, vol. 216 [ed. J. P. Migne], Paris, 1844-1904), en la que Inocencio III, intentando dejar
bien sentado que los dos principales sacramentos se fundamentan en el elemento agua y en el
humor sangre, utiliza las palabras que Burtius reproduce literalmente en su argumentación:
Cum autem ad compositionem humani corporis quatuor elementa cocurrant, videlicet terra et aqua,
aer et ignis, et ad vegetationem ejusdem corporis quatuor humores similes illis coveniant, videlicet
sanguis et cholera, flegma et melancholia (…).
648. En efecto, en Divinae institutiones, I, 1 de Lactancio se lee en glosa: «Institutiones son
aquellos libros que continen los ‘elementos primeros’ de la enseñanza de cualquier arte o cien-
cia». Cf. Lactancio, Divinae institutiones libri VII, Patrologia cursus completus, series latina, vol.
6 (ed. J. P. Migne), Paris, 1844-1904.
Textos del siglo XV 233
instrumental o sonora queda, en parte, bajo la órbita de la Ciencia Natural y, en parte, bajo la
de la Ciencia Matemática, aunque fundamentalmente bajo esta última».
656. Cf. Boecio, De institutione musica, I, 34. Cf. n. 327.
657. Cf. Platón, Respublica, VII, 12, 530d y 531c. El presente párrafo es deudor de Boecio,
De institutione musica, I, 1.
658. Cf. n. 103.
236 Antología de textos
664. La fuente aclara la oscuridad del texto. Afirma Cicerón en De re publica, VI, 18: Quam
ob causam summus ille caeli stellifer cursus, cuius conversio est concitatior, acuto et excitato movetur
sono, gravissimo autem hic lunares atque infimus («Por lo cual, la esfera superior del cielo, aquélla
de las estrellas, cuyo movimiento es más veloz, produce en su movimiento un sonido agudo e
intenso, mientras es muy grave el sonido de esta esfera inferior, la de la Luna» (donde hay que
entender que este último sonido es el producido por la rotación terrestre).
665. En el texto: omnia (…) multum aerem habentia. Obsérvese la similitud con el comen-
tario que santo Tomás (In libro de anima, II, lecc. 16, 6) hace del pasaje en que Aristóteles (De
anima, II, 8, 419b5-25) aborda el tema del oído y sonido: illa quae in sui compositione habent
aerem bene dispositum, sunt bene sonora, sicut aes et argentum.
666. En el texto: sunt melius ceteris metallis: ex subtili aqueo: et subtili terreo et terreum eorum:
est sulfur cui ablata est ventositas. Para su cabal comprensión es útil acudir a las explicaciones de
santo Tomás sobre el citado pasaje aristotélico: in quorum autem compositione aer non bene se
habet, non sunt bene sonora, sicut plumbum, et alia huismodi, quae sunt magis feculentia et terres-
tria (In libro de anima, II, lecc. 16, 6).
238 Antología de textos
Proemio
Los doctores han afirmado que la música tiene tres partes: armónica, orgá-
nica y rítmica. La Armónica se produce por el concento de sonidos, la Orgánica
consigue el sonido por medio del soplo y la Rítmica con la pulsación o tañido.
Pero vale la pena que, señalándola sobre las otras, entonemos las alabanzas y
narremos las virtudes de la música armónica. Ella es, según dice el venerable
Isidoro, obispo de Sevilla, en el libro tercero de sus Etimologías 667, «la modu-
lación de la voz y la consonancia o armonía de muchos sonidos». Ella «mueve
los sentimientos, causa en el alma diferentes sensaciones 668. Es lo cierto que el
canto anima a los remeros, la música dulcifica el ánimo para tolerar las fatigas y
la modulación de la voz consuela de la penosidad de cada uno de los trabajos.
También la música relaja los espíritus atormentados, como se lee con relación a
David que, gracias a su arte de la modulación, expulsó el espíritu malo de Saúl.
La música también incita a los propios animales, también a serpientes, aves y
delfines, a escuchar su modulación». Hasta aquí Isidoro.
Ella tiene su fundamento en los números. El número todo lo envuelve,
todo lo colma, porque Dios todo lo dispuso con número, peso y medida 669.
Todo tiene su peso, número y medida. También lo hizo todo en género, es-
pecie y modo. Nada puede existir sin número, ni los ángeles ni el resto de las
criaturas. Los ángeles, en efecto, tienen una triple jerarquía y nueve órdenes.
Los cielos tienen su número, también las estrellas en el firmamento, pues el
Señor puso número a la multitud de estrellas. Los elementos reciben el don
del número cuatro. Todo lo compuesto permanece en sus partes esenciales.
Nada, excepto Dios, puede existir sin número, sino que todo lo que el cielo
comprende tiene el fundamento de su ser y su existencia en una disposición
numérica.
667. III, 20, 2.
668. Etymologiae, III, 17, 1-3. Véanse las notas explicativas del texto de Isidoro en las pp.
37 y ss.
669. Cf. Sap., 11, 21.
Textos del siglo XV 239
Así pues, es justo que enunciemos las prerrogativas de la música, que darán
mejor cuenta de lo expuesto. La música dulce y bien compuesta reproduce el
modelo de los ángeles y santos, que no cesan de alabar el nombre del Señor. De
ellos se dice en Isaías, 62: «Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas;
todo el día y toda la noche no callarán jamás». Y el santo Job, 38: «¿Dónde
estabas cuando me alababan todas las estrellas del alba» (en referencia a los án-
geles que fueron creados al inicio del mundo) «y se regocijaban todos los hijos
de Dios» (esto es, todos los santos). Y en el Eclesiástico, 47, respecto a David se
dice: «Estableció instrumentos que habían de tocarse al cantar ante el altar (…)
alabando el santo nombre de Dios desde el alba, haciendo resonar el santua-
rio» 670. Y en el Apocalipsis, 4 671: «... y no cesaban aquellos cuatro animales día
y noche de decir: “Santo, Santo, Santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que
era, el que es, y el que ha de venir”». Y más abajo 672: «los veinticuatro ancianos
cantaron un cántico nuevo que decía: “Digno eres de tomar el libro y de abrir
sus siete sellos”».
La segunda prerrogativa es que templa las pasiones del ánimo. Así como la
música tiene su fundamento en la composición moderada de sonidos, así tam-
bién impone a las pasiones la moderación. Cuenta Boecio en el libro primero
de su tratado sobre la música 673 que cierto joven ebrio, excitado por el modo
frigio, con el ritmo espondaico rápidamente retornó a una disposición más in-
ofensiva y recuperó el dominio de sí. En efecto, habiendo sabido que la meretriz
estaba en casa, quiso quemarla 674. Pitágoras, dándose cuenta de que su furia
procedía del sonido frigio, mandó modificar el modo y cambiar al ritmo espon-
daico. Y de esta manera logró apaciguar el ánimo del joven. En el mismo pasaje
también cuenta Boecio que, como unos jóvenes enardecidos por el efecto de
la música de las flautas forzasen la puerta de una mujer casta, mandó Pitágoras
que la tañedora de flauta cambiase al ritmo espondaico, que con su morosidad
rítmica y su gravedad, apaciguó la agresiva desvergüenza de los jóvenes. Asimis-
mo, relata de qué modo Empédocles, cuando un enajenado atacó con una es-
pada a su huésped, cambió la modulación armónica y así logró temperar su ira.
Por ello dice el apóstol Santiago en el capítulo quinto de su Epístola canónica 675:
670. Cf. 557.
671. La referencia correcta es Apoc., 4, 8.
672. Apoc., 5, 9.
673. Boecio, De institutione musica, I, 1. Cf. supra p. 87 y n. 307.
674. Respecto al original de Boecio (De institutione musica, I, 1), falta texto. Véase la lectura
que de esta anécdota del joven de Taormina hace Ieronimus de Moravia en p. 126.
675. Iac., 5, 13.
240 Antología de textos
«¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante
alabanzas». También se cuenta que, estando Sócrates impartiendo su doctrina
en medio de gran número de discípulos, entró cierto joven que vivía entregado
a los placeres del mundo, coronado de rosas y con muchos aderezos. Viéndolo,
Sócrates abordó el tema de la continencia, ponderando con palabras graves la
dignidad de la castidad. El joven mudó su ánimo y, arrojando de sí su lascivia,
salió de la lección convertido en un hombre continente.
La tercera prerrogativa de la música es que tempera las pasiones del cuerpo.
En efecto, como indica Boecio en el ya mencionado libro primero de sus Funda-
mentos de la música, cuando los pitagóricos, atenazados por las preocupaciones,
eran víctimas del insomnio, con ciertos tonos inducían el sueño dulce y tran-
quilo; y al contrario, cuando se encontraban aletargados por una somnolencia
excesiva, la dulzura de ciertos sonidos los hacía permanecer en vigilia. Pero, en
ocasiones, también la consonancia musical ha logrado curar enfermedades agu-
das. Y no es cosa que deba sorprendernos, pues se lee en las Vidas de los padres
que, habiendo conseguido cierto hermano que el Señor le permitiese ver de qué
modo salía del cuerpo el alma de un hombre justo y de uno pecador, encontró
a un hombre pobre, amado de Dios, que yacía enfermo a la vera del camino y
que no tenía quien le asistiese. Cuando llegó la hora de su descanso, acudieron a
su diestra y siniestra los ángeles Miguel y Gabriel. Pero como su alma no quería
abandonar el cuerpo, dijo Gabriel a Miguel: «Acoge tú el alma de este que Dios
nos ordenó que debía morir sin dolor, porque no puedo recibir su alma sin ha-
cerle daño» 676. Preguntó al Señor qué convenía hacer y éste dijo: «Voy a enviar
a David con el arpa y todos los citaristas de Sión para que el alma, seducida por
la dulzura de la música, salga del cuerpo». Y así se hizo. Al punto, abandonó
el cuerpo y encontró reposo en las manos del arcángel Miguel. Después, todos
regresaron a la morada celestial.
La cuarta prerrogativa es que pone en fuga a los espíritus inmundos. No pue-
den ellos soportar las alabanzas musicales en honor de Dios, porque se dice en el
Eclesiástico, 22: «La música en el duelo es cuento fuera de tiempo». Se sabe que vi-
676. En realidad, el autor ha puesto en boca de Gabriel tanto las palabras de éste, como la
respuesta que recibe del arcángel Miguel. Efectivamente, en Auctor Incertus, Joannes Sudiaco-
nus, Verba seniorum III, 13, Patrologia cursus completus, series latina, vol. 73 (ed. J.
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P. Migne),
Paris, 1844-1904, se lee: Dixit autem Gabriel ad Michaelem: Assume jam animam istam ut ea-
mus. ��������������������������������������������������������������������������������������������
Cui Michael respondit: Jussi sumus a Domino, ut sine dolore ejiciatur, ideoque non possumus
cum vievellere [cum vi avellere] eam («Dijo, entonces, Gabriel a Miguel: “Coge ya su alma y
volvamos”. A éste le respondió Miguel: “el Señor nos ha ordenado que el alma ha de salir sin
dolor; por ello no podemos ejercer sobre ella violencia”»).
Textos del siglo XV 241
684. Confessionum libri tredecim, IX, 6, 14 (Cetedic Library of Christian Latin Texts, vol. 1,
Universitas Catholica Lovaniensis, Brepols-Turnhout, 1996).
685. En su caracterización de los cretenses, Pablo se hace eco de la poco lisonjera opinión
que sobre ellos tenía el poeta Epiménides (Tit., 1, 12).
686. Timaeus, 47d.
687. Geógrafo griego de principios de nuestra era. Cf. Geographica, IX, 14-18.
688. La cita no es literal. Aristóteles trata de la capacidad de la música para elevar el carácter
del alma y del poder purificador de ésta en Politica, VIII, 5, 1340b11-12 y 7, 1341b35-1342a1-
27, respectivamente.
689. Politica, VIII, 7, 1342b13-14.
Textos del siglo XV 243
ca. En efecto, distingue dos tipos de música, morata y fracta. La morata disciplina
las conductas 690, templa las pasiones desmesuradas, ya que ella misma es morosa
y mesurada. A ésta, a la que algunos denominan en francés ‘point d’orgue’ y
otros, por ejemplo, aquí en Cambrai 691, ‘de longues’, creo que se refería Pitágoras
cuando aconsejaba para temperar las pasiones el espondeo, que es el pie de dos
largas. La música fracta, por su parte, induce a la ligereza, especialmente la fracta
al modo de las piezas teatrales que, según el beato Jerónimo, no es adecuada a la
Iglesia, siendo la morata mucho más útil. De ésta se sirvió el beato Ambrosio para
instituir en la Iglesia las dulces melodías católicas, frente a las composiciones con
las que los arrianos intentaban pervertir los corazones de los simples.
