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23-3-2008

Teosofía

LA ETERNA SABIDURÍA DE LA VIDA de Clara M. Codd

¿Por qué estamos aquí?


Por Maite Ugarteburu (Gauri)

¿Por qué estamos aquí? ¿Cuál es el objetivo de nuestra vida?

Cuando se acerca al final de su vida, la gente comienza a preguntarse si habrá cumplido la


misión que trajo a este mundo, si esta vida llena de sufrimientos, malestares, desilusiones y
frustraciones merecerá la pena vivirse. Desde un punto de vista completamente material puede
pensarse que no, pero desde un punto de vista espiritual, se vislumbra una meta gloriosa. Dijo
S. Pablo:

“Pues yo sé que los sufrimientos de ahora no pueden compararse con la gloria que nos
será revelada”

Sólo el punto de vista espiritual nos puede dar ilusión y alegría de vivir. Podemos amasar una
fortuna, acumular posesiones y riquezas materiales, pero a la hora de la muerte todo se
convierte en polvo y cenizas. Entonces, ¿para qué hemos venido? Hemos venido con el objeto de
ponernos en contacto con una gama de experiencias que sólo se presenta en este mundo y que
forma, como si dijéramos, el alimento necesario para el crecimiento y desarrollo de nuestra
alma.

¿Nos enseña algo la vida? El aprendizaje es lento, sobre todo en las primeras etapas. El progreso
que a lo largo de la vida hacemos en tolerancia, paciencia, simpatía… es lo que nos llevamos al
morir para continuar desde ese punto. Esos son los “tesoros del cielo” que nos llevamos a
traspasar el umbral de la muerte. Es tan sólo un día en el largo peregrinar de nuestro ser; han
transcurrido muchos de estos días o vidas y pasaremos aún por muchos más.

Hay dos hechos intuitivos que podemos considerar:

 Conocimiento innato del alma: La fe innata en el hombre respecto a su propia


inmortalidad, aun los seres más primitivos, participan de tal creencia. En todas las épocas
y razas, el hombre ha tenido esa fe. Pero, ¿qué es la fe? Uno de los maestros la definió
como “el conocimiento innato del alma”, una intuición profunda, que está más allá de la
razón y la experiencia.

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 Seguridad inherente del hombre en la evolución: sólo alguien muy escéptico no cree
que las cosas mejorarán algún día. Algunas personas poco reflexivas se imaginan que el
sendero evolutivo es rectamente ascendente y que la humanidad entera tiene que
marchar por él sin desviarse. Pero en el universo no existe una sola línea recta. Todo se
mueve en ciclos, tanto en el
espacio como en el tiempo.
El símbolo universal más
arcaico es el círculo, y los
antiguos griegos decían que
el progreso se desarrolla
siguiendo una espiral
ascendente, de manera que
la historia, circunstancias y
hechos se repiten una y
otra vez aunque en niveles
ascendentes. Esto es igual
tanto en el espacio como en
el tiempo. Dondequiera que
nos movamos, estamos
siempre en el centro de un
círculo perfecto,
circunstancia que se
percibe cuando estamos en un barco en alta mar. Pero en el mundo del intelecto también
estamos situados en el centro de una gran esfera centrífuga y centrípeta, recibiendo toda
clase de impresiones y emitiendo a la vez hacia el infinito nuestras variadas respuestas.
Igual que la primavera sigue siempre al invierno, los ciclos de la vida humana siguen la
misma ley inmutable, como los ciclos de los días y noches. Su juventud es como la
mañana tempranera, positiva y vigorosa, que crece progresivamente a la madurez del
nuevo día. Luego llegará el momento de en que imperceptiblemente, casi de forma
invisible, la marea de la vida se retraerá comenzando a fluir hacia el anochecer de la
vida, la que se convierte paulatinamente en más negativa, saciada, saturada de
experiencias, y hacia el fin acontece algo muy bello y maravilloso. El Yo espiritual, cuando
llega el anochecer de la vida, comienza un proceso sintético, a estructurar un sumario de
las experiencias de su vida. Para este resumen final, alma y cuerpo deberán disfrutar de
paz.

