Está en la página 1de 5

María Fernanda Hernández Ortiz Literatura Mexicana Contemporánea

Alicia Yolanda Rodríguez García


Abraham Aguilar Gutiérrez
La estabilidad emocional del tiempo narrativo

La muerte de Artemio Cruz es un ritual de resucitación fallido mediante el recuerdo.


Partiendo de los últimos momentos de un caudillo de la Revolución Mexicana devenido
empresario, tan acaudalado como corrupto, se despliega una retrospectiva que desdobla esta
figura y permite apreciar su evolución. Este retrato orgánico narrado, se desarrolla por tres
voces; tres yos del fragmentado protagonista que privilegian el uso de un tiempo verbal:
pasado, presente y futuro. Ellos configuran los hechos que revisan; sin embargo, algunos de
los acontecimientos narrados afectan la psique de las voces. El ritual desestabiliza a los yos
al revisar el contenido emocional de sus recuerdos.

Los golpes psicológicos del recuerdo, del discurrir del presente, y de la posibilidad
distorsionan la realidad narrativa dependiendo de la congruencia que presenten respecto de
la psique del Artemio que narra. Los deseos y susceptibilidades del protagonista encuentran
su detonante en personajes específicos. El texto ahondará sobre la potencia emocional de
las concepciones de Regina, Catalina y Lorenzo, personajes que atentan contra el flujo
cronológico de la narración al ser revisados por los tres narradores. Frente a sus recuerdos,
el sujeto se derrumba y la resurrección falla.

Regina

Uno de los personajes centrales en la construcción Artemio Cruz es su primer amor. El


recuerdo de Regina provoca tanta dulzura como amargura en Artemio, además de ser la
coyuntura para el desarrollo de sucesos posteriores. Su personaje transparenta la culpa y el
amor carnal que sintió y siente el protagonista por ella, rompiendo asimismo, con la
concepción de un Artemio hijo de la revolución, casi cliché, del general devenido corrupto.

A lo largo de toda la novela, el nombre de Regina es un tema frecuente en la


narración. En el caso del Artemio que narra en presente, la evocación del nombre de esta
mujer es latente, a pesar de que el narrador se encuentra en una constante disociación del
cuerpo y la mente. Es en "1913: 4 de diciembre" donde la voz pasada expone su historia
con ella. El episodio es narrado con dulzura y detalle. Los recuerdos, mientras hablen del
amorío con Regina, concuerdan con el carácter de Artemio y con la concepción que tiene
de ambas persona y situación. Esta congruencia se traduce en estabilidad, la cual mantiene
descripciones minuciosas y bellas. No obstante, el recuerdo de Regina se va deformando
cuando el narrador revisa el delito que perpetró en su contra:

"Él debía creer en esa hermosa mentira [...] No era verdad que aquella
muchacha de dieciocho años había sido montada a la fuerza en un caballo y
violada en silencio en el dormitorio de los oficiales [...] No era cierto que él
había sido perdonado en silencio por la honradez de Regina" (Fuentes, 85).

En cuanto al Artemio que narra en futuro simple de indicativo, Regina es omitida en


mayor medida, ya que este narrador desempeña una labor de purga para el protagonista.
Regina es un personaje que le remota a sucesos bellos, y que aunque fue víctima de
Artemio, el perdón que le otorgó en vida afianza la estabilidad del recuerdo. De esta
manera Artemio se desentiende de su yo que la violó: “Yo sobreviví. Regina. ¿Cómo te
llamabas? No. Tú Regina. ¿Cómo te llamabas tú, soldado sin nombre?” (Fuentes, 220), y se
aferra a ella hasta que la muerte se lo impida: “Regina, cambia otra vez tu vida por la mía;
Regina, muérete de nuevo para que yo viva” (Fuentes, 270).

Catalina

Catalina es parteaguas y condena de Artemio. A diferencia del caso de Regina, Catalina se


complejiza al tener también un desdoblamiento. Catalina, hija de don Gamaliel Bernal se
contrasta con Catalina, esposa de Artemio Cruz. Tal yuxtaposición comienza a cimbrar la
psique del protagonista, y el recuerdo se fragmenta para después intercalar sus piezas.
Catalina es revisada por los tres narradores, uno desesperado, otro rencoroso y otro humilde
ante lo que Catalina representa para Artemio Cruz: "tu doble: tu último enemigo" (Fuentes,
94).

"1924: 3 de junio" se puede considerar como el apartado dedicado a Catalina. Éste


comienza con intricado flujo de diálogos y reflexiones, pertenecientes a diferentes
personajes, emitidos en diferentes momentos. Esta información hace equívoca la etiqueta
de recuerdo, ya que la voz narradora deviene omnisciente. Tal omnisciencia permite
observar la complejización de Catalina y el poder que representa en la psique de Artemio.
La narración rompe con la perspectiva unilateral de Catalina, mostrándola
inconforme: "Acepté como él quiso. Él me pidió que no aceptara dudas ni razonamientos.
Mi padre. Estaba comprada y debía permanecer aquí" (Fuentes, 98). Tal conflicto interno
adquiere su peso al llegar a criticar la figura de su esposo: "¿Crees que después de hacer
todo lo que has hecho, tienes derecho al amor? ¿Crees que las reglas de la vida pueden
cambiarse para que, encima de todo recibas esas recompensas?" (Fuentes, 114-115). Las
consecuencias de esta situación se desarrollan en dos vertientes: la concepción de Catalina
por las voces presente y futura y la consolidación de uno de los maderos de la cruz del
protagonista.