Esta consonancia musical se produce mediante tres tipos de instrumentos:
la voz, el viento y la pulsación o tañido. Pero la voz tiene preeminencia sobre las
demás porque las otras no son vivas y porque, como dice el beato Jerónimo en
el prólogo de la Biblia, la voz viva tiene «un no sé qué de energía en su interior
que hace que se acreciente su fuerza al llegar a los oídos de los que escuchan»,
es decir, mueve lo más hondo del alma. Debido a esto, la música vocal es la que
ocupa el lugar de privilegio, principalmente si corazón y voz son consonantes,
esto es, si, como dice cierto doctor, «la voluntad es presa de la devoción y de
ella se colma la voz canora, entonces es cuando la concordia musical es grata a
Dios». Y a la inversa, si la voz profiere cánticos santos, pero la voluntad no los
siente sino que, al contrario, es presa de las pasiones opuestas, entonces la mú-
sica no place a Dios. No acaricia sus oídos, sino que los ofende. Ésta ha de re-
servarse para los oficios privados, no para aquéllos que se celebran en presencia
de toda la Iglesia, que es sin mancha ni arruga, cuyas loas son gratísimas a Dios
y a los hombres, a los que, no sé en virtud de qué dulzura, a todos conmocio-
na, también a los que no se acuerdan de su condición de cristianos. De forma
admirable, cuando oyen su melodía, acuden de lugares próximos y lejanos para
de ella colmarse con oídos y corazones suspensos.
Ocupando un segundo lugar respecto a esta música que rinde culto a la
majestad divina con el instrumento de la voz, también resulta grata la que se
produce con el viento o la percusión. Ahora bien, el Espíritu Santo a todos nos
exhorta a cultivar la música que consiste en la voz. En Salmos, 46 diciendo:
«Cantad a Dios, cantad; cantad a nuestro Rey, cantad» y de nuevo: «Porque
Dios es el rey de toda la tierra, Cantad con maestría», es decir con el concento
de mente y voz.
690. En castellano se pierde el juego etimológico del texto latino: Morata mores componit.
691. Egidius Carlerius, aunque natural de Trani, fue decano de la iglesia de Cambrai.
244 Antología de textos
[–f.78r–]
692. Cf. n. 557.
693. Esto es, Horacio (ars, 333). Véase también el verso 334 de Horacio: aut simul et iu-
cunda et idonea dicere vitae («o hablar de una forma a un tiempo deleitable y provechosa para
la vida»).
694. Cf. n. 610.
Textos del siglo XV 245
Es cosa comprobada que, entre todas las ciencias, la música es la más genero-
sa, la más próvida 696, la más grata, alegre y amable, pues torna al hombre liberal,
próvido, grato, alegre, sociable y amable a los bien acondicionados. Mueve los
sentimientos de los hombres 697 y causa en el hombre diferentes sensaciones. En
las batallas el sonido de las trompetas enciende a los contendientes, porque cuanto
más fuerte es su clangor, tanto más pronto está el ánimo para la lucha. ¿Qué más?
En verdad, la música anima al espíritu a soportar los trabajos y la modulación de
la voz consuela de las penalidades de cada trabajo. La música templa los ánimos
atormentados, hace desaparecer el dolor de cabeza y la tristeza, expulsa los espíri-
tus inmundos y cura los malos humores y el abatimiento. Es en igual medida útil
695. La mayoría de los autores citan con absoluta literalidad el prototipo de Isidoro (Ety-
mologiae, III, 17, 1): Nam et ipse mundus quadam haramonia sonorum fertur esse compositus
(«Se afirma, en efecto, que el propio mundo fue compuesto en virtud de una cierta armonía
de sonidos»). En Dionysius Lewis de Ryckel nos encontramos, sin embargo: Etenim mundus
dicitur quod sub quadam armonia sit constitus. Desde el punto de vista sintáctico, este período
puede recibir tanto la interpretación del original de Isidoro, como aquella otra por la que yo
he optado en mi traducción. De hecho, el mismo Isidoro (Etymologiae, XIII, 2) afirma que los
griegos han adoptado para la denotación del concepto ‘mundo’ por una palabra (kovsmo~) que
deriva de ‘ornamento, ornato o belleza’ (ornamento). Tal etimología la documentan también
Plinio, Historia naturalis, II, 8 y Apuleyo, De mundo, 22. Y cuando Isidoro (XIII, 1) hace de-
rivar la palabra latina mundus de motus (‘movimiento’) lo expresa con la misma construcción
sintáctica que Dionysius Lewis de Ryckel utiliza aquí: Mundus latine a philosophis dictus quod
in sempiterno motu sit.
696. En el texto: curialior. Cf. n. 376.
697. El resto del párrafo parafrasea con bastante libertad el pasaje de Isidoro, Etymologiae,
III, 17, 1-3, deudor, a su vez, de Casiodoro, Institutiones, II, 5, 2.
246 Antología de textos
para la salud del cuerpo y del alma, pues, cuando el alma languidece, el cuerpo
enferma. De donde se explica que, en muchas ocasiones, el restablecimiento del
cuerpo sobrevenga a partir del restablecimiento del alma y del reajuste de sus fuer-
zas y de la regulación de su sustancia 698, conseguidos gracias a los sonidos conve-
nientes. Como se lee de David que, gracias a su arte de la modulación, expulsó el
espíritu malo de Saúl 699. También la música con su dulzura agrada y deleita no
sólo a reptiles y peces, sino también 700 a aves. Es cosa probada que incluso cuanto
hablamos, o las íntimas pulsaciones de nuestras venas, en virtud de sus ritmos
musicales, guardan relación con los poderes de la armonía.
Advierte que antes de la invención de este arte los hombres se servían de
una forma natural de la melodía y el género humano cantaba de tal modo que,
entre tanto, hombres y mujeres, a pesar de carecer de arte, lograban acordes de
dulzura admirable con su sola habilidad y sentimiento natural.
[–f.78v–]
698. Sobre las concepciones platónicas y aristotélicas que aquí subyacen, cf. n. 109.
699. I Sam., 16, 23.
700. En el texto: uer et, que ha sido leído ver<um> et.
701. Cf. Sap., 11, 21.
702. Esto es, Guido d’Arezzo.
703. Cf. nn. 34 y 59.
704. Gen., 4, 21.
Textos del siglo XV 247
Prólogo
705. Como apunta esta notación al margen, el capítulo treinta y cuatro del libro primero de
De institutione musica de Boecio comienza igual que este prólogo de Dionysius Lewis de Ryc-
kel: nunc illud est intuendum quod omnis ars omnisque etiam disciplina honorabiliorem naturaliter
habeat rationem quam (…).
706. Sobre la presencia subyacente de Aristóteles, Boecio y Guido d’Arezzo en esta senten-
cia, cf. nn. 103 y 117.
707. Dionysius Lewis de Ryckel recrea las palabras de Boecio (De institutione musica, I, 34):
Quanto igitur praeclarior est scientia musicae in cognitione rationis, quam in opere efficiendi atque
actu tantum, scilicet quantum corpus mente superatur! Cf. también Platón, Phaedo, 80a.
248 Antología de textos
tiva de esta ciencia. Y en tanto, en todo arte y ciencia son muchas más las cosas
que el hombre conoce por su propio entendimiento que aquéllas que aprende
de un maestro, más dignos de alabanza son los que imitan el arte y la ciencia
que el uso. El que ha aprendido a podar una viña o a injertar un árbol o a cargar
un asno, así como lo hace una vez, no dudará en hacerlo de la misma manera en
veces sucesivas. Y así, en mi opinión, es más fácil encontrar ejecutantes que no
son músicos, que músicos que no sean ejecutantes. Ahora bien, si alguno fuese
tanto músico como ejecutante, entonces se reconocía que en tanto éste tenía
mayor aptitud que los demás.
Pero si algún enemigo de la ciencia (pues se dice que la ciencia no tiene más
enemigo que el ignorante) arguye: «No sé cuál es la utilidad o la necesidad de
la música», a éste le respondo que sobre la utilidad y necesidad de la música
escriben los filósofos que es ella la que sirve a Dios en la Iglesia triunfante y
en la militante, ella la que abrazan los santos en sus devociones. Con ella los
pecadores sacuden y aplacan los oídos del Altitonante, intentando conseguir su
perdón 708, con ella los tristes hallan consuelo y los alegres mayor contento, con
ella los fatigados se alivian y encuentran satisfacción en sus trabajos, con ella se
alivian y exorcizan las víctimas del espíritu maligno, como, por ejemplo, David
que, cantando al son de su arpa, libró a Saúl del acoso de un espíritu maligno.
Con ella los contendientes están más prontos y dispuestos al combate, pues,
cuanto más vehemente es el clangor de las trompetas y el vocerío de los hom-
bres, tanto más apremiante será el espíritu de los guerreros para la lucha. Por
ello el Señor ordenó que los sacerdotes cantasen y el pueblo profiriese cánticos
a son de bocinas mientras los hijos de Israel luchaban en las batallas del Señor.
Y sus adversarios fueron aniquilados.
Y además, siendo la música, tal como atestigua Boecio, una de las siete artes
liberales, ella es la que obtiene el principado sobre las demás 709, pues sólo ella
disfruta del privilegio de traspasar los umbrales de la Santa Madre Iglesia 710; y
no sólo los de la Iglesia militante en la tierra, sino de la triunfante en el cielo,
donde los santos con los ángeles y arcángeles, con los Tronos y las Dominacio-
nes, y con toda la milicia del ejército celestial 711 alaban sin cesar al Señor en
708. Sigue una reescritura de Isidoro (Etymologiae, III, 17, 1-3) y Boecio (De institutione
musica, I, 1) que ya había realizado De Muris. Cf. al respecto nn. 418 y 602.
709. Es Guido d’Arezzo y no Boecio el que hace esta última afirmación. Cf. al respecto, n.
610.
710. Cf. Casiodoro y [Ps.] Beda en n. 415�.
711. Ubi sancti cum angelis et archangelis cum thronis et dominationibus cunque omni militia
celestis exercitus dominum. Esta
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plegaria pertenece a la Praefatio die Nativitatis del Prayer Book
Textos del siglo XV 249
de 1549. Como es sabido, la sustitución del misal romano y del breviario por el Prayer Book fue
un hito decisivo en el triunfo de la Reforma en Inglaterra.
712. Evocación de las palabras de Isidoro, Etymologiae, III, 17, 2.
250 Antología de textos
magnitud, también en este caso tiene dos partes: si trata de la magnitud absoluta,
es Geometría; si trata de la magnitud no absoluta, sino relativa y tocante señala-
damente al movimiento, entonces es Astronomía. Si trata del número, de nuevo
tiene dos partes: si es del número absoluto, es Aritmética; pero si atiende al nú-
mero no absoluto, sino al relativo y tocante señaladamente al sonido, entonces es
Música, único objeto de nuestra atención ahora. De aquí puede colegirse que el
sujeto de la música teórica es una entidad discreta, relativa a algo, es decir, el nú-
mero relativo al sonido. Por esta razón la música puede ser denominada ‘eufonía’
o cierta melodía de los sonidos ordenada para aumentar la loa de Dios. Es por
ello por lo que la música entre las demás artes liberales de sí misma dice: «gracias
a mí encuentran lugar las modulaciones de los sonidos».
714. Cum opposita iuxta se posita magis elucescant: principio aristotélico elevado a rango de
axioma de carácter emblemático en toda la Edad Media y Renacimiento.
715. Para la ignorancia sobre la unidad de peso en que fueron realizadas estas medidas, cf.
Guido d’Arezzo, Micrologus, XX (Patrologia cursus completus, series latina, vol. 141 [ed. J. P.
Migne], Paris, 1844-1904).
716. Para la derivación de ‘música’ a partir de moys, cf. n. 130.
717. Cf. n. 188.
718. Sobre el erróneo análisis componencial que subyace a esta etimología, cf. n. 182.
252 Antología de textos
719. Cf. Isidoro, Etymologiae, XIII, 1, 1. Ya Varrón (De lingua latina, VI, 3, 3-4, 1) hacía
derivar la palabra latina mundus de motus. Para la etimología aducida por Isidoro para la corres-
pondiente palabra griega (kovsmo~), cf. n. 695.
720. El autor acude ahora a los argumentos de Boecio, De institutione musica; I, 2.
721. Véase supra en pp. 114 ss. la exposición detallada que Ieronimus de Moravia hace de
las argumentaciones de Aristóteles en De caelo, II, 9.
722. Saturno, Júpiter y Marte son los tres astros errantes situados por encima del Sol. Cf.
Plinio, Naturalis historia, II, 59.
723. Venus y Mercurio son los astros que giran debajo del Sol. Cf. Plinio, Naturalis historia,
II, 36-39.