En nuestra desorientada civilización moderna se ven a menudo dos cosas lastimosas:

 Juventud sin esperanzas


 Vejez sin paz

Seguramente no hay un ser humano a quien no haya impresionado la serena belleza que cae
sobre la tierra conforme el sol llega al ocaso. En el oriente, donde siempre hay una leyenda para
cada cosa, se dice que ese preciso instante se reúnen los cuatro Devarajas (reyes angélicos o
regentes) y lanzan su bendición sobre la tierra. Existe también una fuerza que emana del centro
de la tierra y la cual tiene carácter positivo hasta la hora del mediodía y que para la visión
interna o clarividencia, aparece como un color rosado. Después del mediodía esta emanación se

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torna gradualmente azul, semejando un papel tornasol y tiene polaridad negativa. Por tanto, las
horas de la mañana son más propicias para todo
trabajo positivo y creador, y después del mediodía
nuestro juicio en general no es tan claro, y nos
inclinamos más hacia el sentimentalismo.

No sentimos temor de entregarnos en los brazos


del sueño porque sabemos perfectamente que
despertaremos al día siguiente y retomaremos el
hilo de nuestra vida en el punto donde lo dejamos
la noche anterior. Nuestras vidas están regidas por
el mismo principio: cuando morimos iniciamos un
largo periodo de descanso para el espíritu, durante
el cual asimilaremos y extraemos la esencia de
todas las experiencias de la vida recién pasada.
Una vez terminado este proceso, emerge de nuevo en el alma “la sed de la existencia
senciente”, tanha, como la llaman los orientales, que nos hará retornar en una nueva
encarnación.

Las experiencias de la vida son el alimento del alma. Siguiendo este símil, de la misma forma
que la digestión de una comida que nos ha llevado una media hora comerla, tardamos varias
horas en digerirla y asimilar todos sus nutrientes, parte de los cuales pasan a formar parte de
nuestro cuerpo, en un sentido espiritual pasa algo parecido: nos lleva unos setenta años obtener
las experiencias pero nos llevará varios siglos asimilarlas y que una vez se hayan integrado en
nuestro “yo” psicológico, lo que se muestra como carácter y aptitudes, volvemos a sentir
“hambre” de retornar a la existencia en un cuerpo físico.

Así crecemos vida tras vida en la gran escuela de la existencia. Nos referimos a la gente culta e
inteligente como “cabal y completa”, queriendo decir que ellos se han manifestado y
desarrollado más las potencias y facultades del espíritu, pues cada uno de nosotros lleva en su
recóndito Ser, todas las potencialidades de un santo y un genio. La vida es realmente un
PROCESO EDUCATIVO, lo que no significa almacenar datos en el cerebro, sino lo que la
etimología de la palabra sugiere. Educar viene de educir, sacar al exterior de manera gentil y
pacientemente, lo que está latente y potencial en nuestro interno Ser. Cuantas más experiencias
vive un hombre, más tiempo necesita para “digerirlas” y asimilarlas antes de volver a encarnar.
La señora Blavatsky dijo que por ejemplo Platón aún no ha vuelto a encarnar.

Esto nos conduce a otra verdad lógica: todos somos “hijos de lo más alto”. Sobre este hecho
descansa la Fraternidad Humana. Podemos observar que las leyes de la naturaleza son pocas
y se repiten en los niveles superiores e inferiores. No hay familia en la que todos los miembros
tengan la misma edad ¡qué aburrido sería! Pues en la familia humana sucede lo mismo. No hay
dos seres con la misma edad del alma. No todos tenemos la misma madurez (igual que en una
familia hay distintas edades entre sus miembros). Algunos son más sabios, más despiertos, más
espirituales, son más cabales, porque se han desenvuelto más, han expresado una mayor
porción de su naturaleza interna y espiritual. Podemos clasificar a la humanidad como a las
clases o años de escuela: primero pasamos por el jardín de infancia donde podemos considerar