Cuando el Artemio que narra en presente retoma la palabra, se encuentra con


Catalina y Teresa en busca de su testamento, motivo que le basta y sobra para desplegarles
una diatriba. La mujer conflictuada y rebelde que fue recordada por su voz en pasado es
reconfigurada con rencor: Catalina es reconstruida como una mujer cínica, débil y
dependiente: "viejas ojetes, viejas presumidas, viejas impotentes que han tenido todos los
objetos de la riqueza y siguen teniendo la cabeza de la mediocridad [...]" (Fuentes, 122).
Este arranque nacido de la inconformidad es frenado y puesto en perspectiva por la voz
futura: "querrás recordarte en una vida que a nadie le deberá nada: ella te lo impedirá"
(Fuentes, 122).

La voz futura se encarga de revelar un pilar del pesar de Artemio Cruz. Su soberbia
se destruye ante la figura de la mujer, figura tal que lo ha marcado y condicionado para
resultar en el Artemio presente: "nadie te dará más, para quitarte más, que esa mujer, la
mujer que amaste con sus cuatro nombres distintos; ¿quién más?" (Fuentes, 123). Aunque
Catalina sea uno de los cuatro nombres de "la mujer", es gracias a ella que tal revelación
tiene lugar. Catalina se significa frente a Artemio como negación del amor que perdió,
como la condena perpetua que carga, como el igual que garantiza su perdición. Aunque ella
marca el derrumbe de su psique, la clave de su colapso está en poder de otro.
Lorenzo

El Artemio del presente diegético –desde la cama de hospital, a punto de morir–, repite la
frase “Esa mañana lo esperaba con alegría. Cruzamos el río a caballo”. Conforme se
desarrollan los recuerdos, la frase va encontrando su relación con Lorenzo, su hijo. La
repetición frecuente de esta oración, adquiere un cariz de plegaria; una oración y súplica
por el perdón por permitir la muerte de su primogénito. Las voces narradoras tienen un
tratamiento distinto respecto a Lorenzo, reticente y latente, pero al momento de quiebre se
despliegan en dolorosa histeria y remordimiento que terminan por destruir la realidad
narrativa, por morir.

La voz presente, agonizante, es la que admite el recuerdo inminente: “tengo un hijo, yo lo


hice: porque ahora recuerdo ese rostro: por dónde lo tomo, por dónde para que no se
escape, por dónde, por Dios, por dónde, por favor, por dónde.” (Fuentes, 222). Lo que fue
revisado por la voz en pasado con los dos personajes anteriores, lo tomó la futura. Artemio
muestra con certeza sus planes respecto de su hijo: criarlo para que tuviera la vida que
hubiera querido tener:

No te equivocarás al traer a Lorenzo a Cocuya desde los doce años; [...] Sólo
para él habrás comprado las tierras, reconstruido la hacienda y lo habrás
dejado en ella, niño-amo [...] Lo verás de lejos, a caballo, y te dirás que ya es
la imagen de tu juventud (Fuentes, 224).

En su campaña por criar a su hijo a su imagen y semejanza, propició que Lorenzo decidiera
buscar servir en un conflicto bélico: la guerra civil española. La vida que Artemio
consideraba garantía para Lorenzo, terminó siendo su horca. El caudillo, vía su voz pasada,
narra una híbrida reconstrucción de una carta de dos autores, uno de ellos su hijo. Sin
embargo, estos esfuerzos se derrumban al admitir (en su voz presente) que no son más que
un producto de su desesperada imaginación por recordar lo que no pudo vivir con su hijo:

ah, soñé, imaginé, [...] pero saber ¿cómo puedo saber?; no sé, no sé cómo fue
esa guerra, con quién habló antes de morir, cómo se llamaban los hombres,
las mujeres que lo acompañaron a la muerte, lo que dijo, lo que pensó, cómo
iba vestido [...] no lo sé: invento paisajes, invento ciudades, invento los
nombres y ya no los recuerdo" [ CITATION Fue02 \p 242-243 \l 2058 ].

Lorenzo Cruz es el colapso de la psique de Artemio Cruz. Condenado a muerte, busca


opciones de trascendencia y redención fuera de él mismo para encontrarse con su esperanza
destruida. El recuerdo de la muerte de Lorenzo termina por exacerbar la posibilidad en la
histeria, se refugia en la imaginación, corre e intenta huir de la realidad: Artemio Cruz está
muriendo, y no habrá Artemio Cruz después de eso.

Conclusión

Para poder completar la resurrección, es necesario conocer al sujeto. Artemio Cruz es en su


soberbia, consciente de sí mismo; dueño de su memoria y de su tiempo. Sin embargo, desde
el primer "Yo despierto..." se encuentra en un redescubrimiento (o en el verdadero
descubrimiento) del retrato del hombre llamado Artemio Cruz. Comienza el ritual, las
voces del recuerdo, del presente y de la esperanza desdoblan el significado del hombre que
agoniza, y empieza a dudar, porque no lo gusta lo que ve. La novela despliega la
construcción del protagonista y revela a las personas que fueron su amor y su perdón, su
condena y su igual, su esperanza y su cruz. Estos recuerdos terminan deconstruyéndolo al
punto de una implosión lingüística. El ritual falla. El yo nacido de la soberbia se disloca, se
fragmenta en temblores y corre por todos los rincones de la prisión de su cuerpo, huyendo
de la muerte de Artemio Cruz, comprendiendo que huir de la muerte implica dejar de ser el
que muere: dejar de ser Artemio Cruz.

Bibliografía

Fuentes, Carlos. La muerte de Artemio Cruz. Ciudad de México: Planeta DeAgostini, 2002.

También podría gustarte