Textos del siglo XV 253
siempre una única armonía sino múltiples phtongoi 724, de forma tal que estos
espíritus felices parece que, sea con el sonido de su propia órbita, sea con el de
las que están próximas, ora se anticipan al canto, ora lo siguen, ora lo conti-
núan, ora se superponen, y se diría que en este juego admirable de armonía sin
descanso porfían en dulzura. Así pues, no es posible que el movimiento rotato-
rio del cielo carezca de un orden fijo de modulación; modulación que Tulio,
con un rigor de discurso propio de Platón mismo, afirma que deleitaba los
oídos de Platón 725: «Qué sonido es éste tan grandioso y dulce que colma mis
oídos?». «Éste –responde– es el sonido que se produce por el impulso y movi-
miento de las órbitas, y que tiene intervalos distintos aunque sujetos a
proporciones equilibradas». Pero la propia alma, que anima el cielo y todas las
cosas animadas, está supeditada a ciertas leyes, como demuestran los números
con que se expresan las relaciones entre ellas. Éstos coinciden con los que rigen
nuestra armonía. Cuando Dios omnipotente proyectó construir el mundo, fue
necesario que le añadiese un alma rectora y moviente con la que, aun siendo
incorpórea y ya que los cuerpos no animados no tienen movimiento por sí, dar
cuerpo al mundo y a lo contenido en él. El alma del mundo se unió al cuerpo
del mundo en virtud de las proporciones armónicas, es decir, doble, triple y
cuádruple, sesquiáltera, sesquitercia y sesquioctava, como demuestra Georgius
Anselmus 726. No es de extrañar que el cuerpo de la estructura celeste, que es
sólido y sonante y sujeto a los mismos números y proporciones que los que, se
sabe, constituyen toda armonía, produzca en su movimiento vertiginoso un
sonido de íntima dulzura, toda vez que con todo su espíritu el alma moviente,
en su gobierno del cuerpo del mundo, no mueve el universo con un curso for-
tuito o casual sino sujeto a leyes. Sé que a esta opinión se suma san Ambrosio
en el segundo día de su Hexameron 727. Porque, tal como Boecio afirma 728, a no
ser que existiese cierta armonía capaz de articular las diferencias y los poderes
opuestos de los cuatro elementos, éstos no podrían formar un solo cuerpo y una
sola entidad. Esta diversidad produce variedad de estaciones y frutos, pero, aun
así, constituye el conjunto del año. De forma tal que si perturbas en intención y
pensamiento algo de lo que produce en las cosas tanta variedad, necesariamente
todo perecerá y nada conservará, por así decir, su consonancia. Y de la misma
manera que el modo del sonido en las cuerdas graves es tal que su gravedad no
llegue a silencio, y en las cuerdas agudas el modo del sonido agudo cuida de que
no derive en debilidad de voz, sino que todo sea proporcionado y conveniente;
así también lo vemos en la música del universo, de forma tal que nada excesivo
puede darse que, por su propia condición excesiva, anule lo demás. Todo lo que
existe o produce sus propios frutos o coadyuva a que otros los produzcan, pues
lo que el invierno congela, lo libera la primavera, lo agosta el estío y lo hace ma-
durar el otoño. Así también las estaciones, en su sucederse, producen sus propios
frutos o contribuyen a que las otras los produzcan. Consiguientemente, el mun-
do ha sido compuesto en virtud de cierta armonía y el propio cielo gira sometido
a una modulación armónica 729, pero los intervalos de los cuerpos celestes pue-
den ser conocidos únicamente mediante recurso a la razón, no a los sentidos.
Según testimonio de Macrobio, Arquímedes creyó haber calculado el número de
estadios que la Luna dista de la superficie de la Tierra, Mercurio de la Luna,
Venus de Mercurio, el Sol de Venus y Marte del Sol, y pensó que había medido
con cómputo exacto el espacio desde la órbita de Saturno al estrellado firmamen-
to. Las dimensiones que propuso fueron refutadas por los platónicos pues no
guardaban los intervalos doble y triple, y propusieron otras distancias de las que
Porfirio dejó constancia en sus libros. Pitágoras, por su parte, indicó en términos
de intervalos musicales cuáles eran los estadios existentes entre la Tierra y cada
estrella. Pero fue Eratóstenes el que estableció con cálculo geométrico que la
longitud de la circunferencia de la Tierra era de doscientos cincuenta y dos mil
estadios. En esta medida del mundo el estadio tenía seiscientos veinticinco pies.
Existen discrepancias sobre su longitud según se utilice el estadio olímpico, que
tiene seiscientos pies, o el pítico, que tiene mil pies. Pitágoras consideró que de
la Tierra a la Luna había alrededor de ciento veintiséis mil estadios, es decir, el
intervalo de un tono. De la Luna a la estrella de Mercurio que llamaban Stilbon,
un semitono mayor. De ésta a Phosphoron, estrella de Venus, casi otro tanto, esto
es, un semitono menor. De aquí al astro del Sol, un poco más del triple, esto es,
729. Concepción en la que Boecio, como antes Cicerón, sigue la teoría platónica (Respubli-
ca, X, 14, 617b y Timaeus, 31c-37c y ss.) de la música cósmica.
Textos del siglo XV 255
730. Cf. Naturalis historia, II, 84 y, con posterioridad a él, también Censorino, De die natali
ad Q. Caerellium, XIII, 5.
731. Geographica, X, 3, 10.
732. Sobre Dorilao, cf. n. 640.
256 Antología de textos
virtud de una razón musical. Cualquiera por propia reflexión podrá compren-
der esto. Lo que hace que el hálito incorpóreo de la razón se vincule al cuerpo
no es sino cierta armonía y proporción 733 que, como si de sonidos graves y
agudos se tratase, produce una especie de consonancia. No otra cosa es lo que
entre sí une las partes del alma que, tal y como Aristóteles defiende, consta de
una parte racional y otra irracional 734. Igualmente, no otra cosa, sino la música,
es la que da cohesión a los elementos del cuerpo y dota a sus partes de una pro-
porcionada armonía mutua. Y ya que, según la definición de Boecio en el pri-
mer libro de sus Fundamentos de la música, consonancia en los sonidos es la
combinación de sonido agudo y grave que llega a los oídos de forma uniforme
y suave, así también recibe el nombre de consonancia el ensamblaje perfecto de
partes o la congruencia de cualesquiera elementos que entran en composición.
Y esto ocurre tanto en las cosas sucesivas como en las permanentes. Así, Temis-
tio 735 denomina armonía a la unión o concordia que resulta de que dos mate-
rias, como la madera, piedra o cualquier otra natural, entren en composición
artificial. En efecto, cuando percibimos algo en los sonidos que está regulado en
la justa medida y armonía como en nosotros está dispuesto con orden y en la
proporción conveniente, en ello encontramos deleite, reconocemos que noso-
tros mismos estamos estructurados sobre la misma semejanza 736. En efecto,
nuestra alma humana, que jamás está en reposo, se horroriza con aquellos mo-
vimientos, internos o externos, disonantes respecto al propio cuerpo 737. Se an-
gustia al sentirlos, mientras que se sosiega con los que son consonantes. Por ello
evita oír el sonido de los truenos y ver los rayos y centellas. ¿No va a desdeñar el
oído con mayor razón la disonancia y discordancia que resultan cuando se ten-
san demasiado las cuerdas de un tetracordo o, de la misma manera, cuando la
flauta pierde su modulación al abrir o cerrar en exceso sus orificios? Verdadera-
mente, tanto fue el aprecio que los griegos tuvieron por la música que pensaban
que ella dominaba los espíritus. Es cosa ya conocida su eficacia para aplacar la
ira y sus maravillosos efectos sobre las afecciones físicas y psíquicas. Así pues,
nuestra alma, cuya complexión es musical, guarda relación con la armonía. Por
738. Cf. n. 631.
739. Palabras que, en la Aeneis (VI, 545) de Virgilio, Deífobo dirige a la Sibila.
740. Cf. n. 652.
741. Cf. Isidoro, Etymologiae, III, 17, 1-3 y la fuente de éste, Casiodoro, Institutiones, II, 5, 2.
742. Cf. Platón, Phaedo, 86b-c y 93a-e, y Timaeus, 47d. Véase al respecto la n. 93.
743. Filósofo pitagórico del siglo V a. C.
744. Cf. Aristóteles, De animalibus, I, 4, 407b27 ss.
745. Sobre Petrus de Abano u Aponiensi, también llamado Reconciliator, véase la n. 639.
746. Cf. n. 651.
258 Antología de textos
nen la sangre. Durante este período, los niños están enfermos, sin sonreir, y su
vida corre peligro. Por esta razón, cuando pasa esta fecha, suelen celebrar un día
de fiesta. En todo caso, estos cuarenta días multiplicados por los siete iniciales
dan doscientos ochenta, es decir, cuarenta semanas. Pero, ya que el parto se
produce en el primer día de la última semana, hay que restar seis días, con lo
que quedan doscientos setenta y cuatro. Consiguientemente, ambos embarazos
resultan durar un número par de días y Pitágoras no refuta este hecho a pesar
de que es al número impar al que él confiere una posición hegemónica. Porque,
argumenta, las dos cifras impares, doscientos nueve y doscientos setenta y tres,
se completan hasta alcanzar aquellas otras, cogiendo algo del día que sigue pero
sin llegar a coger un día entero. Vemos que también esto sucede en la naturale-
za con la duración del año y del mes, cuando al número impar de días del año,
trescientos sesenta y cinco, hay que añadirle unas horas, y cuando también se
alarga la duración del mes lunar hasta los treinta y un días.
Por tanto, el embarazo de siete meses tiene una duración y el de diez meses,
otra. No obstante, Pitágoras sostiene que aquellos números que en cada uno de
estos embarazos marcan las fases del desarrollo del semen en sangre, de sangre
en carne y de carne en figura humana, guardan entre sí las mismas proporciones
que tienen en la música las consonancias. Así pues, ha de prestarse crédito a que
la música tiene no poca trascendencia en el nacimiento humano.
749. Frente a la simple definición de musica est peritia modulationis que había dado Cen-
sorino (De die natali ad Q. Caerellium, X, 3) y que literalmente había utilizado Isidoro (Etymo-
logiae, III, 15,1), Agustín (De musica, I, 2, 2:), al que siguió Casiodoro (Institutiones, II, 5, 2),
le confiere la categoría de scientia bene modulandi. Como ya se ha indicado en n. 77, bene ha
de ser entendido «según las leyes del número», es decir, «guardando la debida proporción de
tiempos y de intervalos».
750. En el texto: modus. Cf. al respecto las nn. 189 y 190, en las que aludíamos a la sinoni-
mia de modus, maneries y temporis consideracio.
751. Como se ha indicado en repetidas ocasiones, fueron muchos los teóricos que se hicie-
ron eco de la definición que Isidoro da de ‘música’ en Etymologiae, III, 15, 1.
Textos del siglo XV 261
una varilla o con la pulsación de los dedos sobre cuerdas, de cualquier material o
de tripa, de distintos instrumentos. Hay también otros tipos de instrumentos en
los que es necesario para producir armonía que se aúnen el viento y la pulsación
de los dedos, como en las flautas y pandoria 752, y otros en los que el viento no lo
produce la naturaleza sino la ejecución instrumental, como en el órgano, cuyos
fuelles tienen la capacidad de producir aire.
Capítulo I
Son muchos los que creen que Armonía y Música son la misma cosa, pero
nosotros pensamos de un modo muy distinto. De las opiniones de ciertos músi-
cos, en efecto, tras una larga investigación, entendemos que Armonía es la unión
de sonidos concordes; la Música, en cambio, es la razón de la misma concordia
o su detenida y sutil búsqueda con la razón. La Música, por su parte, es de
tres clases: una se denomina mundana, otra humana y otra instrumental. De la
Mundana y de la Humana, puesto que son de naturaleza especulativa y teórica,
trataremos en detalle en los libros segundo y tercero; la tercera categoría, en cam-
bio, que trata toda ella de los instrumentos, reclama para sí el primer lugar.
El instrumento puede ser de dos tipos: natural o artificial. Instrumento na-
tural es la voz del hombre, porque de un modo natural podemos elevar y bajar
la voz. Se dice que un instrumento es artificial, porque es resultado de la técnica
y no de la naturaleza, como el monocordio, la cítara y otros que acompañan al
canto. A la hora de abordar de un modo exhaustivo el conocimiento práctico de
éstos encontramos tres aspectos que deben ser examinados: la voz, como es na-
tural, el sonido y el número o medida. El término ‘voz’, para los efectos que nos
* Los textos que siguen, hasta el de Ugolino Urbevetanis (p. 276), han sido traducidos por
el Prof. Lorenzo Fraga Montero. Las notas son de Cecilia Criado.
752. Sobre la pandoria, pandura, o pandyria como un instrumento de viento de la familia
de la flauta, cf. nn. 163 y 166.
262 Antología de textos
Comienza la Lectura dispuesta por Pedro Tallanderio tanto acerca del canto
mensural como del no mensural.
Más y mejor que en las restantes artes liberales te instruiré acerca del deli-
cioso arte de la música.
En primer lugar, introduciendo aquí algunos versos hechos en alabanza de
este dulce arte, así como la autoridad de los más ilustres doctores del orbe:
Versos:
Dios hizo en armonía todo lo creado;
del giro del cielo hizo surgir la armonía primera.
Invención de Pitágoras son el diatessarón y el diapente;
Orfeo con sus acordes liberó a su esposa de las sombras.
Con la cítara David apacigua a Saúl 755 y con el salterio
venció su espíritu malo 756; así levantó Anfión los muros 757.
Así también Jericó se desplomó; mientras Argos duerme
se dice que las Sirenas atraen hacia sí las naves con el canto de Itis 758.
De la fuerza de la armonía son resultado estas cosas y otras como éstas;
no es mejor el canto que lo que en este libro se transmite;
en él se hallan las mejores flores musicales
y los hechos más loables de los cantores
760. Esto es, Hugo de Sancto Victore, cuya autoridad, como las que siguen, cita Petrus
Tallanderius de forma indirecta pues todo el párrafo está tomado de la obra de carácter enciclo-
pédico de Bartholomaeus Anglicus De proprietatibus rerum (In Riemann-Festschrift: Gesammelte
Studien: Hugo Riemann zum sechzigsten Geburtstage überreicht von Freunden und Schülern, Lei-
pzig, 1909, 246).