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al salvaje sencillo y primitivo, al igual que los niños tiene escaso poder de concentración, huye
de cualquier labor sostenida, le gusta jugar, cantar, bailar y
le encantan los “cuentos de hadas”. ¡Cuán diferente hubiera
sido la historia de tales seres si los conquistadores hubieran
comprendido esto, tratándoles con paciencia y dulzura! Pues
el resultado del exterminio de estas razas primitivas, llevada
a cabo con crueldad y dureza por sus conquistadores, es su
reencarnación en los tiempos modernos, pero no como seres
sencillos y amables, sino como entes agresivos y llenos de
rencor, constituyendo los estratos sociales inferiores de esta
civilización que está cimentada sobre sus sangrantes restos,
creando numerosos problemas sociales. Elevándonos en la
escala estarían los campesinos de los países civilizados,
podríamos decir que están en la escuela primaria de la vida.
Después vendrían las personas cultas en varios niveles que
podríamos considerar la escuela secundaria, el bachillerato y
la universidad. Pero la verdadera civilización y cultura no dependen en absoluto de la posición
social o carrera educativa del individuo, pues muchas veces hay quien pasa por las aulas sin
obtener más que un barniz de educación, transparentándose al menor descuido por su parte, un
alma primitiva, ruda y egoísta. La sensibilidad y delicadeza, la responsabilidad en el
desempeño de los deberes impuestos por su condición, el respeto a la dignidad
humana, la decencia y la justicia, son las cualidades que demuestran la edad del alma.

Podíamos dividir estas clases como, primero la gran mayoría de gente buena, honrada y amable,
pero cuyo horizonte es limitado. Contrayéndose a la familia, los amigos y la comunidad donde
viven, apenas les interesan los problemas que aquejan a la humanidad. Segundo, una minoría
que sí se preocupa por estos problemas y a la que podemos llamar “idealista” y que es en
realidad la “sal de la tierra”, siendo capaces del propio sacrificio y más grande abnegación en
aras de un ideal que trasciende su círculo inmediato. De sus filas surgen esas grandes figuras de
cada nación, los grandes santos, artistas, científicos, líderes y filósofos. Su misión trasciende su
país y pertenece al mundo, pues genios tales como Shakespeare, Miguel Ángel, Platón, Lincoln,
San Francisco de Asís,… constituyen la preciosa herencia del mundo entero por igual. Los
grandes genios, habiéndose ya graduado en la escuela de la vida aun nivel superior pasan a ser
Adeptos o Maestros de Sabiduría en su propia especialidad, aunque desarrollados enormemente
en todos los aspectos hasta un grado que no somos capaces de concebir en nuestra limitada
mente.

Esta es la gran verdad de la reencarnación, que está reconociendo cada vez más el mundo
occidental y que no debe confundirse con el concepto de transmigración, o sea, la teoría de que
un alma humana puede reencarnarse en un animal. Jamás podrá retroceder el alma humana,
pues ha traspasado una barrera infranqueable en dirección contraria, de igual forma que el niño
no puede regresar al útero materno y nacer de nuevo. La diferencia entre el animal y el hombre
estriba en que el animal no posee un alma individual como el ser humano, cuando su cuerpo
físico muere, su alma es absorbida por el alma grupal de la especie a la que pertenece. En
cambio, el hombre es una trinidad, compuesta de cuerpo, alma y espíritu inmortal, que ya no
puede retroceder a un estado de inferior evolución.

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El hecho de la reencarnación arroja luz meridiana sobre los complejos problemas de la vida
humana, sin ella, es imposible justificar los senderos de Dios para con el hombre. El mundo
cristiano perdió durante muchos siglos esta verdad salvadora, de manera que se vio forzado a
asumir la posición ilógica de atribuir resultados eternos como producto de causas finitas. Se
enseña en el mundo cristiano que para cada niño que viene al mundo, Dios crea un alma para
que viva en ese cuerpo, y que de esta corta y pasajera vida depende una eternidad de
bienaventuranza o la condenación en el infierno por los siglos de los siglos. La eternidad como
producto de lo finito es lógica y filosóficamente un absurdo. Si
vamos a vivir una eternidad es que hemos vivido siempre. Si esta
hipótesis de la eternidad como producto de lo finito pudiera ser
cierta, ¿cómo explicamos que un Creador, cuya naturaleza es Amor
y Justicia, podría beneficiar tanto a un hombre con los dones de
buena herencia, óptima familia y refinado medio ambiente, y en
cambio a otro privarlo de todo esto de una forma lamentable que no
tenga ni una oportunidad en la vida. Las diferencias entre hombre y
hombre son mucho más marcadas que las que existen en cualquier
otro reino de la naturaleza, por ejemplo, la diferencia entre un niño
retrasado o un salvaje y Platón o Einstein. Toda la preparación del
mundo no podría igualarlos. Y lo mismo sucede en la esfera de las
emociones: hay un abismo entre la crueldad de un asesino y la
ternura y compasión de San Francisco de Asís. En el medievo se
decía que no podíamos investigar, que esos misterios nos estaban
vedados. Pero Cristo dijo: “Buscad y encontraréis” ¿qué otro sentido
podría tener la posesión de una inteligencia y un espíritu de
investigación? Tenemos a mano la respuesta. No son dones arbitrarios de un Dios todopoderoso
las facultades innatas de la mente y el corazón. Son el resultado de un largo pasado de
desarrollo gradual. El hombre cruel y el salvaje se convertirán algún día en el santo y en el
héroe.