761. En el texto: cantuum, que ha sido leído tantum, tomando como base la citada obra de
Bartholomaeus Anglicus. A partir de ella se ha modificado también la incomprensible puntua-
ción que la edición de Tallanderius presenta.
762. Etymologiae, III, 20, 3.
763. Esto es, Bartholomaeus Anglicus, el ya citado autor de De proprietatibus rerum.
Textos del siglo XV 265
música, dice, «... el arte de la música o, por mejor decir, la armonía reconcilia
lo contrario e irreconciliable, modifica y adapta lo grave a lo agudo y lo agudo a
lo grave, concilia las acciones contrarias y distintas, reprime y refrena las malas
inclinaciones del alma, repara y reconforta los sentidos debilitados, con intensi-
dad y abiertamente proclama la unidad del ejemplo divino en obras contrarias
y distintas, pone de manifiesto que lo celeste con lo terreno y lo terreno con lo
celeste puede estar unido en concordia. Alegra en extremo los ánimos alegres y
en extremo entristece los tristes».
Agustín 764: «Es por ello por lo que a partir de una oculta propiedad que
comparten por igual el alma y la armonía, la melodía se adapta a la disposición
del alma. Y es por ello por lo que, como dicen los autores, los instrumentos
musicales vuelven al feliz más feliz y al triste, más triste».
Versos, aunque no corregidos 765:
Esta música sosiega, ésta ordena los cantos celestiales;
a su vista se elevó todo músico
que, ya por naturaleza ya por arte, tuvo talento 766.
Con sus enérgicos cantos <curó> los síntomas de Saúl 767,
<*>
las alabanzas que recibe suscitan odio en el corazón de Saúl 768.
David no osa apurar la estrella declinante de Saúl 769.
Aquí está David, que es el primero de lo cantores,
el primero que, dedicado a la cítara y al salterio, impartió de ellos doctrina.
764. La cita, de difícil localización por tratarse de una paráfrasis muy distorsionada y libre,
es de Confessionum libri tredecim, X, 33 (Cetedic Library of Christian Latin Texts, vol. 1, Univer-
sitas Catholica Lovaniensis: Brepols-Turnhout, 1996).
765. El [Ps.] Johannes de Muris, en el capítulo II de De numeris, qui musicas retinent con-
sonantias, secundum Ptolomaeum de Parisius (Scriptores ecclesiastici de musica sacra potissimum,
vol. 3 [ed. Martin Gerbert], Hildesheim: Olms, 1784/1963), cita unos versos que atribuye a
Bartholomaeus (o Ptolomaeus) y que guardan estrecha similitud con los que ahora ofrece Petrus
Tallanderius. La versión que presenta el texto de Johannes es considerablemente más inteligible
que la presente.
766. En el texto: Quia nihil natura vel arte potens, que se ha leído por la mencionada edición
de Johannes de Muris: Qui vel natura vel fuit arte potens.
767. En el texto: Et navis modulis insignia Sauli. La falta de sujeto (que ha de ser «David»)
y de verbo permite conjeturar que éste estaría en la línea siguiente, laguna que hemos señalado.
Ni este verso ni los dos que siguen aparecen en la edición de Johannes de Muris.
768. Cf. I Sam., 18, 6-9, donde se relata que, tras dar muerte al filisteo, Israel saludó a Da-
vid como un héroe, lo que llenó de ira el espíritu de Saúl.
769. En I Sam., 24, 6-8 se cuenta cómo teniendo David la vida de Saúl en sus manos, se
la perdona.
266 Antología de textos
diera ser susceptible de división ternaria, porque tenían la opinión de que toda
perfección radicaba en un orden ternario: por esa razón propusieron este tiem-
po como medida de cualquier canto, sabiendo que en el arte no conviene que
se encuentre lo imperfecto. Al contrario, algunos autores modernos han creído
haber demostrado que esta definición es insuficiente 775.
También cuenta Boecio 776, que tradujo del griego al latín todo lo relativo
a esta ciencia, que Pitágoras, en el capítulo de Física en el que se ilustra sobre
esta ciencia a sus pupilos, les prescribió que, tras el estudio, conciliasen el sueño
con música y que, una vez concluido éste, con música se despertasen, al objeto
de que la música del cuerpo humano recobrase vigor gracias a su semejante, la
armonía de los sonidos. Ésta, en virtud de la conveniente y justa proporción de
sonidos y números, obliga a los hombres a la justicia, a la equidad de carácter y a
inclinarse de forma natural hacia la manera correcta de comportarse. A muchos
que antes eran incontinentes, los redujo a la castidad, a los enajenados les hizo
recuperar la memoria y razón, a muchos afligidos, la alegría, las imaginaciones
desordenadas las sometió a la disciplina de la reflexión y concedió alivio a las
mentes débiles y frágiles. Además, consigue restituir a los enfermos al anterior
estado de salud de su alma cuando, con piadosa devoción, se dispone la música
para su fin último: la loa a Dios. Pues cánticos en Tu honor querubines y serafi-
nes con incesante voz proclaman; en un salmo 777: «... con decacordio cantaré a
ti», y en el salmo tercero 778, «... porque Dios es el Rey de toda la tierra, cantad
con maestría», esto es, dulce y devotamente.
Por ello Boecio cita a Platón 779: «... nada hay peor en la ciudad que pervertir
la música que forma parte de la buena tradición, porque los que lo hacen actúan
abiertamente contra las costumbres». Así, queda constancia de que la música
cuenta con la aprobación de los más ilustres doctores.
Necesario es que tú sepas la definición de la música, que es la que sigue:
«La música es la ciencia del verdadero canto 780 y el camino fácil para alcanzar
la perfección en él» 781. Del mismo modo, «... música es la ciencia de modular
775. Cf. De Muris, De practica musica, seu de mensurabili, en la p. 177 y las notas ad loc.
776. De institutione musica, I, 1.
777. Ps., 143, 9.
778. La referencia correcta es Ps., 46, 8.
779. Boecio (De institutione musica, I, 1) reitera las admoniciones que Platón hacía en Res-
publica, III, 10, 398d-399c y Leges, II, 660a.
780. Cf. n. 160.
781. Sobre la atribución de esta definición a Guido d’Arezzo, cf. n. 218.
268 Antología de textos
Prólogo
A la muy ilustre señora Beatriz de Aragón, hija muy virtuosa del rey de
Sicilia, Jerusalén y Hungría, Johannes Tinctoris, entre los profesores de leyes y
las artes matemáticas el de menos importancia, se ofrece en eterna servidum-
bre. Sabiendo yo, dichosísima Beatriz, con cuán ardiente y vehemente afán te
esfuerzas de todo corazón en el arte de la música, se me ha ocurrido exponer en
honor a tu grandeza, de modo compendiado, algunos de sus grandes efectos.
Por ello, aunque tu espíritu es semejante al de aquél del que tomó su origen
divino, pienso que debes estimular su constancia para que nunca se aparte de
tan insigne propósito. Acometo esta obra, ciertamente, inducido no menos por
amor a ti que a este arte, pues del mismo modo que es para mí de lo más grato
que la música, a cuyo estudio me he entregado desde la más tierna infancia,
782. Como ya se ha indicado (cf. nn. 31, 77 y 394), esta parte de la definición remonta a
Agustín.
783. Cf. nn. 130 y 188.
Textos del siglo XV 269
sea muy digna de honor y alabanza para la hija del rey, señora tan ilustre, tan
prudente y tan hermosa, así también anhelo que, gracias a este mismo arte, que
Platón consideró el más notable de todos, Quintiliano el más hermoso y san
Agustín ciencia divina, siempre tu ánimo esté por completo libre de todo dolor.
Y no creas que yo quiero abarcar todos los efectos de música liberal y noble (así
se refiere Aristóteles a ella en un tratado 784), sino tan sólo veinte, que son las
siguientes:
Deleitar a Dios,
Ornar las alabanzas a Dios,
Aumentar el gozo de los bienaventurados,
Acercar la Iglesia militante a la triunfante,
Disponer para recibir la bendición divina,
Mover el ánimo a la piedad,
Alejar la tristeza,
Quebrar la dureza de corazón,
Poner en fuga al diablo,
Causar el éxtasis,
Elevar el pensamiento terreno,
Reconducir la mala voluntad,
Dar alegría a los hombres,
Sanar a los enfermos,
Mitigar los sufrimientos,
Enardecer los ánimos para la batalla,
Incitar al amor,
Aumentar la alegría del banquete,
Glorificar a los en ella iniciados,
Hacer dichosas a las almas.
Estos efectos ciertamente admirables y, por así decirlo, divinos, a los que se
suele dar mayor fundamento recurriendo unas veces a razonamientos, otras a
las autoridades sagradas, otras a los dichos de filósofos, historiadores y poetas
(tal como testimonia Cicerón), he decidido someter a cada uno de ellos a aná-
lisis en el orden debido para que resulten más claros.
Y es menester para esta obra, que precisamente por esto es ardua porque
apela unas veces a la teología, otras veces a la filosofía, otras a la poesía, que se-
pas que la capacidad del cantor no está a su altura. No me acusarás, ciertamen-
784. En efecto, tales son los adjetivos (e)leuqe/rion kai\ kalh/n) con los que Aristóteles
(Politica, VIII, 3, 1338a32) califica aquellas disciplinas que, no siendo necesarias y útiles, han
de incluirse, sin embargo, en la formación y educación de los niños.
270 Antología de textos
787. Aunque con algunas lecturas incorrectas, el original latino cita Aeneis, VIII, 285-288.
788. I, 1, 10, 20, 2-3.
789. Como ya se ha indicado, para la traducción de los pasajes bíblicos se ha utilizado la
versión de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera (Santa Biblia, Korea, 1569/1960). Su li-
terariedad es la responsable de que la traducción de dichos pasajes no siempre se ajuste al texto
latino de la Vulgata.
272 Antología de textos
así: «La armonía de distintos sonidos, sujeta a razón, moderada y fruto de una
diversidad concorde, manifiesta la unidad de la ciudad de Dios adecuadamente
instituida».
En sexto lugar, «... la música mueve el ánimo a la piedad». Es por ello por
lo que Agustín en el libro décimo de las Confesiones dice: «Soy partidario de la
costumbre de cantar en la iglesia para que mediante el recreo de los oídos el
ánimo más débil se eleve al sentimiento de la piedad».
En séptimo lugar, «... la música aleja la tristeza». Es por ello por lo que en
el capítulo quinto de Santiago se dice 794: «¿Está alguno entre vosotros afligido?
Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante alabanzas». De ahí que Virgilio en el
libro tercero de la Eneida afirme de Polifemo 795:
... y alivio de su mal, de su cuello la flauta cuelga.
Prólogo
802. ������������
IV, 481-484.
803. Esto es, Cf. I Sam., 16, 23.
276 Antología de textos
obras tengan una mayor autoridad, bien, lo que es más propio de la virtud,
ganarse las simpatías de aquéllos que pueden valerles mucho. Yo, por mi parte,
con mi esfuerzo deseo (no al modo de los adolescentes sino con firmeza y cons-
tancia) ganarme tu benevolencia y por encima de todo complacerte.
Lo que espero que no me sea de poca utilidad, si tú misma te persuades de
que se debe más a aquél por quien más se es apreciado. Por esta razón, como es-
tudioso del arte más noble y, entre las Matemáticas, el más honesto, a saber, el de
la divina música, por considerar de la máxima utilidad definir sus términos, qué
sea sustancia, qué sea accidente, para que una vez entendidos puedan con más
facilidad tratar de ella y comprender su naturaleza y la de sus partes, en honor a
tu alteza escribí el presente opúsculo que, lógicamente, se titulará Diffinitorium
musicae, y, una vez escrito, consideré que la obra debía dirigirse a ti, la más noble
de las mujeres, en la confianza de que esto te sería muy grato, a ti que, separán-
dote con la mayor prudencia de la poesía, de la oratoria, del teatro y de otras
artes liberales, en las que sobresales (lo que es maravilloso), para la recreación del
alma te entregas a este muy agradable arte, no sólo aprendiéndolo a través de la
interpretación de otros, como hacían los reyes persas y medos, sino ejecutándolo
tú misma. Por lo que nos toca el más alto honor posible si aquélla a la que todos
consideran la más hermosa, la más ilustre, la que más ha bebido en las fuentes de
lo honesto, la más dichosa, finalmente, de todas las señoras del tiempo presente
y pasado y de todo lugar, se digna a poner su empeño en ella.
Pero, regia prole, si en este mismo opúsculo tus muy perspicaces ojos viesen
algo imperfecto, que no te parezca decoroso a ti, a la que me atrevo a considerar
la más perfecta, ten a bien perdonarme. Pues, como brillantemente cantó Vir-
gilio 804, «no todo lo podemos todos». Por ello, dado que yo, al tener predisposi-
ción a encontrar placer en diversas artes al no contentarme con una sola, como
tu buen juicio ya sabe, intento cada día con ferviente ánimo acceder a más
conocimientos, no es sorprendente si en alguno de ellos no consigo alcanzar
un grado de perfección suficiente para poder competir con aquéllos que ponen
con la mayor eficacia todo su esfuerzo y dedicación de modo particular en un
solo arte. Sin embargo, si en la teoría de la música del mismo modo que en la
práctica supero a todos los cantores de nuestro tiempo o por alguno soy supera-
do, lo dejo a la discreción de tu discernimiento y a la del resto de entendidos en
este arte. En efecto, como corresponde a los prudentes, alabarse a uno mismo
es propio de la vanidad, criticarse, de la estupidez.
Libro primero
807. Es decir, el principio de intelección que está en la potencia para los inteligibles. Cf.
Aristóteles, De anima, III, 4, 429b 30-31.
808. Cf. n. 458.
809. Aunque no literalmente, la cita es de Etymologiae, III, 17, 1-3. Cf. las notas a la traduc-
ción de Isidoro en las pp. 39 ss.
Textos del siglo XV 279
malo de Saúl 810. Las propias bestias, no menos que las serpientes, aves y delfi-
nes, se sienten impulsadas a escuchar su modulación. E incluso nuestras venas
y las fibras de nuestro cuerpo y nuestras pulsaciones, en virtud de sus ritmos
musicales, guardan relación con los poderes de la armonía.
El ilustre Boecio, por su parte, cuando en el proemio de su tratado sobre
la música, habla de las excelencias de ésta, dice 811: si los modos son dulces y
acordes, el oído así percibe el sonido, de manera que no sólo pueda hacerse una
opinión de ellos y conocer sus diferencias, sino que también a menudo se deleita,
y siente desagrado si, inconexos e incoherentes, hieren su sentido. Pues ella está
relacionada no sólo con la especulación sino también con la moralidad porque
nada es tan propio del ser humano como relajarse con las melodías dulces y an-
gustiarse con las discordantes 812. Y esto no sólo rige para una etapa de la vida en
particular o para un determinado gusto y edad, sino que abarca todos los gustos,
a tal punto que no hay gusto alguno libre de él, ninguna, en absoluto, etapa de
la vida que se pueda decir separada de la dulcísima dulzura de la música, porque
niños y jóvenes y no menos los ancianos están unidos por un gusto espontáneo
y natural hacia la modulación musical 813. Por ello no en vano Platón afirmó que
el alma del mundo encuentra cohesión en virtud de una armonía musical 814.
Cuando percibimos aquello que en los sonidos está regulado en la justa medida
y armonía por el solo hecho de que en nosotros está dispuesto con orden y en la
proporción conveniente y en ello encontramos deleite, reconocemos que noso-
tros mismos estamos estructurados sobre la base de la misma semejanza. La se-
mejanza es, en verdad, amiga, mientras que la desemejanza es odiosa y contraria,
gracias a la primera somos una unidad, por la segunda, una disgregación.
Y, en efecto, tal era la consideración que los antiguos concedían a la música
que pensaban que, por medio de ella, se podían dominar los estados de ánimo,
porque el canto en muchas ocasiones podía reprimir los arrebatos de ira, así
como tener beneficiosos efectos sobre las afecciones físicas y psíquicas. Pues
mientras el pitagórico Arquitas 815 en Tarento durante la noche, como era su
Boecio daba cuenta (De institutione musica, I, 1), citando como fuente a Cicerón (De consiliis
suis, Expositio consiliorum suorum –cf. Cic., philfrag., 10 t. 1–).
816. Quia: demostraciones o pruebas del simple hecho. Propter quid: forma de demostra-
ción que procede de las causas a los efectos, es decir, pruebas del hecho razonado.
817. Concretamente el libro III de De institutione musica.
Textos del siglo XV 281
I
La música es arte que place a Dios y a los hombres, discerniendo y enjui-
ciando todo lo que se canta y buscando la razón verdadera de todas las cosas que
suceden por arsis y tesis, esto es, mediante la elevación y el descenso del sonido.
La música es un arte honorable y grato, cuyo sonido en cielo y tierra es percibido
melodiosamente. La música es ciencia que se basa en números, proporciones,
consonancias, conjunciones, medidas y cantidades. La música gozó de amplios
honores entre los antiguos griegos y no era considerado erudito en las artes
liberales aquél que no estuviese versado en las artes musicales. La música es la
más poderosa de las artes: los antiguos afirmaron que era la enciclopedia en que
estaban compendiadas todas las disciplinas (¡cosa admirable de decir!). En las
guerras son los propios sones musicales los que encienden a los contendientes;
también alegran a los delfines y al resto de los animales 823. Sócrates aprendió
música en edad anciana y ordenó que los adolescentes la estudiaran 824. ¿Qué
más? Libera el espíritu de preocupaciones y, con una suerte de alegría interior,
impulsa a las mentes humanas a la exaltación de Dios. De donde las palabras
del profeta: «Mis labios se alegrarán cuando cante a ti», y en el mismo salmo:
«... en todo lugar tu justicia será objeto de mi canto», etc 825.
también de tu justicia todo el día»), mientras que la edición ofrece: cantabiles mihi erant iusti-
ficationes tuas in loco.
826. Sobre la confusión entre Tubalcaín y su hermano Tubal (~Jubal), cf. n. 144.
827. Cf. n. 35.
828. En Florida, IV, 4, el autor romano califica el modo frigio de religiosum.
829. Sobre la atribución a Boecio de esta afirmación, cf. n. 610.
830. Etymologiae, III, 16, 2.
831. Cf. Casiodoro y [Ps.] Beda en n. 415.
Textos del siglo XVI 285
II
Se la llama ‘voz’ porque expresa los votos del corazón. De ahí que afirme
el filósofo 832: «... las palabras habladas son signos de las pasiones que hay en el
alma». Y así, la voz o el sonido-voz tiene seis instrumentos naturales, que son los
siguientes 833: el pulmón, de donde procede el aliento que, como un fuelle, ins-
pira y espira aire; el segundo instrumento es la garganta, a través de la cual pasa
el aire; el tercero es el paladar, que es el que retiene el aire y hace que choque;
el cuarto es la lengua, que lo divide y hace que se diversifique; el quinto son los
dientes, de cuyo contacto con la lengua resulta inteligible lo que se pronuncia;
el sexto son los labios, que regulan el aire. Y, tras este proceso, resulta la voz. A
partir de este momento, de las voces, una es continua, otra es discontinua, ya
que se mueve por intervalos. La continua es con la que leemos prosas y anales.
La voz discontinua es con la que solemos hacer ascender o descender los soni-
dos musicales.
Por otra parte, de entre las voces, una es articulada y constituida por letras;
ésta resulta inteligible y puede ser puesta por escrito, como, por ejemplo, ‘Pe-
dro’, ‘Juan’, etc. Otra carece de articulación y no está constituida por letras, de
forma que no puede ser escrita ni leída, como, por ejemplo, el rugido de un
león o el mugido de un buey. Otra tiene articulación, pero no está constituida
por letras y, sin embargo, puede resultar inteligible aunque no pueda ser puesta
por escrito; es el caso de los silbidos humanos, el gemido de los enfermos y
cosas de este tipo que, si bien no son susceptibles de escribirse, expresan, sin
embargo, el sentimiento del que los produce, como por ejemplo, a través de
un silbido humano entendemos que se llama o se intenta calmar a un ani-
mal, o a través de un gemido imaginamos el dolor de un enfermo, etc. Y hay,
ciertamente, otra voz que consta de letras pero carece de articulación, la cual,
aunque es ininteligible, puede, sin embargo, ponerse por escrito, como sucede
con los sonidos de los animales que profieren ‘cra, cra’, pero no entendemos
el efecto de su articulación, aunque sean susceptibles de ser perfectamente
transcritos. Pero, prescindiendo de los demás tipos, trataremos únicamente
de la voz articulada y formada por letras, que es la que interesa a la música, y
que sabemos que es la voz humana y, para empezar, veremos de qué modo se
reconoce su perfección.
los niños y en las mujeres, que no tienen un aliento fuerte. Al contrario, voces
‘recias’ y ‘profundas’ se producen cuando sale el aire con mucha fuerza, como
ocurre con la voz de los hombres. Las voces son ‘claras’ cuando son argentinas
y armoniosas, carentes de sonidos ásperos. La voz ‘fina’ y el sonido alto que
resulta cuando se tocan instrumentos de metal, son muy agudos. Las voces ‘diá-
fanas’ son las que alcanzan muy lejos, de forma tal que en un momento llenan
todo un lugar. La voz ‘dura’ y ronca es la que emite los sonidos de forma vio-
lenta. ‘Áspera’ es la voz ronca que se expande de forma irregular por medio de
emisiones reducidas y desiguales. La voz ‘ciega’ es la que, apenas es emitida, se
desvanece y queda sofocada. La voz ‘perfecta’ es alta, suave, fuerte y clara: alta,
para que alcance los tonos más elevados; clara, para que llene los oídos; fuerte,
para que no vacile o falle; suave, para que no asuste al oyente, al contrario, para
que acaricie sus oídos, y seduzca y serene los espíritus de los que escuchan. Si
falta alguna de estas cualidades, dice Isidoro, en forma alguna se trata de una
voz perfecta».
Por consiguiente, propondremos tres cosas especialmente necesarias y con-
venientes para la consecución de esta voz. Primero, que nadie en el comienzo
del canto (esto es, cuando empieza a cantar) deje salir una emanación de aire
violenta o con voz alta, sino que module el inicio del canto con voz apaciguada
y baja, ya que sufren las arterias y se daña la arteria traqueal. De lo que se dedu-
ce que ha mantenerse el término medio (donde radica la virtud), para que, evi-
dentemente, no comencemos de forma demasiado baja ni demasiado alta. En
efecto, la explosión de voz aguda perjudica garganta y voz, y molesta al oyente.
Si comenzamos de forma un tanto baja, poco a poco se calienta la garganta y
se llena la tráquea, y la voz, cuyo flujo es irregular, es reconducida a un sonido
homogéneo y perfecto.
Otro consejo es que hagamos ejercicio moderado, pues resulta admirable
el modo en que el ejercicio, que aconsejo que se practique antes de la comida,
contribuye a conservar la voz. En efecto, si el cuerpo no está sano, la voz no es
clara ni pura, sino que, necesariamente, resultará herida y debilitada.
La tercera y última sugerencia para conservar la voz es evitar el exceso de
comida y bebida. Pues las comidas y bebidas demasiado copiosas o frugales en
demasía perjudican la salud, mientras que las moderadas la fomentan, vigorizan
y conservan. No hay cosa más placentera que una digestión bien hecha, nada
tiene mejores efectos sobre la salud y sobre la agudeza de los sentidos, nada pre-
Sobre el concepto aristotélico de ‘voz perfecta’, cf. n. 835. Véase al respecto también Platón,
Timaeus, 67b.
288 Antología de textos
Pero sean suficientes las noticias que hemos dado acerca de la voz y su cui-
dado. Ahora, volvamos a la música.
841. Esto es, la Summa theologica, Secunda secundae, 149, 1-4 de Tomás de Aquino, tam-
bién llamado doctor Angélico.
842. Los versos que siguen no son de Virgilio, sino, probablemente, de algún imitador que
recrea la expresión latina de carácter popular ut Venus enervat vires, sic copia Bacchi. En todo
caso, con seguridad el vitia que aparece en el texto ha de ser leído vina.
Textos del siglo XVI 289
III
843. Etimología propuesta por Hugo de Sancto Victore (cf. supra p. 264).
844. Isidoro, Etymologiae, III, 20, 2.
845. Como hemos indicado en la n. 397, son cinco los tipos de sonidos no unísonos: aequi-
sonae, consonae, emmeles (‘compasables’), dissonae y exmeles (‘incompasables’).
846. Variación de Boecio, De institutione musica, I, 34: is vero est musicus, qui ratione perpen-
sa canendi scientiam non servitio operis, sed imperio speculationis adsumpsit.
290 Antología de textos
Al lector
La música, que suena en dulce canto, causa placer a los oídos, restituye las
[fuerzas y favorece la inteligencia.]
La dulzura armónica modela gratos cantos.
Textos del siglo XVI 291
En alabanza de la más hermosa de las artes hago mías las palabras del divino
David que con voz profética cantó en el Salmo, 104: «Alabad al Señor al son del
arpa y dad a conocer entre los pueblos sus obras». En este salmo se nos exhorta
a proferir alabanzas en honor de Dios, cosa que puede realizarse de forma muy
conveniente a través del melos del dulcísimo arte musical. Ésta es la música jubi-
losa que todos los bienaventurados ángeles de Dios profieren en veneración eter-
na y sin fin ante la contemplación de la divina Trinidad. Por medio de este arte
los pecadores pueden reconciliarse con el glorioso y omnipotente Dios. Gracias
a su melodía se recupera la disposición fraterna hacia los amigos. Las serpientes,
animales, bestias y todos los demás seres vivos feroces deponen su ira y su nociva
crueldad. Qué cosa podría pensar yo que fuese más grata a Dios, más del gusto
del hombre y más cara a los animales que carecen de razón. Para gloria de Jesús
bendito y de su Madre, de inviolable virginidad y por siempre María, tal cues-
tión intentará dirimir lo más brevemente posible este pequeño tratado nuestro,
concebido para formación de los novicios. Doy comienzo a la materia no con el
estilo de los que hacen versos, sino con un estilo fácil y llano.