La doctrina de la reencarnación está llena de esperanza, pues nos dice que no existe ideal
alguno dentro del corazón del hombre que no pueda alcanzarse a su debido tiempo. “Todo lo
que no puede ser, todo lo que los hombres ignoraban de mí, de todo eso para Dios era
yo merecedor”, dijo Browning. Esto quiere decir que el daño causado a otros, los errores que
hemos cometido, serán también rectificados a su debido tiempo y por nosotros mismos, y no por
otro, ni aún por la intervención de un Dios salvador. Esta es una doctrina de esperanza ilimitada
para hombres justos, cabales y dignos.

La REENCARNACIÓN existe en todo el universo. Hay periodos rítmicos y cíclicos de expansión y


reintegración desde lo más pequeño a lo más grande. Es Ley Universal, este flujo y reflujo de la
vida, este movimiento incesante que se manifiesta en ciclos rítmicos.

La objeción más válida que se presenta en contra de la reencarnación es que no recordamos.


¿Qué es la memoria? La mayoría de la gente la considera como la facultad de reproducir ciertas
imágenes o sucesos que están almacenados en la mente. La perfección con la que lo hagamos
depende mucho de las condiciones del cerebro, ya que cuando estamos cansados o al envejecer,
nuestra memoria no es tan fiel. Si la memoria consistiera realmente en lo que podemos evocar
de las imágenes que podemos almacenar en nuestro cerebro, nos damos cuenta de que es

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limitada e imperfecta. No hay persona que no haya olvidado la mayor parte de los eventos de su
vida, sin embargo, la psicología nos dice que no hay pensamiento o suceso que no haya hecho
una impresión indeleble en nuestra conciencia, aún aquellos que no recordamos. Nuestro
cerebro es algo así como un conducto por el que pasan todas las impresiones llegando al yo
psíquico interno, el alma, donde quedan registradas y archivadas en forma tan perfecta que
nunca pueden olvidarse. Pero el cerebro en sí, es un instrumento bastante errático y muchas
veces presenta episodios aparentemente olvidados, cuando está parcialmente inconsciente, o
semiparalizado por los efectos de algún anestésico, o al acercarse la muerte. Ese conjunto de
impresiones y experiencias almacenadas indeleblemente en nuestro ser interno, regresa a
nosotros y nos es útil para los fines prácticos de la vida de forma sintética, por ejemplo un
pianista no recuerda las miles de veces que ha practicado repitiendo un pasaje musical; pero la
naturaleza sí lo recuerda y se lo confiere como capacidad o facultad. ¿Por qué suponemos que
esto deja de operar con la muerte física? Acompaña al alma en la próxima encarnación
mostrándose como facultad o talento inherente. ¡Si todo lo que aprendemos y hacemos en esta
vida no tuviera aplicación futura, que pérdida de tiempo significaría! Pero no es así, porque pasa
de una vida a otra una creciente síntesis que se muestra como talento innato. Otro aspecto de
esto se muestra como carácter, el resultado de la manera de hacer frente a los problemas de la
vida; los pensamientos repetidos y habituales se convierten en rasgos característicos de nuestra
personalidad. Otro aspecto consiste en los gustos y disgustos instintivos ¿qué nos empuja hacia
unas personas y no hacia otras? Todo esto viene del pasado, es nuestro pasado que nos habla
con voz bien clara. Cada vida sucesiva de amistad o lazo familiar, vigoriza el vínculo. Los
matrimonios bien avenidos y felices son un ejemplo. Desde luego, no venimos siempre con los
mismos vínculos familiares o con igual sexo. Un vínculo de esta especie sólo muestra un ángulo
del amor. Con toda seguridad aprenderemos a querer mejor a quienes han estado cerca de
nosotros, amándolos de manera diferente cada vez y no en un solo aspecto. Al usar cuerpos de
distintos sexos, obtenemos una serie de experiencias completamente diferentes y desarrollamos
cualidades distintas, aunque complementarias a las del sexo opuesto. Parece que por regla
general tomamos una serie de encarnaciones en cuerpo de un sexo y luego otra serie en el sexo
opuesto. El espíritu en el hombre es asexual y el sexo es puramente una expresión del cuerpo
físico, aunque la reencarnación en él polariza el aspecto receptivo (femenino) o activo
(masculino) de nuestro ser interno para los efectos de la manifestación. El espíritu contiene los
aspectos sublimados y de más alta esencia de ambos sexos.