En su capítulo segundo del libro primero, Boecio expone que hay tres tipos
de música. La primera es la música Mundana, que está fundada en la proporción
correcta y en la conveniencia de los elementos. Pues en el mundo son varios los
movimientos y entre sí están proporcionados. Y la proporción es cierto tipo de
armonía. Pero la música es armonía incluso aunque estos movimientos no pro-
duzcan sonido; pero como entre ellos existe una afinidad mutua, se la considera
música y sobre tal tipo de música dictaminan los filósofos que tratan de las cosas
de la naturaleza y cuestiones semejantes. El segundo tipo es la música Humana,
que precisa de una voz humana y que enseña a cantar artísticamente. El tercer
tipo es la Instrumental, que se ocupa de un instrumento, como, por ejemplo,
el órgano, la cítara, la flauta, el sistro y el laud. Nada diré de los otros dos tipos
de música, pues nuestro presente tratado versa sobre la música Humana. Y tal
música Humana tiene dos partes, especulativa y práctica.
La Especulativa es la que se centra únicamente en los tipos de números,
como es el caso de la Música del maestro Ioannis de Muris, en la cual las pro-
porciones musicales son descritas en términos de los pesos de los martillos de-
ducidos por Pitágoras 852.
La Práctica es la que únicamente remite al sonido y se define de la manera
siguiente: música es la ciencia de ‘modular bien’ 853 o de forma veraz 854; y de tal
música aquí se impartirá doctrina. A su vez, la música Práctica tiene una doble
vertiente: simple y mensural.
La música Simple es la que considera todas las notas de la forma más simple,
esto es, con sólo una y la misma medida, como sucede en el canto gregoriano.
Por su parte, la música mensural considera que una nota es larga, como [Lv],
otra breve, como [Bv], y otra semibreve, como [o]. De tal no se tratará aquí.
852. Cf. n. 35.
853. Cf. n. 749.
854. En el texto: vere, con el mismo sentido que en las nn. 77 y 160. la n. 160 hemos in-
dicado para veraciter.
Textos del siglo XVI 293
Entre las demás artes ilustres que en verdad son dones de Dios, la música
no ocupa lugar ínfimo. Debemos reconocer los beneficios de Dios y a Dios dar
gracias por la conservación de las artes liberales, y llegar a la conclusión de que
ha sido transmitida su ciencia para que con ellas pudiésemos celebrar a Dios.
Teniendo esto en cuenta, animemos a nuestros espíritus a cultivar la música
con aplicada dedicación y a ejercitarnos en ella con diligencia. No ha de ima-
ginarse que la música es una disciplina reciente o vulgar. Ha de saberse que fue
cultivada por los ancianos padres en los albores de los tiempos, de forma que
no hay apenas ningún arte que pueda competir en antigüedad con la música.
De hecho, constata el Génesis que fue inventada por Tubal, hijo de Lamec,
pues en el Génesis, 5 855 se lo denomina padre de los músicos. Un poco más
adelante, trataré con más detalle sobre esta cuestión. Pero, dado que en tan lar-
go espacio de tiempo, la música no sólo no ha sido aniquilada, sino más y más
ennoblecida, ¿quién puede negar que es un don de Dios? Por ello, siguiendo la
autoridad de los santos padres y el ejemplo de muchos pueblos, aprendamos a
amar y favorecer el estudio de este arte. En efecto, la disciplina de la música no
fue conocida únicamente por los Padres, sino por muchos pueblos, tanto bár-
baros como romanos y griegos. En verdad, cuanto más célebre fue una nación
por la excelencia de su cultura, tanto más anhelo sintió por el estudio de la
música. Pero, dejando aparte el resto, me referiré a los griegos, que cultivaron
todo tipo de disciplinas y que concedieron a la música tal honor y estima que,
como también cuenta Cicerón 856, pensaban que la erudición suma estaba en
los cantos de cuerda y en los cantos vocales, hasta el punto de que la ignorancia
de este arte era razón para que no poco disminuyese la estima de los hombres
más ilustres por su ignorancia de este arte: si no dominaban el arte de la mú-
sica, no eran considerados suficientemente cultos. Y en efecto, Temístocles,
aunque era notable por su fama de sabio y por la gloria que derivaba de sus
hazañas, sin embargo, como en el transcurso de un banquete rehusase tocar
la lira, empezó a ser considerado menos docto. También Isidoro 857 afirma que
ignorar la música es tan vergonzoso como no saber leer. Y el reverendo padre
Martín Lutero, que en gloria esté, solía con frecuencia decir que aquéllos que
son afectos a la música, poseen en sus espíritus muchas semillas de las buenas
855. La referencia correcta es Gen., 4, 21. Sobre la forma Jubal, cf. nn. 34 y 59.
856. Cicerón, Tusculanae disputationes, I, 4, 7-5, 1.
857. Etymologiae, III, 16, 2.
294 Antología de textos
virtudes; y los que no, son, al contrario, muy semejantes a troncos y piedras.
Pero, como no es nuestro objetivo dejar sentado el aprecio de este arte sino, tan
sólo, presentar algunas cuestiones que estimulen a los jóvenes a su estudio, sea
suficiente lo dicho. Pasemos ahora a los inventores de la música.
Sobre los inventores de la música, las opiniones difieren; cosa que no ha
de extrañar cuando se trata de dilucidar el autor de la más antigua de las artes.
Celio 858 en el libro quinto de las Lecciones antiguas lo afirma: si Josefo y las
Sagradas Escrituras se consideran fuentes fidedignas, Tubal, hijo de Lamec, fue
su primer inventor, y en los albores de los tiempos, antes del diluvio, Tubal 859
dejó su doctrina inscrita en dos tablillas, una de adobe y otra de mármol, para
que si el mundo era condenado a un incendio o a una inundación, una de las
dos columnas permaneciese incólume, pues el mármol no se disuelve en el
agua y el fuego no daña el adobe 860. También se dice que a Tubal remonta la
cítara y el uso del órgano. Pero no importa mucho si fue el propio Tubal el que
inventó la música, o si lo hizo inducido por Dios. Con todo, más verosímil es
que haya sido Dios mismo el que enseñara la música. Éste parece ser el sentir
de los gentiles. Y, efectivamente, cuando Homero dice poéticamente que Apo-
lo tañe la cítara, sin duda, es su intención hacer remontar a los dioses el origen
de la música. Lo que aducen los autores respecto a los restantes inventores no
merece crédito, puesto que, al quedar velado el nombre del verdadero autor a
causa de su antigüedad, cada uno de los autores quiso dar un nombre al inven-
tor de este arte. Y es así que unos aseguran que el primer inventor fue Orfeo,
otros Lino y Anfión 861, otros Pitágoras. Eusebio 862 atribuye su invención a
Dioniso; Diodoro, a Mercurio; y Polibio, a los antepasados de los arcadios.
Mi opinión es que todos éstos no inventaron la música, sino que la engrande-
cieron con nuevas contribuciones, haciéndola más excelsa. Después siguieron
otros, a los se puede considerar prácticamente como inventores modernos y
que son casi de nuestro tiempo. Por ejemplo, Johannes Greisling, Franchinus,
Johan Tinctoris, Dufai, Busnoe, Buchoi, Caronte y otros muchos que, aunque
también se dedicaron a componer, consagraron sus esfuerzos principalmente a
¿Qué es la música?
División de la música
863. Sobre la deuda de esta definición con Agustín, cf. nn. 31, 77 y 394.
864. El calificativo está tomado en sentido etimológico; se refiere, pues, a la música ‘crea-
tiva’ o compositiva.
865. El autor utiliza para denotar ‘cuerdas’ dos palabras prácticamente sinónimas: cordarum
fidiumue. Aunque fides significa, propiamente, ‘cítara’, ya en el Vocabulario de la música que
ofrece Joannes Presbyter (cf. p. 80) se advierte que fides puede designar tanto a la cítara como a
sus cuerdas (si éstas son de cualquier material que no sea tripa).
Textos del siglo XVI 297
Utilidad de la música
866. Cf. Isidoro (Etymologiae, III, 17, 1-3) y Boecio (De institutione musica, I, 1).
867. I Sam., 16, 23.
868. Timoteo de Mileto o, según otras tradiciones, Antigénidas.
869. Esto es, Demódoco, aedo bajo cuya custodia el rey Agamenón había dejado a su esposa
Clitemnestra mientras él partía para la guerra de Troya. Tras alejar de la corte al músico, Egisto,
enamorado de Clitemnestra, consiguió el propósito de seducirla.
298 Antología de textos
Prólogo
De entre todas las voces de los seres animados, con razón la voz humana es
juzgada digna de obtener un lugar de privilegio, pues sólo ella está dotada de la
facultad de hablar y cantar. Efectivamente, sólo respecto al hombre se puede de-
cir con propiedad que canta y habla 870: de los demás animales se dice en virtud
de una cierta analogía y semejanza, de la misma manera que también se dice que
los prados y las aguas ríen. Para ejercer estas dos funciones de la forma más ri-
gurosa y perfecta posible, la observación junto con la razón desarrolló de forma
conjunta las más antiguas de las artes, la Gramática y la Música: a una de ellas
los antiguos la llamaron la ciencia de ‘hablar correctamente’, a la otra, la ciencia
de ‘modular bien’ 871. Y en efecto, tan semejantes son desde sus orígenes que
se las puede considerar no sólo hermanas, sino casi gemelas. Pues, así como la
Gramática comienza por las letras, de donde derivó su nombre, y después sigue
por las sílabas, que se construyen con la unión de letras, y por las palabras, que
se forman de la combinación de sílabas, hasta llegar a la formación de oraciones;
así también la Música, que recibe su denominación de las ‘Musas’ 872 a las que la
Antigüedad atribuía una maestría absoluta en el canto, produce y compone la
melodía o el canto a partir de los sonidos y de los intervalos que resultan de la
conjunción de estos sonidos y de las consonancias que surgen de la conjunción
de estos intervalos. Y de la misma manera que no puede existir un acto elocuti-
vo si en él no hay un patrón y un acento en la dicción y unas cantidades en las
sílabas, de tal forma que se guarden tanto las elevaciones y descensos de la voz
como la brevedad y longitud exacta de las sílabas, de la misma manera y, por
así decir, de forma más natural y efectiva, ha de observarse esto en la Música
y, de entre las dos partes de la música que contienen en sí todo su poder, se ha
de discernir lo que corresponde a la armonía de lo que corresponde al ritmo.
No obstante, la Gramática y la Música difieren no en poca medida, porque la
doctrina de la primera, basada en el uso de los antiguos que hablaron bien, se
870. Respecto a ‘voz’ en sentido propio, cf. Aristóteles, De anima, II, 8, 420b5-10.
871. Cf. n. 749.
872. Cf. la etimología de Isidoro en p. 37 y n. 33 ad loc.
Textos del siglo XVI 299
873. Véanse para los contenidos aristotélicos a los que a continuación se alude, Politica,
VIII, 3, 1337b25-5 y 1349b15.
874. Politica, VIII, 5, 1339b22.
875. Boecio, De institutione musica, I, 1.
300 Antología de textos
876. Cf. Aristóteles, Politica, VIII, 5, 1340a1-5, aunque ya Platón había insistido en los
beneficios espirituales de la música (cf., por ejemplo, Respublica, III, 11, 401d).
877. Aristóteles, Politica, VIII, 3, 1338a32.
878. Sobre la Gimnasia, cf. Platón, Politica, III, 13, 403d; sobre el valor de la música para
la educación moral, véase, además de Respublica ( III, 11, 401d), Politica, III, 10, 398c-12 y
403c.
879. De consiliis suis, Expositio consiliorum suorum (cf. Cic., philfrag., 10 t. 1).
880. Cf. n. 67. Salinas introduce unos versos de las Odas de Horacio (Carmina, I, 12,
8-11).
Textos del siglo XVI 301
Además, cantos entonados con suavidad han hecho volver al trato con los
hombres y a la vida civil a hombres de vida vagabunda y apartadiza, paradigma
de la inhumanidad. Por otro lado, es evidente que la música nos hace más reli-
giosos: con las melodías y cantos que se escuchan en los templos no elevamos
en gran manera hacia la contemplación de lo celestial; esto se comprueba en
los días solemnes, en los que se canta con mayor arte y suavidad. Y no se puede
creer que la razón de la formación de los coros de monjes y canónigos haya
sido otra que pretender que en los coros terrenales los hombres consagrados a
Dios se ocupasen de entonar siempre himnos y salmos y alabasen, del mejor
modo posible, a Dios Óptimo y Máximo, emulando a los ángeles que siempre
están ante el trono de Dios en coros celestiales mientras celebran sus loas con
hermosísimas melodías y ritmos, donde, según canta la Santa Iglesia, «la voz
melodiosa hace siempre sonar nuevas armonías» 883. También lo desearon los
espíritus inmundos, cuando eran adorados como dioses. Y nunca hubo pueblo
tan bárbaro que no venerase a sus dioses con versos y cánticos. Que fue objeto
del mayor cuidado entre griegos y romanos, nos lo cuentan los historiadores.
Pero es noticia cierta que mucho más ocupó al pueblo hebreo, que reconoció y
adoró al Dios verdadero. En las Sagradas Escrituras se atestigua que en el tem-
plo de Salomón no hubo menos de doscientos treinta y ocho cantores, entre los
cuales había nueve primeros salmistas y todo tipo de instrumentos musicales.
Sin duda, el pueblo cristiano ha superado al hebreo en la gravedad y la dulzura
de sus cantos: sobre lo cual parece que David, virtuosísimo en la ejecución del
arpa, ya lo enunció en palabras proféticas en los Salmos 884: «Bienaventurado el
pueblo que sabe aclamarte». San Hilario, comentando estas palabras, dice 885:
«... al hombre cristiano es necesaria la música, puesto que el profeta pondera
881. Los tres versos que siguen son también de Horacio, pero pertenecen a Ars, 394-396.
El poeta se refiere a Anfión, aunque, en sentido estricto, Anfión fue rey de Tebas pero no el
fundador de la ciudad, mérito que corresponde a Cadmo. Respecto a sus cualidades musicales,
cf. n. 37.
882. De nuevo, cf. Horacio, Ars, 393-396.
883. Verso perteneciente al Hymnus de gaudio Pardadisi de Petrus Damiani.
884. Ps., 88, 16.
885. Cita muy libre de Hilarius Pictaviensis, Tractatus super Psalmos, 195, 4, Patrologia
cursus completus, series latina, vol. 9 (ed. �������������������������������
J. P. Migne), Paris, 1844-1904.
302 Antología de textos
886. Confessionum libri tredecim, IX, 6, 14 (Cetedic Library of Christian Latin Texts, vol. 1,
Universitas Catholica Lovaniensis, Brepols-Turnhout, 1996).
887. Epistola CXXXI Augustini ad Hieronymum sive liber de origine anima, 13.
888. Variación del verso de Propercio (Elegiae, II, 1, 46): qua pote quisque, in ea conterat arte
diem («Pase el día cada uno en la actividad que pueda»).
889. En el sentir de Platón (Respublica, VII, 12, 530d y 531c) dos son los sentidos hege-
mónicos para la adquisición de conocimientos teóricos: primero, la vista, y, en segundo lugar,
el oído.
Textos del siglo XVI 303
casi todo el tiempo no sólo en el canto que es ejecutado con la voz humana,
sino, sobre todo, en esa otra parte de la música que se ejerce con el uso de la
mano sobre instrumentos prácticos y que por antonomasia llaman ‘órgano’;
quede al juicio de otros cuáles fueron mis progresos. Con todo, me atrevería
a afirmar que aquél que quiera entender con rigor la doctrina de Aristóxeno,
de Tolomeo 890, de Boecio y de otros grandes músicos de reconocido nombre,
ha de ejercitarse con intensidad y constancia en esta parte de la música, ya que
todos estos autores han escrito sobre la que es la primera parte de la música,
que se denomina Armónica, y que versa sobre la composición de la armonía
instrumental. Sobre ella podrá juzgar con más facilidad y perfección el que se
haya iniciado en la música que se sirve de instrumentos.
Por lo demás, para que no dé la impresión de que no me dediqué también
al estudio de otras doctrinas, diré que cuando era un niño, vino por azar a mi
patria una mujer de noble cuna que sobresalía por su conocimiento de la lengua
latina y que, como quería hacerse monja, tenía gran anhelo por aprender el arte
de tocar el órgano. Como vivía en nuestra casa, ella aprendió de mí música y yo
de ella, a mi vez, Gramática, que quizá de otra manera nunca habría aprendido,
fuese porque nunca se le hubiese ocurrido a mi padre, fuese porque la chusma
de músicos prácticos le hubiera persuadido de que el estudio de las letras ha-
bría de perjudicar mi aprendizaje musical. Deseoso de profundizar más en esta
disciplina, persuadí a mis padres para que me enviasen a Salamanca, donde me
dediqué durante algunos años al estudio de la lengua griega, de las artes y de
la filosofía. Pero, tiempo después, la falta de dinero de mi familia me obligó a
acudir a la corte, donde fui acogido muy cariñosamente por el arzobispo de
Compostela, Pedro Sarmiento; cuando a él, poco tiempo después, lo hicieron
cardenal, con la intención más de aprender que de enriquecerme, fui a Roma,
donde, al tener trato con los hombres eruditos, de los que allí siempre hubo
en abundancia, empecé a avergonzarme de mi escasa formación en el arte que
profesaba y de mi incapacidad para sostener en público lo que había sido el
objeto de mi estudio. Y, por fin, entendí que no es menos cierto en Música lo
que dijo Vitruvio 891 y que resulta muy cierto en relación con la Arquitectura,
esto es, que los que intentaron trabajar con las manos sin estudios, no pudie-
ron ganar una autoridad acorde con sus trabajos. Y al revés, los que confiaron
únicamente en los estudios, resultan perseguir sombras, no realidades. Pero los
que aprendieron ambos, como provistos de todo tipo de armas, consiguieron
892. Cf. n. 431.
893. Autor griego del siglo IV d. C., autor de Harmonica introductio.
894. Arístides Quintiliano, autor griego del siglo III d. C., escribió De musica.
895. Matemático y astrónomo del siglo XIV, escribió en griego Harmonica.
896. Horacio, Epistulae, I, 17, 9-10.
Textos del siglo XVI 305
Pero pienso que otro era el parecer del buen Dios soberano, el cual me
trajo a España desde Italia, después de que en ella había vivido casi veinte
años, no habiendo sido, por cierto, del todo desconocido. Y tras mi estancia en
otras ciudades de España en las que podía dedicarme a la música con bastante
buena remuneración, Dios, por fin, me concedió regresar a la Universidad de
Salamanca, casi treinta años después de que de ella hubiera partido. Única-
mente allí ofrecían un buen emolumento a quien enseñase la asignatura de
Música, tanto en la vertiente especulativa como en la práctica. Alfonso X el
Sabio, que fue el que la fundó o el que le dio su impulso, entendió que en ella
debería impartirse la asignatura de Música no en menor medida que las demás
disciplinas matemáticas, en las que él tanto descollaba. Y pensó que al que
pretendiese juzgarse digno del título de músico, tan necesaria le era la música
práctica como la especulativa. Por esta razón entre las más importantes y más
antiguas, creó la cátedra de Música; al estar su plaza vacante y al buscarse a al-
guien que pudiese enseñar con rigor una y otra parte de la música, me presenté
en Salamanca a fin de opositar contra los estudiosos de esta asignatura que
intentaban acceder a la cátedra. Como diese yo pruebas de mis conocimientos
en música, fui juzgado idóneo para desempeñar este cometido y conseguí que
la cátedra prácticamente duplicase su dotación económica con la aprobación
de la Corona.
Quise dar estas noticias de mi vida, quizá más de las que eran necesarias,
con la única intención de que no parezca que acometo empresa de tanta enver-
gadura desprovisto absolutamente de recursos. Pero reanudaré ahora el hilo de
nuestra materia. Ciertamente, podría yo mostrar, si tal fuese mi deseo, que no
se da el caso de que ninguna de las artes que conforman el núcleo doctrinal haya
caído en una situación tan deplorable tras el esplendor que le había conferido el
aprecio de los antiguos. Pero no me agrada aumentar nuestros males con quejas
que nada aprovechan: más vale congratularse de que, desde hace poco tiempo,
tanto romanos e italianos, como españoles, alemanes, franceses e ingleses, re-
partidos por todo el mundo, a porfía intentan reparar la innegable ruina de las
buenas artes. Y, poco a poco, produjeron tal estado de cosas que parece que se
abría un camino más ancho y expedito no sólo para la elocuencia, sino también
para el conjunto de las ciencias de las Bellas Artes. Pero con vehemencia me
quejo de que sólo en la Música no se haya producido este cambio: no se en-
cuentra ninguna otra disciplina que haya sido arrojada desde más alta posición
y que haya sido menos restituida a su antiguo esplendor que la Música, por-
que ¿cuántos hay que quieren ser considerados profesores de Música y que ni
siquiera conocen sus rudimentos? Y a diferencia de los que profesan otras artes
306 Antología de textos
que desean aprenderla y asistir a las lecciones. Y de entre aquéllos cuyo in-
terés fundamental era aprender la ciencia de la Música, sólo se encuentran uno
o dos que acudan a la escuela para consagrarse a su estudio. Y así, mudando
mis propósitos en aras de un mejor fin si mis esperanzas no me engañaban,
decidí, en la medida de mis posibilidades, también ser de algún provecho a
los ausentes y a la posteridad. Consideré que lo conseguiría si publicaba de
forma didáctica y útil alguna de las cosas que había escrito: sin dilación dirigí
mi atención a los libros que sobre esta materia había comenzado muchos años
antes y que prácticamente había después abandonado, convencido de que eran
útiles y sospechando que hombres estérilmente ociosos los habían descartado
antes de entenderlos; y a fin de que no se criticase mi decisión y se me dijese
que, tras tantos autores griegos y latinos de gran entidad, sobre un asunto que
tantas veces había sido objeto de reflexión y de tratados, yo no podría hacer sino
898. «Hacer lo hecho». Salinas se hace literal eco de las palabras de Cicerón (De Amicitia,
LXXXV, 4, 5-6): acta agimus, quod vetamur vetere proverbio. La primera ocurrencia del dicho al
que ambos autores se refieren se encuentra en Plauto (Pseudolus, 260): stultus es, rem acctam agis
(«Eres un necio, haces lo hecho»). Ya en los siglos XV-XVI, la expresión consta en los Adagio-
rum chiliades de Erasmus (cf. Pars prima, 1, 4, 70).
899. Cf. Virgilio, Aeneis, VI, 545: explebo numerum reddarque tenebris («iré a completar el
número de las sombras y regresaré a las tinieblas»).
308 Antología de textos
de la música no sólo es apto para el deseo de saber, sino también útil. Ésta es
la razón que nos mueve a que, ya que otros se han ocupado en la medida que
pudieron de los aspectos literarios y han hecho muchas y grandes aportaciones,
también nosotros, para no pecar de exceso de ambición, intentemos compro-
bar si somos capaces de ofrecer algo de utilidad en este aspecto dejado de lado
por unos, abandonado y considerado de imposible por otros, como si fuese
algo que se escapaba a la comprensión, por muchos deseado y por pocos en-
tendido. Y esta meta la afrontamos con la mayor confianza, porque nunca nos
han ocupado cosas de tal dimensión que hayamos descuidado las pequeñas; ni
nunca hemos sido tan partidarios de lo hermoso que hayamos olvidado lo útil.
Nunca el éxito o la buena acogida del público consiguió ensoberbecerme hasta
el punto de que
me avergonzase hacer una exposición del arte que profeso 900.
900. Ya Cicerón (Orator, CIIIL, 10) resonaba el dicho popular que prohibía artem pudere
proloqui quam factites.
901. Salinas recrea el verso de Juvenal (Saturae, VII, 51-52): (…) tenet insanabile multos /
scribendi cacoethes (… ) («a muchos retiene la manía incurable de escribir»).
902. Cf. Aristóteles, Posteriora, I, 10, 76a9-15.
Textos del siglo XVI 309
séptimo hemos procurado coronar esta obra tratando el modo de hacer y acabar
los versos a partir de lo que hemos encontrado más digno de mención de entre
las obras de san Agustín, Terenciano, Mario Victorino, el griego Hefestión y
otros autores preclaros. Después de haberlos sometido a reflexión, en lo que
toca a la verdad, estamos con ellos de acuerdo.
El estilo de la obra no pudo ser más variado, como es natural que suceda
si el autor tiene entreverado conocimiento de las diversas doctrinas de griegos
y latinos. De entre éstos, los que fueron de mayor ayuda en este trabajo son la
mayoría africanos, de esa época en que la lengua latina ya degeneraba mucho
desde su primitivo esplendor. Y ésta es la principal razón de que la obra pre-
sente adolezca de tamaña diversidad: el que no sólo hayamos querido incluir
las opiniones de estos autores, sino, en muchos lugares, fundamentalmente en
el libro séptimo, sus propias palabras. Y ello tanto con la intención de conferir
mayor autoridad a nuestra obra como a fin de que, al estar sus palabras dota-
das de un contexto, transcritas con auténtica literalidad, pudiésemos introducir
correcciones a partir de otros autores o de la propia lógica de la disciplina, si es
que algo había que emendar, ya fuese debido a la negligencia de los copistas o a
la incuria del tiempo. Incluso si algo, a causa de la complejidad de esta ciencia,
a ellos les pasó inadvertido o no fue considerado con exactitud debido al des-
cuido propio de la poca prudencia inherente a la naturaleza humana, la verdad
aparece de forma clara a través de la comparación de lo nuestro con lo de ellos.