Otra objeción acerca de la reencarnación es que una madre no puede aceptar que un hijo suyo
sea en el futuro el hijo de otra persona. Pero debemos comprender que un niño no nos
pertenece de manera personal. Se pertenece a sí mismo y a la vida. Aunque no hubiera
venido a la familia si no le unieran vínculos de amor del pasado que lo atrajeran a ella.

Probablemente una fobia incurable puede provenir de una encarnación anterior. Las imágenes
grabadas en el pasado de forma vívida pueden reproducirse en la encarnación presente. Parece
que las imágenes del pasado se reproducen de dos maneras: en forma de sueño recurrente o
como una visión clara en la conciencia vigílica.

La reencarnación se percibe intuitivamente porque es un hecho natural y está centrado


profundamente dentro de nosotros. Lo han percibido muchos filósofos y poetas. La iglesia
cristiana primitiva poseía la enseñanza del la reencarnación, fue bien conocida en las sectas

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esotéricas de los gnósticos, pero al popularizarse el cristianismo y acoger a la gran masa


ignorante de los pueblos, tal enseñanza se perdió.

Entre los hombres del pasado que conocieron esta verdad del cíclico retorno del alma a la tierra,
estuvo Benjamín Franklin, quien desde temprana edad tuvo conocimiento de este aspecto oculto
de la vida. Escribió su propio epitafio con gran sentido del humor, reflejando la idea de la
reencarnación de la siguiente forma:

“Aquí yace el cuerpo de Benjamín Franklin, impresor, semejante a la cubierta de un


libro, sin título ni ornamentos, descansa aquí para pasto de gusanos. Pero la obra no
desaparecerá, (así lo cree él mismo), puesto que volverá a publicarse en una nueva y
mas elegante edición, revisada y corregida por su propio autor.”

Clara Margaret Codd (Biografía)

Clara M. Codd fue una de las grandes damas del movimiento Teosófico y como conferenciante de
proyección mundial, pareció personificar cabalmente el alma de la Teosofía. Con un enfoque
modesto y apacible, jugó un papel importante en el renacimiento de la
tradición oculta.
Clara M. Codd nació en Devon del Norte, Inglaterra, en 1876, la mayor de
diez niñas. Los primeros años de su vida transcurrieron en un viejo y
encantador hogar rodeado por jardines y árboles y asistido por mucamas y
mozos de cuadra. Su padre era inspector de escuelas y su madre, medio
italiana, de una gran belleza, cuidó de su educación musical y artística.
Clara y sus hermanas nunca asistieron la escuela ni al colegio, pero
tuvieron una sucesión de institutrices que no permanecían durante mucho
tiempo.
Su familia no tuvo una afiliación religiosa particular, pero Clara tuvo que
aprender de memoria largos pasajes de las escrituras cristianas. Esto dio
como resultado un gran conocimiento de la Biblia.
Clara se unió a la Sociedad Teosófica en 1903, y fue secretaria general de la sección australiana
entre 1935-36. Siendo primera oradora nacional de la Sección inglesa en 1906, se convirtió en
una conferenciante internacional por el resto de su vida. Escribió muchos artículos, y sus libros
incluyen La Eterna Sabiduría de la Vida; La Clave de la Teosofía (H. P. B.) Edición Simplificada;
Técnica de la Vida Espiritual; El Camino del Discípulo; la Meditación: su Práctica y Resultados; El
Misterio de la Vida; El Poder Creativo; los Poemas; La Teosofía vista por Maestros; Introducción al
Yoga de Patánjali; Así de rica es la Vida (autobiográfico).

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