Sucede también que se usan ahora algunos instrumentos que los antiguos no
tenían, o más bien, lo cual me parece más verosímil, desconocemos nosotros los
nombres que les daban; como, por ejemplo, aquél que por tener forma de pez
pescador 904, se cree que se llamaba ‘laúd’. O, por ejemplo, ‘viola’, cuyas cuerdas
se pulsan tanto con una varilla como con la mano, y cuyo nombre no he encon-
trado en ningún testimonio más antiguo que el sacerdote Beda. Además, hoy
día, los músicos prácticos enseñan muchas cuestiones de modo muy diverso a
los antiguos. Como sea que no existen descripciones antiguas de estos instru-
mentos, no hemos podido evitar el lenguaje vulgar, pues o bien se cometía un
crimen de arrogancia al inventar neologismos en los casos en que no tenemos
los nombres antiguos, o había que hacer alguna concesión a los que habían es-
tado en uso durante tantos años. A los metros griegos y latinos, también hemos
añadido los de lengua vulgar, hispánicos, franceses e italianos, con la intención
de mostrar que los versos y metros pertenecen a todas las lenguas, o por mejor
decir, que no son exclusivos de ningún idioma, toda vez que incluso se encuen-
tran en las modulaciones sin palabras. Las canciones de carácter popular, las
hemos transcrito a notas y figuras diseñadas por los prácticos modernos, tanto
para poder resultar inteligibles a todos los que conocen, aunque sea mediana-
mente, el arte de cantar, como para que dentro del canto se pudiesen distinguir
las sílabas largas y breves de las lenguas vulgares que no poseen una cantidad
fija, sino que todas las sílabas comparten las cantidades. En latín y griego esto
no habría sido necesario, pero lo hacemos por consideración a aquéllos que,
aun sabiendo cantar, ignoran la cantidad de las sílabas. Por tanto, así como en
la Armónica fue necesario demostrar la verdad a través de los números y de sus
proporciones, así también en la Rítmica estamos obligados a mostrarla a través
de notas y figuras. Se dice que también los cantos se llaman metafóricamente
‘números’, como encontramos en Marón, cuando afirma que Orfeo
modula armoniosamente los siete números distintos 905.
Todo esto quedará patente tras la lectura de la obra. Entretanto, sirva lo di-
cho de preámbulo. Y para que este prólogo no exceda la longitud oportuna en
un prefacio y para que no aumente hasta el grosor del libro, daré fin a estas pa-
labras. Pero antes de iniciar esta obra, pidamos ayuda a Dios Omnipotente que
siempre, desde el origen de universo, quiso que sus loas, así en la Tierra como
en el Cielo, fuesen cantadas con el ornato de armonías y ritmos diversos.
905. Virgilio, Aeneis, VI, 646-648: nec non Threicius longa cum ueste sacerdos / obloquitur
numeris septem discrimina uocum, / iamque eadem digitis, iam pectine pulsat eburno («También
el sacerdote Tracio [sc. Orfeo], vestido con una larga túnica, modula armoniosamente los siete
sonidos distintos de su instrumento y pulsa éstas, ora con los dedos, ora con el ebúrneo plec-
tro»).
906. Cf. Casiodoro Institutiones, II, 5 e Isidoro, Etymologiae, III, 17, 1. Véase también la
n. 39.
Textos del siglo XVI 313
907. Cf. n. 352.
908. Cf. nn. 93 y 109.
314 Antología de textos
La música que tan sólo mueve el intelecto cierto es que puede ser entendi-
da, pero no puede ser oída. En ella están comprendidas la música Mundana y
la música Humana de los antiguos, cuya armonía no es percibida con deleite
por el sentido auditivo, sino por el raciocinio del intelecto. Ciertamente, se
aprehende no en la combinación de sonidos sino en las relaciones numéricas.
En efecto, aunque no comprendamos la profunda concordia de los distintos
movimientos de los cuerpos celestes, aun así podemos percibir el orden de su
modulación, como por ejemplo, en la constitución del Zodíaco podemos ver
las razones de las consonancias y de los tonos. Decimos que esto sucede a causa
de la naturaleza armónica del número doce, que es el que conforma el propio
Zodíaco. Por esto, el autor griego Brienio 909 afirma que Aristóteles llamaba a
este número musikótaton, es decir, ‘el más musical’. Pero no opinamos que estos
movimientos celestes se llamen sonidos, ni en su sujeto ni en su causa eficiente,
según dicen los físicos. Aparte de las razones artistotélicas de las que no hemos
querido dejar constancia aquí para que no diese la impresión de que pretendía-
mos hacer un tratado de Física y no de Música, parece que es probable que el
Dios creador del mundo así como no dejó de crear lo necesario, tampoco creó
nada superfluo. De tal tipo había de ser el sonido celeste que nadie pudiera es-
cucharlo: ni los hombres, ya que, según afirman, por muchas razones es fuerza
que este sonido no llegue a nuestros oídos; ni las inteligencias que mueven el
mundo, ya que ni tienen oídos ni los necesitan. Por esta razón creo que el juicio
sobre esta música cósmica ha de ser el mismo que el juicio sobre la música de
los elementos. Ciertamente, lo susceptible de ser percibido en la conjunción de
elementos y en la variedad de estaciones no corresponde al sentido del oído sino
al juicio de la razón, la cual constituye una de las partes del alma; en éstas se
dice que se dan todas las proporciones de las consonancias. Así, la facultad ra-
cional tiene respecto a la irascible una proporción sesquiáltera, en la que queda
patente la consonancia diapente. Y la irascible respecto a la concupiscible, una
proporción sesquitercia, en la que se encuentra la consonancia diatessarón: por
tanto, el alma es un diapasón perfecto. E, igualmente, en la música vocal y en la
instrumental el diapente contiene al diatessarón, pero no al revés, y el diapasón
contiene a ambos pero no es contenido por ellos. Pues de esta misma manera,
el alma sensible contiene al alma vegetativa pero no es contenida por ella, y el
alma racional es la única que dentro de sí contiene a las otras dos, pero no al
revés: de forma semejante a cuando se dice que el triángulo está contenido en el
cuadrilátero. Además, por muchas y buenas razones todos los autores denomi-
909. Cf. n. 895.
Textos del siglo XVI 315
910. Cf. n. 894.
911. Cf. n. 749.
316 Antología de textos
miento sólido y absolutamente exento de todo error. Así son los principios de la
música, llamados apotelésmata por los matemáticos, según testimonio también
de Arístides, 912 y que no sufren ni alteración ni mutación alguna. Se llama ‘mú-
sica’, parece ser, de la palabra ‘Musas’ 913, a las que la Antigüedad atribuía una
maestría ilimitada en el canto. Así pues, esta música Instrumental en una pri-
mera división se divide en Teórica y Práctica. La Teórica es la que versa sobre la
especulación de los temas musicales, contentándose con el puro conocimiento.
La Práctica, al contrario, es la que se ejercita siguiendo los preceptos del arte de
la ejecución y produciendo deleite. La Teórica a su vez se divide en Armónica
y Rítmica. La facultad armónica es, siguiendo la definición de Tolomeo en su
primer libro de los Armónicos, la que calcula las diferencias entre sonidos, según
sean agudos y graves. Considera todo lo que versa sobre la composición de la
música Instrumental y los sonidos aptos para la armonía, rechazando los que no
son aptos. También investiga sobre los intervalos armónicos que se derivan de
la combinación de sonidos, como son los tonos y semitonos; investiga sobre las
consonancias, como el diapasón y el diapente, y sobre las demás cosas que son
necesarias a la consonancia, y estudia a qué proporciones numéricas responden
apelando al juicio inconcuso de la razón. Su ejercicio se enseña en la música
práctica que llaman plana o uniforme, en la que se enseña al niño a que eduque
la voz para la armonía apta y aprenda a moverla a través de los intervalos armó-
nicos, no preocupándose para nada del mucho o poco tiempo que invierta en la
emisión del sonido sino de cuánto debe elevar o bajar la voz.
La música Rítmica es la que mide las diversas duraciones de la emisión de
sonidos, guardando el orden de los tiempos en el movimiento rápido o lento.
No tiene en consideración cuánto deba subir o bajar la voz en los intervalos
armónicos, pero presta la máxima atención al tiempo que ha de invertirse en
la producción de un sonido o de una voz. En lo que a esto respecta, primero
considera el tiempo y atribuye una mora, que es la duración mínima, a la sílaba
o nota breve, y dos, a la larga. Examina a continuación los pies que se forman
de estas sílabas o notas, tanto breves como largas, para ver cuáles son adecuados
al ritmo y cuáles hay que descartar. Por último, estudia los propios ritmos, que
constan de pies adecuadamente unidos, y busca los que se forman en el orden
de los movimientos rápidos o lentos. A través de diversas figuras, todo esto el
oído lo percibe en el canto que los italianos llaman figurato o mensural y en las
modulaciones que se producen en los instrumentos musicales.
A estos dos tipos de música los antiguos añadieron la Métrica que, según
definición de Casiodoro 914, es la que distingue de acuerdo con un patrón con-
veniente las medidas de los diversos metros, como el heroico, el yámbico. Y, en
efecto, como la Rítmica, no sólo considera el ritmo que, formado (según ya se
ha dicho) por los pies adecuadamente unidos, se prolonga indefinidamente sin
modo fijo de acabar, tal como sucede en las modulaciones en las que no hay un
modo cierto de acabar, sino que considera también el metro que tiene un final
fijo que, cuando se alcanza, se vuelve a empezar, como sucede en las cantilenas
romances y en los cantos de himnos y salmos. También enseña que son dife-
rentes los modos de modulación de los diversos metros. De aquí surgieron los
tipos de todos los metros que existen y que, si nos atenemos a la verdad, son los
mismos en todas las lenguas y naciones, como dejaremos más claro que la luz
cuando en nuestro tratado lleguemos a esta parte.
Si damos crédito a Arístides, el que pretenda alcanzar la perfección en el
canto deberá atender a estas tres partes de la música: a la Armónica, para que
sepa mover la voz de altura en altura y no haga la nota ni más grave ni más agu-
da de lo que exige la naturaleza del intervalo; a la Rítmica, para que entienda
los ritmos y sus impulsos, y aprenda a cantar convenientemente ad numerum 915
o, como se dice ahora, ad aerem 916; a la Métrica, para que sepa asociar la mo-
dulación que convenga a los metros y no adopte los modos de los yambos en
vez de los trocaicos, sino que las palabras se adecuen totalmente a las notas y las
notas a las palabras. En el libro sexto, cuando hablemos del metro, discutire-
mos si es mejor esta división en tres partes que la de dos partes que proponían
los antiguos. Entretanto, hemos de estudiar la Armónica antes que la Rítmica,
pues la armonía es anterior al ritmo, y vamos a explicar, lo más brevemente que
podamos, cuáles son sus jueces.
Existen, por tanto, en la Armónica dos jueces: los sentidos y la razón, pero no
con la misma función porque, como dice Tolomeo, el sentido juzga la materia y
el afecto, mientras que la razón juzga la forma y la causa. De estas palabras puede
deducirse que así como la materia alcanza su completitud con la forma, del mis-
mo modo los sentidos con la razón. Por tanto 917, es propio del sentido captar por
sí mismo lo que está próximo y percibir, en cambio, su totalidad a través de la
razón; por el contrario, es propio de la razón captar gracias al sentido lo que está
próximo al objeto y, en cambio, por sí misma percibir su integridad. Así pues, el
sentido conoce de manera confusa la materia fluida e inestable, la razón la cono-
ce como realidad, en su integridad, despojada de la materia, y la juzga de forma
concluyente. Por ello, en la música Armónica es necesario tanto el oído como la
razón y no puede alcanzarse la perfección si falta uno. En efecto, es necesario el
juicio del oído porque éste es anterior en el tiempo y, a no ser que vaya delante,
la razón no puede cumplir sus cometidos 918. Pero es imperfecto, porque, a no
ser que cuente con los recursos de la razón, se encuentra del todo manco y débil.
De otra parte, el juicio de la razón parece ser de algún modo imperfecto, por-
que la razón es una parte del intelecto y ni éste puede conocer ni aquélla juzgar
nada si no entra algo por los sentidos, como si éstos fuesen ventanas. Pero es en
extremo necesario pues escruta hasta las mínimas diferencias, que el sentido por
sí solo no puede distinguir. La relación de sentido y razón en Armónica es tal
que lo que aquél demuestra en los sonidos, ésta lo muestra en relaciones numé-
ricas, de suerte que no pueda darse ninguna contradicción entre oídos y razón.
Consiguientemente, puesto que el oído trata sobre sonidos y la razón muestra
su fuerza fundamentalmente en relaciones numéricas, antes de que comparemos
los sonidos con los números y antes de que mostremos los sonidos con números
y las consonancias con sus proporciones numéricas, y antes de tratar sobre los
restantes intervalos, hemos de abordar algunas cuestiones acerca de los números
y de sus relaciones. Toda vez que, tal como afirma Severino Boecio en el libro
primero de la Aritmética, cuanto ha derivado de la naturaleza primigenia de las
cosas parece estar conformado en virtud de una razón numérica. Y como afirma
Aristóteles en su libro segundo de la Física, las propias proporciones son formas
o causas formales de los intervalos y de las consonancias. Pues, continúa dicien-
do, la armonía que comprende todos los sonidos, esto es, la causa formal del
diapasón, es una proporción de dos a uno. Pero todo esto lo trataremos con más
detención; ahora brevemente mostraremos cuál es el sujeto de la propia música,
cuyo conocimiento parece fundamental.
917. Para los argumentos que siguen sobre la supremacia de la razón sobre los sentidos, cf.
Boecio, De institutione musica, V, 2. Véanse también Aristóteles, De anima (III, 3, 427b7-11)
y Physica (I, 5, 189a4-7).
918. Hemos ya tenido ocasión de constatar (cf. n. 39) que tanto Casiodoro (Institutiones,
II, 5) como Isidoro (Etymologiae, III, 17, 1) asumían la prevalencia que Platón (Respublica, VII,
12, 530d y 531c) confería al sentido del oído por posibilitar el acceso a las ciencias teoréticas.